La libertad de prensa: formaciones sociales y medios de comunicación

July 28, 2017 | Autor: S. Salazar Navarro | Categoría: History of Communication
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Descripción

UNIVERSIDAD DE LA HABANA FACULTAD DE COMUNICACIÓN

TESIS DE LICENCIATURA

LA LIBERTAD DE PRENSA: FORMACIONES SOCIALES Y MEDIOS DE COMUNICACIÓN

AUTOR: SALVADOR SALAZAR NAVARRO TUTORAS: DRA. RAYZA PORTAL MORENO / LIC. JANNY AMAYA TRUJILLO

LA HABANA, MAYO/2006

A MI ABUELO, SALVADOR SALAZAR Y ROIG (1892-1950) AD AUGUSTA PER ANGUSTA

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AGRADECIMIENTOS A punto de concluir la redacción final del informe de tesis, me gustaría dedicar un momento especial a todas las personas que de una forma u otra han contribuido en la realización del mismo. En primer lugar, mi más profundo agradecimiento a las tutoras, sin cuya estrecha colaboración este trabajo no hubiese llegado a buen término. A la Dra. Rayza Portal, por el apoyo brindado y por tener en todo momento mayor seguridad en la feliz conclusión de la investigación, que el propio autor de estas líneas. A la Lic. Janny Amaya, por su visión científica, por perdonar mi obsesividad, y por encontrar siempre un momento para atenderme. Ha sido para mí un verdadero privilegio poder trabajar con ustedes, y espero que la relación se mantenga más allá de esta tesis. Al Msc. Raúl Garcés, cuyos consejos han sido de extrema utilidad a lo largo del proyecto, por dedicarme parte de su tiempo, por predicar la humildad que ha de tener todo periodista. A la profesora Hilda Saladrigas y demás profesores de la asignatura Metodología de la Investigación, por mostrarme el rumbo y animarme con el ejemplo, a emprender la travesía científica. A los buenos profesores, que a lo largo de estos cinco años de Universidad han contribuido en mi formación, y que quedarán como ejemplos en el trabajo futuro. A mi madre, por encontrar siempre fuerzas para seguir luchando. A mi padre, por creer que un mundo mejor es posible, e intentar cada día convencerme de ello. A ambos, por estar siempre a mi lado, por despertarse sin sueño a las cinco de la mañana, por tocar a mi puerta, por secundarme. A Yaimara, por todas las cosas que ella sabe, y también por las que ni se imagina, por decirme la hora en la guagua, por sus ataques de pánico en la esquina del Chaplin, por las caminatas en las arenas de Brisas. Por estar junto a mí. A mis abuelas, una aquí, la otra siempre, gracias por todo. A la tía Ofelia y lo real maravilloso de nuestra casa en la Víbora. A los tíos de Madrid, por confiar en mí y apoyarme, por dejarme materializar un sueño. A los tíos y tías de La Habana, al tío Ariel en Oriente, a los primos, primas, pequeños primos y pequeñas primas de esta familia inmensa. A la tía Maty especialmente, que ojalá pudiese leer estas líneas. A la familia ampliada del Sevillano: Anita, Nancy y Miriam, y otros largos etcéteras, que forman ya parte indisoluble de mi vida. A mi gente de la Lenin, y los que se han sumado en estos años de convivencia (Rey, Anay, el Chie, Laura, Harold, Néstor, Javier y Martica). Espero tenerlos siempre a todos cerca, y sino… ustedes se lo pierden. A Deysi y a Adriana, a quienes también les concierne un poco de esta historia. A mis compañeros de clase, sobre todo a los que más de cerca han tenido que soportar mi pesimismo en este año de tesis (Jaisy, Yinet, Maylin y Sandra). A todos, muchísimas gracias por su ayuda La Víbora, mayo de 2006.

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Me gustaría ser sabio también Los viejos libros explican la sabiduría: Apartarse de las luchas del mundo Y transcurrir sin inquietudes nuestro breve tiempo Librarse de la violencia, Dar bien por mal, No satisfacer los deseos y hasta olvidarlos: tal es la sabiduría Pero yo no puedo hacer nada de esto: Verdaderamente vivo en tiempos sombríos Bertolt Brecht

“(...) Desde el punto de vista político o ideológico, no hay nada en los medios de comunicación que no se pueda entender aplicando el sentido común. Puedes arropar lo que dices en una jerga especializada o en largas frases alambicadas para darle el aspecto de una teoría, pero no será más que una fachada. Cualquier persona puede entender lo que se dice en los medios de comunicación. Los intelectuales, en general, pretenden lo contrario, y les interesa que la gente se lo crea. Cuando sabes hablar de forma rebuscada y utilizando palabras difíciles, pasas a formar parte de los privilegiados. Te invitan a congresos y te colman de honores, pero ¿tienen algún contenido tus discursos? Esa es la cuestión. Es mejor ver si puedes decir lo mismo con palabras sencillas. Y casi siempre es posible” Noam Chomsky

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RESUMEN El presente trabajo obedece a una de las líneas investigativas de la Facultad de Comunicación de la Universidad de la Habana: los estudios teóricos e históricos de la información y la comunicación. Partiendo del modelo de Manuel Martín Serrano, la dialéctica marxista y los postulados de la vigilancia epistemológica, esta investigación teórica sistematiza las definiciones de libertad de prensa vigentes a lo largo de la modernidad. Además, recoge aquellos postulados, construidos desde la izquierda, que han intentado proponerse el concepto más allá del radio capitalista, como son las teorías de Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo y Antonio Gramsci. Asimismo intenta plantearse, a partir de una visión descolonizada, el problema de la libertad de prensa en el contexto del tercer mundo, así como los retos que enfrenta esta categoría en la construcción de un socialismo válido para el siglo XXI. Apoyándose en una recogida bibliográfica de información, se pretendió hacer dialogar a los principales autores relacionados con el tema, elaborando el discurso a partir de su relación con la historia y la filosofía. Se insistió además en analizar las características que asume la libertad de prensa en el mundo globalizado actual.

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ÍNDICE Introducción...............................................................................................8 Acápite teórico-metodológico ......................................................................... 10 2.1. REFERENTES METODOLÓGICOS FUNDAMENTALES................................................. 10 2.2. PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN ...................................................................... 10 2.3. PREGUNTAS DE INVESTIGACIÓN ..................................................................... 10 2.4. Objetivo general ................................................................................... 10 2.5. OBJETIVOS ESPECÍFICOS ............................................................................ 10 2.6. CATEGORÍA ANALÍTICA............................................................................... 10 2.7. PRINCIPALES DIMENSIONES DEL ANÁLISIS DE ESTA CATEGORÍA ................................. 11 2.8. PRESUPUESTOS DE INVESTIGACIÓN ................................................................ 11 2.9. REFERENTE TEÓRICO FUNDAMENTAL ............................................................... 14 2.10. DEFINICIONES CONCEPTUALES .................................................................... 16 2.11. TIPO DE INVESTIGACIÓN ............................................................................ 16 2.12. SOBRE LAS TÉCNICAS .............................................................................. 17 2.13. ANÁLISIS DE LA BIBLIOGRAFÍA ..................................................................... 17 2.14. SOBRE EL CRITERIO DE PERIODIZACIÓN HISTÓRICA .............................................. 17 Capítulo 1: La libertad de prensa clásica .......................................................... 20 3.1. APORTES DEL PENSAMIENTO ANTIGUO Y MEDIEVAL AL TEMA..................................... 21 3.1.1. Antigüedad y democracia................................................................... 22 3.1.2. Civilizaciones grecolatinas y libertad de comunicación.............................. 23 3.1.3. El medioevo.................................................................................... 26 3.2. TRÁNSITO A LA MODERNIDAD Y ANTIGUO RÉGIMEN ............................................... 27 3.2.1. Guerras de religión y libertad de imprenta .............................................. 28 3.2.2. Prensa y absolutismo........................................................................ 30 3.2.3. Gacetas holandesas y libertad de mercado ............................................. 32 3.3. LAS REVOLUCIONES BURGUESAS Y EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD ............................. 33 3.3.1. Papel de la Ilustración inglesa y francesa en las concepciones acerca de la función de la prensa ................................................................................. 35 3.3.1.1. La Ilustración inglesa...................................................................... 36 3.3.1.2. La Ilustración francesa .................................................................... 38 3.3.1.2.1. Diderot...................................................................................... 38 3.3.1.2.2. Montesquieu .............................................................................. 39 3.3.1.2.3. Voltaire ..................................................................................... 40 3.3.1.2.3. Rousseau .................................................................................. 40 3.3.2. Revolución y Restauración en Inglaterra ................................................ 42 3.3.2.1. Milton. Principio de la autocorrección ................................................. 44 3.3.3. Independencia de las Trece Colonias .................................................... 46 3.3.3.1. El pensamiento de los Padres Fundadores ........................................... 47 3.3.3.2. La Primera Enmienda...................................................................... 49 3.3.4. La Revolución Francesa..................................................................... 50 3.3.4.1. La Declaración de Derechos ............................................................. 51 3.3.4.2. La institucionalización de un orden .................................................... 52 3.3.5. Revoluciones de 1848 ....................................................................... 54 3.3.5.1. John Stuart Mill ............................................................................. 57 Capítulo 2: La libertad de prensa en el mundo actual ......................................... 60 6

4.1. LA CONSOLIDACIÓN DEL MODELO CLÁSICO DE LIBERTAD DE PRENSA ........................... 62 4.1.1. El modelo norteamericano, prensa de a centavo y Primera Enmienda............ 64 4.2. PRIMERA GUERRA MUNDIAL. LIBERTAD DE PRENSA, PROPAGANDA Y CONSTRUCCIÓN DEL CONSENSO ................................................................................................. 68 4.3. SEGUNDA GUERRA MUNDIAL........................................................................ 73 4.3.1. La libertad de prensa en el fascismo ..................................................... 74 4.4. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL .......................................................................... 76 4.4.1. El sistema de comunicación-mundo...................................................... 78 4.4.1.1. Retorno al modelo liberal. El libre flujo de información ............................ 81 4.5. IDEOLOGÍA DE LA PRENSA CAPITALISTA. EL MITO DE LA LIBERTAD DE PRENSA ................. 85 4.5.1. La doctrina de la responsabilidad social ................................................ 90 4.5.2. La libertad de prensa como garante de la democracia. El cuarto poder .......... 92 Capítulo 3: Libertad de prensa y alternativas al capitalismo ................................ 95 5.1. LA PRENSA MARXISTA ............................................................................... 97 5.2. REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE. LENIN Y LA LIBERTAD DE PRENSA.................................. 99 5.3. ROSA LUXEMBURGO, POR UN SOCIALISMO HUMANISTA ......................................... 104 5.4. EL MODELO SOVIÉTICO............................................................................. 107 5.5. ANTONIO GRAMSCI: PRENSA, HEGEMONÍA Y LIBERTAD ......................................... 109 5.6. LOS MEDIOS ALTERNATIVOS ....................................................................... 111 5.7. LIBERTAD DE PRENSA Y TERCER MUNDO ......................................................... 112 5.8. LIBERTAD DE PRENSA Y SOCIALISMO EN EL SIGLO XXI, RETOS Y PERSPECTIVAS ............. 115 5.8.1. Los Foros Sociales Mundiales, espacios en construcción ........................ 117 5.8.2. Retos que enfrenta la construcción de una definición alternativa de libertad de prensa ................................................................................................ 119 Conclusiones ............................................................................................. 122 Bibliografía citada y consultada .................................................................... 125

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INTRODUCCIÓN Cuatro siglos después de que el Papa Sixto V ordenara el suplicio de Annibale Capello, jefe de un grupo de menanti (noticiero) y al parecer el primer mártir de la libertad de prensa1, el tema sigue siendo centro de debate político y filosófico en torno a la función de los medios de comunicación en las sociedades. La cuestión de la libertad de prensa ha ocupado la atención de dirigentes políticos, filósofos, reformadores sociales y teóricos de la comunicación en los últimos años; pero en el debate aparece en forma tan recurrente como nebulosa, desde el punto de vista de su significado. La libertad de prensa, al menos hasta el momento, ha sido defendida únicamente desde un discurso de derecha, y cuando la izquierda la utiliza, es siempre desde posiciones defensivas. Las investigaciones relacionadas con este tema escasean. Nos referimos a aquellas cuyo objetivo sea el esclarecimiento y desarrollo de un pensamiento científico; en contraposición a las versiones propagandistas, por una parte, de las bondades del orden burgués y del otro, desde una visión dogmática, la negación de los derechos naturales como construcción teórica basada en la división de clases. En nuestro país no contamos con una compilación teórica sobre el tema, mucho menos desde un enfoque comunicológico. La libertad de prensa forma parte de la demagogia del poder mundial, que la invoca continuamente dentro del paquete ideológico que intentan, y muchas veces consiguen, vender a los llamados países en desarrollo. Tras el término, que tiene su origen en las revoluciones burguesas del siglo XVIII, se esconde quinientos años de modernidad capitalista, modernidad basada en la desigualdad de clases, modernidad que crea y perfecciona de continuo un sistema de prensa excluyente para las grandes mayorías, un modelo comunicativo que reproduce a las instancias de poder y de dominación. Por otra, nos brinda la oportunidad de superar las estructuras de sometimiento basadas en la división de clases, y lograr construir una libertad de prensa desde una visión post-capitalista. Desgraciadamente la terminología del amo se ha impuesto, y al hablar hoy de libertad de prensa viene a nuestra mente la retórica burguesa, y obviamos quizás los importantes postulados que se han erigido, desde una visión humanista y de izquierda en este sentido, postulados sin duda inconclusos, signados por la perenne situación de contingencia y presión a que se ha visto sometida toda experiencia que ha intentado romper con los cánones occidentales. Se exige entonces la tarea de deslindar el contenido teórico del propagandístico, lastrado aún por casi medio siglo de guerra fría y por veinte años de unipolaridad estadounidense, rescatando lo pertinente, poniendo en tela de juicio el contenido de derechos artificiales que sólo son válidos para las minorías con el poder económico de ejercerlos; analizar desde una óptica marxista construcciones teóricas signadas por el idealismo burgués, construir la teoría desde la praxis, salvar lo salvable, e intentar aportar en la elaboración de un concepto de libertad de prensa que, dejando atrás la ideología capitalista, pueda formar parte del proyecto de sociedad mejor por el que ya estamos luchando en este siglo XXI. 1

Capello fue capturado y conducido a Roma, se le cortó la mano, arrancó la lengua, y colgó con un letrero que señalaba su condición de falsario y calumniador.

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La estructura del informe intenta adecuarse a los presupuestos de la investigación teórica, propiciando la confrontación lógica entre autores, contextos, postulados teóricos y aplicación práctica de estos modelos en las diversas sociedades. Con vista a una mejor sistematización, hemos dividido el contenido en tres capítulos. El primero de ellos, titulado La libertad de prensa clásica, realiza un análisis de los orígenes del concepto, vinculado a las revoluciones burguesas, el pensamiento de la Ilustración y la filosofía contractualista. En este capítulo intentaremos contraponer el pensamiento teórico de los principales autores del período y la aplicación de sus presupuestos. Cronológicamente concluye con las revoluciones de 1848.2 Incluimos además un epígrafe con las principales contribuciones del pensamiento antiguo y medieval al tema, así como el período de gestación del capitalismo, denominado por nosotros, según la concepción de Braudel, como el largo siglo XVI. El segundo capítulo, La libertad de prensa en el mundo actual, sistematiza las principales concepciones teóricas con respecto al tema, desde 1848 hasta la fecha. Dividimos el contenido en dos epígrafes. El primero abarca el período cronológico de 1848 a 1945, el segundo, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial a la actualidad. A lo largo de este capítulo trataremos de desmontar algunos de los mitos de la libertad de prensa en las sociedades capitalistas, como es lo referente a la responsabilidad social y el cuarto poder, así como exponer la ideología y función de la prensa occidental en el contexto del Nuevo Orden Mundial. El último capítulo, denominado, Libertad de prensa y alternativas al capitalismo, intenta replantearse el concepto desde posiciones teóricas pensadas a contracorriente. Incluimos epígrafes dedicados a la libertad de prensa en el socialismo del siglo XXI, la relación de esta categoría con los países del tercer mundo y los llamados medios alternativos. Sistematizamos además los postulados teóricos vinculados con el tema, de algunos pensadores anticapitalistas como Marx, Lenin, Gramsci y Rosa Luxemburgo. No dedicamos ningún epígrafe a la descripción histórica de los períodos, puesto que dentro del análisis de los diversas proposiciones, se hacen continuas referencias al contexto socioeconómico, político y cultural, en tanto contribuyan a una mejor comprensión de las teorías. A continuación, en un acápite teórico-metodológico, abordaremos el diseño seguido en la investigación, así como las principales teorías que sirvieron como premisas de la misma.

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Para precisar acerca de los criterios de periodización histórica seguidos en la investigación, consultar el acápite teórico-metodológico.

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ACÁPITE TEÓRICO-METODOLÓGICO En el presente acápite nos proponemos abordar la metodología utilizada, así como las teorías que sirvieron como punto de partida a este estudio. 2.1. REFERENTES METODOLÓGICOS FUNDAMENTALES: La presente investigación, de tipo teórica, cuenta con escasos antecedentes metodológicos en nuestra facultad. Sin embargo, deseamos reconocer nuestra deuda con la Tesis de Maestría de la profesora Nora Gámez, cuyo diseño teórico hemos adaptado a los objetivos de nuestro estudio; y los aportes de las Tesis de Diploma de la profesora Janny Amaya y la Lic. Ileana Medina. La primera, aunque es una investigación de tipo histórico, por el análisis efectuado al modelo comunicativo de Manuel Martín Serrano, a partir de una visión totalizadora; y la segunda, por su proximidad metodológica con nuestro tema de investigación, ya que su trabajo consiste en una sistematización de conceptos teóricos. 2.2. PROBLEMA DE INVESTIGACIÓN: ¿Cuáles han sido las bases conceptuales del término libertad de prensa a lo largo de la modernidad? 2.3. PREGUNTAS DE INVESTIGACIÓN: 1. ¿Cuáles han sido las principales definiciones conceptuales acerca de la libertad de prensa a lo largo de la modernidad? 2. ¿Qué concepciones filosóficas e históricas han influido en la construcción de estos conceptos? 3. ¿Qué características asume la libertad de prensa en el mundo globalizado actual? 4. ¿Cuáles han sido los postulados teóricos acerca de la libertad de prensa en las formaciones sociales que se han erigido en contra del sistema capitalista de producción en el mundo occidental?3 2.4. Objetivo general: Sistematizar las bases conceptuales del fenómeno de la libertad de prensa. 2.5. OBJETIVOS ESPECÍFICOS: 1. Explicar la relación existente entre el concepto de libertad de prensa y las principales corrientes filosóficas que han influido en su construcción. 2. Contextualizar cada concepción desde el punto de vista histórico. 3. Caracterizar la libertad de prensa en el mundo actual. 4. Analizar el concepto de libertad de prensa burguesa. 5. Sistematizar los principales postulados teóricos acerca de la libertad de prensa en las experiencias sociales antagónicas al capitalismo a lo largo de la modernidad en el mundo occidental. 2.6. CATEGORÍA ANALÍTICA: Concepto de libertad de prensa 3

Se decidió limitar el estudio al llamado “mundo occidental”, por no contar en primer lugar con la bibliografía suficiente para analizar modelos tales como el chino y el vietnamita. Además, consideramos que para desmontar estas experiencias es necesario incluir otras condicionantes teórico-filosóficas propias de la cultura asiática, que se escapan a los objetivos de este trabajo.

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2.7. PRINCIPALES DIMENSIONES DEL ANÁLISIS DE ESTA CATEGORÍA: -Fuentes teóricas -Rasgos destacados del concepto -Contexto histórico de análisis -Aportes filosóficos al concepto -Criterios y marcos de aplicación 2.8. PRESUPUESTOS DE INVESTIGACIÓN: La teoría marxista y los presupuestos de Manuel Martín Serrano, constituyen los referentes teóricos fundamentales de la presente investigación, ya que nos permiten abordar desde una perspectiva dialéctica, las relaciones existentes entre el sistema social y el sistema comunicativo. Se entiende por sistema social al “sistema organizado para manejar y transformar materias, energías e información con vistas a la satisfacción de las necesidades individuales y colectivas (biológicas, sociales, espirituales) de los miembros de la sociedad”. (Martín Serrano, 1986: 53). Por otra parte, Serrano denomina sistema de comunicación institucional a la “asignación de determinados recursos materiales y humanos a una organización especializada en la obtención, el procesamiento y la distribución de información destinada a la comunicación pública, organización cuyas características y cuyo funcionamiento están explícitamente legitimados y regulados” (Martín Serrano, 1986: 74). Nuestro estudio se centrará en ese sistema, ya que la libertad de prensa se expresa únicamente en el marco de las instituciones informativas, convirtiéndose en uno de los mecanismos que regula su funcionamiento. El hilo conductor de este estudio lo podemos ubicar en la tesis fundamental del materialismo histórico enunciada por Marx en el prólogo a Contribución a la crítica de la economía política: “En la producción social de su existencia, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se eleva un edificio [Uberbau] jurídico y político y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material determina [bedingen] el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia” (Marx, 1859). Como veremos más adelante, la libertad de prensa, categoría de connotación política, jurídica y filosófica, no sólo forma parte de la superestructura del sistema social, sino que es una de las áreas en donde se manifiesta la relación existente entre este y el sistema comunicativo. Se hace necesario analizar la dinámica de esta doble relación: (base económica – superestructura del sistema social) y (sistema social – sistema comunicativo). En su libro La producción social en comunicación, Serrano sistematiza las dos principales corrientes teóricas que abordan la vinculación existente entre la organización social y la visión del mundo, postulados que sin dudas pueden aplicarse también a la hora de estudiar las conexiones entre el sistema social y el comunicativo: 1. La concepción determinista, muy vinculada el mecanicismo filosófico, postula “modelos causales para interpretar las relaciones entre un tipo de orden social y una configuración dada de las representaciones colectivas” (Martín Serrano, 1986: 41).

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Encontramos en esta corriente dos modalidades teóricas, una idealista y otra materialista, las cuales, en la práctica, conllevan al voluntarismo. Voluntarismo idealista: “Es el resultado de creer que actuando adecuadamente sobre la producción y difusión de la cultura se pueden lograr cambios cualitativos en la estructura social” (Martín Serrano, 1986: 41). Esta política, cuyo principal antecedente puede ser ubicado en la Ilustración, plantea que el comportamiento social es consecuencia de la educación. Asimismo se propone actuar de modo racional sobre las conciencias, utilizando para ello los instrumentos de transmisión de conocimientos de que disponga la sociedad. El tema de la libertad de expresión –y por extensión, de prensa- tuvo en el Siglo de las Luces, una visión de este tipo. “Sólo por medio de la comunicación podía extenderse el conocimiento y se aseguraba la sabiduría.” (Altschull, 1990: 196). Por tanto, se imponía una prensa libre que contribuyera al triunfo de la Razón, piedra angular del cambio social. “Los Iluministas esperaban alcanzar ese resultado cuando los libros, los periódicos, la enseñanza, difundiera a todos las luces, una explicación científica y razonable del mundo natural y social.” (Martín Serrano, 1986: 41). Los principales detractores de esta corriente (Marx, Gramsci, etc.), como veremos en los capítulos que siguen, demuestran que el cambio, sinónimo de la liberación del hombre, no puede limitarse a la sustitución de la irracionalidad, por la Razón, categoría abstracta, sin modificar la base económica de la sociedad y los mecanismos de reproducción ideológica de un orden social injusto. Voluntarismo materialista: A partir de un análisis distorsionado del materialismo dialéctico, plantean que cambiando únicamente la base económica es posible transformar la sociedad, o lo que es lo mismo, la práctica revolucionaria conlleva inevitablemente al cambio de las conciencias. En el caso de la comunicación, una visión de este tipo plantea que basta con “nacionalizar” los medios de producción de información, para lograr una verdadera libertad de prensa, que rompiera las ataduras con el viejo orden burgués. En general “El voluntarismo materialista no ha sabido ver que las visiones ideológicas del mundo también tienen que ser analizadas dialécticamente” (Martín Serrano, 1986: 45). Aunque más adelante abordaremos con mayor profundidad este tema, nos gustaría mencionar la obra de Antonio Gramsci, quien teoriza en este sentido, insistiendo en lo que él denomina guerra de posiciones, “en una sociedad productivamente avanzada y políticamente articulada y sedimentada en la cual, pues, el sistema como relaciones de producción se encuentra firmemente anclado en el amplio despliegue de las fuerzas productivas más susceptibles de integración y como poder no se concentra en un Palacio de Invierno que haya que tomar, sino que se establece en un Estado-gobierno que se difunde y permea la sociedad, tendiendo a convertirse en norma aceptada, llevando así sus avanzadas fortificadas más allá del frente inmediato y aparente del Estado como aparato represivo.” (Rossanda, 2002: 44). Gramsci asigna un papel de primer orden a la lucha ideológica en el proceso revolucionario, constructora de una nueva hegemonía. Desde su punto de vista “el dominio de clases es ejercido tanto a través del consenso popular alcanzado por la sociedad civil, como por medio de la coerción física (o de la amenaza de coerción física) del aparato estatal, caso que se da especialmente en las sociedades capitalistas más desarrolladas, en las que la educación, los medios de comunicación, la ley, la cultura masiva, etcétera, adquieren un

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nuevo rol. Por consiguiente, y en la medida en que ese fenómeno superestructural en el que se integran creencias, valores, mitos y tradiciones culturales, funciona a nivel de la masa con el fin de perpetuar el orden existente, es preciso que la lucha por la liberación se esfuerce en la tarea de crear una visión contrahegemónica del mundo, o lo que Gramsci llama una nueva cultura integrada” (Boggs, 2002: 78). A partir de esta visión del cambio revolucionario, que entiende la transformación social no sólo desde la base económica (no en vano a Gramsci se le considera el teórico de las superestructuras), el autor de los Cuadernos de la cárcel “se separa del materialismo fatalista, de la misma manera que guarda distancia de idealismo voluntarista” (Piñón, 2002: 50). 2. Las concepciones no deterministas de las relaciones entre organización social y visión del mundo. Serrano subraya “el común criterio que comparten los autores que han conservado la tensión dialéctica que existe en la obra de Marx. La supraestructura (cultural, ideológica) está en relación con la estructura (productiva, política), pero esa relación es dialéctica, queriendo con ello decirse que no es ni unidireccional, ni unívoca, ni inmediata” (Martín Serrano, 1986: 46). Una visión de este tipo nos lleva a entender la complejidad de las transformaciones sociales. En el caso de la comunicación, comprender que los cambios de la representación de la realidad, así como la producción y reproducción de la nueva ideología, requieren de un proceso sumamente lento de toma de conciencia. Por último, creemos oportuno referirnos a la carta de Engels a W. Borgius, donde cualquier inequívoco determinista por parte de los fundadores del socialismo científico queda desterrado: “...el desarrollo político, jurídico, filosófico, religioso, literario, artístico, etc. descansa en el desarrollo económico. Pero todos ellos, repercuten también los unos sobre los otros y sobre su base económica. No es que la situación económica sea la causa, lo único activo y todo lo demás efectos puramente pasivos. Hay un juego de acciones y reacciones, sobre la base de la necesidad económica, que se impone siempre, en última instancia (...) No es, pues, como de vez en cuando, por razones de comodidad se quiere imaginar, que la situación económica ejerza un efecto automático; no, son los mismos hombres los que hacen su historia, aunque dentro de un medio dado que la condiciona, y la base de las relaciones efectivas con que se encuentran, entre las cuales las decisivas en última instancia, y las que nos dan el hilo de engarce que puede servirnos para entender los acontecimientos son las económicas, por mucho que en ellas puedan influir, a su vez las demás, las políticas e ideológicas” (Engels, 1894). Una vez analizadas las principales posturas teóricas que han abordado las relaciones entre la base y la superestructura, centrémonos en las afectaciones entre el sistema de comunicación y el social. La libertad de prensa, categoría superestructural del sistema social, regula las dinámicas de lo que Serrano llama el modo de producción en comunicación, o “la manera en la que cada Formación Social se apropia de la información pública” (Martín Serrano, 1986, 82). La Teoría Social de la Comunicación de Serrano, valiosa adaptación del materialismo histórico al campo de los procesos comunicativos, parte del supuesto (mostrado y no demostrado) de que “existen interdependencias entre la transformación de la comunicación pública y el cambio de la sociedad”. (Martín Serrano, 1986: 15).

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Para este autor “La comunicación de masas, como cualquiera otra modalidad de comunicación pública, está marcada por las señas de identidad que permiten reconocer en ella a la sociedad que la utiliza. De modo equivalente, en la organización y el desempeño de cada sociedad, cabe reconocer la impronta que deja el modo de producir y de distribuir la información pública” (Martín Serrano, 1986: 19). La relación entre el sistema comunicativo y el sistema social puede entenderse como un vínculo de dependencia o de interdependencia. Serrano prefiere la segunda: “Para que el Sistema de Comunicación Pública pueda verse modificado por un cambio del Sistema Social, sólo se requiere que le sea dependiente. Pero si además sucede que a veces el Sistema Social resulta afectado por la transformación del Sistema Comunicativo, esa interdependencia supone, por definición, la independencia suficiente para que el Sistema de Comunicación llegue a tomar la iniciativa del intercambio” (Martín Serrano, 1986: 53). Con posterioridad, la interpretación de Serrano, basada solamente en el diálogo directo entre los dos sistemas (sin mediaciones), ha sido matizada: “Todos los componentes del sistema social –el sistema económico, la cultura, la ideología, lo psicológico individual, lo biológico, el medio ambiente, la ciencia y la tecnología- y en la cual, la relación más directa y determinante corresponde a un subsistema central al sistema social, en tanto ostenta las principales atribuciones del poder cual es el sistema político y jurídico” (García Luis, 2004: 36). Serrano establece puntos en común (homologías) entre un sistema y otro. “Ambos Sistemas incluyen componentes cognitivos, organizativos y materiales. Recurriendo a una determinación clásica, en los dos se puede encontrar una infraestructura, una estructura y una supraestructura. La diferencia estriba en que los dos respectivos componentes que se encuentran en cada nivel no son los mismos” (Martín Serrano, 1986: 55). “Se puede aceptar que ambos Sistemas en última instancia están equifinalizados, es decir, que existen para idéntico fin. Tal sería el caso si se considerase que los dos tienen por objetivo histórico asegurar la perpetuación de la comunidad” (Martín Serrano, 1986: 55). A partir de estas homologías, se pueden establecer y estudiar las afectaciones entre los niveles de ambos sistemas. Serrano aclara que “cualquier nivel del Sistema Social o bien del Sistema Comunicativo puede verse afectado por lo que sucede en cualquier nivel del otro Sistema” (Martín Serrano, 1986: 57) y que “la autonomía del Sistema Comunicativo respecto al Sistema Social y viceversa, supone que ambos estén sometidos a procesos internos de ajuste. Tales reajustes internos han podido ser inducidos por la afectación del otro. Pero se resuelven según las leyes que regulan el funcionamiento del propio Sistema afectado y no según las que rigen el funcionamiento del afectante” (Martín Serrano, 1986: 58). Partiendo de los presupuestos teóricos de Serrano, podemos resumir el estudio de la libertad de prensa al análisis de cómo ha sido abordado el tema en las diferentes formaciones sociales, constatando así que en dependencia de la definición existente de libertad de prensa que exista en una sociedad determinada, así será la función que desempeñen los medios de comunicación en la misma. 2.9. REFERENTE TEÓRICO FUNDAMENTAL: Aunque la teoría marxista y el modelo de Manuel Martín Serrano constituyen el punto de partida de esta investigación, consideramos oportuno referirnos a los presupuestos de la vigilancia epistemológica, sin dudas un recurso teórico valioso en esta tarea de identificación y

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clarificación de las definiciones de libertad de prensa. “La vigilancia epistemológica se impone particularmente en el caso de las ciencias del hombre, en las que la separación entre la opinión común y el discurso científico es más imprecisa que en otros casos” (Bourdieu, Chamboredon y Passeron 1979, 26). “La vigilancia epistemológica es, sobre todo, polémica y ruptura. Si la ciencia se hace contra lo inmediato y los objetos específicos son construidos, una de las técnicas más importantes de ruptura es la crítica de las prenociones o preconceptos que tienen su origen en el lenguaje común” (Gámez, 2005: 8). Este análisis de los conceptos, a través de un proceso de clarificación, descripción de rasgos y examen de su coherencia interna, forma parte de la concepción de la vigilancia epistemológica y permite la reactivación de estos postulados, limitados prematuramente a definiciones permeadas por condicionantes históricas y políticas. “En el estado actual de nuestros conocimientos no sabemos con certeza lo que es el Estado, la soberanía, la libertad política, la democracia, el socialismo, el comunismo, etcétera; por razones de método debería, pues, prohibirse todo uso de estos conceptos, en tanto no estén científicamente constituidos”, afirma Emilio Durkheime en Las reglas del método sociológico (cit. por Bourdieu, Chamboredon y Passeron p.132). En el debate ideológico actual la libertad de prensa se relaciona a un discurso de poder determinado, formando únicamente parte del arsenal conceptual burgués. A partir de un ejercicio de vigilancia epistemológica intentaremos revitalizar el concepto proponiéndonos tres objetivos fundamentales: 1. Probar la coherencia interna del discurso de derecha referido al tema. 2. Lograr una conceptualización global del mismo, alejada del lastre demagógico y del oscurecimiento que muchas veces le aporta el debate político, que sea aplicable a cualquier formación social. 3. Hacer un ejercicio de apropiación del concepto, no a partir de la negación con respecto al canon establecido (libertad de prensa burguesa) sino de un repensar de la función de los medios de comunicación en las sociedades que se opongan al régimen de producción capitalista. Todo ejercicio de este tipo trae aparejado un proceso de ruptura con respecto a los presupuestos considerados válidos hasta el momento, “asimismo, el trabajo teórico que consiste en probar la coherencia de un sistema de conceptos, incluso sin referencia a las investigaciones empíricas, tiene una función positiva, a condición, sin embargo, de que no se presente como la construcción misma de la teoría científica” (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1979, 49). “Según Bachelard la vigilancia epistemológica nos lleva a la ruptura con el pasado de los conceptos, al someter a examen los límites y condiciones de su validez. Ello evita su clausura prematura que hace desaparecer, como lo diría Freud, la elasticidad en las definiciones, o como lo afirma Carl Hempel, la disponibilidad semántica de los conceptos, que constituye una de las condiciones del descubrimiento, por lo menos en ciertas etapas de la historia, de una ciencia o del desarrollo de una investigación” (Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1979, 21). La elaboración de una definición provisional constituye uno de los pasos fundamentales de los postulados de la vigilancia epistemológica, ya que ello permite “sustituir las nociones del sentido común por una primera noción científica”. (Durkheim, cit. por Bourdieu, Chamboredon y

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Passeron, 1979, 28). A partir de esta definición, ubicada por encima de condicionantes ideológico-conceptuales propias de cada formación social, es que pretenderemos cuestionar la coherencia de las definiciones de libertad de prensa y determinar las consecuencias que dichas proposiciones implican. 2.10. DEFINICIONES CONCEPTUALES: Libertad de prensa Aunque el identificar los diferentes conceptos de libertad de prensa que se han abordado a lo largo de la modernidad constituye uno de los objetivos de esta investigación, consideramos oportuno partir de una definición global que actuará como premisa teórica: La libertad de prensa, elemento superestructural del sistema social, evidencia la relación existente entre éste y el sistema comunicativo, relación basada en la interdependencia, y constituye una de las áreas donde se regulan ambos sistemas. 2.11. TIPO DE INVESTIGACIÓN: El presente estudio acerca de la libertad de prensa, constituye una investigación teórica documental, basada en los presupuestos de Manuel Martín Serrano, la dialéctica marxista y los postulados de la vigilancia epistemológica. Ambas clasificaciones no son excluyentes. La teórica se refiere a los estudios “que fundamentan el cumplimiento de leyes o regularidades que caracterizan el comportamiento de una ciencia determinada. Sistematizan el conocimiento acumulado a partir de modelos teóricos y categorías particulares. Emplean el análisis y la síntesis en un movimiento abstracto del pensamiento” (Saladrigas, 2005). La investigación documental “contempla solo la consulta a fuentes bibliográficas para sistematizar información, caracterizar comportamientos teórico - conceptuales o referir aspectos históricos. Puede servir como apoyo o complemento de la investigación empírica o ser una investigación en sí misma” (Saladrigas, 2005). Estos estudios son conocidos también como investigación básica o fundamental, la cual tiene como objetivos según Saperas: -

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“(...) la elaboración de modelos teóricos o el desarrollo de técnicas de investigación o de procedimientos de análisis susceptibles de ser aplicados a la investigación comunicativa (...) Propuesta y discusión de paradigmas válidos para un sector de la investigación comunicativa (por paradigma entendemos un modelo o patrón descriptivo aceptado por una comunidad científica que permite: 1/ reconocer un objeto de estudio o segmento consolidado de un hecho comunicativo, 2/ observar los componentes que forman el proceso, 3/ describir las relaciones que se establecen entre los componentes de este proceso, 4/ consensuar los principales interrogantes académicos que permitan conocer el objeto de estudio, 5/ propuesta de métodos, técnicas y procedimientos de análisis más pertinentes, 6/ garantizar procedimientos de falsación o verificación. Estudio crítico y comparativo de teorías resultantes del análisis de un sector de la investigación comunicativa. Reflexión sobre el estatuto científico de las teorías de la comunicación" (Saperas, 1998: 144-145, cit. por Gámez, 2005: 16-17).

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2.12. SOBRE LAS TÉCNICAS: Nuestro estudio emplea como método básico la investigación bibliográfica documental, a partir de la consulta de fuentes primarias y secundarias. 2.13. ANÁLISIS DE LA BIBLIOGRAFÍA: La bibliografía utilizada puede dividirse en tres grandes grupos: 1. La bibliografía básica sobre el tema de la libertad de prensa (aquí incluimos los documentos referidos a la historia de la comunicación, y algunas corrientes políticofilosóficas como el liberalismo, el marxismo, etc. Aclarar que en muchas ocasiones no quedó otro remedio que consultar fuentes secundarias, que nos ofrecen una visión resumida de los temas, por no poder acceder a los originales). 2. La bibliografía pasiva (Nos permitió contextualizar, comprender las fuentes y los conceptos utilizados por los autores. En este acápite incluimos las obras de corte histórico, algunas revistas especializadas y las enciclopedias temáticas). 3. Bibliografía complementaria sobre metodología de la investigación, estudios y temas actuales en comunicación, etc. Como puede apreciarse en la bibliografía adjunta al final del trabajo, la mayoría de los títulos impresos referidos al tema de la libertad de prensa con que cuentan nuestras bibliotecas, tienen más de medio siglo de antigüedad (física, teórica y conceptual), y en su mayoría (excluir únicamente algunos trabajos publicados por la editorial argentina Lautaro) están construidos desde una perspectiva de derecha. En cuanto a los trabajos consultados en Internet, si bien predominan enfoques derechistas con respecto al tema, la Red nos permitió también acercarnos a un pensamiento teórico de carácter antisistémico. 2.14. SOBRE EL CRITERIO DE PERIODIZACIÓN HISTÓRICA: Aunque la presente investigación es de tipo teórica, basa su acercamiento a la cuestión de la libertad de prensa a partir de la relación establecida entre las diversas formaciones sociales y los sistemas de comunicación que a cada una de ellas le corresponde. Por tanto, consideramos necesario agregar al presente acápite, el tratamiento otorgado a la perspectiva histórica, como parte del diseño metodológico del trabajo. El período histórico a tratar es la modernidad, modernidad capitalista en la cual surgen los medios de comunicación masiva y la libertad de prensa como categoría vinculada a las revoluciones burguesas y a los derechos naturales. “Las formas de estructuración de lo social y de formas de vida creadas por la modernidad, borraron de una manera sin precedentes todas las modalidades anteriores del orden social. Tanto por su extensión como por su intensidad, las transformaciones que ha traído consigo han sido más profundas que cualquier otro cambio social anterior” (Acanda, 2002: 67). Siguiendo la concepción de Marx, podemos ubicar el nacimiento de la modernidad en siglo XVI, concibiendo este último, según la teoría de Braudel, como un largo siglo XVI, que se extendería desde aproximadamente al año 1450 hasta 1650, y cuyo rasgo característico es la difusión del sistema manufacturero en Europa y sus colonias. En este período “comienza a afirmarse también, en los varios planos del tejido social general, tanto las primeras formas características del modo de producción capitalista como las distintas expresiones de la moderna sociedad burguesa en los campos de la sociedad civil, de lo político y de la cultura en general” (Aguirre, 2003: 13-14).

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A partir de ese momento, y hasta la fecha, desde los países desarrollados y hacia la periferia comienza a introducirse “una universalización necesariamente antitética y desgarrada, que en la práctica se impone como el intento de nivelación, subsunción de todos los pueblos a uno solo y particular proyecto civilizatorio.” (Aguirre, 2003: 15). La libertad de prensa burguesa, concebida a la luz de las revoluciones del siglo XVIII, forma parte de este discurso ideológico construido desde el poder, cuyo primer antecedente encontramos en el largo siglo XVI y cuya gestación político-teórica se da en los movimientos de la Ilustración. A partir de 1789 asumimos la periodización que nos ofrece Hobsbawm, ya que se adapta, desde el punto de vista histórico, al nacimiento, desarrollo y superación de las principales corrientes teóricas referidas al tema de la libertad de prensa. Hobsbawm habla así de un período que comprende desde 1789 a 1848, que él denomina “La era de la revolución”, período de florecimiento de la ideología burguesa, clase verdaderamente revolucionaria en esa época. La historiografía marxista coincide en estos planteamientos. El francés Roger Garaudy, en su ensayo sobre las libertades aclara que “el desarrollo del Estado burgués y de las libertades democráticas es gobernado por la ley de correspondencia necesaria entre las relaciones de producción y el carácter de las fuerzas productivas” (Garaudy, 1969: 280). “Mientras esta ley en un sentido favorable al capitalismo”, añade, “mientras este se encuentra en el período ascendente de su historia, consigue la burguesía, en general, mantener su dominio político gracias a los métodos de la democracia burguesa; pero cuando llega el capital a su etapa suprema, al período descendente de su historia, cuando las relaciones de producción dejan de corresponder al carácter de las fuerzas productivas, el capitalismo en putrefacción, el imperialismo, se ve obligado a recurrir a otros métodos” (Garaudy, 1969: 280). Siguiendo este pensamiento, la historiografía marxista coincide en afirmar que el año 1848 marca el viraje de la capacidad revolucionaria del capitalismo y el inicio de una de decadencia, “es ese punto de viraje de la curva de larga duración del itinerario global de la modernidad que cancela la posibilidad de la aparición de nuevos aportes o contribuciones histórico-progresivas, es además el inicio de una larga y compleja curva de desarrollo histórico marcada, simultáneamente, por la lenta pero progresiva e indetenible demostración de la caducidad histórico-universal del proyecto de esa modernidad, y por la aparición recurrente de cada vez más, y cada vez más sólidos, intentos y esfuerzos históricos prácticos para trascender y superar a esta civilización capitalista moderna, sustituyéndola por un nuevo sistema histórico distinto” (Aguirre, 2003: 321). Hobsbwam subdivide el período de 1848 a 1945 en tres etapas. Una de 1848 a 1875, denominada “La era del capital” y otra, de 1875-1914 que nombra “La era del imperio” y una última donde incluye las dos guerras mundiales, de 1914 a 1945 llamada por él “La era de las catástrofes”. Sin contradecir este punto de vista, y a los efectos de una periodización que se adapte mejor a la historia de las ideas vinculadas a la libertad de prensa, nuestra investigación propone unir los tres períodos, es decir, hablar de una etapa que comprenda desde las revoluciones de 1848 hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial. A partir de 1945, seguimos nuevamente la lógica de Hobsbwam, que subdivide la historia reciente en dos momentos. Uno, de 1945 a 1990, para él “La edad de oro del capitalismo” y otro a partir de 1990, denominado “El derrumbamiento” en referencia a la caída del socialismo real en la Europa del Este. Destacar sin embargo la importancia del año 1968, que

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aparentemente escapa de esta periodización y para muchos historiadores representa el inicio de una nueva etapa histórica. Para nuestro estudio, Mayo del 68 constituye sino el inicio, al menos el antecedente de una concepción distinta de los medios de comunicación y la libertad de prensa vinculada al nacimiento de los medios alternativos. A esta organización cronológica de Hobsbwam queremos superponer la teoría del mexicano Aguirre Rojas de postular un muy largo siglo XX “que habiendo comenzado aproximadamente a partir de las revoluciones europeas de 1848, extendería su período de vigencia a lo largo de los últimos ciento cincuenta años y más allá, para cerrarse quizás en alguna fecha comprendida entre los años 2030 y 2050. Muy largo siglo XX, de alrededor de doscientos años cronológicos, cuyo proceso esencial o trazo dominante sería más bien abarcar a la entera rama descendente del proyecto de la modernidad burguesa comenzada hacia 1492 con el descubrimiento de América, y también con ese nudo histórico privilegiado que es el siglo XVI (...) y que habría desplegado su rama ascendente durante cerca de trescientos cincuenta años, junto a la irrupción de esas revoluciones europeas de 1848, lo que, analizado desde una perspectiva de larga duración, se hace evidente en los planos geográfico, tecnológico, económico, social, político y cultural en general” (Aguirre, 2003: 318-319). A partir de esta propuesta, y como ya hemos visto en la introducción, es que hemos dividido los tres capítulos de nuestro trabajo. El primero, analiza la libertad de prensa en la rama ascendente del capitalismo, el segundo, en la descendente y el último está dedicado a lo que podría ser, con visión idealista y esperanza en el mejoramiento humano, un futuro poscapitalista deseable, por lo que toda experiencia de entender la libertad de prensa a contracorriente de los cánones de la hegemonía burguesa, no sería otra cosa que antecedente de esa realidad aún por construir.

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CAPÍTULO 1: LA LIBERTAD DE PRENSA CLÁSICA La historia de la libertad de prensa no puede desvincularse de la historia misma del mundo moderno. Construcción teórica e ideal político, formó parte del sistema de ideas que esgrimió la burguesía, en su lucha por el poder, frente a un orden que le resultaba antagónico. La modernidad no sólo cambió radicalmente los paradigmas de producción y reproducción de bienes de consumo, sino también los procesos de legitimación del orden social, basándose en un discurso que tiene por tema la individualidad y los llamados derechos naturales. Una nueva filosofía se abre paso en un lento pero irreversible proceso de forcejeo político, que abarcó aproximadamente tres siglos y medio, la curva ascendente del capitalismo (Aguirre, 2003), si tomamos como punto de partida simbólico, la llegada de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo, y como fin de este, las revoluciones burguesas de 1848. A lo largo de este período, la burguesía, clase por entonces revolucionaria, logró –en parte esgrimiendo las banderas de una prensa libre- desbancar a los elementos retrógrados del Antiguo Régimen, e instaurar un orden capitalista universal. En esta etapa, se desarrollan teorías que se proponen adaptar los principios liberales, a una concepción moderna sobre el papel de los medios de comunicación, aplicables en aquellas sociedades que rompiesen con el feudalismo. Este sistema de ideas, sustentado en los principios de la filosofía contractualista inglesa y francesa, es aplicado y corregido en la práctica, utilizando las experiencias que aportan los sucesivos ensayos de transición entre nuevo y viejo orden. “Si el cemento ideológico de las sociedades premodernas era la religión, en las sociedades modernas la forma ideológica dominante va a ser la ideología política (...) El estado o sociedad política forjó la unidad sobre la base de la cultura nacional tras un proceso que fue sólo posible con la alfabetización obligatoria y, a través, en principio, de la prensa de circulación nacional, dependiente del idioma nacional” (Basail y Álvarez Durán, s.f.: 22). El ideal burgués de una prensa libre como premisa fundamental para la construcción de una sociedad democrática, y por tanto contrapuesta al absolutismo monárquico, jugó un decisivo papel durante las grandes revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, esta idea clásica de libertad de prensa, basada principalmente en las leyes del mercado, y en la ideología reformista de algunos pensadores como Milton, los padres fundadores y John Stuart Mill, choca en 1848, con la realidad de un mundo cambiante, donde las contradicciones del capitalismo comienzan a hacer efecto en todo el continente europeo. Los movimientos de 1848 señalan por una parte el comienzo de la declinación irreversible de la modernidad (Aguirre, 2003), ya incapaz de producir, dentro de las relaciones capitalistas, algo cualitativamente superior, tanto desde un punto de vista teórico, como práctico. En los procesos revolucionarios de 1848, por primera vez en la historia, burgueses y proletarios combaten en bandos contrarios. “Ninguna de las numerosas revoluciones de la burguesía francesa, desde 1789, había sido un atentado contra el orden, pues todas dejaban en pie la dominación de clase, todas dejaban en pie la esclavitud de los obreros, todas dejaban subsistente el orden burgués, por mucha que fuese la frecuencia con que cambiase la forma política de esta dominación y de esta esclavitud. Pero Junio4 ha atentado contra este orden” (Marx, 1973b: 230-231).

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Se refiere a las sublevaciones de los proletarios de París, en el verano de 1848, sofocados luego de sangrientos enfrentamientos, que pusieron en juego el orden conservador de la II República francesa.

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La frase de Odilon Barrot5, ministro entonces del gobierno provisional francés: “Señores, la legalidad nos mata”, marca el reconocimiento tácito del proceso de inmolación de las libertades burguesas en manos de la misma clase que las erigió en pilares del orden universal, cuando estas libertades -la prensa como ninguna otra- pusieron en riego su hegemonía, permitiendo el desarrollo de otros grupos de carácter antagónico como, por ejemplo, el por entonces incipiente proletariado. Si bien en 1848 se detiene el proceso de crecimiento cualitativo del sistema capitalista, al que anteriormente hacíamos referencia, no ocurre así en lo cuantitativo. La libertad de prensa, categoría inseparable del discurso moderno, forma parte de un proceso paulatino de globalización ideológica, que comienza en 1492 y no se ha detenido. Entre los principios que Piotr Stzompka señala como rasgos generales de la modernidad, se encuentra el de la expansión, alegando que el capitalismo “sólo puede existir en la medida en que se expande en el espacio, abarcando áreas geográficas cada vez mayores, pero también en profundidad, alcanzando las esferas más privadas e íntimas de la vida cotidiana” (Stzompka, cit. por Acanda, 2002: 66). “Todos los países, con independencia de sus riquezas y de sus características económicas, culturales y políticas, se vieron arrastrados hacia el mercado mundial cuando entraron en contacto con las potencias del Atlántico norte, salvo en los casos en que los hombres de negocios y los gobiernos occidentales los consideraron carentes de interés económico, aunque pintorescos (...) La posición que se les reservaba en el mercado mundial era la de suministradores de productos primarios –las materias primas para la industria y la energía, y los productos agrícolas y ganaderos- y la de destinatarios de las inversiones; principalmente en forma de préstamos a los gobiernos, o en las infraestructuras del transporte, las comunicaciones o los equipamientos urbanos, sin las cuales no se podían explotar con eficacia los recursos de los países dependientes” (Hobsbawm, 2004: 208). Por tanto, la modernidad ha configurado una cultura global “necesariamente antitética y desgarrada, que en la práctica se impone como el intento de nivelación, subsunción de todos los pueblos a uno solo y particular proyecto civilizatorio” (Aguirre, 1999: 15). El presente capítulo abordará las bases conceptuales del ideal clásico de libertad de prensa en su proceso de gestación, en estrecha relación con el avance mismo de las relaciones de producción capitalista. 3.1. APORTES DEL PENSAMIENTO ANTIGUO Y MEDIEVAL AL TEMA: La historia de la libertad de prensa tiene como fecha fundacional, más simbólica que real, el famoso discurso de Milton ante el Parlamento Largo inglés, donde salen a relucir por primera vez un conjunto de frases relacionadas con la función de los medios de comunicación dentro de la sociedad, concepción que se vincula a la filosofía liberal que por aquellos años esgrimía la burguesía como clase social en ascenso. Con rigor, sería imposible utilizar el término libertad de prensa antes la aparición del invento de Gutenberg, primer antecedente de lo que serían los medios de comunicación masiva. La palabra prensa, tropo de imprenta, fue el vocablo empleado no sólo para referirse a la máquina que imprime, sino a los productos de ésta, tales como libros, folletos y sobre todo diarios, de 5

Odilon Barrot (1791-1873): político francés, jefe de la oposición liberal dinástica hasta febrero de 1848. De diciembre de 1848 a octubre de 1849 encabeza el ministerio que se apoyaba en el partido del orden.

