La lógica de la cooperación

July 15, 2017 | Autor: Fernando Aguiar | Categoría: Collective Action, Rational Choice, Acción Colectiva, Elección Racional, Mancur Olson
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LOS BIENES PUBUCOS y EL PROBLEMA DE LA ACCION COLECTIVA

Si por algo se caracterizan los bienes que adquirimos en el mercado (ya sean trajes, manzanas o autom6viles), es por su consumo exclu­ yente: mientras conduzco mi vehículo no lo puede hacer otro;. el trozo de manzana que me como no se puede compartir y en el par de guantes que me protegen del frío s610 caben dos manos. Los economistas denominan bienes privados a las mercancías que no se pueden consumir simultáneamente. Pensemos, por el contrario, en bienes que no se suministran en el mercado, como el alumbrado de una calle, una cadena estatal de televisi6n o un parque. Todo ello se puede consumir simultánea­ mente: se trata de los denominados bienes públicos. Poseen éstos dos propiedades fundamentales: la oferta conjunta y la imposibilidad de exclusi6n. Un bien que se ofrece conjunta­ mente está a disposici6n de los consumidores en iguales cantida­ des. La luz de un faro, por ejemplo, no ilumina más a unos barcos que a otros. Frente a los bienes privados, cuyo consumo total repre­ senta la suma de los consumos individuales (los trozos de tarta que nos comemos son la tarta), el consumo del bien público -como demostr6 Samuelson- es el mismo para todos: «el consumo indi­ vidual de tal bien no resta nada al consumo de otros» 1. En segundo lugar, resulta de enorme dificultad que alguien se vea excluido del consumo de un bien público. Un aparato de radio es un bien privado que no todo el mundo posee, pero si se cuenta con él, no se puede impedir el libre acceso a las emisiones radiof6­ niocas, que son un bien público. 2 Estoy muy agradecido a Andrés de Francisco por sus críticas a las distintas versiones de este articulo. I Samuelson, 1982, p. 175.

, Sobre la imposibilidad de exclusión véase Head, 1982.

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Con todo, estas dos propiedades solamente no bastan para distinguir ciertos bienes públicos entre sÍ. Algunos bienes pú­ blicos (que los economistas denominan «mixtos» o «ambi­ guos», para diferenciarlos de los «puros» que estudió Samuel­ son) sufren de lo que se ha dado en llamar «rivalidad» o «co­ lapso»: cuando el número de consumidores sobrepasa cierta cantidad, disminuye el beneficio individual. No se disfruta tanto, por ejemplo, en un parque público abarrotado que en otro prácticamente vacío, por más que su «consumo» sea, sin duda, simultáneo. Puesto que esta característica es muy fre­ cuente -son raros los bienes públicos puros- la oferta con­ junta (en el sentido del consumo simultáneo), la imposibilidad de exclusión y el colapso definen a la vez casi todos los bienes públicos '. Supongamos que un sindicato lucha por conseguir una subi­ da de sueldo para los crabajadores. Tanto si éstos cooperan como si no, tal subida, de obtenerse, beneficiará a todos por igual y sin excepción. Por este motivo, es posible que a muchos trabajado­ res no les interese tomarse la molestia de sindicarse, de cooperar. De igual modo, si alguien se sustrae, por ejemplo, al pago de la contribución urbana, no por ello dejará de tener su calle ilumi­ nada. Ciertos individuos, comportándose como auténticos gorro­ nes o francotiradores, pueden beneficiarse de un bien público (la subida de sueldo, el alumbrado de las calles, etc.) sin sufrir sus costes, y ello debido a que no es posible excluirlos del consumo de tal bien. Con todo, si se multiplican este tipo de conductas quizás fracase la obtención del bien común. Podemos decir, por tanto, que el problema de la acción colectiva o problema del gorrón aparece cuando el interés privado impide la obtención de un bien público. Cuando en 1965 Mancur Olson publicó su obra Tbe Logic ofCo­ llective Action, arremetió contra la extendida idea de que los grupos son producto del interés privado de sus miembros: si cada uno de nosotros desea conseguir un bien público, nada parece más narural que organizarse para obtenerlo. Por el contrario, Olson sostuvo -como tendremos ocasión de ver más adelante- que un indivi­

l Véase Head, 1969, y Cueto-Arango y Trujillo, 1986, cap. 15, y Taylor, 1987, cap. 1.

