La imagen de la mujer lectora en la segunda mitad del siglo XIX: La Ilustración Española y Americana y el Harper’s Weekly

October 5, 2017 | Autor: R. Sanmartin Bastida | Categoría: Contemporary Spanish and Portuguese Literature
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Descripción

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LA IMAGEN DE LA MUJER LECTORA EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX: LA /LUSTRACIÓN ESPAÑOLA Y AMERICANA Y EL HARPER'S WEEKLY Rebeca Sanmartín y Dolores Bastida University of Manchester / UNED

La cultura de una sociedad se articula a través de gestos, de actividades performativas que son acciones culturalmente significativas en sí mismas. Una de estas es la lectura en silencio, un fenómeno cuya existencia se intensifica a partir del siglo XVIII (11 , aunque ya se diera en claustros y cortes medievales. El hábito de transmisión artística de la literatura se circunscribe entonces a ese acto o puesta en escena en que una mujer o un hombre se sienta en un sillón de su casa, con un libro en las manos, en actitud más o menos recogida. Este sumergimiento de forma individual y doméstica en las letras constituyó toda una verdadera revolución cultural. Se trata de un gesto/cuadro/espectáculo/rito sin el cual no se podría entender la cultura actual. Pero el cumplimiento de este ritual se volvió más revolucionario en la mujer que en el hombre debido al escaso acceso a la literariedad que había padecido la primera durante muchos siglos. Seguramente de este «asombro» participa el curioso hecho de que en el siglo XIX la población femenina fuera más retratada con un libro en las manos que la masculina, lo cual no quiere decir que la raíz de la atención del artista hacia esta actividad del llamado entonces «sexo débil» no se nos aparezca plena de ambigüedad. Sea como sea, tras la extensión de la lectura en silencio en el siglo XVIII, en la centuria siguiente este rito social fue apropiado dentro del arte y la literatura, de manera muy llamativa, por la mujer. Si una cultura se expresa por medio de unas puestas en escena, de unas representaciones comúnmente aceptadas por los miembros que componen esa sociedad, entonces es legítimo que para comprenderla prestemos atención a las escenificaciones culturales que parecen obsesionarla. Por medio de ellas se construye la identidad de la cultura en cuestión, y de ahí la oportunidad de abordar la definición de la sociedad femenina ochocentista a través del propio hecho lector. En este caso no será el mensaje lo que más nos interese, es decir, el tipo de obras que lee la mujer retratada en pintura (2l, sino el medio en sí, la mirada hacia ese acto performativo revolucionario, el rito que configura en el XIX parte de la identidad colectiva e individual de la mujer. Cómo es esa percepción física y el contacto con el libro, de qué se rodea el momento concreto en que una protagonista decimonónica se pone a leer. La pose y el espectáculo artístico, la influencia del rito lector sobre el mundo particular de esa parte de la población que vivía más o menos circunscrita a un ámbito doméstico. El hábito de recepción de la literatura tuvo más importancia de lo que comúnmente se reconoce para la construcción de la identidad femenina. Tomando esto en consideración, en este artículo vamos a estudiar la imagen de la mujer lectora contemporánea en los grabados finiseculares de la prensa ilustrada de actualidad, norteamericana y española; en concreto, en dos revistas de supuesta ideología progresista y que, por tanto, podrían tener un papel novedoso en la historia de este «asombro»: La Ilustración Española y Americana y el Harper's Weekly (31 •

** Debido a que el significado de un cuadro o de un grabado no es una cualidad fija, sino algo construido a través de una circulación entre espectador, obra artística y contexto social en que es apreciada !4l, parece necesario comenzar nuestro análisis abordando el papel de la mujer en la literatura y en las artes de la segunda mitad del siglo XIX. Unas pocas pinceladas bastarán para dibujarnos el contexto. La centuria decimonónica es el momento en el que más «literatas» (como se llamaba entonces mayoritariamente a las escritoras) y pintoras salen a la palestra, tras años de silencio u oscuridad. Muchas de estas mujeres lucharán contra el modelo vigente entonces de «ángel del hogar» !5 l, que imponía amplias limitaciones a la ilustración de la mujer. Pese a la presión social del feminismo incipiente, en el siglo del florecimiento de la prensa ilustrada, los artículos de muchas de estas publicaciones no contribuirán a cambiar el panorama (6l, y las artistas se encontrarán con la difícil decisión de aceptar el código de feminidad en boga o buscar otras vías para expresar su descontento. Salina, 16, 2002, 129-142

