La lucha contra la quimera. La memoria del combate contra el mal en el Sureste ibérico

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Jorge García Cardiel - La lucha contra la quimera 615

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La lucha contra la quimera

La memoria del combate contra el mal en el Sureste ibérico

1. La memoria del combate contra el mal Tras ardua batalla1, Belerofonte acabó con la monstruosa Quimera, en una gesta que los aedos siempre recordarían. E igual sucedió con Perseo y la Medusa, o con Heracles y la Hidra. Otros tantos monstruos que amenazaban a la población, otros tantos héroes que, surgiendo de entre la comunidad, de alguna manera representándola, dan un paso al frente para enfrentarse al Mal que pone en peligro la reproducción del sistema y la misma supervivencia de la sociedad, y lo vencen. ¿Pero quiénes son Belerofonte, Perseo o Heracles? Varones con unas cualidades sobrehumanas, que gozan de una relación especialmente estrecha con los dioses, y que terminarán erigiéndose en cabeza de sus respectivas comunidades. Y, desde luego, los referentes que los posteriores aristócratas tomarán para sí, en quiénes se verán reflejados, y sobre cuyo recuerdo pretenderán cimentar un orden social desigual. Y es que, como repetidamente han señalado antropólogos e historiadores, ninguna estructura de poder puede sustentarse a largo plazo únicamente en la coacción ejercida por unos pocos sobre la mayoría2. Será necesario dotarla de un sistema de valores, de un imaginario, de una cosmovisión, esto es, en definitiva, de una ideología que legitime y naturalice las desigualdades en las que reposa el sistema. Es necesario integrar, utilizando la terminología propuesta por Bourdieu, la desigualdad en el habitus de modo que esta no sea cuestionada o, mejor aún, no sea percibida, para que la jerarquización social pueda consolidarse. De este modo, la jerarquía se sostiene sobre la ideología, y la ideología crea jerarquía, sin que una pueda entenderse simplemente como 1 Agradezco a los drs. Santiago Montero Herrero y Teresa Chapa Brunet su incansable amabilidad y experto consejo, gracias a los que este artículo ha podido realizarse. Agradezco asimismo las indicaciones de los evaluadores anónimos que revisaron este texto, por sus interesantes indicaciones. El artículo se encuadra en el marco del proyecto de investigación har2011-26096. 2 E. Demarrais et al., Ideology, materialization, and power strategies, en «Current anthropology» 37, 1 (1996), pp. 15-31: p. 16.

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producto de la otra, y sin que una pueda ser estudiada, como ya hace años señaló I. Hodder3, en ausencia de la otra. Los gobernantes lo son en tanto que son aceptados como tales por la mayoría, de modo que su capacidad de gobierno radica en su facultad de convencer a la colectividad de la bondad del mismo4. Y una buena manera de hacerlo, de naturalizar dicho gobierno y la desigualdad que entraña, es apelar a la memoria colectiva: el heredero (o el pretendido heredero) del héroe que una vez salvó a la comunidad podría hacerlo de nuevo si se presentara la ocasión, y por lo tanto su dirección, su preeminencia, debe entenderse como legítima y útil para la colectividad. Entendemos la memoria colectiva, por tanto, como una construcción social, un discurso ecléctico y selectivo sobre el pasado que es compartido por los miembros de una comunidad, que responde a las necesidades del presente, y que por tanto se reformula a cada momento según la coyuntura histórica5. Cierto es que nuestra percepción del presente depende, en buena medida, de nuestro conocimiento del pasado6, pero ese pasado puede ser recordado de manera selectiva, puede ser transformado, o incluso puede “reinventarse”7. Y para ello podrá utilizarse y se utilizará la cultura material, tanto monumentos como trajes, joyas y cualquier otro “artefacto de memoria”, pues “materializando” el recuerdo, reflejándolo en objetos y edificios que introduzcan en la vida diaria y en las ceremonias rituales la evocación de una circunstancia concreta, esta quedará fijada en el habitus colectivo de una manera más efectiva8. El pasado colectivo, por tanto, es una poderosa herramienta para legitimar el presente, difuminando las rupturas que puedan existir en un orden social dado al naturalizarlo, al hacerlo pasar por “algo que siempre ha existido”, obviando las alternativas y proponiendo una memoria compartida a la colectividad que se está erigiendo en comunidad9. Especial3 I. Hodder, The identification and interpretation of ranking in prehistory: a contextual perspective, en C. Renfrew - S. Shennan (eds.), Ranking, resource and exchange. Aspects of the archaeology of early European society, Cambridge University Press, Cambridge, 1982, pp. 150-154. 4 A. Duplouy Le prestige des élites. Recherches sur les modes de reconnaisance sociale en Grèce entre les x e et v e siècles avant J.-C, Les Belles Lettres, París 2006. 5 M. Halbwachs, La mémoire collective, Albin Michel, París 1997 (ed. orig. 1941). R.M. Van Dyke - S.E. Alcock, Archaeologies of memory: an introduction, en R.M. Van Dyke - S.E. Alcock (eds.), Archaeologies of memory, Blackwell, Oxford 2003, pp. 1-13: p. 3. 6 P. Connerton, How societies remember, Cambridge University Press, Cambridge 1989, p. 2. 7 E. Hobswbawm, Introduction: inventing traditions, en E. Hobsbawm - T. Ranger (eds.), The invention of tradition, Cambridge University Press, Cambridge 1983. 8 Demarrais et al., Ideology, materialization, cit., p. 16. C.L. Crawford , Collecting, defacing, reincribing (and otherwise performing) memory in the Ancient world, en N. Yoffee (ed.), Negotiating the past in the past. Identity, memory and landscape in archaeological research, The University of Arizona Press, Tucson 2007, pp. 10-42: pp. 12-13. 9 D. Lowenthal, El pasado es un país extraño, Akal, Madrid 1998 (ed or. Cambridge

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mente en épocas de transformaciones, para asimilar cualquier cambio, los individuos deben renegociar su estatus en el seno de la sociedad, y para ello tenderán a explotar las ambigüedades de los recuerdos heredados, creando nuevas identidades acordes a las circunstancias cambiantes10. Ahora bien, pueden proponerse en un momento dado infinitas “relecturas” del pasado, que atenderán a otros tantos intereses coyunturales y que podrán coexistir si son más o menos coherentes, pero algunas de las cuales también pueden resultar contradictorias con el resto, y por tanto atacar la visión colectiva del pasado y a través de ella el orden establecido en el presente11. Es por ello por lo que los gobernantes siempre se han esforzado por mantener el control sobre el pasado, monopolizando la manipulación de la memoria en la medida de lo posible para presentar esta como un conjunto de “mitos” (o de historias) interrelacionadas entre sí y que cruzan el tiempo para relacionar de alguna manera los héroes del pasado y los gobernantes del presente12. Por lo que respecta a ese pasado colectivo, se articulará de diversas maneras, narrando un número infinito de historias a través de una cantidad finita de mitemas o esquemas compositivos, fácilmente comprensibles para la colectividad y especialmente efectivos a la hora de explicar el presente. Desde este punto de vista, el mito puede entenderse como un recuento o discurso que bajo una forma más o menos fantástica trata asuntos profundos y esenciales para la comprensión del mundo y de la sociedad13, retrotrayéndose por definición a un pasado inaprensible14. Para ser realmente efectivo, debe ser aceptado (diríamos más, no debe ser cuestionado) por la comunidad o al menos por una parte de ella15. Pese a ello, el mito podrá variar, y de hecho se transformará cada vez que se actualice, adaptándose a las intenciones del emisor, las expectativas del receptor y el contexto coyuntural en el que se narre16; pero para poder ser aceptado por la comunidad deberá adaptarse a unas “reglas”, a una tradición que es 1985), pp. 79 y 95; P. Connerton, How societies remember, cit, p. 3; R.M. Van Dyke - Alcock, Archaeologies of memory, cit., p. 3. 10 N. Yofee, Peering into the palimpsest. An introduction to the volume, en N. Yoffee (ed.), Negotiating the past in the past. Identity, memory and landscape in archaeological research, The University of Arizona Press, Tucson 2007, pp. 1-9: p. 4. 11 S.E. Alcock, Archaeologies of the Greek past. Landscape, monuments, and memories, Cambridge University Press, Cambridge 2002, p. 16. 12 J. Le Goff, History and memory, Columbia University Press, Nueva York 1992, p. 54. K Dowden - N. Livingstone, Thinking through myth, thinking myth through, en Idd. (eds.), A companion to Greek mythology, Blackwell, Oxford 2011, pp. 3-23: pp. 3-4. 13 J.-P. Vernant, Mito e società nell’Antica Grecia, Einaudi, Turín 1981 [París 1974], p. 193. 14 D. Sabbatucci, Lo stato come conquista culturale, Bulzoni, Roma 1984 [1975], p. 86. 15 M. Detienne, L’invenzione della mitologia, Boringhieri, Turín 1983 [París 1981], pp. 51-52. 16 A. Brelich, Tre variazioni romane sul tema delle origini, Edizioni dell’Ateneo, Roma 1955, pp. 51-55; M. Detienne, L’invenzione della mitologia, cit., p. 52.

