La Guerra de los Historiadores: El Comienzo. (Etapa final, previo a edición)

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Descripción

La Guerra de los Historiadores La Guerra de los Historiadores: El comienzo

Un desconocido aparece

¡Magníficos aquéllos días! En donde la historia nos hace recordar sobre personas que han llegado al olvido, y principalmente lo que han hecho en la vida. Nadie les agradece de los actos que día con día fueron realizando. Muchas cosas se unen como si fuera una cadena de Historia. Los seres que nosotros creemos que fueron mitológicos, los que pensamos que eran sólo pensamiento del hombre… todo esto se reúne para formar una gran historia fantástica, la cual busca retener obstáculos y absorber todo lo que no es bueno: EL MAL. Creencias de otras personas, pero que estas creencias son malas, son las que han llegado a formar seres malignos, los cuales han acechado el mundo desde la primer imagen del primer objeto creado por Dios. Todos creemos que los que hacen el mal son las personas, pero esto ya sabemos que no es así. ¿Los terremotos, las lluvias, los tornados, etc., son creados por el hombre? En tiempos remotos, las personas sabían que existían, pero no sabían para qué existían. Se sabe que el hombre no fue hecho para matar, pero ¿Quién enseñó a matar? Es una pregunta la cual no se puede obtener en cuenta hasta que pasen los años, y sobre todo, hasta que no se venza el mal. Regresando a nuestra época, estaba yo en mi casa, calenté una bolsa de palomitas de maíz, fui a traer un refresco y me senté a ver la televisión. No había nada, sólo comerciales y comerciales y comerciales. De repente, presione sin querer un botón de la televisión. El canal que puse se miraba borroso, algunas veces se miraba negro, otras de colores. Me senté bien, se me abrieron los ojos, tenía los poporopos en la boca. No me daban ganas de parpadear de aquel extraño suceso. Se miraba una maquinaria, muchos hombres trabajaban en ella; eran hombres con batas blancas, como científicos. Me subí al techo para ver si podía arreglar la antena, pero no era eso. Entonces le pregunté al vecino que sucedía con la transmisión, pero no sabía. Estaba muy asombrado y asustado al mismo tiempo. No le hice caso a mi televisión y cambié de canal, pero el televisor no respondía a la acción que yo le pedía. Pensé que eran las baterías las que no funcionaban, pero no fue así. Me acerqué más al televisor, sólo miraba gente. La cámara estaba plasmada en la pared de ese lugar tan extraño. Intenté apagar el televisor, pero tampoco funcionó. Parecía inútil lo que yo le hacía a mi tele. Ya tenía casi dos horas de estar prendido mi televisor, cuando se acercó un hombre a la cámara; sólo enseñó un papel con bonita letra; no parecía bolígrafo

ni marcador, era un escrito con tinta y una pluma. El pelo de éste hombre era muy alborotado. El mensaje que escribió decía: Viaja a Italia, busca el Callejón de la Cruz. Tú eres uno de los elegidos. Busqué mi libreta, anoté rápidamente lo que el extraño señor de pelo alborotado me enseñó. Se alejó. Mientras se alejaba, el televisor cada vez se apagaba; yo me le quedaba viendo al señor, pero no lo reconocía. A los dos minutos, el televisor se apagó, como si hubiera desconectado aquel señor extraño la cámara que me dio a enseñar lo que pasaba allí. No sabía si ir de viaje a Italia o no. Yo trabajaba como un ingeniero químico, era soltero, mi departamento era de lujo y eran varias cosas que extrañaría de mi vida. Escribí en un pedazo de papel Italia, en otro pedazo de papel home. Empecé a revolverlos en aquellas manos que temblaban no del frío, sino del miedo de lo que estaba viviendo en ese momento. Lancé los dos papeles al suelo, sólo veía con un solo ojo en qué lugar se quedaba cada uno. Las manos me temblaban, parecía como enfermo. Estaba sudando a chorros, en eso agarré el papel cuyo material lo sentía pesado, como que si estuviera cargando un hierro en mi mano. Con aquel rechinido de dientes, abría el papel para seguir mi destino. Lo abrí y el papel, escrito con mala letra, decía: Italia. Sólo me agarré la cabeza y lo único que pensaba era qué iría a suceder conmigo. Trataba de no pensar mucho en mi negativismo como morir, desaparecerme ni nada de eso. Tomé mi carro, fui al banco a sacar dinero para un boleto a Italia programado para mañana. En el carro yo mismo me preguntaba -¿Qué hice para merecer este destino que Dios me ha dado?-. Me lo repetía varias veces en mi cabeza, como un montón de voces hablándome al mismo tiempo y con mucha frialdad que cada vez que lo escuchaba, no trataba de oírlo. Llegué a mi departamento, todo estaba desordenado. El viento soplaba fuerte y yo sólo lo sentía en mi cuerpo; no pude dormir esa noche. A la mañana siguiente, metí ropa a una maleta. Tenía los ojos llorosos, tenía ganas de gritar y de pensar que sólo era un sueño. Me asomé al balcón de mi habitación, miraba a personas que parecían normales; una niña jugando y que trataba de bajar una pelota de un árbol, un muchacho hablando por teléfono. Ya no quería ver todo lo que sucedía allá afuera. Me di la vuelta y miraba mi departamento, que tanto me costó hacerlo y construirlo. Decidí darme prisa y sólo dejé una nota que decía: No se preocupen por mí, que algún día nos volveremos a ver. Salí de mi departamento, escuchando el último “trac” que dio mi puerta cuando le puse llave y me fui. Llegué al aeropuerto y monté el avión que me llevaría a lo que vine a la vida. En todo el vuelo yo no pensaba en nada, sólo tenía mucho miedo. Aterrizó el avión. Por primera vez que he estado en Italia y no fue por vacaciones, sino por una misión.

