\"La Ilustración británica y su filosofía de lo posible: Limitación de las facultades y del progreso humano\"

June 13, 2017 | Autor: Andrés Monares | Categoría: Ilustración, Modernidad, Economía crítica
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Andrés Monares

REFORMA E ILUSTRACIÓN Los teólogos que construyeron la Modernidad

2da. edición revisada y aumentada

Editorial

Ayun

LA ILUSTRACIÓN BRITÁNICA Y SU FILOSOFÍA DE LO POSIBLE: Limitación de las facultades y del progreso humano “…porque nadie se atreverá, movido de su temeridad, a intentar más de lo que su vocación le permite, sabiendo perfectamente que no le es lícito ir más allá de sus propios límites” Juan Calvino

Presentación Los intelectuales pertenecientes a la Ilustración Británica, aplicaron interpretación acerca de que el pecado original implicó una total corrupción de la humanidad, entendieron que cuanto realizaran los individuos no podría superar el mero nivel de la perversión. Pero, a su vez, sostuvieron que era una obligación religiosa dedicar las facultades humanas, por mínimas que fueran, a la búsqueda de lo “útil” en su sentido material. Tal sería la respuesta obvia de del pecado en cada cual.

la utiliza para elaborar sus teorías del conocimiento, del derecho y política; y con posterioridad, Adam Smith dará cuenta de dichas ideas en su sistema moral y en la aplicación de ellas al ámbito productivo-comercial. En todos los autores nombrados se tiene la misma idea básica: el pecado en tanto factor de limitación irremediable. Sin embargo, esa inexorable situación no deja de implicar un deber, una ética. Cabe señalar que, más allá de los hechos políticos que dieron lugar al a los tres autores citados como británicos. Se seguirá un criterio sociocultural todos ellos son miembros del movimiento de la Ilustración Británica. No de un iluminismo inglés o escocés separados y diferentes. Tal uniformidad, más tradición anglosajona-reformada. 367

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Con sus trabajos, dichos intelectuales pondrán fin a la vigencia de otra corriente filosófica. Ella planteaba la posibilidad de progreso individual y social, a través del adelanto paulatino de las facultades racionales y morales. De hecho, al primario ataque de Juan Calvino en el siglo XVI contra las teologías y filosofías que reconocían aquellas capacidades, prosigue el de los ilustrados en los dos siglos siguientes. De entre ellos, los británicos serán los pioneros de esa feroz crítica y sus más importantes protagonistas. El calvinismo en la Ilustración Británica Durante la segunda mitad del siglo XVI, la teología de Juan Calvino fue expandida desde Ginebra a parte de Europa Occidental. Sus dogmas se pueden resumir en tres aspectos centrales: la manifiesta omnipotencia de la Deidad, las consecuencias del pecado original en la humanidad y una ética o forma de vida cristiana-calvinista. A saber: • Por su infinito poder Dios creó al mundo, y a través de su Providencia, lo gobierna de forma constante. Todo cuanto ocurrió, ocurre y ocurrirá es obra de esa determinación y acción divina. • El pecado original provocó la corrupción absoluta de los individuos. En virtud de tal degeneración, son irremediablemente malvados y su entendimiento limitado está encadenado a lo terrenal. • La vida está predeterminada por Dios y no es un fin en sí misma; debe estar dirigida a glorificarlo cumpliendo Su voluntad. Esta ética obliga a dar el máximo provecho a las (limitadas) potencialidades humanas, al ser medios puestos al alcance de los individuos por la divinidad.

R. H. Tawney (1959) y Robert Merton exponen el proceso por el cual el calvinismo se impondrá en Inglaterra de la mano del llamado “movimiento puritano”. Ya para el siglo XVII, esa interpretación específica de la doctrina del reformador francés se habrá consolidado. Por su parte, tempranamente durante la segunda mitad del siglo XVI, el pueblo escocés se había identificado con la calvinista iglesia presbiteriana (Durant 1969. Lindsay 1986). El “espíritu” que conllevaba el movimiento marcó de forma profunda al pueblo de las islas británicas y a sus instituciones. Incluso, o con mayor fuerza, su vida intelectual se nutrió ávidamente de esa poderosa influencia.1 1

El papel y la importancia del puritanismo en la conformación moderna de Gran Bretaña se puede encontrar, además de en Tawney y Merton, en los textos de George Trevelyan, Hilaire Belloc, Günther Barudio y Arturo Paterson.

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El proceso de desarrollo del “puritanismo” había comenzado a fines del siglo XVI. Entre las diferentes confesiones cristianas que se habían separado del papado, poco a poco se empezó a generalizar un “espíritu” religioso específico. Se hicieron comunes a todas esas iglesias la doctrina respecto de Dios y el ser humano, y una particular actitud de vida de raíces calvinistas. A pesar de estar separados en diversas agrupaciones religiosas —con sus ceremoniales y organización eclesiástica diferentes, y no pocas veces enfrentados por disputas políticas o teológicas—, los cristianos no católicos de las islas británicas compartirán una misma cultura piadosa básica. Ella estaba conformada por los tres aspectos antes nombrados de la teología del reformador francés. Los filósofos ilustrados ingleses y escoceses materializaron el espíritu puritano en sus obras. Guiados por esa interpretación de las consecuencias del pecado original en la humanidad, trabajaron en base al entendido de que se puede alcanzar un desarrollo muy limitado en cuanto nivel intelectual y moral. De tal forma, su noción de “progreso” se enmarca dentro del estado de corrupción y del margen mínimo a que da lugar la “caída” de Adán y Eva. Empero, para esos pensadores el asumir lo insignificante de las posibilidades humanas, no conllevará adoptar una actitud pasiva, ni pesimista. Muy por el contrario. Establecieron que era una obligación religiosa esforzarse por utilizar de manera fructífera esos medios escasos.2 En tal sentido, el “ascetismo” calvinista activo y agresivo descrito por Max Weber para lo productivo-comercial, es en realidad una actitud que los fieles tendrán que adoptar frente a cualquier ámbito de sus vidas. La “maximización” de los recursos (humanos y materiales), será una obligación ética que es agradable a Dios y a la vez conforme a Su voluntad. De hecho, la propia divinidad dispondría sabiamente de los mejores medios para hacer cumplir Sus propios fines. Se debe señalar que esa concepción reformada-ilustrada, conlleva también una dura crítica a la filosofía escolástica y a su interpretación de la tradición griega clásica. Para los ilustrados, es central circunscribir 2

Es interesante constatar la materialización de esa ética en el lenguaje: en inglés no se pregunta si se sabe hacer algo; sino, si se puede hacer algo. La pregunta en castellano no implica de por sí realizar ese saber, puede aceptar una respuesta teórica o especulativa. En cambio, en inglés se consulta derechamente por la capacidad de llevar a cabo una acción. Cuando Alain Peyrefitte compara la innovación (técnica y económica) en países católicos de habla romance con Inglaterra —más allá de lo maniqueo de su análisis y de su abierta anglofilia—, destaca que mientras en aquellos se discute y se debe probar la conveniencia de innovar, los anglosajones simplemente lo hacen y además lo celebran.

