La identidad Intercultural del Perú: realidad y promesa

July 5, 2017 | Autor: B. Gonzales Echave | Categoría: Políticas Públicas Y Sociales, Proyectos Y Politicas De Inclusion Social
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Descripción

UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS Universidad del Perú, DÉCANA DE AMÉRICA FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

UNIDAD DE POST GRADO

Maestría en Política Social Con Mención en Proyectos Sociales

La identidad intercultural del Perú: realidad y promesa Belén Gonzales Echave

Diciembre 2014

Introducción

El tema de la identidad nacional en el Perú, como en muchos otros países pluriculturales, sigue siendo aún una interrogante abierta a la que un sin número de académicos e intelectuales de las más diversas disciplinas han buscado dar respuesta. Desde el plano académico hasta el cotidiano, muchos peruanos hemos ensayado una respuesta a tan magna pregunta y hemos dado cabida a las más variadas posturas e interpretaciones de la identidad nacional. Hoy, ante una sociedad de constantes encuentros y desencuentros, ciertas concepciones de la identidad nacional van perdiendo adeptos -o al menos vigor en los mismos- y se advierten como obtusas ante una realidad que las desborda. A la par, se van construyendo nuevas y variadas lecturas de la “peruanidad”, que van desde el acto volitivo del hombre -de reconocerse como peruano- hasta las que aluden a su misma variada existencia como la pluriculturalidad. Sin embargo, desde una perspectiva psicológica e histórica, en el presente ensayo nos proponemos explicar por qué la identidad nacional es intercultural. Aun cuando algunos autores nieguen la existencia de sociedades interculturales, al concebir la interculturalidad como un paradigma de sociedad pluricultural equitativa y perfecta; en este trabajo entendemos la interculturalidad partiendo de la realidad, que nos muestra –y demuestra- que el intercambio entre culturas e intraculturalmente ha creado y recreado el bagaje cultural que hoy reconocemos. Por tanto, abordamos la interculturalidad desde una conceptualización más amplia, y la entendemos como una serie de complejas relaciones, negociaciones e intercambios culturales producidos por la interacción entre personas, conocimientos y prácticas culturalmente diferentes, que tuvieron lugar en condiciones de asimetrías sociales, económicas, políticas y de poder. Creemos que esta definición se ajusta a la realidad del Perú, con mayor o menor intensidad, en los más diversos rincones de su territorio donde se dio el encuentro e intercambio cultural que hoy vemos. Tal vez en muchos casos esta interculturalidad es desconocida para nosotros, en otros quizás no podemos reconocerla y en algunos casos, simplemente la negamos, pero todo ello en ningún sentido anula lo que somos.

La identidad intercultural del Perú: realidad y promesa

Para intentar reflexionar sobre nuestra identidad nacional es necesario tener presente que el solo pensar en identidad implica una vasta y compleja reflexión que ha sido - y seguirá siendo - abordada por diferentes disciplinas de las ciencias sociales, como la psicología que estudia una identidad privada y particular como la identidad individual, hasta la sociología o la historia que analizan la construcción compleja e histórica sobre quienes comparten un territorio común, como es la identidad nacional. Entre una identidad y otra, podríamos tomarnos la licencia de señalar que existe un mundo de identidades intermedias y que en el Perú se pueden reconocer con cierta facilidad, como son la identidad cultural, étnica, regional o local, que cotidianamente son más próximas a nuestro sentir y que se manifiesta claramente cuando hablamos o argumentamos el por qué de nuestras preferencias personales, y sin embargo ¿es posible plantearse la coexistencia de más de una identidad? Para autores como Enrique Rivero ese es precisamente el caso, y señala que no es posible asumir que la identidad cultural, por ejemplo, sea la única ni la más importante que posee el individuo, pues sostiene que “todos poseemos más de una identidad que las asumimos según los estatuses adscritos o adquiridos, o según los intereses o las metas que queremos alcanzar en el curso de nuestra vida”. Citando a Lafuente, el autor entiende que cada persona tiene “diversas identidades: política, deportiva, religiosa, cultural, etc.” (Enrique Rivera, 2009) La experiencia nos muestra que según las circunstancias, sean mundanas o no, nuestra identidad en realidad es múltiple, y según el contexto puede en algunos casos manifiesta como local o nacional; por ejemplo si hablamos del equipo deportivo de futbol que alentamos y con el que nos identificamos, este será siempre -o al menos en la mayoría de los caos- aquel que represente a nuestra región o localidad. También podemos decir, para evitar el riesgo de exponer solo un ejemplo poco creativo, que cuando hablamos sobre el canon que recibe el país por una actividad que se desarrolla en nuestra región nos parece lógico y justo que recibamos una porcentaje mayor aun cuando tal vez una o más regiones hermanas necesiten ese capital mucho que nuestra región. No obstante, si pensamos en el fallo de la Corte Internacional de Justicia de la Haya es probable, sino seguro, que todo peruano que tuviera conocimiento del tema deseara una sentencia favorable al Perú, sin importar su región, ascendencia étnica o

