La importancia del patrimonio histórico edificado en la isla de Vieques

September 7, 2017 | Autor: Jorge Ortiz Colom | Categoría: Architecture, Historic Preservation, Puerto Rico, Vieques
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Descripción

LA IMPORTANCIA DEL PATRIMONIO CULTURAL EN LA ISLA DE VIEQUES Por Arq. Jorge Ortiz Colom Arquitecto conservacionista / ICP / Ponce, P.R. EL PATRIMONIO CONSTRUIDO URBANO Y RURAL de la isla de Vieques representa una época de gran importancia en la economía de intercambio entre Puerto Rico y las islas vecinas. Mas que otras colonias españolas Puerto Rico por su ubicación estratégica fue punto de encuentro cultural y económico entre las pequeñas islas antillanas de dominio ingles o francés y el mundo hispano antillano. Esto se refleja en las influencias de la arquitectura y construcción de los edificios y estructuras que aun permanecen en el suelo de la Isla Nena. Algunas haciendas como la Campaña (cerca del campo de tiro en el barrio Puerto Diablo) y casas urbanas como la Delerme Anduze, ubicada a una cuadra de la plaza, muestran gran similitud con la arquitectura de las antillas francesas, y así testimonian uno de los ingredientes culturales de la colonización de esta isla. Otras casas son mas de aspecto criollo y nos recuerdan que esta isla es ante todo una extensión de Puerto Rico. El poder del gobierno español como estabilizador de la volátil situación en que se encontraba Vieques en los primeros años del siglo xix se denota en edificaciones cívicas e institucionales de sobrio neoclasicismo tales como los faros, el ayuntamiento y el Fortín Conde de Mirasol, comparables en su solidez y técnica simple de construcción de mampostería a otras estructuras utilitarias y cívicas erigidas en distintos pueblos de nuestra isla grande. El fortín que por años fue sede de gobierno, cárcel y finalmente ruina abandonada antes que el Instituto de Cultura Puertorriqueña lo rescatara para su uso como museo y centro de difusión y conservación de la cultura e historia viequense. Aquí la construcción militar domina el emplazamiento sobre el puerto de Isabel Segunda y el edificio de muros de mampostería con techos de azotea (ladrillos planos sobre vigas de ausubo) se abre al entorno con ventanas y puertas de tabla enganchadas en vanos de ladrillo. Aunque en sí es un tipo de tecnología típica de la construcción española de mediados del siglo XIX, su calidad de construcción es impresionante. Los muros perimetrales rellenos con tierra, lo que la da al lugar su apelativo de “fortín”, no son grandes

2 paredes de castillo impenetrables sino más bien herramientas hechas para moldear el terreno y preparar la plataforma para levantar el edificio a su interior. El poblado de Isabel Segunda es ante todo una colección de influencias diversas en un poblado portuario isleño, con casas de galerías anchas y construcción en maderas autóctonas; aun gallardas supervivientes entre el empuje de la modernidad anónima que amenaza arroparlas. Algunas de las calles que descienden al puerto son anchas con pretensiones de ser pequeños bulevares, en ellas se concentra aun hoy mucha de la actividad comercial. La plaza de recreo no es meramente un lugar de estar: tiene bajo sí una inmensa cisterna que era principal fuente de abasto de agua en la época previa a los acueductos modernos. Frente a este espacio se destacan las escuelas de corte neoclásico institucional erigidas en los primeros años del siglo xx, siguiendo los elementos de diseño tradicionales, con pedimentos amplios, simetría de fachada y simple distribución de espacios en salones a cada lado de sus zaguanes. Cerca de este espacio aun permanecen las residencias más importantes de la ciudad, algunas sobre altas bases de ladrillo, la mayoría, curiosamente, casi a nivel de la calle, mas abiertas a la dinámica de la misma. El techo de cuatro aguas, más resistente a la furia huracanada, es común y similar a los vistos en otras islas cercanas: un armazón hecho a la usanza de los de las embarcaciones que surcaban los pasajes entre isla e isla. En otras palabras, una especie de casco de bote virado al revés y puesto como cobija de familias en tierra firme. La casa Neré Delerme (sitio histórico) en la calle Benítez Guzmán 7 – sobreviviente en una vía transformada por la modernización – permite ver con algún recato esta espectacular fabricación del techo.

