La inteligencia espiritual y el cuidado de sí mismo en los profesores universitarios

July 17, 2017 | Autor: Omar Cabrales | Categoría: Inteligencia Emocional, Inteligencia Espiritual
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Descripción

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La inteligencia espiritual y el cuidado de sí mismo en los profesores universitarios Autor: Omar Cabrales Salazar. Líder del Grupo de Investigación: Cultura y Desarrollo Humano, de la Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad Militar Nueva Granada. Bogotá, Colombia. La ponencia es fruto de la investigación: Trayectorias laborales intergeneracionales y perspectivas sobre el trabajo docente universitario en Colombia, financiada por la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad Militar Nueva Granada. Bogotá, Colombia. Resumen La ponencia argumenta al respecto de la necesidad del desarrollo de la inteligencia espiritual en los docentes universitarios, ante la presión y necesidad de cualificación permanente surgida de la implementación de las políticas neoliberales en las universidades. Parte del reconocimiento de la conciencia de sí mismo como fase primigenia y argumenta sobre la necesidad del desarrollo de la inteligencia espiritual en los docentes universitarios, Palabras Clave: Conciencia, autoconciencia, espiritualidad, inteligencia emocional, inteligencia espiritual. Método de Investigación Cualitativo

... Una isla rodeada de misterio. Sé que estamos rodeados de misterio. A eso es a lo que yo llamo el sentido religioso del hombre, la sensación de que estamos rodeados por un misterio impenetrable. Hoy día tenemos el apoyo de las ciencias para comprender el sistema solar y las galaxias: hemos asimilado miles, millones de hechos de los que los antiguos no tenían conocimiento. No obstante, el mundo nos resulta cada vez más incomprensible, menos transparente. Cuanto más sabemos, más conscientes somos de nuestra ignorancia. Toda la historia de la ciencia se compone, al fin y al cabo, de tímidas hipótesis. Por ello hablo del sentido religioso del hombre: de una postura religiosa frente a lo inabarcable, lo indescifrable, de lo infinito. Aunque no sea posible transformar este sentido en una doctrina, un catecismo, un sistema. Norberto Bobbio

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JUSTIFICACIÓN En los últimos 20 años se han dado cambios estructurales en las universidades de gran parte del mundo. Permeadas por las variables demandas del entorno como la financiación externa, cambio en el número y tipo de estudiantes, internacionalización, delegación de las responsabilidades administrativas y financieras en los docentes, y requerimientos externos de rendición de cuentas y control de la calidad, entre otras cosas, se han visto obligadas a cambiar sus modelos de gobierno e implementar prácticas gerenciales de tinte neoliberal. De ahí que, nuevos modelos de gestión se han venido implementando en las universidades y le han exigido al profesor una serie de componentes adicionales al ejercicio de la profesión como docentes, que han redundado en una permanente presión para su cualificación y continuidad en las aulas y en el incremento de enfermedades como el estrés y el índice de Burnout. Según el informe de la UNESCO, “Condiciones de Trabajo y Salud Docente”, publicado por la Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe en el 2005, es una tradición ampliamente extendida aceptar que parte del trabajo docente se realice fuera del horario laboral. De hecho, la cantidad de tareas adicionales que se han atribuido a los profesores los han convertido en trabajadores sometidos a extensas jornadas laborales que generalmente termina en su casa. De la misma forma, el sistema de puntos por salario que empezó a funcionar en Colombia con el Decreto 1279 de 2003, ha convertido el ejercicio de la docencia en un profesión con un alto grado de competitividad con consecuencias en la salud de los profesores. OBJETIVO Argumentar sobre la necesidad de fundamentar la inteligencia espiritual en los profesores universitarios, con base en el desarrollo de la consciencia de sí mismo, para generar en ellos herramientas para el cuidado de sí y disminuir sus niveles de estrés y hacer más llevadera la vida en el trabajo.

