La imposibilidad de enseñar

July 24, 2017 | Autor: M. Massone | Categoría: Educación Secundaria, Ciencias de la educación
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Descripción

La imposibilidad de enseñar – Mariano Massone


A mis últimos estudiantes, los de la Escuela Secundaria Básica de Open Door.





















Introducción
Capítulo 1: Aprender la imposibilidad paleando mierda
Capítulo 2: La escuela secundaria estatal y sus formas
Capítulo 3: La dicotomía profesor- estudiante en uno mismo
Capítulo 4: Tomar las cosas con calma, dar tiempo al tiempo
Capítulo 5: Poseer la hiedra vocal
Capítulo 6: El interés desinteresado en y del estudiante
Capítulo 7: El desentendimiento con la institución
Capítulo 8: Vaciar el saber sabio
Capítulo 9: Los profesores somos el problema de los profesores
Capítulo 10: Más autocrítica, menos estigma
















Introducción
Este breve librito no dejará de ser, quizás, como un pequeño libro de "autoayuda" para profesores que recién se inician en la labor. Es mi experiencia de mis primeros cinco años de trabajo. Una especie de mirada hacia atrás, un cepillo a contrapelo, diría un filósofo muy conocido, sobre la experiencia.
Porque el valor, creo, reside ahí, en la experiencia. Mucho se teoriza sobre la enseñanza, el aprendizaje, pero somos nosotros mismos, los profesores, los que vedamos la capacidad para producir, nosotros mismos, narrativas. Y en el poder de contar las vivencias reside el valor inexplicable de las cosas.
Quiero, casi como una fórmula para este libro, remitir a teorías de educación pero sin citarlas. No es que le escatime al lector esas teorías. Lo dije al principio: quiero que este libro tenga la liviandad de un libro de "autoayuda". Esa cosa casi pasatista, que se puede leer en un tren o en las vacaciones de verano tirado en la playa.
Es quizás un diario íntimo también, o una escritura de viajes: viajes en colectivos hacia colegios en el medio del campo, en una ciudad que queda al final del conurbano bonaerense, en el periurbano (diría un amigo periodista). Esa ciudad es el partido de Luján y sus localidades: sobre todo, Open Door y Pueblo Nuevo; pero también los bordes, esos lugares donde no alcanza la luz de la afamada Basílica.

