La inserción comercial de genoveses en las postrimerías del período colonial: Lima, 1750-1825

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Descripción

La inserción comercial de genoveses en las postrimerías del período colonial: Lima, 1750-1825

Diego Edgar Lévano Medina Pontificia Universidad Católica del Perú

La presencia italiana en el Perú, en particular la genovesa, ha sido muy poco abordada por la historiografía peruana. Los trabajos realizados hasta el momento se enmarcan en la perspectiva del proceso migratorio europeo hacia América de los siglos

XIX-XX,

como las

investigaciones de Giovanni Bonfiglio (centrada en los inicios de la República) y las de Manuel Zanutelli. En el caso de Bonfiglio, este autor hizo un diccionario histórico-biográfico de los italianos en el Perú (Bonfiglio, 1998) que brinda información sobre algunos personajes destacados de la inmigración italiana desde los primeros años del coloniaje. Para el periodo colonial solo encontramos referencias muy aisladas de viajeros y cronistas que nos brindan algunas luces sobre la presencia de estos personajes en la Lima de aquella época. Este tema, además, conformó la tesis para optar el grado de magíster de Sandro Patrucco (Patrucco, 2005), quien brinda mayor información de interés sobre los inmigrantes italianos en el Perú del siglo XVIII, y que hace referencia a muchos sujetos mencionados en el presente trabajo. Nuestro ensayo busca ser una primera aproximación al estudio de los genoveses en la sociedad colonial peruana: el principal interés consiste en mostrar el derrotero comercial de los inmigrantes genoveses en la ciudad de Lima en las postrimerías de este período, además de las redes familiares, sociales y políticas que fueron engranando desde diferentes estratos de la sociedad colonial. De manera general, esta investigación se inicia con el proceso de expulsión de extranjeros aplicado en Lima en la década de 1760. El fondo documental disponible nos proporciona el nombre de los genoveses afincados en el Virreinato en el siglo XVIII,

además de sus actividades comerciales. La documentación permite, además, identificar también dos períodos migratorios entre

1750 y 1825. En un primer término, hubo una oleada de comerciantes genoveses que se insertaron rápidamente en los diversos estratos de la sociedad colonial, a través de negocios con otros paisanos con quienes ya se habían cruzado en la península y otras regiones de América. Este primer contingente se vio afectado por la Real Cédula de expulsión de extranjeros en la década de 1760, lo que los obligó a replantear sus estrategias de permanencia en el Virreinato.

El segundo grupo migratorio se reconoce, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, por su participación en los cuerpos de milicias y el Tribunal del Consulado. Este grupo afianzó su permanencia en el Virreinato peruano a través de alianzas matrimoniales y financieras, manteniendo un flujo comercial entre Lima, las provincias peruanas, los puertos de América y la península. Era la época de los grandes comerciantes genoveses, que expandieron sus negocios desde la capital peruana. Ellos fueron testigos del proceso independentista en América, y una vez delineados los nuevos gobiernos, buscaron las formas de insertarse en los nacientes estados. Las fuentes utilizadas en este trabajo se encuentran en los fondos de Proceso de Expulsión de Extranjeros, Protocolos Notariales y otros documentos del Tribunal del Consulado, Cabildo y Superior Gobierno que se encuentran en el Archivo General de la Nación de Lima (AGN); como información complementaria, también hemos utilizado algunos documentos del Archivo de Indias (AGI) y de Simancas (AGS), según se consigna en las notas al final del artículo. Sobre esta base, el presente estudio reconstruirá de modo panorámico el entramado social de los inmigrantes genoveses en el Virreinato peruano.

La ruta Génova-Cádiz-Lima: Itinerarios de aventureros del mare

Génova formaba parte de un antiguo territorio llamado Ribera, entre los Apeninos y el mar, y se dividía en tres regiones: la primera, en la Ribera del Levante (donde estaban las ciudades de Génova, Rapallo, Lavagna, Sestri di Levante, Sperio, Luni, Sarzana); la segunda, en la Ribera del Poniente (Novi, Gavi, la Bochetta, Savona, Albenga, Vintimiglia y San Remo); la tercera era el marquesado de Finale (Alamán 1853: III, 578). Su preponderancia comercial en el Mediterráneo hizo posible que sus rutas marítimas se expandieran más allá de la península itálica. Su conexión con la monarquía hispánica estuvo presente desde la Edad Media, por lo que muchos genoveses se asentaron en varias regiones de la península, pero sobre todo en los puertos, como Cádiz, ciudad preferida por los comerciantes de Génova. Del conglomerado de extranjeros que habitaron este puerto, dos fueron los mayoritarios: genoveses y franceses. Siguiendo las referencias de Bustos, en el padrón de 1713 los genoveses representaban el 42%, el 50% entre 1773-1791, y alcanzaron el 57.5% en 1801 (Bustos 2005: 109). La cercanía de la República de Génova, como aliada tradicional de la Monarquía Española, hacía posible esta presencia de sus habitantes en el puerto gaditano. La predisposición de los genoveses al comercio marítimo convertía a Cádiz en una plaza apreciada. Los Borbones favorecieron la incorporación de un significativo número de

italianos en la administración hacendística y el ejército, e incluso algunos fueron premiados con cargos políticos, como don Carmine Nicolao Caracciolo, príncipe de Santo Buono y virrey del Perú entre 1716-1720. Gracias a una amplia y coordinada red de socios y parientes, los genoveses se vincularon fuertemente con la monarquía, expandiendo sus vínculos mercantiles en gran parte de la península. La actuación de los genoveses se fortalecía a través de la consolidación de una fuerte red social, que giraba en torno a la parentela y el paisanaje. Montojo indica, en el caso del reino de Granada, que los genoveses conformaban un grupo social concreto y particular. Se desenvolvían mediante redes sociales de tipo familiar y clientelar que, a su vez, entroncaban con otras redes sociales distintas de la posición social, como la procedencia geográfica (Montojo 1977: 1). En otras palabras, formaron redes corporativas familiares. En efecto, el comportamiento de los genoveses, como hombres de negocios, estaba encaminado a la búsqueda de condiciones favorables para el desarrollo de sus actividades. Las corporaciones urbanas fueron el mejor espacio para la realización de sus expectativas (Pastor 2004: 235). Así lo confirma Herrero Sánchez, quien indica que la nación genovesa asentada en Cádiz recurría a mecanismos de protección corporativa como una forma adecuada de salvaguardar sus intereses y mantener su identidad colectiva (Herrero Sánchez 2007: 43). Al pasar a América, en algunos casos, los genoveses mantuvieron este espíritu corporativo conservando los lazos de paisanaje a través de la formación de compañías comerciales, e incluso afianzando alianzas familiares a través del matrimonio. Esto dependía mucho del tipo de actividad que realizaban o las condiciones en que se trasladaban desde la península. Algunos llegaron solteros y murieron solteros. Otros se trasladaron en clanes familiares, fijando su residencia en el Virreinato peruano. De los italianos asentados en el Perú, los genoveses representaban la comunidad de mayor presencia. Según un censo realizado en 1775 a los extranjeros residentes en la ciudad de Lima, éstos conformaban el 32%, mientras que los franceses llegaban al 25%. Además de los genoveses, residían en esta ciudad nativos de Milán, Venecia, Córcega, Nápoles, Piamonte, Roma, que como conglomerado de italianos sólo llegaban a conformar un 13%, incluyendo siete individuos que indicaron ser de Italia sin consignar la zona de origen. Su distribución dentro del Virreinato, según el censo, estaba orientada a las zonas mineras como Arica, Huancavelica y Potosí. Las referencias encontradas no indican el ejercicio de actividades mineras, pero sí las de comercio. Los genoveses, que en su mayoría habían sido