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el conocimiento a las “cosas terrenas” o “útiles” (hablando en términos materiales); y, dejar de lado cuestiones incompatibles con el actual nivel del entendimiento. Malgastar tiempo y esfuerzo en imposibles, por supuesto que es una actitud inconducente. Además es hasta pecaminosa, dado que implica despreciar los dones y medios entregados por la Deidad. En estas conclusiones, los pensadores iluministas siguieron una vez más a Calvino. Para el reformador la “pequeñez” de “nuestra humana capacidad”, hace inalcanzables todo tipo de “misterios espirituales” y con mayor razón “las cosas de Dios”. Dichos ámbitos incluyen cuestiones “infinitas” y están totalmente por encima del poder de las facultades de una humanidad “finita”: “¿De qué sirve, entonces, atormentarnos por saber cuándo fueron creados los ángeles, y otras cosas secretas que hay en los cielos, más allá de las estrellas y de los planetas? (…) no demos lugar a nuestra curiosidad, ni nos entreguemos al estudio de cosas inútiles. Y ya que el Señor nos quiso instruir, no en cosas vanas, sino en la verdadera piedad, que consiste en el temor de su nombre, en la perfecta confianza en Él, y en la santidad de vida, démonos por satisfechos con esta ciencia” (Calvino 1988: 99).3

El clero puritano y la intelectualidad puritana laica, como era de esperar, también se harán parte de “la campaña calvinista contra la curiosidad teológica”. Cruzada dirigida con especial fuerza y atención contra el catolicismo. En el ministro y catedrático William Perkins, se tiene un ejemplo del rechazo a la atrevida inquisición humana. El autor, quien “había adoptado incondicionalmente” las enseñanzas de Calvino, escribió respecto a las dudas en cuanto a los ángeles: “investigar quiénes o cuántos son de cada orden no es una tarea nuestra; como tampoco debemos inquirir con curiosidad cómo se los distingue” (Walzer 2008: 177). Argumentos similares se encuentran en el poeta puritano John Milton, quien en El paraíso perdido (1667) reafirma la ortodoxia a través de la conversación entre el Arcángel Rafael y Adán. Este último le manifiesta algunas dudas al primero, pero aclara que “no para inquirir los secretos de su eterno imperio [de Dios], sino para más glorificar sus obras”. A lo que Rafael contesta que, si ni el lenguaje seráfico alcanza para “referir las obras del Omnipotente”, menos podrá el “espíritu humano comprenderlas”. Rafael está autorizado a contestar algunos de los requerimientos de Adán, si bien siempre bajo el entendido de que “no pasen de ciertos límites”: 3

Esta posición acerca de la incognoscibilidad divina, también se encuentra en la tradición católica. Pero, como más adelante se expondrá, diferentes pensadores papistas propusieron el deber y la posibilidad de alcanzar aspectos de lo divino.

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“...fuera de ellos no indagues más; no desvaríes con la esperanza de profundizar misterios ocultos, que el invisible Rey, único que lo sabe todo, ha rodeado de tinieblas tan impenetrables a los que viven en la tierra como en el cielo (...) El Cielo está muy sobre tí para que puedas averiguar lo que acaece en él (...) conténtate con cuanto te ha sido revelado, no sólo con respecto a la tierra, sino al más elevado cielo” (Milton 1997: 137 y 153. Las cursivas son nuestras).4

Para el calvinismo de las islas británicas, era evidente el efecto de la “caída” en la inteligencia (y la voluntad).5 El pecado original había cerrado el camino a todos los “misterios espirituales”. En cuanto a cuestiones de ese tipo —e incluso a algunas terrenales—, la humanidad quedaba a la expectativa de que la Deidad se dignara revelárselas a quienes, en su misterioso y siempre justo arbitrio, había elegido para ello. La Filosofía de lo que es Isaac Newton, John Locke y Adam Smith elaborarán, para cada esfera de su interés, un tipo de filosofía a partir de la visión puritana. Sin embargo, sus propuestas son eminentemente éticas. Los autores se hacen eco de la obligación de todo fiel reformado de aplicar en la práctica, las potencialidades que todavía subsisten entre los individuos, luego de la “caída” por el pecado original o en el “presente estado de la humanidad”. Desde esa piadosa perspectiva, abandonarán las pretensiones racionales y morales consideradas más elevadas. Tal actitud vino a significar su aceptación de objetivos muy específicos para la conducta, entendida ésta a modo de “ascetismo” o misión terrenal establecida por la Deidad. Los argumentos de los pensadores iluministas consolidaron el dogma calvinista: los individuos estarían atados de modo irremisible a su “estado actual”, depravado y terrenal. La filosofía ilustrada británica no sólo fue una corriente empirista que trabajó en base a lo real o a los datos del mundo. A su vez hizo a la filosofía realista, al alejarla de metas consideradas imposibles.

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Del texto se deja leer que Milton hace un juego entre el “cielo” astronómico y el teológico: ambos están más allá de la capacidad y de la conveniencia de conocimiento humano.

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En el continente, lo mismo sostienen ilustrados como Jean-Jacques Rousseau e Immanuel Kant.

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Cuando el antropólogo Clifford Geertz se refiere a las religiones, señala que su “ethos” (“deber ser”, “ética”) y su “metafísica” se ven relacionadas de manera intrínseca: “El poderosamente coercitivo ‘deber ser’ [“ethos”] se siente como surgido de un amplio y efectivo ‘ser’ [“metafísica”]”. Si bien sería posible imaginar un pueblo que construya “todo un sistema autónomo de valores independientemente de toda referencia metafísica, es decir, una ética sin ontología, en realidad no hemos encontrado semejante pueblo” (Geertz 2000: 119). Las obligaciones devotas de la vida cotidiana se derivan de definiciones metafísicas. En otras palabras, las obligaciones o “la manera [en] que uno debería comportarse mientras está en el mundo”, surgen de lo que los grupos caracterizan como el verdadero ser o condición de la humanidad: “ambos ámbitos se complementan recíprocamente y se prestan significación el uno al otro”. En el caso puritano, ese verdadero ser es la irremediable corrupción por el pecado original: “...el ethos se hace intelectualmente razonable al mostrarse que representa un estilo de vida implícito por el estado de cosas que la cosmovisión [“supuesta estructura de la realidad”] describe, y la cosmovisión se hace emocionalmente aceptable al ser presentada como una imagen del estado real de cosas del cual aquel estilo de vida es una auténtica expresión” (Geertz 2000: 118. Las cursivas son nuestras).6

Isaac Newton Se puede señalar que la Ilustración comenzó en Inglaterra, cuando el autor soluciona el problema básico de una época y nación de una intensa religiosidad reformada. Sus investigaciones en el ámbito físico, estaban dirigidas a corroborar la existencia y omnipotencia de la divinidad. Una vez probado lo anterior, dedujo el consecuente dominio providencial del universo para hacer cumplir el plan de la Deidad. Cuando Newton agregó la matemática y la medición al proyecto empírico-inductivo de Francis Bacon, perfeccionó la metodología para demostrar por medio de la filosofía natural la doctrina de Calvino. Al seguir a Bacon, entendió que los hechos naturales (causas segundas) serían medios 6

La “cosmovisión” de un pueblo, explica algo más extensamente el autor, es “su retrato de la manera en que las cosas son en su pura efectividad; es su concepción de la naturaleza, de la persona, de la sociedad [y, por cierto, de sus divinidades]. La cosmovisión contiene las ideas más generales de orden de ese pueblo” (Geertz 2000: 118).

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providenciales de Dios (causa primera). Por eso Newton afirmará: “Esto respecto a dios de quien, efectivamente, corresponde hablar en filosofía natural a partir de los fenómenos”. Luego, por su fe en tales dogmas, el autor aceptaba la sola posibilidad de reconocer cuanto se refería a lo divino. Cualquier otra pretensión del entendimiento en relación a dicho ámbito, hubiera sido caer en la “ciega necesidad metafísica” romanista. Se conformó así con deducir desde los fenómenos la existencia de Dios: si hay Creación, hay Creador. Dada la omnipotencia del Ser Supremo, cada acontecimiento natural sería efecto de su voluntad y poder: “…nosotros no tenemos idea de los modos con los que dios sapientísimo siente y entiende todas las cosas (…) mucho menos tenemos una idea de la sustancia de dios. A éste le conocemos tan sólo por sus propiedades y atributos y por las sapientísimas y óptimas estructuras y causas finales de las cosas” (Newton 1987: 784).