Comencé a caminar, con las manos en las bolsas del pantalón de lona azul; se parecía a los pantalones de la juventud de hoy en día. Llevaba zapatos de la marca “Converse”, de los cuales uno se me desató, me hinqué para amarrar la larga cinta del zapato alto. De pronto, un silencio me acecho. Fue un silencio terrorífico a pesar de toda la bulla que la gente hacía en el enorme aeropuerto de Venecia. Pero me llevé una gran sorpresa: El silencio que yo escuchaba era verdadero, y no por mi corazón. Toda la gente –turistas, italianos, trabajadores- se habían paralizado, nada se movía, ni las hojas que caían al suelo de los grandes árboles del aeropuerto, estas hojas quedaban flotando en el aire. Se podía distinguir el humo que salía de los carros, las imágenes televisivas se paralizaron y esos fenómenos hicieron que mi corazón palpitara más rápidamente. Me congelé completamente y sólo sentí un puyón con una aguja. Mis ojos se pusieron llorosos, me tranquilicé, me relajé y caí desmayado. Yo sabía que había sido el mismo señor con pelo alborotado que me enseñó la hoja en el televisor de mi cuarto. Todo en mi mente estaba oscuro. Nunca pensaba en un momento de felicidad, sino que, todo era tenebroso, lleno de dolor. Ya pasado media hora, el señor de pelo alborotado me despertó; sonrió hacia mí y me dijo Bienvenido. Y yo me preguntaba ¿Qué significaba eso? ¿Por qué me dijo Bienvenido?. En ese momento me sentí confundido, con ganas de explotar y de reflexionar que mejor desearía no haber nacido. El señor de pelo alborotado empezó a hablar. -Tranquilízate- dijo, con una vos muy suave y muy ronca. -¿Quién eres? ¿Qué quieres de mi?- pregunte más tranquilo y con menos miedo. -¿Quién crees que soy?- dijo. -No lo sé- le contesté. Lo cierto es que tenía ganas de salir corriendo. -Te lo voy a decir. Soy Albert Einstein-. -¡Qué!- grité. Ese momento en el que me contestó, les juro queridos lectores, que me sorprendió mucho. Al principio pensaba que era una broma, pero recordé la paralización en el aeropuerto de Venecia. -¿En dónde estamos?- pregunté, con mis lágrimas de felicidad. -Estamos en Venecia- me contestó. -Eso sí, no hemos cambiado de día aún- dijo.

El Callejón de la Cruz

El lugar en el que estábamos era oscuro, se podría decir que era de noche. Vi mi reloj y eran apenas las tres de la tarde. Parecía una cueva abandonada, lleno de murciélagos y zopilotes. Lo que medio alumbraba en ese lugar eran antorchas en la pared. Había casas dentro de esa cueva que estaban