marineros (o habían practicado algún oficio en embarcaciones), dominaron los oficios no calificados o mecánicos (Campbell 1972: 157). Una de las formas más comunes del arribo de italianos (en especial, genoveses) al Virreinato peruano fue como tripulación de los barcos que anclaban en el Callao provenientes de la península. Solían oficiar como cocineros o reposteros. Por ejemplo, en 1765 el navío San Juan Bautista, alias “El Toscano”, consignaba como mayordomo a Tomás Carminati, natural de Génova, casado en la isla de León, de 48 años. Otros genoveses eran el primer repostero Andrés de Torres, natural de la ciudad del Final (Finale), de estado soltero; los cocineros de cámara, Nicolás Braco, natural de Borsen, obispado de Albenga; Juan Bautista Colombini (Columbino), natural de la Ribera; y como cocineros de tripulación, a Antonio Roso, natural de Balestino, y Matheo Peilo, natural de Raso1. Algunos de estos expertos culinarios desertaban del viaje y asentaban plaza en la capital del Virreinato, desenvolviéndose en el oficio que conocían. Fue el caso del cocinero Domingo Maye, natural de Génova, que llegó a formar parte del séquito del arzobispo de Lima Pedro Antonio de Barroeta2. No sabemos a ciencia cierta lo rentable que podía ser este trabajo en los barcos, pero en el inventario de los bienes de Juan Bautista Colombini, fallecido en el hospital de San Andrés (Lima), se encontraron 1,460 pesos líquidos. Por otra parte, Juan Bautista Pelufo (Belufo), cocinero de cámara del navío La Limeña, murió a bordo sin más bienes que sus soldadas. En el ajuste de sus cuentas, encontramos que el sueldo que percibía mensualmente era de veinte pesos de quince reales de vellón. Al momento de su muerte tenía por cobrar siete meses de trabajo. Descontando los préstamos que recibió en Cádiz y los gastos de funeral y misas, dejaba como legado alrededor de 958 reales de vellón3. Al parecer, Pelufo llegó a la ciudad de Lima a inicios de la década de 1780, y se dedicó a la administración de una pulpería4.

Polizontes o mercaderes: genoveses y la expulsión de extranjeros de 1763

Formar parte de la tripulación de los barcos era una forma de introducirse en los territorios ultramarinos, y los comerciantes solían aprovechar este disfraz. Por esa razón, la administración borbónica vigilaba con mucho recelo los puertos y las fronteras de las Indias. Realizaban pesquisas periódicas a las embarcaciones con posibles cargamentos extranjeros. Uno de los procesos más sonados se desarrolló entre 1763 y 1773, y conllevó a una cacería de extranjeros en todo el Virreinato5. Aquí encontramos a Antonio Terry, natural de Génova y tripulante de la embarcación San Antonio y Ánimas, alias “El Diamante”, procedente de

Cádiz. En la misma embarcación viajaban los genoveses Domingo Forticheli, Pedro de Campo (repostero) y Antonio Carbón (segundo cocinero). Al preguntarle al maestre de la nave por qué se había contratado a tales extranjeros a pesar de las prohibiciones, éste respondió que: no había encontrado español alguno que quisiese venir ejercitando aquellos oficios, y que por esta razón no se había puesto reparo por lo señores de la casa de Contratación a tiempo de la visita.6

Los oficiales del Consulado encargados del reconocimiento de la nave ordenaron que no desembarcara hasta tomar declaraciones a la tripulación y los pasajeros. En realidad, querían certificar que los genoveses ejercían los oficios mencionados. De esta manera, tomaron razón del verdadero oficio de Antonio Terry. Los oficiales buscaban certificar que nadie portará anchetas: en el comercio de Indias se llamaba así a la porción de mercaderías que un particular portaba para sí o como encargo de algún comerciante (DRAE 1770: I, 236). Terry indicaba ser casado en el Puerto de Santa María, y había pasado al Perú sin licencia. Al momento de tomar declaraciones, se reconoció que tenía tienda pública en la calle de Mercaderes, donde vendía efectos de Castilla7. Este personaje siguió un largo litigio con el Tribunal del Consulado limeño, y finalmente fue expulsado de la ciudad. Antonio Terry se había casado en Cádiz con Antonia Álvarez Campana, hija de Bernardo Álvarez Campana y de doña Catalina Cardona (natural de Finale Ligure, Génova). En 1761, doña Catalina solicitó permiso para reunirse con su esposo, residente en Santiago de Chile. Realizó el viaje con su hija y sus nietos Bernarda Josefa y Antonio Terry. Don Bernardo había llegado a Chile como mercader con efectos de Castilla, y el giro del negocio le permitió quedarse por más tiempo del planificado. En este viaje de negocios lo acompañó su yerno, Antonio Terry, quien regresó a la península para recoger a su suegra y familia. Ambos se habían dedicado a comerciar en los puertos sureños (Concepción, Valparaíso, Maúles)8, e incluso llegaron a Lima, donde Terry mantenía un conocido negocio. En 1780, Terry volvió nuevamente en la escena limeña, junto con su hijo Antonio. Según indica en su testamento, realizó el viaje porque había tenido noticias de que su hijo Joseph se encontraba trabajando en una mina cercana a la capital. El viaje tenía el propósito de recoger algún “socorro” para el fomento de su familia. En la ciudad pudo mantenerse, con su hijo, gracias a una factura de loza que comerciaba por encargo de Juan de Tresierra9. Retomando el proceso de expulsión de 1763, la Comisión clasificó en cuatro listas el estado legal de los extranjeros: (1) los que consignaba el mapa creado por el Tribunal y no habían sido expulsados por encontrarse escondidos; (2) los que residían en la capital del

Virreinato, o habían sido llevados allí; (3) los que llegaban como tripulantes de las embarcaciones que anclaban en el Callao, desde el arribo de “El Diamante”, y se quedaron en el reino; y (4) los extranjeros que residían en el reino por ser jenízaros o fusileros. Les abrieron proceso a todos, y secuestraron sus bienes. Si huían y se refugiaban en algún otro paraje, recibían un castigo mayor. Cádiz no era la única ruta de introducción de extranjeros. Algunos residían por algún tiempo en ciudades como Buenos Aires, Panamá o Cartagena, y luego pasaban a Lima a través de los puertos intermedios o por vía terrestre. Frente a esta orden de expulsión se contemplaron excepciones, como en el caso de los que habían sentado plaza de fusileros en alguna compañía de la ciudad, los que se casaron con lugareñas, los que ejercían oficios mecánicos y los hijos de extranjeros nacidos en los reinos de España, siempre y cuando sus padres hubieran obtenido cédula de naturalización. El acápite sobre el oficio mecánico produjo muchas objeciones entre los miembros de la Comisión. En el siglo