Esa aceptación de la impotencia de las facultades racionales, para alcanzar la esencia divina y otros asuntos referidos a Dios, también determinará el uso de la matemática y la medición. Para Newton estas representan los mejores medios para realizar demostraciones; pero, en tanto métodos humanos. O sea, en tanto técnicas corruptas: “Pues todo discurso sobre dios se produce mediante alguna semejanza a partir de las cosas humanas, ciertamente no perfecta, pero algo semejante” (Newton 1987: 784-785). Por ende, esas técnicas sólo dan cuenta de lo cuantificable. El autor tampoco pretende conocer la “sustancia de alguna cosa”. Simplemente plantea medir sus “atributos”: peso, longitud, volumen, velocidad, etc. Al proponer el límite del conocimiento, establece los actuales conceptos científicos de realidad y verdad. A su vez, se desliga de la “ciega necesidad metafísica” o de la pregunta por la cosa en sí. De ahora en más, conocer será medir. Al tener en cuenta la teología de Calvino, se podrá concluir que la filosofía experimental de Newton, aparte de ser un deber (demostrar la existencia de Dios y su manifiesta omnipotencia), es la única posibilidad de los depravados humanos. Sin embargo, dentro de la concepción puritana el “saber” tendrá que enfocarse a un fin práctico. El mandato de Dios a la humanidad fue “Fructificad y multiplicaos”, mediante el sometimiento de la tierra y el ejercicio de la potestad sobre el resto de los seres creados (Gn 1, 28). De ese modo, la investigación buscará cumplir ese mandato a través de la aplicación técnica del saber. Tal como había concluido Francis Bacon, el conocimiento seguía siendo poder sobre la naturaleza. 373

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Newton tampoco escapó de esa meta utilitaria y estuvo lejos de eludir la posibilidad de que sus investigaciones puras pudieran contribuir a la solución de problemas técnicos o prácticos. Cuestión obvia y común entre los filósofos naturales puritanos. De hecho, el autor habría relacionado sus estudios acerca de los movimientos de fluidos con la construcción de barcos, la gravedad con las mareas, el movimiento con la balística exterior y la astronomía con el problema de la longitud en navegación (Merton 1984).7 John Locke En su concepción del “entendimiento”, este filósofo moral inglés asume su limitada capacidad a modo de un principio básico: “la comprensión de nuestros entendimientos se queda muy corta respecto a la vasta extensión de las cosas”. Por lo cual, con humilde piedad, afirma que los individuos han de estar “satisfechos con lo que Dios ha creído que les conviene”. Acepta por motivos religiosos, como una condición dada y real, la limitación racional. Las “capacidades son adecuadas a nuestro estado y a nuestros intereses”; de donde “quizá aprendamos a conformarnos con lo que nos es asequible en nuestro presente estado”, envilecido a raíz del pecado original. No obstante tal limitación, planteará un ámbito donde sí es adecuada y fructífera dicha facultad: “No tendremos motivo para dolernos de la estrechez de nuestras mentes, a condición de dedicarlas a aquello que puede sernos útil, porque de eso son en extremo capaces. Y será una displicencia imperdonable así como pueril, si desestimamos las ventajas que nos ofrece nuestro conocimiento y si descuidamos mejorarlo con vista a los fines para los cuales nos fue dado, sólo porque hay algunas cosas que están fuera de su alcance” (Locke 1986: 19).

Dada la debilidad del entendimiento, este debe ser enfocado “a los fines para los cuales nos fue dado” por Dios. Ese objetivo que sí estaría a su alcance, es el “dominio” de la naturaleza. De esa manera, los individuos podrán procurarse lo “útil” a fin de acceder a la “comodidad”. Pues, justamente, es la razón la facultad que “sitúa al hombre por encima del resto de los seres sensibles y le concede todas las ventajas y potestad que tiene sobre ellos”. Otro 7

Para el tema de la aplicación práctica del saber con fines religiosos por los filósofos naturales de las islas británicas en los siglos XVII y XVIII, ver además de Merton los textos de Stephen Mason y David Noble (si bien éste niega el espíritu práctico en Newton y no considera la doctrina de la limitación racional un fundamento de lo que llama “religión de la tecnología”).

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tipo de uso sería extralimitar las disposiciones humanas y perder el tiempo en imposibles. Por eso Locke —al igual que Calvino, Bacon y Newton—, rechaza el “vasto océano del ser” o la metafísica en su sentido greco-medieval.8 Asumiendo los dogmas cristianos, Locke acepta la expresión de la divina voluntad acerca del género humano: “Fructificad y multiplicaos” (Gn 1, 28). Y a ello integrará la visión específicamente utilitaria del puritanismo. Así, para cumplir tal mandato, los individuos serían guiados a través del entendimiento y los instintos a la “autopreservación” y a un “fuerte deseo de propagar su especie”. En consecuencia, buscarán por medio de su razón lo “útil” para procurarse la “comodidad”. De esta suerte, por ser el objeto natural del entendimiento y por ser una obligación religiosa —ambos asuntos, diferentes expresiones de lo mismo—, es un deber tender al logro de ese accesible propósito ético utilitario. La limitada capacidad racional determinada por Dios, es el medio adecuado para llevar a cabo Su propia voluntad. Por eso Locke concluirá: “La candela que nos alumbra a nosotros brilla lo bastante para todos nuestros menesteres”. Adam Smith El moralista escocés también asume el principio de la corrupción humana por el pecado original. Según él, para hacer cumplir su plan en la esfera moral, Dios no confió en la “lenta e incierta determinación de nuestra razón”. El mundo depravado necesitaba de un medio eficaz para refrenar la perversidad. Entonces, para controlarla y realizar sus deseos, la Deidad insertó una naturaleza moral en los individuos: los “sentimientos morales”. Si estos no existieran, “una persona entraría a una asamblea de personas igual que a una jaula de leones”: “…aunque el hombre está naturalmente dotado de un deseo del bienestar y la preservación de la sociedad, el Autor de la naturaleza no ha confiado a su razón el descubrir que una aplicación punitiva determinada es el medio apropiado para alcanzar dicho fin; en cambio, lo ha dotado con una aprobación inmediata e instintiva de la aplicación que es más conveniente para alcanzarlo” (Smith 1997: 168). 8

“…entrar en el vasto océano del ser, como si ese piélago ilimitado fuese la natural e indubitable posesión de nuestro entendimiento (…) Así, los hombres extienden sus investigaciones más allá de su capacidad, y permiten que sus pensamientos se atrevan en aquellas profundidades en que no encuentran seguro apoyo…” (Locke 1986: 20).