destruidas, con las ventanas quebradas, y las casas eran con un material utilizado para hacerlas en eso de la Edad Media. Se oían los aullidos de los lobos y lo más extraño es que no había ninguna otra persona más que nosotros dos. Caminamos, pues, entre el suelo de piedra ya desgastado y quebrado; cada uno llevaba un pedazo de madera que encendimos gracias al fuego proporcionado por las antorchas, y pude observar muchas características de las personas medievales, como un pozo que allí se hallaba, el cual tenía un diámetro normal. Hasta que llegamos a la parte final, en donde ya no había más trocha que seguir. La construcción que evitaba ver el vacío era un faro, que era, según Einstein, una replica del verdadero Faro de Alejandría. Hasta en la punta de este faro caminamos, y ya empezaba a sentir frío, porque una corriente de aire succionaba en el vacío. Ya estando en la punta, Einstein sacó una cadena, en la cual colgaba una llave de oro puro, La llave era diminuta, pero lo más raro es que parecía estar partida o quebrada a la mitad, ya que los adornos que esta poseía estaban de cierta forma “incompletos”, y su mayor característica que resplandecía entre todos los adornos y dibujos que tenía, es que, en la base en donde se agarra la llave, se encontraba una cruz resaltada, pero que no tenía su otra equivalente, ya que estaba partida verticalmente a la mitad. Eso no me preocupó en ese momento, y sólo observaba a Einstein cómo le daba vuelta a una cerradura que se encontraba detrás de un ladrillo marcado con el mismo relieve de la cruz de la llave. Terminó, sacó la llave, puso nuevamente el ladrillo en su lugar y un gran rayo de luz salió de la punta del faro, que chocó hasta el otro extremo del vacío. -Ven muchacho, debemos de pasar este camino de luz para llegar a la realidad imaginable, donde todo lo que hagas y digas va a estar muy influenciado por la voz interior que llevas contigo en este momento; llegaremos al lugar en donde todo es increíble e iluso para algunas personas, que no valoran a la raza humana, y sólo les importa la capacidad de un superhombre, y sin tener la capacidad de aceptar lo verosímil de la vida-. Y mientras caminábamos en el rayo de luz, me decía: -¿Sabes el valor de la vida, para toda persona, solemne de lo que sabe, que por todas las avaricias de sabiduría hacia otras personas, hasta extremada circunstancia de no participar para ayudar a quien lo necesite? Pues esa persona, en pocas palabras, no vale nada, ni se merece la propia vida. Tiñe el bosque frondoso hasta que nubla la mirada de hasta los propios que se hacen llamar sabios, para hacerles creer que ni la realidad en la que ellos viven es una gota de agua, sino más bien, cuatro paredes que los encierran sin planificar con mayor madurez, el ámbito posible de lograr una participación plena al alcance de los demás. Todas las personas tienen derecho a que su vida sea más transparente, sin problemas, alcanzar su mayor felicidad es el requisito mínimo que deben de tener todas las personas, pero que sea una felicidad de bondad, y no sólo dirigirse al campo científico, sino también dirigirse al campo sentimental, y hacer bien a los demás, como los demás harían el bien al que se lo hace, en donde todos logren su honorable manipulación crítica de su ser, para que lleguen a ser la verdadera Raza Humana creada por Dios-. Llegamos a una puerta forjada con acero, en donde se encontraba nuevamente un relieve alto de lo que es la cruz partida verticalmente hacia la mitad. Einstein sacó nuevamente la

pequeña llave, la insertó, y abrió la gruesa puerta hacia fuera. Por primera vez había pisado el mundo de la verdad, y mientras tanto, Einstein cerraba la puerta que es la conductora de los dos mundos paralelos. -Tú eres uno de los elegidos- dijo. –No tienes que tener miedo a nada. Las explicaciones te las daré cuando lleguemos al Palacio Centum Fontem, región de Caernarfon, a un par de kilómetros de aquí. A un kilómetro de la única entrada del Callejón de la Cruz, todo se volvía a la claridad. El cielo era color anaranjado, con un sol inmenso y amarillo. En ese lugar, se encontraban ya varias personas, entre estos espigadores, granjeros, comerciantes, artesanos, pintores, comarqueños, principes, duques y varias personas dirigentes de la región del Callejón de la Cruz. Llegamos a la entrada del castillo del Callejón de la Cruz, llamado Castillo de Glamis. El señor de ese castillo era Lord Glamis. El mozo del castillo nos recibió con agua en una cubeta y una toalla; Einstein empezó a lavarse las manos y yo lo seguí. Así eran recibidos los amigos de Lord Glamis, cuando llegaban a sus castillos. Fuimos enfrente del cetro. Einstein se hincó como alabanza hacia Lord Glamis, señor del Castillo de Glamis y del Callejón de la Cruz. Yo estaba a la par de Einstein, luego también me hinqué: era algo que nunca había hecho como alabanza frente a otra persona. Lord Glamis mandó a llamar a su hija, a su esposa llamada Elizabeth de Glamis, hija de Felipe II y al duque Michel Ney, hijo del Duque de Alba. Vi bajar a la Reina Elizabeth de Glamis y al Duque Michel Ney, pero nunca veía bajar a la hija de Lord Glamis. Entonces Lord Glamis me pidió que subiera a las escaleras y que siguiera la alfombra roja. Allí iría a encontrar a su hija. Subí, seguí la alfombra roja tal como me dijo Lord Glamis y vi una puerta inmensa, la cual daba a la recamara de la Princesa de Glamis. Me puse un poco nervioso; con pánico abrí la puerta y vi una figura resplandeciente, con un vestido largo blanco, con una piel lisa y tan blanca como la leche y unos ojos que se parecían al mar más cristalino que nunca había visto en mi vida. La Princesa estaba llorando, silenciosamente. Yo con mucho respeto dije que su padre, Lord Glamis, la llamaba al lugar de donde se encuentra el trono. La princesa no escuchó, sólo me dijo que quería estar sola por un rato más. Yo me quedé cinco segundos parado viéndola, cuando llegaron las personas que estaban en el lugar del trono. Lord Glamis la volteó: -¿Qué pasa contigo?- le gritó, con una vos muy ronca y con entonalidad de enojado. La Princesa seguía llorando más fuerte, a tal grado que Lord Glamis la movía, tratándola de golpear. -¡Lord Glamis!-gritó el Duque Michel, con mucha tranquilidad y confianza en sí mismo. -Lord Glamis, con todo respeto que le tengo yo a usted y a su familia, le pido que la deje en paz- dijo.