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la que lo hace inteligible para la colectividad y le permite encuadrarlo en las estructuras ideológicas previas17. Es a través de esta dialéctica entre la mutabilidad del mito y la mayor perdurabilidad de la tradición mítica que los historiadores podemos acercarnos a este tipo de discurso, profundizando en la segunda a través del estudio comparativo de los primeros para, en un segundo momento, tratar de analizar qué motivaciones y qué coyunturas son las que provocan cada actualización del mito18. Uno de los mitos más extendidos a lo largo de todas las civilizaciones y en todas las épocas, es el del combate del héroe contra el Mal, encarnado en bestia híbrida, que aquí analizaremos. Y es que el miedo condiciona y ha condicionado siempre la praxis social del ser humano, ordena nuestra comprensión del mundo19, y por lo tanto se constituye en herramienta extraordinariamente eficaz para la consolidación de un sistema social. No hablamos solo del miedo a la muerte, quizás el mejor estudiado por la antropología20, sino del miedo a lo desconocido en general, al Mal que no conocemos y que por tanto no podemos controlar pero que nos acecha a nosotros y a nuestra comunidad. Un Mal inexplicable e incontrolable, la alteridad más radical, que en innumerables ocasiones en los imaginarios de las diversas sociedades históricas se ha encarnado en bestias monstruosas que han puesto en peligro la supervivencia del grupo. Un Mal que, sin siquiera materializarse, actuando en potencia, ha arredrado a las diversas sociedades a lo largo de la Historia, y frente al cual se han levantado individuos que, erigiéndose en representantes de sus comunidades, lo han enfrentado con éxito, legitimándose de esta manera ellos y sus descendientes para el gobierno. Un Mal que, en este caso, aparece representado por un ser híbrido que ataca o es combatido por el héroe. El carácter híbrido de estos seres, monstruoso en tanto que ajeno a los criterios de normalidad que dicta la experiencia cotidiana de la naturaleza21, no es una simple cuestión estética, sino que está cargado de connotaciones semánticas22: son representación de lo caótico, lo peligroso, lo agresivo, lo destructivo; en definitiva, J.-P. Vernant, Mito e società nell Antica Grecia, cit., p. 208. A. Brelich, Come funzionano i miti. L’universo mitologico di una cultura melanesiana, Dedalo, Roma 2003; B. Bellucci, Il grifone nel Vicino Oriente e oltre. Alcune riflessioni teorico-generali sull’entità mostruosa e sul suo utilizzo in ambito storico-religioso e antropologico, en I. Baglioni (ed.), Monstra. Costruzione e percezione delle entità ibride e mostruose nel Mediterraneo Antico, vol. 1, Quasar, Roma 2013, pp. 99-114: p. 100. 19 F. Díez, El miedo y la religión: reflexiones teóricas y metodológicas, en F. Díez (ed.), Miedo y religión, Ediciones del Orto, Madrid 2002, pp. 367-380: pp. 368-369 y 374. 20 J.A. Barceló, Elementos para una teoría de la muerte y de los ritos funerarios, en «Ethnica. Revista de Antropología» 20 (1984), pp. 79-101. 21 M.J. Picone, Metamorfosi e mostri necessari, en «La ricerca folklorica» 4 (1981), pp. 51-57: pp. 51-52; B. Bellucci, Il grifone nel Vicino Oriente, cit., p. 99. 22 M. Ferrara, Teste animali, lingue infuocate, corpi anguiformi. A riguardo di pericoli e rimedi nell’esegesi vedica dei rituali, en I. Baglioni (ed.), Monstra, cit., pp. 191-209. 17 18

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de todo aquello incontrolable que amenaza la reproducción social de la sociedad. Es este un relato sencillo y directo, lo suficientemente abierto como para que la identidad del héroe y la de la bestia puedan variar infinitamente según las necesidades del aristócrata de turno23, y lo suficientemente ambiguo como para que no pueda ser fácilmente refutado. ¿Quién podría negar taxativamente que Heracles acabó con el león de Nemea? ¿Quién, que Lanzarote dio muerte al dragón? Se trata de un relato que presenta a los ojos de la comunidad la alteridad absoluta, lo incontrolable, lo diferente y por ello mismo dañino, cohesionándola ante el peligro y difuminando las fisuras que en su seno pudieran existir. Agrupándola en torno al líder carismático que es capaz de vencer a la adversidad, y en torno a sus herederos (consanguíneos o ficticios), que serán los encargados de hacer otro tanto en caso de que nuevos peligros surjan al paso. Los herederos de un héroe cultural que, desde un momento primigenio, remoto y caótico, actúa como el sujeto mítico que sienta las bases del orden actual y las refuerza frente a cualquier intento coyuntural de alterarlo, naturalizando dichas bases como inmanentes y eternas24. 2. Pozo Moro: el recuerdo del viejo héroe que venció a la Quimera Este tipo de comportamientos y de discursos ideológicos nos resultan familiares entre las sociedades “con historia”, aquéllas que nos legaron unos corpora documentales lo suficientemente completos como para adentrarnos en su literatura, en sus imaginarios. Lo cual no quiere decir que fueran ajenos a aquellas otras sociedades que, o bien no emplearon la escritura, o bien la conocían pero nosotros no hemos sido capaces de desentrañarla, como es el caso de los pueblos ibéricos prerromanos, a los que aquí nos dedicaremos. Y es que, si bien al estudiar a estas gentes no podemos “leer” directamente sus mitos y cómo estos se perpetuaron, modificaron o fueron rechazados a lo largo del tiempo, la arqueología, y concretamente la iconografía, nos pueden marcar una serie de pautas, de vestigios, a través de los cuales acercarnos a este rica y resbaladiza esfera del imaginario. Con semejante objetivo, trazaremos un breve recorrido por algunos de los yacimientos más conocidos del mundo ibérico prerromano (fig. 1), comenzando por la necrópolis de Pozo Moro (Chinchilla de Montearagón, Albacete), una de las más conocidas y controvertidas del mundo ibérico. Se trata de un área funeraria que permaneció en uso, bien que con 23 D. Sabbatucci, Il mito, il rito e la storia, Bulzoni, Roma 1978, pp. 227-228; Id., Lo stato come conquista, cit., p. 89. 24 A. Brelich, Tre variazioni romane, cit., pp. 101-102. D. Sabbatucci, Sommario di Storia delle Religioni, Bagatto Libri, Roma 1991, pp. 152-157.

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diferentes ritmos, entre el s. v a.C. y el ii d.C., en la que se han excavado casi un centenar de enterramientos, además de algunas inhumaciones tardorromanas que pertenecen claramente a otra fase de utilización25. El yacimiento se ubica en el sureste meseteño, entre Pétrola y Pozo Cañada, una zona de leves ondulaciones, endorreica, punteada de lagunas salobres, cercana a los Altos de Chinchilla y a medio camino entre la Meseta y las elevaciones bético-ibéricos, con una altura sobre el nivel del mar cercana a los 700 m. Es esta una de las regiones arqueológicas más ricas de la Península Protohistórica, pues en la comarca se contabilizan un gran número de necrópolis ibéricas, además de varios poblados y algún santuario. Por ella transitan y se cruzan, además, dos de las principales vías de comunicación prerromanas de las que se tiene noticia, aquéllas que posteriormente los romanos denominarían Vía Augusta y Vía ComplutumCarthago Nova, y que conectaban la costa levantina con la Alta Andalucía y con la Meseta, respectivamente26.

Fig. 1: localización de los principales yacimientos ibéricos mencionados en el texto. Elaboración propia. 25 L. Alcalá-Zamora, La necrópolis ibérica de Pozo Moro, Real Academia de la Historia, Madrid 2003, pp. 84-85. 26 J.J. Blánquez, La formación del mundo ibérico en el Sureste de la Meseta (estudio arqueológico de las necrópolis ibéricas de la provincia de Albacete), Instituto de Estudios Albacetenses, Albacete 1990, pp. 40-66.

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Ahora bien, pese a la abundante riqueza arqueológica de la región, la ubicación de la necrópolis de Pozo Moro nos plantea un problema inmediato, pues desconocemos dónde residiría la población que en ella se hizo enterrar durante tantos siglos. Como señala R. Lucas27, las necrópolis ibéricas solían situarse en las cercanías del poblado del que dependían, eran controladas visualmente por este, y se disponían en el interior de su radio teórico de explotación intensiva, que recientes estudios territoriales establecen en aproximadamente 5 km en torno al poblado28. L. Alcalá-Zamora29 propuso por ello que el cementerio de Pozo Moro habría sido empleado por la población de algún pequeño asentamiento agrícola cercano aún no detectado por la arqueología pese a las prospecciones realizadas30, y pese a que la larga cronología que se ha de suponer para el asentamiento dificultaría aún más que no se haya encontrado vestigio del mismo. A partir del propio excavador del yacimiento, M. Almagro31, sin embargo, se ha venido suponiendo que la población que se enterraba en Pozo Moro habitaría un oppidum sito bajo el actual casco urbano de Chinchilla, pero esta suposición se basa fundamentalmente en la relativa importancia regional que el lugar, convertido en el municipio de Saltigi, adquirirá en época romana, y de hecho por el momento la arqueología urbana del municipio no ha sacado a la luz materiales anteriores al cambio de Era32. La cuestión posiblemente sea más compleja de lo que generalmente se ha supuesto, ya que no nos parece evidente la ecuación mecánica necrópolis-poblado. Y es que la larga pervivencia de la necrópolis durante siete siglos, más allá de la antigüedad de cualquiera de los asentamientos conocidos del sureste meseteño, nos sugiere que seguramente esta no fue frecuentada simplemente por las gentes de un poblado cercano, sino más bien por unos individuos que, durante siete siglos, mantuvieron la tradición de hacerse enterrar en el lugar, independientemente de dónde habitaran, independientemente de que todos o parte de ellos vivieran durante un tiempo en una posible granja cercana, o que se trasladaran en época tardía hacia Saltigi, el centro administrativo comarcal. 27 M.R. Lucas, Sociedad y religión a través de las necrópolis ibéricas, en J.J. Blánquez V. Antona (eds.), Congreso de Arqueología Ibérica: las necrópolis, Universidad Autónoma de Madrid, Madrid 1992, pp. 189-205: p. 195. 28 A. Oliver La cultura de la alimentación en el mundo ibérico, Diputación de Castellón, Castellón 2000, p. 42. 29 L. Alcalá-Zamora, La necrópolis ibérica, cit., p. 217. 30 Cf. L. Soria, La cultura ibérica en la provincia de Albacete. Génesis y evolución a través del estudio del poblamiento, Universidad de Castilla-La Mancha, Cuenca 2000, pp. 209-213. 31 M. Almagro, Pozo Moro 25 años después, en «Revista de Estudios Ibéricos» 2 (1996), pp. 31-63: p. 46. 32 R. Sanz, Algunos materiales romanos utilizados en la construcción de las concamerationes, en «Oretum» 3 (1987), pp. 225-236; J.M. Abascal - R. Sanz, Bronces antiguos del Museo de Albacete, Instituto de Estudios Albacetenses, Albacete 1993.