3 La casa Delerme Anduze en el muy visible empalme de las calles Muñoz Rivera y Antonio Mellado impresiona por su imponente techo con buhardilla (otro rasgo, en este caso, francoantillano) y su balcón convertido en galería para un uso comercial interior. El sistema de ménsulas que aguanta los amplios aleros, combina grandes pies de amigo de hierro atornillados a largueros de madera haciendo el conjunto resistente a los frecuentes huracanes de la región. Alternan estas casas con edificios comerciales sencillos, en ladrillo u hormigón, de múltiples puertas a la calle; pero algunos de ellos techados con techos de madera a cuatro aguas similares a los de las casas. No es común en los edificios tradicionales viequenses la abundancia de ornamento, mas bien son parcos y deleitan ante todo por su excelente calidad técnica en el uso de madera y otros materiales, y por sus proporciones. Igualmente mantienen un gran diálogo con el clima marítimo y ventoso de las microínsulas antillanas, recogiendo la brisa constante y, con los techos, aislando del calor y dirigiendo el aire caluroso hacia la parte alta fuera de la zona de confort de las personas. Una casa ya desaparecida en la calle Benítez Guzmán 5, de clara inspiración inglesa y familia de recursos, tenía una volumetría compleja de techos a cuatro aguas, buhardilla de ventilación, y adentro la aplicación de un material llamado “lincrusta”, aserrín con aceite de linaza y resina moldeado en patrones ornamentales en unas planchas duras. Otra casa que sí resiste es la casa Smaine en la esquina de las calles Antonio Mellado y Prudencio Quiñones. Con una base alta hecha en ladrillo y hoy usada para comercio, los altos tienen balcón corrido, disposición criolla de sala central, pared de madera del segundo piso forrada con metal prensado imitando ladrillos, y un extenso martillo posterior que provee acceso de servicio a la residencia - hacia la calle Mellado hay una escalera curva que pasa al frente de una enorme cisterna de hierro común en casas solariegas a fines del siglo XIX. Esta casa presenta el techo recortado de cuatro aguas (“halfhipped roof” en Islas Vírgenes, donde abundan) permitiendo en los extremos pequeñas rejillas de ventilación.

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En los principios del siglo xx al igual que en otros pueblos de Puerto Rico se adaptó un tipo de construcción con madera importada y hormigón con los techos bajos de cuatro aguas al estilo del “bungalow” y en Isabel Segunda quedan algunos ejemplos como la casa Jaime Puig en la calle 65 de Infantería (flanqueada de hecho por tres casas contemporáneas a ella pero más fieles a las formas anteriores). Edificios como la “casa amarilla” en la esquina de Muñoz Rivera y Duteil siguen en hormigón el concepto de la tienda de techo alto y múltiples ventanas o puertas a la calle, mostrando a la vez una interesante presentación con el uso de columnas sencillas de orden dórico y el uso evidente del chaflán con su celebración de la esquina muy parecido a lo visto en ciudades de mayor importancia como Ponce. La riqueza comercial y agrícola viequense se derivo de la cultura de la caña la cual a pesar de las dificultades en riego por carencia de ríos permanentes, arropo casi todas las vegas desde Punta Arenas a Puerto Diablo, y creo una estructura de patrimonio rural de haciendas regadas por todo el territorio que servían para explotar artesanalmente el azúcar el cual se exportaba a mercados diversos fuera del Caribe. Mas de veinte haciendas se llegaron a contar en suelo viequense, con trapiches de sangre o vapor, y de varias aun quedan sus vetustas ruinas de los almacenes Una de ellas, la de los Benítez, evoluciono para convertirse en la única central moderna que tuvo la isla nena: Playa Grande, la cual exportó gran parte del azucar producido en Vieques y que llego a tener su propia casa grande y batey creando un verdadero pueblito concentrado en el procesamiento industrial del condimento dulce. José Ferreras Pagán, en su Biografía de las riquezas de Puerto Rico de 1902 (tomo 2, página 87) indica que este lugar, anteriormente propiedad de Matías Hjardemaal, fue vendido en 1892 a don José Benítez Guzmán, “siendo una pequeña fábrica que fué (sic) aumentando en capacidad y elementos hasta ser de moscabada, al vapor.” Según Ferreras tenía los siguientes componentes: “[un edificio] destinado a la fábrica y depósito de azúcar, casa vivienda para su jefe, casa para empleados, casa para mayordomo, casa tienda, y cuarteles para peonaje: 5 calderas multitubulares con sus hornos para quemar el bagazo verde, una desmenuzadora Krajeuski