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Con posterioridad, Smith aplicó su esquema moral al ámbito productivo-comercial. Lo entendió en tanto una forma de cumplir con los “dos mayores propósitos de la naturaleza [léase Dios], el mantenimiento del individuo y la propagación de la especie”. Es decir, el “Fructificad y multiplicaos” del Génesis. En su contexto, era evidente para el filósofo escocés el rol jugado por la producción material y el comercio en la supervivencia del género humano. Mas, los individuos corruptos no eran los indicados para encargarse de forma consciente de esa tarea. No serían racionalmente capaces o la harían fracasar, por acción u omisión, dada su naturaleza depravada. La solución que dedujo Smith, fue que la naturaleza comercial “inmediata e instintiva”, guiaría a la humanidad para que alcanzara los fines divinos. Desde tal punto de vista, que no era otro que el de Calvino, el trabajo va a adquirir un carácter ético con fines de glorificación (no de búsqueda de la salvación). El consecuente progreso material, fruto de esa actividad, se convertirá en señal del agrado divino. Por la corrupción racional y moral, la búsqueda de la comodidad o bienestar material mediante la riqueza, será el devoto fin del trabajo. Este será el modelo y/o deber de la conducta individual. Esta ética religiosa y su objetivo, serían las adecuadas para seres degenerados por el pecado. Para Smith, como se ha visto de forma recurrente entre sus compatriotas ilustrados, el “Autor de la naturaleza” pondría al alcance de la humanidad los mejores medios —la naturaleza moral o los “sentimientos morales”—, para lograr los fines estipulados en Su plan. La Filosofía de lo ideal El triunfo de la devota concepción ilustrada supuso no sólo el olvido, sino asimismo la pérdida de legitimidad y hasta la condenación de otro enfoque filosófico. Este reconocía la condición perfectible de las facultades racionales y morales. Por consiguiente, proponía la posibilidad de su progreso integral. Esas ideas desarrolladas primariamente en la Grecia Clásica, fueron interpretadas y mantenidas vigentes por los teólogos y filósofos cristianos durante el medioevo. En todo caso, aquí se cree que la confianza en las capacidades humanas y su perfectibilidad, puede ser sostenida sin hacerla depender de fundamentos religiosos.

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Aristóteles planteó que era parte de la naturaleza humana la búsqueda de un fin: la “felicidad”, el “Bien Soberano”. La razón y la voluntad eran los medios para alcanzarla. Pero, la primera determinaba los caminos a tomar por la segunda en la consecución de la felicidad. Desde esa concepción, las personas pueden buscar el fin de la vida de forma consciente y reflexiva. Esto se convierte en la meta natural de la humanidad. Cualquier acción en contrario sería antinatural y sin sentido. La existencia era definida a modo de un camino racional, el cual también implicaba un progreso moral, hacia ese “Bien Soberano”. No habría depravación innata, sino una posibilidad real de una progresión consciente. Rechazar esa vía a la felicidad y la perfección, sería una opción (absurda, pero) posible por la libertad de la voluntad. Durante el último período de la Edad Media, una vez que los sabios musulmanes den a conocer los escritos de Aristóteles en Europa, la Escolástica cristianizará las ideas del filósofo macedonio. Su esquema no fue alterado en su mecánica de medios y fines, pero el “Bien Soberano” sería ahora identificado con Dios y todo lo referido a Él. Por ejemplo, Nicolás de Cusa propondrá en el siglo XV el avance hacia el conocimiento de lo divino y el mejoramiento moral que ello conlleva para la humanidad pecadora. Caracterizó ese camino como la pretensión de que lo “finito” alcanzara lo “infinito”. En el fondo, su propuesta rescata la posibilidad de un progreso sin fin hacia la verdad (y la Verdad o Dios) y la perfección moral (y el Bien o Dios). Su aporte no fue estrictamente místico, de igual modo fue un sólido fundamento teóricopráctico. En los dos siglos siguientes, seguidores del autor fueron filósofos naturales cristiano-latinos de la talla de Nicolás Copérnico y Galileo Galilei. Ellos guiaron su trabajo científico basados en la pretensión de alcanzar lo divino (Espoz 1999 y 2003). No debe olvidarse que el propio Cusa era afecto a la filosofía natural. Antes de él, entre otros, el sabio franciscano Buenaventura propuso en el siglo XIII la vía racional para llegar a la “Sabiduría” divina, por medio de la investigación de sus “vestigios” en el universo. Lo mismo hará Giordano Bruno trescientos años después. Por esos y otros muchos ejemplos, aquí se habla de un pensamiento medieval y no de autores particulares. Parte de la tradición de los teólogos e intelectuales de la Edad Media, lo que es obvio en todo cristiano, era aceptar el dogma de la corrupción por el pecado original. Pese a lo cual, en general, no llegaron al punto de declarar la pérdida irremisible de las facultades del género humano. Es más, esa corrupción no termina con la posibilidad de buscar a Dios. Un ejemplo de ello se tiene en el Proslogio de Anselmo de Canterbury en el siglo XI. En el Capítulo I del texto, queda en evidencia el profundo conflicto surgido de la 377

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búsqueda de la “luz inaccesible” para alguien “lleno de miseria y debilidad”. A pesar de ello, el pecador igualmente emprende el fin dado por el propio Dios a su existencia (Fernández 1980). Esta concepción acerca de las reales potencialidades del género humano —que hoy se la tiene por ideal—, se puede encontrar no sólo en textos teológicos y/o filosóficos. Al ser una creencia viva se reflejó incluso en la literatura. En el siglo XIV, Dante Alighieri afirma en su Divina comedia por voz de un personaje del Purgatorio: “Bien ves que la conducta depravada / es la causa que al mundo torna inmundo, / no que nuestra naturaleza esté dañada” (Purg. XVI. 101-105). De lo cual se entienden sus constantes alusiones al “libre albedrío”. Tres siglos después, la misma idea de la existencia y capacidad de las facultades humanas, se puede encontrar tardíamente en Miguel de Cervantes. Por medio de Don Quijote el autor expresa: “que es libre nuestro albedrío, y no hay yerba ni encanto que le fuerce”.9 La tradición medieval creyó posible —dada la acción de la “gracia cooperante” y luego de la “redención” humana por la muerte de Jesús—, emprender un camino en el cual fueran mejorando las facultades racionales y las herramientas de conocimiento. Mismo progreso que podía obtenerse con las facultades morales. Visto así y tomando en cuenta la obligación religiosa de tender a Dios, la idea de progreso forma parte central de la tradición filosófica medieval. Precisamente, ahí radica lo que de manera vulgar se denomina su idealismo. La vida era considerada según la norma de la excelencia, o sea, según los criterios derivados de lo divino. Dicha tradición mantuvo firme la esperanza en el género humano, en sus capacidades y posibilidades. Esa actitud de confianza, es cierto que llevó en ocasiones a meros ejercicios intelectuales y a una metafísica vacía, representada por las extremas sutilezas silogísticas. Mas, debe quedar claro, ese tipo de discusiones no fue la tónica de toda la filosofía medieval. Únicamente fue una especie de exageración de algunas escuelas. De tal modo, aquí se cree llegada la hora de separar a los filósofos de real valer de la Edad Media, de los ramplones medievales repetidores de textos y de los amantes de las complejidades formales. Asimismo, se hace necesario diferenciar dentro de la propia obra de Aristóteles, entre los aspectos ya superados y los que aún pueden resultar útiles.10 9

No deja de ser gráfico para la identificación de una tradición filosófica latina, las afirmaciones de un italiano y un español. Más todavía, cuando Calvino sostuvo que “el nombre de ‘libre arbitrio’ ha quedado siempre entre los latinos como si el hombre permaneciese aún en su integridad y perfección”.