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duo racional no cooperá con un grupo para obtener un bien públi­ co, a menos que se le obligue\ La lógica de la acción colectiva se asemeja, en su opinión, a la lógica del mercado: a un grupo de em­ presas le beneficiaría actuar de común acuerdo para mantener los precios elevados; pero desde un punto de vista individual quizás compense más violar la política de cártel unilateralmente para in­ crementar las ventas frente a los demás. El resultado final no es si­ no el fracaso de la cooperación. Podemos afirmar, una vez más, que el problema de la acción co­ lectiva o del gorrón se refiere al fracaso de los individuos egoístas y racionales para obtener un bien público o promover el interés co­ mún 5• A su vez, la lógica de la acción colectiva o de la cooperación consiste en el esrudio formal (mediante el análisis costes-benefi­ cios, la teoría de juegos, la teoría de la elección racional, etc.) del problema de la acción colectiva y sus posibles soluciones. Antes de pasar al siguiente apartado, hagamos un alto en el concepto de «racionalidad». Entendemos que un individuo se con­ duce racionalmente en un sentido restringido (tbin) si (i) cuenta con un conjunto dado de preferencias consistentes6 ; (ii) a tenor de tales preferencias busca los medios más adecuados para maximizar su beneficio. Una persona es racional, en este sentido, cuando es «efi­ caz a la hora de asegurarse su propio interés »7. Este tipo de racio­ nalidad puramente instrumental supone, pues, una conducta bási­ camente egoísta; (iii) se considera que los incentivos individuales para la acción son limitados. De no ser así la teoría restringida de la racionalidad resultaría tautológicas. En un sección posterior se

< "Pero na es de hecho cierto que la idea de los grupos actuarán en su propio. interés se siga lógicamente de la premisa de la conducta racional y egoísta», Olson, 1971 " p. 1. Al contrario, como se verá, de tal premisa se sigue que los grupos no actuarán según su interés. l Véase Taylor, 1987, p. 3. 6 Se dice que las preferencias son consistentes cuando los individuos establecen una jerarquía entre ellas (o, en sentido técnico, una ordenación) que satisface los requisitos de la integridad y la transitividad. Entre dos alternativas X e Y o bien prefiero X a Y o bien prefiero Y a X, pero, en cualquier caso, he de elegir alguna de las dos. Esto es lo que afirma la integridad. Según la transitividad, si prefiero X a Y e Y a Z, enton­ ces también prefiero X a Z. La traducción de thin por restringida es de Andrés de Francisco. 7 Hardfn, 1982a, p. 10.

s Sobre la teoría restringida (thin theary) de la racionalidad véase Elster, 1983. p. 3.

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analizarán estos supuestos con más detalle. Hasta entonces, siem­ pre que hablemos de racionalidad lo haremos en este sentido, esto es, Como maximización del interés privado (en sentido egoísta) a partir de unas preferencias dadas. El esquema de este artículo es el siguiente: presentamos en pri­ mer lugar el trabajo de Olson, analizando al mismo tiempo sus defi­ ciencias. Seguidamente, nos adentramos en el uso de la teoría de jue­ gos en relación con nuestro tema. Más en concreto, veremos cómo se emplean los juegos denominados «dilema del prisionero» y «juego del gallina» en relación con la lógica de la cooperación. U na sección puente en la que se analiza el supuesto de la conducta racional y egoísta dará paso a dos modelos en los que se introducen motivacio­ nes altruistas de la acción común. En la última sección presentamos diversas motivaciones que pueden influir en la cooperación9• LA LOGICA DE MANCUR OLSON

Sindicatos, asociaciones profesionales, organizaciones de granjeros o asociaciones de vecinos se caracterizan, entre otras cosas, por sumi­ nistrar bienes públicos. Si una asociación de vecinos, por ejemplo, se propone mejorar la situación general de su barrio, tal mejora afectará a todo el vecindario, se colabore o no con la asociación. La organización (en este caso la asociación de vecinos) no es sino un conjunto ..d e personas que colaboran entre sí para suministrar un bien cómun a un grupo (en este caso el vecindario)lO. A primera vis­ ta, podría parecer obvio que las organizaciones son producto directo del interés compartido por los miembros de un grupo. Sin embar­ go, Olson puso de relieve, como apuntamos más arriba, la dificultad

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de pasar mecánicamente de los intereses individuales a la acción co­ lectiva. Su tesis central es la siguiente: cuanto mayor sea el grupo, menor será el incentivo individual para conseguir el bien público ll • O, dicho de otra forma, a menos que el grupo sea muy pequeño, a los individuos racionales no les interesará cooperar para conseguir un bien público, a no ser que se les coaccione o se les ofrezca algún bien privado. Olson nos brinda la siguiente explicación 12.