Entonces Lord Glamis se disculpó con su hija, pero ella salió huyendo hacia el cuarto de la sirvienta más joven del castillo. -Lord Glamis, ¿Por qué lloraba su hija?- pregunté yo con mucha discreción. -Hace tiempo que le conseguí matrimonio con Eduardo, el Príncipe Negro. Pero mi hija se rehúsa a ser su esposa- me dijo, con ira en sus ojos y con la mano apuñalada, que parecía que trataba de golpear a cuales quiera objetos que se interpusiera en su camino. Einstein me llevó a pasar esa noche en el Castillo de Glamis, ya que en las noches en el Callejón de la Cruz, salen todas las especies malas del territorio: las Gárgolas. Era la hora de la cena; Einstein se quedó en la habitación en donde nos hospedamos en ese castillo, y yo bajé para la cena. Tenía mucha hambre; estaba servido un pavo al horno, verduras de todas clases, ensaladas de frutas, copas de vino y rebanadas de pan. Yo, como siempre, feliz. Ya no tenía miedo de lo que me podía pasar y lo único que deseaba era saber por qué yo era uno de los elegidos. Llegó al gran comedor Lord Glamis, acompañado de su esposa Elizabeth de Glamis y del Duque Michel Ney. Las únicas personas que no llegaban eran la Princesa y Einstein. Empezamos a conversar en el gran comedor del Castillo de Glamis, y me enteré que la hija de Lord Glamis se llama Elizabeth Ángela Glamis, con la cual, ustedes ya saben, me hice ilusiones. En eso, de tanto platicar y de reírnos todos los que estábamos en la mesa, oí dos gritos: uno era de mi amigo Einstein y el otro de la Princesa Elizabeth Ángela. Me asomé por la ventana del gran comedor: allí vi a Einstein con una espada moviéndola y a Elizabeth Ángela detrás de él. Entonces Lord Glamis pegó el grito: -Llamen a los guardias-. El Duque se paró, también vio hacia abajo y yo salí a toda velocidad a ayudarlos. Tome una espada y una ballesta; corrí hasta la entrada principal y desperté al portero del castillo para que rápidamente me abriera la puerta. Salí, y le grité a Einstein que se alejara un poco de la criatura gótica. Einstein se tiró hacia una carretilla y adjunto a él, la Princesa también. Tomé la ballesta con la mano izquierda, y lancé la flecha, que iba dirigida directamente a la nuca de la Gárgola, pero ésta saltó, atravesándole la flecha por el estómago. Corrí a donde estaba tendida ya, y vi que carecía de movimiento. Hasta que abrió los ojos, y me vio fijamente a los ojos, como si quisiera decir algo. Su respiración era acelerada, pero la mirada de ésta era incambiable. Ahora comprendo el valor de los guerreros, todos luchan por su especie, hasta llegar a la muerte. No les importa nada, más que salvar a su comunidad; y sin armas andan las Gárgolas, más que sólo cuentan con alas, garras, colmillos, y su gran tamaño. La Gárgola me transmitió una terrible ilusión, me transmitió una serie de imágenes sorprendentes y fantásticas, que al mismo tiempo eran espantosas y confusas: “Era en una batalla, en la pura oscuridad, donde el viento y el agua eran imparables. Unos gritaban, pero otros reían. Pero veía a la Princesa de Glamis, y lloraba, muchísimo, que