Capítulo 1: Aprender la imposibilidad paleando mierda
Quizás la palabra mierda les parezca abyecta a muchos de los que están leyendo este libro. Años de educación formal nos enseñaron que palabras como mierda no se debían decir. Hace poco, una amiga (excelente cantante y fotógrafa) me contó que su hijo dijo "droga" en un cuarto año de primaria y que la profesora le dijo que esa palabra no se decía.
Vemos que el silenciamiento ("eso no se dice") sigue estando a la orden del día en los establecimientos educativos. Con mi amiga nos reíamos porque a la farmacia también la llaman droguería y una pastilla de paracetamol también es una droga. Nos reíamos de lo estúpido de silenciar en vez de hablar las cosas.
Mi primer trabajo de profesor de escuela secundaria fue en el colegio comunitario Ruca Hueney. Ahí se paleaba mierda. Y no sólo los estudiantes paleaban mierda sino que yo también paleaba mierda de chanchos con ellos.
El colegio comunitario Ruca Hueney es una secundaria agrotécnica que rompe todas las estructuras de lo que debe ser un colegio tradicional: no hay timbre, se puede dar la clase adentro o afuera del aula (según las ganas o cómo esté el día), uno iba toda la mañana ahí y desayunaba con los estudiantes, almorzaba con ellos, charlaba, se reía.
Pero no todo era color de rosa. Los pibes que iban a este colegio eran esos que ningún colegio aceptaba: chicos sin familia, familias disfuncionales, problemas con las adicciones, problemas con la ley y muchas veces situaciones que rayaban la violencia extrema.
Palear mierda era para mí una forma de acercarme a ellos. Yo enseñaba, ya ni me acuerdo qué enseñaba: a los estudiantes se le olvidan los conocimientos, a nosotros se nos olvida qué enseñamos. Pero sí me acuerdo que iba de joggins para poder palear mierda con ellos en la chanchería, dos horas antes de que tengan conmigo Prácticas del Lenguaje.
Ahí aprendí algo importante de ellos: es imposible enseñar. Uno puede realizar diversas prácticas, situaciones de escritura, de lectura, pero siempre, lo importante, está en otro lado. Está en el vínculo que uno pueda generar con ellos, en la forma de interacción, de rebeldías, de discursos y contra-discursos que se generan en la hora donde uno "enseña".
Entonces, ¿Qué enseñamos? La verdad siento que los contenidos ellos se los olvidan al mes de que creemos que están "insertados" en sus cabecitas. Siempre se enseña otra cosa: posturas, gestos, cosas más sutiles que un contenido. Palear mierda con ellos era decirles: para mí, no existe diferencia entre el trabajo manual y el intelectual.
Y es que si nos ponemos a pensar un poco, uno construye un relato como construye una casa. Va palabra por palabra, ladrillo por ladrillo.
El escritor, dice otro gran amigo mío, es una persona "común y corriente". No tiene nada de extraordinario escribir cuentos, novelas, poemas, obras de teatro. Es sólo una mera cuestión de práctica, de prueba y error.
Capítulo 2: La escuela secundaria estatal y sus formas
Un año después de mi experiencia en Ruca Hueney, empecé a trabajar en colegios secundarios estatales.
Ahí, las normas son lo que predominan: horarios regulares, timbre que muestra esos horarios regulares, división trabajo manual- trabajo intelectual, consensuar un contrato (no social) de convivencia con los alumnos, diseños curriculares, diagnósticos de cada curso, entre otras cosas más.
¿Cómo hacer para generar libertad con un timbre que marca el ritmo "productivo" del estudiante? ¿Cómo generar interés en algo que los estudiantes sienten como una obligación? ¿Qué hacer con esos estudiantes prisioneros en ese habitáculo?
El sistema educativo estatal genera un sistema perverso: nos pide que seamos innovadores pero ella misma es la que sigue manteniendo la estructura de un sistema de producción fordista de subjetividades.
La cuestión es que empecé con un curso en Pueblo Nuevo que me dio más dolores de cabeza que satisfacción.
Ahí caí en el primer síntoma del profesor novato: la sensación de poder sobre los estudiantes. Creía que gritándolos, dándole órdenes, ellos iban a ser más "productivos". Gran equivocación: cuando más le gritás a un adolescente, más rebelde se vuelve, más en contra tuyo se va a poner y menos autoridad vas a tener sobre él.
Ahora bien, ¿Qué es la autoridad? Más que de la autoridad, yo hablaría de la integridad. Nos enseñan a construir autoridad pero no a construir integridad y, para que un profesor sea coherente con los estudiantes, debe ser un profesor íntegro.
Construirse íntegro es saberse falaz, saberse que uno también posee errores. Saber pedir disculpas si es necesario, saber darse cuenta de las equivocaciones si es necesario. Que uno sea profesor no es garantía de nada si los estudiantes no te aceptan como profesor y la mejor forma de ser profesor es ser coherente con uno mismo.
A veces, en medio de una clase, les digo a ellos, "hablen ustedes porque ya me cansé de escucharme a mí mismo todo el tiempo". Es bueno cansarse de uno mismo, de la palabra de uno, de lo que pueda llegar a decir: no hay ninguna verdad revelada que uno le pueda llegar a decir a un estudiante, todo se lo dijeron antes y si no se lo dijeron, en algún momento, se lo dirán.
La escuela secundaria estatal muchas veces nos hace creer que damos, como quien da una ofrenda, el saber a los estudiantes. En cambio, los estudiantes aprenden otras cosas de nosotros: desde una mano en el hombro cuando algún alumno se siente mal hasta un regaño suave cuando el estudiante está saliéndose de lo acordado.
Nada es tan fijo ni tan móvil: ser coherente es también saber conversar con el estudiante lo que nos molesta de sus actitudes, lo que no deja que nosotros nos sintamos cómodos en el aula. No hay nada más constructivo que un grito manso: una conversación que demuestre qué de nuestra libertad está obstruyendo la libertad del estudiante.
Capítulo 3: La dicotomía profesor-estudiante en uno mismo
Mientras trabajé mis primeros cuatro años era profesor de escuelas secundarias estatales y, al mismo tiempo, estudiante de la licenciatura en Letras.
Esto me convertía en una suerte de Jano bifronte que podía ver las dos caras de la educación: por un lado, el momento de preparar clases, elegir textos, problemáticas, metodologías de trabajo como profesor; por el otro lado, el momento de escuchar al profesor, aburrirme, disentir con él, debatir, estar de acuerdo o en desacuerdo con lo dado, tensar la cuerda de la rebeldía.
Un gran profesor de mi universidad dijo en una clase magistral frente a más de doscientos estudiantes que a él le interesaba el alumno irreverente, el rebelde de la clase. Generalmente, a mí me pasa lo mismo.
Quizás debe ser porque en nuestra adolescencia, tanto este profesor de universidad como yo, no fuimos los alumnos de promedio diez, sino éramos uno más del montón. Pero, quizás también, nos distinguíamos de ese montón por la razón de cuestionar todo lo aprendido, por no creer demasiado en la "verdad revelada" que traía el profesor al aula.