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ahí que la manera en que estos se difundieran fuera casi una constante desde su creación misma. Sin embargo, los antecedentes de nuestra categoría de análisis podrían remontarse muchos siglos atrás en la historia, escapando del radio de una modernidad signada en parte por los caracteres móviles a los que anteriormente hacíamos referencia. Aunque la concepción moderna de libertad de prensa obedece únicamente a una visión igualmente moderna de medios de comunicación masiva, nos adscribimos a lo que Vázquez Montalbán denomina necesidades comunicativas personales y sociales embrionarias (Montalbán, 2003), presentes ya desde estadios históricos donde la modalidad de comunicación predominante era el asambleario. Ya desde la Antigüedad, existía una conciencia del importante papel que jugaba la comunicación dentro de la sociedad, de ahí que surgieran no sólo determinados mecanismos restrictivos para controlarla, sino también infinidad de ideas filosóficas que signaran la relación entre el poder y las formas incipientes de comunicación. De ahí, que si no podemos referirnos al término libertad de prensa en las formaciones sociales que antecedieron al capitalismo, podemos hablar sin duda de una determinada libertad de comunicar (emitir) y de comunicarse (recibir información), antecedente histórico de que Milton defendería dos mil años más tarde. Con respecto a esta última, es preciso tener en cuenta las competencias culturales, que jugaron un papel restrictivo en la libertad de recibir (decodificar) los mensajes. Existían barreras reales para insertarse en las dinámicas comunicativas, como por ejemplo las altas tasas de analfabetismo, y el desconocimiento de determinadas lenguas como el latín y el griego. 3.1.1. ANTIGÜEDAD Y DEMOCRACIA: En las civilizaciones grecolatinas encontramos los gérmenes teóricos del Estado occidental. La democracia esclavista fue la primera forma de gobierno basada en la participación de ciudadanos, iguales ante la ley, en los asuntos públicos. Hay que aclarar, sin embargo, que solo un por ciento determinado de la población, y no la totalidad de esta, adquiría la categoría de ciudadano y tenía, por tanto, derechos políticos. El sistema se basa en la división del trabajo: hay hombres libres y ociosos precisamente porque existe la esclavitud como institución que garantice la producción de bienes materiales. Incluso dentro del estamento privilegiado de los hombres libres, el grado real ejecutivo se encuentra limitado por un sinnúmero de mecanismos restrictivos, donde el control los de los procesos comunicativos juega un papel de primer orden, para limitar el número de individuos con capacidad real para la toma de decisiones. A la Atenas del siglo V a.n.e. se le considera la primera gran democracia política de la historia, organizada como régimen estatal. Basándose en relaciones esclavistas de producción, desarrolló “diversas formas de actividad política, algunas caracterizadas por la participación directa y la noción de igualdad en la decisión de los asuntos comunes en litigio.” (Chaguaseda, 2005). La constitución política ateniense superó, mediante leyes, a los antiguos órdenes sociales basados en la conquista y la violencia, estableciendo características esenciales como “la isonomia (igualdad de los ciudadanos ante la ley) y la isegoria (el derecho a la igualdad de palabra), así como la función soberana de la Ekklesia (asamblea popular) en todas las decisiones políticas. (...) El fundamento de las leyes constitucionales democráticas (politeia) estaba constituido por el reconocimiento cívico de todos y cada uno. La polis o ciudad-estado no tenía funcionarios especialistas en asuntos públicos, pues todos disfrutaban del derecho y la

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posibilidad de ocupar cargos públicos; contaba en su lugar con magistrados temporales y provisionales de acuerdo con su mérito y servicio a la comunidad.” (Chaguaseda, 2005) La democracia griega constituyó la forma más desarrollada de asociación entre los ciudadanos esclavistas para ejercer el poder político. Teniendo como base la diferenciación social clasista, esta institución perfecciona mecanismos que le permiten regular, mediante la ley, la relación que se establece entre los miembros de la comunidad (ciudadanos, esclavos, mujeres, extranjeros, etc.) y de esta con el resto del mundo que se extendía más allá de sus murallas. La belleza del ideal democrático griego, basado en la igualdad política y jurídica, la participación, el ejercicio del poder ciudadano y el predominio de la mayoría sobre la minoría, silencia las bases reales sobre las cuales se asienta el sistema: explotación del esclavo, exclusión de los extranjeros y las mujeres de la sociedad, grado de participación política mediado por criterios de propiedad, etc. Las “libertades” de los pueblos griegos son libertades basadas en un modelo de dominación de un grupo sobre el resto de la sociedad. La modernidad tomaría este ejemplo. Roma se apropió del legado político helenístico, el cual adaptó a un nuevo contexto, pensado ahora desde la perspectiva de un imperio universal. El estado romano no sólo garantizaba el funcionamiento de la maquinaria militar, sino que también sostenía un conjunto de valores ideológicos que “garantizaran su hegemonía sobre poblaciones sumamente heterogéneas y localizadas en un amplio espacio geográfico, extendido desde la India hasta la cuenca mediterránea” (Chaguaseda, 2005). 3.1.2. CIVILIZACIONES GRECOLATINAS Y LIBERTAD DE COMUNICACIÓN: Demócratas, tiranos y dictadores, cónsules y emperadores, comprendían la importancia de controlar los flujos informativos. Sin embargo, tanto en Grecia como en Roma, se producen experiencias interesantes de participación ciudadana, que sin duda sientan precedentes en el devenir histórico de los pueblos considerados como herederos políticos de estas culturas. A Sócrates (470-399 a.n.e.), se atribuye la paternidad de la confrontación de opiniones como única vía para el desarrollo de las ideas, planteamiento que sería fundamental en el pensamiento de la Ilustración: “La discusión cotidiana de las cosas sobre las que me oís discutir es el bien supremo del hombre. La vida que no se pone a prueba de esta discusión, no merece la pena vivirse” (Sócrates, cit. por Montalbán, 2003: 9). Al parecer su más famoso discípulo no compartía la opinión del maestro. Platón (428-347 a.n.e.), quien ha pasado como el principal defensor de la censura en la Antigüedad, no buscaba con esto “solamente trabar la libertad de pensamiento ni inmiscuirse en la conciencia de los individuos, sino más bien prohibir toda propaganda, todo acto susceptible de minar el prestigio de la religión y poner su existencia en peligro” (Bourguin, 1952: 275). Hay que señalar que al autor de los famosos Diálogos, le tocó vivir en el período de declinación de la polis griega como estructura autónoma. Las ambiciones imperialistas atenienses habían dado sus frutos. La sociedad era mucho más rica que antes, y el antiguo equilibrio de la democracia clásica, basada en la frugalidad, la virtud espiritual y económica, el respeto a los dioses tradicionales, la moderación de los gobernantes y la obediencia a las instituciones, estaba en franca decadencia. Platón, en aras de salvar las antiguas libertades atenienses, opta por sacrificar los atributos de esta. Quien había estudiado a profundidad la tiranía y la anarquía,

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opta por un estado intermedio, el moderantismo democrático, (Montalbán, 2003) donde propone la supeditación total del poder del ciudadano a la voluntad estatal. En La República, Platón nos propone un modelo de representación que libera a los ciudadanos de toda responsabilidad política. El Estado existe de manera independiente de los individuos, los cuales deben confiar en una elite de técnicos especializados que contarán con la información y los argumentos necesarios para dirigirlo. En su mundo ideal, los ciudadanos se dividen en tres clases: la de los gobernantes, a quien adjudica el valor de la sabiduría; siendo por tanto los filósofos -o monarcas sabios que sepan orientarse del consejo de los eruditos- los que ejerzan el mando. La segunda clase, la reservaba a los custodios o guerreros, debía tener como cualidad la valentía, para defender al Estado de toda agresión, tanto interna como externa. En el último estamento ubicaba a los comerciantes, agricultores y artesanos, excluidos de las actividades políticas, exceptuando su capacidad de obediencia. Las tres clases – esclavos, mujeres y extranjeros no forman parte de la sociedad- debían tener por sentimiento común la templanza, que garantizaría el consenso entre gobernantes y gobernados en aras del buen funcionamiento del Estado. Precisamente en el Siglo de Pericles, Grecia conoce por vez primera en su historia la censura literaria. Una obra del sofista Protágoras de Abdera, acusado de impío y blasfemo por afirmar que no era posible saber si los dioses existían o no, fue requisada en toda la ciudad y quemada como escarmiento. Según el testimonio de Diógenes Laercio, Platón no dudó en quemar todos los poemas de su maestro Sócrates. Sin embargo, limitar la información, sea por omisión de la misma o por simple tergiversación de los contenidos, era una costumbre griega desde mucho antes que Platón teorizara al respecto. Demócratas y dictadores tomaron medidas encaminadas a “dar una intencionalidad al comunicado coincidente con los intereses del emisor para imponérselos al receptor” (Montalbán, 2003: 9). “La Grecia antigua condenaba severamente la expresión de ciertas opiniones, porque atentaban contra la religión, contra la ciudad o la moral; la democracia ateniense se mostraba intolerante para con los intelectuales que difundían doctrinas sospechosas” (Bourguin, 63: 1952). Los tiranos griegos desarrollaron técnicas de control informativo que incluso hoy en día son aplicadas con éxito. Las tiranías, surgidas doscientos años antes del gobierno de Pericles (495429 a.n.e.), contaron con el apoyo de los sectores medios, haciéndose del poder mediante la promesa de establecer una política de reformas, cosa que, en efecto, hicieron. Recordemos que en la Antigüedad el término tiranía no contaba con la significación peyorativa que se le da en la actualidad. Tirano era todo aquel que accedía al gobierno por medios no institucionalizados. Vázquez Montalbán señala entre las principales técnicas aplicadas para restringir la libertad de la comunicar, la instrumentalización de la literatura, la tergiversación de las obras de la antigüedad. Los tiranos “propiciaron una literatura de encargo apologética de sus objetivos, construyeron grandes obras públicas que operaban como inmensos signos de sus logros, estimulaban las fiestas, juegos y diversiones para prender la opinión pública en la malla de la paternalista magnificencia del tirano (Montalbán, 2003: 9). En el siglo VI a.n.e. la famosa legislación de Solón (638-559 a.n.e.), quebró por completo el dominio de los nobles (eupátridas), ya bastante debilitados con las políticas de los tiranos. La sociedad quedó dividida en cuatro clases sociales, de acuerdo a su fortuna. Por primera vez los sectores medios adquieren derechos políticos. Como consecuencia de la hegemonía de

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sectores que dependen mucho más del comercio que de la tenencia de tierras, se necesita una ley escrita “que defendiera la propiedad privada, que reprimiera los excesos del lenguaje. En nombre de la legitimidad interna del estado, Dracón y Solón legislaron contra los mensajes contrarios a la constitución establecida” (Montalbán, 2003: 12). Poco después de Solón, un miembro de la aristocracia, Pisístrato (600-527 a.n.e), logra hacerse del poder e instalar la dinastía de los pisistrátidas, que durará treinta y cinco años, culminando así la época de la tiranía. Pisístrato fue el primer estadista de la historia en postular la creación de una religión laica, propia del Estado, cosa que más tarde propone Rousseau y adopta la Revolución Francesa. Un ministerio ideológico-religioso, dirigido por su hijo, cumplía la tarea de mezclar el culto religioso con el político, sacralizando la ideología estatal. Con el arribo de la democracia, existió una mayor libertad en la comunicación entre los ciudadanos, pero los viejos mecanismos restrictivos se modernizan y siguen aplicando. La población de Atenas en el siglo V sumaba 120.000 habitantes como máximo, de los cuales 35.000 contaban con derechos políticos. “En la antigua Roma, la lucha de clases sólo se ventilaba entre una minoría privilegiada, entre los libres ricos y los libres pobres, mientras la gran masa productiva de la población, los esclavos, formaban un pedestal puramente pasivo para aquellos luchadores.” (Marx, 1973a: 405). La libertad de expresión y escritura estaba reservada también a segmentos bastante reducidos de la población, si tenemos en cuenta que durante la república romana, en el 204 a.n.e., habían 214 mil ciudadanos libres sobre 20 millones de habitantes (Garaudy, 1960). La cultura latina retoma y perfecciona la ideología griega con respecto a la libertad de información, controlando con sumo cuidado los procesos comunicativos. Con el paso de la República al Imperio estos ganaron en verticalidad, convirtiéndose cada vez más el César en emisor absoluto de los mensajes. “Importaba el control de las noticias de cada día, e importaba el control de la Historia inmediata, de la crónica que almacenaba informaciones e interpretaciones del poder. En Roma se redactaban los Annali massimi donde constaban los hechos controlados y que posteriormente pasaban al archivo. Cada ciudad del Imperio imitaba el ejemplo de la metrópoli” (Montalbán, 2003: 9). Las técnicas griegas de manipulación de la información son también utilizadas, aunque el monopolio informativo de los emperadores encontraba resquicios por donde fluían mensajes de diversa índole. El subrostrani, antecedente de los menantis renacentistas, controlaba los hilos de la comunicación extraoficial, violando una férrea legislación que incluía penas de muertes para los culpables. En Roma se aplicaban únicamente medidas represivas. El temor cumplía la función de la censura, por lo que el silencio resultaba el medio más seguro para evitar los castigos. El Imperio desarrolla la táctica del mecenazgo artístico, lo cual le permitió contar con una elite intelectual al servicio de sus amos. La palabra proviene de Cayo Mecenas (74-8 a.n.e.), amigo y consejero del emperador Augusto, quien alimentara y vistiera a la primera generación de intelectuales al servicio de su César. El propio Virgilio tuvo que poner su obra a disposición de la política. El libro IV de sus Geórgicas, llevaba en la edición original un elogio a Galo, entonces virrey de Egipto. Este último cayó en desgracia, fue revocado por Augusto y se suicidó. El elogio tuvo que ser remplazado por un episodio mitológico: Orfeo y Eurídice (Bourguin, 1952). La primera vez que aparece la palabra libertad relacionada con el contexto de la comunicación es en una obra Suetonio (69-140 n.e.), quien a su vez cita al emperador Tiberio, bajo cuyo

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gobierno fue crucificado Jesús Cristo: in civitate libera linguam mentemque liberas esse debere (en un Estado libre, la palabra y el pensamiento deben ser libres) (Bourguin, 1952: 63). Como ocurrirá tantas otras veces en la historia de la libertad de prensa, la distancia existente entre el pensamiento teórico y su aplicación práctica era considerable. Con la conversión del Imperio al cristianismo, las medidas represivas se acentuaron. En el año 325 se condenó el primer libro, una obra de Arrio que terminó en la hoguera. En el 496, el Papa Gelasio promulgó la primera lista de libros prohibidos (Montalbán, 2003). 3.1.3. EL MEDIOEVO: Durante la Edad Media, Occidente olvida el ideal democrático griego, basado en la participación ciudadana, donde se expresan por primera vez ciertas tendencias a la comunicación horizontal, aunque limitada al espacio de una élite. Si la Antigüedad legó al mundo moderno las primeras teorías restrictivas de la libertad de comunicar, a favor de un grupo social privilegiado, el medioevo lleva al límite la negación de esta libertad, basándose en un pensamiento místico y dogmático. El fin de la cultura romana sumió al mundo europeo en un estado de incultura tal que no hubo necesidad de teorizar limitaciones a la información, ya que incluso las clases laicas dominantes, analfabetas en su mayoría, no tenían acceso a los sistema de saberes contenidos en los libros. Bajo el cristianismo es que se producen las primeras condenas a las opiniones escritas; instituyéndose como norma la absoluta prohibición de criticar a los poderes eclesiásticos y temporales, ya que se consideraba sacrilegio atentar contra lo que era una muestra de la voluntad divina. El Feudalismo se sustenta en un pensamiento filosófico, construido en forma opuesta a los principios generales de las culturas paganas. El colapso del Imperio Occidental, la pérdida del intercambio económico y cultural entre los pueblos, la irrupción de los bárbaros, y el crecimiento de la religión cristiana -que ocupa en poco tiempo los vacíos de poder dejados por Roma en toda Europa- crean pequeños universos limitados a un castillo, una abadía y más tarde una minúscula ciudad amurallada. La Iglesia, luego de siglos de vida frugal y perseguida en catacumbas, tiene acceso por primera vez al terreno legislativo, y no duda en establecer medidas que coarten la libertad de conciencia. En el 313, con el Edicto de Milán, Constantino había permitido que la religión cristiana comenzara a formar parte del poder político imperial. En el 318 se estaban prohibiendo los sacrificios privados, la magia y al profetización, mediante la lectura en las entrañas de los animales. Su lucha inicial por la transigencia y la tolerancia religiosa fue abandonada y convertida en su contrario (Chaguaseda, 2005). La ideología medieval toma como patrón de conducta la relación con la divinidad, convirtiéndose el Estado en salvaguarda de la pureza de la fe, pensada como instrumento para acceder a la otra vida. El enlace entre el poder secular y el eclesiástico, crea un gobierno que administra castigos en caso de cualquier tipo de disidencia religiosa. A San Agustín (354-430 n.e.) se le otorga la paternidad de la idea del cristiano como ciudadano perfecto, es decir, al individuo obediente de una ley instituida por los hombres con la voluntad de Dios. El amor a este ha de justificar la sumisión al gobernante, sea este injusto o no. Toda

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opinión contraria a un orden inmutable y retrógrado se consideraba una herejía, por lo que la Iglesia inculca la obediencia y la pasividad frente a un orden social donde los hombres no son iguales debido a su naturaleza pecaminosa. Montalbán nos señala que todo el cambio social que trajo el medioevo no afectó a la inmensa mayoría de la población, en plena impotencia comunicativa (Montalbán, 2003). Pese a todo, la Edad Media preparó a la humanidad para el futuro proceso de Renacimiento. 3.2. TRÁNSITO A LA MODERNIDAD Y ANTIGUO RÉGIMEN: Marx señala como punto de partida de la modernidad, los albores de un siglo XVI signado por la difusión del sistema manufacturero, siglo que, según la concepción de Braudel (Aguirre, 1999), se extendería hasta aproximadamente 1650, teniendo este período -doscientos añoscomo eje fundamental, el tránsito de las antiguas relaciones feudales de producción a la modernidad capitalista. Esta no sólo transformó las dinámicas productivas, sino que implicó el avance renovador de una cosmovisión burguesa, expresada en la sociedad civil, y las instituciones políticas y culturales en general. Varios factores posibilitan el cambio: los grandes descubrimientos marítimos, la Reforma protestante, el intercambio cada vez mayor con Oriente, el nacimiento de ciudades dedicadas al comercio, etc. En la historia de la comunicación dos acontecimientos resultaron primordiales: la fabricación de papel y la invención de los caracteres móviles. En 1456, Gutenberg imprimiría la famosa Biblia de Magucia, que rompería la tradición secular de la Iglesia en cuestiones de reproducción de la palabra escrita. El pensamiento político se nutre de estos cambios. Surgen parlamentos feudales diseñados según relaciones donde se establece un contrato social. Los Estados nacionales ganan en cohesión, en parte signados por el descrédito del Papado y el Sacro Imperio, en parte por la necesidad que tienen las ciudades de una monarquía fuerte que las defienda de los abusos de poder de los señores feudales. Ciudades renacentistas italianas como Venecia y Génova se encuentran a la vanguardia política de la época. Surgen allí los gérmenes de la democracia burguesa y de libertades civiles en estrecha relación con los intereses económicos, las cuales darían más tarde cuerpo a la concepción clásica de libertad de prensa. El desarrollo del comercio y la manufactura va generando fenómenos que no pueden ser regulados por la escolástica medieval, pensada para unas relaciones de producción que no se avienen al actual orden de cosas. Estas ciudades elaboran constituciones que retoman el pensamiento antiguo griego: el autogobierno en la comunidad y cierta participación ciudadana como base de la libertad política de los propietarios. El proceso ideológico de mayor trascendencia en este período es la sustitución del patrón de referencia en cada uno de los asuntos sociales, jurídicos y políticos: surge una moralidad mercantil. “Ahí está la fuente de la ética empresarial --comenzada como ética del comerciante urbano, más tarde industrializada sobre la base de la teoría del valor-trabajo fundada por Locke-- que hasta hoy extiende su existencia y se nos propone como la manera natural de comportarse el homo aeconomicus. La ideología del comerciante es profana, porque él sacraliza al dinero; por eso promueve una visión de la sociedad laica. El comerciante tomó el lugar del clérigo cada vez más” (Chaguaseda, 2005). Poco a poco, el Renacimiento traslada la razón de ser de cada acción humana, de la voluntad de un gobernante todopoderoso representante de Dios en la tierra, a un mercado mucho más

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humilde pero sin lugar a dudas omnipresente. Comenzaba así el reino del Capital y de las ideas asociadas a este. 3.2.1. GUERRAS DE RELIGIÓN Y LIBERTAD DE IMPRENTA: En la historia de la imprenta se evidencian las diferencias irreconciliables entre el feudalismo y el sistema social naciente. Los elementos del antiguo régimen ven en ella una herramienta que, puesta a su disposición, contribuiría a mantener el estatismo medieval. Para la filosofía reaccionaria, la libertad de imprenta era la libertad de publicar la verdad de Dios, que es la verdad de sus representantes en la tierra. En la opinión de obispos y príncipes, el invento de Gutenberg tendría que formar parte del sistema comunicativo tradicional, donde los mensajes descendían con verticalidad catedralicia de la deidad al vulgo, pasando por traductores institucionalizados del discurso, los mandos de la Iglesia y la aristocracia nobiliaria. La historia de los medios de comunicación masiva comienza con el descubrimiento de los caracteres móviles. Aunque a los contenidos impresos accedía una cantidad minoritaria de la población, ello representó un paso de avance trascendental, si lo comparamos con los métodos medievales de reproducción de los escritos, mucho más lentos y siempre vinculados a las jerarquías eclesiásticas. Los gobernantes renacentistas comprendieron tempranamente el poder de esta nueva creación laica, la cual pusieron bajo su tutela, limitando el uso de esta a la voluntad real. “Las publicaciones debían pasar el control ideológico del estado y de la Iglesia. Ya en 1486, Berchtold, arzobispo de Maguncia teoriza sobre la censura ... en interés de la imprenta, para protegerla de sus propios abusos, que todo escrito aparezca revestido con la autorización de la Universidad antes de ser impreso. Como la Iglesia y el Estado controlaban absolutamente la Universidad, el control indirecto se convertía en control directo” (Montalbán, 2003: 34). La censura previa6 surgió, por tanto, como consecuencia de la aparición de la imprenta. El Papa Alejandro VI Borgia ordenó extenderla, en 1501, a todos los países católicos. Tan pronto estallan las guerras entre católicos y luteranos, los primeros enarbolan el estandarte de la libertad de información como una de las necesidades fundamentales del hombre, y en la práctica la única manera de ampliar el alcance del movimiento reformista. Ciertamente luego de hacerse con el poder, sustituyeron el dogmatismo católico por el protestante. “Lutero era decididamente contrario a la libertad de conciencia y de culto, una doctrina que contradecía su interpretación de las Escrituras” (Montalbán, 2003: 41). La idea de que un grupo determinado invocara la libertad general de las imprentas, y que una vez lograda esta, olvidara a la sociedad en su conjunto, sería retomada muchas otras veces en la historia, desde Milton a los padres fundadores. Sin embargo, la Reforma tuvo consecuencias positivas en el desarrollo de las ideas relacionadas con la libertad de imprenta. El mero hecho de cuestionar los dogmas establecidos –aunque fuese para sustituirlos por otro- constituía ya un paso de avance, pues ponía al descubierto los puntos débiles de principios hasta ese momento irrebatibles. Entre los grandes aportes de este movimiento a la teoría de la libertad, Bury señala el tema de la lectura de la Biblia (Bury cit. por Montalbán, 2003: 44), la cual fue traducida del latín a las lenguas nacionales, por calvinistas y luteranos, quienes proponían a cada creyente su lectura sin la 6

Se entiende por censura previa “el examen de los escritos (antes de su publicación o su impresión), por los agentes de la Iglesia o el Estado nombrados a ese efecto, examen que es seguido de la autorización o de la prohibición de publicar” (Bourguin, 1952: 205).

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mediación del sacerdote. Esto vino aparejado de un aumento de la libertad de recepción, componente ineludible de la libertad de prensa. La lectura personal de la Biblia obligó a implementar campañas de alfabetización entre la población. La apropiación individual de la fe contribuyó a la formación del pensamiento individualista propio de la modernidad, y de una interpretación de las libertades que tendrá en lo adelante como punto de referencia al sujeto y no a la colectividad. A las 95 Tesis de Lutero, la Reacción respondió con la Contrarreforma, promulgada en el Concilio de Trento (1545-1563). La misma abogaba por el fortalecimiento del papado y la renovación de la doctrina, sacando a relucir el pensamiento de los Padres de la Iglesia. Su principal artífice fue el jesuita Roberto Belarmino, quien había participado en los procesos contra Giordano Bruno y Galileo Galilei. La política del Papado incluyó un conjunto de medidas que limitaban la producción y circulación de impresos. Pese a imponerse la legislación restrictiva más fuerte de la historia –comprendía la pena de muerte a todo aquel que imprimiera, difundiera o incluso leyera publicaciones impresas de uno u otro bando- los habitantes del siglo XVI encontraron formas de burlar los monopolios informativos e ideológicos del poder. Ya por aquel entonces existía un importante mercado de noticias, sobre todo en las ciudades renacentistas italianas, que necesitaban informaciones de los más disímiles lugares, las cuales resultaban imprescindibles para comunidades dedicadas al comercio. De ahí que, durante todo este período, las noticias manuscritas se convirtieron en el modo de escapar de la censura impresa (Weills, 1945). El Estado otorgó a la Iglesia la función de suprema censora hasta finales del siglo XVII. “Hasta el momento en que Luis XIII crea la censura laica de Estado, se había mantenido el tic superestructural de la Iglesia como depositaria de la verdad” (Montalbán, 2003: 34). Esta transición demuestra la verdadera razón de ser de la censura en la época: frenar el advenimiento de nuevas relaciones político-económicas que rompieran con la tradición feudal. La pugna entre papistas y protestantes no fue más que uno de los rostros que adoptó el discurso. Por esta época se crean también imprentas reales donde salen a la luz publicaciones apologéticas a los intereses del Estado. La iniciativa se extendería a lo largo del siglo XVII. Como en todo período convulso, el control de la información por parte de los tenedores del orden, no se limitaba a los contenidos impresos. La comunicación oral estaba bajo la vigilancia de las autoridades. Toda idea contraria a las verdades oficiales, la utilización de canales no permitidos, la “tergiversación” de noticias, el rumor como fuente de agitación social, eran castigados por la ley. “Gregorio XIII ordena condenar a galeras a los menanti (noticieros) que recojan, redacten o difundan noticias falsas o verdaderas, sobre su país o sobre el de los otros, que no pasen por el filtro papal” (Montalbán, 2003: 36). En 1542 se había instituido la Congregación del Santo Oficio (Inquisición), la cual, entre otras funciones, se dedicó a expurgar libros considerados heréticos y por tanto prohibidos. En general, podemos ubicar estos procesos como parte de una estrategia de gran alcance7 que asumieron los elementos más retrógrados de la política europea, para mantener su poder omnímodo sobre la sociedad. El debate en torno al sujeto de la libertad de prensa o imprenta se erigió como una demanda reivindicativa de las clases más progresistas, que fue erosionando, cada vez con mayor fuerza, las rocas del poder. Si analizamos el fenómeno a largo plazo, veremos como algunos de los elementos retrógrados que existían en el siglo XVI 7

La ideología reaccionaria de corte feudal logró sobrevivir hasta bien entrada la modernidad. Recordemos a la Santa Alianza postnapoleónica en el siglo XIX.

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han desaparecido, y cómo a la Reacción se han sumado fuerzas que en una época resultaban progresistas, y que, debido al desgaste de su función histórica como clase revolucionaria, gravitaron hacia los círculos conservadores. La publicación del Índice Romano de Libros Prohibidos manifiesta la continuidad de esta política de silenciamiento de ideologías revolucionarias, en pugna con los viejos órdenes. En 1559 vio a la luz esta reglamentación, que fue encargada a la Inquisición por el Papa Pablo IV. Aunque ya existían algunos documentos de este tipo, la presente disposición se mantuvo vigente durante cuatrocientos años, y tuvo consecuencias indelebles en todo el mundo occidental. Por ejemplo, en los primeros capítulos de Don Quijote de la Mancha, su autor hace referencia a los afanes inquisitoriales de la época, cuando en una escena el cura y el barbero queman la biblioteca de Alonso Quijano, según ellos, la causante de su locura. El Índice fue actualizado con frecuencia hasta la contemporaneidad, contando en la lista de proscritos nombres como el de Votaire, Copérnico y Balzac. En 1948 la lista incluía más de cuatro mil títulos censurados. El 14 de junio de 1966, la Congregación para la Doctrina (heredera del Santo Oficio) dispuso que tanto el Índice como las penas de excomunión que estaban indicadas en el mismo, ya no estaban vigentes. 3.2.2. PRENSA Y ABSOLUTISMO: Doscientos años, aproximadamente, dura el duelo entre la reacción monárquico-feudal y los elementos burgueses en su lucha por la hegemonía estatal, pugna que sólo culminaría con las revoluciones burguesas, donde tenderos e industriales ocupan las posiciones de los monarcas destronados. Los primeros, como toda clase en retroceso, establecen una política defensiva a lo largo de esta etapa. La misma se evidencia particularmente en el terreno político y religioso, pero abarca a la sociedad en general, incluyendo las relaciones entre el poder y los procesos comunicativos, donde la prensa cada vez juega un papel de mayor importancia como medio de comunicación. Montalbán sintetiza las cuatro líneas en las que se basó la política informativa de la Reacción: “1/ Sistema de concesionismo de permisos de imprimir, sólo a impresores de su absoluta confianza. 2/ Sistema de licencias individuales por el que sólo se autoriza la publicación de una obra, con el visto bueno de la autoridad estatal y religiosa (nacimiento de la censura previa). 3/ Aplicación de leyes punitivas contra los que se apartaban del proteccionismo mental de estos dos sistemas preventivos. 4/ Creación de sus propios aparatos de difusión de noticias y de mensajes culturales” (Montalbán, 2003: 49). Cada uno de los nacientes estados nacionales desarrolló sus propios métodos restrictivos en dependencia de sus particularidades. Ante esta ideología retrógrada se alza el credo burgués, que en esta etapa explicita por primera vez una teoría moderna sobre la libertad de prensa, como respuesta liberal a los mecanismos feudales restrictivos que entorpecían la libre difusión de las ideas. El principal objetivo de los elementos feudales era contener los cambios que se avecinaban, estableciendo una política de estatismo que abarcara a todos los sectores de la sociedad. Las tensiones entre una y otra clase serán causantes de la eclosión de una ideología represiva que, partiendo de la más retrógrada tradición medieval, limite la libertad de imprenta al derecho de cuna. La situación se resquebraja primeramente en Inglaterra, pionera en la Revolución Industrial y de una serie de cambios políticos de singular trascendencia para el devenir

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capitalista en Occidente. En dicha nación, la prensa adquiere protagonismo durante las luchas del siglo XVII entre católicos y puritanos (Altschull, 1990), luchas cuya trascendencia escapa del plano religioso8. Algunos folletistas se alzan en defensa de los planteamientos de estos últimos, lo cual no es del agrado de la “vieja guardia”. En las islas británicas, donde existía cierta tradición de respeto a las informaciones provenientes del exterior, pero una censura total hacia las locales (Montalbán, 2003), se intenta silenciar a toda costa el movimiento puritano. Tanto los Tudor como los Estuardo toman medidas en este sentido. Durante el gobierno de Enrique VIII, quien ordenara la ejecución de decenas de opositores a su gobierno, incluido Tomas Moro, se crea la Star Chamber (Cámara Estrellada), antiguo tribunal británico de inquisición, que entre sus tareas debía velar por el contenido de las publicaciones y castigar toda desviación impresa de los cánones establecidos. Los Tudor supieron servirse de esta prerrogativa, e hicieron imprimir noticias relacionadas con la vida en la corte, llegando incluso al extremo de publicar propaganda a favor del divorcio de Enrique VIII. Isabel I decretó en 1586 que cada libro publicado debía contar con la aprobación del Arzobispo de Canterbury o del Obispo de Londres, quienes tendrían a su cargo la censura previa en el reino. La misma ordenanza señalaba que cualquier escrito fuera de la ley debía ser tratado de la manera más dura. “Todo equipo de imprenta utilizado para publicar material ilegal era confiscado por una especie de fuerza policial de la Cámara Estrellada, encargada de borrar, quemar, romper y destruir las prensas” (Altschull, 44: 1990). Posteriormente, Carlos I actualiza estas leyes, creando un cuerpo de comisarios encargados de apreciar los contenidos de la prensa, medida que no hace más que avivar las llamas de la Revolución, la cual abogaba por el fin de las prerrogativas reales sobre las impresiones de cualquier tipo. Sin embargo, hay que señalar que después de 1649, “el Parlamento Largo limitó su actividad reformadora a suprimir la Cámara Estrellada, para ponerse en su lugar. Los rigores fueron los mismos: el Parlamento Largo llegó hasta fundar sus decisiones sobre decretos de la Cámara Estrellada” (Bourguin, 1952: 206). Mientras Inglaterra protagonizaba los primeros síntomas de la revolución puritana, en Francia llegaba al cenit la monarquía absoluta. En ninguna otra nación europea la ideología del antiguo régimen logra una simbiosis mejor con la prensa, convertida en instrumento de combate interior y exterior del poder (Montalbán, 2003). La realeza francesa crea todo un sistema de prensa adepto a sus intereses, entre la que se destaca La Gazette de France, dirigida por el médico Théopharaste Renaudot. Renaudot imita a las gacetas holandesas, de boga por aquellos años, cuyas técnicas adapta en su publicación a los intereses del Estado, que financia el proyecto. Bajo el auspicio de Richelieu, ministro de Luis XIII, se crea así la prensa de Estado, lo cual abre el camino a la futura especulación teórica en cuanto al ideal de libertad de prensa. La teoría burguesa, sin dudas con la mirada puesta en el ejemplo monárquico, abogó desde sus inicios por un modelo de prensa que fuera libre en cuanto no estuviera controlada por el Estado –por el viejo ordensino por las lógicas del mercado –por el nuevo-, por el principio de ver la información como mercancía, en la que, la simple rentabilidad de la verdad, sería el principal garante de su difusión. El pretender, como veremos más adelante, que la prensa funcione como entidad 8

Los católicos, como en toda Europa, representaban las ideas feudales de las cuales la monarquía absoluta de Carlos I era su mejor garante, mientras que los puritanos agrupaban a un conjunto de clases emergentes (tenderos, comerciantes, etc.) sin derechos de ningún tipo dentro del aparato estatal.

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desvinculada del Estado, constituye uno de los mayores mitos de la libertad de prensa burguesa. Si bien Richelieu y sus sucesores sostuvieron el mecenazgo de una prensa servil, hicieron sus mayores esfuerzos en reprimir toda manifestación comunicativa extraoficial. Un estado hecho en 1665 informa de que únicamente había 19 hojas autorizadas en Francia, casi todas dedicadas a especialidades (Weill, 1945). “El gobernador de la Bastilla, fue advertido en 1662 de que se le enviaría a todos aquellos que, sin permiso, se entremetan a hacer o vender gacetas y expedir noticias por escrito” (Weill, 1945: 28). Sin embargo, existían antecedentes importantes de legislaciones represivas a la difusión de impresos. Por ejemplo, una ordenanza fechada en 1521 prohibía la impresión de todo documento que no hubiera pasado por la censura previa de la Universidad y la Facultad de Teología. Estando ambas controladas por el gobierno, la censura indirecta volvíase directa. Las reglamentaciones eran terribles, numerosas de ellas comprendían la pena de muerte por infracciones de este tipo. En 1546, un impresor, Etienne Dolet, es quemado vivo por haber vendido libros contrarios a la religión y al Estado. Una declaración del 16 de abril de 1756 afirmaba todavía que todos aquellos que fuesen culpables de haber compuesto e impreso escritos tendientes a atacar la religión, a conmover los espíritus, afectar a la autoridad, así como mover el orden y la seguridad del Estado, sería condenado a muerte. Después de la muerte de Luis XIV, se rompe el férreo control al que la prensa francesa se veía sometido. Mediante diferentes vías, entre las que se destaca el pago de contribuciones, comienza a entrar con mayor libertad la prensa del extranjero. A ello se suma la aplicación del permiso de impunidad, lo cual fue, en parte, un paso de avance con respecto a la censura previa. Este permiso lo otorgaba verbalmente el teniente general de policía. No quedaba registrado en ninguna parte, y tenía la ventaja de permitir una impresión rápida, pero el inconveniente de ser revocable en cualquier instante, con la misma arbitrariedad con la que había sido concedido. Sin embargo, la horca, el destierro, las galeras, las amenazas, la confiscación de bienes y la prisión, están presentes una y otra vez en los textos represivos de la época. En la práctica, el desarrollo de la industria del libro y el comercio de este, el gusto creciente del público por los impresos, la multiplicación del intercambio literario con países más libres, en suma, la doble presión de los intereses económicos y del público, habían hecho, a finales del siglo XVIII, a la mayor parte de estas legislaciones ineficaces. Los impresos avivarían las llamas de la Revolución. 3.2.3. GACETAS HOLANDESAS Y LIBERTAD DE MERCADO: Las gacetas holandesas han pasado a la posteridad como la primera comunión victoriosa entre prensa y capital. Esta alianza, aún precaria a mediados de siglo XVII, tendría profundas consecuencias para el diseño moderno de una libertad de prensa que no podrá nunca más deslindarse de las lógicas del mercado. “Fue el inicio del desarrollo pleno del modo de producción burgués lo que hundió un sistema que respondía a una concepción feudal del sistema empresarial (...) la interrelación entre libertad empresarial de imprimir y libertad de expresión es de una puntualidad histórica” (Montalbán, 2003: 50). Los impresores de los recién independizados Países Bajos (1568-1648), se percataron muy pronto del potencial mercado de información existente en todo el continente Europeo, signado

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por mecanismos absolutistas de control de la comunicación. En esta república, que contaba con la supremacía comercial e industrial, se desarrolla también el sistema de concesiones para la imprenta, antecedente de lo que sería la futura empresa moderna. El interesado en adquirir un negocio de impresión debía pagar cierta cantidad de dinero a las autoridades de la ciudad donde se establecería, así como comprometerse a imprimir, de manera gratuita, los bandos municipales y enviar la gaceta (una vez impresa) al Ayuntamiento, o a varios miembros del Consejo. A cambio, el interesado obtendría un privilegio que lo protegía de la justicia y de la competencia de inoportunos colegas. Aunque el gobierno federal no alentó semejantes empresas, su propia debilidad frente a las ciudades permitió el desarrollo de las mismas. Las gacetas pasaron rápidamente a Inglaterra donde, sobre todos los comerciantes, necesitaban la información que estas podrían brindarles. En Francia tuvieron amplia recepción en un público que burlaba así la censura instituida por las cortes de los Luises. Durante este período funcionaron paralela y antagónicamente estas dos arquitecturas comunicativas: de un lado el modelo absolutista, bajo cuya óptica el derecho de imprimir constituía una prerrogativa real, y cuyo objetivo final era salvaguardar las antiguas instituciones de todo cambio. Del otro, una prensa cosificada, que se inserta en los mecanismos de reproducción del capital, y sigue por tanto la lógica de este. El control de las autoridades frente al auge de las gacetas o de cualquier otra expresión comunicativa que se apartara de la oficialidad, encuentra con cada vez mayor fuerza los resquemores de una burguesía que pide libertad para llevar adelante su empresa comercial. “Bromas y persecuciones hicieron aspirar a la libertad de prensa –o sea al derecho de imprimir libremente- noción que, bajo su forma moderna, se determinará y desarrollará en el curso de los siglos siguientes” (Bourguin, 1952: 40). 3.3. LAS REVOLUCIONES BURGUESAS Y EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD: Entre 1789 y 1848 el mundo occidental y sus colonias vivieron un conjunto de cambios estructurales, de excepcional importancia, que posibilitaron la aplicación paulatina de nuevas relaciones de producción de tipo capitalista, y pusieron en auge las ideas filosóficas burguesas. La Ilustración tiene como centros principales a Francia e Inglaterra, quienes fueron a su vez protagonistas de movimientos revolucionarios de trascendencia planetaria. Aunque posteriormente analizaremos con mayor profundidad el pensamiento de algunos de los principales autores de estas dos escuelas, podemos señalar como rasgo característico de ambas, la preocupación general por el progreso de las ciencias, las cuales condicionarían el florecimiento de la técnica, y por tanto de una economía burguesa, basada en la reproducción del capital y no en la renta sobre la tierra. Los iluministas planteaban asimismo la necesidad de acceder al conocimiento como única forma para superar el oscurantismo medieval; proponían la libre discusión de ideas como vía de adquisición de los saberes en constante cuestionamiento científico, y la lucha contra las instituciones feudales, específicamente la Iglesia, que frenaban el desarrollo humano. Del iluminismo surge la concepción del Estado de Derecho, ideal que sustituyó la cosmovisión jurídica de la Edad Media. La teoría burguesa de la libertad de prensa, que propugna el distanciamiento entre los medios de comunicación y el Estado, se asienta en esta concepción. La misma plantea que el Estado debe situarse por encima de las clases sociales y por debajo del Derecho, obviando de este modo, el sentido clasista de toda agrupación social.

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Otro punto común existente en el pensamiento de los filósofos de la Ilustración fue la idea del contrato social como principio organizador de las relaciones civiles y políticas de la comunidad. En general, los iluministas plantean la existencia de relaciones naturales simples que preceden la constitución de un cuerpo político mediante el contrato. Sin embargo, esta concepción de derechos naturales pone en plano de igualdad a todos sus firmantes, desconociendo las relaciones sociales preexistentes que condicionan la fuerza y el contenido de los derechos de que se habla. En otras palabras, “esto supone que todo se origina en el sujeto, y es responsabilidad suya el ejercicio del contenido de su derecho; por lo que el grado en que lo despliegue o deje de desplegarlo depende de su esfuerzo y sabiduría. La supuesta igualdad natural supone, en consecuencia, la desigualdad social efectiva” (Chaguaseda, 2005). Los derechos humanos –donde se incluye la libertad de pensamiento, expresión y prensa- son también parte de las concepciones teóricas vinculadas a las revoluciones burguesas y el pensamiento de la Ilustración. Esta doctrina se relaciona con al papel histórico desempeñado por la burguesía en sus orígenes revolucionarios frente a los poderes feudales. Aunque en los derechos que reivindicó se encuentran presentes sus necesidades de clase, también “constituyeron un instrumento de significativa importancia para la conquista y conformación ulterior del poder político por parte de la nueva fuerza social revolucionaria” (Chaguaseda, 2005). “Un individualismo secular, racionalista y progresivo, dominaba al pensamiento ilustrado. Su objetivo principal era liberar al individuo de las cadenas que le oprimían: el tradicionalismo ignorante de la Edad Media que todavía proyectaba sus sombras sobre el mundo; la superstición de las Iglesias (tan distintas de la religión natural o racional); de la irracionalidad que dividía a los hombres en una jerarquía de clases altas y bajas según el nacimiento o algún otro criterio desatinado. La libertad, la igualdad –y luego la fraternidad- de todos los hombres eran sus lemas” (Hobsbawm, 1979: 23). La libertad viene a ser el eje temático de las revoluciones burguesas. A los procesos productivos de la naciente clase se interponían en todo momento las concepciones medievales. El burgués “tiene pues el sentimiento de que su apasionado deseo de acumulación, al que considera un instinto natural y al cual llama su libertad, está trabado por las leyes, los derechos, las costumbres, las coacciones del mundo antiguo, y de que la grandeza y la belleza de la vida no pueden expresarse sino por la expansión violenta de los deseos (...) Contra las viejas reglas y las viejas prohibiciones, proclamó la única obligación que reconocía: la obligación de realizarse plenamente” (Garaudy, 1960: 106-107). El mundo había cambiado. El auge del comercio y la industria, poco a poco crearon las condiciones de otras relaciones económicas. Anteriormente el siervo estaba atado -mediante las jerarquías personales y la simple coacción- a su tierra, de la que nunca salía a lo largo de toda su vida. Ahora “la clase que detentaba las nuevas formas de la riqueza reclamó libertades y obtuvo franquicias. Se trataba de la libertad de la economía: libertad de desplazamiento y de transacción, libertad de producción, de intercambio y de trabajo” (Garaudy, 1960: 83). Hasta mediados del siglo XVII la burguesía consideraba a la monarquía absoluta como la forma política que más se avenía a sus intereses, capaz de hacer avanzar las nuevas relaciones de producción, frenando los intereses feudales. Sin embargo, la monarquía acordó un sistema de reglamentación que terminó siendo similar a las antiguas concepciones medievales. “Esa monarquía, aún bajo la influencia burguesa, siguió siendo feudal por esencia” (Garaudy, 1960: 123). La palabra libertad resumiría entonces el conjunto de reivindicaciones que la burguesía

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plantea a la aristocracia y al clero feudal, reivindicaciones a las cuales se suma el pueblo de las diferentes naciones europeas, empobrecidos por una burocracia parasitaria, altos impuestos y un sistema de castas que impedía cualquier desplazamiento en la pirámide social. “Tiene así la reivindicación burguesa de la libertad, en el siglo XVIII, un sentido concreto y un preciso contenido de clase: la burguesía exige el libre juego de las leyes del desarrollo del capitalismo” (Garaudy, 1960: 123). Los dueños de las primeras grandes empresas europeas, producto de los adelantos técnicos de la Revolución Industrial, necesitaban millares de obreros que trabajaran en ellas. Estos no podían ser otros sino siervos de la gleba, liberados de su dependencia personal y declarados jurídicamente libres para vender no sólo el producto de sus manos, sino su trabajo mismo, sus propias aptitudes, a cambio de un salario que alcanza justamente para conservar con vida la mano de obra. “La Ilustración resume la ideología del Estado Llano, traduce los anhelos de poder político del pueblo y de las clases burguesas que se han ido formando en las ciudades, en el comercio y en la actividad económica, y echa los cimientos doctrinales de la Revolución” (Fabal, 1976: 9). La libertad individual, tantas veces invocada por el burgués, era su libertad, es decir, la capacidad necesaria para cumplir con sus intereses de clase. “Tal individualismo de la época heroica del capitalismo adolescente es progresista. Conduce hacia una libertad más grande, pues la lucha contra las relaciones sociales del feudalismo permite la liberación de las nuevas fuerzas productivas de la sociedad” (Garaudy, 1960: 107). Las revoluciones de 1848, donde por primera vez el proletariado sale a la palestra pública, corroborarían este planteamiento. La necesidad de una prensa libre se inserta primeramente en un discurso filosófico, que postula la adaptación de todos los aspectos de la sociedad humana a las lógicas del mercado. En segundo lugar, una prensa sin trabas feudales contribuiría decisivamente a la difusión de ideas, entre una elite culta y letrada, partícipe de los cambios que tendrían lugar en toda Europa. Al mismo tiempo, el ideal clásico de libertad de prensa, surgido al calor de las demandas burguesas, queda lastrado para siempre por la confusión misma que implica su origen. Como hemos visto, la reivindicación burguesa de la libertad –incluyendo la libertad de las imprentasimplicaba, por una parte, acabar con el sistema de dominación feudal. Por tal motivo, en este punto la burguesía se levanta como embajadora de la sociedad en su conjunto. Pero la negación misma del feudalismo implicaba el desarrollo de la modernidad capitalista, la cual traería aparejadas nuevas servidumbres. La confusión de uno y otro aspecto de la cuestión, así como la creencia popular de que una vez rotas las cadenas feudales –no se conocía otro sistema político- se alcanzaría automáticamente la libertad, hace que esta se parapete en el mito de su origen, escondiéndose así su indiscutible raigambre clasista: La libertad de prensa clásica es un privilegio de clase. 3.3.1. P APEL DE LA ILUSTRACIÓN INGLESA Y FRANCESA EN LAS CONCEPCIONES ACERCA DE LA FUNCIÓN DE LA PRENSA: Tanto los filósofos ingleses (Hobbes, Locke, etc.) como los franceses (Montesquieu, Voltaire, Rousseau) prepararon el ordenamiento legal, político e ideólogo de las revoluciones burguesas. Si bien no emplearon a la prensa como elemento difusor de sus ideas (Weills, 1945), utilizaron como soporte otras publicaciones impresas, talles como folletos, libros y almanaques. Montalbán polemiza esta idea de Weills, referente a la poca importancia de los periódicos durante la época, causa por la cual la Ilustración les reservó un papel se segundo orden.

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Aunque apenas existían publicaciones periódicas y su circulación se limitaba a una elite de las clases medias y altas, “la lucha ideológica del siglo XVII y XVIII tuvo en la prensa un instrumento capital. Ya hemos visto cómo el poder trata de hacerla suya y cómo cualquier oposición trata de contar con sus propios aparatos de ideologización e información” (Montalbán, 2003: 55). Pero más allá del protagonismo que pudiera o no tener la prensa durante el período de las revoluciones burguesas, resulta inobjetable que las ideas generadas por la Ilustración definieron la relación de esta con los Estados modernos. La obra de los iluministas sienta las bases de una moderna cosmovisión a establecerse. Este reordenamiento se basa en la razón, como instrumento que permite el paso de un estado natural y salvaje, a una vida en sociedad, donde necesariamente hay que cumplir las reglas de un contrato, que el individuo acepta por voluntad propia. Una vez firmado este, el ser humano cede parte de sus derechos individuales, que son inherentes a su naturaleza, a cambio de una vida en colectividad, donde la propiedad es respetada. La filosofía contractualista constituye el basamento teórico-jurídico del sistema capitalista, y de los primeros discursos relacionados con la libertad de prensa. 3.3.1.1. LA ILUSTRACIÓN INGLESA: Con la obra Leviatán, del filósofo Thomas Hobbes (1588-1679), se inicia la Ilustración en las islas británicas. Hobbes, quien fuera contemporáneo con Milton, vivió el período convulso posterior a la decapitación de Carlos I y el inicio de la Revolución Inglesa. Quizás en estos hechos podamos encontrar las causas de un pensamiento pesimista, que ve al ser humano en su estado natural como una especie de salvaje capaz de asesinar a sus congéneres con tal de ver cumplidos sus fines egoístas. Sólo en aquellos estados gobernados por un poder absoluto –preferiblemente el de un monarca- se pondría freno al caos reinante. Leviatán fue publicado en 1651, dos años después de la ejecución de Carlos I y siete después de la Areopagítica de Milton. En esta obra, Hobbes establece la teoría del contrato social, basada en la idea de que cuando los hombres forman una sociedad, ceden sus derechos individuales a cambio de la seguridad proporcionada por el Estado. Se establecen reglas tanto para el individuo como para la sociedad. Esta alianza de muchas partes heterogéneas (de ahí la alusión al monstruo bíblico, Leviatán) garantizaría los derechos de propiedad y la seguridad de cada uno de sus integrantes. Hobbes aplica a sus teorías principios filosóficos mecanicistas, considerando a la sociedad como una máquina gigantesca de la que cada individuo es un elemento integrante. De este modo, el hombre, partícula de la mecánica social, es un ser abstracto que se mueve únicamente por un sentimiento de egoísmo, que no es otra cosa que el motor de acción de la sociedad. Las ideas de Hobbes fueron progresistas en su tiempo, ya que es el primer filósofo que aborda a la sociedad como heredera de un “estado de naturaleza”, el cual concluye a través de un “contrato social”. Esta teoría, que tuvo importantes continuadores a lo largo de la Ilustración, rompe con los orígenes divinos atribuidos en el medioevo a la conformación estatal. Todos los integrantes de la mecánica social, tantos reyes como súbditos, actuarían de acuerdo con sus intereses, movidos por un egoísmo innato. Los miembros de la comunidad aceptarían la dura autoridad del monarca, ya que con ello no servirían más que a sus propios deseos: cada quien siente una aversión natural a la guerra y al estado de anarquía, y el Rey podía ser el único capaz de establecer el orden.

