La Idea de Emancipación Femenina en las Culturas Socialistas Durante La Segunda República. España (1931-1939)

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LA IDEA DE EMANCIPACIÓN FEMENINA EN LAS CULTURAS SOCIALISTAS DURANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA. ESPAÑA (1931-1939) César Castañón Ares Universitat Autònoma de Barcelona “No os hemos prometido nunca el paraíso; sólo menos trabajo y más alegría en la vida, y esto sí que se puede cumplir”. La mujer ante la revolución Secretariado Femenino del POUM

Introducción Los estudios desarrollados en el campo de la historia de las mujeres nos permiten, en la actualidad, conocer con cierto detalle los objetivos y motivaciones de las primeras organizaciones del movimiento feminista. La genealogía de pensamiento y acción que va del primer manifiesto feminista, publicado en 1854 en el periódico La Unión Liberal, hasta la actividad de Clara Campoamor en las Cortes Constituyentes de la República, pasando por colectivos como las Cruzadas de Mujeres Españolas o la Asociación Nacional de Mujeres Españolas, nos permite delimitar un marco común, una cultura política feminista, si se quiere, que evoluciona en contacto con las diferentes vertientes del liberalismo español1. Sin embargo, la cultura política feminista es solo uno de los múltiples ámbitos en los que las mujeres se organizaron y socializaron desde las últimas décadas del siglo XIX. En el seno de lo que denominamos, de una manera genérica, culturas políticas socialistas —donde incluimos el pensamiento y las organizaciones de matriz socialdemócrata, comunista, anarcosindicalista y anarquista— se desarrollaron también importantes espacios formados por mujeres y destinados a responder cuestiones que sus integrantes consideraron propias de su sexo. Las primeras agrupaciones sindicales de mujeres, impulsadas por Teresa Claramunt en Sabadell y Barcelona —en las décadas de 1880 y 1890, respectivamente—, las Agrupaciones Femeninas Socialistas o los Grupos Femeninos del Bloc Obrer i Camperol (BOC) son algunos ejemplos de ello. Sin embargo, los estudios sobre estos grupos se encuentran en una fase mucho menos

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avanzada, son todavía fragmentarios y su análisis se ha centrado más en lo que tienen de común con el feminismo que en lo que les caracteriza particularmente. Nuestro análisis se encuentra delimitado de tres maneras. La primera, temporal y política, la Segunda República, momento de particular desarrollo de la conciencia social femenina, dentro del cual se produce un salto cualitativo generado por el estallido de la guerra civil y la apertura de un periodo revolucionario que será reconocido como tal por todas las culturas políticas socialistas, redefiniendo también los planteamientos y objetivos de las mujeres que formaron parte de estas culturas políticas. El segundo, las culturas políticas socialistas, que se caracterizan, para lo que aquí nos ocupa, por articular su práctica política en función de un horizonte utópico que genéricamente podemos llamar socialismo, aunque, como veremos, se expresará a través de múltiples significantes. La tercera de estas delimitaciones, la idea de emancipación femenina, entendida en el marco cronológico y político definido, como una noción difusa, construida a partir del imaginario y las prácticas políticas desarrolladas por las mujeres que integran estas culturas políticas, cuya relación con el horizonte utópico socialista será diferente según el caso, y cambiante en el tiempo. Al menos en lo que tiene que ver con el objeto de nuestro estudio, las culturas políticas socialistas se caracterizan por articular su acción política en función de un horizonte

utópico,

que

genéricamente

llamaremos

socialismo,

pero

que

socialdemócratas, comunistas y anarquistas califican con adjetivos y particularidades propias en cada caso. En el caso de las mujeres de estas culturas políticas, ese horizonte será uno de los rasgos que las separarán del movimiento feminista de aquel periodo. Mientras que las mujeres feministas se plantean sus objetivos fundamentalmente desde un plano social, haciendo con frecuencia hincapié en su no vinculación con ninguna opción política, las mujeres de las culturas socialistas vinculan en mayor o menor medida su futuro al del horizonte que representa el socialismo. Este trabajo forma parte de una investigación más amplia destinada a ser una tesis doctoral. Las fuentes con las que elaboraremos el análisis son una selección de todas las posibles, y por las particularidades de la investigación, nuestro relato se centrará particularmente en Catalunya y no en otros lugares. Como es de esperar, no pretendemos con esta comunicación agotar o analizar este tema hasta el final. Por el contrario, lo que aquí presentamos es una hipótesis tentativa para su debate, que nos aporte herramientas para el futuro desarrollo de la investigación.

