La inclusión del conocimiento tradicional en los procesos científicos transdisciplinarios

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La inclusión del conocimiento tradicional en los procesos científicos transdisciplinarios María Evelinda Santiago Jiménez División de Estudios de Posgrado e Investigación. Instituto Tecnológico de Puebla. Puebla, Puebla. México [email protected] [email protected] Resumen La investigación científica está dedicada, regularmente, a resolver problemas de las industrias; pero dentro de los confines de una sola disciplina. Esta característica reduce la visión y valoración de los impactos tecnocientíficos en sociedad y ecosistemas. Sin embargo, la crisis socioecológica ha catalizado una tendencia de investigación llamada transdisciplina, un proceso de solución para la complejidad, generalmente, relacionada con la incertidumbre, la inseguridad y la ausencia de protección. Este documento reflexiona sobre la trascendencia de hibridar las fronteras disciplinarias a través del diálogo donde estén incluidos los saberes tradicionales en la generación de alternativas. Palabras claves: Saberes tradicionales, interdisciplina, transdisciplina, diálogos Abstract Scientific research is devoted regularly to solve problems of industries within the confines of a single discipline. This feature reduces vision and appreciation of technoscientific impacts on society and ecosystems. Moreover, the socio-ecological crisis has catalyzed a trend called transdisciplinary, a process of solution to the complexity usually associated with uncertainty, insecurity and lack of protection. This paper analyzes the significance of hybridizing disciplinary through dialogue, but traditional knowledge are also included in the generation of alternative boundaries. Key words: Traditional knowledge, interdisciplinary, transdisciplinary, dialogues Introducción La desigualdad, la crisis social y ambiental, la injusticia social, los problemas relacionados con la energía, la educación, la salud, el agua y los daños propios y colaterales del narcotráfico, son temas que reclaman propuestas y soluciones

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científicas que sean incluyentes de variables con las que se pueda tener una visión más completa de la complejidad y la incertidumbre que está viviendo el Planeta. Los científicos y los tecnólogos deberán ampliar su perspectiva contenida en parámetros metodológicos que parcelizan e inmovilizan el “objeto” de estudio de manera casi quirúrgica. En un mundo atravesado por la idea de la solidez (Bauman, 2005) se quiso creer que era posible seccionar a todas las especies, incluyendo la humana, lo que dio en consecuencia conceptos y teorización unidisciplinaria con las que se generaron etiquetas que eliminaron e hicieron invisibles los saberes de la gente común, saberes que no son escuchados porque se dice que carecen de la verdad científica. Esta característica, definida desde los lugares productores de verdad, sometió los saberes de la gente, los saberes comunes, tradicionales o vernáculos. Michel Foucault los define como: “[…] contenidos históricos que fueron sepultados, enmascarados en coherencias funcionales o sistematizaciones formales […] [son] toda una serie de saberes que [están] descalificados como saberes no conceptuales, como saberes

insuficientemente

elaborados:

saberes

ingenuos,

saberes

jerárquicamente inferiores, [son] saberes por debajo del nivel del conocimiento de la cientificidad exigidos” (Foucault, 2000: 21) Ante esta lectura de la realidad, subyugada a los estándares dominantes de la ciencia, define, por ejemplo, la pobreza a través de estadísticas que engloban a las personas, cosificándolas a través de cifras. En esta forma de reinterpretar la realidad no existe la voz de aquellos que son estudiados por calificarla no objetiva. En este sentido, las tradiciones disciplinarias descalifican a los saberes tradicionales o comunes por considerarlos inmersos en una serie de prejuicios locales y cotidianos. No obstante, los saberes descalificados están irrumpiendo en el foro científico al considerarse como saberes que guardan procesos históricos valiosos de relación con la Naturaleza que ha vivido la humanidad. Se reconoce que la importancia de incluir

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los saberes descalificados, en los procesos de generación científica, abre la puerta a variables que son descartadas o desconocidas por los saberes eruditos. (Funtowicz y Ravetz, 2000) hablan de la inclusión de esos saberes a través de lo que ellos definen como pares extendidos, su lectura de la realidad abre la puerta a la complejidad para que pueda instalarse en el imaginario científico. La insurrección del saber de la gente, como pares extendidos, plantea los problemas y las soluciones que han construido a través del tiempo con los que han podido mantener su proyecto de vida vigente. Estas soluciones, muchas veces, tienen fecha de caducidad, ante esto, los actores locales continuamente están reinventando su endeble bienestar. En el contexto de las disciplinas con perspectiva hegemónica, la valoración ética del conocimiento y de los artefactos tecnocientíficos no toma en cuenta las externalidades que provocan en sociedad y naturaleza, contrariamente, magnifica su ‘neutralidad valorativa’; estableciendo que “[el conocimiento científico] está libre de valores morales y por tanto en sí mism[o] no plantea problemas éticos (Olive, 2000:57)” ya que es quien lo utiliza quien establece los fines para los que será manejado. Lo anterior es cuestionado por una concepción que se opone a la versión de la neutralidad valorativa y sugiere, en contrapartida, un análisis del conocimiento y de los sistemas, donde la tecnociencia constituye una parte fundamental; consecuentemente, ésta, no se puede considerar indiferente al bien o al mal que produzcan esos sistemas. Los impactos negativos incrementan la complejidad y la incertidumbre social, ecológica y tecnológica por lo que se convierten en fundamentos para demandar la construcción de nuevas formas de generación del conocimiento, las que deben estar basadas en un diálogo entre expertos y sociedad, con la finalidad de asegurar la calidad de los productos a través de una valoración compartida (Funtowicz y Ravetz, 2000). Este documento reflexiona sobre la importancia de crear espacios científicos de cooperación, confianza y solidaridad donde sea posible generar diálogos entre los pares científicos -pertenecientes a diferentes tradiciones o disciplinas- y a su vez se incluya la participación activa de los pares tradicionales (Funtowitz y Ravetz, 2000) en el afán de crear estructuras de conocimiento que den pie a innovaciones adecuadas