hasta se veía que derramaba lagrimas de sangre. Todo el territorio estaba muy destruido, porque las velas de algunos barcos estaban rotas, y los barcos volteados. Total, era un desastre ese lugar. Pero yo no me veía, y yo todo lo miraba desde arriba, y miraba a Elizabeth Ángela, con sus llantos, que me ponían triste. Quería ir con ella, pero había algo que no me dejaba, me detenía, y yo no sabía qué podía ser. Y más al horizonte, en el horizonte del sur, un ejército tan enorme salía de las tinieblas del mar. Pero, en el norte salía un ejército blanco, al oeste, se aproximaba un ejército de arqueros, comandados por un solo hombre, y al este caían criaturas desde el cielo. Estos ejércitos se chocarían entre sí en el punto central donde yo estaba, en el cual, soldados agonizaban y reían, sin esperar la horrible tragedia que les esperaba, y la cual yo no les pude decir… En eso, Lord Glamis me gritó, y desperté. –Mata a la Gárgola. Toma fuertemente la espada y ponla en su corazón, luego empuja fuerte y ligeramente-. Tomé la espada, se la coloqué en el pecho, pero la Gárgola muy adolorida me dijo: -Espera, me iré tranquilamente y ya no volveré a venir más-. -¿Qué fue eso que me transmitiste?- le pregunté, a lo que él respondió: -El camino se corta, la montaña se parte, y el hilo se rompe, pero nunca el amor-. Quedé muy sorprendido con lo que dijo con eso, y la Gárgola nuevamente cerró los ojos. Decidí dejarla ahí tirada en el campo del castillo, y fui a ver cómo estaban Einstein y Elizabeth Ángela. Einstein estaba perfectamente y Elizabeth Ángela se había desmayado. La cargué y me la llevé a su recamara. Dejándola en su cama estaba cuando me abrazó fuertemente y me dio un beso corto, me dijo gracias y buenas noches, y se volvió a dormir rápidamente. Lord Glamis me vio y me dio las gracias por haber salvado a su única hija y heredera del trono. Me prometió que nunca más la iba a volver a tocar y que si ella quería escogía al Príncipe Negro, sino, no lo escogía. A la mañana siguiente, ya más tranquila, con unas flores y unas siembras que eran de adorno para el Callejón de la Cruz; Einstein me dio nuevamente sus gracias por el hecho de haberle salvado la vida. Yo me sentía bien y con mucha honestidad le dije a Einstein que ya estaba listo para emprender el viaje nuevamente. Einstein me sonrió: -Esto aún no es nada- me dijo, pero ya estás aprendiendo, muchacho. -Si las gárgolas viven en las zonas oscuras del Callejón de la Cruz, ¿Cómo es que no pueden pasarse de este mundo al otro, si les queda tan cerca la puerta?- pregunté, a lo que me contestó: -Las gárgolas no pueden abrir la puerta de la entrada del Callejón de la Cruz, porque sólo hay una única llave para abrir esa puerta, y esa llave es la que llevo ahora, aparte que esa puerta es indestructible-.