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Ahora bien, ¿por qué estas gentes eligieron este espacio como lugar de enterramiento, y persistieron en su elección durante tanto tiempo, hasta el punto de que las tumbas llegaron a amontonarse unas sobre otras a lo largo de varios niveles? Respecto a lo primero, posiblemente se deba a la importancia geoestratégica del enclave, y al carácter del primero de los edificios que se levantó en el yacimiento. Nos referimos al conocido monumento turriforme, en cuya descripción no vamos a entrar por ser sobradamente conocida33, y que recientemente ha sido fechado por su excavador a finales del s. vi a.C.34. El objetivo principal de una torre como esta es la de ser vista, como señala acertadamente S. González Reyero35, y para ello nada mejor que su erección junto a un manantial (en un territorio endorreico y relativamente seco, como hemos señalado anteriormente) y vecina al más importante nudo de comunicaciones de la región, el cruce entre las vías Augusta y Complutum-Carthago Noua36. Ahora bien, el conjunto monumental se derrumbó a las pocas décadas. Pese a que generalmente se viene dando por sentado, que el monumento inauguró la necrópolis y que en esta no se enterrarían sino los descendientes del régulo difunto que se enterró bajo aquél37, un análisis detallado de los enterramientos evidencia que los más tempranos de entre ellos, dejando al margen el que apareció en la base del monumento, son de la segunda mitad del s. v a.C., por lo que existe un vacío temporal entre la erección del monumento y la creación de la necrópolis de más de medio siglo, momento en el que el monumento primigenio ya se habría derrumbado38. Seguramente nadie de quienes se enterraron en la necrópolis habría conocido al gobernante que mandó erigir el monumento, incluso suponiendo que fueran de la misma comunidad; pero el prestigio del lugar y de sus ruinas, su capital simbólico, no se habría extinguido, y de hecho el enclave fue recuperado por una familia dirigente en la segunda mitad del s. v a.C. seguramente como parte de una estrategia de legiti33 M. Almagro, Pozo Moro. El monumento orientalizante, su contexto cultural y sus paralelos en la arquitectura funeraria ibérica, en «Madrider Mitteilungen» 24 (1983), pp. 177-293; F. López Pardo, La torre de las almas: un recorrido por los mitos y creencias del mundo fenicio y orientalizante a través de la torre de Pozo Moro, Anejo x de Gerión, Madrid 2006. 34 M. Almagro, El kýlix de figuras rojas arcaicas de Pozo Moro (Albacete), en «Quaderns de Prehistòria i Arqueologia de Castellò» 27 (2009), pp. 63-81: pp. 69-70. 35 S. González Reyero, Under divine wings: forms of ideological and territorial domination during the Iberian Iron Age, en «Oxford Journal of Archaeology» 31, 3 (2012), pp. 261281: p. 263. 36 M. Almagro, Pozo Moro. El monumento, cit., pp. 181-182; I. Prieto, El recorrido en torno a la sepultura turriforme de Pozo Moro y secuencia narrativa de sus relieves: algunas propuestas, en «Espacio, Tiempo y Forma, Serie II: Historia Antigua» 13 (2000), pp. 325-356: pp. 329-334. 37 M. Almagro, Ideología y poder en Tartessos y el mundo ibérico, Real Academia de la Historia, Madrid 1996, p. 62. 38 J.J. Blánquez, La formación del mundo ibérico, cit., p. 355.

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mación referida a un pasado legendario del que estas gentes se estaban apropiando39. Un aspecto de la persona social que los difuntos que aquí se hacían enterrar querían expresar era el de su condición de descendientes de quien había mandado erigir el monumento y, posiblemente, de quien estaba representado en sus relieves; y esta pretensión se mantuvo, como veremos a continuación, durante siglos. Por eso durante siglos estas gentes se enterraron entre las ruinas del monumento, la mayor parte de las cuales quedó in situ pues nunca nadie se molestó en retirarlas. Tras toda esta introducción al yacimiento, centrémonos ahora en una de las tumbas de la necrópolis, la 4Dinc3. Se trata de un posible pequeño túmulo de adobe, de 2,9x0,81 m. en planta, construido a apenas cinco metros de la base del monumento, al este-sureste del mismo40. En el interior de esta tumba, junto a las cenizas del difunto, se halló un sucinto pero rico ajuar funerario, compuesto por cinco urnas (más una sexta que contenía las cenizas), tres platos, una pátera de barniz rojo, dos cántaros de barniz negro de la forma 40 de Lamboglia, una falcata, un soliferreum, un pendiente, una pieza nielada, una barra plana y un botón de bronce, un pendiente de oro, tres pondera y cinco astrágalos de ovicáprido41 (fig. 2). Pese a su modesta superestructura funeraria, este ajuar la coloca, sin duda, entre los enterramientos más lujosos de la necrópolis; de hecho, L. Alcalá-Zamora42 lo sitúa como el quinto más rico en cuanto a cantidad de horas de trabajo en él invertidas, en tanto que si aplicamos los dos criterios de cuantificación de riqueza en las necrópolis ibéricas que propuso F. Quesada43 (número de objetos por enterramiento y valoración ponderada de la riqueza de cada objeto), el ajuar de la tumba 4Dinc3 de nuevo aparece entre los más ricos de la necrópolis, quintuplicando aproximadamente los valores medios del conjunto del cementerio, y sobrepasando holgadamente los promedios de los enterramientos de su época. Por otra parte, los dos cántaros de barniz negro, así como el pendiente de oro (con paralelos en las necrópolis de Covalta y Poblado) y la pátera de barniz rojo (con paralelos en Cigarralejo), nos permiten datar el enterramiento a mediados del s. iv a.C., esto es, dentro de la Fase iii de la necrópolis y coincidiendo con las décadas de mayor frecuentación y utilización de la misma44. 39 M. Bendala, Memoria histórica, tradición y legitimación del poder: un aspecto relevante de la Antigüedad, en «Boletín de la Asociación Española de Amigos de la Arqueología» 43 (2002-2003), pp. 323-337: p. 326. 40 L. Alcalá-Zamora, La necrópolis ibérica, cit., p. 52. 41 Ibi, pp. 52-53. 42 Ibi, p. 199. 43 F. Quesada, Armamento, guerra y sociedad en la necrópolis ibérica de El Cabecico del Tesoro (Murcia, España), bar, Oxford 1989, p. 127. 44 L. Alcalá-Zamora, La necrópolis ibérica, cit., pp. 52-53 y 84-85.

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Fig. 2: sección y parte del ajuar funerario de la tumba 4Dinc3 de Pozo Moro. Fuente: L. Alcalá-Zamora, La necrópolis ibérica de Pozo Moro, cit., p. 300.

Un aspecto interesante de este enterramiento es la presencia de cántaros áticos junto a las armas ibéricas formando parte del mismo ajuar. En relación precisamente con la necrópolis de Pozo Moro, ya hace años R. Olmos45 llamó la atención sobre la presencia de estos cántaros, que él entendía como vasos para la bebida típicamente heroizadores, que en el mundo griego del que provenían se entendían como propiedad inalienable del guerrero, concepción que el investigador creía que podría haberse importado de alguna manera al mundo ibérico. Con todos los reparos preceptivos (ya diversos investigadores han demostrado sobradamente que la ideología que en origen acompaña a los objetos se transforma cuando dichos objetos traspasan fronteras culturales46), no podemos dejar pasar por alto el hecho de que, tras varias campañas más de excavaciones en el lugar, por el momento todos los cántaros áticos documentados en Pozo Moro aparecen en tumbas que también contienen armamento, como si su posesión ultraterrena fuera preceptiva de aquellos individuos que rei45 R. Olmos, La cerámica de importación griega en el mundo ibérico, en Homenaje a Domingo Fletcher Valls. La cultura ibérica. Varia iii, Departamento de Historia Antigua. Facultad de Geografia e Historia. Universidad de Valencia, Valencia 1984, pp. 225-247: pp. 228-231. 46 M. Dietler, Consumption, cultural frontiers and identity: anthropological approaches to Greek colonial encounters, en Confini e frontieri nella Grecità d’Occidente, Università di Napoli, Napoli 1999, pp. 475-501; R. Osborne, What travelled with Greek pottery ?, en «Mediterranean Historical Review» 22, 1 (2007), pp. 85-95.

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vindicaban para sí la persona social del guerrero en el momento de sus hornas fúnebres. Ahora bien, lo que realmente nos interesa de este enterramiento, y por lo que lo hemos sacado a colación, es la falcata en él amortizada. Se trata de una espada de 53,5cm de longitud máxima conservada y una hoja de 5,5cm de anchura máxima y 3,4cm de anchura mínima, con cinco acanaladuras que recorren la hoja flanqueadas por una decoración de dientes de lobo47. El arma apareció rota en varios fragmentos, y le faltaba la punta, seguramente como resultado de la inutilización ritual de la misma, algo habitual en los enterramientos ibéricos y que se observa en casi todos los casos en Pozo Moro48. La particularidad de esta falcata, por el contrario, reside es que su empuñadura presenta grabada una cabeza de león. Se trata del único caso, que nosotros tengamos noticia, de una cabeza de león grabada en una falcata ibérica, y de hecho una de las pocas decoraciones figurativas que aparecen grabadas en el mango de este tipo de armas, cuya forma suele ser de cabeza de caballo o de ave pero cuyas decoraciones grabadas suelen ser de tipo geométrico. ¿Qué sentido alberga esta singular espada decorada en uno de los enterramientos más ricos de la necrópolis?

