La Guerra Grande en Colonia. Extranjeros y Criollos

June 14, 2017 | Autor: S. Rivero Scirgalea | Categoría: Historia, Historia Militar, Historia Regional y Local, Historia de Uruguay
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Descripción

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SEBASTIÁN RIVERO SCIRGALEA

LA GUERRA GRANDE EN COLONIA EXTRANJEROS

Y

CRIOLLOS

Torre del Vigía Ediciones

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La Guerra Grande en Colonia

© Sebastián Rivero Sello Torre del Vigía - Ediciones Mercedes 937 - Piso 4 Telefax: 900 2919 E-mail: [email protected] Montevideo - Uruguay Diseño y diagramación: Patricia Carretto Cel: 099 509 483 / 309 7417 E-mail: [email protected] Lámina de páginas 6 y 7: Vista de Colonia del Sacramento (desde el sur) acuarela, anónimo inglés, 1860. Archivo Regional Colonia. Corrector de estilo: Pablo Azzarini Se terminó de imprimir en el mes de abril de 2007 ISBN 9974Hecho el depósito que marca la ley. Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total por medios de cualquier medio gráfico o informático sin previa autorización del editor.

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ÍNDICE Prólogo ........................................................................................9 Entre el país “tradicional” y el país “moderno” .................. 11 Capítulo I. El escenario histórico ............................................15 Capítulo II. Sociedad ...............................................................29 Capítulo III. Las poblaciones en 1830 ....................................43 Capítulo IV. La Guerra Grande (1839-1852) ..........................71 Capítulo V. La guerra en la región ...........................................81 Capítulo VI. Extranjeros y criollos ....................................... 127 Capítulo VII. Conflictos por la tierra ................................... 143 Capítulo VIII. Relaciones económicas y control portuario ............................................................... 163 Capítulo IX. El culto y la escuela ......................................... 169 Capítulo X. Después de 1851 ............................................... 177 Capítulo XI. El Departamento en 1850 ................................ 195 Capítulo XII. La incipiente “modernización” ...................... 213 Fichas biográficas ................................................................ 221

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PRÓLOGO

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as últimas décadas han significado, en lo cultural, una enorme mutilación –¿o mutación?– en el interior del país. Las individualidades con capacidad de liderazgo, la dirigencia de instituciones culturales, no se han renovado con la decisión necesaria y por tanto carecemos del humus para el estímulo a la creación. Nos falta en la dinámica intelectual más de una generación para el trabajo creador, imaginativo, con una nueva visión. Las nuevas generaciones “están ahí”, en una suerte de orfandad y sólo como potencialidad. Por otra parte se reconoce la necesidad de encadenamiento, de interrelación, la gestación de una masa crítica, un diálogo riguroso. Pero eso no ha sido así. En una actitud de romper el conformismo y la falta de rumbo, sin tradición y sin maestros, quizá sí lejanos, el profesor Sebastián Rivero ha comenzado a transitar con humildad y admirable tenacidad la investigación histórica. Ha sido una obra en solitario y no ha renunciado al rigor, a la investigación seria, responsable, académica, en los reservorios documentales del país y en el departamento. Cuando todo induce al facilismo Rivero eligió el creciente desafío de vérselas con temas mayores. La frecuentación de los archivos, los estudios más rigurosos a los que lo condujo su curiosidad intelectual, lo han llevado al tema de la Guerra Grande, pero visto en el escenario tan particular que ha sido desde siempre la zona del departamento de Colonia. Zona de sutura de la metrópoli de Buenos Aires y de Montevideo. Nos podemos preguntar ¿queda alguna huella del hecho de que hasta el arroyo Cufré llegaba la delimitación de la gobernación de Montevideo y el actual departamento de Colonia pertenecía a la jurisdicción de Buenos Aires?

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Las distintas pulsiones sociales, interactuando con las residuales de la época portuguesa, de intereses de bonaerenses de la época colonial y posterior, junto a los intereses comerciales y políticos de todas las potencias imperiales europeas, han condicionado la historia del departamento. Más aun en el ámbito de la Guerra Grande. La investigación del profesor Sebastián Rivero logra “aterrizar” la historia de esa tremenda convulsión en el territorio departamental y descubre los actores y su incidencia. Todo quedó pronto para que luego de la Guerra Grande la clase pudiente y la gobernante iniciaran la mayor intervención en el interior de la república: el proceso de colonización de largo y prolongado efecto en la zona y la región. Fue la mayor intervención en el país de las clases dominantes. A los 150 años de la colonización agraria, la obra de la “Sociedad Agrícola del Rosario Oriental”, presidida por Doroteo García, marcó al departamento con la consecuencia hoy muy visible de la distribución poblacional atípica del territorio de Colonia en el espacio uruguayo. ¿Otro desafío a estudiar por los historiadores jóvenes? Profesor Omar Moreira

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ENTRE EL PAÍS “TRADICIONAL” Y EL PAÍS “MODERNO”

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onflicto internacional, regional y nacional; lucha ideológica entre tendencias autoritarias y liberales, americanas o pro-europeas; enfrentamiento entre bandos políticos y caudillos; drama que afectó la configuración estatal del país; choque entre la “civilización” y la “barbarie” en fórmula exitosa de Sarmiento, la Guerra Grande (1839-1852) se presenta de manera tan compleja y elusiva que no basta la simple enumeración de factores, ni los amplios trazos del esquema, para abarcar sus significados. Corresponde señalar, no obstante, la injerencia directa de las potencias europeas, Francia e Inglaterra, confirmando la dependencia del mercado mundial; la configuración de los bandos o divisas, “blancos” y “colorados”, aliados a los partidos argentinos “federales” y “unitarios” respectivamente; la primera división desembozada entre “caudillos” y “doctores” o entre el “campo” y la “ciudad”. Esta constelación de elementos traerá como resultante la primera escisión entre el país “tradicional” y el país “moderno”, la transición desde estructuras pre-capitalistas a otras de rudimentario capitalismo (los bandos, antes que el aparato estatal, van a ir delineando este pasaje; luego, ante la crisis de los mismos, lo hará el elenco militar a partir de Latorre). En el departamento de Colonia la guerra se vivió de un modo particular. Con antiguos vínculos regionales con la Argentina (en ese entonces las Provincias Unidas) y con un entorno social y

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económico volcado hacia el río, fue el refugio de los emigrados políticos del régimen rosista, además de punto estratégico para el dominio fluvial por las fuerzas de la intervención anglo-francesa. Pero, además, fue un importante foco de tensiones a nivel social. Desde la etapa artiguista se planteó un conflicto entre ocupantes y estancieros, lo que se tradujo en la expropiación y donación de tierras. El aumento de la población, junto a esta problemática social, llevó a un primer fraccionamiento de la propiedad. Por el choque entre los bandos, y el cambio de manos de la tierra, se debilitarían los sectores criollos en pugna. Esto posibilitaría la instalación de extranjeros con “estancias-empresas” y colonias agrícolas. El departamento de Colonia, como región avanzada en la mestización y lugar de predominio del minifundio agrícola, que constituiría su sello para los próximos años –y hasta la actualidad–, se gestó claramente luego de la Guerra Grande. Este pasaje de una sociedad “tradicional” a otra “moderna”, viendo a la guerra como elemento de crisis y de transición, será el que estudiaremos a lo largo del libro, junto a otras problemáticas colaterales que pueden ampliar y matizar el planteo. La Guerra Grande es un tema escasamente transitado por nuestros historiadores. Si se exceptúa la monumental obra de Mateo Magariños de Mello “El Gobierno del Cerrito” y “Los orígenes de la Guerra Grande” de Luis Alberto de Herrera, se hace visible la falta de monografías al respecto en la historiografía nacional. En relación con el departamento de Colonia puede citarse “Aspectos de la Guerra Grande”, del escribano Eduardo Moreno, el cual reseña la actividad de su ancestro el general Lucas Moreno. Este libro, con un prólogo de Luis A. de Herrera, se adscribe al revisionismo histórico blanco de principios del siglo XX, y es un texto fundamental para vislumbrar la actuación del partido y uno de sus caudillos en esta región. Atendiendo a estas ausencias, hemos querido efectuar una recopilación y síntesis del material édito, el cual se presenta de

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forma fragmentaria. Agregando, al mismo tiempo, documentación inédita sobre aspectos económicos, sociales y de historia de las mentalidades. El resultado final (que, como cualquier obra humana, puede presentar omisiones) invita a una lectura desde diversos planos, tratando de establecer un diálogo entre la “micro historia” y la “macro historia”, entre el “mundo” y la “aldea”, considerando los avatares del acontecer anónimo y cotidiano. En todos los ámbitos se vive y se padece la historia. Porque como les recordó Melchor Pacheco y Obes a los políticos franceses, en toda guerra, tanto en las grandes como en las pequeñas, se muere.

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CAPÍTULO I

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ESCENARIO HISTÓRICO

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l Río de la Plata, durante el siglo XVI, al carecer de metales preciosos y población indígena dócil, fue una región marginal dentro del imperio español. No obstante, al re-fundarse Buenos Aires en 1580, se va a inaugurar una ruta económica alternativa a la establecida por Lima, y que a la larga iría a competir con ésta. La plata potosina sería, de ahí en más, objeto de contrabando por el Río de la Plata, enriqueciendo a los comerciantes porteños. Mientras crecían las zonas de Córdoba y Tucumán en su economía, al participar de las rutas de la plata, el Brasil (unido con su metrópoli Portugal a la corona de España entre 1580 y 1640), también hacía usufructo de este tráfico platense. Numerosos comerciantes portugueses se instalan por ese entonces en Buenos Aires.1 Cuando Hernandarias introduce la ganadería en esta Banda del Uruguay, al comenzar el siglo XVII, la deja insertada en esta macro región económica que constituirá con posterioridad el Virreinato del Río de la Plata (1776). 1

El censo de 1643 de la colonia portuguesa de Buenos Aires, levantado por el gobernador Cabrera, menciona fortunas de 5.000 y hasta 10.000 pesos y la propiedad de 8 a 12 esclavos, aunque la mayoría de los encuestados son artesanos (26) y labradores (33) y tan sólo 6 comerciantes. GARCÍA, J. A., “La Ciudad Indiana”, Buenos Aires, Editorial Claridad, s/a, p. 194 y sig. (Sobre el tema también puede verse: MECLE ARMIÑANA, E., “La Colonia como Historia de Mercantilización Restringida”, Buenos Aires, Eudeba, 2da. ed., 1998.)

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Esta riqueza ganadera y el flujo comercial de Buenos Aires serán motivo para que expediciones corsarias inglesas, holandesas y francesas recalen en la zona de San Gabriel (tanto en las islas como tierra firme).2 Harán, asimismo, que la corona portuguesa codicie estas tierras. Se puede considerar, por tanto, que la fundación de Colonia del Sacramento en la región de San Gabriel se debe o bien a una imprevisión del monarca, como insinúa Azarola Gil, al exponerla al furor militar de Buenos Aires, o a un arranque de astucia comercial, al procurar la cercanía de sus mercados.3 Fundada la Colonia del Sacramento en 1680, será sitiada cinco veces, y reconstruida en dos ocasiones, entablándose entre medio jugosos negocios entre el gobernador Vasconcellos y los comerciantes porteños.4 Esta dinámica que hará correr soldados y mercaderes por la región pautará el poblamiento de la misma, naciendo así guardias, estancias, capillas y pueblos. Eso le dará al hoy departamento de Colonia su impronta de “unidad en la diversidad” (como ha sostenido Omar Moreira5 ). Unidad marcada en la dinámica de la guerra y el contrabando:

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Entre otros, el tema ha sido abordado por: MOREIRA, O., “La Colonia Portuguesa”, Crónicas de Esta Banda II, Montevideo, IMC, 1999; RIVEROS TULA, A., “Historia de la Colonia del Sacramento (1680- 1830)”, Instituto Histórico y Geográfico, Montevideo, 1959; y BARRIOS PINTOS, A., “Historia de los Pueblos Orientales”, T. I, Academia Nacional de Letras, Montevideo, 2000.

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Azarola Gil, basado en una mirada geopolítica, argumenta que la ubicación estratégica para la factoría hubiera sido Maldonado (AZAROLA GIL, L. E., “La Epopeya de Manuel Lobo”, C.I.A.P., Madrid, 1931). El arqueólogo Antonio Lezama sostiene que los portugueses realizaron allí la fundación para seguir usufructuando las rutas al Alto Perú, contando con el mercado de Buenos Aires. (LEZAMA ASTIGARRAGA, A., “Raíces coloniales del puente Colonia-Buenos Aires”, Cuadernos del CLAEH, Nº 83-84, Montevideo, 2ª serie, año 24, 1999.)

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Un interesante análisis de estos vínculos figura en PRADO, F., “Colônia do Sacramento. O extremo sul da America Portuguesa”, Prefeitura de Porto Alegre, 2002.

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MOREIRA, O., “Colonia y Rosario en las Gestas del Plata”, Crónicas de Esta Banda I, IMC, 1998, p. 39.

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bajo la historia diplomática, agitada y cambiante, se encuentran redes comerciales –legales e ilegales– estables; como si las fronteras entre imperios fueran, a la vez, rígidas y porosas. 6 El cerco al portugués se produce ya en 1683 con la guardia de San Juan; luego, casi pasado un siglo, se estrecha con el Real de San Carlos en 1761. Pero los planes lusitanos eran vastos: tenían ranchos de corambre por el Rosario, y pensaban extenderse hasta Montevideo (razón de la población española en 1724). En torno a las murallas se aglomeraban estancias y quintas, tanto para el abastecimiento como para la exportación (por ejemplo de harinas). Las arreadas a Río Grande ya se volvían regulares.7 El primer proyecto para “urbanizar” la feraz campaña de la Banda Oriental se estaba produciendo, y tuvo por lo tanto un contraproyecto español. Pero éste fue parco, y en el plano inmediato tuvo poca incidencia. Si, como sugiere O. Moreira, entre Colonia y Buenos Aires se instauró una primera lucha de puertos,8 muy poco se podían avenir las autoridades y comerciantes porteños a instalar poblaciones organizadas en su jurisdicción (hay que destacar, asimismo, que Buenos Aires precisaba a la factoría portuguesa, era vital para burlar el monopolio hispano, que ella misma no se animaba aún a desconocer). Por eso el recurso de las guardias –con fines estrictamente militares– y además el de los faeneros, autorizados por el Cabildo, que no implicaban población en sentido estricto. La Colonia portuguesa jugaba con otras reglas. Una ciudad española –como lo fue Montevideo– ponía en cuestión el dominio de su “hinterland”. El gobernador de Buenos Aires Baltasar García Ros dispuso en 1715 la edificación de algunas barracas en el Arroyo de las Vacas, para el acopio de cueros. Luego esas mismas barracas, debido a la paz de Utrecht, sirvieron para el Real Asiento de Inglaterra y el comercio de esclavos. 6

PRADO, F., op. cit.

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Op. cit.

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MOREIRA, O., “Colonia y Rosario en las Gestas del Plata”, op. cit., p. 39.

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A ese ritmo fueron creciendo las vaquerías legales y clandestinas, siendo inevitable que muchos faeneros se radicaran en la zona, para el mejor usufructo económico, dando paso a las primeras estancias (las vaquerías, cabe agregar, constituyeron un antecedente material y jurídico para el proceso de consolidación de la propiedad privada que se cumplió con la aparición de la estancia 9 ). Gerónimo Escobar, de Santa Fe, fue uno de estos faeneros que se estableció con estancia en 1717, sobre los arroyos de Las Víboras y Las Vacas. Un acta del Cabildo de Buenos Aires del 3 de febrero de 1721, acerca de la prohibición de tener más de tres peones en las estancias, registra trece establecimientos de este tipo en la “campaña del Uruguay”.10 Así comienzan a perfilarse tres zonas, que mantienen entre sí lazos tenues o conflictivos: la zona oeste (Carmelo, Víboras e Higueritas-Nueva Palmira), centro (Colonia del Sacramento, Real de San Carlos) y este (Rosario).11 El Partido de Víboras –germen de las actuales Carmelo y Nueva Palmira– es, según J. Gelman,12 una de las zonas más pobladas a fines del siglo XVIII.

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MECLE ARMIÑANA, E., op. cit., p. 100.

10 Sobre este tema puede consultarse la síntesis que realiza FROGONI, J., “En Búsqueda de una Identidad Regional. Algunas características históricas”, parte I, Vértice, A. II, Nº 13, Nueva Palmira, enero 2001, p. 20 y sig. 11 Las zonas se pueden dividir de esta forma: Centro: limitada al oeste por la actual ciudad de Ombúes de Lavalle y por el arroyo Miguelete y la desembocadura del río San Juan; siendo limitada al este por las ciudades de Tarariras y Miguelete. Oeste: comprende desde los límites noroeste de la zona centro, hasta el departamento de Soriano. Este: desde los límites este de la zona centro hasta los departamentos de San José, Flores y Soriano. Las poblaciones de Ombúes de Lavalle, Miguelete y Tarariras son puntos de confluencia entre zonas, y por lo tanto pueden depender en su conformación de ambas. Mapas de cada zona y una descripción arqueológica de las mismas se encuentran en: LEZAMA, A., “Guía Arqueológica del Departamento de Colonia”, Montevideo, Universidad de la República, 2004. 12 GELMAN, J., “Campesinos y estancieros. Una región del Río de la Plata a fines de la época colonial”, Buenos Aires, Editorial Los Libros del Riel, 1998 (citado por MOREIRA, O., “Colonia y Rosario en las Gestas del Plata”, op. cit., pp. 39-40).

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La extracción de leña, cuero y carne para Buenos Aires, hace que por 1758 aparezca la población de Las Víboras: una capilla y unos cuantos ranchos en cuatro cuadras cuadradas. En 1741 se habían instalado los padres de la Compañía de Jesús en una extensión de más de 40 leguas, entre el Arroyo de las Vacas y el San Juan. En esta estancia se mantiene numeroso ganado vacuno y explotaciones agrícolas, sostenidas por el trabajo esclavo (33 varones y 14 mujeres). Al noroeste del Arroyo de las Vacas, la estancia de Luis Escobar (en 1751 se encontraban allí 33 personas, entre esclavos, peones y niños). Entre los arroyos Víboras y Sauce, al norte de la anterior, el establecimiento de Juan de Narbona, con una calera. Todos estos centros eran focos de trabajo que atraían a los ocupantes de tierras (A. Barrios Pintos). 13 A fines del siglo XVIII, por el trajín comercial, comienza a producirse la lenta población de Higueritas, ratificada por mandato artiguista en 1816. Los pobladores de Víboras, dirigidos por su cura, intentan trasladarse a otros puntos más provechosos. A comienzos del siglo XIX chocan en sus pretensiones con el latifundista Melchor Albín, que usufructuaba los campos de Escobar. Lo cierto es que el pueblo seguirá hasta 1846, siendo barrido por la Guerra Grande. Sospecha Luis Morquio Blanco, que la mudanza era más el deseo de los sacerdotes que el de los vecinos, situando a las parroquias en zonas de confluencia –de tránsito fluvial– para así aumentar los servicios religiosos y los ingresos.14 Este enfrentamiento entre religiosos, estancieros y vecinos, se convierte en un lugar común dentro del régimen colonial, traspasándose en algunas de sus implicancias hasta la sociedad independiente. 13 BARRIOS PINTOS, A., “Historia de los Pueblos Orientales”, T. I, op. cit., p. 379. 14 MORQUIO BLANCO, L., “La Estancia de Don Juan de Narbona”, Ed. Montevideo, pp. 132 y 133.

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En 1816, al fundarse el pueblo de Las Vacas, el nudo se corta a favor de los vecinos reclamantes de tierras. Pero los problemas volverán a estar sobre el tapete bajo el gobierno Cisplatino y luego con la aparición del estado uruguayo. Rondando el 1735, Pascual de Chena, apodado “el Colla”, se había instalado con pulpería y estancia en esa micro región, dejándole su nombre. Él mismo había ayudado al abuelo de José Artigas a negociar con los indios charrúas (o minuanes), para frenar sus ataques contra Montevideo.15 Al hallarse en la zona una guardia, y ser sitio de tránsito español, portugués, indígena-, se fue conformando una población –Rosario–, a la que se le darán ciertos marcos legales en 1775, merced a los desvelos de Benito Herosa. Pequeñas y medianas propiedades se ubican al norte de la villa. Como en el caso de Víboras, una capilla también marcaba su nacimiento. Pero la población se hallaba rodeada por el latifundio: las posesiones del saladerista Francisco Medina (antes del Hospital Bethlemita de Buenos Aires), la Real estancia del Rosario y las tierras del cirujano real Manuel Correa Morales. Éstos eran centros de poder regional, y en el caso de Medina y Correa Morales, pulperías acopiadoras de cuero, forma primitiva de intermediación financiera y “camino del dinero” (A. Barrios Pintos, R. Jacob). 16 Pero los vecinos de Rosario, viendo a la población sin posibilidades de expansión y peligrando su propia existencia, se traban en litigio con Medina por el usufructo de las tierras. En 1782 el religioso betlehemita fray Francisco del Carmen aseguró que los vecinos del Rosario, eran “unos pobres que no tenían para pleitear”, en alusión a su imposibilidad monetaria para acceder a la tierra. La Real Instrucción de 1754, sobre venta y composición 15 Datos que toma DUPRE, H., (“Historia del Departamento de Colonia”, 2da. ed., Impresora Dolores, Dolores, 1994, p. 64) del historiador rosarino Federico Alonso Leguízamo. BARRIOS PINTOS, A., en “La Villa de Nuestra Señora del Rosario. Proceso fundacional. Sus primeros años”, IMC, Colonia, 1992, p. 14, habla de indios minuanes, no charrúas, y no menciona ninguna pulpería. 16 MOREIRA, O., “Colonia y Rosario en las Gestas del Plata”, op. cit.

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de tierras, trataba de dar orden a la campaña. Orden que redundó en beneficio del fisco y de los grandes propietarios. Los vecinos de Rosario en la década de 1770 proponen al Gobernador de Buenos Aires que se les entreguen estancias, como se hizo durante la fundación de Montevideo. Sólo se accedió al otorgamiento de solares, ejido y chacras, y que el resto fuera comprado a la Real Hacienda. Los propietarios Félix Sánchez, Juan Rodríguez Cuitiño, Lorenzo Santuchos, Miguel Hernández de Velazco, María del Cristo Pérez, Cristóbal de Castro Callorda y Alejandro de los Reyes, procuraron por denuncia esas tierras, reclamadas por los vecinos rosarinos.17 El estado penoso de la población lo deja estampado el viajero (además cartógrafo y comisionado para la demarcación de límites entre España y Portugal) José María Cabrer, en 1783, escribiendo que en el Colla “hay una media docena de ranchos de paja y una capilla para que oiga misa la gente del pago”.18 En 1795 los vecinos tratan de ampliar y demarcar el ejido, pero se topan con la testamentaria de Medina (en ambos casos, sin embargo, es dudoso el derecho para los reclamos de tierras). A fines del siglo XVIII la población sigue limitada a 30 ranchos, siendo también un rancho la primitiva capilla. En 1800 se incendia el saladero –ahora en manos de Romero y Lalvardén– y en 1801 es puesta en subasta la estancia del Colla.19 17 SALA DE TOURON, L., RODRÍGUEZ, J.C., DE LA TORRE, N., “Evolución Económica de la Banda Oriental”, Ediciones Pueblos Unidos, 2da. ed., 1968. 18 PITA, O., “La región del Rosario a través de los viajeros”, s/d., 2003, p. 19. 19 “El remate de la estancia tuvo lugar en Buenos Aires, el 2 de octubre de 1804. Su adquirente fue Vicente Capelo, un extranjero recién llegado al país. Superados los trámites burocráticos y otras dificultades –entre ellas la prisión del propio Capelo, arrestado luego de la conquista por vinculaciones y trato con el general inglés William Carr Beresford y otros oficiales ingleses y secuestrados sus bienes, recién en 1812 sería absuelto por el gobierno del Primer Triunvirato. En ese año tomaría posesión de la estancia del Colla, que sería de su propiedad hasta mayo de 1833, en que pasó a poder, en Buenos Aires, de Juan de Alagón.” (BARRIOS PINTOS, A., “La Villa de Nuestra Señora del Rosario. Proceso fundacional. Sus primeros años”, op. cit., p. 42.)

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Finalmente, en 1810, Vigodet reconoce el derecho de los vecinos y autoriza el reparto de solares y chacras. La Colonia del Sacramento, tomada a los portugueses en 1777 –constituyéndose el Virreinato del Río de la Plata (1776)–, pasa a ser habitada por la guarnición de soldados veteranos del Cuerpo de Inválidos de Buenos Aires, y por familias gallegas y maragatas (que procedían de la frustrada misión pobladora en la Patagonia). En el censo de 1783 figuran 245 españoles, 15 pardos y 30 esclavos, sin contar los soldados de la guarnición, ni los 205 habitantes del Real de San Carlos. Lentamente la ciudad se reconstruye, debido al esfuerzo de sus pobladores. Eso posibilitó que las propiedades muy pronto cobraran valor, pero también que aumentara el precio de los materiales (a fines del siglo XVIII las tejas costaban 20 reales el ciento, y la fanega de cal 18 reales; en 1805, las tejas ascendían a 3 pesos el ciento, y la cal a 4 pesos). En 1785 se erigió un modesto faro sobre una torre de la iglesia. Para su sostenimiento se creó un impuesto de medio real, que pese a su exigüidad –sostiene Riverós Tula– provocó la queja de los vecinos.20 El capitán de fragata Juan Francisco Aguirre, de paso por la zona, estampa en su diario en 1796: “La Colonia va en el día restableciéndose y empieza ahora a poblarse la cercanía de las quintas portuguesas, repartiéndose las tierras a merced”.21 Muchos pobladores civiles y militares piden se les reconozca la propiedad de quintas y casas reconstruidas. “El primer tomo del protocolo del Cabildo inicióse el año 1793, y sus escrituras registran un movimiento relativamente importante de adquisiciones y ventas, poderes, testamentos y tráfico de esclavos. Aunque precaria, Colonia adquiría vida propia, pero debe consignarse se refería a su dilatada jurisdicción rural, cuyo 20 RIVEROS TULA, A., op. cit., p. 225. 21 Op. cit., p. 228.

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desarrollo se acrecía bajo el esfuerzo de las familias estancieras, aunque los medios de existencia, costumbres y método de trabajo eran notoriamente primitivos.”22 En el centro de la población se encontraba una horca, pautando el orden simbólico de la ciudad, la dominación de los poderes virreinales sobre los vecinos –y no vecinos (los “hombres sueltos”)– que pasaban bajo la mirada de esos poderes. 23 A fines del siglo XVIII y comienzos del XIX la zona de Colonia –valga aclarar– abarcaba al actual Soriano, estando los pueblos de esa región en la dependencia de la Comandancia de Colonia. Las relaciones no eran del todo armoniosas sin embargo: en 1807 el Cabildo de Santo Domingo Soriano se traba en conflicto con el Comandante de Colonia Ramón del Pino, acerca de la prisión de un alcalde.24 Antes de cerrar este apartado sobre la conformación de la región de Colonia, conviene precisar algunos factores demográficos, sociales y económicos que, aparecidos a fines del siglo XVIII, se prolongan hasta las primeras décadas del XIX. La población de la región de Colonia (Colonia y Soriano) era de 2.892 habitantes en 1780, y de 5.192 en 1798. La población referida al actual departamento de Colonia era de 1.364 habitantes en 1780 y de 2.079 en 1798 (para 1830 se estima una población de 7.000 habitantes). Según Jorge Gelman (de quien tomamos estos datos) el crecimiento demográfico se corresponde con una etapa de auge en el comercio atlántico, lo que incidió en la migración desde otros puntos del virreinato por la posibilidad laboral. Pero si este comercio atlántico de cueros benefició a los productores ganaderos, éstos convivieron con un grueso sector

22 AZAROLA GIL, L. E., “Historia de Colonia del Sacramento 1680-1828”, Barreiro y Ramos, Montevideo, 1940, p. 123. 23 Sobre este tema ver: FUCE, P. “Cerca de la Horca”, Ediciones Torre del Vigía, Montevideo, 2003. 24 LOCKHART, W., “La vida cotidiana en la Colonia”, Arca, Montevideo, 1967, p. 100 y sig.

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campesino. J. Gelman plantea que en la región de Colonia se dio esta relación armónica entre los grupos estancieros y campesinos (estos últimos produciendo para el mercado regional). En esta zona existió una abundante oferta de tierra, que tanto fue aprovechada por los grandes ganaderos como por los pequeños agricultores. Aunque el tema de la titulación de estas tierras tanto para los grandes como para los pequeños será un problema: por ejemplo, Manuel Barrero y Bustillo, comerciante de prestigio, poseía en 1796 una estancia en la zona de Colonia con 3.500 vacunos, llegando a ser dueño legal de la tierra recién en 1807; en la región de Víboras en 1802, de los 76 pobladores que se registran –en general minifundistas– un ínfimo porcentaje son propietarios legales. Esta oferta abundante incidió en el poco valor de las tierras. Pero también contribuyó a esto el escaso interés de las elites gobernantes del Virreinato (especialmente en Buenos Aires) sobre la posesión territorial, prefiriendo cimentar su prestigio y riqueza en el comercio y las actividades estatales (aunque cabe reconocer que las clases altas de la Banda Oriental –sitio, con todo, marginal durante el coloniaje, dada la importancia de las rutas al Alto Perú– se mostraron más interesadas en la posesión territorial, conjugándola con tareas comerciales y burocráticas). La recaudación de los diezmos en el litoral rioplatense indica que un 40% de los mismos provenía de la ganadería y un 60% de la agricultura. En la región de Colonia, en el período 17821802 los granos representan más del 40% de la masa decimal, cifra nada despreciable.25 Si el diezmo de granos se equipara al

25 El licenciado Luis Morquio, en charla que mantuvimos personalmente, manifiesta serias dudas sobre la importancia de la agricultura en la zona, planteada por la tesis de Gelman (GELMAN, J., op. cit.). Aduce, para esta reserva, la inexistencia de cercos en los campos de cultivo, haciéndolos presa fácil para el ataque de vacunos y equinos. El comentario sin duda se aplica en un todo para las grandes superficies sembradas en las estancias, pero se vuelve relativo para la pequeña producción familiar, dado que mujeres y niños podían cuidar de los sembrados. No obstante, el tema queda abierto para nuevas indagaciones.

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de ganados hasta 1790, luego éste va a resultar mucho más importante, hasta llegar a fines de la década del 90 a una relación 3 a 1 a favor del ganado. Esto demuestra, más que una crisis en la producción agrícola, un crecimiento de la ganadería que no es acompañado por la agricultura. El stock ganadero en la región es de 226.513 animales en 1796, y algo menos de la mitad para el actual departamento de Colonia. De 309 productores en la región, sólo 28 tienen más de 1.999 vacunos. Aquellos que poseen en la región de Colonia 1.000 animales o más, concentran más del 73% del ganado vacuno. Muchos de los dedicados a la ganadería –sobre todo los pequeños– también se dedican al cultivo del trigo. En algunas de las grandes estancias se encuentran familias de agregados con cultivos, conviviendo junto a la producción ganadera. Las autoridades de Víboras en 1782 mencionan que en las extensas tierras de don Domingo González se hallan instaladas 22 familias con otras tantas explotaciones. También se encuentran en las estancias pulperías, dado que sus propietarios, en ocasiones, comenzaron siendo pulperos. La agricultura triguera es practicada por pequeños propietarios. En 1789 solamente 3 productores cosecharon 100 o más fanegas, representando un escaso 12% del total cosechado. Es decir, que la tenencia del total de la producción en pocas manos, que se da en la ganadería, se invierte para la agricultura. En la zona de Víboras y Colonia del Sacramento a fines del siglo XVIII predominan los pequeños agricultores, mientras que en la zona de Rosario aparecen los grandes ganaderos (a comienzos del ochocientos cobrará más peso la agricultura). Esta producción tiene dos destinos o mercados, el europeo y el regional: el vacuno participa de ambos, el atlántico, a través de los cueros, y el regional, por el sebo, la grasa, la carne salada, las lenguas, e incluso la carne fresca; mientras que el trigo cuenta solamente con el regional. Dada la pequeña producción individual de los agricultores, éstos debían vincularse con intermediarios –en general pulperos–

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que les suministraban adelantos, con lo que el campesino terminaba endeudado. Los pulperos asimismo comercian con cueros, por lo que chocan con los estancieros y las autoridades coloniales (que no los pueden controlar fiscalmente). Así los pulperos son asociados –por estancieros y autoridades– con contrabandistas, gauchos y ladrones de toda laya. Sin embargo, algunos estancieros de renombre comenzaron siendo pulperos: tal el caso de Manuel Correa Morales, quien antes de tener una estancia en la zona de Rosario del Colla, administró una pulpería de Agustín Casimiro de Aguirre sobre el Arroyo de las Vacas (realizando negocios por su cuenta). En 1796 hay en los pueblos y campaña de Colonia, Real de San Carlos y Rosario del Colla 24 pulperías, y 8 en la zona de Víboras, lo que muestra un mercado saturado de comerciantes y una competencia particularmente aguda. Dentro de esta sociedad de estancieros y agricultores existía un cierto grado de movilidad social. Muchas estancias cambian de manos, y algunos ganaderos se arruinan. Los estancieros que logran permanecer aumentan con creces su stock vacuno. Muchos peones solteros se instalan con familia y se convierten en agricultores. Algunos de éstos pueden luego dar el salto al rubro ganadero. Este será el caso de José Antonio Solano, de Víboras, que de adquirir una modesta tierra de una cuadra y media de frente en 1780, para dedicarla a la labranza, logra tener 200 vacunos en 1784-86, alcanzando los 2.000 animales en 1796, repartidos en dos estancias. Esta posibilidad de ascenso atrae a hombres solteros de otras partes del Virreinato. Con la apertura del comercio atlántico –por el Reglamento de Libre Comercio de 1778 y luego por el trato directo con Inglaterra, la principal consumidora de nuestra producción rural– y el inicio de la crisis revolucionaria en 1810, este espacio económico-social que dejamos bosquejado va a comenzar a desarticularse. Las luchas entre estancieros, peones y campesinos, que sobre todo hacen eclosión con el Reglamento Provisorio de 1815, y los

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choques entre pobladores y hacendados (caso de la región de Víboras y el Colla), marcan estas tensiones.26 Aunque el predominio será para los estancieros, el sector agrícola no va a desaparecer –como luego veremos–, cobrando especial relevancia al sumarse grupos de inmigrantes durante la segunda mitad del siglo XIX. *** El poblamiento español se dio como reacción al portugués. Con éste se produjo un alejamiento bélico, pero a la vez un acercamiento comercial, con el contrabando. Los centros poblados que surgen, tienen por tanto vínculos inestables. Cuando Colonia del Sacramento pase a dominio hispano tendrá el dominio de la autoridad de la región, pero se verá imposibilitada de hacerlo efectivo más allá de sus murallas. Por eso irán apareciendo tres zonas económicas y sociales (centro, este y oeste) y relaciones tensas entre los diversos grupos sociales (estancieros, agricultores, habitantes de las villas, gauchos). La región, desde su conformación, se moldeó por la frontera con el litoral argentino (que comprende durante el siglo XVIII las rutas comerciales con el Potosí) y el influjo atlántico (canalizado por el puerto de Colonia del Sacramento, bajo el dominio portugués, y luego por la mediación de Montevideo y Buenos Aires). Ambos factores, como se señaló, influyeron en sus ritmos económicos y demográficos (siendo elementos de larga duración que inciden en su estructura). La sociedad resultante –que a continuación se detallará– se prolonga hasta la Guerra Grande con todo su cúmulo de articulaciones y contradicciones.

26 Un estudio pormenorizado de este proceso se puede encontrar en: GELMAN, J., op. cit.

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CAPÍTULO II

SOCIEDAD

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a sociedad tradicional que se prolonga de la colonia a la república, se dividió en sectores dominantes y subalternos. Los primeros, la “gente principal”, fueron los llamados “patricios”, vecinos fundadores que controlaron su entorno urbano y rural merced a prioridades de linaje y patrimonio que cimentaban su prestigio. En las antípodas aparecen los “gauchos” u “hombres sueltos”, grupo que se mueve en los márgenes y que escapa por eso a las rudimentarias formas de dominación. Un sector intermedio representan los agricultores o pequeños propietarios ganaderos, individuos que por su tesón personal y un golpe de suerte pueden ascender a los estratos dirigentes, o a la inversa, adoptar la vida nómade –más redituable y satisfactoria pero a la vez peligrosa– del “hombre suelto”. Este grupo, en los reducidos poblados de campaña, es el que les otorga densidad y variedad a las relaciones sociales.

Los patricios El patriciado, definido por Real de Azúa, comporta un grupo fundacional, integrado por sectores estancieros, comerciales, burocráticos, militares, letrados y eclesiásticos. “Una clase que participó de intereses, ideales y modos de vida religantes y comu-

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nes, sin que esto obste a la existencia de acentuadas, de profundas tensiones internas.”27 Es difícil señalar la existencia de un patriciado en la región de Colonia. Aunque se vislumbra una clase dirigente, y figuras que se adscriben a ella, detectar toda una clase con vínculos y solidaridades internas conlleva un problema. Éste puede ser salvado si se señala que este “patriciado” local fue mucho más fragmentario, menos nítido, que el que puede establecerse a nivel nacional (con todo, el propio Real de Azúa, deja varias brechas abiertas en su elucidación de la categoría “patricia”). El núcleo dirigente que surge en la zona responde a una primera apropiación de la tierra, y a la instalación de ámbitos burocráticos en esta banda del Plata. Ambos factores obedecen tanto al control del portugués, como al control del “hombre suelto”, el gaucho. Pero también, a la ventaja que reportan éstos –portugueses, gauchos (también indios)– para la explotación económica y el tráfico comercial. Los primeros faeneros que “vaquean” en la zona traen un contingente humano –para las tareas de arrear, desjarretar y cuerear– que pronto pasa a constituirse en población “flotante”, ejerciéndose rudimentarias formas de dominación. Los patricios de la zona mantienen estancias, poseen y trafican esclavos, comercian cal –caso de Narbona–, instrumentan saladeros –el primero y más famoso el de Francisco de Medina, pero también en menor escala el de Francisco Albín, sobre el Arroyo de las Vacas28 – y participan de la actividad burocrática (varios patricios ocupan el cargo de Alcalde de la Santa Hermandad). 29

27 REAL DE AZÚA, C., “El Patriciado Uruguayo”, Montevideo, E.B.O, 1981. p. 15. 28 DOTTA, M., FREIRE, D., RODRÍGUEZ, N., “El Uruguay Ganadero”, Montevideo, E.B.O., 1972, pp. 46-47. MONTOYA, A. J., “Historia de los Saladeros Argentinos”, Bs. As., Editorial Raigal, 1956, pp. 19-20.

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En la zona oeste del departamento se constituye este grupo en torno a los apellidos de Escobar, Narbona, Camacho, Albín, Rodríguez, Barrios, Laguna, durante el siglo XVIII y principios del XIX. En la zona centro-este cabe citar a De los Reyes, De Melo, Santuchos, Barrero y Bustillos, Alagón, Visillac, Andujar, De la Rosa Concha, y algunos otros. Estos patricios tuvieron fluidos vínculos con Buenos Aires, como lo prueba el hecho de ocupar cargos militares (un ejemplo patente son los Albín30) o el ya referido de Alcalde de la Hermandad. Uno de los Albín fue Administrador de la Real Renta de Correos, y ya en la etapa independiente, director de los servicios

29 El cargo o empleo de Alcalde de la Santa Hermandad se remontaba a los Reyes Católicos, siendo sus funciones entender en los “robos, hurtos, fuerza de bienes y de mugeres que se hicieren en el campo o sacándolos de él”, también en muertes y heridas, o incendios hechos en despoblados. Los alcaldes debían proceder determinando las causas del delito, “guardando el mismo órden que los jueces ordinarios”. Los alcaldes de la Hermandad en el suroeste de la Banda Oriental dependían de Buenos Aires. En 1785 fueron designadas seis alcaldías en Colonia del Sacramento, Real de San Carlos, Rosario del Colla, Las Vívoras, El Espinillo y Las Vacas y San Salvador. Numerosos patricios desempeñaron este cargo: Manuel Barrero y Bustillos fue Alcalde de Colonia en 1799 y 1809, y de Rosario del Colla en 1793; Pedro Antonio de Arroyo fue Alcalde en el Real de San Carlos en 1789, 1790, 1791, 1806 y 1807; Mateo Visillac lo fue de la misma alcaldía en 1798, y Teodoro de la Quintana en 1804; etc. (aun cabría mencionar muchos nombres más que se adscriben a este grupo). Para más datos ver: LUX-WURM, H. C., “Los Alcaldes Porteños de la Santa Hermandad en la Banda Oriental (17851810) Primer Congreso de Historia de la Liga Federal”, Revista Histórica de Soriano, Nº 32, Mercedes, 1998, p. 103 y sig. 30 En 1784 fue nombrado Comandante Militar de la región de Soriano Francisco Albín, dueño de extensos campos en Víboras y el Espinillo. Al año siguiente, se enlaza en un conflicto con el Cabildo, al cual acusa de desobedecer sus órdenes y de la propensión de sus miembros “a la independencia” (LOCKHART, W., op. cit., p. 46 y sig.).

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postales a Buenos Aires. Asimismo fundaron y participaron de hermandades religiosas.31 Pero como se allegaron al poder, también se cobijaron en la ilegalidad. El propio Albín posee tierras sin titulación –en pleito con los pobladores de Víboras– y recién regulariza su situación en 1802. Los patricios fueron especialmente ganaderos y comerciantes, y detentaron el control de la tierra, tanto rural como urbana. Las villas –y sobre todo la Colonia del Sacramento como sede administrativa en la región– y las estancias fueron los sitios de donde dimanaba su poder, presionando tanto a los vecinos agricultores, o pequeños ganaderos, como a los “hombres sueltos” que servían en las estancias. A propósito de esto comenta Pablo Fucé: “A comienzos del siglo XIX la propiedad era un asunto fuertemente atado al poder económico y político de los dirigentes, dentro y fuera de la Plaza. Al tiempo que los vecinos coloniales controlaban la campaña solicitaban títulos de propiedad mostrándose conservadores hacia los de abajo y casi irreverentes hacia los de arriba.”32

31 “Desde el año 1785 existió una hermandad del Santísimo Sacramento, establecida en la iglesia parroquial de la plaza de la Colonia á beneficio de las benditas ánimas del Purgatorio, con sus constituciones aprobadas por el Cabildo eclesiástico de Buenos Aires en sede vacante. Fueron sus fundadores don Manuel de Garibay, José de Concha, Joaquín Gómez, José Bagual, Joaquín Ximenez, José Alagón, Francisco Andujar, Manuel Mendiburu, Bernabé Sánz y don Manuel Gómez y su primer capellán José Manuel Guerrero. Esta Hermandad duró casi un siglo, con un intervalo de algunos años en tiempos de la Guerra Grande, en que fue suspendida, y continuó en 1854, siendo cura Vicario el Pbro. Santiago Osés, y luego, por causa de las continuas convulsiones políticas, suspendida y continuada, siendo Cura Vicario el Pbro. doctor Pedro F. de Irazusta. Esta Hermandad llevaba con todo escrúpulo las entradas y salidas, dando cuenta anualmente, en reunión general, de esos mismos gastos.” (Pbro. BIANCHETTI, C., “Apuntes Históricos Capilla de San Benito de Palermo. Situada en el Real de San Carlos Depto. de Colonia”, Montevideo, Imp. Dornaleche y Reyes, 1909, nota a pie de página, pp. 51 -52.) 32 FUCE, P., op. cit., p. 102.

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En 1802 los patricios de Colonia –De la Rosa Concha, Visillac, Badel, Bustillo, Alagón– solicitan el dominio pleno de las propiedades que pertenecieron a los portugueses. Para figurar en el orden colonial español –señala Fucé citando a James Lockhart– había que ser propietario o copropietario. “Al comenzar el siglo XIX los vecinos de Colonia triunfaban en la organización político-económica de la ciudad y necesitaban asegurar la propiedad de fincas y solares para ser vistos como propietarios legítimos y permanentes del orden colonial. En especial ante los subordinados que trabajaban para ellos. Frente a las clientelas urbanas y rurales que permanecían bajo su mando sin propiedades o con explotaciones informales ajenas a las reglas establecidas. Por otro lado, la conquista de la frontera llevaba a los vecinos a cerrar filas contra los subalternos al tiempo que dejaba al descubierto que el avance sobre campos y hombres de extramuros fortalecía la posición de algunos dirigentes en detrimento de otros. [...] Abarcaba tanto la persecución y sometimiento de “vagabundos” como la consolidación jurídica de la riqueza con la que se garantizaba el prestigio e influencia social.”33 Cabe señalar que bajo el rótulo “vecino” se engloba tanto a los miembros de la clase dirigente como a los pequeños propietarios que viven “intramuros” –o en el orden urbano– y en sus adyacencias (chacras), no así los “hombres sueltos”. Los patricios son muy cuidadosos para otorgar las credenciales de “vecino”, dado que el “vecinazgo” implica una comunidad de pares, a la que no todos podían acceder. Cuando en 1802 los pobladores de Víboras, apoyados por el cura Casimiro José de la Fuente, intentan trasladar el poblado al Vacas, en campos reclamados por Melchor Albín, éste establece claras diferencias entre los “vecinos” y los simples ocupantes. Albín argumenta que los pobladores viborenses no eran “ni una ciudad o Villa, no es un pueblo ni lugar, no es tampoco una Aldea.

33 Op. cit., pp. 106-107.

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Las Aldeas mismas son unas pequeñas sociedades, reunidas sobre un terreno perteneciente a la Comunidad en el cual hay Dirección Central de cierto vecindario extendido por un cierto Territorio”. En su concepto los pobladores de Víboras no llegan a ser “vecinos” dado que no integran un orden social claramente formulado. Luego Albín expone cómo debe dividirse la sociedad, en un orden ya estatuido: “En toda sociedad Política la parte respetable son los Labradores y los comerciantes por Mayor, siguense los Artistas, pero Taberneros, Panaderos, Zapateros y demas de esta clase son una especie de sierbos [sic] públicos, proximos a la hez del vecindario [...]”. Acusa al cura de que alce contra los vecinos principales a los miserables, “que según el orden penden de los más pudientes aunque lo contrario haya pretendido la fiereza del jacovinismo [sic]”.34 Éstos son los favoritos del cura, los que toman las decisiones en el pueblo de Víboras. A estos pequeños comerciantes y artesanos les contrapone Albín el grupo de cuatro propietarios: Camacho, Petrona Aibaja, los García y él mismo. El choque entre ganaderos y agricultores, y el patriciado oponiéndose a la creación de poblados, quedan aquí explicitados. En el caso de Colonia, los patricios se adueñan de la ciudad, al ser foco administrativo (allí sí corre el rótulo de “vecino”). Manuel Barrero y Bustillo, venido con la repoblación de la zona de Burgos, fue figura principal de la ciudad durante los dominios español y lusobrasileño. En 1809 poseía una casa en Colonia, un almacén próximo a la iglesia, en el cual se hallaban depositados 1.000 cueros de su propiedad, una calesa, un matadero extramuros de la plaza, dos suertes de estancia en el arroyo Riachuelo, pobladas con 8.000 vacunos, 500 ovejas y 4 esclavos, otra estancia en el arroyo del Sauce, con 16.000 cabezas de ganado, y 12 esclavos.

34 SALA DE TOURON, L., RODRÍGUEZ, J.C., DE LA TORRE, N., op. cit. p. 62 y sigs.

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Barrero y Bustillo mantenía vínculos con Buenos Aires, estando implicado en negocios con Escalada, Gaspar de Santa Coloma y Manuel de Rozas (sic). En la campaña también prosperaron los patricios. La familia De la Quintana se radicó en la región del arroyo San Juan, durante las campañas de Cevallos. Teodosio de la Quintana, uno de los vástagos de esta familia, se estableció entre los arroyos San Juan y Miguelete, fundando lo que luego se conocería como la “Estancia grande de los Quintanas”. Su mensura en 1834 arrojó 22.924 cuadras cuadradas. Esta estancia será golpeada por la Guerra Grande, y luego repartida entre los herederos. (Una nieta de Teodosio, Camila de la Quintana, contraerá nupcias con el general Lucas Moreno, de actuación destacada durante la Guerra Grande.) Los patricios –como se ha visto– corrieron con el tráfico de esclavos, y fueron sus principales poseedores (registros de herencia lo dejan consignado35). El jefe revolucionario general Julián Laguna, mantuvo esclavos, entre ellos la negra Feliciana Vargas (la cual, según Velarde Pérez Fontana, falleció en Nueva Palmira en 1926 a los 126 años...).36 Refiere Pérez Fontana que la esclava se radicó en Colonia cuando se le adjudicó al general Laguna una fracción de la estancia de la Calera de las Huérfanas, por lo que se puede suponer que haría usufructo de la tierra, manteniendo una relación “tributaria” –aparte de la esclavitud– con Laguna (muchos vecinos donatarios de la Calera se quejaron de verse reducidos a dependientes del general Laguna aun contra su voluntad). El memorialista Américo Carassale recuerda que existieron en Carmelo hasta 1872 gran número de africanos, descendientes de los esclavos de las familias pudientes, durante las dominaciones española y lusobrasileña. 35 Ver sobre este punto: BRIGNOLE, A. C., “La Justicia en la Colonia de 1823 a 1830”, Montevideo, Claudio García Editor, 1930. 36 PÉREZ FONTANA, V., “Historia de la Medicina en el Uruguay”, T. II, Ministerio de Salud Pública, Montevideo, 1967. p. 59.