XVIII,

el término mecánico hacía referencia los oficios bajos de la

república, como zapatero, herrero y otros, y comprendía en el concepto a todos los trabajos que se ejecutaban con las manos (DRAE 1780: 614). Agrega el Diccionario de Autoridades que lo mecánico se consideraba una cosa baja, soez e indecorosa (DRAE 1783: 627). Estos oficios viles o mecánicos se basaban en la tradición y costumbre, y se accedía a ellos a través del sistema gremial de aprendizaje. Estaban excluidos de las siete artes nobles o liberales (gramática, retórica, dialéctica, aritmética, geometría, astronomía y música). Incluso órdenes de caballeros, como la de Santiago, negaba la investidura a los hijos de quienes practicasen tales oficios (Herrero García 1977: 18). Con el avance de las ideas y propuestas de la Ilustración todo cambió, y después los labores mecánicos o artesanales funcionaron como mecanismos de ocupación de la población y también como desarrollo de la industria. La aparición de oficios mecánicos dio lugar al asentamiento de ocupaciones varias: en este rubro se incluían plateros, lapidarios, relojeros y todos aquellos que se dedicaban al comercio: Son unos oficiales mecánicos que dentro de su mismo oficio hacen trato y negociación para comprar los materiales respectivos y reducirlos a sus artefactos y venderlos a su cuenta […]. Son unos verdaderos comerciantes, aunque no de mercaderías, de otras especies más nobles y de mayor precio como son el oro, perlas, diamantes, plata labrada, relojes de oro y plata y otras alhajas semejantes, [y] adquieren considerable caudal con que enriquecen y vuelven a su patria.10

Dentro de este grupo se encontraba don Félix Conforto, maestro platero de oro, quien había llegado al Perú hacia 1746. Su pericia en el arte lo llevó a abrir una tienda pública en la

calle de Mercaderes, donde tenía a su cargo varios aprendices y oficiales del gremio. Los peritos del Tribunal del Consulado indican que Conforto no sólo compraba y vendía objetos de plata, sino que comerciaba por el Cabo de Hornos, enviando dinero para transportar anchetas, y sentencian: “esto es abusar de la dispensa de la ley y hacer fraude al comercio. […] Si esto se le tolerase, sería muy fácil que los plateros y herreros de París y Londres viniesen a ser comerciantes de Indias”11. Se le informó a Conforto que debía abstenerse de comerciar efectos de Castilla y piezas de plata, y que si incurría en estos tratos, se le cerraría la tienda. Al parecer su fortuna era de gran consideración, porque de su testamento se puede extraer que, entre limosnas y legados píos, exhibía un principal de aproximadamente veinticuatro mil pesos12. Los comisionados del Tribunal del Consulado basaban en “apariencias y pretextos” sus argumentos para expulsar a los extranjeros. Indicaban que los comerciantes o particulares buscaban de cualquier forma introducir sus mercaderías al reino para venderlas en la capital del Virreinato y las provincias internas. Por ejemplo, en Arica había un número importante de genoveses dedicados a oficios mecánicos. Silvestre Gandolfo (Gandulfo) era un conocido maestro galafate y carpintero de ribera, propietario de una tienda donde comerciaba con efectos de Castilla. Había llegado al Perú en la década de 1750 como maestro de su oficio. Primero trabajó en el puerto del Callao y luego se trasladó al de Arica. En ese mismo puerto se encontraban Jospeh Lineda, Juan Bautista Marquesado y Juan Bautista Misola, que ejercían, respectivamente, el oficio de carpintero, barbero y sastre. Estos tres genoveses habían pasado sus primeros años en España, enrolándose en el ejército peninsular. Al encontrarse sin oficio, decidieron trasladarse al Perú. Otro genovés de oficio marinero fue Vicente de Fierro13. Siguiendo con los disimulados comerciantes, podemos indicar que algunos sólo realizaban el viaje para asegurarse de que sus cargamentos llegaran seguros, dejándolos a sujetos de su confianza14. Una de las formas más comunes de encontrarlos era bajo la apariencia de cocineros o reposteros: Con el pretexto [de] que se les permite residir a los oficiales mecánicos, pasan muchos pretendiendo libertarse hasta con el oficio ruin de cocineros, como si en ellos hubiese falta de semejante mecanismo, y en la realidad son unos aparentes pretextos para introducirse sin riesgo y con toda libertad a la residencia que tanto apetecen, por lo que después sacan del reino.15

La primera oleada: pequeños comerciantes, militares y confiteros

En el rubro culinario y el de confitería no faltó la presencia de los genoveses que se asentaron en la ciudad. Muchos de ellos destacaron en la chocolatería. Para 1775, existían en Lima quince chocolateros, con ventas anuales que alcanzaban los 4,300 pesos (Quiroz 2008: 167). El negocio de la chocolatería estaba asociado al del cacao y el azúcar. Juan María Maza era de uno de estos empresarios del chocolate, con tienda pública en la ciudad16. El devenir de su empresa lo había llevado a mantener deudas con su paisano Juan Andrés, que abastecía de cacao a Maza y era uno de sus clientes regulares. Entre sus especialidades se encontraba el chocolate de canela. Maza era natural de la villa de Moano, obispado de Albenga. Al parecer, había migrado de su ciudad natal entre 1758 y 1760. Era hijo legítimo de Jácome de Maza y Margarita Maza, difuntos, y había casado en Lima, en primer matrimonio, con María Trinidad Pimentel (aproximadamente en 1772)17, y en segundo con Manuela Marchan. Para 1790, había enviudado de sus dos matrimonios sin dejar descendencia. No se indica que alguna de sus esposas hubiera llevado dote al matrimonio, pero él, aparte de la tienda de chocolatería, mantenía tierras y fincas en su pueblo natal, heredadas de sus padres. Éstas se encontraban en la villa de San Martín (obispado de Albenga, Génova). Allí residían sus hermanas Antonia e Inés, a quienes otorgó poder para que disfrutasen del usufructo de dichas tierras. A través de un instrumento notarial expedido en Lima, legó por vía de donación una casa y la huerta “Las Castañas del Prado” a su hermana Antonia Velanda (mujer legítima de Juan Bautista Velanda), con el cargo de que: mande decir sesenta misas rezadas por una vez aplicadas por mi intención y cuando Yo muera quede sin reato alguno, solamente con el ruego y encargo que le hago dejaré me encomiende a Dios.18

De los genoveses residentes en la ciudad de Lima entre 1760-1790, encontramos que un 45% se dedicaban al comercio de efectos de Castilla, de los cuales un 60% tenían tienda pública. Otros de los oficios recurrentes era el de pulpero. En su mayoría, éstos habían integrado las listas de expulsión de extranjeros. Algunos regresaron a España, pero otros se quedaron varios años más por los vínculos que habían establecido en la ciudad. Uno de ellos, don Próspero Ambrosi, abordó con su sobrino el navío San Joseph, llevando un caudal que se estimaba entre veinticinco y treinta mil pesos. En la capital, abrió tienda en la calle de Mercaderes, donde expendía ropa y efectos de Castilla. Se había trasladado a Lima por la vía de Quito en la década de 1750, donde residía su tío Ventura Ambrosi, dedicado al comercio19. En 1756, realizó un viaje hacia Cádiz, sin duda para el traslado de efectos, y tuvo como representantes en la península a Joseph de Ascue y Lorenzo de Oliveros, vecinos del puerto20.