Fig. 3: relieve de la Quimera del monumento de Pozo Moro. Fuente: C. Farnié - F. Quesada, Espadas de hierro, grebas de bronce, p. 127 (cfr. nota 52).

Para intentar averiguarlo, permítasenos volver de nuevo al monumento que se erigió unos siglos antes en el lugar. Uno de los relieves que supuestamente pertenecerían a este monumento, sobre el que queremos llamar la atención en este momento, es el que M. Almagro49 identificó como la representación de un caballo de cuya parte inferior sale una serpiente con cabeza felina, y sobre cuyo costado se aprecia una espada, quizás del jinete que montaría a lomos del équido (fig. 3). El relieve se L. Alcalá-Zamora, La necrópolis ibérica, cit., p. 52. Ibi, p. 132. 49 M. Almagro, Los relieves mitológicos orientalizantes de Pozo Moro, en «Trabajos de Prehistoria» 35 (1978), pp. 251-278: p. 262; Id., Pozo Moro. El monumento, cit., pp. 206-207. 47 48

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conservó de manera enormemente fragmentaria, y fue localizado en un majano delimitador, a la intemperie. Ya J.M. Blázquez50 advirtió que la serpiente no se yuxtaponía simplemente al cuadrúpedo, sino que formaba parte del mismo, tratándose por lo tanto no de un caballo sino de lo que los griegos entenderían como una quimera51. Por lo que respecta a la espada, Blázquez señalaba lacónicamente que “el caballero no está encima del supuesto caballo”, observación que desarrollaron C. Farnié y F. Quesada52 al señalar que la posición del brazo era incompatible con la representación de un jinete, pues el hombro, que no se ha conservado, estaría demasiado adelantado sobre el lomo, circunstancia ante la cual proponían que podría tratarse de un centauro con cola de serpiente. Por nuestra parte, al observar detenidamente la posición de la muñeca y de la mano que esgrime el arma, nos hemos apercibido de que la primera está flexionada hacia la parte delantera del animal, y que la palma de la mano se muestra hacia afuera (y no hacia el cuerpo del propio animal), todo lo cual supondría una postura muy antinatural si el portador del arma fuera un jinete montado sobre el supuesto caballo, o el propio centauro en el caso de que el monstruo pudiera identificarse como tal. Por otro lado, el arma es aferrada con el pulgar hacia el pomo y no hacia la guardia, una postura propia para apuñalar con un arma corta más que para esgrimir una espada. En definitiva, lo que proponemos es que el portador del arma no estaría sobre la bestia ni sería la bestia misma, sino que habría sido representado tras ella, la estaría sujetando con el brazo izquierdo, mientras que con el derecho estaría apuñalándola. Lamentablemente, de toda esta acción, solo se nos han conservado las ancas del monstruo cuadrúpedo con cola de serpiente, y el brazo derecho del humano agresor. Volviendo al arma representada, consta de una hoja de cuatro mesas, de longitud indeterminable por no haberse conservado su extremo, con guarda corta y rematada en un pomo que representa una cabeza de felino53. Este tipo de hoja no sería extraña en el armamento ibérico de la época, pues aparece en las llamadas espadas de frontón hasta mediados del siglo iv a.C.54. Pero lo que sí que resulta singular es el remate de la empuñadura del arma en una cabeza de felino, un tipo de empuñadura de50 J.M. Blázquez, Las raíces clásicas de la cultura ibérica. Estado de la cuestión. Últimas aportaciones, en «Archivo Español de Arqueología» 52 (1979), pp. 141-174: p. 154. 51 Cf. en último lugar I. Baglioni, La «costruzione» di un essere mostruoso. Riflessioni sulla struttura corporea di Chimaira, en «Storia, antropologia e scienze del linguaggio» 28, 3 (2013), pp. 95-110. 52 C. Farnié - F. Quesada, Espadas de hierro, grebas de bronce. Símbolos de poder e instrumentos de guerra a comienzos de la Edad del Hierro en la Península Ibérica. Museo de Arte Ibérico del Cigarralejo, Murcia 2005, p. 127. 53 Ibidem. 54 F. Quesada, El armamento ibérico. Estudio tipológico, geográfico, funcional, social y simbólico de las armas en la cultura ibérica (siglos vii-i a.C.), M. Mergoil, Montagnac 1997, pp. 174-187.

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sconocida hasta el momento en el mundo ibérico (tanto en la iconografía como entre los realia documentados) y en el resto del Mediterráneo Occidental y Central, y solo típica del armamento próximo oriental de épocas más antiguas, sobre todo entre las espadas hititas y neohititas55. Particularidad esta que se conjuga perfectamente con el resto de la iconografía de Pozo Moro, aparentemente extraña en su mayor parte respecto de la plástica ibérica y cuyas raíces parecen aproximarse en general al mundo próximo-oriental de épocas bastante anteriores56. En todo caso, en el propio monumento encontramos buenos paralelos para estas cabezas felinas, no solo entre los leones que protegen las esquinas del monumento, como en su día se propuso57, sino también y sobre todo en el monstruo que en el relieve del dendróforo58 expulsa fuego por la boca, en las tres cabezas felinas que en otro fragmento igualmente aparecen vomitando fuego59, y en la propia cabeza de la serpiente que constituye la cola del monstruo híbrido del relieve que estamos analizando. En definitiva, y asumiendo el carácter narrativo que los relieves de Pozo Moro parecen poseer60, nos encontraríamos con un héroe que apuñala a una bestia híbrida con una espada muy especial, sin duda exótica a los ojos de los iberos de finales del s. vi a.C., en cuya empuñadura aparecería representada la cabeza de algunos de los monstruos con los que ya se ha enfrentado, se enfrentará, o se está enfrentando en aquel mismo instante. Con la capacidad sintética que caracterizará siempre a la plástica ibérica, el héroe ha asumido ya como emblema en su arma, al modo de la leontea heraclea, la cabeza del monstruo que aún no ha eliminado. En muchas ocasiones se ha afirmado que ni la ideología ni la plástica presentes en el conjunto monumental de Pozo Moro arraigaron en el mundo ibérico posterior. Y si lo segundo es cierto en buena medida (aunque no completamente, como el mosaico de Iniesta nos recuerda61), resulta complejo aceptar lo primero, máxime cuando los escombros de la torre 55 C. Farnié - F. Quesada, Espadas de hierro, cit., pp. 127-128; R. Sanz - J.J. Blánquez, Caballeros ibéricos en torno a la Vía Hercúlea. Una mirada sobre la escultura ibérica, en P. Bueno et al. (eds.), Arqueología, sociedad, territorio y paisaje. Estudios sobre prehistoria reciente, protohistoria y transición al mundo romano en homenaje a Mª Dolores Fernández Posse, csic, Madrid 2011, pp. 253-278: p. 256. 56 M. Almagro, Pozo Moro. El monumento, cit., pp. 217-221; J.M. Blázquez, La aculturación en la religión indígena, en C. Blánquez - C. González Wagner (eds.), Formas de difusión de las religiones antiguas, Ediciones Clásicas, Madrid 1993, pp. 35-74: p. 38. 57 C. Farnié - F. Quesada, Espadas de hierro, cit., p. 127. 58 M. Almagro, Pozo Moro. El monumento, cit., pp. 201-202. 59 Ibi, p. 204. 60 R. Olmos, Signos y lenguaje en la escultura ibérica. Lecturas conjeturales, en R. Olmos (ed.), Al otro lado del espejo: aproximación a la imagen ibérica, Linx, Madrid 1996, pp. 85-98: p. 85; T. Chapa, El tiempo y el espacio en la escultura ibérica: un análisis iconográfico, en T. Tortosa - J.A. Santos (eds.), Arqueología e iconografía. Indagar en las imágenes. L’Erma de Britschneider, Roma 2003, pp. 99-119: p. 105. 61 S. González Reyero, Under divine wings, cit.

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derrumbada fueron elegidos como lugar de enterramiento por decenas de personas a lo largo de casi un milenio. Si bien el contenido ideológico de las ruinas y de las imágenes que permanecieron durante siglos a la vista evidentemente fue cambiando con el tiempo (al fin y al cabo la memoria asociada a los objetos es mutable62), el capital simbólico de los restos se mantuvo operativo. Y la prueba de ello es que, dos siglos después de la erección del monumento y posiblemente más de un siglo después de su derrumbe, alguien recordó el mito del guerrero que venció a la “quimera” (permítasenos llamarla así), se hizo forjar una espada con una cabeza de león en la empuñadura, y se hizo enterrar con ella, precisamente en la necrópolis de Pozo Moro. Que la espada que encontramos en la tumba 4Dinc3 sea una falcata y no un puñal o espada de hoja recta como la del relieve no es de extrañar, pues a mediados del s. iv a.C. la falcata era ya el tipo de espada más habitual en el mundo ibérico. Pero su dueño la hizo forjar con una empuñadura con una cabeza de león grabada, similar a la que la leyenda describía en relación con la gesta del héroe reflejado en el relieve, independientemente de que aquello no fuera lo habitual en el mundo ibérico. Es, podría considerarse, un objeto de memoria. Y no es casualidad que aparezca en una de las tumbas con un ajuar más rico, y en la que además la presencia de cántaros áticos en conjunción con armas parece demostrar una cierta familiaridad con, al menos, determinadas prácticas rituales de origen griego. En definitiva, estamos ante un sujeto que, a mediados del s. iv a.C., en el momento de mayor afluencia a la necrópolis (y por consiguiente, podríamos pensar, de mayor competición social), se entierra junto a una gran cantidad de riqueza amortizada, lo hace siguiendo unos rituales con reminiscencias mediterráneas, se presenta ante su sociedad como un guerrero, y además se postula como sucesor del héroe legendario que había salvado a su comunidad del horrible monstruo híbrido, asumiendo su emblema y haciéndose enterrar junto a los escombros del monumento en el que se representaba su historia, quizás concebido ya a estas alturas como la tumba del antiguo héroe cuya figura se confundiría en la memoria colectiva con la del gobernante que, en un momento dado a finales del s. vi a.C., se hizo enterrar en el lugar y esculpir los relieves. Todo ello, sin lugar a dudas, para que su persona social asumiera parte del capital simbólico que la figura legendaria aún poseía, legitimando de esta manera la preeminencia social de sus descendientes. 62 C.L. Crawford, Collecting, defacing, reincribing (and otherwise performing) memory in the Ancient world, en N. Yoffee, (ed.), Negotiating the past in the past. Identity, memory and landscape in archaeological research, The University of California Press, Tucson 2007, pp. 10-42: pp. 14-15.