1. Cuanto mayor es el grupo, menor resulta el beneficio individual neto que se obtiene del bien público. . A medida que el grupo aumenta disminuye la porción del bien que nos corresponde -se reduce el beneficio individual-, mien­ tras que los costes de la participación (dinero, tiempo, etc.) perma­ necen fijos. Por ello resulta ventajoso no colaborar, dejando que lo hagan otros. Olson presenta una sencilla fórmula de costes y bene­ ficios que recogen esta idea. Supongamos que e representa el coste de la cooperación, Vi el beneficio bruto para el individuo i, y Ai su beneficio neto. La ecuación Ai = Vi - e indica cuándo merece la pena participar en una acción colectiva. En efecto, si Ai (el benefi­ cio neto para el individuo i)es menor que cero, como ocurre en los grupos grandes, no interesa cooperar. Si Ai es mayor que cero, en­ tonces colaborar resultará ventajoso. Pero sólo en los grupos peque­ ños en los que el beneficio bruto es elevado (pues hay pocos entre los que repartir) y los costes pueden ser bajos, merece la pena esfor­ zarse por conseguir el bien público. (1

2. Cuanto mayor es el grupo, menos posibilidades tiene de ser privilegiado 9 Conviene que hagamos una nueva advertencia antes de seguir. Como se ve, empleamos los términos «cooperación", «acción colectiva» y «acción común» de for­ ma análoga. Siguiendo ajan Elster (1985, p. 137) nos referimos con estos térmióos a la elección por parte de un grupo de personas de una conducta individual que les re­ porta el mejor resultado colectivo. 10 Organización y grupo no son, en efecto, lo mismo. Los obreros de la construcción forman parte de un mismo grupo; un sindicato de ese sector es una organización que surge de ese grupo. Sin embargo, a menudo emplearemos por comodidad «grupo» con el sentido de «organización» (o como abreviatura de grupo organizado frente a grupo no organizado). Por el contexto quedará claro el uso de este término.

A partir de la ecuación anterior OIson desprende una tipología de grupos según su tamaño. Denomina «privilegiados» a los grupos pequeños en los que Ai es mayor que cero, al menos para una per­

1I «La paradoja, pues, consiste en que ... los grupos grandes, al menos si están compues­ tos por individuos racionales, no actuarán en interés del grupo.,) Olson, 1982, p. 18. " El resumen que sigue se basa en Olson, 1971 (2." ed.), cap. 1.

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sona: «Un grupo privilegiado -afirma 0150n- es un grupo tal que cada uno de sus miembros, o al menos alguno de ellos, tiene motivos para ver que se suministra el bien colectivo, incluso si tu­ viera que soportar él todo el peso de este suministro» 13. Los grupos que no son privilegiados se denominan «latentes». Se caracterizan por resultar imperceptible si un individuo concreto colabora o no, de forma que puede actuar como un gorrón sin que nadie reaccione contra él. Los grupos latentes, pues, difícilmente suministrarán el bien colectivo. En los grupos grandes o latentes no sólo es menor el beneficio neto individual, sino que, además, re­ sulta más fácil pasar desapercibido si no se colabora. Una tercera categoría la representan aquellos grupos que, por su tamaño, se encuentran entre los latentes y los privilegiados: son los grupos «intermedios», Estos no son ni lo suficientemente grandes como para que la colaboración individual no se aprecie, ni lo sufi­ cientemente pequeños como para que a alguno de sus miembros les merezca la pena suministrar por su cuenta el bien colectivo si nadie lo hace. Por ello precisan un pequeño impulso organizativo para de­ jar de ser latentes: si todo el mundo colabora, merece la pena hacerlo.