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Es interesante, no obstante, que una de las reformas consideradas más necesarias hacia mediados del XIX fuera la de mejorar la educación de la mujer. Desde el punto de vista oficial y más extendido, el propósito de estimular la instrucción femenina era la de fomentar la de sus hijos: la mujer contribuía al papel social de la nación a través de su labor de institutriz y maestra de los futuros ciudadanos; sin embargo, a la vez este ideal negaba, como denunciará Pardo Bazán en los años noventa, su destino propio m. Aún así, en España muchas mujeres se apropiarán en sus escritos de este argumento, defendido por los krausistas, para alcanzar un acceso a los libros con menos limitaciones. También en Norteamérica predominará esta fuerte asociación del papel de las mujeres como «guardianas de la cultura)) y su cultivo de los intereses estéticos (8 ). Unas de las instituciones que contribuirán poderosamente al acceso a los libros por parte de la población femenina serán las asociaciones o clubes de mujeres que se difundieron con gran éxito en la segunda mitad del XIX, especialmente en los países anglosajones. Estos grupos dispondrán de un local con sala de lectura y biblioteca donde se pretenderá que las mujeres se hagan más sabias y mejores 19 ), y donde se fomentará un tipo de lectura acompañada y colectiva 1101 • No es extraño encontrarse entonces con el surgimiento de comunidades de mujeres (lectoras, escritoras, pintoras) donde se fomentaba el apoyo y el interés mutuo, y la correspondencia de la época es una excepcional testigo de hasta qué grado de afectividad llegaron estos lazos y solidaridad femenina 1111 • En un momento en que las reclamaciones feministas empiezan a hacerse oír de manera más pública, se extiende entre las mujeres un sentimiento de actividad corporativista, que ayuda muchas veces a superar la sensación de conflicto, ambivalencia y culpa que experimentan las artistas decimonónicas al pasar del ámbito privado al público t 121 • Precisamente, es también en este momento cuando se empiezan a multiplicar los cuadros sobre mujeres leyendo, representaciones que habían existido en todos los tiempos pero que se hacen especialmente insistentes en el último cuarto de siglo (13 ). Las propias pintoras y escritoras dedican páginas y lienzos a estas puestas en escena, y contribuyen tanto como los hombres a la canonización del rito. En este sentido, la lectora se convierte en la figura más reconocida por novelistas, editores, libreros, pintores. Aparecerá en las novelas realistas de la segunda mitad de siglo (de las que el ejemplo más famoso es el de Emma Bovary) y poblará páginas de textos y artículos políticos o costumbristas, que analizan tanto su figura como los libros que disfrutan (14l, Será también objeto recurrente en las obras de Manet, Daumier, Whistler o Fantin-Latour. Unas, como las de Fantin-Latour, leen solas, absortas y en paz; otras -la hermanastra de Whistler- abordan los libros de noche; otras adoptan lánguidas poses. Algunos pintores, como Manet, distinguen entre la lectura masculina y la femenina, y consideran que esta práctica es más seria en el hombre: la mujer que lee aparece distraída, mientras hojea una revista ilustrada 115 ). Muy diferentes son las campesinas, monjas y criadas que Bonvin pinta, inclinadas sobre grandes volúmenes. Sea como sea, las lectoras del siglo XIX se asocian a menudo al desarrollo de la lectura silenciosa e individual, si bien esto no contribuye a la desaparición del mundo de la lectura en voz alta (15 l, pues el supuesto papel de «maestra» de los hijos hace que también se presente a las mujeres «recitando» libros (piadosos o pedagógicos o infantiles) a grupos de niños que la escuchan atentos (17). De todas formas, sí es cierto que en estos cuadros la lectora se convierte en pionera de las modernas nociones de privacidad e intimidad (mi. Además de impresionistas franceses y americanos, prerrafaelistas ingleses aventuraron imágenes de mujeres leyendo, aunque estas parecían venir de otros tiempos y el valor de lo actual se sacrificaba por una gran carga de sensualidad (19 ). Asimismo, los pintores españoles, según tendremos oportunidad de comprobar, retrataron a la población femenina con libros, y también lo hicieron las artistas occidentales, entre las que destacan los casos de Berthe Morisot, Mary Cassat o Tamara de Lempicka t20 l. Pero este tipo de representaciones en las pintoras se tendieron a achacar a razones autobiográficas y los lienzos de mujeres leyendo no hicieron en estos casos más que afimar un prejuicio extendido en el siglo XIX: las obras de las artistas -pintoras o escritoras (21 )- se refieren siempre a un entorno personal y limitado, carente de abstracción (22 i. El tema menos intelectual y por tanto más inconsecuente era la pintura de la mujer contemporánea en el curso de su vida diaria, por lo que Morisot, que se dedicaba a estas puestas en escena, encarnaba para la crítica la feminidad en la pintura 123>. Bajo este punto de vista, la mujer que escribe «prefiere» el género epistolar, más inmediato y sentimental, mientras el hombre opta por el libro, un producto que más tarde la mujer consumirá (24 i. Y como a la artista, supuestamente, le falta la facultad masculina de separar el espíritu del trabajo, sus gestos dependen de la «esfera doméstica», están «contenidos entre cuatro paredes», y en las artes, «donde la forma del espacio es esencial», encuentran «módulos propios y típicos»: se trata de esa supuesta subjetividad que trae la mujer a la cultura 125 ), que se adapta así a sus funciones genéricas intuitivas, imaginativas e imitativas (26 ). El texto o la pintura femenina se identificará entonces con el autor (en la crítica artística, la experiencia personal de un tema era considerada femenina ml), sin duda basándose en esa pasión por encontrar una identidad propia que posee la mujer desde el comienzo del siglo XIX, tal vez porque la autodefinición precede a /a autoaserción !28 i .