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SOPORTE TEÓRICO

El cuidado de sí

Para cuidarse hay que saberse, hay que conocerse en la más profunda esencia si es posible. Empezando por reconocerse como humano corpóreo, sujeto poseedor de un cuerpo físico que se lleva, que se porta, que se ve y que ven y se dimensiona. El atributo de la corporeidad es el primer atributo de condición humana, somos humanos porque tenemos (pues nos pertenece) un cuerpo físico que hemos alimentado hasta ser lo que es, hasta ser yo. En un principio es tarea de los padres cuidar del cuerpo del niño, pero en la medida que se toma consciencia de él, en la medida que se identifica el cuerpo con el yo, se estructura el lazo entre el cuerpo y ese yo, constituyendo la consciencia de sí mismo a través del cuerpo físico. En consecuencia, el primer cuidado de sí, es el cuidado del cuerpo.

La corporeidad es el primer arraigo que nos sitúa en alguna parte, en un tiempo y en un lugar determinado; es el primer sentido de pertenencia que dirigimos o construimos sobre algo, por tal razón, tomamos inconscientemente la relación de un cuerpo que responde a un nombre y en esa medida tomamos posesión de él: de nuestro cuerpo, de mi cuerpo, de quien soy. (Cabrales, 2010:21).

En el docente, cuyo cuerpo es ‘vehículo’ de enseñanza (Aunque ahora con los cursos virtuales el cuerpo se necesite cada vez menos), este debe cuidarse excepcionalmente, pues es la forma física que le permite dar clase. A través de su cuerpo el profesor enseña y se hace de mostrar todo el tiempo, es objeto de las miradas cuando escribe en el tablero y es fuente de la voz por medio de la cual explica.

En un nivel más profundo, la toma de consciencia de sí mismo más allá del cuerpo, debe reconocer la existencia de otras dos instancias, la mente y el alma humanas, que junto con el cuerpo físico en el que habitan, constituyen el cuerpo humano en toda su complejidad. Es así como desde los griegos se postula el cuidado de sí como una fase importante en la búsqueda de aquella esencia que reside en el interior de sí mismo y que diferencia a los seres humanos de los otros mamíferos y a algunos humanos de otros. Para los Griegos,

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“este cuidado de sí se constituyó en una ascética, en un entrenamiento de sí mismo por uno mismo que preparaba al sujeto para enfrentarse a cualquier imprevisto. La ascética del cuidado de sí se realiza por medio de técnicas concretas que permiten alcanzar la verdad en el sujeto” (Pimentel, 2007:154).

De esta forma, dos de las más relevantes técnicas para el cuidado de sí en los griegos son la meditación y la escritura de sí. “La meditación y el examen de conciencia (en los griegos estoicos y epicúreos) tenían por objeto no tanto preparar para la confesión, como sucederá posteriormente en el cristianismo, sino más bien establecer un inventario de las acciones del sujeto, para luego analizarlas independientemente del mundo externo.” (Pimentel, 2007:154). Este inventario requerirá entonces, del desarrollo de la consciencia de sí mismo, del reconocimiento de sí mismo, a través de la introspección en el silencio, que devela y a su vez se fortalece la consciencia, pues ella se alimenta de sí misma fortaleciendo el alma y la espiritualidad y trazando el camino para que el cuidado de sí se dé de manera compleja, interdisciplinar y que abarque todas las dimensiones del ser humano.

De otra parte, Foucault nos habla del «cuidado de sí» para tratar de explicar las técnicas, procedimientos y fines que un sujeto ético constituye en una determinada relación introspectiva, en una subjetivación interna. Comienza señalando que este "cuidado de sí", se ha convertido en el principio básico de razonabilidad ética y al mismo tiempo en una condición necesaria de la vida filosófica y de la forma de acceder a la filosofía. "La filosofía es el conjunto de los principios y las prácticas con los que uno cuenta y que se pueden poner a disposición de los demás para ocuparse adecuadamente de uno mismo o del cuidado de los otros" (Foucault, 1994: 61). Como vemos, el cuidado de sí mismo es una actitud para el ser en primera persona, para con los otros y, desde luego, una constante inter-relación con el mundo, que en el docente se manifiesta en el trato con sus estudiantes.