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social y ecológicamente. A través de ellas, se posibilitaría la reconstrucción de los proyectos de vida de los individuos y las familias más vulnerables de la sociedad; pero además se buscaría provocar cambios conceptuales para así reconocer que la complejidad y la incertidumbre requieren no sólo del conocimiento científico disciplinario, sino que es urgente encontrar formas de organización del conocimiento con una visión holística, incluyente, solidaria, cooperativa y reciproca. Las disciplinas Regularmente, las formas tradicionales de gestionar la solución de los problemas se ha hecho a través de la parcelización disciplinaria en el afán de etiquetar la información como objetiva y neutra; este procedimiento no garantiza el entendimiento integral de la complejidad que existe en los confines locales, donde el problema surgió. Es decir, la ciencia erige su supremacía sobre los otros saberes descalificándolos al etiquetarlos como ingenuos o irracionales. Lo que lo hace “un modelo totalitario, en la medida que niega el carácter racional a todas las formas de conocimiento que no se [pautan] por sus principios epistemológicos y por sus reglas metodológicas” (Santos, 2009: 21). Es importante hacer hincapié en que la sociedad debe aprender a comprender qué es el conocimiento científico y qué sucede dentro de las cofradías disciplinarias, ya que la corriente ortodoxa no ofrece soluciones desde la mirada rígida de su conjunto de métodos porque, regularmente, se basa en cuestiones puramente cuantitativas; resumiéndose la interpretación del problema a generar cifras y datos numéricos, una fotografía instantánea donde están congelados lo orgánico y lo dinámico de la sociedad, descartando de esta manera, los procesos y relaciones que ocasionaron el problema. “[En el interés por] fragmentar constantemente los problemas para que sean atendidos por áreas de especialización, [se ignora] el contexto más amplio que da a las cosas su sentido y significado de conjunto” (Luengo, 2009: 9). Este interés tiene mucho que ver con, como lo hace ver Foucault (1968) en su libro “Las palabras y las cosas”, la creación de fronteras. Es a partir de ellas que se autorizan o se prohíben enunciaciones, pero también se norman. Además,

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de manera específica, hacen posibles regímenes de verdad, que tienen que ver mucho con el control a través de discursos que definen el uso de los valores verdadero/falso. Las disciplinas se recrean en la edificación de fronteras ontológicas y metodológicas, al hacerlo detallan los valores de verdadero y falso con los que se investigan los problemas y se construyen teorías que forman parte de una tradición practicada por una cofradía integrada por científicos y tecnólogos. Cuando un científico o tecnólogo desafía los permisos y prohibiciones se coloca así mismo fuera de la frontera donde está ubicada la tradición, por lo que se considera que la rechaza, pero a su vez ella o él es rechazado por la cofradía. Es, quizá, en ese momento que la tradición es transformada, a través de ese desafío, para formar nuevos campos de conocimiento que le den a la ciencia un acercamiento más oportuno a la realidad. Quizá, en ese proceso se le despoja de su carácter aséptico y neutral, dando pie a un campo integrador de otras tradiciones disciplinarias que se reúnan alrededor de un problema para que lo analicen integralmente y lo resuelvan con la participación de la sociedad. Los científicos y los tecnólogos de las tradiciones duras y blandas, a medida que las crisis ambiental y social ocurren, se percatan que hay problemas que no pueden ser resueltos por una sola disciplina, debido a que muchos son inéditos, son complejos, implican un alto riesgo y provocan incertidumbre en la sociedad, misma que, muchas veces, no logra discernir si su forma de vivir, construida dentro del sistema civilizatorio actual, prevalecerá por más tiempo. Este dilema social ha provocado en las ciencias el tránsito hacia una labor más integral, diferente a la ciencia basada en la especialización, ocurrida durante la sociedad industrial y seguida de la súper especialización durante la segunda mitad del siglo pasado. La particularidad de este “estilo de pensamiento científico […] se caracteriza por la existencia de dos elementos: uno ontológico y otro metodológico, es decir objetos de estudio propios e inéditos junto con métodos de razonamiento propios e inéditos necesarios para aprenderlos” (Bolaños, 2010: 28). Formas que desembocan en el conocimiento especializado, practicado dentro de una disciplina que pocas veces