Cuando tuvo lugar la expulsión, dejó como representantes a Domingo Luque, que recibió una donación de quinientos pesos por su fidelidad y buena correspondencia, y a don Jácome Jacomini de Porrata21. Don Agustín de la Terola y Jordan (Agustín Jordan) fue otro de los genoveses que en esa primera época asentó residencia en la capital del Virreinato peruano. Natural de la ciudad del Final (Finale) e hijo legítimo de don Joseph de la Terola Jordan y doña María Jordana y Gratedola (Eraterola), contrajo nupcias con doña María Ignacia Martillo. De esta unión tuvo una descendencia de cuatro hijos. En sus primeros años en las Indias había sido comerciante en la ciudad de Guayaquil, donde tenía un hijo natural. Se dedicaba a la venta de aguardiente, el cual compraba al conde del Valle Oselle. Tenía residencia en el puerto del Callao, y era dueño de varias pulperías en el presidio: una junto al Guardián Mayor; una inmediata a la oficina del Teniente Oficial Real; otra dentro del mismo presidio; y una más, en el nuevo pueblo de Bellavista22. Las pulperías eran establecimientos donde se vendía al menudeo artículos de alimentación (comestibles y bebidas), lozas y pasamanería, entre otros productos. Para 1775, la ciudad de Lima contaba con 314 bodegas y pulperías, y para 1790, con 287 (Mexicano 2001: 175-183). Junto a su pulpería de Bellavista construyó una casa de nueve puertas, en la calle de San Fernando. Al casarse su hija mayor, María de Jesús, la dotó con 1,040 pesos en efectivo. La quinta parte de sus bienes fue destinada a otra de sus hijas, Margarita Quiteria, “por el amor y mucha voluntad que le tengo”23. Los hermanos Antonio, Ambrosio y Cayetano Bacarreza aparecieron en la escena limeña a finales del siglo

XVIII.

Naturales de Génova, trataron ocupar los tres estamentos

sociales más importantes en esos años: el comercio, la milicia y el clero. En la lista de expulsión de extranjeros los catalogan como abrillantadores de diamantes, lapidarios y dinamiteros. Antonio se había establecido en Lima hacia 1769, era conocido como relojero y bachiller de artesano. Comerciaba con géneros de Castilla, además de oro, plata y pedrería. Estableció con sus hermanos, en 1771, una “oficina de abrillantar diamantes” (Patrucco 2005: 172-173). Años más tarde, y buscando afianzarse en la sociedad limeña, Ambrosio logró asimilarse como oficial voluntario del Regimiento Provincial de Dragones de Lima. En 1773 ingreso a la milicia con el grado de portaguión, contando con veintiséis años de edad. Un año más tarde fue ascendido a alférez, y en 1782, ostentaba el grado de teniente. Posiblemente obtuvo esta última graduación después de participar en las patrullas por la ciudad, en tiempos de la guerra con Inglaterra y las sublevaciones de 1780. Entre sus oblaciones, contaba el aporte de doscientos pesos que sirvieron para costear un estandarte24. En 1790, a los 43 años de edad, solicitó licencia para seguir la profesión religiosa en la Orden de San Francisco25.

Quería ser admitido en el convento de Santa Rosa de Ocopa sin perder el grado militar en la institución a la que había servido por diecisiete años. Por su parte, Cayetano participó en las patrullas durante la guerra con Francia (1793), y se acuarteló con su regimiento durante la guerra de 1797. Con motivo de la invasión francesa, en 1809 otorgó un donativo de veinticinco pesos “para socorros de la metrópoli”, y en 1817 contribuyó con cuatro pesos mensuales “para subvenir las urgencias del Estado”26. Por aquellos años tenía cargo de mayordomo de la hermandad de Nuestra Señora de las Mercedes27. Se había casado con doña Paula de Aguirre, de cuyo matrimonio tuvieron siete hijos. Al momento de casarse, don Cayetano aportó entre tres y cuatro mil pesos, mientras que doña Paula, “para llevar las cargas de dicho matrimonio”, aportó entre doce y catorce mil pesos en dinero, alhajas, plata labrada y otros artículos. Don Cayetano era propietario de una tienda de comercio en la calle de Bodegones28, donde expendía diferentes géneros. En 1802, doña Paula Aguirre, su esposa, remitió a nombre de su esposo aproximadamente 18,500 pesos a Guayaquil para que fueran invertidos en cacao. Al caer en quiebra el portador de esta partida, los negocios de Lima y Guayaquil se vieron afectados, por lo que doña Paula trató de recuperar su inversión mediante varias instancias29. Don Cayetano era también dueño de la fragata Trinidad30 y comerciaba en especial con los puertos del Sur, llegando incluso a Chiloé31. El negocio recurrente de su fragata era el transporte de trigo, desde los puertos del Sur hacia el Callao32.

Actitudes ante la muerte y la responsabilidad social

Los genoveses residentes en Lima constituían una comunidad cuya movilidad, tanto en el interior del Virreinato como a través del Océano, era muy dinámica. Su orientación al comercio los llevaba a trasladarse a diversas provincias internas y en algunas ocasiones hacia la península. Por ejemplo, don Próspero de Ambrosio (Ambrosi) hizo testamento en 1756, pues estaba próximo a partir a los reinos de España33. Repitió la fórmula cinco años más tarde, en 1761. Por otro lado, el comerciante Cayetano Bacarreza elaboró su cláusula testamentaria porque iba a viajar a Guayaquil34. Don Antonio Terry llegó a la ciudad de Lima acompañado de su hijo, Antonio, en búsqueda de Joseph, otro de sus hijos que se encontraba trabajando una mina en la sierra de Lima. Ellos realizaron el viaje desde Chile, donde residían35.Los testamentos de estos personajes brindan información detallada sobre el ritual funerario, las cláusulas religiosas, la invocación del santoral, las oblaciones, el lugar de sepultura y el tipo de mortaja que se debía llevar, además de información propia de la vida