Muchas veces, cuando escucho comentarios de profesoras más grandes que dicen que los estudiantes se emborrachan los fines de semana, concluyendo con una moralina, de mi comisura de los labios sale una breve sonrisa y siempre pienso lo mismo: ¿Quién a los 15, 16 o 17 no se tomaba unas copitas de más? ¿Quién no iba a fiestas con sus amigos, conocía chicas, chicos, se remoloneaba con ellos?
Creo que en esas moralinas de las profesoras más grandes hay una impostura: me tomo una copa de vino todas las noches o salgo los fines de semana con mi esposo a comer afuera y nos tomamos un vino entre los dos pero que los chicos se emborrachen está mal.
Y con esto vuelvo a la idea de ser coherente: ¿Se puede juzgar a un joven que fuma marihuana cuando la profesora toma Prozac, vino, cerveza y Valium? El problema no está en el estudiante sino en nosotros. Es hora de que nos hagamos cargo, como adultos, como sociedad, la responsabilidad que nos toca a nosotros en todo esto.
Capítulo 4: Tomar las cosas con calma, dar tiempo al tiempo
Otro de los grandes desafíos del profesor es entender los tiempos del estudiante. El profesor que no es sensible al tiempo de cada curso, de cada estudiante en particular está perdido de antemano.
Muchas veces, como somos profesores (obreros asalariados) creemos que nuestro tiempo laboral es el mismo que el de ellos y no es así. Una frase puede resonar semanas después o incluso años después de que un profesor la dijo, otras caerán en el olvido, otras servirán como disparadores instantáneos.
No hay que apresurarse en el momento de enseñar, ya que partimos de la premisa que toda enseñanza siempre se verá frustrada. Debemos deslizar nuestras palabras como se desliza suavemente el cordel de un barrilete para que el viento siga manteniéndolo en el aire.
Hay situaciones que nos superan, es verdad, pero si mantenemos la calma vamos a ver que la situación puede tomar otra forma, otro modo de solucionarse. A veces, castigar de inmediato no es la solución, es necesario ir viendo cómo se desarrollan los hechos, qué es lo que ocurre, cuáles son los intereses que hay en el intermedio de un conflicto.
¿Cuándo uno sabe que todo anda bien en el aula? En mi caso, me doy cuenta cuando un curso está encausado cuando, después de dar una actividad, podría estar ausente que los chicos la siguen haciendo igual, cuando no soy más el centro de atención.
Si me siento en el escritorio, estoy media hora sentado, veo que la gran mayoría trabaja y sólo recibo a mis estudiantes en el escritorio que me hacen preguntas o me piden sugerencias, es porque todo funciona bien.
A veces una actividad que habíamos preparado para que ellos la hagan en una hora, se termina haciendo en dos. En fin, no creo que haya pérdida de tiempo. Hay que desterrarse de la cabeza esa idea de que el tiempo se pierde o se gana, el tiempo transcurre, los alumnos escriben, responden preguntas, charlan entre sí, mandan un mensajito por el celular. Lo normal.
Siempre les digo a los chicos que a mí no me gusta corregir en clase. Les explico: "a mí me gusta hacerme un café con leche o unos buenos mates, poner todos los trabajos en la mesa, poner música suave y corregir tranquilo".
Les explico que yo asocio la corrección con un momento placentero, con un momento de conocerlos más a ellos: qué piensan, qué imaginan, cómo leen. Ellos lo entienden.
Me doy tiempo para mí, para mis correcciones. Les doy también tiempo a ellos para que hagan las cosas en el aula.
Tiempo al tiempo. Dar tiempo a los otros y darse tiempo para uno mismo. En fin, ser coherente no es otra cosa que el cuerpo y la mente corran por la misma vía del tiempo, el de uno.
Capítulo 5: Poseer la hiedra vocal
El momento en el que uno llega al aula es maravilloso, es toda una puesta en escena. "Buenos días chicos". Deja su mochila, portafolio o maletín. Va sacando tranquilamente todas las herramientas necesarias para trabajar: tiza, carpeta, algún texto o libro que se esté leyendo en el momento y ocurre lo interesante: uno empieza a hablar.
En ese momento uno se encuentra con su voz. Pero esta voz, ahora, habla por muchas. En un lenguaje de domingo cuenta historias, teorías, anécdotas. Cifra y enreda conceptos, hechos, situaciones. Es una voz múltiple.
Esta voz intenta que lo que se diga esté en un intermedio entre la teoría, ese saber disciplinado de la universidad, con un lenguaje de todos los días (como se le habla al kioskero para pedirle unos caramelos).
La voz del profesor debe ser potente, para que todos escuchen, pero no amenazadora. Tiene que invitar al juego, abrirlo. Como una puerta tiene que ser el momento para entrar en un entretejido de ideas.
No importa si el estudiante no entiende mucho lo que se dice, si pide que se le explique una palabra porque no entiende su significado. Importa que algo de eso resuene en ellos en el momento de ponerse a trabajar con los textos.
Como dijimos, la enseñanza es un hecho imposible. Ahora vamos a agregarle: es un hecho incomprensible. Hablamos de resonancias anteriormente. En esa resonancia es en donde está la fuerza vital de todo conocimiento.
No enseñemos, resonemos. Que nuestra voz resuene, surja de nuestro interior, con nuestras inquietudes, con nuestros sentimientos y emociones.
En el primer día con un curso terminé la clase diciendo: "Lo único que quiero, chicos, es que pasemos un año feliz." Justamente en esa felicidad naif del encuentro, en las múltiples voces que concuerdan, desacuerdan, discuten y se reconcilian está esa resonancia. Es en el intermedio, ni en el profesor ni en el estudiante, donde se da el verdadero conocimiento. Conocimiento verdadero pero inaccesible para ninguna de las dos partes sino en su devenir, en su fugarse de lugar.
Poseer la multiplicidad vocal, la hiedra vocal, es anudarse hasta en los momentos más absurdos de la clase. Llevar algunas cosas al absurdo para que los estudiantes no comprendan que es lo que pasa y también reírse de uno mismo.
Pero, ¿Cómo? ¿La autoridad? Dirán algunos. Que uno se ría de uno mismo no nos hace ser menos profesores. Es en el humor donde las resonancias llegan más lejos: "¿Te acordás cuando el profe de literatura dijo que…?". Todos tenemos una frase de esas en nuestro haber.
Capítulo 6: El interés desinteresado en y del estudiante
El mejor regalo que podemos hacerles a nuestros estudiantes es hacerles creer que no están en el colegio. Si logramos que ellos puedan disociarse de ese lugar horrible donde todos están encerrados en sus cubículos, con horarios con timbres, con profesores que vienen y se van, estamos hechos.
Tenemos que lograr que nuestra hora sea una hora extra-ordinaria. Esto no quiere decir que seamos los mejores profesores, seguramente pasaremos desapercibidos, seremos uno más del montón. Pero si logramos que los alumnos logren un interés desinteresado por nuestra materia la finalidad está cumplida.
Nuestro oficio tiene algo de actores, de policías, de consejeros y muchas funciones más. No seamos demasiado carceleros pero tampoco demasiado amigables. Es la confianza en nosotros mismos lo que hace al estudiante posicionarse de determinada manera sobre nosotros: seamos coherentes, sinceros y, sobre todo, respetemos la libertad de ellos, sus tiempos, sus fortalezas, sus debilidades.


