La insurgencia de Miguel Hidalgo en la Historia y Literatura del siglo XIX: las perspectivas de Díaz Covarrubias, Lorenzo de Zavala, Carlos de Bustamante, José María Luis Mora y Lucas Alamán
Descripción
La insurgencia de Miguel Hidalgo en la Historia y Literatura del siglo XIX: las perspectivas de Díaz Covarrubias, Lorenzo de Zavala, Carlos de Bustamante, José María Luis Mora y Lucas Alamán
Los defectos de los hombres varían según las circunstancias. -LUCAS ALAMÁN Feliz el pueblo cuya historia se lee con aburrimiento. -MONTESQUIEU
La
perspectiva
de
la
revolución
de
Independencia
que
inició
Miguel Hidalgo y Costilla ha sido tan rica en interpretaciones como también para crear argumentos polémicos desde el siglo XIX hasta en la actualidad. El personaje principal de esta historia, de batallas cruentas y sanguinarias, en ciertas veces aclamado “Padre de todos los mexicanos”, otras Miguel Gregorio Antonio Ignacio
Hidalgo
y
Costilla
Gallaga
Mandarte
Villaseñor,
o
solamente Miguel Hidalgo, sufrió varios cambios, tanto como en su personalidad, fisonomía –por medio del arte– y biografía, así disfrazándolo,
voluntaria
e
involuntariamente,
de
mil
y
un
rostros a lo largo de la historia –e historiadores; también, de la misma manera, los eventos y acontecimientos que conllevaron todas sus acciones militares –y de pillaje.
En esta investigación se seleccionaron a cuatro estudiosos del presente caso: cuatro coetáneos historiadores y un joven escritor, para desarrollar un diálogo sobre estas perspectivas, tanto historioliterarias, con Díaz Covarrubias
(1837-1859), y
meramente históricas, con los demás historiadores, y vislumbrar las ideas más concurridas sobre este hito de la historia de México. Una vez consumada la independencia, comienza un proceso de reconstrucción mundo
y
del
país
trascendencia
participa
para
como
activamente
metasígnico.
De
representatividad
verdadera
la
igual
darle
nación;
literatura,
manera,
los
en
ante
ese
el
proceso
dado
su
carácter
de
poder
recurren
textos
frecuentemente a la apología revolucionaria independentista, o a la historioliteratura
–en este caso historia literaturizada-,
porque la novela histórica era el fundamento para el desarrollo cultural
y
nacional
en
México,
toda
América
y
en
el
mundo
entero. De esta manera se conformaron distintas asociaciones que buscaron
explicar
y
plantear
estrategias
literarias
para
el
crecimiento de la nación mexicana en la Academia de Letrán y el Liceo Hidalgo (Hölz 1990: 373), lugar donde se desenvolvieron largas discusiones sobre el análisis de la independencia y su papel histórico como fundacional, en torno a su protagonista Miguel
Gregorio
Antonio
Ignacio
Hidalgo
y
Costilla
Gallaga
Mandarte Villaseñor, mejor conocido como Miguel Hidalgo, cuyo perfil y representación sufrieron varios cambios, tanto en su fisonomía como en los datos biográficos, por lo cual a él se le ha disfrazado de mil y una máscaras a lo largo de la Historia –y por
parte
de
los
historiadores–,
así
como
a
los
eventos
y
acontecimientos que conllevaron todas sus acciones militares. Es pertinente señalar que a mediados del siglo XIX, en los años inmediatamente anteriores a la Guerra de Reforma, el partido conservador de entonces en el poder articuló un discurso que denigraba
a
particular,
la lo
independencia cual
preocupó
y
a
la
figura
al
partido
de
liberal,
Hidalgo
en
ya
se
que
interpretó como un atentado a los orígenes de la república que ellos proponían. Por
eso
mismo,
es
de
suma
importancia
la
comunicación
crítica entre cuatro historiadores del siglo XIX mexicano, con los cuales Díaz Covarrubias en su novela Gil Gómez el insurgente dialogó
a
favor
o
en
contra,
para
articular
literaria
y
culturalmente una imagen sobre estas perspectivas y vislumbrar las
ideas
más
concurridas
sobre
este
hito
de
la
Historia
mexicana1: para ello se pondrán en discusión la imagen de la insurgencia
independentista
de
Miguel
Hidalgo
que
construyen
Lorenzo de Zavala, Carlos María de Bustamante, José María Luis 1
Compréndase “Historia” como historiografía, la rama científica que estudia el devenir de la humanidad; “historia”, con minúscula en la “h”, como el relato, la trama.
Mora y Lucas Alamán, pues es con sus interpretaciones e imágenes que dialoga Gil Gómez el insurgente, de Juan Díaz Covarrubias. Y es que el gran debate entre historiadores y políticos sobre la independencia de México que se desarrolló por una década, entre 1857 y 1867, creó un conflicto sobre ideologías e iconografías que los conservadores provocaron contra los liberales (Bobadilla 2012: 65), y esta discusión dejó mucho de qué hablar entre los mexicanos, especialmente entre los jóvenes escritores como Díaz Covarrubias. Por eso es importante analizar los argumentos de noveles
historiadores
contextualizar
el
medio
mexicanos ambiente
del
siglo
sociológico
que
XIX pendía
para en
México, lo cual influyó intrínsecamente en el arte y la cultura. También es necesario separar a los partidos políticos como a la usanza de aquellos tiempos, entre liberales y conservadores: los liberales, el legado de los insurgentes de la independencia de México, practicaron la poética romántica de clara ascendencia francesa, la cual no era principalmente la reflexión artística de la influencia del movimiento decimonono europeo, sino los constructos de la independencia, “de sus alcances, sus límites y sus
contradicciones”,
así
coadyuvando
la
definición
y/o
implementación específicas de “un proyecto político y cultural de nación liberal” (Bobadilla 2012: 71); mientras que, el caso de los conservadores, se replegaron en “la tradición clásica
española, tanto a nivel formal como temático, en un mecanismo validador de su postura” (Bobadilla 2012: 71).