Estábamos en la entrada del Castillo de Glamis; Lord Glamis nos dio su bendición. Luego, me fui hacia la carretilla que nos llevaría a Caernarfon, cuando vi a Elizabeth Ángela bajar rápidamente: -¡Espera!- gritó, con vos de tristeza. -¿Ya te vas?- me preguntó. -Si, ya me voy- le contesté con vos suave y amorosa. -¿Vendrás nuevamente algún día a mi hogar para quedarte conmigo?- me dijo. No contesté porque no sabía si iba a volver o no. Incliné la cabeza, mientras ella se acercó aún más a mí y me abrazó: ese había sido el mejor abrazo que me habían dado. Tenía tanta ternura que me enamoré de ella; -Quiero que te quedes conmigo- me dijo directamente al oído, con vos baja y suave. -Yo también quisiera, pero no puedo- le conteste con toda la verdad. No me puedo quedar contigo porque soy uno de los “elegidos”. Me dio un beso, luego fue hasta la punta del Castillo. Mientras nosotros montábamos la carretilla de lujo, con bordes de oro y cobre, con 6 caballos de raza, de color blanco cada caballo. Iban jalando a la punta, mientras que yo, pensando en Elizabeth Ángela. Partimos, desde el Castillo de Glamis hasta la ciudad de Caernarfon. Volteé a ver hacia atrás y vi a la mujer que esperaba volver a ver, tenía ganas de bajarme de la carretilla, pero yo ya sabía que no podía. Pasamos por varios puentes con forma curva hechos de piedra, que debajo pasaban ríos de agua cristalina y alrededor de los ríos, unos campos con caballos de varios tamaños y colores. Los comarqueños disfrutaban de sus campos; sus casas eran sencillas, de madera y bien macizas. Decidimos tomar un descanso en esa zona comarqueña. Desatamos a los caballos y tomaron agua de los ríos, nosotros nos recostamos en el gran campo verde viendo el cielo tan azul que hacía en esa pequeña comarca. Una pareja de esposos comarqueños nos despertó: -¿Están bien?- pregunto la comarqueña, pero lo dijo de una forma extraña, porque no nos habló en español sino que nos habló en francés. -Disculpe, ¿Me podría decir qué dijo?- le pregunte a la comarqueña, aunque yo ya sabía que era el idioma francés, pero yo no lo podía hablar. -¡Oh! ¡Disculpen!- respondió, y siguió hablando: -Es que en ésta parte del Callejón de la Cruz, cualquier comarqueño puede hablar cualquier idioma, con excepción del griego, latín y el atlántico. No podemos hablar estos idiomas, ya que son sagrados, y sólo los de esos reinos lo hablan. Al igual que no podemos hablar el Ahriman, que es el idioma y el nombre del demonio del mal, hermano de Diablo y de Belial. También hay otros seres, como los Asuras, los Devas; el demonio Iblis, que fue el primer Jinni, el único ángel que se negó a inclinarse ante Adán, “el primer hombre”. Se encuentra también el grupo de los Jinn, que acechan y causan destrucción, presidiendo así en los lugares donde se hacen cosas malignas; los Panis, que son os guerreros por excelencia y los que conforman los ejércitos del mal; la

famosa Gárgola, que es una criatura la cuál tú derrotaste. Y sé que la derrotaste ya que nadie jamás la había derrotado; así que tú fuiste el primero en derrotarla, mi amigo. También está Kelpeis, que acecha las aguas y Oni, que provoca las tormentas-. El comarqueño también habló: -Pero no te preocupes, mi amigo. No solo hay demonios y ángeles malignos, sino que también hay dioses buenos: Está el Ser Supremo que es Dios. Él manda a sus Guerreros Dioses y Ángeles Dioses, para mantener el equilibrio en todos los lugares. Algunos de ellos están: Ares, dios de la guerra, que posee un templo en Atenas; Rafael, el ser protector de los hombres en las guerras contra imperios oscuros; Alá, considerado como un dios de sabiduría; Ormuz, el dios de los poderes del bien; Hermes, que es un dios y el mensajero de ellos; el Ángel Gabriel, mensajero único de Dios; Poseidón, dios de los mares y Atlas, prisionero de Diablo, que ahora anda cargando este mundo en sus brazos. Entre los Guerreros más famosos están: Alejandro III el Magno, que posee su propia ciudad llamada Alejandría; Cú Chulainn, héroe legendario y rey de Caernarfon al que en las batallas le surgían siete dedos de la mano; Galvarino; Juana de Arco, entre otras muchas. Son muchos los personajes que tú conoces, pero que nunca habías oído de ellos-. Nos levantamos, y decidimos dejar el campo. Íbamos en la carretilla, comiendo pan y tomando un vino hecho por los comarqueños; las migajas de pan caían en mis pantalones, mis labios estaban rojos como cerezas y al parecer Einstein estaba muy satisfecho con el comportamiento que llevaba acerca del gran viaje. Se me activó una duda en la cabeza, que no sabía si preguntarla o no. Al fin me decidí preguntarle a Einstein: -¿En qué fecha estamos? ¿Cómo fue que el mundo en donde yo vivo no se haya descubierto la entrada secreta que da al Callejón de la Cruz?-. -Espera- me replicó, hazme una pregunta a la vez, que no te las puedo contestar en un abrir y cerrar de ojos. -Explícame, que no entiendo- insistía yo, ya un poco mareado por el vino tan rico que nos tomábamos. -Te lo diré. ¿Recuerdas cuando en la pantalla de tu televisor viste mi imagen por primera vez? Pues sólo ha pasado 1 día desde que saliste de tu departamento en donde vivías. Los humanos no descubren ésta puerta, ya que está en un callejón, encerrada en una cueva, debajo de las aguas de Venecia. Algunos científicos, antropólogos y exploradores han llegado allí, pero con la sorpresa que sólo se ve un faro de ladrillos, el cual en su punta se encuentra la luz que guía el camino al mundo de la noble realidad imaginable e inimaginable. El lugar en donde estamos ahora es como otra dimensión, fácilmente conectada con la tierra. En éste preciso momento tú vives el mismo año que el de la tierra-. Con ésta respuesta, empecé a comprender mejor lo que sucedía y a retomar todas las furias que tenía sobre algunas personas que había conocido en la tierra. Este fue un momento que me sirvió de reflexión y de perdonar a todas las personas que algún día me hicieron daño cuando vivía en la tierra.

