La idea de Europa en la historia

June 30, 2017 | Autor: Marta Lorence | Categoría: European History
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Descripción

Marta Lorence

La idea de Europa en la historia La comprensión de la idea de Europa resulta ser un objetivo difícil de alcanzar, principalmente por la complejidad de la historia europea (y más importante, de las interpretaciones de dichos hechos históricos), pero también por las diferencias culturales entre los propios europeos y la existencia de múltiples definiciones de lo que Europa puede representar para cada uno de ellos. Las naciones, así como las identidades, son construcciones sociales e históricas, procesos abiertos que todo el tiempo estamos determinando de nuevo. Para investigar la idea de Europa a través de los siglos tenemos que regresar a la época cuando el término “Europa” aparece por primera vez – la época grecorromana. Fue Heródoto de Halicarnaso (un griego de Asia), “el padre de la historia”, quien en su obra “Historias” indica la división geográfica entre Europa, Asia y África. Este también es el momento en el que serán marcadas las diferencias entre el “nosotros” griego y el “los otros” bárbaro, término que incluyó todos los pueblos no griegos, independientemente de las relaciones culturales y comerciales que hubiese entre unos y otros. Esta pertenencia a una comunidad cultural más grande existió a pesar de las diferencias dentro del mismo pueblo griego. La dualidad cultural entre Occidente y Oriente (griegos “europeos” vs. persas “asiáticos”) es el fenómeno que Europa mantendrá a lo largo de toda su historia. Otro elemento de unión en el mundo helénico fue la lengua griega, que gracias al desarrollo económico se convirtió en una lengua de uso comercial y diplomático por todo el Mediterráneo, y así se mantendría hasta la Edad Media. Esta expansión económica y cultural puso en contacto la civilización griega con el futuro gran imperio romano, que se haría cargo no sólo de su península sino también de las ciudades-estado griegas durante los siglos III-II a.C.; el patriciado romano acogió a los intelectuales griegos y, asumiendo sus valores, transformaron a Roma, convirtiéndose así en los herederos indirectos del mundo helénico. En los siguientes siglos el mundo romano se latinizaría y la civilización “clásica” iba a establecer el mismo modelo de la vieja idea del “nosotros” (el mundo romano, heleno o latino) y los “otros”, que estaban lejos del modelo civilizador del mundo greco-latino – los cartagineses, los galos, los partos, los germanos, etc. A finales del siglo III d.C., el emperador Diocleciano intentó poner fin a la crisis política e ideológica fundando una división en el gobierno del Imperio (Occidente y Oriente, coincidente con las dos esferas de la cultura latina y griega), que se mantendría hasta la caída del Imperio en Occidente (476) y en Oriente (1453, caída del Imperio “Bizantino”). El final del siglo IV y los inicios del siglo V en el Imperio están marcados por nuevo modelo ideológico – la cristiandad romana. La expansión del Imperio romano y la romanización de muchos de los llamados “pueblos bárbaros” significó también su cristianización. Aunque algunos menos romanizados mantuvieron el arrianismo (doctrina teológica que sostenía que Jesús era el hijo del Dios, pero no Dios mismo; según la Iglesia Católica esto era considerado herejía) y el politeísmo germano, eslavo y báltico, considerado paganismo. Pero en todos los casos la supervivencia política de los diversos reinos dependió de su adaptación a la ortodoxia católica. No obstante, está unión religiosa favoreció la confluencia social entre germanos y romanos – los “otros” (los germanos) habían pasado a ser “nosotros”.