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“Criados en casas de sus ‘amitas’, eran respetuosos y de buen vivir. En muchas casas de familia, el servicio doméstico estaba a cargo de negras prolijas y hacendosas.”37 El trabajo rural y el doméstico fue el que padecieron los esclavos de la clase patricia. Ante la Guerra Grande y la existencia de dos gobiernos, el patriciado oriental se dividió. Si bien un grueso sector del mismo se congregó junto a Oribe en el Cerrito, dando el tono de su política, los patricios que permanecieron en Montevideo tuvieron que plegarse, mal que bien, al vaivén de los unitarios y de los comerciantes y especuladores extranjeros. Esto hará que algunos patricios conserven sin problemas su propiedad rural. Otorgarán también, al grupo militar blanco, tierras de sus enemigos para poblar. Serán frenados los trámites de desalojo, luego reanudados con mayor intensidad. Pero la ruina de la campaña será fatal para el conjunto del patriciado, haciendo que los grupos extranjeros reducidos a Montevideo durante la guerra puedan extenderse a todo el país, propiciando una intensa explotación y especulación sobre la tierra (“estancias-empresas”, colonias agrícolas). La Guerra Grande enfrentará al patriciado local. Lucas Moreno y Plácido Laguna siguen la divisa blanca, mientras que Isidoro Rodríguez y Felipe Arroyo a la colorada, entre algunas de las figuras político-militares de más prestigio.38

Pequeños propietarios y agricultores Los agricultores, pequeños propietarios que se dedican a la ganadería, y los comerciantes al por menor son los que el religioso betlehemita fray Francisco del Carmen señaló en 1782 como 37 CARASSALE, A., “Antaño”, [...] “Álbum del Carmelo, en su primer Centenario 1816 12 febrero 1916”, Talleres Gráficos de Caras y Caretas, s/a. 38 Por más datos sobre el grupo patricio ver: RIVERO, S., “El patriciado coloniense”, Estampas Colonienses, Nºs 42, 43 y 44, Colonia, Dir. H. Artigas Mariño, agosto, octubre y noviembre de 2003.

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“unos pobres que no tenían para pleitear”, los cuales se agrupan en torno a Benito Herosa, para erigir la villa del Rosario, en pugna con los estancieros de la región. También son los que condena Melchor Albín en su escrito de 1802, dirigidos por el cura De la Fuente. Son los “vecinos” no principales, que instalan sus ranchos cerca de las capillas o las pulperías, o que se ubican en los arrabales de la ciudad amurallada. Los que luego pasarán en muchos casos a ser peones o agregados de las grandes estancias. Los agricultores mantienen una explotación minifundista, con mano de obra familiar. Explotación tanto dirigida al autoconsumo como a los mercados. Los jefes de familia, en ocasiones, trabajan en las estancias cercanas como peones en los meses que no se cosecha o siembra trigo. En estas familias nucleares de tamaño reducido (con 4 o menos de 4 integrantes en total), los hijos varones, al crecer, pueden irse del hogar paterno y conformar sus propias familias, y más a fines del siglo XVIII, al haber una mayor oferta de tierras (durante el siglo XIX comenzará a aumentar el precio de la tierra, creándose una mayor complejidad en la adquisición de la misma). Muchas de estas familias de agricultores son dueñas de la tierra, o en la mayoría de los casos la arriendan, la usufructúan como agregados o la ocupan.39 Si la agricultura –como se señaló– se vuelca en cierta medida a los mercados locales, su principal fin y servicio es social, al ofrecer una variante al nomadismo de la población, otorgándole a las clases bajas un modesto excedente para comercializar y sostenerse. La propaganda que se le hará a la agricultura luego de la Guerra Grande va a resaltar, sobre todo, este fin social. Los vecinos agricultores (a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX), con ser un sector empobrecido (aunque no marginal), hicieron alianzas con las elites gobernantes –refiere P. Fucé–

39 Sobre este punto ver GELMAN, J., op. cit. en especial el Cap. 8 “Población, familia y relaciones de producción” (pp. 243-275).

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, por ejemplo, durante la revolución, por temor a los de “abajo” (esos sí, marginales), a los “hombres sueltos”. Como sugiere Riverós Tula,40 el vecindario de Colonia recibirá bien al portugués debido a los “desmanes” de Encarnación Benítez, un representante de los de “abajo”. Pero si el vecindario subalterno, junto con los patricios, se mantuvo en contra de la revolución en Colonia, los vecindarios de Rosario y Víboras apoyaron la causa primero de Mayo y después de Artigas, sosteniendo la lucha hasta 1819. Las poblaciones que vieron reconocidos sus derechos durante la revolución, y los múltiples donatarios de tierra –en pugna con estancieros como Albín–, luego integrarán las clientelas de los caudillos, y serán víctimas de los desalojos y apropiaciones de tierras durante la República.

“Hombres sueltos” Las primeras estancias que se instalan en la cercanía de Colonia son la matriz que gesta a los “hombres sueltos” o los “gauchos”. Los que trabajaban en las estancias, “llamados pomposamente peones, eran mal mirados por las autoridades bonaerenses, pues estos ‘bagamundos’ se dedicaban muy poco a las labores ganaderas y mucho a los malos oficios del abigeato recíproco, del contrabando con el portugués, y de discordia con todos los que se cruzaran a su díscolo paso”.41

40 RIVEROS TULA, A., Op. cit. p. 258. 41 VIDART, D. D., “La vida rural en Colonia antigua”, incluido en “Colonia 275 aniversario de la ciudad, 1956, álbum oficial del comité ejecutivo del 275 aniversario de Colonia”, director Aníbal Barrios Pintos, Editado por el Consejo Departamental y Editorial Minas, Montevideo, 1956; y en ARTIGAS MARIÑO, H., “Colonia del Sacramento. Memorias de una ciudad”, Montevideo, Prisma Ltda., 1986. p. 15.

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En 1785, cuando se reemplaza al teniente de dragones Florencio Núñez por Simón Sacristán, se menciona de la premura de esta sustitución “para recorrer los campos llenos de gauderios que intentan hacer sus acostumbrados desórdenes”.42 El escrito elevado en 1797 por Juan Guerrero León, comandante de la Estancia del Rosario, al Virrey, sobre las andanzas de los gauchos, se expresa de esta forma: “No ignora Vuestra Excelencia que esta especie de gentes Malévolas no tienen destino fijo, pues cuando uno los busca en un paraje donde han sido vistos ya se hallan distantes de él diez o veinte leguas, de tal suerte que cuando dan sus avances son de improviso y si en este tiempo no se les persigue es difícil dar con ellos pues suelen desparramarse por cierto tiempo hasta que consideran sosegado el campo de las partidas que los persiguen y luego vuelven de nuevo a juntarse para continuar haciendo sus robos y maldades. Esta Real Estancia se halla en un paraje muy solitario y remotos los auxilios y es campaña donde precisamente se han de acoger por los muchos montes, potreros y asperezas que hay en ella donde pueden estar ocultos para ejecutar de pronto sus infamias. [...] vienen huyendo ya juntos o desparramados a refugiarse por estos parajes y el modo mejor para lograr la aprensión de estas gentes es reconociendo de continuo montes, potreros y asperezas como también las estancias y aprehendiendo cuantos se hallen en ellas que no estén conchabados y no se mantienen de otra cosa que el juego, pues éstos son los más perjudiciales y son de quien se anotician los espías de las cuadrillas de salteadores y contrabandistas”.43

42 RIVEROS TULA, A., Op. cit. p. 224. 43 MOREIRA, O., “Y nació un pueblo: Nueva Helvecia”, Crónicas del Rosario 4, Montevideo, Prisma Ltda., 1994. p. 21.

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El gaucho, que nunca se transformó en peón estable, será utilizado por el hacendado y el pulpero para sus cuereadas (robándole ganado, en ocasiones, al estanciero pobre).44 Durante el orden colonial, las clases dirigentes intentan sujetar a los gauchos a su influencia, a ser mano de obra útil en las estancias y chacras. Por eso el gaucho era una necesidad y a la par un problema, dado que de él dependía gran parte de la actividad económica (legal e ilegal, aunque durante la colonia ambos términos se mostraban fluctuantes). Bajo el rótulo “gaucho”, más que un grupo étnico o una “clase social” debe verse el simple estigma conferido al varón soltero que vive al margen de la ley, o al margen del “orden social”. No bien este varón se establece como peón, o se vuelve un agricultor o un pequeño hacendado, desaparece este rótulo. Por eso el “gaucho” –visto como “tipo ideal”– se escinde del peón o el agricultor. En la región de Colonia, muchos de estos “hombres sueltos” eran inmigrantes de otros puntos del ex-Virreinato, atraídos –sobre todo a fines del siglo XVIII– por la posibilidad laboral.45 Durante la revolución, algunos “hombres sueltos” tratan de subvertir este orden, encontrándose con el rechazo de los patricios, quienes expondrán a la mirada pública el cadáver de Encarnación Benítez (“Azote y terror de la Colonia y todos los Pueblos de la margen izquierda del Uruguay”, según escribían en 1818). 46 Con la aparición de las divisas, y en el marco de las guerras civiles, los “hombres sueltos” integrarán las tropas montoneras, siguiendo a los caudillos del pago, muchos de ellos grandes estan44 “Por eso hemos dicho antes que el paisano y el gaucho, poco tienen que ver entre sí; y no fue el gaucho, por cierto, salvo contadísimas excepciones, quien luchó por liberar esta tierra, sino el criollo de origen español y también los indios misioneros, esos infelices paisanos como genéricamente los llamaba siempre Artigas, en cuya correspondencia jamás se menciona al gaucho, a quien es ya tiempo de reducir a su verdadera estatura histórica y social.” (CAMPAL, E. F., “Hombres, Tierras y Ganado”, Montevideo, Talleres Gráficos “33” S. A., 1962. p. 45.) 45 GELMAN, J., op. cit. 46 FUCÉ, op. cit. p. 129.

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cieros. Si bien el pequeño propietario se ligó al grande, debido a la necesidad de la tierra, manteniendo luego este tipo de dependencia en la estructura de los bandos, el gaucho mantuvo relaciones más laxas e informales –como luego se verá– dentro de los protopartidos emergentes. Para huir de la justicia los gauchos se refugian en los montes. Como punto de relacionamiento social y económico cuentan con las pulperías. En el informe presentado por la Junta al presidente Juan F. Giró durante su visita en 1852, se las condena duramente por fomentar el vicio y el abigeato.47 Una vida ejemplar de estos “fuera de la ley” puede ser la del negro libre Manuel Antonio Quevedo. Desde 1828 sufre varios arrestos por altercados con cuchillo y facón en pulperías de la zona del Colla. Finalmente, durante un fandango en una casa particular, le descerrajó un pistoletazo a Roque Lavarrieta, que le traspasó el muslo derecho, sin otro motivo que no haberle dado azúcar para el mate, queriendo luego ultimarlo de una cuchillada. En 1834 fue condenado a muerte “con calidad de aleve”, ejecutándose la sentencia en la villa del Rosario.48 Sin embargo, en el actual departamento de Colonia –como en gran parte del litoral sur– el “hombre suelto” tendrá cada vez menos importancia social al avanzar el ochocientos, constituyéndose en peón estable (las guerras civiles –por otra parte– mermarán a este grupo humano). *** Entre estos tres grupos –patricios, agricultores y pequeños propietarios, “hombres sueltos”– se vislumbran dos tipos de “so-

47 Junta Económica Administrativa. 1852-1854. Expediente 730. p. 76.(A.G.A– A.G.N.) 48 “El Universal”, Nº 1527, 2 octubre, 1834, Montevideo, p. 3 (Biblioteca Nacional).

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ciedades”: 49 una “dispersa”, “informal” o “primitiva” (y estas calificaciones no son del todo satisfactorias), sobre todo rural, donde se mueve el gaucho, arreando, cuereando y practicando el contrabando (en acuerdo con los pulperos y hacendados); y otra sociedad “política” y “orgánica”, urbana o semi-urbana, que comparte hábitos sedentarios y normas de gobierno, donde se dan prácticas de “vecindazgo” y ciertos grupos principales dominan en el Cabildo (si acaso lo hay), y donde se ejerce la regulación de la corona, y luego del gobierno estatal que funda la república; en esta sociedad “política” los sectores burocráticos, comerciantes y en algunos casos estancieros (muchas de estas funciones pueden ejercerse al unísono), dominan –y sobre todo en el caso de los estancieros, compiten– a los grupos agricultores, que se autoabastecen y surten con sus productos el medio urbano. Los núcleos poblados en la década de 1830 –antes de la Guerra Grande– guardan la huella de estos dos tipos de “sociedades”.

49 Este distingo lo realiza Juan Manuel Casal en el artículo: “Federales y Unitarios del Año Diez a la Época de Rosas”, publicado en: VÁZQUEZ FRANCO, G., CASAL, J. M., “Historia política y social de Ibeoramérica /investigaciones y ensayos”, T. I, F.C.U, Montevideo, 1992.

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CAPÍTULO III

LAS

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os diversos orígenes y derroteros históricos antes explicitados, marcan el desenvolvimiento de las zonas centro, este y oeste. Si las fundaciones portuguesa, española o artiguista de Colonia del Sacramento, Rosario o Carmelo respectivamente, podían dar cuenta de experiencias y aspiraciones diversas y aún encontradas, los desarrollos, tímidos o acelerados, a nivel ganadero, agrícola o portuario ofrecían ciertos paralelismos o complementariedades que irían lentamente insinuándose.

Colonia del Sacramento, Real de San Carlos La descripción que ofrece el presbítero Dámaso Antonio Larrañaga en su “Diario de Viaje” de 1815, muestra una ciudad a la vez decadente y próspera. Con rasgos que mantiene de la repoblación española luego de 1777, más los estragos propios de la guerra de independencia. Sin embargo, la sensación de una “ciudad en ruinas” seguirá constante hasta la década de 1830, como luego veremos, y aumentará al influjo de la Guerra Grande. Esta es su visión de Colonia en 1815: “Entramos por sobre ruinas, que indicaban que en algún tiempo fue un pueblo rico y opulento [...] Hay muy poca población y creo no pasa de 50 familias: ello es que las calles y plazas están llenas de yerbas, abundando principalmente la espinaca… que se cría espontáneamente y que no la he visto en otra parte. No hay sino un sacerdote que es

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el Párroco; un cabildo capitular de pocos capitulares; un comandante militar con sesenta hombres de guarnición. Acaba de habilitarse este puerto por el Jefe de los Orientales con un Administrador de Aduana, que es al mismo tiempo Ministro de Hacienda y Comandante del Resguardo; hay en el día gran negocio de cueros, y ya tienen los ingleses en su inmediación un matadero; había en el puerto dos buques pequeños solamente con el pabellón británico”.50 Por su parte Charles Darwin, en su visita a la región en 1833, describe de forma certera el paisaje y las edificaciones: “La ciudad está edificada como Montevideo, encima de un promontorio pedregoso; es plaza fuerte, pero la ciudad y las fortificaciones han sufrido mucho durante la guerra con el Brasil. Esta ciudad es muy antigua; y la irregularidad de las calles, así como los bosquecillos de naranjos y de albérchigos que la rodean le dan un aspecto muy bonito. La iglesia es una ruina muy curiosa; transformada en polvorín, cayó sobre ella un rayo durante una de las tempestades tan frecuentes en el Río de la Plata. La explosión destruyó dos tercios del edificio; la otra parte que sigue en pie es un curioso ejemplo de lo que puede la fuerza reunida de la pólvora y la electricidad. Por la noche me paseo por las medio ruinosas murallas de esta ciudad, que representó un papel tan grande en la guerra con Brasil”. Refiriéndose a los hábitos políticos y a la mentalidad de sus habitantes, menciona: “Los electores no exigen a sus representan-

50 LARRAÑAGA, D.A., “Diario del Viaje desde Montevideo al pueblo de Paysandú en 1815”, “Selección de Escritos”, Montevideo, Biblioteca “Artigas”, Col. de Clásicos Uruguayos vol. 92, 1965, p. 113 y sig. 51 DARWIN, C. “Viaje de un naturalista alrededor del mundo”, Trad. Constantino Piquer, Tomo I. Utilizamos el texto reproducido por PITA, O. E., “La región del Rosario a través de los viajeros”, s/d, 2003, p. 27 y 28. También citado por PIVEL DEVOTO, J. E., RANIERI DE PIVEL DEVOTO, A., “El Uruguay a mediados del siglo XIX”, Montevideo, Ed. Medina, vol. 20, 1972, pp. 83 y 84.

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tes una educación esmerada. He oído a algunas personas discutir las cualidades de los diputados por Colonia, y decían que ‘aunque no son comerciantes, todos ellos saben firmar’. Creían que no es preciso pedirles más.”51 Luego de dieciocho años de guerras prácticamente ininterrumpidas se vislumbra una ciudad arruinada por ellas (con una presencia constante de lo militar), rodeada por una vegetación que la envuelve y la invade, viviendo al ritmo del puerto y sus comerciantes. Otro testimonio de 1825, escrito por un viajero inglés, durante la Cisplatina, aunque muestra una ciudad más animada por la presencia de los invasores, guarda en lo general los mismos trazos: “La Colonia tiene 800 habitantes aproximadamente. Hay pocas casas buenas; la mayor parte debían llamarse chozas, y estaban ocupadas por una mezcla de sudamericanos, españoles antiguos, portugueses y algunas decenas de ingleses, casados con americanas. La casa del Gobernador es un edificio grotesco. Las calles son irregulares, y la ciudad entera presenta el más miserable aspecto. La ciudad no puede sostener una taberna, no hay más que un miserable salón de billar, en una casa, a la cual frecuentaban los oficiales portugueses”. Luego se narra la hospitalidad de los pobladores durante un bautismo. El capitán del puerto es un inglés, míster Schort, perteneciente a la Armada Británica, siendo muy atento con sus connacionales que lo necesitan para los negocios. También míster 52 Este Tomás Bridgman se presentó en 1823 a la municipalidad de Colonia para extraer unas harinas en depósito para su comercialización, pero el permiso le fue negado. Ese año, también se lo ve ayudando a un súbdito inglés en un pleito con un criollo, por la venta de animales vacunos y caballares. El inglés, luego de protestar que no acataba las leyes del país, fue sometido a la justicia local por la Cámara de Apelaciones. (BRIGNOLE, A. C., “La Justicia en la Colonia de 1823 a 1830”, op. cit., pp. 20-22, 15-18.) Estos ejemplos muestran la relevancia comercial y política que poseía Bridgman en la población.

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Bridgman,52 radicado en la ciudad desde hace algunos años, estimula las relaciones comerciales. “La Colonia, tiene muy poco comercio –señala el viajero inglés–. Pequeñas embarcaciones de Montevideo y Buenos Aires, cruzan el río para Paysandú, etc., y algunas veces llegan británicos y entran otros buques.” Finalmente se menciona: “En los alrededores de la Colonia hay muchas quintas o granjas confortables; las provisiones son más caras que en Buenos Aires, y la carne no es tan buena”. 53 Por su parte el viajero Arsenio Isabelle en 1833 destaca que el comercio es escaso, porque el puerto es pequeño y mal protegido de los vientos.54 En el Censo de 1836 –en cuyo registro al pie figura la firma de Miguel Hines (otro inglés) como Juez de Paz– se contabilizan 762 pobladores en la ciudad de Colonia (incluyendo los suburbios). Las edades oscilan –tomando el mínimo y el máximo– de los 4 a los 97 años. Alrededor de un octavo de la población –95 personas– son esclavos, hallándose el mayor número en el centro de la ciudad: calles Real (13), de la Cuesta, Plaza, Plazuela de la Matriz (29), Muelle, Aduana, Plazuela de la Comandancia, Comercio (19). Aproximadamente 350 personas dieron sus datos. De éstos se extrae: había un 86% de personas mayores de 20 años, y un 14% menores de 20 años (el resto de la población –o sea los no declarantes– eran jóvenes y niños, casi un 50%); un 42% eran hombres, y un 58% mujeres. En cuanto a la nacionalidad, se distribuye de esta forma: orientales, 46%; argentinos 16%; brasile-

53 ABELLA DE XIMÉNEZ, M. (Trad.), “Una visita a la Colonia del Sacramento. Capítulo del libro, escrito en inglés, ‘Cinco años de residencia en Buenos Aires – durante los años 1820 a 1825’ – por ‘Un Inglés’ y publicado en Londres en 1825”, Revista Histórica, T. IX, Montevideo, 1918. p. 377 y sig. 54 ISABELLE, A., “Viaje a Argentina, Uruguay y Brasil en 1830”, Bs. As., Editorial Americana, 1943, p. 228. (Agradezco al historiador Juan A. Varesse por haberme señalado este dato).

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ños, 3%; paraguayos, 0,8%; africanos, 7%; españoles, 10%; italianos, 2%; portugueses, 14%; franceses, 1%; ingleses, 0,5%. De los encuestados, 117 declararon su profesión: comerciantes, 26%; propietarios, 10%; quinteros, 15%; carpinteros, 6%; labradores, 7%; sirvientes y empleados, 3%; sastres, 2%; zapateros, 6%; militares, 3%; carniceros, 5%; albañiles, 3%; alarifes (maestros de obras), 2%; marineros, 5%; otros (preceptor, herrero, platero, cura, barbero, boticario, panadero, colchonero, amanuense, molinero), 8%. En el Real de San Carlos se encuentran 166 personas (se registran: dos comerciantes, dos hacendados, seis jornaleros, cuatro labradores, dos quinteros, tres capataces y dos artesanos).55 La Colonia de la década de 1830 era una sociedad de personas jóvenes, con una presumible mayoría de varones (registrándose una alta demografía femenina en los sectores etarios medios y mayores), con una marcada presencia de extranjeros (aunque no se puede contar como tales ni a los argentinos, ni a los paraguayos, dada la indefinición de las nacionalidades a esa altura del siglo XIX), con el predominio social de comerciantes y propietarios – poseedores de varios esclavos–, y la existencia de quinteros en la periferia. Por otra parte, se destaca la presencia de portugueses, tal vez radicados desde la dominación lusobrasileña. Este tipo de sociedad pauta la modestia de las relaciones comerciales (aunque animadas por la presencia de extranjeros). Refiere Atilio C. Brignole: “La contratación de esta época que examinamos no era muy rica en matices. Predominan los contratos de ventas de inmuebles y de esclavos, los mandatos, los testamentos y las protocolizaciones de documentos de las sucesiones. [...] Desde los años 1829 a 1835 figuran como contratantes no solamente antiguos vecinos de Colonia, de los cuales algunos fueron funcionarios públicos, sino distinguidas personalidades orien55 Junta Económico Administrativa Colonia. 1830-1851. Expediente 728. (A.G.A– A.G.N.) Se ha preferido dar porcentajes y no números enteros, debido a una leve disparidad entre algunas cifras.

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tales y argentinas. Así, se ven los nombres y las firmas de Manuel Basilio Bustamente, (que fue más tarde encargado del Poder Ejecutivo de la Nación) José Miguel Neves, Theodosio y Pablo de la Quintana, Francisco y Pedro Solano, los Carro, Torres, López, de Castro Callorda, Paunero, Evia, Leguisamón, Arroyo, (Felipe y Pedro), Agustín Guarch, Manuel Gradín, Estevan Nin Aldecoa, Sáenz, Lamique, Méndez, Pagalday, Canfield, Wilson, Badel, Palacios, Arellano, Rodríguez, Guerreros, Díaz Armesto, Rodríguez Landivar, Alagón, Prado, Mons, Escalla, Belausteguy, Juan Antonio Ríos, Jorge de las Carreras, Rufino Gurméndez, Isidro Aranda, Norberto Larravide, Bernardino Rivadavia y Juan Lavalle. Rivadavia otorga dos poderes, uno de ellos al doctor Julián Segundo de Agüero; y el Coronel de Caballería de este Estado don Carlos Augusto Luciano de Brayer confiere un mandato a su padre el Conde de Brayer, vecino de París. (1834)”.56 Ante la abundancia de menores y la pobreza de gran parte de la población, el autor antedicho registra escrituras de dádiva y de colocación de hijos por no poder alimentarlos. En 1834 y 1835 dos padres encargan a sus vástagos en la casa de un comerciante o industrial para que aprendan su oficio.57 La Constitución se jura en 1830 como en otros pueblos de la república. En 1831 Isidoro Rodríguez es nombrado Jefe Político del departamento de Colonia, siendo relevado de sus funciones en 1833. Ignacio Barrios, otra figura de arraigo en la zona, toma el cargo a partir de ese año. Con fecha 10 de junio de 1834 se informa que fue instalada la Junta Económica Administrativa (la segunda constituida). Se reclaman 86 pesos de presupuesto, porque está siendo sostenida por el aporte de los vecinos. El Superior Gobierno pregunta por el uso de 300 pesos –destinados a la reconstrucción del edificio que debe servir de escuela– dados a la junta precedente. 56 BRIGNOLE, A. C., op. cit. pp. 119-120. 57 Op. cit.

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El 18 de junio se cambia de preceptor en la escuela (ese año fue fundada la Escuela No 1, que a partir de 1885 lleva el nombre de José Artigas). En octubre se habilita el arreglo de la Comandancia, dado que no hay local adecuado, y la escuela tiene de 50 a 60 alumnos. En ese mes, también se solicita la apertura de una escuela de niñas. En 1841, el preceptor de la escuela, don Cayetano Bover y Capdevila, refiere que la escuela tiene 42 alumnos en 4 clases, y que los mismos estudian aritmética, gramática, geografía y doctrina, según el sistema Lancasteriano (habiendo un monitor general). Numerosas figuras del ambiente porteño –reñidos con la política de Rosas– se instalan y adquieren tierras. 58 Nacido en Buenos Aires en 1780, y muerto en España en 1845, Bernardino Rivadavia ha concitado crecidos odios y amores. Admirado por su talento enciclopédico –aunque nunca escribió un libro, redactó un artículo ni mantuvo ninguna cátedra– se le llamó el “Padre de las Luces” entre sus contemporáneos. En 1827 Lord Ponsonby decía de él: “Este presidente sudamericano que tiene figura de Sancho Panza, pero ni la mitad del juicio de nuestro viejo amigo Sancho”. Integrante del Primer Triunvirato, llegó a la presidencia en 1826, designado por el Congreso Nacional Constituyente y como representante de la clase doctoral porteña. Se opuso a los caudillos y trató de industrializar –aunque sin éxito– a la Argentina. En 1829 se exilió en el Uruguay, habitando en Colonia del Sacramento junto a su esposa Juana del Pino (hija del Virrey del mismo apellido) y sus cuatro hijos. Aquí se dedicó al cultivo de varias especies arbóreas y a la apicultura, siendo el introductor de ella en esta parte de América. Rivadavia alternó su estadía en la ciudad con viajes a Brasil y Europa. Tildado de “alienado” por los historiadores revisionistas debido a su anglofilia (recuérdese el brindis que realizó en honor a Albión siendo ministro: “Al gobierno más sabio, el inglés; a la nación más moral y esclarecida, Inglaterra”), y considerado por los historiadores liberales como un hombre de ideas avanzadas pero incapaz de comprender a las masas rurales, aún se lo puede aquilatar desde la visión marxista de Leonardo Paso como el representante más genuino del dogma de Mayo de Moreno y Belgrano, intentando crear un mercado interno, con burguesía propia, y una fuerte clase agricultora (PASO, L., “Rivadavia y la Línea de Mayo”, Editorial Fundamentos, Buenos Aires, 1960). Como se ve, el paño da para todo... (Acerca de Rivadavia en Colonia puede verse: ARTIGAS MARIÑO, H., “Bernardino Rivadavia. Un exiliado benefactor de Colonia”, “Estampas Colonienses”, A. VII, No 34, Colonia, enero 2002, pp. 10 y 11; FROGONI, J., “El Departamento de Colonia cuna de la Apicultura Uruguaya y de todo el Cono Sur Americano”, “Estampas Colonienses”, A. X, No 52, Colonia, febrero 2005, pp. 10 y 11.)

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En agosto, Bernardino Rivadavia 58 –unitario exiliado desde 1829– solicita que se le entreguen los terrenos baldíos linderos a su quinta en extramuros (comprada a don Estevan Nin). Se argumentan los servicios hechos por Rivadavia a la nación, así como sus cuidados dispensados a una industria floreciente (la apicultura). A fines de octubre se le conceden las tierras: así sus posesiones alcanzaron desde la quinta de la Comandancia -al oeste- hasta los médanos de arena del sudeste, tocando la vía pública. Años antes (entre 1811 y 1815) Rivadavia había adquirido una propiedad de 5 leguas cuadradas entre el Arroyo de las Vacas y el San Salvador, las cuales estaban en litigio con el español Francisco de Castro (quien las reclamaba invocando escrituras dadas por Liniers en 1808). El libre comercio con Inglaterra establecido por el gobierno de Buenos Aires en esa fecha –estipula el historiador Marcelo Dalmás59 – habrá incidido en el interés de Rivadavia. Esas tierras fueron luego repartidas como suertes de estancia, en base al Reglamento Provisorio de 1815 (en esa zona va a radicarse después el general Juan Lavalle, una figura importante junto a Rivadavia, en el complot unitario de 1836 y en el posterior curso de la Guerra Grande). En abril de 1834 Rivadavia había regresado de Europa trayendo una colmena para su empresa. El Gobierno de Rosas no lo dejó desembarcar en Buenos Aires. Con anterioridad, el ministro argentino en Londres, Manuel Moreno, había informado de los planes de Rivadavia y otros unitarios de implantar una monarquía en la Confederación y de eliminar a los caudillos federales. 60 Expulsado de la Argentina, volvió a Colonia, donde para fines de 1835 ya tenía un plantel de seis colmenas, habiendo cosechado 100 libras de miel y varias libras de cera.61 59 DALMAS, M., “Ombúes de Lavalle. Una historia regional anterior a la Colonización”, J. Lacaze, IMC, 1990. 60 ACEVEDO, E. “Historia del Uruguay”, T. 2, pág. 305 y sig. Col. Felipe Ferreiro, Carpeta 14. T. 4, Doc. E2, (Archivo Regional Colonia); ROSA, J. M., “La Historia de Nuestro Pueblo”, T. I, Bs. As., Editoriral Ceyne, s/a, p. 221. 61 Carpeta 14. T.4. Col. F. Ferreiro, Doc. E2. (A. R. C)

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Durante su estancia en la Colonia, el ex-político argentino se relacionó con diversos miembros de la clase alta local y nacional. “El Universal” de fecha 1º agosto de 1834, informa que Rivadavia participó de los festejos por la jura de la Constitución, ocupando un lugar de honor en el banquete de 30 cubiertos dado por el Jefe Político, brindándose por contar con un huésped “cuyos talentos y patriotismo le dan un lugar tan distinguido en la escena política de la emancipación americana”.62 En octubre de ese año, le escribía al importante empresario de Maldonado Francisco Aguilar comentándole sus experimentos con plantaciones de araucarias y trigo, y le agradece el envío de semillas.63 Junto a otros unitarios, Rivadavia organizaría una logia en Colonia y Montevideo, realizando operaciones contra el gobierno de Oribe (ver Cap. V). Volviendo a la problemática territorial, se reclama a la Junta E. A. (en junio 18 de 1834) que regularice los repartos de tierras que se han hecho en virtud del decreto de mayo de 1827, y que en lo sucesivo no conceda tierras sin la autorización del gobierno. Para no perjudicar al fisco ni a los poseedores, se pide una relación de los mismos, y de los peticionarios. 62 En las diversas alocuciones de la conmemoración, Rivadavia destacó el rol de las constituciones como instrumentos para evitar las luchas políticas y propender a la civilización. Habló luego de la unión de los países del Plata, recalando finalmente, en la historia de Colonia y su posición estratégica para el desarrollo comercial (“El Universal”, Nº 1477, 1º agosto, 1834, p. 3, B. N.; y Carpeta 14.T.4. Col. F. Ferreiro, Doc. D., A. R. C.) 63 Carpeta 14.T.4. Col. F. Ferreiro, Doc. A, (A. R. C). Acerca del empresario Francisco Aguilar se puede consultar: DÍAZ DE GUERRA, M. A., “Diccionario Biográfico de la ciudad de Maldonado (1755 – 1900)”, Montevideo, Ed. del autor, 1974, p. 20 y sig. 64 Estevan Nin era un rico comerciante y propietario, que tuvo participación política tanto en la Cisplatina como durante la república. En 1831 ofrecía para la venta terrenos de cuatro y media leguas cuadradas en las puntas del San Juan (“El Universal”, Nº 660, setiembre 30, 1831, p. 4 – B.N.) Un descendiente suyo, Luis Nin, se hizo cargo del molino en 1881 según informa el periódico “El Orden” de Colonia.

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Entre los numerosos documentos presentados se destaca el de don Estevan Nin, 64 por las tierras sobre el Arroyo de la Caballada (de 10 cuadras de largo y 6 de ancho) donde instaló un molino de agua. Doña María Días reclamó un terreno de chacra, abandonado por Agustín Espíndola, y cedido por el Jefe Político Rodríguez en 1832. Hasta el año 1842 se presentan documentos, invocando posesiones que se remontan a la gobernación hispana y lusobrasileña (no figuran títulos artiguistas). Cuatro vecinos piden solares baldíos en los extramuros de Colonia, los cuales están para repartir. Don José Sequeira solicita un terreno para formar una barraca –para útiles, caballos y un buque–, el cual se halla cerca del muelle y de un solar de su propiedad, lindando por el este con la muralla. Estos pedidos nos delatan la importancia agrícola y comercial de la población, dada por el pedido de chacras, la instalación de un molino y la formación de una barraca (la cual perdurará hasta la Guerra Grande). Un tema presente en esos años fue la refacción de la iglesia. Desde sus primeras sesiones la Junta ha tratado de satisfacer “el clamor de este vecindario para ser reedificada la Iglesia”. Desde la explosión de una de las torres en 1823, “se ha ejercitado el culto Divino en un Edificio ruinoso”... Se solicita al gobierno 5.000 pesos, y si es necesario se cuenta con limosnas y donativos, e incluso contratar un préstamo bajo la protección estatal. En noviembre de 1840 el Ministro de Gobierno autoriza la venta de terrenos públicos para las obras de la iglesia. La recaudación fue de 3.369 pesos y 3 reales, entregándose 3.175 pesos y 3 reales a la Comisión de la Fábrica del Templo. Por 480 pesos le fue entregado a José Aquilino Quintana el arruinado convento de San Francisco, donde luego irá a levantarse el faro (pasada la Guerra Grande su esposa reclamará por dineros adeudados, fruto de la expropiación).

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En junio 11 de 1841 el gobierno concede la venta de terrenos de propiedad pública que se encuentran baldíos. Sus compradores fueron algunas de las personas más influyentes de la población. A Quevedo y Larravide se les otorgaron seis solares en la “nueva ciudad” (manzanas 17 y 18) por 819 pesos. A Fongibell otros seis por 504 pesos. Dos solares a LeBas (sic) y Lamb y un terreno a LeBas y Munilla por 335 pesos. Miguel Repetto adquirió dos solares por 173 pesos, y P. Méndez otros dos por 143 pesos. El total de las ventas reportó 5.696 pesos, dándosele a la Comisión del Templo 3.250 pesos y 2 reales. En 1841 se eligen nuevos miembros de la Junta E. A. El novel presidente de la misma, Juan Francisco Rodríguez, adquiere una cuadra cuadrada en extramuros denunciada como baldía, y se traba en litigio con doña María Mos, quien presentaba un documento de posesión otorgado por el comandante Ramón del Pino en 1809. La Comisión del Templo y la Junta (en cuya presidencia actuaba Tomás José Rodríguez, por no poder hacerlo el peticionante) resolvieron a sugerencia del cura vicario, dividir el terreno en dos. Las partes entregaron 50 pesos por el trámite. Ese mismo año la Junta consulta al Superior Gobierno si se deben considerar públicas o de particulares varias quintas y chacras en el Real de San Carlos, que están abandonadas hace años, o sus poseedores tienen licencias especiales de los gobernadores o comandantes militares de la Colonia. Se resuelve: 1) Que los terrenos abandonados son de propiedad pública. 2) Tampoco debe considerarse propietarios a los poseedores de licencias, porque éstas eran temporales. Al momento de venderse los terrenos deben tenerse en cuenta las mejoras hechas, y preferirse a los que ya los ocupaban. Lo recaudado será para las obras del templo. 65 En 1840 se estaba refaccionando la Comandancia. Para obtener recursos se ofrece en venta el sitio de “los cuarteles” (“que se encuentra a la derecha de la entrada del Portón Viejo”). Éste 65 J. E. A. Exp. 728. p. 3 a 175 y Exp. 731. p. 64 a 75. (A.G.A - A. G. N.)

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fue tasado en 693 pesos y 4 reales y escriturado a favor de don Pedro Solano. Ese mismo año, el agrimensor José Dellepiane 66 realiza un plano de la ciudad, previendo ya su ampliación hacia el este67 (que se concretará luego de la demolición de las murallas en 1859). Entre 1831 y 1835 numerosas balandras, goletas y zumacas de bandera nacional y argentina practican la navegación de cabotaje entre Montevideo, Colonia, Las Vacas (Carmelo), Soriano, Paysandú y Salto.68 En 1839 salieron de la capital rumbo a Colonia 138 barcos y 91 en 1840.69 Por esos años, se les otorgaron beneficios mercantiles a los puertos de Maldonado y Colonia, para estimular su comercio. Se concedió una rebaja de un 5% en los derechos de importación y del 50% en los derechos de exportación.70 El crecimiento de los sectores comerciales de Colonia –y también de Carmelo– halla en este comercio de tránsito su explicación. Esta potencialidad comercial benefició tanto a los antiguos patricios, a los nuevos comerciantes extranjeros, e incluso a los pulperos de los aledaños rurales. Fue tal vez –y varias fortunas lo demuestran– un elemento dinamizador del reducido medio urbano, que luego se volcó a la campaña. Numerosos comerciantes –estancieros ellos mismos, o en vínculos con estancieros– tuvieron que logran que la campaña fuera un poco más productiva para responder a este mercado regional, inaugurando incluso lucrativas empresas, como la saladeril. No obstante, todos estos 66 El cual edificó la batería de Rivera en Punta Gorda y estuvo al frente de las fortificaciones del Gobierno de la Defensa en Montevideo. 67 “El Eco de la Campaña”, Nº 99, 11 agosto, 1867 (B.N.) y DUPRÉ, H., op. cit., p. 54. 68 “El Universal”, Nº 636 a 1641, 1831-1835 (B.N.) 69 SALA DE TOURON, L., ALONSO ELOY, R., “El Uruguay comercial, pastoril y caudillesco”, T. I.: Economía, Montevideo, E.B.O., 1986, pp. 53, 54, 59 y 81. (Cuadros de entradas y salidas: Fuentes: A.G.N, A.G.A, Libros 548, 547,540, 556.) 70 ACEVEDO, E., “Anales Históricos del Uruguay”, T. II, Montevideo, Barreiro y Ramos 1933, p. 40.

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emprendimientos se dieron de forma modesta y aislada. El grueso del entorno continuaba siendo aún precapitalista. Acerca del Real de San Carlos nos dice Azarosa Gil: “La despoblación del Real de San Carlos se hizo visible en la primera campaña de la independencia, y al implantarse el régimen lusobrasilero se buscó detenerla concediéndose chacras a los elementos que se dedicaran a cultivarlas. Desde 1819 hasta 1826 obtuviéronse resultados favorables y el poblado renació; pero la nueva guerra fue causa de su ruina. Durante el cerco puesto a Colonia por el general Lavalleja, las exigencias militares le forzaron a desalojar el Real por sus moradores, quienes perdieron hasta los muebles. Bajo la administración del general Oribe se ofrecieron las quintas baldías a quienes se obligasen a poblarlas, con intervención del juez de paz, fijándose anuncios al efecto”.71 El resultado, de por sí exiguo, fue liquidado por la Guerra Grande. *** Los patricios, propietarios y comerciantes dominan la ciudad, ocupando los puestos públicos, y entrando en relaciones con los extranjeros. En los alrededores, estancieros y chacareros conviven –y compiten– en el usufructo de la tierra, y tratan de regularizar sus posesiones. El puerto, pese a sus altibajos, mantiene la vida de la ciudad (en torno al mismo se aglomeran los extranjeros). Se inician las obras de la iglesia y se trata de reparar los edificios públicos, paliando la Junta un presupuesto deficiente (enjugado con ventas de tierras).

Carmelo, Víboras, Nueva Palmira Un documento de 1821, existente en el Archivo General de la Nación, nos dice sobre el pueblo de Carmelo (también conoci71 AZAROLA GIL, L. E., “Historia de Colonia del Sacramento 1680-1828”, op. cit., p. 127.

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do en esa época por Las Vacas): “Nueva población de Las Vacas. Está erigida en el Rincón de su nombre por disposición de don José Artigas el cual dio las instrucciones para la extensión de calles y las que debían tener las chacras que se dieran en sus terrenos que se dice son de Melchor Albín, vecino de Buenos Aires. Hay en ella establecidos varios vecinos comerciantes y de artes mecánicas, tiene Iglesia y un señor Comandante con tropas y población de cuartel. Es puerto interesante en situación y además puerto de navegación”.72 Durante la dominación lusobrasileña, Melchor Albín reclama sus tierras, pero finalmente, para no echarse en contra al vecindario, las autoridades resuelven darles las tierras a los pobladores en 1822 (sin embargo, los Albín recuperan algunos de sus campos, expulsando a los intrusos; en 1831, viendo la prosperidad de Carmelo, aceptan finalmente reconocer esas tierras como de propiedad nacional, a cambio de una compensación monetaria, siendo tasadas en 14.000 pesos, suma un tanto elevada, de acuerdo al valor fiscal del momento73 ). En lo sucesivo, la jurisdicción de Víboras se dividirá, teniendo el poblado de Las Vacas, su propio Alcalde de la Santa Hermandad. Por influencia de los numerosos vecinos españoles e hijos de españoles, la iglesia pasará a la devoción de la Virgen del Carmen, fijando el nuevo nombre del pueblo. Ante las gestiones de Isidoro Rodríguez, Las Vacas, desde 1822, será oficialmente Carmelo. El padrón de 1823, realizado por el alcalde Sebastián Quiñónez, arroja un total de 625 pobladores para la jurisdicción de Carmelo y puerto de Las Vacas. El alcalde Pedro Parela, por su parte, estima los habitantes del pueblo en más de 200 personas en 1824. 72 Citado por DUPRE, H., “Historia del Departamento de Colonia”, op. cit., p. 220. 73 DE LA TORRE, N., SALA DE TOURON, L., RODRÍGUEZ, J. C., “Después de Artigas (1820-1836)”, Montevideo, Ed. Pueblos Unidos, 1972, pp. 62, 165.

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Los individuos africanos se calculan en 50, siendo 34 esclavos (pertenecientes a comerciantes, labradores y hacendados, siendo 7 de ellos de la Calera de las Huérfanas). En el pueblo se registran 43 europeos. En toda la jurisdicción había: 308 orientales, 119 argentinos, 37 paraguayos y 32 españoles, sin contar a otros extranjeros. El grupo mayoritario de edad va de los 1 a los 34 años, siendo minoritarias las personas que pasan de 40 años. Esto habla de una sociedad joven, producto de la inmigración. Otro dato que revela esta población aluvional es la escasez de cabezas de familia orientales, tan sólo veinte y tantos en 140 hogares (igual casi a los españoles, inferior a los paraguayos y apenas superior a los argentinos). El historiador argentino De la Sota –radicado en Uruguay por causas políticas por esos años– afirma que el aumento de población en el pueblo de Víboras y Carmelo, se debió a las emigraciones argentinas a partir de 1820.74 Los comerciantes que residían en el pueblo, junto a sus allegados y familiares, llegarían a 90 personas, según cálculos del historiador Ricardo Cecilio Gallardo. 75 A ellos se les sumarían los zapateros, carpinteros, barqueros, panadero, y los labradores, montaraces y hacendados en las cercanías, más las milicias, que alcanzan alrededor de 150 personas. El corte y embarque de madera y leña, tradicional en la zona, hace que proliferen los montaraces, habiendo 20 de ellos, siendo su mayoría paraguayos (no se registran orientales en este quehacer). El comercio se encontraba casi monopolizado por los españoles: 12 en un total de 17 comerciantes. Algunos ya eran pulperos

74 Citado por GALLARDO, R. C., “Del Histórico Partido de Las Víboras”, T. II, Colonia, IMC, 1978. p. 46. 75 Op. cit. p. 110.

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en 1821: Manuel Covian, Miguel Badel, Jorge Ferrer, Nicolás Arquimbao y Antonio Baltra.76 Para la década de 1830, la población –en estimación de H. Dupré– superaba ya los 600 habitantes.77 En esos años, el puerto constituye el centro de la sociedad. A fines de 1830 “la Carolina” trajo desde Montevideo yerba, azúcar, ginebra, prendas de vestir y correspondencia. Por carta enviada a Jorge Ferrer, se supo en Carmelo que Fructuoso Rivera había sido electo presidente. Al regreso, este barco transportó leña, cereales y madera. Mientras el tráfico portuario cobraba animación, cambiaba el aspecto urbano del pueblo. A los ranchos y sencillas construcciones de madera se agrega ahora una casa de ladrillo, edificada por Miguel Vadell (en la esquina de las actuales calles Uruguay y Defensa). La situación, para la mirada de los extranjeros, no era tan alentadora. “Las Vacas es una aldea bastante triste” –señala en 1833 Arsenio Isabelle–. “Los ranchos de que se compone no desmienten en su interior, dice D’Orbigny, la idea de miseria que inspira su exterior.” El viajero elogia, sin embargo, la abundancia de madera.78 Juan Manuel de la Sota (oriundo de Entre Ríos, pero considerado como el “primer historiador del Uruguay”) fue nombrado maestro de la escuela pública en 1832. Al retirarse para la escuela de Montevideo ese mismo año, fue reemplazado por Luciano Lira

76 Op. cit. p. 110. Durante la Guerra Grande también se encuentran españoles en el comercio. En 1847, luego de la ocupación de Carmelo por tropas blancas, el capitán Carrasco le tomó declaraciones a Leandro Amargós, comerciante y armador español, el cual le informó que a las familias llevadas a la isla Sola por Rivera, las estaban trasladando a la de Martín García. (MORENO, E. “Aspectos de la Guerra Grande...”, Barreiro y Ramos, Montevideo, 1925, pp. 62-63.) 77 DUPRÉ, H., “Historia del Departamento de Colonia”, op. cit. p. 226. 78 ISABELLE, A., op. cit., pp. 228-229.

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(célebre colector del “Parnaso Oriental” o “Guirnalda Poética de la República Uruguaya”).79 Se conceden los títulos de propiedad definitivos en la década de 1830, cesando las reclamaciones de la familia Albín. El gobierno dispone nuevas mensuras y planos a cargo del agrimensor Juan Christinson. Aumenta entonces el poblamiento de solares y chacras. Un individuo solicita 4 solares en 1834. La Junta advierte que en el pueblo de Las Vacas está dispuesto por decreto que no puede concederse más de un solar por persona de 50 varas de frente por 50 de fondo. El mismo año se pide una chacra de 6 cuadras de frente y 6 de fondo, sobre el Vacas, según las que ya están pobladas.80 La zona de chacras ya se encuentra poblada, lo que muestra una sociedad en expansión que reclama el desarrollo de actividades agrícolas. En una estancia cercana a Las Vacas, refiere Charles Darwin que usaban a las yeguas para trillar el trigo, haciéndolas dar vuelta dentro de un recinto cercado de forma circular donde habían esparcido las gavillas.81 En el pueblo, para impedir la concentración de solares en pocas manos, se regulariza su distribución. Lentamente se irán limitando las concesiones de tierra, al haber una intensa demanda de las mismas, hecho que también sucede por esa época en Rosario. Asimismo, aumenta la ocupación por extranjeros. Hacia 1835, sobre la cañada Los Muelles, se registra la aparición de un molino hidráulico construido por los ingleses. Según tradición oral recogida por Antonio Lezama, el mismo fue desmantelado durante la Guerra Grande, usándose el techo de plomo para hacer balas. 82 79 Datos del libro “Política y Letras” (1937) de Ariosto D. González, citado por DUPRÉ, H., op. cit. pp. 225 – 226. 80 J. E. A. Exp. 728. pp. 46-47. (A.G.A–A. G. N.) 81 Incluido en: ROCCA, P. (compilador), “De la Patria Vieja al Centenario”, Montevideo, E.B.O, 1992, p. 20. 82 LEZAMA, A., “Guía Arqueológica del Departamento de Colonia”, op. cit. p. 63.

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El censo efectuado en 1836 reveló para el pueblo de Víboras 68 hogares y 310 personas. Sobre el mismo nos dice Gallardo: “Entre las profesiones de los jefes de familia podemos sumar 13 estancieros. Uno de ellos D. Pedro Seguí, también figura como Preceptor en otro padrón de fecha anterior; no sabemos si fue el maestro de la escuela creada en el Pueblo en 1831. - Siguiendo con las ocupaciones, encontramos 20 labradores, 8 comerciantes, 6 jornaleros, 2 abastecedores, 1 zapatero, 1 atahonero y el Cura Párroco D. Felipe Santiago Torres de Leyva. - A despecho del desarrollo de Carmelo y la repoblación de Higueritas el Pueblo de las Víboras se mantenía enhiesto; los datos ocupacionales hablan de una actividad compatible con lo que se podía esperar, dados los factores de ubicación que le afectaban y que conocemos. En la población se advierte la antigua radicación de esos vecinos; 30 orientales, 16 argentinos, 7 paraguayos, 4 de España, 2 franceses, un genovés, 7 portugueses, uno de nacionalidad no especificada y solamente 4 emigrados o extranjeros; mayoría de orientales y población también más vieja [en su mayoría rondando los 40 años], como se advierte por el análisis de las edades”. 83 Sin embargo, en el Partido de las Víboras, la zona más poblada era Higueritas- Nueva Palmira, con 98 hogares y 386 habitantes (la Laguna contaba con 47 hogares y el Chileno con 32). La población de Higueritas, mandada a organizar por Artigas en 1816, había corrido el riesgo de despoblarse durante la invasión portuguesa. Con todo, el tráfico portuario mantuvo la existencia del pueblo (como sostiene J. Frogoni, no se puede hablar de una despoblación completa en esos años, al menos no durante 1818 y 1825).84

83 GALLARDO, R. C., op. cit. p. 114. 84 FROGONI, J. “Higueritas-Nueva Palmira. El Pueblo fundado por Artigas”, N. Palmira, Ed. El Eco, 2001, p. 84.

