La guerra del “Califa” alcanza a los “guardianes” de la Casa de la Paz

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Descripción

La guerra del “Califa” alcanza a los “guardianes” de la Casa de la Paz F. Saverio Angiò Madrid, 23/05/2015

Resumen: Daesh reivindica un atentado anti-chií en Arabia Saudí, abre un nuevo frente al presionar con su poder la casa real saudí en su propio territorio y complica el juego geopolítico en el polvorín medio-oriental. La raíz de la palabra Islam es silm, la cual significa “paz”. La dar-al-islam, la casa de todos los musulmanes, es la casa de la paz, donde no existen divisiones tribales, clánicas, sectarias, etc. (Wahiduddin Jan, 2015) Desde la creación del reino en Arabia, la dinastía de los Saud se ha identificado como la máxima autoridad defensora de los lugares sagrados de la Casa del Islam (Medina y La Meca) y de un estricto purismo doctrinario, adoptando una interpretación wahabita de la religión. La corriente religiosa del wahabismo fue impulsada por Abd al-Wahhab en el siglo XVIII en Arabia central, y ve el islam de sus orígenes como el paradigma de inspiración para todo musulman. La casa real saudí es wahabita, y sobre su papel de guardián de los lugares sagrados basa su legitimidad en el poder. (Caracciolo, et al., 2014, pp. 9-10) Es emblemático que el país haya sido golpeado con violencia por un atentado reivindicado por Daesh, el 22 de mayo, que ha dejado decenas de muertos en una mezquita de la comunidad chií, en la ciudad de Al Qadeeh, en la provincia de Al Qatif. Las provincias orientales de Al Ahsá y Al Qatif pertenecen a la región de Al Sharquiya y son de mayoría chií. Esta comunidad representa en torno a un 10% de la población saudí y lleva décadas denunciando su discriminación por parte de la mayoría suní. (Reuters, El País, 2015) El atentado y el hecho que haya sido reivindicado por Daesh permite un análisis profundo sobre las implicaciones geopolíticas que supuso la aparición de ese poderoso actor yihadista en Mesopotamia. Arabia Saudí es un país de mayoría suní, de hecho Riad lleva a cabo su política regional con el objetivo de contrarrestar el ascenso de Teherán, campeón del chiismo y aliado del régimen sirio de Al-Asad, jefe de un gobierno alauí, considerada como rama minoritaria del chiismo, en un país con mayoría suní.

Precisamente para desestabilizar, en clave anti-iraní, el gobierno de Damasco, a partir

del

comienzo

del

conflicto,

en

2011,

Arabia

Saudí

y otras

“petromonarquías” del Golfo, empezaron a apoyar a los grupos insurgentes, muchos de ellos islamistas violentos, que intentaban derrotar a Al-Asad. Se estima que Daesh estuvo recaudando unos 40 millones de dólares en los últimos dos años, habiendo aceptado fondos de Arabia Saudí, Qatar y Kuwait, junto a los de una extendida red de donantes privados, hombres de negocio y familias adineradas de los reinos del Golfo. (Di Giovanni et al., 2014) Entre estos grupos se encontraba el Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL), antes de su vuelta a la región suní del Anbar iraquí desde donde, como Daesh, proclamaría el califato en 2014, desautorizado al premier chií Al-Maliki. Hasta ese momento, Daesh podía aún ser un peón útil para Arabia Saudí en el tablero sirio, donde se enfrentaba con éxito a los aliados de Teherán, que veía peligrar la construcción de un espacio chií desde Asia Central hasta las orillas del Mediterráneo. Un entorno parecido les permitiría afirmarse y afianzarse como potencia hegemónica regional, gracias a un área de influencia bien definida de donde poder reivindicar su liderazgo en unos de los dos polos del islam y defender sus políticas de autosuficiencia nuclear en los foros mundiales de negociación. Sin embargo, el imprevisto éxito en el avance y conquista de un territorio de casi 100.000 km2, junto a la ola de violencia y barbarie que la campaña militar de Daesh conllevó en los territorios ocupados, hizo que Arabia Saudí reaccionara. Pese a cierta ambigüedad, participa en la coalición del Acuerdo de París, para apoyar a tropas regulares y milicias a contrarrestar a Daesh desde el aire. Incluso con su política petrolífera, Riad se mantuvo firme contra Daesh. A pesar de la caída del precio de los hidrocarburos, no disminuyó su producción, lo que contribuyó a mantener los precios bajos. De esa forma, afectó la venta ilegal a precio rebajado del petróleo extraído por Daesh en los yacimientos controlados. (Ubaydi et al., 2014, pp. 56-58) Por otro lado, al sur de sus fronteras, en Yemen, Arabia Saudí está liderando otra coalición, empeñada desde el 26 de marzo en una campaña de bombardeos, para desalojar de los centros del poder a los rebeldes golpistas chiíes houti y evitar que se consolidarán tras haber derrumbado el gobierno del suní hadi. (El País, 2015) En este sentido, a pesar de no haber evidencia ninguna de que haya coordinación entre los dos actores, Riad se ve respaldado en su política pro-suní en Yemen por