cultural. Entonces ¿Existe o no una identidad nacional? Creemos que sí, y para comprender por qué es necesario primero revisar qué entendemos por identidad. Los conceptos o acepciones que ha asumido este término son muchos y variados, no obstante, consideramos que Marvin Barahona, a partir de su estudio “Evolución histórica de la identidad nacional”, nos ofrece una respuesta próxima a la orientación del presente trabajo cuando indica que: “entendemos por identidad nacional la conciencia compartida por los miembros de una sociedad respecto a su integración y pertenencia a una comunidad social específica, que posee un marco de referencia espacial y temporal determinado, que se forja en un ambiente social y unas circunstancias históricas también específicas”. (Marvin Barahona, 2002) Al asumir esta definición sostenemos que la identidad es un concepto que a pesar de su especificidad en el tiempo y espacio, es maleable según las circunstancias, crece, se debilita o se fortalece según la dinámica histórica. En este sentido, entendemos la identidad como una conciencia flexible y dinámica que está en un estado permanente de construcción y deconstrucción; como un “proceso recreado, sostenido y confrontado por los sujetos, en una práctica social, cognitiva y lingüística, en interacción y diálogo permanente con el contexto social” (Alejandro Mendoza Orellana, 2010). El origen de las identidades se halla en la necesidad de los grupos humanos de diferenciarse y marcar distancia de otros grupos. Sin embargo, las fronteras que el hombre busca dibujar a través de la identidad son en realidad porosas, móviles y casi indefinibles. Si se aprecian como centro y periferia, en el centro de las identidades se observan sus componentes principales, los que son claramente distinguibles de otras identidades, pero en la periferia sus márgenes son confusos (Enrique Rivera, 2009). A manera de síntesis, podemos indicar que toda identidad posee esencialmente tres características: generan sentimientos de pertenencia y afirmación en el individuo proporcionándole seguridad e identidad personal, son fluidas puesto que no se componen de elementos estáticos o definidos absolutamente sino de componentes que se transforman habitualmente, y son múltiples en el individuo y varían de acuerdo a los contextos. (Enrique Rivera, 2009) En cuanto a su relevancia, la identidad “actúa como mecanismo de unión al interior del grupo y al mismo tiempo de diferenciación de los grupos externos” (Mendoza Orellana, 2010) y en nuestros días, cuando los cambios producidos por la innovación tecnológica y el transporte han generado las condiciones para cierta homogenización universal, la importancia de la identidad en cada sociedad se mantiene incólume para el reconocimiento de sus valores socio-culturales. Si pasamos al plano individual, podemos señalar que la identidad también es un estado psicológico en el cual uno se reconoce como miembro de un determinado grupo o colectividad (A. Espinoza y G. Tapia, 2011), y durante el proceso de construcción de esta

identidad hay un conjunto de motivos externos y funciones internas que promueven la aproximación de las personas hacia ciertos estados identitarios y el alejamiento de otros. Por tanto, este proceso de “formación” de identidad dependerá en gran medida de la percepción del individuo, es decir, que los elementos que le provean de un mayor sentido de significado, continuidad, distinción o autoestima serán más centrales en el proceso de creación y mantenimiento de su identidad (A. Espinoza y G. Tapia, 2011). Así, con el propósito de obtener cierta seguridad psicológica, todo individuo desarrolla su capacidad inherente para identificarse e internalizar la conducta, costumbres y actividades de alguien o de un tiempo significativo en su entorno, y en determinadas circunstancias habrá una tendencia entre numerosos individuos de una misma colectividad o sociedad a hacer la misma identificación e internalizar la misma identidad (Marvin Barahona, 2002). De manera que, el camino entre identidad individual a colectiva no es enteramente resultado del azar, como el discurrir de la historia –decía Jorge Basadre- tampoco lo es, porque son los pueblos y los individuos son quienes construyen su identidad para proveerse de un sentido de bienestar, de ajuste social que no se reduce únicamente a la cohesión social, sino que alcanza incluso el bienestar subjetivo e individual. Y es este último aspecto crucial para la construcción de una identidad nacional, porque la satisfacción con la nación, sea con su historia o el desempeño de sus instituciones, se relaciona con la satisfacción con la vida misma (A. Espinoza y G. Tapia, 2011). Por tanto, podemos decir que la identidad nacional cumple funciones psicológicas y sociales de amplio espectro en los individuos, al generarles sentimientos de protección, seguridad, reconocimiento, respeto, sentido de trascendencia y pertenencia al saberse integrante de una unidad superior (Pérez Rodríguez, 2011). Aquí, en este punto, podemos analizar donde nos encontramos en el Perú, porque si bien la percepción de los intelectuales sobre la identidad nacional no quedó solo en ellos, su difusión ha sido limitada -algunas veces sin trascender los círculos académicosy en su lugar se extendieron ciertas percepciones colectivas sin mayor asidero que la subjetividad personal. Es así que nos resulta fácil apreciar ciertos rasgos de una identidad nacional negativa que, como argumentan algunos entendidos, se debe, en buena parte, a las comparaciones que suelen hacerse entre el desarrollo alcanzado por el Perú y el de otras naciones o países en el globo. El balance de esta cuenta como sabemos no nos es favorable en muchos sentidos; no obstante el detalle está en entender por qué, y nuevamente la experiencia de la vida diaria nos ofrece -creemos- más de una respuesta, que varía o está en función de cuanto sabemos realmente de nosotros como nación. El peruano de a pie puede figurarse muchas explicaciones y sobretodo justificaciones al presente, con adjetivos como “el peruano es ocioso” o “mezquino” hasta atribuir responsabilidades argumentando que “todo es culpa de los políticos”, “los que manejan al Perú”, etc.