Foucault describe así este proceso: “En primer lugar es una actitud general, un modo de comportarse con respecto a uno mismo, a los otros y al mundo. Es una determinada forma de atención, de

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mirada. Preocuparse por uno mismo implica que uno reconvierta su mirada y la desplace desde el exterior hacia sí. Designa un modo de actuar en relación consigo mismo a través del cual uno se modifica, se purifica, se transforma o se transfigura. Implica un corpus que define una manera de ser, una actitud, que hace de ella un fenómeno de extraordinaria importancia en la historia de las prácticas de la subjetividad.” (Foucault, 1994: 35). Para evidenciar la importancia del “cuidado de sí”, Foucault lo expresará de la siguiente forma: "El sujeto no es una sustancia. Es una forma y esa forma no es siempre la misma…, lo que interesa es precisamente la constitución histórica de esas formas diferentes del sujeto" (Foucault, 1994, 60). Implica entonces, que el ser humano debería estar permanentemente inmerso en un proceso evolutivo de humanización, que significa cambio, búsqueda continua, que como se ha visto, requiere de un trabajo riguroso sobre sí mismo, para lo cual, es determinante el desarrollo de la consciencia de sí.

Entonces, desarrollar la conciencia de sí, es la capacidad de llegar a tener conocimiento de sí mismo como diferente y opuesto a toda la realidad exterior, al igual que reconocerse como el autor de la intelección ejecutada cuando así se piensa. En definitiva, es la capacidad de identificarse individualmente como sujeto, lo que implica tener conocimiento profundo de qué se es y de quién se es. Heidegger en su Carta Sobre el Humanismo advierte que el humano solo debe ser pensado en su relación con el ser, afirma que el hombre es el ser que está a la escucha del ser; no es en una autocomplacencia en su propia realidad como el ser humano logra su destino, sino, por el contrario, en ponerse en franquía al ser que se le revela. (Heidegger, 2000: 259-297).

En este sentido, como humano que trabaja con otros y para otros, el docente debe estar inmerso en una actitud reflexiva sobre sí y sobre su práctica docente, pues este meticuloso cuidado le permite volver al ego y circunscribir la parte íntima que define su posición en relación con el otro, el estudiante. El docente que cuida de sí, que toma conciencia de su labor, va tallándose a sí mismo y esta preocupación de sí conlleva una actitud, una manera de comportarse, un modo de vida, en el que sigue una disciplina que implica el estudio

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riguroso, el cuidado de su salud, de su corporeidad, de su intelectualidad y el desarrollo de su espiritualidad y de su inteligencia espiritual.

REFLEXIONES

Bajo las nuevas condiciones laborales de altísima competitividad, es importante entonces, considerar a los docentes como seres humanos sometidos a un desgaste permanente, a unas condiciones laborales cambiantes que les obliga a desempeñarse en labores de investigación, de docencia y de extensión, para las que a veces no han sido formados y además a ser impelidos a mejorar su perfil para competir por las pocas nuevas plazas de trabajo o para conservar su empleo.

En este sentido, es importante que el docente desarrolle habilidades que le permitan desempeñarse idóneamente en el aula del siglo XXI y en sus espacios de trabajo, que van más allá de las típicas competencias promovidas por los modelos organizacionales que se han ido montando en las instituciones universitarias. Estas habilidades surgen de otras disciplinas, como la psicología del potencial humano (Aspinwall & Staudinger, 2007), que empoderan a la persona y fundamentan en el mismo individuo la capacidad de forjar su destino y la entera responsabilidad de su propia vida, o del desarrollo de las inteligencias múltiples (Gardner, 1983) de donde se deriva la inteligencia emocional (Goleman, 1998) y ulteriormente la inteligencia espiritual.

En las últimas décadas, la inteligencia emocional es un tema que ha tomado fuerza dentro de las organizaciones, especialmente en las universidades; ya que, como se ha visto, los constantes cambios en sus modelos de gestión han marcado pautas que han intensificado la competitividad al interior de las instituciones de educación, entre ellas y sus docentes. Por tal razón, en el ámbito educativo, su aplicación se ha incrementado como estrategia para manejar el recurso humano, debido a los factores resultantes del neoliberalismo y la globalización.

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De esta manera, ya que el docente es un ser humano per sé complejo, en contacto permanente con otros seres humanos en formación, tal vez más complejos que él, y que de manera inexorable se ve obligado a sentir; a la hora de abordar sus emociones, evaluarlas y direccionarlas, se presentan circunstancias difíciles en su trabajo que requieren de otro tipo de herramientas que lo empoderen para seguir desarrollando con idoneidad su trabajo de formador.