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De este pensamiento se desprende la primera ideología iluminista relacionada con la libertad de prensa, ideología que tiene, como ninguna otra, elementos de transición entre el viejo orden y la modernidad burguesa. Si bien por un parte el pensamiento de Hobbes subordina a la prensa los intereses del Estado absolutista, como mecanismo que garantice un orden cuyo garante es el monarca; por otra, reconoce a los individuos como detentadores de libertades naturales, las cuales son enajenadas a favor de la comunidad con el objetivo de garantizar la estabilidad de la misma. Para Hobbes, la soberanía reside en el pueblo, pero al mismo tiempo considera que no debe haber “libertad de prensa cuando tal libertad no es aceptable para el Estado soberano (...) los periodistas tienen la obligación de presentar sólo información que el soberano considere útil. Siendo el poder del soberano ilimitado, puede censurar cuando considere que la expresión de opiniones va en detrimento de los intereses del Estado” (Altschull, 1990: 58-59). Entre la obra de Hobbes y John Locke (1632-1704) median los importantes acontecimientos de la revolución de 1688, y la transacción política entre la nobleza terrateniente y los grandes burgueses de la ciudad. Si Hobbes es el teórico del absolutismo, Locke lo será de la monarquía constitucional. A este filósofo, padre del liberalismo político moderno, le tocó vivir un período agitado de la historia inglesa. Cuando tenía diecisiete años, decapitaron a Carlos I, a los veintiocho, muerto Cromwell, subió al trono Carlos II. Es durante el gobierno de Guillermo de Orange, que publica su obra cumbre, Tratado del gobierno civil. Basado también en una teoría contractualista, en él Locke se propone demostrar la legitimidad de la Revolución Gloriosa, probando que Guillermo III no es un usurpador, sino que su majestad reside en el consentimiento del pueblo, que lo ha elegido para detentar la soberanía. A diferencia de Hobbes, en el estado natural de Locke reina la paz, es este un estado “de absoluta libertad, en el cual sin anuencia de nadie y sin ninguna dependencia de voluntad ajena, se puede hacer lo que se quiera, y disponer de personas y bienes según mejor parezca, con la restricción de contenerse siempre en los límites de la ley natural” (Locke, 1933: 11). En este estado prima la igualdad, puesto que ningún hombre tiene más derecho que otro. La razón por la cual este finaliza y los hombres aceptan el contrato social, radica en la necesidad de salvaguardar la propiedad, ya que en el estado de naturaleza, al no haber ley escrita, no existía forma de resolver las disputas. Locke aclara que “el grande fin que se proponen los que entran en sociedad siendo el de gozar de sus propiedades con seguridad y descanso, y el mejor medio de conseguirlo estribando en el establecimiento de las leyes de esta sociedad” (Locke, 1933: 107). “Lo esencial de su teoría de la libertad puede resumirse en algunos principios sencillos: la propiedad privada es un derecho natural e inalienable. La tarea esencial del Estado es la de defender esta propiedad.” (Garaudy, 1960: 111). El modelo de Locke no sólo parte de libertades naturales que se ceden al entrar en sociedad, sino que reconoce que estas no pueden ser enajenadas del todo: “la libertad de los hombres que están sometidos a un gobierno consiste en tener para la conducta de la vida, una cierta regla común que haya sido prescripta por el poder legislativo (...) y que no estén sujetos al capricho, al deseo inconstante (...) y arbitrario de ningún hombre” (Locke, 1933: 28-29). Por tanto, el autor declara la reversibilidad del contrato, incluso por la violencia, si este no se adapta a los intereses de las partes y se desvirtúa en una tiranía. Esta teoría revolucionaria serviría de fundamento a la declaración de independencia de las Trece Colonias, y sería también uno de los pilares conceptuales de la libertad de prensa. La doctrina de la revocación del contrato, y la idea planteada por Locke acerca del que el gobierno progresa con el consentimiento de los gobernados, constituyen el basamento

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filosófico de una libertad de prensa, que se relaciona con el derecho de publicar las opiniones individuales de cada miembro de la sociedad. Nacía así el mito de una prensa desvinculada del Estado y constructora del consenso entre gobernantes y gobernados, lo cual aportaría combustible, mucho más adelante, a las teorías del Cuarto Poder y la responsabilidad social de la prensa. A Locke tocó, cincuenta años más tarde, completar el discurso de Milton sobre las trabas legales que entorpecían la libertad de impresión en Inglaterra. Dejando a un lado su altruismo filosófico, Locke argumentó que de continuar las licencias tendrían un efecto negativo para la industria de la prensa inglesa y dificultarían que los impresores británicos compitieran con los extranjeros. El alegado recogía dieciocho puntos en contra del sistema de censuras. Su autor “tuvo cuidado de evitar hacer una declaración fuerte en defensa de la prensa libre, pero consiguió su propósito de atacar a la maquinaria de licencias” (Altschull: 2000: 72-73). Se planteaba así abiertamente la relación existente entre libertad de mercado y prensa libre. Esta visión pragmática de la prensa, vista con fines meramente comerciales, sería marginado un tanto en los discursos filosóficos del otro lado del Canal de la Mancha. 3.3.1.2. LA ILUSTRACIÓN FRANCESA: La Ilustración francesa adapta y difunde muchas de las ideas del iluminismo inglés, preparando el terreno ideológico para la Revolución universal de 1789. “En tanto los defensores del libre albedrío ingleses –Hobbes, Locke y Hume- contribuyeron con mucha luz a la Ilustración, fueron los escritores y pensadores franceses quienes encendieron el fuego” (Altschull, 1990: 97). Las opiniones de estos filósofos, divergentes en su mayoría, tienen como punto común la temática de la libertad y los derechos del hombre, su ruptura laica contra las posiciones de la Iglesia, y en muchos casos, posturas políticas radicales. Más allá del mito, la Ilustración francesa, como la inglesa, obedece a sus intereses de clase. Excluyendo a Rousseu, el que -como caso singular- quiere una república similar a la democracia directa ateniense, pero de propietarios iguales; el resto de los iluministas franceses tenía una visión más restringida de la emancipación humana, y veía como sujetos de libertad (incluyendo la libertad de imprimir) sólo a algunos miembros de esta sociedad. Incluso Voltaire, quien ha pasado a la posteridad como el defensor del libre albedrío, no estaba preparado para entregar una sociedad al pueblo, al cual despreciaba (Altschull, 1990). Los philosophes se nuclean en torno a la primera Enciclopedia, organizada por Diderot, obra de importancia medular, ya que nos permite ubicar algunos de los rasgos comunes del pensamiento ilustrado de la época. Para estos filósofos la ciencia, la técnica, las bellas artes, los conocimientos generales que el hombre tiene de sí mismo y del mundo, no progresan más que si se renuevan continuamente todos los principios, los medios y métodos. Pero esta reinvención no es posible sin que las ideas, las hipótesis, las informaciones, circulen incesantemente de un hombre, de un país, de un siglo a otro. La existencia de la Enciclopedia es un suceso que atestigua suficientemente la justeza de esta idea. De ahí la necesidad de dejar una prensa libre en consonancia con el ideal de progreso humano. 3.3.1.2.1. DIDEROT (1713-1784): Denis Diderot, figura de segundo orden dentro del movimiento de la ilustración, teorizó acerca de la libertad de prensa. El gestor de la Enciclopedia justifica la necesidad de una prensa libre a través de dos vías diferentes, las cuales presentan puntos en común con el pensamiento de Locke. Por una parte, aporta razones que se avienen a la estructura del espíritu humano y a su

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funcionamiento, es decir, sólo mediante una prensa libre que difundiera las luces del conocimiento, que contribuyera al intercambio y a la confrontación de ideas, el individuo saldría del oscurantismo medieval . Por la otra, propugnaba razones económicas que se conectan con la ideología liberal. Recordemos que el liberalismo era en Francia, a mediados del siglo XVIII, la sola vía de progreso económico. En su ensayo Sobre la libertad de prensa, Diderot muestra que la libertad de las imprentas estaba estrechamente vinculada de la libertad de comercio en general. El ideal de la democracia centralizada -en su forma monárquica- que Diderot propone en sus artículos de la Enciclopedia, no podía funcionar sino en un Estado donde la opinión pública estuviera organizada. Monárquico por tradición y también por comodidad (como nos dice Jacques Proust en la presentación de su obra), Diderot imaginaba su sistema simple, grandioso y perfectamente utópico: la nación soberana en derecho, la voluntad general resumida en algunas leyes muy simples; un rey justo y bueno que representara a una nación que le brinda su consentimiento, un rey que es también depositario del poder de esta nación, el agente de ejecución de la ley. Su sistema no es teóricamente viable sino cuando existe esta doble condición: que la nación entera pueda en todo momento representar su voluntad ante príncipe, por la mediación de los filósofos, de los periódicos, y de todos aquellos que piensen y se expresen. Al mismo tiempo, el príncipe, sumiso por definición, a la ley, que es la voluntad general, debe ser siempre receptivo a estas opiniones populares. La historia demostró que Luis XVI no compartía los criterios del filósofo. 3.3.1.2.2. MONTESQUIEU (1689-1755): La estadía prolongada de Montesquieu en Inglaterra, lo hizo un defensor a ultranza de las instituciones británicas, en especial el sistema de poder compartido entre el Rey y el Parlamento. El autor de El espíritu de las leyes abogaría posteriormente por una fórmula de poder legislativo bicameral, como en Inglaterra, con una cámara de aristócratas y otra elegida mediante el sufragio universal, lo cual representa un paso de avance con respecto al sistema de las Islas, donde el sufragio estaba restringido exclusivamente a los contribuyentes y propietarios. Sin embargo, en su fórmula elitista del contrato social, Montesquieu asigna al pueblo llano la soberanía natural, pero no la capacidad de ejercerla: “Así como la mayor parte de los ciudadanos tienen suficiencia para elegir y no la tienen para ser elegidos, lo mismo el pueblo posee bastante capacidad para hacerse dar cuenta de la gestión de los otros y no para ser gerente” (Montesquieu, 1976: 51). Siguiendo el ejemplo liberal inglés, para Montesquieu, la mejor forma de gobierno era aquella que permitía a cada ciudadano buscar la riqueza mediante la menor cantidad de restricciones posibles. “Esta búsqueda sólo puede darse si el monarca o el parlamentario legislador no ejercen un monopolio del poder” (Altschull, 1990: 93). Esta idea nutriría en el futuro una concepción de la libertad de prensa que mezcla los intereses mercantiles con las libertades naturales. Junto a Locke y Rousseau, la obra de Montesquieu se ha visto reflejada en casi todas las constituciones modernas, en especial la fórmula de la división de poderes, lo que, más allá de sus ideas moderadas de gobierno y de su ausencia de radicalismo, le aporta un lugar trascendente en la historia del pensamiento burgués. “Todo se habría perdido –nos dice

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Montesquieu- si el mismo hombre, la misma corporación de próceres, la misma asamblea del pueblo ejerciera los tres poderes: el de dictar las leyes; el de ejecutar las resoluciones públicas y el de juzgar los delitos o los pleitos entre particulares” (Montesquieu, 1976: 191). El sistema de tres poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), donde cada uno actúa como contrapeso de los otros dos, constituye el basamento filosófico de la concepción de la prensa como Cuarto Poder, y de una libertad de prensa que debe ser vista como entidad independiente de los mandos establecidos, entidad que sirva de freno a los poderes contrarios. Las ideas de Montesquieu relacionadas con la educación y los deberes del Estado, serían otro de los cimientos sobre la cual se asentaría una teorización que ve a la prensa como sujeto de reforma y protectora de los desamparados, que analiza la doctrina de su responsabilidad social. 3.3.1.2.3. VOLTAIRE (1694-1778): Si bien el aporte de Voltaire a la teoría clásica de la libertad de prensa es estructuralmente más modesto que el del resto de los filósofos estudiados, tiene el mérito de plantear algunas ideas sobre el tema, que han pasado a la posteridad como ejemplos de defensa de una prensa irrestricta. En sus obras Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, Diccionario filosófico y Lettre à un journaliste aparecen sus concepciones con respecto al tema. Para Voltaire el ser humano necesita tolerancia, dominio de la ley y, sobre todo, libertad de opinión, condiciones necesarias para encontrar su felicidad. Esta última idea lo convierte en el iluminista que más claramente habló de la libertad de las imprentas. “Su defensa de la libertad de prensa, una de las más cortas y elocuentes que jamás se hayan escrito, testifica su apoyo al pensamiento libre y su determinación de expresar esos pensamientos libres por medio de la imprenta” (Altschull, 1990: 102). Su famosa frase relacionada con los Ensayos de su colega Helvetius -Desapruebo lo que dice; pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo- constituye un antecedente teórico importante en la discusión sobre las limitaciones que pudieran tener o no los contenidos de la prensa. “Voltaire llegó a sostener ardientemente una de las consecuencias últimas de la teoría de la democracia pura o utópica, o sea, la libertad para atacar la libertad” (Castaño, 1967). 3.3.1.2.3. ROUSSEAU (1712-1778): Rousseau adopta las posturas más radicales de toda la Ilustración francesa, al punto que sus ideas no sólo nos servirían como lugar de partida de una teorización burguesa de la libertad de prensa, sino que rebasan a la modernidad misma, constituyendo importantes antecedentes de un pensamiento poscapitalista. “El hombre ha nacido libre, y en todas partes se halla entre cadenas” (Rousseau, 1957: 6), comienza diciéndonos en su obra cumbre, El contrato social. La causa de la esclavitud humana la ubica en las relaciones mismas de dominación, que impiden la igualdad natural entre los hombres: “Aristóteles había dicho (...) que los hombres no son naturalmente iguales, sino que los unos nacen para la esclavitud y los otros para la dominación. No dejaba de tener razón; pero tomaba el efecto por la causa” (Rousseau, 1957: 8). Esta idea representa un antecedente de la futura concepción de la prensa como instrumento de cambio social, de una libertad de prensa que exista sólo cuando logre superar los círculos de explotación clasista.

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Crítico de la monarquía en todas sus variantes9, propone una forma de asociación que sea “capaz de defender y proteger con toda la fuerza común a la persona y bienes de cada uno de los asociados; pero de modo que cada uno de estos, uniéndose a todos, sólo obedezca a sí mismo y quede tan libre como antes” (Rousseau, 1957: 16). El autor de Emilia establece la concepción de una voluntad general que es suma de individuos, pero al mismo tiempo expresión colectiva de estos. Según Roussau, la libertad está en cumplir la voluntad general, ya que siempre es buena, siendo esta la que cuenta, y no la voluntad total de los individuos. “ En el concepto de Locke, la libertad consiste en impedir que aquellos en el poder interfieran en el comportamiento del individuo, de manera que cada persona pueda convertirse en lo que desea. Para Rousseau, la libertad trae consigo un deber positivo de cumplir los mandamientos de la voluntad general. Para Locke, no importa si el individuo participa en el gobierno; para Rousseau sí” (Altschull, 1990:114). ”Los gobiernos formados bajo el contrato social de Locke son instrumentos que abren oportunidades para el individuo. No obstante, en el contrato social de Rousseau, la libertad significa no sólo aceptar esas oportunidades, sino también hacer algo al respecto, participar en el gobierno más que aceptarlo con pasividad” (Altschull, 1990: 114). Propone así la democracia directa, suprimiendo la diferenciación entre un grupo gobernante y otro gobernado : “La soberanía no puede ser representada, por la misma razón por la que no puede ser enajenada (cedida): consiste en la voluntad general, y la voluntad no se representa, porque es ella misma o es otra; en esto no hay término medio. Luego, los Diputados del pueblo no son ni pueden ser sus representantes; son tan sólo sus comisarios, y no pueden determinar nada definitivamente. Toda ley que el pueblo en persona no haya ratificado es nula, y ni aún puede llamarse ley. El pueblo inglés cree ser libre y se engaña, porque tan sólo lo es durante la elección de los miembros del Parlamento, y luego que éstos están elegidos, ya es esclavo, ya no es nada. El uso que hace de su libertad en los cortos momentos en que la posee, merece por cierto que la pierda” (Rousseau, 1957: 104). Este planteamiento representa el punto de partida, dentro de la modernidad, del ideal de democracia participativa, lo cual tiene estrecha relación con el debate –aún no resuelto- de una prensa libre que sirva como instrumento de construcción horizontal del consenso. Sin embargo, Rousseau es también producto de una época, y su obra refleja la problemática de la burguesía en ascenso, relacionada con los derechos de propiedad, en contradicción con los postulados de legitimación divina establecidos a lo largo del medioevo. “Lo que el hombre pierde por el contrato social, es su libertad natural y un derecho ilimitado a todo lo que intenta y que puede alcanzar; lo que gana, es la libertad civil y la propiedad de todo lo que posee. Para no engañarse en estas compensaciones, se ha de distinguir la libertad natural, que no reconoce más límites que las fuerzas del individuo, de la libertad civil, que se llama limitada por la voluntad general; y la posesión, que es sólo el efecto de la fuerza, o sea, el derecho del primer ocupante, de la propiedad, que no se puede fundar sino en un título positivo” (Rousseau, 1957: 21).

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“Si muchos hombres dispersos se someten sucesivamente a uno solo, por numerosos que sean, sólo veo en ellos a un dueño y a sus esclavos, y no a un pueblo y a su jefe: será, si así se quiere, una agregación, pero no una asociación; no hay allí bien público ni cuerpo político. Por más que este hombre sujete a la mitad del mundo, nunca pasa de ser un particular; su interés, separado del de los demás, siempre es un interés privado” (Rousseau, 1957: 14).

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Su concepción del Estado, aunque muchos menos elitista que la del resto de los filósofos del Siglo de las Luces, tiene presente gradaciones entre las clases, basándose en un criterio burgués de referencia: “En cuanto a la igualdad, no se ha de entender por esta palabra que los grados de poder y de riqueza sean absolutamente los mismos, sino que el poder esté siempre exento de toda violencia y se ejerza sólo en virtud del rango y de las leyes; y en cuanto a la riqueza, que ningún ciudadano sea tan opulento que pueda comprar a otro, y ninguno tan pobre que sea vea precisado a venderse” (Rousseau, 1957: 56). Voltaire y Rousseau murieron en el mismo año (1778). Once después, sus ideas comenzaban a ponerse en práctica. Caía la Bastilla, empezando así la Revolución Francesa. 3.3.2. REVOLUCIÓN Y RESTAURACIÓN EN INGLATERRA: La ejecución de Carlos I da comienzo a la Revolución Inglesa de 1640, proceso que, aunque mucho más moderado que la experiencia posterior francesa, terminó también con la monarquía absoluta y sentó las bases legales para un reordenamiento moderno de la sociedad. Cincuenta años más tarde las islas británicas estarían a la cabeza del desarrollo científico y económico en Europa, la tolerancia religiosa, y el parlamentarismo como forma de gobierno. La revolución contó de varias etapas, cada una de ellas importante para la historia de la libertad de prensa. Sin duda, la ola de choque, impregnada con las ideas del liberalismo utópico, fue prontamente barrida por elementos más reaccionarios, que aspiraban –y lo lograron- a cambiar los privilegios reales por prerrogativas burguesas. Los liberales utópicos abogaban por la instauración de un orden basado en la completa igualdad entre los individuos, donde la libertad de expresión y de prensa fueran la piedra angular de la participación ciudadana en el gobierno. Los elementos más pragmáticos del moderantismo burgués utilizaron –como más tarde haría la burguesa francesa- los postulados utópicos para granjearse el apoyo popular. Tan pronto fue posible prescindir de estos, Cromwell lo hizo, permitiendo sólo aquellos discursos que convinieran a la lógica de la dictadura puritana. La prensa inglesa fue protagonista de estos procesos. A largo plazo las publicaciones pasaron del absolutismo de los Estuardo al gobierno unipersonal de Oliverio Cromwell, no produciéndose ningún cambio en las relaciones entre el sistema social y el comunicativo, aunque, en efecto, hubiese variado la naturaleza misma de ambos sistemas. Pero en dicho proceso la prensa conoció la aplicación práctica del modelo liberal, la carga emancipadora de una revolución en la opinión pública, y el histórico alegato de Milton ante el Parlamento Largo. Demasiados sucesos hicieron de la teorías y prácticas inglesas para la prensa, modelos a imitar. El proceso de deconstrucción del viejo orden, no exento de anarquía, posibilitó que a partir de 1640 se liberalizara un tanto la prensa inglesa. Por primera vez se pudieron publicar informaciones sobre la situación interior del país, lo cual posibilitó la aparición de nuevos impresos (Montalbán, 2003). Sin embargo, el proceso de reordenamiento burgués conllevó la restricción de una libertad de prensa que no había conocido, durante casi dos años, otro límite que las relaciones mercantiles de oferta y demanda de información. En 1642 el Parlamento legisló que en toda publicación se debía hacer constar el nombre de su autor. Un año después fija la censura previa, y otros controles, los que estarían bajo la égida de la Corporación de Editores (Stationers Company), con la cual se enemistó, como veremos más adelante, John Milton. Ciento cincuenta años después, prensa y poder protagonizan un forcejeo similar en Francia, llegando a idénticos resultados: la libertad de prensa irrestricta, idea por el cual

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abogaban los elementos burgueses frente a las monarquías absolutas, sería maniatada una vez que estos elementos acceden al poder. A la muerte de Cromwell, se produce en Inglaterra un breve retroceso al antiguo orden: la Restauración. Los Estuardo establecieron un sistema de prensa similar al de las monarquías continentales, para lo cual crearon una prensa oficial, al estilo francés, y sometieron a la aceptación del parlamento la célebre Licensing Act de 1662, que frenó durante treinta años el desarrollo de la prensa moderna en las islas británicas. La ley proclamaba que el derecho a publicar noticias de tipo político, pertenecía exclusivamente a Su Majestad. Asimismo se prohibió la impresión de las deliberaciones parlamentarias y se creó un censor oficial. Los libros de leyes debían ser aprobados por el Lord Canciller, los de historia y problemas de Estado, supervisados por el Secretario de Estado, los del religión, filosofía y ciencia por el Arzobismo de Canterbury o York, el Obispo de Londres o el Vice Canciller de las universidades de Oxford o Cambridge. El número de maestros impresores fue nuevamente restringido a veinte. Todo ello reflejaba el temor oficial al creciente poder de la prensa y el resquebrajamiento mismo del consenso en torno a la Restauración. Pronto sobrevendría la Revolución Gloriosa. El concepto de libertad de expresión surgió en Inglaterra durante la revolución de 1688 (Weills, 1945) en la cual se destronó a Jacobo II, cuya corona pasó a manos de su yerno, Guillermo de Orange. El nuevo rey hubo de comprometerse en aceptar una Declaración de Derechos. Surgía así la monarquía parlamentaria, que restringía el poder real, en beneficio de la burguesía comercial, industrial y agraria, y consolidaba los resultados de la revolución burguesa. La famosa Declaración de Derechos (Bill of Rights) de 1689, consolidaba el éxito de la Revolución Gloriosa: el Parlamento era soberano10, los católicos no podían ser reyes, y ningún monarca podía ser absoluto. El artículo noveno de la Declaración hacía constar “Que la libertad de palabra y de debate o de actuaciones en el Parlamento no puede ser impedida o puesta en cuestión ante tribunal alguno y en ningún lugar que no sea el Parlamento mismo” . (Prieto, 1991: 20). Pese a la huída de Jacobo II, la Licensing Act permanece vigente hasta 1693, fecha en que la Cámara de los Comunes, prácticamente sin oposición, decide no renovarla. La Cámara de los Lores, dado su origen mucho más reaccionario, manifiesta su inconformidad. Como exige la ley, se creó una comisión mixta que pusiera fin al conflicto. Ante ella comparece, en 1694, un partidario de la prensa libre, para exponer la ideas que le había suministrado el filósofo John Locke. Este demuestra que la censura previa es nociva para los intereses comerciales británicos, beneficiándose con ello las imprentas holandesas. Señala además la legislación vigente somete a los sabios al monopolio de la compañía de los papeleros, y que permite registrar las casas de los grandes señores en busca de libros de contrabando. Los lores finalmente cedieron. Aunque no se hablaba más que de libros, la prensa resultó beneficiada con el levantamiento de la censura. El año 1695 marca el inicio de la aplicación del modelo

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Decía así el preámbulo de la Declaración: “Considerando que habiendo abdicado el antedicho Jacobo II, y quedando vacante el trono, Su Alteza el Príncipe de Orange (del cual hizo Dios Omnipotente glorioso instrumento para libertar a este reino del papismo y del poder arbitrario), ha hecho escribir (...) cartas a los lores espirituales y temporales protestantes, y otras cartas a diferentes condados, ciudades, universidades, burgos y a los cinco puertos, a fin de que escogieran individuos capaces para representarlos en el Parlamento, que debía reunirse (...) con objeto de proveer lo necesario para que la religión, las leyes y las libertades no puedan, en adelante, correr el riesgo de ser destruidas; y que en virtud de dichas cartas se han celebrado las elecciones” (Prieto, 1991: 19).

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liberal inglés para la prensa, consagración de una libertad de prensa vinculada a la libertad de mercado, modelo que tendría profundas implicaciones en el devenir contemporáneo. El experimento concedió la libertad de prensa a los dos partidos políticos que se turnaron en el poder británico a lo largo del siglo XVIII: whigs11 y tories12. “El Ordenamiento de la Revolución creaba las reglas de una democracia para notables, de una libertad dentro de un orden, nuevo al fin y al cabo porque arruinaba las características del orden medieval, pero insuficiente porque sólo representaba los intereses de la nobleza residual, las iglesias conciliadas, la alta burguesía industrial, comercial y terrateniente” (Montalbán, 2003: 64). Esta política se evidenció a partir de la aprobación de impuestos sobre los periódicos. En 1712, fecha desastrosa en la historia de la prensa inglesa, comenzó a aplicarse el impuesto del timbre. Conocido como Taxes on knowledge (tasas sobre el conocimiento o sobre la cultura), obligaba a elevar el precio de los diarios, lo cual restringía su acceso a una minoría. Sin embargo, cada vez más la prensa deja de ser propiedad exclusiva de la nobleza y la alta burguesía. La audiencia aumenta entre sectores burgueses que buscan legitimarse. Los mismos diarios le presentan batalla, a lo largo del siglo, a un Parlamento que responde con aumentos de impuestos y sobornos a periodistas. “Con el respaldo del consensus del público plantearán una dura batalla final para conformar las reglas del liberalismo en el campo de la comunicación social. En el número 1 del diario North Briton (1762), Wilkes plantea descaradamente la necesidad de oponer la libertad de prensa a la corrupción política” (Montalbán, 2003: 67). Surge así otro de los mitos de la libertad de prensa, el watch dog o perro guardián, desarrollado a plenitud sobre todo en la sociedad norteamericana. En el año 1792 se expidió una nueva ley llamada Libel Act que acabó con la restricción que implicaba la carga impositiva, y permitió asimismo que la prensa publicara las deliberaciones parlamentarias. Una de las frases que dan cuerpo al mito de la libertad de prensa como institución independiente del Estado, tiene su origen por esta época. Edmund Burke (17291797), dijo a los periodistas recién instalados en una tribuna de la Cámara de los Comunes: vosotros sois el cuarto poder. 3.3.2.1. MILTON. PRINCIPIO DE LA AUTOCORRECCIÓN: La Areopagítica13 de John Milton (1608-1674) se considera “el más inquietante desafío a la censura elaborado en idioma inglés” (Altschull, 1990: 44) y el primer documento donde se hace referencia a la noción de libertad de prensa (Bourguin, 1952). Mientras que para Montalbán “la importancia de la Areopagítica hay que medirla por su equidistancia con las protestas griegas contra la represión intelectual y los primeros teóricos de la relación entre el poder y la libertad de expresión. Es decir, como reflexión sobre la relación entre el poder y la libertad de comunicar del ciudadano, la Areopagítica es un islote teórico en un largo océano que tiene en

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El partido de los whigs representaba los intereses de la burguesía. Esta palabra escocesa, que significa leche ácida, fue aplicada a los protestantes ingleses perseguidos antes de la revolución. 12 Tories, palabra irlandesa que quiere decir bandolero, como se llamaba a los católicos que se ocultaban en Irlanda después de la revolución. Históricamente el partido de los adversarios de la burguesía. 13 El título está tomado del nombre de una colina de Atenas (Areopagus) en la que los atenienses tenían su más alta corte judicial. Un discurso ante esta corte se llamaba un arepagitic; el discurso más famoso, pronunciado por el abogado Isócrates, fue un llamamiento a un sistema de gobierno en el cual todo el pueblo contaría con el mismo poder político.

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una orilla a los sofistas (Montalbán, 2003: 54).

griegos y en la otra a los mismísimos Jefferson y Stuart Mill”

Milton envía su alegato, publicado el 24 de noviembre de 1644, al histórico Parlamento Largo14. Como veíamos anteriormente, el máximo órgano legislativo inglés había ordenado, desde junio de 1643, serias restricciones para el uso de las prensas, limitándolas con licencias. Milton mismo nos cuenta de qué trataba la Orden: “(...) que ningún libro, folleto o periódico será estampado en lo sucesivo a menos que fuese de antemano aprobado y permitido por aquellos, o uno de los tales, a tal fin designados” (Milton, 1941: 11). Con su Areopagítiva, Discurso acerca de la libertad de impresión, sin licencias, al Parlamento de Inglaterra, Milton no sólo se declara en contra de la censura, sino que responde a las quejas oficiales dirigidas contra su persona a causa de dos tratados donde abogaba por el divorcio15, que impresos el año anterior, no fueron del agrado de los censores parlamentarios. Según la opinión de Altschull, el ensayo de Milton es 1/ una historia bien documentada sobre la práctica de la censura, 2/ una cautelosa propaganda en contra de los esfuerzos de la Iglesia por legislar en conformidad con sus propias enseñanzas, 3/ un gracioso himno a la razón, la lógica, la racionalidad y la maravilla de los libros, y 4/ una apasionada afirmación de la mente liberal. (Altchull, 1990). Montalbán destaca el tercer punto por sobre los demás, es decir, la preocupación de Milton por reivindicar la libertad del escritor en la elección del bien y del mal en sus comunicados (Montalbán, 2003). Será ese un aspecto clave de la concepción clásica de libertad de prensa: “Sólo leyendo todas las versiones de un problema puede el ser humano acercarse no sólo a la comprensión, sino a la decencia y a la bondad” (Atschull, 1990: 50). Este planteamiento Milton lo justifica con lo que ha pasado a conocerse como principio de la autocorrección, es decir, que la Verdad se defiende por sí sola: “Y aunque todos los vientos de la doctrina desatados, acometieran la tierra, mientras la Verdad no levantare el campo, será agravio de ésta seguir licenciando y prohibiendo como en incertidumbre de su fortaleza. Entre ella en agarrada con el Engaño; ¿quién supo jamás del vencimiento de ella en libre y paladino encuentro.” (Milton, 1941: 92) La idea de que la verdad triunfe sobre la mentira ha tenido numerosos seguidores, entre los que se destaca el pensamiento de los Padres Fundadores16. Sin embargo, “no sólo los marxistas y los filósofos del mundo en desarrollo se han expresado en contra de dicho principio, pues también lo hicieron ciertos pensadores iconoclastas occidentales, incluyendo a John Stuart Mill, quien advirtió que la máxima de que la verdad siempre triunfa sobre la persecución es una de esas gratas falsedades que los hombres repiten continuamente hasta convertirla en una frase trivial, pero que la experiencia refuta” (Altschull, 1988: 11). 14

Instaurado el 3 de noviembre de 1640, abarcó en 20 años de ejercicio una guerra civil, la ejecución de Carlos I y la instauración del primer y único intento republicano de la historia inglesa, así como el Protectorado de Cromwell y la restauración de la monarquía. 15 Milton quería quizás romper los lazos contraídos con su joven esposa de 16 años, la cual huyera al hogar paterno poco después de la boda. Sin embargo, la señora Milton se reconcilió tiempo más tarde con su célebre cónyuge. 16 “Es interesante observar que la Areopagítica de Milton, con su feraz ataque a la censura, apenas si levantó olas en el flujo de la retórica inglesa en el momento de su publicación; no fue sino hasta 1728, casi un siglo más tarde y apenas después de la más drástica confrontación por la censura en las colonias estadounidenses (...) que una edición de la Areopagítica fue realizada, despertando un serio clamor para poner fin a la censura y por la libertad de expresión” (Altschull, 1990: 46).

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Milton defiende una libertad de prensa válida únicamente para la verdad puritana, que califica, curiosa metáfora, como “nuestra más rica mercancía” (Milton, 1941: 76), otro punto común entre prensa libre y mercado. Explica que es “deber nuestro es elevar nuestros votos y acciones de gracias al cielo por la gran medida de verdad de que gozamos, especialmente en esos puntos principales entre nosotros y el Papa con sus adjuntos, los prelados” (Milton, 1941: 77). No ha de sorprendernos entonces que el histórico defensor de la libertad de la prensa censurara durante veintiún años los escritos católicos, al frente de la Secretaría de Latín del Consejo de Estado, cargo que le fue otorgado al principio del dominio de Cromwell, en 1649. “Como tantos pensadores de antes y después, Milton fue incapaz de cruzar la brecha entre el principio abstracto y el comportamiento concreto” (Altschull, 1990: 52). Milton adelanta la idea de que la libertad de prensa es sustento y al mismo tiempo producto del gobierno, premisa de lo que posteriormente sería el mito de la libertad de prensa como garante de la democracia: “Dadme fe, Lores y Comunes, los que tal supresión os aconsejan vienen a aconsejaros que os suprimáis a vosotros mismos, y no dilataré mostraros de qué suerte. Si se quisiese saber la inmediata causa de todo este libre escribir y hablar, no se le llegará a asignar una más cierta que vuestro humano, libre y benigno gobierno” (Milton, 1941: 89). Casi al final de su obra, luego de una introducción de 89 páginas -la edición consultada consta de un total de 104- el gran orador solicita su más histórica demanda: “Dadme la libertad de saber, de hablar y de argüir libremente según mi conciencia, por cima de todas las libertades” (Milton, 1941: 90). Nace así el mito de la libertad de prensa. 3.3.3. INDEPENDENCIA DE LAS TRECE COLONIAS: La historia de la libertad de prensa en las Trece Colonias de Norteamérica tiene, en sus orígenes, un fin concreto: representa la lucha contra una censura personificada en el gobierno inglés, demanda que fue incluida en la rebelión de 1776, como una las causas que condicionaron la insurrección separatista. Este pensamiento se entronca con las ideas iluministas, que abogan, como ya hemos visto, por la libre difusión de pensamiento, palabra y escritura. Los colonos se consideraban sujetos con los mismos derechos que los habitantes de la metrópolis17. La discriminación existente no se avenía a la concepción de las libertades individuales –la libertad de prensa incluida- por la que abogaban. “Sin embargo, pocas personas en el siglo XVIII estaban preparadas para permitir el otorgamiento de un derecho igual de libre expresión a quienes pensaban de manera distinta. Milton consideraba el pensamiento católico como equivocado y por ello no hallaba contradicción alguna en negar a los católicos la libertad de expresión. La misma condición mental se encontraba en la libre expresión de los Padres Fundadores en las colonias estadounidenses: el punto de vista tory era considerado sólo como mal dirigido y que no merecía el derecho de ser expresado con libertad” (Atschull, 1990: 126). En opinión de Hamilton “Un derecho así bien podía haberse negado a todos aquellos que hablaban falsedades (...) De cualquier manera, las propias palabras de Hamilton limitaban ese derecho cuando se aplicaba en otras partes del mundo. De modo que el patriotismo y la xenofobia fueron un elemento en las primeras expresiones de la

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La Declaración de los derechos de los colonos, votada en un mitin en Boston, el 20 de noviembre de 1772, está inspirada en estos principios: en nombre de los derechos naturales de los colonos está primero el derecho a la existencia; segundo, el derecho a la libertad; tercero, el derecho a la propiedad...

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libertad de prensa, como ciertamente lo siguen siendo hoy día. La expresión totalmente libre jamás se ha practicado en ninguna parte” (Altschull, 1988: 23). Por primera vez la prensa juega un papel protagónico dentro de un movimiento revolucionario. Cumpliría, durante el proceso de independencia de las Treces Colonias, el papel de propagandista y difusora de las ideas separatistas. No sólo los Padres Fundadores recurrieron frecuentemente a la prensa impresa, sino que también dos escritores ingleses, John Trenchard y Thomas Gordon, utilizaron a los periódicos como voceros de la insurrección y teorizaron en ellos acerca de la libertad de prensa. Entre 1720 y 1730 escribieron, con el seudónimo de Cato, las famosas 138 Cartas de Catón, publicadas en el New-York Weekly Journal. Su definición de la libertad de expresión como un derecho de todo hombre, siempre y cuando no lastime ni coarte el derecho de los demás, sería recogida más tarde por los Padres Fundadores, en la Constitución de los Estados Unidos. Al abogar por la libertad de expresión en la sociedad republicana, la obra de estos dos autores, sustentó la teoría de la libertad de prensa como garante de la democracia. “Ambos aseveraban que la libertad de gobierno y la libertad de prensa, prosperan juntas o mueren juntas” (Altschull, 1988: 11). 3.3.3.1. EL PENSAMIENTO DE LOS PADRES FUNDADORES: Los Padres Fundadores sientan las pautas ideológicas de una nación de comerciantes. Benjamín Franklin tiene el mérito de ser el primero en teorizar acerca de las ganancias económicas de una prensa libre. De este modo, se complementan los dos paradigmas por los cuales se había movido, hasta ese entonces, la concepción de libertad de prensa. Por una parte, la visión altruista de una prensa ilustrada que brindara información a la humanidad, contribuyera al sostenimiento de una sociedad libre, y denunciara el despotismo. De la otra, una prensa que obtuviera ganancias en una sociedad de libre mercado. En las colonias inglesas del Nuevo Mundo, el principio de la autocorrección de Milton, se impregnó de lógica mercantilista. Con su idea del “precio de la verdad”, Benjamín Franklin (1706-1790) demuestra cómo una prensa libre es rentable en una sociedad democrática. Sus diarios “no sólo servirían para ventilar todos los aspectos de una disputa, sino que también pagarían bien a quienes expresaran esas opiniones” (Altschull, 1988: 25). Su hermano, James Franklin, continua por esta línea, argumentando que en una sociedad libre “las controversias debían ventilarse en público, y era esencial que la colisión entre verdad y falsedad tuviese lugar en la prensa pública” (Altschull, 1988: 24). De este modo, la contienda resultaría un buen negocio para el impresor, que podría reflejar en sus columnas –previo pago- ambas aristas del problema. El proceso en contra del impresor inmigrante John Peter Zenger, acusado en el estado de Nueva York por el delito de publicar un libelo sedicioso, sentó un precedente importante en la colonia, con respecto al tema de la libertad de prensa. Andrew Hamilton, abogado de Filadelfia, quien actuó por la defensa “esgrimió con memorable persuasión que los editores estadounidenses escribieran con libertad sobre los actos tiránicos de los poderosos no era sólo una meta para la sociedad colonial, sino en verdad, la mejor causa, la causa de la libertad. Hamilton dijo a los miembros del jurado que al liberar a Zenger serían bendecidos y honrados por cada persona libre, no sólo por frustrar a la tiranía, sino por establecer un fundamento noble para asegurar a todos los estadounidenses el derecho de denunciar y condenar el poder arbitrario. Ese noble fundamento, se ha convertido en una de las piedras de toque de la ideología de la prensa estadounidense, la esencia misma del principio del guardián. La

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creencia en la prensa como en una limitación a la tiranía y al abuso del poder se halla muy profunda en la ideología de la prensa de Estados Unidos; se anticipa a los hurgadores de escándalos en más de un siglo” (Altschulll, 1990: 137). El acusado fue absuelto de cargo, sentándose un precedente legal de suma importancia, si tenemos en cuenta que en esa época no existía la noción teórica de una libertad abstracta para escribir en contra de los poderes establecidos. Una vez lograda la independencia, comienza el proceso de ordenamiento jurídico del naciente Estado. La Constitución de 1787 fue pensada a partir de una visión elitista de la sociedad. James Madison (1751-1836), uno de los principales autores de la Carta Magna de los Estados Unidos, opinaba en el Federalista #10 que el objetivo de la democracia era la protección de la opulencia de la minoría contra una mayoría carente de recursos: “Los propietarios y los que carecen de bienes han formado siempre distintos bandos sociales (...) Si un bando no tiene la mayoría, el remedio lo proporciona el principio republicano18 que permite a esta última frustrar los siniestros proyectos de aquel mediante una votación regular. Una facción podrá entorpecer la administración, trastornar a la sociedad; pero no podrá poner en práctica su violencia ni enmascararla bajo las formas de la Constitución. En cambio, cuando un bando abarca la mayoría, la forma del gobierno popular le permite sacrificar a su pasión dominante y a su interés, tanto el bien público como los derechos de los demás ciudadanos. Poner el bien público y los derechos privados a salvo de los peligros de una facción semejante y preservar a la vez el espíritu y la forma del gobierno popular, es en tal caso el magno término de nuestras investigaciones” (Gabriel, 1957: 38). La manera en que fue expresado este objetivo evidencia la dicotomía existente entre las llamadas libertades individuales y los derechos de propiedad, concepto sobre el cual se erigirían en la actualidad las concepciones hegemónicas de libertad de prensa. “¿Cómo la propiedad en sí puede tener derechos; una casa, una pluma, etcétera? Lo que se denomina derechos de propiedad sólo son los derechos de cierta gente a ser dueños de propiedad (...) De hecho, lo que en verdad estaba diciendo Madison es el derecho de gente que tiene propiedad a derechos adicionales sobre y por encima de lo que tienen los demás. Así fue establecido el sistema y así permanece” (Chomsky, 2002, 84). Se configura una sociedad que no encuentra obstáculos para llevar hasta sus últimas consecuencias el ideal burgués de propiedad, que será en lo adelante patrón de referencia del ordenamiento social. El sistema de prensa sobre el que teorizan los Padres Fundadores, como la sociedad misma, está dirigido a un público con el poder adquisitivo suficiente como para pagar los seis centavos que, por aquel entonces, costaba cada periódico. Con pragmatismo, Alexander Hamilton (1757-1804) afirmaba en el Federalista #84: “A propósito de la libertad de prensa (...) sostengo que cuando quiera que a su respecto se ha dicho en la de cualquier otro Estado, equivale a nada. ¿Qué significa una declaración de que la libertad de prensa será inviolablemente preservada? ¿Qué es la libertad de prensa? ¿Quién puede darle alguna definición que no dejara el más ancho espacio a los subterfugios? (...) la seguridad de la libertad referida, cualesquiera puedan ser las primorosas declaraciones insertas en cualquier constitución a su respecto, debe depender enteramente de la opinión pública y del espíritu general del pueblo y del gobierno. Y aquí, después de todo, como se ha

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Madison distingue entre democracia y república: “Consiste en que en una democracia el pueblo se reúne y ejerce la función gubernativa personalmente, en una república se reúne y la administra por medio de sus agentes y representantes” (Hamilton, Alexander y Madison, 1957: 53).

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insinuado en otra ocasión, hemos de buscar la única base sólida de todos nuestros derechos” (Gabriel, 188: 1957). El término opinión pública, al que hace referencia Hamilton en su alegato en contra de una Declaración de Derechos que incluyera el tema de la libertad de prensa19, resulta de suma importancia, pues permite acercamos a la visión que tendrá el sistema norteamericano en cuanto a los sujetos que serán beneficiados por esta libertad. La clave nos la brinda Madison en el Federalista #10. Plantea este que en la república se afina y amplía la opinión pública, “pasándola por el tamiz de un grupo escogido de ciudadanos cuya prudencia puede discernir mejor el verdadero interés de su país (...) Con este sistema, es muy posible que la voz pública, expresada por los representantes del pueblo, esté más en consonancia con el bien público que si la expresara el pueblo mismo, convocado con ese fin” (Gabriel, 39: 1957). Es decir, hablamos de un Estado donde gobierna una élite que basa su poder representativo en los derechos de propiedad, que configura las libertades y que las ejerce exclusivamente en su beneficio. El sistema acogido por la Constitución y promulgado por el Federalista, no solo excluyó del sufragio a los esclavos, los indios, y las mujeres, sino que en realidad una parte considerable de la población carecía del derecho de voto como consecuencia de los requisitos exigidos por los Estados, a los que la Constitución remitió la fijación de las condiciones de elegibilidad. En 1787, dos años antes de ocupar el cargo de presidente de los Estados Unidos, Jefferson (1743-1826) pronunció una frase que ha contribuido como ninguna al mito de la libertad de prensa: “Puesto que la base de nuestro gobierno es la opinión del pueblo, el primer objetivo debería ser conservar ese derecho; y si a mí me correspondiese decidir entre un gobierno sin periódicos, o periódicos sin un gobierno, no titubearía ni un solo momento en preferir lo último” (Jefferson cit. por Altschull, 1988: 28). Sin embargo, ya en 1803, hostigado por la prensa opositora, no dudaría en enjuiciarla. “En poca palabras, Jefferson decía que la prensa federalista no estaba sirviendo como vehículo adecuado para el control social; las mesas estaban en peligro de ser contaminadas por las mentiras que según creía, estaban difundiendo los periódicos del Partido Tory” (Altschull, 1988: 28). 3.3.3.2. LA PRIMERA ENMIENDA: La Primera Enmienda ya tenía un precedente en el Bill of Rights de la Constitución de Virginia, del 12 de junio de 1776, único Estado que, inspirándose en el pensamiento de los filósofos franceses, aprobara una Declaración de Derechos. En el artículo 12 de la misma se configuraba una prensa como poder independiente del Estado: That the freedom of the press is one of the great bulwarks of liberty, and can never be restrained but by despotic goverment. El primer artículo de la Declaración de 1791, conocido como la Primera Enmienda, prohibía al gobierno federal restringir o controlar los medios de información: “El Congreso no hará ninguna ley estableciendo una religión de Estado o prohibiendo el libre ejercicio de una religión, o restringiendo la libertad de palabra o de la prensa, o el derecho que tiene el pueblo de formar asamblea pacíficamente y de hacer llegar al gobierno peticiones para la reparación de sus agravios” (Bourguin, 1952: 65).

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En contra de la opinión de Hamilton, el 15 de diciembre de 1791 fueron aprobadas las diez primeras enmiendas, las cuales se consideran la Declaración de Derechos de la Constitución de los Estados Unidos.

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De este modo, el Congreso no tiene facultad para legislar sobre la prensa, no así los Estados. Muchos olvidan que la constitución norteamericana prevé cuatro tipos de restricciones a la libertad de prensa que no son consideradas inconstitucionales: 1/ Protección a los individuos contra la calumnia y la difamación, 2/ Protección de la sociedad contra la propagación de obscenidades, 3/ Protección del Estado contra los desórdenes internos, y 4/ Protección del Estado contra las agresiones exteriores (Bourguin, 1952). Lo anterior demuestra que más allá de toda apariencia completamente liberal, la prensa debe obedecer, en la práctica, a las dinámicas del Estado al que representa. Este pensamiento encuentra su basamento en la ideología de los Padres Fundadores la nación. La cláusula de la libertad de prensa incluida en la Declaración de Virginia brindaba libertad sólo a los puntos de vista de los patriotas. Se alentaba a los mismos “a usar brea y emplumar a cualquiera que se atreviera a oponerse a los rebeldes, y para 1778 cada estado había declarado ilegal escribir o pronunciarse en contra de los actos del Congreso o de las legislaturas estatales” (Altschull, 1990: 149). Como la constitución misma, la Primera Enmienda no sólo excluía a mujeres, indios y negros, sino que también dejaba fuera de su radio de alcance a la enorme población analfabeta, y a todos aquellos que no podían acceder, por falta de recursos económicos, a la letra impresa. Sin embargo, “no podemos estar seguros de qué pensaban de los Padres Fundadores cuado llegaron a un compromiso en cuanto al lenguaje que se utilizaría en la Primera Enmienda constitucional. Zechariah Chafee, el distinguido historiador, llegó a la conclusión de que los formuladores no tenían una idea muy clara de a qué se referían por libertad de expresión o de la prensa (...) En los años que precedieron a la aprobación de la Primera Enmienda, tanto Benjamín Franklin como Alexander Hamilton confesaron sentirse incapaces de definir la libertad de prensa” (Altschull, 1990:148). James Madison, a quien le tocó congeniar el texto de la misma, a partir de las propuestas enviadas por los diferentes estados, era partícipe de la idea de potenciar las facciones con el objetivo de frenar el poder de las mayorías, a las que tanto temía. Una de estas facciones habría de ser la prensa, la cual, cuanto más plural, mejor cumpliría su cometido. Esta idea, que se ve perfectamente reflejada en la Primera Enmienda, resumiría todo el pensamiento teórico de la Ilustración en torno a la división de poderes, y sentaría las bases de la ideología de la libertad de prensa como cuarto poder y garante de la democracia. “Debemos recordar que quienes redactaron el anteproyecto de la Primera Enmienda eran miembros de una élite social y cultural; ellos mismos temían los excesos potenciales de un gobierno democrático, pues creían que las masas eran iletradas, culturalmente apáticas e incapaces de gobernar el barco del Estado. En vez de considerar al hombre promedio como un participante en el poder, lo percibían como un consumidor coadyuvante preparado para entregarle la dirección del Estado a sus superiores tanto culturales como intelectuales” (Altschull, 1988: 29). 3.3.4. LA REVOLUCIÓN FRANCESA: Si Inglaterra aportó a Occidente el modelo económico nacido de la revolución industrial, Francia contribuyó, como ninguna otra nación, al sistema de ideas de la modernidad, barriendo, en un período de cincuenta años, las estructuras sociales del feudalismo en Europa y sus colonias. Con la Revolución Francesa triunfa la ideología burguesa, clase que expresa en 1789 su total antagonismo con los poderes absolutistas en decadencia. El ideal burgués de realización histórica es el del liberalismo clásico, fusión del pensamiento de los economistas y los filósofos

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de la Ilustración. La Revolución Francesa, primera insurrección universal, se construye en torno a esta concepción, por lo que representa el triunfo de las libertades clásicas desarrolladas, en teoría, a lo largo de los siglos XVII y XVIII, ensayadas en Inglaterra y las Trece Colonias de Norteamérica, y reprimidas incontables veces por los poderes reaccionarios. Las libertades propugnadas en 1789 tienen un carácter más constitucional que democrático. Es decir, se aboga por un Estado secular con garantías para la iniciativa privada, gobernado por contribuyentes y propietarios (Hobsbawm, 1979). La libertad de prensa por la que lucha la burguesía a finales del siglo XVIII es la libertad necesaria para expresarse como clase. Al estallar el levantamiento parisino, el gobierno provisional autoriza a los mercaderes ambulantes a vender lo que quisiesen. Esta etapa de anarquía conoce el florecimiento de una prensa que refleja las más disímiles tendencias políticas20. Pero tan pronto la revolución gana en institucionalidad, pone límites a la libertad de prensa, arma peligrosa tanto bajo las masas, que podían desbordar el carácter moderado de la misma, como de las tendencias reaccionarias, que encontrarían así un sustento legal para difundir sus ideas. Montalbán concede una importancia primordial a la libertad de prensa en los primeros momentos de la Revolución, como vehículo de formación de una conciencia entre las masas: “No hay duda de que la revuelta de las clases populares se debió ante todo a sus malas condiciones de vida. Pero tampoco hay que dudar que sus líderes aprendieron maneras de expresar la protesta y signos convencionales que transmitían esa protesta. Es decir, se hicieron con un lenguaje convencional revolucionario extraído de la lectura y la conversación, de la posibilidad de leer y de la posibilidad de intercambiar ideas. Las bases de la auténtica comunicación social están ahí: libertad de expresión, libertad de reunión” (Montalbán, 2003: 75). Este camino parece haberlo seguido Mirabeau21, quien en su discurso ante los tres órdenes representados en los Estados Generales afirmó: “Que la primera de vuestras leyes consagre para siempre la libertad de la prensa, la libertad más inviolable, la más ilimitada, la libertad sin la cual no serían conseguidas las otras” (Mirabeau, cit. por Weills, 1945: 82). El 19 de mayo de 1789, el rey Luis XVI anuncia, mediante el director general de la librería, su consentimiento a que se publique todo cuanto ocurra en los Estados Generales, siempre y cuando no se hiciesen comentarios al respecto. Dos meses más tarde caería la Bastilla. “A pesar de estas restricciones, a pesar de no haber un decreto que suprimiera la censura, los periódicos gozaron en adelante de una libertad de hecho, que duraría, salvo algunas tendencias de represión, hasta el 10 de agosto de 1792” (Weills, 1945: 83). 3.3.4.1. LA DECLARACIÓN DE DERECHOS: La Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano constituye el manifiesto de la burguesía moderada victoriosa, que detenta el poder en Francia desde 1789 a 1791. En este período se abogaba por una monarquía constitucional según el modelo inglés, basada en libertades civiles y franquicias de propiedad para los ciudadanos activos. Del resto de la sociedad se esperaba, como nos dice Hobsbawm, se conformasen con su nombre. Las 20

En 1788, el año anterior a la Revolución, la lista de los periódicos publicados en París era de sólo cuatro, pero en 1790, habían aumentado a 355 (Altschull, 1988: 14). 21 Mirabeau, quien había traducido al francés la Areopagítica de Milton, retomó las ideas inglesas de la libertad de prensa.