Para comenzar con este diálogo histórico y literario, según Juan
Díaz
Covarrubias,
joven
escritor
perteneciente
al
movimiento literario del Romanticismo liberal mexicano, en su novela Gil Gómez el Insurgente o la hija del médico, optó por haberla
escrito
en
prosa
para
formarla
como
un
“ensayo”,
y
añadiendo esta palabra, o acepción, histórico (Díaz 1959: 3). Asimismo, Díaz Covarrubias incursiona en la novela histórica, incluyéndose
como
uno
de
los
pioneros
del
género
en
desarrollarlo en México. La idea de adentrarse a la novela histórica mexicana de Díaz
Covarrubias
persistía
el
intelectuales
fue
ingeniosa,
romanticismo utilizaban
sus
en
más
para
México,
creaciones
sus
donde como
tiempos
que
literatos
e
generadoras
de
Historia, formadoras de didactismo y política. Sin embargo, ya los
escritores
objetivos escocés
franceses
parecidos.
Walter
Scott
habían
Desde
optado
Waverley
(1771-1832),
se
por
este
(1814), fungió
del este
género
con
romántico género
tan
provechoso para aquel siglo de formación -y “en formaciones” a favor de muchas naciones alrededor del mundo. No obstante, dato curioso, fue que él declaro que su novela fue la primera de su
género en México, autoproclamándose el Walter Scott mexicano, o específicamente “el Walter Scott xalapeño” (Díaz 1959: 148). Pero, ¿cuál era la opinión de Covarrubias sobre la Historia en sí misma? ¿Qué quiso aportar con Gil Gómez a su país? Como todo joven romántico, y en esta situación mexicano, es menester incluir
la
referencia
topográfica:
él
aspiraba
por
un
mejor
México, por una República liberal más definida, donde las raíces liberales
–o
las
que
se
acercaran
de
alguna
manera
a
sus
ideales– de su pasado fueran héroes formadores y salvadores de la patria mexicana. Covarrubias
se
basó en la Historia para
desarrollar su ensayo histórico, es decir, su novela; él afirmó que
ha
“procurado
para
la
parte
histórica,
reunir
el
mayor
número posible de datos y documentos de la época.” (Díaz 1959: 148),
asegurando
el
conocimiento
fidedigno
de
la
(semi)nueva
nación mexicana, desde la colonia, hasta la consumación de su independencia. Su
conocimiento
sobre
la
historia
de
México
se
puede
resumir que la suerte de la independencia mexicana fue como un acontecimiento
predestinado:
el
pasado
precolombino
era
un
estadio idílico y la colonia como una era de esclavitud, dolor e involución para México y, en casi todo lo contrario, a España, que atesoraba ingentes cantidades de los recursos mexicanos, se encontraba en la gloria:
En el año 1810: habían transcurrido tres siglos desde que Anáhuac, la perla más preciosa del mar de Colón, había ido a adornar florón de la corona de Castilla. Ruinas, ¡ay!, ruinas morales quedaban de la nacionalidad de los aztecas; ya no la alegría de la libertad, sino el silencio de la esclavitud, ¡triste y espantador silencio sólo interrumpido de cuando en cuando por el sofocado gemido de la pesadumbre del esclavo! La diferencia inmensa de riquezas, estableciendo una diferencia espantosa de clases el español acumulando inmensos tesoros; […] pero (el mexicano) llorando con ese llanto del hombre esclavo que ahoga sus sollozos y sus suspiros, que cubre la desesperación de su vergüenza con el manto engañoso de la conformidad […]. El sacerdote indigno, órgano de los virreyes, apoderándose de los secretos de las familias, especulando con su llanto, dominando con el poder de la conciencia, enseñando por credo una obediencia ciega al virrey. (Díaz 1959: 206)
Con sus alardes históricos, es ostensible pregustarse esto: ¿De dónde sustrajo sus conocimientos históricos de México desde sus tiempos de la colonia? Ya que, como todo individuo del siglo romántico, siglo de los conservadores y liberales, siglo, como se dijo anteriormente, de formación, debe de pertenecer a algún tipo
de
discursos;
doctrina pero,
donde
parcializa
afortunadamente,
ciertos
sin
conocimientos
emprender
delirante
y y
exhaustivamente, Covarrubias lo confiesa en su novela histórica Gil Gómez, el insurgente dirigiéndose al lector en con estas palabras: Don Lorenzo de Zavala es el escritor más imparcial y más exacto que hemos tenido y, sin embargo, hay en él un espíritu de imparcialidad muy ligero, tan leve solamente como el que puede traslucirse en un libro escrito en un destierro, en climas extranjeros, con el recuerdo y las impresiones recientes de persecuciones injustas por enconos de partido. (Díaz 1959: 208)
Siguiendo adelante, Lorenzo de Zavala, además de sanjuanista2, liberal
e
historiador,
también
fue
un
antiespañolista
convencido, postura ideológica común entre los liberales, más si eran criollos resentidos por la historia de la colonia, motivo por el cual consideraban a España como un país incivilizado en comparación de otros países europeos que habían pasado por la Ilustración y la revolución industrial, considerando por eso al país ibérico como “un [país de] anatema y de maldicion; un país en que no es permitido pensar ni mucho menos decir lo que se siente” (Zavala 1831: 6), en pocas palabras, los españoles eran inquisidores que estaban en contra de la libertad y el progreso. Zavala