cotidiana de cada uno de ellos. Un punto importante en las cláusulas testamentarias es la profesión de fe que realizaban, en la cual se indica que todos pertenecían a la religión católica. En la elección de la mortaja, la más solicitada era la de San Francisco. La soledad de alguno de nuestros personajes los llevaba a resguardar su salvación ante la proximidad de la muerte. Por ejemplo, Juan María Maza declaraba y nombraba por su universal heredera “a mi alma, atento a no tener como tengo ningún heredero forzoso que me pueda y deba heredar según derecho”36. Años antes, le había encargado a su hermana, residente en Génova, que le mandara decir sesenta misas rezadas en su ciudad natal37. Las oblaciones de las mandas forzosas y los Santos Lugares de Jerusalén estaban vinculadas a la voluntad del testador, que a menudo desembolsaban entre uno y tres pesos. Manuel de Andrade dejó doce pesos para cada una de ellas38. Un caso excepcional fue el de don Próspero de Ambrosio, quien dejó cien pesos para cada una, además de “cien pesos por vía de limosna al convento de San Francisco para el sustento de los religiosos de su venerable comunidad, lo cual cumplirán mis albaceas aunque mi muerte sea en los reinos de España o en otra cualquier parte”39. Este mismo personaje ofrece una muestra clara del arraigo que tenían los genoveses a su patria. En una cláusula testamentaria de 1761, separó doscientos pesos para la iglesia de Nervi, donde fue bautizado40. En el testamento de 1756 da mayor información sobre la presencia de su ciudad lejana: “200 pesos para el culto de la imagen de Nuestra Señora del Rosario, que se venera en la parroquia de Nervi, 100 pesos para el convento de San Francisco de Paula de aquella ciudad, y otros 100 para el de Nuestra Señora del Carmen en la iglesia de Villasco”. De igual forma, no se olvidó de sus hermanas Mineta y Rosa de Ambrosio, ambas religiosas del monasterio de San Leonardo de Génova, a quienes legó trescientos y doscientos pesos, respectivamente. Antonio María de Andrade fundó un aniversario de misas de legos “para que las benditas ánimas por las que he de aplicar las misas logren el alivio de sus penas”. Éste debía realizarse en el pueblo de Ibaga, de donde era natural. Para dicho aniversario separaba de sus bienes un capital de dos mil pesos, los cuales serían depositados en el colegio máximo de San Pablo, de la compañía de Jesús, en Lima. Las indicaciones de cómo transportar este dinero eran las siguientes: hasta [que] haya bandera segura en que transportarlos a Génova en partidas de registro. Luego se dará parte al Reverendo Padre Guardián del convento más cercado de dicho mi pueblo para que con su asistencia e intervención se pongan a

réditos en finca segura y cuantiosa juntamente con lo que hasta entonces hubiera redituado.41

Los capellanes debían mandar decir cada año noventa y nueve misas rezadas, una cantada el día de San Antonio. Los primeros beneficiados con el aniversario eran los padres franciscanos de la iglesia más próxima a Ibaga. Como primeros capellanes, nombró a Francisco y Juan Antonio de Andrade, sus hermanos residentes en aquel pueblo, y luego a los que vivían en Lima, siempre y cuando retornaran a su ciudad natal. Por su parte, su hermano Manuel fundó un aniversario de misas en la iglesia del hospital de San Bartolomé, en Lima, a realizarse todos los días festivos del año “en hora proporcionada para que el vecindario logre de este beneficio”. Separaba doce pesos de sus bienes para el culto de la imagen de Jesús Nazareno, que se veneraba en la iglesia de Santa Ana, “para que se fomenten los ejercicios piadosos en su altar”. Aplicaba las misas por su alma, la de su mujer, sus padres, hermanos y parientes. Para cumplir con la testamentaria de su hermano, gravó la casa de la Huaquilla en dos mil pesos. Para 1778 ya tenía cancelada la mitad del principal42. La responsabilidad social y espiritualidad barroca de la época no les era extraña a los genoveses. Un ejemplo es don Félix Conforto (Confort), natural de Génova, hijo legítimo de don Lorenzo Domingo Confor (sic) y doña María Ana de Massa. De oficio platero, hacia la década de 1760 había profesado como hermano de la Tercera Orden Franciscana. Para su servicio fúnebre apartó mil pesos del remanente de sus bienes. Entre sus oblaciones se encuentran cien pesos para las mandas forzosas y los Santos Lugares de Jerusalén y otros cien para los niños expósitos de la ciudad. El testamento de Conforto consigna alrededor de veintidós mil pesos en legados píos; las fórmulas de su fundación estaban orientadas a salvar el alma del testador. Los costos de la música, la cera y las misas del culto al Sagrado Corazón debían servir para “desagraviar las irreverencias y sacrilegios con que es ofendido de mi ingratitud el admirable sacramento del altar”43. Lo mismo ocurría con las enfermas y doncellas, para “que me encomienden a Dios y siempre conste”. Aquí se ve reflejada una de las características del comportamiento de los hombres de este tiempo: la búsqueda de la trascendencia y la salvación del alma.

Principal Administrador Fray Joaquín de la Parra, 2000 corrector de los desagravios del Corazón de Jesús 3000

Mayordomos

1000

Doña Agustina Granados Albaceas y doña Agustina Granados

6000

Puesto en

Lugar de beneficio

Inversión del rédito

censo sobre finca

Capilla de San Buenaventura

Para costear la música con que los terceros domingos de cada mes se celebran los desagravios.

censo o interés a persona segura

Hospital de la Caridad

interés a persona segura

Dos de las hijas de doña Agustina

Para obras y gastos más piadosos que beneficien a las enfermas. Si no era efectivo en cuatro meses, pasaba al Hospital de San Bartolomé. Legado. Para dote al tomar estado de religiosas o casadas. Si murieren antes de tomar estado, sufragarían con los

4000

Albaceas

Ocho niñas doncellas

6000

Albaceas

Seis niñas doncellas.

200

Manuel Yguera

réditos los gastos de entierro y misa. Si murieren todas sus hijas, este principal pasaría al Hospital de San Andrés (3000), Santa Ana (1500) y San Bartolomé (1500). Niñas pobres, hijas de los oficiales del gremio de plateros. 500 pesos para cada una en calidad de dote al tomar estado, hasta la edad de treinta años. Niñas doncellas pobres, virtuosas y huérfanas de padre y madre español, o tenidas por tales. 100 pesos de dote para cada una. Legado por haberlo ayudado a trabajar cuando era su oficial.

Los genoveses del nuevo siglo. Los grandes comerciantes

A finales del siglo

XVIII

e inicios del

XIX,

encontramos una nueva oleada de

migración genovesa al Perú. Aunque algunos, como los Bacarreza, se encontraban desde la década de 1770, estos supieron entroncarse en las instituciones que permitían residir en el Virreinato peruano, como la milicia. Los nuevos genoveses que aparecieron en la escena limeña mantuvieron el mismo comportamiento en el ejercicio de oficios. Pulperos, fonderos y cocineros siguieron apostando por residir en la capital. Como dos ejemplos, estaban Juan Masaferro, chocolatero con tienda frente al colegio de Santo Toribio44, que se abastecía de cacao de Guayaquil y de azúcar de las haciendas del marqués de Fuente Hermosa, y Juan Monaci45, con una finca situada en “las cinco esquinas del Cercado”. En este lugar, Monaci habilitó una tienda de chocolatería. En el rubro de las fondas y los cafés, encontramos a don Francisco Rato, casado con Nicolasa Malarín, de cuyo matrimonio nacieron nueve hijos. Hacia 1817, sólo vivían cuatro: Manuela, Seferina, María y Agustín, colegial del Seminario de Santo Toribio. Rato regentaba la fonda de Caballo Blanco y un café en la calle de La Merced. Junto al café había comprado una casita habitación que había pertenecido del marqués de Montemira46. Familiar político de Rato era Ángel Carmelino, natural de la villa de Baserba (Génova), casado con Manuela Malarín, la que había aportado a la empresa marital alrededor de mil pesos. Carmelino poseía una finca en la calle de la Pescadería, comprada al convento de Santo Domingo, donde abrió una fonda. Para 1817, mantenía un pleito por la propiedad de una bodeguita47. Su buen nombre y reputación lo llevó a ser nombrado albacea y heredero de su paisano Juan Bautista Bado48. Alrededor de esta época surgieron importantes personajes del comercio, tanto local como trasatlántico. En el ámbito local, los genoveses se transformaron en fuertes competidores del mercado al menudeo gracias a las bodegas y pulperías. Juan Antonio Sacio fue uno de ellos. Se casó con doña Gertrudis Poleo, quien aportó veinticuatro mil pesos de