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En 1827 los anglosajones Sutton, Hannay, Canfield y Lafone habían comprado a la sucesión Camacho –tierras donde se ubica Higueritas– una parte de la vieja estancia. Por la ley de aduanas de 1829 se crea el 24 de octubre la Receptoría General del Río Uruguay. Esto atrajo, según J. M. de la Sota, a algunos vecinos con casa de comercio (Francisco Orsini, coronel Jaime Montoro, Juan A. Villalba, Antonio Corrales, D. N. Lisboa, general Juan A. Martínez) y varios montaraces. 85 La Receptoría –conjetura Frogoni–, además de cumplir con sus funciones, se constituyó en el órgano legal del poblado, siendo sus funcionarios quienes harían cumplir la ley. Un cañón emplazado en el resguardo –describe el viajero francés Arsene Isabelle en 1833– es un registro material y simbólico de este control. Así se iría conformando la sociedad local, integrada por los empleados de aduanas, las familias de estancieros y comerciantes, y un amplio sector de montaraces y hombres sueltos. El mismo Isabelle comenta: “Si se exceptúa de la pequeña población de las Higueritas a los empleados de la aduana, verdaderos caballeros, y a tres o cuatro familias, el resto respira bandidaje por todos lados”.86 El receptor de aduana, opina el viajero, “amaba a los extranjeros”.87 En 1831, con numerosos vecinos del pueblo de Víboras y los que habitaban en Higueritas, el cura Torres Leiva organiza la población de Nueva Palmira sobre el puerto y pueblo de las Higueritas, siendo padrino de la fundación el general Julián Laguna. Así se concretaban –como antes con Carmelo– las aspiraciones de los grupos comerciales viborenses de trasladarse a una zona de mayor tráfico. Para ese entonces –opina De la Sota– Carmelo ya había tomado incremento como población, y reclamaba que el cura de Víboras, Torres Leiva, se trasladara allí, o les

85 Op. cit. p. 91. 86 Op. cit. p. 100. 87 ISABELLE, A., op. cit., p. 231.

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enviara un teniente cura. Como el vecindario costeaba un Capellán, quiso separarse del curato. Para frenar la pretensión de los vecinos de Carmelo, Torres Leiva se dirigió a la capital y propuso la creación de Nueva Palmira, como medio de contrabalancear la importancia de Carmelo.88 Las tierras de Higueritas pertenecían en ese entonces al estadounidense Josué Bond (quien las había comprado a Sutton, Hannay, Canfield y Lafone), las cuales son compradas por el estado en 1833. En ese año, como deja consignado Darwin en su diario de viaje, Bond explotaba un horno de cal en la calera de Narbona o Camacho.89 Entre ese año y 1835 se establecen planos y se delinean manzanas, marcando la extensión del pueblo. En 1837 el Superior Gobierno vende a Pedro R. Galup la estancia conocida por “Calera de Camacho” (en 1849 esas tierras, a través de la viuda de Galup –Asunción Migoya–, pasan a los hermanos Castells). El padrón de 1836 –analizado por Gallardo– es elocuente sobre el aumento demográfico del poblado, viéndose el adensamiento de sus relaciones sociales. De los 98 jefes de familia registrados, 27 son orientales, 20 de Buenos Aires, 21 de diversas provincias argentinas, 11 paraguayos, 6 españoles, 3 portugueses, 3 ingleses, 2 de Escocia, etc. (en el censo de 1872 también es alto el número de extranjeros). Se advierte la existencia de 6 esclavos. Laboralmente se registran: 30 peones jornaleros, 25 labradores, 10 estancieros, 8 comerciantes, 2 abastecedores, 1 zapatero, 1 mozo de billar y 19 sin empleo especificado. La posesión de la tierra en grandes cantidades o en solares era precaria, debido a hallarse la misma en la antigua estancia de Narbona90 (luego de Camacho, y como antes se señaló, sujeta a un intenso cambio de manos).

88 PÉREZ FONTANA, D., “Aspectos Históricos de Nueva Palmira”, “El Eco de Palmira”, N. Palmira, 1969. p. 31. 89 FROGONI, J., “Darwin en nuestra región”, “Vértice”, A. I, Nº 11, Nueva Palmira, noviembre 2000, p. 6. 90 GALLARDO, R. C., op. cit. pp. 80-81.

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Diecinueve personas se registran bajo el rótulo de “extranjeros” o “emigrados”. Muchos de ellos, tomando la referencia de De la Sota, serían exiliados del régimen rosista. Uno de ellos, el coronel Jaime Montoro (nacido en Colonia del Sacramento y por lo tanto no incluido entre los 19 antedichos) tendría especial actuación durante la Guerra Grande en los episodios bélicos de la región. Pero también, con anterioridad, en la vida económica de la población, ya que figura en el censo como comerciante, y según se vio, estaba instalado con local. En el padrón anterior de 1833 –siguiendo a Gallardo– aparece casado con Margarita Selva (argentina) y con un hijo de 2 años. Su comercio representaba un capital de 700 pesos, teniendo 3 ranchos avaluados en 250 pesos. Poseía un “criado” o esclavo, por el mismo valor. Montoro había actuado en el Ejército de operaciones contra Brasil, participando en la batalla de Ituzaingó. En 1829 estuvo junto al general Lavalle contra los federales. En setiembre de ese año pasa al Uruguay, junto a otros partidarios del general, radicándose presumiblemente en la zona de Higueritas. En 1839 se suma a la campaña de Lavalle en la Argentina. En 1840 se lo encuentra en las filas federales, desempeñándose luego en las fuerzas del Cerrito. En 1843 se lo nombra Comandante de los departamentos de Colonia y Soriano. En 1846 hallaría la muerte, después de ser expulsado por Rivera del pueblo de Víboras y siendo perseguido por éste.91 *** El pueblo de Víboras, pese a una ubicación poco estratégica en las rutas comerciales y a los reiterados intentos de mudanza, se mantenía firme ante la pujanza de Carmelo e Higueritas-Nueva Palmira, presentando incluso un alto número de comerciantes. Menos en el caso de Víboras, la población era joven y sobre todo 91 Op. cit. pp. 70-71; y MAGARIÑOS DE MELLO, M. J., “El Gobierno del Cerrito”, T. I, El Siglo Ilustrado, Montevideo, 1948.

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de inmigrantes. Los emigrados políticos de la Argentina aumentaron la complejidad de las relaciones sociales, al sumarse en sus medios de adopción en diversos roles, como los educativos y comerciales. Por el trajín portuario crecen los comerciantes. Son numerosos los agricultores para alimentar esta creciente población urbana. Los empleos informales –como el de montaraz– se ven estimulados por la cercanía con las islas y la costa argentina. Los funcionarios de la burocracia, estancieros y comerciantes, conforman la clase dirigente (como se la pudo ver en Nueva Palmira).

Rosario La villa del Rosario, concluido su período fundacional en 1810, pasa a constituirse como capital provisional del departamento durante la lucha contra el Imperio del Brasil. En 1815 Larrañaga, de regreso de Paysandú, nos deja esta semblanza del pueblo en su diario de viaje: “Las casas están derramadas y [son] pocas. La Iglesia de paja de la misma forma que las anteriores, con una imagen del Rosario en un mal nicho y papel pintado en el testero; es oscura y pobre. No hay cabildo sino un Comandante militar. Los vecinos sostienen un antiguo pleito contra un particular que quiere apropiarse aquellas tierras, y lo han reducido a unas miserables chácaras entre peñascales”.92 El 18 de julio de 1830 el vecindario, congregado en la capilla, juró la Constitución de la República. Pero su crecimiento se ve trabado por la irregularidad en la posesión territorial de la villa. En mayo de 1833 Juan Alagón había comprado al gobierno de Buenos Aires la estancia del Colla (perteneciente con anterioridad a Francisco Medina).

92 LARRAÑAGA, D.A., Diario del Viaje desde Montevideo al pueblo de Paysandú en 1815”, op. cit., pp. 116 – 117.

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El comerciante francés Juan Francisco Hocquard, en representación de Alagón, vendió al estado uruguayo los campos del Colla por 17.000 pesos. Enterados los vecinos del Rosario de que el gobierno intentaba enajenar las tierras de propios, ejido y dehesas a un particular, elevaron un escrito defendiendo sus derechos. En el mismo se manifiesta el desacierto y la injusticia de ese proceder, dado que “atacaría derechos de propiedad legítimamente adquiridos, pero sus consecuencias serían desastrosas; porque semejante medida daría un golpe de muerte a la industria de cien vecinos al menos, que labran aquella tierra, y que tienen otras tantas familias, y quitaría el único refugio de toda la población del distrito del Colla, para asilarse, cuando se ve desalojada de otros puntos”.93 Las numerosas expulsiones de ocupantes que se dan en la década de 1830 forzaban a muchos a guarecerse en los terrenos de propios de la villa del Rosario, tierras ya abundantemente pobladas a esa altura por los vecinos. El antiguo conflicto entre el minifundio y la estancia, visto en los orígenes de la villa, proseguía. El decreto emitido en octubre de 1834 –firmado por el presidente interino Carlos Anaya y el ministro doctor Lucas Obes– sostiene que los títulos presentados por el vecindario “son de ningún efecto” y que dichas tierras deben enajenarse como otras cualesquiera, procurando, con todo, conservar a sus actuales poseedores, sin mengua del erario público (debido al desembolso antes hecho a favor de Alagón). Sin embargo, el asunto quedó en nada. El gobierno no presentó el título de los campos que había adquirido, y se detuvieron las actuaciones judiciales. En 1834 el gobierno vendió esas tierras a Antonio Blanco por 2.640 pesos (parecería que los campos del Colla se habían cubierto de sal –refiere el equipo de trabajo histórico de De la

93 BARRIOS PINTOS, A., “La Villa de Nuestra Señora del Rosario. Proceso fundacional. Sus primeros años.”, op. cit. p. 57.

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Torre, Sala de Touron y Rodríguez 94– lo que explicaría los 15.000 pesos de pérdida). En 1837 esa venta fue anulada por lesión a los intereses del fisco, y se le devolvió a Blanco su inversión. Pero no se le reclamaron a Hocquard los 17.000 pesos, ni se investigó –como se sospechaba– si Blanco era un testaferro del anterior. Luego de este episodio, que ponía de manifiesto la confusión entre tierras fiscales y de particulares –con lo cual se prestaba todo el asunto para la especulación–, comienzan a repartirse tierras regularmente en la villa. Pero los solares, que en un principio eran concedidos con facilidad a los vecinos, luego se reducen a la mitad y se concentran en pocas manos.95 Entretanto ¿qué pasaba con las tierras que rodeaban a la villa? Entre el arroyo Colla y el Minuano y comprendiendo seis leguas hasta el Río de la Plata se extendían los montes del común,96 los cuales eran utilizados para extraer leña por la población, como refugio de matreros y como recurso exportable para los barcos que llegaban. Al norte, en la Angostura –entre Pichinango y Rosario–, esas tierras pertenecían a los Correa Morales (habiéndoselas concedido Cevallos por sus servicios en 1763). La familia emigra a Buenos Aires luego de 1810 y esos campos son repartidos en virtud del Reglamento Provisorio. En 1834 los campos retornan a los Correa Morales, quienes los venden a Antonio Blanco (el cual participó de numerosos negocios territoriales en la zona; hacia 1840 tuvo un saladero sobre la cañada que hoy lleva su nombre, en tierras de Medina que se extendían hasta la actual Juan Lacaze97). 94 DE LA TORRE, N., SALA DE TOURON, L., RODRÍGUEZ, J. C., “Después de Artigas (1820 – 1836)”, op. cit. pp. 196 y 220. 95 BARCON OLESA, J., “Monografía completa de la Región del Colla...”, El Progreso, 1902, p. 67. 96 J.E.A. 1852-1854. Exp. 730. p. 84 (A.G.A–A.G.N.) 97 DUPRÉ, H.,“Historia del Departamento de Colonia”, op. cit., p. 173.

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Los ingleses Le Bas los compran en 1839, y junto a su socio, el francés Benjamín Poucel, instalan una estancia para la cría del merino. Las tierras al este de la villa –de carácter realengo y que constituían la Real Estancia del Rosario– son otorgadas en 1823 al doctor Nicolás Herrera por servicios al Brasil, siendo nombrado “Conde de Rosario”. Pero al año siguiente debe vender estas tierras al comerciante inglés Juan Jackson, figura de arraigo en el régimen imperial98 (en esas tierras, luego, surgirán las colonias agrícolas de suizos y valdenses). El padrón de 183699 –pese a la relatividad de sus datos, mal presente en las estimaciones de la época– nos muestra el estado social y económico de la villa y su jurisdicción en esos años. Toda la zona cuenta con 1.800 habitantes y la población de Rosario con 300. En la villa se registran 60 puertas, que equivalen a igual número de hogares (muchos de éstos, probablemente, todavía precarios, siendo ranchos en su mayoría). Como promedio, se hallan 5 o 6 personas por hogar, habiendo un mínimo de 1 habitante y un máximo de 22. Los menores de 18 años son 141 y los mayores 159. Los casados 78, los solteros 68 y los viudos 18 (el resto corresponde sobre todo a niños). En cuanto a la nacionalidad, se registran: 244 orientales, 14 de Buenos Aires, 3 de Mendoza, 8 de Córdoba, 3 de Santa Fe, 1 paraguayo, 1 de Santiago, 9 españoles, 1 de Malta, 2 portugueses, 1 alemán, y 13 de África. Bajo el rótulo “profesión” se computan dos cosas: uno el trabajo o empleo de la persona como función útil, y dos, el lugar que ocupa en la sociedad (según pervivencias de la mentalidad colonial). Se contabilizan: 11 comerciantes, 21 agregados (figurando también agregadas), 6 peones, 1 dependiente, 1 preceptor

98 MOREIRA, O., “Y nació un pueblo: Nueva Helvecia”, op. cit., p. 25. 99 J. E. A. 1830-1851. Exp. 728. pp. 58 a 94. (A.G.A–A.G.N.)

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(en 1830 se abre una escuela pública, dirigida por el maestro Santiago Torres100 ), 9 artesanos y 1 jornalero. Treinta y ocho figuran bajo el rol social de “vecino” (término que posiblemente se aplique a los chacareros), apareciendo dos mujeres como “hermanas” de un vecino. Asimismo, 3 individuos –con seguridad de raza negra– figuran como “libres”. Estas profesiones son ocupadas en algunos casos por extranjeros, así se registran: 3 comerciantes españoles, 1 de Malta y 1 de Portugal; siendo los artesanos: 3 de las Provincias Unidas, 1 alemán, 1 paraguayo y 1 español. En la villa hay 26 esclavos, siendo 15 hombres y 11 mujeres. En el Partido del Rosario se registran 600 habitantes: 317 menores de 18 años y 283 mayores. Se contabilizan 563 orientales y 62 extranjeros (5 españoles, 9 portugueses, 6 bonaerenses, 7 del resto de las Provincias Unidas, 11 paraguayos, 3 brasileños, 14 africanos, 2 franceses, 2 ingleses, 2 genoveses y 1 estadounidense). De esta población 159 son casados, 188 solteros y 19 viudos. Sus profesiones son: 11 hacendados (siendo paraguayos algunos de los mismos), 70 vecinos, 68 agregados, 4 comerciantes (un paraguayo, un inglés, un portugués y un genovés), 8 peones, 1 labrador (español), 1 artesano y 7 libres. Con seguridad los 70 vecinos son minifundistas, y los agregados dependientes de los hacendados (aunque también pudieran serlo de los vecinos). Se declaran 21 esclavos y 8 esclavas. Las estancias reúnen a la gran mayoría de agregados y de esclavos, los cuales –es dable suponer siguiendo las prácticas del siglo XVIII– tendrían pequeñas zonas de cultivo dentro de las mismas. También los estancieros figuran con gran número de hijos, por lo que puede considerarse que conformarían una típica familia extendida y patriarcal. Este tipo de familia que venía del

100 DUPRÉ, H., op. cit. p. 75.

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período colonial, constituyendo la célula social y económica básica, se caracterizó por un gran número de hijos, a los que se agregaban esclavos y colonos blancos en régimen de dependencia, siendo dominados por una autoridad patriarcal.101 Se ha destacado que a partir de la década de 1830 llega a la zona una importante inmigración vasco-francesa y española, que se dedica especialmente a la agricultura.102 Tal inmigración no queda evidenciada en este censo, donde sólo un español figura bajo el rótulo de labrador. También cabría dudar de la importancia de la agricultura por aquellos años, ya que, aunque los vecinos en su escrito al gobierno mencionan “la industria de cien vecinos al menos, que labran aquella tierra”, en el censo tan sólo una persona figura como “labrador”. Con todo, cabe afirmar que bajo el rótulo “vecino” debe verse a un agricultor, y en algunos casos, pequeño criador de ganado. *** Rosario y su zona ofrecen un desarrollo menor que el de Colonia y la región oeste. Los agregados y minifundistas –siempre precarios– conviven con el latifundio, estando la villa amenazada por la especulación. El comercio, con todo, no es tan escaso, si se lo compara con el de Colonia y Carmelo. A la par que su crecimiento era menor que el de los pueblos costeros, su misma ubicación mantendrá a Rosario menos expuesto a los desastres de la Guerra Grande. Será con la aparición de las colonias agrícolas que esta zona alcance el apogeo demográfico, social y económico que tan bien describió en 1902 el memorialista J. Barcón Olesa.103

101 MECLE ARMIÑANA, E., op. cit., p. 90. 102 DUPRÉ, H., op. cit. p. 75. 103 BARCON OLESA, J., op. cit.

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CAPÍTULO IV

LA GUERRA GRANDE (1839-1852)

E

l conflicto que se llamó Guerra Grande obedece a dos variables de larga duración, y que seguirán operando en el Uruguay hasta bien entrado el siglo XX: la dinámica de la “frontera”, y el imperialismo británico (al que se suma, durante la Guerra Grande el avance francés). Además del influjo de la frontera –elemento de enorme influencia a lo largo de la historia uruguaya104 y en la región de Colonia– y del expansionismo capitalista europeo, cabe ver la coyuntura económica de esa hora como otro condicionante de la guerra. El economista Condratieff refiere tres “ondas largas” en el período de desarrollo del capitalismo industrial. Cada una de ellas se divide en dos etapas: una ascendente, de aumento de precios y de la producción, y otra descendente. La primera etapa se inicia para este economista en torno a la Revolución Francesa (manejando las fechas aproximativas de 1790 y 1814), apareciendo una etapa de crisis entre 1814 y 184451, cuando principia la apertura comercial europea. Esta etapa 104 Ver sobre este tema el clásico libro de W. Reyes Abadie, O. Bruschera y T. Melogno, “La Banda Oriental, pradera, frontera, puerto”, Montevideo, E.B.O., 1965.

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coincide con la Guerra Grande en el Río de la Plata. A partir de esa fecha comienza otra onda de auge económico. Al finalizar la guerra en 1851, el Uruguay, siguiendo esta onda expansiva, se integra en la economía capitalista mundial, en un proceso que se ha llamado de “crecimiento hacia afuera”. Como marcaban los postulados librecambistas del economista británico David Ricardo, unos países debían producir materias primas y otros productos manufacturados, dentro de la división internacional del trabajo. El Uruguay exportará entonces materias primas del agro –renovando en cierto grado su estructura productiva con la introducción del lanar y los vacunos de raza, para complacer a los mercados foráneos– importando bienes manufacturados y bienes de infraestructura. El despegue capitalista vivido a lo largo del siglo XIX hará que se necesiten nuevos mercados, penetrando los europeos en regiones tan disímiles como China (durante la llamada Guerra del opio en 1842) y el Río de la Plata. Haciendo foco en el recién creado estado uruguayo, las luchas personales de los caudillos y sus partidarios –configurando el nacimiento de las divisas– vinculados con los países vecinos, dan el marco para el estallido de la guerra. En 1835 por unanimidad de la Asamblea General, y contando con el apoyo de Rivera y el beneplácito de las clases altas, es elegido segundo presidente constitucional Manuel Oribe. El caos administrativo de los doctores “abrasilerados”, las revoluciones lavallejistas, y la imposibilidad de Rivera de adaptarse a las estructuras estatales durante su mandato (prefiriendo el trato directo con los paisanos, propio de su carácter caudillesco), hicieron que se requiriera un gobierno de orden. Organizar la administración y controlar el gasto público, fueron las metas principales de Oribe. Su apego a la “ley y el orden”, su rigorismo de cepa hispánica, lo irían apartando de Rivera, quien al apoyarlo pensó contar con un instrumento maleable y dócil para sus designios.

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Este afán por organizar los destinos del novel estado sacrificó en ocasiones la libertad al orden (por ejemplo al clausurar “El Moderador”, tribuna desde la cual los intelectuales orientales y argentinos atacaban al gobierno de Rosas). Los sectores doctorales antes cercanos a Rivera, y los emigrados unitarios, comenzaron a realizar una oposición sorda al gobierno de Oribe. Pero estas disensiones, limitadas al ámbito de Montevideo, hallarían eco en el interior, al ser suprimida la Comandancia General de la Campaña que ejercía Rivera, el 9 de enero de 1836. El cargo de Comandante General –que convalidaba el perfil de caudillo de Rivera– implicaba casi un gobierno paralelo en el interior, y atentaba contra la unificación estatal (quimérico deseo, a esas alturas, de la Constitución de 1830). El gobierno se había “sublevao” contra don Frutos. En julio de 1836 Rivera se alza en armas, chocando con las tropas del gobierno en la batalla de Carpintería (19 de setiembre), donde según el conocido relato de Andrés Lamas, nacen las divisas: los “blancos” siguiendo al gobierno y usando la consigna “Defensor de las leyes”, y los “colorados” seguidores de Rivera (primero su insignia fue celeste, pero por los rigores climáticos la mudaron al rojo, extraído de la bayeta del forro de los ponchos). Fracasado ese primer intento revolucionario, Rivera lanza otra incursión armada al año siguiente, desde Río Grande do Sur (aliado a los “farrapos” en lucha contra el Emperador de Brasil, por motivos secesionistas). Debido a las fortunas de la guerra, Oribe debe estrechar sus vínculos con Rosas para obtener apoyo. Pero éste se encontraba en conflicto con Francia (siendo la excusa el supuesto ultraje a súbditos de esa nación, pero que encubría el deseo de ingresar en el mercado de las provincias, consiguiendo beneficios iguales que los dados a Inglaterra), la cual había bloqueado el puerto de Buenos Aires.

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Bajo la triple presión de Rivera, los unitarios emigrados y los franceses, Oribe tuvo que renunciar a la presidencia el 24 de octubre de 1838. A partir de esta renuncia, y de la declaración de guerra hecha por Rivera a Rosas en febrero de 1839, va a comenzar el conflicto nacional, regional e internacional que se conoció como Guerra Grande. La guerra llevó a un choque de tendencias nacionalistas y autoritarias encarnadas por Rosas, gobernador de Buenos Aires, y Oribe (federales y blancos), frente a otras liberales y extranjerizantes, asumidas por Rivera –luego desplazado por los “doctores” de la Defensa–, los colorados y los unitarios. A este choque ideológico y personal se le debe agregar la injerencia de las potencias extranjeras Francia e Inglaterra, buscando afirmar su expansión económica y política (sobre todo en el caso de Francia) en los territorios marginales. Las pujantes burguesías de esos países europeos reclamaban esa primera expansión imperialista (ratificada en la segunda mitad del siglo XIX). La llegada de inmigrantes al Río de la Plata, junto a las ideas y modas que se difundían desde Europa, hizo que en el medio urbano se creara un nuevo tipo de sociedad de tendencia “extranjerizante”, que provocó la desconfianza de la campaña. El intento de los gobiernos europeos de proteger a sus ciudadanos aumentó esta separación. Por eso Montevideo durante el sitio, para los blancos, será una ciudad de “gringos”. El conocido censo de Andrés Lamas realizado en 1843 daba para Montevideo un total de 31.000 habitantes de los cuales 20.000 eran extranjeros (es decir, casi 2/3), siendo en su mayoría franceses (5.200) e italianos (4.200). En contra de la ciudad “europeizada” ganaban prestigio en la campaña Oribe y su aliado Rosas (aunque un caudillo de las cualidades de Rivera no perdía por eso su liderazgo). Juan Manuel de Rosas, luego de derrotar al unitario Lavalle en 1829, se había constituido en Gobernador de Buenos Aires. Por su prestigio federal, las provincias le otorgaron la representa-

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ción exterior. Estanciero y saladerista, contó con el apoyo de las clases altas, y también, por sus condiciones de gaucho y baqueano, se ganó la admiración de las clases populares. Se ofreció como un modelo de virtud, como un ciudadano ejemplar, como el “restaurador” de las leyes y el orden, que había puesto un freno a los desmanes de la revolución. Además de montar un sistema propagandístico para sostener al régimen y a su persona, se valió del “terror” para acallar a los opositores. Con una política práctica y astuta (se opuso reiteradas veces a darle una Constitución al país, como era el deseo de varios caudillos federales, argumentando que aún no era el momento) logró mantener el monopolio portuario de Buenos Aires, concediéndole tan sólo a las provincias la autonomía política. Realizó una férrea defensa de la independencia americana contra la intervención europea, y no estuvo lejos de sus designios restaurar el Virreinato del Río de la Plata (factor que crearía desconfianza entre los allegados a Oribe). Rosas configuró un primer armazón organizativo para la Argentina, logrando su unidad (en una fórmula empírica que después retomaría la Constitución de 1853). En la primera etapa de la guerra (1838-1843) las acciones se realizan en territorio argentino. Rivera, que se vio forzado a declararle la guerra a Rosas, trata de buscar un acercamiento con éste, pero el caudillo argentino se niega. La victoria de Rivera en Cagancha, en 1839, conjurará el peligro de invasión y logrará mantener al país como un oasis de paz que atrae a la inmigración y estimula la producción ganadera y el comercio. Francia gana ascendencia en el Uruguay, alcanzando un favorable tratado comercial, siendo su interés desplazar a Gran Bretaña del Río de la Plata. Palmerston, para evitar que los franceses instalaran un protectorado en el país, se dirigió a su gobierno buscando refrenarlos. De aquí en más, Francia, incapaz de asumir una guerra en el Río de la Plata con su antigua rival, tuvo que colaborar con ella. El bloqueo a Buenos Aires hería profundamente el comercio inglés (Rosas, con astucia, había suprimido el

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pago de la deuda argentina a la casa bancaria Baring Brothers, como forma de presión). El convenio Mackau-Arana, el 29 octubre de 1840, negociaba la paz con Rosas. Si bien en algunas de sus cláusulas constituyó un triunfo para Francia, le dejó la vía libre a Rosas para atacar a los unitarios y colorados. Debido a esto, en octubre de 1842 Rivera tuvo que integrar una coalición con Entre Ríos, Santa Fe y Corrientes contra Rosas. Pero al ser derrotado en la batalla de Arroyo Grande, a fines de 1842, comenzó la invasión al Uruguay, dirigida por Oribe al mando de los ejércitos de la federación. A partir de allí se va a producir el sitio a Montevideo, dando paso a la convivencia de dos gobiernos en el Uruguay. Las existencias ganaderas quedarán destruidas y la ciudad puerto paralizada como emporio comercial (Brown, al frente de la flota argentina, bloqueará incluso el puerto, pero deberá alejarse por la protesta inglesa). El Gobierno de la Defensa, sostenido por los colorados, unitarios, la legión italiana de Garibaldi y las fuerzas de Francia e Inglaterra, se topó con la escasez de recursos económicos. Para eso en 1843, debió entregar la recaudación de los impuestos aduaneros a una sociedad constituida para ese fin (integrada por extranjeros, como el comerciante y banquero Samuel Lafone, dueño de media ciudad… y de gran parte del país: en 1848 le reclamaba al Gobierno de la Defensa por la venta en 1844 de varias islas –entre ellas la San Gabriel– con pacto de retroventa a dos años; al cumplirse el plazo solicitaba una resolución o la venta efectiva). El embargo de los bienes de extranjeros y el anuncio de que éstos serían fusilados si se los encontraba con las armas en la mano, hizo que los inmigrantes se acercaran al Gobierno de la Defensa, siendo amparados por el comodoro inglés Purvis. Pero no solamente causas humanitarias se esgrimían, sino que Purvis era socio de Lafone, y si Oribe entraba a la plaza de Montevideo concluirían sus suculentos negocios. La ciudad era protegida por el general argentino José María Paz y por el Ministro de Guerra Melchor Pacheco y Obes. El

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ejército se constituyó con un gran número de negros libertos, al declararse abolida la esclavitud en 1842. En el poder ejecutivo estaba Joaquín Suárez desde 1843, creándose en 1846 una Asamblea de Notables y un Consejo de Estado, al disolverse el poder legislativo y no llamarse a elecciones. La ciudad será dominada por las clases cultas, con figuras como Andrés Lamas, Melchor Pacheco y Obes, Juan Carlos Gómez y Manuel Herrera y Obes, que al influjo de las modas europeas (en pleno furor de la literatura romántica de Hugo y Lamartine) querrán desplazar los vestigios de “barbarie” caudillista. Derrotado Rivera en India Muerta en 1845 y refugiado en el Brasil, vuelve a realizar una campaña bélica en 1846 junto a Garibaldi. Vencido otra vez, intenta acercarse a Oribe, buscando un acuerdo entre los orientales (dado que él siempre se declaró “un oriental liso y llano”). Por este motivo, los doctores de la Defensa lo exilian en 1847. Los intelectuales colorados estrecharían sus vínculos con los inmigrantes europeos, los unitarios argentinos y los comerciantes y capitalistas extranjeros (de la Sociedad de Derechos de Aduana). Eso le daría al partido colorado su perfil urbano, europeizado, de apertura a la ideología liberal, y su arraigo social entre los sectores comerciantes capitalinos. El gobierno blanco de Oribe se instaló en el Cerrito. Oribe ejerció la presidencia y en 1845 se reimplantaron las cámaras. En el interior se gobernó a través de los comandantes militares. El Gobierno del Cerrito confiscó tierras de los extranjeros en la campaña. En su defensa del nacionalismo, reclamó los límites consagrados por el Tratado de San Ildefonso (1777) con el Brasil, impidiendo, a su vez, las arreadas ilegales de ganado por los estancieros de Río Grande. Oribe estableció dos aduanas (la del Buceo en Montevideo y la de Nueva Palmira en Colonia), que funcionaron con escasa fortuna, hasta que el bloqueo anglo-francés, obligó a su clausura. Pese a la homogeneidad de ideales en la lucha contra la intervención europea y la defensa del americanismo, hubo discrepancias en las filas del Cerrito (donde se encontraba la mayoría

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del patriciado oriental). Figuras como Bernardo Berro, Juan Francisco Giró, Eduardo Acevedo y el coronel Lucas Moreno se mostraron reticentes a la ligazón que mantenía Oribe con Rosas (este temor pautará, por ejemplo, el posterior accionar de Berro durante su etapa presidencial al mantener la independencia y neutralidad del Uruguay en torno a los países vecinos). Pese al tono autoritario, el Gobierno del Cerrito no fue un ejemplo de “barbarie”. Rememora Montero Bustamante a propósito de Cándido Juanicó –patricio que luego de volver de Europa se sumó al bando oribista– que junto a los cuarteles convivían la legislatura, la academia de jurisprudencia y el colegio de humanidades, se imprimían las “Observaciones sobre Agricultura” de Pérez Castellano, Acevedo redactaba el Código Civil, y Berro y Villademoros traducían a los poetas latinos (mientras la literatura romántica triunfaba en Montevideo, todavía respiraba y prevalecía el neoclasicismo en el Cerrito). Tampoco el odio y la xenofobia eran generales hacia el extranjero: en el puerto del Buceo trabajaron portugueses, ingleses, españoles, sardos e irlandeses (fueron las circunstancias políticas las que agravaron este rechazo, más que una auténtica conciencia social). Si la lucha para los colorados fue entre la “civilización” y la “barbarie” (la primera encarnada en la ciudad y los ideales ilustrados –defendidos por los doctores– la segunda encarnada en el campo y propugnada por los caudillos), para los blancos la lucha se entabló entre el “americanismo” y la “intervención europea”. Esto conformó la ideología “rural” y “nacionalista” de los blancos y la “urbana” y “cosmopolita” de los colorados. Pero bajo esas diferencias deben destacarse profundas unidades y paralelismos. Ha dicho Torres Wilson: “La división de blancos y colorados significó un corte vertical de la sociedad uruguaya a raíz del cual ambas partes resultantes contenían, por igual, sectores de todos los estratos sociales de la ciudad y de la campaña. […] Colorados y blancos constituyeron –por así decirlo– dos conglomerados simétricos, dos ‘sociedades’, dos ligazones, en fin, que reproducían en su seno –como no podía ser de otra manera– los

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conflictos económicos, sociales y culturales del país en su conjunto”. Por debajo de solidaridades partidarias, caudillos, doctores y masas rurales, podían tejer vínculos de clase casi tan fuertes como el de la divisa. La intervención europea, que tuvo su momento más intenso entre 1845 y 1850, fue ya solicitada en 1843 por el Gobierno de la Defensa. El gabinete inglés requería la apertura del río Paraná – buscando los “ricos” mercados del Paraguay– y la constitución de un estado independiente (integrado por Entre Ríos y Corrientes) que la garantizara. En 1845, junto a Francia, intenta forzar el paso del Paraná en la célebre “Vuelta de Obligado”. La ruptura de las cadenas –materiales y simbólicas– que cerraban la entrada a los mercados del interior demostró la pobreza de éstos, transformando una victoria en un fracaso. Finalmente, en 1849, reconociendo Inglaterra su error de perspectiva, firmó con la Argentina un convenio (Southern-Arana), por el que se declaraba al Paraná como un río interior. En 1850, Francia, a través del almirante Le Predour, firmaba un tratado similar. Melchor Pacheco y Obes, paladín de la Defensa, fue a París a reclamar por la causa de Montevideo, no obteniendo allá nada más que la fama de un sonado juicio público. Con anterioridad, en las treguas militares de la intervención anglo-francesa, algunos caudillos blancos –como Lucas Moreno– pudieron prosperar en empresas comerciales, manteniendo tratos con los mismos franceses. Así los blancos constataban que éstos no eran tan arrogantes, y los jefes franceses se congratulaban de mantener relaciones amigables con los militares blancos (destacando en casos su refinada educación). Con un mediocre subsidio de 40.000 pesos (con garantía en las rentas de aduana) dado por Francia en 1848, el Gobierno de la Defensa –ya exhausto por la guerra y viéndose acorralado– debió procurarse aliados americanos. Así se conformó la triple alianza entre éstos, con el Brasil imperial y Urquiza.

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El Imperio lograría refrenar la influencia de Rosas en el Plata, y de paso lograr del Uruguay los tratados de 1851 (con los cuales el Brasil aseguró su tutela económica y política por casi veinte años). Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos, aliado hasta ese momento de Rosas, deseaba burlar el monopolio de Buenos Aires para acceder directamente a los mercados mundiales. El desarrollo ganadero de su provincia (y el propio) así lo requería. En julio de 1851 Urquiza invadió el territorio del Uruguay. Los orientales del Cerrito, cansados ya de la guerra, no se le opusieron. Por la fórmula “no habrá vencidos ni vencedores” se selló la paz el 8 de octubre de ese año. En 1852, en la batalla de Monte Caseros, caía vencido Rosas, esperándole un largo exilio en Inglaterra. El Uruguay, a punto de desaparecer como estado-nación, saldría de la guerra con su campaña arruinada y el gravoso peso de los tratados del 51, que condicionaría su desarrollo económico y político para los siguientes años, siendo causa de nuevos conflictos bélicos.105 105 REYES ABADIE, W., VÁZQUEZ ROMERO, A., “Crónica General del Uruguay. Vol. 4. El Estado Oriental”, E. B. O, Montevideo, 2000; PIVEL DEVOTO, J. E., RANIERI DE PIVEL DEVOTO, A., “Historia de la República Oriental del Uruguay”, Ed. Medina, Montevideo, 1956; ACEVEDO, E., “Anales Históricos del Uruguay”, T. II, Montevideo, Barreiro y Ramos, 1933; BARRÁN, J.P., “Apogeo del Uruguay Pastoril y Caudillesco 1839-1875”, Col. Historia Uruguaya 6, E. B. O, Montevideo, 1998; LICANDRO, H., “Civilización y Barbarie”, Enciclopedia Uruguaya 18, Editores Reunidos, Arca, Montevideo, 1968; DE TORRES WILSON, J., “Diez Ensayos sobre Historia Uruguaya”, E.B.O., Montevideo, 1973; Idem., “Oribe. El drama del Estado Oriental”, Col. Historia uruguaya/ Los hombres 04, E.B.O., Montevideo, 1998; CANESSA DE SANGUINETTI, M., “Rivera, un oriental liso y llano”, Col. Historia uruguaya/Los hombres 02, E.B.O., Montevideo, 1998; WILLIMAN, C., “La economía internacional en el entorno de la Guerra Grande”, “Garibaldi”, Nº 6, Asociación cultural Garibaldina, Montevideo, 1991, p. 84 y sig.; MYERS, J., “Rosas”, “Historias de caudillos argentinos” (edición de Jorge Lafforgue), Alfaguara, Buenos Aires, 1999, p. 277 y sig.; WINN, P., “Inglaterra y La Tierra Purpúrea”, T. I, FHCE, Montevideo,1998; FERNS, H. S., “Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX”, Solar/Hachette, Buenos Aires, 1979; TRÍAS, V., “Juan Manuel de Rosas”, E.B.O., Montevideo, 1970; MONTERO BUSTAMANTE, R., “Ensayos. Período romántico”, Montevideo, 1928; Escribanía Gobierno y Hacienda, Caja 200, A.G.N.

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CAPÍTULO V

LA GUERRA EN LA REGIÓN

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ebido a las persecuciones de Rosas, habían comenzado a llegar al departamento unitarios exiliados, que se instalaron en Carmelo y Colonia. En 1836 éstos protagonizaron un complot contra el gobierno, apoyando al bando colorado. Por eso son expulsados de Colonia Rivadavia, Álvarez Thomas, Segundo de Agüero, Pico, Varela y otros.106 A fines de 1838 cae el gobierno de Manuel Oribe, por la oposición de Rivera, los unitarios y los franceses. Enseguida, presionado por las circunstancias, Rivera le declara la guerra a Rosas. En 1842, luego de la batalla de Arroyo Grande, comienza la invasión al Uruguay. Ya para 1843 el departamento está, relativamente, en manos de las tropas blancas y federales. El gobierno del Cerrito dispone el 18 de octubre de 1843 nombrar Comandante General de los Departamentos de Colonia y Soriano al coronel Jaime Montoro.107

106 Sobre este tema puede consultarse: FERREIRO, F., “Documentos referentes a la guerra civil de 1836- 1838”, Revista del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, 1922. p. 613 y sig. 107 MAGARIÑOS DE MELLO, M. J., “El Gobierno del Cerrito”, T. I, op. cit., Doc. 8, pp. 6-7.

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El memorialista Luis Gil (de filiación blanca) refiere a propósito de esto: “Desde 1843, el bloqueo de la capital por la escuadra argentina y el ejército venidos favoreció a esta ciudad [Colonia del Sacramento], atrayendo a su puerto el comercio exterior, y la población continuó la prosperidad que desde antes gozaba; pero la guerra que desolaba a la República vino en 1845 a anonadar esta ciudad y su departamento.”108 En 1845, Garibaldi y fuerzas navales aliadas habían invadido Colonia, dedicándose luego al pillaje. Garibaldi apresó unas embarcaciones que conducían cueros y frutos del país de propiedad del general Garzón y el coronel Moreno (que mantenían un saladero en la costa argentina). En mayo de 1846 Rivera recupera Carmelo, al haberse retirado el jefe blanco Jaime Montoro. A fines de ese mes se produce el combate de Las Víboras, que estuvo a punto de exterminar el poblado. Antes de la incursión del coronel Lucas Moreno en 1847, Colonia y Carmelo estaban en manos de los colorados y unitarios, por ser puntos estratégicos para el control fluvial. Rosario, tomada por el coronel Solsona al coronel Larravide, había sido abandonada por estar alejada de las bases navales de la intervención anglo-francesa, y por dar asilo en sus montes a las partidas de matreros. El teniente coronel de caballería Lucas Moreno realiza en 1847 y 1848 una guerra “relámpago” para recuperar el departamento, siendo nombrado Comandante del mismo por el gobierno del Cerrito. Después de diversas batallas y escaramuzas con las fuerzas de Venancio Flores y Anacleto Medina, logra tomar Colonia el 18 de agosto de 1848. Hasta la paz de octubre de 1851, el departamento se hallará en manos de los blancos, dedicándose Moreno a su pacificación. 108 J. E. A. Exp. 731, f. 508 a 518. (A.G.A–A.G.N). El informe fue publicado por Azarola Gil en su libro “La epopeya de Manuel Lobo”, C.I.A.P., Madrid, 1931. p. 238.

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Episodios previos La emigración unitaria El memorialista Américo Carassale comenta la relevancia de la emigración argentina en Carmelo. “Es sabido que la dictadura del general Rozas [sic] provocó la emigración de una gran parte del partido unitario argentino que combatía por todos los medios al partido federal [...] La mayoría de los emigrados se radicaban en la República Oriental, y, después de Montevideo, uno de los pueblos del litoral que recibió mayor contingente de ellos fue El Carmelo, en el período comprendido desde 1830 a 1848. Acá vinieron incorporados dignamente con la modesta sociabilidad de la época, con sus familias, los Rosales, Serrano, Cordido, Penco, Montoro [vinculado también a la zona de Higueritas, según se vio], Loyola, Pico, Fernández, Ugarte, Núñez, González, San Martín, Seguí, Diego y Juan Ardrid, Neira, Iraola, Mármol y muchos otros que sería largo enumerar. Como se ve, casi todos los apellidos citados pertenecían al patriciado porteño. [...] Las familias emigradas vivían en la pobreza, porque el trabajo escaseaba, en razón del estado de guerra. El amasijo, las costuras y los bordados (que para todo esto tenían manos primorosas) les proporcionaban escasos medios de subsistencia. Los hombres se dedicaban a las tareas rurales, los menos, embanderándose los más activamente en los partidos en lucha [...] Cordido abrió una escuela de primeras letras a la que asistían los niños de las familias conocidas. Montoro, Serrano y Núñez se alistaron en el ejército que sitiaba a Montevideo y que dominaba en toda la extensión del territorio. Pico y Fernández se incorporaron con el ejército de Lavalle. Eran muy comunes entonces las reuniones caseras, por la noche, a las que daban brillo las damas porteñas. Se hacía música y baile, siendo los instrumentos favoritos la guitarra y la flauta. Pianos, sólo existía uno en forma

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de mesa, en casa de la familia Vadell. Las señoritas de Díaz eran las mejores bailarinas de minué y varsovianas. Las casas que con más frecuencia abrían sus salas, o se prestaban al ‘asalto’ amable de sus relaciones, eran las de misia Damiana Rodríguez Flores de Ferrer y misia Marcela Madrid de Castro, ambas argentinas y muy respetadas y queridas. [...] El ‘ambigú’ y las bebidas finas, de fabricación francesa, eran desconocidas. En cambio las ‘morenas’ de la servidumbre hacían con anticipación para esas ‘reuniones’, que constituían el deleite de aquellos hogares patriarcales, rosquitas de maíz, alfajores con dulce de leche, rosquetas esponjadas y otras facturas de delicioso sabor [...]”. Después de Caseros, los emigrantes regresaron a la Argentina, dejando en el vecindario –según rememora Carassale– el “grato recuerdo de una culta actuación social”.109 El comentario de Carassale –por demás pintoresco– muestra cómo los miembros de la emigración argentina (según relata, de filiación patricia) se sumaron a la sociedad coloniense (en este caso carmelitana), tanto en tareas agropecuarias como culturales. Algunos, sin embargo, se encontraron en la pobreza. También crearon lazos con la sociedad local, tanto a nivel de la política –acercándose a los emergentes bandos y participando de los complots contra Rosas– como plegándose a sus diversiones y dando la tónica de las mismas. Los vínculos fronterizos hacían fácil y lógica esta integración. Esa emigración dejó sus huellas en el departamento, aportándole un primer perfil progresista y “civilizado” (concepto tan caro a intelectuales como Sarmiento y Alberdi). Un Rivadavia incentivando la apicultura, o un De la Sota como maestro de escuela, pueden ser dos facetas del dinamismo aportado a la sociedad coloniense (aunado a los movimientos comerciales y rurales de ingleses y franceses que se daban por esos años).

109 CARASSALE, A., op. cit.

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La emigración argentina también tuvo facetas menos brillantes. A fines de la década de 1830 vivían en ranchos en el Ejido de Carmelo familias de Entre Ríos.110 Esta situación, sin embargo, fue creando paulatina desconfianza en el gobierno de la Federación. Ante los reclamos del Comisionado argentino coronel Juan Correa Morales, el 20 de enero de 1831, acerca de los preparativos que hacían los emigrados con miras a la invasión de Entre Ríos, el gobierno oriental imparte órdenes de control, aunque no muy estrictas. El Ministerio de la Guerra ordenó al coronel Juan Arenas: “Si fuese necesario hacer uso de la fuerza para el desempeño de la comisión –consistía en reconocer las riberas, inclusive la de Colonia– reunirá, en caso indispensable, toda la milicia del departamento de la Colonia”. También se escribía al general Julián Laguna: “Evite usted que el general Lavalle y su comitiva vengan a su campo, pues si tal sucede nos abollan los federales y cometeremos un traspaso de facultades que no será bien mirado”.111 Desde el estado se mantiene vigilados a los emigrados, pero, por otro lado, se los deja hacer. El general Lavalle había llegado al Uruguay en 1829, primero a Carmelo y luego a Colonia. En 1832 le compró una estancia en Ombúes a Bartolomé Raoul (probablemente de origen francés), quien se la había arrebatado a los Castro durante la dominación portuguesa. Lavalle reparó las habitaciones de la estancia y la rodeó con una muralla de piedra. Según la tradición oral, el general dedicaba sus tierras a la cría de caballos. En base a estos datos, afirma el historiador M. Dalmás que la estancia de Lavalle era un centro militar, con muros para resistir las invasiones y caballadas 110 Declaraciones del francés Francisco Michel, como testigo en el pleito seguido por Lucio Alsina contra la Comisión Auxiliar en 1866 por dos manzanas en el ejido de Carmelo donde hubo fábrica de ladrillos, saladero y matadero. Carpeta 07.T.51. Col. F. Ferreiro. Doc. 6. (A. R. C.) 111 REYES ABADIE,,W, VAZQUEZ ROMERO, A., “Crónica General del Uruguay. Vol. 4. El Estado Oriental”, op. cit., p. 108.

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para los ejércitos. Además la estancia estaba cerca de Martín Chico y de la isla Martín García, lugares estratégicos para las escuadras francesas e inglesas. Pero también constituía un lugar adecuado para los intentos de invasión a Entre Ríos.112 Para complicar la situación política, las discordias entre Lavalleja y Rivera afectan a esta región en su carácter fronterizo. El 12 de marzo de 1834, Juan A. Lavalleja, al mando del “Ejército Restaurador” desembarcó en Higueritas. Era otro intento revolucionario contra el gobierno de Rivera, considerado por Lavalleja como foco de disturbios en su desempeño del rol presidencial. Pero este alzamiento, como los anteriores, estaría llamado a fracasar. Las tensiones vividas en los países del Plata –pronto agravadas por la injerencia extranjera–, el fuerte peso de la emigración desde las Provincias Unidas en el litoral, la posición estratégica de esta zona para el control fluvial y su cercanía a las provincias, se verían reafirmadas en la segunda presidencia.

112 DALMAS, M., op. cit, pp. 29 – 30. El general Juan Lavalle (1797-1841), participó en las campañas de Chile y Perú con San Martín, y en la batalla de Ituzaingó. Ordenó la ejecución de Dorrego, asumiendo como gobernador de Buenos Aires en 1828. Derrotado por los federales, se refugió en el Uruguay. Estando en Colonia, mantuvo contacto con otros exiliados: Rivadavia, Julián Segundo de Agüero, Álvarez Thomas, Salvador del Carril, etc. Participó en la batalla de Cagancha junto a Rivera. Entre 1831 y 1834 residiendo en Colonia del Sacramento, le nacieron tres hijos (María Dolores, Juana Hortensia y Juan Bernabé). Murió el 9 de octubre de 1841, luego de llevar la guerra a la Argentina, perseguido por las partidas de Rosas. (“Pasaje de Lavalle por esta región”, “Estampas Colonienses”, A.IV, Nº 21, junio 1999, p. 5). En 1830 y 1831, se producirían tres revoluciones unitarias en Entre Ríos, combinadas por López Jordán y por Lavalle, con el apoyo de Fructuoso Rivera. Al fracasar las mismas, Rivera retornó a la neutralidad. (ROSA, J. M., op. cit., p. 211). Con respecto a la estancia del general, Carlos Negrín plantea que era de un hermano de éste, Francisco Lavalle (NEGRIN, C., “Ombúes de Lavalle En su primer cincuentenario”, Montevideo, Imprenta “El Siglo Ilustrado”, 1940, p. 11); por su parte DALMAS, M., op. cit., le atribuye su posesión al militar argentino.