era,
pues,
otro
historiador
más
que
detestaba
los
trescientos años de colonia. En el caso de Lorenzo de Zavala, perspectiva que compartió de
manera
similar
Covarrubias,
figura
el
llamado
del
cura
Hidalgo como “un rayo de luz [que] brilló repentinamente en la vasta extensión de un territorio inmenso. […] Abrió sus puertas al libertador de los mexicanos” (Zavala 1831: 26); de este modo, la insurgencia de Hidalgo fue mesiánica, un “rayo de luz” que 2
Los sanjuanistas fueron un grupo de criollos que se reunían en la iglesia de San Juan, de la ciudad de Mérida, Yucatán, a principios del siglo XIX. También cabe destacar que los sanjuanistas tenían intereses económicos y sociales distintos a los de la Corona española, así que se puede decir que eran mentes revolucionarias para aquel entonces. Aspiraban a una mayor participación política, por lo que acogieron las ideas de la Ilustración francesa del siglo XVIII, así que, como Miguel Hidalgo lo fue, eran individuos ilustrados. El fundador de los sanjuanistas fue el sacerdote católico Vicente María Velásquez, otro cura revolucionario.
vino a “iluminar” a los mexicanos con cantos de independencia y libertad3. Es curioso, pero Díaz Covarrubias rechazó, de cierta manera, la
versión
cuando
histórica
en
doctrinas
comparándola
como
de
Carlos
liberales
polaridades
María
de
fueran
junto
con
Bustamante, por la
de
poco Lucas
todavía iguales, Alamán,
desacreditándolos de esta manera: […] nosotros, jóvenes sin distinciones ni honores, y por consiguiente imparciales, nos atrevemos a hacer un reproche a estos grandes hombres de México. Nos parece que el extranjero que desde lejana tierras y por consiguiente, ignorante de nuestro carácter y de nuestros instintos, lea la historia de nuestra revolución por don Lucas Alamán, no puede menos de indignarse contra una Colonia tan ingrata como México, que recibiendo, según este autor, toda clase de beneficios, de garantías, de civilización de la España, osó revelarse contra ella4. (Díaz 1959: 207-208)
3
Aquí lo extraño es que Lorenzo de Zavala no pareció estar convencido de Miguel Hidalgo representarlo como una figura heroica, o al menos no considerado como el héroe que se encuentra en el cenit de la Independencia de México; en otras palabras nombrársele –como se le ha hecho incalculables veces, tanto que hasta ya sabe ventajoso desde antaño- el “Padre de la Patria”. Véase esta cita directamente de Zavala sobre Miguel Hidalgo: “Es evidente que este célebre corifeo no hizo otra cosa que poner una bandera con la imagen de Guadalupe y correr de ciudad en ciudad con sus gentes sin haber indicado siquiera qué forma de gobierno quería establecer.” (Krauze 1997: 65); qué extraña manera de hablar sobre el héroe más importante de la patria, pero todavía más curioso, aunque Zavala fue benévolo en comparación de lo que se comentará después con Alamán y Mora, que Covarrubias tuvo el afán de ahondar sus ideas a favor de este rostro del Padre de la Patria, siendo que él declara que su principal fuente de información sobre la historia fue Lorenzo de Zavala, aun cuando todo apunta más a ser Covarrubias un seguidor de la fuente histórica de Bustamante. 4 Es extraño, pero Covarrubias no es muy coherente con su postura “imparcial” a la hora de escribir, ya que él pone sus pies ultra liberales en territorio tanto histórico como literario.
En cambio, el otro extremo, refiriéndose a la obra histórica de Bustamante, consta que: El cuadro histórico de México que trató el eminente patriota don Carlos Bustamante, a pesar de estar escrito en un estilo sublime, que verdaderamente encanta y arrebata, tiene, sin embargo, el defecto de caer en el extremo opuesto, de exagerar y dar un tinte novelesco a hechos demasiado sencillos, de pintar con colores demasiado vivos una crueldad en los dominadores que no siempre existía. (Díaz 1959: 208)
A lo que se quiere referir aquí es que Bustamante no tenía una idea
lejana,
sobre
la
revolución
de
Independencia,
a
la
de
Covarrubias: los dos tienen un extenuante discurso patriótico, y romántico, en sus argumentos y disertaciones, como también, pero más mensurado, lo efectuó Lorenzo de Zavala, ya que éste último trató de ser “menos parcial”. Bustamante y Covarrubias exaltan a los héroes patrióticos, en especial al cura Hidalgo, con tropos épicos en sus lecturas y exposiciones. En pocas palabras: los dos, tanto Díaz Covarrubias y Carlos María de Bustamante, caen en el mismo hoyo “de la exageración” o este extremo, este polo el cual Covarrubias sugiere5. De esta manera, se puede concluir que la postura de Juan Díaz Covarrubias, la cual se mencionó desde un principio de este subcapítulo, como también sus contradicciones, es voluble entre 5
Como evidencia, por parte de Covarrubias, léase “Notas al lector” y el capítulo XVIII de Gil Gómez, el insurgente o la hija del médico, especialmente el de la edición de la UNAM.
