La invención de una ciudad prehispánica: la imagen de Cuzco en el siglo XVI

June 13, 2017 | Autor: Juan Alberto Romero | Categoría: Cartography, Art History, XVI century, Iconography and urban mapping (XVI-XVIII century)
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Descripción

La invención de una ciudad prehispánica: la imagen de Cuzco en el siglo XVI. JUAN ALBERTO ROMERO RODRÍGUEZ UNIVERSIDAD DE SEVILLA

Resumen: Nos proponemos analizar distintas imágenes representativas de la ciudad americana de Cuzco, a partir de la refundación de la misma llevada a cabo por los españoles en el siglo XVI. Basándonos en un estudio cronológico contrastado de los testimonios escritos e iconográficos de la época, se intentará dar respuesta a las siguientes cuestiones: a quién se debe la invención de la imagen del Cuzco, cuáles son los procedimientos formales y artísticos que posibilitan el que un lugar ajeno se acomode visualmente al gusto europeo, en definitiva reflexionar sobre los modos en los que un nuevo territorio es recibido y representado. Palabras clave: Cartografía. Iconografía urbana. Descubrimiento y conquista de América. Veracidad. Arte Hispanoamericano. Cuzco. Abstract: Our aim is to analyse several representative images of the American city of Cuzco, dating from the process of reconstruction carried on by Spain in the XVIth century. Departing from a chronological study that revises written and iconographic testimonies from then, we seek to tackle the following questions: to whom is the invention of the image of Cuzco indebted, which are the formal and artistic procedures that allow a foreign place to visually adapt to European tastes, and, in definitive, we want to reflect about the ways in which a new territory is received and represented. Keywords: Cartography. Urban iconography. Discovery and conquest of America. Veracity. Spanish-american art. Cuzco.

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Las artes y la arquitectura del poder «No tenemos necesidad de otros mundos. Lo que necesitamos son espejos. No sabemos qué hacer con otros mundos». Stanislav Lem, Solaris.

Los conceptos de viaje, expedición, novedad geográfica, adquieren para la cultura occidental nuevos valores a raíz del descubrimiento de América. Si bien la descripción de lugares exóticos por parte de los europeos no era una tradición cultural del todo ajena, impulsada especialmente a partir de los viajes a oriente de un Marco Polo o de un Jean de Mandeville, y con claros precedentes en la literatura periegética de época clásica, lo cierto es que con los territorios descubiertos por Colón existe una novedad: y es que nunca estuvieron contemplados en ningún mapa o relato precedente. A pesar de que el conocimiento que se tenía hacia 1492 de Asia, mucho menos el de África, no era ni remotamente científico, sí que es cierto por lo demás que estas tierras eran ubicables, se tenían noticias de ellas desde mucho tiempo atrás, en definitiva formaban parte del mundo tal y como éste era concebido. América era realmente un Nuevo Mundo, una tierra por definir y a la que viajar que ponía en tela de juicio la visión tradicional del mundo y de la historia occidentales reconocida hasta entonces como válida. Con esta sensación de plena novedad ¿cómo deberían percibir entonces los europeos los recién descubiertos territorios? En este sentido hay que señalar que no sólo eran diferentes a todo lo anteriormente visto o conocido los territorios y habitantes de este nuevo continente; sino que también era diferente en un principio el periodo histórico, cultural, en el que se encontraban España y Europa en el momento de entrar en contacto, por primera vez, con ese mundo americano. A finales del siglo XV Europa «no era la Europa de una era de ignorancia, era la Europa del Renacimiento, del descubrimiento del mundo y del hombre» , que suponía el paulatino abandono del pensamiento más simbólico medieval para dar paso a una mentalidad más objetiva y científica. Este triunfo de la mentalidad científica, que por un lado es cierto que se inicia en estos momentos, pero que por otro lado y en rigor no se confirmará hasta el siglo XVIII, no se corresponde sin embargo con las imágenes y visiones de sitios nuevos o distantes que tenemos de esta época. Un buen ejemplo de cómo se percibía el mundo en la Europa de fines del siglo XV lo tenemos en la «Crónica de Núremberg», historia universal ilustrada publicada en 1493 que reunía múltiples vistas de ciudades importantes de la época. Comentada por Gombrich en «Arte e Ilusión» , este historiador manifestaba su sorpresa al constatar cómo dos ciudades tan distantes entre sí como Damasco y Mantua pudieran ser exactamente iguales: así, podemos ver en ambos grabados una típica ciudad medieval europea, con su perímetro de muralla, sus casas con tejados a dos aguas y las torres de las iglesias románicas y góticas, tan características de Europa central, pero obviamente no de Mantua, mucho menos de Damasco. Resulta evidente que el ilustrador no visitó estos lugares y, si acaso estuvo en alguno de ellos, optó por representar las ciudades con esquemas y elementos visuales que le eran conocidos. No debemos pensar que esto decepcionara a los posibles lectores de la «Crónica». Se recogía una imagen somera, icónica, un esquema de ciudad, con los elementos habitualmente Índice