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peticiones de la burguesía están reflejadas en la Declaración, creada por un comité de cinco personas, las cuales consultaron al entonces embajador norteamericano Thomas Jefferson, y recogieron las ideas políticas y filosóficas de Montesquieu, Helvetius, Voltaire y Rousseau. La Declaración de 1789 daba cuerpo político a la ilusión teórica de los derechos individuales. La misma consignaba la existencia de derechos humanos declarados superiores y anteriores a las leyes positivas. Desde esta óptica, el Estado debe asegurar al individuo una esfera de autonomía, tanto con respecto a la misma organización política, como con sus semejantes. El mito se desdibujará a lo largo del siglo siguiente, cuando comienzan a materializarse las críticas al Estado burgués. El documento era “un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios de los nobles, pero no en favor de una sociedad democrática o igualitaria. Los hombres nacen y viven libres e iguales bajo las leyes, dice su artículo primero; pero luego se acepta la existencia de distinciones sociales aunque sólo en el terreno de la utilidad común. La propiedad privada era un derecho natural, sagrado, inalienable e inviolable. Los hombres eran iguales ante la ley y todas las carreras estaban abiertas por igual al talento, pero si la salida empezaba para todos sin handicap, se daba por supuesto que los corredores no terminarían juntos” (Hobsbawm, 1979: 76). El histórico artículo 11 de esta Declaración afirmaba: “La libre comunicación de ideas y opiniones es uno de los derechos más preciados del hombre. Cada ciudadano puede, por lo tanto, hablar, escribir y publicar con libertad, pero será responsable del abuso de esa libertad en casos determinados por la ley”. La Declaración de 1789 proclamó la libertad de hablar y de escribir, agregándole como corrección, conforme al principio de Montesquieu, la reglamentación que la ley podría tener. Posteriormente, tanto el artículo VII de la Declaración que precede a la Constitución jacobina de 1793, como la Primera Enmienda norteamericana, lo hacen de manera ilimitada. Aunque muy pronto la práctica demostró que semejante libertad de prensa estaba restringida a un grupo social determinado, el mito del derecho individual y supraestatal de hablar, escribir y publicar había sido lanzado, y sería reivindicado una y otra vez a lo largo de la historia. 3.3.4.2. LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE UN ORDEN: La Revolución francesa es el primer proceso político donde se evidencia con profundidad el papel de la libertad de prensa como agente mediador entre el sistema social y el comunicativo, lo cual será ya característico de los estados burgueses de la modernidad. Un patrón sale a relucir: en períodos de estabilidad política –la mayoría de las veces coincidentes con épocas de bonanza económica- la libertad de prensa se mantiene irrestricta en la sociedad, siempre y cuando respete los intereses de las clases sociales que detenten la hegemonía estatal. En estos períodos, existe una libertad de prensa efectiva no sólo para los grupos dominantes, sino también para las clases sociales cuyas contradicciones con los intereses estatales no sean antagónicas. En tiempo de crisis –agresiones internas y externas, carestía económica, etc.-, cuando la integridad del Estado se encuentra en peligro, el rejuego político permitido por la libertad de prensa se contrae, limitándose a las élites de poder. Volviendo al ejemplo francés22, vemos como ya para 1791, la Asamblea Constituyente, aterrorizada por la posible ascensión de grupos para los cuales no estaba dirigida una 22

“El problema con el que hubo de enfrentarse la clase media francesa para la permanencia de lo que técnicamente se llama período revolucionario (1794-99), era el de conseguir una estabilidad política y un progreso económico sobre las bases del programa liberal original de 1789-91. Este problema no se ha

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revolución de burgueses –la reacción absolutista y la radicalización del populacho- censuraba y confiscaba publicaciones, enviaba editores a prisión, y quemaba imprentas con la misma probidad que anteriormente lo hicieran los Papas. La declaración de guerra del 10 de agosto de 1792 hizo temer los peligros de una libertad ilimitada. Aunque controlada, antes de esta fecha existía cierta libertad de prensa, que si bien se sigue reconociendo públicamente, en la práctica desaparece: toda oposición comunicativa conllevaba penas de prisión o muerte. En plena lucha entre la Montaña y la Gironda cada cual pide libertad ilimitada para sus amigos únicamente. A los demás, mejor el silencio. Nunca una legislación ha estado más alejada de la realidad. El artículo 122 de la Constitución de 1793 promulgaba una libertad de prensa sin las limitaciones de la Declaración de Derechos. A partir de este momento, tanto en el campo jurídico como en la práctica, el camino es de retroceso. Ya la Constitución napoleónica del año VIII, a diferencia de la de 1793 y de año III, no afirmaba el principio de la libertad de prensa. Napoleón fue el brazo ejecutivo de la burguesía en su lucha contra las ambiciones restauradoras de la monarquía y la fuerza de las clases emergentes. En su gobierno supo también mezclar con habilidad prensa y propaganda, estableciendo una oficina de prensa que centralizó las fuentes noticieras y el control de lo publicado. Contribuyó además a la creación de periódicos fuertemente guiados por el Estado, como es el caso de Le Monitor Universel, quien dio la pauta política por la cual debía ajustarse el resto de la prensa. Aquel que no fuera para nada tolerante con sus adversarios en el terreno comunicativo, nos sorprende por el aparente cinismo con el que aborda el tema de la libertad de prensa. Ya recluido en Santa Helena, escribe en sus memorias: “Mi hijo estará obligado a reinar con la libertad de la prensa. Es una necesidad hoy (…) La libertad de la prensa debe, en manos del gobierno, llegar a ser un poderoso auxiliar para hacer llegar a todos los rincones del Imperio las sanas doctrinas y los buenos principios” (Bonaparte cit. por Weills, 1945: 112). En opinión de algunos, Napoleón “sólo destruyó una cosa: la revolución jacobina, el sueño de libertad, igualdad y fraternidad y de la majestuosa ascensión del pueblo para sacudir el yugo de la opresión” (Hobsbawn, 1979: 101). Paradójicamente contribuyó también a expandir el fermento revolucionario en toda Europa y sus colonias, mediante la aplicación de las instituciones francesas en los pueblos conquistas, y la abolición de las prestaciones feudales. El Viejo Orden, una vez abolido, no logró restablecerse. Las aspiraciones liberales, ya una vez despertadas y por todas partes reprimidas por los gobiernos reaccionarios que sucedieron al Imperio Napoleónico, se manifestaron con fuerza, preparando el terreno para las revoluciones de 1848. En Francia, durante los quince años de la Restauración, las tensiones entre las demandas liberales de los diarios parisinos y el gobierno, serán una constante. La forzosa abdicación de Carlos X tendrá entre sus causas la libertad de prensa.

resuelto adecuadamente todavía, aunque desde 1870 se descubriera una fórmula viable para mucho tiempo en la república parlamentaria. La rápida sucesión de regímenes –Directorio (1795-99), Consulado (1799-1804), Imperio (1804-14), Monarquía borbónica restaurada (1815-30), Monarquía Constitucional (1830-1848), República (1848-51) e Imperio (1852-70), no supuso más que el propósito de mantener una sociedad burguesa y evitar los dobles peligros de la república democrática jacobina y del antiguo régimen” (Hobsbawn, 1979: 97).

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Lo que podría tomarse como “la más extensa muestra de polémica pública sobre la libertad de prensa en la historia de la humanidad” (Altschull, 1990: 118), abre también un debate teórico de suma importancia con respecto a las limitaciones que debe tener esta dentro de un Estado. Es decir, ¿hasta qué punto resulta permisible la existencia de una prensa tan “libre” que sea capaz de socavar los fundamentos mismos del orden social?. Los Comentarios de Blackstone en 1769, “el castigo de cualquier escrito peligroso u ofensivo (...) con una tendencia perniciosa, es necesario para la preservación de la paz y del buen orden, o del gobierno y de la religión, únicos fundamentos sólidos de la libertad civil” (Blackstone cit. por Altshull, 1990: 30), fueron el antecedente de la polémica legislación francesa a la que anteriormente hacíamos referencia, la cual llevó al traste la restauración borbona. Los mismos se convertirían en la posición oficial de la Suprema Corte de Estados Unidos en 1917, dando al traste con el mito liberal de una libertad de prensa con personalidad jurídica ajena al Estado. La loi de tendance (ley de tendencia), bautizada irónicamente por la oposición como “Ley de la justicia y el amor” fue introducida por Jean Baptiste de Villéle, primer ministro de Luis XVIII, y reproducía el principio de Blackstone. Semejante legislación jamás llegó a aplicarse. 3.3.5. REVOLUCIONES DE 1848: Durante las revoluciones de 1848 se produce el primer gran momento de crisis del paradigma clásico de libertad de prensa, hecho que se ubica dentro de un proceso de cuestionamiento general de la modernidad como ideal civilizatorio. Un detalle particulariza a estas revoluciones con respecto a otros movimientos que la antecedieron: la presencia del proletariado actuando como clase, defendiendo intereses propios frente a la burguesía. A esta idea se subordinan tres aspectos de suma importancia: 1/ Las relaciones capitalistas de producción habían madurado lo suficiente como para gestar en su propio seno a la única clase social capaz de trascender al sistema, el proletariado, 2/ Se desarrolla la primera ideología antisistémica, el marxismo, y 3/ El aparato ideológico-conceptual mediante el cual la burguesía garantizaba hasta el momento su hegemonía demuestra, por vez primera, su incoherencia, invalidándose ante las nuevas circunstancias históricas. Es decir, los valores y las libertades que durante casi cuatrocientos años la burguesía había teorizado, madurado y aplicado en su lucha revolucionaria contra los poderes feudales, simplemente se desdibujan cuando chocan, en el nuevo escenario mundial, contra las reivindicaciones de unas masas con creciente protagonismo23. Rememorando este período, Carlos Marx escribía: “La burguesía tenía la conciencia exacta de que todas las armas forjadas por ella contra el feudalismo se volvían contra ella misma, de que todos los medios de cultura alumbrados por ella se rebelaban contra su propia civilización, de que todos los dioses que había creado la abandonaban. Comprendía que todas las llamadas libertades civiles y los organismos de progreso atacaban y amenazaban, al mismo tiempo, en la base social y en la cúspide política, a su dominación de clase, y por tanto se habían convertido en socialistas” (Marx, 1973a: 445-446). 23

Con esto no queremos decir que durante las revoluciones de 1848 se haya producido un despertar milagroso de las masas. Prueba de lo contrario fue al fracaso absoluto de estas experiencias en toda Europa. Sin embargo, 1848 es el punto de partida de una alternatividad en materia de ideología, marcando el viraje de una historia que tuvo hasta ese entonces a la burguesía como protagonista, y al ideal burgués como el único futuro mejor posible.

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Las revoluciones de 1848, no fueron homogéneas en cuanto a sus aspiraciones pero tuvieron, por lo general, dos núcleos rectores: de un lado la lucha de las burguesías nacionales por alcanzar algunas de las conquistas “pendientes” desde 1789, y del otro, las demandas de unas masas populares sometidas a grados intolerantes de explotación. Lo segundo solo es posible debido a la existencia de varios antecedentes a lo largo de toda la primera mitad del siglo XIX, que habían contribuido a que las clases bajas lograran niveles de participación sin precedentes en el orden social. Podemos señalar las reformas del presidente norteamericano Andrew Jackson (1829-1837), las cuales aunque no estaba directamente vinculadas a los escenarios europeos, sientan el ejemplo de una democratización de la sociedad, incluyendo sectores que hasta el momento no tenían ningún tipo de participación ciudadana. Por otra parte, la caída de los Borbones franceses posibilitó una apertura al liberalismo europeo, marcando la derrota definitiva del poder de la aristocracia frente a una gran burguesía que no se veía aún limitada por el sufragio universal. “Su sistema político, en Inglaterra, Francia y Bélgica, era fundamentalmente el mismo: instituciones liberales salvaguardadas de la democracia por el grado de cultura y riqueza de los votantes –sólo 168.000 al principio en Francia- bajo un monarca constitucional (…) Sin embargo, en los Estados Unidos, la democracia jacksoniana supuso un paso más allá: la derrota de los ricos oligarcas no demócratas, cuyo papel correspondía al que ahora triunfaba en la Europa Occidental, por la ilimitada democracia llegada al poder por los votos de los hombres de las fronteras, los pequeños granjeros y los pobres de las ciudades” (Hobsbawn, 1979: 151). Los acontecimientos de 1848 comienzan con la expulsión del último rey francés, Luis Felipe de Orleáns, y la proclamación de la República en febrero de ese año. Un mes más tarde, el príncipe Metternich debe huir del país, ante la presión de los vienenses, y el pueblo de Berlín se lanza en armas, comenzando así un conjunto de estallidos más o menos violentos en diversas ciudades alemanas y en toda Europa. En cuanto a los programas políticos adoptados por los revolucionarios, nos parece oportuno seguir la periodización que hace Hobsbawn (Hobsbawn, 1979), la cual podrá aplicarse a la cuestión de la libertad de prensa, que tiene por esos años uno de sus más importantes debates teóricos, que ciertamente resume las cuestiones analizadas en el presente capítulo. Estos “programas de lucha” se avenían a las experiencias prácticas de la revolución francesa, y como ya era costumbre, los tres abogaban por la libertad de prensa, aunque ciertamente cada cual tenía una concepción particular de la misma. Eran estos los modelos: 1. La estrategia liberal, postulada por la aristocracia liberal y la alta clase media. 2. El radical-democrático, que reflejaba las posiciones de la clase media baja, una parte de los nuevos fabricantes, los intelectuales y los descontentos. 3. El socialista, que representaba las aspiraciones del proletariado, es decir, la nueva clase social de obreros industriales. El primero se basaba en los planteamientos del período moderado de la Revolución Francesa: la monarquía constitucional a imagen y semejanza del modelo británico, como forma de gobierno, un sistema parlamentario aristocrático (basado en la capacidad económica de los electores), y el liberalismo ortodoxo en materia económica. Su modelo de libertad de prensa es básicamente el de Milton. Una vez derrotado el pensamiento feudal, este grupo asumió sin

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reparos el papel histórico de la Reacción, aliándose –cuando fue preciso- a los poderes que anteriormente combatía. Variando externamente algunos de sus postulados, el ideario propuesto se mantiene hasta el presente. El ideal político del segundo modelo era “una república democrática inclinada hacia un estado de bienestar y con cierta animosidad contra los ricos como en la Constitución jacobina de 1793. Pero, por lo mismo que los grupos sociales partidarios de la democracia radical eran una mezcolanza confusa de ideologías y mentalidades, es difícil poner una etiqueta precisa a su modelo revolucionario francés” (Hobsbawn, 1979: 153). La libertad de prensa que propugnan, sin duda mirando a Rousseau, en parte a Stuart Mill y al ala más democrática del pensamiento de los Padres Fundadores, refleja las aspiraciones históricas de la pequeña burguesía, de las que en parte se nutre la doctrina actual de la Tercera Vía, el rostro humanizado del capitalismo. La ambigüedad de este modelo, que ubicándose entre burgueses y proletarios minimiza la lucha de clases, ha entorpecido históricamente las luchas de estos últimos, y ha dado basamento –como ningún otro- a los mitos de la libertad de prensa, basados en la aparente igualdad política de los ciudadanos en el Estado burgués. La inspiración del tercer programa político “era la revolución del año II y los alzamientos posttermidorianos, sobre todo la Conspiración de los Iguales de Babeuf, ese significativo alzamiento de los extremistas jacobinos y los primitivos comunistas que marca el nacimiento de la tradición comunista moderna en política. El comunismo fue el hijo del sansculottismo y el ala izquierda del robespierrismo y heredero del fuerte odio a las clases medias y a los ricos de sus mayores. Políticamente el modelo revolucionario babuvista estaba en la línea de Robespierre y SaintJust” (Hobsbawn, 1979: 153-154). En esta etapa de su desarrollo, la definición teórica de libertad de prensa que plantea este modelo, parte, como en el resto de los grupos estudiados, de una determinada necesidad clasista de exponer sus demandas ante el resto de la sociedad. Este pensamiento, que encuentra fuertes asideros en la teoría marxista surgida en el período, se nutrirá posteriormente de toda la tradición de izquierda, llegando así hasta nuestros días. Antes de 1848 existían tres formas de control de la prensa (Weills, 1945): la previa censura, la represión por tribunales y los procesos ante el jurado, las cuales eran aplicadas de un modo u otro en los diferentes países. “La revolución de 1848 tuvo consecuencias parecidas [a los procesos anteriores]: primeramente liberación total y por lo tanto floración prodigiosa de periódicos cada vez más exaltados; después represión brutal, que pone a los escritores bajo el yugo, pero sin que se restablezca la censura previa, que había llegado a ser odiosa para todos y embarazosa para el poder mismo” (Weills, 1945, 154). No ha de sorprender que la revolución del 13 de marzo, en Viena, tuviera como primera consigna ¡Abajo Metternich!, y la segunda fuese ¡Libertad de prensa!. Desde los tiempos de Napoleón, quien la negó en todos los sentidos posibles, el tema seguía presente como una de las principales reivindicaciones de periodistas y lectores. Estos últimos eran cada vez más numerosos. Al abaratamiento y desarrollo de las técnicas de impresión (aparición de la prensa mecánica, la litografía y la tinta de imprimir) se sumaba cierta evolución política, principalmente en Francia e Inglaterra. Por ejemplo, “la ley electoral francesa de 1831 dobló el número de los que nombraban a los diputados. La reforma inglesa de 1832, más atrevida, dio entrada a la pequeña burguesía en la vida política. Naturalmente los nuevos electores dieron, más ó menos pronto, un público seguro a los periódicos que les proporcionaban el medio de seguir los acontecimientos diarios” (Weills, 1945: 141).

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Aunque los precios siguieron siendo prohibitivos (no es hasta 1855 que el Daily Telegraph inaugura en Inglaterra la prensa de a centavo) cada vez sectores mayores de la población acceden a los contenidos de los diarios, comenzando por las masas obreras, prácticamente sin derechos políticos, pero cada día más concientes de la necesidad de instruirse. La lectura en los cafés se convierte así en una práctica corriente. En esta época surge la famosa Rheinsiche Zeitung, fundada en Colonia por burgueses liberales, y patrocinada por el gobierno, quien pensaba así poner freno a su principal competidora, la Kölnische Zeitung. Al año siguiente de fundada (1842) Carlos Marx comenzó a fungir como redactor de la misma. Durante la jornada del 18 de marzo, algunos periodistas obtuvieron de Federico Guillermo IV una declaración prometiéndoles la libertad. Después vino la represión. Aprovechando esta efervescencia (interrumpida por el estado de sitio) Marx tiene su segunda oportunidad en la Neue Rheinsiche Zeitung, que reunió hasta 6000 suscriptores. “La clase media alemana más avanzada, los industriales de Renania, pidieron a Marx que editara su órgano radical, la Neue Rheinische Zeitung, en 1848; Marx aceptó y lo editó no simplemente como un órgano comunista, sino también como portavoz y conductor del radicalismo alemán” (Hobsbawn, 1979: 174). Para abril de 1848 los alzamientos revolucionarios habían pasado a la historia. El miedo a una radicalización del conflicto estimuló alianzas entre los partidos de la burguesía: “En Francia, los pequeños comerciantes y artesanos y la fracción republicana de la burguesía se unieron a la burguesía monárquica contra los proletarios; en Alemania e Italia, la burguesía vencedora buscó con ansiedad el apoyo de la nobleza feudal, de la burocracia oficial y del ejército contra las masas populares y los pequeños comerciantes y artesanos. Los partidos conservadores y contrarrevolucionarios unidos no tardaron en recuperar su predominio” (Engels, 1973: 352). El gran capital triunfaba. Esta victoria se hizo evidente también en materia de libertad de prensa, abriendo la puerta a legislaciones para la prensa, como la francesa de 1881 donde el pensamiento liberal juega un papel protagónico. Esta ley se basaba en cinco puntos (Bourguin, 1952): 1/Las medidas preventivas estaban suprimidas: no era necesaria la autorización ni la fianza para editar un libro o un periódico, 2/ Cuando una persona había sido notoriamente puesta en causa en un artículo de un diario o un escrito periodístico, esta persona tenía el derecho de respuesta, 3/ No existían más los delitos de opinión: En todos los casos la ley reprimía ciertos delitos de derecho común por los cuales la prensa podía hacerse culpable, tales como injurias, difamación, incitación a hechos calificados como criminales. La ley no reprimía el delito de falsas noticias, sino cuando la publicación había sido hecha de mala fe y había perturbado el orden público, 4/ El jurado era el único competente para los delitos de prensa; salvo para la difamación que era deferida a los tribunales correccionales, y 5/ En caso de acusaciones, el director o editor era considerado como responsable. El autor del artículo incriminado podía ser acusado como cómplice. La ley de 1881 representa el reordenamiento institucional del Estado burgués, y la adopción de estrategia liberal a los medios de comunicación, doctrina que nos acompaña hasta el presente. 3.3.5.1. JOHN STUART MILL (1806-1873): Altschull nos ofrece una interesante comparación entre el pensamiento de Marx y el de Stuart Mill, en materia de libertad de prensa, afirmando que “de alguna manera, los dos compartían una visión común. Cada uno era un hijo de Milton, pues cada uno glorificó, con poderosa convicción, el derecho a la libre expresión. Señalaban que sólo cuando un hombre tiene el

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derecho de luchar por sus creencias puede haber cambio, y que sólo el cambio puede mejorar a todos los seres humanos de la tierra” (Altschull, 1990: 179). Sin embargo, el pensamiento de ambos filósofos, quienes fueron contemporáneos24, difiere en un punto fundamental: con Mill cierra el ciclo creativo burgués en materia de libertad de prensa, con Marx comienza el pensamiento anticapitalista. El primero aboga por la libertad de prensa como una vía para reformar al sistema. El segundo pretende con ello que las clases emergentes alcancen el grado necesario de conciencia y participación política para trascenderlo. Mill, bajo la línea del radicalismo filosófico, veía la situación de modo distinto, pensando que el sistema capitalita podía ser transformado desde su interior. Afirmaba que "el bienestar de las clases laboriosas dependerá sobre todo de su cultura intelectual" (Mill cit. por Peña, 2001). Por lo tanto, sólo mediante la instrucción recibida, los menos favorecidos podrían salir de su situación de dependencia. La contradicción de su pensamiento radicaba en la imposibilidad práctica de “armonizar individualismo económico –motor de cambio de la sociedad, fuente de iniciativas renovadoras— y desigualdad social, en un marco de razonabilidad que no ahogara el individualismo político en los extremos de una peligrosa desigualdad social” (Peña, 2001). Mill es un defensor a ultranza de la teoría individualista liberal. En su Ensayo sobre la libertad afirma que “la única libertad que merece este nombre, es la de buscar nuestro propio bien, por nuestro camino propio, en tanto no privemos a los demás del suyo o les impidamos esforzarse por conseguirlo.” (Stuart Mill, 1931: 116). En cuanto a la prensa, afirma que “la libertad de expresar y publicar las opiniones puede parecer que cae bajo un principio diferente, por pertenecer a esa parte de la conducta de un individuo que se relaciona con los demás; pero teniendo casi tanta importancia como la misma libertad de pensamiento, y descansando en gran parte sobre las mismas razones, es prácticamente inseparable de ella” (Stuart Mill, 1931:115). Un esfuerzo de censurar la prensa, según Mill, reviviría “la ignorancia y la imbecilidad, en contra de la cual es la única salvaguardia. Imagine los horrores de un despotismo oriental –de esto y de algo peor estamos protegidos sólo por la prensa. Llevar luego la imaginación, no a cualquier ejemplo vivo de prosperidad y buen gobierno, sino al máximo límite de felicidad compatible con la naturaleza humana; y contemplar aquella que con el tiempo pudiera alcanzarse, si las restricciones bajo las cuales la prensa todavía gime, sólo por la seguridad de los detentadores del poder malévolo, fuesen eliminadas. Tales son las bendiciones de una prensa libre” (Stuart Mill cit. por Altschull, 1990: 210). Sin embargo, esta idea de una libertad de prensa prácticamente irrestricta, encuentra también ciertas limitaciones relacionadas con los principios de Blackstone. Mill aclara que “nadie pretende que las acciones sean tan libres como las opiniones. Por el contrario, hasta las opiniones pierden su inmunidad, cuando las circunstancias en las cuales son expresadas, hacen de esta expresión una instigación positiva a alguna acción perjudicial. La opinión de que los negociantes de trigo son los que matan de hambre a los pobres, o que la propiedad privada es un robo, no debe ser estorbada cuando circula, simplemente, a través de la prensa, pero puede justamente incurrir en un castigo, cuando se expresa oralmente ante una multitud excitada, reunida delante de la casa de un comerciante en trigos, o cuando se presenta ante esa misma multitud en forma de cartel” (Stuart Mill, 1931: 176).

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El Ensayo sobre la libertad de Stuart Mill no sólo coincide con la publicación de la teoría evolucionista de Darwin, El origen de las especies, sino también con la Crítica de la economía política de Marx.

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En su Ensayo sobre la libertad, Mill rompe con el principio de autocorrección de Milton, de que la verdad siempre triunfaría sobre la falsedad. Mill estaba en desacuerdo. “La máxima de Milton, escribió, es una de esas agradables falsedades que los hombres repiten uno tras otro, hasta que se convierte en un lugar común, pero que toda experiencia rechaza. En lugar de eso, dijo Milton, es una muestra de ocioso sentimentalismo que la verdad, sólo por ser la verdad, tenga cualquier poder inherente negado al error de prevalecer contra las mazmorras y la picota. Hay demasiadas ocasiones, decía, en las que la historia muestra la verdad reprimida por la persecución. Pero, en una vena más positiva, Mill comenta que tal represión duraría sólo un tiempo, no para siempre” (Altschull, 1990: 209). Su pensamiento y el de los Padres Fundadores tienen puntos en común en lo referente a las mayorías, ya que ambos ven en ellas un peligro latente para las libertades individuales. “A pesar de su inquebrantable devoción a la causa de la libertad, Mill no era un demócrata. Como Tocqueville, tenía sospechas sobre el mismo funcionamiento de la democracia. Las mayorías asustaban a Mill; nunca podía estar seguro de que las mayorías no invocarían a su policía moral para tratar de apagar la disensión y la inconformidad que él creía eran esenciales para una buena vida” (Altschull, 1990: 209). En una de sus frases más famosas Mill nos dice que: “Si toda la humanidad menos uno fuera de la misma opinión, y sólo una persona fuera de opinión contraria, la humanidad no estaría más justificada para silenciar a esa única persona, que si esa persona lo estaría, si tuviera el poder, para silenciar a la humanidad” (Stuart Mill cit. por Altschull, 1990: 207). Con John Stuart Mill, el último burgués revolucionario, cierra el capítulo dedicado al modelo clásico de libertad de prensa. A partir de las revoluciones de 1848 comenzaría la lenta curva descendente del capitalismo, período que llega hasta nuestros días, donde si bien no han variado cualitativamente los basamentos filosóficos, éticos y jurídicos de este modelo, sí ha tenido este que adaptarse a las nuevas dinámicas de la modernidad contemporánea.

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CAPÍTULO 2: LA LIBERTAD DE PRENSA EN EL MUNDO ACTUAL A partir de la segunda década del siglo XIX, se abre un nuevo período en la historia de las ideas relacionadas con la libertad de prensa, etapa que se ajusta cronológicamente a la propuesta historiográfica de Aguirre Rojas, quien postula la existencia de un muy largo siglo XX, “que habiendo comenzado aproximadamente a partir de las revoluciones europeas de 1848, extendería su período de vigencia a lo largo de los últimos ciento cincuenta años y más allá, para cerrarse quizás en alguna fecha comprendida entre los años 2030 y 205025” (Aguirre, 2003: 318). Siguiendo este criterio, las tareas históricas de la modernidad burguesa ya fueron cumplidas desde una fecha tan temprana como 1848: el capitalismo logró convertirse en un sistema mundial -recordar que desde la segunda mitad del siglo XIX ya era un hecho el reparto del mundo por zonas de influencia-. A ello se suma la conformación del sistema de creencias de la modernidad, creencias herederas de las revoluciones burguesas y el pensamiento de la Ilustración, basadas en el individualismo, la secularización, y la preeminencia de relaciones mercantiles por sobre cualquier otro patrón comparativo en la sociedad26. Desde hace dos siglos se produjo también la revolución industrial, que permitió el desarrollo de una serie de adelantos tecnológicos que cambiaron para siempre la vida de los seres humanos. Este impulso industrial fue asimismo el causante de un crecimiento demográfico sin precedentes, lo que unido a la práctica cada vez más corriente del sufragio universal27, permitió que cada vez mayor cantidad de individuos participaran en los asuntos políticos. A estos aspectos debemos sumar el desarrollo de la sociedad de masas, la cual, para un autor como Álvarez Timoteo, nace no sólo con la génesis de la economía mundial sino también gracias a “los principios de una convivencia política basada en la democracia” (Álvarez Timoteo, s.f.: 4). Este autor nos recuerda que “en el siglo XIX culmina un largo proceso histórico en el que la burguesía liberal, empujada por la izquierda radical y las organizaciones proletarias, establece las sociedades democráticas, caracterizadas por el poder -al menos teórico- de las mayorías, convirtiendo de esta manera la masa de votantes-receptores, consumidores, productores en el nuevo soberano” (Álvarez Timoteo, s.f.: 17).

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Este historiador basa su predicción en los ciclos económicos de Kondratiev, cuyo cálculo permite predecir con cierto margen de error, la periodicidad de las crisis globales del capitalismo, las cuales, según la teoría marxista, irán aumentando en magnitud hasta el colapso definitivo del sistema. Más allá de una fecha posible donde ubicar el desequilibrio definitivo de la modernidad, nos parece oportuno señalar, a los efectos de nuestro estudio, el carácter finito del capitalismo como sistema de dominación, matizando un tanto el criterio economicista de este autor. 26 Un autor como Thompson relaciona el giro mercantil de la modernidad con el devenir histórico de la comunicación, cuando afirma que “lo que define a nuestra cultura como moderna es el hecho de que, desde fines del siglo XV, la producción y la circulación de las formas simbólicas han estado creciente e irreversiblemente atrapadas en procesos de mercantilización y transmisión que ahora poseen un carácter global” (Thompson, 1990: 137). 27 “En 1871 quedaba establecido el sufragio masculino en Alemania y Francia, en los años noventa en España, Noruega y Bélgica, y antes de 1914 era común a todos los países de Europa occidental el sistema parlamentario y dicho sufragio universal. Por los mismos años nacen, fruto de la iniciativa de la Primera Internacional, partidos socialistas y sindicatos en todos los países, y antes de 1914 todos los Parlamentos cuentan con diputados socialistas” (Alvarez Timoteo, s.f.: 19).

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El protagonismo creciente de las masas populares no sólo nos permite establecer el punto de giro entre el período ascendente y el comienzo de la crisis de la modernidad, sino que también es de suma importancia para la historia de la comunicación y la libertad de prensa. A partir de la segunda mitad del siglo XIX se hace cada vez más evidente el proceso de mediatización de la cultura moderna, es decir, “la rápida proliferación de las instituciones de comunicación masiva y el crecimiento de las redes de trasmisión mediante las cuales las formas simbólicas utilitarias se pusieron a disposición de un campo cada vez mayor de receptores” (Thompson, 1990: 12). Por otra parte, la aparición de ideologías que pretenden subvertir la esencia capitalista del sistema, es un rasgo característico de esta etapa, lo que obliga a la modernidad “a desplegar con más fuerza sus rasgos histórico-regresivos –como la guerra, el nazismo y el fascismo-, las nuevas formas de la violencia social y política (Aguirre, 2003: 334). Podemos analizar el período comprendido de 1848 a la fecha, como una larga y compleja etapa de decadencia del ideal moderno, etapa donde se hace inviable la aparición de nuevas tareas históricas, lo cual se evidencia, por ejemplo, en el constante proceso de reciclaje que sufren los discursos político-ideológicos de los centros de poder (el neoliberalismo como versión adaptada del liberalismo, etc.). Todo esto permite afirmar que en 1848 “van a culminar (...) las transformaciones progresivas que dicha modernidad capitalista ha podido aportar a la historia cultural del género humano” (Aguirre, 2003: 320). Sin embargo, no por ello el capitalismo perdió la capacidad de adaptarse a las más disímiles circunstancias, que van desde las crisis económicas del sistema, al desarrollo de esfuerzos que se proponen trascender la esencia misma de este. La libertad de prensa, como uno de los principales discursos de la modernidad capitalista, se inserta plenamente en estas curvas historiográficas. Alcanza esta concepción su máximo desarrollo teórico a lo largo de las revoluciones burguesas, ha sufrido desde 1848 a la actualidad, un proceso de reacomodo. Según explica Thompson, la cuestión de la libertad de prensa radicaba anteriormente en defender a los medios de los abusos del Estado. Sin embargo, “la naturaleza y la organización de las industrias de los medios han cambiado enormemente desde comienzos del siglo XIX y a la luz de estos desarrollos podemos ver que la teoría liberal tradicional de la prensa libre posee, a lo sumo, un valor limitado para pensar acerca del papel de las instituciones de los medios en las sociedades modernas” (Thompson, 1990: 276). Este autor señala tres causas que intervienen en la desactualización de la teoría liberal: 1/ La creciente concentración y comercialización de las industrias de los medios; 2/ El desarrollo de nuevas tecnologías en la industria de la comunicación; y 3/ La naturaleza de las limitaciones legítimas de la libertad de expresión (Thompson, 1990: 276). A ello me gustaría agregar otras dos causas: 4/ El constante esfuerzo universalizador del capitalismo como régimen social, 5/ La relación que establece la modernidad con las experiencias contrahegemónicas que han surgido como resistencia al avance de esta. De cada una de estas dos líneas se han desprendido sucesivos “ajustes” al modelo clásico, como por ejemplo el desarrollo de la doctrina del Libre Flujo de Información, y el fortalecimiento del carácter mítico de la libertad de prensa, vinculado a la propaganda –del que hablaremos más adelante- en contraposición a una teoría basada en el pensamiento lógico, y por tanto cuestionable desde bases racionales. Por otra parte, la interacción ideológica entre el capitalismo y las alternativas que se han opuesto a este, ha sido causante del auge de discursos conciliadores como el de la Responsabilidad Social.

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A lo largo del presente capítulo analizaremos el proceso de reajuste a que se ha visto sometida la definición clásica de libertad de prensa, dentro del marco de la ideología burguesa, dejando para la última parte de nuestro estudio la sistematización de los postulados teóricos que han analizado la función de los medios de comunicación más allá del radio de la modernidad capitalista. 4.1. LA CONSOLIDACIÓN DEL MODELO CLÁSICO DE LIBERTAD DE PRENSA: Montalbán divide la historia de la libertad de prensa durante el siglo XIX en dos etapas. En la primera, esta categoría es enarbolada por intelectuales y políticos, que impugnan así el modelo reaccionario de la Santa Alianza. La segunda tiene por detonante la aparición de una gran prensa, condicionada por las lógicas del mercado, con importantes intereses creados, e influencia doctrinal sobre gran parte de la población. La gran prensa marcó el triunfo de esta libertad. “Sólo cuando el empresario de prensa demostró que necesitaba cierta independencia para garantizar su negocio, y que esa independencia no le enfrentaba necesariamente a un estado y a un orden con los que se sentía identificado, se consumó la victoria de la teoría liberal de la comunicación social. Se consuma en el momento en que ya no es un factor de cambio histórico, sino de consolidación del estado burgués, en el momento en que se convierte en un aparato ideológico de este estado burgués” (Montalbán, 2003: 85). Podemos afirmar que con el pensamiento de John Stuart Mill culmina el ciclo creativo burgués en torno a la libertad de prensa. Semejante tesis parecería contradictoria, teniendo en cuenta que tras la muerte de Mill florecen en toda Europa y en gran parte de sus colonias, sistemas de comunicación regulados por los principios de la libertad de prensa clásica. Comienza así lo que Weills denomina “la edad de oro de la prensa” (Weills, 1945), período que se extendería hasta la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, no podemos perder de vista que ya para las últimas décadas del siglo XIX el sistema capitalista ha perdido en todo el mundo su capacidad renovadora. Las grandes revoluciones habían concluido, y durante los próximos ciento cincuenta años corresponde a la burguesía salvaguardar las posiciones conquistadas. De las luchas contra el ancien régime había surgido toda una teorización en torno a la libertad de prensa que, al menos sobre el papel, dotaba de derechos comunicativos a la totalidad de la población, y permitía por tanto, la inclusión de sectores emergentes de la sociedad. La libertad de reunión, asociación y expresión, recogidas en las legislaciones liberales, podrían ser utilizadas para revertir la naturaleza del sistema burgués. Agrupaciones obreras en Alemania, Francia, Italia, Estados Unidos e Inglaterra aprovechan la coyuntura y presentan batalla mediante la prensa. “Las publicaciones clandestinas difícilmente legales, oponen la verdad de la clase explotada a la verdad de la clase explotadora. Se vuelve al ensayo saintsimonista de crear ateneos obreros que difunden o adaptan la tradición cultural a las necesidades que tiene el movimiento obrero de una comprensión del mundo y los hombres con finalidad revolucionaria” (Montalbán, 2003: 92). De la Comuna de París (1871), primer gran intento de ruptura contra el discurso de la modernidad, la burguesía extrajo una conclusión importante: la necesidad de controlar los aparatos del Estado (incluyendo a los medios de comunicación), logrando al mismo tiempo que las masas se sintieran parte de este (teóricamente con los mismos derechos), pero sin el poder real para efectuar algún cambio. Según Montalbán, de la Comuna arrancan las dos estrategias con las que el poder ha logrado sobrevivir hasta la fecha: “el reformismo integrador y progresista de la burguesía y el reaccionarismo intransigente de la misma clase social como

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dos sistemas defensivos de un mismo orden; a veces enfrentados, a veces programadamente alternativos, a veces complementarios” (Montalbán, 2003: 91). A partir de entonces la burguesía aplicará una u otra estrategia en dependencia de la correlación de fuerzas existentes. Así, tras el fracaso de la Comuna de París, se silenció a sangre y fuego el discurso de la prensa sindicalista, dejando en un segundo plano toda la retórica de la libertad de prensa. Sin embargo, diez años más tarde, el gobierno de París tendría la estabilidad suficiente para proclamar la Ley Francesa de la Prensa (1881), considerada un monumento al pensamiento liberal (Bourguin, 1952). La misma, limitaba considerablemente las restricciones estatales para la publicación de impresos28, aunque hay que tener en cuenta que la prensa conservadora contaba con los medios materiales para atraerse al gran público, mientras que la izquierda socialista o anarquista debía pelear con pocos recursos económicos y muchas veces desde la clandestinidad. A los gobiernos les interesa el mantenimiento de los principios liberales, por lo que evitan promulgar limitaciones directas como la censura previa. Por esta época surge una práctica común vigente hasta nuestros días: el poder analizaba si un determinado periódico opositor constituía o no una amenaza para el establishment. De serlo se suprimía por vías extraoficiales, sino, se le toleraba como un mal necesario. Como Francia, el resto de las naciones occidentales seguirán el modelo de prensa inglés, basado en relaciones liberales entre el gobierno y los periódicos, a las que habrán de sumarse más tarde las agencias de prensa. Los ingleses habían sido los primeros en vincular los postulados del liberalismo económico a las dinámicas de los medios de comunicación, con la aprobación de la Libel Act, en 1792, por el parlamento británico. El modelo reconocía y organizaba la libertad de expresión a partir de otras libertades que habían sido básicas en la lucha de la burguesía frente a los elementos feudales: libertad de pensamiento y libertad de empresa y circulación de información sin más limitante que las reglas de oferta y demanda propias de cualquier mercado. Álvarez Timoteo nos resume así la implicación social de este modelo: “Los periódicos cumplen funciones sociales imprescindibles, como la de catarsis pública -¿qué mejor modo de desviar la agresividad contra el poder y su injusticia real o sentida que hablar mal de él y llenarle de improperios?- la de preparación de una alternativa heredera de los gobernantes de turno, y la del fomento de la esperanza de cambio y mejora respecto a las presentes circunstancias. Además, y en tercer lugar, la fórmula liberal dejaba abierto los cauces de intervención estatal sobre los medios –suficientemente experimentados también en Inglaterra-, de modo que, siguiendo caminos indirectos, sin afectar la letra de las leyes ni el espíritu liberal, los gobernantes fueron capaces, con esa fórmula, de mantener un intervensionismo y un control a veces férreo sobre la información y los periódicos” (Álvarez Timoteo, s.f.: 31-32). Por una parte la edad de oro de la prensa liberal es producto de la relativa estabilidad de los gobiernos occidentales en las últimas dos décadas del siglo XIX, lo que permitió a la burguesía consolidarse política y económicamente, construyendo su hegemonía mediante mecanismos que prefieren el consenso, a partir de fórmulas liberales29. Sin embargo la edad es oro se debe también a un conjunto de adelantos tecnológicos que aceleran el desarrollo de la comunicación masiva. Al invento del ferrocarril y el telégrafo se suma, en 1876 los primeros experimentos con 28

“Suprimía la caución y el timbre, facilitaba la creación de periódicos, confirmaba la competencia del jurado; las personas atacadas por los periódicos tenían el derecho de réplica” (Weills, 1945: 195). 29 A principios del siglo XX, el agrietamiento de la estabilidad política burguesa, producto de las crisis económicas, da paso a fórmulas más coactivas.

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linotipia, considerado este adelanto para la historia de la prensa como “el segundo paso más importante de su trayectoria desde el tipo móvil de Gutenberg” (Montalbán, 2003: 84). Con este descubrimiento aparentemente tan poco trascendental, cambiaría radicalmente la concepción vigente de libertad de prensa. Todos los que se habían detenido hasta el momento a pensar el tema, desde Milton a los Padres Fundadores, consideraban que la prensa debía ser enteramente libre, pero que al mismo tiempo sólo una parte determinada de la población (la élite) debía tener acceso a la misma. Semejante planteamiento debe ser tenido en cuenta a la luz de los siglos XVII y XVIII, una época en que el estado cultural de las clases subalternas era extremadamente precario. Sin embargo, a finales del XIX las condiciones están creadas para un cambio. A los adelantos tecnológicos y a la estabilidad política anteriormente descrita, hemos de sumar un conjunto de condiciones que harán de la prensa un medio de masas, y obligan a redefinir el modelo de libertad de prensa existente, ampliando su radio efectivo a un conjunto mayor de ciudadanos. Pero hay que tener en cuenta que cuando los Padres Fundadores y Stuart Mill abogaban por el libre acceso de los ciudadanos a la prensa, hablaban, indistintamente, de la capacidad de recibir y de emitir información, ya que las mayorías en esa época no eran un riesgo para los intereses de los hombres de bien. El desarrollo mismo del sistema capitalista resolvió, al menos en gran medida, la primera cuestión, obviando la segunda. Parecería entonces que en las democracias burguesas existe libertad de prensa, cuando realmente lo que se potencia es la libertad de recepción de aquellos contenidos emitidos por una élite dueña de los medios de comunicación. Si bien crece la libertad de recepción hasta prácticamente la totalidad de la masa letrada, al mismo tiempo se mantiene restringida la libertad de emisión a un conjunto de personas con los recursos suficientes para llevar adelante un negocio periodístico. Lo siguiente brinda una enorme ventaja a la burguesía ya que pone en sus manos un mecanismo importante de control ideológico. Como producto de la revolución industrial, se hizo cada vez más necesaria la especialización de los obreros. Sin embargo, “la educación del proletariado, primaria, precaria, se reservaba a la educación general básica y al servicio militar, de cara a configurar un ciudadano en armonía con el pasado, con el presente de su condición asalariada y con la eternidad de los vínculos que la ligaban a una conciencia nacional (...) La prensa se erguía como un aparato complementario que aportaba un conocimiento de la realidad estable y mutable de los hombres y las cosas, aparato que ya he descrito como conectado directamente con la razón misma de un estado de clase” (Montalbán, 2003: 99). Con el aumento de la escolarización pública, se suma así un considerable número de compradores de diarios a los ya existentes. Entre 1870 y 1914 aumenta constantemente el número de periódicos y lectores en Europa y los Estados Unidos. Paralelamente se incrementan los gastos en publicidad y la competencia entre los diferentes diarios, que cada vez más comienzan a poner en práctica mecanismos de producción industrial, lo que “va a generar el fenómeno de la industria informativa, de la industria cultural como un factor contradictorio de congelación y parálisis histórica” (Montalbán, 2003: 99). Nace así la prensa popular. 4.1.1. EL MODELO NORTEAMERICANO, PRENSA DE A CENTAVO Y PRIMERA ENMIENDA: A principios del siglo XIX, Estados Unidos emerge como la nación paradigmática donde se aplica el sistema de valores de la prensa popular, lo que influiría decisivamente en el devenir histórico de una libertad de prensa que va a transitar caminos paralelos a la libertad de empresa, llegando a ser en la práctica un todo indisoluble. “Cualquiera que fuese su papel

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como una fuerza política, o como un instrumento para la educación pública, se esperaba que sirviera por encima de todo como un agente para el suministro de información de productos disponibles para ser adquiridos por los lectores, como un agente de comercio o exactamente, como un producto” (Altschull, 1988: 60). La libertad de prensa clásica encontró sustento en la lucha contra la supeditación a los poderes establecidos (la Iglesia, el Rey, el Parlamento, etc.). Ahora la libre circulación de ideas afrontaba un nuevo peligro: La presencia del mercado como ente regulado por mecanismos de oferta y demanda, condicionarían los contenidos impresos. Sobre todo en Europa, una tradición conservadora, que tuvo sus génesis en la reacción ante las grandes revoluciones burguesas, lanzó voces de alarma ante el advenimiento de la prensa popular. “El recuerdo inquietante de la explosión revolucionaria, asociado a un salvajismo desencadenado por las multitudes convulsionadas, crea una representación del colectivo en término de populacho” (Mattelart, 2004: 45). En ciertos círculos teóricos comienzan a cuestionarse los efectos de una libertad de prensa ilimitada, que pudiera amenazar las bases del orden establecido. Sin embargo, al pasar la prensa de manos de una élite a la mayoría de la población, esta última se transforma en protagonista-compradora y sujeto por tanto de la libertad de prensa comercial. Pero esto “no quiere decir que las masas se conviertan en protagonistas activos de la Historia, sino en factores esenciales, y por lo tanto a controlar, dentro del engranaje de la producción y reproducción de un mismo sistema basado políticamente en el consensus de la mayoría (representación democrática) económicamente en el empleo de fuerza de trabajo (contrato social entre capital y trabajo) y comercialmente en la aceptación de la clientela a toda clase de productos, desde las ideas a los cepillos de dientes” (Montalbán, 2003: 94). La prensa popular es hija de la revolución tecnológica, que permitió el aumento de las tiradas; de la propaganda comercial, que redujo los costos; de la mentalidad industrial capitalista, que analiza a la prensa desde un enfoque mercantil, donde “los periódicos, las revistas y los reporteros fueron importantes vehículos de una movilidad económica y social ascendente” (Altschull, 1988: 226); y de la instrucción “forzosa” de las clases subalternas, que encuentran en la escolarización la única vía de acceso a la sociedad. De ahí que se configure un modelo que obedece a las condicionantes anteriormente descritas. Desde su génesis, el sistema estadounidense de prensa fue parte del medio empresarial, no sólo mediante el vínculo con la publicidad, que financió las ediciones, sino que los círculos económicos invirtieron en el negocio de los diarios. En 1833 el empresario neoyorquino Benjamín Day fue el primer estadounidense en rebajar el precio de los periódicos de seis a un centavo. Nacía la prensa barata y se readecuaban los contenidos impresos a un público mucho mayor, que por primera vez accedía a las publicaciones. Pero esta masificación no implicó un cambio radical en el sistema de valores de la prensa norteamericana: “No había necesidad de nuevas ideologías. El sistema de creencias ya estaba firme en su lugar (...) En la doctrina del laissez-faire de Adam Smith, los editores estadounidenses encontraron un sistema de valores que sirvió como modelo en sus esfuerzos por llegar a un número mayor de lectores” (Altschull, 1988: 251-252). El fin de la guerra civil (1861-1865) impulsó el desarrollo de la prensa barata, que desde Nueva York (New York Sun) se extendió por todas las ciudades del este y acompañó la americanización del país hacia el sur y el oeste. La naturaleza de la democracia estadounidense había cambiado desde que el presidente Jackson arribara al poder en 1829. Aunque el gobierno seguía en manos de una élite, se había producido cierta democratización en su naturaleza. “El orden social proclamado por los jacksonianos era igualitario, un orden en

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el cual todos los hombres serían iguales a los demás, incluso a sus superiores sociales. El ambiente norteamericano, con su afortunada mezcla de lo que parecían ser tierras y oportunidades ilimitadas, hizo posible el sueño que suscitó en la sociedad europea atestada y abrumada por divisiones de clases, una visión que aún persiste en muchos lugares, de una tierra de oportunidades ilimitadas” (Altschull, 1988: 39-40). El lema del New York Herald, uno de lo más importantes periódicos de a centavo de esa ciudad recoge la esencia ideológica de la prensa amarillista: “No aceptar monedas de escaso valor, maldecir a los villanos que las ofrecen, vivir con temperancia, beber con moderación, evitar las sociedades de abstinencia, cuidar los seis centavos, nunca confiar en su santo, acostarnos a las diez, levantarnos a las seis, nunca comprar a crédito, temer a Dios Todopoderoso, amar a las chicas bonitas, votar en contra de Van Buren y mandar a todos los políticos y pastores al diablo” (New York Herald, 25 de septiembre de 1835 cit. por Altschull, 1990: 255). La prensa juega un papel importante en la construcción del sueño americano de democracia y esfuerzo individual, que tiene entre sus pilares los contenidos de la Primera Enmienda. Los medios de comunicación son vistos como buscadores de la verdad al precio que sea necesaria, y defensores por tanto del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, según las palabras del presidente Lincoln. Por esta época comienzan a perfilarse los grandes mitos de la libertad de prensa estadounidense, que poco a poco se difundirían por todo el mundo. “El mensaje de la prensa era que en la prueba de la lucha el éxito estaba a la mano de cualquier estadounidense con un poco de suerte y afición por el trabajo duro, y que llevara una vida ejemplar según el código de moral de una cristiandad militante” (Altschull, 1988: 253). Esta idea de optimismo en las potencialidades del hombre trabajador norteamericano, se entronca con la doctrina del derecho del público a la información, que será otra de las pinceladas con las que habrá de retocarse el gran cuadro de la libertad de prensa en los Estados Unidos. Los antecedentes del mito pueden situarse en el pensamiento de los Padres Fundadores. “Al hacer énfasis en la cualidad refrescante de la educación, Madison y Jefferson entronizaron el conocimiento en el sistema de creencias estadounidense: proporcionaba al ciudadano estadounidense la materia prima que necesitaba para desempeñar su papel constitucional. Para poder adquirir este conocimiento, el ciudadano tenía un derecho auténtico a estar informado de lo que su gobierno hacía” (Altschull, 1990: 307). Semejante idea prioriza la función receptora de la comunicación, dejando los procesos de emisión a la competencia de “agentes especializados”, los medios de comunicación. Desde sus inicios, los diarios ratificaron el derecho del público a saber, validando al mismo tiempo su función dentro de la sociedad. “Eran como representantes del público que disfrutaban los beneficios de la Primera Enmienda constitucional” (Altschull, 1990: 307). Pese a su aplicación práctica, la concepción del derecho del pueblo a saber, no fue formulada hasta 1945, por Kent Cooper, gerente general de la Associated Press. Cooper consideraba a la prensa como el principal garante del derecho del público a la información. Durante el período de auge de la prensa popular, se formula por vez primera el mito de la prensa como “perro guardián”, es decir, la teoría que afirma que la prensa se encuentra en constante vigilancia sobre el gobierno, para evitar cualquier tipo de extralimitación o abuso de poder. Al mismo tiempo, tiene la función de mostrarle al público qué personajes oficiales están a la altura de las responsabilidades que le entregó el pueblo, y cuales no merecen la confianza de este. Junto a la concepción del derecho del pueblo a saber, la teoría del perro guardián otorga a la ciudadanía un papel pasivo en las relaciones políticas y comunicativas. “En este sistema de creencias, no sólo es esencial que el periodista ayude a educar al ciudadano, a

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proporcionarle información, sino que es igualmente necesario para él servir como sus ojos y oídos cuando estudia al poderoso” (Altschull, 1990: 323). Estas concepciones se “adaptan” a la teoría de la democracia representativa, postuladas en la filosofía contractualista de Locke y Rousseau. Anteriormente correspondía al pueblo la misión de velar por sus derechos individuales, cedidos en parte al gobierno mediante la aceptación de un contrato social revocable. Ahora la tarea es enajenada a los medios de comunicación, quienes sin ser elegidos por el pueblo, asumen el deber de cuidar los intereses de este. Pulitzer, quien llevara a su punto más alto la prensa de a centavo, reconocería así la función de su diario: “El World debe ser más poderoso que el presidente, que está encadenado por el partidismo y la política y sólo dispone de un período de cuatro años” (Pulitzer cit. por Altschull, 1988: 56). Sin embargo, la visión de la prensa como poder independiente (o cuarto poder) a los ya existentes en la nación, se vio limitada en la práctica por los anunciantes, quienes tenían el poder suficiente para vetar cualquier publicación en contra de ciertos intereses. “En verdad, la prensa amarillista (...) distaba mucho de ser adversa. Como Pulitzer y Hearst demostraron, representaba los valores estadounidenses tradicionales de patriotismo, lealtad, honestidad, frugalidad y sentimentalismo” (Altschull, 1990: 328). Por otra parte hay que tener en cuenta que “en el momento en que la prensa se convierte en un fenómeno de masas se establece ya su carácter de aparato ideológico al servicio de las clases dominantes. Las progresivas permisiones del siglo XIX repercutieron en el desarrollo de una prensa burguesa por su carácter empresarial y los objetivos doctrinales que en definitiva perseguían sus comunicados” (Montalbán, 2003: 88). Tras el discurso populista, la realidad reflejaba la disputa ideológica entre dos tendencias burguesas: la conservadora y la liberal progresista. “La primera adoptó un papel consecuente de defensa cerrada del nuevo y ya viejo orden. La segunda, trató de cultivar una tolerancia integradora de las nuevas clases en litigio, mediante una política comunicacional que tratará de identificar a las masas con los contenidos de la prensa” (Montalbán, 2003: 89). Prueba de la ideología monocromática de la prensa de a centavo lo constituye el pensamiento de Hearst, uno de sus principales exponentes. La carencia de un pensamiento determinado, fue sustituida “por una posición siempre radical pero nunca clara, y no le importó saltar de un extremo a otro del espectro político (...) Da la impresión de que Hearst (...) no tenía el mínimo respeto por el lector, a quien debía concebir como una máquina tragasensaciones, y ante el cual bastaba colocar ciertos estímulos para que, de modo obligatorio, respondiese condicionadamente (...) Hearst ponía en práctica las teorías que en esos años noventa desarrollaban Gustav Le Bon, Pavlov y los primeros analistas de la psicología de las masas” (Álvarez Timoteo, s.f.: 70). Por esta época se sientan las bases teóricas para el desarrollo de la propaganda científica, que comenzará a ensayarse a gran escala a partir de la Primera Guerra Mundial. “En este sentido, el amarillismo es la fase previa al nacimiento de dicha propaganda científica” (Álvarez Timoteo, s.f.: 70). Uno de los principales detractores de este modelo de prensa norteamericano fue Charles Dickens, quien visitó la ciudad de Boston en 1842. El escritor inglés consideró que la prensa estaba envenenando a la sociedad norteamericana. “Era arrogante y llena de chismes y aunque protegida contra la censura del gobierno, desempeñaba de hecho el papel de censor, al excluir todo lo bueno de sus páginas. Nadie puede disfrutar de la libertad de opinión ni pensar por sí mismo sin humilde referencia a una censura por parte de la prensa a la cual, por la ignorancia feroz y ruin deshonestidad, odia y desprecia al máximo en lo más profundo de su corazón” (Dickens cit. por Altschull, 1988: 50).