En este orden de ideas, se aborda el manejo consciente y evaluado de todo este conjunto de emociones y sentimientos como la base del concepto de la inteligencia espiritual, como una herramienta para potenciar el capital humano en las instituciones educativas, particularmente en los profesores.

Se argumenta entonces el desarrollo de la inteligencia espiritual desde los conceptos de conciencia, autoconciencia o consciencia de sí y espiritualidad. Entendida la primera como “la emergencia del pensamiento reflexivo del sujeto sobre sí mismo, sobre sus operaciones, sobre sus acciones” (Morin 1986: 134), resultante del interrogante fundamental que se hacen los seres humanos sobre el sentido de su propia existencia y que da cuenta del cuestionamiento esencial sobre el sentido de la vida y la misma muerte, o de la aceptación inexorable de la condición de finitud humana. También hace referencia a “el sentir y percatarse, una fascinante competencia mental real y natural al encontrarse estrechamente uncida a la vida, la conducta y la fisiología de los organismos más desarrollados y dotados de cerebro, en particular los seres humanos, cuyos principales rasgos son: temporalidad, actividad, contenido, unidad y cualidad” (Díaz, 2008; 15), lo que le otorga el atributo de estar en permanente movimiento, en permanente ebullición, creación y renacimiento. Por esto, “si la vida se caracteriza por construir una serie no lineal de formas orgánicas capaz de perpetuarse y replicarse, la conciencia es un sector particular de ese proceso pautado que se identifica con la cognición lúcida, con el saber y el sentir de los organismo vivos. De igual forma, se entiende como un fenómeno particular de esa correspondencia abocado a discernir, interpretar y moldear la realidad del entorno en provecho del organismo (Díaz, 2008: 13). De ahí que, la conciencia es esa cualidad de los seres humanos que les permite

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darse cuenta, adquirir conocimiento profundo de lo que se es y de lo que está más allá del plano material y evidente. De otra parte, se entiende por autoconciencia, “como la facultad de la mente de registrar sus procesos y recrear una representación del organismo” (Díaz, 2008: 15). Esta representación incluye, como se dijo más arriba, la parte corpórea, física o material del ser humano, su constituyente racional o mental, obviamente ubicado en el cerebro, y su parte espiritual, residente en el alma humana: de ahí, cada uno de estos sistemas logra su autonomía y realiza un autorepresentación particular que permite una individualización y asimismo el establecimiento de lazos inquebrantables entre cada una de estas tres entidades que se profundizan y estructuran con el paso de los años, con la toma de consciencia de la particularidad individual.

De la misma manera, la autoconciencia, que surge del ejercicio de volver sobre sí, de enfocar la conciencia hacia el interior, le facilita al hombre profundizar en el conocimiento de sí mismo y de desarrollar la consciencia de sí. No puede negarse “el sentido profundo de la interrogación sobre sí mismo que realiza el ser humano: porque el ser humano es tal en tanto y en cuanto se interroga acerca de sí mismo. Hablar del alma y de sus sustitutos significa, por lo tanto, hablar de la humanidad del hombre entendida como problema, como enigma y como inagotable tensión” (Vanzago, 2011:11). Igualmente, la reflexión sobre sí mismo, en particular sobre el sufrimiento, impelen a la persona a cuestionarse sobre el mismo, y le revelan al hombre la existencia de un principio anímico esencial, principio sintiente o jiva (Bilimoria, 1995; 91), denominado alma, que se reconoce como distinto de la mente y el cuerpo y cuya característica es permanecer unida a la fuerza vital. Su cultivo a través de la introspección, contribuye a paliar ese dolor, puesto que al estar uncida de la energía benéfica, su desarrollo permea las otras instancias (cuerpo y mente) y le provee de bienestar al permitir que esa energía se expanda hasta trascender la misma corporeidad.