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Sea como sea, las mujeres lectoras de cuadros hechos por artistas masculinos o femeninos se presentaban en todas las disposiciones posibles y, aunque abundaba el entorno doméstico (al fin y al cabo, excepto en los clubes mencionados, era donde se podían dedicar a esta actividad), también se las encuentra en cafés y calles (29 ). A primera vista, esta imagen constituiría la historia de un adelanto, la mujer instruida que accede a la lectura, aún cuando ésta fuera mayoritariamente de novelas de entretenimiento y romances, o de libros que le enseñan a comportarse tanto en sociedad como en su casa !30 l. La libertad, la huida y la independencia a las que ayuda en la mujer la actitud lectora son celebradas en representaciones que se repiten con ligeras variantes (31 l. Esto hace que incluso en lectoras dibujadas por mujeres haya esa conciencia de ser miradas por los hombres (32 l, desde el punto de vista de que se presentan como un logro o una reclamación dirigida al mundo masculino. La mujer a través del estudio puede ahora consultar y tener acceso a obras que antes nunca había conocido, y así además descubrir lo que otras mujeres dicen sobre sí mismas (33 l, lo cual estimula esa sensación de comunidad que se crea en la población lectora femenina. Desde la sociedad «patriarcal», se intenta en estos momentos favorecer incluso lo más posible esta actividad en la mujer: las revistas para ellas proponen una lectura fragmentada (por medio del corte de textos y de la intercalación de anuncios) que sea acorde con el ritmo de trabajo, cuajado de interrupciones, de un ama de casa moderna. Y las pequeñas ciudades disponen de dos o tres gabinetes de lectura, pues la consumición de novelas será, por ejemplo, la actividad predilecta de la mujer francesa de provincias (34 l. Pero, ¿es la representación del sector lector femenino la celebración que «libera» y mejora a la mujer? ¿Se constituye en sí misma en el avance del que participa el arte? ¿En qué medida cambia la identidad femenina? A través del análisis de algunos grabados de la prensa ilustrada podemos alcanzar un entendimiento más complejo de este fenómeno cultural.