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3. Los lobos ilicitanos: la difusión de un mito Pero dejemos ya la necrópolis de Pozo Moro, y trasladémonos a otro de los yacimientos señeros de la arqueología ibérica, la Alcudia de Elche (Alicante). Situada en el Camp d’Elx, una llanura costera de tierras fértiles recorrida por el Vinalopó y con fácil acceso tanto a la costa como a las canteras de El Ferrol, la Alcudia muestra una continuidad de poblamiento desde el s. vi a.C. hasta época romana, cuando se convertirá en colonia romana, alcanzando hacia el cambio de era las 9,8 ha63. Tradicionalmente, se ha venido dando por sentado que la Alcudia constituiría el núcleo hegemónico de la mitad sur de la Contestania, dado su tamaño, su larga perduración, la calidad y riqueza de su registro arqueológico, y su promoción colonial en época romana, y argumentando que constituiría el núcleo difusor de toda una serie de rasgos estilísticos que darían lugar a la escultura contestana, la cerámica de estilo Elche-Archena, la orfebrería del sureste o la escritura grecoibérica64. Sin embargo, recientemente diversos autores han señalado el hecho de que esta supuesta hegemonía no puede ser probada hasta época iberorromana. Así, si bien es cierto que las piezas procedentes de la Alcudia son extraordinariamente ricas, cuantitativamente son escasas y la mayoría están descontextualizadas65, contándose entre ellas pocas cerámicas importadas hasta época tardía66. Respecto de su extensión, esta se refiere realmente a fechas tardías, al menos iberorromanas, sin que podamos de momento extrapolarla a épocas anteriores. También el estilo decorativo vascular “Alcudia-Elche” (en caso de que pudiera hablarse de tal) es tardío, pues arranca a partir de mediados del s. ii a.C., y no constituye una evidencia fiable de un poder político centralizado de ningún tipo67. Por lo que respecta a la escultura, finalmente, resulta complejo situar en Elche el taller o centro emisor de los rasgos estilísticos que caracterizarán a las estatuas del sureste, y de hecho la distribución de estas en los valles y en torno a ciertas vías de comunicación hace pensar en espacios comarcales independientes más que en un único territorio centralizado68. En definitiva, si bien es cierto que los estudios territoriales más recientes coinciden 63 M. Almagro, El área superficial de las poblaciones ibéricas, en Los asentamientos ibéricos ante la romanización. Ministerio de Cultura, Madrid 1987, pp. 21-34: p. 24. 64 A.J. Domínguez, La escultura animalística contestana como exponente del proceso de helenización del territorio, en «Arqueología Espacial» 4 (1984), pp. 141-160; J.A. Santos, City and State in pre-Roma Spain: the example of Ilici, en «Antiquity» 68, 259 (1994), pp. 289-299. 65 L. Abad, La Alcudia ibérica. En busca de la ciudad perdida, en Iberia, Hispania, Spania. Una mirada desde Ilici, Ministerio de Cultura, Madrid 2004, pp. 69-78: p. 71. 66 F. Sala, Las cerámicas, en Iberia, Hispania, Spania, cit., pp. 181-188: p. 187. 67 T. Tortosa, Los grupos pictóricos en la cerámica del sureste y su vinculación al denominado estilo Elche-Archena, en C. Aranegui (ed.), Los iberos, príncipes de Occidente. Estructuras de poder en la sociedad ibérica, La Caixa, Barcelona 1998, pp. 207-216. 68 F. Sala, Algunas reflexiones a propósito de la escultura ibérica de la Contestania y su

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en situar a la Alcudia como el centro hegemónico a escala comarcal, con una cierta influencia desde el s. v a.C. sobre otros núcleos situados en las inmediaciones del Camp d’Elx tales como El Oral, La Escuera (San Fulgencio, Alicante) o La Picola (Guardamar del Segura, Alicante)69, quizás no sea hasta el s. ii a.C. cuando esta hegemonía trascienda la comarca y se extienda, al menos en el plano cultural e ideológico, por buena parte de la región contestana. Una de las manifestaciones de esta supuesta hegemonía tardía fue, como ya hemos apuntado antes, la difusión por todo el sureste del estilo decorativo Elche-Archena, esto es, de una serie de temas, motivos y técnicas pictóricas vasculares que a partir del s. ii a.C. se generalizaron por toda la Contestania, aplicándose con pequeñas variaciones locales en los diversos alfares. Los motivos habituales de este estilo fueron, fundamentalmente, las figuraciones vegetales, las divinidades femeninas en representación frontal, las aves y los carnassiers. Es en estos últimos en los que pretendemos centrarnos en estos párrafos. El término carnassier, tomado del francés, viene aplicándose desde comienzos del s. xx para referirse a las bestias híbridas representadas con profusión en los vasos decorados a los que nos estamos refiriendo. Aunque en ocasiones se describan simplemente como “lobos”, se trata, como bien es sabido, de cuadrúpedos a medio camino entre el lobo y el león, de tamaño monstruoso, con garras de ave y, en ocasiones, alados. Su representación recurrente en las cerámicas ilicitanas, en muchas ocasiones en contraposición al ave (símbolo de la diosa) o a la propia divinidad, así como su significado entre otros pueblos mediterráneos, ha llegado a conceptualizarlo como encarnación de la muerte y representante del mundo infernal70, como vehículo psicopompo71, en relación con el Más Allá, el chamanismo y determinados rituales de iniciación72, o vinculado entorno, en L. Abad - J.A. Soler (eds.), Arte ibérico en la España mediterránea. Universidad de Alicante, Alicante 2007, pp. 51-82: p. 55. 69 J. Moratalla, La tecnología del hierro como fundamento del crecimiento económico de época ibérica clásica: el ejemplo del sur de Alicante, en R. Balbín - P. Bueno (eds.), ii Congreso de Arqueología Peninsular iii. Primer milenio y metodología, Universidad de Alcalá, Alcalá de Henares 1999, pp. 375-387: pp. 278-285; I. Grau - J. Moratalla, El paisaje antiguo, en Iberia, Hispania, Spania, cit., pp. 111-118: pp. 114-115. 70 J.M. Blázquez, Imagen y mito. Estudio sobre religiones mediterráneas e ibéricas, Cristiandad, Madrid 1977, pp. 143-177; T. Chapa, Una cabeza de lobo ibérica, en bronce, en Homenaje al prof. Martín Almagro Basch 2, Ministerio de Cultura, Madrid 1983, pp 389-395: p. 392; H. Uroz, Prácticas rituales, iconografía vascular y cultura material en Libisosa (Lezuza, Albacete). Nuevas aportaciones al Ibérico Final del Sudeste, Universidad de Alicante, Alicante 2012, pp. 402-411. 71 R. Olmos, Caminos escondidos. Imaginario del espacio en la muerte ibérica, en «Complutum Extra» 6, 2 (1996), pp. 167-176: p. 172. 72 J. González Alcalde - T. Chapa, Meterse en la boca del lobo. Una aproximación a la figura del carnassier en la religión ibérica, en «Complutum» 4 (1993), pp. 169-176: pp. 172-174; M. Almagro, Lobo y ritos de iniciación en Iberia, en R. Olmos - J.A. Santos (eds.),

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al ethos guerrero, las cofradías guerreras y sus rituales iniciáticos (Almagro 1996b), sin que todas estas interpretaciones sean, evidentemente, contradictorias entre sí. Ahora bien, en las pocas ocasiones en las que el carnassier aparece representado junto a un ser humano, siempre varón, se nos muestra en combate con él, acosándolo o siendo acosado. Nos encontramos con este esquema iconográfico, por ejemplo, y sin ánimo de exhaustividad, en el conocido vaso del “joven y el dragón”73 (fig. 4), en otro pequeño fragmento en el que aparecen a escasa distancia la cabeza del carnassier y la del joven74, en otro vaso en el que un jinete persigue desarmado a una de estas bestias75, o en otro pequeño fragmento en el que un carnassier erguido sobre sus extremidades traseras se abalanza sobre un jinete76.

Fig. 4: vaso del “Joven y el lobo” de la Alcudia de Elche. Fuente: R. Olmos Rimera, En la flor de la Edad. Un ideal de representación heroico iberohelenístico, en «Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid» 28-29 (2002-2003), pp. 259-272: p. 263.