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A principios del siglo XX los diarios norteamericanos comienzan a apartarse del sensacionalismo más radical, aunque el sistema de valores de la prensa popular había echado hondas raíces en las concepciones teóricas referentes a la libertad de prensa. Los buscadores de escándalos, herederos de la prensa de a finales del XIX, encuentran en estas ideas sustento teórico. Upton Sinclair fue el más influyente de esta generación de buscadores de escándalos. Uno de sus libros The jungle, publicado en 1906, constituye un hito en la defensa de los derechos de la ciudadanía por parte de la prensa, y por tanto un respaldo importante al sistema de valores que sustentan el mito de la libertad de prensa norteamericana. Sin embargo, en 1919, Sinclair escribió en su novela The brass check “que el periodismo de denuncia había muerto porque la misma prensa se había vuelto contra los reportajes de investigación, contra todos los movimientos reformistas. Un sistema capitalista –escribió- vive por el sistema capitalista, lucha por ese sistema y, en la naturaleza del caso, no puede hacer otra cosa” (Altschull, 1990: 339). La opinión de Sinclair no fue tomada en cuenta. Ya para 1917 la tradición de la Primera Enmienda se había convertido en el ideal a seguir por los sistemas de prensa occidentales. 4.2. PRIMERA GUERRA MUNDIAL. LIBERTAD DE PRENSA, PROPAGANDA Y CONSTRUCCIÓN DEL CONSENSO: Entre 1914 y 1917 se produce un corte importante en el devenir histórico de la modernidad. En esa fecha comienza una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo mundial, que Hobsbawm denomina el “siglo XX corto”, es decir, “los años transcurridos desde el estallido de la Primera Guerra Mundial hasta el hundimiento de la URSS” (Hobsbawm, 2004: 16). Al menos dos factores condicionan “el derrumbe de la civilización (occidental) del siglo XIX” (Hobsbawm, 2004: 16): 1/ Las consecuencias de una crisis económica mundial que, como nunca antes en la historia, puso en peligro la estabilidad de un sistema basado en los principios del liberalismo económico y, 2/ Producto en parte de esta crisis y del militarismo de las principales potencias imperiales, se produce el primer cisma en la historia de la modernidad, la Revolución de Octubre, que signaría los aconteceres en los próximos setenta años. La crisis económica repercutió en el modelo de la democracia burguesa, teóricamente bien afianzado en la mayoría de las naciones de Occidente30. El paradigma liberal de la prensa, basado en el experimento anglosajón, era hasta ese momento el ideal hegemónico en materia de relación entre los medios de comunicación y el poder. Sin embargo, la crisis fue causante de dos nuevas experiencias, que surgen ante la imposibilidad de mantener el sistema mediante las antiguas reglas de juego. De un lado, la ruptura con los principios básicos de la modernidad capitalista (Lenin31), mediante la construcción de un modelo alternativo. Del otro, la imposición por parte de los estados burgueses, de restricciones al flujo informativo, a lo que se le suma el uso de la propaganda científica, dos estrategias que transitan paralelas y se complementan durante la guerra mundial. Sin embargo, hay que tener en cuenta que aunque el 30

“Esa civilización era capitalista desde el punto de vista económico, liberal en su estructura jurídica y constitucional, burguesa por la imagen de su clase hegemónica característica y brillante por los adelantos alcanzados en el ámbito de la ciencia, el conocimiento y la educación, así como del progreso material y moral” (Hobsbawm, 2004: 16). 31 “La consigna de la libertad de prensa fue mundialmente grande desde fines de la Edad Media hasta el siglo XIX. ¿Por qué? Porque era una manifestación de la burguesía progresista, es decir, de su lucha contra los curas y los reyes, contra los señores feudales y los terratenientes. Hoy, la libertad de prensa, en todas partes donde hay capitalistas, es la libertad de comprar escritores, de sobornar y comprar y fabricar opinión pública a favor de la burguesía. Eso es un hecho. Un hecho irrefutable” (Lenin cit. por Montalbán, 2003: 112).

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intervensionismo estatal y la propaganda reciben un impulso teórico-práctico importante en esta época, son fenómenos que estuvieron presentes –aunque de forma menos evidente- en los sistemas de prensa burgueses del siglo XIX. Todos estos cambios pueden resumirse en la pérdida generalizada de confianza en el paradigma de progreso que representaba el modelo liberal, hecho que se ve alimentado por la revolución bolchevique, que brinda el primer ejemplo práctico de alternatividad a lo que hasta el momento parecía el mejor modelo de mundo posible. La teoría burguesa, basada en las libertades individuales y en un diseño económico donde el único freno se situaba en la mano oculta del mercado, vio tambalear su esencia ante transformaciones como “la complejidad de la organización social, el protagonismo determinante de las clases productoras, [y] la primacía del sistema sobre la iniciativa individual” (Montalbán, 2003: 103). Todo ello obliga a un repensar crítico de la civilización y la cultura burguesa, donde se ubica el temor a la pérdida de los valores individuales y la rebelión de las masas. Los teóricos del poder comprenden que es imposible establecer un control efectivo sobre estas últimas, desde el estrecho marco que brinda la legalidad liberal burguesa. Desatan entonces una estrategia en dos frentes por mantener la hegemonía. Mecanismos de coacción o de consenso se turnarán el espectro de dominación, en dependencia de la realidad particular de cada nación capitalista. “Ese control efectivo de las masas se ha de ejercer por todos los brazos ejecutivos de la organización política y además por todos los aparatos de integración ideológica, culturales, informativos, comunicacionales en suma” (Montalbán, 2003: 103). La Primera Guerra Mundial condiciona “el nacimiento y organización desde el Estado de fórmulas programadas (preparadas y aplicadas con cálculo) de información, denominadas por ello propaganda científica” (Álvarez Timoteo, s.f.: 82). Los periódicos han de adherirse a los esfuerzos que implicaba asumir una guerra, donde la totalidad de los recursos estatales (económicos e ideológicos) debían verse comprometidos. La práctica reajustó el modelo de libertad de prensa vigente. El pensamiento burgués reconoce en tiempos de paz una distancia tácita entre medios de comunicación y gobierno, que les da la apariencia de poderes independientes que, mediante un sistema de contrapesos, impiden los abusos gubernamentales, y por tanto validan la democracia. Los esfuerzos por ganar una guerra total, implican el abrazo estrecho entre la prensa y el poder, única forma de establecer el consenso, cuando el sistema se encuentra en peligro32. El lenguaje resultante de esta alianza va en detrimento de la capacidad informativa de los medios, y potencia la vertiente propagandística. Hay que ver cuán perfecto se consideraba el ideal burgués de libertad de prensa en esa época, cuando un teórico de tantas luces como Weills (quien además presenciara los acontecimientos), se extraña de la aparente contradicción entre el modelo de libertad de prensa y la variante propagandística que establecen las potencias “democráticas” para los medios de comunicación. Con ello obvia que el fin perseguido, tanto por uno como por otro, es la estabilidad del sistema. Dice así Weills: “La guerra de 1914 puso de manifiesto la fuerza y la debilidad de la prensa política: su fuerza, pues jamás los hombres, en el mundo entero, sintieron tanto deseo de leer los periódicos; su debilidad, pues todos los gobiernos redujeron o suprimieron su libertad, imponiéndole una vigilancia minuciosa para impedirles suministrar informes que podrían servir al enemigo. Y, sin embargo, comprendían la necesidad de utilizar el poder de los periódicos para propagar las ideas y los sentimientos que debían contribuir al éxito 32

Los sistemas de comunicación obedecen siempre a las dinámicas de la sociedad en la que se encuentren. El margen de libertad concedido a estos últimos por los aparatos de gobierno depende de la estabilidad de los sistemas sociales.

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final. Refrenar la prensa como órgano de noticias, desarrollarla como órgano de propaganda, las dos finalidades eran tan vez contradictorias, o al menos difíciles de conciliar” (Weills, 1945: 215). Durante este período se desarrollan dos nuevos medios de comunicación masiva: el cine y la radio. El primero fue desde un inicio censurado. Ello se debió sobre todo a su capacidad para reproducir la realidad mucho mejor que la prensa y la radio, y porque implicaba a un público con menores enciclopedias culturales que los lectores de diarios. A partir de este momento “cualquier nuevo medio que nazca dentro del sistema se instrumentalizará a partir de una organización industrial y como tal buscará beneficios y esa complacencia del público que garantiza la audiencia” (Montalbán, 2003: 111). Por el momento ambos medios de comunicación se adecuan a las tareas propagandísticas de la Primera Guerra. Los sistemas de prensa de cada nación en conflicto se desarrollan de acuerdo a sus condiciones objetivas. Inglaterra, con una fuerte tradición liberal, se basa en “la cooperación consciente y aprovechada entre el gobierno y los magnates de la prensa” (Álvarez Timoteo, s.f.: 84) que diseñan un modelo donde “la censura como tal quedó exclusivamente limitada a las noticias militares (movimiento de tropas). El resto de la información se dejó al libre albedrío de los diferentes editores, aunque se tratara de un albedrío perfectamente clarificado. La organización de toda la información a partir del Departamento citado hizo que la colaboración entre gobierno y prensa fuera tan estrecha que resulta casi imposible deducir quién mandaba sobre quién” (Álvarez Timoteo, s.f.: 84). Alemania, por su parte, estableció un modelo fuertemente centralizado, que censuraba todo lo que a juicio del alto mando pudiera debilitar la moral combativa de los soldados. Estados Unidos fue la nación donde el dueto prensa-propaganda logra los mejores resultados, en cuanto a manipulación de las masas en aras de cumplir objetivos específicos. En 1916, cuando Wilson accede al poder, la población norteamericana, en oposición al gobierno, no tenía intención de participar en el conflicto europeo. “Así que montaron la primera y realmente única gran agencia estatal de propaganda en la historia de los EE.UU. Se llamaba el Comité de Información Pública (...), también conocida como Comisión Creel (...) La tarea de esta comisión era llevar a la población a una histeria nacionalista. Funcionó increíblemente bien. En unos pocos meses, había una histeria colectiva a favor de la guerra, y los EE.UU. pudieron entrar en ella. Mucha gente quedó impresionada por estos hechos. Una de ellas, y eso tuvo repercusiones en el futuro, fue Hitler. Si leéis Mein Kampf, llega a la conclusión, bastante justificada, de que Alemania perdió la Primera Guerra Mundial porque perdió la batalla de la propaganda. No pudieron competir con una propaganda británica y americana que les apabulló. Hitler aseguró que la próxima vez tendrían su propio sistema de propaganda, y así lo hicieron en la Segunda Guerra Mundial” (Chomsky, 1997). Según Noam Chomsky, la Comisión Creel tiene el mérito histórico de desarrollar una visión deformada del término “democracia” (Chomsky, 2004), a partir de la cual podemos inferir también la existencia de una visión deformada del término libertad de prensa. Este politólogo norteamericano se refiere a dos concepciones diferentes para referirse a la democracia: una versión oficial, recogida en las enciclopedias, y otra alternativa. “En una sociedad democrática, por un lado, la gente tiene a su alcance los recursos para participar de manera significativa en la gestión de sus asuntos particulares, y, por otro, los medios de información son libres e imparciales" (Chomsky, 2004). Pero es otra la realidad: "Una idea alternativa de democracia es la de que no debe permitirse que la gente se haga cargo de sus propios asuntos, a la vez que los medios de información deben estar fuerte y rígidamente

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controlados" (Chomsky, 2004). Aunque el enfoque elitista de la democracia tiene sus antecedentes en las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII, Chomsky ubica en el contexto de la Primera Guerra Mundial el desarrollo de esta noción alternativa, donde los medios de comunicación juegan un papel importante como medios de desinformación. Este autor no sólo atribuye no sólo a la Comisión Creel la entrada de Estados Unidos al conflicto bélico, sino que considera que “después de la guerra se utilizaron las mismas técnicas para avivar lo que se conocía como Miedo Rojo. Ello permitió la destrucción de sindicatos y la eliminación de problemas tan peligrosos como la libertad de prensa o de pensamiento político. El poder financiero y empresarial y los medios de comunicación fomentaron y prestaron un gran apoyo a esta operación, de la que, a su vez, obtuvieron todo tipo de provechos" (Chomsky, 2004). El periodista norteamericano y teórico de la democracia liberal, Walter Lippmann, quien fuera director de la página editorial del World de Pulitzer, luego de la muerte de este último, estaría estrechamente relacionado al trabajo de la Comisión Creel. Lippmann "sostenía que lo que él llamaba revolución en el arte de la democracia podía utilizarse para fabricar consenso, es decir, para producir en la población, mediante las nuevas técnicas de propaganda, la aceptación de algo inicialmente no deseado” (Chomsky, 2004). Este autor justificaba las técnicas de propaganda ya que “los intereses comunes esquivan totalmente a la opinión pública, y solo una clase especializada de hombres responsables lo bastante inteligentes, puede comprenderlos y resolver los problemas que de ellos se derivan” (Chomsky, 2004). Según Lippmann "en una democracia se dan dos funciones: por un lado, la clase especializada, los hombres responsables, ejercen la función ejecutiva, lo que significa que piensan, entienden y planifican los intereses comunes; por otro, el rebaño desconcertado también con una función en la democracia, que (...) consiste en ser espectadores en vez de miembros participantes de forma activa. Pero, dado que estamos hablando de una democracia, estos últimos llevan a término algo más que una función: de vez en cuando gozan del favor de liberarse de ciertas cargas en la persona de algún miembro de la clase especializada; en otras palabras, se les permite decir queremos que seas nuestro líder, o, mejor, queremos que tú seas nuestro líder (...) Pero una vez se han liberado de su carga y traspasado esta a algún miembro de la clase especializada, se espera de ellos que se apoltronen y se conviertan en espectadores de la acción, no en participantes" (Chomsky, 2004). Con ironía, Chomsky alerta sobre el proceso de usurpación al que se ha visto sometida tanto la democracia como la prensa norteamericana desde 1914: "Se ha alcanzado un éxito extraordinario en el sentido de disuadir las amenazas democráticas [se refiere al concepto clásico de democracia como poder del pueblo], y lo realmente interesante, es que ello se ha producido en condiciones de libertad (...) Esos logros son un fruto conseguido sin violar la libertad" (Chomsky, 2004). Una vez terminada la Primera Guerra, derrotado el enemigo, y recobrados unos mercados mundiales que habían encontrado en el militarismo la vía donde canalizar la crisis de superproducción, algunos intentaron volver al modelo liberal: “La victoria de los Aliados significaba la de la libertad. Los grandes Estados occidentales (…) suprimieron la censura, y fueron puestas en vigor las antiguas leyes sobre la prensa. Los Estados creados o engrandecidos por los tratados de 1919 prometieron a los periódicos en sus Constituciones una vida independiente” (Weills, 1945: 235). Sin embargo, el mundo ya había cambiado.

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La crisis económica mundial de 1929 a 1933 acabó por siempre por deslegitimar los principios del liberalismo clásico del siglo XIX. Según la opinión de Hobsbawm, tres opciones competían por la sucesión hegemónica: el modelo soviético-estalinista, ya afianzado en la URSS; el fascismo, en auge en Italia y Alemania como dictadura del capital en alianza con la pequeña burguesía; y por último un “capitalismo que había abandonado la fe en los principios del mercado libre, y que había sido reformado por una especie de maridaje informal con la socialdemocracia moderada de los movimientos obreros no comunistas33” (Hobsbawm, 2004: 114). Los tres modelos utilizan a los medios de comunicación como “organizadores y promotores de la fe y la esperanza nacional, identificada más o menos con el Estado. Esta es la razón por la cual los Estados los utilizan, subordinan y dirigen hasta convertirlos, en los casos más radicales, en soportes fundamentales del propio Estado” (Alvarez Timoteo, s.f.: 111). El recrudecimiento de la crisis vino acompañado del derrumbe total de los valores de la democracia liberal, que ya se habían visto sacudidos durante la Primera Guerra. El poder “no podía permitirse seguir gobernando mediante la democracia parlamentaria y con una serie de libertades que, por otra parte, habían constituido la base de los movimientos obreros reformistas y moderados. La burguesía, enfrentada a unos problemas económicos insolubles y/o a una clase obrera cada vez más revolucionaria, se veía ahora obligada a recurrir a la fuerza y a la coerción, estos es, a algo similar al fascismo” (Hobsbawm, 2004: 142). La presencia de la Unión Soviética como contraparte ideológica al modelo liberal, y la probada falibilidad de este, como había demostrado la reciente crisis económica, implicaba un esfuerzo mayor por parte de las élites para salvaguardar el sistema. “La progresiva conversión de la comunicación social en persuasión social de cara a orientar el consumo de ideas y mercancías es inexplicable sin tener en cuenta la propia lógica de la superproducción del sistema capitalista y las necesidades estratégicas de poner diques defensivos a los avances ideológicos del antagonista” (Montalbán, 2003: 116). Estados Unidos, a la cabeza del siglo XX corto, lideraría la gran ofensiva burguesa, que se propone, hasta hoy, exportar un paquete democrático que incluye, junto al liberalismo económico, el modelo de prensa de la Primera Enmienda como mecanismo que permita la difusión de los valores occidentales. En este sentido, antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial, en 1938, se crea en la ciudad de Nueva York, la International Advertising Association (IAA), organización que defiende a los tres actores básicos de la industria cultural: agencias, anunciantes y patrocinadores. Entre las tareas de la IAA se encontraba moralizar la actividad publicitaria, regida por un Código Internacional de prácticas publicitarias. Este código “fue elaborado en 1937 por la Cámara Internacional de Comercio, creada a raíz de la primera guerra por los responsables de las grandes empresas europeas y norteamericanas para que participaran en la formación de un nuevo orden económico mundial. Guiados por esta carta deontológico profesional, las ideas de autorregulación y de autodisciplina, opuestas a las del control a través de las medidas por las autoridades públicas, esbozan su impacto en el mercado internacional. Y con ellas, otra idea 33

“En ese momento, todavía estaba en proceso de elaboración la teoría alternativa a la fracasada economía de libre mercado. En efecto, hasta 1936 no se publicó la obra de Keynes Teoría general del empleo, el interés y el dinero, que fue la más importante contribución a este proceso de elaboración teórica. Hasta la Segunda Guerra Mundial, y posteriormente, no se formularía una práctica de gobierno alternativa: la dirección y gestión macroeconómica de la economía basada en la contabilidad de la renta nacional, aunque, tal vez por influencia de la URSS, en los años treinta los gobiernos y otras instancias públicas comenzaron ya a contemplar las economías nacionales como un todo y a estimar la cuantía de su producto o renta total.” (Hobsbawm, 2004: 114)

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que enlaza la democracia con la democratic market place, la libertad de expresión de los ciudadanos con la libertad de expresión comercial, la libertad monda y lironda con la libre circulación de mercancías” (Mattelart, 2004: 49). 4.3. SEGUNDA GUERRA MUNDIAL: Sesenta años después, la Segunda Guerra Mundial es vista como una guerra de religiones o de ideologías encontradas (Hobsbawm, 2004), en la que el liberalismo burgués, el socialismo soviético y el fascismo, compitieron por la supremacía mundial. El punto radica en determinar las bases teóricas de dichos sistemas de creencias, lo que nos adentraría también en las concepciones de libertad de prensa enarbolados por cada uno de ellos. Al dejar durante la Guerra los sistemas de comunicación en manos privadas, el liberalismo burgués encontró otras técnicas de control centralizado de la información: “Esa imposibilidad de aplicación mecánica obliga a los Estados a mantener, por una parte, una imagen liberal pura, insistiendo una y otra vez en la libertad de los medios, y a desarrollar, por otra, formas que no alteren la sensibilidad de dicha opinión pública: formas de persuasión, formas de orientación y control de la población propia. Así nacen los sondeos científicos de opinión, la expansión cultural en el exterior, la organización burocratizada del entusiasmo colectivo” (Álvarez Timoteo, s.f.: 105). Montalbán define esta estrategia como una conjunción “de las reglas del industrialismo, aplicado esta vez a la industria de la cultura de masas” (Montalbán, 2003: 121). La filosofía liberal, en cuatrocientos años de teorización-aplicación, había logrado idear un sistema comunicativo capaz de reproducir los intereses del poder, sin que la mayoría de las clases subordinadas se percatasen del proceso de adoctrinamiento al que se ven sometidas. En esto radica el por qué gran parte de la historiografía, basándose en la similitud de imágenes, encuentra puntos comunes entre el modelo de libertad de prensa soviético y el fascista, sin tomar en cuenta la propaganda “benévola” del alto mando Aliado. Sin embargo, “la sociedad norteamericana, prototipo de la occidental, campeona de las libertades tradicionales (burguesas) forma un pueblo que unánimemente comulga con un extraordinario e ingenuo conformismo, producto a su vez de una constante acción de propaganda que impone los estereotipos de la gran democracia atlántica (la superioridad yanqui, el progreso y la prosperidad) con tal fuerza que no parece buen norteamericano y aparecerá públicamente como activista contrario quien no se someta a esas consignas" (Driencourt cit. por Álvarez Timoteo, s.f.: 96). Por otra parte, la revolución soviética, desde sus inicios, había tenido muy clara una política de integración de la comunicación en función de los intereses del Estado, un Estado que tras la muerte de Lenin sufrió un proceso acelerado de concentración de poder en manos de Stalin. Por su parte, el fascismo convierte a la prensa, la radio, el cine y la naciente televisión, en instrumentos de propaganda pangermana. Mientras, en los países donde el liberalismo burgués seguía vigente, se cierra nuevamente el espacio de disenso entre estos y sus respectivos gobiernos. Principalmente en Estados Unidos, se repite la estrategia de la Primera Guerra: “El problema inmediato consistió en establecer los principios que dirigen la diseminación de expresiones que pudieran interferir con el objetivo inmediato del gobierno: ganar la guerra” (Siebert, 1967: 71). La perspectiva que pensamiento de los propaganda regenta imaginación humana

pretende equiparar los modelos soviético y fascista ve que “en el máximos líderes totalitarios (Lenin, ¿Qué hacer?; Hitler, Mi lucha) la la organización del Estado totalitario, e incluye todo producto de la (...) La prensa, la radio, el cine, los libros, discursos, mitos, reuniones,

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campañas, acuerdos y compromisos, educación e instrucción, moral, leyes, procesos, teatro, discos, pintura y escultura, cartel, agitación social, conmoción pública, etc., todo debe estar sometido a los fines del Partido, que son los fines del Estado y de la sociedad” (Driencourt cit. por Álvarez Timoteo, s.f.: 96). Aunque en el tercer capítulo nos referiremos con mayor profundidad a este tema, nos gustaría establecer al menos cuatro precisiones con respecto al modelo soviético: 1/ En la URSS se intentó construir un sistema que rompiera con las dinámicas de producción-reproducción de la sociedad capitalista, siguiendo el camino del desarrollo económico acelerado, en un país donde las relaciones de producción vigentes eran aún semi-feudales, 2/ Nunca una revolución desde este tipo había tomado el poder, por lo que la teoría se fue construyendo a partir de la praxis, 3/ Las revoluciones socialistas del continente europeo no triunfaron, debido a lo cual la experiencia soviética quedó aislada y, 4/ Desde la proclamación del carácter antisistémico de la Revolución de Octubre, el sistema se vio asediado por una guerra ideológica, psicológica y económica, por parte de las potencias occidentales. Aunque ninguno de estos factores justifica la baja participación de las masas en los asuntos públicos, signadas por un esquema vertical descendente de organización social, ni las políticas dictatoriales estalinistas, permiten de cierta forma entender el por qué del centralismo. La realidad podría construirse teniendo en cuenta estos múltiples factores. Sin embargo, de la experiencia soviética al modelo fascista existe una brecha epistemológica que la propaganda de la Guerra Fría no tardó en cruzar. 4.3.1. LA LIBERTAD DE PRENSA EN EL FASCISMO: Según la expresión de Dimítrov, el fascismo es la “dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios y chauvinistas del capital financiero” (Garaudy, 1960: 346), es además la solución “de derecha” que asume el capitalismo ante la crisis económica, cuando se desprende del lastre humanista de las libertades individuales, y se apropia de una ideología guerrerista, xenófoba y mística, que conduce a la barbarie. El fascismo no es, por tanto, el polo opuesto a la democracia burguesa, sino la construcción de hegemonía mediante mecanismos de coacción. La libertad de prensa burguesa es uno de los puntos a sacrificar por parte de los ideólogos del fascismo, que cierran el espectro consensual de las sociedades capitalistas típicas a una cúpula castrense-industrial que toma ahora las decisiones en nombre de un Estado fuertemente centralizado. El margen que brindaba la división de poderes desaparece, y la organización de los procesos sociales y comunicativos ganan en verticalidad, ocupando terreno las leyes de excepción, los tribunales especiales y el aparato policial. Togliatti, compañero de Gramsci en la lucha de los comunistas italianos, se refirió así al fascismo en su país “La política actual del Estado burgués, es típicamente dictatorial. El liberalismo ha cumplido su ciclo: toda separación de poderes desaparece, incluida la noción de la independencia del poder, la concentración en manos del Estado de toda la actividad social tórnase cada vez más evidente. El Estado se convierte en el cuartel general de la burguesía capitalista, decidida a defender desesperadamente sus privilegios de clase” (Togliatti cit. por Agosti, 1959: 17). Desde Platón, arranca una línea de pensamiento que justifica la obediencia de los individuos, controlados por una élite, sobre los asuntos de gobierno. A Hegel le corresponde llevar a su punto más alto estas teorías: “El contrarrevolucionario supremo decía que la libertad no consiste en una elección que el individuo puede hacer, sino en obedecer las decisiones tomadas para él por el Estado (o quizá, por la voluntad general dentro del Estado). Ausente está cualquier libertad de negarse a obedecer” (Altschull, 1990: 175). Para este pensador alemán ”el individuo necesita informarse y preocuparse de los problemas públicos sólo como

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miembro de una clase social, grupo, sociedad u organización, pero no como miembro del Estado. La libertad, en el sentido hegeliano, significaba libertad del individuo para saber que no es libre, sino que sus acciones están determinadas por la historia, por la sociedad y sobre todo por la Idea Absoluta que encuentra su manifestación más alta en el Estado” (Siebert, 1967: 23). Adaptando estas ideas al campo de la libertad de prensa, podemos analizar que según Hegel la prensa es libre “para servir al Estado, pues al ser el Estado moral y encarnar a la verdad, negarse a obedecerlo es ser irracional y negar la verdad. Bien intencionado y analítico como era, Hegel erró tremendamente en su dependencia de una conceptualización abstracta y, aún más, en la negativa a enfrentar el duro mundo de la realidad. Ignoró ciegamente en su hipótesis de la verdad del Estado, los inevitables conflictos entre gobernantes y gobernados” (Altschull, 1990: 175). Evidentemente, el pensamiento de Hitler encontró sustento filosófico en semejantes postulados34. Desde esta perspectiva, los líderes fascistas teorizan sobre los medios de comunicación y la libertad de prensa. En un discurso de 1928, Mussolini dice: “En un régimen autoritario, la prensa no puede ser extraña a esta unidad. Por eso la prensa italiana entera es fascista y debe sentirse orgullosa de luchar, compacta, bajo la bandera fascista (…) La prensa más libre de todo el mundo es la prensa italiana. En otras partes los periódicos estarán a las órdenes de grupos de plutócratas, de partidos o de individuos (…) En otras partes, los periódicos están agrupados en las manos de un número muy restringido de individuos que consideran el periódico como una verdadera industria, análoga a la industria del hierro o del cuero (…) El periodismo italiano es libre porque sirve solamente una causa, un régimen; es libre porque, dentro de los límites de las leyes del régimen, puede ejercer y ejerce sus funciones de control, de crítica y de propulsión” (Mussolini cit. por Weills, 1945: 247). Por su parte dirá Goebbels, al razonar la necesidad de la ley de Prensa de 1933 “El principio de la libertad de prensa es un principio que ha sido sobreestimado y que comienza a perder su prestigio en el mundo entero. La libertad debe hallar su límite allí donde comienza a chocar con los derechos y los deberes del pueblo y del Estado” (Goebbels cit. por Weills, 248). Cualquier persona familiarizada con el discurso de Lenin se sorprenderá de la similitud de los planteamientos del Duce italiano y del ministro nazi, con los del líder soviético. Sin embargo, el único punto en común radica en la voluntad manifiesta de romper con el ideal de la modernidad que ambos critican, de ahí la aparente semejanza en los discursos. Mussolini y Goebbels pretenden el fortalecimiento de un régimen autoritario mediante la colaboración de unos medios de comunicación adeptos a sus intereses. “La libertad de expresión se adapta pues a los objetivos de ese poder de excepción, aparentemente superador de la lucha entre capital y trabajo y que por lo tanto no puede propiciar ningún mensaje que divida a las clases sociales, sin por otra parte desmontar unas estructuras que perpetúan un sistema de clases basado en la dominación del gran capital” (Montalbán, 2003: 120). A la izquierda de la modernidad, Lenin avizora la construcción de un Estado obrero y campesino, de una nueva subjetividad, donde la libertad de prensa pierda su exclusividad efectiva entre la clase burguesa, y pase a manos de las masas.

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Hitler “estaba convencido de que las democracias estaban incapacitadas para la acción. La única democracia a la que respetaba era Gran Bretaña, de la que opinaba, correctamente, que no era completamente democrática” (Hobsbawm, 2004: 49).

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El inequívoco se traslada además al tema de la propaganda35, utilizada de manera similar pero con diversos fines. “Para Domenach el nazismo se limitó a corromper el sentido leninista de la propaganda. Si la instrumentalización receptora de las masas era para el leninismo una táctica necesaria inmersa dentro de una estrategia general de cambio, la instrumentalización bajo el nazismo sólo perseguía una paralización de ese cambio y una desviación de los objetivos históricos de emancipación popular” (Montalbán, 2003: 119). 4.4. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL: Con el fin de la Segunda Guerra Mundial comienza un nuevo período en la historia del capitalismo, etapa que para algunos concluye con la desintegración del bloque soviético (Hobsbawm, 2004), y para otros se extendería cronológicamente mientras continúe la hegemonía estadounidense (Aguirre, 2003). La segunda concepción se ajusta mejor al devenir histórico de las ideas relacionadas con la libertad de prensa, ya que el modelo estadounidense (economía de mercado y Primera Enmienda) es quien marca la ofensiva ideológica en todo el período, como parte de un determinado discurso globalizador. A la Unión Soviética, visto el fenómeno a largo plazo, le correspondería jugar un papel defensivo desde el punto de vista de las ideas, teniendo en cuenta la regresión sufrida por el discurso revolucionario soviético luego de la muerte de Lenin. Sin embargo, con ello no se pretende desconocer la importante labor de contención al discurso hegemónico desempeñada por la URSS, en el sentido que permitió hacer valer cierta alternatividad, y sobre todo obligó a Occidente a escuchar, por primera vez, algunas voces del tercer mundo, un segmento de la humanidad que comienza, en la segunda mitad del siglo XX, a adquirir protagonismo histórico. En 1945, el colonialismo europeo comenzaba a desmoronarse, y Estados Unidos se consagra como la principal potencia planetaria, heredera de los valores del Viejo Continente, y faro de unas libertades basadas en la total superioridad del hombre blanco occidental sobre el resto de los nacidos en el globo. Estados Unidos configura, desde los primeros momentos de la posguerra, un sistema de dominación mundial basado en dos ejes: uno económico-militar (Plan Marshall y creación de la OTAN) y otro ideológico, que se propone exportar el American way of life a las naciones tercermundistas, donde las nociones modernas de libertad y la economía de mercado no habían llegado aún. En general, se había creado “una economía universal cada vez más integrada, cuyo funcionamiento trascendía las fronteras estatales y, por tanto, cada vez más también, las fronteras de las ideologías estatales” (Hobsbawm, 2004: 19). En Occidente y su área de influencia, el nuevo orden de la posguerra potencia la adopción de sistemas comunicativos basados en los preceptos de la libertad de prensa americana. La misma postula la recepción ilimitada de información (vistos a los receptores como compradores de mercancía y reproductores de la ideología hegemónica), pero restringe las fuentes emisoras a las reglas de juego de una economía abierta de mercado36.

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“En líneas generales y en consecuencia, el modelo puesto a punto por bolcheviques y nazifascistas es el mismo. Tiene un organigrama claramente piramidal, napoleónico: una cúspide directiva en la que se encuentra el órgano de control del sistema (llámese Ministerio o Comité), cuyas funciones son la planificación, promoción, creación y censura” (Álvarez Timoteo, s.f.: 99-100). 36 De esta manera, resulta imposible a los medios de comunicación de un país subdesarrollado competir con las grandes trasnacionales de la información (radicadas en los países del primer mundo). Por otra parte, si los estados nacionales establecen políticas para desarrollar una industria informativa propia, en detrimento de las trasnacionales, se estaría violando el paradigma sagrado de libertad de prensa, y dichos países recibirían sanciones en los órganos internacionales.

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Por otra parte, el modelo norteamericano de libertad de prensa trazó oficialmente, desde finales de la Segunda Guerra Mundial, sus límites restrictivos. La Corte Suprema de los Estados Unidos, a partir de las experiencias sufridas durante las dos guerras mundiales y el comienzo de la Guerra Fría, se preocupó por “definir los límites de la libre discusión en una democracia” (Siebert, 1967: 71-72). En un debate acaecido durante el conflicto bélico, algunos miembros del tribunal estuvieron de acuerdo en que bajo condiciones especiales, tales como una guerra mundial, las libertades individuales debían adecuarse al objetivo nacional. Sin embargo, después de la Guerra, la Corte cambió de opinión, ratificando la fórmula propuesta por los jueces Brandies y Holmes. En esta fórmula, conocida como prueba del peligro claro y presente, ambos jueces “reconocieron la necesidad de alguna restricción sobre la libertad de palabra y de prensa durante las emergencias nacionales” (Siebert, 1967: 72). Este principio sentaría las bases de futuras disposiciones taxativas a favor de la seguridad nacional, que invalidan el mito de una prensa libre de interferencias por parte del gobierno. La Corte Suprema aprobó además un conjunto de propuestas legislativas, que sientan precedentes en caso de un debilitamiento de la hegemonía mediante mecanismos de consenso. Dichas propuestas tienen como objetivo “sancionar las exposiciones que propugnen el derrocamiento del sistema democrático de gobierno por la fuerza y la violencia” (Siebert, 1967: 73). En el contexto de la Guerra Fría permitió “trazar la línea divisoria entre las discusiones sobre los méritos relativos de los sistemas comunista y capitalista, y la agitación o defensa que buscaban suplantar el estado existente por métodos revolucionarios” (Siebert, 1967: 73). La frase por la fuerza y la violencia, recogida en las legislaciones restrictivas del gobierno federal y de un sinnúmero de estados, es válida también para cualquier amenaza real al sistema, como una crisis económica de envergadura. “Dicho tipo de norma, cuando se añade a la prueba del peligro claro y presente, ha sido aceptado por la Corte Suprema como método constitucional de tratar con las personas que buscan derrocar el sistema capitalista democrático” (Siebert, 1967: 73). A finales de la Segunda Guerra se impuso en el mundo desarrollado el modelo de la democracia liberal en su versión keynesiana (crecimiento de la economía basado en el consumo masivo de la mayor parte de la población activa, empleada y bien remunerada), que conoció hasta los años ochenta, una etapa de florecimiento continuo del capitalismo y la expansión de las libertades civiles a la casi totalidad de sus poblaciones. Ello se debió a la bonanza económica y el desplazamiento de las guerras hacia el tercer mundo. ”Esta combinación era (...) una creación política que descansaba sobre el consenso político entre la izquierda y la derecha en la mayoría de los países occidentales, una vez eliminada la extrema derecha fascista y ultranacionalista por la segunda guerra mundial, y la extrema izquierda comunista por la guerra fría. Se basaba también en un acuerdo tácito o explícito entre las organizaciones obreras y las patronales para mantener las demandas de los trabajadores dentro de unos límites que no mermaran los beneficios, y que mantuvieran las expectativas de tales beneficios lo bastante altas como para justificar las enormes inversiones sin las cuales no habría podido producirse el espectacular crecimiento de la productividad laboral de la edad de oro [1945-1990]” (Hobsbawm, 2004: 284). Sin embargo, una nueva crisis económica provoca que, hacia 1980, asuman el poder gobiernos de derecha (Reagan en Estados Unidos, y la Thatcher en el Reino Unido), que retoman los principios del liberalismo clásico, basados en la doctrina del laissez-faire. “Para esta nueva derecha, el capitalismo de la sociedad del bienestar de los años cincuenta y sesenta, bajo la tutela estatal, y que ya no contaba con el sostén del éxito económico, siempre había sido como una subespecie de aquel socialismo (el camino de servidumbre, como lo llamó el economista e ideólogo Von Hayek) cuya culminación final veían en la URSS. La guerra fría de Ronald Reagan no estaba dirigida contra el imperio del mal exterior, sino contra el recuerdo de Franklin D. Rooselvelt en el interior: contra el estado del bienestar igual que contra todo intrusismo

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estatal” (Hobsbawm, 2004: 252). Semejante teoría recibió un fuerte espaldarazo con la caída del campo socialista37. Parecía que los valores occidentales habían triunfado en la Guerra Fría, por lo que toda resistencia a las leyes del mercado (válidas también para los medios de comunicación) estaban condenadas al fracaso. El fin de la URSS permitió imponer al mundo, como única alternativa, el modelo neoliberal, es decir, la ampliación de los derechos de las trasnacionales en detrimento de la ciudadanía (Chomsky, 2003). Se configura así el capitalismo de nuestros días38, gobernado por una vasta red de poder, que incluye al grupo de los ocho países más desarrollados (G-8), a las grandes trasnacionales, los bancos y los organismos internacionales, relacionados mediante alianzas e intereses en común (Chomsky, 2003). Como resultante, se crea una estructura global cada vez más polarizada, donde los reales beneficiarios del libre flujo de capitales, son cada vez más las minorías, concentradas en determinados espacios geográficos y culturales. 4.4.1. EL SISTEMA DE COMUNICACIÓN-MUNDO: La república mercantil, proclamada por Adam Smith (1723-1790), parece haber triunfado. El comerciante, ciudadano del mundo, gestor de un mercado que barrerá las divisiones entre los estados nacionales, es el protagonista del nuevo orden mundial. De este modo, el empresario neoliberal aspira a integrar a toda la especie humana en una comunidad de consumidores. Ya casi lo consigue. El resultado, según nos hace ver irónicamente Marshall McLuhan, será un mundo donde “la libertad democrática consiste sobre todo en olvidar la política y en inquietarse más bien por los peligros que nos crea la caspa, el afeitado difícil, los intestinos perezosos, los senos caídos, los problemas dentales y la sangre cansada” (McLuhan cit. por Ramonet 2002a: 54). La sincronización forzosa entre las diferentes economías y los sistemas de comunicación de los países ricos y pobres ha agudizado las diferencias (ya abismales) entre naciones e incluso regiones. Mattelart propone el concepto de comunicación-mundo, que permitiría analizar las dinámicas de un sistema integrado de producción y reproducción de la ideología dominante. “Este concepto, a la inversa de lo que hace creer la representación igualitaria y globalizante del planeta, permite analizar el sistema en proceso de mundialización sin fetichismos, esto es, restituyéndole su concreción histórica” (Mattelart, 1998). El mismo, basándose en la concepción de economía-mundo de Fernand Braudel, “pone de manifiesto que las redes, con su imbricación en la división internacional del trabajo jerarquizan el espacio y conducen a una polarización cada vez mayor entre centros y periferias” (Mattelart, 1998: 100). 37

“Los países que durante varias décadas hicieron el esfuerzo de construirse y desarrollarse bajo la bandera del marxismo parecen ahora no tener otro anhelo que el de recuperar los valores y los paradigmas de aquella sociedad burguesa a la que se supone habían superado, y sobre cuya negación radical se habían erigido. Lo mismo los estudiantes de Tienanmen que los obreros polacos, e igualmente el pueblo berlinés que las masas checoslovacas, parecen clamar anhelantes por una libertad y democracia políticas que sin embargo, no han dejado de ser denunciadas, en los países supuestamente libres, como sólo bellas palabras cuyo verdadero contenido es mitificar y encubrir una realidad de explotación económica y de sujeción política evidentes” (Aguirre, 2003: 139-140). 38 “Hay muchos factores que conducen a la sociedad global hacia un futuro de bajos salarios, bajo crecimiento y altas ganancias, acompañado por una creciente polarización y desintegración social. Otra consecuencia es la desaparición gradual de los procesos democráticos a medida que la toma de decisiones se concentra en las instituciones privadas y en las estructuras gubernamentales que se están aglutinando en torno a ellas, es decir lo que el Financial Times llama un gobierno mundial de facto que opera en secreto y sin rendir cuentan a nadie” (Chomsky, 2002: 137).

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Desde el punto de vista neoliberal, “para extender la ciudadanía en el ámbito de la información resulta imprescindible (...) asegurar al máximo posible la competencia y la transparencia del mercado; requisitos del pluralismo informativo” (Gerbner, 1993). Por otra parte, la información es presentada “como la mayor fuente de riqueza, capaz de ser generada y aprovechaba de forma global. Las inequidades quedarían resueltas todas a través del llamado libre flujo de información. El acceso universal a la información valorizada que posibilitaban las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación, permitirían lograr horizontalidad y justos reacomodos en las estructuras de poder” (Recio, 2003: 18). Sin embargo, a veinte años de comenzarse a aplicar las políticas neoliberales, vivimos en un mundo donde sólo el 3% de sus habitantes tiene acceso a las nuevas tecnologías, y más de la mitad de los pobladores del planeta nunca han hecho una llamada telefónica, ni la hará durante todo el siglo XXI (González Manet, 2003). La globalización de los mercados ha demostrado, tras dos décadas de experimento masivo, que no resolverá las desigualdades existentes. Resulta difícil pensar que los cerca de 900 millones de analfabetos existentes en todo el orbe tengan acceso, a corto o largo plazo, a las posibilidades de la Internet, o incluso a leer la prensa impresa de sus respectivos países. La lógica nos permite afirmar que “la estructura global del conocimiento y las comunicaciones tiende a repetir los mismos patrones de la distribución de la riqueza y el poder a nivel mundial” (Gerbner, 1993). En el sistema de comunicación-mundo los principales flujos de información, tecnologías e ideologías se originan en el centro y se expanden hacia la periferia. No resulta casual que Estados Unidos exporte más del 90% de los videos y del 65% de las películas que se ven en todo el mundo (González Manet, 2003). El concepto de libertad de prensa sigue los derroteros de la mundialización. Según nos explica Armand Mattelart, la discusión en torno al tema se ha traslado de los actores sociales (periodistas, público, dirigentes de organizaciones políticas, etc.) hacia una élite de poder empresarial. “La libertad de expresión de los ciudadanos se halla directamente en competencia con la libertad de expresión comercial, presentada como un nuevo derecho humano. Se asiste a una permanente tensión entre la soberanía absoluta del consumidor y la voluntad de los ciudadanos, garantizada por las instancias democráticas. En torno a esta reivindicación de libertad de expresión comercial se han estructurado –entre otras- las actividades de los grupos de presión de las organizaciones interprofesionales (anunciantes, agencias publicitarias y soportes publicitarios)” (Mattelart, 1998: 94). El desarrollo del sistema de comunicación-mundo en los últimos años ha presentando una seria amenaza para la definición clásica de libertad de prensa. El pensamiento liberal se preocupó históricamente por defender la libertad del individuo -o de la pequeña empresa periodísticafrente a las limitaciones que imponía el poder estatal a la libre difusión de información. De este modo, una prensa independiente del estado permitiría la adquisición de nuevos conocimientos mediante la confrontación de opiniones, y contribuiría a la democracia, como poder que criticaría la gestión gubernamental. “Los argumentos liberales tradicionales a favor de la libertad de prensa se basaban en el supuesto de que las formas de poder que más podrían restringir y obstaculizar la capacidad de los nuevos medios para expresar una diversidad de opiniones y puntos de vista, eran las formas de poder institucionalizadas en el Estado moderno” (Thompson, 1990: 19). Sin embargo, semejante definición de libertad de prensa no se ajusta al mundo contemporáneo, ya que no toma en cuenta el peligro que representa para una prensa libre el

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alto grado de concentración sufrido por los medios en las últimas décadas. Paradójicamente, en la definición clásica de libertad de prensa se encontraba recogida su propia sentencia de muerte. “La teoría liberal tradicional de la prensa libre dada por sentado que la libre empresa era la base de la libertad de expresión. La libre expresión de los pensamientos y las opiniones podía hacerse en realidad prácticamente sólo en la medida en que las instituciones de la prensa fuesen independientes del Estado y se situaran en el campo privado donde podrían llevar a cabo sus actividades con un mínimo de limitaciones: según la teoría liberal tradicional, un enfoque laissez-faire hacia la actividad económica era la contrapartida natural de la libertad individual, incluida la libertad de pensamiento y expresión” (Thompson, 1990: 277). Pero un enfoque económico de libre empresa conduce irremediablemente a la concentración. “La teoría subestima los peligros que surgen del hecho de que las instituciones de los medios dependan de un proceso cada vez más global y competitivo de acumulación del capital, proceso que ha originado una constante declinación en la cantidad de periódicos y una creciente concentración de recursos en manos de conglomerados multimedios y empresarios idiosincráticos” (Thompson, 1990: 277). Por otra parte, la teoría clásica de la libertad de prensa postula la necesidad de que exista un conjunto variado de medios, independientes uno de otro, en virtud de lo cual se garantizaría la expresión de diversos puntos de vista, y el receptor tendría así la posibilidad de construir su verdad. A ello se le oponen dos características del sistema comunicativo-mundo de hoy: de un lado la concentración que, como veíamos, funcionaba en detrimento de la pluralidad informativa; del otro la complejidad técnica de algunos medios de comunicación como la televisión (Thompson, 1990), que impide su desarrollo, sobre todo en países pobres, dado los altos costos de los equipos necesarios para su producción. Ante estas limitantes, Thompson nos propone una solución dentro del sistema: el principio del pluralismo regulado, que este autor vincula con los postulados de la Comisión MacBride39, la cual sugiere la creación de “un marco institucional que acomodara y asegurara a la vez la existencia de una pluralidad de instituciones de medios de comunicación independientes en las diferentes esferas de la comunicación de masas” (MacBride cit. por Thompson, 1990: 287). El principio del pluralismo regulado se basa en dos aspectos: 1/ La desconcentración de recursos en las industrias de los medios, mediante una legislación que limite las fusiones de empresas y, 2/ Una separación clara de las instituciones de los medios del ejercicio del poder estatal. Semejante propuesta parece inviable en el mundo de hoy, ya que choca con las dinámicas estructurales del capitalismo neoliberal referentes a la concentración de capitales. Sin duda alguna “los sistemas de información funcionan contemporáneamente como un mercado de comunicaciones” (Gerbner, 1993), mercado que tiende a la concentración. El escritor Ben Bagdikian, en su libro El monopolio de la información (1983) aseguraba que 50 grandes corporaciones controlaban la mayor parte de los medios. En la última edición del libro (2005) la cifra ha descendido a 5 (Barsamian y Khan, 2006). Cinco grandes conglomerados son dueños de la industria mundial de la información, en un proceso de expansión acelerada condicionado por dos factores 1/ El traspaso neoliberal de poderes por parte de los estados a las megacorporaciones y 2/ El creciente papel de los Estados Unidos como potencia universal.