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Frances Yates expone el caso tardío de los gramáticos protestantes del Oxford isabelino, quienes tomaron parte de la obra de Aristóteles y la elevaron a verdad indiscutible, limitándose a simples análisis

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Para la mentalidad actual —empapada de conceptos y del espíritu de la Ilustración—, las teorías medievales parecen irrealizables. Están llenas de misticismo y persiguen ideas demasiado sublimes. Por ejemplo, el juicio estético moderno sobre una obra de arte, no toma en cuenta que ella sea un medio para educar en alguna virtud. Ello sería tan sólo una opción entre muchas y francamente un punto poco o nada relacionado al arte. Por el contrario, en el contexto medieval esa y otras actitudes idealistas no implicaban ningún problema. Muy por el contrario. Al ser un imperativo buscar el bien, la verdad y la belleza o a Dios, toda la vida se concebía desde referentes arquetípicos (Huizinga 1997. Tawney 1959). Ser absolutamente realista o pragmático, es lo que hubiera parecido grotesco y sin sentido. Esa visión idealista se muestra con claridad, al analizar la filosofía dominante acerca de la sociedad de la Edad Media. Esta planteaba la funcionalidad del “organismo social”. Cada persona debía cumplir una tarea o función necesaria a la supervivencia y buen vivir del conjunto. La felicidad podía ser alcanzada y se buscaba de forma consciente por la comunidad toda y por cada persona. De donde la vida colectiva conllevaba y obligaba a relaciones sociales solidarias. En específico, la Política aristotélica fue reinterpretada fundamentándose en el apóstol Pablo (1 Cor 12,12-31 y 13,1-13). Para él la Iglesia, en tanto la comunidad de fieles, es “un solo cuerpo” conformado de manera diversa y donde cada parte es necesaria al funcionamiento y bien de la colectividad. Siendo la “caridad” (el amor), la que debe guiar los actos humanos en esa solidaria vida en común. De más está recordar las innumerables ocasiones en que el ideal se ignoró, se deformó y hasta se violó con descaro. Empero, el fundamento era la real posibilidad de los grupos humanos para progresar racional y moralmente hacia la felicidad o el “Sumo Bien”. Era un principio conocido, aceptado y que se materializó de modo efectivo de una u otra manera en la realidad.

formales o a sofisticados ejercicios argumentales (...se puede ver que la filosofía posmoderna no es tan reciente). Giordano Bruno habría polemizado, en La cena de las cenizas, con dos de esos nuevos y mediocres aristotélicos de Oxford; y basta ver sus respuestas, para comprender el sarcasmo de Bruno y la vergüenza de sus amigos ingleses por sus compatriotas. Recuérdese que el propio Galileo, último eslabón de la filosofía natural cristiana latina o medieval, será atacado con argumentos aristotélicos llevados al nivel de dogma (Dessauer 1965); lo que en su momento denunció Tomasso Campanella en su Apología de Galileo (1622): “delira quien considera que Aristóteles ha fijado la verdad sobre la realidad celeste y que no se debe investigar más allá”.

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Progreso pos Ilustración: Entre la teología y la ciencia La Ilustración Británica destruyó la posibilidad teórica —y luego práctica— de un progreso integral, en el ámbito personal y social. Los filósofos puritanos no podían aceptar la relativización o negación de la absoluta corrupción humana. Rechazaron vehementes toda idea o creencia que dejara el más mínimo espacio para el avance hacia la perfección racional y moral. De ahí su realismo, el cual se tradujo en un muy particular enfoque empírico. Asumieron a la humanidad tal como es, o sea, como creían que era: limitada y perversa. Al no haber según ellos esperanza de mejoramiento integral, era inútil imaginar siquiera otra alternativa. Ese singular empirismo que tomaba en cuenta una supuesta verdadera “naturaleza” humana, había sido la base del Leviatán del filósofo moral puritano Thomas Hobbes o la condición que lo hacía necesario. Asimismo, se puede encontrar ese empirismo en las palabras de John Milton, el poeta por excelencia del puritanismo: “No mejorará nuestra condición el apartarnos del mundo y adentrarnos en políticas como la de la Atlántida o Utopía que nunca podrán ser puestas en práctica, sino el poner en orden sabiamente este mundo lleno de maldad en medio del cual nos ha colocado Dios inevitablemente” (John Milton, citado en Eysenck 1981: 10).

A fines del siglo XVIII y asimismo en la siguiente centuria, todavía se encontrará este tipo de pensamiento entre los británicos. Ejemplo de ello son las duras críticas del clérigo Robert Malthus a las propuestas de mejoramiento social: un planteamiento del “estado de la sociedad que es totalmente impracticable”. El sacerdote asumirá, según él en base a evidencias sacadas del mundo real, una legalidad natural inconmovible establecida por Dios que condena a la mayoría de la humanidad (específicamente a los pobres y por su propia negligencia) a los padecimientos del hambre, las enfermedades y los vicios: “La razón nos advierte que lo único que hallaremos serán vientos constantemente adversos, fatigas continuas y estériles, frecuentes naufragios e inevitable miseria. No sólo no conseguiremos dar el más mínimo paso hacia esta forma tan perfecta de sociedad, sino que malgastando la fuerza de nuestro espíritu y de nuestro cuerpo esforzándonos en marchar por un camino intransitable y con las frecuentes zozobras, que no podrán por menos de ocasionarnos nuestros repetidos fracasos, cerraremos evidentemente el paso 380

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hacia el grado de mejora social que podemos realmente alcanzar” (Malthus 1997: 214. Las cursivas son nuestras).11

A partir de dichos fundamentos, por ejemplo, será evidente el desarrollo de una visión educativa que rechaza un eventual mejoramiento humano integral. Es el caso del sociólogo británico Herbert Spencer, quien en la segunda mitad del siglo XIX señala que cualquier teoría progresista no es “aceptable por los que hayan estudiado desapasionadamente las cosas humanas”. Pues, en todos sus ámbitos “campea el egoísmo, el fraude y la brutalidad”. Si la educación pudiera llegar a producir un “ser humano ideal”, cabe la duda si no “sería incompetente para conducirse en el mundo según está hoy organizado”. Su vida “sería intolerable y hasta imposible” en las actuales condiciones sociales, las que responden al “estado general de la naturaleza humana”. La educación, a lo más, disminuirá las “imperfecciones naturales”, ya que “no es posible corregirlas”.12 Al concebir los ilustrados británicos que la maldad e imperfección de los individuos era un hecho empírico evidente, no elaboraron sistemas idealistas. El afán iluminista fue trabajar exclusivamente en filosofías descriptivas de la corrupta condición de la humanidad.13 Desde el punto de vista puritano 11

En lo puntual, Malthus refuta el Esbozo de un cuadro histórico del progreso del espíritu humano (1794) de Condorcet y la Investigación sobre la justicia política (1793) de Godwin. De ahí el título original de su obra, cuya primera edición fue publicada anónimamente: Ensayo sobre la ley de la población y sus efectos en el perfeccionamiento futuro de la sociedad, con observaciones acerca de las especulaciones de Godwin, Condorcet y otros autores (1798). El afán del autor no es criticar la noción de progreso en sí; sino la posibilidad de “mejoramiento ilimitado”, una cuestión muy diferente de un mejoramiento “cuyo límite no puede ser determinado con certeza” y estrictamente acotado a lo material.

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Compárese estas ideas de la educación fruto de la teología reformada, con las del pensador católico español Diego de Saavedra publicadas en 1640. Para éste la “educación”, la “razón y el libre albedrío” cumplen el rol de corregir los “defectos naturales”; de hecho, ello es una cuestión prioritaria en la educación de un “príncipe cristiano”. En el propio caso inglés y contemporáneo a Spencer, aunque convencido del carácter natural del egoísmo, John Mill (1998) sostenía la posibilidad efectiva de progreso mediante la educación y el deber de enmendar la propia naturaleza. Posición que no le perdonó Friedrich Hayek (1982) en el siglo XX.