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Las idas y vueltas de 1836 En 1836 estalla la revolución de Rivera contra el presidente Oribe en connubio con los unitarios exiliados. El departamento se vería sacudido por este episodio debido a los factores antes enumerados. La correspondencia de varios importantes personajes políticos de Inglaterra, Francia y la Confederación así lo manifiesta. El representante inglés T. S. Hood, en carta a su gobierno menciona la futilidad de los motivos esgrimidos por Rivera, y su connubio con los unitarios, y especialmente con Lavalle: “Los hechos reales son, sin embargo, según creo, que los emigrados porteños y principalmente Lavalle, que se refugió en esta república cuando el derrocamiento de su gobierno, en 1829, habiendo perdido toda esperanza de poder renovar la lucha en favor de la causa unitaria, en razón de la extensión y consolidación del sistema federal en su país y sin ninguna probabilidad de éxito, en cuanto dependa de sus propios recursos, aprovechó el momento en que don Fructuoso Rivera se sintió mortificado por la pérdida de su autoridad en el interior, halagando su desmedida ambición y amor al dinero, para excitarlo a la rebelión, sobre la base de que ellos (los generales de Buenos Aires emigrados), le ayudarían a voltear este gobierno y le darían el poder absoluto, a condición de que él, a su vez, cooperaría al derrocamiento del actual gobierno de Buenos Aires y del sistema federal. [...]” (carta de Thomas S. Hood al gobierno inglés, agosto 28 de 1836). Los departamentos del oeste, Colonia, Soriano y San José, se pusieron al mando del general Juan Antonio Lavalleja. Al mismo tiempo, Rivera con 600 hombres avanzó del Río Negro a Durazno, y en la noche del 12 de agosto hizo un avance rápido a los alrededores de San José, que causó cierta alarma. En carta de julio, el presidente Oribe menciona: “El General Rivera acaba de enarbolar el estandarte de la revelión [sic], y le siguen los Generales Lavalle y Espinosa con un tal Prudencio Torres, a los que perseguía el Gefe [sic] político de

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la Colonia, segun sus avisos oficiales.”(carta de Oribe a Juan Manuel de Rosas, de julio 25 de 1836).113 En carta de Felipe Arana a Rosas, de julio 25 de 1836, el primero afirma que los unitarios Lavalle, Espinosa y otros, residentes en Las Vacas y Colonia, se levantaron en armas y se incorporan a Rivera, que está al otro lado del Río Negro. Una fuerza de 200 hombres a cargo del Jefe Político de Colonia los persigue. En nueva comunicación de Arana se deja referido: “Que en los Canelones y San José están listos de quinientos a seiscientos hombres, calculándose en el de la Colonia cuatrocientos; Que estas son las fuerzas con que cuenta el Gob.no las que podrá aumentar caso de ser necesario por estar la campaña decidida contra los unitarios, lo mismo que en la Capital a ecepción [sic] de muy pocos. Que el General Rivera es dueño del Departamento de Sandú, pero que se ignora la fuerza que ha reunido lo mismo que Lavalle en la costa del Uruguay desde las Vacas hasta Mercedes, sin que haya quedado un unitario sin incorporársele.”(carta de F. Arana a Rosas, julio 28 de 1836). Según trasciende de estos documentos, las fuerzas de Rivera iban a concentrarse sobre todo en el norte, haciendo foco en el departamento de Paysandú. Lavalle, tenía como misión reunir las fuerzas desde la zona de Las Vacas (Carmelo) hasta Mercedes, zona que sería un reducto importante de los unitarios, si hacemos caso a la narración de Carassale. La cercanía con el litoral argentino, y que el grueso del ejército de Rivera fuera hacia el interior (lejos de Montevideo, centro de los recursos del gobierno), constituían al norte del departamento y a Soriano en puntos estratégicos. El resto del departamento de Colonia, es dado presumir, estaría en manos de las tropas gubernamentales. A comienzos de agosto llegan cinco presos de la Colonia a Montevideo, pertenecientes a los emigrados. Éstos aseguran –se-

113 FERREIRO, F., “Documentos referentes a la guerra civil de 1836-1838”, op. cit., p. 613 y sig. (el resto de las citas corresponden a este texto).

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gún mención de Arana– “que la opinión de la campaña está a favor del Gobierno”. Arana comenta sobre esto: “que es tal el odio que tienen allí a los Unitarios que si triunfa el Gobierno no podrán vivir en el país, sino llenos de oprobio. Que Rivadavia ha llegado a Montevideo de la Colonia, quien por los daños que le hacían en sus jardines y colmenas se ha retirado del campo, que este viaje en estas circunstancias ha parecido al Agente sospechoso.” (carta de F. Arana a Rosas, agosto 10 de 1836). Por lo anterior se aprecia la desconfianza que generan algunos unitarios en los pobladores locales, tal el caso de Rivadavia. La carta antes transcripta no aclara si esos daños hechos a la propiedad del mismo son por parte de la autoridad nacional o de los vecinos, elemento importante para determinar si la campaña –como se menciona– estaba a favor del gobierno, era indiferente a estas disputas, o guardaba ciertos resquemores –incluso de clase social– ante la emigración unitaria. El dato, con todo, sirve para matizar la anterior opinión de Carassale (fruto, en todo caso, de sus arrebatos “coloristas”), en cuanto la integración de los emigrados no fue completamente armoniosa, existiendo choques y confrontaciones (que éstos obedecieran a divergencias de clase es prematuro afirmarlo). Las fuerzas gubernamentales dan persecución a Lavalle. “Lavalle con 11 hombres, fué perseguido desde su Estancia hasta que desaparecieron de la vista por el Comandante Barrios que venía en marcha con 160 hombres. Que aquel se había después reunido con Anacleto Medina, ambos al comandante Albín y todos al campamento de Rivera. Que el Presidente debía tener en diversas divisiones más de 3000 hombres, todos en dirección al Departamento de Paysandú que es el que ocupan los sublevados [...] (carta de Pascual Echagüe al Gobernador de la Provincia de Santiago, agosto 12 de 1836).

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Aparece la logia114 Sabida la derrota de Rivera –el 19 de setiembre en Carpintería, lugar del nacimiento de las divisas– se descubre la existencia de una logia organizada por los unitarios, lo cual nos muestra una red de solidaridades complejamente urdida. Pero estas solidaridades se daban también en el plano económico, si recordamos la lista de contratos ofrecida por Brignole (ver Cap. III.). La logia se había formado probablemente en abril de 1835. Sus integrantes se reunían en el cuarto del coronel Juan José Elizalde, en la casa de Bernardo Gallardo, sobre la plaza principal. El médico Daniel Torres era el enlace con la logia de Montevideo. Descubierto el complot, sus principales responsables huyeron, llevándose los papeles. Conjetura el historiador Felipe Ferreiro, que Rivadavia estaba al tanto de todo el asunto, y que “quizás no hubiera podido contrarrestar los movimientos de haberlo deseado”.115 Sin embargo, el dirigente porteño no se mostraba del todo convencido con la actuación de la logia en el Uruguay, por lo que pudo no haber sido del todo cuidadoso en su conducta.116 “El Agente Argentino en Montevideo en nota 20 del presente dice lo siguiente: [...] Que el Mayor Cáceres avisó desde la Colonia que el mismo Rivadavia llevó a Montevideo la caja en 114 En el Uruguay, hubo diversos focos unitarios: Rivadavia, Álvarez Thomas y Lavalle en Colonia; Salvador María del Carril en Mercedes; Agüero, los tres Varela, Valencia, Cavia, Iriarte y Alsina en Montevideo; Olazábal y Espinosa en Carmelo; y Lamadrid y Chilavert en Paysandú, entre otros. Se creó en Montevideo la Logia de los Caballeros Liberales, regida por Rivadavia e impulsada en aquella ciudad por Valentín Alsina, siendo su órgano de propaganda “El Moderador”. (ROSA, J. M., op. cit., pp. 232- 233). 115 Apuntes originales del Dr. Ferreiro realizados con intención de escribir un trabajo sobre Rivadavia y especialmente el período de su exilio en el Uruguay. Carpeta 14. T. 4. Col. F. Ferreiro, Doc. O. (A. R. C.) 116 ZUBIZARRETA, I., “Estudio de una sociedad secreta en el exilio. La Logia unitaria de Colonia y la articulación de políticas conspirativas antirrosistas (18351836)”, Tesis inédita, pp. 17-18. Una copia de la misma se encuentra en el Archivo Regional de Colonia. Este trabajo aborda in extenso el funcionamiento y los vínculos de esta logia en Colonia, especialmente la labor del médico Daniel Torres.

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que estavan [sic] sus papeles: que en casa de Lavalle no encontró cosa alguna, y que en la de Dn. Ignacio Alvarez, únicamente alló [sic] unas claves, de las que se acompaña copia a V. E. que fueron sacadas del secreto de su escritorio por cuyo motivo lo puso arrestado en la Colonia hasta la resolución del Gobierno. Que con una de estas claves estaba escrita la carta de Peña a Piedracueva, y es provable [sic] sean las que usaba la logia, lo que se comprobará si con alguna de ellas estaba escrita la comunicación tomada a Lavalle en Chileno (carta de F. Arana a Rosas, septiembre 22 de 1836). El interrogatorio hecho a uno de los complotados nos muestra cómo operaba esta logia en Colonia del Sacramento (sitio, además de Carmelo, privilegiado por la emigración unitaria) y cómo la misma se extendía a Montevideo, Mercedes y Paysandú, estos dos últimos, como vimos, lugares donde recaló el ejército de Rivera. “En Montevideo a veinte y dos de Septiembre de mil ochocientos treinta y seis, el Exmo. Ministro Secretario de Estado en el Departamento de Gobierno de Don Francisco Llambí, teniendo ante sí a Don Calisto Vera, le recibió juramento en forma de d. ro para que declarase, que prestó ante mí a Dios y una Cruz, prometiendo bajo este cargo decir verdad de lo que supiera en lo que fuere preguntado, y siendo 1.º: 1.a Dónde residió antes de venir a Montevideo; Dijo que en la Colonia en lo del Señor Rivadavia hacia el tiempo de dos años, a donde vino con su Señora de Buenos Aires, hasta que fué remitido a Montevideo por el Jefe Político, y responde. 2.a Preguntado si sabía por qué fué remitido: Dijo que no y responde; 3.a Preguntado si asistió en la Colonia a algunas reuniones; que una vez y responde. 4.a Preguntado dónde se reunían, con qué objeto y con qué personas; dijo que se reunían en un cuarto del Coronel Don Juan José Elizalde que después de algunas reuniones marchó a Buenos Aires, que este individuo vivía en la plaza en casa de Don Bernar-

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do Gallardo, que el objeto de la reunión a que el declarante asistió, fué existir una lógia mandada formar así como en otros puntos, por el Centro Directivo o logia principal existente en esta capital, con el fin de trabajar en la destrucción del Gobierno y sus Ministros, y la elevación a la silla del Gobierno del General Rivera, quien según aseguraba el Presidente de la logia, proporcionaría recursos y elementos a los amigos de Buenos Aires para llevar la guerra a aquel País y destrucción de su Gobierno, que los individuos que se reunieron, fueron el General Don Ignacio Alvarez como Presidente de la indicada logia, el cual arengó diciendo que aquella reunión era a los fines que el declarante ya ha manifestado, y que él recibió juramento a todos los individuos de secreto y fidelidad de lo que allí se tratase, Don Luis Bustamante como secretario y Don Daniel Torres como encargado de la logia principal para comunicar las órdenes que ésta diese, Don Benigno Somelleras, el referido Elizalde, Don José María Castro, Don Nolverto Larravide y el declarante: que allí exigió el Presidente la contribución a cada uno de cuatro pesos mensuales, para el pago de los cheques y otras cosas que se ofreciesen y responde. 5.a Preguntado qué tiempo estubo [sic] Elizalde en la Colonia, dijo: que más de dos meses después de dicha reunión, y responde. 6. a Preguntado dónde se reunían después de la ida de Elizalde, dijo que lo ignoraba puesto que el declarante no asistió más, y responde. 7.a Preguntado en qué tiempo se tuvo otra reunión dijo: según le parece, pues no recuerda fijamente el tiempo, fué en Abril del año pdo. y responde. 8.a Preguntado en qué otros puntos habían esas reuniones dijo: que en Mercedes, Paysandú y en Montevideo donde existía el centro directivo y responde. 9.a Preguntado cuáles eran las personas que concurrían a esas reuniones dijo: que sabía de seguro, como en Mercedes los SS. Carriles, el Cura Peña; en Paysandú el Coronel Raña; y en Montevideo Don Julián S. de Agüero, Don Manuel B. Gallardo, Don A. Navarro, Dr. Varela, Don Juan Cruz y Don Florencio Varela

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y el médico Don Daniel Torres, que se vino de la Colonia y que según una carta que el declarante vió dirigida por el mismo Torres a Don Bernardino Rivadavia, fué incorporado con grande aparato, según lo espresaba [sic], y que no sabe de otros individuos y responde. 10.a Preguntado cómo sabe que Carril, Peña y demás personas que ha nombrado, pertenecían a esas reuniones; Dijo: que por cartas que vió dirigidas al Señor Rivadavia, a quien dicen que lo hicieron reconocer de Gran Presidente de todas las reuniones y que las cartas eran de los S.S. Agüero, Gallardo y Torres, y responde. 11.a Preguntado si sabía por dónde se dirigían dichas cartas; dijo: que algunas iban bajo la cubierta de la Sra. Doña Asunción, esposa de Torres, la cual reside en la Colonia, que de otras no recuerda, por que las recibía de varios patrones, y responde. 12.a Preguntado si dichas personas usaban de nombres simbólicos; dijo que sí, y que había visto una clave con que se entendían, pero que no recuerda los nombres que usaban, y responde. 13.a Preguntado dónde vió la clave, dijo: que en lo del Señor Rivadavia no conociendo la letra, pero sabiendo que fué enviada desde aquí por Torres y responde. [...]”117 Calisto (o Calixto) Vera pasó en noviembre de 1836 a Buenos Aires, amenazado de muerte por los unitarios, debido a esta delación.118

La “soledad” de los unitarios y el monumento a Rivera El cónsul francés Baradère se lamenta de la suerte de los unitarios:

117 FERREIRO, F., “Documentos referentes a la guerra civil de 1836-1838”, op. cit. 118 Carpeta 14. T. 4. Col. F. Ferreiro, Doc. O. (A. R. C.)

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“El partido unitario refugiado en este territorio, ha cargado con las consecuencias de la revolución [de 1836]. Todos los jefes, sin exceptuar a los señores Rivadavia y Agüero, han sido sacrificados a las exigencias de Rosas. Sin ningún motivo fundado y bajo los más fútiles, tales como su participación en los proyectos de don Fructuoso, se les ha desterrado del territorio de la república. La ejecución de esta medida aun ha sido acompañada por actos de un rigor excesivo, por no decir brutal, del cual debieran haberlos puesto al abrigo la posición social de esos señores, sus antecedentes; sobre todo, en el caso de los señores Rivadavia y Agüero, uno, como antiguo presidente de la república, y el otro como su ministro. Sólo se les ha permitido elegir el sitio de su destierro. De manera que unos se han refugiado en Río Janeiro y otros en la isla de Santa Catalina. [...]” (carta del cónsul R. Baradère al Ministro de Relaciones Exteriores de Francia, noviembre 19 de 1836).119 (Al triunfar Rivera se posibilitó el regreso de los emigrados argentinos) Luego de que fue vencido Oribe (1838) y obligado a huir a las Provincias Unidas –como dejamos referido– Rivera se constituyó en presidente, declarándole la guerra a Rosas, por la doble presión de unitarios y franceses. Para ganarse a los sectores dominantes, los cuales habían apoyado la gestión de Oribe (encontrándose luego en su mayoría en el gobierno del Cerrito), debió brindarles algunos beneficios. A comienzos de 1839 habilitó el puerto de Colonia. La Junta Económico Administrativa decide agradecer el gesto, y además de enviarle un comunicado, se piensa erigirle un monumento en la plaza pública. En su base iría una caja conteniendo el decreto de la habilitación. En los cuatro costados de la estela figurarían inscripciones de mármol con loas a Rivera.120 119 HERRERA, L. A., “Orígenes de la Guerra Grande. T. II. Documentos: Los Informes Baradère y Hood”, Montevideo, Palacio del Libro, 1941, pp. 33-34. 120 J. E. A. Exp. 728, p. 105 (A.G.A–A.G.N.)

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Se autorizó también a los franceses a vender en el puerto las presas que obtuvieran.121 Cambian, asimismo, los miembros de la Junta, figurando – como era de esperar–personalidades afines a Rivera. Los nuevos integrantes son: Gabriel Ortega, Antonio Blanco, Luis Torres, Juan Francisco Rodríguez e Isidoro Rodríguez. 122 En carta del señor Belaustegui, que cita el cónsul francés Baradère, se mencionan los preparativos de Rivera en esta zona, pero a la vez, su intento de obtener la paz: “El general Rivera está de buena fe dispuesto a hacer la paz, y, a ese fin, él mismo inutiliza todos sus preparativos. En nada teme la invasión, por cuanto está en condiciones de rechazarla. Tiene sobre el Uruguay una división de cerca de dos mil hombres; Medina está en las Vacas con seiscientos, según lo que Luis me escribe de aquel pueblo, con fecha 24; aquí hay ochocientos hombres y en campaña se pueden hacer, todavía, algunas remontas”. La carta, fechada en Montevideo el 27 de junio de 1839, es dirigida por Melchor Belaustegui a su hermana Pascuala, esposa de Arana, en Buenos Aires.123 En comunicado enviado a su gobierno el 19 de agosto de 1839, el cónsul francés menciona cómo Rivera, luego de estar dubitativo con respecto a los emigrados argentinos, se decidió a sostenerlos (por requerimientos de Francia): “Ellos habían llevado la infamia hasta pensar en hacer detener al bravo general Lavalle. Este acto de energía nos atrajo a algunos defeccionantes, impuso a nuestros enemigos y dio un poco de confianza a nuestros desgraciados aliados los argentinos. [...] El primer acto de la nueva administración [la de Rivera], ha sido volver a nosotros de buena fe: nos la ha probado autorizando el libre envío de hombres y de recursos de todo género al general Lavalle; ella misma ayuda abier-

121 ACEVEDO, E., “Anales Históricos del Uruguay”, T. II, op. cit., p. 71. 122 J. E. A. Exp. 728, p. 127 (A.G.A–A.G.N.) 123 HERRERA, L. A., op. cit., pp. 89-90.

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tamente esta expedición. La reunión de argentinos en Martín García ya es de setecientos a ochocientos hombres; aumenta cada día; su entusiasmo es admirable; todo hace, pues, esperar el más feliz resultado”.124 Rivera, aunque declaró la guerra a Rosas con timidez –y siempre tratará de buscar la paz mientras este al mando del Gobierno de la Defensa–, debió concentrar tropas en la zona, y apoyar, ahora sí de forma decidida, los preparativos de los unitarios, congregados en Las Vacas y en torno a la estancia de Lavalle (la actual Ombués de Lavalle). Desatada la guerra, las tres zonas que venimos analizando –oeste, centro y este– la sufrirán de diverso modo, tanto en los conflictos locales como en las incursiones de tropas foráneas, llegando en todos los casos a un alto grado de tensión bélica y destrucción de poblados y haciendas.

Alternativas de la guerra La zona este: entre la calma y la “guerra gaucha” Nos informa Barcón Olesa que ocurrió una acción de guerra en 1839, entre blancos y colorados, en las puntas del arroyo Rosario. Los blancos venían con el ejército de Echagüe. “Los oribistas formaron entre otros un cuerpo de ejército cuyo jefe era el Coronel Andrés Latorre, con el que iba el célebre guerrillero gaucho José María, El Rengo, indómito y sanguinario, que mandaba un escuadrón de indios, cuyas lanzas llevaban todos adornadas con plumas de ñandú (avestruz). Con esas fuerzas iba también un regular número de colleros, como llamaban ya entonces á los habitantes de esta región, quienes seguían á las órdenes del Capitán García, estanciero del Pichinango.

124 Op. cit. pp. 95-96.

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Perseguía á don Andrés Latorre una división de las tropas del Gobierno, que mandaban el entonces Coronel don Venancio Flores y el coronel Camacho, del Carmelo. Ambos ejércitos vinieron á encontrarse en las puntas del Rosario, como dejamos dicho, desarrollándose la acción frente á una casa de comercio que pertenecía á un tal José María Medina. Esto sucedió durante el invierno de 1839. Había llovido y los arroyos estaban crecidos. El choque fué muy recio. El Capitán García con los colleros pelearon con mucho denuedo; la caballería de El Rengo dió una carga impetuosa, irresistible, que puso en derrota al ejército de los coroneles Flores y Camacho, dispersado completamente por las fuerzas del Coronel Andrés Latorre. En la huída, las tropas gubernistas se tiraron al arroyo, pereciendo muchos, de las balas y ahogados, por cuya razón las bajas fueron considerables.”125 El relato de Barcón Olesa ofrece ciertos reparos, pero con todo se constituye en un buen indicador de la tensión política de la zona del Colla. Primero, delata la existencia de líderes gauchos con arraigo local; segundo, la participación de pobladores en las luchas civiles. En la crónica también quedan evidenciadas las características de la “guerra gaucha” –con la importancia dada a las cargas de caballería– y la actuación, ya por esos años, del caudillo Venancio Flores en esta zona (cabe recordar que la madre de Flores era oriunda de la zona de Víboras, siendo él sobrino de Ignacio Barrios, figura de actuación política y con prestigio entre la clase alta carmelitana126). Vencida la invasión de Echagüe a fines de ese año, todavía prosiguen los disturbios. A mediados de 1840, el jefe de división

125 BARCON OLESA, J., op. cit., pp. 45-46. 126 Ver sobre este punto: LOCKHART, W., “Venancio Flores, un Caudillo Trágico”, Montevideo, E.B.O, 1998, y FERNÁNDEZ SALDAÑA, J.M., “Diccionario Uruguayo de Biografías 1810-1940”, Amerindia, 1945.

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al sur del Río Negro hace fusilar en la plaza de Rosario –a pedido del vecindario– a un bandido.127 En 1843 Oribe llega a territorio uruguayo. Debido a esto, se sublevan los oribistas del Colla, “á quienes denominaban –según Barcón Olesa– ya blancos, por razón del color del cintillo que llevaban por divisa los partidarios de Oribe y Lavalleja”. En número de 117, mandados por el capitán Cáceres, fueron a proteger el desembarco de la infantería de Oribe, que se efectuó en el puerto de la Colonia, habiéndose incorporado, en Canelón Chico, una fuerza que dirigía el comandante Alisaga.128 De 1843 a 1845 conocemos algunos episodios bélicos y sociales en la zona por las memorias del francés Benjamín Poucel, quien en sociedad con los ingleses Le Bas había comprado tierras en el Pichinango, dedicándose a la cría y mestizaje del ovino (empresa pionera en la época). Sobre este episodio de la definición de los bandos, comenta: “Es preciso decir que los soldados de Oribe se llamaban los blancos, por oposición a los de Rivera a quienes se denominaba los colorados. Pero nosotros, aislados en la campaña, no podíamos fiarnos de estas señales distintivas, que eran con bastante frecuencia trocadas por las partidas de exploradores. Además, nuestra calidad de extranjeros nos imponía la ley de tratar bien a todos los partidos, para ser respetados por todos, y nunca nos apartamos de ella”.129 Poucel, en su doble característica de extranjero y contemporáneo de esos hechos, describe una neta constitución de las divisas o los bandos (aunque no se puede hablar propiamente de partidos). Pero estas distinciones se hacen relativas, ya que por motivos estratégicos, se pueden cambiar las divisas (¿además de la simple insignia, no ocurriría un pasaje de hombres entre los 127 ACEVEDO, E., “Anales Históricos del Uruguay”, T. II, op. cit., p. 19. 128 BARCON OLESA, J., op. cit., p. 46. 129 MOREIRA, O., “Crónicas del Rosario/2 B. Poucel Memorias de la Guerra Grande”, 1983. p. 11.

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bandos, al no estar éstos del todo consolidados?). La neutralidad –puntal de la conducta de Poucel– también demostraba un distanciamiento expectante ante la conducta de los bandos. “Alejado de la marcha de los ejércitos –rememora Poucel– , el departamento de Colonia sólo sufrió indirectamente por parte de las patrullas volantes que iban como exploradoras sobre el flanco izquierdo de los ejércitos. En razón de este estado de cosas, tuvimos que soportar innumerables asaltos que rechazamos ya sea por la diplomacia conciliadora, ya sea por una enérgica resistencia”, narra Poucel.130 Este dato viene a confirmar la impresión de Luis Gil, respecto de la calma que hubo en el departamento entre 1843 y 1845, siendo algunos de sus encuentros bélicos simples escaramuzas o derivaciones de excursiones militares a otros sitios de la república. Con todo, la propiedad privada es afectada, y más tratándose de una gran estancia con riqueza de ovinos y caballadas. En la estancia del Pichinango y en sus límites se encontraban “pastores” (¿agregados?, ¿puesteros?, ¿peones?) y labradores. Éstos fueron sumados a los ejércitos por levas forzosas, quedando tan sólo las mujeres para cuidar las majadas. A comienzos de 1843 las fuerzas de Rivera se acercan a la estancia del Pichinango, pidiendo permiso para colocar un guardia en la azotea de la casa del establecimiento. En aras de la neutralidad, la solicitud es rechazada por Poucel. A los pocos días llegan partidas de Oribe, comandadas por el jefe Ximénez, con la misma exigencia. Este Ximénez asesinaría más tarde al estanciero británico Miguel Hines (en un capítulo próximo se hablará sobre este controvertido personaje). Ese año tuvo lugar el encuentro de la Horqueta del Rosario, entre los colorados de Venancio Flores y los blancos de Ángel Núñez, resultando derrotados estos últimos. 131 Los heridos fue130 MOREIRA, O., “Crónicas del Rosario/2 B. Poucel Memorias de la Guerra Grande”, op. cit., p. 11. 131 LOCKHART, W., “Venancio Flores, un Caudillo Trágico”, op. cit., p. 7.

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ron atendidos por el médico francés doctor Vavasseur, residente en el establecimiento del Pichinango. Tanto blancos como colorados fueron amparados en la estancia –haciendo bandera de la neutralidad–, habiendo en la casa hasta nueve enfermos o heridos a la vez.132 Los bosques cercanos a la estancia estaban atestados de matreros133 , siendo comandados por el “gaucho” Mendoza (quien en 1844, se sumaría al ejército de Oribe). Los blancos se disponían a atacar el pueblo de Rosario, dominado por las fuerzas de Rivera. Al quedar luego el departamento en manos de los blancos, éstos se dedicaron a pacificarlo. El coronel Montoro, al frente del mismo, hace fusilar en 1845 a Ximénez y un cómplice, por el asesinato de Miguel Hines. “Esta firmeza poco empleada en favor del orden público, en tiempos de guerra civil, en que cada bandolero puede encontrar un protector, había inspirado un saludable temor a los malhechores”, comenta Poucel.134 Colonia del Sacramento, en 1846, se hallaba sometida al Jefe Político don José M. Solsona, que militaba a las órdenes de Rivera. Mientras tanto: “La población del Rosario estaba fortificada de palo á pique y defendida por don Ramón Larravide. 132 MOREIRA, O., op. cit., p. 14. 133 En un escrito de 1797 del comandante de la estancia de Rosario ya se mencionaba que los montes estaban llenos de gauchos. El monte o bosque, como lugar de refugio para los que huyen del “orden social”, es un elemento de larga duración en la historia de Rosario. En la década de 1920 el maestro y profesor Florencio Collazo, acompañado por su colega Juan L. Perrou, iba a la “cacería” de los alumnos “raboneros” que se escondían en los bosques cercanos, para reintegrarlos “física y espiritualmente” a la escuela (MOREIRA, O., “Un hombre hijo de sus obras: Juan Luis Perrou”, Ediciones del Liceo, Montevideo, 1993, p. 5). Desde la Edad Media, el bosque fue visto como el lugar de “lobos y brujas”, de “perdición” y separación de la vida “civilizada” (ZUMTHOR, P., “La medida del mundo”, Cátedra, Madrid, 1994). 134 MOREIRA, O., “Crónicas del Rosario/2 B. Poucel Memorias de la Guerra Grande”, op. cit., pp. 20, 27 y 28.

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De improviso se presentó el coronel Solsona, preparándose para atacar la población, y entonces salió á su encuentro una compañía de vascos al mando del oficial Echarte, los cuales, –no sabemos con qué pretexto– se pasaron á las fuerzas de Solsona. Larravide en vista de la defección de Echarte y contando con pocas fuerzas, capituló en seguida, y Solsona se apoderó acto continuo de la población. Aunque no se tiene noticia de haberse cometido actos sanguinarios, según hallamos en documentos de aquella época, en la toma del Rosario por las fuerzas al mando del coronel Solsona, se perdió casi en su totalidad el archivo del Juzgado de Paz, cuyo funcionario en aquel entonces distribuía los terrenos de la villa.”135 Estos últimos datos de Barcón Olesa son por demás reveladores. No se aclara, por cierto, quién destruye los archivos del juzgado, si los colorados al tomar la ciudad o los blancos al abandonarla. El autor sugiere que la pérdida de los archivos se produjo durante la toma, pero pudo ocurrir antes, o bien cuando la ciudad llegó a estar en manos coloradas. Sin embargo, hay un hecho indudable: la destrucción de estos archivos debe exceder la mera casualidad. Si –como luego se verá en el capítulo VII acerca de los problemas territoriales– el conflicto entre ocupantes y hacendados, agravado por la falta de demarcación entre tierras públicas y privadas, se hizo constante en la Guerra Grande, la destrucción de papelería relativa al otorgamiento de tierras, habrá tenido por fin eliminar pruebas de donaciones, sin duda molestas para cualquiera de los dos bandos en pugna.

Las legiones de Garibaldi y la toma de Colonia En 1841 se vuelve inminente la proximidad de la guerra. La ciudad de Colonia del Sacramento, sacudida por el complot unitario de 1836, había vuelto luego a su trajín cotidiano. El flujo comercial –que posibilitó la habilitación del puerto por Rivera en 135 BARCON OLESA, J., op. cit., p. 47.

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1839–, las querellas por la tierra que dejamos referidas, y la reedificación del templo, son los temas permanentes. Dentro del mundo eclesiástico, que es un referente central de esa sociedad, se insinúan los anuncios de la guerra. Una carta de Fructuoso Rivera al cura Domingo Rama, así lo manifiesta: “Señor Cura y Vicario D. Domingo Rama Durazno Febrero 7 de 1841 Mi reverendo amigo y Señor aunque hasta la fecha no había contestado a V. no había sido por falta de deseo sino por las muchas y graves atenciones que hoy gravitan sobre mi, como único responsable de la suerte de nuestro País. Hoy aprovecho de la retirada de el Comandante Estivao a su Departamento para prevenirle que a la mayor brevedad haga todo el empeño en mandar a este punto algunos hombres de confianza para que se recivan de dos cientos novillos buenos que le entregaré para que tenga V. con su producto un pequeño auxilio para la obra que me indico V. de la Iglesia de esa Ciudad. Siento infinito no poder en circunstancias presentes disponer de dinero alguno por los enormes gastos que tengo que emprender con el equipo de las tropas que se están organizando, para sostener los derechos de nuestra Cara Patria, pero ayudado V. por los buenos vecinos de ese Departamento, podrá continuar la obra, hasta tanto desaparezca la borrasca que nos amenasa. Seguro que después de esto, El Gob.no se ocupará con preferencia de los templos, en todos los pueblos de la Rep.ca, como también de las casas de Educación que son ambos establecimientos, de primera nesecidad en el Estado. Entre tanto el Sr. Cura quiere encomendar al altísimo en sus oraciones y plegarias, la suerte de nuestra Cara y amada patria, como también la conservación de sus habitantes [...]. Fructuoso Rivera”136

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Pese a los apuros del estado, las existencias ganaderas se muestran como recursos oportunos para obtener capital, y así lo expresa claramente el caudillo. Pero si esto no alcanza, siempre están los vecinos, solidarios con el culto religioso como centro de la vida social. La religión y la enseñanza aparecen como la base de la sociedad en la visión del caudillo, como el fomento de la tan pregonada “civilización” (tanto por Rivera como por sus partidarios de bando, los unitarios), y por eso su apoyo se hace apremiante para el estado. También por eso, si la religión es una apoyatura del estado, bien puede el cura velar con sus rezos por la conservación del mismo y de la nación. En junio de 1841, con la firma de Antonio Vidal, el Superior Gobierno autoriza a vender terrenos públicos para las obras de la iglesia.137 A mediados de 1842 la escuadrilla de Rosas al mando del coronel Mariano Maza había bombardeado Colonia, luego de ser repelida en Montevideo.138 Después de que Oribe y los federales invadieron el Uruguay, el Gobierno de la Defensa debió desalojar varias poblaciones. Melchor Pacheco y Obes, estando en Mercedes, les suministró 200 pesos a los emigrados argentinos para que movilizaran gente, y reorganizó los 100 hombres de Garibaldi derrotados en el Paraná. Con las familias e “intereses” organizó un convoy que marchó hacia Colonia, dejando el pueblo de Mercedes prácticamente desierto.139 En 1843, antes de que Mercedes sea desalojada, es sitiada por fuerzas blancas. El caudillo colorado Venancio Flores abre operaciones en Colonia, impidiendo que los sitiadores de Merce136 J.E.A. Exp. 728, p. 152 (A.G.A–A.G.N.) 137 J.E.A. Exp. 728, p. 153 (A.G.A–A.G.N.) 138 ACEVEDO, E., “Anales Históricos del Uruguay”, T. II, op. cit., p. 27. 139 MONTERO BUSTAMENTE, R., “Ensayos Período Romántico”, Montevideo, 1928, p. 133, citado por LOCKHART, W., “Máximo Pérez, Caudillo de Soriano”, Ed. Revista Histórica de Soriano, Mercedes, 1962, p. 20.

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des fueran auxiliados por Crispín Velázquez, a quien derrota en el Real de San Carlos.140 Sin embargo, los blancos del departamento se movilizan –la acción de los blancos del Colla puede dar ejemplo– logrando el completo dominio de la zona para ese mismo año. Desde 1843 a 1845 queda el departamento en dominio casi exclusivo de los oribistas, y según el memorialista Luis Gil, se prolonga un lapso de paz y de bonanza comercial, debido al incremento de las actividades portuarias. Pero en 1845 los colorados, unitarios y sus aliados de la intervención extranjera, intentan nuevos hechos militares fuera de los muros de Montevideo. La toma de la Colonia del Sacramento, como punto estratégico para el control fluvial, se mostraba oportuna. En agosto de ese año, el Gobierno de la Defensa, la legión italiana, y las flotas anglo-francesas, organizan una expedición que logra ocupar Colonia el 31 de agosto. El día anterior, los oribistas habían previsto evacuar la ciudad, compeliendo a los habitantes a que sólo llevaran lo mínimo indispensable.141 En los meses anteriores se habían estado realizando las obras para la construcción del Faro, y en el libro de la Junta E. A., con fecha 30 de mayo, se consigna que el cura vicario José Policarpo de Amilivia y el vecino José Aquilino Quintana, llegaban a un acuerdo por el uso de un terreno baldío lindero.142

140 Op. cit. p. 21, y LOCKHART, W., “Venancio Flores, un Caudillo Trágico”, op. cit., p. 7. 141 Esta expulsión de las familias a la campaña ordenada por el coronel Montoro seguiría pesando muchos años después. En 1860 el vecino Joaquín Méndez reclama a la Junta E. A. copias de las escrituras de una casa para proceder a su venta, dado que a las anteriores las extravió en 1845 cuando se desalojó a sus pobladores (dicha carta obra en el depósito del Museo Municipal de Colonia “B. Rebuffo”). 142 J.E.A. Exp. 728, p. 346 (A.G.A–A.G.N.)

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El general Lorenzo Batlle, testigo de esos episodios bélicos, en un escrito de 1882 refiere al respecto: “Desde que nos acercábamos al pueblo para tomar fondeadero observábamos cuando enfilamos las calles multitud de gentes haciendo grandes atados en ponchos, colchas o sábanas”.143 Al ver a los soldados saqueando el pueblo –ya abandonado por sus habitantes–, los almirantes de las escuadras abrieron fuego. “A las primeras balas que entraron en las calles algo elevadas rompiendo cornisas y rejas, la tropa que por todas partes veíamos diseminada desapareció, siguiéndose un fuertísimo cañoneo en el que había buque que hacía descarga de toda su andanada.”144 Enseguida Garibaldi y sus hombres se dirigieron hacia tierra. “Cuando estuvimos a unos cincuenta metros de la orilla –rememora el Gral. Batlle– vi a Garibaldi enderezar rápidamente su falúa a un muelle de madera perteneciente a una barraca de frutos del país que había en la parte interior contigua a la muralla. [Posiblemente se refiera a la barraca de don José Sequeira, conformada por esos años. Ver Cap. III]. Subido al muelle miró rápidamente a todos lados y se lanzó a la carrera hacia el terraplén de la muralla en el cual en medio del pasto y la maleza se divisaba una senda empinada, escalonada en la misma tierra para facilitar la subida.”145 Acompañado de uno o dos ayudantes (según narración del general Batlle), penetró en la ciudad, aun a riesgo de encontrarse con fuerzas enemigas. Tras él entró Lorenzo Batlle con 17 soldados. Los blancos se habían retirado de la ciudad, pero ahora trataban de recuperarla cargando con la caballería. Sobre uno de los

143 “Episodios Históricos. La Toma de la Colonia. Acción Heroica del General Garibaldi (31 Agosto de 1845). Un artículo del general Lorenzo Batlle”, Miscelánea, Col. Elías L. Devincenzi, Catálogo 155, Archivos Particulares (A.G.N.); reproducido en ARTIGAS MARIÑO, H., “Colonia del Sacramento Memorias de una ciudad”, op. cit., pp. 28-29. 144 Op. cit. 145 Op. cit.

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muros, la espada en una mano y la pistola en otra, Garibaldi los contenía. De los 200 o más hombres de caballería –sigue contando el general Batlle– algunos habían penetrado algún trecho en la plaza, extendiéndose a los lados desde el interior del muro. Ahora démosle la voz a Garibaldi, el cual dice en sus memorias: “El enemigo no opuso resistencia en las murallas, pero al salir fuera lo encontramos dispuesto a combatirnos. Después que nosotros, desembarcaron los aliados. Yo pedí a los Almirantes me sostuvieran mientras procuraba alejar al enemigo, y fuerzas de ambas naciones [Francia e Inglaterra] vinieron en nuestro apoyo. Pero empeñada que fué la lucha en campo abierto, con un enemigo superior y obtenida alguna ventaja, los aliados se retiraron dentro de los muros, no sé por qué motivo, y nos obligaron a hacer lo mismo, porque nosotros solos éramos muy inferiores al contrario”.146 El control de la ciudad portuaria posibilitado por las escuadras anglo-francesas se volvía problemático en la campaña, donde la fuerza de los federales y los blancos se hacía prominente. Continúa Garibaldi: “Antes de nuestro desembarco, cuando los adversarios, viendo su impotencia ante las fuerzas navales, habían proyectado abandonar la ciudad, obligaron a los habitantes a evacuarla y después intentaron pegarle fuego. De modo que muchas casas presentaban el triste espectáculo del incendio, y para obtener un efecto más rápido, habían roto los muebles y destrozado todas las cosas. Al desembarcar nosotros, los de la legión y los nacionales de Battllé [sic] habíamos seguido inmediatamente al enemigo que se retiraba, y los aliados, que desembarcaron después, ocuparon la ciudad evacuada, mandando para ayudarnos parte de las tropas”. 147 Al retirarse los blancos, las fuerzas de la Defensa se dedican al saqueo, al estar la población abundantemente aprovisionada. “Ante aquel cuadro de ruinas y de incendio era difícil mante146 GARIBALDI, G., “Garibaldi en el Plata (Autobiografía)”, Editor Carlos Marchesi, Montevideo, Proyección, 1990, p. 134. 147 Op. cit., p.p. 134-135.

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ner una disciplina que impidiera cualquier atropello, y los soldados anglo-franceses, a pesar de las órdenes severas de los Almirantes, no dejaron de dedicarse con gusto al robo en las casas abandonadas y en las calles. Los nuestros, al regresar, siguieron en parte el mismo ejemplo, aun cuando nuestros oficiales hicieron lo posible por evitarlo. La represión del desorden fué difícil, considerando que Colonia era país abundante en provisiones para la campaña, y especialmente en líquidos espirituosos, que aumentaban los apetitos de los nada virtuosos saqueadores. Lo más importante que tomaron los nuestros fueron comestibles y colchones, que llevaban a la iglesia, donde estábamos acampados, para acostarse; estos objetos fueron, naturalmente, abandonados a los pocos días, cuando partimos”.148 Al igual que en Carmelo en 1846, la iglesia es usada como cuartel, al ser uno de los edificios más sólidos de la población. Al estímulo del alcohol, la ciudad comercial es saqueada. Garibaldi trata de justificar la actuación de sus hombres: “Regularmente, sin el ejemplo de los aliados, que excitó, como era natural, a los soldados nuestros, no se hubieran realizado tales excesos. Me he detenido algún tanto en detallar estos hechos y los he descrito con escrupulosa veracidad, con el fin de rechazar ciertas apreciaciones hechas por un chauvin, un tal Mr. Page, Comandante del bergantín francés Ducouadic, hombre, según sus conciudadanos, de la hechura de Guizot, mandado por aquel ministro de Luis Felipe en calidad de agente secreto. Describiendo este espía diplomático los hechos ocurridos en Colonia, decía pestes de los brigands italiens; he de advertir que, por sus simpatías, me ví obligado en el desembarco a poner gente a cubierto, no de los fuegos del enemigo, porque el enemigo huía sin esperar nuestra aproximación; sino de los del Ducouadic que, teniendo su batería frente a mis soldados, largaba cañonazos

148 Op. cit. p. 135.

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de un modo escandaloso. Algunos hombres de los míos fueron heridos por los escombros y las astillas que los tiros de nuestro aliado ocasionaban. Recuerdo que entre los títulos con que nos honraba en su extravagante narración, estaba el de condottieri, con que aquel señor quería arrojar el desprecio sobre gentes que valían más que él”.149 Desde 1843 se encontraba en Colonia el general Juan Antonio Lavalleja. Poseía una casa en la ciudad, donde vivía con su familia y su hermana “Panchita”, y una estancia en Conchillas. Durante la ocupación, su casa fue asaltada siendo destrozados sus muebles. Su esposa, doña Ana Monterroso, fue abofeteada y el resto de la familia mereció los insultos de la tropa. Esto hizo que Lavalleja y su prole abandonaran la ciudad.150 Al primer saqueo de la ciudad hecha por los blancos en su retirada, le sigue este –desordenado y tumultuoso– efectuado por las tropas de la Defensa, tropas que, como deja traslucir Garibaldi en sus memorias, se hallaban divididas en sus tácticas y propósitos (el sector extranjero de Montevideo, por su propia multiplicidad, no constituía un bloque; la actuación de los gobiernos de Francia e Inglaterra, por otra parte, lo impedía). Los resquemores entre Rivera (el “caudillo”) y los doctores, sumados a este desencuentro de las tropas extranjeras, hará que las próximas excursiones a la campaña se tornen ineficaces. A partir de 1846 la situación se muestra complicada para el Gobierno de la Defensa. W. Lockhart dice a propósito de esto: “Luego de una breve visita a Montevideo, Rivera reinició a fines del 46 una campaña que habría de terminar con un desastre irreparable. En lugar de fortalecer las guarniciones de Mercedes y Colonia, hacia donde se dirigían fuerzas enemigas poderosas,

149 Op. cit. p. 135. Sobre este episodio puede verse asimismo: FERNÁNDEZ SALDAÑA, J.M., “Toma de la Colonia 1845”, “El Día”, Año X, Nº 450, Agosto 31, 1941 (copia facsimilar en A.R.C.) 150 BARRIOS PINTOS, A., “Lavalleja, la patria independiente”, Montevideo, E.B.O., Serie Los Hombres 2, 1976, p. 107.

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marchó hacia Paysandú, a la que tomó luego de sangriento combate; poco después, Salto caía en poder del federal Servando Gómez, y Venancio Flores era derrotado a su vez en Colonia por Ignacio Oribe”.151 En 1847 el ejército de Ignacio Oribe (hermano de Manuel Oribe) incursiona en el departamento de Colonia. Como Jefe Divisionario del mismo se encuentra Lucas Moreno, el cual realizará una obra social, económica y política de importancia en el posterior curso de la guerra. Ya en marcha para su destino, Moreno sorprendió a una fuerza enemiga en el Paso de la Paloma del arroyo Canelón Grande, mandada por el general Medina. Tomó prisioneros al mayor Pedro Arce y a los tenientes Felipe Arroyo y Encarnación Badell. Estos dos últimos ofrecieron servir a las órdenes de Moreno, quien los hizo ayudantes por pertenecer a familias conocidas de la Colonia (luego de la guerra, Arroyo volvió a su partido, el colorado, logrando el grado de coronel).152 Bajo el choque de los bandos, se mantenían estas solidaridades del patriciado. Desde enero de 1847 se producen una serie de escaramuzas y batallas en el departamento: es derrotado el general colorado Anacleto Medina en Canelón Chico; las fuerzas de Moreno toman Carmelo; ocurre la batalla de Las Tunas con pérdidas del Gobierno de la Defensa; el 9 de abril se produce otro combate al norte de Colonia, en Las Barrancadas, donde el coronel Moreno sorprende a Medina y a los coroneles Flores y Mora (según crónicas y comentarios, Medina llegó a las puertas de Colonia en calzoncillos y lleno de espinas de tuna); las fuerzas del Cerrito se apoderan en la ocasión de 15.000 ovejas. 153 Esta cifra corresponde presumiblemente a la mitad o a un tercio del stock de animales

151 LOCKHART, W., “Máximo Pérez, Caudillo de Soriano”, op.cit., p. 25. 152 MORENO, E. “Aspectos de la Guerra Grande...”, op. cit., p. 56 y sig. 153 MORENO, E., op. cit., p. 68.

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en el departamento, si consideramos que la hacienda del francés Poucel, en el Pichinango –al norte de Rosario–, era de 20 mil ovinos, y alrededor de 7.000 poseía la familia de grandes estancieros De la Quintana (en 1852 se contabilizan en el departamento 54 mil ovejas); los animales que toma Moreno debían ser parte principalmente de estas majadas, más algunos pocos animales correspondientes a pequeños propietarios. El 3 de mayo ocurre el encuentro de La Caballada en las afueras de Colonia del Sacramento, entre la infantería (200 hombres) y la caballería de Venancio Flores y las tropas blancas, debiendo Flores replegarse a la ciudad.154 Desde mayo de 1847 a agosto de 1848 se produce el sitio de la Colonia del Sacramento, la cual estaba defendida por la escuadra de la intervención anglo-francesa (con los barcos “Fyrebrand”, “Grecian”, “Raleigh”, “Adonis” y el “Fulton”).155 Los sitiados en la Colonia se hallaban al mando del general Anacleto Medina y del coronel Venancio Flores. Sobre el primero, afirma Rolf. L. Nussbaum en el artículo “La toma de Colonia en 1848”, citando al escritor e historiador italiano Lucio Lami en su libro “Garibaldi y Anita” (1991, Mondadori Editore): “Si no hubiera sido por su manía de untarse los cabellos y de cultivar una perilla muy exigua, habría podido ser definido como un buen mozo. Pertenecía a ese grupo de terratenientes de uniforme que, en cualquier momento, podían transformar sus hatos en caballadas, sus capataces en suboficiales y sus gauchos en lanceros”.156 154 ARTIGAS MARIÑO, H., “Colonia del Sacramento. Memorias de una ciudad”, op. cit., p. 29. MORENO, E., op. cit., p. 68. 155 Por la zona de El General, al este de la actual Ruta 21, quedan registros arqueológicos de un bastión de tierra utilizado para el sitio de la Colonia durante la guerra. Ese lugar, incluso, habría sido el escenario de una batalla al encontrarse esqueletos y numerosos restos de armas. (LEZAMA, A., “Guía Arqueológica del Departamento de Colonia”, op. cit. p. 41.) 156 NUSSBAUM, R., “La toma de Colonia en 1848”, “Estampas Colonienses”A. VII, Nº 34, Colonia, Imp. Logos, enero 2002, pp. 14-15.

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Aunque Medina era una figura de prestigio a nivel local, la visión de Lami resulta un tanto exagerada. Como se verá en el capítulo X, Medina entra en un pleito en 1857 por la posesión de unos campos en Las Vacas, lo que probaría que su dominio sobre tierras y hombres no era tan omnímodo. A fines de 1847 los residentes italianos en Colonia, dirigidos por Ángel Ricci, piensan formar una compañía para agregarla a la legión de Garibaldi. Éste les contesta desde Montevideo en carta de fecha octubre 14, autorizando la conformación y aconsejándoles buen comportamiento y obediencia al general Medina.157 En julio de 1848 se le ofrecen a Medina garantías para su rendición, pero estas gestiones no dar resultado.158 Tan sólo restaba el asalto a la fortaleza. En su edición Nº 334 el 5 setiembre de 1848, “El defensor de la independencia americana”, diario del Gobierno del Cerrito, publicó el parte de la toma de la Colonia ocurrida el 18 de agosto, redactado por el teniente coronel Lucas Moreno el 22 de ese mes, y enviado al Jefe de las fuerzas al sur del Río Negro, brigadier Ignacio Oribe. La plaza había sido artillada y estaba defendida por el bergantín francés “Adonis”, de 16 cañones, y el vapor “Fulton”, con dos cañones de a 80 y dos de a 24. La línea exterior estaba defendida por la compañía de Guardia Nacional, estando en la misma Anacleto Medina. Las compañías de Voluntarios Vascos y la segunda de la Guardia Nacional, defendían la muralla. Al conocer estas posiciones, Moreno había ordenado tirotear la línea exterior, como una forma de diversión para ganar tiempo y cansar al enemigo.