Como acertadamente ha señalado recientemente T. Chapa77, la representación del combate entre hombre y lobo es uno de los pocos temas Iconografía ibérica, iconografía itálica: propuestas de interpretación y lectura, Universidad Autónoma de Madrid, Madrid 2003, pp. 103-127; J. González Alcalde, Totemismo del lobo, rituales de iniciación y cuevas-santuario mediterráneas e ibéricas, en «Quaderns de Prehistòria i Arqueologia de Castelló» 25 (2006), pp. 249-269. 73 T. Tortosa, Imagen y símbolo en la cerámica ibérica del Sureste, en R. Olmos (ed.), Al otro lado del espejo. Aproximación a la imagen ibérica, Linx, Madrid 1996, pp. 145-162: p. 153. 74 R. Olmos, Originalidad y estímulos mediterráneos en la cerámica ibérica: el ejemplo de Elche, en «Lucentum» 7-8 (1988-1989), pp. 79-102: p. 98. 75 A.J. Lorrio, El armamento, en Iberia, Hispania, Spania. Una mirada desde Ilici, Ministerio de Cultura, Madrid 2004, pp. 155-166: p. 165 n. 3. 76 R. Olmos, La ninfa Ilike, en T. Tortosa - S. Celestino (eds) - R. Cazorla (coord.), Debate en torno a la religiosidad protohistórica (“Archivo Español de Arqueología” 55), csic, Madrid 2010, pp. 49-63: p. 51. 77 T. Chapa, El increíble monstruo creciente: el tema del combate entre el héroe y el lobo

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que se repiten asiduamente en la iconografía ibérica, con una amplia tradición documentada ya en el santuario de El Pajarillo (Huelma, Jaén)78, de mediados del s. iv a.C., pero que en las decoraciones vasculares ilicitanas encuentra una particular acogida. En estos casos los guerreros, habitualmente jóvenes, se enfrentan a la bestia híbrida en solitario, haciendo uso de las armas o no, en un duelo épico y seguramente cosmológico de carácter paradigmático79. Se trata de una gesta legendaria, pues un monstruo de semejante condición solo puede ser derrotado, máxime en solitario, por un guerrero de capacidades singulares, sobrehumanas, modelo paradigmático del joven ibérico80 y del ethos guerrero81, que además al vencer al carnassier se apropiará de algunas de sus cualidades82. Un varón, en definitiva, que es capaz de proteger a su comunidad, y que por tanto debe ser aceptado como gobernante de la misma, tanto él como sus descendientes, a los que se les suponen capacidades similares. Y también a los que, siglos después, se proclamen descendientes suyos, desde luego. Intuimos de nuevo, por tanto, la existencia de un mito, de la memoria de un heroico combate contra el mal que habría tenido lugar en época legendaria pero que serviría en la Alcudia iberorromana para legitimar de alguna manera la preeminencia social de ciertas elites, que al fin y al cabo serían las que encargaban y exhibían estos vasos. No se trata ya de un “monstruo propiamente dicho”, según la distinción que propone P. Li Causi83, sino de seres paradójicos que no surgen contra natura sino que son fruto de una naturaleza, la misma que rodea a la comunidad ibérica, cambiante e imprevisible. Ahora bien, ¿cuándo habría surgido este mito? O, mejor dicho, ¿a partir de qué mitemas anteriores se habría reelaborado en época iberorromana para ser plasmado en las cerámicas ilicitanas? Difícil nos es saberlo, dadas las limitaciones de las fuentes disponibles y dado lo escurridizo del ámbito ideológico en el que nos estamos moviendo. Pero podemos apuntar un dato que quizás nos lleve por buen camino:

en la iconografía ibérica, en A. Perea (ed.), La fíbula de Braganza, csic, Madrid, 2011, pp. 189-203: p. 189. 78 M. Molinos et al., El santuario heroico de “El Pajarillo” (Huelma, Jaén), Universidad de Jaén, Jaén 1998. 79 R. Olmos, La representación humana en la cerámica del sureste: símbolo y narración, en xxiii Congreso Nacional de Arqueología i, Ministerio de Cultura, Elche 1996, pp. 275-282: pp. 276-277. 80 T. Chapa - R. Olmos, El imaginario del joven en la cultura ibérica, en «Mélanges de la Casa de Velázquez» 34, 1 (2004), pp. 43-83: pp. 57-58. 81 M. Almagro, El Rey Lobo de la Alcudia de Elche, Universidad de Alicante, Alicante 1999, p. 25. 82 T. Chapa, El increíble monstruo creciente, cit., p. 202. 83 P. Li Causi, Mostri propriamente detti e creature paradoxa. Un tentativo di classificazione, en I. Baglioni (ed.), Monstra. Costruzione e percezione delle entità ibride e mostruose nel Mediterraneo Antico, vol. 2, Quasar, Roma 2013, pp. 53-67.

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y es que, en toda la Contestania, prácticamente la única representación de un carnassier de la que tengamos noticia anterior a la época iberorromana en las que se decoran las cerámicas ilicitanas aparece, de hecho, en la propia Alcudia de Elche.

Fig. 5: torso de guerrero de la Alcudia de Elche. Fuente: R. Ramos - A. Ramos, La escultura ibérica de la Alcudia, cit., p. 138.

Nos estamos refiriendo a un conocido fragmento escultórico, hallado amortizado bajo un viario que discurre al sur de la posterior basílica de Ilici junto con otras estatuas y una moneda hispanocartaginesa84, y que representa un torso de guerrero protegido por un llamativo cardiophilax decorado con una inmensa cabeza de carnassier85 (fig. 5). Se trata de una pieza de muy buena calidad escultórica, datada de manera tentativa en el s. iv a.C. en base a paralelos estilísticos86 y que pertenecería, quizás, a un heroon o monumento consagrado a un héroe y sus gestas ubicado en sus inmediaciones con anterioridad a la remodelación urbana del s. iii a.C.87. Aunque la pieza ha llegado hasta nosotros incompleta, podemos pensar, dado que parece concebida para su visión frontal, que lo que más llamaría la atención de la misma, en lo que el escultor quería que nos fijásemos, era precisamente en el cardiophilax lobuno que tanto destaca sobre el pecho del guerrero. Un prótomo de lobo allí dispuesto y exhibido para causar pavor a los oponentes del guerrero, a modo de gorgoneion88, pero 84 R. Ramos, El templo ibérico de La Alcudia. La Dama de Elche, Ayuntamiento de Elche, Elche 1995, 115-121. 85 R. Ramos - A. Ramos, La escultura ibérica de la Alcudia, en Iberia, Hispania, Spania. Una mirada desde Ilici, Ministerio de Cultura, Madrid 2004, pp. 133-144: p. 138. 86 T. Chapa, La escultura zoomorfa ibérica en piedra, Universidad Complutense de Madrid, Madrid 1980, p. 907. 87 M. Almagro, El rey lobo de la Alcudia, cit., pp. 16-19. 88 M. Almagro, El rey lobo de la Alcudia, cit., p. 26.

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que al mismo tiempo capta con habilidad la etiología del lobo en disposición de ataque, si bien añadiéndole algunos elementos que convierten a la bestia en monstruosa89. Un prótomo que quizás, de manera similar al aludido gorgoneion que portaba tanto Perseo como Atenea, o que la leontea de Heracles, recordaría al enemigo vencido por el héroe en combate singular y se convertiría en emblema identitario de este. Proponemos, por tanto, que tal vez el cardiophilax del fragmento escultórico aludido nos esté hablando de una gesta anterior del héroe representado, en cuyo ciclo mítico difícilmente podemos profundizar dadas las extremas limitaciones del registro. De poder aceptarse nuestra lectura, encontraríamos en la Alcudia anterior al siglo iii a.C. una primera representación del mito del combate entre el héroe y el lobo que en época iberorromana se representará asiduamente en la decoración cerámica ilicitana. Los pintores ilicitanos de los siglos ii y i a.C. (y, por supuesto, los aristócratas que los movilizaban) estarían de esta forma recuperando una vieja leyenda, quizás de carácter cosmológico y fundacional, que sería bien conocida y aceptada por la colectividad y que podía ser efectiva para la legitimación de los gobernantes presentes, cuya preeminencia social, en un mundo enormemente cambiante como el iberorromano, requeriría de nuevos mecanismos ideológicos que la naturalizaran en el habitus colectivo. Desde luego, con anterioridad a la conquista romana la representación del combate entre el héroe y el lobo no era privativa de la “memoria” ilicitana. No tenemos más que pensar en el conjunto escultórico de El Pajarillo, ya aludido, cuyo grupo principal alude precisamente a un certamen como este, también en este caso de carácter cosmológico. Pero llama la atención que, en toda la Contestania y sin apenas excepción (salvo quizás una pequeña matriz hallada en la llamada “tumba del orfebre” de la necrópolis de Cabezo Lucero, Guardamar del Segura, datada a mediados del s. iv a.C. y que presenta una posible cabeza de carnassier en negativo90; o el carnassier que es cazado en el llamado “vaso de los guerreros” de la Serreta de Alcoy, datable ya en los momentos inmediatamente anteriores a la ii Guerra Púnica91), la única imagen que encontramos de un carnassier se represente en relación con un guerrero y aparezca precisamente en la Alcudia. Ahora bien, no perdamos de vista un aspecto importante, y es que, en época iberorromana, no solo se representan lobos (y combates entre lobos T. Chapa, El increíble monstruo creciente, cit., p. 194. H. Uroz, El programa iconográfico religioso de la “Tumba del Orfebre” de Cabezo Lucero (Guardamar del Segura, Alicante), Museo de Arte Ibérico de El Cigarralejo, Murcia 2006, p. 54. 91 R. Olmos - I. Grau, El vas dels guerrers de La Serreta, en «Recerques del Museu d’Alcoi» 14 (2005), pp. 79-98. 89 90