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Para poder entender los aspectos que distintos grupos de mujeres consideraban claves para su emancipación, debemos poner en consideración las relaciones de poder en que estas mujeres estaban inmersas, cómo las percibían y de qué manera articulaban reacción a ellas. Es poco habitual que la acción política o social sea el resultado de reflexiones teóricas profundas y precisas. Por el contrario, sostenemos que la imagen de la utopía emancipatoria se construye a partir de experiencias concretas de dichas mujeres, entre las que juegan un papel clave su educación, sus ámbitos de socialización o su nivel socioeconómico, sintetizadas a partir de símbolos y referencias pasadas o presentes, y resignificadas colectivamente para formar una idea compartida. Desde este punto de partida, las preguntas que nos hacemos son tres: ¿qué particularidades tiene la idea emancipación femenina en cada una de estas culturas políticas? ¿cuáles fueron las experiencias y los símbolos que definieron estas nociones de emancipación femenina? y ¿qué influencia tienen en estos símbolos y experiencias la educación, la socialización y el nivel socioeconómico de las mujeres? Responder a estas preguntas con el rigor necesario de la disciplina histórica requiere reconocer la posición en la que se sitúa el historiador, definiendo el relato que explicarán finalmente las fuentes y el marco teórico desde el que se produce el conocimiento. El análisis de la formación y desarrollo de una idea, como en este caso la de emancipación femenina, no puede estar desligada de la realidad política en la que se produce, ni tampoco de las relaciones sociales en las que se encuentran inmersas quienes la construyen y utilizan. Si no tenemos en cuenta estas precisiones, siempre corremos el riesgo de caer en dos errores: el primero sería analizar que podemos transmitir de manera directa el lenguaje y la acción del pasado desde nuestro presente; es decir, pensar que como historiadores somos meros transmisores de un conocimiento previamente existente, sin tener en cuenta los aspectos concretos del momento político y de la situación social del objeto de nuestro estudio. El segundo riesgo es naturalizar las categorías de análisis que utilizamos, como género, clase o raza, sin tener en cuenta los fundamentos sobre los que estas han sido construidas y reproducidas, el significado que dicho desarrollo les aporta2. Las mujeres en la Segunda República y la guerra civil Los primeros meses de la Segunda República supusieron una serie de cambios importantes en la situación jurídica y política de la mujer, que fue aparejado a un

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incremento del número de organizaciones de mujeres tanto dentro como fuera de los partidos políticos. No obstante, en los años previos a estos hechos, la evolución en las relaciones entre el movimiento feminista y las organizaciones vinculadas al movimiento obrero se hicieron notar. A partir de la Gran Guerra se produjo una aproximación al PSOE de importantes intelectuales y activistas del movimiento feminista, como Carmen de Burgos, María Lejárraga o Margarita Nelken, cuya actividad marcó la evolución del pensamiento socialdemócrata del periodo acerca de la emancipación femenina3. A medida que los espacios de mujeres vinculados a las culturas políticas socialistas se fueron desarrollando, la capacidad del movimiento feminista para afirmarse como representante político de los intereses del conjunto de las mujeres se fue reduciendo. Y esta pérdida de capacidad política se agrava durante la Segunda República, periodo en el cual los niveles de organización de las mujeres se multiplican respecto de las décadas anteriores. En los primeros años de República se crearon organizaciones femeninas de distinto tipo. Desde las directamente vinculadas a un partido, como los Grupos Femeninos del BOC, que aparece por primera vez en agosto de 1931, hasta espacios unitarios como Mujeres Contra la Guerra y el Fascismo, en el que participaron mujeres del PSOE y donde el Partido Comunista desempeñó un papel central. Como veremos, las posiciones de estos grupos estuvieron muy ligadas al cambio de régimen político, a la obtención de derechos civiles y políticos, la mejora de las condiciones en el trabajo reproductivo y también en el asalariado. En el caso de las mujeres anarquistas, más allá de posibles grupos femeninos organizados a nivel local, su principal organización, Mujeres Libres, no aparecerá hasta mayo de 1936, pocos meses antes del golpe de Estado que da inicio a la guerra civil. El golpe de Estado de julio de 1936 y el posterior inicio de la guerra abre un periodo de crisis revolucionaria en el conjunto del campo que se mantiene fiel a la República, que será especialmente destacado por las diferentes organizaciones socialistas, cuyas estrategias políticas frente a la situación marcarán buena parte de la evolución política del bando republicano4. La participación de las mujeres en la guerra, y la transformación de la retaguardia para el desarrollo de una “guerra total” no era una novedad en 1936, ya se había producido en la Gran Guerra5 y se produciría de nuevo poco después, en la Segunda Guerra Mundial. Lo que diferencia el desempeño de la mujer en la guerra civil española es la situación revolucionaria. El horizonte revolucionario planteado por las mujeres de las diferentes culturas políticas socialistas