157 Documento que se encuentra en el Museo Municipal de Colonia “B. Rebuffo”, segundo piso, sala romántica, vitrina acerca de la Guerra Grande. 158 Archivo del Gral. L. Moreno. Caja 191. Carpeta 7. Correspondencia con Manuel Oribe (A.G.N.)

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Moreno sabía que el “salvaje unitario” Medina, en caso de ataque, tenía orden de replegarse hacia la plaza con sus cañones y sus mejores tropas, por lo que pensó cortar su línea exterior. La primera y segunda compañías del batallón Defensores de la Independencia Oriental, a las órdenes del mayor Juan E. Lenguas, fueron destinadas a penetrar por el agua y escalar el cabo del sur. El capitán León Benítes debía realizar un ataque de diversión por la parte norte de la muralla, con la caballería. El capitán Eusebio Carrasco con 40 soldados fue destinado a abrir el portón con las hachas y evitar que entraran las fuerzas de Medina, que estaban afuera. Dos compañías, a las órdenes del propio Moreno, debían sostener a Carrasco y penetrar por el portón. Al teniente coronel Laurencio Villanueva y al comandante José M. Reyes, con la caballería, se los dejó afuera de las quintas, para evitar que salieran a campaña las tropas enemigas de la plaza. Con estas disposiciones, el ejército blanco entró en combate a las tres de la madrugada del 18 de agosto. Bajo el fuego del vapor “Fulton” y de los cañones de la muralla, las fuerzas del Cerrito entraron en la plaza, cargando a bayoneta a los “unitarios”. En el momento que quedó abierto el portón, por el capitán Carrasco, ingresó el capitán Luis Pereira con la Tercera compañía, que había estado haciendo fuego en el baluarte sur. Acerca del ingreso de las fuerzas blancas en la plaza, expresa en su parte Moreno: “Las voces ¡VIVA ORIBE!! resonaban en la Plaza [se puede pensar, no sin malicia: ¿eran acaso estos que ahora vociferaban los mismos que habían propuesto antes levantar un monolito para Rivera?...]: las baterías enemigas eran abandonadas y sólo los buques de guerra hacían fuego. Los salvages [sic] unitarios disparaban en todas direcciones; la victoria era nuestra. En tal estado, mandé hacer alto, cesar el fuego, tocar reunión y formar las compañías al frente de la muralla. Fácil me era alcanzar a los que disparaban a embarcarse al Puerto; pero tuve presente que había allí mugeres [sic], niños y personas inofensibles que el temor habría llevado, y preferí el que

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se salvasen los salvages unitarios a que hubiese una sola víctima inocente. Organizadas las fuerzas y pasados los primeros momentos, destiné al Capitán Ugarte con su compañía a los interiores de la Ciudad a mantener el orden y con la prevención de no tirar un tiro sino en el caso de encontrar una fuerza que lo atacase. No tardó en regresar trayendo treinta prisioneros. A la media hora de emprendido el asalto había cesado el estruendo de las armas y si es glorioso para las nuestras el triunfo alcanzado en la mañana del 18, no lo es menos el que ni una sola casa haya sido saqueada [cursiva en el original] por nuestros bravos soldados, sin embargo de que, varias habían sido abandonadas; hecho no común en la guerra y propio sólo de los soldados del Plata que combaten por su gloriosa Libertad y su Independencia. Tomada la plaza quedaron sosteniéndose el Cantón de Nacionales y Primera Batería, sobre cuyos puntos prohibí se hiciera fuego. Después que aclaró el día, les mandé intimar se rindiesen; pero el temor y la protección que les ofrecían los franceses para embarcarse, los conservó en su puesto. Era dueño de la artillería de la plaza y podría arrasar el Cantón de Nacionales, pero esos eran Orientales y no olvidé que tanto V.S. como S.E. el Sr. Presidente de la República en su magnánima y generosa política, su mayor complacencia es perdonar: ofrecí, pues, completo indulto a estos desgraciados para que se entregasen y me evitasen el disgusto de hacer correr más sangre. D. Domingo Cosio que mandaba como Teniente, vino a ofrecerme hacerlo con setenta compañeros confiando en nuestra generosidad, y les he ofrecido bajo mi palabra que serán perdonados. Yo suplico a V.S. respetuosamente se digne honrar el compromiso que he contraído con esos hombres, que aunque criminales, son Orientales y desgraciados. De la fuerza que había en la Batería por su cercanía al Río y por la protección de los buques y lanchas francesas lograron embarcarse 39 salvages unitarios. El valiente Teniente D. Francisco

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Laguna con una guerrilla del Tercer Escuadrón de la Guardia Nacional les mató algunos hombres antes de verificarlo. A las 3 de la tarde del día 18 de agosto ha quedado libre el Departamento de la Colonia, y los vencedores de este día presentan ante su Patria y como trofeo de ella, la libertad de un pueblo que conquistaron las fuerzas anglo-francesas: que lo sostenían con sus cañones tan despreciados por los Argentinos y Orientales. Setenta y tres muertos, doscientos treinta y cinco prisioneros, veinte piezas de artillería, su parque, armamento y municiones quedaron en nuestro poder. […] Rindo al Sr. Supremo mi mas ferviente reconocimiento por el triunfo que hemos alcanzado y porque sólo hayamos de lamentar la irreparable pérdida del valiente Teniente D. Gregorio del Cerro y cuatro individuos de tropa muertos. Los heridos son tres Oficiales y veinte y seis de tropa, los que se curan con el mayor esmero. Igual asistencia se tiene con los que eran del enemigo. Entre los muertos salvages unitarios se han conocido a los titulados Coronel Ramos, Mayor Santin, Oficiales Raya, Montero, Casco, Díaz, Andrés Torres y Felipe López. Los dos últimos muertos a palos en el agua por los marinos franceses para hacerlos retirar de las lanchas que consideraban con demasiada gente. El cobarde Anacleto Medina disparó a embarcarse a los primeros tiros: corría en camisa y calzoncillos llevando en la mano las charreteras de Brigadier, que remito a V. S. a nombre de la División y las cuales arrojó al agua, conociendo sin duda, cuan indigno de ellas son los cobardes”.159 Al final del parte se felicita la actuación del mayor Lenguas y del capitán Carrasco, y de los capitanes Benites, Ugarte, Pereira, etc., y de los tenientes Abalos, Ríos, Pueblas, Laguna, Cabrera, 159 “El Defensor de la Independencia Americana”, Nº 334, 5 setiembre 1848, pp. 1-2 (Biblioteca Nacional); NUSSBAUM, R., “La toma de Colonia en 1848”, op. cit., y ORIBE, A., “Brigadier General D. Manuel Oribe. Estudio científico de su personalidad”, Montevideo, Tip. Uruguaya, 1911, pp. 226-227.

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etc., y de sus ayudantes capitán Luis Gil, teniente Emilio Giró y Pacífico Iraola. Sobre el parte, pueden señalarse muchos puntos: el respeto a la propiedad privada como programa esencial de los defensores de la “ley y el orden”; el perdón a los orientales, que “aunque criminales” son desgraciados, siendo víctimas de la guerra; la toma de la Colonia y el curso total de la guerra como una lucha contra el imperialismo europeo (incluso se remarca el salvajismo de los franceses, al matar a palos a sus propios aliados, los “salvajes unitarios”). Sobre el primer punto, se exhibe el castigo ejemplar efectuado sobre el soldado Modesto Laguna (o Lagama) al haber robado cinco botellas de bebida y tres tarros de betún en la noche del 18 de agosto. Por desobedecer el bando divulgado el 17, el día 19 a las 8 de la mañana fue fusilado. El bando de orden rezaba: “¡Soldados! – Marchamos hoy á liberar el pueblo de la Colonia; en él existen familias Orientales, que debemos defender y protejer, si es digno de nuestro valor combatir á los salvajes unitarios, oprobioso sería cometer el menor acto de violencia contra los particulares. ¡Soldados! – La gloria de vencedores nos espera: pero si hubiera algún desgraciado que se separase de su puesto, que robase ó insultase una familia, será fusilado al frente de la División. – Moreno”.160 El acto de liberación y de lucha contra el imperialismo, en la visión de Moreno, queda así asociado a la idea del orden (orden dirigido, como se mencionó, a la protección de la propiedad privada). En la plaza de Colonia se encontraba un total de 500 combatientes colorados, entre ellos 34 del Batallón de Guardias Nacionales, 36 voluntarios franceses, y 80 voluntarios vascos. Entre los oficiales y soldados apresados figuran apellidos como los de

160 ORIBE, A., “Brigadier General D. Manuel Oribe Estudio científico de su personalidad”, op. cit., pp. 228 – 229; “El Defensor de la Independencia Americana”, Nº 334, op. cit., p. 4.

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Leguísamo, Badel, Arroyo, Méndez, Arce y otros (todos tradicionales de la ciudad). El capitán Jorge Isnar, de origen francés, también cayó prisionero (este Isnar o Isnard, probablemente ya había sido encarcelado por los blancos en 1845, durante la razia del 10 de setiembre –según recuerda en sus memorias Poucel–, desempeñándose hasta esa fecha como herrero en la ciudad de Colonia161 ). Los blancos tomaron armamentos y diversos géneros de mercancías (74 bolsas de fariña, 5 arrobas de maíz, 400 cuartas de vino en pipa y 58 piezas de liencillo).162 A bordo de los buques franceses se embarcaron diversas familias: la del general Rivera,163 del coronel Santiago Labandera, del coronel Fraga, de Montes, y de los franceses Durdós, Rucón, Ebras y Debdier.164 La recuperación de Colonia –en opinión del historiador Eduardo Moreno– perjudicó a las escuadras de la intervención anglo-francesa, al perder una importante base de operaciones en el litoral, acelerando esto su acuerdo diplomático con el gobierno de Rosas.165 Tan resonante fue este suceso que Justo J. de Urquiza le escribirá a Moreno, amigo personal suyo: “Estoy muy contento de que habiendo contribuido V. con tan señalado triunfo al aumentar el crédito de nuestra causa con mengua de la odiosa intervención extranjera”. Asimismo mandó publicar la noticia en el “Federal Entrerriano”.166

161 MOREIRA, O., “Crónicas del Rosario/2 B. Poucel. Memorias de la Guerra Grande”, op. cit., p. 68. 162 “El Defensor de la Independencia Americana”, Nº 334, op. cit., pp. 2-3. 163 “Mi querido amigo –escribe Oribe a Moreno– A Da Bernardina, la esposa de Rivera, trátela V. bien, y dígale que si quiere su Pasaporte, se lo dará V” (agosto 20 de 1848). Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 7. Correspondencia con M. Oribe (A.G.N.) 164 MORENO, E., op. cit., p. 98. 165 Op. cit., p. 121. 166 Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 1. Correspondencia con Justo J. de Urquiza (A.G.N.)

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A fines de agosto el líder blanco piensa comenzar con la demolición de las murallas y para eso solicita presos.167 Luis Gil, mano derecha de Moreno, insistirá con este propósito durante la década de 1850, cuando se desempeñe como secretario y presidente de la Junta E. A. Se permite que los prisioneros colorados permanezcan en libertad dentro de la ciudad y se los incorpora a la Guardia Nacional. Un oficial llamadó Druné escribe a un hermano en Montevideo: “que estaba en libertad y era bien tratado”.168 Luego de estos episodios, en agosto de 1851, mientras Urquiza invadía el Uruguay, se rebela la Guardia Nacional de la Colonia. Al marchar el ejército blanco con Lucas Moreno al frente para unirse a las tropas de Oribe en 1851, la Guardia se alzó en armas. Sin embargo, prontamente la rebelión fue sofocada. Pesan algunos cargos de ajusticiamientos sumarios realizados por Moreno sobre sus oponentes de bando y sobre matreros, en esa ocasión. Siendo el oficial Villoldo condenado a muerte, la orden fue revocada por Moreno por intermedio de su ayudante Emilio Giró, pero ya era tarde. A los matreros Escalada y Villalba, se los ejecutó por contrabandistas. También el militar Pedro Arce fue ejecutado.169 Enmárquense estos excesos en la consigna de la “ley y el orden” (especialmente la ejecución de los matreros), y aun considérese –como sostiene el historiador H. Artigas Mariño170 – que algunas acusaciones no han podido ser demostradas, para conciliar estos fusilamientos con la declaración de perdón a los orientales contenida en la carta enviada como parte a Ignacio Oribe en 1848.

167 Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 7. Correspondencia con M. Oribe (A.G.N.) 168 Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 7. Correspondencia con M. Oribe (A.G.N.) 169 MORENO, E., op. cit., p. 193 y sig. 170 ARTIGAS MARIÑO, H., “Colonia para Todos”, Montevideo, Prisma Ltda., 1991, p. 26.

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A fines de setiembre de 1851 las tropas de infantería blancas comienzan su retirada de Colonia.171 El Real de San Carlos también sufrió los rigores de la guerra. Los comandantes blancos Montoro y Moranchel, al posesionarse de Colonia, les ordenan a los pobladores de los alrededores que se concentren en la ciudad. En 1845, durante la intervención de la flota anglo-francesa y de Garibaldi, los ranchos son incendiados. La capilla de San Benito es saqueada en sus alhajas y haciendas, siendo además utilizada como cuartel172 (veremos luego, cómo afectaron estos episodios al culto del santo). En noviembre de 1851, antes de la batalla de Monte Caseros, acampó en las cercanías de Colonia una parte del ejército imperial brasileño compuesto por unas 12.000 plazas. Tan ingente fuerza tuvo numerosos muertos, los cuales fueron enterrados en el cementerio local, faltando espacio para las sepulturas.173

La zona oeste: el peligro fluvial y la destrucción de Víboras En octubre 11 de 1838 –comentan A. Carassale y J. Salorio– en el pueblo de Carmelo se oyen disparos, originados en la toma de la isla Martín García (defendida por el coronel Jerónimo Costa) por la escuadra francesa. Al día siguiente llegaron al pueblo oficiales y soldados de Costa.174

171 Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 7. Correspondencia con M. Oribe (A.G.N.) 172 ARTIGAS MARIÑO, H., “La aventura del Real de San Carlos”, Colonia, Estampas, 2001, p. 11 y sig.; y AZAROLA GIL, L. E., “Historia de Colonia del Sacramento 1680-1828”, op. cit., p. 127. 173 ROSA, J. M., “La Historia de Nuestro Pueblo”, T. II, op. cit., p. 30. J.E.A., 1852-1854. Expediente 730. p. 78.(A.G.A–AGN.) 174 Efemérides de Carmelo. Recopiladas por los señores Américo A. Carassale y Juan G. Salorio, “Álbum del Carmelo, en su primer Centenario 1816 12 febrero 1916”, op. cit.

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Entre julio y setiembre de 1839 Martín García sirvió de refugio al ejército de Lavalle, quien preparaba su invasión a la Argentina. Perseguidos por Rosas, el 24 de marzo de 1840 llegan los emigrados doctor Benito Carrasco, doctor Juan A. Fernández (médico de la Facultad de Medicina) y el coronel Blas J. Pico. Luego siguen rumbo a Montevideo. Ese mismo año, los emigrados fundan un hospital. En la barranca al norte de Punta Gorda –que domina la unión del Río Uruguay con el Río de la Plata– se construyó una batería por orden del general Rivera. Obra que se le encargó al agrimensor José Dellepiane (no se sabe si llegó a ser artillada).175 El 11 de enero de 1843 entran a Carmelo fuerzas de Oribe, al mando de don Julián Urán. En 1844 (abril 11) Oribe crea un resguardo en el Carmelo.176 Este control portuario será una preocupación constante del Gobierno del Cerrito, buscando evitar el contrabando (hecho que debilitaba la política económica de Rosas y, simultáneamente, la oribista). El mismo año se registran tropas en Nueva Palmira, comandadas por el Teniente Rafael Eguren y el alférez Carlos Lestache,

175 PÉREZ FONTANA, D., op. cit. p. 63, sostiene que esta batería fue mandada construir por el Gral. Oribe. DUPRE, H., op. cit., p. 99, defiende esta postura de Pérez Fontana, sosteniendo que se le llamó “Batería de Rivera” debido a la deformación de “batería de la ribera”, y que habría sido construida entre 1843 y 1845. El investigador palmirense Jorge Frogoni, plantea la paternidad de Rivera, y da como fecha el año 1841, producto de los conflictos por la navegación del río Uruguay que ocurren en ese año. Cita como prueba definitiva, la orden enviada por el Ministro de Guerra y Marina brigadier general Enrique Martínez a Dellepiane en 4 septiembre de 1841, para dirigir los trabajos (FROGONI, J., “Historia de la Batería “Rivera” de Punta Gorda”, “Vértice”, A. III, Nº 33, N. Palmira, El Eco, setiembre 2002, p. 12 y sig.) Por su parte, LEZAMA, A., en “Guía Arqueológica del Departamento de Colonia”, op. cit. p. 71, le asigna el año 1843 como fecha de su construcción. 176 Efemérides de Carmelo. Recopiladas por los señores Américo A. Carassale y Juan G. Salorio, op. cit.

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a las cuales se denomina el “Piquete Oriental de Infantería de Higueritas”.177 Después de la toma de Colonia, ocurrida a fines de agosto de 1845, el 6 de setiembre Garibaldi toma posesión de Martín García, enarbolando el pabellón oriental. Se instala allí una oficina para visar los manifiestos de los buques que navegaran los ríos Paraná y Uruguay. Desde el 11 de noviembre de ese año hasta el 21 de julio de 1846 se registran 421 asientos.178 El 4 de noviembre de 1845 se avistan 16 buques de las escuadras de Francia e Inglaterra.179 En 1845 y 1846 Carmelo y su zona serán escenario de encuentros bélicos, por su estratégica posición para dominar los ríos Uruguay y Paraná. Al frente de la región se hallaba Jaime Montoro, jefe blanco. En 1845 –refiere el historiador N. A. Vadell– se desaloja al vecindario de Carmelo y se abandona la iglesia, por estar amenazada la población por un ataque anglo-francés.180 Garibaldi, al mando de seiscientos hombres, en su recorrida del litoral hasta Paysandú acampa sobre el Arroyo de las Vacas. Según la tradición y los rumores, esperaba sorprender a Oribe y a Rosas, que en esta zona mantenían encuentros secretos. El pasaje de Garibaldi motivó tantas adhesiones como rechazos, estos últimos debidos a los saqueos cometidos por sus tropas. Mientras se desarrolla el conflicto, se levantan las quejas de los vecinos: “...el saqueo de haciendas ha sido ejecutado del modo más espantoso”, “[...] uno de los barcos franceses está cargado de muebles, fruto de la rapacidad de su comandante...”, se menciona 177 RIBEIRO, A., “Nueva Palmira. Historias del puerto, las víboras y las higueras”, Montevideo, Terminal Ontur Nueva Palmira, s/a, pp. 19-20. 178 PIVEL DEVOTO, J. E., “Martín García”, El País, Montevideo, 1969, pp. 11 y 44. 179 Efemérides de Carmelo, op. cit. 180 VADELL, N. A., “Antecedentes Históricos del Antiguo puerto de las Vacas (El Carmelo), del extinguido pueblo de las Víboras y de la Calera de las Huérfanas”, Talleres Gráficos Optimus, Bs. As., 1955, p. 98.

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en un comunicado del capitán Eusebio Carrasco, comandante militar de la plaza de Carmelo.181 El número de buques llegó a superar los veinte. Las familias huían a los montes, Calera de las Huérfanas, Las Víboras, Maldonado, Montevideo y Buenos Aires. Las tropas de la intervención que ocupaban la isla Martín García, fueron abastecidas posiblemente desde la estancia de Pedro Díaz en Martín Chico (conjetura el historiador M. Dalmás). Una descendiente de Pedro Díaz le adjudicaría su muerte al jefe blanco coronel Montoro.182 La iglesia estaba semidestruida y sin sus bienes sagrados, siendo más tarde hecha cuartel y depósito de armas (para desconsuelo del padre Sancho). Sobre este episodio comenta Vadell: “El 12 de mayo de 1846, dice una nota que firma el Padre Sancho, fue invadido el pueblo por franceses e italianos, quienes en el saqueo que hicieron en la Iglesia, robaron, entre otros efectos del culto, una casulla sagrada, otra morada, dos albas, la diadema de Nuestra Señora de los Dolores, el palio completo del Corpus, el copón del Sagrario y todo el alfombrado del templo. En un índex de misas celebradas en dicho templo, anota el Padre Sancho que en el transcurso del mes de febrero de 1847, no ha dicho ni oído misa por haber perdido los ornamentos sagrados y haber estado en los campos de La Agraciada, huyendo de la desastrosa guerra. Es suya también la constancia de 1º de marzo de 1847, de que no ha tenido la Fábrica de la Iglesia más entrada que la de dos pesos del entierro de un párvulo, por hallarse el pueblo casi sin ningún vecindario y todo saqueado”.183

181 DUPRÉ, H., “Historia de la ciudad de Carmelo”, El Ideal, Colonia, 1983, p. 30.Idem., “Historia del Departamento de Colonia”, op. cit., p. 229; MORENO, E., op. cit., pp. 61-62. 182 DALMAS, M., op. cit, p. 36. 183 VADELL, N. A., “Antecedentes Históricos del Antiguo puerto de las Vacas…”, op.cit. p. 98.

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En mayo de 1846 llega a la zona Fructuoso Rivera, comandante supremo de todos los ejércitos de la Defensa. En su marcha desde Colonia a Carmelo, el 2 de mayo, le impone estricto orden a sus tropas y castigos para los que violen la propiedad privada. En su mensaje del 14 de ese mes, desde su campamento de Carmelo, repite esta consigna: “No, preciso es que nuestra marcha sea muy diferente a la de nuestros enemigos cuyas máximas son el robo, el escarnio, el desorden y demás”.184 Montoro, al considerar superior la fuerza que iba a atacarlo, se retira de Carmelo, siendo éste ocupado por Rivera. Al percatarse Montoro de su error de apreciación, inicia una lucha que se extiende por las calles del poblado. El 27 de mayo, luego de días de combate, se produce entre el Arroyo de las Víboras y el cañadón del Curupí un choque decisivo entre los dos ejércitos, en el cual triunfa Rivera. Pasada la “batalla de las Víboras”, el vencedor ordena colocar diecisiete piezas de artillería en la línea norte del frente carmelitano, demoliendo varias casas para emplear sus materiales, levantando cantones junto a la iglesia. En esos días prácticamente desaparece el poblado de Las Víboras (debido a los desmanes de las tropas, o por iniciativa de Rivera, para evitarle al enemigo un centro de resguardo y abastecimiento). Sus vecinos son trasladados a Carmelo, mientras la iglesia es abandonada y el fuego arrasa los restos del pueblo. Rivera da orden para que los barcos mercantes que se hallen en Las Vacas se dirijan a Mercedes, conduciendo los prisioneros y pertrechos tomados al ejército oribista. El 14 de julio Rivera regresa a Carmelo. Ante los desmanes de sus tropas, ordena castigos de mil palos para los infractores. El 31 de julio se pena a los soldados Juan Romero y Mariano Castellanos por haber realizado ventas ilegales de cueros.185

184 GALLARDO, R. C., op. cit. pp. 55-56. 185 Op. cit., p. 60.

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A fines del año 1846 Carmelo contaba con doscientos pobladores, debido a las incursiones bélicas.186 Durante estos episodios se arruina el comercio. En 1847, los comerciantes José Álvarez, Rosalía Álvarez y Manuel Rodríguez se quejan de que los “salvajes unitarios” les robaron efectos de ferretería, tablas de pino, tablones de madera del Brasil, maderas para buques, un gato para levantar buques, motonería y cabos para barcos, un lanchón de ocho toneladas, cueros, etc. (todos elementos de indudable necesidad para las fuerzas de la intervención anglo-francesa), existentes en sus negocios y casas particulares de Carmelo, Víboras y la Calera de las Huérfanas. 187 En 1847 la zona vuelve a manos de las fuerzas del Cerrito, y de su jefe departamental, Lucas Moreno. Antes, las tropas blancas al mando del capitán Eusebio Carrasco toman Carmelo, que se encontraba defendido por una compañía de cazadores vascos (febrero 3 de 1847). Las fuerzas blancas obtienen piezas de artillería, caballada y ovejas (las cuales, en número de 3.000, son repartidas a la población, por no existir vacunos en muchas leguas a la redonda, tan sólo algunas puntas de ganado alzado en los montes de Martín Chico, con el que se proveía la guarnición de la isla; con todo, al mes de la ocupación de Carmelo, se daba a la población la carne de cuatro reses diarias de forma gratuita, además de ropa para las familias188). La guarnición de Carmelo se refugió en los buques del puerto, trasladándose a la isla Sola, donde aumentó las miserias de las familias allí confinadas. Después, a fines de febrero de 1847, muchas de estas familias fueron llevadas por orden de Rivera a Martín García (el caudillo mantenía allí un campamento de 700 a 1.000 hombres, en su mayoría africanos). Por su parte Leandro Amargós, comerciante español, tenía una balandra surta en la isla 186 DUPRÉ, H., “Historia de la ciudad de Carmelo”, op. cit., p. 30.Idem., “Historia del Departamento de Colonia”,op. cit., p. 229. 187 Carpeta 07.T.51. Col. F. Ferreiro, Doc. 11 (A.R.C.) 188 MORENO, E., op. cit., p. 65 y sig.

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Sola, llena de artículos, los cuales desembarca en el pueblo luego de solicitar autorización. Carmelo había sido asolado por los franceses del vapor “Fulton”, que saquearon las haciendas, huyendo las familias a la campaña.189 Algunas de estas familias, en un estado de completa miseria, vuelven a Carmelo. Cerca de la isla San Gabriel naufraga un barco que conducía a los pobladores. El 1º de marzo de 1847 retorna el padre Sancho, haciéndose cargo del curato de la Iglesia del Carmelo y de toda la jurisdicción de esa parroquia, por designación hecha por Larrañaga, al haber muerto Felipe Santiago Torres de Leyva, y por la destrucción del pueblo e iglesia de Las Víboras.190 En abril José Gordon informa que Bernardina Fragoso de Rivera (“la Pardejona”) “se embarcó hoy en una Goleta con destino a la Colonia”. En julio 26 de 1847 el capitán José Benito Castro practica un censo de Carmelo, obteniendo el registro de: 942 personas de familia, 53 individuos de infantería activa, 18 de caballería y 24 de pasiva, que consumen 21 y media reses diarias.191 “El General Oribe no exageraba al asignarle importancia y trascendencia a la toma del pueblo fortificado del Carmelo, pues además del armamento y recursos tomados al enemigo, la posesión de la Plaza importaba privarle al General Rivera y a los buques de la Intervención, posesionados de Martín García e Isla Sola, de su base principal de aprovisionamiento como punto de apoyo en tierra firme”, comenta el historiador E. Moreno.192 189 Archivo del Gral. L. Moreno. Caja 191. Carpetas 2 y 3. Correspondencia de Eusebio Carrasco y José Gordon (A.G.N.) 190 VADELL, N. A., “Antecedentes Históricos del Antiguo puerto de las Vacas…”, op. cit. p. 98. 191 Efemérides de Carmelo. Recopiladas por los señores Américo A. Carassale y Juan G. Salorio, op. cit. 192 MORENO, E., op. cit., p. 59.

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Estando la ciudad pacificada, el 12 de abril de 1848 se bendijo el nuevo altar mayor de la iglesia y se colocó en él a Nuestra Señora del Carmen, con una solemne fiesta, siendo padrinos el teniente coronel y comandante del pueblo Diego Morales (por el Comandante General del Departamento, Lucas Moreno) y doña Jerónima Carduz. Por esos años se reconstruye la iglesia de Carmelo.193

193 VADELL, N. A., “Antecedentes Históricos del Antiguo puerto de las Vacas…”, op.cit. p. 98.

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CAPÍTULO VI

EXTRANJEROS

S

Y CRIOLLOS

e ha visto a la Guerra Grande como una lucha entre el americanismo y el europeísmo (nombre bajo el que muchos señalan la simple penetración imperialista), aunada con otra lucha entre la “civilización” y la “barbarie”, en fórmula que recogen Sarmiento y Lamas, entre otros. Pero haciendo caso omiso de las meras generalizaciones, se pueden detectar varios grados de complejidad en estas categorías. La definición de lo “americano” se realizó en torno a lo etiquetado como “europeo”, así como se delineó el carácter “bárbaro” por lo “civilizado”. Sin embargo, lo “americano” no chocó necesariamente con lo “europeo” ni lo “bárbaro” se polarizó contra lo “civilizado”. Hubo instancias para el diálogo entre estas categorías y los hombres que las representaban. En ese diálogo comenzaron a conocerse, pero a su vez a crear mitologías en torno a su carácter y costumbres. Aparecieron entonces un cierto imaginario “criollo” (que fue rescatado luego por el estado como su tradición oficial) y un imaginario “europeo” (que también se integró a la sociedad del siglo XX como parte de esa tradición). En la relación entre lo “americano” y lo “extranjero” es posible, por tanto, reparar en la construcción de un “otro” y un “yo mismo”. Si en un principio se puede decir con Rimbaud “Je est un autre”, en cuanto el otro es tan sujeto como yo, luego se imponen

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los límites, si yo quiero asumirme como conciencia (tanto individual como colectiva). Debo establecer que el “otro” es diferente de mí, que donde termino yo comienza el “otro”. El “yo” y el “otro” se entablan como parejas dicotómicas: hombres-mujeres, ricos-pobres, normales-locos. Y así, gradualmente, el “otro”, de ser el diferente puede pasar a constituirse en enemigo: el “otro” no es como yo, el otro tiene vicios que no poseo, el otro está en mi contra. Mientras descubro al otro, lo “encubro”, le fabrico unos límites, con los cuales también me fabrico a mí mismo, me defino y construyo.194 Y no se debe olvidar que toda guerra –porque al fin y al cabo estamos indagando cómo la guerra construye marcos sociales y subjetividades– elabora a su enemigo, en este juego de “yo” y el “otro”.195 La Guerra Grande definió al extranjero como un “otro”, excluyéndolo en ocasiones y en otras integrándolo. Esto trajo una serie de consecuencias: 1) Por la intervención de las flotas anglofrancesa, se lo perfila como un “otro” en torno a lo americano. 2) Se le exige que se defina en torno a los bandos o partidos, que en ese momento conforman un estrato más profundo y sentido que la nación. 3) Siendo considerado como diferente, surgen instancias para el acercamiento, y aun se busca éste, desde el propio bando blanco, que hizo de la defensa del americanismo su lema. Pero, entiéndase bien, la construcción que se señala del extranjero como un “otro”, es un problema de matiz: el extranjero necesariamente fue visto como diferente antes de la guerra (por pertenecer a otra cultura), pero aun así hubo ámbitos para una

194 Un análisis pormenorizado sobre la construcción del otro en la historia se puede ver en: TODOROV, T., “The conquest of America”, HarperPerennial edition, New York, 1992. 195 ARBESUN RODRÍGUEZ, R., “Guerra y pensamiento hegemónico”, “Tránsitos de una Psicología social”, María A. Folle Chavannes y Ana L. Protesoni compiladoras, Editorial Psicolibros – Waslala, Montevideo, 2005, pp. 127-142.

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integración sin demasiados conflictos debido al vacío demográfico; entablada la guerra, y al culminar, habiendo aumentado la inmigración, se lo vislumbró como una “otredad” en relación con la discusión “americanismo”/“europeísmo”, “civilización”/“barbarie”. Tal vez este proceso se distinga mejor en la sociedad rural que en Montevideo, al ser la ciudad-puerto el sitio mayormente europeizado. Sin embargo (y como consideración final), los sectores dirigentes –“doctores” y “caudillos” usando una fórmula simplista– mantuvieron una conducta de “atracción- repulsión” hacia el extranjero: se lo precisaba para poblar los campos vacíos, pero a su vez se lo llegaba a despreciar por sus concepciones y valores de vida. Este delicado vaivén es el que a continuación se detallará.196

La mirada de los extranjeros Durante las presidencias de Rivera y Oribe habían comenzado a llegar al Uruguay inmigrantes (dando lugar a la villa del Cerro, denominada Cosmópolis). Entre 1835 y 1842 se calcula que han desembarcado en el país 33.131 europeos (de procedencia tan variada como la francesa, española, italiana, inglesa, etc.). Como dejamos referido, el decreto de Oribe de abril de 1843, que desconocía calidad y fueros de extranjeros a aquellos que favorecieran la causa de la Defensa, atrajo a los inmigrantes al bando de los unitarios-colorados, aunque algunos españoles se sumaron a los blancos-federales. Los franceses e ingleses constituyeron desde un principio una inmigración de “elite”, tanto por su capital como por su nivel 196 El odio al extranjero continuará hasta 1880, sobre todo a nivel de los sectores populares y del patriciado más rancio. Para detectar esta pervivencia puede verse el clásico libro: RODRÍGUEZ VILLMAIL, S., “Las mentalidades dominantes en Montevideo (1850 – 1900). I. La mentalidad criolla tradicional”, Montevideo, E.B.O., 1968.

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cultural. Comerciantes y estancieros prósperos, casi no se asimilaron al medio de adopción.197 Con todo hay matices, y en las pequeñas poblaciones de campaña, lugar de cercanías, hubo vínculos, e incluso vínculos intensos. Sirvan algunos ejemplos: Miguel Hines (presunto hijo ilegítimo del rey Jorge IV de Inglaterra) se había casado en Colonia con un miembro de la familia de comerciantes patricios de los González Amores. Hines compra en 1835 un campo cerca de la actual Cardona, donde instala merinos, pero debe venderlo a Diego Mac Entyre en 1841. Hines moriría en 1843 víctima de la Guerra Grande y de las partidas de matreros que pululaban en la campaña.198 A su vez, era suegro del importante estanciero argentino Norberto Larravide (cuyos campos se extendían entre los arroyos San Juan y Colla, y el Tarariras al sur). El inglés Juan Hill se radicó en Colonia en 1811, contrayendo matrimonio con María del Carmen Estevan (miembro de una familia patricia de arraigo en la zona), pasándose a la fe católica. Abrió una casa de comercio e inició en 1821 exportaciones con destino a Inglaterra. Su hijo, Luis Gil (véase la castellanización del apellido), se integró al partido blanco, colaborando en la gestión de Lucas Moreno. Tanto Hines como Hill se vincularon a la sociedad local y se entroncaron con familias del patriciado.

197 Ver sobre este tema: ODONNE, J. A., “La formación del Uruguay moderno”, Buenos Aires, Eudeba, 1966; Idem, “La emigración europea al Río de la Plata”, Montevideo, E.B.O., 1966. 198 Datos proporcionados por la investigadora Beatriz Torrendell Larravide. También puede verse: “Miguel Hines: Un príncipe que sigue dando que hablar”, “Estampas Colonienses”, A.I, Nº7, noviembre-diciembre 1996, p. 20 y sig. La vida de Miguel Hines ha sido reconstruida en la biografía novelada “La Corona hecha pedazos” de Horacio Bustamante (Javier Vergara Editor S.A, Buenos Aires, 1991).

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Antes de la ocupación de Colonia en 1848 por tropas blancas, familias locales, montevideanas y porteñas, mantenían tertulias con residentes franceses. Algunas se celebraban en la casa del francés don Bernardo Durdós, situada en la plazuela de la Comandancia Militar, asistiendo a la misma los jefes y oficiales de las escuadras de la intervención, con sus uniformes de gala (uniformes que junto a otros equipajes fueron dejados en la ciudad al abandonarla, y luego reclamados al coronel Lucas Moreno).199 La inmigración europea que se da en la década de 1830, tuvo un ambiente favorable para la integración, y aún participó de la misma con fruición. A medida que se ciernan los nubarrones de la guerra, la relación entre criollos y extranjeros se pondrá tensa, llegando al punto de polarizarse. En una “Crónica Fragmentaria de la Guerra Grande” (18381845), 200 el autor, de origen franco-normando, cuenta sobre la desconfianza de los bandos hacia los extranjeros antes de la caída de Oribe (1838). Por la inseguridad imperante el narrador se muda a Carmelo, “donde la garantía al estrangero [sic] fuera una verdad”. Pero a su llegada comenzó a infundir sospechas en “aquel pintoresco y delicioso parage [sic]”. “Era sumamente curioso lo que pasaba conmigo -refiere-, y en general con todos los estrangeros: con los blancos era colorado, y con los colorados pasaba por blanco.” Entonces, ante las miradas criollas, pasa a definirse y se alista en el ejército de Rivera, dejando un negocio de almacén a cargo de un amigo, que también lo era de su padre.201 199 MORENO, E., op. cit., p. 103. 200 En el prólogo de esta crónica, el autor no se declara historiador, sino tan sólo un testigo de los hechos. Dice tener 72 años al momento de escribir, y haber empezado a servir en los ejércitos de la República desde 1838, obteniendo el grado de sargento mayor de caballería de línea en la toma de Paysandú en diciembre de 1846. (Caja 325, Doc. 3, A.G.N.) 201 Op. cit.

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Es con relación a los bandos –y no a la nación, aún incipiente– que se le exige al extranjero una identificación, de lo contrario pasa por una persona sospechosa, un foco de posible peligro (por eso debe, en casos, dejar ciertos ambientes y desplazarse a otros, conducta que será recurrente a lo largo de la Guerra Grande). El francés Benjamín Poucel, socio de los ingleses Le Bas (padre e hijo) en la estancia del Pichinango, realiza una radiografía de la sociedad criolla, exponiendo sus concepciones y prejuicios. La América del Sur es un desierto que necesita brazos que lo trabajen, brazos que pueden ser ofrecidos por Europa, que requiere a su vez mercados de consumo: “¡Mercados de salida! Tal el grito que debe resonar de un extremo á otro de Francia, de Europa y volverse la principal preocupación de los hombres de Estado. ¿Qué campo más vasto y más fecundo que la América, donde inmensos desiertos piden brazos; y en América, qué cielo más hermoso, qué suelo más fértil que el del Río de la Plata?... Es necesario pues llevar allí el excedente de nuestros brazos; ellos allí encontrarán lo que les falta aquí; la tierra y el trabajo…” El Uruguay, si logra dominar su “barbarie”, podrá convertirse con el tiempo en un emporio comercial e industrial, pero antes necesita desarrollar la agricultura y poblar su campaña: “si la industria debe ser la última palabra de la prosperidad montevideana, esta era brillante deberá ser precedida por la agricultura y es por eso que sus tierras sin cultura demandan brazos…”.202 Aunque opinaba que el país (y América) debían “modernizarse” y “civilizarse” adaptándose a las pautas del capitalismo europeo, vislumbra en esa sociedad primitiva y el tipo criollo algunas virtudes. 202 POUCEL,B., “Étude des interéts réciproques de l’Europe et de l’Amerique. La France et l’Amerique du Sud”, citado en Oddone, J.A., “La formación del Uruguay moderno”, op. cit, p. 74.

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Al escuchar en 1843 a los soldados en el campamento de Venancio Flores comentando sus acciones de guerra, les reconoce “las más felices disposiciones de corazón, ocultas en las necesidades de una vida medio salvaje”. Se ve en ellos, afirma, la “fibra del noble caballero y la elevación del viejo carácter español”203 (se debe recordar que para los franceses e ingleses de la época, España no era Europa, sino una ramificación del “oriente”, un mundo exótico… el motivo del “noble caballero” y su culto al honor sonaba, por eso, como un anacronismo). Aunque “salvajes” y “primitivos”, existe generosidad en estos hombres y cierta elevación moral. Eso conforma una sociedad de pasiones y odios intensos, de grandes rechazos o fidelidades. Lo cual afecta a la adscripción a los bandos. Dice Poucel: “los soldados eligen a su jefe y adoptan su color, sin otra razón que porque es el del jefe de su elección”. Ese mundo de virtudes irracionales lleva a que los hombres sean a la par enemigos o “compadres”, cambiando de categoría con gran flexibilidad. “Finalmente [los soldados], blancos o colorados, eran compatriotas y se conocían casi todos y no tienen ningún rencor después de la batalla, ya se hayan perseguido o herido. ¡Si el perseguido se defiende y sucumbe, tanto peor!; pero si se rinde, pasa a ser camarada y con frecuencia presta servicio en las filas del vencedor”.204 Esta conducta caballeresca de los criollos fue la adoptada en el curso de la guerra por Lucas Moreno hacia Felipe Arroyo, pero en ese trance, además del uso, debemos ver –como ya se señaló– la vinculación de clase. Esta estructura social otorga su textura a la administración estatal y a la gestión de los bandos. Textura que se volvía explícita en tiempos de guerra, cuando las normas del derecho eran letra muerta. Los militares de cada departamento ansiaban, con la ve-

203 MOREIRA, O., “Crónicas del Rosario/2 B. Poucel Memorias de la Guerra Grande”, op. cit., p. 17. 204 Op. cit., p. 18.

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nia de Oribe, llegar a dirigirlos. Estos jefes departamentales lograban los despojos de los animales muertos como parte de su paga (por supuesto, de modo extra-oficial). Si se acampa en las tierras de un enemigo, se mata todo lo matable y se llevan los cueros. Cada patrulla –en opinión de Poucel– puede causar tanto daño al país como una nube de langostas. Bajo esta jerarquía militar, se encuentra la civil de los alcaldes. En la campaña, en épocas de paz, este cargo se les concede a los propietarios acomodados para que guarden el orden; pero en época de guerra, éstos no son más que los escribientes de los jefes militares, a riesgo “de convertirse en sus víctimas”.205 Esto hace que las autoridades sean “constituidas por su propia voluntad, fuera de la jerarquía militar o civil”.206 Esta sociedad “bárbara” que describe Poucel, coloca en la cúspide de la escala social al caudillo, jefe departamental, y en su base, al gaucho. “Estos hombres, los gauchos, verdaderos pólipos, roedores del cuerpo social, son conocidos con el nombre genérico de matreros u hombres de los bosques”,207 afirma el francés, dividiéndolos a continuación en dos tipos: el gaucho “simple” y el gaucho “malo”. El gaucho “simple” vive aislado y se dedica a una “rapiña moderada”, que le permite dedicarse “a las delicias de una holgazanería independiente”.208 En tiempos de paz, irá a vender al estanciero un lazo u otro artículo de cuero trenzado, preparado por él con la piel de la vaca o la yegua que le mató al propio estanciero. “Así, este gaucho es un ladrón honesto, porque venderá el objeto casi por el valor del trabajo…”209 Ese trabajo vale mucho más a los ojos del gaucho 205 Op. cit., p. 18. 206 Op. cit., p. 19. 207 Op. cit., p. 19. 208 Op. cit., p. 19. 209 Op. cit., p. 19.

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que el mero cuero, al que se le suma también el esfuerzo hecho por atrapar el animal, matarlo y despedazarlo. En tiempos de guerra, el gaucho “simple” presta servicios más importantes al estanciero, al avisarle de una patrulla en las cercanías, o la presencia –mucho más temible– de un gaucho “malo”. En el caso de que se aproxime un ejército, se despide del estanciero, agradeciéndole el haberle permitido vivir en los montes de su estancia, y se traslada a veinte leguas de distancia, para no ser enrolado a la fuerza. El gaucho “simple” recoge noticias de la marcha de tropas o de la presencia de los gauchos “malos” en la pulpería. La pulpería, para Poucel, “es una detestable especiería de campaña”.210 El gaucho “malo” agrega a las características del “simple” su propensión al robo y el crimen (llegando a extremos “horribles y sanguinarios”). Actúa en una partida de hombres, especialmente jóvenes, a los que entrena “en el camino del robo, del asesinato y de la violación, en los cuales es maestro consumado”.211 El gaucho “malo” Mendoza, con un grupo de jóvenes de 22 años (edad del mismo Mendoza), se encontraba en los montes cercanos al Pichinango. Había asaltado a unos vascos y asesinado a un carpintero estadounidense. Poucel debe pactar con Mendoza para que no ataque su estancia. “Y he ahí cómo las desdichas de esta época terrible, obligaban a la gente honesta a pactar con los bandoleros, más poderosos en el distrito donde se establecían, que el mismo jefe del departamento”.212

210 Op. cit., pp. 19-20. 211 Op. cit., p. 20. 212 Op. cit., p. 26.

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A tanto llegaría la influencia del gaucho “malo”, que el coronel Montoro, jefe del departamento, convocó a Mendoza a su lado, con el grado de teniente, a fines de 1844. Poucel, ante la depreciación de los ganados, intenta que el almirante Lainé, que mantenía el bloqueo a Buenos Aires, le compre carne para las escuadras. El almirante le aconseja que hable con Oribe para ese trámite. Pero esto resulta imposible. Sospechoso ya de haber roto la neutralidad y de colaboración con las escuadras del bloqueo, el 10 de setiembre de 1845 Poucel y otras personas de la estancia son apresadas y conducidas al Durazno. Durante el saqueo de la estancia, los soldados encuentran en una gaveta del escritorio un micrómetro (instrumento para medir la finura de la lana), y pensando que fuera una bomba, se resisten a tocarlo (a través de pequeñas anécdotas como ésta presenta Poucel la dicotomía “civilización”/ “barbarie”). El doctor Vavasseur, por haber atendido anteriormente al hijo del coronel Montoro, es puesto en libertad. Alrededor de 229 residentes franceses y 11 ingleses fueron recluidos como rehenes en la ciudad de Durazno durante doce meses. Próximo a su liberación, mantiene Poucel una entrevista con Oribe en su cuartel general. Ante un conjunto de personas, Oribe lo presenta: “He aquí a M. Poucel, nuestro pastor de merinos, que me predica agricultura y emigración, como si nosotros los orientales no fuéramos capaces de hacer suficientes hijos para poblar el país!”. Poucel responde en el mismo tono de broma: “Cierto, general, ustedes los harán, pero con la diferencia de que una buena emigración dará al país, en diez años, un número de agricultores que los orientales no podrán fabricar en cien años, y mientras tanto el país desierto continuará sufriendo los males que lo desolan”. Movido por una respuesta despectiva de Oribe y apreciando el malestar de los asistentes, replica: “No es menos cierto que hasta que estas doce mil lanzas (mostrando el campamento) no se conviertan en otros tantos arados, la patria de Su Excelencia no habrá entrado en el camino del progreso social!”.

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“Ustedes no conocen a M. Poucel: tiene la manía del arado!”, con este comentario brusco el general Oribe cerró la conversación. En el mes de agosto de 1846 Benjamín Poucel era liberado y regresaba a Francia, buscando demandar justicia y reparación por los perjuicios de guerra. Serían cuatro infructuosos años de recorrida por París, Marsella, Venecia y Londres. En la reflexión de Poucel se hace clara la contraposición “civilización”- “barbarie”, como matriz de la diferencia “europeo”-“americano”. Las propias virtudes del gaucho oriental –aptas en la guerra– le vedan el avance por las sendas del progreso, el cual debe transformar las armas en arados, sometiendo la anarquía de la campaña al orden que reclamaban los mercados europeos. Si en lo ideológico alientan estos presupuestos, en la vida cotidiana Poucel y su grupo –entre ellos el doctor Vavasseur– se suman al ambiente rural “bárbaro” y conviven con sus hombres. Esto pauta la relación ambivalente de muchos extranjeros con el entorno americano. 213

Juicios y actitudes mutuas El capitán Eusebio Carrasco, luego de tomar Carmelo, comentó por carta de febrero de 1847: “reputo pr muy cierto que los gringos no volverán más acá si no quieren quedar clavados en nuestras lanzas”.214 Esta xenofobia, que radicaba principalmente en los sectores populares, quedó matizada o diluida en el discurso y el accionar de las altas esferas del Gobierno del Cerrito. “La conducta de nuestras tropas en la Colonia –se escribe en “El Defensor de la Independencia Americana” en 1848 luego de la toma de la ciudad– brillará con mayor esplendor á los ojos de todos los hombres imparciales; y aquellos extrangeros [sic]

213 Op. cit., p. 75. 214 Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 3. Correspondencia de E. Carrasco (A.G.N.)

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ilustrados que nos suponían animados de un espíritu cruel y sanguinario, y que ayudaron á diezmar nuestras poblaciones en nombre de la humanidad y la civilización se ruborizarán acaso á [la] vista de un desengaño tan solemne […]”.215 Este escrito da el tenor de las relaciones de los blancos –y su jefe en el departamento, Lucas Moreno– con los extranjeros, en especial los comandantes de las escuadras. En la edición del 28 de agosto del periódico citado, se menciona que los franceses y unitarios han elogiado el respeto a la propiedad durante la toma de Colonia, mantenido por Moreno. En la edición Nº 333 (de 1º setiembre de 1848) se reproduce una carta de Carlos G. Villademoros al comodoro don Tomás Hebert, comandante en jefe de las fuerzas de S.M.B, agradeciendo los buenos comentarios realizados a propósito de la prudente actitud de Moreno hacia los súbditos ingleses y demás habitantes.216 Las relaciones de Moreno con los jefes de las estaciones navales francesas e inglesas se basaron en la cordialidad. Una buena impresión guardaron estos jefes hacia el militar blanco. El comodoro Hope, estando de visita en la casa del unitario don Pedro Solano, le comentaba a una de sus hijas, a propósito del comandante Lucas Moreno: “Creí encontrarme con un soldadote… y me hallé con un cortesano”.217 El intercambio de comunicaciones, luego de la ocupación de Colonia, entre el comandante de la estación francesa, L. Mazere, y el coronel Moreno, revelan la confianza de ambas partes y el acatamiento de normas de conducta “civilizadas”. El primero escribe: “V. S. habiéndose apoderado hoy de la Colonia, varias familias tanto de los del país como extranjeras, han venido á refugiarse á bordo de los buques franceses para evitar el encontrarse en el pueblo en el momento del desorden inhe215 “El Defensor de la Independencia Americana”, Nº 334, op. cit., p. 5. 216 “El Defensor de la Independencia Americana”, Nº 332, agosto 28 de 1848, pp. 2-3, y Nº 333, 1 setiembre 1848, p. 2. 217 MORENO, E., op. cit., p. 75.