3. Cuanto mayor es el grupo, mayores son los costes de organización. El tercer paso del argumento de Olson quizás sea el que menos co­ mentario requiere. Claramente, cuanto. mayor es el grupo, mayores son las dificultades para organizarlo, debido a la multitud de cone­ xiones que hay que establecer entre los miembros. A peslV de todo, a nadie se le escapa la existencia de grandes grupos organizados (partidos, sindicatos, organizaciones empre­ sariales, etc.) muy eficaces a la hora de ofrecer bienes públicos. ¿Cómo se entiende esta aparente contradicción con las tesis de 01­ son? Sólo si se valen de la coacción u ofrecen algún bien privado a los que colaboran, pueden tener éxito los grupos grandes, en opi­ nión de Olson. Existen, en efecto, grandes grupos que suministran bienes públicos; pero no promueven la cooperación apelando a tales bienes, sino mediante «incentivos selectivos»14. Estos pueden ser

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Olson, 1971, p. 49.

Olson, 1971, p. 53 Ycap. 6.

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positivos (un bien privado) o negativos (algún tipo de coacción). Si nos comportamos como esquiroles en una huelga, quizás los pique~ tes -incentivos selectivos negativos- nos hagan cambiar de opi­ nión. En otras ocasiones pertenecer a un sindicato puede aportar al­ gún incentivo positivo (mayor seguridad en el empleo para los sin­ dicados, por ejemplo). Además, los incentivos selectivos pueden ser económicos o sociales. Estos últimos -la amistad, la solidaridad, el repudio al no cooperar, etc.- son de importancia capital para entender la participación, si bien Olson se centra sobre todo en los económicos. Los grupos latentes sólo se movilizan para obtener un bien público si se ofrece a los individuos incentivos selectivos. Tal movilización, por tanto, no es producto directo del interés in­ dividual por el bien colectivo, sino subproducto, efecto secun­ dario, del interés por los incentivos selectivos. El grupo grande no puede impedir la aparición de gorrones a menos que pro­ porcione algún tipo de bien privado. Pero ello supone, enton­ ces, que la propia existencia del grupo viene determinada por esos bienes selectivos que ofrece, y no por el suministro del bien público. Esta es, en esencia, la «teoría del subproducto» (by-product theory) ideada por Olsonpara explicar la aparente contradicción entre su tesis central -el fracaso de la acción colectiva en los grupos grandes- y la existencia de grandes grupos no laterttes ll • Asimismo, un líder o «empresario político» (political entre­ preneur) interesado en que un grupo grande le apoye-con vo­ tos, por ejemplo- podría dedicar sus recursos (esfuerzo orga­ nizativo, tiempo, dinero, etc.) a la movilización de un grupo . latente. Un individuo concreto llegaría incluso a ofrecer por su

" OIson, 1971, pp. 133 Yss. Olson, en efecto, afirma que DD 2 > CD := 1. Para esta persona lo ideal sería que todos menos él dejaran el coche aparcado (esto es, prefiere D cuando los demás eligen e). En su de­ fecto, convendría que nadie lo usara, es decir, que todo el mundo (incluido i) eligiera la estrategia C. M:as este resultado es inestable,

CDHP¿tTUD 24 En una nota anterior se dj!;¡;;(~n.dorden de preferencias no es sino una jerarquía de las mismas que satisface la'" . y la transitividad. La. numeración que se pre­ senta aquí (los "pagos», como se denomina técnicamente) tan sólo indica el puesto que ocupa cada preferencia en la jerarquía del individuo.