5 (?), 1 molino y su remodelora con sus motores, 4 eliminadores, 6 defecadores, 6 centrífugas Fletcher, 10 decantadoras, 1 [evaporador de] triple efecto, 1 tacho al vacío de 2 sacos por templa, 1 alambique Cortada, 1 motor de Luz eléctrica [solo cuatro otras centrales de 32 existentes de capital no-norteamericano tenían esto – nota del autor], 30 tanques de hierro. Ferreras Pagán prosigue y menciona que: “La extensión de sus tierras suman 4000 cuerdas de la propiedad y 1500 del Sr. J. Benítez Díaz, de todas las cuales posee propias para cañas unas 3000, fincadas alrededor de 1500 en pequeña y gran cultura. “Sus cosechas se estiman en 15000 sacos central de 1º y 2º tiro. “La extinguida Hacienda Resolución situada en el barrio de Punta Arena está anexada a esta importante fábrica.” A pesar de su atroz desmantelamiento en 1941, aun Playa Grande presenta restos significativos que desafían el olvido y el desuso. También el “biógrafo de riquezas” describe la casi desvanecida central Santa María. Esta había sido de los Leguillou y luego de la famila Le Brun. Modernizada en 1896, tenía: “3 calderas multitubulares con los hornos para quemar el bagazo verde, 1 molino y su máquina, 4 defecadoras; 4 eliminadores, 2 clarificadores, 4 filtros, 1 tacho al vacío, 4 centrífugas y demás aparatos accesorios de los descritos: así como tanques de hierro para depósitos de sirops y azúcar de miel. “Sus aparatos proceden de la casa compañía de Fives-Lille-Francia, y pueden elaborar hasta 220 sacos pro cada 12 horas de trabajo.” (Ferreras, ibid. p. 88) Ferreras Pagán describe sus edificios así: “Una hermosa fábrica de mampostería en la cual tiene instalado todos sus aparatos y un alambique Deroy, cuyo aparato cesó de elaborar miel desde la implantación del Bill Hollander [medida que imponía arbitrios a los alcoholes exportados a Estados Unidos – nota del autor] por la falta de ventas: 1 casa terrera de madera para vivienda de sus jefes: 4 casas de maderas para empleados; un aljibe de mampostería para depósito de aguas lluvias (sic) para el consumo de la casa, otro para depósito de aguas procedentes de una quebrada que cruza cerca de los establecimientos de S. á N. tomada por medio de una bomba de molino de viento, para los aparatos de evaporización; 1 casa tienda, y 11 cuarteles para peones.”

6 En ese tiempo Santa María tenía 2000 cuerdas de terreno bajo su control, con algo más de la mitad sembradas en cañas. Operó hasta la tercera década del siglo xx, quedando en lo sucesivo Playa Grande sola en la molienda de la caña viequense. Hoy es apenas un recuerdo con casi todo lo que quedaba desaparecido o desmantelado, aunque aun la forma del batey impacta la configuración del asentamiento actual. Una tercera central conocida como Arkadia existió en el noroeste, dentro de la zona que fuera militar, y de la cual quedan algunas ruinas según informaciones disponibles de estudios arqueológicos y reconocimientos de campo. Esta pequeña central dejó de operar también a principios del siglo xx. Las ruinas de haciendas que quedan en la isla reflejan la importancia de ese episodio en la historia social y económica de la isla. Quedan muros que expresan la permanencia de antiguos almacenes de azúcar; en algunas haciendas como Campaña - antes aludida - se perfila algo del gusto arquitectónico francés de sus fundadores, y tal gusto aun es evidente a los investigadores que han documentado el lugar, a escasos hectómetros de la “zona de muerte” naval. Otras son estructuras más utilitarias y sobrias. Algunas casas de hacienda quedan; siendo la mas conocida la que proyectara el Arq. Francisco Valines Cofresi, caborrojeño educado en Estados Unidos, hacia 1915 para los Mourraille (la Casa del Francés, hasta que se incendió un pequeño y agradable hotel). Esta tiene un amplio patio interior y plafones altísimos con típica distribución de sala central, hoy vestíbulo del hotel. Con su techo de cuatro aguas, torre tipo mirador dominando la vista de los terrenos y la costa cercana, paredes de hormigón imitando sillares de piedra rústicos, y gran balcón a vuelta redonda sobre una base alta, es uno de los sitios memorables de Vieques. De otras casonas de hacienda rural quedan ante todos las ruinas y los recuerdos que no han sido eliminados por la implacable potencia de las aplanadoras de la Marina. Cerca, en la entrada del puerto de la Esperanza, persistieron hasta su destrucción por el huracán Hugo en 1989 las enormes paredes de los almacenes de la antigua Hacienda Esperanza. La mampostería ciclópea y