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dentro del antifascismo estará estrechamente ligado con la estrategia de las fuerzas políticas y sindicales a las que se encuentran vinculadas. Derechos civiles y políticos No parece haber desacuerdos en la historiografía al afirmar que la Segunda República otorgó a las mujeres niveles de participación en la sociedad civil y en la política de los que hasta entonces habían estado privadas. La Constitución de 1931, en su artículo 25, señala que “No podrán ser fundamentos de privilegio jurídico: la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas ni las creencias religiosas”, sentando con ello las bases de la libertad civil. Y el artículo 43 establece que “el matrimonio se funda en la igualdad de derechos para ambos sexos”. Sin embargo, el Código Civil de 1889, que se mantiene vigente durante los primeros seis años de República con las modificaciones menores introducidas en 1904 y 1928, sitúa a la mujer en situación de dependencia respecto de sus padres, si no está emancipada, y respecto de su marido, si está casada. El artículo 57 —“El marido debe proteger a la mujer, y esta obedecer al marido”— sienta las bases de dicha dependencia, que se concreta en la necesidad de la esposa de compartir la residencia y nacionalidad del marido (arts. 58 y 22), compartir la sujeción al derecho común o foral, según el caso, del marido (art. 15); en la imposibilidad para ella de, sin autorización del marido, “comparecer en juicio por si o por medio de Procurador” (art. 60); y en la prohibición a esta de “adquirir por título oneroso o lucrativo, enajenar sus bienes, ni obligarse sino en los casos y con las limitaciones establecidas por la ley” (art. 61), “salvo cuando se trate de cosas que por su naturaleza estén destinadas al consumo ordinario de la familia, en cuyo caso las compras hechas por la mujer serán válidas” (art. 62)6. No será hasta bien entrada la guerra, en febrero de 1937, que se llevará a cabo una reforma del código civil destinada a garantizar la igualdad de la mujer en el matrimonio; muy significativamente, a partir de un Decreto firmado por el entonces Ministro de Justicia, el anarcosindicalista Joan García Oliver. En su preámbulo, la nueva ley se hace cargo de la “antinomia” mantenida entre la Constitución y el Código Civil, y el artículo primero da una muestra clara de sus objetivos: “El sexo no origina diferencia alguna en la extensión y ejercicio de la capacidad civil. La mujer, sea cualquiera su estado, tiene la misma capacidad que las Leyes reconocen o puedan reconocer al hombre para ejercer todos los derechos y funciones civiles”7.