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ya que se mueve a los jugadores de inmediato a defraudar para ob­ tener mayor ventaja a costa de los otros. Así pues, el resultado final conduce al fracaso de la cooperación (DD), al caos circulatorio en este ejemplo: nadie renuncia a su automóviL La lógica del dilema resulta implacable. Aunque la solución del juego no es un óptimo de Pareto -pues existe un resultado (CC) que mejora la situación de los jugadores sin empeorar la de ningu~ no- se halla no obstante en equilibrio: la estrategia D es preferible en cualquier caso, se tenga en cuenta o no lo que hagan los demás, pues nadie puede mejorar su resultado optando unilateralmente por C 25. Quizás alguien se pregunte, perplejo, por qué los jugadores no cooperan si saben que obtendrán así un resultado aceptable para to­ dos. Podría ocurrir, sin embargo, que los jugadores no supieran en realidad qué van a hacer los demás -si colaborán o no- porque la comunicación entre ellos es imposible. En tal caso, el cooperar en­ trañaría un enorme riesgo desde un punto de vista individuaL Mas suponiendo que la comunicación sea posible, de forma que se pue­ de llegar a un acuerdo para cooperar, ¿quién nos asegura que todos lo cumplirán? Sólo algún tipo de coacción o de incentivo externo al , dilema nos lo podría asegurar. Pero entonces provocamos una reor­ denación de las preferencias individuales (al obligar a elegir la coo­ .' peración) que nos aleja del dilema, en vez de resolverlo, y nos con­ duce a una situación distinta por completo. Nos interesa saber cómo puede surgir la cooperación entre personas racionales y egoís­ tas --en el sentido ya apuntado- que ordenan sus preferencias al modo del dilema del prisionero, no cómo podríamos cambiar tal orden mediante incentivos o motivos externos al juego (problema muy distinto que se verá en una sección posterior). Michael Taylor denomina «soluciones internas» a las que «ni implican ni presuponen cambios en el "juego", es decir, en las posi­ bilidades abiertas al individuo ... en las preferencias individuales (o más en general en las actitudes) y en sus creencias (incluyendo ex­ pectativas)>>. A las soluciones que, como apuntábamos anterior­

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mente, transforman las posibilidades, las preferencias o las creen­ cias de la gente las denomina Taylor «externas» 26. Pues bien, no existe solución interna alguna que promueva la cooperación cuan­ do el dilema del prisionero se juega una sola vez. En tal caso, com­ portarse como un gorrón es siempre lo más racionaL ¿Podríamos decir lo mismo si en lugar de dos personas (dos in­ dividuos o uno solo contra los demás) jugaran entre sí un número n indefinido de personas, tal y como ocurre en casi todos los casos reales de cooperación o acción colectiva? Thomas Schelling estima que, en el dilema del prisionero de n personas, «el resultado de­ pende del número» de jugadores que elijan una estrategia u otra. En su opinión, Hay cierto número, k, mayor que 1, tal que si los individuos que k enumera o más eligen la alternativa que no prefieren y el resto no, los que lo hacen están mejor que si todos hubieran elegido sus alternativas preferidas, pero si ascienden a un número menor que k esto no es cierto 27.

El parámetro k representa, por tanto, el tamaño mínimo que ha de tener una coalición de individuos para obtener beneficio de la estrategia cooperadora C (o, en otros términos, para no salir perju­ dicados por ser los únicos que colaboran en la obtención del bien colectivo). Si un número lo suficientemente elevado de conductores -por seguir con nuestro ejemplo- optara por dejar el coche en casa, es decir, no eligieran lo que prefieren, parece claro que se en­ contrarían mejor (en una ciudad menos congestionada y, por tanto, menos ruidosa y contaminada) que si todos eligieran la alternativa que desean. En el epígrafe anterior ya señalamos la importancia de que exista un subgrupo de cooperadores. Sin embargo, cuando se trata con el dilema del prisionero no sólo importa el número de jugadores que eligen cada una de las estrategias: aún importa más que el juego se repita numero­ sas veces. Se ha demostrado, formal y empíricamente, que la única forma de que se produzca una solución cooperativa inter­ na en el dilema (de dos o n personas) consiste en jugarlo repe­ tidamente 28. Como ya hemos apuntado, el comportamiento ra­ Taylor, 1987, p. 22. Schelling, 1982, p. 111. 28 Véase Rapoport y Chammah, 1965, p. 51 y ss. Sin embargo, los autores nos ad­ vierten que tal «solución» es muy inestable, pues resulta difícil saber qué hacen los demás a medida que aumenta el número de participantes. '6

" Un resultado es un óptimo de Pareto si no empeora la situacción de nadie y me­ jora la situación al menos de una persona. El resultado CC",3 es mejor para todos que la solución del dilema, DD=2. Sobre el concepto de equilibrio consúltese Shubik, 1982, p. 240.