Por su parte, Britania (el territorio del Imperio menos romanizado) y la población celta fueron las primeras defensoras del cristianismo católico, gracias a aquellos misioneros que desarrollaron las ideas de la cristiandad occidental (la lengua latina y el Obispo de Roma), claramente diferenciada de la cristiandad oriental (el griego de los romanos orientales y los Patriarcas de Constantinopla, Antioquía, Jerusalén o Alejandría). En los escritos de san Columbano (siglo VII), el espacio ideológico y cultural compuesto por Britania, Galia, Hispania, Italia y parte de Germania, será nombrado como Europa. En los próximos siglos la idea de Europa es comprendida como cristiandad latina. Occidente había recuperado la idea imperial y, con la vocación universal del Cristianismo, que imponía su modelo ideológico como el superior, podía extender sus ideas al resto de la humanidad, ya fuesen judíos, musulmanes o paganos. Los principales estados del continente europeo (especialmente el mundo británico e hispano) se aliaron en la defensa de los valores cristianos —europeos—, reafirmándose así la personalidad europea frente a las pretensiones y amenazas bárbaras de los pueblos orientales (las vikingas, los magiares, etc.). Sin embargo, “la más vigorosa manifestación de solidaridad europea” y expansión de las ideas de Europa han sido las Cruzadas datadas entre los siglos XI – XIII, que pretendían liberar del yugo asiático los Santos Lugares y la zona mediterránea. Una vez aplicado el modelo cruzado como sistema de expansión militar e ideológica, éste se trasladó también al Norte, concretamente a la costa oriental del Báltico, zona en la que durante los siglos XIII y XIV estaba al mando la Orden Teutónica. En esta época, el modelo “cruzadista” también se aplicó hacia el interior, creando tribunales y organismos específicos (como la Inquisición) contra movimientos religiosos que pudiesen amenazar las estructuras ideológicas de la Iglesia Católica. Con el fin de las Cruzadas se actualizan nuevamente las cuestiones que separaban a los europeos. Las monarquías inician la construcción de estructuras de estado (marcos legales, cortes, impuestos, ejércitos permanentes, etc.) y se pone en marcha un proceso de conciencia nacional con mayor intensidad. A partir del siglo XIII se marcarán las fronteras de un modo más preciso, siendo los habitantes de esos territorios “naturales” del mismo; la mayor parte de los reinos abandonan el uso del latín, que se mantiene como lengua del poder religioso, sustituyéndolo por los idiomas vernáculos; los escudos y símbolos de los reyes se transforman en símbolos del reino y de sus habitantes, e incluso se establecen santos protectores, destinados ahora no solo a defender a los cristianos de sus enemigos, sino a cada reino de sus rivales (por ejemplo, San Miguel en Francia o san Jorge en Inglaterra). Después se sucede la “Guerra de los Cien Años” entre Francia e Inglaterra, que de modo más o menos indirecto afectará también al resto de los países europeos. Los sentimientos nacionales y diferencias entre los diversos territorios europeos aumentan. En torno al año 1500 se inicia un nuevo periodo en el continente y se reinician los procesos que van a influir en la idea de europeidad durante varios siglos. Las guerras por la hegemonía en el continente y las alianzas entre las diversas potencias marcarán las grandes monarquías autoritarias y absolutistas durante los siglos siguientes. Las 95 tesis de Wittenberg (1517) literalmente clavadas por Martin Lutero dan comienzo a la “Reforma Protestante” y a la ruptura religiosa de la Iglesia Católica. La victoria de los protestantes en los países del norte y centro de Europa forman parte indisoluble en el proceso de construcción de algunos estados y varias monarquías se convertirían en sus defensores (Inglaterra, los monarquías escandinavas o los principados alemanes), como también

lo serían de los católicos y el Papa (especialmente en España y Francia). La religión no es solo el elemento básico de la vida cotidiana, sino también de los principios ideológicos de las comunidades; aunque existen muchos desacuerdos, todos los estados europeos consideran el Cristianismo como religión verdadera e indiscutible, con las bases culturales y nacionales que aúna, y representa la idea de Europa. Es la conciencia nacional la que hace que el valor de europeidad se viva de modo distinto en cada caso. El “descubrimiento” de América en el año 1492 y sobre todo la conquista, colonización y aculturación de las tierras al otro lado del Atlántico es el punto de partida de los siglos de exportación cultural de la europeidad. Durante los procesos coloniales, los territorios que se incorporan pasan a formar parte de esas naciones tanto desde el punto de vista político como religioso y socioeconómico. Los bienes coloniales (hasta el siglo XIX, cuando muchos de estos territorios consiguen independizarse) ayudan a desarrollarse a los países europeos más influyentes de Europa (España, Portugal, Inglaterra, Francia u Holanda). Gran parte de sus ingresos procedía del comercio con los esclavos: los europeos establecieron la ruta mercantil denominada “triangulo” – enviaban bienes de Europa a la costa occidental de África, los intercambiaban por esclavos y después los llevaban al Nuevo Mundo, de dónde regresaban con bienes de cultivo. Los diferentes estados coloniales trasladaron a las nuevas tierras los modelos europeos institucionales, ideológicos y culturales propios de las metrópolis, aunque adaptados a las circunstancias locales. En América latina España empezó una exhaustiva política de conversión religiosa y, con el paso de los siglos, el castellano se convirtió en idioma principal de comunicación y de prestigio social y cultural, perdiéndose muchas lenguas nativas en el proceso. Por otro laso, en Estados Unidos de América se situaron los colonizadores ingleses (pertenecientes a la religión calvinista), que introdujeron la lengua inglesa en esta parte del continente. Europa continuaría siendo el “jugador central” en el mapa mundial hasta el siglo XX, con un control del 85% de los territorios a lo largo del planeta, de los cuales un 25% pertenecía al Imperio Británico. Con el descubrimiento de los nuevos territorios empieza la nueva época de la emigración desde Europa al nuevo continente, y esa gente cada vez se siente más lejos de la identidad europea y más integrados en su “nueva casa”. Los sentimientos de pertenencia a la nación y el deseo de independizarse del Imperio Británico llevan a la Revolución Americana en el año 1776. Poco después, en Francia tiene lugar la Revolución Francesa (1789), que provocaría un cambio brusco en la sociedad europea. Podemos encontrar similitudes entre la Declaración de Independencia de los Estados Unidos y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de los revolucionarios franceses; casi todos los puntos tienen un trasfondo cultural e ideológico en la tradición cultural europea de su tiempo. Europa no sólo transmite sus ideas hacia el otro lado del océano, sino que también recibe las reflexiones sobre ellas. A lo largo de los siglos XIX y XX se desplazan las oleadas migratorias masivas desde Europa hacia América, prosperando el liberalismo político y los nuevos modelos teóricos políticos; en Europa se desarrollan un fuerte nacionalismo y patriotismo. El modelo nacionalista impone ideas racistas contra las poblaciones indígenas o las generadas por la esclavitud. Mario Vargas Llosa, en su libro “El sueño del celta”, escribe: . La explotación económica mostrará toda su crudeza en la colonización de Gran Bretaña y Francia. Posteriormente, el liderazgo de Europa sería severamente dañado durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918),