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Las reivindicaciones llevadas a cabo por las culturas políticas socialistas durante estos años se centran especialmente en las transformaciones que la legislación republicana debe aportar a la condición social y política de las mujeres. La principal organización del movimiento obrero durante la mayor parte del periodo republicano, el PSOE, centra su atención, a lo largo del primer tercio del siglo XX, en “la demanda política del sufragio, la reivindicación del voto y la participación política” 8 de las mujeres, enfocando la emancipación femenina desde la perspectiva de la obtención de derechos políticos, planteando las mejoras en la situación educativa, laboral y cultural de la población directamente vinculadas al desarrollo del sistema político democrático. Un programa reivindicativo especialmente representativo de estas demandas es el que presentará el BOC a las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931, en el se incluyen reivindicaciones en favor de la igualdad laboral, la protección social de la mujer en supuestos de embarazo y enfermedad, la jubilación a los 50 años, la creación de “casas-cuna” —guarderías—, la abolición de la servidumbre doméstica, el derecho al voto femenino, el divorcio, la separación Iglesia y Estado…, criticando a su vez la mayor opresión a la que las mujeres se encuentran sometidas. No encontramos en este programa referencias al acceso de la mujer a la universidad o a puestos de trabajo de alta formación, que eran habituales en los manifiestos del movimiento feminista, pero sí que podemos observar demandas de educación “única y gratuita”9. Si bien el BOC no plantea directamente las características de un horizonte utópico socialista, aporta elementos clave para entender cómo imaginan sus militantes el papel de la mujer en una sociedad socialista. Aunque en algunos aspectos las reivindicaciones del BOC son herederas directas de los planteamientos del movimiento feminista preexistente, debemos observar estos en su conjunto y con sus particularidades, resultado un imaginario social construido por una organización que se forma a partir de la actividad en ateneos obreros y en el sindicalismo. La imagen de una mujer emancipada no se asocia tanto a su capacidad para votar o para firmar contratos civiles, como a las condiciones en las que desarrolla su trabajo como asalariada, pero también en el ámbito reproductivo de la familia10. La familia y la sexualidad La posición de la mujer en la familia, entendida como una institución clave en la organización de las relaciones social, fue uno de los temas más tenidos en cuenta a la hora de imaginar las características de la emancipación femenina. La sociedad civil

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liberal europea del siglo XIX, definida legalmente a través de los códigos civiles de impronta napoleónica, se estructura a partir de una forma de familia en la que, como hemos explicado más arriba, la mujer queda excluida de la ciudadanía y depende permanentemente de un pater familias, sea este su padre o su marido, para interactuar civilmente11. Las culturas socialistas no solo cuestionaron este modelo de familia —que es, por extensión, un modelo de relaciones de género—, sino que también desarrollaron alternativas estrechamente vinculadas con los aspectos más relevantes del horizonte utópico de cada cultura política. En un texto publicado años después de la guerra, en su exilio en Francia, la anarquista y exministra de Sanidad del Gobierno republicano, Federica Montseny, define los rasgos fundamentales de una organización familiar “en una sociedad bien organizada”12. Montseny defiende el papel específico de la mujer como madre, su rol fundamental en la maternidad, y desarrolla una idea de sociedad basada en la idea de matriarcado. Propugna un modelo de familia que “desbordando el marco reducido de la casa y los consanguíneos, se extenderá a la comuna, a la nación, al continente, al mundo”, en el que, por tanto, la familia se funde con la sociedad sin solución de continuidad. Sin embargo, esto no le impide referirse a cuestiones más específicas. En las relaciones matrimoniales, dice, “la célula será la mujer y el principio de selección de la especie su gusto en la elección de progenitores”, y la mujer “se negará a contraer matrimonio, o a unirse, a hacer vida común con no importa qué hombre. Sabrá que ese es el único procedimiento de retenerlo espiritualmente, de fijarlo amorosamente y de impedir la consolidación de su esclavitud”. Al referirse al cuidado de los hijos, defiende que estos “pertenecerán a la sociedad, que por el solo hecho de nacer, debe cubrir sus necesidades y asegurar su vida, pero será ella la que, cumpliendo la ley natural, cuidará de ellos hasta que puedan valerse por sí mismos”. Por tanto, no se cuestiona la función de la mujer reproductora de la vida, que más allá de del acto mismo de la maternidad, representa la crianza de los hijos. En la sociedad descrita por Montseny las mujeres conservan un papel muy definido, como reproductoras de la vida en todos sus aspectos, sin embargo, las propuestas de socialización de la familia y de los hijos, y de libertad de la mujer para escoger y abandonar a sus parejas representa una ruptura radical con el modelo de organización social vigente en la España de los años 1930. Contrasta la radicalidad de sus posiciones con la mayor modestia que expresaron las integrantes de Mujeres Libres al referirse a la emancipación femenina. Si bien es cierto que un buen número de