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Los temas relacionados con el libre flujo de información y la Comisión MacBride serán abordados en el subepígrafe siguiente.

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Mediante la fuerza militar, el poderío económico, y la publicidad40 los centros de poder se han planteado la globalización de un determinado modelo de comunicación, de una determinado concepto de libertad de prensa; globalización que a decir de Pierre Bourdieu “funciona como un santo y seña y una consigna, es, en efecto, la máscara justificadora de una política que procura universalizar los intereses particulares y la tradición particular de las potencias económicas y políticamente dominantes especialmente de los Estados Unidos, y extender al conjunto del mundo el modelo económico y cultural más favorable a esas potencias, presentándolo a la vez como una norma, un deber-ser, y como una fatalidad, un destino universal, de una manera que le haga obtener una adhesión al menos una resignación universales” (Bourdieu, 2002: 369370). Siguiendo esta línea, Ignacio Ramonet se pregunta cómo es posible que una potencia que cuenta de manera aplastaste con la supremacía militar, tecnológica y económica, no provoque grandes resistencias por parte de los dominados. La razón la encontramos en que “América ejerce, por si fuera poco, una hegemonía en materia cultural e ideológica. Este país ostenta el dominio de lo simbólico que le da acceso a lo que Max Weber denomina la dominación carismática” (Ramonet, 2002a: 15). Dominación que incluye el control de los conceptos y de los sentidos, lo que “obliga a enunciar los problemas que crea con las palabras que propone” (Ramonet, 2002a: 15). La libertad de prensa, como concepto manejado en los círculos internacionales, ya no puede desvincularse de su esencia mercantil, ha entrado irremediablemente en el ciclo de influencia del sistema de dominación. “Vivimos en el primer sistema de dominación del hombre en contra del cual hasta la libertad es impotente”, asegura Frédéric Beigbeder. “Por el contrario, todo lo pone en función de la libertad, ese es su mayor descubrimiento; cualquier crítica le ofrece el papel protagónico, cualquier panfleto consolida la ilusión de su dulzona tolerancia. También le somete, todo es permitido, nadie te reprende si lo pones todo patas arriba. El sistema alcanzó su objetivo: hasta la desobediencia es ya una forma de obediencia” (Beigbeder cit. por Ramonet, 2002a: 53). 4.4.1.1. RETORNO AL MODELO LIBERAL. EL LIBRE FLUJO DE INFORMACIÓN: En la segunda posguerra surge el neocapitalismo informativo, expresión con la que Álvarez Timoteo denomina "al sistema (de comunicación, cultural, propagandístico e informativo) que se establece, como un nuevo estrato, en el mundo occidental a partir de 1945 y que llega hasta hoy” (Ávarez Timoteo, s.f.: 128). Dicho sistema resultó una variante reformada del modelo clásico liberal, desarrollado durante los siglos XVIII y XIX en Europa y los Estados Unidos. El mismo se asentaba sobre “la libertad legal y teórica de expresión, creación de periódicos y circulación de informaciones; sobre la vigilancia y control indirecto por parte del Estado, a través de leyes referidas a otros temas o de presiones ocultas de todo tipo; sobre la propiedad privada, rigiéndose por las leyes del mercado de los medios informativos” (Álvarez Timoteo, s.f.: 128). El neocapitalismo informativo asume estos presupuestos, con la diferencia de que se hace más evidente la presencia del Estado como propietario de medios (siguiendo la óptica keynesiana y la doctrina de la responsabilidad social) en su relación con el sistema comunicativo.

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“En el plano geopolítico, los Estados Unidos se encuentran en una situación de hegemonía como ningún otro país jamás conoció. Militarmente su fuerza es aplastante. Son no solamente la primera potencia nuclear y espacial, sino también marítima. Los únicos que poseen una flota de guerra en cada uno de los océanos y mares principales del globo. Y disponen de bases militares, de abastecimiento y de espionaje en todos los continentes (...) Todo ello acompañado por una retórica seductora de libertad de opción y de libertad para el consumidor, martillada por una publicidad obsesionante y omnipresente que se centra tanto en símbolos como en bienes” (Ramonet, 2004: 52-56).

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A partir de 1970 el modelo comienzo a fallar. “Las dificultades llegaron, por una parte, de la posición de políticos y de técnicos que cuestionaban algunos aspectos de la libre circulación informativa, porque creaban desigualdades regionales importantes en prejuicio de los países del Tercer Mundo” (Álvarez Timoteo, s.f.: 129). A ello se suma, en la misma década del setenta, “una contrarrevolución en toda la línea que hoy se conoce popularmente como neoliberalismo” (Kohan, 2005). Años más tarde, el desarrollo de medios de comunicación que trascendieron las fronteras de los estados, junto al debilitamiento de estas, como producto de la aplicación de políticas de flexibilización de capitales, hizo pensar con optimismo a algunos teóricos, que la utopía liberal de una prensa enteramente libre del poder podría llegar a materializarse: “El modelo neocapitalista está comenzando a ser superado, bajo presión de las nuevas técnicas, al menos en un doble frente: por una parte, dichas tecnologías permiten ejercer un control eficaz y alejado, que hace inútil el armazón intervencionista puesto en pie en 1945; por otra parte, la capacidad de superar las fronteras y de operar en torno al mundo de las actuales comunicaciones, convierten en inútiles las precauciones del neocapitalismo y quien sabe si al mismo Estado.” (Álvarez Timoteo, s.f.: 132). Dicho punto de vista no toma en cuenta que la apertura de mercados y la privatización de empresas públicas, propició también un traspaso de poderes entre los gobiernos y las trasnacionales, con la diferencia de que al menos los primeros deben responder en teoría ante las poblaciones nacionales, y los segundos no tienen que rendir cuentas a nadie por su gestión. A ello se suma que el capital financiero, puesto en libertad, tiende a la concentración por lo que todo atisbo de pluralismo informativo desaparece. Sin embargo la ideología neoliberal no ve en la concentración de los medios un obstáculo para el desarrollo de la libertad de prensa. "Conforme a los conceptos predominantes, no atenta contra la democracia el que un puñado de empresas se haga con el control de los medios de comunicación: ésa es, de hecho, la esencia misma de la democracia. Edward Bernays, prestigiosa figura de la industria de las relaciones públicas afirma que la verdadera esencia del proceso democrático reside en la libertad de persuadir y sugestionar, con lo que él mismo califica de ingeniería del consenso. Si da la casualidad de que la libertad se concentra en unas cuantas manos, entonces se habrá de asumir que ésa es la auténtica naturaleza de una sociedad libre" (Chomsky, 1991). Del keynesianismo al neoliberalismo, las décadas del sesenta y del setenta representaron un punto de transición en la historia de los medios de comunicación y de la libertad de prensa. Por una parte, la prensa y la libertad de prensa vista desde el modelo paternalista de Keynes (materializado en la doctrina de la responsabilidad social41); por otra, la revalidación teórica de la ideología liberal en su variante más agresiva. Habría que sumar a estas dos propuestas las luchas de liberación de los pueblos del tercer mundo en Asia, África y América Latina, que se manifestaron también en el campo de la comunicación, apoyados en parte por el bloque soviético. Esta batalla ideológica tiene como núcleo la polémica en cuanto al libre flujo de información, la cual aporta de manera decisiva en la evolución de las teorías con respecto a la libertad de prensa, tanto en la interioridad del sistema capitalista, como a partir de la posibilidad de trascenderlo42. El fin de la Segunda Guerra Mundial permitiría también el nivel de entendimiento suficiente entre Occidente y la URSS para el establecimiento de una Declaración Universal de los Derechos del Hombre, que hiciera referencia al tema de la prensa. El artículo 19 de dicha 41 42

La doctrina de la responsabilidad social será abordada en el epígrafe siguiente Ver capítulo 3

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Declaración, adoptada en París, en 1948, señala que “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, lo que implica el derecho de no ser inquietado por sus opiniones, y el de buscar, de recibir y de difundir, sin consideración de fronteras, las informaciones y las ideas por cualquier medio de expresión que sea” (Bourguin, 1952: 107). Formalmente se repetían las palabras de la Declaración de Derechos francesa de 1789, obviando la represión de abusos en casos determinados por la ley que esta última contemplaba. La extrema ambigüedad del acuerdo, así como la obligación moral (y no legal) a la que se veían sometidos los Estados, condicionó su fácil ratificación por parte de las delegaciones de los países miembros. Según Altschull, la importancia de estas declaraciones radica en “que sostiene los derechos de todos y cada uno de los individuos del mundo a saber, a impartir y a discutir” (Altschull, 1988: 212). Para Montalbán “el lastre de la idealización liberal no impide la transparencia del texto, donde por primera vez queda contemplado ese derecho del público a ser informado adecuadamente a sus necesidades que va a presidir la larga marcha del profesional hacia el pueblo, iniciada en la segunda postguerra” (Montalbán, 203: 131). Sin embargo, el texto puede prestarse a confusiones, ya que cualquier ideología de la prensa puede verse perfectamente reflejada en el mismo. Prueba de ello es que fuese aprobado no sólo por las dos potencias en pugna: Estados Unidos y la Unión Soviética, sino que contara con la ratificación entusiasta de los países del tercer mundo. “Cada uno de estos aspectos es un elemento en una doctrina de libre expresión, pero cada uno puede ser interpretado también de muchas formas y lamentablemente también puede ser distorsionado, ya sea conciente o inconscientemente” (Altschull, 1988: 212). Verdaderamente fue la UNESCO43 el centro de los debates en torno al libre flujo informativo. La constitución de esta organización, escrita en gran parte por delegados de Estados Unidos, contemplaba entre sus objetivos “la búsqueda ilimitada de la verdad objetiva y el libre intercambio de ideas y conocimientos” (Altschull, 1988: 217). Se planteaba por vez primera la doctrina del libre flujo de información, la cual fue curiosamente apoyada por los delegados de las naciones tercermundistas, los cuales entendieron por libre flujo una definición diametralmente opuesta a lo pensado por los países del norte. “Para ellos el libre flujo significaba la continuación del dominio de los canales de comunicación, mientras que para el mundo en progreso significaba el fin del dominio sobre la información por parte de las naciones industrializadas” (Altschull, 1988: 217). La polémica tenía también una arista Este-Oeste, que se manifestó en dos tendencias fundamentales. Washington y Europa abogan por el principio del free flow of information, tomado del pensamiento económico liberal (circulación de mercancías). Por otro lado, Moscú y el resto de las naciones firmantes del Tratado de Varsovia, impulsaban una política de contención con respecto a las informaciones (y propagandas) provenientes del otro lado del Muro de Berlín. “El Kremlin consideraba además que la intromisión de las ondas internacionales constituía una ingerencia de una potencia extranjera en los asuntos internos de un Estado-nación. Esta concepción de agresión ideológica, que arrancaba de la revolución, se complementaba con la autorepresentación de la Unión Soviética como fortaleza sitiada” (Mattelart, 1998: 56).

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United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (en inglés). Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura.

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Por su parte, los antecedentes del concepto anglosajón de free flow of information los podemos ubicar en el pensamiento de John Stuart Mill, quien establece que las reglas del libre cambio deben regir también los flujos informativos. Este principio del libre flujo de información se vincula entonces a la libre circulación de mercancías y mano de obra. En su libro Principles of Political Economy (1848), Mill critica las tasas que obstaculizan los flujos de información y encarecían por tanto la publicidad, el precio de los diarios y los servicios de correos. “La idea central consiste en la necesidad de dejar actuar la libre competencia, en un mercado libre, y entre individuos que son libres de elegir. La idea se expresa más o menos en estos términos: Dejad que las gentes miren lo que quieran. Dejadlas libres de que puedan apreciar. Tengamos confianza en su sentido común. La única sanción aplicable a un producto cultural debe ser su fracaso o su éxito en el mercado” (Mattelart, 1998: 94-95). Semejante tesis permite legitimar dos ideas. Por una parte la subordinación cultural de determinados pueblos y culturas – imperialismo cultural- (Mattelart, 1998), que deben plegarse ante los requerimientos del mercado. Por la otra, la concepción de libertad de expresión comercial, vinculada a este principio del free flow of information. “Al retomar este principio, la doctrina de la globalización legitima de nuevo, en nombre de la fluidez de la era de la información, la concepción estrictamente anglosajona del copyright, que confiere automáticamente los derechos de autor únicamente al productor, y sigue desconociendo más que nunca lo bien fundado del derecho moral del autor” (Mattelart, 1998: 94-95). Sin embargo, la discusión acerca del libre flujo informativo alcanzó su punto de mayor trascendencia en el debate sostenido entre las naciones del norte (desarrolladas) y el sur, organizadas en el Movimiento de Países No Alineados (Grupo de los 77). La cuarta reunión de esta organización, celebrada en Argel en 1973, demandó un nuevo orden mundial de la información y la comunicación. La UNESCO fue el órgano que posteriormente asumiría la mayor parte de los debates. El documento más importante surgido en el seno de esta organización durante estos años de polémica acerca de la función de la prensa, fue el reporte de la Comisión MacBride44 (octubre de 1980), publicado más tarde en forma de libro con el título Many Voices, One World: Toward a New More Just and More Efficient World Information and Communication Order (Muchas voces, un mundo: hacia un nuevo orden de información más justo y más eficiente). Dicho documento recogía cinco planteamientos: “La unidireccionalidad de la comunicación, la concentración vertical y horizontal, la trasnacionalización, la alineación informativa y la democratización de la misma” (Esteinou, 2005). Se trataba “del primer documento oficial emitido bajo los auspicios de un organismo representativo de la comunidad internacional donde se plantea con toda claridad la cuestión del desequilibrio de los flujos información de agencias, de programas de televisión, de filmes y de otros productos culturales, así como de equipos” (Mattelart, 1998: 74). Todo ello se oponía directamente al modelo liberal, en especial la primera declaración del Informe: “Debemos reconocer que la comunicación es un derecho personal, que pertenece democráticamente a todos los individuos, no sólo a los periodistas y a los gobiernos, no sólo a aquellos que ejercen el poder político y económico” (Altschull, 1988: 239). El documento MacBride provocó en 1984 la salida de Estados Unidos (acompañado de Singapur e Inglaterra) de la UNESCO, alegando que "la politización externa fuera de las atribuciones continúa, y esto es lamentable, igual que la hostilidad endémica hacia las instituciones de base de una sociedad libre; en particular, una prensa libre, mercados libres y por encima de todo, los derechos del individuo" (Colussi, 2005). La posición estadounidense 44

El 1977, el senegalés Amadou Mahtar M´Bow, director de la UNESCO, encargó la elaboración de un informe a una comisión internacional para el estudio de los problemas de la comunicación. Presidía esta comisión el irlandés Sean MacBride, premio Nobel y premio Lenin de la paz.

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alcanzaría vuelos teóricos cinco años más tarde, cuando Francis Fukuyama, funcionario del Departamento de Estado, escribía El fin de la historia, un texto clásico que proclama la alianza natural entre la sociedad y el mercado. “El que los transistores hayan pasado a ser un gadget en China Popular, que Mozart sirva como fondo musical en los supermercados japoneses, o que la música de rock expresara en Praga la revuelta contra una ideología estalinista agotada, para Fukuyama (...) constituía una prueba irrefutable de la homogeneización democrática del mundo bajo los auspicios del nuevo liberalismo. A partir de entonces, esta idea se ha enraizado en la retórica del libre cambio: la expansión de la industria de productos de entertainment llevaría consigo, automáticamente, la libertad civil y política. Algo así como si el estatuto de consumidor fuera equivalente al de ciudadano” (Mattelart, 1998: 106). 4.5. IDEOLOGÍA DE LA PRENSA CAPITALISTA. EL MITO DE LA LIBERTAD DE PRENSA: “Un mito puede servir a la ideología de una clase dominante, siempre que le permita a las clases dominadas sentirse bien (...) De esta manera se sigue siempre bajo el control de la clase dominante, pero los implicados se creen un poco más libres” Fernando Martínez Heredia

El tránsito entre el feudalismo, basado en la religión como instrumento de cohesión social, a la modernidad laica, condicionó la aparición de ideologías, “entendidas ante todo como sistemas de creencias seculares que tienen una función movilizadora y legitimadora” (Thompson, 1990: 82). Por tanto, las ideologías constituyen un componente característico del sistema de creencias de la sociedad capitalista, ya que permiten “movilizar la acción política sin hacer referencia a otros valores o seres espirituales” (Thompson, 1990: 84). A lo largo de los siglos XVIII y XIX dos factores contribuyeron a la expansión de estas doctrinas políticas: el desarrollo de la prensa impresa y la disminución del analfabetismo. Esto permitió que cada vez mayor cantidad de individuos tuvieran acceso a la esfera pública, espacio donde se desarrollaron las ideologías, los grandes discursos de la modernidad que ocuparon el lugar de la religión, para ofrecer “interpretaciones coherentes de los fenómenos sociales y políticos, y que servían para (...) justificar el ejercicio del poder” (Thompson, 1990: 87-88). Entre los modos por medio de los cuales opera la ideología, Thompson señala la legitimación, la simulación y la unificación (Thompson, 1990). La legitimación, como su nombre lo indica, permite probar o justificar ciertos hechos que de otra manera resultarían cuestionables. La simulación describe a las instituciones o relaciones sociales de forma tal que generen una valoración positiva. Por último, la unificación contribuye al sostenimiento de las relaciones de dominación, ya que establece “en el plano simbólico, una forma de unidad que abarque a los individuos en una identidad colectiva, sin tomar en cuenta las diferencias que puedan separarlos” (Thompson: 1990: 70). Altschull señala la existencia de una ideología propia de la prensa capitalista, que funciona de acuerdo a los modus operandis descritos por Thompson. Para este último autor dicha ideología se compone de cuatro artículos de fe45: “1/ que la prensa es libre de toda interferencia exterior, ya sea del gobierno o de los anunciantes, o incluso del público; 2/ que la 45

“Los artículos de fe son por definición irracionales, es decir, no se llega a ellos por medio de la razón; a menudo se afirman con la pasión de los verdaderos creyentes. Un artículo de fe no está sujeto al análisis crítico; creemos o no creemos. Pertenecemos a esa fe o somos ajenos a ella, somos infieles” (Altschull, 1988: 295).

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prensa sirve al derecho el público a saber; 3/ que la prensa trata de enterarse de la verdad y de presentarla; y 4/ que la prensa reporta los hechos de manera objetiva y justa” (Altschull, 1988: 114). El primero de estos artículos de fe constituye el mito de la libertad de prensa burguesa, un mito en el sentido literal del término [persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen (Encarta, 2005)]. La construcción de una definición mítica de libertad de prensa ha sido producto de mediaciones clasistas, históricas y culturales, que han revertido una demanda histórica como es la horizontalidad de la comunicación, en aras de gestar un discurso que responda a los intereses de los aparatos ideológicos del Estado (Althusser, 1970), para producir y reproducir los valores sobre los cuales se sustenta la modernidad. Louis Althusser designa con el nombre de aparatos ideológicos del Estado a “cierto número de realidades que se presentan al observador inmediato bajo la forma de instituciones distintas y especializadas" (Althusser, 1970). Este autor divide las instancias estatales en dos categorías, de acuerdo a las funciones que desempeñan. El aparato represivo (para Marx, aparato de Estado) que incluye al gobierno, la administración, la policía, los tribunales, y las cárceles. Y el aparato ideológico, donde ubica a las escuelas, las iglesias, y a los medios de comunicación. El primero funciona mediante la violencia, por lo menos en situaciones límite (Althusser, 1970); el segundo no, ya que utiliza otros mecanismos de dominación, mucho menos evidentes. De este modo, Althusser no se detiene en la interpretación meramente coercitiva del Estado, visto como instrumento de dominación de una clase sobre otra mediante la violencia, como postulara Lenin en El Estado y la Revolución, sino que estudia los procesos de construcción de una subjetividad que busca también la dominación de una clase sobre otra, lo que esta vez mediante la reproducción de ideologías que contribuyan a legitimar el orden impuesto. Este reconocimiento de ciertas instituciones burguesas como hacedoras de hegemonía, tiene puntos en común con el pensamiento de Antonio Gramsci46, quien ve la dominación como una mezcla de consenso y coerción. Tanto Gramsci como Althusser intentaron "actualizar" el pensamiento marxista a las nuevas condiciones del capitalismo "desarrollado" del siglo XX, donde la sociedad civil y los aparatos ideológicos del Estado se encuentran mucho más evolucionados que en las sociedades de la época de Marx o Lenin. El liberalismo discrepa con esta concepción. Su discurso promueve el desarrollo de la sociedad civil (instituciones privadas) frente al Estado (público). De este modo desvincularía la función de reproducción del orden existente que cumplen instituciones privadas como las iglesias, las escuelas y la mayor parte de los medios de comunicación. En el caso del mito de la libertad de prensa, lo anterior se une al discurso neoliberal, postulando el mismo que sólo puede existir esta libertad en las sociedades donde esté presente una pluralidad de fuentes noticiosas privadas, que funcionen como poder independiente del Estado. Gramsci se opone al pensamiento liberal alegando que "la distinción entre lo público y lo privado es una distinción interna del derecho burgués, válida en los dominios (subordinados) donde el derecho burgués ejerce sus poderes. No alcanza al dominio del Estado, pues éste está más allá del Derecho: el Estado, que es el Estado de la clase dominante, no es ni público ni privado; por el contrario, es la condición de toda distinción entre público y privado” (Gramsci cit. por Althusser, 1970). La problemática radica en analizar cuál es la función de las instituciones. Si estas patrocinan, defienden y perpetúan la ideología hegemónica, sean privadas o públicas, funcionan como aparatos ideológicos del Estado. En el tema de la libertad de prensa, la distinción entre lo público (el Estado) y lo privado (instituciones que teóricamente no obedecen a una lógica de clase) permite validar la definición establecida por los círculos de dominación (libertad de 46

Ver capítulo 3.

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prensa comercial), como una categoría que se ubica por encima de la lucha de clases, del discurso de un determinado grupo social. La libertad de prensa clásica se asienta en cuatro pilares: la Areopagítica de Milton, la Declaración de los colonos de Virginia, la Constitución de los Estados Unidos, y la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano (Bourguin, 1952: 14). Estos documentos, estrechamente vinculados al pensamiento humanista de la Ilustración, representaron importantes pasos de avance en la historia de las ideas relacionadas con la libertad de prensa, en un momento en que la burguesía constituía la clase revolucionaria por excelencia frente a los poderes feudales establecidos. Sin embargo, la institucionalización de la modernidad condicionó un proceso de reconversión o de ideologización (Thompson, 1990) de las teorías relacionadas con la libertad de prensa, que se tuvo dos objetivos principales: 1/ La supresión de aquellos aspectos revolucionarios de estas concepciones, aplicables a cualquier teoría futura que pretendiera trascender el ideal moderno, y 2/ La potenciación, por parte del liberalismo, de una visión mítica de la libertad de prensa, que proclama la unidad indisoluble entre medios de comunicación y mercado, y contribuya a la perpetuación de la formación social capitalista. La construcción de la leyenda en torno de la libertad de prensa tiene su génesis en la elaboración de un mito liberal. A partir de “presupuestos sociales históricamente determinados por el despliegue del capital, asumidos de un modo complaciente y sin el menor atisbo de crítica, el liberalismo se aboca entonces a una tarea de sistematización lógica, borrando —una vez más— toda huella histórica. En ese movimiento de autolegitimación ideológica se esfuerza por formalizar la concepción del mundo burguesa tal como esta se condensa y sintetiza espontáneamente (es decir, hegemónicamente) en el sentido común más crudo, prosaico e inmediato." (Kohan, 2003). La gran invención que legitima al liberalismo como una mezcla de democracia y libertad garantizadas por el poder de la lógica comercial “no es más que el efecto de una forma radical de laissez-faire, característica de un orden social que se abandona a su mayor inclinación, a la ley del menor esfuerzo, es decir, a la lógica casi natural del interés egoísta y del deseo inmediato convertido en fuentes de ganancias” (Bourdieu, 2002: 370). Según la opinión de Agosti, el liberalismo surgió como una forma de frenar los excesos democráticos de la Revolución Francesa. “La burguesía liberal confisca las tierras a los antiguos señores estableciendo en su beneficio un nuevo derecho de propiedad. Ahora tiene intereses conservadores y al mismo tiempo se encuentra entre la disyuntiva de la restauración feudal y la insurgencia proletaria” (Agosti, 1959: 40). Por ello transa con los primeros, criticando además los principios del derecho natural y la participación democrática, sobre los cuales se asentó el populismo de las grandes revoluciones burguesas. La nueva doctrina se basa en la propiedad, que se convierte en “un derecho social adquirido” (Agosti, 1959: 40). El mito liberal se extrapola a la libertad de prensa ya que “a través del dominio casi absoluto que tienen sobre los nuevos instrumentos de comunicación, los nuevos amos del mundo tienden a concentrar todos los poderes, económicos, culturales y simbólicos, y están así en condiciones de imponer muy ampliamente una visión del mundo conforme a sus intereses” (Bourdieu, 2002: 372). El sistema liberal de prensa proponía en teoría, que “cualquiera, ciudadano o extranjero, que tuviera inclinación a ello debería poseer la oportunidad ilimitada de ser propietario y manejar una unidad de comunicación de masas. El campo estaba abierto para todos” (Siebert, 1967). Los medios de comunicación estarían por tanto en manos privadas y se encontrarían

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únicamente sujetos a las leyes del mercado. “Cualquiera con el capital suficiente podría iniciar una empresa de comunicaciones, y su triunfo o fracaso dependerían de su habilidad de lograr un beneficio. El beneficio, en realidad, dependía de su habilidad para satisfacer a sus clientes. Al final, el éxito de la empresa estaría determinado por el público que buscaba servir” (Siebert, 1967: 65). Sin embargo, el mercado no ha mostrado su buena voluntad hacia el competidor, por lo que la pluralidad de empresas periodísticas (según el liberalismo, la base de la libertad de prensa) ha dado lugar a una concentración sin precedentes de la comunicación, en manos de conglomerados mediáticos. En la actualidad grandes grupos empresariales controlan la casi totalidad de los flujos informativos, trasnacionales que no sólo tienen intereses en el campo de la comunicación, sino que se han diversificado a otros sectores que van desde la industria de armamentos a la biotecnología. “Es difícil concebir que la neutralidad de la prensa no se vea comprometida en estas áreas. Pero más en general, la libertad de prensa está limitada simplemente porque los propietarios de las corporaciones mediáticas son inspirados por la ideología del libre mercado. ¿Hasta qué punto es probable, entonces, que tales propietarios permitan que su propio periódico, estación de radio o de TV, critiquen sistemáticamente el capitalismo de libre mercado que es la fuente de su riqueza material?” (Edwards, 2006). La propaganda atenta también contra el modelo liberal de la prensa47. Los medios de comunicación viven de los anunciantes (única forma de bajar los costos y sobrevivir en un mercado fuertemente competitivo). Por tanto, simplemente no pueden criticar las corporaciones que los financian tales como la industria pretoquímica, el turismo o la rama automotriz. “Un sistema basado en la publicidad hace que la supervivencia de las publicaciones radicales, que dependen de ingresos resultantes sólo de las ventas, sea muy difícil. Incluso si sobreviven, se ven relegadas a los márgenes de la sociedad, recibiendo poca atención del público en general. La publicidad, igual que la propiedad de los medios, actúa, por lo tanto, como un filtro de noticias” (Edwards, 2006). Ante la invalidación sufrida por la teoría liberal de la prensa, los medios hegemónicos han encontrado la solución del mito, que ocupa el vacío dejado por la lógica, y brinda un halo de legitimidad a un concepto en crisis. A comienzos del siglo XXI, en un mundo donde el paradigma vigente lo constituye la globalización neoliberal (versión actualizada del liberalismo decimonónico), la libertad de prensa se ha convertido en una de las tantas palabras clave que contribuyen a legitimar el Nuevo Orden Mundial. Esta definición de libertad de prensa representa uno de los puntos de la agenda modernizadora con las que las trasnacionales presentan su política de integración global. Su esencia es la misma de la libertad neoliberal: significa “cada vez más la libertad del individuo para hacer negocios y la de las corporaciones para actuar sin restricción alguna” (Herman, 2006). En el caso de la comunicación, cuando las grandes empresas (y los políticos que las representan) se refieren a la libertad de prensa, están hablando lisa y llanamente de un modelo basado en la propiedad de unos medios que son cotizados en bolsa, y donde “todo componente político ha sido relegado a un segundo plano” (Herman, 2006).

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“En un estudio estadounidense de 1992, englobando a 150 redactores de noticias, un 90 por ciento dijo que los anunciadores trataban de interferir con el contenido de los periódicos, y un 70 por ciento que trataban de eliminar por completo informaciones noticiosas. Un 40 por ciento admitió que los anunciantes habían efectivamente influenciado una información” (Edwards, 2006).

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Esta forma de gobierno mundial es definida por el politólogo norteamericano James Petras como neoautoritarismo, es decir, “un sistema híbrido que combina las tomas de decisión de élite y los procesos electorales, el cuerpo legislativo elegido y el corporativo no elegido que toma decisiones, campañas electorales y prácticas de decreto” (Petras, 2000). Bajo este esquema los medios de comunicación hegemónicos (trasnacionales al servicio de las trasnacionales) ocupan un lugar de primer orden. Si un gobierno –sobre todo en las naciones del tercer mundo- realiza una crítica a los medios, o pretende defender un modelo nacional de comunicación, se encuentra inmediatamente con la oposición de los grupos de poder mundial, que esgrimen el argumento de la libertad de prensa y expresión violada. “De hecho, cuando hurgas, te das cuenta que defienden la libertad de empresa y cuando defienden el neoliberalismo, la globalización, están defendiendo a la empresa por encima de la libertad de expresión” (Ramonet, 2006). El mito de la libertad de prensa ofrece además un modelo supuestamente universal, a partir del cual el capitalismo de nuestro tiempo construye no sólo su discurso expansionista, sino que también puede frenar los intentos de alternatividad al Nuevo Orden Mundial impuesto. “La libertad de prensa y de expresión constituye el más apropiado ámbito a dicha forma de colonización burguesa que contagia a los que suelen autodenominarse los defensores del humanismo, de cuya administración exclusiva quieren adueñarse” (Mattelart, 1971: 7). Al manipular el concepto, y sedimentar en la mente colectiva su idealización durante al menos los últimos cincuenta años, los centros de poder obligan a los dominadores a utilizar el lenguaje de los dominados. Es decir, “el acusado se encierra en el círculo argumental de su adversario de clase, trabajando con las representaciones colectivas generadas por el enemigo político y propias de él (...) En esta forma, el adversario desplaza a su antojo el interés desde el centro neurálgico, es decir el lugar donde trasluce la dominación social y la defensa explícita de su poder económico, hacia un centro susceptible de enmascarar y diluir esta dominación. En otros términos, la defensa de la libertad de prensa no constituye para la burguesía sino una coartada que le permite interceptar la atención de los dominados hacia un foco donde no se dan conflictos manifiestos capaces de poner al desnudo la presencia de sus intereses de clase” (Mattelart, 1971: 7). El mito permite ocultar el hecho de que la comunicación pertenece exclusivamente a una minoría hegemónica. La misma se basa en la verticalidad del mensaje para reproducir su ideología, a partir de mecanismos propios de la industria cultural, preparados “por un grupo de especialistas a una base receptora, cuya única participación en la orientación de los programas que va a consumir la constituye el hecho de que se preste periódicamente a las encuestas de sintonía que suelen resumirse en encuestas de mercado sobre la viabilidad comercial de un producto-programa ya prefijado” (Mattelart, 1971: 7). Este relato mítico de la libertad de prensa ayuda al poder a conservar el orden social y a fijar los límites de crítica dentro del sistema, representando al mismo tiempo una válvula de escape ante posibles anomias que pongan en peligro el equilibrio social. La libertad de prensa permite la disensión, e incluso de ser necesario se potencia, “pero se prescriben sus límites y se asegura una voz a la ortodoxia contrarrestante – y no sólo una voz, sino la más poderosa de las voces-, puesto que la ortodoxia está representada por los poderosos, cuya autoridad sobre los recursos financieros y también sobre la autoridad del interés periodístico, le asegura su predominio en la prensa” (Altschull, 1988: 128). Cualquier voz que amenace realmente las verdades establecidas es silenciada.

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4.5.1. LA DOCTRINA DE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL: La llamada doctrina de la responsabilidad social representa el último intento teórico, desde posiciones afines al sistema capitalista, por detener la crisis del modelo liberal de prensa. A finales de la Segunda Guerra se crea la Comisión Hutchins, llamada así por su presidente Robert M. Hutchins de la Universidad de Chicago. La misma tenía como objetivo “investigar cuestiones referentes a si los reportes noticiosos eran más injustos, prejuiciados y sensacionalistas que informativos, y si la prensa en verdad producía el tipo de periodismo basura que Tom Stoppard denunciaba en su obra Night and Day” (Altschull, 1990: 349). En el informe presentado (1947) la Comisión no sólo criticaba al periodismo norteamericano de la época por su “falta de significado, tedio, distorsión, y por la perpetuación de malentendidos” (Altschull, 1990: 349), sino que también proponía algunas funciones que debía desempeñar una prensa responsable. Entre ellas, la más importante era “que la prensa no sólo presentara los hechos en su contexto significativo, sino que también revelara la verdad de los hechos” (Altschull, 1990: 350). Nacía así la idea de la responsabilidad social, que fue elevada al rango de teoría a finales de la década del cincuenta, con la publicación del clásico The four theories of the press (Las cuatro teorías de la prensa), un conjunto de ensayos sobre las relaciones existentes entre prensa y sociedad. Los autores Fred S. Siebert, Theodore Peterson y Wilbur Schramm consideraron la doctrina de la responsabilidad social, como una fase evolutiva del concepto liberal de prensa, adaptado a la realidad de la segunda mitad del siglo XX. “La diferencia fundamental entre las ideas libertarias y las de responsabilidad social estaba en que en el concepto libertario, la prensa era totalmente libre, del todo liberada, mientras que la doctrina de la responsabilidad social reconocía el peligro de una libertad irrestricta” (Altschull, 1990: 185). En el modelo libertario la prensa debía cumplir las siguientes funciones: “1/ Servir al sistema político brindando información, discusión y debate sobre los asuntos públicos; 2/ Ilustrar al público para capacitarlo en el auto-gobierno; 3/ Proteger los derechos del individuo actuando como perro guardián contra el gobierno; 4/ Servir al sistema económico, acercando principalmente a los compradores y vendedores de bienes y servicios mediante los avisos de publicidad; 5/ Brindar entretenimiento; 6/ Mantener su propia auto-suficiencia financiera para librarse de las presiones de los intereses especiales” (Siebert, 1967: 89-90). Según el liberalismo clásico, para cumplir con estos preceptos, bastaba con que la prensa estuviese libre de interferencias estatales, pero la realidad obligaba una nueva definición del término. Siebert sintetiza los puntos que a su juicio ponen en crisis al modelo liberal de libertad de prensa: “1/ La prensa ha empleado su enorme poder para sus propios fines. Sus propietarios han propagado sus propias opiniones, especialmente en asuntos de política y economía, a expensas de las opiniones opuestas, 2/ La prensa ha sido servicial frente a la gran empresa y, en ocasiones, ha dejado que los avisadores controlen las políticas editoriales y el contenido editorial, 3/ La prensa ha resistido al cambio social, 4/ La prensa, con frecuencia, ha prestado más atención a lo superficial y sensacional que a lo significativo en su información sobre los sucesos corrientes, y a su entretenimiento, con frecuencia, le ha faltado enjundia, 5/ La prensa ha puesto en peligro la moral pública, 6/ La prensa ha invadido la esfera de reserva de los individuos sin justa causa, 7/ La prensa está controlada por una clase socio-económica (vagamente, la clase empresarial), y el acceso a la industria resulta difícil para el recién llegado; por tanto, el mercado libre y abierto de ideas está en peligro” (Siebert, 1967: 94-95).

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Asigna un peso fundamental al proceso de concentración acelerada que ya habían sufriendo los medios norteamericanos, en fecha tan temprana como 1956. “La prensa –como en los viejos tiempos autoritarios- está cayendo en manos de unos pocos poderosos. Cierto que estos nuevos dirigentes de la prensa no son en su mayoría dirigentes políticos. En verdad, protegen con tesón a la prensa contra el gobierno. Pero el mismo hecho de que sea tan limitado el control de la prensa, coloca una potestad nueva e inquietante en manos de los dueños y gerentes de medios de comunicación. Ya no resulta fácil que la prensa sea un mercado libre de ideas, como la definieron Mill y Jefferson” (Siebert, 1967: 12). En esta preocupación es que basa la nueva doctrina, referida en los siguientes términos: “La posición de poder y casi monopolio de los medios de comunicación les imponen la obligación de ser socialmente responsables, para hacer que todas las opiniones se presenten imparcialmente y que el público posea bastante información para decidir; y si los medios de comunicación adquieren por sí mismos tal responsabilidad, podrá ser necesario que algún otro órgano del público la haga valer” (Siebert, 1967: 12). La teoría de la responsabilidad social propone un cambio en la definición clásica de libertad de prensa. Esta era vista como un derecho natural, inherente al ser humano desde su nacimiento, sin hacer mención a ningún deber correlativo, ya que “se suponía que los hombres libres expresarían sus ideas, y que otros hombres libres escucharían. Los hombres con ideas no estaban obligados a hablar, los otros no estaban obligados a escuchar; pero daba la naturaleza del hombre, resultaba inconcebible que no lo hicieran. Si bien la libre expresión era un derecho natural, también se basaba en la utilidad. Se justificaba debido a que la libertad de palabra y una prensa libre promoverían la victoria de la verdad sobre la falsedad en el mercado de las ideas” (Siebert, 1967: 115). Sin embargo, la nueva doctrina de libertad de prensa se basa en el deber del individuo frente a su conciencia, a su pensamiento, lo que lo obliga a usar la libertad natural con responsabilidad. “Además de ser valiosa para el individuo y para la sociedad, la libertad de expresión tiene en sí un elemento de deber, ya que cualquiera que tenga algo que decir está obligado moralmente a decirlo” (Siebert, 1967: 115). De este modo la doctrina remplaza el concepto clásico de una libertad de prensa irrestricta. “La libertad de expresión se fundamenta en el compromiso del individuo con sus ideas, con su conciencia. Es un derecho moral (...) La libertad de expresión no es algo que alguien pueda reclamar para fines egoístas. Está tan ligada con su existencia mental que debe reclamarla. Tiene valor tanto para el individuo como para la sociedad” (Peterson cit. por Altschull, 1990: 351). La doctrina de la responsabilidad social confía en la buena voluntad de unos medios, que deben ser vigilados por un público que tiene el derecho a ser informado con veracidad. Sin embargo, “estas grandes expectativas son irreales; asignan cargas imposibles tanto a la prensa como al público, e ignoran la realidad de que la prensa es un instrumento, más que un actor independiente. También ignoran la realidad de que la prensa capitalista es parte de un aparato de utilidades privadas que regula la economía y el sistema político” (Altschull, 1988: 192). En un modelo regulado por las dinámicas de mercado, la prensa no puede adquirir ninguna responsabilidad sobre la sociedad, “para asegurar cualquier clase de responsabilidad genuina por parte de los medios de comunicación, sería necesario cambiar las instituciones de las comunicaciones. La propiedad personal debería eliminarse y la propiedad privada volverse obsoleta. Una prensa que no es libre no puede ser responsable, y ninguna prensa que sea operada para el lucro privado puede ser libre” (Williams cit. por Altschull, 1988: 194). Según Altschull, “ni Mill ni Rousseau habrían quedado complacidos al escuchar que una incierta entidad llamada sociedad tenía el deber –o el poder- de decidir si la prensa era

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responsable o tenía obligaciones ante ella. Si la sociedad no tiene este deber o poder, ¿quién lo tiene?. Sólo aquellos que ya ejercen poder político y económico tienen esa clase de poder. Así, la doctrina de la responsabilidad social podría eventualmente acosar a la prensa para convertirla en un instrumento de mantenimiento de los poderosos en el poder, frustrando sus mismas intenciones bajo la prescripción de la Comisión Hutchins y los autores de las cuatro teorías” (Altschull, 1990: 352). De manera formal, el modelo de comunicación-mundo afirma regirse por la doctrina de la responsabilidad social (Altschull, 1990), lo cual, paradójicamente, ha contribuido en el proceso de mitificación del concepto de libertad de prensa. Al asignarles esta teoría una responsabilidad determinada a los medios, está al mismo tiempo otorgándoles una carta de legitimación. Las grandes empresas mediáticas se ven investidas con el derecho de llevar algo tan abstracto como la “verdad”, a los más apartados rincones del mundo. Por otra parte, la teoría propone como única solución a los grandes problemas que aquejan al modelo liberal de prensa, el deber moral de los dueños de medios, periodistas, y anunciantes, lo que resulta impreciso y fácil de tergiversar por un discurso demagógico. 4.5.2. LA LIBERTAD DE PRENSA COMO GARANTE DE LA DEMOCRACIA. EL CUARTO PODER: El mito de la libertad de prensa se asienta en dos ideas esenciales. 1/ Sobre la prensa descansa la democracia, porque 2/ La prensa es un poder privado, independiente del Estado, que tiene la función de denunciar los abusos cometidos por este. La prensa es vista así como el principal sostén de la democracia y como un cuarto poder independiente a los tres poderes estatales ya existentes (legislativo, ejecutivo y judicial), un poder que evitaría “que los gobiernos procedan a prácticas autoritarias, o subviertan los derechos inalienables de sus ciudadanos individuales” (Siebert, 1967: 63). La teoría liberal señala que los medios de comunicación, tienen el deber de “servir como control extralegal sobre el gobierno. La prensa debe evitar que los funcionarios del estado abusen o se excedan en su autoridad. Debe convertirse en el guardián del funcionamiento de la democracia, siempre vigilante para señalar y descubrir cualquier práctica arbitraria o autoritaria. Y para cumplir adecuadamente esta función, la prensa tiene que estar por completo libre del control o la tiranía de aquellos elementos frente a quienes debe protegerse” (Siebert, 1967: 70). Siguiendo las huellas del pensamiento ilustrado, los defensores del modelo afirman que la democracia reposa en el siguiente postulado: “para estar informado y pronunciarse con conocimiento de causa, el ciudadano debe tener la posibilidad de tomar conocimiento de las diferentes opiniones” (Bourguin, 1952: 141). La prensa tiene entonces la misión de formar y de expresar la opinión pública, entendida como “lo que el pueblo piensa en general” (Littré cit. por Bourguin, 1952: 150). De ahí que democracia y libertad de prensa se encuentren indisolublemente relacionadas. “Gracias a esta libertad, la prensa puede exponer los diversos puntos de vista y afirmarse como el instrumento indispensable que se manifestará en el resultado de las elecciones y de las votaciones, o aún por el plebiscito o por la iniciativa” (Bourguin, 1952: 141). Del mismo modo las democracias occidentales prevén límites legales a la libertad de prensa, “constituidos por el interés superior de la colectividad y los intereses dignos de protección de los individuos” (Bourguin, 1952: 145). Esta idea de fijar límites a la libertad de prensa se vincula con la doctrina de la responsabilidad social. Ambas consideran que “los derechos del ciudadano tienen su contraparte en sus deberes; sus libertades en sus responsabilidades; el goce de los derechos en la represión de los abusos” (Bourguin, 1952: 146). Sin embargo, la crítica no debe ir más allá de la función que se exige a la prensa, es decir, la preservación del

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modelo democrático, que en última instancia es la conservación del status quo. "Los medios de la clase dominante jamás investigarán aquello que ponga en crisis sus fundamentos: como el propio sistema capitalista; jamás investigarán las causas primarias de la explotación económica (siempre asignarán a la pobreza causas secundarias o ajenas al sistema) ni pondrán en cuestión la plusvalía ni su derecho a la propiedad de los medios de producción, a la banca, al gran comercio. Jamás crearán las condiciones objetivas y subjetivas de una verdadera libertad de expresión, de un verdadero acceso a la información, de una verdadera libertad de crítica” (Faundes, 2004). Un autor como Jacques Bourguin afirma que los medios de comunicación son el principal órgano de expresión de la opinión pública, que puede así hacer notar sus puntos de vista, sus críticas o su aprobación a la gestión de los dirigentes elegidos. De ahí que resulte condición esencial de la prensa su desvinculación con el gobierno mismo, o con el sistema de partidos políticos que conforman el cuerpo democrático de la nación. La prensa se convierte en un auxiliar del poder (no en instrumento ni órgano), por lo que la libertad de prensa será vista como el derecho (moral y jurídico) que tienen los medios en una sociedad democrática, para “ejercer sus funciones con toda independencia” (Bourguin, 1952: 144). Estas concepciones destacan el carácter privado que han de tener los medios de comunicación como condición previa para la existencia de la libertad de prensa, ya que reconoce a los poderes estatales como único peligro potencial para la democracia. Sin embargo, Bourguin avizoraba que “la creación de monopolios en materia de prensa, hechos posibles ya sea por el desenvolvimiento exagerado de los trusts o por la intervención del Estado, daría como resultado la supresión de esa variedad en la propiedad de los diarios y equivaldría a la ruina de la libertad de prensa” (Bourguin, 1952: 195-196). La práctica así lo demuestra. Noam Chomsky distingue la existencia de dos sistemas de poder complementarios en el mundo actual: uno político y otro económico. En el primero ubica a los representantes elegidos por el pueblo, en el segundo a los poderes privados. “Esa organización de la sociedad tiene varias consecuencias inmediatas. La primera es que, de una manera muy sutil, induce a gran parte de la población, sometida a decisiones arbitrarias tomadas desde arriba, a aceptar la mentalidad autoritaria (...) Aunque sea una perogrullada, hay que subrayar constantemente que el capitalismo y la democracia, en último extremo, son incompatibles.” (Chomsky, 2005). “La democracia, por razones perfectamente obvias, siempre ha sido odiada por cualquiera que esté en el poder. Cualquier tipo de funcionamiento actual de las formas democráticas implicaría una intromisión, la cual, desde el punto de vista de los poderosos, es una intromisión inapropiada de la población general en decisiones que no le corresponde tomar” (Chomsky, 2002: 81). De este modo, los centros de poder privado ejercen una influencia total sobre la ciudadanía, tanto en las organizaciones políticas, cuya membresía controlan (los dirigentes proceden o representan los intereses trasnacionales), como a través de los medios de comunicación masiva. Los medios, como afirma la doctrina liberal, no contribuyen a formar ciudadanía y a hacer escuchar la voz del pueblo, sino que condicionan a la opinión pública de acuerdo con sus intereses. El mito de la libertad de prensa ayuda a la construcción artificial del consenso, ya que brinda la seguridad, a la mayor parte de la gente, de que la prensa los está representando. Así no habría nada que criticar y el ideal de la industria de los medios estaría cumplido: “cada persona estaría sentada delante de su propio televisor, apartada del resto, incluso de su familia (...). Cada cual se ocuparía solamente de su pequeña vida, de las cosas más fútiles de la existencia, como los objetos de consumo de moda. Seríamos espectadores y no actores, en todos los niveles de la participación política: en el gobierno local, en los puestos de trabajo y en todas partes” (Chomsky, 2002: 93-94).

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La idea de construir el consenso se basa en la definición de democracia que prevalece en la actualidad. “Los teóricos de la democracia en el siglo XX (...) suelen argumentar como lo hizo Walter Lippman, que en una democracia hay dos tipos de ciudadanos: están los que él clasificaba como los hombres responsables que tienen que asumir la obligación esencial en la toma de decisiones, los análisis, el pensamiento, la programación; y después están los que Lippman clasificó como los ignorantes y entrometidos de afuera que conforman la población en general. La tarea es mantenerlos apartados de las cosas que no son para ellos y sobre las cuales son incapaces de manejarse, como los asuntos sociales y políticos” (Chomsky, 2002: 53). Esta configuración se apoya en los medios de comunicación masiva, los cuales “están sujetos a limitaciones estructurales, ya que viven de la publicidad. Son empresas privadas que venden porciones de audiencias a otras empresas privadas. Y, evidentemente, están sometidas al poder del Estado, que también está estrechamente vinculado a los intereses privados” (Chomsky, 2003: 119). El hecho de que el cuarto poder se cotice en el mercado de valores, pone en duda la legitimidad del concepto. “A menudo, quienes deben tomar una decisión periodística se preguntan si la misma hará bajar o subir en algunos centavos el valor en bolsa de las acciones de la editorial. Ese tipo de consideraciones se ha vuelto capital, los directores de diarios reciben permanentemente directrices en tal sentido por parte de los propietarios financieros del periódico” (Wells cit. por Ramonet, 2005). Según la opinión de Ignacio Ramonet, “el Cuarto Poder como contrapoder ya no tiene sentido” (Ramonet, 2006), ya que bajo una óptica neoliberal los medios de comunicación respaldan las mismas tesis que el gobierno y las trasnacionales. El cuarto poder “se ha añadido a los poderes tradicionales. Antes el ciudadano podía estar oprimido por los otros tres poderes, pero hoy la prensa pasa a ser un opresor más en la medida que no le da buena información, le da una información que puede ser mentirosa o que puede tener un interés que no toma en cuenta el interés del ciudadano. La manera más común de no respetar la verdad que tienen los periódicos, no es mintiendo, es sólo ocultando la verdad, no dando la noticia. El ocultamiento es una forma bastante frecuente” (Ramonet, 2006). La idea de la prensa como cuarto poder dentro del sistema capitalista, ha entrado en crisis con el auge de la globalización neoliberal, que contribuye a la desaparición del disenso mediante mecanismos que ponen al mercado más allá de la política. La prensa pierde su función de contrapoder, incluso dentro de los límites que le impone el modelo burgués, para plegarse a la transición de poderes efectuada entre el Estado y las trasnacionales. “Esta evidencia se impone al estudiar de cerca el funcionamiento de la globalización, al observar cómo llegó a su auge un nuevo tipo de capitalismo, ya no simplemente industrial sino predominantemente financiero, en suma, un capitalismo de la especulación. En esta etapa de la mundialización, asistimos a un brutal enfrentamiento entre el mercado y el Estado, el sector privado y los servicios públicos, el individuo y la sociedad, lo íntimo y lo colectivo, el egoísmo y la solidaridad (...) La mundialización es también la mundialización de los medios de comunicación masiva, de la comunicación y de la información. Preocupados sobre todo por la preservación de su gigantismo, que los obliga a cortejar a los otros poderes, estos grandes grupos ya no se proponen, como objetivo cívico, ser un cuarto poder ni denunciar los abusos contra el derecho, ni corregir las disfunciones de la democracia para pulir y perfeccionar el sistema político. Tampoco desean ya erigirse en cuarto poder y, menos aún, actuar como un contrapoder” (Ramonet, 2003).