Atendiendo a su parcial conocimiento de la historia nacional, y en especial a sus resultados, muchos peruanos fácilmente sostienen que esta está llena de desaciertos, penas y fracasos, incluso llegan algunos a reinterpretar desfavorablemente pasajes de la historia del Perú, como ha sucedido con el salto heroico de Alfonso Ugarte desde el morro de Arica, de quien dicen no fue por el deseo de salvar el Pabellón Nacional de manos chilenas, sino por temor a las torturas a las que sería sometido tras ser capturado. En un caso u otro, aunque parezcan intrascendentes comentarios del momento llevan consigo una carga psicológica y emocional muy fuertes, porque si los peruanos sentimos o pensamos así sobre nuestra propia gente ¿Cuánto voy a desear, conscientemente o no, identificarme con ese pueblo? Si tenemos presente que en todo individuo se fortalecen los lazos de pertenencia e identidad en razón de la autoestima, no es difícil comprender como algunos autores, si no han llegado a negar la existe de una identidad peruana, por lo menos asumen que es precaria o inconclusa. Esta percepción entre los intelectuales no es infundada. Ciertamente las diferencias sociales, económicas y culturales tan amplias nos pueden llevar a apreciar un aglutinamiento de identidades antes que una identidad nacional, además si consideramos que la suma de fuertes identidades diferentes (culturales o locales) no necesariamente da como resultado una identidad nacional más fuerte, llegando a una situación en donde las identidades “intermedias” -por denominarlas de algún modo- llegan a contrastar tanto y a opacar a la identidad nacional. Sin embargo, no debemos guiarnos por las apariencias, porque como señalábamos en un comienzo, todo peruano tiene “sentimientos” nacionales, incluso quienes, al parecer, no tienen el valor de confesárselo a sí mismos. Pero la cuestión importante no es aquí la sinceridad personal con que cada cual examine sus sentimientos, sino la relevancia política que esté dispuesto a darles. Y así, es perfectamente posible sentirse miembro de una comunidad nacional en algunos aspectos o en algunas circunstancias -como emocionarse ante ciertos paisajes arqueológicos o naturales, exaltarse ante los triunfos deportivos del equipo nacional o entusiasmarse ante ciertas manifestaciones culturales- y sin embargo atribuir a estos sentimientos una relevancia política nula. Lo cual nos deja o transmite la imagen de una sociedad carente de consenso político, económico o social, y por tanto de una identidad nacional empobrecida. La explicación a este panorama, la hallamos en principio y superficialmente en la propagación de ideas y concepciones sugestionadas negativamente por el desempeño histórico y actual del Perú como nación y país, pero en profundidad encontramos el actuar de los historiadores –profesionales o no- a quienes llamó Basadre a ser, citando a Pieter Geyl, “guardianes de la memoria colectiva de la humanidad”.

Aun siendo esta labor tan magna y por ende realizada con la mayor diligencia, Basadre nos advierte que con frecuencia los historiadores usan y abusan de esa guardianía para contribuir a crear leyendas -muchas veces negras- que remplazan la realidad. Y fueron precisamente estas “historias”, matizadas con prejuicios, resentimientos y odios, la base de ciertas concepciones de la identidad peruana denominadas como identidad étnica y cultural (Enrique Obando, 2002). Los académicos que concibieron la identidad de esta forma, defendieron una identidad nacional del Perú india o hispana, y según la “identidad” que adoptarán esta se idealizaba como central y a la opuesta como subordina, relegada por pobre, falsa o forzada. Al intentar de imponerse o difundirse en la sociedad, ambas concepciones son las que más han debilitado y maltrecho la identidad nacional. Y, sin embargo, estas versiones de identidad -y de historia- no son lo único que ha mellado nuestro deseo de identificación con el Perú, pues vemos en nuestros días que aún más importante han sido los olvidos. Los olvidos actuales, visibles a través de los conflictos sociales, y los olvidos del pasado, que se advierten en la historia del Perú que aún se trasmite en las aulas. De hecho, si no fuera por la literatura, que ha recogido costumbres y relatos orales de vivencias peruanas comunes, tal vez la imagen y percepción de nuestra historia e identidad estarían aún más incompletas. Aun cuando desde la mitad del siglo pasado se difundió la noción de “la historia desde abajo” o de los hombre que no ostentaron poder político o económico alguno ¿Cuánto se ha recogido de esta historia? y ¿Cuánto de ella se enseña? Si viramos nuestros ojos hacia la educación, observaremos como la historia, la formación ciudadana y la geografía se han convertido en materias de segunda importancia, en comparación con las matemáticas y la comunicación, asignaturas a las que la sociedad percibe con mayor valor y utilidad. Y entonces, si no sabemos lo suficiente de nosotros mismos y lo que sabemos es una historia en muchos sentidos excluyente, los lazos de afecto hacia esa identidad peruana, en la cual no me veo reflejado, serán tenues pero estarán ahí, porque “si de arraigo a nuestra tierra y raíces se habla, no hay peruano a quien le falte identidad sino más bien patriotismo”, nos dice Eduardo Arroyo. Para el autor esta diferencia es clara, pues asume -como muchos otros- que la falta de patriotismo entre la clase dirigente les ha llevado a traicionar al Perú. Pero a pesar de ello, reconoce como ciertos acontecimientos, como un campeonato de futbol, ponen de manifiesto el anhelo indeleble de pertenencia e identificación con nuestra nación, la necesidad de situaciones que nos hermane y provea del bienestar individual y colectivo que se requieren para ser feliz. No obstante, nuestra identidad nacional no puede estar sujeta exclusivamente a ciertos acontecimientos positivos que ocurren de manera indeterminada, cuando es más bien una responsabilidad compartida, “un proyecto nacional” en el que debemos seguir