lo
que
es
parcial
y
lo
que
es
supuestamente
imparcial
históricamente hablando, ya que él mismo recalcó algo importante sobre la imparcialidad: […] creemos [los jóvenes] y nos atrevemos a decir, que el principal dote de un historiador es la imparcialidad, y más nosotros mexicanos que necesitamos desvanecer las malas ideas que acerca de nosotros se tienen en Europa, ideas esparcidas por ingratos literatos extranjeros, que después de recibir en nuestro país una franca y generosa hospitalidad, nos han vendido como villanos al volver a su patria. (Díaz 1959: 208)
Entre líneas, la premisa de Covarrubias era darles tintes rosas
a
los
primeros
insurgentes
y
sus
desavenencias,
convirtiéndolos en los principales héroes del olimpo mexicano, sea
probablemente
demostrar,
de
para
alguna
impresionar
manera,
la
valía
a de
los
extranjeros
ser
mexicano
y
y lo
prometedor que es su pasado, presente y futuro histórico, sin importar la “imparcialidad” en sus palabras. Sin embargo, volviendo con Lorenzo de Zavala, él no estuvo conforme
con
la
interpretación
histórica
de
la
independencia
mexicana de Carlos María de Bustamante, aun cuando ellos dos fueron
partidarios
liberales.
Así,
aquél
le
critica
a
este
último que su obra sea un “fárrago de una infinidad de hechos falsos, absurdos y ridículos” y que las autoridades de Mégico han cometido el error de permitir á Bustamente entrar en los archivos, franqueándole los documentos interesantes del antiguo virreinato y otras oficinas públicas, y este hombre sin crítica, sin luces, sin buena fé, ha escrito un tejido de cuentos de consejas, de hechos notoriamente falsos, mutilando documentos, tergiversando siempre la verdad, y dando un testimonio
vergonzoso para el pais, de la falta de candor y probidad en un escritor público de sus anales. (Zavala 1831: 2)
Es
impresionante
historiadores,
ya
el
debate
que
Zavala
que
se
considera
da a
entre
estos
Bustamante
dos
como
un
juglar que ensalzó la historia de México con falsedades de “mala fé”, pues supone Zavala que Carlos María de Bustamante expuso lo que
quiso
por
conveniencia,
casi
como
si
se
tratara
de
un
antagonista en la investigación histórica de México, sea por su alto grado de maniqueísmo historiográfico, o por su arbitraria concepción de lo que fue la historia de México en sus inicios como supuesta nación. Para finalizar con el discurso de Lorenzo de Zavala, él no solamente incurrió en su Ensayo histórico en vanagloriar a los primeros héroes de la revolución de independencia, sino también en hablar sobre sus considerables dudas y defectos, aunque sin salirse de los límites de la profanación heroica de ellos. Zavala declaró que es inasequible suponer con certeza la posible
razón
de
que
el
cura
Miguel
Hidalgo
se
retirara
a
Guadalajara, en vez de ordenar a sus generales atacar la meta final, la Ciudad de México. Según su teoría, puede ser por las pérdidas inimaginables de insurgentes, calculando la muerte de más de treinta mil soldados que murieron en la batalla de Puente de Calderón.
Otra
de
las
debilidades
que
Zavala
expuso
sobre
la
insurgencia de Miguel Hidalgo, fue que al proclamar el señor Hidalgo la revolución, no publicó plan ninguno, ni hizo manifiesto que diese á entender sus intenciones. Los que escriben con ligereza suponiendo en otro sus propias opiniones, han dicho que este eclesiástico deseaba establecer una república, como la que despues se ha querido consolidar en los Estados-Unidos megicanos. Pero es evidente que este célebre coriféo no hizo otra cosa que poner una bandera con la imagen de Guadalupe y correr de ciudad en ciudad con sus gentes, sin haber indicado siquiera que forma de gobierno queria establecer (Zavala 1831: 65).
Es relevante que él mencionó que Hidalgo no era un hombre con ideas
republicanas,
como
otros
historiadores
liberales
así
afirmaron, sino que fue un líder de una revolución que explotó por el mal gobierno de la monarquía española a finales del siglo XVIII y principios XIX, acrecentada con los siglos de colonia que fueron esa chispa que dinamitó una guerra incontrolable. Según la teoría de Zavala, puede que Hidalgo haya optado por la teocracia para el nuevo gobierno mexicano, ya que podía ser el sistema más factible según sus ideas y los tumultuosos tiempos (Zavala 1831: 65). También Lorenzo de Zavala desarrolló la hipótesis de que si el cura Hidalgo -aunque sin quitarle valor a su acto heroico como portavoz revolucionario- hubiera presentado “las bases de un
sistema
social”,
sus
huestes
indisciplinadas
no
hubieran
ocasionado la matanza y saqueos de españoles y sus provincias; más bien lo que hubiera pasado fuera que Hidalgo formaría un
ejército
digno
y
disciplinado,
y
estableciera
conexiones
políticas firmes para enviar manifiestos y proclamas por casi todo de México, y de esta manera el triunfo hubiera sido muy posible desde sus inicios. Pero, como él dijo el horror que causaron los asesinatos cometidos en Guanajuato, Celaya y otros puntos: el temor de perder sus propiedades los que habian oido del desórden que reynaba, y la incertidumbre del término que tendria aquel movimiento tumultuario, hizo al gobierno español tomar más partidarios que todas sus precauciones. (Zavala 1831: 6566)
A pesar de aquellos vitales errores, y horrores, Zavala confirmó que, en el caso de Hidalgo, para impulsar una insurrección en la controlada colonia española, era preciso el liderazgo de una persona con dotes de “carácter superior, de un alma elevada, de una fuerza de espíritu capaz de sobreponerse á los obstáculos que ponía un sistema de opresión” (Zavala 1831: 66). Asimismo, a Zavala le pareció importante que alguien como el cura Hidalgo fuera necesario para dar inicio a una revolución, pues reconocía el liderazgo moral que el bajo clero ejercía en la comunidad.