Esta fuerza vital, según Vanzago, hace referencia, metafóricamente, al aire que pasa, en la medida en que cualquier ser animado lleva en sí el aliento divino: es, por lo tanto, sobre todo el aliento vital (2011;21) que lo imbuye y lo trasciende y lo obliga a volver sobre sí:

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“El sentido más general de la vida o de la fuerza vital, se refiere al sostén o soporte del deseo o la necesidad. A veces se refiere también a una persona viva, a un individuo. Por último, en los libros más tardíos de Antiguo Testamento designa el sí mismo” (Vanzago, 2011;21). Lo anterior, da claros indicios de la existencia del alma como entidad incorpórea diferenciada de la mente o la razón y en la que reposa la probidad de ejercer la espiritualidad. RECOMEDACIONES El Desarrollo de la Inteligencia Espiritual Así como Gardner postula su teoría de las inteligencias múltiples y Goleman, a partir de allí, habla de la inteligencia emocional, se habla en la actualidad de otro tipo de inteligencia que le concierne al ser humano, la inteligencia espiritual, que entre otras cosas, “faculta al ser humano para el análisis valorativo de la propia existencia y de los ideales y horizontes de sentido de la misma, pero también abre otras posibilidades que no están contenidas en el término existencial” (Torralba, 2010;14). Parece entonces, que para hacer accesible la espiritualidad a los mortales renuentes a la aceptación de la existencia del alma o de Dios, se ha constituido el término de inteligencia espiritual, que tarde o temprano remite indefectiblemente a algún tipo de divinidad o de energía benéfica. Es sabido que en occidente, para que un concepto cobre rigor científico, se requiere validarlo a través de la intelección o la mediación de la razón, entonces, a la necesidad innata que tienen casi todos los seres humanos para comunicarse o para establecer una relación con su divinidad -lo que Norberto Bobbio llama el sentido religioso del hombre-, parece que se le ha adaptado el concepto de inteligencia espiritual. Puesto que, como lo afirma Torralba: “Partimos de la tesis según la cual el ser humano goza de un sentido espiritual, que padece unas necesidades de orden espiritual que no puede desarrollar ni satisfacer de otro modo que cultivando y desarrollando su inteligencia espiritual” (2010; 17), lo que aparentemente no suena tan religioso como espiritualidad, pero que en últimas termia siendo lo mismo. La espiritualidad como un atributo exclusivo de los humanos, es entendida en términos generales como alimentar el espíritu, en darle continuidad y fortaleza, en suplir las

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necesidades trascendentes del hombre, en satisfacer el anhelo por encontrar la paz interior y establecer contacto con algo que está más allá de los meramente físico, por trascender, por sentir algo de protección ante el miedo que se siente de niño, por buscar contacto con la divinidad y hacer las cosas que la divinidad exige para optimizar ese contacto. “Podríamos decir que la espiritualidad humana es escuchar y responder a los profundos anhelos que surgen desde el centro de nuestro ser, anhelos de búsqueda, de exploración, de crecimiento e interacción con nuestro entorno humano y natural” (Molineaux, 2003: 6) y que la inteligencia espiritual sería la competencia para optimizar este anhelo profundo a través del desarrollo de la conciencia, de la consciencia de sí mismo, de la meditación, de la introspección o de la oración; lo que le permite al hombre, y en este caso al docente, establecer lazos profundos con la energía benéfica o con dios, llámese como se llame, más allá de las religiones y los ritos. Por esto, es prioritario rescatar la espiritualidad y el desarrollo de la inteligencia espiritual como atributo primordial de la condición humana del docente. En este orden de ideas, la espiritualidad, como ejercicio de la consciencia de sí, a través de la meditación o de la introspección en la búsqueda del contacto con la energía benéfica que reside dentro de sí mismo, le permite desarrollar la inteligencia espiritual y llevar a cabo reflexiones profundas sobre el sentido de su existencia, de su trabajo y de su responsabilidad con el otro, con el estudiante, a partir de la probidad que le permite alcanzar estados superiores de consciencia. La inteligencia espiritual le permitirá reconocer la importancia del desarrollo de su espiritualidad por encima de otras inteligencias, pues es él y quien guía, quien señala, quien ayuda y evidencia que el alimento ideal del hombre para enfrentar todos los retos y los avatares de un mundo insensible es el cultivo de la espiritualidad. Como lo expresa Morín: “La práctica mental del auto-examen permanente de sí mismo es necesaria, ya que la comprensión de nuestras propias debilidades o faltas, es la vía para la comprensión de las de los demás. Si descubrimos que somos seres débiles, frágiles, insuficientes, carentes, entonces podemos descubrir que todos tenemos una necesidad mutua de comprensión.” (Morín, 2006, 51).