dote. Este aporte le permitió invertir en locales comerciales en el entorno urbano de la capital. La pareja regentaba cuatro cajones de Ribera: dos grandes (10 y 11 / 3 y 4), que se encontraban en la calle del Arzobispo, y dos pequeños (1 y 2) en la esquina del Correo Viejo, para la Plaza Mayor. Adicionalmente, poseían cinco bodegas que se ubicaban: (1) en la esquina de Albabas con su principal y llaves; (2) en la esquina de Las Mantas y Correo Viejo; (3) en la calle de la Pescadería; (4) en la esquina de Santo Domingo y Traslaviña; y (5) la tienda número 33 en el portal de Botoneros49. Era hermano 24 de la Cofradía del Rosario, fundada en el convento de Santo Domingo. En 1822, enviudó de doña Gertrudis y contrajo segundas nupcias con doña Juana Moreno, quien aportó alrededor de cuatrocientos pesos. De su primer matrimonio tuvo cinco hijos, y uno del segundo. Se casó por tercera vez con doña Toribia Poleo, hermana de su primera esposa. Este matrimonio probablemente se llevó a cabo entre 1824 y 1825, ya que para 1826 indicaba tener una hija de un mes. Doña Toribia llevó a la empresa marital alrededor de 15,725 pesos, parte de la herencia que su padre don Bartolomé Poleo le había dejado, al igual que a su hermana. El valor total de la dote se constituía en: “13,769 pesos por el derecho de llave de los dos cajones de Ribera número 5 y 6, 7,769 pesos en efectos existentes en ellos, 1,675 pesos en alhajas de su uso, 780 pesos del valor de tres esclavos”50. De esta forma, la fortuna familiar se mantuvo dentro del clan Sacio-Poleo, y fue administrada por don Antonio hasta el momento de su muerte. Doña Gertrudis y doña Toribia eran hijas del genovés Bartolomé Poleo, natural de Sabona. Éste se había casado con doña Josefa Nieto, de cuyo matrimonio tuvieron tres hijas, las dos primeras y la mayor, doña Juana María. Al momento de realizar su testamento, don Bartolomé indica que su esposa se encontraba esperando a su última hija, doña Toribia (1799). Fue don Bartolomé quien aportó a la empresa conyugal alrededor de doce mil pesos. Había hecho su fortuna a través del comercio y la regencia de una casa de mantequería, ubicada en la calle de la Lamensa (sic), comprada en subasta pública a 6,100 pesos51. Don Félix Valega, otro de estos grandes comerciantes del siglo

XIX

y patriarca de

uno de los entronques familiares más importantes del comercio en los primeros años de la república, era originario de Spotorno (Savona), de oficio marinero y comerciante. Arribó al Perú en los primeros años de 1800 (Bonfiglio 1998: 330). En 1811 se casó con la limeña Josefa Iribar, con quien tuvo dos hijas, casadas con paisanos de Valega (Hampe 1993: 469). En Lima, se dedicó al comercio, asociándose con Antonio Dagnino52, José Cavenecia y otros. El giro de su negocio estuvo orientado a la importación de géneros de Castilla, en particular el comercio de loza53. En 1805, junto con su socio José Cavenecia, formó una compañía para la

compra de cien quintales de cera de La Habana, para la cual aportó Rodulfo veinte mil pesos54. En 1813, presentó documentos relativos a sus méritos y servicios a la Corona, para hacerse acreedor a la carta de naturaleza española55. Para 1818, Félix Valega había obtenido la carta de naturalización, en la que indicaba: “estoy declarado por la real piedad de Su Majestad en la clase de español, con todos los goces y prerrogativas de tal y como si hubiese nacido en los reinos de Castilla”56. Esto le permitió insertarse en el Tribunal del Consulado y acceder a otros derechos de parte del gremio, además de comerciar sin mayores restricciones. La tienda de Valega se encontraba en la calle de Judíos. Para su habilitación, se asoció con el milanés José María Montani y con Esteban Giulfo. El almacén lo conformaba la planta baja y alta, e incluía algunos cuartos en el callejón contiguo. A la muerte de Giulfo, Valega y Montani compraron la parte de su socio fallecido y mantuvieron el negocio. El total de la compañía estaba valuada en 39,300 reales (moneda vigente para 1827). Esta compañía manejaba un almacén en España que regentaba José Montani, hijo de don José María57. En 1818, ejerciendo su carta de naturalización, solicitó ser incluido en la matrícula de comerciantes habilitados que publicaba el Consulado. En la década de 1830, Valega casó a sus hijas con otros dos genoveses. En 1833, su hija Carmen contrajo matrimonio con Pedro Dinegro (Denegri, Di Negro). Un año más tarde, su hija Francisca hizo lo mismo con José Francisco Canevaro. Los dos yernos de Valega eran comerciantes, y ambos se dedicaban al comercio de cabotaje. Denegri era natural del pueblo de Castilla, inmediato a la ciudad de Génova. Al contraer matrimonio, aportó un capital de tres mil pesos. Compró para su familia una casa en la esquina de Santo Toribio, donde abrió su almacén. Había obtenido una herencia de su madre en Génova y compartía los bienes con su hermano Miguel. Fue este hermano quien hizo un aporte de cinco mil pesos, lo que permitió que comenzara la empresa de Denegri en Lima58 José Canevaro era natural del pueblo de Zuali (Génova). Hijo legítimo de don Giaccomo Canevaro y de doña Isabella Raggio, arribó a Lima junto con su hermano Miguel. Contrajo nupcias con doña Francisca, quien aportó alrededor de 1,200 pesos valorados en muebles de su uso y una criada. Por su parte, Canevaro era dueño de un capital que ascendía a 56,175 pesos divididos en 41,675 pesos por el valor de las mercaderías fletadas en la barca sarda Temistocle, anclada en Río de Janeiro, y 14,500 pesos en facturas pendientes de cobrar que mantenía del comercio en Guayaquil. Para 1838, sus bienes en Guayaquil y Lima ascendían aproximadamente a 76 mil pesos59. Al momento de testar, separó de sus bienes seis mil pesos para ser enviados a su madre, residente en Génova, y mil pesos a su hermana Gerónima para que tomara estado. En una de sus cláusulas legaba diez mil pesos a doña