Capítulo 7: El desentendimiento con la institución
Tenemos que lograr una sala de profesores donde todos nos desentendamos de los intereses crispados de la institución "escuela estatal". La sala de profesores no es un lugar para hablar mal de los estudiantes como si con ellos y ellas en vez de entablar una relación de enseñanza/aprendizaje estuviésemos entablando una guerra.
Antes que nada, los profesores somos profesionales y la profesionalización se alcanza cuando dejamos de lado esa guerra crispada con los estudiantes y empezamos a hablar con otros profesores de nuestros proyectos, nuestras esperanzas, la alegría que nos da que determinado curso haga determinada tarea.
Los adolescentes no quieren tener profesores malintencionados, con caras largas ni con cara de perro. Tampoco quieren pasar por sala de profesores y estar escuchando sólo las quejas infantiles de dos o tres adultos.
Los adolescentes quieren profesores íntegros, repito. Integridad significa ser coherente en cuerpo, alma y discurso con lo que se hace y se deja de hacer.
Muchas veces me pasó que he salido expulsado de salas de profesores por el nivel de violencia simbólica para con los estudiantes que empleaban los profesores entre ellos. Salía aturdido de "mala onda", dirían los estudiantes.
Cuando me pasaba eso, me daba cuenta cuán lejos estaba de los "señoritos profesorcitos" y cuán cerca estaba del pibe que jodiendo me preguntaba "Profe, ¿es verdad que a usted le gustan los hombres?".