trabajando y dando a conocer, tras reconocer que la identidad peruana es por esencia, y no por fuerza, intercultural. Alegamos que la identidad nacional es intercultural porque el Perú, en su territorio y extensión, fue siempre un espacio pluricultural, en donde numerosas y diversas culturas fueron con el paso del tiempo interactuando y estableciendo vínculos de distinta naturaleza. Si bien en nuestros días aún existen grupos culturales en aislamiento voluntario, la mayor parte de etnias y comunidades en el Perú viven en permanente relación, no necesariamente en igualdad de condiciones, pero recreando cada día el bagaje cultural que cada nueva generación hereda. A nivel conceptual, asumimos que la identidad nacional es intercultural porque la interculturalidad no es un concepto cerrado ni excluyente, y puede ser entendido tanto como realidad y como promesa. Por un lado, la interculturalidad hace referencia a una realidad en la que se observa el reconocimiento y aceptación de las diferencias que conducen, y no impiden, el establecimiento de relaciones cultural. Por otro lado, como promesa, promueve y alienta la comunicación entre diferentes culturas para contrastar y aprender mutuamente. (Bernabé Villodre, 2012) En ambos sentidos, el concepto de interculturalidad se ajusta al Perú, una sociedad en donde sus miembros han interactuado y se han enriquecido con esa interacción en todos los planos de la vida. Desde lo más cotidiano y básico para el cuerpo como es cocinar los alimentos, hasta la labor más excelsa del espíritu humano como es la creación artística. De una u otra manera, con mayor o menor intensidad, el peruano es intercultural y por ello su identidad ha de tener la misma naturaleza. Sin embargo, cabe preguntarnos ¿a qué se debe la naturaleza intercultural del Perú?, y entonces es la historia quien nuevamente nos ofrece una respuesta válida al visibilizar que la interculturalidad ha sido inherente a los grupos culturales originarios y externos al territorio peruano, ha estado presente en sus temperamentos y caracteres. Salvo en circunstancias de confrontación por el poder político o económico, los grupos culturales, hegemónicos o no, han sabido tender puentes que -aun siendo discriminatorios en muchos casos- han permitido el intercambio cultural y la recreación constante de las expresiones culturales. No obstante, en este camino de constante creación y recreación de la cultura peruana, la interculturalidad no siempre ha implicado una conducta de respeto y valoración de las diferencias, puesto que la interculturalidad desde una acepción más amplia alude a un “saber manejarse entre miembros de diferentes culturas con quienes se interactúa”, pero este “manejarse” no significa forzosamente “manejarse bien o mal” (Luis Sifuentes, 2006). Tal vez los ejemplos más contundentes de lo antes señalado se apreciaron durante la colonia, un tiempo en que la interculturalidad se manifestó al menos de dos

formas muy claras: una formal, que llevó al reconocimiento de los pueblos originarios como súbditos del monarca -condición incluso legislada- y a su inclusión -como fuerza de trabajo forzosa-en la estructura económica y productiva que los peninsulares recrearon en América. La otra forma de interculturalidad se dio en la esfera de lo privado, espacio en donde la interacción fue permanente entre unos y otros, manifestándose rápidamente a través del mestizaje racial, aun cuando las leyes de indias estipulaban la segregación de españoles y naturales a través de las villas de españoles y los pueblos o reducciones de indios. Incluso, podríamos decir que la interculturalidad formal aceleró y acentuó la interculturalidad en el espacio de la vida privada también de dos formas. Por un lado, las reducciones o pueblos de indios desestructuraron la organización en “ayllus” o comunidades originales, y forzaron a grupos étnicos o culturalmente distintas a convivir en un mismo espacio. Por otro lado, el tributo de trabajo, mita o yanaconaje orilló a numerosas personas a abandonar sus pueblos y familias, para llevar una vida completamente distinta en otros pueblos de indios, hacienda o villas de españoles. De esta manera, fuera individual o colectivamente, los pueblos originarios a pesar de estar subyugados por el español, sus instituciones y su cosmovisión religiosa, lograron adecuarse, transformarse, recrearse y mantener los rasgos culturales más vitales en su cosmovisión. Y, en este sentido, es necesario entender que españoles y naturales convivieron en el territorio peruano, inducidos por las circunstancias y su propia forma de ser, y no simplemente coexistieron como dictaba la política y legislación del Estado español en América. Por tanto, tengamos presente -especialmente para los fines de este ensayo- que la coexistencia es condición para la convivencia pero la convivencia no siempre es resultado de la coexistencia, como sucede en muchas otras latitudes. De manera que, la interculturalidad entre los peruanos –antes y después de la colonia- ha implicado “manejarse bien o mal” con los demás. No obstante, es necesario tener presente que en nuestros días, dependiendo de la formación o educación recibida, nos podemos “manejado bien o mal”, porque la interculturalidad como conducta es aprendida, y puede ser adquirida naturalmente como parte del proceso de socialización interpersonal, o también instruida de forma planificada y formal. (Luis Sifuentes, 2006).Entre estas dos vías de aprendizaje la primera está fuera de todo control, puesto que se sitúa en la esfera de lo privado, pero la segunda puede y debe ser estructurada, fortalecida y extendida a cada aula y estudiante del Perú. Creemos que transmitir una interculturalidad positiva es fundamental para mejorar nuestra calidad de vida –dada sus implicancias psicológicas- y para lograr una convivencia social más armónica; puesto que la interculturalidad natural en la que vivimos por sí sola no logra este cometido. En este sentido, debemos considerar que aun cuando la interculturalidad -como concepto- aboga por la defensa de la diversidad, el respeto y el diálogo cultural, ese reconocimiento y esa integración de la diferencia por sí solas no resuelven los problemas que surgen debido a la misma interculturalidad.