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Entre los ilustrados del continente también se había expresado el dogma de la maldad humana y la consiguiente imposibilidad de mejorar tal condición. Para citar sólo un caso, en 1750 Jean-Jacques Rousseau (1995) había ganado un concurso de la Academia de Dijon exponiendo los negativos efectos de las artes y las ciencias en la moral: en la sabiduría no hay progreso, por el contrario, únicamente incrementa y/o refina la perversidad de los sujetos. Incluso, esas mismas ideas son sostenidas por diversos autores que no forman parte de la corriente ilustrada principal de Francia, intelectuales menos citados y/o ilustrados heterodoxos (Seoane 1999). En la otra vereda, un católico italiano sostendrá en 1725 precisamente lo contrario: “la sabiduría vulgar del género humano (...) se perfeccionó y cumplió con las ciencias, con las disciplinas y con las artes” (Vico 2006).

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hubiera sido irreal, ridículo o soberbio desarrollar y sostener concepciones que conllevaran un deber ser en el progresista sentido greco-medieval. De esa manera, se llegó a la conclusión de que la única actitud posible y correcta era la acción práctica en el mundo. Ese es el “ascetismo intramundano” descrito por Max Weber: intentar sacar ventajas materiales de las degeneradas facultades. No era una nueva definición de progreso, sencillamente era una propuesta que fijaba el nivel accesible para el actual estado de la humanidad: el de pecado. Ese realismo o empirismo puritano, fruto del convencimiento en los efectos limitantes de la “caída”, al contrario de lo que pudiera pensarse, desembocaron en una actividad incesante a fin de conquistar y transformar el mundo según la voluntad de Dios y guiados por Él. Esa forma de concebir la vida terrenal, es a lo que Locke se refería con “lo que nos es asequible en nuestro presente estado”: “las provisiones de un bienestar en esta vida”. Y un siglo después todavía Malthus hablará, como antes se vio, de una “mejora social que podemos realmente alcanzar”. Pues, a pesar de que las “leyes generales de la naturaleza” impiden “todo mejoramiento extraordinario”, al pastor inglés no le cabe duda de que “bastante queda aún por hacer en beneficio de la humanidad”. Más allá de las variantes formales de la cuestión de fondo, el meollo del asunto es que esos objetivos mundanos —aunque limitados o sobre todo por eso—, se deben conseguir. Lo indebido y ciertamente inútil es plantearse metas por encima de las reales posibilidades de la vida terrenal. Dos ejemplos citables de esa concepción, entre otros, son la filosofía natural aplicada al dominio de la naturaleza propuesta por Francis Bacon; y, la acción política radical de los puritanos para reconstruir la sociedad y el Estado como medios de control social (Walzer 2008). La base común y la coincidencia de objetivos, dan cuenta del puritanismo como sistema ideológico y en el fondo en tanto una cultura. En otras palabras, como una forma institucionalizada de pensar, interpretar y vivir lo cotidiano. El que esa cultura haya llegado a ser la dominante en la Modernidad, se muestra con claridad hoy en los dos casos citados: la ciencia “útil” debe ser sobre todo tecnología y el sistema político “superior” es la democracia liberal burguesa. Desde esos sombríos y desesperanzadores cimientos, cuya premisa básica era la total e irremisible perversión humana, se esbozó también una filosofía socioeconómica. Su síntesis más conocida e influyente a la fecha es la Economía Moderna, más allá de que haya sido purgada de la explícita 382

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religiosidad original de Adam Smith. En los sistemas ilustrados —y entre sus herederos profanados de la Modernidad—, se propuso que nadie es consciente por el otro, porque tampoco seres degenerados podrían interesarse de manera sincera y solidaria en los demás. Pero, cuando los viciosos humanos actúan para lograr sus propios y egoístas fines, Dios utilizará esa maldad para conseguir el bien. Así por ejemplo, Locke y Smith afirmaron que la divinidad se vale de la “razón” y los “sentimientos”, respectivamente, para conseguir sus objetivos. Caracterizaron ambos aspectos cual una especie de efecto reflejo, sin conexión alguna a la voluntad autónoma y en realidad propia de un sujeto moral.14 Si bien no sería posible realizar acciones justas, tampoco es necesario. Esa imposibilidad pudiera ser un problema moral, pero dejó de ser una dificultad práctica. El ilustrado ni siquiera tiene que ser hipócrita, ni fracasa persiguiendo un fin imposible. La sociedad será concebida al modo de una serie de relaciones contractuales individuales, con fines egoístas y con un ajuste providencial automático. He ahí la eliminación moderna de la noción de comunidad racional y solidaria. El concepto de “prójimo” del Nuevo Testamento quedará relegado a un mero formalismo. Al relativizarse el “Nuevo Pacto” propuesto por Jesús y la consecuente hermandad y redención del género humano en su conjunto, se pierde el elemento en donde radicaría la importancia y atractivo de su mensaje: la fraternidad universal. Para los reformados Jesús sólo murió por los “elegidos” y no todo “mal” hecho a otro es “pecado”. De ahí que antaño el imperialismo británico y hoy el estadounidense, tengan por fundamento una agresiva forma exclusivista de Cristianismo.15 14

Con posterioridad, la obra del citado Malthus —llamado “el primer economista de Cambridge” por John Maynard Keynes, quien reconoce su trabajo por ser el “comienzo del pensamiento económico sistemático”—, entregará fundamentos (proto)demográficos y económicos a la concepción puritana. El autor legitima en tanto una legalidad natural inmutable, los hasta hoy fetiches de la Economía Moderna: no intervención de la “libertad perfecta”, distribución por medio del precio, acento en el crecimiento, egoísmo como motor individual y social de progreso, y situación básica e inmutable de escasez. Sin embargo, el contexto de permanente e irremediable necesidad humana, sería en el fondo positivo: el hambre, al incentivar el trabajo, da lugar al progreso. Y ello sucede, a pesar de que los afectados no sean concientes de ese mecanismo providencial, ni del objetivo más alto perseguido por el “Ser Todopoderoso”.

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Las religiones tribales militaristas y excluyentes creen que sus dioses (belicosos, sanguinarios y coléricos) protegen y benefician sólo a su grupo; y al mismo tiempo, ordenan y respaldan la agresión de los otros, de por sí infieles. Ejemplos de ese tipo de religiosidad, era el culto a Huitzilopochtli entre los aztecas y el de los israelitas del Antiguo Testamento a Jehová. Las acciones criminales que por más de medio siglo ha perpetrado en Palestina el confesional Estado de Israel (Warschawski 2002. Gijón 2008) —así como los casos citados del Imperio Británico y Estados Unidos—, son otra muestra de que la agresiva religiosidad tribal no es una cuestión de un pasado remoto.