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constitutivos de un conjunto urbano para considerarlo arquitectónicamente como tal, es decir, las murallas de defensa, y la presencia de habitantes y de la religiosidad mediante la presencia del caserío y el templo –si éste era una mezquita posiblemente no era cuestión a considerar para definir el carácter urbano, arquitectónico, de la vista. Estos esquemas de ciudades vienen a demostrar cómo el criterio de veracidad no era necesariamente el más importante a la hora de representar las ciudades, «todo lo que se esperaba es que aquellos nombres fueran de ciudades»1. Si se recurría a retratos estereotipados, imágenes urbanas convencionales a la hora de retratar ciudades en el «territorio conocido» euroasiático, parece lógico que esta situación se diera a su vez en los nuevos territorios descubiertos al otro lado del Atlántico casi contemporáneamente al momento de publicación de la «Crónica». La traducción visual de las descripciones llevadas a cabo por los primeros cronistas españoles en América demuestra que efectivamente era más importante representar una ciudad mediante elementos reconocibles para los españoles y con los cuales se pudieran identificar que representar fidedignamente el paisaje urbano y la arquitectura indígenas. No se nos escapa el contenido político de estas representaciones, unido por lo demás al desarrollo de la cartografía en estos inicios de la Modernidad, «con todas la implicaciones de control y dominio que el propio término «representación» conlleva»2; no obstante, se intentaba comunicar la idea de que los nombres que aparecían asociados a estas imágenes correspondían, como en la «Crónica de Núremberg», a ciudades, a veces a grandes ciudades, capitales de imperio ahora sometidos a la gran monarquía hispana. Y como ciudades que eran, éstas debían presentar un aspecto similar a las ciudades –o al menos a sus vistas– conocidas por europeos y españoles para ser reconocidas como tales. Una de esas capitales de imperio fue Cuzco, sede central del estado más poderoso de América del Sur3, el de los Incas. Situado en el corazón de los Andes, ombligo del mundo para la sociedad incaica, fue conquistada por Francisco Pizarro entre 1533 y 1534 para, el 23 de marzo de ese año, llevar a cabo la denominada fundación española y proceder de inmediato al reparto de los solares entre los conquistadores. De todo ello, del proceso de reconstrucción y adaptación de la ciudad a criterios españoles, además de la historia y sociedad de los incas, tenemos abundantes noticias a través de cronistas españoles como Juan de Betanzos y Pedro Sarmiento de Gamboa, sin olvidar el importante testimonio del mestizo Inca Garcilaso de la Vega. Esta relativa abundancia de fuentes escritas no encuentra su correlato a nivel visual, donde los testimonios son escasos. No obstante, existe un documento de estos momentos iniciales de conquista y asentamiento de los españoles en el Cuzco en el que se incluyen imágenes de los nuevos territorios. Hablamos de la «Crónica del Perú» de Pedro Cieza de León, publicada en Sevilla en 1553 !"""""# 1. 2. 3.