la actuación de la poderosa rama de Al-Qaeda en la región, Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA), que lleva a cabo un discurso salafista yihadista que no favorece a la vertiente chií. De hecho, Arabia Saudí lleva a cabo acciones de contraterrorismo en la porosa frontera yemení, sin demasiado éxito debido a la dificultad de controlar un territorio de tan difícil acceso, y parece que haya cierto tipo de tolerancia hacia AQPA, siempre que no se lleven a cabo atentados contra suelo saudí. (Para un análisis más detallado sobre las implicaciones regionales de la inestabilidad e intervencionismo saudí en la Península Arábiga, léase en este mismo think tank Angiò, 2015) Sin embargo, entre los objetivos de Al-Qaeda sigue estando la derrota de los regímenes apóstatas murtadun, aliados de Occidente, y la protección de los lugares sagrados por verdaderos musulmanes. (Samaan, 2015, p. 3) En esto coincide con Daesh, que, además, reivindicó ciertas acciones anti-houti, llevadas a cabo en Yemen, en un escenario caótico de guerra civil, por células locales que buscaban afiliarse a la entidad mesopotámica. Sin embargo, AQPA no dejará que Daesh se integre en su área de referencia, el santuario yemení, aunque puede que se produzcan escisiones por parte de algunos veteranos que prefieran declarar su afiliación a la organización activa en Siria e Iraq. De todas formas, el polvorín yemení podría proporcionar a AQPA un nuevo ímpetu y una razón de ser que le permitiría recobrar cierta iniciativa e importancia frente al auge de Daesh. (Mojalli, et al., 2015) El anti-chiismo de Daesh reflejado en su acción en la Península Arábiga, pese a poder cosechar cierta simpatía en algunos sectores radicales de la sociedad saudí, no tendrá una acogida positiva en el entorno de la casa real, empeñada en evitar que un estallido de las tensiones sectarias pueda minar la estabilidad del país, y entonces la base de su poder. (La Repubblica, 2015) Arabia Saudí interviene más allá de sus fronteras para apoyar regímenes o entidades rigoristas en clave anti-chií (en Siria, en Irak, en Yemen, en Bahrein) y mantener su liderazgo regional en un entorno sectariamente favorable, además de bloquear y desactivar tensiones antes de que éstas traspasen las fronteras del reino e importen inestabilidad y caos. Por eso no cabe duda de que un ataque en su territorio por parte de Daesh es una señal de alarma que no pasará desapercibida por la dinastia saudí, empeñada por

un lado en mantener al margen del tablero medio-oriental el chiismo respaldado por el régimen iraní del ayatollah. En paralelo, está atenta a que los actores radicales salafistas – ideológicamente cercanos al purismo wahaabita – no se activen directamente en su contra, pasando de las palabras a los hechos, desestabilizando el reino ampliando las fracturas sectarias, siempre presentes aunque calladas por las autoridades, entre suníes y chiíes. “El atentado se produce en un momento especialmente delicado para Arabia Saudí. La reciente intervención militar en Yemen contra los Huthi, que siguen una rama del islam asociada con el chiísmo, an tensado las ya habitualmente tirantes relaciones del Gobierno con la minoría chií. Esta comunidad se queja de discriminación y falta de servicios a pesar de vivir en la principal región petrolera del país. Considera, además, que el Estado no les protege lo suficiente y que con su estricta interpretación wahabí del islam alienta la ideología en la que beben los terroristas, pues Daesh y otros grupos de extremistas suníes próximos a Al-Qaeda consideran a los chiíes herejes que no merecen vivir”. (Espinosa, 2015) Con respecto al “Califato”, está claro que Daesh tiene interés en que sus vecinos y oponentes perciban su peso geopolítico y su importante capacidad táctica para llevar a cabo ataques tanto en su escenario de operaciones mesopotámico, como en el corazón del mundo musulmán, en Arabia Saudí. Además, gracias a las peticiones de afiliación, Daesh penetró simbólicamente en la península con la proclamación de dos provincias del califato, la Wilayat alHaramayn (Arabia Saudí) y al-Yemen (Yemen). Tras el atentado contra la mezquita chií, Al-Bagdadi anunciaba la creación de la nueva provincia de Najd. (Samaan, 2015, pp. 5 y 8) Tras unas semanas en las que parecía que “las columnas negras” de Daesh retrocedieran bajo la presión de la campaña de bombardeos y de las restricciones económicas, sus muyahidines han sido capaces de lograr dos importantes victorias militares, con la conquista de Ramadi en Irak y Palmira en Siria. Ahora, se atreven a extender su escenario de operaciones hasta Arabia Saudí, y parece que, si el “Califa” quisiera, podría aprovechar y aumentar las divisiones sectarias también en ese país, al golpear su comunidad chií, que, al sentirse

abandonada por Riad, podría reaccionar de forma violenta contra su gobernantes wahabíes.

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