A
diferencia
coincidencias
con
de
Alamán
Zavala,
y
Mora,
Carlos
y
María
también, de
pese
Bustamante
a fue
las un
historiador que dignificó y engrandeció, con elementos épicos, a los
primeros
perspectiva había
entre
héroes
que
le
ellos
de
permitió cuando
la la
revolución relativa
realizó
sus
de
independencia,
contemporaneidad primeros
que
ensayos.
Bustamante fue el primero que escribió sobre las insurgencias de México. Para
Bustamante
la
revolución
de
independencia
surgió
también desde el grito de Dolores el 16 de septiembre de 1810 como un evento “divinamente” justo (Bustamante 1823: 15). Y con un discurso elocuente y apasionado, Bustamante, en su Cuadro histórico de la revolución mexicana6, pintó al cura Hidalgo y a sus camaradas revolucionarios como dignos héroes de la patria mexicana,
planteamiento
fundamentado
desde
los
contemporáneos
historiadores franceses hasta la antigua tradición épica griega (Archer 1992: párrafo 21). Siguiendo con la marcada simpatía de Bustamante con Hidalgo, sólo
baste
la
lectura
de
sus
primeras
páginas
del
Cuadro
histórico, en las que en lo tocante a Hidalgo se le configura como el salvador de su pueblo: El cura de Dolores D. Miguel Hidalgo y Costilla […], sentía igualmente los impulsos de la venganza, mirando esclavizado a su pueblo querido. Era ademas presencial de la miseria á que habia condenada toda su feligresía impidiéndole que elaborase el vino de la uva que cosechaba, por fomentar el gobierno español importacion del de Cataluña; ni podía ser indiferente a su corazon oyendo los suspiros de tantos miserables que yacían en la desnudez que su nombre se registrará en el templo de la Memoria. Lloraba en secreto y en el seno de sus amigos nuestros desastres, y de sus conversaciones tenidas con el capitán D. Ignacio Allende resultó, que uno y otro decidiesen á conquistar la libertad de su patria. (Bustamante 1841: 19)
6
Esta obra se publicó por primera vez en forma de cartas semanales escritas entre 1821 y 1827, con un estilo epistolar.
Como si fuera aquel pueblo judío que pervivía sojuzgado por los romanos y su infausta opresión, Hidalgo es representado como el anciano benevolente que “lloraba” por sus hermanos de patria, sufriendo lágrima tras lágrima por ellos junto a Allende, su principal aliado, o discípulo, para luego no necesitar de ningún plan
emancipatorio,
como
ya
han
dicho
varios
historiadores
contemporáneos. Algo
que
cabe
mencionar
es
que
en
su
Cuadro
histórico
Bustamante deja un gran vacío entre lo que pasó desde el grito de Dolores hasta la batalla de la Alhóndiga de Granaditas. Se mencionan algunos hechos casi ajenos o solamente las impresiones y cartas que se tenían fuera de la incipiente guerra, como por ejemplo algunas que se enviaron al virrey Venegas, o como poco a poco se fue fortificando la Alhóndiga de Granaditas. ¿Qué pasó en el transcurso camino a la Alhóndiga de Granaditas de las huestes de Hidalgo? Quedó casi en blanco, pero a la batalla le otorgó páginas y páginas, como si se tratara de la misma Ilíada. Cuando Carlos María de Bustamante hace mención de algún punto cruel y oscuro de aquella noche de la batalla de la Alhóndiga de Granaditas, él dice que Basta por ahora: la pluma canzada de escribir tantas atrocidades se entorpece; démosle una corta tregua, y solo lamentemos la imprudencia de aquel Castillo que dio la voz de morir ó vencer, y compadezcamos una ceguedad tan fatal que atrajo tantos males sobre nuestra América. ¡Oh si Guanajuato no hubiera rompido esta lid!... ¡Si se hubiera conducido con cordura!... Si los españoles hubiesen calculado el estado de sus fuerzas, su impotencia para
contener el curso rápido de una nacion que reclamaba con tanta justicia su libertad! (Bustamante 1823: 52)
Se puede ver que al final de esta cita a Bustamante considera indigno mencionar el otro lado de la historia de la insurgencia de Miguel Hidalgo, ya que fueron tan horribles ciertos actos, que de manera breve los comenzó y terminó de describir en cada una de las cartas del Cuadro histórico.