De hecho, sabemos bien que en la práctica la interculturalidad se encuentra asociada a problemas de comunicación -debido al desconocimiento de la cultura del “otro”- en proyectos y programas de salud, educación etc.; problemas de discriminación racial o étnica y establecimiento de relaciones usualmente asimétricas entre individuos y grupos étnico o culturales diferentes (Enrique Rivera, 2009) Y esto, precisamente, es una realidad en el Perú. Como el pan de cada día vemos en nuestro país, junto a la intercultural positiva que ha dado paso a la integración y feliz encuentro de cientos -o tal vez miles- de rasgos culturales diferentes, también vemos como muchos peruanos se conducen con discriminación y prejuicios, e incluso, se autoperciben con taras debido a su ascendencia étnica o cultural. Probablemente este “manejarse mal” de nuestra interculturalidad se deba también a las versiones de la “historia” incompleta y sesgada que han circulado y que sirvieron de base a las concepciones de identidad étnica y cultural excluyentes y racistas, que vienen fortaleciendo y transmitiendo las conductas negativas de interculturalidad que hoy vemos. En muchos sentidos continuamos desconociendo nuestra identidad, aquella identidad nacional que, sin negar nuestras identidades locales, étnicas o culturales, nos permitiría vivir mejor con los demás y sobretodo con nosotros mismos. Por todo lo antes expuesto, en el Perú necesitamos entender e interiorizar que la interculturalidad, además de ser nuestra identidad nacional, es también una estrategia para lograr una convivencia social pacífica y un desarrollo humano y cultural más equitativo. Debemos dar un paso adelante, y no limitarnos a una educación multicultural, que en la mayoría de los casos solo busca asegurar una coexistencia pacífica incluyendo en el currículo educativo elementos que suelen caer en lo folklórico, cuando podemos asumir modelos educativos interculturales que se estructuren a través del “reconocimiento de las marcas culturales -diferentes- que pueden encontrarse en la propia cultura, al tiempo que se viven esas culturas vecinas como propias” (Bernabé Villodre, 2012). Desde la perspectiva de autores como Carlos Iván Degregori, cuando el Estado Peruano ha intentado reconocer la diversidad e incorporarla a su proyecto de desarrollo educativo solo ha logrado folklorizar la cultura de los distintos grupos culturales y, en algunos caso, ni siquiera ha recogido el folklore. De alguna manera, advierte el autor, han interpretado la cultura solo como patrimonio cultural, cuando en realidad la cultura es también las formas de convivencia y de relacionarse (Carlos Iván Degregori, 1999). Por tanto, a través de la educación intercultural debemos enseñar y aprender que no es posible relacionarnos positivamente si interpretamos los actos y las palabras del “otro” en los códigos de uno -o propios- puesto que esto solo generar una comunicación distorsionada o falsa, y esta barrera solo puede salvarse a través de la comprensión cultural del otro, que únicamente será posible si conozco mínimamente su cultura. Con lo cual vemos que la interculturalidad también es un proyecto -y un reto- educativo. (Enrique Rivera, 2009)