Capítulo 8: Vaciar el saber sabio
No hay peor ignorante que el que cree saber. No hay peor profesor que el que no deja lugar para la pregunta, la crítica y el debate. El profesor muchas veces puede estar sentado como "haciendo nada" pero siempre algo pasa.
¿Para qué saber tanto, explicar tanto, fundamentar tanto? ¿Y si los que saben no somos nosotros? ¿Si los que saben realmente son los estudiantes y nosotros hacemos pantomimas de saberes arcaicos?
Si el cambio estructural en la educación estatal surge, surgirá de los propios estudiantes y no de los profesores. Los profesores son lo antiguo, lo anquilosado, la camisa bien planchada, los zapatos de tacones negros. Los estudiantes son sabiduría de barrio y a eso no hay con qué darle.
Los estudiantes aprenden de remarla día a día en sus casas, con sus problemas familiares, su no llegar a fin de mes, su deberle a la verdulera de la esquina. Los estudiantes patean, usan bondi o andan en bici y los más afortunados en patineta.
¿Qué no tienen cosas para enseñarnos?
Saben mucho más de la vida, de la amistad, del compañerismo ellos y ellas que nosotros como profesores. Saben mucho más de aceptar regaños ellos y ellas que nosotros como profesores.

Capítulo 9: Los profesores somos el problema de los profesores
¿Por qué crees que todo lo que te enseñaron es cierto? ¿Quién dijo que todo lo que decís es verdadero, moral, bello y bueno?
El gran problema de los profesores es creer saber. Creer saber no los hace más estudiantes, entonces saben. Si saben, no tienen preguntas. Si no tienen preguntas no es necesario leer más, saben todo. Si saben todo, el estudiante es una caja vacía que hay que llenar con sistemas de pensamiento. Si el estudiante es una caja vacía que hay que llenar con sistemas de pensamiento, los estudiantes no pueden criticar nada. Si los estudiantes no pueden criticar nada es porque el profesor sabe y los estudiantes no.
Ahora bien, ¿Esto no es violencia simbólica? ¿Esto no es acaso escolar del profesor hacia el estudiante?
Capítulo 10: Más autocrítica, menos estigma
¿Los que hoy son profesores se olvidaron de cuándo eran adolescentes?
¿Los que hoy son profesores se olvidaron que existe la pobreza?
¿Los que hoy son profesores se olvidaron que existen las minorías étnicas, sexuales, religiosas, entre otras?
¿Los que hoy son profesores se olvidaron que hubo una dictadura cívico-militar en la Argentina?
¿Los que hoy son profesores se olvidaron que los adolescentes son el mayor agente de cambio de una sociedad?
¿Los que hoy son profesores se olvidaron que si un pibe dice "boludo" no lo dice de malo ni de boca sucia sino porque le salió así nomás (sin ánimo de ofender)?
¿Los que hoy son profesores se olvidaron que había una época, no tan lejana, en la que se equivocaban?
El problema de la institución escuela no son los estudiantes, este libro viene a decir que son los profesores y las autoridades. La escuela necesita una autocrítica y esta no tiene que partir de los estudiantes sino de los que trabajan en la institución "escuela pública", desde el portero hasta el más alto cargo institucional.


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