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Al aceptar el fundamento de la interpretación reformada del pecado, es obvio que no se puede esperar un cambio gradual hacia algo mejor. Sino únicamente la constatación de los propios dogmas. Sin posibilidad de progreso moral ni racional, los puritanos restringieron el adelanto a lo material, a lo técnico. La definición teológica de una humanidad limitada en su entendimiento y malvada, da lugar a un objetivo también insignificante: al menos se debe vivir con comodidad. Ese es el nuevo y miserable sentido de la vida. Y lo será, por más que parezca una extraña manifestación de espiritualidad-materialista: “Como un cristiano que se apoya estrictamente en el Evangelio, Calvino ignora el antagonismo pagano que opone los pretendidos valores espirituales a las realidades materiales (...) por medio de todos los bienes materiales y en particular por medio del dinero que dispensa a su criatura, el Creador se revela como un Padre sustentador. El dinero no tiene únicamente una función utilitaria. Tiene una verdadera misión espiritual. Es una señal de la gracia de Dios que da vida a sus hijos. Más aún, el dinero es una señal del Reino de Dios, de la abundancia del mundo venidero...” (Biéler 1973: 33 y 34).16

La profanación contemporánea: Tecnócratas y tecnocracia La concepción reformada utilitaria, al ser purgada de su piedad, dejará allanado el camino para el desarrollo y legitimación de un materialismo profano. El cual, debe recordarse, vino a romper con siglos de tradición occidental. Ahora lo técnico (el “saber hacer”) y sus productos, ya no serán caracterizados en tanto medios. Serán legítimos y necesarios fines en sí. Dentro de esta inédita definición de la felicidad y del sentido de la vida, no es importante la reflexión ni lo espiritual. La Filosofía junto al resto de las Humanidades, han sido dejadas de lado por inútiles e irreales. Porque, a la par de no crear riqueza, no dan cuenta de lo que llegó a creerse era la verdadera 16

Se debe hacer notar una curiosa conclusión, derivada de la síntesis de esa espiritualidad-materialista con el extremo teocentrismo puritano: Calvino sostuvo que Dios desea ser glorificado y por tanto esa es la primera obligación del creyente; luego, al considerar que los británicos lo siguieron en ambos aspectos y además remarcaron la importancia del mandato “Fructificad y multiplicaos”, se puede ver que esa voluntad de mantener vivo al género humano termina siendo una necesidad por vanidad y egocentrismo de la Deidad. En el fondo, el ser humano, que no es un fin en sí mismo, no fue creado ni se le deja subsistir por amor. Este singular Cristianismo pareciera darle la razón a Smith, cuando señala que el “amor a sí mismo” y el “egoísmo” llevarían a resultados positivos… hasta en el caso del propio Dios.

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esencia de la humanidad. Precisamente, al no poder conocer esa esencia o al asumir una falsa, dichas disciplinas son incapaces de dirigir a las personas o incentivarlas a generar riqueza. La imposición totalitaria de un incuestionable eterno-presente de producción material, no acepta la posibilidad de buscar modelos alternativos de vida ni de sociedad. Tampoco pretende conseguir resultados benignos para todas las personas. Todo ello, irónicamente, en una sociedad que se supone está asentada en la libertad, y la fomenta junto a la diversidad y el debate. Por eso, los tinterillos de la política y los tecnócratas, rechazan por populista o por ser una especie de ridícula ingenuidad o rebeldía adolescente, las propuestas de cambio estructural racional. De ahí, por ejemplo, el que Milton Friedman señale la imposibilidad de lograr alterar una realidad ineludible mediante la educación y la reforma política. Los males provocados por las medidas tecnocráticas serían una expresión más de un fenómeno que, a pesar de ser lamentable, sería inherente a la vida humana: el sufrimiento. Ello, según el economista, es lo que nunca han entendido los reformadores intervencionistas. No ha de ser liviana la carga que supone lograr, en las últimas dos décadas del siglo XX, haber duplicado en el mundo las diferencias entre ricos y pobres. Ni que las 225 personas más ricas del planeta acumularan más riqueza que el 40% de la población más pobre. Michael Camdessus, quien fuera director general del Fondo Monetario Internacional durante trece de esos veinte años, grafica esa postura tecnocrática. Su singular sensibilidad social, le ayuda a encontrar consuelo al dolor que conllevaría materializar la tecnocracia utilitaria: “La historia humana es trágica por naturaleza, y cuando se cambia para mejorar las cosas [¡sic!] siempre hay costes intermedios. Sabíamos perfectamente que desprenderse de las empresas públicas y aplicar la flexibilización laboral dejaría a gente en la calle. Pero son fenómenos transitorios en una estrategia que me parece que ha servido al desarrollo humano [¡sic!]. Por doloroso que sea, era necesario pasar por todo esto para hacer empresas más productivas” (Camdessus, citado en Roma 2002: 315).

Es razonable dudar si los tecnócratas aceptarían para sí mismos y para sus seres queridos, las propuestas que aplican a millones de personas. No obstante, afirman que la sola posibilidad de mejoramiento socioeconómico radicaría en esperar, con paciente estoicismo, los resultados de sus medidas. La tecnocracia economicista solucionará lo provocado por la tecnocracia economicista. 385

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Esa propuesta —carente ya no sólo de la más mínima autocrítica, sino hasta de sentido común—, según los tecnócratas sería a la fecha la única opción viable. En tal sentido, Margaret Thatcher señalaba categórica: “no hay alternativa”... a las políticas económicas ortodoxas. No obstante, como señala Jacques Sapir, ello “es una mentira cuando la pronuncia un economista desde su posición de experto”; pero, mucho peor todavía, cuando “la pronuncia un político, es prevaricación”. Desde la comodidad que su favorable posición económica les permite a los tecnócratas, y al pequeño grupo privilegiado para el cual en el fondo trabajan, celebran un sistema que casualmente les posibilita acceder a esa ventajosa posición económica. Disfrazan chapucerías con ropaje científico. Alaban por su justicia una política vil que postula la desigualdad extrema. Declaran la benignidad de medidas que imponen el sufrimiento, la inseguridad y la indignidad a una mayoría de otros anónimos. Friedrich Hayek, uno de los más reconocidos teóricos del Neoliberalismo, es muy claro al respecto: “Puede parecer magnífico que se diga: ‘¡Al diablo la economía, y rehagamos un mundo decoroso!’ Pero esto, de hecho, es pura irresponsabilidad (…) nuestra sola posibilidad de construir un mundo decoroso está en poder continuar mejorando el nivel general de la riqueza” (Hayek 1995: 252).17

La imposición a la fecha de la Economía neoliberal, por variados sectores y grupos de interés, es la prueba tangible de una sociedad realista y pragmática, descendiente directa del pseudoprogreso promovido por la Ilustración. En este mundo no habría más proyecto que la expansión infinita de la actividad productivo-comercial y financiera. Tampoco existiría otra meta personal, fuera del hedonismo extremo que busca el máximo consumo individual posible. En relación al primer aspecto, el economista Herman Daly (1991) explica la incongruencia del “crecimiento sostenible”: “la economía es un subsistema abierto del ecosistema terrestre, que es finito, carente de crecimiento y materialmente cerrado”. En este mismo sentido, para Fernando Mires la llamada “economía del crecimiento” occidental, sobre todo en su relación con la naturaleza, es en realidad una “antieconomía”: funciona como si los recursos del mundo fueran infinitos y por ende no “economiza”. Para 17

Al leer la cita de Hayek, no se pueden dejar de recordar a esos arquetipos de ignorancia, desorden teórico y pérdida de proyecto político y moral que fueron los gobiernos (¿de “centroizquierda”?) de la Concertación en Chile. Las mismas personas opositoras a la política económica de la dictadura, públicamente respaldaron y manejaron al país de acuerdo a un modelo que privilegia de forma grosera a las élites. Pero antes, cuando no gozaban de todas las conveniencias del poder, ese sistema les parecía inhumano, injusto, depredador y contrario a los intereses de la nación.