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rente á la toma de una plaza á viva fuerza: pasado ese momento no dudo que muchas de ellas desean regresar á sus hogares y he notado que pronto el orden se había restablecido; no dudo pues que los sentimientos de humanidad y de justicia que distinguen á V. S. lo mueva á admitir en el pueblo de la Colonia á estas desgraciadas familias. Habrá quizás también otras familias que privadas de sus protectores naturales, desearían abandonar el país: creo que algunos franceses están en este caso, espero que V. S. no verá inconveniente en devolvérmelos para que tome á mi cargo el cuidado de aliviar los infortunios en cuanto me sea posible”. Con fecha 19 de agosto de 1848 (en que fue enviada la carta anterior), responde el comandante Moreno: “He recibido vuestra comunicación de hoy y me es grato contestaros, que no hay ningún inconveniente en que regresen á la ciudad todas las familias que se han embarcado, en los buques franceses, ciertas que serán tan garantidas y respetadas, cual lo han sido todas las demás que se hallan aquí, aún en el acto de la toma de la plaza. Ni las Leyes de la República, ni las órdenes que tengo de S. E. el señor Presidente de ella, privan poder salir del país á las personas que gusten, y lo podrán verificar de esta plaza todas las que quisieran hacerlo”.218 Los residentes franceses, en carta de agradecimiento fechada el 20 de agosto, manifiestan: “Deseamos también que el nuevo Gobierno de nuestro país, se acabará de convencer de la injusticia con que sostiene la intervención, y que no son necesarios los cañones donde hay un gobierno magnánimo, como el de S. E. el señor Presidente de la República, Brigadier General don Manuel Oribe, para obtener las garantías de que hoy disfrutamos todos los extranjeros. De esta verdad pueden responder todos los que aquí se hallaban, seguro de que no habrá uno que no esté con nuestro sentir, 218 MORENO, E., op. cit., pp. 104-105; ORIBE, A., op. cit., pp. 230 – 231 (se encuentran variaciones en la cita del texto).

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y es por eso que suplicamos a V. S. se digne elevar a conocimiento del señor Presidente, lo agradecidos que estamos por tanta generosidad, expresándole al mismo tiempo que desearíamos siempre tener presidido el Departamento por un tan noble y humano jefe como el que hoy tenemos”.219 En relación con el otorgamiento de tierras para chacras y solares, y a la formación de colonias agrícolas, la actitud de Moreno fue dual: si por un lado defendió los derechos de los pobladores nacionales –buscando que tuvieran la prioridad en el otorgamiento de tierras– por el otro impulso la inmigración, como única forma de propender al avance del país. Su raigambre partidaria y su exaltado americanismo anti-imperialista, y por otro lado sus concepciones económicas abiertas al progreso y la “civilización”, explican, tal vez, esta ambivalencia. En carta enviada desde el Cuartel General en octubre de 1849, donde se mencionan los dineros dados para la edificación de la iglesia de Nueva Palmira al comandante Eguren, se le reconviene a Lucas Moreno para que se ocupe especialmente de los donatarios de tierras nacionales: “los agraciados en solares deben ser todos naturales, o ciudadanos y no extranjeros. Aunque éstos sean pobladores, los que aparezcan dueños deben ser aquéllos. No me importa el producto que pudiera dar el impuesto que por compra rindieran los terrenos que ocupan los extranjeros, porque me hace más fuerza la mira política que tengo, que no aparezcan extranjeros como primitivos pobladores”.220 En informe remitido a Oribe en 1850, Moreno advierte la conveniencia de traer pobladores alemanes para constituir una colonia agrícola.

219 La carta fue firmada por Martín Etchebehere, Jorge Isnard, Juan Denis, Miguel Bidart, Esteban Garat, Juan Urquet, Julián Elizalde, Pedro Mussampés, Juan Errecart, Juan Carricaburu, Miguel Chevalier, Domingo Sabalsagaray, Lorenzo Berges, Enrique Languy, Eugenio Gouvernon, Julio Dutilh, Juan Saldain. (MORENO, E., op. cit., pp. 106-107). 220 PEREZ FONTANA, D., op. cit. p. 55.

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Eduardo Acevedo, en cartas enviadas a Moreno en 1852, elogia sus esfuerzos para la colonización del departamento, y resalta la elección de alemanes y no de franceses (cuyo gobierno prometió mandar, bajo su misma protección), careciendo la nación alemana de unidad, y por tanto siendo menos peligrosa que la francesa.221 Si surgieron temores y odios hacia el extranjero, éstos tuvieron que acallarse por las conveniencias sociales y económicas que éste reportaba, y por la propia inserción del inmigrante en la realidad nacional. Con todo, la polémica “civilización” y “barbarie”, “americanismo” y “europeísmo”, sostenida por los bandos en pugna, llevó las relaciones entre criollos y extranjeros a un grado de tensión desconocido –o todavía no evidenciado– en la década de 1830.

221 MORENO, E., op. cit., pp. 147 – 148.

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CAPÍTULO VII

CONFLICTOS POR LA TIERRA

E

n la década de 1830 existe una multiplicidad de orígenes para la posesión de la tierra: español, del régimen artiguista, de las Provincias Unidas, portugués, brasilero y de los unitarios rivadavianos de 1826. Bajo estas concesiones se perfilan tensiones y conflictos de dos tipos. Uno entre los grandes denunciantes y propietarios frente a los ocupantes, que cobró especial relevancia durante la Revolución Oriental. Con todo, los ocupantes “que no eran expulsados de las tierras sufrían una especie de capitis deminutio, al transformarse en agregados o peones del nuevo patrón”, sostiene L. C. Benvenuto.222 El segundo tipo de conflictos se entabla “inter pares”. “Fueron sobre todo los grandes denunciantes y poseedores de títulos imperfectos quienes compitieron entre sí por la apropiación de las tierras más adecuadas”.223 Ambas disputas cobrarán relieve con la emergencia de los bandos o partidos y al quedar el país inmerso en la Guerra Grande. Durante las primeras presidencias se trató de dar solución a estos conflictos.

222 BENVENUTO, L. C., “Breve historia del Uruguay”, Eudeba, Bs. As., 1967. p. 28. 223 Op. cit. p. 29.

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Mediante una ley de 17 de mayo de 1833 –durante el gobierno de Rivera– se estipuló que las tierras públicas que no estuvieran poseídas por más de 20 años se dieran en régimen de enfiteusis por 5 años, pagando un canon anual fijo (los enfiteutas luego podrían adquirirlas, o ser preferidos para continuar con el arriendo). Los poseedores por más de 20 años podían comprar la tierra por “moderada composición” con el gobierno. Sin embargo, en todos estos litigios y componendas los grupos especuladores que rodeaban a Lucas Obes en el gobierno de Rivera tuvieron un fácil acceso a la tierra, desplazando a los ocupantes pobres. Oribe, al llegar a la presidencia, dio prioridad al sistema de enfiteusis, frenando la posible compra. Las tierras públicas fueron el modo más efectivo para enjugar el déficit del erario, siendo practicada su enajenación en ambos mandatos. “El precio mínimo del canon anual fijado por ley en 1833 era de 500 pesos la legua cuadrada, muy por debajo del valor real de los campos de pastoreo, por lo que fue subido al doble y luego al triple en 1835 y 1836, respectivamente, como medio para combatir la especulación y la desvalorización del patrimonio público”.224 Cabe agregar que toda la titulación presentada fue, en la mayoría de los casos, aceptada, haciendo la salvedad de la emanada del régimen artiguista. Avalar esta última hubiera sido atentar contra el derecho, dado que la misma había sido fruto de la expropiación. Complicando el tema de la titulación, existe imprecisión en la demarcación de las tierras públicas y las particulares, lo que genera constantes revisiones y disturbios (tanto en las tierras urbanas como rurales). Este fenómeno se encuentra latente en el departamento de Colonia, dada la constante apropiación de la tierra efectuada por 224 CASTELLANOS, A., “La Cisplatina, la Independencia y la República Caudillesca”, Col. Historia Uruguaya 5, E. B. O., Montevideo, 1998. p. 110.

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el patriciado local durante el siglo XVIII, y la proliferación de ocupantes. Los litigios de pueblos como Víboras y Rosario con estancieros lindantes dan prueba de ello. Los repartos de tierras prohijados por el Reglamento de 1815 ahondan la brecha abierta entre ocupantes y hacendados. En julio de 1834 se realiza un pedido de cuentas a la Junta Económico Administrativa, debido a la distribución de la tierra. El Ejecutivo solicita explicaciones por los solares repartidos por comisiones anteriores (por decreto de mayo de 1827). Se expresa que en lo sucesivo no se haga concesión alguna por la Junta, sin la autorización del Superior Gobierno. Para no perjudicar al fisco, ni a los poseedores de terreno, se pide una relación de los mismos, y una lista de peticionarios. En los próximos meses (y hasta 1842) se presentan diversos títulos de propiedad y solicitudes de tierras. Los títulos que se invocan se remontan desde las jefaturas políticas de Ignacio Barrios (1833) e Isidoro Rodríguez (1830-32), hasta el gobierno portugués, y los comandantes españoles (Pinedo).225 Este intento por regularizar la titularidad de la tierra por parte de los poseedores se vuelve significativa, si se tiene en cuenta la gran cantidad de pleitos de desalojo que ocurren en esos años –insistimos, tanto a nivel urbano como rural–, y el interés por vender la tierra fiscal (probando por parte del estado su dominio de la misma). Con respecto a los donatarios artiguistas, en 1829 se hallan reducidos a la condición de “esclavos tributarios” en los campos que se le dieron al general Julián Laguna para repartir, y de los cuales éste se apropió. En los años de 1830 se los intimaba a compra a los que estaban en las tierras de Alagón-Hocquart (antes de Medina) en la zona del Colla.226 Con anterioridad, en julio de 1822, el teniente coronel de Milicias de Caballería, Vasco Antunes Maciel, había solicitado 225 J. E. A. Exp. 728. (A.G.A–A. G. N.) 226 SALA DE TOURON, L., RODRÍGUEZ, J.C., DE LA TORRE, N.,“Artigas Tierra y Revolución”, Arca, Montevideo, 1967. pp. 130-131 y 156.

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que se le reconociera la donación hecha por Artigas en los campos de las Huérfanas. Elevada la solicitud, junto a otra de Pedro Solano, el fiscal Francisco Llambí había denegado el pedido al no ser esos terrenos realengos. Durante la Cisplatina nuevos poseedores, amparados en sus méritos militares o políticos, consolidan el dominio territorial en los campos antedichos (tales son Julián Laguna, Isidoro Rodríguez, José Sánchez y Manuel Basilio Bustamante). El 12 de enero de 1829 Laguna se presentó ante el gobierno, denunciando el campo como fiscal. Pese a que esto chocaba con las pretensiones de los vecinos de Carmelo –cuyas tierras les había adjudicado Artigas– el prestigio militar de Laguna hizo que se le otorgaran. Anteriormente, el gobierno de Buenos Aires había vendido la propiedad de la Calera a la sociedad mercantil Roguin, Meyer y Compañía por 101.000 pesos, de los cuales ésta pagó 33.800. El periódico “El Recopilador”, en su edición del 3 de octubre de 1831, denunciaba los desalojos que se efectuaban en el Rincón del Rosario, promovidos por el propietario John Jackson, a quien no se nombraba. Las disputas de Hocquard y Blanco con los poseedores se prestaron para el fraude (a tal punto que los vecinos del Colla, conocedores del negociado, se negaban a comprar esos campos que, según ellos, les pertenecían). Las tierras del Pichinango, luego de la expulsión de Correa Morales por plegarse a la revolución lavallejista, pasaron –por un trámite que se desconoce– al binomio Hocquard-Blanco. En abril de 1834, Antonio Blanco llegaba a un arreglo con Juan Domingo Figueredo –uno de los más fuertes ocupantes–, dándole la posibilidad de permanecer en el campo a cambio de reconocer los derechos de Blanco en la compra a Correa Morales. Al aquietar a Figueredo, Blanco consiguió luego expulsar a 15 pequeños hacendados, menos a Basilio Casco, el más poderoso de los “intrusos”, quien se negó a abandonar las tierras. Varios propietarios porteños, rondando el año 1834, esperaban la resolución del gobierno con respecto a sus tierras (entre

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ellos se encontraban Necochea y Larravide, con campos ubicados entre los arroyos San Juan y Colla, y Juan Correa Morales, en el rincón del Pichinango y Rosario, tierras que, como se vio, pasaron luego a Hocquard-Blanco).227 Los grandes fundos divididos dan lugar a querellas entre los adquirentes. José Cornelio Boné y doña Francisca Quiroz, viuda de Sena, se traban en conflicto por límites entre sus campos en 1842. Boné le había comprado sus tierras –tres cuartos de legua y 4.000 varas cuadradas (el gobierno había fijado el precio de la legua cuadrada en 1.500 pesos)– en 1837 a Domingo Roguin (estas tierras eran parte de la estancia de las Huérfanas, vendidas por el gobierno argentino a Roguin en 1827; el mismo celebró un contrato en 1835 con el estado uruguayo, acordando venderle partes de la estancia a los ocupantes). Boné protesta porque la demarcación de los terrenos lo va a perjudicar. El gobierno manda al agrimensor José Delpiane (sic) para dividir las tierras de Boné y Quiroz. El primero le solicita al estado –por medio de Joaquín Requena– que los arreglos con Quiroz por el deslinde se hagan personalmente. 228 La desconfianza en la demarcación de límites, el temor a ver reducida la propiedad –y más en el caso de las pequeñas– alentaba los arreglos personales. Las ventas de tierras de particulares (aún de dudosa titulación), como si fueran públicas, es otra constante de esos años. Tal el caso del argentino Norberto Larravide, hacendado del Departamento, el cual se queja en 1836 de que Ramón Quintana le adeuda 1.184 pesos de un terreno de su propiedad que le fue vendido por el estado. “Aquel contrato fue celebrado en el equivocado concepto de que los terrenos cuya propiedad se me

227 DE LA TORRE, N., SALA DE TOURON, L., RODRÍGUEZ, J. C., “Después de Artigas (1820- 1836)”, op. cit., pp. 58, 59, 93, 99, 100, 101, 133, 197, 219, 220, 221. 228 Escribanía de Gobierno y Hacienda. 1842 – Caja 196. Exp. 176. 13 f. (A. G. N.)

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declaró después [a Larravide], pertenecen al Fisco.” 229 En 1839 se le reconoce la propiedad a Larravide, y se acuerda que se devuelvan los 300 pesos que entregó don Gregorio Dañobeytia –como representante de Quintana– a la tesorería. Otro litigio de este tipo lo protagoniza Modesto Sánchez, vecino de Carmelo. El mismo reclama en 1841 unos terrenos en las inmediaciones del pueblo, que pertenecen al fisco por compra realizada a la familia Albín. En ellos se ubica un saladero y una grasería que posee don Guillermo Bembo. Ambos están hipotecados a favor de Sánchez, el cual desea regularizar su propiedad mediante denuncia y compra. El informe que expide la Comisión Topográfica muestra las imprecisiones de la denuncia: el terreno ex propiedad de Albín se halla en el ejido de Carmelo y está ocupado por varios individuos. En cuanto a G. Bembo, la Comisión no encuentra su nombre en el catálogo de los que ocupan terrenos. El Fiscal, por su parte, sostiene que puede admitirse la denuncia de Sánchez si no perjudica a terceros.230 La dinámica especulativa, nacida con el nuevo estado, va haciendo que la tierra se concentre en pocas manos. En Rosario –refiere Barcón Olesa231– los solares seguían concediéndose con facilidad a los vecinos que los solicitaban, con la condición de poblarlos. No obstante, los sitios se reducen a la mitad, y la tierra comienza a acumularse en pocas manos, con fines especulativos y debido, en algunos casos, al favor oficial. Apremios por regularizar la posesión de la tierra, litigios por la demarcación de límites, confusión entre terrenos privados y públicos, despojo de los pequeños propietarios en beneficio de los grandes, son algunos de los aspectos constantes en el panorama territorial de esos años.

229 Esc. Gob. y Hac. 1839 – Caja 186. Exp. 7. 11 f. (A. G. N.) 230 Esc. Gob. y Hac. 1841 – Caja 196. Exp. 24. 3 f. (A. G. N.) 231 BARCON OLESA, J., op. cit., p. 67. J. E. A. Exp. 730. p.82. (A.G.A–A. G. N.)

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Problemática entre 1843 y 1851 Destrucción de la campaña Según relata L. Gil, el departamento se mantuvo en relativa paz entre 1843 y 1845. La incursión de Rivera y Garibaldi extermina las existencias vacunas. En nota remitida en 1850 por Lucas Moreno a Oribe se menciona: “No es posible calcular el número de cabezas de ganado que desde Junio a Diciembre de 1845 sacrificaron, únicamente para cuerear, y de las reses en pie que condujeron para Montevideo [...] en cada puerto había más animales muertos, que los que se faenaban en varios años en los más grandes saladeros de Montevideo, en tiempos de paz; debiendo agregar que aquí se sacrificó por el enemigo lo grande y lo chico, macho o hembra, pues lo que utilizaban era el cuero y el sebo”.232 En informe del capitán Carrasco, comandante provisorio de Carmelo en 1847, alude al abuso de los saladeristas, que pagaban sólo el ganado marcado a quien lo reclamaba y al precio que se les antojaba. La sal era embarcada desde Higueritas y la calera de Camacho.233 Mientras Poucel estuvo prisionero en el Durazno –sostiene como hipótesis Omar Moreira– su socio, Le Bas, pudo haber iniciado una explotación saladeril en la estancia del Pichinango, como una forma de utilizar los ganados en conflicto que no podían venderse. En documentación de 1870 se registra en esos campos una “Grasería de Palacios” (propietario junto a Helguera). Pero una tradición oral hace que Moreira sospeche la existencia de un saladero desde la Guerra Grande.234 232 MORENO, E., op. cit., p. 139. 233 Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 3. Correspondencia de E. Carrasco (A.G.N.) 234 MOREIRA, O., “Crónicas del Rosario/2 B. Poucel Memorias de la Guerra Grande”, op.cit,. p. 79.

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En 1847, cuando el Coronel Lucas Moreno toma Carmelo, la población es asolada por los franceses del vapor “Fulton”, siendo saqueadas sus haciendas. A la merma del ganado se le agrega la destrucción de la propiedad inmueble. En campos de los herederos de Camacho, en N. Palmira, estaba instalada la viuda Juana Rocha de Bermúdez (fracción Nº 2 del plano del agrimensor Egaña). La misma figura con 3 hijos y un esclavo en el censo de 1836, poblando una estanzuela de media legua de fondo y 15 cuadras de frente, que se anota como de “propiedad pública”.235 Durante la guerra su campo fue devastado. Luego, la escasez de recursos le impidió reconstruir la población. “Quien no podía reconstruir su casa mal podía hacer frente a largos y onerosos trámites, a gastos y al pago al Estado del precio de esta tierra. La suerte parecía echada... sólo podía ser propietario quien fuera más adinerado... Varios indicios permiten deducir que esta fracción fue ocupada, quizá adquirida, por Auxley Gazzán”.236 Auxley Hart Gazzán era estadounidense. El anglosajón Alejandro Mc Vicar había comprado una chacra de aproximadamente 17 cuadras en el ejido de N. Palmira en 1839. Como a otros extranjeros, la Guerra Grande vino a asolar su propiedad. En relato que realiza años más tarde menciona, acerca de esta chacra: “fue poblada, por mí, zanjeada toda y edificada una buena casa, la que tuve que abandonar en el año 1845 con toda mi familia por orden del General Don Manuel Oribe, abandonando todo, lecheras, ovejas, caballos y demás animales, como toda la población, de cuyo abandono resultó ser destruida y robada completamente...”.237 Luego estuvo preso en el Durazno por más de dos años, junto a otros extranjeros, como el francés B. Poucel. 235 GALLARDO, R. C., op. cit. p. 75. 236 ALMEIDA ONETO, E., “Apuntes Históricos sobre Nueva Palmira”, s/d., p. 57. 237 Op. cit., p. 55.

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Poblaciones como Víboras y el Real de San Carlos fueron devastadas. Durante la toma de Colonia, en 1845, se incendiaron las casas del Real (al término de la guerra los vecinos elevaron una solicitud al presidente de la república, reclamando el derecho de posesión, el cual se les otorgó en 1854).238 Depredación del ganado, consumo indiscriminado por los saladeros, destrucción de las poblaciones, confiscaciones... Ese es el cuadro general que ofrece el departamento en esos años, y que las diversas gestiones hechas por los grupos de dominio económico y político a duras penas podrán paliar.

Litigios entre ocupantes y propietarios La guerra deja en suspenso los trámites de desalojo. El litigio seguido por Antonio Blanco contra los ocupantes León Collazo y su madre Manuela Domínguez cesa por la Guerra Grande. En 1841 se había presentado A. Blanco ante el Juez de Paz de Rosario, denunciado la oposición que hizo Collazo a Juan Martínez, para que poblase un terreno que le había comprado al primero, en los campos llamados de Medina. Collazo argumenta que él era poseedor por más de 18 años, y reclama esas tierras en régimen de enfiteusis, porque a su criterio son fiscales. 239 Recién en 1860 Blanco logra la escritura de los campos, y ante la protesta de los ocupantes, les ofrece venderles algunas partes, a lo cual acceden algunos.240 La irrupción de la guerra en el país y tal vez la connivencia de Collazo con las fuerzas blancas hayan llevado a este resultado. Esto sucedería en el pleito de Zabala y su esposa –herederos de los Castro– contra Lavalle.

238 AZAROLA GIL, L. E., “Historia de Colonia del Sacramento 1680 – 1828”, op. cit., p. 127. 239 Esc. Gob. y Hac. 1842 - Caja 195. Exp. 75. 17 f. (A. G. N.) 240 Esc. Gob. y Hac. 1860 - Caja 213. Exp. 24. 21 f. (A. G. N.)

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En 1829 el general Lavalle –del partido unitario– ocupa la estancia de don Bartolomé Raoul –que se disputaban con la sucesión Castro– al oeste del departamento. Ese mismo año Lavalle abandona su estancia con rumbo a Montevideo. Habrá de morir en 1841, con 44 años, en suelo argentino, en plena lucha contra los federales. Durante la ausencia de Lavalle, los sucesores de Castro –Melchora Véliz Castro y su marido Julián Zabala– ocupan esas tierras. Durante el sitio de Montevideo, el coronel Jaime Montoro –antes camarada de Lavalle, y luego federal– se posesiona de la estancia (según la tradición local) y la reedifica. A esa altura, se reconoce el derecho de los Castro, dado su apoyo al gobierno del Cerrito. “Desde esa época Julián Zabala comienza a tener cierta relevancia como caudillo local con divisa blanca, a la sombra del Coronel Montoro y éste a la sombra del General Oribe”, comenta el historiador M. Dalmás.241 Si la guerra ayudó a los ocupantes a continuar en sus campos, engrosando las filas partidarias –sobre todo blancas, al tener éstos el dominio de la campaña– el éxito sería efímero. Establecida la paz, y con mayor intensidad a medida que avance el siglo, los ocupantes serán implacablemente desalojados.

Venta de campos depreciados La guerra también sirvió para la especulación en bienes raíces, dado el apremio económico de los bandos. Martín Martínez y Compañía solicita al Superior Gobierno, en 1847, un terreno comprado por el militar Pedro Calatayud en 1835 –por 1.325 pesos (1.000 la legua cuadrada)–, entre el arroyo Víboras y el río Uruguay, al norte de Carmelo. Ese terreno quedó hipotecado. La viuda de Calatayud, doña Isabel Albaxiño (o Alvariños), lo vendió a M. Martínez y Compañía, con la obliga241 DALMAS, M., op. cit., p. 36.

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ción de pagar al fisco por la hipoteca. Los antedichos proponen cancelar la hipoteca con el gobierno, entregando 1.000 pesos en liquidaciones y el resto en metálico. Por los apuros de la guerra, los interesados pueden aumentar el pago en efectivo, según los requerimientos del gobierno. Martínez y Compañía argumentaban que esta forma de pago era justa, pues el terreno se hallaba en poder del ejército invasor, y había sido destruido en sus ganados y edificios por las fuerzas al mando del General en Jefe de los ejércitos de la República (Rivera), comportando esto la ruina de toda una familia, la cual garantizaba el crédito. El gobierno (el Gobierno de la Defensa) accede a tomar 500 en efectivo, y el resto en letras contra la tesorería.242 A Isabel Alvariños se le pagaron 1.500 patacones plata, reconociendo la misma que son “el justo precio, y verdadero valor del mencionado terreno, y que no vale más, ni halló quien tanto le diera por él, y si más vale, ó valer pudiera de la demasía cualquiera que sea, hace á los compradores gracia”. Pero el campo resultó ser mucho más rentable. En junio de 1847 Martín Martínez de Castro y José Gabino Salas venden en Montevideo algunas fracciones como suertes de chacra. En 1850 contraen una hipoteca sobre las tierras restantes (3.812 cuadras cuadradas de un total original de 4.772 cuadras) por 3.500 pesos. En 1862, incluso, Martínez Castro (quien adquirió los derechos de su socio J. G. Salas) logró obtener créditos por esas tierras con Adolfo Klengel de Buenos Aires y Emilio Castellanos, por 18.760 y 9.573 pesos respectivamente.243

Ruina del primer proyecto de “estancia – empresa” Si la inversión en tierras –con posibles fines especulativos– se pudo haber presentado al menos rentable, la apuesta a inver242 Esc. Gob. y Hac. 1847 - Caja 200. Exp. 21. 3 f. (A. G. N.) 243 Carpeta 07.T.51. Col. F. Ferreiro. Doc. 9 (A. R. C.)

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siones de costosa infraestructura se vio de plano condenada al fracaso. Tal el caso de la innovadora empresa rural de Le Bas y Poucel. En 1839, en la zona de Pichinango, se establecían los ingleses Le Bas y el francés Benjamín Poucel, con una estancia de 7.245 hectáreas, adquirida a la antigua familia de los Correa Morales. Dedicados a la cría del merino, levantaron un establecimiento moderno, anuncio de las “estancias-empresas” de la segunda mitad del siglo XIX. Poseía una granja con especies traídas del Jardín Botánico de París. En el establecimiento –una verdadera “Torre de Babel” en opinión de O. Moreira– trabajaban polacos, italianos, alemanes, ingleses, vascos, indígenas y criollos (niños sobre todo, pues los hombres se hallaban en los ejércitos), estando todas las actividades perfectamente reguladas. Por su parte Poucel se había vinculado con figuras de prestigio en la campaña departamental, como Norberto Larravide y Miguel Hines –asesinado durante la guerra, se presume, por federales o por matreros–, suegro del anterior. En 1845 la guerra asola la región. El coronel Montoro, jefe del departamento, trata de resistir a los embates de los colorados, unitarios y aliados extranjeros. En medio del caos, la estancia de Pichinango estaba en paz, debido a una neutralidad –en medio del ataque anglofrancés– sabiamente guardada. “El Pichinango –recuerda Poucel en sus memorias– se había convertido en uno de los raros oasis de orden y prosperidad, que se podían contar, apenas por unidad, en cada departamento. Hasta había algunos que no tenían ya un solo establecimiento en su estado normal. Después de siete años de trabajos inauditos para hacer todo en un país donde nada está hecho, las cabañas de merinosnaz del Pichinango estaban en plena vía de progreso, a pesar de la guerra”.244 244 MOREIRA, O., “Crónicas del Rosario/2 B. Poucel Memorias de la Guerra Grande”, op.cit,. p. 28.

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No obstante, en setiembre de 1845 se confisca la estancia y se remite a sus dueños como prisioneros al Durazno. En el momento de la expropiación se encontraban allí: más de 1.500 merinos de pura raza, 20.000 mestizos, 3.000 vacunos, una granja con plantaciones de trigo y árboles frutales, 200.000 libras de carbón de leña, etc. En 1858 Poucel y Le Bas recuperan la estancia, sumándose nuevos socios como Larravide y Samuel Lafone. Las poblaciones se trasladan de Pichinango al puesto de Las Barrancas Coloradas. No obstante, como luego se verá, Moreno conservó los ovinos del Pichinango, estando en sus planes apostar a este tipo de emprendimientos. Si bien materialmente la empresa Le BasPoucel, pereció durante la guerra, su espíritu y su ejemplo serían continuados, y aun promovidos por los mismos que llevaron a su desaparición...

Confiscación de tierras y donaciones “El Estado [el Gobierno del Cerrito] se beneficiaba de la propiedad enemiga de dos maneras diferentes. Una directa: mediante la confiscación lisa y llana, con aprovechamiento inmediato –como en el caso del ganado que se consumía para el ejército– o mediante su venta e ingreso del producido en las arcas públicas. Otra indirecta, consistente en la recompensa a los servidores del mismo –que casi nunca percibían emolumentos regulares– mediante la donación de esos mismos bienes. La primera forma se ejercía sobre los muebles, semovientes, y aun sobre los créditos, de que el Estado se hacía cesionario; la segunda sobre los inmuebles.”245 En 1848, el Comandante Lucas Moreno, remite al Alcalde Ordinario Plácido Laguna copia del documento que establece el modo de las donaciones. Luego del consabido “¡Vivan los Defensores de las Leyes! ¡Mueran los Salvajes Unitarios!” se especifi245 MAGARIÑOS DE MELLO, M. J., op. cit., pp. 656-657.

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ca: “Disponga V. se dé pocecion con las formalidades que corresponden, á D.... de un campo que le ha sido donado por S. E. él Sõr Presidente dela Republica Brigadier D. Manuel Oribe, cito en... cuya area es de... y perteneció al Salvaje Unitario... La diligencia original sobre dicha pocecion será entregada al interesado, y en copia se remitirá á esta Comandancia para elevarla al conocimiento superior”. Luego de recibida la nota por el Comandante, se daba conocimiento al Teniente Alcalde, que disponía la entrega, en los siguientes términos: “Acto continuo se constituyó él Teniente Alcalde á la casa de campo del Salvaje Unitario... y habiendo hecho comparecer á los vecinos linderos que pudieron reunirse, con precencia de estos Señores hize que D.... se pasease, abriese y serrase las puertas dela casa cuyo terreno es... piesas... y linderos por su frente fondo y costados, espresando para constancia que de cuya entrega y pocecion él dicho D.... se dá por recibido, bajo las condiciones legales: con lo que se concluyó la presente diligencia; que autoriza él Teniente Alcalde y firma él interesado”.246 Luego de la ocupación de Colonia en agosto de 1848, los terrenos en extramuros que los colorados habían vendido a “vil precio” –en opinión de Oribe– se retrovierten al estado.247 Isidoro Rodríguez poseía una estancia en la costa de Las Vacas desde 1836. “La Guerra Grande envolvió en sus horrores a aquel patriota y tuvo que alejarse primero a Montevideo y después a Entre Ríos. Su estancia, con todas sus existencias, fue adjudicada por el general Oribe al coronel don Jaime Montoro. Es de advertir que don Isidoro, en su carácter de Juez de Paz de El Carmelo, había intervenido en la sumaria que se hizo a dicho coronel el 3 de diciembre de 1842, y que aquél elevó desde las costas del Colla al comandante general al sur del Río Negro, Anacleto Medina. 246 Op. cit. Doc. 270, pp. 312-313. 247 Archivo del Gral. L. Moreno. Caja 191. Carpeta 7. Correspondencia de M. Oribe (A.G.N.)

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De aquella sumaria resultó hallarse Montoro ‘de acuerdo con los enemigos de la libertad y de la gran cuestión que sostienen los pueblos’. El sumariado no pudo ser habido, y el acto de despojo de que posteriormente fue objeto el patriota citado, es posible que obedeciera a una venganza de Montoro.”248 A los tenientes Pedro y Lorenzo Carro se les entregan tierras en Colonia, dándoles Lucas Moreno algunos cientos de vacunos. Estas tierras, en manos del comandante Mariano Paunero, pertenecían –según declaró Pedro Carro en 1851– a su coheredero Manuel Quintana.249 En 1844 los ejércitos del general Ignacio Oribe pasan por Rosario, confiscando los campos de Juan Bustillo (o Bayllo), los cuales son cedidos en 1847 al comandante José de Prendez.250 La estancia de Lavalle, como antes se refirió, también fue confiscada y entregada a un militar blanco.

El proyecto departamental de Lucas Moreno En 1847 el coronel Lucas Moreno, como Jefe Divisionario del ejército del general Ignacio Oribe, abre operaciones en el departamento de Colonia. Consolidada la situación militar con la posesión de Carmelo, Higueritas, Rosario y el asedio a Colonia (tomada el 18 de agosto de 1848), procede Moreno a la reconstitución departamental. Espíritu emprendedor y tenaz, tanto en la guerra como en sus actividades económicas (ver Fichas biográficas); magnánimo con sus enemigos, a la par que duro con los que burlaban el orden; defensor de los derechos americanos, pero cuidadoso de fomentar el buen trato con el europeo (incluso incentivando su inmigración por el bien nacional); benefactor de las clases bajas, sin que 248 VADELL, N. A., “Antecedentes Históricos del Antiguo puerto de las Vacas…”, op. cit., p. 144. 249 J. E. A. Exp. 728. pp. 361 a 365. (AGA - A. G. N.) 250 Esc. Gob. y Hac. 1856 - Caja 207. Exp. 21. 38 f. (A. G. N.)

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esto alterara el respeto hacia el sector dominante (al que pertenecía); Moreno concibió vastos planes organizativos. Su gestión estuvo marcada por su carácter. Fue, sin duda, el hombre de la hora, pero sus realizaciones se resintieron, en casos, por una ejecución prematura o improvisada. Ocupada Carmelo (3 de febrero de 1847), reparte carne a la población echando mano de las 3.000 ovejas tomadas al enemigo, por no existir ganado vacuno en muchas leguas a la redonda. Pasado el combate de La Caballada (mayo de 1847), Moreno se consagra a fomentar la ganadería. Para eso la protege del ataque de los piratas (que dejaban las sobras de la corambre a los perros cimarrones, que habían proliferado en la región). Se vigila a los forajidos y cuatreros, que desde el monte o la costa pululan. Algunas embarcaciones robaban ganado para proveer de carne a Montevideo (un pailebot enemigo condujo 150 ovejas sacadas de las estancias). Se reglamentó la marcación de los animales, así como la matanza de toros. En 1848 se expidió una ordenanza sobre la matanza de yeguas.251 Se expidieron guías y certificados por los tenientes alcaldes para evitar el abigeato.252 Fue formado un depósito de ganado, compuesto del orejano y sin dueño conocido, o embargado al enemigo, que fue reconcentrado en un campo de propiedad fiscal (el importe de su venta

251 Ver sobre este punto el Doc. 275 inserto en la obra MAGARIÑOS DE MELLO, M. J., op. cit., pp 321 – 322. 252 Este control se extendió a los propios camaradas de bando. Ante las ventas ilegales de ganado practicadas por el comandante Urán, Oribe le ordena a Moreno que si reincide lo prenda con una barra de grillos y lo remita al cuartel general. “Hay ciertos hombres que se necesita enseñarles, ya que están acostumbrados á otra cosa, cual es el camino que deben seguir en una sociedad bien organizada: no les conviene sino el rigor y yo me he propuesto hacer uno de él”, comenta Oribe mostrando su carácter de hombre recio. Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 7. Correspondencia con M. Oribe (A.G.N.)

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–4 pesos por vaca y 6 el novillo, según disposición de Oribe–, se destinó al socorro de las clases populares). En marzo de 1847 se procedió a controlar marcas y señales, para evitar querellas entre los estancieros. Se preocupó de la educación, la salud –instalando un hospital de sangre253– y la administración de justicia, nombrando alcaldes ordinarios y jueces de paz, y organizando la policía de campaña. Se controló a los comerciantes en los pesos y medidas, se restableció el correo y se exportó piedra a Buenos Aires. Hubo un estricto control del sistema aduanero para evitar el contrabando (practicado por los enemigos), evitando las matanzas de la hacienda en la costa. En 1849 regula la formación del ejido de Carmelo, tratando de “impedir que solares y chacras caigan en manos de especuladores” (nota remitida por L. Moreno en Iº Agosto de 1849).254 Muchos de estos terrenos para chacras serían repartidos de entre los que dejaron los antiguos poseedores. La superficie de las mismas la fijó en 20 cuadras, dado que le pareció excesivo dar 40. También por nota del año 49, propone dar solares en N. Palmira, prefiriendo los donatarios nacionales a los extranjeros. En marzo de 1851 el Gobierno del Cerrito le remite órdenes, relativas a distribución de tierras. El 8 de abril Moreno dicta un Reglamento con el fin de ordenar el poblado de Nueva Palmira. El mismo, además de instrumentar el desarrollo urbano del pueblo, otorgaba solares y chacras para colonizar. A los que solicitaban solares, luego de la autorización verbal, se les daba un plazo de seis meses para poblar (si lo hacían en ese tiempo se les entregaba el título de propiedad, si por el contrario no cumplían con lo

253 Moreno instaló un hospital sobre el arroyo San Juan, próximo al paso Real, al cuidado del cirujano francés Salvador Larré (MORENO, E., op. cit., p. 73). Al estar ubicado en el centro del departamento, en un cruce de caminos, constituía un punto estratégico. Esas tierras pertenecían al porteño Norberto Larravide. 254 MORENO, E., op. cit., p. 167. Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 7. Correspondencia con M. Oribe (A.G.N.)

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estipulado, el terreno volvía a propiedad pública). Nadie podía pedir dos terrenos a la vez; para hacerlo era necesario haber poblado el primero con una casa de valor de, por lo menos, 500 pesos. “Quizá esta disposición se prestara a que los económicamente más poderosos obtuvieran un mayor beneficio”, comenta el historiador E. Almeida Oneto.255 A los antiguos poseedores de chacras, que ahora dejaban de ser tales por las nuevas manzanas delineadas, se les otorgaban nuevas tierras y el título de propiedad correspondiente. Después de repartidas estas chacras, se adjudicaban las restantes mensuradas a los que las solicitaran. En esos años, se instalan en el departamento saladeros y graserías a vapor. En enero de 1849 Norberto Larravide instala un saladero en el Sauce, y los Yedra establecen otro en la boca del Rosario.256 Oribe, en carta a Moreno, lo alerta sobre los posibles excesos en la faena de vacunos y yeguarizos –por las prohibiciones estipuladas– para que controle estos establecimientos (y eso que Larravide estaba en buenas relaciones con el Gobierno del Cerrito, al cual le había prestado dinero).257 En balance que realizó en 1850 a Oribe, Moreno destaca su gestión desde 1847 a ese año. Cuando llegó al departamento, la campaña era un desierto y la población se hallaba mermada (al finalizar el año 49 ya se registraban 6.614 habitantes; cabe señalar que en 1830 llegaban a 7.000). Realizó en ese lapso de tiempo las reformas antes mencionadas. En cuanto a las haciendas, había ocurrido una franca recuperación. Para 1849 se contabilizaban 107.932 cabezas de ganado, casi no existiendo animales alzados (cifra que puede resultar dudosa, si consideramos que a fines del siglo XVIII ese era el

255 ALMEIDA ONETO, E., op. cit., p. 18. 256 MAGARIÑOS DE MELLO, M. J., op. cit., p. 486. 257 Op. cit., p. 456.

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stock completo de ganado en la región;258 o la gestión Moreno en este plano fue completamente exitosa, o los datos se encuentran abultados…). Muchos animales se han comprado del otro lado del Río Negro (pero también estos ganados son robados: en 1851 Leandro Vázquez, Alcalde de Salto, denuncia que las vacas de sus campos son llevadas por partidas de Lavalleja, Moreno, Barbat y otros). La matanza de perros cimarrones –en 1850 se eliminaron 3.034– conservó a los terneros. Los ovinos, por otro lado, se han protegido. Las 15.000 ovejas que les arrebató a los colorados en 1847, las entregó luego a sus dueños. Las únicas majadas que quedaban en el distrito del Rosario eran las pertenecientes al establecimiento de Poucel. Para evitar el saqueo de los piratas, Moreno internó los animales ovinos fuera de la costa. Las demandas judiciales que se han hecho en esos años han sido por lo mezcladas que están las haciendas entre vecinos linderos, siendo solucionadas por “el buen sentido de los jueces”.259 “Para terminar, Excmo. Señor, puedo asegurar a V. E. que este Departamento goza de completa tranquilidad: la observancia del orden dentro de la ley en todas las clases sociales, su respeto y acatamiento al gobierno, su amor al país son garantías de su prosperidad de que por otra parte es presagio su encariñamiento al trabajo. Si fuera posible el aumento de su población con el aporte de brazos que hoy escasean para las labores más necesarias e indispensables, el cuadro de nuestra prosperidad sería sin duda más halagador. – Puedo a este respecto asegurar a V. E. que ansío ver realizado su pensamiento de fundar una Colonia Agrícola en este Departamento. [...] Aunque creo que ya se habrá fijado V. E. en la clase de colonos que han de venir al país, me permitiré indicar que la opinión general se inclina hacia los alemanes más

258 Datos tomados de GELMAN, J., op. cit. 259 MORENO, E., op. cit., p. 144.

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que por los canarios, pues aunque éstos son laboriosos y sosegados, son ignorantes y faltos de iniciativa, en tanto que los alemanes no sólo son trabajadores y morales, sino también más ilustrados, industriosos e inteligentes.”260 El apoyo a la clase patricia, el control de comerciantes y especuladores, los beneficios a los sectores populares –carne de cañón en el ejército y donatarios de campos– las mejoras edilicias y culturales, la apuesta a la colonización agrícola (aunque protegiendo la preeminencia de los pobladores nacionales), constituyeron un proyecto ambicioso y bien intencionado, tal vez único durante esos años en el país. Pero su proyecto tendiente a una “modernidad” no dependiente –o con cierta “cintura” para la autonomía– quedó inconcluso. La paulatina decadencia de la clase patricia no pudo ser evitada, siendo suplantada por grupos extranjeros. Sus designios de justicia en la distribución territorial se prestaron en muchos casos para la especulación. La campaña saldría robustecida de la Guerra Grande por su gestión, pero los grupos comerciales, especulativos y de hacendados de “nuevo cuño” serían los beneficiarios.

260 Op. cit., p. 147.

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CAPÍTULO VIII

RELACIONES

ECONÓMICAS

Y CONTROL PORTUARIO

L

a guerra había arruinado las haciendas. Ambos bandos, al tener el control del departamento, tuvieron que tender a su recuperación (al menos para mantener los ejércitos). Al depreciarse los ganados, la industria saladeril logró proseguir sus tareas. Ignoramos si pudo obtener grandes exportaciones. En los dos gobiernos blancos del departamento, al menos, puede sospecharse que sí, al resurgir el tráfico comercial. Por otro lado, el dominio de Montevideo por los colorados hacía que el Gobierno del Cerrito debiera estimular otros puertos (que si bien eran marginales habían incrementado su flujo comercial, según trasciende de los datos mencionados en el Cap. III). La merma de ganado, el desarrollo comercial (que debía llenar las arcas estatales para mantener al régimen –aunque, como se sabe, el Gobierno del Cerrito para sostenerse tuvo que contar especialmente con el decidido respaldo financiero de Rosas–), transformaban al contrabando en un tema preocupante, al que se debía atender. Desde 1843 a 1845, estando la campaña en poder de las tropas del Cerrito, se quiso estimular el comercio fluvial. En 1845 –siguiendo la ley de 1837– estaban habilitados por el Gobierno del Cerrito como puertos comerciales los de Higueritas –asiento de la Receptoría General– Salto, con carácter de Sub-

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Receptoría, y Colonia, con la misma calidad. Las Vacas, Víboras, San Salvador, Soriano, Mercedes y Paysandú eran asiento de simples oficinas de Resguardo. Durante el curso de la guerra aparecen funcionando como puertos habilitados Carmelo, Mercedes, Paysandú, Salto y Colonia (esta última desde 1845 a 1848 estuvo dominada por las fuerzas de la Defensa).261 En 1845, debido a este intento de expansión comercial, se inician las obras del Faro de Colonia (que no llegarán a concretarse hasta después de la guerra, en 1857). Las obras deben haber comenzado en enero de ese año, quedando truncas por el ataque de las fuerzas de la intervención. La Aduana de Colonia efectuaba los pagos de las obras, destinando de enero a marzo 968 pesos para ese fin. Las cuentas presentadas por el tesorero Salvador Larre, en enero 25, revelan el jornal de los albañiles y peones durante dos semanas: el jornal del albañil promediaba los 2 pesos y el de peón 500 reis (o medio peso). Se les concedieron 20 centésimos, invertidos en una “cuarta” de caña, a los peones y maestros cuando colocaron la piedra angular y fundamental del faro. Toda la cuenta suma en la ocasión 57 pesos y 260 reis. Después, cuando se descubrieron los cimientos del Convento de San Francisco –donde iba a erigirse el faro–, se festejó con un “medio” de caña.262 Arruinado este proyecto portuario por el ataque de las fuerzas marítimas de la Defensa dirigidas por Garibaldi y la intervención anglo-francesa, se reanuda en 1847, tratando de controlar el contrabando. Desde la línea sitiadora de la Colonia, el 21 de junio de 1847, Lucas Moreno envía una nota al Sub Receptor don José Sánchez de Nueva Palmira, para mantener el control del comercio en los ríos. 261 MAGARIÑOS DE MELLO, M. J., op. cit., p. 395. 262 Op. cit. p. 378 (nota al pie) y J. E. A. Exp. 728. (A.G.A–A. G. N.)

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“Siempre que llegue á su Puerto cualquier Buque con procedencia del Buceo, me remite V. sus Papeles pa conoser de su legalidad. Todos los Cueros que se permitan embarcar con [destino] al Buceo pagaran en esa Sub-Receptoria los derechos de Extracción, así como benderan libres de derechos los efectos qe conduscan los Buques arriba mencionados, por lo qe pido los Papeles pa conoser de su legalidad, com ya dejo dicho. Los Buques qe se despachen pa el Buceo, daran antes una fianza por su Valor, y el de su cargamento, de no tocar en los Puertos de Montev.o Col.a y Maldonado [en manos de los colorados y la intervención] pa si alguno infrinjiese esta prohibicion, hacer Satisfacer la Suma afianza / da. El Fiador deberá ser un imdibiduo Capaz de responder en el Acto qe sele exije la Fianza La misma Fianza daran los Buques que se despachen con carga ó en lastre pa Buenos Ayres ú Otros Puertos qe no sean los de Colonia Montev.o ó Maldonado [sic]”.263 En octubre de ese año se estrechan los controles a los barcos que lleguen al puerto de Mercedes, haciendo una requisa de los pasajeros y la correspondencia.264 Al año siguiente, en enero 28, se expide nota a Carmelo para realizar una visita e inspección militar a un buque que trae mercancías de contrabando. Se informa que el 24 de ese mes salió de Montevideo un paylebot y otros barcos menores con carga para introducir de contrabando desde la costa de Martín García. La orden de inspección se hace extensiva a los buques que procedan del Buceo o Buenos Aires.265

263 MAGARIÑOS DE MELLO, M. J., op. cit., Doc. 262, pp. 305-306. 264 Op. cit. Doc. 264. pp. 307-308. 265 Op. cit. Doc. 266. pp. 309-310.

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En 1848 (con fecha noviembre 24) había quedado rehabilitado el puerto de Colonia, estableciéndose la Receptoría General del Uruguay.266 En el informe remitido a Oribe en 1850, menciona Moreno que al momento de ocupar la Colonia, sólo había en ella tres tiendas y siete pulperías, que representaban un capital de 30.000 pesos. Desde 1848 hasta 1850, el comercio de importación y exportación ha crecido según la apreciación del jefe blanco. En un solo año han entrado 930 barcos y salido 913 (comprendiéndose los buques que desde Buenos Aires vienen a cargar piedra en las islas de Hornos y San Gabriel).267 Si a nivel “macro” vemos la depredación de la riqueza ganadera, un leve resurgimiento saladeril y un intento de expansión comercial (combatiendo al contrabando como forma de estimular el comercio “legal” –útil al régimen– y salvar las haciendas): ¿Qué ocurrió a nivel “micro”, en las relaciones económicas de “persona a persona”? Los testimonios encontrados indican lo previsible: el comerciante que debe resignarse a las ventas a crédito ante la presumible falta de liquidez, las mercancías dadas en “préstamos forzosos” a los ejércitos; los embargos de mercancías y los traspasos de comercios para salvar el capital; o acaso, entre particulares, la custodia de capitales ante los vaivenes de la guerra, reclamados cuando vuelve la calma. Relata B. Poucel en sus memorias de la guerra, que durante 1843-44, ante la escasez de provisiones, el señor Medina, comerciante establecido a unas leguas del Pichinango, les había dado mercancías a crédito. Medina estaba conforme con este arreglo, dado que sus mercancías se iban “en préstamos obligados y en donaciones hechas a las partidas que recorrían la campaña”. Por

266 Op. cit. Doc. 373. pp. 443-444. 267 MORENO, E., op. cit., pp. 136 – 138.

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mayor seguridad, incluso, había depositado en la estancia “todas sus telas o mercaderías de precio”, considerándolas allí más seguras que en su propia casa.268 Por nota de octubre 25 de 1847 se informa de la venta de mercaderías del comerciante “salvaje unitario” José M. Medina (posiblemente este Medina sea el mismo citado por Poucel), realizada por José García y Mon, a nombre de su hermano Carlos. Entre los objetos vendidos se encontraban varas de franela, de raso, espuelas, estribos, cerraduras, bombillas, jarros finos, resmas de papel, palanganas de loza, jarras de cristal, clavos, medias de seda, guantes de algodón, gorras para niñas, un pañuelo de seda negro, sombreros, etc; lo que prueba la gran variedad que tenía el comercio de Medina. Todo ascendió a la suma de 198 pesos y 85 reis. En 1848 se le cobran 80 pesos a García y Mon de alquileres atrasados (que debe al estado), por la casa que ocupa con su negocio. La Comandancia de Rosario tomó del comercio de García y Mon una serie de objetos por creerlos de Medina (los cuales se encontraban allí depositados): tablas, postes de vereda, una carretilla de mano, una pala, una mesa de pino grande, sillas, un catre, una caja de hierro, un escritorio con banco, un baúl de uso, colchones, un tarro para tabaco, etc (enero 19 de 1848). Unos días antes –10 de enero– Carlos García y Mon le había escrito a Medina desde Montevideo. En la carta le comenta a su amigo que habían venido desde la Comandancia preguntando por las “existencias” de Medina que había en el comercio, las cuales se llevaron. García le aconseja realizar una escritura de venta de la casa de comercio a su favor (la suma completa de los bienes era de 4.000 pesos). Le aconseja, asimismo, que proceda con prontitud, sigilo, y mucha reserva. El 10 de marzo García y Mon le envía una carta al Comandante de Rosario. En la misma se menciona que él había venido a Rosario en el mes de marzo y permaneció hasta octubre, en que 268 MOREIRA, O., “Crónicas del Rosario/2 B. Poucel Memorias de la Guerra Grande”, op.cit,. p. 27.