Gombrich, E.H.: op. cit., 2002, pág. 60. De Diego, E.: Contra el mapa. Disturbios en la geografía colonial de Occidente. Madrid, 2008, pág. 30. Aparicio Vega, M.J.: Cuzco, la capital incaica. 2001, pág. 28. Índice

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tras su periplo americano entre 1535 y 1550. Cieza de León dedica algunos capítulos a la ciudad de Cuzco. El cronista la sitúa correctamente «entre unos cerros» , en un valle allá en los Andes, y entre dos arroyos, de los cuales uno atraviesa la ciudad, arroyos que no son otros que los ríos Tullumayo y Huatanay. Este último sirvió de división de la plaza central de la vida inca, plaza ésta que también consta en la descripción de Cieza de León como una «plaza de buen tamaño, que los pobladores pusieron como ágora»4 y de la cual salían cuatro caminos reales que conectaban la capital Cuzco con las regiones del imperio, división cuadripartita de la ciudad que identificaba al Cuzco con la propia división territorial del «Tawantinsuyu», el imperio inca de las «cuatro naciones», y que reforzaba la idea de centro, de «ombligo del mundo», de la misma ciudad. Cieza de León identifica esas cuatro regiones con los nombres incas o quechuas al mismo tiempo que reconoce que Cuzco, con sus palacios de piedra, sus puentes para cruzar los ríos y sus calles –que evidencian una traza de ciudad–, era superior en comparación con otras ciudades del Perú. De entre los hitos arquitectónicos de la ciudad se detiene el cronista por un lado en la gran «fuerza» de «Sacsayhuamán», la pretendida fortaleza inca, en ruina como efectivamente la debió contemplar, y la espectacular «Coricancha», el templo del Sol sobre el que ya entonces se asentaba la iglesia de los dominicos. Todo ello, junto con las menciones al oro y plata indígenas, le llevan a Cieza de León a afirmar que Cuzco «debió ser fundada por gente de gran ser» . A pesar de que se intercalan ciertas expresiones de admiración como la mencionada y aunque se señalan los monumentos más notorios, la narración que Cieza de León hace de la antigua capital inca es más bien escueta. La ilustración que acompaña a esta descripción es igual de somera, pero es importante detenerse en ella «por ser la primera imagen publicada de esta importante ciudad inca»5. En primer plano aparecen enfrentados un conquistador español y un indio, supuestamente un inca, que casi como dos estereotipos ilustran ese momento de «impacto incierto», de choque cultural entre América y Europa cuyas consecuencias aún no se podían calcular del que hablaba Elliott6. Estos personajes aparecen separados por un riachuelo que, desafiando toda regla de perspectiva científica, nos direcciona visualmente hasta el fondo de la imagen, en la cual aparece un conjunto de construcciones en todo similar a una ciudad medieval europea. De nuevo como ocurría en la «Crónica de Núremberg» anteriormente comentada, es el nombre escrito en la parte superior lo que realmente nos indica que estamos viendo la ciudad de Cuzco ¿tal cual era? Bien es verdad que ya en 1547, momento en el que se piensa que llegó Cieza de León a la región, la ciudad había sufrido un proceso de transformación arquitectónica importante, sobre todo desde que «el Qosco incaico fue incendiado y casi destruido en el levantamiento de Manco Inca en 1536» , pero para nada había supuesto la conversión del Cuzco en una ciudad amurallada igual a las que se podían ver por entonces !"""""# 4. 5. 6.

Cieza de León, P.: op. cit., 1984, págs. 336-337. Kagan, R.L.: Imágenes urbanas del mundo hispánico: 1493-1780. Madrid, 1998. pág. 116. Elliott, J.H.: op. cit., 1996, págs. 13-41. Índice