Francisca Valega, siempre y cuando se mantuviera viuda y soltera. Nombró como tutor y curador de los bienes de sus hijos José y Félix Napoleón a sus albaceas, por la corta edad de su mujer. Uno de los grandes comerciantes de finales del período colonial fue José Rodulfo y Estela, natural de Calizano (marquesado de Finale), que indicaba ser “incorporado en la nación española por real carta de naturaleza”. Había residido en la ciudad de Panamá por muchos años, donde contrajo nupcias con doña Josefa Olasugarre (natural de Casagarre). De este matrimonio tuvo dos hijos, Isabel y José. Este último, para 1819, era colegial del Real Convictorio de San Carlos60. A pesar de haber trasladado a su familia a Panamá, mantuvo lazos con el Perú debido a sus múltiples negocios y la permanencia de su hijo como colegial en la capital. En su testamento declara tener una casa en la ciudad y una barraca en el puerto del Callao; quizás este último le servía de almacén. También era uno de los cuatro propietarios de la fragata Reina de los Ángeles, que comerciaba desde Cádiz con los puertos de Iquique, Calla, Guayaquil, Panamá, San Blas y California. El giro de sus negocios lo vinculaba al circuito marítimo del Pacífico y al terrestre del Virreinato peruano. Por ejemplo, mantenía negocios en la ciudad de Huamanga, comerciando efectos de Castilla. Uno de sus compradores era Francisco de Paula y López, quien mantenía una deuda con él por cuatro mil pesos a razón de compras de estos productos61. Además, mantenía otros negocios en el mineral de Yauricocha62. Pero, sin duda, su negocio de mayor volumen era el que realizaba con la fragata ya mencionada. Ésta cubría la ruta entre Cádiz y los puertos del Pacífico, y también la de California, de mayor importancia. Por ejemplo, en 1817, junto con los frutos y efectos de Castilla, zarpó de Cádiz con rumbo a San Blas y California, transportando tropas del regimiento de Burgos con destino al Callao. Rodulfo y sus socios habían tomado el comercio con California debido a las exenciones arancelarias con que la Corona benefició esta ruta. En su retorno a Cádiz, la fragata transportaba cacao de Guayaquil63. En ese mismo año, en San Blas, la fragata fue confiscada para el transporte de tropas y pertrechos de guerra a los puertos de California, por lo que no pudo retornar a España y perdió todo el cacao que aguardaba en el puerto del norte. Este hecho llevó a la ruina a los negocios de Rodulfo. Su presencia en el consulado limeño era reconocida por los miembros de este Tribunal, que indicaba que era “respetado por notorio buen nombre y entre los comerciantes de crédito y honradez, con los mejores sentimiento y anhelos por el mejor éxito de la defensa de la monarquía española en ambos hemisferios”64. Su disposición para los requerimientos de la Corona era notable, e incluso llegó a entregar alrededor de 1,700 pesos entre 1807 y 1812

“para la urgencia de nuestra amada patria y los auxilios de las tropas en el alto Perú”. El detalle de sus donativos es el siguiente: En 1807, para el auxilio de Buenos Aires

200 pesos

En 1808, para el auxilio de la Madre Patria o el Estado

517 pesos

En 1810, para el mismo fin

200 pesos

En 1812, para la manutención de cuatro hombres por un año en el ejército del Alto Perú

768 pesos

En 1818, los navieros más importantes del Virreinato fueron convocados por la Comisión de Armamento del Tribunal del Consulado para armar buques de guerra y auxiliar a los realistas del Río de la Plata. La fragata Reina de los Ángeles fue una de las utilizadas para este fin. Por estos servicios, el consulado se comprometía a sufragar a sus dueños 3,600 pesos mensuales por el tiempo que se empleara la nave en este servicio65. En esta época Rodulfo solicitó auxilio a la Real Hacienda. Pidió que le pagaran el dinero que le debían, a causa de su estado de pobreza y ruina. La Real Hacienda emitió una resolución en la que amparaba a Rodulfo con nueve mil pesos consignados en dieciocho vales reales66.

A manera de conclusión

Como hemos indicado al comienzo, esta primera aproximación al estudio de la llegada de genoveses a la Lima del siglo XVIII permite distinguir dos etapas de migración. En un primer momento, hubo un flujo constante de comerciantes que buscaban distribuir sus mercancías, no sólo en la capital, sino en todo el Virreinato. Ayudados por algunos paisanos afincados en la ciudad, establecieron una larga serie de vínculos amicales. Este flujo migratorio se vio restringido cuando se promulgaron las leyes de expulsión de extranjeros. Otro punto importante a tomar en cuenta es la forma de inserción de estos personajes, casi todos como parte de la tripulación de embarcaciones que anclaban en el Callao provenientes de la península. De los oficios de estos primeros migrantes, destacan sobre todo los dedicados a labores mecánicas o trabajos menores: fonderos, artesanos, chacareros. Son pocos los que se asentaron y buscaron forjar una fortuna en la capital; en su mayoría, estaban de paso. De sus testamentos podemos destacar el fuerte arraigo con la tierra natal: en muchas cláusulas se hace referencia a la familia lejana, e incluso al envío de donativos para las iglesias y los monasterios de su pueblo. Aquellos que se asentaron en la capital formaron familias extensas y se insertaron rápidamente en las instituciones más importantes. Los genoveses, al igual que otros

extranjeros y los propios colonos, participaron en la milicia como forma de afianzar su fidelidad al Rey católico y mantener el resguardo del territorio. Ya a fines del siglo

XVIII

se

empezaron a configurar los grandes comerciantes: en el mar, en tierra firme y dentro de la ciudad. Como propietarios de fondas, pulperías y casas de comercio, se convirtieron en los vecinos más destacados. Después de los años de incertidumbre y del temor de la expulsión, varios grupos decidieron asentarse en el Perú y formar familia. Este ejemplo fue el que impulsó a los migrantes de la segunda etapa. Todos buscaban asentarse en el Perú y formar importantes empresas comerciales. Fue el inicio de entronques familiares que destacaron en la segunda mitad del siglo

XIX.

Otro punto particular es el

casamiento endogámico: los padres genoveses casaron a sus hijas con conciudadanos, no sabemos a ciencia cierta si estos fueron llamados a casarse y continuar el negocio familiar, o si fueron ellos quienes buscaron, en Lima, a aquellas mujeres que ofrecían la continuidad de la tradición genovesa.