*** Varios tipos de mujeres lectoras contemporáneas se nos presentan en los grabados de las revistas ilustradas de actualidad Harper's Weekly y La Ilustración Española y Americana. De tirada semanal y editadas en Nueva York y Madrid respectivamente, estas revistas son una viva muestra de hasta qué punto la publicación periódica decimónonica se constituye en un instrumento fundamental para conocer los gustos literarios y artísticos de la época . Manejada fundamentalmente por la llamada clase burguesa, este t ipo de publicación marcó durante toda la centuria ochocentista la marcha de los intereses culturales y políticos, en un formato único en el que se daba cabida a todo: historia, arte, filosofía, música, ocio, literatura (diferentes géneros) (35 l. La revista ilustrada se especializaba bien en ciertos temas culturales bien en las noticias de actualidad. A cub rir este último aspecto se entregaban especialmente las dos publicaciones señaladas, cuyos colaboradores -escritores o periodistas-, además de opinar sobre los últimos sucesos políticos acaecidos en España, Norteamérica y otros lugares del globo, expresaban sus particulares visiones de la sociedad coet ánea. Sus intereses, de esta forma, se extendían por una amplia área geográfica, lo que les llevaba con frecu encia a establecer comparaciones entre las realidades sociales de diferentes países (36 l . Pero la pe rcepción política no sólo se materializaba a través de la palabra escrita: las imágenes o grabados, en un momento en que la fotografía es sólo un invento incipiente, enviarán también su propio mensaje m ás o menos explícito. A través de la selección y dibujo de determinados cuadros o imágenes de la v ida cotidiana (más frecuentemente que no la de la clase media-alta) y de más actualidad (Harper's Weekly y La Ilustración _Española y Americana se interesan más por el mensaje que por el medio artístico q ue reproducen 137!) contribuirán a construir una determinada conceptualización de los ritos modernos, en nuestro caso, de las mujeres lectoras. A pesar del talante «abierto» de muchos de sus colaboradores, Harper's Weekly y La Ilustración Española y Americana escogerán la representación de determinadas imágenes que abundan en esa comprensión de la relación del género femenino con el libro señalada en el apartado anterior, y a menudo los comentarios de los grabados dirigen la mirada hacia el dibujo en este sentido. Encontramos así, en primer lugar, a la mujer «maestra» que mira con un volumen en la mano a los niños a los que destina su lectura, en una portada de la revista de Nueva York de 1867 (3 sl. Se trata de ese modelo de educación dirigida «hacia el otro» que tanto molestará a Pardo Bazán, quien subrayará en cambio que no todas las mujeres conciben hijos pero sí «ideas» (39 l. En el grabado, no obstante, aunque la maestra pueda ser célibe, son sus alumnos los que ocuparán el lugar de los hijos. Otro modelo de lectora, repetida principalmente en la revista española, es la que tiene como única manifestación su razón decorativa. En este caso, bajo marcos floridos lee la mujer como pudiera haber estado contemplando el jardín. Es siempre una imagen de orden, ese orden que de nuevo vino a atacar

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la escritora gallega por querer proyectar un falso estatus de estabilidad, discurso que se podría poner incluso en relación con el que la aristocracia y la burguesía, asociadas, hicieron en la segunda mitad del siglo XIX de su propio bienestar, situándose frente al proletariado (4ol. Sea como sea, aquí la mujer es parte del adorno del grabado, participando de la armonía del paisaje dentro de un marco cálido y nada agresivo (41 l. El comentario no hace más que subrayar esta impresión: aunque en el primer dibujo las mujeres leen en la Fuente del Pino, su actividad es completamente olvidada: son un elemento más del lugar largamente descrito, y las únicas palabras que demuestran que se ha reparado en ellas sirven para calificarlas de «elegantes damas de la corte, que admiran aquel paisaje encantador y poético», silenciando su verdadera actitud (figura 1) (42 l. Aunque a las que leen en el mirador veneciano del otro grabado se les reconoce su contacto con los versos de Petrarca, el vocabulario asegura la visión dulce y lánguida de una labor a la que se le ha despojado de cualquier calidad intelectual: lo «gótico», «dulcísimo», «pintoresco», «delicado» y «poético» abunda por doquier. La mujer que recita en alto se apoya con abandono en el balcón y la otra la escucha «enferma» (43 l, De todos modos, es curiosa esta agrupación de las mujeres para la lectura, que observaremos en más ocasiones. También participan de un armónico paisaje la protagonista del dibujo de Davidson Knowles «Camino de la iglesia», que se pasea majestuosa con un libro (44 l, o las que ocupan el grabado que reproduce el lienzo de John C. Dolman «Una novela muy interesante: tomos 1, 11 y lll» (figura 2), ambos en La /lustración Española y "'::J O> Americana. Las elegantes ropas de estas mujeres ü: parecen hacer juego con los anuncios de moda y de productos de belleza que se multiplican en la página final de estas publicaciones. En el caso del último grabado, las tres mujeres sentadas leyendo, cada una un tomo de una novela -«tres amiguitas» que «se entregan al placer de la lectura», según el comentarista-, son un ejemplo de exaltación de lo que entonces se consideraba «feminidad» en la clase media-alta, que incluía los conceptos de elegancia y exhibición. Los perros negros contribuyen a ese adorno de lo femenino, así como la estudiada pose (la languidez de la tercera, los guantes en primer plano en la segunda, la placidez de la primera). Si las facciones de los rostros parecen no diferenciarse, son las posturas, las expresiones y las formas de vestir y de estar con el libro las que resaltan la condición genérica; especialmente llamativa es la aparición del pañuelo en la mano de la tercera lectora (45 l. Y el objeto abordado en sí, la novela, se dibuja como uno de los principales alimentos de la mujer escapista. Quizás porque a este género, especialmente cuando es de tema «romántico» o «gótico», no se le otorgó toda la seriedad que a otros, y porque la mujer era considerada su principal consumidora, se la interrumpe constantemente en su lectura. En el grabado que reproduce los jardines de Versal les, la dama, de nuevo en un marco florido y público (más accesible a la mirada masculina), se sumerge interesada en su pequeño volumen en octavo (por tanto, según la teoría de Stendhal, el libro de la femme de salons) hasta que es interpelada por un hombre que se sienta a su lado y que le impide la continuación de su actividad (45 l. Este hecho es tachado por el comentarista de la revista de «delicada alusión» a «la tradición de la antigua galantería francesa», sin duda por el eco "'O>::J pictórico de las obras de Watteau, ü: Boucher, Fragonard (47 l. N