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en Europa. De hecho, como el propio Cieza de León señala en el texto, la obra inca era todavía visible en «Sacsayhuamán» y en los potentes basamentos pétreos en los que se asentaban los palacios de los conquistadores o el propio convento de Santo Domingo ya a partir de 1538, por lo que ya había comenzado a producirse ese peculiar mestizaje, también arquitectónico, que caracterizará en general al colonialismo español en América y al Cuzco en particular. Existe en la imagen un intento de señalar elementos topográficos y paisajísticos distintivos del lugar y recogidos en el texto, como son las montañas circundantes, el río que dividía en dos la ciudad o la propia situación de ésta en un valle o superficie más aplanada. Sin embargo, en lo tocante a la descripción de arquitecturas, el artista anónimo, que no sabemos si estuvo o no en el Cuzco, optó de todos modos nuevamente, al igual que en los grabados de Núremberg, por un repertorio de imágenes que le resultaba familiar, a él y a posibles lectores. La nota exótica que nos pretende informar de la geografía humana del lugar que supone la figura del indio no deja de ser otro convencionalismo más, equiparable a las propias arquitecturas. Ni rastro por lo demás de la «Coricancha» o de la fortaleza de «Sacsayhuamán», los hitos urbanos señalados en el escrito. Puede que el grabador pretendiera transcribirnos de manera visual ese carácter pétreo distintivo de la arquitectura cuzqueña mediante la descripción de torres y murallas que vemos en la ilustración. Sin embargo, en la propia «Crónica del Perú» se detalla que si bien existían casas hechas de piedra pura «lo demás de las casa era todo madera y paja o terrados, porque teja, ladrillo ni cal no vemos»7. El sentido de veracidad no parece que fuera por tanto el criterio a seguir por el autor de esta imagen, antes bien se intentaba transmitir esa idea ya comentada de que una nueva ciudad, entendida según parámetros estéticos europeos, había sido adquirida por el imperio español. Para ser percibida en España como ciudad, debió el Cuzco representarse pues con formas sencillas y familiares a los españoles. ¿Cuál era por lo demás el repertorio visual que habitualmente manejaba un grabador español de la época a la hora de retratar ciudades? Un vistazo a imágenes urbanas contemporáneas a la «Crónica del Perú», correspondientes en este caso a ciudades españolas, puede aclararnos esta última cuestión. Tomemos así como ejemplo un libro importante, dedicado al futuro rey Felipe II y por lo tanto lejos de ser un encargo menor como era el «Libro de grandezas y cosas notables de España». Realizado al parecer en 1548 bajo la supervisión del cosmógrafo mayor, Pedro de Medina, los grabados de ciudades que en esta crónica aparecen son igual o más rudimentarios si cabe que los vistos en el libro de Cieza de León y, lo que es más importante para nuestra cuestión, apenas se diferencian unas de otras si no fuera por la descripción, más anecdótica que científica, de elementos circundantes del paisaje. Muy convencionales, muy medievales, todas las imágenes representan un mismo tipo sintético de ciudad, compacta, encerrada en sus muros, que podemos poner en clara relación con la vista de Cuzco en la «Crónica del Perú». La pobreza técnica de la imprenta hispana de aquellos

!"""""# 7.

Cieza de León, P.: op. cit., 1984, pág. 337. Índice

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años explica en gran medida esta situación, pero también, y como señala Richard Kagan8, el que no se hubieran asimilado en la España del XVI los criterios de representación científica ligados a la cartografía, por entonces eran ya frecuente tanto en Italia como en los Países Bajos. Parece evidente por lo tanto que el anónimo grabador de la «Crónica del Perú» no hizo sino seguir la práctica habitual en la elaboración de retratos de ciudades de la España del XVI. Sin embargo, y aunque no fuera ésta la intención del técnicamente limitado autor del grabado, no debemos por lo demás obviar la estrategia colonial subyacente en la imagen de Cuzco: al ser dicha ciudad representada siguiendo la estética y los modelos predominantes en España, al vestir el mismo uniforme, se estaba de alguna manera enunciando con esta representación que la antigua capital inca pasaba a integrarse en la relación de ciudades pertenecientes a la corona española. Representaciones como ésta de Cuzco son por tanto bidireccionales: de una parte proyección de lo conocido –España, Europa– en lo desconocido –Cuzco, América–, y de otra parte apropiación y acomodación de ese nuevo mundo por parte del viejo, dentro de ese proceso de control y domesticación coloniales del que habla Estrella de Diego y que caracteriza a la cultura europea del periodo, una cultura que por entonces se está expandiendo por el resto del planeta, pero que al mismo tiempo entiende que «es preciso reproducir la casa allá donde se vaya»9. El uso de estereotipos convencionales de ciudades, que facilitaban las representaciones de las mismas, unido al sentido de propaganda política ligada a la conquista de los nuevos territorios, son por lo tanto claves para entender las primeras imágenes de ciudades de América llegadas a Europa, realizadas en resumen por europeos y para europeos. Afortunadamente contamos con reproducciones de Cuzco realizadas por artistas europeos, de tradiciones artísticas por entonces más interesadas en las vistas de ciudades que la española, que nos ayudan a completar la visión que de la antigua capital inca se hizo el Viejo Mundo. Estos grabadores, italianos, holandeses y flamencos sobre todo, además de más capacitados técnica y artísticamente, crearon imágenes que por lo demás tuvieron mayor difusión que las de la «Crónica del Perú» y que por ello contribuyeron a fijar para la fantasía europea una imagen del Cuzco que perduró prácticamente inalterada durante trescientos años. Las fuentes para diseñar estos retratos fueron, no obstante, nuevamente las crónicas de los españoles. Tal es el caso del grabado de la ciudad de Cuzco aparecido en el libro del italiano Giovanni Battista Ramusio «Delle Navegationi et Viaggi», publicado en Venecia entre 1550 y 1556. Con esta vista elevada podemos sobrepasar la cerrada muralla que nos impedía ver el interior de la ciudad en la xilografía de la «Crónica del Perú». Efectivamente «vemos» en esta imagen un poco más: además de las montañas –no muy pronunciadas ni andinas en realidad, más propias de colinas europeas– observamos cómo los ríos pasan ahora realmente por el centro de la ciudad, cómo está se organiza siguiendo una traza regular, y al fin contemplamos un es!"""""# 8. 9.