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y héroes) en la Alcudia de Elche y sus inmediaciones, sino en todos los núcleos por los que se distribuye el llamado estilo decorativo ilicitano, esto es, por buena parte de la Contestania92. Ello quiere decir que, posiblemente, el antiguo mito ilicitano del certamen individual entre el héroe y el carnassier se difundió, junto con los vasos, por todo este territorio entre los siglos ii y i a.C., siendo aceptado y utilizado por las diversas comunidades, cuyas clases gobernantes puede que se sintieran representadas en el héroe que, haciendo alarde de sus capacidades singulares, defiende a su comunidad del Mal que le acecha en tan monstruosa forma. No pretendemos argumentar, desde luego, que la Alcudia de Elche impusiera un cierto poder político, o siquiera ideológico, por toda la regio contestana. Pero sí que, a medida que la importancia simbólica y económica de la ciudad creció tras la conquista romana y su preeminencia traspasó los límites del Bajo Vinalopó, junto con el estilo de decoración cerámica se difundieron por buena parte de la regio contestana algunos de los viejos mitos ilicitanos, mitos que posiblemente serían aprehendidos, reinterpretados y utilizados por las diversas elites locales en beneficio propio. 4. La esfinge de Corral de Saus: la legitimación del cambio Culminaremos este nuestro pequeño recorrido por la memoria del combate contra el Mal en la necrópolis de Corral de Saus (Mogente, Valencia). Nos encontramos, en este caso, con un pequeño cementerio, radicado en la comarca de la Costera, junto al poblado ibérico de Castellaret, y en el que se han documentado hasta el momento una veintena de enterramientos. Pese a hallarnos ya próximos al cauce del Júcar, y por tanto en la frontera norte de las tierras contestanas, todavía se trata de una necrópolis tumular, en la que se documentan enterramientos de encachados tumulares alternando con tumbas en hoyo93. La cronología de la necrópolis es un asunto enormemente debatido. La mayor parte de los ajuares funerarios se componen de artefactos datables entre los siglos iii y i a.C., por lo que algunos autores asignan estas fechas al período de utilización del cementerio94. Sin embargo, dispersos 92 Cf. en último lugar E. Verdú El jinete y el monstruo: un oinokhóe ibérico decorado de Ifach, en J.M. Abascal Palazón (ed.), Calp, Arqueología y Museo, marq, Alicante 2009, pp. 68-83. Uroz, Prácticas rituales, iconografía, cit., pp. 402-411. 93 E. Pla, La necrópolis ibérica, con sepulturas de empedrado tumular, de Corral de Saus, en Mogente (Valencia), en xiv Congreso Nacional de Arqueología, Ministerio de Cultura, Zaragoza 1977, pp. 727-738: pp. 730-732; J. Aparicio - F. Cisneros, La necrópolis ibérica del Corral de Saus en el complejo de Carmoxent (Moixent, Valencia) i. Excavaciones de 1972 a 1985. Memorias e inventarios, Servicio de Investigación Prehistórica, Valencia 2007, p. 38. 94 D. Fletcher - E. Pla, Las esculturas en piedra de «El Corral de Saus» (Valencia), en «Bellas Artes» 74 (1974), pp. 38-39: p. 38; I. Izquierdo, El contexto arqueológico de las dos grandes tumbas del Corral de Saus (Moixent, Valencia), en «Verdolay» 7 (1995), pp. 217-237:

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por la necrópolis aparecen también gran cantidad de fragmentos escultóricos cuya cronología es evidentemente anterior, lo que ha llevado a otros autores a ampliar la horquilla de frecuentación de la necrópolis entre los siglos v y i a.C., y de hecho datando entre los siglos v y iv a.C. determinadas tumbas en hoyo de planta oval, deficientemente conservadas95. En nuestra opinión, sin embargo, el problema únicamente radica en asumir, como se ha hecho tradicionalmente, que todo resto escultórico ibérico pertenecía a una superestructura funeraria. Posiblemente, como hemos planteado anteriormente con Pozo Moro, desde décadas o incluso siglos antes de que el lugar comenzara a utilizarse como necrópolis, allí se erigía un conjunto monumental. Este constaría de al menos un monumento turriforme, cuya reconstrucción fue planteada hace ya tiempo por M. Almagro96, e incluiría esculturas de como mínimo dos posibles sirenas, tres felinos, dos bóvidos, un grifo y un cuadrúpedo indeterminado, además de los relieves de varias jóvenes con trenzas97. Ahora bien, en un momento dado estas esculturas fueron fragmentadas, algunas de ellas con tal saña que fueron convenientemente seccionadas y “escuadradas” para convertirlas en paralelepípedos que encajaran con los demás sillares delimitadores de los encachados tumulares98. Esta fragmentación generalmente se ha datado a finales del s. iv a.C., haciéndola coincidir con la destrucción del poblado de la Bastida (Mogente, Valencia) y de otros yacimientos contestanos99, pero en realidad no podemos saber si todas las esculturas fueron destruidas a un mismo tiempo, y en todo caso no creemos que esta destrucción fuera anterior a la erección de las tumbas en las que fueron encajadas, todas las cuales son levantadas posiblemente en el s. iii a.C. En todo caso, algo que queremos subrayar es que la fragmentación de estas esculturas y su inclusión en las tumbas posteriores no significa que las viejas estatuas hubieran perdido todo su capital simbólico, ni que fueran tratadas como simple material constructivo. Quizás los constructores de las tumbas de los siglos iii y ii a.C. no compartían la ideología que pretendían difundir las esculturas, quizás no captaban bien el mensaje pp. 221-228; Id., La necrópolis ibérica del Corral de Saus (Mogente, Valencia): elementos de arquitectura y escultura monumental, en «Madrider Mitteilungen» 42 (2001), pp. 102-137: p. 130. 95 J. Aparicio, Tres monumentos ibéricos valencianos: la Bastida, Meca y el Corral de Saus, en Homenaje a Domingo Fletcher Valls, cit., pp. 145-205: p. 197; J. Aparicio - F. Cisneros, La necrópolis ibérica del Corral, cit., p. 39. 96 M. Almagro, El pilar-estela de las «damitas de Mogente» (Corral de Saus, Mogente, Valencia), en «Archivo de Prehistoria Levantina» 17 (1987), pp. 199-228. 97 E. Pla, La necrópolis ibérica, con sepulturas, cit., pp. 732-734; D. Fletcher - E. Pla, Las esculturas en piedra, cit., pp. 58-61; I. Izquierdo, La necrópolis ibérica del Corral, cit., pp. 103-120; D. Lowenthal, El pasado es un país, cit., 98 J. Aparicio - F. Cisneros, La necrópolis ibérica del Corral, cit., pp. 38-39. 99 Cf. por ejemplo I. Izquierdo, La necrópolis ibérica del Corral, cit., p. 134.

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que en su día transmitieron, pero en todo caso no podían dejar de observar que estaban destruyendo y enterrando, junto con los difuntos en cuestión, fragmentos de sirenas, leones y mujeres, elementos iconográficos todos ellos que aún seguían utilizándose en la plástica ibérica de la época. Lo que proponemos, por tanto, es que estas esculturas fueron destruidas y reutilizadas en los enterramientos tumulares de manera premeditada, buscando precisamente apropiarse del capital simbólico que aún destilaban las viejas estatuas. Nos resultará difícil saber con qué fines esto se llevó a cabo, pues la antropología nos ofrece ejemplos para todos los gustos, tanto de imágenes que se destruyen para reavivar el recuerdo de lo que evocaban100, como reliquias que son destruidas para intentar imponer el olvido social101.

Fig. 6: vaso del “Guerrero y la esfinge” de Corral de Saus. Fuente: I. Izquierdo, Un vaso inédito con excepcional decoración pintada procedente de la necrópolis ibérica de Corral de Saus (Moixent, València), cit., p. 97.

Pero atendamos a uno de los artefactos que llegó a la necrópolis de Corral de Saus tiempo después. Nos referimos al vaso catalogado en el Museo de Prehistoria de Valencia como sip 60516, del tipo A-ii.2.2.1 de 100 R. Bradley, The translation of time, en R.M. Van Dyke - S.E. Alcock (eds.), Archaeologies of memory, Blackwell, Oxford 2003, pp. 221-227: pp. 223-224. 101 D. Lowenthal, El pasado es un país, cit., pp. 377-504.

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Mata y Bonet102, esto es, una tinajilla sin hombro, de borde saliente, cuello inclinado y perfil en S, de tamaño medio y pasta anaranjada (fig. 6). A pesar de que ha podido reconstruirse casi por completo, se recuperó enormemente fragmentada, habiéndose documentado hasta el momento unas 40 piezas del recipiente, de las que tan solo conocemos el contexto exacto de 25, que se hallaron enormemente dispersas por el sector A de la excavación, al oeste de la llamada tumba de las Sirenas y con una mayor concentración de fragmentos en torno a las cuadrículas A/B 13. No se ha podido recuperar una estratigrafía clara en esta área, enormemente removida, y los materiales documentados junto a los fragmentos del vaso incluyen importaciones datables entre los siglos iv y ii a.C.103, por lo que resulta imposible asignar al vaso una datación precisa basándose en criterios contextuales; por paralelos estilísticos, no obstante, apostaríamos por una cronología aproximada para el mismo de en torno al s. ii a.C. La decoración principal del vaso se sitúa en un friso que recorre la mitad superior del mismo, entre la carena y el borde, flanqueada por dos bandas de motivos geométricos, y dividida en dos escenas casi iguales. En ambas, se representa la lucha individual entre un varón y un monstruo híbrido de grandes proporciones. El varón viste camisola y pantalones ceñidos por un ancho cinto, y se cubre con un tocado que podría ser una piel de animal, y que de hecho ha sido identificado por algunos autores como una posible leontea104. Deba relacionarse o no a este héroe ibero con el Heracles mediterráneo, en nuestro vaso el sujeto porta en una de las escenas por todo armamento una lanza, que clava en la pata de su oponente, en tanto que en la otra blande un puñal de hoja triangular, sin duda para rematar al monstruo ya herido. Por lo que respecta a este, se trata de un gran cuadrúpedo, de proporciones mucho mayores a las humanas; muestra cuerpo y patas de carnassier (con el costillar marcado, como resulta habitual en las representaciones del estilo Elche-Archena), y de sus hombros brotan dos grandes alas; ahora bien, la cabeza de lobo ha sido sustituida por una cabeza humana, varonil. Aunque el tocado con el que se cubre este ser híbrido ha sido caracterizado en alguna ocasión como un tocado de serpientes, como si de una Gorgona se tratara105, en nuestra opinión se trataría de un casco de bronce con cresta como el documentado 102 C. Mata - H. Bonet, La cerámica ibérica: ensayo de tipología, en Estudios de arqueología ibérica y romana. Homenaje a Enrique Pla Ballester, Servicio de Investigación Prehistórica, Valencia 1992, pp. 117-173. 103 I. Izquierdo, Un vaso inédito con excepcional decoración pintada procedente de la necrópolis ibérica de Corral de Saus (Moixent, València), en «Saguntum» 29 (1995), pp. 93104: pp. 94-95. 104 Ibi, p. 99; R. Olmos, Viajes iniciáticos en Grecia y en Iberia: un recorrido iconográfico hacia el reino de lo desconocido, en F. Marco et al. (eds.), Viajeros, peregrinos y aventureros en el mundo antiguo, Universitat de Barcelona, Barcelona 2010, pp. 115-146: pp. 132-133. 105 I. Izquierdo, Un vaso inédito con excepcional, cit., p. 99.