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busca complementar su conocimiento a través de alianzas con otras tradiciones científicas. Los problemas que se presentan en lo local como es el calentamiento global o los desajustes financieros en los países del Primer Mundo son muchas veces ocasionados por decisiones o peligros globales, para solucionarlos se requieren de conocimientos que no se confinen a una sola tradición científica. Se tiene que visualizar que se está viviendo un cambio de época –no una época de cambios- que está surcada por transformaciones profundas y, sobre todo, nuevas; las que podrían ser catalogadas como desafíos con repercusiones planetarias, como es la gripe aviar, el síndrome de las vacas locas, la pandemia del sida, la contaminación de mares y ríos, entre otros fenómenos que asombran a la sociedad global y, que desafortunadamente, irrumpen o se implantan en la sociedad local- que muchas veces es rural -de manera violenta. Ante estos impactos, a la sociedad local sólo le queda aprender a resolver con sus propios medios los problemas causados, a los que Bauman (2011) ha denominado daños colaterales. Estos daños, tienen repercusiones globales a pesar que tengan como fuente la búsqueda de una solución a un problema en otro espacio territorial, ajeno a la localidad; ocasionando cambios muchas veces irreparables y que, además, traen consigo problemas nuevos y desconocido que arrasan globalmente a las sociedades. La complejidad social y ecológica, plantean problemas que hay que resolver; pero la problemática rebasa el ámbito de la aplicación de tradiciones o disciplinas particulares. No obstante se reconoce que “[…] el conocimiento parcelizado, conocido como ciencia moderna, ha proveído muchos avances en el entendimiento del mundo, parece ser que no concuerda con muchos de los problemas complejos a los que nos enfrentamos en el siglo XXI” (Lach, 2014:88). En este sentido, el conocimiento singular se ve superado por la magnitud y diversidad de variables de los problemas del siglo XXI por lo que se requiere la generación de conocimiento nuevo, útil y aplicable de manera casi inmediata, además, con la característica de prever soluciones a posibles problemas ocasionados por la convivencia global. Sin embargo, es importante recordar que los conocimientos forman parte de una

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disciplina y pueden organizarse para tener encuentros donde se gestione una forma colectiva de resolver un problema de la sociedad. Debido a la complejidad de las situaciones, existen diferentes formas de organizar el conocimiento, Scocozza (2002:7)

reconoce

tres

facetas:

multisciplinariedad,

interdisciplinariedad

y

transdisciplinariedad. En el caso de los procesos unidisciplinarios los espacios se convierten en muros de contención levantados por los métodos particulares de cada caso (Ver figura1). Najmanovich (2005) argumenta que la disciplina tiene que ver con los discursos que se generan en un área de conocimiento. En este sentido, se puede decir que la disciplina es un conjunto de conocimientos ubicados en un área en particular donde se practican una serie de técnicas, métodos y existen objetivos propios; además de un lenguaje que deja afuera a todos aquellos que no pertenecen a la cofradía. Figura 1.- Formas de organización de las disciplinas

Fuente: Elaboración propia Aunque la especialización es indispensable en la generación del conocimiento, es necesario asumir que cada problema estudiado por una disciplina está ligado a una serie de aspectos que no pueden dejar de ser incluidos, la realidad es que “[b]uscar disciplinariamente la solución a un problema puede aliviar temporalmente los

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síntomas” (Luengo, 2012:9). Por otra parte, cuando un problema convoca al menos a dos disciplinas da pie a los procesos multidisciplinarios en donde cada una de ellas con su cuerpo teórico y metodológico específico abordan una situación de manera compartida. Pero, las áreas que participan no tienen la intención de incluir conocimientos de las otras disciplinas. Las disciplinas en los procesos multidisciplinarios no se transforman, ni buscan evolucionar durante la convivencia intelectual; en consecuencia, no se originan cambios en sus representaciones conceptuales, referenciales y operativos (ver figura 1). En este tipo de reuniones científicas para resolver un problema específico las respuestas no expresan nuevas alternativas de acción porque que cada disciplina aporta individualmente una respuesta. No hay que olvidar que, cuando se hace uso de los conocimientos de otras áreas se puede adquirir nuevos conocimientos, distintos a los que la disciplina desarrolla, sin que este acto implique cambiar o modificar la metodología empleada. En conjunto, las ideas individualistas permiten hacer frente a una problemática a través de propuestas de solución centradas en un problema específico, surgiendo así el objetivo de la interdisciplina. Empero, existe un debate sobre lo interdisciplinario, de acuerdo a Alicia Stolkiner coexisten dos tipos de prácticas: la de la investigación interdisciplinaria y la de la configuración de equipos interdisciplinarios asistenciales. “En el caso de la investigación el énfasis es la producción del conocimiento. En el caso de los equipos asistenciales, el énfasis está en la producción de acciones”. (Stolkiner, 1999:1) La interdisciplina surge como una nueva actitud desde la perspectiva de cada una de las disciplinas buscando ir más allá, donde compartir conocimientos tiene que ver con relaciones reciprocas, solidarias, de cooperación y de confianza. Gracias a estas características éticas, la crítica y la autocrítica tienen cabida en la gestión del conocimiento. Esta actividad es una incipiente tendencia que busca responder a la complejidad de los crecientes impactos sociales y ecológicos, los que están íntimamente tocados por la incertidumbre, la inseguridad y la ausencia de protección.