Kagan, R.L.: op. cit., 1998, págs. 106-107. De Diego, E.: op. cit., 2008, pág. 19. Índice

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pacio abierto que conforma una plaza a los pies de una gran construcción en el extremo izquierdo que representa la fortaleza de «Sacsayhuamán». El también anónimo, aunque seguramente veneciano, grabador que ilustra el libro de Ramusio reconstruye la ciudad a partir sobre todo de la descripción que llevó a cabo el secretario de Pizarro, Pedro Sancho. En relación con Cieza de León, este cronista presta mayor atención al trazado cruciforme de la ciudad y a la formidable «Sacsayhuamán», a la cual describe como una fortaleza que «tenía una torre principal hecha a modo de cubo, con cuatro o cinco cuerpos, uno encima de otro»10. Todos estos elementos constitutivos de Cuzco comentados por Sancho en su texto, tienen su traducción visual en la vista contenida en Ramusio. Lo que ocurre es que de nuevo esto se lleva a cabo con un vocabulario europeo que poco tiene que ver con el aspecto original de la ciudad, ni en época incaica en la que pudiera parecer que está ambientada la vista por la figura que con la leyenda «Atahualpa» aparece en la plaza a los pies de la fortaleza, ni colonial, en la que si bien se respetó en gran medida el trazado regular prehispánico de la ciudad, nunca fue tan excesivamente regular. De hecho, esta visión tan simétrica del diseño de la trama urbana, con una distribución axial destinada a crear potentes perspectivas que realzan las puertas de la muralla y, sobre todo, la construcción piramidal de «Sacsayhuamán», aunque de una parte recuerda a la división cuadripartita de la que hablaba Cieza de León al referirse a Cuzco como centro de las cuatro regiones del imperio inca, lo cierto es que parece relacionarse más con un «castrum» romano, cuando no con las visiones de la ciudad ideal tan características de la Italia del Renacimiento. Así, esta ortogonal descripción de la planimetría del Cuzco llevada a cabo por Ramusio y Sancho, contrasta con la información de otros cronistas, como la del fraile Reginaldo de Lizárraga. Éste nos dejó de hecho una descripción de Cuzco en la que llega afirmar que esta ciudad «no tiene calle derecha ni proporcionada, porque no quisieron los españoles romper los edificios de piedra que en ella hallaron» . De hecho, «la misma ciudad prehispánica del Cusco no era lo que hoy llamaríamos una cuadrícula»11. Si bien Lizárraga estuvo en Perú en fecha algo posterior, a fines del XVI, a la publicación de las «Navegationi» de Ramusio, lo cierto es que la elección de Sancho como fuente para realizar la vista de la ciudad, fuente que por lo demás se acomoda a las visiones de ciudades europeas del momento, no parece casual. En conclusión se pueden reconocer los elementos que constituyen la ciudad de Cuzco, pero manipulados por el gusto y los intereses de la cultura europea del momento. Como ya apuntó Richard Kagan12, se potencia de este modo todo lo relacionado con la imagen de civilización que Europa tenía, esto es, el sentido de orden de la ciudad europea, a través de un trazado urbano regular y de las potentes murallas de defensa. El protagonismo que adquiere «Sacsayhuamán» en esta vista frente a otras construcciones – como la inexistente !"""""# 10. Kagan, R.L.: op. cit., 1998, págs. 118. 11. Viñuales, G.: El espacio urbano en el Cusco colonial: uso y organización de las estructuras simbólicas. Lima, 2004, pág. 16. 12. Kagan, R.L.: op. cit., 1998, págs. 118-119. Índice