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militantes anarquistas fueron defensoras activas del amor libre, frente a cualquier tipo de matrimonio, la actividad de dicha colectivo y su revista homónima, que llegó, según sus propaganda, a agrupar a 20000 mujeres durante la guerra civil, estaban mucho más limitadas por su voluntad de interpelar a un colectivo más amplio de mujeres, menos vinculadas a la intelectualidad a la que pertenecía Montseny. En sus páginas la noción “amor libre” no se menciona, aunque sí se llevan a cabo algunas críticas a la celebración de matrimonios civiles en pleno proceso revolucionario, así como algunos artículos relacionados con la educación y la libertad sexual13. Y en el papel planteado para la mujer en la guerra civil y en la nueva sociedad surgida de la revolución, esta no abandona su rol como “compañera del hombre y como madre del niño”14. Desde una perspectiva algo diferente a la desarrollada por la dirigente anarquista, las mujeres del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) publican en 1937 un panfleto titulado La mujer ante la revolución, en el que, de nuevo, el papel de la mujer como madre y esposa no se cuestiona, pero su posición en el matrimonio se entiende modificada a través de su incorporación al trabajo productivo, tema compartido, como veremos más adelante, tanto por Mujeres Libres como por las mujeres del PSUC. Con la obtención de independencia económica para las mujeres auguran la desaparición de la subordinación de la esposa al marido: “Nuestra revolución, que ofrece a la mujer la posibilidad de una independencia económica, primer escalón para una igualdad completa, no solo no alejará al hombre de la mujer, sino que modificará fundamentalmente la relación de sexos y dará una nueva base, un carácter nuevo a la familia”15. De la educación a la independencia económica La necesidad de independencia económica para las mujeres es un tema abordado por todas las culturas socialistas, que además adquirirá una relevancia particular durante la guerra. Las movilización de los hombres al frente, primero en las milicias y después en el ejército popular, y la necesaria transformación de la retaguardia para adaptarse a las necesidades de una guerra total abrieron la posibilidad a la reivindicación, largo tiempo sostenida por el movimiento obrero, de incorporar masivamente a las mujeres al ámbito productivo de la economía. Una de las más constantes defensoras de la incorporación de la mujer al trabajo fabril durante la guerra fue Teresa Pàmies, miembro del secretariado de las Juventuts Socialistes Unificades de Catalunya (JSUC) y de l'Aliança Nacional de la Dona Jove, que escribía en enero de 1937: “avui la dona pot

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ajudar els que lluiten a les fàbriques; la dona pot exercir un paper formidable, totes les tasques que els companys hagin de deixar en marxar al front les pot realitzar una dona”16. A pesar de la extensión que esta reivindicación parece haber tenido entre las mujeres de las distintas culturas socialistas, lo cierto es que su realización fue cuando menos, limitada. El 19 de enero de 1938, en la que habría de ser la última reunión de la Comisión de Gobierno Municipal del Ayuntamiento de Barcelona antes de la entrada de las tropas fascistas, los Regidores solicitaban ayuda al Gobierno de la República y al de la Generalitat para afrontar “l'habilitació i incrementació d'estatges infantils i guarderies en les fàbriques, tallers i llocs provisionals que permetin salvar les presents circumstàncies extraordinàries”17, poniendo en evidencia que esta cuestión no estaba, ni mucho menos, resuelta. El Secretariado Femenino del POUM consideraba la incorporación de la mujer al trabajo parte de las tareas imprescindibles no solo para la guerra, sino también para lograr su emancipación. Ante la disyuntiva planteada entre “ser madre o mujer de oficio”, las mujeres del POUM responden: “ni lo uno ni lo otro; queremos las dos cosas. Porque en la nueva sociedad no habrá conflicto entre la maternidad y el oficio, puesto que no existirán patronos que no toleren mujeres embarazadas en su industria”18. Su plan para conseguir esto, en línea de continuidad con las propuestas descritas en el programa del BOC, no se distancia apenas de los incumplidos deseos del Ayuntamiento de Barcelona: construcción de guarderías y comedores que socializasen las necesidades de cuidados de niños como los trabajadores, liberando a la mujer el tiempo necesario para poder ser “mujer de oficio”. En este aspecto, la posición de Mujeres Libres se centró en la necesidad para las mujeres de “superar su esclavitud de ignorancia”, antepuesta, según ellas, a otras dos formas de esclavitud propias: la de mujer y la de productora. De esta primera finalidad con la que se presenta Mujeres Libres evidencia, en contraste con otras culturas políticas socialistas, el papel central que el desarrollo individual tenía para las mujeres de cultura anarquista. El desarrollo de las finalidades con las que Mujeres Libres se presenta como colectivo nos aportan algo de luz acerca del significado que para estas mujeres tenía la emancipación de la mujer. Por un lado se plantean ser “una fuerza femenina consciente y responsable que actúe como vanguardia en el movimiento revolucionario”, preparando además “una poderosa aportación femenina a la tarea revolucionaria constructiva”. Las características de esta aportación son fundamentalmente instructivas:

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por un lado “combatir la ignorancia capacitando a las compañeras cultural y socialmente por medio de clases elementales, conferencias, charlas, lecturas comentadas, proyecciones cinematográficas, etc.”; y por otro, aportar cuadros a “Sindicatos, Ateneos y Juventudes Libertarias, a fin de llegar a un engranaje que vigorice nuestro movimiento revolucionario”19. Conclusiones. El proceso revolucionario de las mujeres A duras penas hemos conseguido describir en estas páginas algunos de los elementos del horizonte utópico que configuraba el imaginario de las culturas políticas socialistas acerca de la emancipación femenina. No obstante, podemos de ello extraer algunas conclusiones tentativas que nos ayuden a avanzar en el estudio de estas ideas desde una perspectiva social; es decir, a partir de la agencia de quienes construyeron y compartieron dicho imaginario. Debemos, en primer lugar, evitar la tentación de pensar el horizonte utópico construido por las culturas políticas socialistas como una idea cerrada, elaborada a partir del pensamiento de autores de referencia de cada cultura. Por el contrario, el análisis concreto de los documentos nos muestra un horizonte en constante evolución, fruto de la situación política en la que este se construye, y también de las condiciones concretas de la hegemonía dominante en el momento. El periodo en el que nos hemos centrado es, sin duda, un momento de crisis de la hegemonía liberal que fue dominante en España, al menos, desde la segunda mitad del siglo XIX. En esta situación, los límites de lo posible se redefinen, lo que hasta entonces podía formar parte de dicho horizonte se convierte en realidad, y los anhelos emancipatorios toman nuevas formas. La situación revolucionaria abierta después del golpe de Estado de julio de 1936 provoca otro vuelco en dicho horizonte. La lucha por los derechos civiles y políticos de las mujeres da paso a una nueva idea de emancipación, ligada a cuestiones económicas, como la participación de la mujer en el trabajo productivo o la organización del trabajo reproductivo, y sociales —todas las relativas a la familia y la sexualidad—. Desde esta perspectiva, el horizonte utópico deviene también horizonte estratégico, eje principal de articulación de la actividad política socialista. Los aspectos concretos de la idea de emancipación femenina que hemos descrito son el resultado de la experiencia y la lucha política de las mujeres, pero a su vez son el resultado de una experiencia pasada, acumulada por cada cultura política, que será

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redefinida o resignificada en cada momento y situación. Las referencias simbólicas y las prácticas políticas son adaptadas por cada generación militante, construyendo un imaginario que nunca es exactamente una continuidad del anterior, y que modifica la proyección que este pueda tener hacia el futuro, lo que hereda la nueva generación20. Hasta la fecha, la mayoría de los análisis realizados desde el campo de la historia de las mujeres han intentado establecer una genealogía del movimiento feminista, desde sus orígenes hasta la segunda oleada de feminismo, o hasta la actualidad, que nos ha permitido conocer lo que de común tiene el feminismo con las mujeres organizadas en las culturas políticas socialistas, pero que a su vez ha dejado a un lado los elementos que les son propios, bien sea porque son originalmente desarrollados en el seno de estas culturas políticas, bien sea porque proceden de la tradición republicana escindida del liberalismo dominante. Ser capaces de rastrear los orígenes del imaginario a partir del que se configura la utopía es un medio para conocer los vínculos entre diferentes culturas políticas, lo que tienen de compartido desde la diferencia, y viceversa, lo que procede de corrientes de pensamiento no compartidas.