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volvió a Montevideo. Debía recibir un dinero que tenía depositado en poder de Medina y cobrarse una suma que aquél le debía, de negocios que tuvieron juntos. Este crédito se aumentaba con una cantidad de 800 pesos de Medina, para pagarle a don Pedro Velazco, de San José, dándole a Velazco en pago unas órdenes que tenía del finado coronel Montoro, y otra orden más que le dio don Juan Lebas (sic), a cuenta de lo que éste le debía. García y Mon reclama en su carta por el proceder de la Comandancia, dado que al faltar dinero de lo embargado a Medina, se embargaron y vendieron también en pública subasta intereses que le pertenecían.269 La guerra no sólo ponía en peligro la cuantiosa fortuna de uno de sus enemigos –o sea, Medina– sino que afectaba a alguien afecto al Gobierno del Cerrito. Los intentos de García y Mon de salvar los intereses de su amigo y asociado Medina se veían dificultados, al estar en cuestión sus propios capitales. Fructuoso Rivera, al invadir Carmelo en 1846, incautó numerosas mercancías. Esto ocasionó, por ejemplo, que los comerciantes José Mas y Mateo Visallac se enredaran en un pleito con Joaquín Rivero, de Buenos Aires, por la venta de 36 cueros que no pudo realizarse, al desaparecer los mismos.270 La ocupación alternada de Colonia por las fuerzas coloradas y blancas hace que se apele a la “buena confianza” para preservar el capital, tal lo demuestra este recibo: “1848 – 16 de noviembre Don Angel Dilipiani se reconoce deudor de once onzas que tiene en su poder desde el 29 de Agosto de 1845, confiadas a su custodia por Don Bernardo Servetti. Firman a su ruego: Miguel Repetto – Juan Solvain.” (Figura un sello de dos reales.)271 269 J.E.A. Exp. 729. 1852-1853. p. 98 y sig. (A.G.A–A.G.N.) 270 Carpeta 07.T.51. Col. F. Ferreiro. Doc. 12 (A. R. C.) 271 Museo Municipal de Colonia “B. Rebuffo”, segundo piso, sala romántica, vitrina acerca de la Guerra Grande.

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CAPÍTULO IX

EL CULTO Y LA ESCUELA

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l Gobierno del Cerrito –a través de Lucas Moreno– estimuló la organización de la enseñanza y el culto cristiano (conjuntamente o por separado). Las inquietudes del jefe blanco repetían aquellas expresadas por Rivera en carta al sacerdote Domingo Rama en 1841, en cuanto a que la educación y la religión eran los pilares de la sociedad y la patria. Sobre estos dispositivos de disciplinamiento social –ya sugeridos por Azara en su informe para el arreglo de los campos en el siglo XVIII– había consenso entre los bandos. Como antes quedó dicho, durante la administración de Moreno se repara la iglesia de Carmelo, y se comienza la de Nueva Palmira. Hacia 1846, en el ámbito de influencia del Gobierno del Cerrito existía una sola escuela pública en la villa del Rosario, la cual tenía 67 alumnos. Por ser una población no ribereña de los grandes ríos, Rosario no había sido tan afectada por la guerra, incidiendo en esto la continuación de la actividad escolar.272 En abril de 1847 Oribe dispone que la Receptoría de Mercedes en-

272 ONETO ALMEIDA, E., SOLSONA, A.E., et alter, “150 en la vida de una escuela Escuela Nº 7 “Juan Zorrilla de San Martín” Nueva Palmira”, El Eco, Nueva Palmira, 2004, p. 13.

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tregue mensualmente 20 pesos para sostener a la escuela. Además promete enviar pizarras, lápices y cuartillas.273 Las escuelas de varones y niñas de Carmelo debieron clausurar su actividad por la guerra. En 1847, sin embargo, vuelve a impartirse clases. Desde la línea sitiadora de la Colonia, en noviembre 21 de 1847 se expide una ordenanza para que se forme una Comisión Inspectora para la Escuela Pública del Carmelo, con el objeto “que la Educacíon de la Juventud Sea atendída de Serca por personas ínteresadas en su adelanto y en el progreso intelectual delos hijos dela Republíca [sic]”, en palabras de Lucas Moreno. La Comisión –según el artículo 2 de la ordenanza– estaría compuesta por el cura don José Sánchez, teniente coronel don Diego Morales, Jefe de Policía don Lorenzo Laguna, capitán don José Gordon y teniente don Cosme Fuentes. Dicha comisión estaría encargada de “proponer las mejóras y Cortar los abusos que ásu juícío Sea necesarío”.274 El Reglamento de la Escuela de Varones de la ciudad de Colonia, dictado en 1849, muestra bien a las claras los ideales educativos y sociales del Gobierno del Cerrito. En el capítulo 1, artículo 3, se menciona: “La tarde del jueves de cada semana, destinada actualmente á asuelto, lo sera en adelante, asi como la de los sabados, á la doctrina Cristiana y tabla”. En el artículo 5: “Todos los niños llevaran debidamente la divisa de los Defensores de las Leyes, qe el Exmo Gobierno ha tenido á bien prescribir, y se presentaran siempre lavados y limpios. Cualquiera inpresión á ese respecto les será advertida á sus padres ó encargados por el Receptor, para qe ellos la corrijan”.

273 Archivo del general L. Moreno. Caja 191. Carpeta 7. Correspondencia con M. Oribe (A.G.N.) 274 MAGARIÑOS DE MELLO, M. J., op. cit., Doc. 265. pp. 308-309.

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“En todo tiempo se manifestaran dociles los discipulos á la voz de su Maestro, y observaran maneras sosegadas y decentes en la Escuela y fuera de ella; ecsigiendose muy especialmente un porte respectuoso y adecuado al lugar y ocasion, cuando se hallaren en el Santo Templo”. (Art. 6.) En el capítulo 2 se prescriben los castigos: en los casos de faltas graves “podria llevarse el rigor de la pena hasta hacer arrodillar al criminal por un cuarto de hora á lo sumo” (aunque sin enarenar el pavimento) (Art. 9); el preceptor llevará un registro donde se consigne a los “Niños desaplicados, desatentos, pendencieros y descarados”. (Art. 10.) En contraposición, los premios a los alumnos iban desde el privilegio en el orden en que se sentaban en la clase, hasta días de asueto, declarados por el inspector (Cap. 3.) El capítulo 4, finalmente, marca los deberes del preceptor y del inspector, entre ellos, conducir a sus alumnos a misa los días festivos, cuidando de su “colocacion, devocion, y orden de entrada y salida hasta despedirlos”. (Art.15.) En la reprensión a los alumnos, el preceptor usará palabras “justas y oportunas”, mezclando en ellas “la severidad con el decoro”, mostrando al “corazon y espiritu” ejemplos dignos de imitación “en consonancia con el progreso de las costumbres publicas en su significacion mas respetable, sean el fundamento de la dicha del individuo y de las esperanzas de la Patria”. (Art. 18.)275

Religiosidad popular: San Benito Las iglesias cumplieron un importante rol espiritual y social durante estos años. Los esfuerzos del padre Domingo Rama en Colonia para reparar el templo, junto a los desvelos económicos de la Junta, así lo demuestran. Pero también la preocupación del padre Sancho en Carmelo, al ver destruida su iglesia.

275 Op. cit., Doc. 429, p. 498 y sig. J. E. A. Exp. 728. pp. 352-354. (A.G.A–A. G. N.)

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La iglesia, como parte del culto institucional o formal, era en muchos casos el único edificio para las reuniones sociales. Edificio que por su solidez podía ser usado como cuartel y almacén de armas durante las invasiones. Pese a esta importancia del templo y del cura en la vida de las poblaciones del interior, la inserción eclesiástica institucional era deficitaria. Uno o a lo sumo dos sacerdotes debían atender jurisdicciones territoriales demasiado amplias. Por eso en los poblados de campaña aparece una forma de catolicismo popular, que da salida a las inquietudes trascendentales de los individuos. El investigador Tomás Sansón definió a la religiosidad popular como “una fe elementalmente sólida y [que] se expresa mediante prácticas sencillas. Supone una racionalidad contractual entre los fieles y lo numinoso canalizada mediante acciones simbólicas eficaces”. Esta religiosidad popular durante las fiestas sagradas mezcla la liturgia, la diversión y el juego. “La fe del pueblo no es grave y seria, sino alegre y festiva”, comenta el investigador antedicho.276 En las poblaciones del interior durante el siglo XIX –y ese es el caso del departamento de Colonia– convive esta religiosidad popular con el catolicismo institucional. Incluso es difícil precisar cuándo termina uno y comienza el otro, dada las cercanías de creencias y prácticas que se vivían en estas poblaciones entre los sacerdotes y los fieles (que participaban en su mayoría de este catolicismo popular). El caso de la imagen de San Benito de Palermo del Real de San Carlos es paradigmático: 1) para detectar la confluencia entre la religión institucional –con todo lo flexible que haya sido en el interior– y la religión popular; y 2) para entender las creencias de los fieles, tanto en la apreciación del milagro, como en la protec-

276 SANSON, T., “El catolicismo popular en Uruguay Una aproximación histórica”, Asociación de Escritores de Cerro Largo, Montevideo, 1998, pp. 14-15.

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ción que se buscaba a través de la imagen del santo, incluso para los mismos ejércitos. Durante 1843, el ejército de Oribe se repliega en dirección a Rosario, haciendo marchas hacia Montevideo. Conociendo las tropas blancas la fama de milagroso de San Benito, resuelven apoderarse de él. La imagen del santo sigue la marcha del ejército y es depositado en la iglesia del Rosario del Colla. Allí estuvo el santo negro por algún tiempo, hasta que el colorado Anacleto Medina, entonces dueño de la plaza de Colonia, envió una fuerza con destino a Rosario para recuperar la imagen. Colocado en una carreta de bueyes, el santo emprendió el regreso hacia la plaza. Por temor a futuros altercados y ante la devoción de las familias de Colonia, se conservó a San Benito en el templo de la ciudad. En el altar que se le improvisó estuvo mucho tiempo, aun pasada la Guerra Grande. Durante la guerra la capilla de San Benito fue despojada de sus alhajas, sus haciendas fueron robadas, e incluso el coronel Moreno cedió las campanas a la iglesia de Mercedes. Las haciendas, que se hallaban en campos de Arellano, servían para costear las fiestas que se le realizaban al santo, a las cuales concurrían los habitantes de Colonia, los de sus alrededores y hasta gente de Rosario. Según la tradición oral, en esos días la plaza de Colonia quedaba prácticamente vacía. Las alhajas –que fueron robadas en la guerra– eran llevadas a San Benito por personas devotas, en señal de reconocimiento por gracias concedidas o por favores pedidos. Durante los episodios bélicos, la misma capilla sirvió de cuartel. Algunas historias dan cuenta del poder milagroso del santo negro. Antes de la Guerra Grande el país estaba asolado por la sequía. Los vecinos solicitan al párroco que organice una procesión, concurriendo el pueblo en masa. A la altura de la Cuchilla de la Pólvora se le suma a la procesión una multitud de enfermos. Al instante se nubla, y a las pocas cuadras de la cuchilla se desata

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una tormenta. Cuentan testigos presenciales –escribe el presbítero Bianchetti– que esos enfermos al volver a sus casas encontraron, junto con los beneficios de la lluvia, la salud de sus cuerpos. Al regresar la procesión, una madre –Raimunda C. de Roldán– salió a verla con su hijo en brazos. Éste cayó al suelo, y se le dio por muerto. La madre se lo ofreció al santo, y de pronto el niño quedó sano (la propia madre –que aún vivía en 1909 cuando Bianchetti publicó su libro sobre el Real de San Carlos y San Benito– recordaba el hecho, agradecida).277 Enfermos de la vista, los oídos, personas con quebraduras, o con varias clases de dolencias, han sanado –se refiere– por el poder del santo. Para el culto de San Benito, que abarcaba a la región centro –con Colonia y el Real de San Carlos– y este –con Rosario–, tanto valía la fiesta como la devoción personal ofrendando alhajas. La imagen del santo, cobijada en la capilla del Real de San Carlos y luego en el templo de Colonia, demuestra a las claras la convergencia entre la devoción popular y la práctica institucional. El milagro es el elemento que obra este acercamiento. El sacerdote puede valerse del mismo, y así organiza las procesiones, intermediando con lo numinoso. El poder milagroso en cuanto a trastornos climáticos, o a la enfermedad corporal, hace que hasta los mismos ejércitos –blancos y colorados– busquen su favor; porque si bien emplean a la capilla como cuartel, tratan de obtener la protección del santo. Este episodio de la Guerra Grande puede estar demostrando cómo, a la larga, pesaba más en las personas el culto popular, la veneración a la figura y milagros del santo, que el respeto a la institución eclesiástica (el tema, como tantos otros que se van desgranando en este trabajo, queda abierto a la investigación).

277 BIANCHETTI, C., “Apuntes Históricos Capilla de San Benito de Palermo…”, op. cit., pp. 57 y sig., y 62 y sig.; y ARTIGAS MARIÑO, H., “La aventura del Real de San Carlos”, op. cit., pp. 11 y 12.

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Después de la guerra, la capilla quedó en ruinas. Para repararla, dos vecinos respetables, Máximo Pagalday y Sebastián Elizondo, fueron comisionados para recorrer las estancias en busca de limosnas. Dinero no se obtuvo, pero los estancieros donaron haciendas (¿por falta de liquidez luego de la guerra?), las que sirvieron para sufragar los gastos, bien convertidas en metálico, o bien pagando los materiales con los mismos animales. En 1857 los arreglos de la capilla quedaron terminados. Los fieles y el párroco, entre cantos y rezos, volvieron a depositar a San Benito en el Real de San Carlos.278

278 Op. cit.

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CAPÍTULO X

DESPUÉS

DE

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“A

sí como, desde cierto ángulo [la Guerra Grande], fue el producto de las estructuras económicas y sociales primitivas de los tiempos de la naciente República, ella las afirmó e incluso las hizo retroceder hasta sus fuentes más lejanas. Las formas de explotación de la ganadería en el período colonial renacieron con inusitado vigor: la vaquería y el corambre, las arreadas hacia el Brasil, en última instancia la matanza indiscriminada sólo por el cuero. También la Guerra Grande significó un retroceso inmenso de la autoridad del Estado, por lo que los particulares, al verse obligados a suplantarlo, hicieron renacer las viejas formas de dependencia personal que los habían regido desde el coloniaje, en especial las que conducían al caudillismo. Un Estado sin medios de comunicación, sin recursos económicos, que había retrocedido a las más primitivas técnicas de explotación en la única riqueza con que podía contar, una sociedad afirmada en sus hábitos nomádicos y anárquicos, tal era la herencia de la Guerra Grande.”279 Según estimaciones de Barrán y Nahum, el consumo de los ejércitos (del ganado público, de los enemigos, y finalmente, de los propios partidarios de bando, debido a la escasez de anima-

279 BARRÁN, J. P., NAHUM, B., “Historia Rural del Uruguay Moderno. Compendio del tomo I. 1851-1885”, Montevideo, E.B.O, s/a. p. 21.

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les), las “californias” (arreadas de ganado) hacia el Imperio del Brasil –sin contar la acción de los perros cimarrones, que proliferaron durante la guerra– habían disminuido el ganado vacuno en casi 3 millones de cabezas. Se puede calcular el número de bovinos al comienzo de la guerra en alrededor de 7 millones. Al terminar el conflicto, el censo de 1852 señalaba una existencia de 1.888.000 animales (un diario de la época la subía a 2.500.000). El ganado ovino, asimismo, se vio afectado. “Después de 1830 la cría del ovino empezó a adquirir considerable desarrollo en nuestro país. Eran extranjeros los que se dedicaban a ese ganado, principalmente ingleses y franceses. En el decenio del 30, la oveja tenía un puesto importante en los establecimientos de Juan Jackson, Diego Mac Entyre, Tomás Fair, Alejandro Stirling, Roberto Young, José Mundell, Benjamín Poucel, Lebas [sic], Greenway y otros.”280 Antes de la guerra el número de ovinos se puede estimar entre 800.000 y 1.000.000 de animales. En base al censo de 1852, los lanares habían disminuido a 795.000 cabezas. Consideran Barrán y Nahum que el daño, a diferencia del bovino, no afectó a las existencias totales, sino que refrenó el proceso de mestización, eliminando el ganado fino y mestizo, y retardando las experiencias en procura de lana fina para los mercados extranjeros. El caso de Poucel puede confirmar estas especulaciones (aunque resulta dudoso el resguardo completo de las haciendas realizado por Moreno, al menos debemos considerar que la mitad de sus existencias deben haberse conservado). Ocurrió también una disminución demográfica, de casi un 34% (cifra que puede resultar un poco exagerada). Si en 1840 se calculaba que el país contaba con aproximadamente 200 mil habitantes –otras estimaciones hablan de 140 mil–, el censo de 1852

280 Op. cit. p. 14.

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arroja una cifra de 132.000. La campaña también se despobló, algunos hacendados huían hacia los países limítrofes, y muchos peones, agregados y gente pobre se refugiaba en los montes, temiendo ser enrolada en los ejércitos. Luego de una batalla, la población de la región se dispersaba. Los casos de Carmelo, Víboras y Colonia, son elocuentes. El alejamiento de los hacendados impidió la cría del vacuno y el mejoramiento por cruza de los lanares. Este último rubro se vio sumamente afectado, al ser practicado por ingleses y franceses, los cuales fueron llevados prisioneros al Durazno por el gobierno de Oribe (el caso de Poucel viene a cuento, pero también el de Mc Vicar, pequeño propietario de Nueva Palmira). Numerosos criollos que se fueron hacia Argentina y Brasil, los extranjeros que dejaron la república buscando paz, los peones y agregados empobrecidos y convertidos a un modo de vida nomádico, más la falta de hombres y ganados en la campaña, era el paisaje posterior a la guerra. Los tratados de 1851 con el Brasil, que liberaban de impuestos al ganado en pie conducido hacia ese país, arruinaron la industria saladeril oriental, beneficiando a la de Río Grande. El desorden en la propiedad de la tierra era otra constante. Los blancos, que habían dominado la campaña, repartieron las tierras y ganados a sus seguidores. Los reclamos emprendidos por propietarios colorados –y por algunos otros alejados de las contiendas políticas– se sucederán durante una década. Esta fue una de las principales fallas –según Barrán y Nahum– de la política de fusión del presidente Giró, ya que mal se podían avenir estos hombres al olvido del pasado, al olvido de las divisas, cuando los conflictos por la posesión de tierras y ganados les recordaban su pertenencia a un bando.

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Problemas con la tierra Devoluciones y reclamos El decreto de octubre de 1851 expedido por Joaquín Suárez y Manuel Herrera y Obes reglamentaba la devolución de propiedades confiscadas a sus dueños. La entrega se haría por parte de los jefes políticos o alcaldes ordinarios. Asimismo, establecidas las juntas económicas administrativas ellas tendrían este cometido. En noviembre 8 de ese año se le intima desalojo al donatario Blas Caxeluz, el cual sacaría 400 cabezas de ganado manso en 30 días, y destruiría población y corrales en 60. Enseguida –9 noviembre– el comandante José M. Reyes, poseedor de un campo en N. Palmira, que pertenece en propiedad a José Vera, se apresura a retirarse con sus ganados, antes de que aquél le entable demanda. También pacíficamente arreglan el desalojo Cornelio Oviedo y Bautista Quintana, de un campo sito en Manantiales. En 2 meses el primero sacaría todo su ganado. Los corrales y ranchos serían tasados. A un trato justo llegan –el 3 de diciembre de ese año– José Antonio Castell y el capitán Ciriaco Sanabria, en torno a la Calera de Camacho, perteneciente al primero. Castell lo desea considerar administrador de su propiedad, exigiéndole solamente “la mitad del producto neto de los valores detenidos”.281 Otros arreglos no serían tan armoniosos, derivándose a varias demandas, réplicas y contra réplicas. El comandante Mariano Paunero solicita tierras que están en manos de los tenientes Lorenzo y Pedro Carro. Éstos alegan que dichas tierras pertenecen a su coheredero Manuel Quintana (y que éste, al salir de allí, las vendió a José Ferreira).

281 J. E. A. Exp. 728. pp. 368-369. (A.G.A–A. G. N.)

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El Alcalde y asociados resuelven entregarle el ganado que esta probado serles suyo –en número de 300 cabezas– a los Carro, y que éstos desalojen el campo en 20 días.282 Paunero no acepta la resolución y reclama esos animales. Carro presenta como testigos al moreno Florencio Quintana y al portugués Manuel I. Rodríguez, que le ayudaron a cortar madera para el corral, y un certificado de Lucas Moreno, por el que se acredita que recibió en donación 200 terneros, sobrantes de los vacunos consumidos por el ejército. En vista de esto, declaran el Alcalde y asociados que el ganado de Pedro Carro “está probado pertenecerle legítimamente”. En un escrito posterior Paunero sostiene que los terneros donados por Moreno, no pudieron haberse multiplicado en tres años, para llegar a 1.300 (animales que en ese momento se hallaban en la estancia y de los cuales se extraerían los 300), y al mismo tiempo sacar mensualmente 30 o más cueros. Durante la guerra ha perdido “ochenta a cien mil vacas” (sic), y por tanto no cree el reclamo de Carro legítimo, porque “han sido instrumentos de las ruinas de numerosas familias y que no se haya querido que por medio de las armas usado de la represalia largándoles como hermanos era necesario Exmo Sor que en los intereses partiese la diferencia”. Por eso solicita que el Alcalde haga justicia y resuelva de conformidad con el decreto.283 También polémico es el pleito entre Juan Bustillo y José de Prendez en 1856. El último sostiene que todas las construcciones y el ganado que posee el campo son de su propiedad, ofreciendo como probatoria la declaración de testigos. Bustillo lo refuta diciendo que sí existían población y ganados cuando él ocupaba el campo, y que los dichos presentados por los testigos son vagos e inciertos. Además, Prendez usa una marca y el ganado tiene otra: “¿No induce esta sola circunstancia una fuerte presunción de que el ganado existente todo me pertenece?” 282 J. E. A. Exp. 728. pp. 355 a 367. (A.G.A–A. G. N.) 283 J. E. A. Exp. 729. p. 70 y sig. (A.G.A–A. G. N.)

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Bustillo recupera sus tierras, pero Prendez le traba embargo.284 La razón de estos pleitos radicó en que era difícil deslindar el ganado donado del que se encontraba en las estancias. Por otro lado, no había un control fehaciente de los animales sacrificados y los dichos de los testigos podían resultar no del todo imparciales. En 1851, conforme a lo dispuesto por el gobierno, volvió a Isidoro Rodríguez el campo donado a Montoro, con sus animales vacunos y caballares, o su equivalente en dinero.285 José Pastrana había sido agraciado por Oribe con una casa de azotea en Rosario, de propiedad de Miguel Saldías (quien era extranjero). Los herederos, por medio del cónsul general de “su Nación”, reclaman la propiedad en 1852.286 En enero de ese año comparecen ante la Junta Antonio Ávalos y José M. García, aquél apoderado de Santiago Fernández y éste albacea del finado Leandro Villanueva, acerca de una estancia en Miguelete, los que desean llegar a un acuerdo amistoso. Ávalos entregará a García 325 vacunos contando las crías al pie, y una tropilla de seis caballos con una yegua, así como cuatro bueyes que introdujo de fuera del establecimiento. En informe de Lucas Moreno, adjuntado a la causa, éste certifica que en junio de 1848 entregó al finado comandante Villanueva 300 terneros de un depósito que tenía el estado a cargo del teniente Lorenzo Carro. Dichos animales fueron llevados por Villanueva a la estancia de los señores Fernández en el Miguelete.287 Con fecha mayo 3 de 1852, reclama Domingo Badel un campo de su propiedad en San Juan, donado a José Giménez. Ante la Junta se presentan los litigantes, exponiendo Badel que Gimenez había sacado del campo unos 80 animales. Alega el se-

284 Esc. Gob. y Hac. 1856 – Caja 207. Exp. 21. 38 f. (A. G. N.) 285 VADEL, N. A., op. cit., p. 144. J. E. A. Lib. 728. p. 366. (A. G. N.) 286 J. E. A. Exp. 729. p. 20 y sig. (A.G.A–A. G. N.) 287 J. E. A. Exp. 729. p. 29 y sig. (A.G.A–A. G. N.)

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gundo que si bien se le donó el establecimiento, los animales que tenía ahora en su poder –porque el resto de los animales que se encontraban en el campo habían sido consumidos– eran donados por el comandante Lucas Moreno en número de 100. La Junta propuso un arreglo, y éste no conformó a Giménez. Se le exigió que entregara a Badel, con la intervención del Teniente Alcalde, 25 animales, sin contar 10 u 11, entregados antes, cuando fue ocupada la estancia.288 Ante la Junta, en junio 2 de ese año, comparecen Celestino Martínez, en representación de doña Paula Fernández, y Sacarías Pintos, contra don Modesto Pueblas. Expone el primero que en su estancia, que fue donada por Oribe a Pueblas, había 40.000 ladrillos, de los cuales vendió éste una parte. Pueblas confiesa ser cierto, y haber usado el producido para gastos de la tropa. A su vez expone Pintos que, teniendo que abandonar su estancia, donada a Francisco Vergara, y habiéndose mezclado su majada en este ínterin con la de Paula Fernández, y ambas a su vez con la de Gregorio Billonte y siendo dadas esas ovejas en número de 3.000 a Pueblas, ahora las reclama. Pueblas argumenta que nada puede resolver, ya que el sobrante de esas majadas se lo había entregado a C. Martínez –cerca de 700 animales– y que es todo lo que tenía en su poder, por dedicarse al servicio. Dispone la comisión de la Junta que Pueblas abone el monto de los ladrillos, y en cuanto a los ovinos, que Martínez le entregue 200 a Pintos.289 El capitán Macedonio Farías, en mayo de 1852, a nombre de su madre, reclama la pérdida de las haciendas de ésta. Se queja de que Anselmo González “que nunca á tenido propiedad alguna en el Departamento [aparezca] con una hacienda de 300 animales en el campo de Da Severa Serrano viuda de Dn Pedro Solano”, en el cual había un ganado de propiedad de Farías y su madre, el que “fue arrebatado después de varias espoliaciones de otros Gefes

288 J. E. A. Exp. 729. p. 2. (A.G.A–A. G. N.) 289 J. E. A. Exp. 729. p. 42. (A.G.A–A. G. N.)

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por dho Dn Anselmo González”, poblando estancia con esos animales y marcándolos con su hierro. En nota de Lucas Moreno, de 7 octubre, se hace constar que en 1848 se le dieron al sargento mayor A. González 120 terneros, de los que quedaban del ganado para el abasto de las tropas. Por su parte, Anselmo González, vecino del pueblo de Carmelo, tratando de defenderse expone: que en la administración de M. Oribe se le dio un campo en la costa del Vacas, de propiedad de la señora Severa Serrano. En 1848 introdujo 200 animales, dados por Moreno. Ante las disposiciones gubernamentales sobre la devolución de propiedades, entregó su hacienda a medias a don Pascual Nieto, en número de 156 de mes para arriba (sólo vendió 41 novillos). Pedro Solano (hijo de S. Serrano) y Farías quieren embargarlo “quitándome el único sustento a mi numerosa familia”. Finalmente, la Junta E. A. beneficia los reclamos de Farías y Solano.290 Del campo del coronel José A. Freire en la costa del Pichinango, donado por el Gobierno del Cerrito a Juan Morales, se autoriza que éste saque los muebles, pero no los animales (julio 2 de 1852).291 En 1855 el anglosajón A. Mc Vicar recupera sus tierras, pero “como yo me hallo establecido un poco distante de Buenos Aires [en el Partido de Lobos], me es imposible de dejar mi establecimiento de ovejas para irme en persona hasta la Nueva Palmira...”.292 En 1856 –según refiere J. P. Barrán293– existía en el departamento una sociedad “para la fabricación de expedientes”, con su dotación de testigos. En la mayoría de los casos eran siempre los mismos testigos los que declaraban en los expedientes, siendo

290 J. E. A. Exp. 729. p.50 y sig. (A.G.A –A. G. N.) 291 J. E. A. Exp. 729. p. 62 y sig. (A.G.A–A. G. N.) 292 ALMEIDA ONETO, E., op. cit., p. 56. 293 BARRÁN, J. P., “Apogeo del Uruguay Pastoril y Caudillesco 1839 – 1875”, Col. Historia Uruguaya 6, E. B. O, Montevideo, 1998, p. 72.

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en unos casos testigos y en los otros reclamantes, lo cual se prestaba al fraude. Antes de la Guerra Grande existían en Colonia tan sólo 3 estancias con más de 10.000 vacunos, siendo más de 100 los particulares que ahora reclamaban por la pérdida de 20.000 o 30.000 cabezas. Varios expedientes estaban plagados de enmendaduras, abultando las cifras: un reclamo de 4.500 pesos, por el cambio de un punto y un cero agregado se había transformado en ¡¡45.000 pesos!! En noviembre de 1859 la Junta Económico Administrativa comunica al gobierno por los presuntos reclamos de extranjeros. “La exageración de sus pretendidas pérdidas” […] “la forma como han vestido sus Expedientes por un cambio recíproco de certificados” hacen que la corporación municipal los denuncie para así evitar –en alusión a los sucesos precedentes– “la repetición de escandalosos robos que como perjuicios ha pagado la Nación”.294 Simple acto de astucia o intento desesperado de recuperar bienes perdidos, estos actos de la sociedad y de algunos extranjeros son paradigmáticos del caos territorial posterior a la guerra y del deseo de conseguir la mejor tajada en esas aguas revueltas. Los arreglos amistosos también responden a esto. Algunos militares blancos logran conservar los animales, pero pierden las tierras. Esto impulsará en algunos casos –el episodio de Paunero y Carro puede resultar esclarecedor– a un revanchismo entre los partidos. A medida que las propiedades sean limitadas y regularizados los derechos sobre las mismas, los pequeños poseedores de ganado que se habían quedado sin tierras, hallarán cada vez mayor dificultad para conservar, incluso, los animales.

294 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. pp. 164 – 165 (A.G.A–A.G.N.). Ministerio de Gobierno. Caja 1104 (AGA – A.G.N.).

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Expulsión de ocupantes Numerosos ocupantes deben abandonar las tierras dado el creciente apetito especulativo orientado a ellas. El campo poblado por Juana Rocha –en tierras de los herederos de Camacho– que había sido adquirido por el norteamericano Gazzán, según acuerdo del Gobierno celebrado en 1854, debía ser restituido a los Camacho. A comienzos de 1855 este campo, junto al de Rodríguez Lisboa, es vendido por los Camacho al inglés Samuel Lafone. Éste, en el correr del año 55, llega a un acuerdo con Gazzán y le vende las tierras (más de dos mil cuadras de campo linderas a Nueva Palmira). La pobladora Rocha debe marcharse. Rivera y sus tropas habían destruido el pueblo de Las Víboras en 1846, durante su marcha apresurada. Sin embargo, en él permanecieron varios pobladores. Refiere el historiador Almeida Oneto: “Antonio Susso, propietario de miles de cuadras de campo en los Departamentos de Soriano y Colonia, en el año 1852 reclamó a las autoridades de nuestro país la propiedad de las tierras que habían sido el Ejido del extinto Pueblo de las Víboras. Antonio Susso vendió parte de sus campos a José Fernández.” En setiembre de 1858 el Ministro de Gobierno dirigió una nota a la Junta del departamento de Colonia, mencionando que no había disposición gubernativa con relación a entregar la posesión a un tercero, “... y que al contrario, ha dispuesto el Gobierno que por ahora no se inquiete a ningún ocupante de tierras, mientras no se adopte en mejor oportunidad y con todos los antecedentes necesarios una resolución general y definitiva...”. La nota concluía informando que en la misma fecha se le hacía saber todo eso al Alcalde Ordinario del departamento de Colonia, en relación al terreno del pueblo de Víboras. Pero en 1862, la Comisión Auxiliar de N. Palmira mandó nota a la Junta de Colonia, expresando que la Comisión había

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sido informada con sorpresa de que el Juez Letrado de la 2ª. Sección del Estado había mandado reconocer a José Fernández como propietario del “terreno en que estuvo fundada la inmemorial parroquia de las Víboras...”. El 1 de abril de 1862 –tragedia que cayó en el olvidó según el historiador citado–, Francisco Laguna se dirigió a la Junta del departamento de Colonia: “A fines de Febrero fueron incendiados por disposición del Juzgado Civil veintitantos ranchos que existían como por repoblación en... el antiguo Pueblo de las Víboras...”. Continúa más adelante: “Los interesados incendiados no pueden... comprender la independencia del Poder Judicial, y... se lamentan de que el Gobierno consienta en su despojo y los abandone así”.295 Así, numerosos ocupantes son desalojados, sin operar la protección del estado.

Decadencia de la clase patricia Este trance post-bélico también fue duro para el grupo patricio (cuyas tierras o las de sus socios –caso de Escalada– son afectadas). Don Isidoro Rodríguez, al encontrarse fuera del país, se resiente en sus negocios. En 1855 vende una parte de su estancia en el Vacas a Jorge Bell, quedando así empequeñecida su propiedad.296 El terrateniente –cuyas tierras le vienen del siglo XVIII– Barrero y Bustillos vende en 1825 parte de sus campos en Riachuelo a Santiago Delgado; otra fracción es adjudicada a la familia Escalada de Buenos Aires –antiguos socios de Barrero y Bustillos–. El irlandés Cornelio Donovan compra esas tierras de los Escalada en 1858.297 295 ALMEIDA ONETO, E., El ECO (Palmira-Carmelo), 6 de Marzo de 1999. Ver también: J.E.A.1858 – 1860. Exp. 735. pp. 288-289 (A.G.A–A.G.N.) 296 VADEL, N. A., op. cit., p. 144. 297 AZAROLA GIL, L.E., “Apellidos de la Patria vieja”, Librería y Editorial La Facultad, Buenos Aires, 1942. p. 202.

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Las tierras de la familia patricia De la Quintana fueron asoladas y confiscadas por los ejércitos de Oribe, resultando alrededor de 15.000 bovinos y 7.000 ovinos embargados y consumidos por Montoro y Moreno entre 1843 y 1851. El total de los intereses perdidos y reclamados por la familia –entre animales, carretas, poblaciones y esclavos– llegaba a 62.000 pesos. Haciendo lugar al pedido de los herederos de doña Gervasia Benítez de la Quintana, el estado los compensó mediante la entrega de títulos de deuda nacional consolidada.298 En 1859 Plácido Laguna se traba en litigio, por la sucesión de su padre, con la firma Roguin y Cª, por las tierras en la Calera de las Huérfanas. Ofrece como pago sueldos adeudados como Jefe Político, y las pensiones impagas de su madre y el sueldo de su padre. Según su biógrafo H. Dupré,299 la fortuna familiar había sido mermada por la Guerra Grande. Finalmente Plácido gana el pleito. El patricio de Rosario Gabriel Yedra se encuentra en una situación similar. Luego de la guerra casi no queda un animal en su estancia y sus dos casas de comercio estaban saqueadas. Yedra debió recomponer su capital desde cero.300

298 Op. cit., pp. 154 – 155. 299 DUPRÉ, H., “Plácido Laguna y su época”, 2da. ed, Carmelo, 1989.pp. 70 – 71. 300 Gabriel Yedra (1785-1877) había nacido en España, viniendo a Montevideo en 1811. En 1816 contrajo matrimonio y se trasladó a la villa del Rosario, estableciéndose con una casa de comercio. Fundó una calera, colocando a su frente a José Wilson, de Buenos Aires. En sociedad con Antonio Blanco compró tres suertes de estancia situadas en la margen izquierda del arroyo Sauce. Años después instaló una grasería y saladero, establecimiento que regenteó su hijo Francisco. Mantuvo relaciones amistosas con Manuel Oribe y Lucas Moreno durante la revolución de 1825. Al estallar la Guerra Grande se vinculó al partido blanco. Al ordenar Oribe internar a los extranjeros en Durazno, ayudó al inglés Juan Le Bas, lo que hubiera hecho peligrar su prestigio de no mediar la protección de Moreno. Entre sus descendientes se cuentan militares, abogados, médicos, comerciantes y estancieros. (Suplemento Nuevos Horizontes, Rosario, julio-agosto de 1969. Citado por Gustavo Carvajal Laport, “Nuestra Historia”, Prensa Rosarina, Nº 2841, 18 febrero 2006, Rosario, p. 15).

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La propiedad es lentamente extranjerizada, y pese a que se llega a acuerdos con el estado, las fortunas decaen. La lucha de los bandos golpeaba de esta forma al patriciado local.

Los apuros de un caudillo En 1857 Anacleto Medina reclama un campo en Las Vacas, que posee por herencia. Alega que sus finados padres tuvieron el campo desde hace más de 80 años. Siendo esa posesión mucho mayor que la estipulada por las leyes, solicita la propiedad. El fiscal mantiene que las tierras son públicas, no reconociendo la antigüedad de la tenencia. Finalmente en 1862 se revoca la sentencia y se le otorgan a Medina.301

Propiedades de argentinos En 1860, los hijos de Rivadavia reclaman como herencia los campos en Colonia y “en cualquier otro punto”. Sin embargo, en la Escribanía de Gobierno y Hacienda no constan las escrituras de las tierras colonienses. En 1885 se retoma el trámite, resultando que Rivadavia cedió en favor del Estado un campo entre los arroyos San Salvador y Víboras de unas 6 leguas (a 800 pesos la legua). Se reconoce el derecho de los sucesores y se les paga el costo, quedando la propiedad en dominio del Estado.302 Las tierras de Norberto Larravide entre el San Juan y el Colla (que antes de 1811 pertenecieron a Lorenzo Santuchos), en cuyos límites se ubicó el hospital creado en el curso de la guerra por Lucas Moreno, son vendidas por sus herederos a Antonio Stoddart (o Shoddarts) en 1856. Ese mismo año Stoddart las enajena a favor de David Suffern. Los herederos de éste ven-

301 Esc. Gob. y Hac. 1857- Caja 209. Exp. 27. 42 f. (A. G. N.) 302 Carpeta 14. T. 4. Col. F. Ferreiro, Doc. M. (A. R. C.)

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den 4 suertes a Jaime Cibils, y así las tierras comienzan a fragmentarse.303

Nuevos proyectos de poblamiento Destruidas las propiedades por la guerra, desalojados muchos ocupantes, arruinados los antiguos patricios, la opción del estado y los más inquietos particulares fue incentivar las colonias agrícolas y poblar los ejidos (aunque en algunos casos se estimulara la especulación). La Sociedad Anónima de Población y Fomento se presenta al estado en 1852, pidiendo se le concedan las tierras de propios y sus adyacencias, que administran las Juntas E. A., para poblarlas. “Queremos tamb.n crear por tiempo determinado una renta á cada municipalidad, y comprometerlos á su pago dentro de la esfera de las acciones que, según nuestro contrato, representen el capital de la Sociedad”, argumentan los directivos. Se pensaba realizar estas poblaciones en los departamentos de Canelones, San José, Colonia, Soriano, Paysandú y Salto. Se estipulaba un plazo de poblamiento de 18 meses, luego de la entrega, prefiriéndose a las familias del país antes que a las extranjeras, y reservando 100 cuadras cuadradas –de las mil concedidas– para repartir entre los vecinos pobres. Se les pagarían a las juntas durante 5 años un canon anual de dos reales por cuadra cuadrada (igual a 4.500 pesos por legua a los 5 años) y la mitad por las tierras al norte del Río Negro. Sin embargo, en tiempo de malas cosechas, sólo se pagará por las tierras que den un producto.

303 DÍAZ, M. “Investigación Histórica, basada en el análisis crítico de la Batalla de Manantiales del San Juan (17 de julio de 1871)…”, Instituto Militar de Estudios Superiores, Departamento de Gestión Académica, División Investigación y Extensión, Monografía Inédita, s/d. Apéndice Documental. (cortesía del autor). DEL PINO MENCK, A., LUZURIAGA, J. C., DIAZ, M., et alter, “Batallas que hicieron historia. Manantiales. Las últimas lanzas”, Número XII, Montevideo, El País, julio 2005.

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La meta era: “Trátase solo de adquirir y poblar de una vez y con brevedad lo que se adquiere y se puebla mal y tardiamente por fracciones individuales; y aun cuando á estas hemos de venir nosotros al llegar á la ejecución, daremos al todo impulso simultaneo, aumentaremos la poblacion agrícola de los Departamentos, á que nos contrallemos [sic], y llevaremos presto á estos Departamentos productores y consumidores á la vez”. Las tierras a usarse serían “tierras libres, y son tales para nosotros aquellas, que, ó nunca fueron pobladas, ó lo fueron por menos de los 4 años que requiere la Ley 1ª del titulo y libro citados para ganarse la propiedad y trasmitirse el dominio á un tercero: por que, si alg.n hubiese, que en vista de los Padrones, se presumia fundadamente estar ó haber estado en el caso de la Ley, y, haber, y haber podido ser transferidas á un tercero, ó no haber salido del dominio de los adquirentes primitivos, y que solo por razon de la guerra hayan quedado abandonadas, esas tierras deben ser pregonadas por un tiempo regular, á fin de que se presenten los propietarios ó sucesores, y de no aparecer se incluyan esas porciones en la adjudicacion general que solicitamos para la Asociacion”. Al escrito lo firmaban: Jayme Estrázulas, por Agustín Viana y por sí mismo, Martín M. Castro, por Francisco Lecocq y por sí mismo, Federico Nin Reyes, Plácido Laguna, P. Pérez, H. P. C. Aguirre. Plácido Laguna, figura de renombre en el ámbito local, realiza la solicitud a la Junta de Colonia el 16 de enero de 1853, siendo aprobada por la misma (sus miembros eran: Antonio R. Landívar, presidente, Gregorio Moreno, Pedro Méndez y Luis Gil).304 Se funda en Carmelo en 1853 la Sociedad Agrícola y Filantrópica, figurando en ella Plácido Laguna y los vecinos Martín Castro, Felipe Ferrer, el padre José Sancho, Leandro Amargós, José A. Castells, Francisco Gastelú, Miguel Vadell y otros. Com-

304 Esc. Gob. y Hac. 1852 – Caja 202. Exp. 56. 20 f. (A. G. N.)

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pran arados, bueyes, carretas, y buscan terrenos para fomentar la agricultura y proyectan la creación de escuelas primarias. El coronel Moreno, además de dedicarse al perfeccionamiento de las razas bovinas, estimula la fundación de colonias agrícolas. Participa de la Sociedad de Población y Fomento antes mencionada, junto a Jaime Estrázulas, Francisco Lecocq, Federico Nin y Reyes, Atanasio Aguirre, Andrés Lamas, Cándido Juanicó, Samuel Lafone y José de Buschental, entre otros, y colabora en 1857 con Doroteo García en la Sociedad Agrícola del Rosario Oriental, que promoverá la instalación de los colonos valdenses y suizos. Los miembros de la sociedad opinaban: “La inmigración europea secundando las tendencias de orden y de paz pública que felizmente germinan en la mayoría de los habitantes del país, concurrirá como elemento eficaz a templar el ardor de las discordias cívicas”.305 “Con estas palabras proféticas –dice el historiador E. Moreno (biógrafo del coronel Lucas Moreno)– quedaban fundadas en el Departamento de Colonia por la iniciativa de un grupo de patricios y sin gravamen para el erario público, las hoy prósperas colonias Suiza y Piamontesa”.306 A excepción de la Sociedad del Rosario Oriental, el resto no pudo concretar los fines para los cuales habían sido creadas. Se ha dicho que esta sociedad, integrada por patricios y extranjeros ricos, tuvo el mero sentido filantrópico de tender al progreso y la pacificación rural que implicaba la agricultura. Sin desconocer estas motivaciones, el interés de lucro también estuvo presente en hombres como Doroteo García. Cuando los colonos valdenses llegan al Uruguay se radican primeramente en Florida. Perseguidos por el cura del lugar, el jesuita Majesté, se les ofrece trasladarse al departamento de Colo-

305 MORENO, E., op. cit., p. 435. 306 Op. cit., p. 435.

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nia. Las tierras donde iban a radicarse habían sido compradas por la Sociedad Agrícola a Juan P. Ramírez, miembro de la misma, en 8.000 pesos la legua cuadrada. En base a cálculos de Barrán y Nahum citados por el historiador Roger Geymonat, el precio corriente de la legua cuadrada en esta región no superaría los 6.900 pesos. Pero eso no era todo. Por contrato celebrado en 1858 se les canjean las nuevas tierras por las que tenían en Florida, las cuales ya estaban roturadas y edificadas. En 1861-1862 se vendieron terrenos a la casa bancaria Siegrist y Fender, la cual instaló una colonia suiza. Se procedió también a la venta de sobrantes a los colonos. Resultó entonces que la cuadra, comprada a Ramírez a 2,22 pesos, ahora se ofrecía a 10 pesos. Durante su salida de Florida, los colonos valdenses estuvieron apoyados por el reverendo Frederick S. Pendleton, Capellán de la Legación Británica en Montevideo, quien sostuvo que en las tierras de Colonia iban a estar mejor ya que “En el Rosario estarán rodeados de ingleses; esto es una enorme, hasta diría, la sola protección en este país”.307 La incidencia británica en la zona este, con su gran inversión de capital en estancias, fue un trampolín para la instalación de inmigrantes de menores recursos, en su mayoría agricultores. La población de Colonia, a diferencia de la de Florida, ya se mostraba más permeable para recibir al extranjero, especialmente en sus grupos dirigentes, que promovían estas transformaciones.

307 GEYMONAT, R., “El Templo y la Escuela”, Montevideo, Cal y Canto, 1994, p.61 y sig.

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CAPÍTULO XI

EL DEPARTAMENTO EN 1850

E

l censo de 1852 revela que el departamento de Colonia había salido casi indemne del conflicto. La región, pese a los cruentos choques bélicos, tal vez no fue tan afectada; o la administración de Moreno, en su labor de reconstitución obtuvo rápidos progresos (o bien, hipótesis no desdeñable, las cifras se encuentran adulteradas…). La población total del departamento según el censo antedicho asciende a 7.971 habitantes (teniendo incluso un leve ascenso en relación con los 7.000 registrados en 1830).

El número de extranjeros (1.529) en comparación con el de nacionales (6.442) no es despreciable, y marca la penetración de éstos en la sociedad coloniense, ya evidenciada en el censo de 1836.

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Con respecto al movimiento productivo y comercial, los datos muestran la recuperación económica de la zona:

También se registran: 5 panaderías, 11 carpinterías, 1 jabonería, 5 cafés y billares, 6 boticas, 2 velerías, 12 zapaterías, 3 fondas, etc. En la campaña figuran 4.497 habitantes y 179 establecimientos de pastoreo, con un total de 100.659 animales (el mismo stock que menciona Moreno en su informe de 1850, y que se calculaba a fines del siglo XVIII). Se contabilizan también 54.441 ovejas criollas, y apenas 1.685 merinas308. El informe presentado por la Junta Económica Administrativa al presidente Juan Francisco Giró en su visita a fines de 1852 ofrece un panorama más “negro” de la situación departamental, aunque también señala los intentos de recuperación. “El estado del Depto Exo Sor, era el más lamentable á fin del año 1848 en que empezó a gozar de alguna tranquilidad. Sus pueblos y campaña sin población y arruinada su riqueza, sólo ofrecía á la vista un espectáculo desconsolador. Devemos [sic] á los cuidados y acertadas disposiciones del Sor Coronel Don Lucas Moreno que lo preside desde 1847, á su decidida protección y respecto[sic] á la propiedad y á los ciudadanos, haber escapado á la miseria que nos amagaba y conservar el escaso número de haciendas que hoy

308 J. E. A. Exp. 729. p. 303. (A.G.A–A. G. N.)

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son su principal riqueza y la esperanza de porvenir para nuestros arruinados hacendados”.309 La cría del lanar se ha estimulado por el ejemplo de algunos establecimientos, y lleva a que muchos “comprendan su beneficio por sus importantes resultados”. La agricultura es escasa y no alcanza para cubrir las necesidades de la población. Hacen falta nuevas tierras para ella, ya que el pastoreo la tiene cercada e impide su desarrollo. En Colonia, Carmelo y Nueva Palmira es pequeña el área destinada a los cultivos. Rosario posee extensas tierras libres. En opinión de los miembros de la Junta tan sólo es necesario “prohibir el pastoreo, población agrícola y los medios de establecerla y fomentarla”. Sus chacras se ofrecen fácilmente y la zona se encuentra entre dos puertos y ríos navegables, el Rosario y el Sauce. La protección de los montes del común es imperiosa. De ellos pueden extraerse maderas útiles y combustible, brindando un rubro de exportación para “nuestros buques de cabotaje”. La mejora de los puertos, la conclusión del Faro de Colonia, la compostura de los caminos, son otros elementos para el fomento del departamento que destaca el informe. Con respecto a la educación, desde 1847, debido a la gestión de Moreno, existen tres escuelas de varones y una de niñas. A ellas acudían más de 300 niños y alrededor de 100 niñas, contando con todos los útiles y con textos de la Constitución de la República. Los edificios sin embargo requieren reparaciones. Se debe regularizar, además, el pago de sueldos a los preceptores. Las familias en la campaña se encuentran en la pobreza. La única solución es darles solares o chacras para que se establezcan de forma sedentaria, adquiriendo así “hábitos de travajo [sic] de que carecen”. La Sociedad Agrícola de la Colonia propuso la introducción de labradores extranjeros, “cuyo ejemplo era necesario á la población nacional”.