Incluso si consideráramos como alternativa a la educación intercultural el modelo pluricultural, aunque aventajado al multicultural, es un modelo educativo que solo fomenta el reconocimiento y respeto de la identidad del otro pero no garantiza los mecanismos para lograr una interrelación cultural saludable, ni posibilita la creación de una sociedad conjunta mejor a la que tenemos hoy. Mientras que, el modelo intercultural propone la integración cultural de las poblaciones que habitan un mismo territorio en un proceso que no anula las referencias culturales de cada grupo, sino que busca la participación e interacción de todos los miembros de la sociedad para garantizar la igualdad de derechos y libertades. (Bernabé Villodre, 2012). Sobre todo en este último aspecto, la educación intercultural es fundamental para pasar de una interculturalidad que alude únicamente a relaciones e intercambios entre grupos culturales en condiciones de asimetrías sociales, económicas, políticas y de poder, a una interculturalidad en donde las oportunidades del “otro” no se vean limitadas por su ascendencia étnica o cultural, y sea siempre reconocido como sujeto de derechos con capacidad de agenda. Aun cuando para algunos autores la interculturalidad no es un estado de las cosas sino más bien un paradigma -puesto que supone “relacionarse de manera simétrica con personas, saberes, sentidos y prácticas culturales distintas” (Catherine Walsh, 2005)- y por tanto no existe en ninguna sociedad, en el Perú sabemos que el intercambio cultural en la mayoría de los casos -si no fue siempre- se dio en condiciones desiguales, pero no por ello consideramos que la cultura recrea a partir de ese encuentro sea de menor valor o menos representativa de quienes somos. En este sentido, debemos tener presente que la interculturalidad podrá ser reconocida como la identidad nacional que realmente nos congrega a todos los peruanos “cuando se olvide -y aun perdone- toda la carga de odios y resentimientos de carácter histórico; cuando se considere que las actuales generaciones en nada son culpables de los vicios, defectos y abusos de las generaciones pasadas” (Mendoza Orellana, 2010). Y esta, tal vez, sea una de las tareas más difíciles que tenemos por delante para Sin embargo, a pesar de esta herencia de rencores y sinsabores, los diferentes grupos culturales que se encontraron en el Perú, aunque muy diferentes en algunos casos, no albergaron necesariamente una naturaleza hondamente racista y prejuiciosa que les llevara a negar la posibilidad y capacidad de un acercamiento e intercambio cultural; y en esto precisamente radica la naturaleza intercultural de los peruanos, que no se aprecia en otras latitudes del mundo, donde los grupos culturales de un mismo país se perciben tan distantes -e incluso contrarios- a pesar del tiempo y espacio compartido que conservan anhelos separatistas al no encontrar puntos comunes de referencia que evoque sentimientos de unidad. Con lo antes dicho no pretendemos cerrar los ojos ante nuestra realidad, llena también de serios desencuentros sociales, económicos o políticos, en los cuales muchos peruanos se sienten marginados, minimizado o anulados, carentes de representatividad

ante las instituciones del Estado y, que en algunos casos, son manipulados por agentes e intereses particulares que buscan mantener el statu quo, e incluso generan o alientan el conflicto como una nueva vía para satisfacer sus ambiciones. En este momento, tal vez más que nunca, necesitamos trazarnos la meta de la interculturalidad como proyecto nacional, de intercambio y diálogo “entre culturas” “que se establece en términos equitativos y en condiciones de igualdad” (Enrique Rivera, 2009) pero además debemos comprender y enseñar que la interculturalidad es “un proceso permanente de relación, comunicación y aprendizaje entre personas, grupos, conocimientos, valores y tradiciones distintas, orientadas a generar, construir y propiciar un respeto mutuo, y un desarrollo pleno de las capacidades de los individuos, por encima de sus diferencias culturales y sociales” (Enrique Rivera, 2009). De esta manera, la perspectiva intercultural se vislumbra como una herramienta de gran interés y de alta potencialidad para el diseño y puesta en práctica de proyectos de construcción comunitaria que sean a su vez iniciativas de una nueva cohesión social y de una convivencia democrática entre iguales, ya sea a nivel nacional, regional, local o educativo. Y para que este potencial sea aprovechable Carlos Giménez enfatiza que el marco social y político en donde se ubiquen las políticas interculturales debe contar con 03 características esenciales: -

Desarrollo Humano, como aumento de las opciones y las oportunidades de las personas, especialmente de las débiles y desfavorecidas.

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Democracia pluralista e incluyente, en donde se promueve la participación activa de varios y diversos grupos sociales en la vida democrática.

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Nueva ciudadanía, donde los ciudadanos construya su identidad con pertenencias múltiples y aprendan a convivir con la diversidad (Carlos Giménez, 2011).

Sin estas características, sostiene el autor, las políticas interculturales correrían el riesgo de quedar en un nuevo etnicismo o culturalismo, cuando el interculturalismo está llamado también a ser el proyecto político de todo Estado democrático, plural y multilingüe, que tiene por fin último el asegurar el desarrollo de capacidades y la igual de oportunidades para todos sus ciudadanos sin distinción alguna. Esta es una demanda especialmente urgente para prevenir los conflictos sociales que vemos actualmente, los cuales simplemente pudieron evitarse si en el Perú las comunidades campesinas, indígenas o cualquier otra tuvieran las condiciones y medios para dialogar con los representantes del Estado. Si un proyecto nacional de interculturalidad se diera en nuestro país, todas las colectividades culturales o étnicas sin importar su procedencia y el Estado, sin distinción del gobierno de turno, asumirían una actitud de apertura hacia el cambio y de renuncia a posiciones intransigentes, que finalmente solo imposibilitan el diálogo, el entendimiento mutuo y el intercambio de experiencias.