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el caso de la importancia dada al consumo, situarlo en tanto la gran meta y logro social del modelo neoliberal, es una afrenta para la inmensa mayoría de la población del planeta. Según la ONU, el 2006 el 1% más rico de los habitantes del mundo poseía el 40% de la riqueza: la acumulación de los ricos ha sido proporcionalmente muy superior a la reducción de la pobreza. Y, a la fecha, no han habido mayores cambios en la situación descrita. En el caso de Chile, el país es un ejemplo de desigualdad en la distribución del ingreso en el mundo, según un estudio del propio Banco Mundial: el 2005 ocupó el puesto 116 entre 127 naciones. Por su parte, la encuesta CASEN publicada el 2007, utilizando datos del año anterior, señala que un 54% de los trabajadores —unos 3 millones y medio de personas—, ganan menos de $ 216 mil al mes (a lo cual se suma la diferencia de género: las mujeres reciben un 30% menos en comparación a los hombres). En el 2011, a pesar de las proyecciones del Fondo Monetario Internacional de que el ingreso per cápita sería de casi US$ 16 mil, Chile es el país con mayor desigualdad de ingresos de entre los miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y el tercero con mayor cantidad de pobres. A pesar de los años transcurridos, el país muestra la coherencia en cuanto a los resultados del modelo neoliberal.18 Es claro que quienes aplican de manera técnica la doctrina calvinista del pecado, no tienen idea a qué principios responden sus decisiones. Escapa a sus conocimientos meramente pragmáticos, el modo en que tales dogmas dieron lugar a la irracionalidad. Situación que liquidó el sujeto moral e impuso una extrema ética materialista. Escapa a su ignorante voluntarismo, su propio rol en la promoción y concreción de dichas ideas. Hoy las sociedades observan, cual si fuera una situación normal, el triunfo de los ignorantes, de su superficialidad y soberbia. Son ellos quienes, por ser fieles e irreflexivos devotos del mediocre espejismo materialista, sin el menor asomo de pudor dictan solemnes cátedras de realismo. Así, hasta se dan licencia para declarar, por ejemplo, ¡que la política no se puede guiar por “imperativos morales”!19 18

Para las cifras de la ONU, ver: La Nación Domingo (Semana del 10 al 16.12.06). Para el ranking del Banco Mundial, ver: El Mercurio (21.09.05). Para la encuesta CASEN, ver: www.mideplan.cl. Para el ranking de la OCDE, ver: http://www.biobiochile.cl/2011/04/12/chile-lidera-desigualdad-en-ingresosy-pobreza-entre-paises-de-la-ocde.shtml.

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Esa afirmación corresponde a Ricardo Lagos, ex Presidente de Chile, cuando en 2003 explicaba por qué alineó al país con Estados Unidos y ordenó oponerse a que en una sesión de la ONU se discutiera acerca de los derechos humanos del pueblo iraquí, en el marco de la ilegal “guerra preventiva” (¡¿quién podría oponerse a algo así?!). De modo que, si lo único importante es acrecentar la riqueza de Chile,

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Quienes hoy con orgullo se autodenominan “técnicos”, “se creen prácticos porque dan tan por sentada su filosofía que no tienen conciencia de sus implicaciones” (Tawney 1972). Algunos por supuesto no las quieren ver. Otros no tienen la capacidad para hacerlo. No obstante, sean de uno u otro tipo, muchos de ellos tienen poder e influencias. He ahí lo preocupante. Sabido es que el peor sordo no es aquel que se niega a oír, es en realidad quien cree escuchar... y de forma excelente, al estar convencido de las superiores características de sus tímpanos. Como se puede ver en las palabras del poeta Hesíodo, ya en el lejano siglo VIII A. C. se tenía un claro (y lógico) concepto de este tipo de personajes. Lo que debiera llamar a reflexión, es lo radical de la transformación o involución de los principios de la cultura occidental. Se llegó a tener por perfectos y buenos a los inútiles, mientras a los perfectos y buenos se les considera inútiles: “Solamente es perfecto aquel que lo piensa todo y reflexiona sobre qué es lo mejor del principio al fin. También es bueno aquel que acepta al que dice lo correcto. Pero el que no piensa ni toma en cuenta lo que escucha, ése es un hombre totalmente inútil” (Hesíodo 1995: 97-98. Las cursivas son nuestras).

Quienes afirman con candidez que utilizan la Economía Moderna en tanto “ciencia”, han desechado formalmente la Política y la Economía Política. Ni siquiera son capaces de darse cuenta de que su Economía “científica”, conlleva un concepto determinado de “persona” y “sociedad”, los cuales se hacen realidad cuando los aplican. La Economía como “técnica” también es Economía Política. La llevan a cabo políticos y no técnicos guiados por las supuestamente objetivas y neutrales indicaciones de la ciencia. Este nuevo tipo de político inconsciente, el tecnócrata, no busca por medio de la razón el bien común. Por el contrario, somete a sus conciudadanos a la irracionalidad de un mercado autorregulado, para favorecer el bien de una minoría. Élite a la cual defiende por medio de todo tipo de medidas administrativas, leyes, declaraciones y teorías (pseudo)científicas, filosóficas y jurídicas. Al contrario de los héroes populares, roban a los pobres para darles a los ricos. O, al menos, estructuran las condiciones legales para posibilitar ese despojo y dejarlo en la impunidad.20 es inexplicable que aún ningún iluminado tecnócrata se haya percatado del “costo de oportunidad” de no producir y exportar drogas duras o al menos intentar un “joint venture” con algún cártel del narcotráfico. Respecto de este caso particular, si la Concertación ya concuerda con Hayek y Friedman, podría encontrar apoyo teórico en otro autor neoliberal: Ludwig von Mises. Este se oponía a la represión estatal del narcotráfico, por ser una indebida coerción de las fuerzas del mercado y un atentado a la libertad individual (Galbraith 1998). 20

Si bien, a estas alturas, estas situaciones son de sobra conocidas por cualquier persona que maneje información de prensa, Stiglitz (2003) y Sapir (2004) exponen algunos casos concretos.

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Sin embargo, hay múltiples ejemplos históricos que demuestran la posibilidad cierta de construir otro tipo de comunidad y desde fundamentos diferentes. Los pocos siglos que han visto imponerse la concepción de la absoluta corrupción humana y la ética materialista, representan un brevísimo momento dentro de la civilización. De hecho, los estudios paleoantropológicos han determinado que la rama Homo, de dónde provienen los humanos actuales, debió evolucionar hace unos cinco millones de años. En particular, la aparición del Homo Sapiens se remontaría a alrededor de, a lo menos, unos ciento noventa mil años; y en lo que hoy es América, se calcula habría llegado hace unos 25 mil años. La vida no tiene por qué hacerse en la medida de lo posible. Menos cuando ese presunto límite es tan mínimo y banal. Y, menos todavía, cuando las instituciones desarrolladas desde ese principio favorecen a una ínfima parte de la población. Sea desde fundamentos religiosos o profanos, si se reconoce la perfectibilidad del entendimiento y la capacidad moral de las personas, se debe aceptar la existencia de la posibilidad de organizar racionalmente una forma de vida más elevada y digna. De esa manera, se dejarían de lado dogmas de ridículas implicancias y nefastas consecuencias: “Lo que interesa a la salud de la sociedad es el objetivo hacia el que se dirige, y sugerir que no importa la dirección en que se encamine, porque cualquiera que sea ésta siempre se escapará la meta, no sólo no es científico sino que es irracional. Es como usar el argumento de la imposibilidad de obtener una limpieza absoluta como pretexto para revolcarse en un montón de estiércol, o como negarle importancia a la honradez porque no hay nadie que pueda ser completamente honrado” (Tawney 1945: 62).

En tal sentido, pareciera haber llegado el momento de que América Latina despierte su dormida tradición racionalista, libertaria y progresista. Puede que estemos siendo testigos de ese proceso. Los millones que llevan siglos esperando, parece que poco a poco empiezan a salir de su somnolencia. Ojalá despierten del todo y se mantengan en atenta y activa vigilia.

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