mientras que la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) marcaría el fin de los imperios coloniales alrededor del mundo y la independencia de muchos países del Tercer Mundo. Esta segunda guerra mostró, además, la globalización de las ideas europeas - las ideas de Marx y Engels acabarán por ser aplicadas a la vida real en Rusia y de allí a la República Popular China y al Norte Corea. La idea de Europa y la pertenencia a ella a lo largo de los siglos ha significado formar parte de cierta comunidad cultural, lingüística, religiosa, nacional o política. En todos estos casos la memoria histórica – el pasado mitologizado – ha servido para hacer posibles las identificaciones presentes y futuras, los reconocimientos, las creencias y las voluntades compartidas; es decir, sin memoria no hay identidad. De ahí viene el concepto de nación como conjunto de identidades colectivas que comparten la historia y fronteras políticas, la mentalidad, el espacio cultural, la visión del mundo y la solidaridad mutua. Las naciones existen únicamente en tanto que hay una masa crítica de población suficiente que cree en ellas. Este concepto hace posible definir una parte de la civilización como “nosotros” y el resto del mundo como “los otros” (desconocidos, diferentes), pudiendo incluir o excluir ciertos grupos de personas. Construyendo un “nosotros” es crucial encontrar algunos puntos comunes, siendo los primeros aspectos sobre la cultura, la identidad y el idioma (como lo era en el caso de los griegos, los romanos y los cristianos). El nacimiento de muchos países europeos tras la Primera Guerra Mundial supuso la culminación, por un lado, de la idea sobre nación y por otro, de las creencias de la diferenciación y la aspiración al autogobierno y a la vida en común; sin embargo, durante la Segunda Guerra Mundial fueron llevadas hasta el extremo, ejecutando la limpieza étnica y el holocausto. El historiador Eric Hobsbawm cree que la nación no es el resultado de los sentimientos espontáneos, sino una creación artificial que se genera sólo cuando es necesario enfrentarse al enemigo (lo que nos recuerda la constante oposición entre Oriente y Occidente). Los humanos crean la memoria histórica y la identidad nacional basándose en concretos hechos históricos, por eso las naciones son fenómenos creados sólo en ciertos momentos de la historia. “Una nación es un alma, un principio espiritual. Realmente sólo dos cosas constituyen este principio espiritual. Una está en el pasado, la otra en el presente. Una es la posesión en común de un rico legado de memorias; la otra, el consentimiento real, el deseo de vivir juntos, la voluntad de seguir apreciando la herencia que todos tienen en común... Los deseos humanos cambian; pero ¿qué no cambia en este mundo? Las naciones no son algo eterno: han tenido un principio, y tendrán un final”. – Ernest Renan, en un discurso de 1882 en el que habló sobre el concepto de nación, dejó la religión, la raza, el idioma, la cultura, el territorio y otras cosas en un segundo plano, y basó su idea de nación más en la creencia y propia voluntad de la gente de vivir juntos; así lo refleja la famosa frase "avoir fait de grandes choses ensemble, vouloir en faire encore" (habiendo logrado grandes cosas juntos, esperamos poder lograr muchas más). Las ideas de Europa se han hecho universales y muchas veces los valores europeos están expresados con más claridad en los territorios coloniales que en Europa misma; estamos enfrentando una europeidad en crisis. Pero con el incremento de los conflictos relacionados con la inmigración, las diferencias religiosas y la disminución de las distancias entre uno al otro, surge una cuestión que no tiene una respuesta clara: ¿acaso no es cierto que todo el mundo está enfrentando una crisis de identidad? ¿En qué vamos a basar los criterios entre el “nosotros” y “los otros” esta vez?

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