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Cada uno de estas situaciones requiere acercamientos disciplinarios que aborden los problemas desde una mirada y lectura que “articule lo particular con el conjunto, lo local con lo global” (Luengo, 2012: 12). Una de las características que emanan de estas relaciones es la generación de conocimientos híbridos, provocados por las conciliaciones entre los saberes eruditos participantes; llegando a la mezcla de métodos e inventando y encontrando, en esa mezcla, lenguajes comunes que hacen posible la integración de teorías que expliquen y aborden la complejidad y la incertidumbre de manera más adecuada. [c]uando hablamos de un trabajo interdisciplinario nos referimos al estudio, o desarrollo de actividades que se realizan con la cooperación e intercambio de varias disciplinas. Cada disciplina pone a disposición de las otras sus esquemas conceptuales, prestándolos al inter juego de asimilación y reformulación de los mismos, de los que resulta una integración diferente por esa reciprocidad en el intercambio, es decir que resulta un nuevo esquema. Esta situación de transformación, nos enfrenta sin lugar a dudas a la problemática relacionada a la metodología y a la técnica de cada una de las disciplinas involucradas (Scocozza, 2002: 9). Sin

embargo,

para

ir

más

allá

de

las

fronteras

disciplinarias,

multidisciplinarias e interdisciplinarias es necesario definir ¿cuál es la postura de la academia? ¿está lista para hacer abordajes incluyentes y relaciones reciprocas para entender con mayor profundidad y diversidad la incertidumbre y el riesgo que vive la sociedad global. En este momento histórico, la academia se encuentra ante dos frentes: por un lado, seguir con su modelo unidisciplinario de producir conocimiento, desvinculado de las otras disciplinas y cerrado al reconocimiento del valor de los otros saberes; y por el otro, generar nuevas y mejores estrategias de producción de conocimiento donde se incluya la complejidad, la incertidumbre, el contexto histórico y la diversidad de perspectivas. Ante esta última aproximación, es necesario acudir a marcos teóricos que incorporen un diálogo entre las ciencias duras y blandas donde se reconozca que la vida en la tierra está seriamente amenazada por el triunfo de la

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aplicación de la tecnociencia (Carta, 1994) con sus consecuentes crisis ambientales y sociales que, a medida que el tiempo transcurre, incrementan el riesgo hasta convertirse en peligro para la vida que existe en el planeta y para el planeta mismo. El trabajo interdisciplinario tendría que migrar de las acciones académicas eruditas a las acciones dialógicas con el saber vernáculo, con el saber de la gente. La transdisciplina El campo académico atraviesa por un fuerte debate sobre cómo fundar nuevas formas de generación de conocimiento científico para manejar la complejidad y la incertidumbre. Las disciplinas tendrán que reinventarse para resolver los riesgos y amenazas que parecen estar al acecho de lo que somos (cuando ya es posible la réplica de seres vivos idénticos, lo que comemos (cuando ya es posible la creación de alimentos transgénicos), lo que sabemos (cuando las redes de comunicación casi han llegado a ser infinitos) (Martín Gordillo y López Cerezo, 2000: 1) y lo que permaneceremos (cuando el riesgo es la constante debido a la criminalidad, los desastres naturales provocados por el uso irreverente de la ciencia y la tecnología, y la globalización de los desastres tecnológicos) (Santiago, 2007:89). La construcción de un conocimiento con una visión amplia e integradora requiere de la afluencia de la diversidad de saberes -que no tiene que ver con el acoplamiento de percepciones o perspectivas teóricas para explicar un problema determinado- en una red de conocimientos y de actores que rompan las fronteras de cada una de las tradiciones disciplinarias para que, oportunamente, logren de manera conjunta y coordinada, dar soluciones orgánicas y dinámicas a un problema. En este orden del pensamiento, Foucault (1968) habla de que todas las ciencias humanas se entrecruzan y que en este entrecruzamiento pueden interpretarse siempre unas a otras. De esta forma, las fronteras pueden ser borradas, catalizando la creación y multiplicación indefinida de disciplinas intermediarias y mixtas. Para llevar a cabo esta tarea debe tenerse un criterio formal para poder discernir, qué es lo que pertenece a cada disciplina y cuándo debe aparecer en el escenario. Lo anterior sólo puede ser logrado a través de la “elección del modelo fundamental y la posición de los modelos

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secundarios lo que permite saber en qué momento se [utiliza cada disciplina y cómo se entrelazan]” Foucault (1968: 348). Esta manera de hacer ciencia se le ha denominado transdisciplinariedad porque trasciende a las disciplinas que se involucran en el proceso; tiene la función de “generar nuevos aparatos conceptuales y tecnológicos para abordar las conectividades complejas de los procesos sociales y naturales. […] [además], la transdisciplina considera que tanto los agentes como los saberes se encuentran estructurados en formas de redes mutuamente imbricadas. Ya no sólo se buscan soluciones especializadas, epistemológicamente fundadas y técnicamente viables sino soluciones epistémicamente aptas, técnicamente viables y socialmente robustas” (Bolaños, 2010:48 -cursivas de la autora). Mitchell, Cordell y Fam (2015) establecen que los procesos transdisciplinarios son investigaciones que buscan crear cambios. En este sentido, se concuerda con las autoras y se reconoce que los procesos transdisciplinarios buscan crear cambios en las corrientes disciplinarias, adhesiones para que aporten sus saberes; pero que, al mismo tiempo, flexibilicen sus fronteras ontológicas y metodológicas para que pueda haber una fusión adecuada. De alguna manera, como Bolaños (2010) bien apunta, una adhesión alejada de la hiperespecialización, ya que si prevalece esto último sólo se estaría organizando el trabajo para contemplarlo desde cada postura y no se estaría provocando el andamiaje conceptual que haría posible ver el panorama completo sobre la complejidad social y ecológica existente. Es importante especificar que la construcción del aparato conceptual reedificado es necesario hacerlo desde la realidad, es decir, resolviendo un problema proveniente de la complejidad. Formar un cuerpo interdisciplinario, para resolver una problemática social o ecológica, no significa que las disciplinas o las tradiciones disciplinarias pierdan su formalidad sino que existe la posibilidad de incluir conceptos propios, pero con la intencionalidad de reconstruir las teorías que las fundamentan para poder enlazarse con la otredad, aún más, se requiere reconocer los vínculos conceptuales formales e informales que unen a las disciplinas para que se pueda formar un marco teórico a partir del diálogo de saberes.