-¿Podré vivir en este mundo?- nuevamente pregunte, esperando una respuesta no ficticia. -Sí. Sólo tienes que estar preparado para hacerlo y acostumbrarte a las características de cada ciudad en ésta dimensión, ya que algunos viven tiempos de los griegos, otros viven en la edad media etc. Y no se sabe qué más. Lo comprenderás mejor cuando lleguemos al Palacio Centum Fontem- dijo Albert Einstein con expresión de cansancio. Einstein se recostó un rato en la parte de atrás de la carretilla, mientras yo miraba a los caballos cómo corrían en este estrecho camino de tierra. Se veía ya todo oscuro, con pocas tinieblas. Lo bueno era que en éste camino no habían demonios, cíclopes ni Gárgolas que nos pudieran atacar. Ese mundo estaba lleno de cosas inexplicables para mí, porque yo pensaba que sólo eran seres mitológicos, pero en realidad existen. Este mundo esta lleno de seres que sólo eran mitológicos en mi otro mundo. Ahora entiendo que lo que se decía allá, pasa aquí, y los de allá no sospechan que esto existe, sino que solo lo tienen en libros de historias: como la Odisea, de Homero, que relata sobre el dios del mar; pero lo que no supo Homero era que lo que él decía era verdad; lo único era que el dios Zeus que relata, tiene las mismas características de Dios. Por consiguiente, el gobernador del mal de la tierra era Diablo. En éste mundo, hay seres malignos tan fuertes como Diablo.

El aparecimiento de Golululumng

Estuvieron los caballos por toda la noche, sólo los paraba para descansar y para que tomaran agua. -¡Einstein, despierta!- le dije, con vos de preocupación y aterrada. Y continué:-mira, es un enano-. Einstein rápidamente despertó, miró al enano y paró a los caballos. -¿Qué tal?- preguntó amablemente. Parecían como dos conocidos. El enano era un hechicero de la época renacentista. Eso era lo que yo no entendía, ¿Cómo podía venir a esta época criaturas del pasado? El nombre del enano era Golululumng, tenía 762 años de edad y tomaba el Elixir de la Vida. El enano ya tenía apariencia de un abuelo, sólo que estaba en buen estado físico. Cargaba un bastón de madera; tenía una vestidura azul con un sombrero largo de punta y con adornos hechos de oro y plata. Los adornos le brillaban a Golululumng por la luna, que alumbraba el camino. La luna tenía un gran tamaño y un color blanco atractivo.

Golululumng era perteneciente al Palacio Centum Fontem; era un mago de la época, que tenía permisos para ejercer esa profesión. Era protegido de Cú Chulainn, y que les hacía favores a todos los miembros del Palacio Centum Fontem. Einstein le dio un lugar en la carretilla a Golululumng, siendo él que con magia conducía a los caballos. Así me puse a descansar hasta que amaneció nuevamente.

La ciudad de Caernarfon

Por fin, después del enorme viaje de sólo “un par de kilómetros”, dicho por Einstein, llegamos al Palacio Centum Fontem, el cuál se ubicaba en una gran montaña, con subidas y gradas, y un monte finísimo que rodeaba todo el palacio; tenía muchos adornos, hecho de piedra color gris claro, con una puerta de acero, y con fuertes cadenas que la cuando los demonios la atacaban, y con personas caracterizadas de la Edad Media. -¡Abran la puerta, que llego Sir Albert Einstein!- gritó uno de los guardias. Nunca había visto un palacio de tal magnitud, ahora la deducción de su nombre; como la ciudad era inmensa, la gente tenía sus hogares adentro; los ciudadanos tenían cien fuentes, con la esperanza de que la era de los demonios terminara. Dicho así, la ciudad de Caernarfon estaba dentro de la isla en donde estaba el Palacio Centum Fontem, la enorme puerta protegía también a los ciudadanos, no sólo al Palacio. El Palacio queda en la parte más alta de la ciudad, en una gran montaña, que para llegar hasta él, había que caminar por todo Caernarfon. La ciudad de Caernarfon está muy protegida, (sus paredes que rodean esta ciudad son de gran anchura y macizas, una puerta de acero que no se desmorona con facilidad y, pues, el palacio se encuentra en lo más alto), ya que los vikingos e invasores saqueaban las viviendas de las personas. Ahora ya no existen los vikingos. Les contaré: Los vikingos ya no llegaron allí, porque tuvieron una guerra con los demonios, en la cual los vikingos salieron perdedores a tal punto que ya nunca jamás volvieron a robar ni un solo centavo Como les iba contando, los guardianes abrieron la puerta; toda la gente se me quedaba viendo; se preguntaban a cada rato quién era yo, qué hacía en ese lugar. Ellos ya sabían que el Rey Cú Chulainn estaba reuniendo a varias personas para que empezara un nuevo ejército que derrotaría a los demonios, pero no me veían como un guerrero como Hércules o Aquiles. Llegamos hasta la entrada del Palacio Centum Fontem; se abrieron las puertas hechas de acero y muy adornada. En frente de nosotros, a una distancia de casi cien metros, se encontraba el rey, rodeado de armaduras de oro, platones de frutas y con una alfombra que venía desde él hasta la entrada del Palacio.