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El caso es que la mujer demuestra con este tipo de actitudes no ser tomada en serio cuando lee (ni cuando escribe, según muestra el ejemplo de Jane Austen '43 l): el aislamiento que busca Jane Eyre cuando consulta la History of British Birds no es respetado por «Master Reed», que la interrumpe brutalmente 149 !, una actitud masculina que contribuirá a la alta valoración de la lectura en solitario por parte de la población femenina ' 5ºi. La atención que la mujer busca prestar a su libro se ve muchas veces redirigida por la sociedad hacia otras materias '51 l, en el caso de nuestro grabado hacia el terreno sentimental. El hombre que mira a la mujer se fija más en su belleza que en su lectura, considera el libro como un objeto de adorno: dado que su contenido tiene carácter escapista, pierde cualquier tipo de importancia. A la lectura de la población femenina se la tacha de efímera, sin necesidad del alejamiento indispensable para la actividad intelectual '52 i. Sin duda, la feminización del público lector de novelas confirmaba prejuicios sobre su inteligencia y se concedía a las mujeres menos capacidad intelectual por ser «seres frívolos y emocionales» t53 i_ La sociedad patriarcal rechazará el modelo de mujer sumergida en pensamientos abstractos y arduos, como es el caso de Mary Bennet de Pride and Prejudice, a quien se considera aburrida '54 i. Ahora la burguesía decimonónica preferirá, en palabras de Pardo Bazán, una mujer, aunque no instruida, «algo educada, sobre todo en lo exterior y ornamental» ' 55 i, pero sin perder esa virginidad e inocencia que se supone congénita en su naturaleza '56 l. Esa cualidad es sin duda una de las que intentan preservar los curas que aparecen en el Harper's Week/y «corrigiendo» la lectura de la mujer (figura 3). En este caso, la revista americana dirigirá una mirada crítica hacia esta censura, que achaca al catolicismo de los países meridionales y su Inquisición (la mujer burguesa a la que regaña el clérigo tiene una mantilla española) 157 i. El mismo rechazo que dirige contra ese monje que reprende a una joven de otros tiempos porque tiene una biblia en las manos -en otro grabado-, y que hace que, aunque la revista defienda el derecho de la mujer a tener conocimientos, la considere demasiado influenciable y fácil víctima de ciega sumisión a la Iglesia 158 i. Es negativo que los propios párrocos puedan escribir cartas de amor debido a esta ignorancia (en el caso del grabado de la campesina que dicta al anciano expectante t 59 l), además de escuchar sus pecados, seleccionar libros y estampas y aconsejar lecturas devocionales. En este sentido, Harper's Weeklyestablecerá interesantes comparaciones entre la realidad de su país y la que cree obseNar en la Europa católica, y, curiosamente, los clichés de su mirada serán a veces apropiados por la revista española en sus reproducciones más costumbristas '6 ºi. En La /lustración Española y Americana encontramos también dos interesantes grabados de mujeres leyendo libros devocionales en la iglesia, aunque esta vez con la aprobación del comentarista 161 l: con frecuencia, la relación entre la mujer y el libro aparecía mediada por la religión. Pero, sea como sea, la censura libresca estaba todavía vigente para la mujer, y esta será otra de las realidades que rechace Pardo Bazán (evitando el espinoso tema religioso) debido a la limitación que impone a sus conocimientos y a su desarrollo personal 162 l. Más ambivalente es el grabado del Harper's Weekly en el que una mujer lee un libro mientras sostiene con la otra mano un plumero (figura 4) 163 l. El entorno es de riqueza, como suelen ser los interiores de las casas que reproducen estos dibujos, y a lo lejos se ve la ventana, y