Este escenario que pretendemos como ideal, se plantea ante la soberanía de nuestra realidad, ante la experiencia humana sobre el territorio peruano, que nos dice y enseña que siempre hemos caminado hacia el encuentro, aun cuando fue en perjuicio de algunos, por razones políticas, sociales o económicas tendemos a interactuar, y no vemos -ni creemos- que esta realidad vaya a cambiar. Sea por necesidad o estrategia, con el tiempo el intercambio se produce e intensifica, pero para que este encuentro sea realmente enriquecedor y de crecimiento para todas las partes el intercambio debe establecerse en términos equitativos y en condiciones de igual. Aun cuando algunos puedan objetar que existen grupos culturales o étnicos que desea permanecer en aislamiento voluntario, el termino aislamiento debe revisarse cuidadosamente. Como bien señala Beatriz Huertas un “análisis del origen del aislamiento de estos pueblos rompe mitos sobre pureza cultural o estancamiento histórico, pues no existen colectividades que vivan completamente al margen de procesos sociales regionales o detenidas en el tiempo; por el contrario, toda sociedad es resultado de sus interacciones con los “otros”. El análisis histórico ha mostrado en qué medida estas interrelaciones contribuyeron al “aislamiento”. (…..) Lamentablemente, como parte de la historia nacional se ha visto una y otra vez el avance y voracidad de los intereses económicos y extractivistas locales, nacionales o internacionales que no solo han depredado el entorno natural de numerosas comunidades nativas, sino que, también, las han orillado al cambio y restructuración cultural para sobrevivir. La fuerza y alcance destructivo de estos agentes no son lo único que está grabado en la memoria colectiva de estos pueblos, sino también la desaprobación cotidiana de sus vecinos no indígenas, quienes, como señalábamos antes, se han “manejado mal” al interactuar con estas comunidades. Probablemente, el precio más alto que pagamos como sociedad nacional por la interculturalidad “natural” o negativa acaecida hasta hoy en el Perú, sea la elección del aislamiento voluntario por parte de estas comunidades nativas como la única alternativa posible de subsistir. No obstante, aun cuando son grandes los riesgos que corren, la interacción y el intercambio entre etnias y con foráneos ha persistido, tal vez por curiosidad –innata en todo hombre- o tal vez por necesidad, el hecho es que el miedo a las epidemias y el recuerdo de abusos no vencen de manera absoluta. Y es por ello, quizás, que se observa como el nivel de aislamiento entre estos pueblos indígenas no es homogéneo y como en este contexto o circunstancias “el aislamiento no significa una desvinculación absoluta del entorno”. (Beatriz Huertas, 2012) Paralelamente a la decisión de estos pueblos, los sucesivos gobiernos -casi como burla a sus esfuerzo - han venido entregando una serie de concesiones (petrolíferas, madereras, etc.) que multiplican exponencialmente la vulnerabilidad de estos pueblos y lesionan sus derechos fundamente.

Ante esta lúgubre realidad -de la cual no parece haber marcha atrás- números académicos y organizaciones no gubernamentales demandan el reconocimiento oficial e irrevocable de los territorios ocupados por los pueblos indígenas en aislamiento voluntario o contacto inicial. Sin embargo, ante este punto tan sensible y humano sentimos la necesidad de al menos considerar -posiblemente con un matiz pesimista- otra alternativa a la problemática de estas comunidades. El panorama antes descrito nos lleva a tener presente al menos dos situaciones factibles y vitales para la continuidad de estas comunidades: el contacto intermitente o inicial que muchas de estas comunidades mantienen, nos plantea la posibilidad que en el futuro ellas mimas decidan establecer un contacto e intercambio sostenido, que no les conduzca a la muerte física, el etnocidio o el establecimiento de relaciones de sujeción con quienes los rodean. (Beatriz Huertas, 2012) El segundo aspecto es anticipar situaciones en las cuales los grupos aislados se encuentren expuestos a una condición de riesgo irreversible o de inminente genocidio, ante las cuales el Estado debe inducir el contacto. (Antenor Vaz, 2012) En ambos casos, el Estado debe estar preparado para asegurar la protección del proceso y movilizar los equipos que cumplan con las medidas que el caso exige. Como señala Antenor Vaz “las acciones pertinentes al contacto presuponen una metodología diferenciada con equipos experimentados en el trato con grupos indígenas en situación de primeros contactos; equipo especializado en salud con pueblos recién contactados; personas con capacidades para trasladarse y orientarse en la selva; comunicación (intérpretes); y toda una infraestructura necesaria en las situaciones de emergencia”. (Antenor Vaz, 2012) Las medidas antes descritas, como alternativa o complemento al establecimiento de un régimen jurídico especial de protección a los pueblos indígenas, solo se concretarán en un Estado que se reconozco constitucionalmente como intercultural y en donde las comunidades estén en condiciones de ejercer su ciudadanía cuando así lo deseen o necesiten. Esta meta -por compleja que parezca- la concebimos posible siempre y cuando nos decidamos por la construcción de un proyecto nacional intercultural. Si este proyecto se logra, el encuentro entre grupos étnicos o culturalmente distintos no solo será respetuoso y tolerante sino también comprensivo; las identidades locales o étnicas no serán más contrapuestas ni etnocentristas y la valoración e identificación con todo peruano será sin distinción de su ascendencia cultural, racial o étnica, porque aquel, igual que yo, es peruano. Por utópico o ingenuo que parezca -casi como querer desaparecer el hambre en el mundo- no podemos perder la esperanza de cambiar, si tenemos la fortuna de que la vida no ha quebrantado nuestro espíritu, aun cuando algunos ya sufrieron de este mal, quienes no lo hemos padecido tenemos el deber de contribuir con este proyecto nacional.