1

Rosa M.ª CAPEL: El sufragio femenino en la 2ª república española, Granada, Universidad de Granada, 1975; Concha FAGOAGA: La Voz y el voto de las mujeres. El sufragismo en España: 1877-1931, Barcelona, Icaria, 1985; y Mary NASH: Rojas, las mujeres republicanas en la guerra civil, Madrid, Taurus, 2006.

2

Joan W. SCOTT: “Experiencia”, en La Ventana, 13 (2001), pp. 42-73.

3

Anna AGUADO: “Cultura socialista, ciudadanía y feminismo en la España de los años veinte y treinta”, en Historia Social, 67 (2010).

4

Ferran GALLEGO: Barcelona, mayo de 1937. La crisis del antifascismo en Cataluña, Barcelona, Debate, 2007; Josep Antoni POZO GONZÁLEZ: Poder legal y poder real en la Cataluña revolucionaria de 1936, Espuela de Plata, 2012 y Josep Lluís MARTÍN RAMOS: La Rereguarda en Guerra. Catalunya, 1936-1937, Barcelona, L'Avenç, 2012.

5

Françoise Thébaud: “La Primera Guerra Mundial: ¿La era de la mujer o el triunfo de la diferencia sexual?”, en Georges DUBY y Michelle PERROT (dirs.): Historia de las mujeres, Vol. 5, El siglo XX, Madrid, Taurus, 2000, pp. 39-106.

6

Todas las referencias al articulado del Código Civil proceden de: Real Decreto de 24 de julio de 1889 por el que se publica el Código Civil, BOE 206, de 25 de julio de 1889, Ref.: BOE-A-1889-4763, pp. 249-259.

7

“Decreto especificativo de la capacidad civil de la mujer y especialmente de la mujer casada en cuanto se refiere a la Constitución y las Leyes civiles”, Gaceta de la República: Diario Oficial, 4 de febrero de 1937, 35, pp. 635-636.

8

Anna AGUADO: “Cultura socialista, ciudadanía y feminismo…”, p. 141.

9

Grupos Femeninos del BOC: “A las mujeres que trabajan”, La Batalla, Año VIII (3.ª época), 44, Barcelona, 4 de junio de 1931.

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10

Para más datos sobre la identidad política de las mujeres del BOC: César CASTAÑÓN: “Obreras. La identidad política de las mujeres del BOC y del POUM”, en II Jornadas Doctorales de Historia Contemporánea, Madrid, Universidad Autónoma de Madrid, 2012. 11

Antoni DOMÈNECH: El Eclipse de la Fraternidad. Una revisión republicana de la tradición socialista, Barcelona, Crítica, 2004, pp. 73-122 y Carole PATEMAN: El contrato sexual, Barcelona, Anthropos, 1995. 12

Federica MONTSENY: “El problema de los sexos”, en Roberta JOHNSON y Maite ZUBIAURRE (eds.): Antología del pensamiento feminista español, Madrid, Cátedra, 2012, pp. 271-282. 13

Martha ACKELSBERG: Mujeres Libres. El anarquismo y la lucha por la emancipación de las mujeres, Barcelona, Virus, 1999, pp. 203-212 14

Soledad ESTORACH: “Caracteres de nuestra lucha”, en Mary NASH: Mujeres Libres, España 19361939, Barcelona, Tusquets, 1975, pp. 86-87 (publicado originalmente en Tierra y Libertad, 3 de diciembre de 1938). 15

Secretariado Femenino del POUM: La mujer ante la revolución, Ed. Marxista, 1937, p. 10.

16

Teresa PÀMIES: Estem en guerra. Escrits 1936-1939, Valls, Cossetània, 2005, p. 41.

17

Comissió de Govern Municipal, Ajuntament de Barcelona: Actas, Vol. 6, 1938, p. 22, en Arxiu Municipal de la Contemporani de Barcelona. 18

Secretariado Femenino del POUM: La mujer ante la revolución, p. 8.

19

“Finalidades”, en Mary NASH: Mujeres Libres…, pp. 73-74

20

Joan SCOTT: “El Eco de la fantasía. la historia y la construcción de la identidad”, en Ayer, 62 (2006), pp. 111-138.

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