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CAPÍTULO 3: LIBERTAD DE PRENSA Y ALTERNATIVAS AL CAPITALISMO “Descifrar la ideología de los medios de comunicación de masas en poder de la burguesía constituyó la primera etapa de un quehacer que proyectaba incorporar dichos instrumentos a la dinámica de la acción revolucionaria. Hoy aquella fase debe ser superada o por lo menos aprehendida sólo como un peldaño en la tarea de creación de un medio de comunicación identificado con el contexto revolucionario. Los filósofos hasta el momento explicaron la realidad, se trata ahora de trasformarla. La trasposición en el caso que nos interesa de la frase tan manoseada de Marx ilumina de inmediato el sentido de nuestro propósito” (Mattelart, 1971: 4). Así comenzaba Armand Mattelart un artículo publicado en la revista Pensamiento Crítico, donde proponía una estrategia de medios que se adecuara al gobierno socialista de Salvador Allende. Treinta años después, el problema sigue siendo el mismo. Algunos señalan que el socialismo escribe hoy día las últimas páginas de su epílogo, barrido por un mundo sin fronteras, donde no existen las ideologías. No obstante, el sentido común apunta a que el paradigma de globalización neoliberal no puede ser el mejor de los mundos posibles. Tampoco una globalización keynesiana, que conducirá más tarde o temprano a un nuevo liberalismo. El abismo económico entre ricos y pobres, la necesidad de emancipación humana, de democratización social, el uso irracional de los recursos naturales del planeta, la pérdida de las identidades culturales, etc.; todo ello no es más que la prueba fehaciente, de que un siglo y medio de debates teóricos e intentos prácticos por echar a andar el pensamiento de Marx, es apenas un prólogo plagado de aciertos y desaciertos. Todo sistema social ha necesitado un largo período de tiempo para desterrar a sus enemigos antagónicos, y encontrar el camino propio, en un proceso infinito de ensayos y errores, como lo demuestra también la historia del capitalismo. Resulta evidente que los círculos de poder controlan más que nunca los flujos mundiales de información, y por tanto, el vocabulario, las terminologías, las definiciones, y los patrones comparativos. “El concepto vigente de libertad de prensa y de expresión legitima dicha dinámica. Asimismo contribuye a legitimarlo, la concepción mítica que preside la organización y la actividad de la comunicación masiva (...) Cuando la burguesía lleva a su adversario de clase en el campo de la libertad de prensa y de expresión, se comprueba de modo particularmente abierto lo inerme que es el opositor. En este dominio, la burguesía parece haber monopolizado los claves del código que permite establecer la existencia o la inexistencia de tal libertad. Es su noción clasista la que en última instancia homologa, zanja los dudas y dictamina. Esta noción particularista padece de una tal proclividad a esfumar sus raíces de clase, que en ella pudo fundamentarse toda la mitología antisocialista de los que se empeñaron en criticar los regímenes socialistas” (Mattelart, 1971: 6). Ello obliga en primer lugar a desmontar las estructuras de dominación, mediante un análisis crítico de las definiciones establecidas como verdades universales y sedimentadas en la conciencia de los individuos. Al mismo tiempo, es necesario la potenciación de un pensamiento alternativo, sobre el cual erigir un nuevo discurso antisistémico. “Para escaparse de esta racionalidad de la dominación –en la cual el acusado se acorrala– se trata de provocar el estallido de esa racionalidad y establecer un nuevo concepto de libertad de prensa y de expresión, hacer incurrir a la burguesía en contradicción con su propio concepto, y sobre todo materializar la vigencia de este nuevo concepto de libertad de prensa y de expresión en la realidad” (Mattelart, 1971: 7).

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La historia demuestra cuán importante es la creación de una subjetividad socialista, de un pensar fuera del círculo estrecho de los valores, aptitudes, puntos de vista que nos impone, día a día, la cultura global moderna. De ahí la importancia de la libertad de prensa más allá del capitalismo, como ente que contribuya a la creación y difusión de un pensar a contracorriente, parte inherente de una revolución mundial que ha de incluir el campo de los saberes teóricos. Quizás con otra denominación, debido al proceso de desgaste sistemático y mitificación que ha sufrido el concepto a manos de las élites de poder; la libertad de prensa ha de vincularse al sistema de valores-fuerza del socialismo, a su propio flujo de ideas, a su propia superestructura. A lo largo del presente capítulo, sistematizaremos el discurso relacionado con este tema, de algunos teóricos anticapitalistas, como es el caso de Marx, Lenin, Rosa Luxemburgo, y Antonio Gramsci. Aunque este último no se refirió directamente a nuestra categoría de análisis, su obra resulta indispensable en la construcción de un concepto de libertad de prensa alternativo a la modernidad, ya que este autor revalorizó el papel de las superestructuras, del individuo y de la libertad, en la conformación de una sociedad distinta al capitalismo. Lo anterior nos permite retomar la tradición marxista como filosofía “que legitiman (...) la insurgencia y la rebelión, no la soberanía que corona el poder institucionalizado, sino la que justifica el ejercicio pleno del poder popular, antes, durante y después de la toma del poder (...) Allí, en ese terreno nuevo que permanecía ausente en los filósofos clásicos del iusnaturalismo contractualista, en Hegel y en el pensamiento liberal, la teoría marxista, tal como la elaboraron Rosa, Lenin y Gramsci, ubica el eje de su reflexión. En ese sentido, el socialismo no constituye el heredero moderno, mejorado y perfeccionado del liberalismo moderno sino su negación antagónica” (Kohan, 2001: 112). También analizaremos la experiencia de los medios de alternativos, que en su concepción práctica constituyen pasos de avance en el desarrollo del tema de la libertad de prensa. Nos adentraremos además en la visión que se ofrece desde nuestro tercer mundo acerca del tema, teniendo en cuenta que desde la segunda mitad del siglo XX, y muchas veces desde un contexto de alternatividad, los países del sur han dejado escuchar su voz, sentando las bases para la construcción de unos medios de comunicación que rompan con la óptica globalizante. Por último, quisiéramos plantear los retos, a los que se enfrenta la construcción de una definición anticapitalista de libertad de prensa, en el contexto de un socialismo que sustituya el paradigma neoliberal hegemónico, en este siglo XXI que recién comienza. En el caso de los teóricos que se han planteado el estudio de la libertad de prensa, desde una visión crítica, es necesario distinguir entre aquellos que los han hecho en el contexto de la lucha por el poder, y los que han tenido en sus manos la construcción de un mundo distinto, con las ventajas y limitantes que semejante posición otorga. De este modo, es válido tener en cuenta que el socialismo real ha estado marcado por la contingencia, mientras que el socialismo teórico, lo ha estado por la utopía. Refiriéndose a la Revolución de Octubre, ya Gramsci señalaba: “el hecho esencial de la Revolución rusa es la instauración de un nuevo tipo de Estado (...) A eso tiene que atender la crítica histórica. Todo lo demás es contingencia condicionada por la vida política internacional, la cual significa para la Revolución rusa bloqueo económico, guerra en frentes de miles de kilómetros contra los invasores, guerra interna contra los saboteadores” (Gramsci, 1973: 57). Como en la Rusia de 1917, toda experiencia social que haya intentado romper con los cánones de la modernidad, ha sido sometida a un proceso de hostigamiento general (económico e ideológico), que ha obligado a sus líderes a asumir una posición de perenne contingencia, de

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perenne adaptación de la teoría a los vaivenes de una realidad cambiante. Algunos, como en la URSS, perdieron el rumbo y terminaron construyendo el sistema que habían negado. En el caso de la libertad de prensa, el pensamiento antisistémico se ha movido entre el pragmatismo leninista y el idealismo de Rosa Luxemburgo, entre la necesidad inmediata de supervivencia sistémica, y el llamado a defender la vocación humanista y democrática, raigal a la filosofía marxista. La clave, hasta el momento, parecerse ubicarse en el equilibrio entre una y otra posición. El revolucionario argentino Rodolfo Walsh escribió lo siguiente: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas” (Walsh cit. por Kohan, 2005: 77). Las páginas que siguen a continuación, se proponen compendiar la breve historia de ensayos y errores, que el movimiento en contra de la modernidad ha escrito acerca de los medios de comunicación y su función social; es decir, los primeros esbozos de una teoría, aún inconclusa, de la libertad de prensa pensada a contracorriente. 5.1. LA PRENSA MARXISTA: La obra de Marx y Engels nos brinda los primeros atisbos teóricos de una libertad de prensa que pretenda trascender los esquemas inherentes a la modernidad. Ambos pensadores se desarrollan en un contexto privilegiado de la historia del capitalismo moderno: las revoluciones burguesas de 1848. Estas tuvieron dos grandes significados para las ciencias sociales y el movimiento antisistémico mundial: representaron la primera gran ruptura entre burguesía y proletariado. Es decir, a partir de este momento, la clase antagónica por excelencia al modelo capitalista se separa del ideal burgués, del modo burgués de representar la existencia humana, comenzando así a apropiarse de una simbología propia como clase social. Por otra parte, se agudizan las “contradicciones derivadas del ascenso de una clase burguesa, que había revolucionado el desarrollo social y abría las puertas a ritmos de progreso muy superiores a los alcanzados hasta entonces, pero cuya naturaleza explotadora no podía más que entrar en conflicto con esa propia tendencia progresista y con los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que esa clase hegemónica preconizaba como valores universales” (Chaguaseda, 2005). La historia parecía indicar que las libertades proclamadas por el orden burgués no eran ni universales ni eternas, por lo que podían ser cuestionadas y superadas en el futuro. Probar científicamente lo que hasta el momento era una sospecha, resulta el principal aporte de Marx y Engels a las teorías de la libertad de prensa. Ambos desmontan la naturaleza del modelo de producción capitalista, dejando al descubierto el significado de clase inherente a cada una de estas libertades. Marx es también un periodista. En 1840, tras defender su tesis de filosofía, las circunstancias económicas lo inducen a adentrarse de lleno en esta actividad. Colabora primero con la Rheinsche Zeitung (La Gaceta Renana), de la que posteriormente llega a ser director, y más tarde funda la Neue Rheinsche Zeitung (Nueva Gaceta Renana). Asimismo, escribió asiduamente, junto a Engels, en el New York Daily Tribune entre 1850 a 1876. Su práctica periodística lo lleva a defender la necesidad de una prensa libre como vehículo para contrarrestar la opresión gubernamental. Basado en la experiencia de las gacetas renanas, censuradas una y otra vez, escribe acerca de la libertad de prensa. Sin embargo, el valor de estos trabajos, desde el punto de vista de la historia del concepto, debe ser visto a la luz de la época en que fueron elaborados, ya que responden a problemas más bien puntuales de la sociedad alemana del siglo XIX.

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Durante el 1848 europeo, la burguesía de esa nación intenta que el país se introduzca, como estado unificado, en el cauce de la modernidad. Mientras, en París, los obreros levantan barricadas, en Alemania se pretenden instaurar por vez primera los valores de 1789. La libertad de prensa clásica, como parte de los derechos individuales, es una de las principales demandas de los burgueses. La constitución prusiana de Frankfurt-am-Main (1848), redactada por intelectuales progresistas, así lo consigna: “Todo alemán tiene el derecho de expresar libremente sus opiniones de palabra, manuscritas, en letra de imprenta, en fotografías y en las artes gráficas. La libertad de prensa no deberá, bajo ninguna circunstancia y en ninguna forma, ser limitada, suspendida o prohibida” (Altschull, 1988: 74). El proyecto de Frankfurt nunca llegó a cuajar dentro de la política alemana, pero permitió durante un breve plazo el surgimiento de periódicos que criticaban la línea del gobierno, entre ellos la Neue Rheinsche Zeitung (Nueva Gaceta Renana), fundada por Carlos Marx. En su obra Revolución y contrarrevolución en Alemania, Federico Engels analiza, años más tarde, la coyuntura política que permitió la creación de este periódico. “La clase media, que, en parte, esperaba que el nuevo rey promulgase inmediatamente la Constitución y proclamase la libertad de prensa, el ejercicio de la justicia por tribunales de jurados, etc., etc., que proclamaría, en suma, él mismo la revolución pacífica que necesitaba la burguesía para alcanzar el poder político, las clases medias habían visto su error y se volvían ferozmente contra el rey. En la provincia del Rin y, más o menos generalmente, en toda Prusia, estaban tan desesperadas que, al experimentar en su propio medio falta de gentes capaces de representarlas en la prensa, fueron incluso a una alianza con la dirección filosófica extrema (...) El fruto de esta alianza era la Rheinische Zeitung, que se publicaba en Colonia. Si bien la clausuraron a los quince meses de su fundación, puédese considerar, sin embargo, que este diario fue el que dio comienzo a la prensa periódica en Alemania. Esto fue en 1842” (Engels, 1973: 320). La libertad de prensa que defiende Marx en este periódico, titulado “Órgano de la democracia” es muy similar a la libertad que pretenden proclamar los burgueses de Frankfurt48, es decir, es una libertad de prensa burguesa, que obedece a las particularidades de un contexto histórico determinado. La libertad de prensa en el Marx de la década del 40, es la libertad necesaria para que los obreros expresen sus puntos de vista dentro de la sociedad. Por algo similar abogaron Milton, Jefferson y el marqués de Mirabeau en su tiempo. Sin embargo, no debemos obviar la trascendental importancia del pensamiento de Marx en la historia de un concepto de libertad de prensa que pretenda rebasar a la modernidad, ya que Marx es el primer pensadorrevolucionario en la historia, que ve más allá del capitalismo, a partir de una perspectiva científica. Aboga por una libertad de prensa dentro del orden democrático burgués (mucho más libre que la autocracia del Káiser), para de este modo despertar en las masas una conciencia de clase y comenzar así la revolución contra el capital. Por tanto, el pensamiento de Marx sobre el tema de la libertad de prensa tiene dos líneas principales: 1/ La crítica a las libertades formales (que después desarrollaría Lenin con mucha mayor amplitud), y lo que Voyenne denomina 2/ El mesianismo proletario (Voyenne cit. por Coca, 1988: 42). Es decir, por una parte cuestiona los valores del orden que pretende 48

En la opinión de Vladimir Hudec, quien fuera decano de la Facultad de Periodismo de la Universidad Charles en Praga: “Ese diario [La Nueva Gaceta Renana] era una tribuna para la política democrática durante la revolución democrática burguesa, promoviendo dicha política de acuerdo con el espíritu del famoso Manifiesto del Partido Comunista, también publicado en 1848” (Hudec cit. por Altschull, 1988: 87).

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transgredir, y por otra se convierte en vocero y teorizador de la clase que protagonizará el cambio. Respondiendo a la censura sufrida por gran parte de sus artículos de esta época, Marx identifica dos tipos de limitaciones (externas e internas) que entorpecen el desarrollo de una prensa libre (Altschull, 1988). Dentro de las limitaciones externas ubica al conjunto de las restricciones oficiales, tales como la censura; en las internas, a la naturaleza misma del sistema. En el suplemento número 132 de La Gaceta Renana (mayo 1842) el joven Marx escribe: “Lo que se trata de saber es si la libertad de prensa es el privilegio de determinados individuos o el privilegio del espíritu humano. La esencia de la prensa libre es la esencia plena de carácter, racional y ética de la libertad” (Marx cit. por Coca, 1988). Según Marx, si los periodistas, el pueblo y la sociedad en general no estaban a favor de una prensa libre, no existiría modo de evitar la censura. “Cuando los periodistas abandonaban la esperanza de tener poder e influencia, cuando creían que cualquier cosa que escribieran no significaría diferencia alguna, y que los reportes disidentes conducirían a un castigo (...) el siguiente paso en un ambiente así era la pérdida del interés público en la participación en los asuntos públicos; con esta pérdida venía la desaparición de la fuerza creativa para una prensa libre y franca, así como de la condición de aceptación popular de una prensa libre y franca y sin ese ambiente la prensa está irremediablemente enferma” (Altschull, 1988: 92). Marx sienta las bases de una teoría crítica acerca de los valores del capitalismo. Este autor hace referencia al término ideología burguesa, que ve como un mecanismo de retención, producción y reproducción del poder mental, por parte de la clase que detenta el poder económico. Semejante concepción nos permite bajar del pedestal (más allá de la lucha de clases) donde la teoría moderna ubica a la concepción de libertad de prensa, y situarla en el contexto crítico de la ideología burguesa, en el contexto mercantil que rige las dinámicas de la modernidad. Con la genialidad que lo adelanta a la realidad del siglo XXI, Marx diría que “la primera libertad para la prensa consiste en no ser una industria” (Marx cit. por Coca, 1988). De este modo, el pensador alemán se convierte en el primer teórico que propone la deconstrucción de los mitos de la burguesía, que han pasado al sentido común de la gente como ideas-valores inamovibles. Marx invita a cuestionar el orden establecido, y para ello apunta que las clases explotadas deben ganar en conciencia, en el sentido de saberse explotadas, de conocer las bases de la dominación a la que se ven sometidas, primer paso para revertirla. Para ello asigna a la prensa una función distinta a la ya existentes: los medios de comunicación no serán reproductores del sistema, sino, todo lo contrario, prepararán el cambio. 5.2. REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE. LENIN Y LA LIBERTAD DE PRENSA: Bernard Voyenne opina que “el verdadero análisis marxista de la prensa lo formula Lenin y no Marx” (Voyenne cit. por Coca, 1988: 44). Si bien es cierto que cuando Lenin teoriza acerca la prensa no hace referencias explícitas al creador del comunismo científico, este último “expuso algunas ideas sobre la función de los periódicos y la libertad de prensa, escasamente elaboradas, pero que pueden servir como punto de referencia para saber dónde se encuentra el pensamiento de la izquierda sobre la prensa cuando Lenin se plantea la necesidad de un periódico obrero” (Coca, 1988: 45). Lenin es el primer teórico revolucionario a quien le corresponde la misión histórica de llevar adelante y mantener en el poder un movimiento anticapitalista. Cuando accede al Kremlin

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encuentra un país agotado, económica e ideológicamente, por la Primera Guerra Mundial, una sociedad donde las estructuras civiles apenas existen y prevalecen rasgos propios del sistema feudal, un proletariado con escasa conciencia de clase y una masa hambrienta de campesinos cuyo único objetivo es la supervivencia. Luego de conseguir la paz con el exterior, se sobrevivo una guerra civil y la presión de las potencias extranjeras, que pretenden suprimir a sangre y fuego la experiencia soviética. A estas condicionantes se sobrepone el genial pragmatismo de Lenin, quien sienta las bases de un modelo socialista contingencial. A la hora de analizar los postulados de Lenin acerca de la libertad de prensa, es preciso trazar una línea divisoria entre los acontecimientos posteriores a la Revolución de Octubre y la lucha precedente. De este modo, antes de 1917 la prensa es vista como un instrumento para la alcanzar el poder, y luego de la Revolución, es un vehículo para conservarlo y construir al mismo tiempo una sociedad que rompiera con el patrón mercantilista propio de la modernidad. “El antes está caracterizado por incluir a los periódicos dentro de los instrumentos de partido para conseguir derrocar la autocracia y alzarse con el poder. El después, por ser un instrumento de la construcción del socialismo, en especial en lo referente a la cuestión económica. En ambas etapas, el objetivo de la prensa es inseparable del objetivo del partido” (Coca, 1988: 155). En su análisis histórico de la evolución del pensamiento leninista con respecto al tema de la libertad de prensa, César Coca considera que “en su conjunto, el pensamiento de Lenin sobre la libertad de prensa o, de forma más general, la libertad de expresión, tiene una coherencia política indudable con sus planteamientos acerca de la lucha revolucionaria y el Estado socialista” (Coca, 1988: 161). Antes de la Revolución, Lenin demanda en reiteradas ocasiones la libertad de prensa clásica (dentro del orden burgués) como una vía legal para dar a conocer el programa político de su partido. Por ejemplo, a comienzos de 1902, trabaja de manera activa, desde la redacción de Iskra, en el Proyecto de programa del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. El mismo incluía el derrocamiento de la autocracia y la instauración de un régimen de libertades burguesas, en el que se incluye la libertad de prensa. Aunque Lenin conoce perfectamente la esencia del modelo liberal, entiende que, en ese momento histórico, resultaba la opción política más progresiva de entre las existentes. Su pensamiento con respecto al tema no cambia significativamente hasta la revolución de 1905. A raíz de la apertura democrática que provocó este estallido, Lenin afirma: “En Rusia existe ahora, a despecho de las leyes, una libertad de palabra, de reunión y de prensa incomparablemente mayor que hace diez años, que hace un año, pero de ella sólo se benefician en medida más o menos apreciable los periódicos burgueses y las asambleas liberales” (Lenin cit. por Coca, 1988: 167). A partir de este momento, las críticas al modelo liberal de prensa se hacen cada vez más recurrentes, aunque no es hasta después de 1917 que Lenin propone un modelo alternativo al canon burgués. En el período entre febrero y octubre de 1917, Lenin lucha dentro del marco de las instituciones liberales. Seis semanas antes de la Revolución de Octubre, publica un artículo donde presenta “su análisis más completo de la libertad de prensa” (Altschull, 1988: 100). En esa época, el principal periódico bolchevique, Pravda, debía competir con el resto de las publicaciones burguesas en un mercado desigual. Escribe Lenin: “Los capitalistas (...) llaman libertad de prensa a una situación en que la censura ha sido suprimida y todos los partidos editan sin trabas cualquier periódico. En realidad, esto no es libertad de prensa, sino libertad para los ricos, para la burguesía, de engañar a las masas oprimidas y explotadas del pueblo (...) La

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edición de un periódico es una empresa capitalista grande y lucrativa, en la cual los ricos invierten millones y millones de rublos. La libertad de prensa en la sociedad burguesa significa libertad para que los ricos engañen, corrompan, burlen con millones de ejemplares a las masas explotadas y oprimidas del pueblo, a los pobres, de un modo sistemático, continuo, cotidiano” (Lenin, 1969: 188). Lenin, dentro de la legalidad burguesa, propone una serie de “correcciones” al ideal burgués, que permitan un mejor funcionamiento práctico del mismo. “Se trata de garantizar, por una parte, un acceso real de los trabajadores a los medios de comunicación; por otra, como Lenin sabe que editar un periódico requiere fuertes sumas de dinero, va a intentar que los periódicos obreros, que en muchos casos andaban escasos de fondos o se tiraban con muy pocos medios, puedan competir directamente con los de la burguesía. Este será, lógicamente, el primer paso. No transcurrirá mucho tiempo antes de que esos periódicos de la burguesía sean clausurados por contrarrevolucionarios” (Coca, 1988: 191). En el artículo Las tareas de la revolución, publicado en Rabochi Put dos semanas antes de la toma del palacio de Invierno, es aún más radical: “Es necesario clausurar los periódicos burgueses contrarrevolucionarios (Riech, Rússkoie Slovo, etc), confiscar sus imprentas, declarar monopolio del Estado los avisos privados en los periódicos, transferirlos al periódico publicado por los soviets, periódico que dice la verdad a los campesinos” (Lenin cit. por Coca, 1988: 174). Según César Coca, Lenin “parece apuntar ya aquí su deseo de arrebatar para siempre a la burguesía su derecho a expresarse, ya que este derecho amenaza a la revolución” (Coca, 1988: 174). El pensamiento de Lenin, que a juicio de George Sabine, “se había caracterizado por su flexibilidad, su habilidad para adaptar el partido a todas las situaciones con el único fin de realizar la revolución” (Sabine, cit. por Coca, 1988: 178) sigue este patrón en el tema de la libertad de prensa. Luego de haber triunfado el levantamiento de octubre, Lenin teoriza acerca de los medios de comunicación en el socialismo. “El gobierno Obrero y Campesino entiende por libertad de prensa la emancipación de la prensa del yugo del capital, el paso de las fábricas de papel y de las imprentas a propiedad del Estado y la concesión a cada grupo de ciudadanos que alcancen cierto número (por ejemplo 10 mil) de igual derecho a disfrutar de la parte correspondiente de las reservas de papel de la cantidad correspondiente de trabajo tipográfico” (Lenin, 1969: 255). En este documento, titulado Proyecto de resolución acerca de la libertad de prensa, el autor compara los conceptos de libertad de prensa capitalita y socialista, y expresa la característica que a su juicio los distingue: la propiedad sobre los medios de producción. Aunque la práctica demostró que no basta con nacionalizar las empresas dedicadas a la comunicación para terminar de un golpe con los mecanismos de reproducción de la modernidad, el criterio economicista de Lenin constituye un paso de avance en la historia de una teoría acerca de la prensa más allá del capitalismo. Posteriormente, autores como Gramsci y Althusser se propondrán matizar esta concepción. Una de las primeras medidas que toma el gobierno soviético es la estatalización paulatina de los medios de comunicación. Para ello Lenin nombra en 1917 una comisión que investiga los vínculos entre las publicaciones periódicas con el capital financiero, las fuentes de ingreso de los periódicos y otros recursos, la naturaleza de sus donantes, la forma en que cubrían sus déficits y todos los bienes de los periódicos en general. En un artículo titulado Acerca del carácter de nuestros periódicos, de septiembre de 1918, Lenin aclara que en toda sociedad dividida en clases, los derechos tienen carácter de clase. Lo que es derecho para unos es

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privación del mismo para otros. La libertad de expresión está en manos de la clase dominante, que son los que pueden pagar periódicos, periodistas, papel prensa, rotativas, agencias de noticias, y redes de distribución. “Hablar de democracia pura, de democracia en general, de libertad, de espíritu popular, cuando los obreros y todos los trabajadores están hambrientos, desnudos, arruinados, torturados (...) mientras los capitalistas y los especuladores continúan poseyendo la propiedad robada y el aparato existente del Poder del Estado, es burlarse de los trabajadores y los explotados” (Lenin, 1961b: 12). A comienzos de la Revolución Lenin había definido la libertad de prensa como la posibilidad de “hacerse pública las opiniones de todos los ciudadanos”. (Lenin, 1969: 250) Sin embargo, en un radical discurso pronunciado el 17 de noviembre de 1917 dice “Tolerar la existencia de esos periódicos [los burgueses] significa dejar de ser socialistas” (Lenin, 1959: 250). Y agrega: “Debemos abandonar esa libertad de prensa [la burguesa] dependiente del capital (...) Si marchamos hacia la revolución social no podemos agregar a las bombas de Kaledin las bombas de la mentira.” (Lenin, 1969: 258) El líder soviético propone como misión de la prensa el sostener la lucha de clases, y para él esta función en el tránsito del capitalismo al socialismo consiste en “proteger los intereses de la clase obrera contra (...) los grupos, las capas de obreros que se aferran tenazmente a las tradiciones (costumbres) del capitalismo y siguen manteniendo ante el Estado soviético la misma actitud que ante el Estado burgués.” (Lenin, 1969: 271) En este sentido Lenin insiste en que los obreros y campesinos se acerquen cada vez más a los periódicos como protagonistas-redactores del cambio social. Armand Mattelart ve en ello un intento por retornar la comunicación, ya que Lenin “quiere revisar las relaciones de los trabajadores, no sólo frente a los medios de producción material, sino también a los medios de producción ideológica” (Mattelart cit. por Coca, 1988: 59). César Coca refuta esta opinión, afirmando que “lo que pretende [Lenin] es que los trabajadores sientan que el periódico es suyo no sólo porque refleja sus problemas y denuncia su situación, sino también porque incluye algunos de sus textos” (Coca, 1988: 60). Esta idea se acerca más a la concepción leninista del partido de vanguardia, que por otra parte era la única vía de llevar adelante un proceso revolucionario en una sociedad como la rusa de principios del siglo XX, donde las estructuras de la sociedad civil y los propias clases sociales, se encontraban muy poco desarrolladas para adquirir un mayor protagonismo. Sin embargo, el llevar adelante una revolución de este tipo implicaba un estrecho contacto con la masa, que permitiera que la vanguardia partidista no perdiera el sincronismo con la base, sobre cuyos hombros se apoyaba la transformación social. Además, existía toda una tradición dentro de la prensa del partido bolchevique, que a lo largo su existencia se había valido de cuadros profesionales para editar las publicaciones periódicas. Esta concepción de la prensa como instrumento de la vanguardia partidista tiene sus ventajas en un contexto de crisis como el soviético: acelera la transformación social y se convierte en mecanismo eficaz de construcción del consenso. Pero por otra parte, de prolongarse indefinidamente la división entre el partido (como grupo dirigente-emisor) y la masa (dirigidareceptora), la Revolución pierde el significado para estas últimas, que no se ven representadas directamente en el poder, y no desarrollan por tanto una conciencia propia, que las haga capaces de asumir, defender y mejorar el modelo en construcción. De Lenin parte la crítica histórica de la izquierda a la libertad de prensa en lo referente a la propiedad de los medios, como condición fundamental para el ejercicio del derecho. Para el VII congreso extraordinario del Partido Comunista Ruso (bolchevique), celebrado en marzo de 1918, “el centro de gravedad se traslada del reconocimiento formal de las libertades (tal como

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era bajo el parlamentarismo burgués) a la garantía de un verdadero disfrute de libertades por los trabajadores que están derrocando a los explotadores. Por ejemplo, (...) del reconocimiento de la libertad de expresión a la entrega de las mejores imprentas a los obreros” (Lenin cit. por Coca, 1988: 193). Lenin otorga a los medios de la nueva sociedad la función explícita de apoyar al Estado socialista en construcción, por lo que los periódicos “son un instrumento del partido primero y del partido y el Estado después, que ayuda a ambos a cumplir su misión histórica” (Coca, 1988: 156). La teoría leninista acerca de la libertad de prensa gira en torno a este planteamiento. Numerosos autores (Montalbán, Álvarez Timoteo, Altschull) ven en este punto la principal diferencia entre el modelo soviético de prensa y el liberal. Sin embargo, esta opinión debe ser matizada. En los últimos cuatrocientos años las sociedades capitalistas han perfeccionado un modelo de libertades, que permiten alcanzar la hegemonía mediante mecanismos de construcción del consenso, lo cual tolera un margen de ajuste entre las diferentes instancias de la sociedad, siempre y cuando no se comprometan las bases del sistema. El socialismo de Lenin tenía que apoyarse en la unidad de todas las fuerzas revolucionarias como única alternativa, no sólo para construir un modelo postcapitalista, sino para sobrevivir un presente de asedios internos y externos. Posteriormente, el PCUS de Stalin y sus sucesores, se basó en la teoría leninista de prensa para justificar el modelo comunicativo de la Unión Soviética. El mismo no sólo restringía el margen de debate, crítica y reflexión a temas que pudiesen comprometer la estabilidad del sistema. También ampliaba el radio restrictivo a prácticamente todos los aspectos de la sociedad, estableciendo un modelo vertical que funcionó en detrimento de la concientización de las masas (adquisición de una conciencia crítica), un aspecto en el que tanto insistieron los fundadores del marxismo, como único camino para vencer la subjetividad capitalista e integrar a todas las instancias sociales bajo un objetivo común. Pero hay que tener en cuenta que los postulados leninistas acerca de la prensa obedecen a una determinada fase de la historia de la Revolución bolchevique, el momento de despegue y radicalización del proceso, el momento de formación de la institucionalidad socialista. En 1917 y hasta su muerte, Lenin contaba con el triunfo inminente del movimiento obrero en Europa, por lo que la victoria soviética sería el primer paso de una revolución continental que marcaría el fin del sistema capitalista, y el fin, según el marxismo clásico, del Estado coercitivo dividido en clases. Mientras la revolución mundial no se produjera, había que garantizar la independencia soviética de las potencias occidentales, y transformar al país de cara a un modelo socialista. Lenin postula la formación de un Estado transicional, que aunque será coercitivo, romperá con el orden burgués: “Antes era la coerción contra todo el pueblo por parte de un puñado de ricachones; nosotros queremos hacer del Estado una institución que obligue a cumplir la voluntad del pueblo. Nosotros queremos organizar la violencia en nombre de los intereses de los trabajadores” (Lenin, 1961b: 7-8). Con su realismo característico, Lenin se propone resolver los problemas más acuciantes del momento. En 1917, la continuidad del proceso depende de que el nuevo Estado logre nacionalizar las industrias y las tierras en manos de los capitalistas, vencer la invasión extranjera, y ocupar las infraestructuras sociales burguesas, comenzando así a crear una subjetividad socialista. Los medios de comunicación deben estar al servicio de los revolucionarios. “Lo que antes se llamaba libertad era la libertad de la burguesía para engañar apoyándose en sus millones, la libertad de utilizar sus fuerzas con ayuda de este engaño. Con la burguesía y con semejante libertad hemos rotos para siempre” (Lenin, 1961b: 7). Lenin plantea un modelo de libertad de prensa que obedece a las condicionantes de una agresión

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directa, de una sociedad que ha de pelear en una guerra que exige la movilización de todos sus miembros. No obstante, el modelo leninista no podía estar preparado para el desgaste de un conflicto de baja intensidad que duró más de cincuenta años, y que conllevaba unos medios de comunicación que, sin perder de vista la clase social a la cual respondían, apoyaran al mismo tiempo en la construcción de un socialismo mucho más participativo que el realmente existente. Sin embargo, el principal aporte de Lenin a la teoría de la libertad de prensa, radica en que avizora una concepción de los medios de comunicación más allá del círculo restringido por los intereses del mercado. “La verdadera libertad e igualdad sobrevendrán en el régimen que están creando los comunistas, en el cual no existirá la posibilidad de enriquecerse a costa de otros, no existirá la posibilidad objetiva de subordinar ni directa ni indirectamente la prensa al poder del dinero, no habrá obstáculos para que todo trabajador (o grupo de trabajadores, cualquiera que sea su número) tenga y disfrute el mismo derecho a utilizar las imprentas y el papel que pertenecerán a la sociedad” (Lenin, 1969: 270). 5.3. ROSA LUXEMBURGO, POR UN SOCIALISMO HUMANISTA: Fernando Martínez Heredia ubica a Rosa Luxemburgo, dentro de la teoría marxista “entre los viejos de la segunda década del siglo XX europeo, relacionados con el impulso formidable abierto por la Revolución de Octubre, que continúa en la tercera década –en el caso de Gramsci- y va a morir en los años 30 de Hitler y Mussolini, de Stalin y la Guerra de España” (Martínez Heredia, 2001b: 150). Sin embargo, la líder socialista alemana Rosa Luxemburgo (1871-1919) fue una de las pocas figuras históricas cuyos planteamientos han sido manipulados, tanto por la historiografía burguesa, como por los manuales de la desaparecida Unión Soviética. Los primeros encontraron en su teorización acerca de la libertad de prensa, una manera de criticar las posiciones de Lenin, desde un socialismo que parecía plegarse a las libertades universales de la modernidad. Los segundos vieron en Rosa una militante que de buena intención ofrendó su vida defendiendo valores pequeñoburgueses, totalmente errados desde el punto de vista de la construcción canónica del socialismo europeo. Para ambas corrientes de pensamiento, la obra de Rosa Luxemburgo resultaba incómoda. Por una parte, la autora lleva las libertades míticas del sueño burgués a una realidad posible, a materializarse a partir de una revolución social. Por otra, su ideal de socialismo participativo y democrático, su interpretación crítica del marxismo, se enfrentó al ostracismo y la mediocridad teórica en que vino a convertirse la experiencia soviética. Rosa polemiza con Lenin en dos oportunidades, de ahí que fuese descuidada posteriormente por la historiografía de los manuales. La primera, a través de un artículo de 1904, titulado Cuestiones de organización de la socialdemocracia rusa. En el mismo crítica el célebre trabajo del líder soviético, Un paso adelante, dos pasos atrás. Según la opinión del profesor Aurelio Alonso, “el centro de sus argumentos discrepantes con el ensayo de Lenin de 1904, se vincula a lo que ella llama el ultracentrismo de la postura leninista, a las actitudes que critica de blanquismo, y también en algún momento de jacobinismo” (Alonso, 2001: 165). En este artículo, Rosa se muestra en desacuerdo con la concepción leninista, según la cual los órganos superiores del partido detentan todo el poder sobre la base. De este modo, Rosa se adelanta a Gramsci, esbozando la fórmula del consenso en el camino hacia la democracia, viable también en una sociedad socialista. “Si la táctica del partido es el producto no del comité central sino del conjunto del partido o, mejor aún, del conjunto del movimiento obrero, es evidente que las secciones y federaciones necesitan de esa libertad de

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acción que es la única que les permite utilizar todos los recursos de una situación y desarrollar su iniciativa revolucionaria. El ultracentrismo defendido por Lenin se nos aparece como impregnado no ya de un espíritu positivo y creador, sino más bien del espíritu estéril del vigilante nocturno. Toda su preocupación está dignada a controlar la actividad del partido y no a fecundarla, a restringir el movimiento antes que a desarrollarlo, a destrozarlo antes que a unificarlo” (Luxemburgo, 1978: 197). El segundo momento de la polémica se produce a través de un artículo de 1918, titulado La Revolución Rusa. El mismo “comporta un profundo reconocimiento y un claro elogio del bolchevismo (...) con una carga muy fuerte de prevención en torno a los peligros de la delimitación, de delimitar las libertades; y sobre la necesidad de concebir el socialismo a través de la democracia, y de las libertades” (Alonso, 2001: 166). En esta polémica el tema de la libertad de prensa alcanza un papel protagónico. Rosa considera que “sin una prensa libre y sin trabas, sin una libertad de reunión y de asociación ilimitada, es totalmente inconcebible precisamente el dominio de las amplias masas populares” (Luxemburgo, 1977: 584), ya que “la libertad sólo para los partidarios del gobierno, sólo para los miembros de un partido –por numerosos que puedan ser- no es la libertad. La libertad es siempre únicamente la del que piensa de otra manera. No es por ningún fanatismo de justicia, sino porque todo lo que de pedagógico, saludable y purificador tiene la libertad política, depende de esta condición y pierde toda eficacia si la libertad se convierte en un privilegio” (Luxemburgo, 1977: 585). Resulta clave para el devenir histórico del pensamiento socialista y la libertad de prensa, la visión que Rosa Luxemburgo tiene del Estado, ya que por vez primera trasciende la concepción meramente coercitiva desde la cual lo habían enfocado los fundadores del marxismo. Según Lenin “el Estado burgués es un instrumento para la opresión de la clase obrera, el socialista para la opresión de la burguesía. Sería en cierto modo el Estado capitalista vuelto al revés. Pero esta concepción simplificada no tiene en cuenta lo que es más esencial: el dominio de clase burgués no precisa de la educación y del entrenamiento político del conjunto de la masa popular, por lo menos no más allá de un cierto límite. Para la dictadura proletaria, sin embargo, es una condición de vida, es como el aire, en su ausencia no puede existir” (Luxemburgo, 1977: 584). De este modo la libertad de prensa que nos propone en el socialismo, es el instrumento que permite la creación, difusión, y constante ampliación de una subjetividad socialista, de un proceso de construcción de la hegemonía por parte del proletariado que ostenta el poder. “Una cosa es segura, incontestable, sin una prensa libre y sin trabas, sin la libertad de reunión y asociación, la dominación de las amplias capas populares es imposible (...) La tarea histórica del proletariado cuando toma el poder es la de sustituir la democracia burguesa por la democracia socialista, y no la de suprimir toda democracia. La democracia socialista no empieza en la Tierra Prometida cuando la infraestructura de la economía socialista esté ya creada (...) La democracia socialista empieza por la destrucción de la hegemonía (burguesa) y la construcción del socialismo (...) Pero esa dictadura (del proletariado) tiene que ser la obra de la clase y no de la pequeña minoría que dirige en nombre de la clase, es decir, ella debe ser la expresión leal y progresiva de la participación activa de las masas, ella debe sufrir constantemente su influencia directa, estar bajo control de la opinión pública en su conjunto, manifestar la educación política consciente de las masas populares” (Luxemburgo, 1977: 591). La Luxemburgo apoya la visión leninista de la dictadura del proletariado, sólo que aclara que el gobierno revolucionario tiene que “ejercer la dictadura, pero la dictadura de la clase, no la de un

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partido o la de una camarilla, es decir, ha de conducirse a la más amplia luz pública, con la más activa y libre participación de las masas, con una democracia sin trabas” (Luxemburgo, 1977: 590). La prensa, bajo el socialismo, apoyaría la participación de las masas en su relación con los dirigentes, así como velaría por la integridad de sus actos. La autora establece también puntos en común con la crítica leninista a las libertades burguesas, vacías de contenido real en un estado dividido en clases sociales. Pero al mismo tiempo, señala la necesidad de apoyarse en esas libertades planteadas en teoría por el discurso de la modernidad para, en un Estado socialista, validarlas. “Nosotros distinguimos siempre el núcleo social de la forma política de la democracia burguesa, desvelamos siempre el amargo núcleo de desigualdad social y de falta de libertad que se esconde debajo de la dulce cáscara de la igualdad y la libertad formales, pero no para rechazar estas, sino para estimular a la clase obrera a que no se conforme con la cáscara, sino más bien que se haga con el poder para llenarlo de un nuevo contenido social” (Luxemburgo, 1977: 590). Rosa parece adelantarse a los problemas que, más de medio siglo después, acabarán con el socialismo europeo. “El presupuesto tácito de la teoría de la dictadura en el sentido leninistatrotskista es que la revolución socialista es una cosa para la que existe una receta acabada que está en el bolsillo del partido revolucionario y que sólo basta con emplear la energía para hacerla realidad” (Luxemburgo, 1977: 585), y “Las masas populares, en su conjunto deben participar. En caso contrario, el socialismo se decreta, se impone desde la mesa de gabinete de una docena de intelectuales” (Luxemburgo, 1977: 586). Antepone además la libertad de prensa como un freno a la burocracia: “Sin elecciones generales, sin libertad de prensa y de reunión ilimitada, sin una lucha de opiniones libre, la vida se mengua en todas las instituciones públicas, vegeta, y la burocracia queda como el único elemento activo” (Luxemburgo, 1977: 587). No obstante, la polémica entre Rosa Luxemburgo y Lenin debe ser matizada. “Es cierto que [Rosa] escribió desde la cárcel, pero no sólo escribió desde la cárcel. Ella escribió desde una sociedad mucho más avanzada que la rusa y desde el partido que lideraba el escenario socialista mundial de la época. Y podemos decir incluso, que Rosa tuvo la ventaja de escribir desde fuera, mientras que Lenin escribía desde dentro” (Alonso, 2001: 168). Por otra parte, no se puede perder de vista la misión histórica que pesaba sobre los hombros de Lenin: construir el socialismo en un país invadido por catorce naciones occidentales, la economía destruida, y grados ingentes de analfabetismo y subdesarrollo en la población. La propia autora aclara que “los bolcheviques habrían procedido en estos términos si no hubiesen sufrido la presión terrible de la guerra mundial, de la ocupación alemana y de todas las enormes dificultades aparejadas con ellas que no podían no deformar cualquier política socialista por mucho que estuviese llena de las mejores intenciones y de los más bellos principios” (Luxemburgo, 1977: 591). Pero al mismo tiempo insiste en que “lo peligroso empieza allí donde de la necesidad hacen virtud, cuando quieren fijar teóricamente en todos sus pasos una táctica que les ha sido impuesta por esas fatales condiciones y se la quieren recomendar para su imitación al proletariado internacional en calidad de modelo de la táctica socialista” (Luxemburgo, 1977: 592). En general, la teoría de la Luxemburgo acerca de la libertad de prensa y las libertades en general dentro del socialismo, constituyen el complemento humanista al pensamiento de Lenin, de gran validez para una propuesta postcapitalista que se adecue a las realidades del mundo actual. Además, sus argumentos tienen validez en el sentido de que nos permite comprender y

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superar los errores del socialismo soviético, cuyo partido comunista, con más de veinte millones de militantes, desapareció de la noche a la mañana, prácticamente sin oponer resistencia (Acanda, 2001). Rosa está abogando por una democracia diametralmente opuesta a la burguesa. Los que pretendieron “desempolvarla” durante el epílogo de la Guerra Fría, olvidaron de forma intencionada su profunda crítica a corrientes como el oportunismo y el revisionismo de Bernstein, presente, por ejemplo en artículos como ¿Reforma o Revolución?. “Esa idea lleva a centrar la atención en la necesidad de construir un sistema de relaciones sociales que genere la posibilidad de producir un pensamiento diferente al que ha dominado desde hace milenios, desde el alborear de la sociedad dividida en clases (...) Cuando Rosa sobrepasa la consigna burguesa de libertad de pensar para enfatizar en la necesidad de pensar de otra manera (...) alerta sobre la necesidad de que el socialismo produzca las condiciones para que las personas puedan pensar cada uno con su cabeza, para que exista lo que Gramsci defendía como pensamiento crítico y coherente” (Acanda, 2001: 187). Su valor dentro de una historia de la libertad de prensa que trascienda la modernidad, radica en que esta autora traza las coordenadas ideales del concepto, la meta que no debe perderse de vista en una construcción socialista siempre marcada por las dificultades: un futuro de libertad y participación, de verticalidad de los procesos comunicativos, de constante retroalimentación entre la base y los órganos superiores del partido transformador. Parafraseando a Carlos Núñez, para levantar el futuro, debemos soñarlo primero. 5.4. EL MODELO SOVIÉTICO: La historia de la libertad de prensa en el modelo soviético, se divide en dos etapas: 1/ La concepción leninista gestada a partir de octubre de 1917, y 2/ La prensa y la libertad de prensa tras la muerte de su líder histórico, y la asunción de Stalin, en 1928. Más allá de las críticas que pudieran hacerse a la primera, es innegable su carácter revolucionario, ya que asigna a la prensa la función de agente transformador de la sociedad existente, de vehículo para el desarrollo de una subjetividad postcapitalista. El modelo de Lenin fue pensado para un período contingencial de la historia del socialismo soviético, los primeros años de la Revolución, por lo que no estaba preparado para adaptarse a la sociedad que sobrevino tras su muerte. En tiempos de Lenin, el principal peligro para la existencia del socialismo provenía del frente burgués, por lo que el líder comunista nunca pensó en una prensa que pudiese servir de freno a la gestión gubernamental de la futura burocracia, que permitiera al mismo tiempo la construcción de un consenso revolucionario. Hasta su muerte, Lenin esperó el estallido revolucionario europeo, a producirse de un momento a otro, que daría al traste con la modernidad y el Estado coercitivo dividido en clases. Nunca le hubiera pasado por la mente la recuperación del capitalismo occidental, y el aislamiento del nuevo estado de obreros y campesinos, que hubo de convivir, por más de medio siglo, con las naciones burguesas. “¿Quién iba a preocuparse de las consecuencias que pudieran tener para la revolución, a largo plazo, las decisiones que había que tomar en ese momento, cuando el hecho de no adoptarlas supondría liquidar la revolución y haría innecesario tener que analizar, en el futuro, cualquier posible consecuencia? Uno tras otro se dieron los pasos necesarios y cuando la nueva república soviética emergió de su agonía, se descubrió que conducían en una dirección muy distinta de la que había previsto Lenin en la estación de Finlandia” (Hobsbawn, 2004: 71).

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Al asumir el poder J. V. Stalin (1879-1953), comienza en la URSS un proceso general de institucionalización de la sociedad soviética, lo que conllevó un “aplazamiento” del ímpetu revolucionario (la construcción del socialismo en un solo país, contra la posición trotskista de revolución permanente), y la adopción paulatina de un discurso cada vez más reaccionario, que pretendió sepultar todo vestigio de conciencia crítica bajo la fuerza mayor de una dictadura personal. En 1927, Stalin dice: “No tenemos libertad de prensa para la burguesía, no tenemos libertad de prensa para los mencheviques y los socialistas revolucionarios, que, entre nosotros, representan los intereses de la burguesía vencida y sometida” (Stalin cit. por Montalbán, 2003: 118). Con lo anterior, lleva hasta al absurdo el modelo leninista de libertad de prensa, el cual postula que en un estado coercitivo dividido en clases, la libertad de expresión debe ser ejercida únicamente por la clase hegemónica. No obstante, en su crítica a los mencheviques y socialistas revolucionarios, “Stalin está condenando cualquier posibilidad legal de tendencias dentro del propio partido, tal como las quería Trotski y que habrían dado lugar a una prensa libre no contrarrevolucionaria” (Montalbán, 2003: 118). Según la opinión del profesor Vázquez Montalbán, “el esquema stalinista responde de alguna manera a un silogismo: El partido es la vanguardia obrera / La clase obrera está en el poder porque lo tiene el partido / Luego la clase obrera está en el poder (...) se desprende [de este silogismo] la imposibilidad quasi metafísica de que la clase obrera puede discrepar del poder, porque sería algo así como discrepar de sí mismo” (Montalbán, 2003: 118). Desde el punto de vista filosófico, la definición stalinista de libertad de prensa niega los postulados de Lenin y Marx con respecto al tema. La misma se basa en la idea de un socialismo donde el ser humano pierde su esencia, sumido en una lucha economicista entre fuerzas productivas y medios de producción. En el marxismo de Stalin, las fuerzas productivas se basaban en el desarrollo de la tecnología y la industria, estableciendo un paralelo entre el crecimiento de las producciones (por ejemplo, el acero) y el avance del socialismo. Sin embargo, Marx pensaba todo lo contrario. En su obra La Miseria de la filosofía (1847), “sostiene que la principal fuerza productiva no es la tecnología, es la clase revolucionaria” (Kohan, 2005: 122). Escribe Marx que “la existencia de una clase oprimida es la condición vital de toda sociedad fundada en la contradicción de clases. La emancipación de la clase oprimida implica, pues, necesariamente la creación de una sociedad nueva. Para que la clase oprimida pueda librarse, es preciso que las fuerzas productivas ya adquiridas y las relaciones sociales vigentes no puedan seguir existiendo una al lado de las otras. De todos los instrumentos de producción, la fuerza productiva más grande es la propia clase revolucionaria” (Marx cit. por Kohan, 2005: 122). El socialismo real soviético analizaba el fenómeno desde otro enfoque. Luego de desarrollarse las fuerzas productivas, estas chocaban con las relaciones de producción, y de esta coalición “surgía” una nueva superestructura, conformada por nuevas instituciones jurídico-políticas y nuevas formas de conciencia social. En este esquema, el individuo, el revolucionario como agente de cambio social, simplemente se diluye. La traducción de esta visión al tema de la libertad de prensa se refleja en el mito estructural soviético, que dice que basta con independizar la estructura (imprentas, papel, etc.) de las redes del capital, para que la prensa sea libre. De este modo, “como están independientes del mercado, de los avisadores, los periodistas soviéticos gozan de una plena libertad para su actividad creadora” (Berezhnoi, 1986: 141).