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en la tumba 277 de Cigarralejo (datada entre los siglos v y iv a.C.)106, que también se representa en un par de ocasiones en la cerámica ilicitana107. Semejante monstruo ha sido caracterizado por lo general como una esfinge, ser híbrido de larga tradición en la plástica ibérica en piedra108, que por lo general actúa como un personaje de frontera, con carácter psicopompo y relacionado íntimamente con la divinidad femenina, a la que sirve109. Se trata por lo general de esfinges humanizadas, que, al igual que sucede en la plástica ática desde muy pronto, se muestran como seres benéficos y protectores de los difuntos. Ahora bien, largo tiempo ha pasado desde que las últimas esfinges fueron esculpidas en el mundo ibérico. La esfinge de Corral de Saus ha perdido, evidentemente, el carácter benéfico propio de su estirpe, se ha convertido en una amenaza, y ha de ser combatida y abatida por el héroe humano, que ha de empeñar en la empresa sus singulares cualidades. Pero el cambio también se percibe a nivel icónico: la esfinge no es ya femenina como las antiguas esfinges representadas en piedra, sino que es masculina; sustituye la misteriosa sonrisa de aquellas por una mirada amenazante, y las trenzas femeninas por el casco broncíneo. El cuerpo de león, animal representante de la realeza entre los iberos, finalmente, ha sido sustituido por el del carnassier, que como señalábamos anteriormente aludía al mal y la muerte. Se trata de una esfinge, en definitiva, muy alejada de sus precedentes en piedra110. Pero, ¿es accidental esta transmutación? ¿Es casual la elección de esta esfinge maléfica para su representación en el vaso, en un vaso depositado precisamente en la necrópolis de Corral de Saus, como ofrenda para unas tumbas en cuya estructura se han incluido además fragmentos de esculturas previamente destruidas? En nuestra opinión, ambos comportamientos pueden ponerse en relación. El tratamiento de las esculturas nos indica que, lejos de haberse olvidado el capital simbólico que aquellas aún atesoraban, dicho capital simbólico era reconocido, pero pretendía combatirse el mensaje ideológico que las imágenes transmitían mediante su destrucción y ocultamiento. Un mensaje ideológico propio de una sociedad 106 E. Cuadrado, Un casco típicamente ibérico, in O.-H. Frey (ed.), Festchrift für Wilhelm Schüle. Zum 60. Geburstag (“Internationale Archäologie” 1), M.L. Leidorf, Büch am Erlbach 1999, pp. 81-85. 107 I. Ballester et al, Corpus Vasorum Hispanorum. Cerámica del Cerro de San Miguel de Liria, Ministerio de Educación, Madrid 1954: nn. 380-381. 108 T. Chapa, La escultura zoomorfa, cit., pp. 927-952. 109 R. Olmos, Signos y lenguaje en la escultura, cit., p. 87; Id., Viajes iniciáticos en Grecia y en Iberia, cit., pp. 132-133; T. Chapa - M. Belén, Viaje a la eternidad. El grupo escultórico del Parque Infantil de Tráfico (Elche, Alicante), en «spal: Revista de prehistoria y arqueología de la Universidad de Sevilla» 20 (2011), pp. 151-174: p. 164. 110 I. Izquierdo, Seres híbridos en piedra: un recorrido a través del imaginario de la muerte en Iberia, en I. Izquierdo - H. Le Meaux (eds.), Seres híbridos. Apropiación de motivos míticos mediterráneos, Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid 2003, pp. 261-289: p. 270.

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ibérica de los siglos v y iv a.C. que, quizás, no podía ser aceptado ya por unas elites iberorromanas necesitadas de nuevos referentes ideológicos, por lo que dichas elites locales optaron, en este caso, por reaccionar contra el mismo explícitamente. Esta reacción, en el plano de la decoración vascular, se plasmó en la imagen del guerrero luchando contra la esfinge. La “misma” esfinge que siglos antes había actuado como guardiana de los miembros difuntos de las aristocracias dirigentes, era ahora combatida por el héroe que, como en los casos anteriores, podemos considerar representante de las nuevas elites gobernantes, y por extensión, recurriendo a una metonimia perversa, de toda la sociedad. El mismo “monstruo” que otrora constituía un emblema de los antiguos gobernantes, ahora se concebía como un amenaza para la comunidad. Al fin y al cabo, como recientemente apuntaba I. Baglioni111, la percepción de la monstruosidad está directamente ligada a los sistemas culturales, y cambiará a medida que las condiciones históricas y los propios sistemas se transformen. Pero reparemos en que, sensu stricto, no es la misma esfinge: para obviar todas sus connotaciones psicopompas y su relación con la divinidad femenina ibérica, se recurre a una esfinge muy poco habitual en la plástica ibérica, privada de algunos de sus atributos más tradicionales; para resaltar el carácter maligno del ser que durante siglos se había considerado benéfico, se “hibrida” su figura con la del lobo, y se sustituye su sonriente rostro femenino por el de un fiero guerrero. Transformaciones que no le privan de su “esencia”, pues en tanto que ser híbrido compuesto, sus atributos individuales pueden cambiar sin que la bestia deje de resultar reconocible112. El resultado es una imagen identificable con las antiguas esfinges pero de connotaciones claramente distintas, amenazadoras. La sociedad ha cambiado, y con ella la escala de valores y el discurso ideológico de las elites dirigentes, necesitadas de nuevos referentes legitimadores. Y si los aristócratas ilicitanos para consolidar su poder optaron por recuperar y difundir el mito del viejo héroe que venció al lobo, los potentados que se enterraron en Mogente escogieron reaccionar contra las antiguas ideologías y las leyendas arcaicas. En una elección que, a juzgar por la continuidad de la necrópolis hasta el s. i a.C., encontró una buena y duradera acogida.

111 I. Baglioni, Note alla terminologia e al concetto di «mostruoso» nell’antica Grecia, en Id. (ed.), Monstra, cit., vol. 2, pp. 15-32: pp. 25-26. 112 L. Verderame, Osservazioni a margine dei concetti di «ibrido» e «mostro» in Mesopotamia, en I. Baglioni (ed.), Monstra, cit., vol. 1, pp. 161-172: p. 171.

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5. Conclusión El mitema del combate contra el Mal, en forma de certamen singular entre el héroe, representante de toda su comunidad pero dotado de capacidades singulares, y el monstruo, síntesis de lo desconocido y extremo de alteridad, se ha utilizado recurrentemente a lo largo de toda la Historia, por la práctica totalidad de las civilizaciones. Para la clase dirigente, el recurso a esta estructura narrativa contribuye a naturalizar su preeminencia, pues les presenta como los sucesores del héroe que salvó a la sociedad, y por tanto como herederos de sus extraordinarias capacidades, de su posición como defensores del sistema, y en consecuencia de su legitimidad para el gobierno. El resultado es que, pese a las limitaciones del registro que constriñen nuestro análisis del mundo ibérico, leyendas de este tipo pueden rastrearse en varias de las comunidades del sureste (y no solo del sureste), y podemos constatar su pervivencia a lo largo de los siglos y su recuperación en aquellos momentos en los que el “recuerdo” de este tipo de “memoria” legendaria se tornaba más necesaria. A través de tres casos de estudio radicados en otros tantos de los yacimientos más conocidos de la arqueología ibérica, hemos observado cómo el recuerdo del combate legendario contra el Mal se puede movilizar de diversas maneras: para reivindicar la herencia heroica en un contexto de competencia aristocrática creciente; para ocultar los cambios que se están dando en el seno de la sociedad, naturalizando las nuevas formas de poder haciéndolas pasar por tradicionales, aunque ello implique extender un mito propio de una comunidad concreta a toda la región; e incluso para reaccionar frente a los viejos discursos ideológicos, dando oportunidad a la nueva elite dirigente (o al menos a quienes se presentaban como tal) de romper con los antiguos mitos y las antiguas formas de poder que aquellos sustentaban. Estas páginas, finalmente, nos han demostrado hasta qué punto la ideología se materializa, esto es, se plasma en una serie de artefactos materiales que contribuyen a difundirla y a consolidarla; y hasta qué punto son los propios artefactos, la propia iconografía, la que no solo difunde sino que crea mensajes ideológicos. La vieja tesis de que la ideología es consecuencia del orden material y se crea para justificarlo debe ponerse, pues, en entredicho. La materialidad crea ideología, y la ideología crea materialidad. Y, por consiguiente, el historiador puede acceder a la ideología de las sociedades estudiadas a través de su materialidad, incluso aunque estas no nos hayan legado textos, incluso si sus textos, como los ibéricos, no pueden traducirse por el momento.

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ABSTRACT El mito del combate entre el héroe y el monstruo es analizado como una herramienta de legitimación política empleada por las aristocracias ibéricas prerromanas en diversos momentos y con distintos objetivos. La memoria de este combate legendario es instrumentalizada, según los intereses de la elite en el poder que la actualiza y difunde, para reivindicar la herencia de un antiguo gobernante, para justificar la extensión de la hegemonía de una ciudad sobre sus alrededores, o para legitimar un cambio en el régimen político. This paper discusses the myth of the fight between the hero and the monster, interpreted as an instrument of political legitimization, used by the pre-Roman Iberian aristocracies in different times and with different goals. The Iberian elites actualized and spread the memory of this combat, depending on their circumstantial interests, to claim the heritage of an ancient leader, to justify the extension of a city’s hegemony, or to legitimize a political change. KEYWORDS Identidad, memoria, ii Edad del Hierro, Contestania, Iberos Identity, memory, Second Iron Age, Contestania, Iberians

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