Considerado el más ilustre historiador de México en el siglo XIX, Lucas Alamán fue el autor de Historia de México, que fue escrita
en
varios
tomos
entre
1846
y
1952.
Con
su
juicio
conservador, Alamán fue constantemente reprendido porque pregonó que la historia de México no comenzó en 1810 –fundamento liberal con el que está en pugna, el cual desecha toda presencia de la colonia
española–
sino
en
1521,
tiempos
de
“la
menesterosa
conquista española”, ya que “la conquista es el medio con que se estableció la civilización y la religión en este país y don Hernando Cortés [popularmente llamado “Hernán” Cortés] fue el hombre extraordinario que la Providencia destinó para cumplir estos
objetos”
(Alamán;
Krauze
1997:
43);
o
también
fue
criticado por afirmar que fue “aquella tan prodigiosa conquista, y el público general recibió con aprecio esta obra, que no dejó de producir bastante bien, rectificando algún tanto las ideas que habian padecido notables extravíos” (Alamán 1883: 41); esta
fue una perspectiva polémica en un país que buscaba legitimar su independencia y perfil autónomo. Lucas
Alamán,
desde
su
prólogo
en
Historia
de
México,
predispone al lector a que la historia “oficial” del México de antaño, con los primeros historiadores independentistas, plagada
de
errores
gramaticales
e
historiográficos,
estaba ya
que,
según su lógica, los participantes de este hecho fueron “hijos unos de la ignorancia, otros de la mala fé y de las miras siniestras de los escritores, que todos se han dejado llevar del espíritu
del
partido,
como
sucede
casi
siempre
en
los
que
escriben, recientes todavía los odios de las facciones á que han pertenecido” (Alamán 1883: 42). A Alamán le gusta declarar que lo que escribió en Historia de México será una versión de la historia mexicana diferente, más aún al señalar que omitirá “en cuanto lo permita la materia, toda observación propia, dejando que el lector ejerciendo su juicio califique por sí mismo el mérito
de
cada
accion,
cuando
esté
instruido
á
fondo
de
su
esencia” (Alamán 1883: 43). Es
visible
la
conducta
ante
la
historia
oficial:
Lucas
Alamán aclara los orígenes patriarcales instaurando a la figura de Hernán Cortés como un ícono paternal de México, posición que le
costó
muchos
rechazos
y
anatemas.
directamente
el
levantamiento
acontecimiento
que
le
pareció
del
Alamán grito
abominable,
porque
experimentó de
Dolores,
observó
las
matanzas
de
cientos
ejército
del
cura
de
peninsulares
Hidalgo.
Todo
y
esto
criollos lo
a
condensó
manos con
del
estas
palabras: Fatídico parece ser el 16 de septiembre para la nación mexicana… en esa fecha levantó Hidalgo en Dolores el estandarte de la revolución que, propagada rápidamente, fue causa de la desolación del país.” […] “¡Viva la Virgen de Guadalupe y mueran los gachupines! ¡Reunión monstruosa de la religión con el asesinato y el saqueo!, grito de muerte y desolación que habiéndolo oído mil veces en los primeros años de mi juventud, después de tantos años, resuena todavía en mis oídos con un eco pavoroso. (Alamán; Krauze 1997: 44)
Aunque polémica y vituperada la filosofía histórica de Lucas Alamán,
también
fue
esclarecedora
porque
daba
sus
puntos
de
vista particulares y recolectaba anécdotas iconoclastas sobre la primer insurgencia –tal como Luis Mora lo hizo, pero con mucho menos énfasis–, a tal extremo que se atrevió a llamar a Hidalgo un
hombre
Hidalgo]
soberbio,
el
hasta
tratamiento
de
el
punto
alteza
que
“dábasele
serenísima:
[a
Miguel
acompañaban
su
persona oficiales que lo custodiaban y se llamaban sus guardias de corps, y en todo se hacía tratar como un soberano” (Alamán; Rosas 2005: 31). Si bien las críticas hechas a Hidalgo señalan aspectos que revelan una personalidad compleja y oscura, por eso también críptica, mítica, se puede indagar que este personaje histórico
tiene
un
lugar
mexicanos,
como
lo
revela
justo el
en
el
resultado
independencia de México concretamente.
olimpo de
de
sus
los
héroes
acciones,
la
En respuesta a la versión histórica de Carlos de Bustamante, para Lucas Alamán la revolución de Independencia que principió Miguel Hidalgo fue una guerra de clases entre proletariado y propietarios, una revuelta sanguinaria que arrasó y destruyó a todo México, pero gracias a Agustín de Iturbide todo este caos acabó por medio de diplomacia, papeles y un abrazo7 (Alamán 1883: 566-568).
Tal como pensaba Lucas Alamán, José María Luis Mora8 afirmó que la revolución de Independencia de Miguel Hidalgo fue un movimiento supersticioso, tal como si fueran unas cruzadas9. Mora aclaró que Miguel Hidalgo fue un hombre muy diferente a sus lugartenientes: mientras Abasolo, Allende y Almada se enfocaban en la clase criolla o legítimos militares, en otras palabras “casta civilizada”, Hidalgo formaba sus filas
guadalupanistas
con cualquier clase de casta: indígenas con palos y piedras, mestizos y mulatos con machetes, etcétera (Krauze 1997: 60); él había creado un ejército de chusma enardecida que, así como dijo 7
Es interesante la astucia de Alamán como conservador el de decir que Iturbide, personaje tan polémico y el primer emperador de México, que un criollo realista, el más ventajoso de todos, haya sido el que salvó a la patria mexicana al abdicarse y reunirse a las filas insurgentes para luego, parcialmente, proclamarse emperador Agustín I, ya que él, como Hernán Cortés en la conquista y colonia de la Nueva España, es la contraparte de Hidalgo y sus revolucionarios; él, Iturbide, es la reminiscencia de lo que evolucionó directamente de la colonia. 8 Mora es el escritor de su famosa obra México y sus revoluciones. 9 Por esto y otros factores más el movimiento revolucionario de Hidalgo fue considerado mesiánico por algunos autores de la historia de México (o en otros casos, la literatura y demás bellas artes).