309 J. E. A. Exp. 730. p.67. (A.G.A–A. G. N.)

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Para evitar el robo y el vicio se deben controlar y en lo posible suprimir las pulperías volantes y “toda clase de pulperías”. Ellas son la causa “del atraso […] de los Pueblos” del departamento, dado que son “teatro de desordenes y donde germinan los vicios que producen los crímenes[…] muy particularmente el abigeato tan común, que la impugnidad [sic] aumenta y hace fácil el estado de nuestras fortunas en los Departamentos como este dedicado al pastoreo”. Tampoco aportan al fisco el impuesto de patentes. El departamento cuenta con cinco templos para el servicio religioso, los cuales se encuentran sin concluir o en pésimo estado de conservación. En lo administrativo, funcionan dos parroquias, la de Colonia del Sacramento, que abarca la sección de Rosario, y la del Carmelo que engloba a Palmira. El número de sacerdotes para estas vastas extensiones resulta insuficiente. Los cementerios requieren asimismo reparaciones y mejoras. El estado sanitario, aunque tuvo algunas mejorías, es también deficiente. Falta un médico de policía y se carece de boticas. Esto hace que prolifere “la plaga de curanderos”. En cuanto a la seguridad ciudadana, tan sólo hubo un caso de asesinato. Sin embargo predomina el robo, especialmente el abigeato. La fuerza policial es insuficiente y hacen falta cárceles. La situación de los pueblos del departamento es variada. Colonia necesita derribar sus murallas para que la ciudad se expanda a los extramuros, además de asimilar su puerto al de Montevideo para su incentivo comercial. Rosario posee numerosas tierras que precisan ser pobladas. Muchas de sus chacras han sido destinadas al pastoreo, desplazando a la agricultura. La mayoría de los pobladores de chacras no tienen títulos. Los extensos montes del común están devastados, extrayéndose leña y carbón sin permiso, incluso por los marineros de los buques, cuando no tienen otra carga para conducir. En el pueblo se han solicitado solares para especular con ellos. En Carmelo, con una población de 2.000 habitantes, la guerra resintió las exportaciones de productos ganaderos,

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continuándose como único ramo el comercio de madera y leña. Muchos solares poseídos por un mismo individuo han sido causa, como en Rosario, de la especulación. La Junta informa, finalmente, que sus gestiones durante su primer año de instalada, han tenido como prioridad los trámites de devolución de las propiedades confiscadas en la guerra. 310

La fusión y los partidos A nivel político, los intentos de instaurar la fusión y la concordia entre los orientales chocan con el renacer de las divisas. Miembros de la clase alta como Luis Gil, vinculados a la Junta E. A. o integrantes de la misma, tratan de imponer los ideales de la política de fusión. La corporación municipal, postrada en la inacción por falta de personal y recursos, tiene roces y conflictos con el Jefe Político y la policía. Estos vaivenes van marcando el acontecer pueblerino de la década. Derribado el fusionista Giró por el partido conservador (de tendencias coloradas), a fines de 1853 se produjo una reacción liderada por Bernardo P. Berro. Esta reacción era dirigida contra Venancio Flores, amo de la situación. En diciembre de ese año, desde un barco, Berro le escribe a Lucas Moreno, ofreciéndole un nombramiento de Ministro de Guerra y la posibilidad de dirigir las operaciones al sur del Río Negro. Vencidas las tropas de Flores por Moreno, éste le escribe desde Carmelo el 29 de diciembre. “¡Por dios amigo! Salvemos el país, evitemos la guerra, agarrémonos de la Constitución. Alrededor de ella todos cabemos. Separados de ella todos nos vamos al abismo, y sepultamos en el á nuestros hijos y á nuestra Patria”. Moreno intenta un acuerdo, menciona que se deben olvidar las divisas para que no haya “más que Orientales”, y ofrece la mediación de los ciudadanos de Carmelo cura párroco don José Sancho, el coronel don Ignacio Barrios –tío del caudillo colorado– y 310 J. E. A. Exp. 730. pp. 66 a 92 (A.G.A–A. G. N.)

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don Isidoro Rodríguez. Todo es inútil. La revolución pronto es derrotada y sus líderes se exilian. Lucas Moreno pasa a Entre Ríos, lugar de sus afectos, en que había transcurrido gran parte de su vida.311 En 1858, luego de la “Hecatombe de Quinteros”, en la que se ejecutó al revolucionario colorado César Díaz, la Junta E.A. de Colonia recalcó sus profundos ideales fusionistas al presidente Gabriel A. Pereira. Lamenta sin embargo el renacimiento de los odios partidarios en el departamento, debido a las recientes elecciones, al reclutamiento para el servicio militar y a los sucesos políticos. Muchos ciudadanos, sólo por tener simpatías por la divisa de los revolucionarios, han sido vigilados y han debido ocultarse o emigrar.312 En 1852, por requerimientos de Plácido Laguna, se formaba en Carmelo una Comisión Auxiliar dependiente de la Junta E. A de Colonia,313 extendiéndose luego esta institución a Rosario y Nueva Palmira. Así, localidades como Carmelo y Rosario, que comenzarían por aquellos años su desarrollo económico y social, lograrían la autonomía administrativa, cortando con la precaria centralización que podía ejercerse desde Colonia. Estas comisiones, al igual que la Junta, padecerían altercados con el Jefe Político y los comisarios, en un forcejeo de poder por prerrogativas y jurisdicciones. Los jefes políticos eran nombrados por el Ejecutivo nacional y tenían el control de la fuerza pública. Las juntas eran elegidas directamente entre el vecindario, carecían de recursos y tenían una existencia y funcionamiento en muchos casos nominal. La recaudación de impuestos y su inversión constituyeron una de las facetas de este conflicto. El mismo derivó, incluso, en la aparición de “facciones”. 311 REYES ABADIE,,W, VAZQUEZ ROMERO, A., “Crónica General del Uruguay. Vol. 4. El Estado Oriental”, op. cit., p. 365. Archivo del Gral. Lucas Moreno. Caja 191. Carpetas 12 y 18 (A.G.N.) 312 J.E.A.1858 – 1860. Exp. 735. p. 14 y sig. (AGA – A.G.N.) 313 DUPRE, H., “Plácido Laguna y su época”, op. cit., pp.45 y 46.

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En 1854 en Rosario se habían formado dos bandos, uno partidario de la Comisión Auxiliar, presidida por José M. García, y otro partidario del comisario Marcelino Olivera. Por bando de 19 junio de ese año, arreglaron sus diferencias, imponiendo silencio y concordia a los vecinos.314 En setiembre de ese año el Jefe Político Felipe Arroyo, en una clara muestra de su perfil de caudillo popular, reprende a la Junta porque impide a la parda Pascuala Almeida la población de una chacra en el Real de San Carlos, argumentando que sus derechos no están deslindados. Aconseja a los curules que otorguen títulos de propiedad a los solicitantes –cuya lista remite– bien sea por su posesión, bien por su estado de pobreza. El mismo mes y año, la Junta protesta porque la fuerza policial registró algunas casas de vecinos sin orden del juez, violando el Art. 135 de la Constitución. Desde la Jefatura se responde “hallándose en el caso de no tener que dar esplicaciones [sic] de sus actos á ninguna autoridad inferior, sólo se limita por urbanidad a desmentir lo dcho por esa Junta” y que si bien se registró la casa de algunos vecinos por sospechas de abigeato, se contó con una orden de juez competente.315 A fines de 1860 la Comisión Auxiliar de Rosario remite una queja a la Junta por los desacatos y tropelías del comisario. El secretario de la Comisión, Felipe Latorre, había sido puesto en prisión luego de entregar la nota. Todo esto se producía por la ausencia del Jefe Político, y la Junta reflexionaba “el hecho que se denuncia [es] uno entre tantos avances de sus agentes subalternos”. Esto desprestigiaba a la justicia y hacía que en la “población ignorante” se relajen los respetos a la autoridad.316 Como puede comprobarse, los agentes policiales actuaban como un “clan” cerrado, en consorcio, protegiéndose entre ellos

314 BARCON OLESA, J., op. cit., p. 47. 315 J.E.A.1854. Exp. 731. p. 396 y 454 (AGA – A.G.N.) 316 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. pp. 294 – 295 (AGA – A.G.N.)

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de los ajenos. Los miembros de las clases altas e ilustradas, que se encontraban integrando las juntas y comisiones, veían con temor estos abusos, ya que ellos podían alentar el desacato de los sectores populares. Los pueblos se dividían así entre la influencia de la Junta o de la Jefatura. Pero como era costumbre –y según trasciende de los papeles de la Junta E. A– el “caballo del comisario” siempre ganaba.

Pastoreo y agricultura “Desde 1852 comprendió la Junta cuanto importaba al Depto el desarrollo de la Agricultura reducida como permanece a los terrenos del común de los Pueblos. Que para conseguirlo era necesario formalizar una mensura de esos terrenos, regularizar su distribución y establecer reglas para reducir su inversión a la labranza, extirpando de ellos el pastoreo. […] La Agricultura sin embargo progresa en sus estrechos límites, pero confía la Junta que ese progreso sea más rápido desde que cada labrador esté cierto y seguro de la tierra que ocupa, pudiendo guardarla de los daños […] El desarrollo del Pastoreo es prodigioso en el Dep to debido á la dedicación y economía de nuestros hacendados y á la introducción de crecidos capitales, origen de muchos grandes Establecimientos criadores”. (30 diciembre 1858, 9ª sesión de la Junta E.A.)317 Durante la década de 1850 tratan de delimitarse el ejido y la zona de chacras en los pueblos, siendo esta mensura particularmente efectiva en Nueva Palmira. En Colonia el ejido se encuentra reducido, dado que se vendieron algunas fracciones como campos de pastoreo.318 En Rosario, en 1854, se denuncia que algunos vecinos abandonaron sus chacras para poblar en otro lugar, sin renunciar al derecho sobre las mismas y acumulando hasta tres suertes de cha317 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. p. 65 y sig. (AGA – A.G.N.) 318 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. p.115. (AGA – A.G.N.)

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cra. Este abuso puede generar un “monopolio” de chacras en pocas manos. La “plétora” de tierras que se vivía en Rosario –en contraposición a Carmelo o Colonia– hacía muy difícil extirpar estos manejos.319 Después de 1851 la Junta recibió varias propuestas de colonización. Se solicitaron, por ejemplo, dos leguas en el ejido de la villa de Rosario. No obstante, ninguna prosperó. A partir de 1854 el precio de la tierra comenzó a aumentar.320 La disponibilidad de tierras en la zona este y el aumento de su valor, como antes se mencionó hizo que algunos grandes propietarios –Quevedo, Ramírez y Doroteo García– hayan estimulado la colonización valdense y suiza, para sacarle jugo a esa situación.321 En 1858 la Junta informa en sesión que familias pobres de la campaña ocupan campos privados. Muchas han comenzado a replegarse a los ejidos de los pueblos, debido al aumento de la producción ganadera y a la expulsión por “dueños extraños al país” que “quieren sus propiedades libres de intrusos”. Algunos que ocupan tierras públicas, al no poder adquirirlas, vienen a los pueblos solicitando una chacra o solar, “cambiando sus hábitos e industrias”.322 El pequeño ganadero sin recursos se convertía así en un agricultor o en un desheredado.

Ausencia de créditos La carencia de moneda metálica menor motivó la aparición de empresas de crédito en Colonia y Carmelo, autorizadas por el Jefe Político Plácido Laguna. El radio de las empresas no pasaba de aquellos poblados, habiendo falta de cambios en todo el depar319 J.E.A.1854.Exp.731.p.112 (AGA – A.G.N.) 320 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. p. 65 y sig. (AGA – A.G.N.) 321 RODRÍGUEZ VILLAMIL, S., SAPRIZA, G., “La Inmigración europea en el Uruguay. Los Italianos”, Montevideo, E.B.O., 1983, p. 112 y sig. MOREIRA, O., “Y nació un pueblo: Nueva Helvecia”, op. cit., p. 28. GEYMONAT, R., op. cit., p.61 y sig. 322 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. p. 65 y sig. (A.G.A–A.G.N.)

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tamento, padeciendo especialmente los pequeños agricultores y comerciantes. La Junta propuso en 1858 que se unieran ambas sociedades de cambio, tratando de procurarse la concurrencia del comercio y los hacendados. De no hacerlo, la Junta pensaba suprimir ambas empresas, trayendo una sucursal del Banco Comercial. En 1859 la Sociedad Porvenir realiza una solicitud al Jefe Político para el establecimiento de una caja de cambios departamental. Para ese año ya se encuentra una sociedad emitiendo billetes.323 La expansión de la campaña, especialmente en el sector agrícola, se veía frenada por la falta de crédito y dinero circulante. La inversión productiva y los medios de consolidar un mercado interno de consumo (con perfiles capitalistas) quedaban librados a la iniciativa personal o a las bonanzas coyunturales que venían del exterior. El cambio de una economía tradicional basada en el trueque –especialmente en el medio rural– a otra de tipo monetario se mostraba dificultoso.

Educación y templos La educación pública sostenida por la Junta, y las iglesias y el servicio religioso, padecieron la miseria de esa década y fueron testigos de los intentos de recuperación. Como se destacó anteriormente, ambos eran medios para asegurar el orden social, para encuadrar y dirigir los hábitos de una sociedad “incivilizada”. Así lo entendieron los grupos ilustrados de la Junta, tratando de dar respuesta a los clamores del vecindario. Las escuelas carecían de locales apropiados y sus preceptores percibían los sueldos con retraso. En 1854 la maestra de la escuela de niñas de Colonia Camila Tardáguila se queja a la corporación municipal porque hace cinco meses que no se abona el

323 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. pp.5-6 y 374 (A.G.A – A.G.N.).DUPRÉ, H., “Plácido Laguna y su época”, op. cit., pp. 67. Algunos de estos billetes se encuentran en exhibición en el Museo Municipal “B. Rebuffo” de Colonia.

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alquiler de la casa destinada a escuela. El mismo año, José de Prendez, preceptor de la escuela de Rosario, reclama a la Junta haberes impagos. Afirma estar sosteniendo la escuela por su cuenta, comprometiendo con esto el alimento de su familia, su crédito y su magra fortuna. En marzo de 1854 la Jefatura destinó para las escuelas 45 pesos y 480 reis, del importe de 80 pasaportes y 72 guías expedidas.324 El presupuesto de diciembre de 1858 de la Junta E. A. fue de 424 pesos, dedicándose casi en su totalidad a los gastos de instrucción, abonándose 60 pesos per cápita a los preceptores de Colonia, Rosario, Carmelo y Palmira.325 La educación tampoco estuvo libre de los “vientos políticos”. Cuando en setiembre de 1854 el presidente Venancio Flores realizó una visita a Rosario, suspendió en sus funciones al preceptor de la escuela pública José de Prendez y nombró en su lugar a Santiago Torres. Cabe recordar que Prendez había combatido con divisa blanca en la Guerra Grande. La Comisión Auxiliar protestó por este hecho y alegó que el retiro de Prendez fue debido a “algún falso informe de algún enemigo oculto dado al Sr. Presidente de la República”. Mencionó además que Torres era un individuo incapaz y falto de moral. Sabido esto por Santiago Torres, acusó a la corporación municipal rosarina de ser “una comisión de partido”, afirmando que “un miembro de ella devía [sic] ser desterrado”. Conocido este insulto por la Comisión, ésta llevó el asunto a la justicia y Torres tuvo que retractarse.326 Los templos en el departamento estaban inconclusos, en mal estado o necesitados de reformas. En 1854 se consulta al gobierno para reformar la iglesia de Carmelo. El mismo año se informa que no se ha cumplido el compromiso de contratación para terminar el templo de Nueva Palmira. Al no habérsele puesto argamasa

324 J.E.A.1854. Exp. 731. pp.5-6,24, 32. (AGA–A.G.N.) 325 J.E.A.1858 – 1860. Exp. 735. p. 94 (AGA–A.G.N.) 326 J.E.A.1854. Exp. 731. pp.439,451,464,475,497 (AGA–A.G.N.)

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en la bóveda y luego de una lluvia intensa, amenazaba con “desplomarse en este invierno”.327 En 1860, luego de muchos años de reclamo, se logrará erigir en Parroquia la villa del Rosario, separándola de la de Colonia, colocando a su frente al presbítero don Carlos Costanilla.328 Esta descentralización religiosa llevaba a mejorar el servicio, sin eliminar del todo la precariedad del mismo. Si los sacerdotes estaban encargados de “moralizar” a la población, ellos mismos también tenían que “moralizarse”. En mayo de 1858 la Junta se queja porque la casa del curato en Colonia, especialmente edificada para albergar al cura, está siendo usada para alojar a una familia, “lo que es causa de murmuraciones públicas”. La Junta exige que se desaloje a esa familia para guardar “su decoro y los respectos [sic] devidos al Templo”.329

Los cementerios Este intento de “civilizar” los hábitos también llegó a la muerte. Desde los pueblos se demanda reflotar la Fábrica de la Iglesia para recaudar fondos para mejorar los cementerios. En setiembre de 1854 la Comisión Auxiliar de Rosario es informada de que debe administrar el cementerio, atendiendo a la recaudación de sus rentas e inversión. Al mes siguiente se plantea la necesidad de ampliar el cementerio, ya que al abrir nuevas sepulturas “se encuentran restos de otros finados sin disecar”.330 En 1858 la misma Comisión afirma: “se juzga generalmente de la cultura y civilización de un Pueblo por el grado de respecto [sic] y veneración que tributa á los restos funerarios de sus antepasados”.331 Y

327 J.E.A.1854. Exp. 731. pp.41,130 (A.G.A–A.G.N.) 328 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. p. 405 (A.G.A–A.G.N.) 329 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. pp. 13-14 (A.G.A–A.G.N.) 330 J.E.A.1854. Exp. 731. pp. 437,465 (A.G.A–A.G.N.) 331 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. pp. 116 (A.G.A–A.G.N.)

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por eso los camposantos debían presentarse en el mejor estado posible. La Junta E. A argumenta que el cementerio de Colonia “arroja una idea muy poco favorable de la cultura de esta población” y por eso se propone construir uno nuevo en base a suscripción popular, iniciándose el mismo en 1858.332

Doctores y curanderos Esta visión “iluminista” de la sociedad que tendía a separar superstición y ciencia se hace sentir, en el terreno de la salud, en la polémica que se establece entre médicos y curanderos. En mayo de 1854 José de Prendez, miembro de la Comisión Auxiliar de Rosario, expone que recibió una representación de “varios vecinos y no vecinos” solicitando al Jefe Político se le permita a un forastero que ha llegado al pueblo realizar libremente curaciones “haciendo milagros con señales de cruces y agua vendita [sic]”. Los interesados sostenían que en Rosario no había facultativos, lo que Prendez dice ser una mentira. Avanzado mayo se pide al Jefe Político que prohíba ejercer curas a ese “hombre advenedizo”. Desde hacía dos o tres años se habían instalado facultativos “en medicina racional”, cuyos conocimientos teórico-prácticos “no heran [sic] problemáticos”. La permanencia de este hombre “espulsado [sic] de otros Departamentos” hacía temer que se perdiesen los médicos. Dado que el curandero seguía ejerciendo su arte, pese a órdenes en contrario, se le exigía al Jefe Político se lo sometiera al examen de un cuerpo de facultativos. De esta forma, afirmaba el vocal de la Comisión “nos libraríamos de caer en manos de un atrevido q e a trueque de nuestra plata nos esponga á presipitarnos prematuramte en el sepulcro [sic]”.333

332 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. p. 7 (A.G.A–A.G.N.) 333 J.E.A.1854. Exp. 731. pp. 132,184 (A.G.A–A.G.N.)

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El censo de 1854 El censo del departamento llevado a cabo a fines de 1854 por el Jefe Político Felipe Arroyo arroja datos que delatan cierto crecimiento y a la par una retracción. La población en Colonia, Rosario, Carmelo y Nueva Palmira llega a los 7.545 habitantes, y en todo el departamento a 11.206. Los extranjeros son 1.240 en el medio urbano. Existen 98 comercios, pero todos son al menudeo. También se cuentan 15 edificios públicos, 3 saladeros, 6 panaderías, 13 carpinterías, 4 herrerías, 4 sastrerías, 1 jabonería, 5 cafés y billares, 4 confiterías, 2 boticas, ninguna sombrerería, 1 velería, 13 zapaterías, 1 fonda, 1 hojalatería, 1 platería, 28 quintas de verduras y 13 hornos de ladrillos. En la campaña se contabilizan 3.525 habitantes. Hay 474 establecimientos de pastoreo y 96.968 vacunos (2.100 alzados). Se registraron asimismo 46.753 ovejas del país y apenas 6.654 merinas. 334

La Junta y el progreso del Departamento La Junta E. A. por disposiciones de la Constitución debía velar por el desarrollo del departamento. Pudo cumplir este cometido con altibajos. Cuando se elige a la octava junta en 1858, la saliente informa que no pudo realizar trabajo alguno pues sus integrantes no residían en el departamento, estaban siempre ausentes “y ni se cuidaron del cargo”.335 Otros miembros, sin embargo, bogaron por el avance departamental. Luis Gil, fusionista y perteneciente a los grupos “ilustrados”, fue secretario de la Junta de 1852 a 1854 y presidente de la misma de 1858 a 1860. A través de estas dos funciones le imprimió su propio sello ideológico. Quien lee las actas de esos años, no puede dejar de percibir su impronta. Una de sus principales preocupaciones en relación con Colonia

334 Ministerio de Gobierno (octubre 1854). Caja 1031 (AGA–A.G.N.) 335 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. pp. 1-2 (AGA–A.G.N.)

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del Sacramento fue la demolición de las murallas. En 1854 escribe a pedido de la corporación municipal una crónica histórica de la ciudad desde sus orígenes hasta la actualidad. Allí se señala el papel que jugó la muralla, constituyéndose en un obstáculo para el progreso. “Tal es, hasta el presente, la historia sangrienta de la desgraciada ciudad del Sacramento desde su fundación. Ella nos denuncia el origen de todos sus males en las fortificaciones que la cercan. Desaparezcan sus muros y la ciudad del Sacramento con su población pacífica, comercial e industriosa, dejando de temer la guerra se extenderá y favorecida por su excelente Puerto y posición geográfica, llegará a rivalizar con las dos Capitales del Río de la Plata.”336 En agosto de 1859 el presidente G. A. Pereira se hará eco de estos postulados y mandará demoler la muralla.337 Paralelamente se pensó mensurar los propios y ejido de la ciudad, trazando una plaza pública sobre la iglesia, abriendo caminos para Rosario y Carmelo, además de crear la Villa de Palermo “en sustitución del extinguido Real de San Carlos”. Para esto se comisionó al agrimensor Víctor Delort.338 Así comenzará a delinearse la “nueva ciudad” en los extramuros. Otros temas que preocuparon a la Junta fueron el comercio y la colonización agrícola. En 1854 se escucharon las ofertas de la Sociedad Nacional de la Colonia. Ésta proponía construir una farola y un muelle, demoler las murallas de Colonia y estimular la colonización agrícola europea. Se comisionaba a Estevan Nin como enviado especial y se ofrecía a los vecinos de los pueblos la posibilidad de ser accionistas. Todo se hacía con el único fin de darle 336 J. E. A. Exp. 731, p. 508 a 518. (AGA–A.G.N). El informe fue publicado por Azarola Gil, nieto de Luis Gil, en su libro “La epopeya de Manuel Lobo”, op. cit. Hay diferencias en este pasaje entre el manuscrito de la junta y la versión de Azarola Gil. La frase: “Ella nos denuncia el origen de todos sus males...” no existe en la versión de la junta. El texto de Azarola Gil dice: “Desaparezcan sus ruinas”, y en el de la junta se estampa: “sus muros”. Se ha preferido, en este caso, hacer una síntesis de ambos textos. 337 J.E.A.1858 – 1860. Exp. 735. pp. 135 (A.G.A–A.G.N.) 338 J.E.A.1858 – 1860. Exp. 735. pp. 121 -123 (A.G.A–A.G.N.)

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impulso “á ese Departamento sumido en la postración”.339 La propuesta quedó en nada. En enero de 1855 la Sociedad Porvenir de la Colonia gana la concesión ante el gobierno para concluir con las obras del faro. La sociedad estaba representada por Miguel Repetto, Antonio Lapreste, José San Juan y Eduardo Bertrán y compuesta por 27 vecinos de Colonia.340 Como se ve, algunos eran italianos instalados con propiedad desde la década de 1840. En noviembre de 1860 se le pagan 1.115 pesos a doña Prudencia Quintana por el terreno expropiado que ocupa la torre del faro, concluyendo con un litigio que venía desde 1854.341 En 1860 la Junta saluda la iniciativa de la Sociedad Nacional de la Villa del Rosario –que iba a comprar y colonizar tierras del común– por propender al progreso y porvenir de la villa.342 A fines de 1858 se informa al gobierno sobre el mal estado de las vías públicas343 y la falta de empedrado y alumbrado en los pueblos. En 1859 se establece el alumbrado público en Colonia y se intenta subvencionar un servicio de diligencias con Montevideo. Al año la Junta propone fundar una biblioteca y un museo municipales.344 Algunas de estas inquietudes no llegarán a concretarse hasta pasados varios años o décadas.

339 J.E.A.1854. Exp. 731. p. 484 (A.G.A – A.G.N.) 340 VARESE, J. A., “Faros del Uruguay”, Montevideo, Torre del Vigía, 2005, p. 235. 341 J.E.A.1858 – 1860. Exp. 735. p. 403. J.E.A.1854. Exp. 731. p. 115 (AGA – A.G.N.) 342 J.E.A.1858 – 1860. Exp. 735. p. 264, 397 (AGA – A.G.N.) 343 En 1858 quedó concluido el puente de Jaime Castells sobre el arroyo Víboras. Al mismo, representante de la sociedad Progreso se lo había autorizado a cobrar derechos de peaje. Dado que el estado no podía hacerse cargo de estas costosas obras se las confiaba así, a particulares. Los hermanos Castells también instalaron un molino hidráulico (con una capacidad de molienda diaria de 30 a 35 fanegas) aprovechando el salto de agua del arroyo. (DUPRÉ, H., “Plácido Laguna y su época”, op. cit., pp. 62-63.) 344 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. pp. 71, 371, 397. Ministerio de Gobierno. Caja 1104 (AGA – A.G.N.)

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Situación en 1860 Al finalizar 1860 la Junta realiza un balance de su gestión, que se constituye en un indicador de la situación del departamento al concluir la década. La Colonia del Sacramento ha sido víctima de muchos años de abandono, siendo su vecindario alimentado tanto con “ilusorias como doradas esperanzas”, padeciendo a su vez el egoísmo del interés privado. Nueva Palmira logró regular la distribución de sus tierras incentivando la agricultura. En Carmelo la agricultura brinda empleo a dos molinos de agua, exportándose granos y harina. Rosario, como Colonia, no pudo proceder a una distribución adecuada de las tierras del común, lo que constituye un freno para su desarrollo. Los edificios de las escuelas y los cinco templos del departamento continúan en estado ruinoso o inconcluso.345 El censo de 1860 levantado por el Jefe Político Lucas Moreno revela una población de 12.569 habitantes. De los mismos 9.544 son nacionales y 3.025 extranjeros (lo que equivale a un 24%). Se contabilizan 551 españoles, 638 italianos, 474 franceses, 177 ingleses y 131 alemanes.346

345 J.E.A.1858-1860. Exp. 735. p. 303 y sig. (A.G.A–A.G.N.) 346 J.E.A. 1860. Exp. 737. p. 420 (A.G.A–A.G.N.)

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CAPÍTULO XII

LA INCIPIENTE “MODERNIZACIÓN”

E

n 1871 las montoneras blancas del caudillo Timoteo Aparicio chocan en Manantiales con las tropas gubernistas, en una acción sumamente destructiva para la riqueza agropecuaria de la zona. Esta sería la última manifestación de la “guerra gaucha” que viviría el departamento. La vida económica y social estaba cambiando por la influencia de la inmigración y las nuevas formas de explotación, las cuales ya pautaban los esbozos de la modernización. Desde la década de 1860 algunos ingleses comprarán campos pagando hasta 6 mil pesos la suerte de estancia, introduciendo 100 mil lanares desde la Argentina.347 Entre 1860 y 1864, los hermanos ingleses Drabble adquieren estancias por la zona de La Estanzuela, San Pedro y Miguelete, dando origen a la firma The River Plate Company Limited. Dedicados a la cría del ovino, importan ejemplares Ramboillet, Negrete, Cotswal, Lincol y Shorosphire. En las exposiciones laneras de Londres en 1862 y París en 1867, resultan premiados. En 1883 se instalaron con una fábrica de carnes congeladas en el Real de San

347 DUPRÉ, H., “Plácido Laguna y su época”, op. cit., p. 67.

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Carlos, exportando a Argentina, Brasil y Cuba (durante el gobierno de Santos se trasladaron a Campana, en la Argentina).348 En 1889 ofrecen en arrendamiento, dentro de sus estancias, terrenos alambrados para agricultura.349 Cristian Lahusen adquiere en 1854 en San Juan algunas fracciones de campo. Allí introduce en 1862 ejemplares ovinos Negrete, propiciando en 1868 la radicación de colonos alemanes.350 En San Luis, se instaló en 1874 Robert Simson, dedicándose a la agricultura y luego a la ganadería (teniendo vacunos Hereford y ovejas).351 Estos núcleos de extranjeros (especialmente ingleses) se dedicaron a la cría de ovinos y a la agricultura, arrendando sus tierras ante el aumento de precio de las mismas. Durante esos años crece el stock ovino en el país y el departamento. En la campaña uruguaya se pasa de 3 millones a fines de la década de 1850 a 16 millones al concluir la siguiente, alcanzando los 20 millones en los años 80 (pese a algunos altibajos, el número de bovinos se mantiene en los 8 millones). En el departamento el aumento va de un 12% en 1860 (englobado en el 61% de ovinos, dentro del total de las existencias ganaderas en el país), a un 16% en 1873 (un 80% representaban los ovinos en ese momento a nivel nacional).352 En 1886 se llega a un millón y medio.

348 DUPRÉ, H.,“Historia del Departamento de Colonia”, op. cit., p. 195; ARTIGAS MARIÑO, H., “La aventura del Real de San Carlos”, op. cit., pp. 16-17. (Por más datos sobre los Drabble ver: WINN, P., “Inglaterra y La Tierra Purpúrea”, op. cit., pp. 130 – 131). 349 “El Uruguayo”, A.I, 1889. (B.N.) 350 DUPRÉ, H.,“Historia del Departamento de Colonia”, op. cit., p. 196. BERETTA CURI, A., “En los orígenes y temprana historia de un establecimiento modelo”, AA.VV, “Los Cerros de San Juan. 150 años de historia uruguaya”, Coordinación Estela de Frutos, Montevideo, Ediciones Trilce, 2005, p. 21 y sig. 351 BARCON OLESA, J., op. cit., p. 231. 352 BARRÁN, J. P., NAHUM, B., op. cit., p. 56. Idem, Tomo II. Apéndice, E. B. O. 1971.

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También crece el número de animales mestizos: de un 1,9% en 1852 a un 64% en 1859.353 Este “boom” del lanar, tanto benefició al gran estanciero –caso de los Drabble– como al mediano y pequeño, haciendo que numerosos criollos se volcaran a su cría. Si el mediano y pequeño hacendado con ganados pero sin tierras había podido sobrevivir hasta la Guerra Grande, esta situación se tornará cada vez más complicada al regularizarse la demarcación de las mismas (consolidada luego con el alambrado). El pequeño propietario criollo, a la larga, debió contentarse tan sólo con sus tierras, y criar ovejas, más rendidoras en pequeñas superficies. Numerosos inmigrantes sin recursos tuvieron también en el ovino una alternativa económica, pero en su mayoría estos recién llegados se dedicaron a la agricultura. La Sociedad Agrícola del Rosario Oriental con Doroteo García a la cabeza, propició en 1858 la fundación de La Paz con inmigrantes piamonteses. En 1861, la Sociedad de Basilea Siegrist y Fender estableció una colonia suiza. Estas colonias –especialmente la valdense– pronto se expandieron por el departamento. Algunos acumularon fortunas, como los suizos que comenzaron con la industria quesera en 1870. Aunque su norma fue la neutralidad, personajes como el mayor Bion se plegaron a la revolución de Venancio Flores en 1863, contraviniendo las normas de las autoridades de Nueva Helvecia. Al notar que la producción cerealera era poco rendidora en el minifundio, los colonos se inclinaron a los productos de granja y a la lechería, con un mercado seguro en Montevideo, diversificando así sus explotaciones.

353 DOTTA, M., FREIRE, D., RODRÍGUEZ, N., op. cit., p. 61.

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Con todo, lo producción agrícola se incrementó. De 7.211 fanegas de trigo cosechadas en 1857 se pasó a 85.000 fanegas de trigo y maíz en 1877.354 La gran estancia ovejera y las colonias agrícolas constituirán el nuevo panorama de esas décadas. En 1876, como un simbólico choque entre el país “tradicional” y el “moderno”, la empresa colonizadora La Cosmopolita ayudada por el brazo del estado, arroja a pobladores criollos (tratados de “malhechores”) del Rincón de la Virgen, para vender esas tierras fraccionadas a los agricultores valdenses.355 Un artículo aparecido en “La Libertad” en 1884, resume bien la tónica de esos nuevos tiempos. El cronista se propone comentar los adelantos del departamento en el camino “del progreso y la civilización”, en un siglo en que se han desarrollado de forma vertiginosa “el espíritu y la inteligencia humana”. El departamento que para 1878 contaba con una población de 27 mil habitantes, ha crecido en 1883 en un 67%. “Proporción verdaderamente asombrosa –comenta el periodista– si se tiene en cuenta que es cálculo universalmente aceptado que cada 20 años se duplica la población de países nuevos, siempre que no pasen, como es natural, por épocas anormales de guerras ó epidemias.” También ha aumentado la ganadería, “siendo muchísimos nuestros establecimientos que cuentan numerosas crías de raza, para el refinamiento que han empezado con todo éxito, obteniendo elevados precios”. La agricultura es otro sector que ha crecido, dado que “nuestro Departamento se presenta hoy con varias colonias prósperas y florecientes, y con cosechas abundantes como quizá ningún año y que [han] despertado un verdadero entusiasmo y movimiento en

354 GEYMONAT, R., op. cit., p. 83. 355 DUPRÉ, H.,“Historia del Departamento de Colonia”, op. cit., p. 144; BARCON OLESA, J., op. cit., p. 72 y sig.

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sus habitantes hasta encarecer de tal manera el precio de la tierra que puede decirse se ha duplicado de dos años atrás”. Una nueva colonia se delinea en la Barra del Sauce, y en el paraje Artilleros se han trazado y dividido 600 chacras en 1883. Se han construido en el año (1883) 400 casas, y se han establecido numerosas industrias: 3 cervecerías, 4 curtiembres, 4 molinos a vapor, 1 fábrica de alfarería, 4 canteras de piedras y adoquines, etc. Se informa asimismo de la instalación de una empresa industrializadora de carnes por los Drabble en el Real de San Carlos: “Haremos mención de la gran fábrica de conservación de carnes por el sistema de congelación q’ una fuerte compañía inglesa empezó á construir el año pasado á poca distancia de esta ciudad y que en breve estará terminada. Este vasto establecimiento que carneará por ahora de 200 á 300 animales lanares diarios, producirá un movimiento activísimo, en el valor de nuestras haciendas, á la vez que ocupará numerosos brazos dando así una actividad que no esperaba por cierto nuestra clase obrera”. El número de niños y niñas que asisten a la escuela aumentó en un 30% en relación con 1882. “La mayor actividad y dedicación al trabajo por la población, ha disminuido, como consecuencia lógica el movimiento de nuestras cárceles, habiendo llegado á 452 el número de individuos que por diversas causas han tenido entrada á la Policía, en el año en todo el Departamento.” La propiedad rural ha aumentado de valor en un 50% de uno a otro año, “y la demanda por campos es grande, no habiendo quienes quieran enajenar”. El periodista concluye su artículo haciendo votos “por que se persevere en seguir por este camino que es el único que conduce al engrandecimiento y felicidad de la Nación, dando al pueblo lo que siempre pide: Paz y trabajo”.356

356 “La Libertad”, A. II, Nº 22, Colonia, enero 12, 1884, p. 1. (B.N.)

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Conclusiones El departamento de Colonia en los años anteriores a la guerra, al no estar consolidado el estado-nación uruguayo, participaba aún de los vínculos regionales (incrementados por los exiliados del régimen de Rosas), y había comenzado a abrirse a los influjos de la inmigración europea. La sociedad de 1830, integrada por el patriciado, los agricultores –grupo ya reducido por la competencia con los estancieros– y un escaso número de “hombres sueltos”, lentamente se iba transformando por la inserción de estos inmigrantes, dedicados al tráfico comercial y en menor medida a las actividades rurales. Estos extranjeros, de origen inglés, francés y español principalmente, figuran en el censo de 1836, y se integran con facilidad a esa sociedad. La Guerra Grande, en cierta medida, cortó este avance, creando una situación de desconfianza y temor hacia el extranjero, que pasó a ser el intruso y el invasor. Aun así, Lucas Moreno, Comandante del departamento desde 1847, tendrá vínculos con franceses e incluso propondrá la inmigración alemana para fundar colonias agrícolas. Aunque se ataca a la propiedad y a las personas de los extranjeros durante la guerra, éstos no se resienten del todo en su influjo y posición en la zona. Los patricios pierden peso económico durante la Guerra Grande por el choque de los bandos. Algunos, como Isidoro Rodríguez, son expropiados, y al concluir la guerra, aunque recuperan sus tierras, deben venderlas, al quedar arruinadas sus fortunas. El conflicto entre ocupantes y propietarios volvía a ganar calor al influjo de la guerra. Algunos trámites de desalojo son frenados. Muchos ocupantes con títulos precarios conservan sus tierras al plegarse al partido blanco. Los soldados de Oribe son premiados con tierras y ganados; propiedades pequeñas y alrededor de 200 vacunos per cápita.

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Pacificado el departamento por la administración de Moreno a partir de 1848, estos donatarios habrían podido afianzar su propiedad y aumentar el stock ganadero (llegando a poseer con el paso del tiempo de 1.000 a 2.000 animales, cifra alta en esta zona, donde tan sólo existían tres estancias con más de 10.000 animales). Pero al firmarse la paz de 1851, estos donatarios tuvieron que devolver las tierras, y a duras penas pudieron algunos conservar el ganado. A partir de entonces, los poseedores de animales carentes de tierras verán cada vez más dificultada la conservación de aquéllos. El caos territorial que venía desde los tiempos de la colonia, empezará de esta forma a solucionarse, para beneficio de los nuevos hacendados, especuladores y empresas colonizadoras. La ruina de poblaciones agrícolas como Víboras (destruida por Rivera en 1846) o el Real de San Carlos (incendiado en 1845 durante el asalto de Garibaldi), la desaparición de una clase media de ganaderos que tal vez quiso prohijar la gestión de Lucas Moreno, y la ruina de la clase patricia en la tenencia territorial (familias como los Laguna o De la Quintana ven mermadas sus fortunas; otros, como Isidoro Rodríguez, venden una parte de sus campos a extranjeros) es la consecuencia más palpable de la guerra. En el marco de la mentalidad colectiva, la guerra confirmó y consolidó ciertas adhesiones, como el culto al coraje y las solidaridades entre iguales, como así también una relación directa con la divinidad, dada en la religiosidad popular. Así, los usos y hábitos mentales se mostraban más constantes y difíciles de desarraigar por las nuevas prácticas sociales y económicas, especialmente en los sectores populares. En el paisaje posterior a 1851, el patriciado sigue dominando la vida política y en algunos casos económica, pero en este último rubro se ve desplazado por un fuerte grupo de estancieros y comerciantes extranjeros. Es la época en que los Drabble y los Bell se instalan con “estancias-empresas” y hacen triunfar el “boom” del lanar. La aparición de las colonias agrícolas hace que a la vez surja una clase media de artesanos y pequeños comer-

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ciantes urbanos –al aumentar la demografía, la producción y el consumo– que dinamizan la vida económica de poblaciones como Carmelo y Rosario. La Guerra Grande al propiciar la lucha entre los miembros del patriciado, y entre propietarios y ocupantes, sirvió como acelerador del proceso que paulatinamente iba transformando a la sociedad “tradicional”, al desarticularla y así crear una situación más apta para la recepción de los patrones capitalistas mundiales. Si bien el partido blanco, en su posesión de la campaña, trató de conservar las prerrogativas del sector patricio, y de ocupantes y agricultores, su gestión no se dio en profundidad y tuvo que acoplarse, muchas veces, a los requisitos de la coyuntura. Al finalizar la guerra, miembros del patriciado adeptos al partido blanco, como Lucas Moreno y Plácido Laguna, promovieron la creación de colonias agrícolas de inmigrantes (vistas como una forma de “civilizar” la campaña, y en última instancia no reñidas con el latifundio ganadero), confirmando la nueva estructuración económica y social del país.

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FICHAS

BIOGRÁFICAS357

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n estas reseñas no se ha incluido a personajes famosos en la historia nacional e internacional (Rivera, Oribe, Rosas, Garibaldi, etc.), sino a otros menos conocidos, especialmente del ambiente departamental. Otras síntesis biográficas de personas más estrechamente vinculadas a la historia local se encuentran en el conjunto del texto o en sus notas.

Medina, Anacleto (1788-1871) Nacido en el pueblo de Las Víboras, su padre fue el santiagueño Bernardo Medina y su madre –según se afirma– una india. Se sumó a la Revolución Oriental, y combatió luego bajo las órdenes del caudillo entrerriano Francisco Ramírez. Después de ser derrotado y muerto este último por Estanislao López, le salvó la vida a Delfina Menchaca (amante de Ramírez), huyendo a través del Chaco.

357 AZAROLA GIL, L.E., “Azarola Crónica del linaje”, Madrid, Ed. Gráficas Reunidas, 1929. DUPRÉ, H., “Plácido Laguna y su época”, 2da. ed, Carmelo, 1989. FERNÁNDEZ SALDAÑA, J.M., “Diccionario Uruguayo de Biografías 1810 – 1940”, Amerindia, 1945.FROGONI, J., “Anacleto Medina: Personaje olvidado de nuestra historia”, “Vértice”, A.V., Nº 53, N.Palmira, mayo 2004, pp. 20-21. MORENO, E. “Aspectos de la Guerra Grande...”, Barreiro y Ramos, 1925. VADELL, N.A., “Don Isidoro Rodríguez Rasgos Biográficos del Meritorio Ciudadano”, N. Spinelli, 1930.

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Combatió en Chile, y luego regresó a suelo oriental para participar en la batalla de Ituzaingó. Acompañó a Juan Lavalle en las guerras civiles de la Argentina, ganando fama de lancero. Regresado al Uruguay, fue destinado a la Comandancia del litoral, en 1833, bajo las órdenes de Julián Laguna. En 1836 apoyó la revolución del caudillo Fructuoso Rivera, empezando a militar con la divisa colorada. En su nuevo puesto de presidente, don Frutos lo promovió a brigadier general Jefe del Estado Mayor, interviniendo en la batalla de Cagancha (1839). Se mantuvo durante la Guerra Grande al servicio del Gobierno de la Defensa, teniendo destacada actuación junto a Venancio Flores en el departamento de Colonia. Comandante en Jefe del ejército en 1855, le tocó participar durante la presidencia de Gabriel A. Pereira en la tristemente célebre “Hecatombe de Quinteros”, ejecutando a César Díaz y otros miembros del partido conservador colorado. De ahí en más los colorados no le perdonarían esta traición. Defendió al gobierno durante la invasión de Flores en 1863, pero Berro, suspicaz por su antigua militancia colorada, lo retiró del mando. Emigrado a la Argentina y en medio de estrecheces económicas, volvió al país con 82 años y se sumó a la Revolución de las Lanzas que comandaba el caudillo blanco Timoteo Aparicio. Así encontró la muerte en la batalla de Manantiales, siendo lanceado hasta morir por sus viejos compañeros de partido, quienes luego vejaron su cuerpo.

Rodríguez, Isidoro (1791-1869) En 1817 es designado Alcalde Ordinario del pueblo de Las Víboras. En 1821 desempeña el cargo de Alcalde de la Santa Hermandad (autoridad dependiente del Cabildo, y que entendía en los crímenes o delitos que se cometían en campaña). Luego de hallarse entre los electores para diputados y senadores para la Asamblea Legislativa del Imperio, en 1824, se pliega al año a la Cruzada Libertadora. Logra el cargo de Sargento de la Guarnición de las Vacas. A fines de 1825 se lo nombra Juez de Las Víboras.

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En 1831 pasa a ocupar la jefatura política del departamento, siendo el primer Jefe Político de Colonia; dos años después es relevado de sus funciones. En 1837 es presidente de la Comisión de Tierras del Departamento. En 1839 es elegido miembro de la Junta Económico Administrativa. Durante la Guerra Grande sigue al bando de Rivera, ocupando el puesto de comandante de la Guardia Nacional del Carmelo en 1842 (desde 1841 era Juez de Paz). En 1854 es nombrado primer Alcalde Ordinario de Carmelo. Muere en 1869 siendo senador de la República. Mantuvo una estancia en la costa del Vacas (llegó a tener 27 mil vacunos).

Laguna, Plácido (1809-1865) Segundo hijo del general Julián Laguna, perteneció al patriciado local. Fue alumno del Colegio San Carlos de Buenos Aires. Alcalde Ordinario de Colonia en 1851. Diputado por el departamento entre 1852-1853, donde presentó proyectos sobre temas ganaderos y portuarios (uno de ellos antecedente del Código Rural). Estimula la creación de una Comisión Auxiliar en Carmelo (estas comisiones luego serán extendidas a la república, por decreto de Flores de 1867). Integra en 1853 la Sociedad Agrícola y Filantrópica. De 1856 a 1858 fue Jefe Político de Colonia, siendo requerido en el cargo por vecinos propietarios. Ante el desorden de las emisiones de billetes, propone la creación de una sociedad de cambios. En 1859 es electo diputado. Fue Ministro interino de Hacienda durante el gobierno de Berro. Incentivó el culto artiguista, y desarrolló la poesía dentro del romanticismo.

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Moreno, Lucas (1812-1878) Oficial de Sala de la Asamblea Constituyente en 1828 y auxiliar de la Secretaría de la Cámara de Representantes hasta fines de 1830. Participa en la revolución de 1834 junto a Lavalleja. Cuando dimite Oribe, pasa a Entre Ríos (contando con la amistad de Justo J. de Urquiza), donde se dedica a actividades comerciales. En 1843 está al frente de la 5ª División del Ejército Entrerriano. En 1844, Oribe lo confirma como teniente coronel de caballería de Guardias Nacionales. En 1847 se lo designa Comandante Militar del departamento de Colonia. En 1848, en medio de la Guerra Grande, toma Carmelo y Colonia. Durante su mandato en el departamento estimuló la enseñanza, la ganadería, el comercio, las mejoras edilicias, etc. En 1851 interviene eficazmente en las gestiones de paz. En 1852 desempeña interinamente la jefatura política de Colonia, siendo ascendido a coronel. El presidente Berro lo nombra Jefe de la Tercera Sección Militar de la República en 1860, y Jefe Político de Colonia. Moreno tuvo un campo y saladero en el Gualeguay, en 1834. Durante su administración del departamento de Colonia constituyó junto a los hermanos Drabble (ingleses de Buenos Aires) una sociedad para adquirir un vapor para el Río de la Plata. Se dedicó al mestizaje, y tuvo un saladero por 1862 en el Real de San Carlos. Estimuló la colonización agrícola en la zona.

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Gil, Luis (1816-1888) Nacido en Colonia en 1816 (segundo hijo del inglés Juan Hill, avecindado en la zona por 1811). En 1851, con el grado de teniente coronel, se convirtió en Jefe de la Plaza de Colonia –en ausencia de Lucas Moreno–, enfrentando una insurrección. Entre 1852 y 1860 fue Alcalde, defensor de menores, presidente de la Junta Económica Administrativa y Jefe Político. Asimismo se desempeñó como diputado nacional (18601863). Poseyó un establecimiento saladeril en el Real de San Carlos hasta 1851. En 1859 pobló una estancia en Conchillas. Escribió para la Junta Económica Administrativa una relación histórica de Colonia del Sacramento en 1854.

Arroyo, Felipe (1824-1867) Perteneció a una familia de arraigo en Colonia. Se desempeñó en la Guerra Grande, como alférez bajo el mando directo de V. Flores en 1845 (fue apresado por Lucas Moreno en una acción militar). En 1853 se lo destina a la Guardia Nacional del departamento de Colonia. En 1854 alcanza el rango de capitán, y se lo nombra Jefe Político de Colonia (cargo que desempeña hasta 1855, al ser sustituido por José M. Palacios). En la rebelión de Flores contra el gobierno de Berro, por disciplina partidaria, se suma al ejér-

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cito invasor. En 1865 es ascendido a coronel. Al triunfo de la Cruzada Libertadora se lo promueve a Jefe Político y Comandante militar de la Colonia, con el beneplácito de los estancieros. En 1867 presenta renuncia por mala salud.

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