La Imposibilidad de la Beatitud

July 7, 2017 | Autor: Gaby Villagra | Categoría: Filosofía, Teología, San Agustín de Hipona, Josef Pieper, Santo Tomás De Aquino
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Descripción

La imposibilidad de la beatitud
Gabriela J. Villagra



Introducción.

Si nos preguntamos que es la beatitud podemos afirmar junto a Santo Tomás
"En la primera acepción, por tanto, el fin último del hombre es el bien
increado, es decir, Dios, el único que con su bondad infinita puede llenar
perfectamente la voluntad del hombre. En la segunda acepción, el fin último
del hombre es algo creado existente en él, y no es otra cosa que la
consecución o disfrute del fin último. Pero el fin último del hombre se
llama bienaventuranza. Por tanto, si se considera la bienaventuranza del
hombre en cuanto causa u objeto, entonces es algo increado; pero si se la
considera en cuanto a la esencia misma de la bienaventuranza, entonces es
algo creado."[1]

Una vez incorporado esto como valido surge como consecuencia inevitable la
pregunta sobre si es posible la consecución de este bien ultimo llamado
bienaventuranza. Y si la respuesta a esto es positiva, es necesario dar un
paso más en el cuestionamiento e inquirir si es posible la consecución en
esta vida. Esta última cuestión es la que da origen al presente trabajo.

Se ensayará una respuesta haciendo hincapié en lo formulado por el Aquinate
en la Cuestión 5ª de la I-II ae de su Suma Teológica.

I. Beatitud y la posibilidad de su alcance.

"La bienaventuranza significa la adquisición del bien perfecto. Por
consiguiente, quien es capaz de recibir el bien perfecto puede llegar a la
bienaventuranza. Pero se ve que el hombre es capaz de recibir el bien
perfecto, porque no sólo su entendimiento puede alcanzar el bien universal
y perfecto, sino también su voluntad desearlo. Por tanto, el hombre puede
alcanzar la bienaventuranza. Se advierte también lo mismo por el hecho de
que el hombre es capaz de tener la visión de la esencia divina, como se
determinó en la primera parte; y hemos dicho que la bienaventuranza
perfecta del hombre consiste precisamente en esta visión."

De lo anterior se deduce que el hombre puede alcanzar la beatitud, pero
esto requiere una explicación más.

El hombre por su constitución esencial, siendo esta una unidad sustancial
de cuerpo y alma, posee como capacidad intrínseca el conocer las
realidades internas y externas de manera racional. Una vez que ha realizado
el proceso de abstracción e incorporación de las realidades circundantes,
su voluntad desea o rechazo aquello de lo cual ha tenido noticia.

Si durante este proceso de conocimiento se ha dado con la idea de sumo bien
y se la ha identificado como fin último, proyectándose el deseo o acto
volitivo, nuestro hombre se ha puesto en marcha para la consecución de la
bienaventuranza, en su aspecto de operación u acción.

Ahora bien, cabe la aclaración acerca del tipo de bien deseado. El bien
propio de la bienaventuranza es el bien supremo, identificable con el fin
último. El resto de lo desea que es visto como bien, sin duda alguna, no
constituye el fin último.

Si la bienaventuranza o beatitud "es el premio de la virtud, como dice el
Filósofo en I Ética"[2]nos da la idea de que su consecución esta ordenada a
la realización de actos positivos del hombre que estén firmemente ordenados
a ella. Seria irracional, entonces, considerar que una apetencia tan noble
que tiene como punto de partida el conocimiento de lo real se viera
frustrada por la imposibilidad de su obtención.

II. Plano en el cual la beatitud es posible.

En la misma sintonía que Santo Tomás debemos avanzar en el razonamiento, el
escalón siguiente nos inclina a preguntarnos en qué plano es posible la
beatitud, en el temporal o en el eterno. La cuestión adquiere relevancia
por el análisis de la esencia del hombre, la cual ya se ha mencionado,
siendo este un sujeto cuyas acciones inciden en ambos planos o realidades.
Es decir que su actividad particular ordenado al tiempo tendrá
consecuencias en las realidades eternas.

Tomemos ahora palabras de San Agustín, más precisamente de su libro "Contra
Académicos", quien ha reflexionado en un orden similar con siglos de
antelación. A partir de su libro plantea si la felicidad suprema, se logra
con la consecución de la sabiduría (a quien identifica con Dios, fin
último, en términos tomistas) o con la mera búsqueda de la misma.

Nos dice "es bienaventurado el que vive conforme a la porción del ánimo,
que conviene que impere a las demás"[3]. Esto significa que será
bienaventurado quien viva conforme a la razón, y dando a la razón
preeminencia por sobre lo demás. Se plantea entonces, la pregunta sobre qué
será objeto de la razón. San Agustín nos señala con claridad que el mismo
es la sabiduría. Pero no una sabiduría meramente humana, es decir, un saber
hacer o un saber evitar. La sabiduría de la que nos habla es la
identificable al fin último. Pues la manera de obtenerla es la
contemplación, lo cual implica un acto pasivo por la superioridad del
objeto por sobre el sujeto que lo realiza. Esto nos habla de un
anonadamiento, de una fruición.