Alamán,
convirtió
la
batalla
en
una
guerra
de
clases.
No
obstante, Mora, con visión más analítica, como historiador y como
todo
científico
–lo
que
lo
diferenciaba
de
varios
liberales, específicamente de Carlos de Bustamante, que este fue más literario que histórico-, pensaba que Como la fuerza de un gobierno estáblecido y los hábitos de sumisión y obediencia, fortificados por centenares de años, no podían hacerse desaparecer sino oponiendo al poder el número, era indispensable interesar en la revolución a las clases populares, lo cual en México no podía conseguirse por el simple anunció de bienes remotos y poco conocidos, ni de ideas abstractas sobre la justicia, utilidad y necesidad de la independencia. De aquí que fuera necesario alagar las preocupaciones de la multitud y enardecer las pasíones populares para obtener su cooperación. (Mora 1950: 15-16)
No obstante, a José María Luis Mora le pareció la persona de Miguel Hidalgo como alguien que “se abandonó enteramente a lo que diesen las circunstancias… jamás se tomó el trabajo, y acaso ni
lo
reputó
necesario,
de
calcular
el
resultado
de
sus
operaciones ni estableció regla ninguna que le sistematizase” (Krauze 1997: 65), consideraciones parecidas a lo que señaló en sus obras Lorenzo de Zavala, el liberal más radical de aquella época (Krauze 1997: 65). Y, según apunta Mora, a diferencia de sus
lugartenientes
congregar
a
Allende
cuantiosas
y
masas
Abasolo, que,
por
ellos falta
se de
oponían
a
recursos
y
tiempo, no podían ser armadas, armadas o disciplinadas, “y que la
experiencia
habría
probado
ya
bastante
ser
si
no
perjudiciales” si no había mesura y orden; pero Hidalgo pensaba
distinto, ya que esperaba todo en ellas, “y aseguraba que si no se había vencido era porque no se habían reunido las necesarias” (Krauze 1997: 60). Pero más impactantes fueron los señalamientos de Mora, que describían
la
actitud
y
personalidad
de
Hidalgo
como
un
antihéroe –que apuntaba más a ser un terrible villano de una novela de guerras y aventuras-
que trajo más desgracias que
fortunas: Sus errores, sus equivocaciones, sus debilidades, y hasta la crueldad misma de Hidalgo desaparecen a la vista de sus desgracias, y sobre todo del imponderable servicio de haber emprendido una revolución, perniciosa, destructora y desordenada, es verdad, pero indispensablemente necesaria en el estado a que habían llegado las cosas. (Krauze 1997: 65)
O con base en la matanza de peninsulares en Guadalajara por el torero Marroquín, no dejó atrás hablar sobre ello, aún cuando este
hecho
podría
quebrar
por
completo
la
solemnidad
de
la
figura de Hidalgo: Estos miserables eran sacados en la oscuridad de la noche y muertos a machetazos o puñaladas. Tales atrocidades no necesitan comentario ni merecen disculpa, y ellas fueron el principio de otras muchísimas que, provocando represalias, contribuyeron a empapar de sangre todo el suelo mexicano. (Mora; Crespo 2009: 93)
De
lo
contra
cual los
Mora
opinó
“gachupines”
que y
Hidalgo estaba
siempre
poco
estuvo
dispuesto
a
prevenido hacerles
justicia, “no necesitaba tanto para perseguirlos, así es que… resolvió deshacerse de todos… no por un acto público, sino por una resolución privada de Hidalgo” (Mora; Crespo 2009: 93).
En
algo
que
estaban
de
acuerdo
Mora
y
Alamán
fue
que
señalaron que el “móvil principal” de los revolucionarios había sido
la
“superstición”
–según
Mora-
y
la
“religión
–según
Alamán; “aquella insurrección tenía un carácter de guerra santa” lo cual también lo probaban los realistas encomendando a una “vírgen rival” a la Guadalupana, la de “los Remedios” (Mora; Alamán; Krauze 1997: 58). Mora, además, pensó que Hidalgo cometió el peor error de todos al no haber atacado a la ciudad de México cuando pudo:
Esta falta indisculpable para el hombre de más vulgares nociones, se ha querido disculpar en Hidalgo, suponiendo que fue impulsado a cometerla por el deseo de evitar a México los desórdenes que sus masas le causarían en una violenta ocupación; el crédito que merece semejante suposición puede valuarse por lo que pasó en Celaya, Guanajuato y Valladolid (ciudades que enfrentaron el pillaje y la muerte por las fuerzas de Hidalgo). (Mora; Crespo 2009: 92)
Los juicios históricos de José Luis Mora estaban fuertemente basados
en
la
interpretación
de
los
hechos
no
sólo
en
su
descripción como sucede con los otros historiadores: por eso sus disertaciones
fueron
y
son
interesantes
por
su
relativa
objetividad/imparcialidad ante los hechos históricos, ya que se dedicaba
a
guerras
de
desentrañar
ciertos
independencia,
como
mitos
que
también
rondaban
sobre
la
sobre
las
economía
y
estabilidad social de México. Por último, Mora resumía de esta manera las causas y consecuencias de la insurgencia hidalguense:
…tan necesaria para la consecución de la independencia como perniciosa y destructiva para el país. Los errores que ella propagó, las personas que tomaron parte o la dirigieron, su larga duración y los medios de que echó mano para obtener el triunfo, todo ha contribuido a la destrucción de un país que en tantos años, como desde entonces han pasado, no ha podido reponerse de las inmensas pérdidas que sufrió. (Mora; Krauze 1997: 64)
Entre
estas
perspectivas
historiográficas
se
adjuntan
argumentos en pugna, incluso entre integrantes del mismo bando político
o
hasta
las
contradicciones
en
ellos
mismos.