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«Coricancha» – convertirá a la fortaleza inca en un auténtico símbolo de la ciudad para los europeos. No obstante, la inclusión de una torre en alusión de la fortaleza en el escudo de la ciudad de 154013 viene a confirmar a «Sacsayhuamán» como icono de la antigua ciudad inca y del éxito de su conquista por parte de los españoles. Los errores, favorecedores o no, de dicha representación tomada como fidedigna de esta ciudad del Perú se tipificarán y permanecerán durante siglos. La vista idealizada de Ramusio, paradigmática de ese procedimiento de proyección de Europa sobre el Nuevo Mundo, será la imagen icónica por antonomasia del Cuzco para Europa, modelo para obras de gran difusión, éxito podríamos decir, en la época como el «Civitates orbis terrarum» de Braun y Hogenberg. Es interesante detenerse de todos modos en la vista de Cuzco incluida en el «Civitates» por ser precisamente ésta, más que la de Ramusio, a pesar de ser el modelo original, la que fue más conocida. Editado por Georg Braun en 1572, con corografías realizadas por el flamenco Joris Hoefnagel, «Civitates orbis terrarum» es posiblemente «el más completo elenco de vistas panorámicas, planos y comentarios textuales de ciudades de todo el mundo, publicado durante la Edad Moderna»14. Muchas ciudades tienen de hecho su primera imagen urbana general en esta colección de vistas. Los retratos de ciudades contenían además personajes pintorescos, típicos del lugar al que se refería la imagen, que más allá de lo anecdótico pretendían mostrar efectivamente la apariencia de los habitantes del lugar en cuestión. Esta forma de presentar a la ciudad y a sus gentes es no obstante característica del «Civitates», donde «en primer término suelen mostrarse escenas cotidianas y personajes que ilustran motivos muy diversos de la vida cotidiana y económica de la población representada» . Las ciudades, con sus habitantes, relativas a Europa podían muchas veces en cierto modo dar una idea de su imagen física real, pero ejemplos como el de Cuzco ponen en evidencia que el criterio de veracidad no era desde luego el más importante a la hora de componer estas imágenes. De hecho, algunas de las ciudades que aparecen en el libro ni siquiera fueron visitadas por el autor15. Así, por un lado la ciudad que se nos presenta a vista de pájaro en el «Civitates» señalada como Cuzco es un plagio descarado del grabado de Ramusio; por otro lado, la figura del inca llevado en su silla y acompañado de soldados, que desde el primer plano nos presenta sus dominios, componen una imagen sumamente estereotipada, ajena a la vestimenta inca, además de ser una reproducción ampliada del mismo grupo de Atahualpa situado en la plaza delante de la fortaleza presente ya en la ilustración de Ramusio, que en este grabado del «Civitates» ni siquiera se han molestado en eliminar. La iconografía congelada por Ramusio en fin, contribuiría a modificar la imagen de la capital inca; !"""""# 13. Ramos Gómez, L.: «El motivo torre en el escudo de Cuzco y en los queros y otras vasijas andinas de madera de época colonial, del museo de América». Revista española de antropología americana. 2004. Nº 34, págs. 163-166. 14. Sánchez Del Barrio, A.: «Civitates, una exposición conmemorativa». Estudios del patrimonio cultural. 2010. Nº 4, pág. 83. 15. Morales Folguera, J.M.: op. cit., 2001, pág. 116. Índice