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cional para jugadores que tan sólo se encuentran una vez aconseja no cooperar. ¿Por qué motivo habría de renunciar a mi preferencia si no sé a ciencia cierta qué harán los demás, y, aun sabiéndolo, no me los voy a encontrar de nuevo? En efecto, si hay que tomar la decisión de cooperar o no de una vez por todas, sin posible enmienda, no merece la pena formar parte del subgrupo k en ningún caso: si es muy pequeño, por­ que no se obtiene beneficio, como apunta Schelling; si es lo su­ ficientemente grande, porque se gana mucho más aprovechán­ dose de él. A la hora de construir modelos para explicar problemas reales de acción colectiva conviene destacar, en primer lugar, que tales acciones suelen prolongarse durante cierto tiempo y, en segundo lugar, que la participación de un individuo depende en gran medida de lo que hagan los demás. Estas dos características de la acción colectiva -sus aspectos dinámico y estratégico- se recogen adecuadamente con el dilema del prisionero de n personas iterado. Al repetirse una y otra vez la situación que origina el dilema, los miembros de un grupo interesados en algún bien colectivo pueden aprender a cola­ borar. El automovilista de una gran ciudad quizás decida no sacar su coche, aunque lo desee, si un subgrupo lo sufi­ cientemente grande de conductores, hastiados por el in­ tenso tráfico cotidiano, hace lo mismo. Ahora bien, si los demás no cooperan, tampoco él cooperará. La colaboración no se asegura, mas la repetición del dilema puede hacerla sur­ gir. Robert Axelrod ha demostrado que esa colaboración es posi­ ble en situaciones de dilema del prisionero. Tal es, sin duda, el mérito de su obra La evolución de la cooperación 29, Axelrod se pre­ gunta cómo podría surgir la cooperación entre individuos egoís­ tas; cómo deberíamos comportarnos ante el dilema para evitar un resultado subóptimo, A su entender «para que la cooperación evolucione es necesario que los individuos tengan una probabili­ dad suficientemente grande de volverse a encontrar, de modo que tengan algo que ganar en una futura interacción» 3D, Una

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Véase Axelrod, 1986.

Axelrod, 1986, p. 31.

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vez que se cumple este requisito, la cooperación evoluciona en tres etapas: 1, Puede surgir en un contexto en el que imperan los gorro­ nes, siempre y cuando se siga una estrategia «condicionalmente co­ operativa», es decir, una estrategia según la cual ,se coopera si lo hacen los demás, 2. tal estrategia cooperadora, «basada en la reciprocidad», puede obtener excelentes resultados al enfrentarse a diversas estra­ tegias menos cooperadoras, 3. la cooperación recíproca demuestra ser, «colectivamente es­ table», pues es capaz de defender a la sociedad (al grupo que la em­ plea) de la «invasión» de estrategias menos cooperativas o clara­ mente egoístas. Un grupo de jugadores que siga la estrategia condicio­ nalmente cooperativa denominada «toma y daca» (tit for tat) no sólo obtendrá resultados inmejorables en un contex­ to donde reine el interés privado, sino que, además, conse­ guirá que su curso de conducta se propague con cierta faci­ lidad. «Toma y daca» se caracteriza por comenzar siempre cooperando, para continuar a continuación tal y como lo haga la estrategia oponente: cooperando si coopera, defraudando si defrauda 31, La reciprocidad, la claridad en la conducta y la indulgencia con los que cambian de opinión y deciden coo­ perar (propiedades todas ellas de esta estrategia), junto con la posibilidad de volverse a encontrar en el futuro, son las claves de una cooperación estable entre individuos básicamente egoís­ tas.

31 Fue A. Rapoport quien ideó esta' estrategia a partir de sus trabajos empíricos con el dilema del prisionero en el campo de la psicología experimenta!. Rapoport descu­ brió que los individuos que se encontraban en situaciones de dileina del prisionero aprendían a confiar entre sí: «Por ejemplo, la frecuencia con que un sujeto elige C (es­ to es, cooperar) justo después de que haya tenido lugar un sentido cooperativo doble (CC) sugiere una medida de "honradez": ese sujeto no se aprovecha de la voluntad del otro de cooperar cambiando a la estrategia D que le recompensa de inmediato. Por otro lado, la tendencia a repetir C después de haber cooperado sin ser correspondido sugiere una determinación a "enseñar mediante el ejemplo", a intentar inducir a! otro a cooperar incluso a! precio de recibir el peor de los cuatro pagos» (Rapoport, 1974, pp. 25-26). Para más información, Rapoport y Chammah, 1965.