Pero esta contemplación es el acto último, previamente el hombre ha debido
atisbar la sabiduría, aunque sea velada por las imperfecciones del
conocimiento humano atado a lo sensible. San Agustín nos habla de una
búsqueda implacable de la razón. Será perfecto el hombre (y por tanto
beato) quien ejecute esta búsqueda y no quien la obtenga como señala aquí
"el que no llegó al fin, confieso que no es perfecto aun. Pero aquella
verdad solo Dios creo que la posee, o quizá también las almas de los
hombres, después de abandonar el cuerpo, es decir, esa tenebrosa
cárcel."[4]

Ahora, el oriundo de Hipona nos está diciendo que el hombre por ser falible
y limitado por la materialidad no llega a la felicidad o posesión de la
sabiduría en esta vida, pues "El fin del hombre es indagar la verdad como
se debe: buscamos al hombre perfecto, pero hombre siempre"[5].

Llegamos al punto de la inflexión aquí, el hombre está llamado a la
beatitud, esta es posible de alcanzar, pero no lo es de manera perfecta en
el plano tempo-material.

Habiendo ambos filósofos, admitido eso y siendo de la misma opinión se da
lugar a la última pregunta, la cual intentará ser salvada a modo de
conclusión del presente trabajo. ¿Dónde y cómo es posible la beatitud?

III. A modo de conclusión

Ya se ha preguntado que es la beatitud y acabadamente se puede decir que si
es tomada como su objeto mismo, es increada, entonces hablamos de Dios. Y
si es tomada como operación del hombre tendiente al objeto, en función de
eso hablamos de algo creado.

Nos dirá el Aquinate entonces "En esta vida se puede tener alguna
participación de la bienaventuranza, pero no se puede tener la
bienaventuranza perfecta y verdadera. Y esto se puede comprender de dos
modos. En primer lugar, por la misma razón común de bienaventuranza, pues
la bienaventuranza excluye todo mal y colma todo deseo, por ser el bien
perfecto y suficiente.(…) En segundo lugar, si se considera aquello en lo
que consiste especialmente la bienaventuranza, es decir, la visión de la
esencia divina, que no puede ocurrirle al hombre en esta vida, como se
demostró en la primera parte. Según esto, queda claro que nadie puede
conseguir la bienaventuranza verdadera y perfecta en esta vida."[6]

Es decir, la bienaventuranza identificada con su objeto es acto puro,
carece de imperfecciones que la hagan pasible de adquisición de
potencialidades, puesto que no las tiene. Todo en ella, es perfección
acabada.

Se dirá entonces con J. Pieper quien toma como propias las palabras de
Andre Gide "lo terrible es que uno no puede embriagarse lo suficiente"[7]

¿Qué es esto? No es más que una expresión que condensa la limitación de la
naturaleza humana. Entendemos aquí embriaguez como lo hace Pieper, es
decir, fundirse en aquello que se desea poseer perdiendo a la vez la
noción del propio ser. Identificándola con la idea de contemplación.[8]

Entonces, la embriaguez de bienaventuranza, no es posible en esta vida. No
por la bienaventuranza en si misma, sino por el sujeto que desea. Esto es
admisible con facilidad si admitimos como co-principios esenciales en el
hombre al alma y al cuerpo y con ello la limitación propia de las
sustancias compuestas.

La sed de lo eterno, es moción propia del espíritu y no es equivalente a la
capacidad del hombre para saciarla por encontrarse en un plano material. Se
podrá afirmar que los confines de este ente hibrido llamado hombre, punto
medio entre los ángeles y los animales, se encuentran en el plano material
a causa de la materia.

Ahora, bien, cuando nuestro hombre cierra sus ojos en el tiempo para
abrirlos en la eternidad ha cambiado el escenario. Ya no hablamos de una
sujeción a las eventualidades propias de la contingencia material, entonces
se puede hablar de la posibilidad de bienaventuranza plena. Se habla aquí
solo de la posibilidad pues, volviendo a lo dicho por el Filósofo en la
Ética, si se ha obrado con virtud se hallará como corolario la beatitud, de
lo contrario no será posible,

Ese bien último, adquirido con plenitud en un plano espiritual que le es
propio según el objeto, colmará el deseo infinito del hombre y consistirá
en la embriaguez o contemplación de aquello tan deseado. Ese objeto de lo
beato que el fin último, el bien supremo, el analogado perfecto, que mueve
a todos por atracción.













BIBLIOGRAFIA.

PIEPER, JOSEF, El Ocio y la vida intelectual, Ediciones RIALP, Madrid,
1962.

SAN AGUSTÍN, Obras de San Agustín. Obras Filosóficas, tomo III, La
Editorial Católica, Madrid 1963.

SANTO TOMÁS, Suma Teológica, La B.A.C, 1989.



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[1] SANTO TOMÁS, Suma Teológica, La B.A.C, 1989, I-IIae, Cuestión 3ª,
artículo 1º, p. 57.

[2] Ibídem, p. 57.

[3] SAN AGUSTÍN, Obras de San Agustín. Obras Filosóficas, tomo III, La
Editorial Católica, Madrid 1963.p. 73.

[4] Ibídem, p. 74.

[5] Ibídem, p 74.

[6] SANTO TOMÁS, Suma Teológica, ed. cit p.3, I-IIae, Cuestión 5ª, artículo
3º, p. 81.

[7] JOSEF PIEPER, El Ocio y la vida intelectual, Ediciones RIALP, Madrid
1962, p. 236.

[8] Cf. Ibidem, p.235-238.
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