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Por su parte, Álvaro Peláez Cedrés en su documento La enciclopedia de la ciencia unificada y la cuestión de la transdisciplina dice que la transdisciplina tiene que ver “[…] con una organización del conocimiento basada en ciertos principios y estructurada, dentro de ciertos límites, desde un punto de vista lógico. [Asimismo] significa unidad, y por lo tanto, el intento de construir una unidad semántica basada en el principio empírico de la reducción de los términos del lenguaje a términos observacionales” (Peláez, 2010: 88). Esta conceptualización pone la pauta en la inclusión de aspectos humanísticos en la actividad científica y traslada la mirada hacia su valoración ética como una necesidad que irrumpe a partir de los acontecimientos que impactan a la humanidad; pero con mayor dimensión en los que se encuentran en espacios descapitalizados en términos naturales, es decir, en territorios vulnerables, sin olvidar a los otros individuos, los pertenecientes a otras especies. El entendimiento de este panorama requiere una comprensión compartida entre todos los seres pertenecientes a la especie humana. Es decir, que los que ostentan la verdad fundamentada en la ciencia y la tecnología procuren tender redes que formen alianzas entre la diversidad cultural para que así se logre incorporar aquellas variables que son invisibles a las radiografías metodológicas que las disciplinas utilizan. Los saberes tradicionales y la transdisciplina La pregunta que se sugiere ante la propuesta de incluir los saberes tradicionales en los ámbitos científicos es ¿en qué plataforma debe hacerse el diálogo entre saber científico y saber tradicional? En primera instancia se tiene que tomar muy en cuenta que la crisis ambiental y social impacta a toda la sociedad, pero lo hace de manera más violenta en territorios históricamente vulnerables, precisamente ahí es donde viven grupos sociales que están relacionados con ecosistemas de manera más cercana a la sustentabilidad. El acceso y disponibilidad de agua potable, la producción de alimentos, la subida del nivel del mar, el aumento de la temperatura, los cambios en las estaciones del año, son problemas que afectan a todos, pero de manera especial a las zonas más desprotegidas, las que desafortunadamente poco contribuyeron a la

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formación de estos fenómenos. Ahí es donde vive gente adaptándose a los peligros que se han agravado debido al cambio climático: deslaves, derrumbes, inundaciones; las familias ubicadas en esos territorios tienen que aprender a sobrevivir a través de una resiliencia les que los lleve a adaptarse a los riesgos, peligros y amenazas (Darnhofer, 2014). Es importante hacer notar que la vulnerabilidad como la capacidad de adaptación de las personas y de los ecosistemas no están distribuidos equitativamente. En este sentido, una gran mayoría de personas no tienen la capacidad de adaptarse a las consecuencias de la crisis ambiental y social porque carecen o están limitados al acceso de medios económicos, de infraestructura, técnicos y de logística, por lo tanto no pueden generar estrategias de adaptación a corto, mediano y largo plazo. Sin embargo, en el trayecto de las experiencias y desgracias han aprendido cuáles son sus potencialidades y las características de esos problemas, por lo que conocen las variables que pueden incrementar o disminuir las contingencias; esto último es parte de un saber vernáculo que ha hecho, a muchas comunidades rurales, aprender a convivir con las amenazas, Foucault (2000) llama a este conocimiento saber de la gente. No obstante, lo negativo de la situación puede tener un giro positivo, como Dodman, Ayers y Huq (2009:250) explican: “[l]a adaptación y la resiliencia pueden servir no sólo para reducir los riesgos derivados del cambio climático sino también para mejorar las condiciones de vida y alcanzar unos objetivos de desarrollo más ambiciosos en todo el mundo”. Es decir, existe un saber emanado de las contingencias sufridas en las sociedades vulnerables que está tejido con los saberes tradicionales practicados en la sociedad rural, específicamente. Las experiencias devastadoras para los pueblos rurales plantean la necesidad de generar conocimiento para comprender, está necesidad debe ser apropiada por la comunidad científica, para poder explicar a la sociedad rural y, a partir de esa explicación, comprenda mejor sus problemas para que pueda generar alternativas que los disminuyan y, de ser posible, los erradiquen (Olivé, 2000). La tarea para la academia es hacer contribuciones innovadoras; pero no desde la neutralidad de su espacio sino de manera cercana y vivencial en los territorios donde la vulnerabilidad y la escases