7 sencillas proporciones típicas de este edificio utilitario de planta cuadrada mostraban la solidez de los muros de mampostería dentro de los cuales se almacenaba el azúcar en su proceso de purga y curado. Sin embargo el olvido del tiempo y las reparaciones no compatibles en materiales modernos llevaron a la debilitación del edificio y su eventual pérdida. En los remanentes de la hacienda Pacience en el barrio Santa María se mantienen los restos de las tumbas del primer gobernador viequense, Théophile-Joseph-Jacques-Marie le Guillou, con la típica construcción maciza a la francesa con un remate piramidal, simbolizante de dimensiones trascendentes y muy favorecido como forma icónica funeraria en Europa. Hay otras tumbas abovedadas a su lado. Varias de estas tumbas son sobre tierra – tipo de sarcófago, también siguiendo costumbre francesa. Permanecen entre maleza y olvido remanentes de ese interesante pasado agrario, pero a pesar de la existencia de directrices relacionadas con la protección de patrimonio en instalaciones militares, la mayor parte de las ruinas de hacienda en los antiguos terrenos militares son muros o pisos de piedras, cal y barro entre plantas rastreras y lianas – por no hablar del cascarón hueco del viejo faro de Puerto Ferro, casi puede decirse ruinas de un pueblo enemigo vencido que al igual que las de Cartago quisieran arrasarse, ya no por la fuerza sino por el poder de los años y los inevitables agentes del tiempo. (El otro faro – Punta Mulas, cerca del pueblo – fue cuidadosamente restaurado en colaboración entre el ICP y el Municipio y ha sido en los últimos años un museo.) Aun así la resistencia de estos materiales venidos de la tierra han hecho a estas paredes y zapatas fieles defensores de los recuerdos del pasado frente al trauma de la militarización moderna y destructiva. Aunque se han hecho reconocimientos arqueológicos que demuestran que estas ruinas y remanentes históricos y precolombinos son un patrimonio inestimable para armar el rompecabezas de milenios de historia antillana, no se había dejado a nuestros arqueólogos hacer las excavaciones pertinentes para analizar la importancia de estos. Esto ha dejado trunco el estudio de la historia puertorriqueña en general, ya que es sabido desde hace años que Vieques fue un importante puente y lugar de transición desde las primeras migraciones indígenas que ascendieron desde la tierra firme sudamericana. El hallazgo antropológico mas significativo, el Hombre de Puerto Ferro, queda como un fenómeno interesante pero que no tiene el contexto adecuado con el cual explicarse. Entre 1978 y 1985 un grupo de consultores de Estados Unidos contratados por la Marina hizo un reconocimiento de recursos históricos en los terrenos navales de Vieques. Sin contar con el conocimiento y experiencia de nuestros arqueólogos y arquitectos conservacionistas, se ha armado una colección de informes de lugares y objetos regados por los paramos y

8 colinas viequenses. Pero al no tener acceso los investigadores boricuas a gran parte de ese acervo, no se ha desarrollado una interpretación de este a la luz de los hallazgos significativos de nuestra historia. Se le había negado a nuestro pueblo no solamente un acceso a parte significativa de su patrimonio cultural, sino tambien a su derecho al autoconocimiento a través de su historia. Ahora que muchos de estos recursos son accesibles urge una revisión extensa de la condición y significado de estos lugares ya que son puntales de actividades tales como el turismo cultural, en ascenso generalizado en las Antillas a pesar de todas sus dificultades. Los paisajes culturales de las zonas que fueron por décadas vedadas evidencian los logros y pérdidas de la sociedad viequense entre los latifundios agrarios y militares. Merecen conservarse porque definen la personalidad de la comunidad y pueden reciclarse para el disfrute y recreo de las generaciones actuales y venideras. jo 10 de julio de 2001 Revisado agosto 2002 Segunda revisión, diciembre de 2004 Ilustrado y leve revisión, marzo 2010 ILUSTRACIONES (por el autor excepto donde indicado) p. 1 p. 2 p. 3 p. 4 p. 5 p. 6

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Fortín Conde de Mirasol arriba Paisaje en la esquina de las calles Mellado y Muñoz Rivera abajo Escuela pública de Vieques, 1907 arriba Casa Delerme Anduze fines siglo XIX y declarada sitio histórico abajo Interior de casa en calle Benítez Guzmán 3 (demolida) arriba Casa Smaine en calle Mellado esq. P. Quiñones (foto no es del autor) abajo Casa “Amarilla” hoy tienda para turistas en la esquina de Muñoz Rivera y Víctor Duteil Entrada a ruinas de Playa Grande (foto tomada de www.panoramio.com) arriba Casa Mourraille (1914) conocida como Casa del Francés en sus tiempos de hotel. Fotografía de 1979. Arquitecto original Francisco Valines Cofresí. Hoy ruina por incendio. Abajo Almacenes de antigua Central Esperanza, hoy demolidos.. Foto tomada en 1979. Faro de Puerto Ferro hacia 1920(fotografía del US Coast Guard por fotógrafo anónimo).

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