La
historia de la Independencia de México, desde sus inicios, es una novela polifónica de la cual nunca se podrá abstraer “una sola verdad”, cuestión que ha desarrollado miles de versiones y “verdaderas historias de México”, que en el transcurso de las centurias se va transformando, o, con palabras más optimistas, conformando. Miguel Hidalgo y Costilla es un mesías para muchos, un
tartufo
para
otros,
pero,
al
final
de
todo
trato
epistemológico, Hidalgo es el comienzo de un final y el final de un comienzo: México y su iniciación está vertido con su sangre histórica, sean cuales sean sus avenencias o desavenencias; que si desde del siglo de las independencias (el siglo XIX), no hay una certeza de si él debió y debe de ser el Padre de la Patria, como junto a sus huestes sí fueron milagrosas o espantosas, es un aspecto que quedará muy al lado de lo más importante, que es la importancia de su insurgencia como clave transformadora de toda una nación, que de por sí ya era compleja, ahora aún más; sea por eso, la historia nunca acaba, , y así como el futuro, el
pasado está en asiduas transformaciones que se deben de analizar desde
sus
múltiples
panoramas
y
ópticas
tanto
históricas
y
populares. Además, como se ha intentado mostrar hasta aquí, pueden advertirse
argumentos
en
pugna
entre
las
interpretaciones
de
estos historiadores mexicanos decimononos y el escritor de Gil Gómez,
el
insurgente
Juan
Díaz
Covarrubias,
incluso
entre
integrantes del mismo bando político o hasta las contradicciones en ellos mismos. Puede advertirse, pues, que la historia de la Independencia de México, desde sus inicios, fue como una novela polifónica de la cual nunca se podrá tener “una sola verdad”, cuestión que ha desarrollado numerosas versiones y “verdaderas historias de México”, que en el transcurso de las centurias se va transformando, o, mejor dicho, conformando por medio de la ciencia las Bellas Artes. Miguel Hidalgo
y Costilla es
un mesías para
muchos, un
tartufo para otros, pero, al final de todo trato epistemológico, Hidalgo es el comienzo de un final y el final de un comienzo: México y su independencia está vertido con su sangre histórica, sean cuales sean sus avenencias o desavenencias: lo importante en todo caso es que la insurgencia de Miguel Hidalgo es la clave transformadora de toda una nación, de por sí ya compleja.
Bibliografía: Alamán, Lucas. Historia de México. Tomo I. México: Victoriano Agüeros y Comp., Editores, 1883.
Imprenta
de
Archer, Christon. “La revolución desastrosa: fragmentación, crisis social y la insurgencia del cura Miguel Hidalgo”. Meyer, Jean. Tres levantamientos populares: Pugachóv, Túpac Amaru, Hidalgo. México: Centro de Estudios mexicanos y Centro americanos, 1992. (pp 113-132). Bobadilla, Gerardo. “Antiespañolismo, ‘Reforma y la mitificación de la independencia en la novela mexicana del siglo XIX (18571870)’”. América Cahiers du Criccal. No. 42. París: Presses Sorbonne Nouvelle, 2012. Crespo, José Antonio. Contra la historia oficial. México: Debate, 2009. De
Bustamante, Carlos. Cuadro histórico de la revolución de la América mexicana, comenzada en quince de septiembre de mil ochocientos diez. México: Imprenta de el águila, 1823.
De Bustamante, Carlos. “Miguel Hidalgo y Costilla, cura del pueblo los Dolores, en el obisbado de Michoacán” de Cuadro histórico de la Revolución mexicana de 1810. Tomo I. México: Imprenta J. Mariano Lara, 1843. De Zavala, Lorenzo. Ensayo histórico de las revoluciones de México, desde 1808 hasta 1830. París: Imprenta de P. Dupont Et G.Laguione, 1831. Díaz, Juan. “Gil Gómez el insurgente o la hija del médico”. Obras completas. Tomo II. México: UNAM, 1959. Hölz, Karl. “El populismo y la emancipación mental en la literatura mexicana del siglo XIX”. Vol. 1 y 2. México: Instituto de Investigaciones Filológicas, 1990. Krauze, Enrique. Siglo de caudillos. México: Tusquets Editores, 1997. Mora, José María Luis. México y sus revoluciones. México: Editorial Porrúa, 1950.
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