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los habitantes originales de esta civilización, cuando aparecen en estas representaciones, lo hacen para adornar con una nota exótica unas vistas de ciudades que en definitiva venían a ensalzar la idea del orden de la ciudad y civilización europeas, trasplantadas y triunfantes en el Nuevo Mundo. Las vistas creadas por los europeos especialmente en el siglo XVI contribuyen a definir una visión europea del espacio físico. Cuzco es un caso más, si cabe ejemplar, de esta tendencia. No importan los cambios, urbanísticos y sociales, que se producirán en la ciudad andina Cuzco desde la fecha del «Civitates» en adelante: en definitiva, la imagen que los europeos tendrán de Cuzco será la forjada por el grabador anónimo de Ramusio y reproducida por Hoefnagel y Braun en el «Civitates», copiada hasta la saciedad con escasas modificaciones en vistas de ciudades y en los márgenes de los mapas hasta bien entrado el siglo XVIII. Se ha producido efectivamente la invención de una ciudad. «Invención» es un término que puede ser entendido como la acción o el efecto de inventar. Se asocia también con la idea de descubrimiento. Incluso, es posible la acepción de engaño, ficción. En este sentido ambivalente de la palabra, ligada a la creación de algo novedoso, a la vez que al hecho de desvelar una realidad preexistente, es como efectivamente entendemos las distintas imágenes representativas analizadas de la ciudad americana de Cuzco, a partir de la refundación de la misma llevada a cabo por los españoles. Sin embargo, esta tipificación de la imagen de una ciudad, esta invención de la misma durante el siglo XVI, no se da de un modo tan extremo en todas las representaciones de las poblaciones del Nuevo Mundo. Para comparar así el caso de las ilustraciones de Cuzco con las de otras ciudades americanas, nos detendremos en unos documentos claves de esta centuria, realizados bajo el gobierno de Felipe II, que generaron una importante cantidad de vistas de los nuevos territorios ultramarinos. Así, y en primer lugar, las «Ordenanzas de Descubrimiento y Población» de 1573, conjunto de de instrucciones de cómo debían planificarse y crecer las ciudades del Nuevo Mundo, según un diseño ortogonal, práctica por lo demás que ya había venido siendo frecuente desde los primeros momentos de la conquista, y que este documento no hace de hecho sino corroborar a nivel teórico o legal. De algún modo, puede que influyeran estas Ordenanzas a la hora de realizar mapas siguiendo un criterio esquemático y basado en el plano de damero, si bien esto no es más que una suposición. En segundo lugar, y más relevante para nuestro estudio, son las «Relaciones Geográficas» de 1577. Éstas consistían en una serie de cuestionarios, compuesto por 50 preguntas, que debían ser cumplimentados por las autoridades locales, con el fin de que la metrópoli pudiera así conocer mejor los nuevos territorios. Estrategia de control, ejercicio de geopolítica del gobierno de Felipe II, las Relaciones presentaban «numerosas preguntas acerca del paisaje urbano y rural» , a raíz de cuyas respuestas se crearon planos y vistas de poblaciones. El monarca de la casa de Habsburgo, entusiasta de la cartografía, podía obtener así una imagen aproximada de sus nuevos dominios.