Asimismo, aunque para muchos autores la estrategia de un proyecto nacional de Estado intercultural sea lo mejor, bien pueden discrepar con la propuesta de una identidad intercultural, como de hecho hacen algunos al aseverar que la identidad del Perú, como la de muchos países latinoamericanos, es en realidad pluricultural (Anthony Smith, 1997). No obstante, en el presente ensayo no nos adherimos a esta postura porque la pluriculturalidad se entiende como “la presencia simultánea de dos o más culturas en un territorio y su posible interrelación” (Bernabé Villodre, 2012). Esta y muchas otras definiciones coinciden en dos principios muy claros: el principio de igualdad o de no discriminación en función de la raza, cultura, etnia, religión, lengua, origen o región y el principio de diferencia o respeto y aceptación del otro. Sin embargo, en ningún caso la pluriculturalidad alude al valor de la interacción y al consiguiente enriquecimiento producto del intercambio cultural, social, económico o político. En cambio, la interculturalidad no excluye este aspecto esencial que valora la unidad junto a la diversidad y si alberga los principios de la pluriculturalidad. Finalmente, solo queda agregar que la construcción de nuestra identidad puede tomar los más diversos caminos, y con ello no hacemos referencia únicamente al que siguen las distintas ciencias sociales, como hemos visto, sino también al que descubrimos en nuestra propia historia y existencia. Porque es un hecho que este camino hacia la definición de nuestra identidad nacional puede ser tan inherente a nuestra existencia como el conocer nuestras “raíces familiares”. Tal vez el conocer y reflexionar sobre la procedencia de nuestros abuelos o antepasados en general nos posibilidad definir quiénes somos. Aunque pueda resultar poco ortodoxo, quien suscribe -por ejemplo- ha construido su identidad en base a su historia familiar, diversa y a la vez llena de encuentros como su propio país, pero sin duda valiosa como la de muchos otros peruanos. Para ilustrar lo referido en estas últimas líneas, solicitamos la licencia de exponer este caso personal. Por un lado, su madre es hija de un ayavireño criado en Arequipa, educado en Lima y establecido en Piura, en donde contrajo nupcias con una dama piurana de ascendencia inglesa, cuya familia llego junto a la Duncan Fox Company. Por otro lado, su padre es un ingeniero chiclayano cuya madre llego desde uno de los distritos más lejanos de la capital de provincia, Chongoyape, y se unió en matrimonio con un lambayecano del distrito de Illimo, estableciéndose ambos en la ciudad de Chiclayo. De esta manera, aunque nada académica pero si muy humana, muchos peruanos también podrían reconocer y apreciar la identidad nacional que compartimos y que es gracias al carácter de su gente intercultural.

CONCLUSIONES:

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La identidad es una conciencia compartida por los miembros de una sociedad respecto a su integración y pertenencia a una colectividad específica, que se construye con el propósito de generar seguridad y bienestar psicológico en el individuo. La identidad en ningún caso es rígida, aunque así lo parezca, sino más bien fluida y transformable. También es múltiple y varía según el contexto al interior de cada individuo, sin llegar a generar contradicción.

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La identidad nacional está íntimamente relacionada con la satisfacción con su nación y país, sea con el desempeño de sus instituciones o su historia. En el primer caso, porque afecta la satisfacción con la vida misma, y en el segundo porque fortalece o debilita parte de la autoestima personal de cada individuo.

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Voluntariamente o no, los académicos de las distintas ciencias sociales han contribuido al extravío y confusión actual de la identidad nacional. En especial se destaca la labor de los autores que defendieron y difundieron las concepciones de identidad étnica y cultural, al construir identidades racistas, que alimentaron los prejuicios y resentimientos que aún vemos.

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La identidad nacional del Perú es intercultural porque en su espacio y tiempo los diversos grupos culturales y étnicos han interactuando y estableciendo vínculos de distinta naturaleza. Aunque muchas veces en desiguales de condiciones, los peruanos han vivido en permanente relación e intercambio, que ha resultado en el bagaje cultural que hoy conocemos. A través de la historia apreciamos que la interculturalidad ha sido inherente a los grupos culturales originarios y externos al territorio peruano debido a sus temperamentos y caracteres. Exceptuando los contextos de conflicto por el poder político o económico, estos grupos culturales han sabido interrelacionarse y generar nuevas expresiones culturales, sociales, políticas o económicas.

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Al aceptar una identidad intercultural también asumimos una promesa, un proyecto nacional en donde la interculturalidad no solo observa el reconocimiento y aceptación de las diferencias que conducen, y no impiden, el establecimiento de relaciones, sino que promueve y alienta la interacción y el diálogo entre diferentes

grupos culturales para el enriquecimiento, aprendizaje mutuo y la convivencia pacífica.

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