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son elementos intrínsecos. Ante esta situación apremiante, es urgente abrir las fronteras metodológicas hacia espacios que permitan formar alianzas con otras disciplinas, pero también con las sociedades que guardan un conocimiento gestionado a partir de sus relaciones con los ecosistemas. No es posible tener un acercamiento pensando que, en recompensa de los conocimientos locales, la posibilidad de reconstrucción de sus proyectos de vida es a través de la generación de empleo, administrado por alguien de fuera o a través de darles el nombramiento de guardianes del bosque. La reconstrucción de los proyectos de vida de la sociedad rural, ya no puede ser llevada a cabo aplicando sólo conocimientos científicos para conservar los ecosistemas; mucho menos para diseñar la planificación del manejo de ellos porque resulta que ahí habitan culturas desconocedoras de la gestión del conocimiento científico erudito. La verdad es que cualquier tipo de aplicación científica aplicada de manera forzada, es la recreación de la colonización una vez más; pero ahora sobre los saberes tradicionales que aún resisten y se niegan a desaparecer. Los conocimientos tradicionales se han construido a través de relaciones largas y de producción con los ecosistemas que existen en sus territorios. Por lo tanto, para entender esas relaciones es necesario una amalgama disciplinaria, que no sólo esté fundamentada en la reconciliación entre los métodos cualitativos y cuantitativos (Lach, 2014), sino que se produzca una hibridación del conocimiento para desarrollar nuevos métodos con la acción participativa de los habitantes de la localidad; pero principalmente sustentada en una ética dialógica para que exista una comprensión compartida del problema y de la construcción de las soluciones. Uno de los inconvenientes del conocimiento científico, ante las intenciones de crear espacios sustentables, es creer que la sustentabilidad depende únicamente de sus propuestas de solución, sin considerar que existen otras formas que simbolizan y valoran los ecosistemas y a la misma naturaleza a través de relaciones mucho más respetuosas; pero que ante la definida neutralidad de los procesos científicos, carecen de sentido. Enrique Leff registra de manera muy puntual que: “podemos ordenar ecológicamente las ciudades y hacerlas

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más convivenciales; pero una economía neguentrópica guiada por una racionalidad ambiental de integración entre lo cultural y lo natural, tiene que asentarse en el campo” (Leff, 2010:84). Es decir, poco puede hacerse en términos sustentables en las ciudades, los lugares donde se puede sembrar un esperanzador movimiento de reconstrucción están en los territorios de las naciones originarias. Es ahí donde los saberes interdisciplinarios pueden aliarse con los saberes tradicionales a través de foros dialógicos que remonten hacia la transdisciplina. Entonces, ésta estaría entendida como un proceso de generación de conocimiento a través de la hibridación (interdisciplina) de métodos disciplinarios, unidos (multidisciplina) para solucionar un problema, donde el saber de la ciudadanía (urbana o rural) tiene gran valía por sí mismo, por lo que es incluido en la definición, generación y puesta en marcha de la solución (transdisciplina). Esto último, en el afán de tomar en cuenta variables (ocultas a los ojos científicos; pero que forman parte de lo cotidiano en un grupo social: urbano o rural) no contempladas por los investigadores, debido a las fronteras de sus métodos. El reto de los procesos dialógicos es lograr cimentar voluntades honestas y sinceras que busquen edificar un discurso común, un lenguaje común, hibridizado epistemológicamente, que sustenten entendimientos entre las diferentes disciplinas involucradas para solucionar problemas que aquejan a la sociedad rural y que impactan a todos de alguna o de muchas maneras, como es la contaminación de los mantos freáticos, por la utilización de fertilizantes y pesticidas químicos. Existe mucho camino por recorrer en este rubro porque las cofradías disciplinarias defienden a capa y espada sus identidades; impidiendo el nacimiento de conocimiento que visualice las situaciones de manera integral. Estos grupos cuando mucho proponen soluciones desde sus trincheras, conservan intactas sus fronteras epistemológicas. Contrariamente, los procesos de innovación socializados (ver figura 2) tenderían a ver a los actores locales como pares extendidos (Funtowicz y Ravetz, 2000) y valorarían las observaciones y saberes que estos harían a las propuestas científicas. Con la intervención de los pares extendidos (Funtowicz y Ravetz, 2009) la investigación se

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convierte en un proceso colectivo de aprendizaje tanto para los pares tradicionales (científicos) como para los actores locales. Lo que provoca que las informaciones recopiladas por los científicos puedan ser contrastadas con la realidad, de esta manera dejan de ser insuficientes y se vuelven empáticos, hasta cierto punto armónicos con los intereses de los actores locales. Görg et al (2014) puntualiza que existe un consenso sobre las relaciones entre pares interdisciplinarios y pares extendidos, éstas deben estar enmarcadas en tres aspectos fundamentales: el codiseño, la coproducción y la coevaluación. Lo anterior llevaría a procesos de innovación socializada. Figura 2.- Procesos de innovación socializada

Fuente: Elaboración propia La participación de los pares no científicos le daría a los procesos interdisciplinarios la posibilidad de incluir variables complejas y de incertidumbre que no pueden ser visualizadas debido a las limitaciones metodológicas, propias de las diferentes áreas de conocimiento. Aún más, se comprendería que los diálogos en