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La incompatibilidad existente entre la libertad de prensa y el diseño social estalinista, representó un camino equivocado en la construcción de una sociedad distinta al canon que ofrece la modernidad. Por sus mismas carencias, el modelo soviético ha sentado pautas en la historia de una libertad de prensa vista a corriente. Para muchos, el socialismo real europeo constituye el Socialismo –con mayúsculas-, única alternativa posible a donde habrán de conducirse los países que pretendan romper con las leyes del mercado. Sin embargo, es evidente que aquel no era el único camino posible. Estudiando los errores cometidos por el socialismo real, las experiencias futuras podrán trascender la visión economicista del marxismo, rescatando su carácter crítico y revolucionario. 5.5. ANTONIO GRAMSCI: PRENSA, HEGEMONÍA Y LIBERTAD: La obra del revolucionario italiano Antonio Gramsci (1891-1937), no sólo nos permite desentrañar las dinámicas del sistema de producción-dominación capitalista, a partir de una visión que “actualiza” el marxismo ortodoxo, a la realidad de un capitalismo “evolucionado”, donde las fórmulas de coacción han dado paso a elaborados mecanismos de construcción del consenso49. Al mismo tiempo, Gramsci nos brinda algunas claves teóricas de importancia, sobre las cuales podemos erigir una definición de libertad de prensa que pretenda trascender el radio restrictivo que impone la modernidad. Debido en parte al confinamiento sufrido, pero sobre todo a la originalidad de su pensamiento, es que Gramsci trasciende sin dificultad el marxismo economicista, gestando en la URSS de los años treinta. Por tanto, su obra se acerca a las dinámicas del siglo XXI, desde una perspectiva renovadora, que permite dar continuidad a las concepciones del marxismo clásico, sobre las cuales el líder italiano construye su teoría del socialismo. De este modo, Gramsci “piensa el problema de la transformación social en una perspectiva estrictamente política: no está tan preocupado por el examen de los mecanismos económicos de la sociedad capitalista (el aspecto más elaborado en la tradición marxista) cuanto por el análisis de las instituciones habitualmente denominadas superestructurales” (Pereyra, 2002: 200). Gramsci exhorta en la creación de una subjetividad propia, por parte de las clases subalternas, que permita la consecución de una verdadera hegemonía. El teórico de las superestructuras, como también se le ha llamado, insiste en el papel de la lucha ideológica en la construcción del socialismo. Semejante tesis proviene de la definición gramsciana de Estado. En la teoría clásica del marxismo, el concepto de Estado “generalmente se entiende como sociedad política (o dictadura, o aparato coactivo para configurar la masa popular según el tipo de producción y la economía de un momento dado), y no como un equilibrio de la sociedad política con la sociedad civil (o hegemonía de un grupo social sobre la entera sociedad nacional, ejercida a través de las organizaciones que suelen considerarse privadas, como la iglesia, los sindicatos, las escuelas, etc.)” (Gramsci, 1973: 272). Visto de este modo, la libertad de prensa no es un “reflejo” de determinadas relaciones de producción, sino parte de un sistema ideológico que

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“Era necesario pasar de la guerra de movimiento, victoriosamente aplicada en Oriente al año 17, a la guerra de posición o de trinchera, que era la única posible en Occidente (...) en Oriente, el Estado lo era todo, la sociedad civil era primaria y gelatinosa; en Occidente, en cambio, había una correlación eficaz entre el Estado y la sociedad civil, y en el temblor del Estado podía de todos modos verse en seguida una robusta estructura de la sociedad civil. El Estado era sólo una trinchera avanzada, detrás de la cual se encontraba una robusta cadena de fortalezas y fortines; con diferencias entre los Estados, naturalmente, pero eso era precisamente lo que requería un cuidadoso reconocimiento del carácter nacional” (Gramsci, 1973: 284).

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contribuye al sostenimiento de la hegemonía por parte de las clases sociales que detentan el poder. El líder del comunismo italiano plantea que los gobernantes ejercen el poder sobre las clases subalternas, no sólo mediante la violencia, sino también a través de la filosofía del dominador, es decir a través de una determinada concepción del mundo (metas, valores, puntos de vista, definiciones, actitudes, etc.). Valiéndose de una sucesiva cadena de vulgarizaciones, trasmiten a la masa los mecanismos ideológicos de dominación, convirtiéndolos en el deber-ser, en el sentido común de la sociedad en su conjunto. Entonces, para Gramsci, “el problema es (...) ver cómo la clase dominante ha llegado a obtener el consenso de las clases subalternas y cómo estas clases podrán derrocar el viejo orden e instituir otro, un orden de libertad para todos” (Boggs, 2002: 86-87). De este modo, Gramsci nos permite comprender el proceso de mitificación sufrido por la libertad de prensa dentro de la modernidad, entender cómo una ideología basada en la división asimétrica de los flujos informativos -que siguen las leyes de concentración propias del mercado-, puede erigirse, sin oponer prácticamente resistencia por parte de la ciudadanía, como patrón común, universal, a la hora de establecer la relación entre los medios y el público. Gramsci fija un lugar protagónico al individuo, al ser humano revolucionario, como actor del cambio social. Por tanto, reconoce en “la libertad del hombre (...) la fuerza inmanente de la historia” (Gramsci cit. por Piñón, 2002: 50). Para el líder italiano la libertad “es lucha, crítica, penetración cultural; que no se detiene, inclusive, ni en el socialismo” (Piñón, 2002: 56), ya que es este visto como “un cambio continuo, un desarrollo infinito en régimen de libertad organizada y controlada por la mayoría de los ciudadanos, o sea, por el proletariado” (Gramsci, 1973: 51). Para Gramsci “el socialismo no se impone con un fiat mágico: el socialismo es un desarrollo, una evolución, de momentos sociales cada vez más ricos en valores colectivos. El proletariado realiza su orden constituyendo instituciones políticas que garanticen la libertad de ese desarrollo, que aseguren la permanencia de su poder” (Gramsci, 1973: 49). Por tanto, el socialismo no es sinónimo de “dictadura del proletariado”, aunque el socialismo comience a construirse desde esta última. Esta dictadura es “la institución fundamental que garantiza la libertad, que impide los golpes de mano de las minorías facciosas” (Gramsci, 1973: 49), pero también “es garantía de libertad porque no es un método que haya que perpetuar, sino que permite crear y consolidar los organismos permanentes en los cuales se disolverá la dictadura después de haber cumplido su misión” (Gramsci, 1973: 49). Por tanto, Gramsci ve en la dictadura del proletariado una organización provisional, que tendrá como misión el traspaso de poderes entre la vanguardia política del partido, y la masa, a lo largo de un proceso gradual de concientización, de adquisición de una conciencia crítica de clase. En este esquema de construcción del socialismo y de respeto a las individualidades, la libertad de prensa juega un papel fundamental50. Una prensa que exprese la voluntad de la clase hegemónica (modelo de Lenin), y acelere la transición socialista, que denuncie y limite la burocracia propia de cualquier Estado, que suscite una jerarquía abierta que no pudiera cristalizar en un orden de casta y de clase (Gramsci, 1973: 50), que potencie la voluntad crítica de los individuos que componen la sociedad, que permita expresar la opinión de las diversas 50

“Gramsci fue explícito en cuanto a la potencia hegemonizadora de la prensa y decía –uso sus palabras- “de todo lo que fuera capaz de incidir en la opinión pública”. Sin embargo, su época sólo había conocido el auge de la letra impresa, de la prensa escrita, y los albores de la publicidad moderna y de la radiodifusión. Lo que vino después de los cincuenta fue descomunalmente superior, y cualitativamente superior” (Alonso, 2003: 154).

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tendencias dentro del mismo Partido de vanguardia, que contribuya a la creación de una subjetividad socialista en oposición al modelo burgués; una prensa que permita a las clases subalternas avanzar en la asunción de la vanguardia histórica que les ha sido asignada, que haga de cada individuo un líder (ciudadano) capaz de representar por sí sólo la esencia del cambio social. 5.6. LOS MEDIOS ALTERNATIVOS: Manuel Vázquez Montalbán califica a los medios alternativos o prensa underground como “respuestas espontáneas que las vanguardias críticas de la comunicación social han planteado bajo el signo de la contra-información en particular y la contracultura en general” dentro de la óptica del sistema capitalista (Montalbán, 2003: 143). Luis Vigil la ubica como la “heredera directa de una gran tradición de Prensa amateur, plasmada en los periódicos escolares y universitarios, y con los fanzines (revistas multicopiadas de aficionados) constituyó, junto con la música rock y los festivales, el nexo de unión de los jóvenes, el portavoz de unas ideas que iban a constituir el consenso en que se basaría su actitud de protesta” (Vigil cit. por Montalbán, 2003: 146). Estos medios surgen en el contexto de la crisis ideológica de los años sesenta, que tuvo como epicentro a las naciones más desarrolladas del mundo occidental. De La Sorbona a los militantes antibelicistas en Estados Unidos, las juventudes de los países industrializados critican los valores de la sociedad moderna, hasta ese momento inamovibles, y presentan un programa de lucha, que aunque muchas veces se proclama marxista, tiene mayores puntos en común con el anarquismo (Hobsbawm, 2004). La prensa underground madura en un “clima de disconformidad y disenso entre las generaciones más jóvenes respecto a la sociedad contemporánea: una sociedad de la abundancia, que parecía carecer de otras razones para justificar la existencia que no fuesen el consumo, la pasividad y el hedonismo, unido a todo ello la agitación moral e ideológica” (Alvarez Timoteo, s.f.: 173). Podemos señalar un patrón característico común válido para la gran mayoría de los medios alternativos. Los mismos se desarrollan como una manera de hacer efectiva la libertad de prensa dentro del marco del sistema de comunicación propio de los países capitalistas desarrollados. “Su intención no es tanto la de disentir como la de confundir y dividir y su política editorial -explícita o implícitamente- tiende al derribo de la sociedad, tal como hoy la conocemos” (Montalbán, 2003: 146). Con mayor o menor intención transformadora, los medios alternativos abogan por la horizontalidad de los procesos comunicativos y pretenden contrarrestar, en la medida de sus modestos esfuerzos, la tiranía mediática de las grandes trasnacionales, abogando por un retorno hacia un modelo comunicativo más democrático que el realmente existente. En el plano discursivo, la prensa underground constituye el primer cuestionamiento antisistémico a los valores míticos de la libertad de prensa burguesa, dentro del marco de las principales naciones desarrolladas y fuera de la ideología marxista soviética, imperante como “oposición oficial” al capitalismo. “Los valores de la contracultura no sólo eran contrarios a los enseñados en las escuelas sino que también se hallaban fuera del sistema de valores profesionales del periodismo estadounidense. Los revolucionarios sociales del decenio de 1960 no estaban dispuestos a aceptar las ideas de Locke o de Jefferson respecto al periodismo o a los asuntos públicos. Los periodistas no convencionales tenían poco espacio en su sistema de creencias para la objetividad, el derecho del público a saber o, incluso, para la responsabilidad social. Para estos periodistas revolucionarios, el derecho del periodista como individuo de

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seguir a su propia conciencia tenía mayor importancia que los valores tradicionales de la prensa” (Altschull, 1990: 397-398). Si bien los medios alternativos de los años sesenta, no representan un punto teórico importante en la historia de la libertad de prensa pensada a contracorriente, demuestran los giros imprevisibles que puede adoptar una realidad para la cual los ideológicos (tanto burgueses como soviéticos) no estaban preparados. El fenómeno, visto a largo a plazo, nos obliga a meditar acerca de la relación que se establece entre teoría y praxis, y cómo muchas veces la segunda se adelanta a la primera, según lo demuestra la actual oleada revolucionaria organizada en torno al Foro Social Mundial. De ahí la importancia de que la teoría sea lo más flexible y revolucionaria posible, capaz de adaptarse a las más disímiles circunstancias y conducir al movimiento progresista hacia soluciones concretas. De lo contrario, la alternatividad culmina, como en 1968, en el nihilismo. 5.7. LIBERTAD DE PRENSA Y TERCER MUNDO: En un estudio publicado en el año 1952, Alfred Sauvy y el antropólogo Georges Balandier, calificaban por primera vez de “tercer mundo” al conjunto de países que se encontraban en una situación económica desventajosa con respecto a las naciones desarrolladas. Los autores hacían referencia al famoso tiers état, convocado por Luis XVI en el período prerrevolucionario francés. Tres años después, en 1955, la conferencia afroasiática de Bandung (Indonesia), marca el inicio de lo que fuese el Movimiento de Países no Alineados, organización que integraría a la mayor parte de las naciones del orbe subdesarrollado, no pertenecientes a ninguno de los dos bloques en pugna oficial durante la Guerra Fría. A partir de la segunda posguerra, tiene lugar un proceso general de descolonización en todo el orbe, que daría paso a Estados independientes desde el punto de vista formal, pero lastrados por siglos de dependencia ideológica, psicológica y económica, con respecto a los países del primer mundo. Más allá de las diferencias culturales, étnicas, y geográficas existentes entre las naciones del sur, la existencia de un “tercer mundo” implica el reconocimiento de un grupo de países con estructuras mercantiles deformadas por la modernidad, la presencia de un subcapitalismo dependiente de las interacciones económicas del norte. La aceptación de una modernidad a dos tiempos, nos obliga también a pensar la existencia de dos sistemas comunicativos diferentes, uno de los cuales se avendría al capitalismo desarrollado, y el otro a la versión propia de los Estados con economías emergentes. Si bien es cierta la actual tendencia al desarrollo de espacios tercermundistas dentro de las propias naciones desarrolladas, como producto del desmontaje de los Estados de bienestar, resulta al mismo tiempo indiscutible que los ciudadanos del llamado primer mundo tienen un acceso cuantitativa y cualitativamente superior a los medios de comunicación con respecto a las naciones subdesarrolladas. En el contexto de la Guerra Fría, Herbert Altschull identificaba la existencia de tres estructuras de prensa: el modelo de mercado, el socialista y “la ideología de la prensa en progreso” (Altschull, 1988: 148), refiriéndose con esta última a los sistemas comunicativos de las naciones del tercer mundo. A cada uno de estos modelos, Altschull adjudicaba un determinado sistema de valores, incluyendo al paradigma de libertad de prensa. A nuestro juicio, resulta arriesgado poner en un mismo plano la teorización capitalista y las variantes soviética y tercermundista; ya que estas últimas, más que modelos, son estructuras relativamente recientes en la historia, puntos de partida de un camino más abarcador, que se propone romper con el canon de la modernidad; alternativas que, como el socialismo soviético, o algunas

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políticas nacionales pensadas desde el tercer mundo –Chile, por ejemplo- concluyeron en el fracaso. Sin embargo, es oportuno retomar la división que propone Altschull, ya que nos permite sentar las bases para lo que podría ser en el futuro una teorización de libertad de prensa descolonizada, propia del tercer mundo. Según la opinión de este autor (Altschull, 1988), el modelo capitalista de prensa se basa en los patrones del mercado, el discurso legal de la Primera Enmienda, el código de la objetividad, la visión de la prensa como perro guardián y poder independiente, y sobre todo como órgano garante de la democracia. Por otra parte, la variante soviética se sustenta en los tres papeles que Lenin asignó a la prensa51, y un código propio de objetividad. Por último, “la ideología de la prensa en progreso deriva de las dos fuentes. Una de ellas es adquirida –aprendida de los modelos de la prensa de mercado y de la socialista-; la otra es innata –arraigada en la historia y en la cultura de las nuevas nacionesEstado. La primera es francamente imitativa; la segunda es natural” (Altschull, 1988: 148). Sobre la base de esta brecha informativa, existente entre un norte-emisor y un sur-receptor52, se han teorizado dos conceptualizaciones antagónicas de libertad de prensa, que tienen como objetivo regular las dinámicas de los sistemas comunicativos en las sociedades tercermundistas. Por una parte, el camino de la apropiación de los valores del Norte, la herencia ideológica europeo-estadounidense de libertad de prensa, como camino al desarrollo. Esta escuela propone asumir la tradición moderna de libertad de prensa en su variante más liberal, apoyando la idea del libre flujo de información, es decir, el neoliberalismo llevado al plano comunicativo. Lo anterior implica el fin de los sistemas nacionales de comunicación, que ceden su espacio a las grandes trasnacionales masmediáticas mediante un juego de libre mercado. Semejante tradición encuentra suelo firme en la creencia de que en el primer mundo se encuentran las claves para el desarrollo tercermundista, por lo que se prioriza el acatamiento a las decisiones provenientes del norte. En el caso de la libertad de prensa, existe toda una tradición teórico-filosófica, que justifica su inoperativilidad en naciones subdesarrolladas. Ya el clérigo español Francisco de Vitoria (14801546), uno de los ideólogos de la conquista del Nuevo Mundo, en su obra Relectiones theologicae (Lecciones extraordinarias de teología), analizaba al hombre americano “como una persona de segunda categoría, como al vencido casi tonto o infantil, sino mal intencionado, a quien por estas mismas razones no le es inherente totalmente la dignidad humana y los completos atributos de derechos, libertades, y otras prerrogativas concomitantes” (Chaguaseda, 2005). Por su parte, el propio Stuart Mill no vacilaba en afirmar que “el despotismo es un modo legítimo de gobierno tratándose de bárbaros, siempre que su fin sea su mejoramiento, y que los medios se justifiquen por estar actualmente encaminados a ese fin. La libertad, como un principio, no tiene aplicación a un estado de cosas anterior al momento en que la humanidad se hizo capaz de mejorar por la libre y pacífica discusión” (Stuart Mill, 1931: 112). 51

Lenin asigna tres funciones a la prensa “en beneficio de la verdad y la libertad humana” (Lenin, 1969): 1/ propagandistas colectivos, 2/ agitadores colectivos, y 3/ organizadores colectivos. 52 “Una comparación entre las tres regiones subdesarrolladas del nuevo mundo (África, Asia y América del Sur) y las cuatro de mayor desarrollo (América del Norte: Estados Unidos; Asia: Japón; Europa occidental,y Australia), basada en datos del año 1961, demostró que los países más desarrollados poseían por cada 100 personas un 600 por 100 más de periódicos, 970 por 100 más de receptores de radio, 600 por 100 más de butacas de cinematógrafo y una cantidad de televisores 18 veces mayor” (Schramm cit. por Montalbán, 2003: 146).

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De manera paralela, tanto líderes políticos como algunos teóricos del tercer mundo, han venido desarrollando, con mayor o menor nivel de radicalismo, una lectura crítica a los ideales de la modernidad, lo que implica un repensar de las estructuras comunicativas y su adaptación objetiva a las prioridades de las naciones en desarrollo. Estas teorías no sólo parten del acceso real que puedan tener o no los ciudadanos a la información, en naciones con altos grados de analfabetismo y carencias de las enciclopedias culturales necesarias para la decodificación de los mensajes; sino también que tienen en cuenta la existencia de otros derechos humanos básicos, que son negados por las dinámicas del sistema-mundo, como puede ser la alimentación, la educación o la salud de los habitantes de estos países. La historia posterior a la Segunda Guerra Mundial, ha vivenciado el corrimiento de las revoluciones anticapitalistas, desde el mundo desarrollado hacia las naciones del sur, que se volvieron protagonistas de los cambios, y depositarias de una tradición de luchas, hasta ese momento restringida al contexto europeo. Sobre un tercer mundo contrahegemónico pesa la carga de cinco siglos de modernidad colonialista, lo cual se traduce en un lastre de subdesarrollo mental, la inexistencia de una sociedad civil articulada, así como la presencia de otros males endémicos, tales como la burocracia, el machismo, el odio racial inculcado, la carencia de una cultura del debate, o la simple tendencia a la apropiación acrítica de valores importados. A lo anterior se suma el hostigamiento de la naciones del primer mundo, opuestas a toda experiencia que pretenda revertir los códigos de la modernidad53. Teniendo en cuenta todos estos factores, en algunas naciones del tercer mundo han surgido a lo largo de los últimos cincuenta años, modelos de prensa que ven a los medios de comunicación como instrumentos de unidad (Altschull, 1988: 153), por lo que la prensa y los gobiernos mantienen una relación estrecha en aras de potenciar cambios sociales en mayor o menor escala, en dependencia de los propósitos de los gobernantes. A ello se adecua una determinada concepción de libertad de prensa. “La similitud entre los puntos de vista de Marroquín Rojas y los de Kwame Nkrumah y Tom Mboya es fácil de apreciar. La clase de libertad que se admira en todo el mundo en progreso difiere drásticamente de la libertad que se venera en Estados Unidos y Europa (...) La máxima libertad para Nehru –y para Marroquín Rojas y la mayoría de los periodistas latinoamericanos, así como para los de Asia y África es la libertad de conciencia. La información tiene menor importancia que el pensamiento y la expresión de opiniones” (Altschull, 1988: 165-166). Lo que Altschull denomina “información” son las noticias provenientes de las agencias internacionales de prensa, es decir, la visión occidental del mundo. El “pensamiento” y las “opiniones” constituyen la versión nacional de las noticias, que gracias a la “libertad de conciencia” de los periodistas pasan por el tamiz que imponen las trasnacionales mediáticas y se adecuan a las exigencias de los países y gobiernos en concreto.

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“Si la Guerra Fría se define como la contienda a escala mundial entre los Estados Unidos y la Unión Soviética por el corazón y la mente del Tercer Mundo (o cualquier otro motivo), entonces, ciertamente, se acabó. Pero si la Guerra Fría se contempla no como una lucha Este-Oeste, sino más bien como una lucha Norte-Sur, como un esfuerzo norteamericano (...) para impedir el surgimiento de cualquier sociedad que pudiera servir como ejemplo exitoso de una alternativa al modelo capitalista, y para impedir el surgimiento de cualquier potencia regional que pudiera desafiar la supremacía norteamericana, entonces ese mapa particular con chinches clavadas, cuelga todavía de la pared en la Sala de Guerra del Pentágono” (Blum, 2005: 44).

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De este modo, cuando Altschull afirma que “la creencia en la libertad de prensa parece conservarse profundamente en todas partes; sin embargo, en el mundo en progreso, los periodistas mismos se han impuesto autorestricciones, a fin de asegurar un orden social y político unificado” (Altschull, 1988: 176), está diciendo también que algunos periodistas del tercer mundo sugieren distanciarse del paradigma oficial de libertad de prensa, en aras de construir un diseño autóctono de sociedad. Por tanto, “el modelo de la prensa en todo el mundo en progreso es de instrumento tanto para ayudar a salvaguardar el orden social como para educar a las personas a cambiar ese orden social, siempre que sea necesario (...) su carácter es dinámico, dedicado al cambio” (Altschull, 1988: 289). Una libertad de prensa descolonizada se ubica en el tercer mundo como una de las bases para el cambio social, ya que constituiría el instrumento teórico-práctico que establecería la estrategia de medios a seguir, de acuerdo con las características específicas de cada sociedad. Se trata de una libertad de prensa basada en dos aristas fundamentales 1/ La independencia mediática, y 2/ La educación ciudadana. Por un lado, un paradigma tercermundista debe romper con la visión anglo-norteamericana de libre flujo de información, y potenciar el desarrollo de un sistema de comunicación autóctono, lo cual nos lleva a una segunda lectura, en contra del modelo de prensa mercantilista basado en la publicidad, los mecanismos de concentración de la propiedad y el totalitarismo informativo que representan las trasnacionales de la información. Por otra parte, los medios deben favorecer el protagonismo creciente de los ciudadanos dentro de los esquemas de dirección nacional, adecuando los lenguajes a las minorías, potenciando la retroalimentación, sincronizando la libertad de prensa y expresión a la libertad real de acceso a la información. Por último, la educación ciudadana incluye la adopción de un criterio pragmático de libertad de prensa, que se subordine a los intereses nacionales, que favorezca la unidad como única alternativa para la construcción de una sociedad contrahegemónica. La mayoría de los esfuerzos antisistémicos nacidos en el tercer mundo y vinculados al tema de la libertad de prensa, no han pasado de un estadio inicial basado en el reconocimiento de la desigualdad existente entre los flujos informativos del norte y los del sur. A ello ha venido aparejado un distanciamiento del paradigma clásico de libertad de prensa, por parte de ciertos teóricos y algunos gobiernos. Un enfoque del tema, visto desde una óptica a contracorriente, dista mucho de materializarse. No obstante, dos estrategias evidencian en la actualidad el intento por trascender la versión importada del concepto: la adopción de políticas proteccionistas a la información y la comunicación nacional y/o regional por parte de algunos Estados, y los primeros intentos por teorizar la libertad de prensa, a partir de una óptica que vincula la praxis, una visión crítica del marxismo, y la revalidación de un socialismo tercermundista, adaptado a las realidades del siglo XXI. 5.8. LIBERTAD DE PRENSA Y SOCIALISMO EN EL SIGLO XXI, RETOS Y PERSPECTIVAS: Treinta años después, la praxis demuestra la inoperatibilidad del neoliberalismo globalizado, como mecanismo de estructuración del sistema-mundo. En estas últimas décadas, los ingresos se han concretado cada vez más en una élite, en detrimento de la inmensa mayoría del planeta, que ha alcanzado grados de subdesarrollo (cultural y económico) que prometían erradicarse para el nuevo milenio ya comenzado. Continentes enteros se encuentran en recesión económica, y se intenta de manera acelerada desmontar las estructuras de bienestar vigentes en gran parte de las naciones del primer mundo. La desaparición de la especie humana, como producto de la degradación de los ecosistemas, parece ser un hecho que debe concretarse a mediano plazo. La república mercantil de Adam Smith, se ha materializado en un

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imperio mundial controlado por grandes corporaciones trasnacionales, defensoras de una política guerrerista que ha hecho retroceder en todo el mundo los derechos humanos más elementales. El libre flujo de capitales fue traspolado a los sistemas comunicativos. Unos pocos gigantes masmediáticos controlan la industria cultural del orbe, reproduciendo una ideología estéril, basada en la relación simplista deseo-gratificación-dominación. En 1989, sobre los escombros del Muro de Berlín, la posmodernidad auguraba el fin de todos los discursos (sobre todo el marxista), en un mundo sin fronteras, donde el talento individual y la libertad de mercado se encargarían del resto. Con el socialismo soviético parecía enterrarse cualquier otra opción al sistema capitalista. Tardó diez años vencer el pesimismo, y que los sectores más lúcidos del planeta, de manera espontánea, comenzaran a organizarse en contra del modelo neoliberal. Los sucesos del 11 de septiembre y la cruzada expansionista de la administración Bush, lograron frenar por menos de un año el camino hacia la alternatividad, pero su política no hizo más justificar los esfuerzos contrahegemónicos. Hoy ya son un hecho. El discurso marxista ha sido retomado, y el socialismo parece ocupar espacios cada vez más importantes en la lucha por la emancipación social, sobre todo en el contexto de nuestro tercer mundo latinoamericano. Sin embargo, un socialismo que pretenda encarar los retos del siglo XXI, ha de hacer una lectura crítica de las experiencias anteriores, sin perder de vista la perspectiva histórica, para no caer en un idealismo apolítico, pero tampoco en los errores del modelo soviético. El socialismo real, signado por el eurocentrismo y la competencia directa contra el capitalismo, implicó “la sobrevivencia de la lógica verticalista subordinatoria jerarquizante propia del capital, lógica que siguió siendo predominante en el período fundacional del socialismo (transición), a través del cual se profundizaron las limitaciones iniciales y –como parte de ellas- la enajenación de los seres humanos, particularmente en el comportamiento y la construcción social-política" (Rauber, 2004). En el plano comunicativo, la experiencia soviética terminó imponiendo un modelo centralizado donde “se abrieron paso posiciones conservadoras con argumentos supuestamente revolucionarios que no toleraban la más mínima crítica u opinión diferente, que clausuraban cualquier aporte procedente de las bases” (Rauber, 2004). Semejante arquitectura social y de medios, abrió un precipicio entre la vanguardia teórica –representada por la cúpula del PCUS- y los individuos que componían la masa, provocando que el sistema colapsara sin oponer apenas resistencia. El modelo soviético construyó “un socialismo no humanista, donde el eje estaba en el Estado, la autoridad, la obediencia ciega, la burocracia, la jerarquía y el reino irracional de la tecnología como demiurgo de la historia” (Kohan, 2005: 129). Oficialmente, el ser humano se consideraba el eje de la revolución, pero en la práctica lo era la economía: “los hombres y las mujeres nuevos, en vez de construirse con protagonismo y participación consciente y creciente en las transformaciones (auto-constitución y autotransformación), serían el resultado [¿efecto?] de las transformaciones económicas logradas –supuestamente- a partir de la existencia de la propiedad social sobre los medios de producción" (Rauber, 2004). La visión economicista del socialismo –llevada al absurdo por Stalin y sus sucesores- tiene sus antecedentes lógicos en la teoría marxista clásica. Durante la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, período en el cual se desarrolló el pensamiento de Marx, Engels y Lenin, existía un desarrollo escaso de las estructuras civiles en la sociedad. El Estado se enfocaba como una institución meramente coercitiva, que mantenía la dominación de una clase sobre otra. Los fundadores del marxismo, basados en la realidad del capitalismo en el que les

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tocó vivir, asignaron un papel de menor cuantía a las superestructuras, dentro del proceso de desmontaje de la modernidad y construcción de un orden social diferente. Este enfoque, economicista y coercitivo, asigna a los medios de comunicación una función suplementaria en la transformación social, encargados de propagar los cambios y organizar a las masas en torno a la vanguardia dirigente. La libertad de prensa radica en garantizar las condiciones necesarias (nacionalización) para que los medios pasen de ser una institución que apoya al orden burgués, a una representante genuina del orden proletariado (la propiedad sobre los medios de producción pasó de los primeros a los segundos). De este modo, la prensa es vista como reproductora de la ideología, no como constructora, por lo que el debate integrador en torno a los problemas de la edificación socialista, se traslada a un espacio donde la masa no tiene participación directa, y por lo tanto no desarrolla paulatinamente su capacidad de pensamiento crítico. La realidad de un mundo mucho más complejo, motivó a los continuadores de Marx, Engels y Lenin, a trascender su obra e insistir “en el desarrollo del comunismo como una nueva moral y una nueva manera, no sólo de distribuir la riqueza social, sino también de vivir [Che Guevara], y en el tratamiento (...) de la revolución socialista como una gran reforma intelectual y moral que eleve a las almas simples y construya –junto a las transformaciones económicas y políticasuna nueva hegemonía y una nueva cultura [Gramsci]” (Kohan, 2005: 42-43). Por tanto, una teoría que defina la naturaleza de los intercambios entre sociedad y medios de comunicación (libertad de prensa), se insertaría en el centro del movimiento superestructural del socialismo en construcción. Desde este punto de vista, la libertad de prensa ha de basarse en una arquitectura de medios que son vistos como espacios de creación y desarrollo de una subjetividad contrahegemónica. Trascendiendo la mirada soviética, un socialismo válido para este siglo XXI, debe analizarse hoy en día “como un cambio integral basado en transformaciones en la esfera económica, cultural y política; basado en la comprensión de la dominación multidimensional del imperialismo” (Petras, 2003). Por tanto, la elaboración de un futuro modelo antisistémico de libertad de prensa, habrá de tener en cuenta unos medios que se propongan transitar los dos caminos que señala Petras en su definición de socialismo: 1/ La transformación de la esfera cultural y política (creación de una ideología pensada a contracorriente), y 2/ La comprensión de la dominación capitalista (denuncia de los paradigmas de la modernidad –incluyendo el modelo burgués de libertad de prensa- a partir de una lectura crítica). 5.8.1. LOS FOROS SOCIALES MUNDIALES, ESPACIOS EN CONSTRUCCIÓN: Es cierto que en el Foro Social Mundial54 (FSM) “conviven corrientes muy heterogéneas, desde aquellas que creen que otro mundo es posible... con la revolución socialista hasta aquellas donde ese otro mundo posible se asemeja demasiado al estado de bienestar o a la socialdemocracia europea” (Kohan, 2005: 56). Sin embargo, estos espacios representan en la actualidad el lugar de encuentro del pensamiento teórico-práctico alternativo, centrado en desmontar los esquemas dominadores de la globalización neoliberal, y construir un mundo más allá del capitalismo. Si bien aún prevalece una visión demasiado híbrida de la transformación social –propia de toda experiencia en ciernes-, el FSM se ha convertido en un sitio de reflexión acerca de un diseño de sociedad futura basada en el socialismo. 54

“La idea de organizar anualmente un Foro Social nace en 2001 al hilo de la victoria de la movilización de 1998 contra el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) y el sorpresivo éxito de las movilizaciones de Seattle en 1999 contra la Cumbre de la OMC” (Serrano, 2006).

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En este sentido, en los FSM se han dado los primeros pasos con respecto al tema de una estructura de medios de comunicación que trascienda el paradigma mercantil de libertad de prensa. Resulta interesante la concepción que promovieron las organizaciones latinoamericanas defensoras de los derechos de la comunicación, reunidas en la ciudad de Quito (2004), en el marco del Foro Social de las Américas. Uno de los puntos de su manifiesto de lucha, titulado Otra comunicación es posible aclara que “la comunicación es un derecho y no una actividad comercial. En este sentido, rechazamos cualquier intento de considerar las diversas formas de ejercicio de los derechos de la comunicación simplemente como servicios audiovisuales o informáticos y como medios de carácter comercial, tal como se pretende imponer en la Organización Mundial del Comercio, OMC, y en tratados regionales como el ALCA y los TLC". La declaración insiste además en la horizontalidad que han de tener los flujos comunicativos en un diseño de sociedad equitativa: “Entendemos a la comunicación como un derecho humano fundamental que nos asiste desde que nacemos y que todas y todos debemos ejercerlo a lo largo de la vida con igualdad de oportunidades. Por esa naturaleza, la comunicación debe servir para la inclusión social, para que a través de ella se expresen los conflictos y diferencias en diálogo con todos los pareceres, en la búsqueda del bien común". Por su parte, el Llamamiento de la Asamblea de Movimientos Sociales, invitando a la celebración del Foro Mundial de Caracas (2006), asumía entre sus puntos “la lucha por la democratización de la comunicación, como un componente clave de las luchas contra el neoliberalismo y el imperialismo y por la construcción de una nueva sociedad. Esto implica articular y desarrollar medios propios y solidarios que construyan ciudadanía, promover políticas que garanticen la diversidad y el pluralismo de los medios de comunicación y preservar la información y el conocimiento como bienes públicos reivindicando el acceso y resistiendo a su privatización”. Norman Salomon, director ejecutivo del Instituto de Precisión Pública (Institute for Public Accuracy), en un texto preparado para un discurso en el Foro Social Brasileño (2003) decía lo siguiente: "La liberación, tanto de los medios como de las fuentes de información (...) es inseparable de la lucha por la democracia, ya que no resulta factible una amplia participación democrática mientras el peso insostenible del capital obstruya la libertad de expresión e interrumpa el debate (...) Aunque es necesario, no basta con garantizar la libertad de expresión. La gente necesita el derecho a ser escuchada (...) El movimiento popular necesita urgentemente un aumento de recursos y una mejora en la coordinación de su labor mediática. Debiera ser factible obtener la ventaja creativa del agudo análisis, la expansión institucional, la planificación coordinada y una ágil cooperación al tiempo que se fomenta un esquema de acción social de base, democrático y descentralizado" (Solomon, 2003). Es esta la opinión del profesor Armand Mattelart, quien rememorando sus experiencias en los Foros Sociales Mundiales, apuntaba que “el Movimiento Social tiene problemas para plantearse la relación con los medios de comunicación hegemónicos, una estrategia global con respecto a ellos” (Mattelart, 2006). El fenómeno de los FSM se encuentra aún sumido en una etapa fundacional, por lo que resulta imposible establecer algún tipo de conclusión sobre la influencia teórico-práctica que pueda ocasionar, a largo plazo, en el tema de una libertad de prensa pensada a contracorriente. Sin embargo, hasta el momento esta experiencia ha logrado pasar de una fase meramente espontánea a una organización cada vez más elaborada: las fuerzas sociales, que antes no

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eran una opción de poder real, han pasado al plano de la dirigencia política, como lo valida el reciente proceso electoral boliviano. Debido a ello, la función de los FSM está variando, de sitio de encuentro e intercambios de experiencias, ha dado lugar a un “espacio de articulación y coordinación –democrática, plural, respetuosa de las particularidades locales y regionales- de luchas y proyectos. O, puesto en términos más políticos: ¿cómo luchar contra las clases dominantes del capitalismo mundial y sus aliados locales? ¿Cómo hacerlo contra sus estructuras, instituciones y representantes que actúan obedeciendo a una estrategia flexible, de carácter internacional pero hábilmente adaptada a las circunstancias y agentes locales?” (Borón, 2006). En el caso de la libertad de prensa, los FSM han sabido determinar las limitaciones presentadas por los diseños históricos de medios de comunicación, tanto en de la teoría capitalista moderna como dentro del socialismo europeo, constituyendo este el primer paso de una futura transformación del concepto bajo la égida de un socialismo humanista. 5.8.2. RETOS QUE ENFRENTA LA CONSTRUCCIÓN DE UNA DEFINICIÓN ALTERNATIVA DE LIBERTAD DE PRENSA: A lo largo de la historia, el socialismo real ha establecido una relación de contingencia con los sistemas de comunicación. Experiencias puntuales, signadas por determinados problemas – internos y/o externos- han utilizado a los medios existentes como instrumentos de apoyo, coordinación o defensa de los valores establecidos. Otras veces, han servido como espacios de organización de las masas, o como críticos del capitalismo antagónico, o han denunciado de manera ocasional actitudes negativas para la transición hacia el socialismo. Sin embargo, no existe una teoría que exprese con detalle el carácter que han de tener las interacciones entre el sistema social y los medios de comunicación en una sociedad poscapitalista, más allá del carácter inviolable de defender al sistema; lo cual no es un aporte del socialismo, ya que en este principio se han basado todos los sistemas comunicativos de la historia, como primera ley para su supervivencia y la reproducción del orden establecido. A ello se suman las presiones de las potencias occidentales, que han obligado a toda experiencia antisistémica en el poder, a autovalidarse como fortaleza sitiada, por lo que los mecanismos de construcción del consenso se ha visto restringidos al mínimo necesario55. Por último, la lucha contra el paradigma de la modernidad, implicaba la crítica del marxismo ortodoxo hacia todos los valores de esta. “Por su mismo objetivo anticapitalista, el socialismo se formó y evolucionó tratando de negar a la totalidad del sistema de dominación” (Martínez Heredia, 2001b: 154). Entre ellos se encontraba la libertad de prensa burguesa, la cual se 55

“La toma y la utilización del poder como objetivo político expreso del socialismo, han implicado una preferencia teórica por la forma dictatorial de gobierno al menos por cuatro razones: a) El nuevo régimen se origina en la ruptura revolucionaria del orden vigente; o sea, no resulta posible obtener el poder político de otro modo, b) La necesidad de imponerlo entonces, en vez de evolucionar hacia él, crea un reforzamiento político-teórico de los aspectos más disruptivos de la teoría del socialismo, c) El poder constituye un instrumento fundamental para la época de transición al comunismo, y eso conlleva la necesidad de que sea un poder lo menos limitado posible, y si es posible ilimitado, d)La necesidad de una lucha internacional y de defensa de los nuevos poderes frente al capitalismo mundial, ante la realidad histórica de que no sucedió la revolución mundial o simultánea prevista por el marxismo originario. La fortaleza del capitalismo, sus agresiones y su hostilidad sistemática, han predispuesto u obligado a concentrar los poderes y a hacer lo más expedito posible su ejercicio” (Martínez Heredia, 2001b: 156).

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relacionó, durante mucho tiempo, a cualquier otra libertad posible para los medios de comunicación, incluso más allá del radio capitalista. La elaboración de un modelo de libertad de prensa, que pretenda enfrentarse al canon establecido por la modernidad, ha de romper primeramente con la visión que postula el antagonismo raigal entre libertad de prensa y socialismo. A juicio del profesor Fernando Martínez Heredia, “el socialismo surge como pensamiento y como lucha política enfrentando a la primera sociedad que se organizó efectivamente en el mundo a partir de la libertad personal y no en las prestaciones serviles, a partir de la igualdad formal y no de la desigualdad legal y consensual; a partir de las relaciones mercantiles generalizadas y de la política fundada en los derechos ciudadanos y en la elección de representantes. Esto es, el socialismo ha pretendido, nada menos, que levantar una oposición radical y destruir ese tipo de sociedad, y lo intenta desde que ella constituía una novedad” (Martínez Heredia, 2001b: 153). Por tanto, pareciera que el socialismo se opone a los valores-fuerza, pretendidamente universales, que impuso la burguesía en su ascenso al poder. Estos valores se han depositado en la conciencia popular, funcionando “como referente y como meta para muchas luchas e ideas sociales y políticas (...) Ese deber-ser de la libertad y la democracia también ofrece un horizonte ideal a gran parte del campo ideológico y cultural” (Martínez Heredia, 2001b: 154). La construcción de una arquitectura alternativa para los medios de comunicación, no debe perder de vista la relación entre teoría y praxis, a riesgo, por una parte, de descuidar el rumbo, y por la otra, simplemente a caer en un optimismo idealista que hiciera presa fácil al movimiento social, de los poderes establecidos. La creación de una subjetividad socialista y la democratización de los medios de comunicación, han de transitar lógicamente caminos paralelos y mantener una relación de reciprocidad. Si bien los medios pueden contribuir al desarrollo de una conciencia socialista en los individuos, al mismo tiempo el progreso intelectual de cada uno de ellos obligará cada vez más a la prensa, la televisión, la radio, etc. a reflejar las inquietudes que estos planteen, a complejizar sus discursos. La libertad de prensa socialista, condición necesaria para el desarrollo de una verdadera subjetividad popular, será cada vez más una necesidad de las masas, en el camino hacia su emancipación real. “En la actualidad es necesaria la participación masiva y consciente de la gente para mantener y reformar el socialismo (...) En consecuencia, será necesario crear nuevos proyectos anticapitalistas que resulten atractivos y eficaces, y esos proyectos tendrán que ser más profundos y radicales que lo que ha habido. Es decir, si el anticapitalismo va a encontrar su lugar en el mundo inmediato, o en un futuro previsible, será por ir más lejos de lo que ha ido, y no por recortar sus aspiraciones” (Martínez Heredia, 2001b: 153). El socialismo del siglo XXI, debe encontrar un espacio para el debate en la esfera pública, acerca de los asuntos medulares que competen a la ciudadanía, convirtiéndola en protagonista y no espectadora de los cambios sociales. Por tanto, una libertad de prensa de nuevo tipo, ha de facilitar la retroalimentación entre la vanguardia y la masa, que participará en la toma de decisiones políticas y económicas. “Todo sistema de conducción política duradero tiene que garantizar tres flujos simétricos de información y debate real: a) entre las fracciones de la vanguardia o la cúspide del poder real (...) b) entre estos centros de decisión y la elite informativa y política del país, que, en teoría, serían los cuadros medios y miembros del partido; c) entre la vanguardia, los cuadros medios y las masas. Esa calidad cibernética o retroalimentaria es fundamental para la optimización de la práctica de todo sistema cibernético cognitivo, como lo son el Estado, el partido y el ser humano” (Dieterich, 2005).

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En este sentido, James Petras recomienda al nuevo Estado "participar de un debate público sin coerción con adversarios artísticos y apologistas de los intereses del imperio" (Petras, 2002). Al mismo tiempo el nuevo concepto de libertad de prensa debe evitar “el modelo vertical donde se trata de volcar información sobre compañeros que supuestamente no saben nada y necesitan ser conducidos hacia la verdad revelada y lograr el difícil equilibrio entre participación popular y profundidad conceptual, evitando tanto el academicismo como el basismo populista” (Kohan, 2005: 219-220). En general “la transición socialista está obligada a basarse en la intencionalidad de la construcción social y el uso cada vez y mejor planeado de los medios y las ideas con que cuenta; y basarse en la participación democrática cada vez mayor de la población, porque ella es la fuerza fundamental del régimen y su motivación y su eficiencia dependen que se involucre realmente en una construcción social tan radicalmente nueva y diferente” (Martínez Heredia, 2001a: 42).

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CONCLUSIONES Basándonos en la premisa teórica de que la libertad de prensa es un elemento de la superestructura del sistema social, que evidencia la relación existente entre éste y el sistema comunicativo, podemos analizar cómo a lo largo de los últimos quinientos años, las bases conceptuales de esta definición han ido transformándose, en dependencia de los cambios sufridos por la modernidad en su conjunto. Estos cambios nos permiten ubicar la existencia de dos grandes definiciones conceptuales de libertad de prensa, es decir, dos maneras distintas de relacionarse el sistema comunicativo con el sistema social, a lo largo de la historia del capitalismo. Son estas lo que denominamos la libertad de prensa clásica, y la libertad de prensa mitificada. Es preciso señalar que el establecimiento de estos dos modelos tiene como objetivo un mejor acercamiento a las teorías relacionadas con la libertad de prensa, pero que en la práctica se demuestra la imposibilidad de trazar fronteras históricas entre uno y otro. La libertad de prensa clásica nace del estallido revolucionario de los siglos XVII y XVIII, como extrapolación de los principios del mercantilismo económico y la ilustración filosófica contractualista, al plano de los medios de comunicación. Es esta una libertad progresista en un mundo que rompe las cadenas contra el oscurantismo religioso y la nobleza feudal. Constituye la validación de las ideas más avanzadas de su tiempo, y sienta las bases para la construcción de unos medios de comunicación libres de las trabas impuestas por el absolutismo del antiguo régimen. Esgrimida por la burguesía en su lucha contra el feudalismo, se inserta como parte de la ideología política de la modernidad, espacio laico que sustituye los mecanismos de dominación-cohesión social otorgados a la religión durante el medioevo. Este concepto se desarrolla en el ámbito de la confrontación contra los poderes tradicionales, que abogan por el inmovilismo; y los nuevos burgueses, que oponen a ello la libertad de acción, comercio y expresión, como forma de ocupar los espacios políticos que le son negados. Las revoluciones de 1848 representan la transición entre el paradigma clásico y el modelo mitificado, signado por los cambios en la naturaleza de la formación social capitalista, de cuyo desarrollo emerge el proletariado como clase social con intereses contrapuestos. Las libertades burguesas tradicionales pierden su eficacia práctica como salvaguardas del sistema, ante la irrupción del sufragio universal, la alfabetización creciente y el protagonismo de las clases bajas en la esfera pública. Desde mediados del siglo XIX, se habían establecido en occidente las sociedades democráticas, caracterizada por el poder teórico de las mayorías. La masa tenía que ser tomada en cuenta y por tanto adoctrinada. Cambia así la naturaleza de la propuesta clásica. Cuando Milton y Stuart Mill abogaban por la libertad de prensa, hacían referencia a la libertad para emitir y recibir información entre los grupos sociales con el poder económico y cultural necesario para acceder a los medios. Ahora son incluidas las clases populares, cuya libertad de prensa será potenciada en cuanto al derecho de recibir información y diseminarla, es decir, los contenidos provenientes de la gran prensa, aliada ideológica del poder. De este modo, la libertad de prensa contribuye a la reproducción del orden existente. Se pasa a una libertad mitificada o comercial, que potencia los valores mercantilistas de la ecuación clásica, en detrimento de los postulados de libertad y emancipación humana que también habían formado parte de esta en sus orígenes. Al irrumpir la modernidad en su curva descendente, la libertad de prensa clásica entra en crisis, dando lugar a un nuevo concepto que constituye el trazo dominante en la historia de la libertad de prensa durante todo el largo siglo XX, comprendido entre 1848 hasta la actualidad (Aguirre,

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2003). Es esta la libertad de prensa mitificada, la cual se basa en la conversión del concepto clásico, en un constructo más allá de todo cuestionamiento lógico, por encima de críticas o posibles superaciones desde posiciones de contrapoder. Al mismo tiempo, se nutre de aportes desde la teoría burguesa, como por ejemplo la doctrina de la Responsabilidad Social. Entre 1848 y 1914 dura la agonía del modelo clásico y la transición hacia el mito. Con la Primera Guerra Mundial y el impacto de la Revolución de Octubre, se asume la muerte del liberalismo (y del modelo clásico de libertad de prensa como expresión de este en el plano comunicológico), que ha de reformularse bajo criterios pragmáticos. Se alternan entonces mecanismos de coacción directa (el fascismo, que suprime todo atisbo de libertad de prensa) y de construcción artificial del consenso, mediante técnicas de manipulación. Con la entrada del pensamiento neoliberal, el mito alcanza una fase mayor de desarrollo. Semejante libertad de prensa postula los derechos ilimitados de las trasnacionales mediáticas en detrimento de las ciudadanías. El traslado de poderes, de manos de los Estados a las grandes empresas, origina la potenciación del mito, que permite encubrir la realidad de un sistema donde la participación democrática constituye cada vez más un espejismo; un sistema de comunicación-mundo en el que la libertad de prensa carece de contenido real (si nos atenemos a la bases conceptuales del modelo clásico), y se convierte cada vez más en un slogan publicitario. La validación del concepto se ha trasladado de los actores sociales (periodistas, público, dirigentes de organizaciones políticas, etc.) hacia una cúpula empresarial, convirtiéndose en sinónimo la expansión de las industrias culturales occidentales y la libertad de prensa. De esta manera, el concepto mítico otorga legitimidad a la formulación tradicional en crisis, ocultando el hecho de que la comunicación pertenece a una minoría hegemónica. Asimismo, fija los límites de crítica dentro del sistema, presentando un espacio controlado de disenso. En cuanto a la libertad poscapitalista, más que un modelo de libertad de prensa pensada a contracorriente, podemos hacer referencia a algunos caminos teóricos, emprendidos a partir de la obra de Marx, que tienen como objetivo desmontar los mecanismos de dominación del capitalismo, y potenciar un pensamiento alternativo. A lo largo de su historia, el movimiento antisistémico ha insistido más en criticar los valores del adversario que en construir los suyos propios, sin duda marcado por el carácter de la lucha. Sin embargo, podemos establecer algunas claves que medien la relación entre medios y dirección política en una sociedad más allá de la modernidad. Toda experiencia real de socialismo se ha desarrollado en la contingencia, por lo que son modelos que no han tenido el espacio necesario para asentarse. En el tema de la libertad de prensa, vemos en un extremo al modelo leninista, basado en el pragmatismo, del otro las coordenadas ideales que nos traza Rosa Luxemburgo. En el centro, Gramsci se adentra en los mecanismos de construcción del poder mediante fórmulas consensuales. Todo ello nos remite a insistir en la importancia de garantizar en el socialismo una relación prensa-gobierno que estimule el pensamiento crítico de las masas, como una manera de lograr su liberación plena a largo plazo, volviéndola partícipes (no espectadoras) de la transformación social. En la actualidad, perece ser el tercer mundo el espacio para una futura superación del modelo capitalista. Hasta el momento, en este grupo heterogéneo de países, el paradigma de libertad de prensa se ha caracterizado más bien por la apropiación acrítica de los postulados, tanto del norte desarrollado, como del antiguo socialismo soviético. Se impone por tanto la creación de

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un modelo de libertad de prensa, que desde una óptica descolonizada, se adecue a la realidad concreta de estas naciones, muchas de las cuales se encuentran aún en formación. La cuestión final no radica en plantearnos si la libertad de prensa existe o no, en el sentido de proponernos unos medios de comunicación “libres” de toda interferencia, más allá de la lucha de clase, y de las ideologías. Sería un absurdo, ya que la prensa obedece a las dinámicas de la sociedad en que se encuentra inserta. Mucho más oportuno sería que tanto comunicadores, periodistas como público en general, se propusieran conocer qué se esconde tras el término, primer paso para el cuestionamiento y la futura ascensión de un modelo alternativo.

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