Notas 1. AGI, CONTRATACIÓN, 5650, N.1. Autos sobre los bienes de Juan Bautista Columbino, cocinero del navío San Juan Bautista alias “El Toscano”, natural de Génova, difunto en Lima, y de Francisco Delgado, panadero del mismo navío, casado con Margarita Mateos, difunto en Lima (1765). 2. AGI, CONTRATACIÓN, 5491, N.1, R.41. Expediente de información y licencia de pasajero a Indias de Pedro Antonio de Barroeta, arzobispo de Lima, a Honduras (1750). 3. AGI, CONTRATACIÓN, 5703, N.12. Autos sobre los bienes de Juan Bautista Pelufu, cocinero de nao, natural de San Mauricio de Seño, en Génova, difunto a bordo. Heredero: Santiago Pelufo, hermano (1787). 4. AGN, CABILDO, CA-JO.1, Leg. 104, Exp. 1662. 5. En el mismo contexto, la expulsión de extranjeros de 1767 ha sido trabajada por Scarlett O’Phelan para el caso de los irlandeses (O’Phelan, 2005). 6. AGN, CONSULADO, TC-GR-2, Leg. 126, Exp. 726. 7. AGN, CONSULADO, TC-GR-2, Leg. 124, Exp. 716. 8. AGI, CONTRATACIÓN, 5505, N.1, R.70. Expediente de información y licencia de pasajero a Indias de Catalina Cardona, natural de Finale Ligure (Génova) y vecina del Puerto de Santa María, hija de José Cardona y de Antonia Cardona, con su hija Antonia Álvarez Campana, natural de Cádiz, su nieta Bernarda Josefa Terry, natural de Cádiz, hija de Antonio Terry y de Antonia Álvarez Campana, y su nieto José Antonio Terry, natural de Cádiz, a Santiago de Chile. Pasa a reunirse con su marido Bernardo Álvarez Campana. Catalina Cardona tiene licencia aparte (1761). 9. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, José de Aizcorbe, prot. 20 (1780). 10. AGN, CONSULADO, TC- GR-2, Leg. 127, Exp. 732 . 11. AGN, SUP. GOB., GO-BI-1, Leg. 29, Exp. 184.

12. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Domingo Gutiérrez, prot. 519 (1766). 13. AGN, SUP. GOB., GO-BI-1, Leg. 33, Exp. 276. 14. AGN, CONSULADO, TC-GR-2, Leg. 127, Exp. 733. 15. AGN, CONSULADO, TC-GR-2, Leg. 127, Exp. 732. 16. Al momento de realizar su testamento, da un detalle pormenorizado de los trastes que se encontraban en su tienda de chocolatería: 29 piezas de barbero, dos morteros de madera, cinco piezas de moler cacao corriente, un escaparate con seis arrobas de chocolate poco más o menos, un mostrador, una mesa, ocho barras de plomo, nueve barras de chocolatero. […] En esta misma pieza hay un cuarto chico con varios cajones de chocolate. En la otra pieza se halla lo siguiente: primeramente un estrado, una mesa forrada en baqueta, un canapé, cuatro cajas, un medio escaparate, cinco tapiletes [sic], dieciséis lienseatos [sic], tres repisas, una cajita de Panamá, una petaquilla de Guamanga, dos petaquillas medianas. Entre sus bienes también figuraban tres esclavos (AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Juan de Castañeda, prot. 181). . 17. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Francisco Luque, prot. 649 (1786). 18. Ibíd. 19. AGN, SUP. GOB., GO-RE-1, Leg. 13, Exp. 224. 20. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Valentín Torres Preciado, prot. 1055 (1756). 21. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Francisco Luque, prot. 601 (1761). 22. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, José de Bustinza, prot. 149 (1755). 23. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, José de Bustinza, prot. 151 (1760). 24. AGS, SGU, 7283, 9. Hojas de servicios del Regimiento Provincial de Dragones de Lima (1790). 25. AGS, SGU, 7096, 80. Ambrosio Bacarreza, teniente del Regimiento de Dragones de Milicias de Lima , solicita licencia para entrar en la Orden Franciscana (1790). 26. AGS, SGU, 7283, 9. Hojas de Servicios del Regimiento Provincial de Dragones de Lima. 27. AGN, CABILDO, CA-AD-3, Leg. 14, Exp. 1729. Cayetano Bacarresa, mayordomo de la hermandad de Nuestra Señora de las Mercedes, solicita entrega de testimonio del testamento que otorgó Melchora Solar. Ante Manuel de la Puente y Querejazu, marqués de Villafuerte, alcalde ordinario de Lima (1818). 28. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, José Simeón Ayllón Salazar, prot. 60 (1830). 29. AGN, CONSULADO, TC-JU-1, Leg. 199, Exp. 1022 (1802). 30. AGN, CONSULADO, TC-JU-1, Leg. 191, Exp. 754. Autos seguidos por Cayetano Bacarreza, dueño de la fragata Trinidad, contra Juan Mariano de Goyeneche, teniente coronel de los Reales Ejércitos, sobre cantidad de pesos por avería de trigo. Ante el Real Tribunal del Consulado de Lima (1814). 31. AGN, CONSULADO, TC-JU-1, Leg. 191, Exp. 754. 32. AGN, CONSULADO, TC-GR-1, Leg. 116, Exp. 171 (1804). 33. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Valentín Torres Preciado, prot. 1055 (1756). 34. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Andrés de Sandoval, prot. 697 (1801). 35. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Joseph de Aizcorbe, prot. 20 (1780). 36. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Juan de Castañeda, prot. 181 (1790). 37. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Francisco Luque, prot. 649 (1786). 38. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Francisco Luque, prot. 639 (1778). 39. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Valentín Torres Preciado, prot. 1055 (1756).

40. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Francisco Luque, prot. 601 (1761). 41. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Andrés de Quintanilla, prot. 906 (1749). 42. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Francisco Luque, prot. 639 (1778). 43. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Domingo Gutiérrez, prot. 519 (1766). 44. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Hilario de Ávila, prot. 84 (1809). 45. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Gregorio de Villafuerte, prot. 1020 (1820). 46. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Ignacio Ayllón Salazar, prot. 29 (1817). 47. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, José Gutiérrez, prot. 262 (1816). 48. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Juan José Morel de la Prada, prot. 437 (1810). 49. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, José Gutiérrez, prot. 26. (1822). 50. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Ignacio Ayllón Salazar, prot. 43 (1826). 51. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Lucas Bonilla, prot. 146 (1798-1799). 52. Antonio Benzano y Dañino era otro genovés, natural de Cortain. Hijo legítimo de don Juan Bautista Bensano y doña María Dañino, casado con doña Andrea Baycho (Vallejo), con quien tuvo once hijos. Tenía una casa en el Callao con su respectiva barraca (AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Ignacio Ayllón Salazar, prot. 53). 53. AGN, CONSULADO, TC-JU-1, Leg. 183, Exp. 545. 54. AGN, CONSULADO, TC-JU-1, Leg. 181, Exp. 494. 55. AGN, SUP. GOB., GO-BI-1, Leg. 57, Exp. 1135. 56. AGN, CONSULADO, TC-GO-2, Leg. 6, Exp. 180. 57. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Ignacio Ayllón Salazar, prot. 5 (1827). 58. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Lucas de Lama, prot. 326 (1843). 59. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Baltazar Nuñez del Prado, prot. 457 (1838). 60. AGN, PROTOCOLOS NOTARIALES, Ignacio Ayllón Salazar, prot. 33 (1819). 61. AGN, CONSULADO, TC-JU-1, Leg. 187, Exp. 666. 62. AGN, SUP. GOB., GO-BI-5, Leg. 172, Exp. 872. 63. AGN, SUP. GOB., GO-BI-2, Leg. 91, Exp. 741. 64. AGN, CONSULADO, TC-GR-1, Leg. 117, Exp. 401. 65. AGN, CONSULADO, TC-GR-1, Leg. 117, Exp. 430. 66. AGN, CONSULADO, TC-GO-3, Leg. 19, Exp. 984.

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