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las sociedades tradicionales acostumbran llevarse a través de asambleas donde se miran todas las aristas para poder tomar una decisión colectiva, es por eso que retoman una y otra vez los casos hasta que todos los puntos de vista y los intereses están acoplados a las estrategias de solución propuestas. Luis Villoro plantea con precisión la razón porqué suceden estos procesos: “La comunidad […] se dirige por el interés del todo. Cada individuo se considera a sí mismo un elemento perteneciente a una totalidad, de manera que lo que le afecta a ésta le afecta a él: al buscar su propio bien busca el bien del todo. […] Sólo cuando los sujetos de la comunidad incluyen en sus deseos lo deseable para todos, la comunidad se realiza cabalmente” (Villoro, 2003: 25) En la nueva visión, la importancia de todas aquellas prácticas tendría que ser considerada, aunque la ciencia desconfía sistemáticamente de todo aquello que luzca como evidencias no comprobadas de manera cuantitativa y que provengan de experiencias individuales o colectivas cotidianas. Es decir, para el imaginario científico “[t]ales evidencias, [las] que están en la base del conocimiento vulgar, son ilusorias” (Santos, 2009: 23). La comprensión del mundo a través de los ojos de las comunidades rurales provee una serie de variables que ayudarían a construir estrategias de rescate y reconstrucción de territorios ecológicos. Empero, en los análisis de los territorios, a través de la transdisciplina, se tiene que contemplar “[no excluir] la importancia de la dimensión temporal, primero será necesario ubicar analíticamente la multitud de vectores que lo cruzan y con ello la infinidad de problemas a resolver” (Llanos, 2013: 60). Todo ello con la participación activa de los actores locales, en el afán de generar ciencia con la gente y no para la gente (Funtowicz y Ravetz, 2000). El enfoque para la comprensión de estos procesos está ubicada en el marco la sustentabilidad del Sur (Santiago, 2009), aquella que circunscribe en su edificación factores como la pobreza, los impactos en las sociedades locales, la deuda externa o la definición de espacios comunales como santuarios ecológicos, entre otras variables. En una palabra, la inclusión de la

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alteridad para que la complejidad y la incertidumbre esté presente en el desarrollo de estrategias que, no sólo logren resolver un problema específico, sino que produzcan permanentemente procesos de resiliencia entre los individuos que integran una comunidad. De esta forma, la posibilidad de que las comunidades urbanas sigan recibiendo servicios ecológicos, no reconocidos, será posible. El desafío de los actores científicos, involucrados en los procesos transdisciplinarios, es aprender a convivir con el otro sin querer cambiarlo a través de negaciones o el desconocimiento de la validez del conocimiento. La dialógica transdisciplinaria consiste en dejar de lado la tendencia a juzgar lo diferente, de criticar y del innegable deseo de enderezar aquel saber que por ser saber de la gente, no tiene el mérito para ser considerado ciencia. El reconocimiento de los saberes tradicionales debe dimensionarse con las formas productivas que las sociedades rurales poseen porque regularmente son las menos dañinas para los sistemas ecológicos ya que han funcionado por siglos para la conservación de la diversidad biológica y paisajística, las prácticas comunitarias funcionan sobre concepciones de conservación y regeneración de sus ecosistemas. Las premisas social, ecológica, política y económica deben de estar presentes en los procesos de diálogos: a) la dimensión ecológica que demanda la potencialización y preservación de los ecosistemas los que no pueden seguir subyugados a los tiempos de productividad industrial; b) la dimensión social que demanda de la aplicación de principios éticos basados en la equidad intergeneracional e intrageneracional y la justicia social. La dimensión económica que contempla una reconceptualización y redefinición de la actividad nacional y global considerando las necesidades materiales e inmateriales de las localidades como su columna vertebral, que pueden ser vistas como áreas de oportunidad, y no como insuficiencias, para potenciar el desarrollo de los sistemas de producción locales, racionales y acordes a los tiempos de reproducción de los ecosistemas; y, c) la dimensión política es la que permite a la sociedad rural o urbana establecer negociaciones con las diferentes estructuras socioculturales, haciendo posible que la sociedad pueda definir qué aspectos relevantes de los sistemas

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económicos, científicos y tecnológicos se apropiaran, reinventaran o desecharan. El aspecto político promueve la participación activa y directa de los actores locales a través de estructuras de gobierno que los incluya y ejecute el mandato colectivo presente y futuro. Busca alternativas éticas a través de redes de acción social donde prevalezcan las relaciones horizontales, nutridas por consideraciones de reciprocidad, confianza y cooperación; así́ como alejadas de esquemas centralizados y verticales, que forman cotos de poder. Establecer las premisas antes mencionadas para generar el diálogo transdisciplinario, no sólo beneficia a las comunidades rurales, sino que se convertiría en un catalizador por el cual se empezarían a cuestionar la generación de ciencia y tecnología utilizada para provocar cambios acorde a los intereses de pocos, pero que devastan los intereses de los ciudadanos, provocando daños colaterales (Bauman, 2011) porque impactan las diferentes formas de vida que se había alcanzado a través, por un lado, del trabajo asalariado, en el caso del mundo urbano, durante largos periodos de años y, por el otro, de la pérdida del territorio rural debido a los impactos en los ecosistemas por el uso de una tecnociencia sustentada en la extracción y la acumulación. La generación de este tipo de conocimiento hace irrumpir “[un]a producción de o, para ser exactos, seres humanos residuales […] [como parte del proceso y, como] consecuencia inevitable de la modernización y una compañera inseparable de la modernidad” (Bauman, 2005: 16). Las características

importantes

que

se

deben

resaltar

es

que

los

procesos

transdisciplinarios no incursionan en el control y el poder de los escenarios, tampoco ridiculizan a las interpretaciones diferentes de los problemas, ni se apropian clandestinamente de los escenarios para poner en claro que las reglas son dictadas por aquella ciencia que declara tener la verdad y la razón. Tampoco hacen una radiografía de los saberes de la otredad en el afán de minimizarlos, ridiculizarlos y subyugarlos. Finalmente, es importante hacer hincapié que los procesos transdisciplinarios, contrariamente a los procesos disciplinarios donde se privilegia la neutralidad, se centran en la solución un problema, lo que los hace adecuados para buscar soluciones