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CONCLUSIONES La espiritualidad, es así, el resultado del cultivo del espíritu o del alma humana. Es el anhelo de establecer relaciones con lo trascendente, con la divinidad o con el silencio que reposa en lo más profundo de cada hombre. En ella intervienen factores tales como la adquisición de la conciencia interior, la percepción de lo interno y de lo que hay más allá de lo meramente físico a través de la introspección, del ejercicio riguroso de volver sobre sí para desarrollar conocimiento de sí, consciencia de sí; para que la capacidad de valorar la práctica docente, los actos y los pensamientos construya la vida del docente en el sentido de una humanidad que adolece de insensibilidad. Más que cualquier otro ser humano, el docente tiene que renovarse permanentemente, tiene que reinventarse para que le pueda dar cabida al nuevo conocimiento que en la actualidad se olvida rápidamente y se moderniza vertiginosamente, para que pueda desaprender lo que se hace obsoleto y aprender lo que es necesario para enseñar en un mundo en permanente cambio y para que, como docente, pueda tener una amplia disposición a cambiar, que es lo que lo hace humano. Esta renovación espiritual no es exclusiva de los santos o de los religiosos y tampoco implica retirarse a las montañas y dejar el mundo para encontrar a Dios, es una cualidad de los hombres, que en ese sentido de mutabilidad, es susceptible de alcanzar a partir de la renovación del espíritu, que implica evidentemente trabajar en él, hacer las cosas que le competen, que como todos sabemos no son las cosas del mundo. Entonces, la emergencia de la espiritualidad y la consolidación de la inteligencia espiritual en el docente, le permitirá el surgimiento y la consolidación de sus cualidades morales, y el surgimiento de otras como la compasión, la caridad, el optimismo y el afecto, que podrá implementar con sus estudiantes y lo fortalecerá para enfrentar todos los embates del mundo de hoy.

REFERENCIAS 

Aspinwall Lisa & Staudinger, Ursula M. (2007), Psicología del potencial humano. Gedisa.

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               

Bilomoria, P. (1995), La ética india, en: Compendio de Ética, Singer. P. (Ed), Alianza, Madrid. Brunner, J. (1993) Evaluación y financiamiento de la educación superior en América Latina: bases para un nuevo contrato, en Balán, Jorge et al. Políticas comparadas de educación superior en América Latina, Santiago de Chile: FLACSO. Cabrales, O. (2010), Competencias Gerenciales para el Desarrollo Humano, Ed. Libros del Páramo-Universidad la Gran Colombia. Bogotá. Díaz, J. (2008), La conciencia viviente, FCE, México. Foucault, M. (l994). Hermenéutica del sujeto. Madrid: La Piqueta. Galaz, F. (1999). Nota para una agenda de investigación sobre el académico en la educación superior mexicana. Sociológica, 41: 13-39. Gardner, H. (1983), Inteligencias múltiples, Paidos, Barcelona. Goleman, D. (1998), La práctica de la inteligencia emocional, Kairós, Barcelona. Heidegger, M. (2000), Carta sobre el humanismo, En: Hitos, Madrid: Editorial Trotta, pp. 259-279. Molineaux, D. (2004), Los humanos, la espiritualidad y la evolución cósmica, En revista Polis [En línea], 8 | 2004, disponible en: URL : http://polis.revues.org/6037 ; DOI : 10.4000/polis.6037, consultado el 01 marzo 2013. Morín, E. (1986), El método, III: El conocimiento del conocimiento. Madrid, Cátedra. Morín, E. (2006), El Método 6 Ética, Cátedra, Madrid. Pimentel, M.L. (2007), La Ética, Práctica de la Libertad en Michael Foucault, en El saber filosófico: Sociedad y ciencia, Coord., Jorge Martínez Contreras y Aurora Ponce de León, Siglo XXI, México. Torralba, F. (2010), Inteligencia espiritual, Plataforma editorial, Barcelona. UNESCO, (2005), “Condiciones de Trabajo y Salud Docente”, Oficina Regional de Educación para América Latina y el Caribe Vanzago, L. (2011), Breve historia del alma, México, FCE

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