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Es interesante constatar cómo muchos de los planos que acompañaban al cuestionario de las Relaciones provenientes de Nueva España, contienen elementos que se alejan del habitual lenguaje visual europeo. De hecho, algunos de estos mapas fueron realizados por «tlacuilos», escribas-pintores educados en la tradición gráfica prehispánica, que dejan entrever, en estas representaciones de su territorio, ahora propiedad de los españoles, su peculiar código visual y simbólico. Esta cartografía digamos mestiza, ampliamente estudiada por la profesora Gloria Espinosa Spínola16, se caracteriza, siguiendo a esta estudiosa, por su esquematismo, su ausencia no sólo de perspectiva, sino incluso de cielo o línea de horizonte, con la inclusión por contra de elementos del paisaje de especial significación para los indígenas, combinando en definitiva muchas veces el plano de la ciudad con sus áreas circundantes. Se basa por tanto en el legado pictórico de la tradición indígena prehispánica. Un buen ejemplo de este tipo de representaciones, diversas pues en su lenguaje a los códigos de representación europeos del momento, aunque influenciados por los mismos, sería el mapa de la población de Texupa, elaborado efectivamente por algún «tlacuilo». En este sentido, Barbara Mundy destaca que estos artistas «tlacuilos» del área de México, «suelen darnos una visión dual: nos indican la manera en que los indios se veían a sí mismos por un lado y por otro lado buscan adaptar esta visión a los requerimientos de la encuesta, es decir, a lo que ellos creían que demandaban las autoridades españolas» . Esta elaboración mestiza de los planos para las Relaciones de 1577, basada en la intervención de artistas o escritores indígenas, educados en una tradición gráfica local anterior a la llegada de los españoles, fue algo prácticamente exclusivo de Nueva España. Así, en contraste, «los planos de las Relaciones conservadas pertenecientes al Virreinato del Perú, son muy pocos y todos siguen modelos españoles»17. Ninguno hay de Cuzco. Hemos visto hasta ahora cómo los europeos, españoles o no, percibían y representaban la antigua ciudad inca. Cabría preguntarse si los propios indígenas elaboraron imágenes urbanas del Cuzco, si existió una tradición gráfica prehispánica en este sentido como hemos visto que sí que hubo en Nueva España. Según el testimonio del mestizo Inca Garcilaso de la Vega en sus «Comentarios reales», parece que los incas practicaban algún tipo de cartografía, en tanto en cuanto usaban planos y maquetas a la hora de trazar ciudades como el propio Cuzco18. El problema es que no sabemos si esto es real o más bien forma parte del discurso indigenista de una sección de la obra escrita de Inca Garcilaso. En cualquier caso, no podemos certificar esto documentalmente, dada la ausencia de manuscritos o de restos arqueológicos, por lo que conjeturar sobre la existencia de una cartografía prehispánica en los Andes resulta improductivo. Las Ordenanzas de 1573 y, sobre todo, las Relaciones Geográficas de 1577 de Felipe II, a partir de las cuales se crearon planos y vistas de ciudades, ayudaron a conformar una ima!"""""# 16. Espinosa Spínola, G.: Arquitectura de la conversión en la Nueva España durante el siglo XVI, Almería, 1996, pág. 62. 17. Morales Folguera, J.M.: op. cit., 2001, pág. 136. 18. Kagan, R.L.: op. cit., 1998, pág. 89. Índice

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gen de los nuevos dominios de la corona. No obstante, si bien en Nueva España muchas de las imágenes generadas a raíz de estos proyectos cartográficos son de autoría más o menos indígena, caso de los «tlacuilos», que pudieran ofrecer otra visión del territorio diferente a la europea, en el caso de Perú la ausencia de una tradición cartográfica indígena impidió el que pudiera desarrollarse una percepción de la ciudad y su entorno diferente a la propuesta por españoles y europeos. En el caso concreto de la capital Cuzco, la invención europea, basada en el binomio Ramusio-«Civitates», no tuvo competencia y pudo imponerse como imagen icónica a los ojos de Europa con mayor facilidad que en el caso de las ciudades mexicanas. Cuzco es por tanto un ejemplo extremo de la apropiación de un territorio a través de la imagen. La posibilidad, que comentaba Georg Braun en su introducción al «Civitates», de viajar mediante estas vistas «sin salirse nunca de los límites del estudio»19, como si de una colección de postales o un buscador de imágenes de internet actuales se tratara, responde en gran medida a los mecanismos propagandísticos coloniales de expansión y a veces imposición de la cultura europea a lo largo y ancho del mundo, mecanismos ligados a una forma de representación donde «no debe haber diferencias entre lo de allí y lo de aquí, todo debe formar parte del mismo discurso, de un idéntico mapa»20. Se sitúa a Cuzco en el mapa a través de una imagen, una imagen que por lo demás es una invención, legitimada, con todo, por el criterio de veracidad.

!"""""# 19. Kagan, R.L.: op. cit., 1998, págs. 17 20. De Diego, E.: op. cit., 2008, pág. 19. Índice

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Fig. 1. Wolgemut, xilografías de la «Crónica de Núremberg», 1493. [Extraído de Gombrich, E.H., Arte e Ilusión, Madrid, 2002, pág. 60].

Fig. 2. Anónimo, xilografía de Cuzco de la «Crónica del Perú», 1553.

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Fig. 3. Anónimo, Vista de Cuzco de G.B. Ramusio «Delle Navegationi et Viaggi», 1556.

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Fig. 4. «Tlacuilo» anónimo, Mapa de Texupa, 1577-1580.

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