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en el suelo un instrumento musical. La ambivalencia del mensaje proviene de la postura de la lectora y de sus alrededores. Por un lado, el que la lectura se produzca en un ambiente doméstico nos recuerda que se consideraba «no natural» que la clase trabajadora de género femenino desarrollara su actividad fuera de esta esfera, y también que el término «hogar» no dejaba de conllevar una serie de connotaciones que hoy tacharíamos de «conservadoras» {54l, Pero, por otro lado, la imagen proyecta también la positiva lucha de la mujer por hacer un hueco en sus faenas para sostener un libro. E incluso aunque este tenga contenido escapista (y no deja de tentar hacia esta apreciación el hecho de que se vea una ventana -símbolo de huida- con el cielo al fondo (55 )), la figura solitaria demuestra una cierta autonomía en poder disponer de tiempo y de espacio (sobre el que muestra su dominio, sentada con seguridad en una cómoda silla de la casa (55 l) sin necesidad de alguien que le ayude en esta actividad (ahora la mujer sabe leer). Aun con el plumero en la mano, este acto de leer supone un momento en que el lector está solo y alejado de la vida doméstica o pública (67 ). Además, la feminización del público lector también conllevó una mayor valoración del placer que producen los libros, pues en la mujer significan más el ejercicio del gozo que del deber, y este tipo de imágenes serán las que consagren la noción del lector silencioso en la población femenina. Esto no deja de poseer, de nuevo, su lado ambivalente: la mujer aquí consume pasivamente, y no es capaz de dejar de tener presentes las actividades de la casa {5sl. Además, esta actividad puede ser consecuencia del tedio, de la aburrida inactividad o de la falta de divertimiento que supone limpiar unos muebles (el instrumento musical, en este sentido, parece otra invitación recreativa). En la misma línea, también Pardo Bazán criticará el tedio al que se ven sometidas las mujeres que no adquieren una educación (69 ). Fuera del pasatiempo lector, la Emma Bovary decimonónica sólo encuentra más tedio, lo que la obliga a buscar nuevas vías de escape cuando se le prohíbe leer {7 o) . En este sentido, la lectura podrá ser bendecida socialmente si evita otro tipo de males, aunque, indirecta y reversivamente, sea también la causa de ellos. Con igual ambivalencia se presenta la otra solitaria mujer lectora que aparece en Harper's Weekly: esta vez se trata de la dama americana que estudia para lograr un título académico (figura 5). De la modernidad y al mismo tiempo «perturbación» que supone esta nueva imagen habla el insólito cigarro en la mano de ella y el desorden (¿simbólico?) de su cabello y de su habitación. Otro grabado contrasta más abajo con la misma mujer retocada tocando el piano. Es decir, a pesar de la aceptación del «asombro» (la mujer estaba haciendo cosas que hasta entonces pertenecían al universo de lo masculino), y como se encarga muy bien de dejar claro el comentarista del grabado, al final el orden vuelve por sus fueros y la «naturaleza» se impone cuando la mujer aborda el instrumento musical ataviada de un elegante parasol, un sombrero de moda y unas pequeñas y delicadas botas (71 l. Pero al menos se reconoce que la lectura no tiene por qué formar parte de la «recreación artística» (el título del segundo grabado, en el que se toca el piano), y, en el texto, que incluso las mujeres del servicio doméstico pueden dedicarse a aprender a través de los libros ml. No obstante, la imagen del estudio de la joven del grabado se ve inevitablemente acompañada por una cómoda de fondo, con los cajones abiertos y asomando la ropa, esos elementos que parecen ser apéndices de la condición femenina, y que la mujer se ve impelida a descuidar cuando se dedica a otros menesteres. Finalmente, nos queda tratar dos sugerentes imágenes de lectura colectiva que aparecen en La Ilustración Española y Americana. La primera muestra el salón de una gran biblioteca -seguramente, por la exhuberancia desplegada, posesión de una familia de

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