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alternativas a problemas como la pobreza, la desigualdad, los que están asociados, en su mayoría a los problemas ambientales. De esta manera se puede decir que la transdisciplina: a) es un proceso que permite a los integrantes ir más allá de las fronteras metodológicas de sus propias disciplinas; b) está centrado en la solución de un problema que involucra varios problemas dibujados por varios matices; c) es un proceso de investigación que tiende a volverse holistico e integral, ya que la solución de un problema, en la práctica, se ha observado que requiere de la interpretación de dos o más disciplinas; d) la complejidad y la incertidumbre llevan a la innovación porque las tecnologías modernas deben ser reinterpretadas acorde al sistema social y ecológico local; e) la construcción del conocimiento empírico y básico no recorre los caminos que la ciencia tradicional invoca; sino que se tiene que flexibilizar el proceso al estar inmerso en un diálogo de saberes: disciplinarios y tradicionales. De acuerdo a las reflexiones de Leavy (2011) la transdiciplina tiene que ver con una investigación social que involucra colaboración sinérgica entre dos o más disciplinas, donde existe grandes niveles de integración en el “paquete” de conocimientos disciplinares que están involucrados en el proceso de investigación. Aún más, las prácticas investigativas que se realizan están centradas en un problema, haciéndolo la vertebra; es decir, está por encima de la preocupación metodológica de una disciplina específica. Este tipo de investigación busca responder a las necesidades de la sociedad. Es importante hacer hincapié que la transdisciplina es posible a través de la interección metodológica; al mismo tiempo, requiere innovación, creatividad y flexibilidad, todo lo anterior para responder adecuadamente a los problemas sociales y no al revés. Es decir, es el desarrollo de ciencia con la gente y no para la gente (Funtowicz y Ravetz, 2003). Conclusiones Las demostraciones de las crisis ambiental y social lanzan la pregunta si es posible seguir haciendo ciencia y tecnología de las formas que se ha venido realizando, dentro de cofradías envueltas por un sinfín de normas metodológicas que asemejan fronteras difíciles de flexibilizar; en otras ocasiones son murallas infranqueables para

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quienes busquen la hibridación de sus conocimientos. Se tendría que preguntar sobre el papel de todo conocimiento científico disciplinario, utilizado, muchas veces, para despojar a las comunidades de sus recursos para erigir la modernidad y la industrialización como iconos del desarrollo económico. Muchos científicos han reaccionado a estos cambios insistiendo en la necesidad de expandir los horizontes, a través de la incorporación en nuestros sistemas de conocimientos y practicas sociales algunas de las cosmovisiones heredadas por las fuentes pre-modernas. En este sentido, existen acciones científicas que se alían en la búsqueda de soluciones multidisciplinarias; pero estos esfuerzos quedan truncos debido a que prevalecen las murallas metodológicas. Es decir, cada quien resuelve el problema dentro de su cofradía y lo entrega para que sea anexado, sin hacer el tejido fino que se lograría con la flexibilización de las fronteras metodológicas. El siguiente paso se ha dado por la generación de una ciencia más sensible a la comprensión de los problemas actuales, logrando crear grupos interdisciplinarios que comparten conocimiento y mezclan sus métodos para formar nuevas áreas de conocimiento (como sería la economía ecológica, por ejemplo). Esta apertura científica ha llevado a la creación de grupos transdisciplinarios con el objetivo de generar ciencia con la gente y no para la gente. En la intimidad de estos métodos está implícito el reconocimiento de la alteridad, del otro y sus conocimientos, valorados por las variables que introducirían en la comprensión y solución de los problemas locales, consecuencia de decisiones globales, en la mayoría de los casos. La transdisciplina está orientada a la fundamentación de estrategias de conocimiento, plurales y abiertas a la hibridación de la ciencia y la tecnología moderna con los saberes populares y locales; todo esto instaurado como una política intercultural que lleve al diálogo de saberes. Se puede decir que la inclusión de los saberes tradicionales no significa que se reivindique la ignorancia y el no saber científico, sino se trata de la insurrección de saberes negados, descalificados para que sean acoplados a los saberes eruditos; pero al mismo tiempo reconocidos como indispensables para ello es necesario eliminar la tiranía impuesta por las cofradías disciplinarias. Sólo así se lograría construir soluciones sin la velada

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intención de la dominación y la invisibilidad del otro, aquél que trae en sus alforjas epistemológicas un saber construido en lo cotidiano, en las relaciones solidarias, de cooperación, de reciprocidad con sus semejantes y con la naturaleza. Esos son saberes cercanos a los procesos sustentables. Bibliografía 1. Bauman, Zygmunt, 2011, Daños colaterales. Desigualdades en la era global. México: Fondo de Cultura Económica. 2. Bauman, Zygmunt, 2005, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias. Barcelona: Paidós. 3. Bolaños, Bernardo, 2010, “Más acá y más allá de las disciplinas. De las capacidades cognitivas a los estilos de razonamiento científico”, en Observaciones filosóficas en tono a la transdisciplina, España, Editorial Anthropos, pp. 4. Carta

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