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Quizás la debilidad principal de la propuesta de Axelrod resi­ de en el hecho de que sus jugadores tan sólo se enfrentan de dos en dos. Este modelo del dilema del prisionero ha mostrado gran eficacia en el ámbito de la biología a la hora de explicar la con­ ducta cooperativa de ciertos animales, pero cuando se trata de en­ tender la cooperación humana resulta un tanto inadecuado 32. Al «jugar» los participantes por pares nos quedamos sin saber cómo respondería «toma y daca» ante un verdadero dilema del prisio­ nero iterado de n jugadores que se enfrentaran entre sí simultá­ neamente y que empleasen múltiples estrategias poco o nada coo­ perativas. Ha sido Michael Taylor quien ha prestado mayor atención a este problema. Taylor demuestra que la cooperación puede sur­ gir en un dilema de n personas iterado (o superjuego del dilema del prisionero de n personas, como él lo denomina) entre juga­ -dores que adoptan «estrategias condicionalmente cooperativas». Para que se produzca la cooperación no es preciso, a su entender, que los que colaboran adopten una sola estrategia cooperativa ( DC=3 > DD=2 > CD=1. Si los jugadores se tienen simpatía, es decir, si les preocupa el bienestar ajeno porque de alguna manera afecta al suyo propio, la cooperación será el resultado preferido por todos (CC). En el juego anterior se prefería no cooperar si los demás cooperaban. Ahora, por el contrario, se prefiere cooperar si colaboran todos. Pero es preciso tener la seguridad (de ahí el nombre del juego) de que, efectivamente, lo harán, es decir, que nadie acruará con las prefe­ rencias del dilema del prisionero. De esta forma, afirma Sen, se su­ pera la suboptimalidad social, y aún más, incluso si los jugadores tuvieran en realidad un orden de preferencias egoísta pero actuasen como si contaran con las preferencias del juego de la seguridad (esto es, se impusieran un segundo orden de preferencias sobre el prime­ ro, como cuando queremos no querer fumar) el resultado sería muy favorable para todos. 3. Compromiso (juego de la consideración por los demás); CC = 4 > CD = 3 > DC 2 > DD 1. En este juego la cooperación es la estrategia estrictamente do­ minante: se colabora hagan lo que hagan los demás. El resultado (CC) supone, pues, la cooperación incondicional. En un grupo de individuos comprometidos que buscan el bienestar de los demás sin asomo de egoísmo, ni es posible la suboptimalidad ni se necesi­

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ta para cooperar saber qué harán los demás (pues sin duda colabo­ rarán). A su vez, estos órdenes de preferencias pueden someterse a una ordenación ulterior. Si una persona actúa en consonancia con sus preferencias subjetivas preferirá el orden de preferencias del egoísmo al de la simpatía o el compromiso. En ciertas situaciones --como en las relaciones de mercado-- quizás sea este orden de ór­ denes de preferencias el más eficaz. Pero en el caso que nos ocupa, en el caso de suministro de bienes públicos, un metaorden máJ mo­ ral es también más eficaz a la hora de evitar la subopdmalidad so­ cial. En términos generales, Sen apunta que «en la medida en que la moralidad tiene que ver con lograr el óptimo social, se tiene la tentación de ordenar los tres pares de preferencias en un orden mo­ ral», esto es, primero el compromiso, luego la simpatía y por últi­ mo el egoísmo. De esta forma, al obtener con esa conducta moral un resultado óptimo, la sociedad podría desarrollar tradiciones en las que se privilegiara el compromiso 55. Sin duda, la teoría de las metapreferencias es la que más se aleja de la estrecha vía marcada por la teoría económica de la conducta. Con todo, aún quedan cabos sueltos. Quizás se pueda promover el compromiso social como propone Sen, ¿pero quién lo asegura? No resulta creíble, desde luego, una sociedad com­ puesta única y exclusivamente por individuos comprometidos. y por lo que se refiere al suministro del bien público el proble­ ma del gorrón seguiría subsistiendo. A menos que hubiera mu­ chos individuos capaces de comprometerse o de imponerse el orden de preferencias del juego de la seguridad, los egoístas re­ calcitrantes podrían hacer fracasar la acción colectiva. En otras palabras, no sabemos cómo funcionaría una sociedad en la que se entremezclaran en distinta medida las actitudes comprometi­ das, las simpáticas y las egoístas. Sen no apunta nunca en esa dirección 56.

$, Véase Sen, 1982b, p. 79. " De este aspecto de la cuestión no tratado por Sen y de la eficiencia económica del altruismo se ocupa S. Kolm (1983) en un artículo magistral. En contra de los postu­ lados económicos clásicos ---
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