Golululumng se subió por unas gradas en forma de caracol, hechas de piedra. Caminamos hasta llegar al lugar donde se encuentra el Rey. Ese lugar, estaba lleno de guardias reales. Al lado izquierdo del Rey, estaba la reina Isabel de Chulainn, con una corona de diamantes y un gran vestido. -Aquí está, mi Señor, el segundo elegido de los siete, llamados Los Caballeros de Centum Fontem- dijo Einstein. -¡Bien!- contestó el rey Cú Chulainn, y continuó- Ahora ya hay dos de los que van a realizar el Gran Viaje: El muchacho y tú, Einstein. Faltaban otras cinco personas que completaran a Los Caballeros de Centum Fontem. El rey escogió al tercer elegido, uno de los mejores navegantes de la Edad Media, para que condujera el Carrier Ferrier, el nombre de la potencial nave marítima de todos los tiempos.

El navegante medieval

Las flores en el amanecer, el olor a las frutas colgando de los árboles y la gente de Caernarfon, hacían una ciudad de paz y tranquilidad para todos. La vista de la salida del sol nunca la había visto tan rojiza, con un cielo tan azul, con las nubes haciendo sombra sobre las siembras de los ciudadanos. Einstein me llevó al lugar donde él se había comunicado conmigo. Había una máquina, en medio de ese laboratorio. Era una Máquina del Tiempo. Ésta máquina podía viajar a cualquier lugar y en cualquier tiempo. Conmigo no hubo necesidad de usarla, ya que en el mundo donde reina Dios, tiene la misma fecha de esta dimensión. -¡Vamos! Tenemos que entrar a la máquina del tiempo y viajar a una isla de las Bahamas, con fecha del 12 de octubre de 1492- dijo Einstein. Entusiasmado y con un poco de miedo, entré con Einstein a la máquina del tiempo. La cantidad de científicos, alquimistas, enanos y elfos era impredecible. Todos en ese lugar tenían un trabajo, estando bajo el comando de Golululumng. Golululumng dio la señal, pusieron la fecha y lugar exacto. Se cerró la puerta automática de la máquina del tiempo, y adentro no se veía nada. Todo era oscuro. Sólo se escuchaba el sonido fuerte pero agradable que hacía la máquina. Llegó un momento en el que la máquina se iba callando cada vez más. Se calló completamente; sólo se oía el sonido del mar. La puerta se volvió a abrir. El lugar donde estábamos era una isla la cual estaba habitada por indios, pero ellos andaban en rituales que terminaban hasta la mañana del día siguiente. Tapamos la máquina del

tiempo con hojas y palos. Esperamos un tiempo no muy largo, hasta que escuché el grito del marinero Rodrigo de Triana: -¡Tierra!-. Apagamos la fogata que habíamos encendido; sólo se miraban tres grandes carabelas. Se escuchaban los gritos de alegría de todos los marineros que venían en los barcos. Cuando las tres carabelas zarparon, tiraron anclas y bajaron por lazos, escaleras y cadenas de los tres barcos. Einstein sacó un aparato, parecido a un control remoto, pero con sólo un botón color rojo. Lo oprimió y todo se paralizó. Sucedió lo mismo que conmigo en el aeropuerto. Cuando todo se paralizó, quedó un hombre muy asustado de lo que había pasado. Pensó que la isla en donde estaban estaba maldita, y que nunca iba a volver a España. El marinero se desmayó, y fue muy fácil para nosotros meterlo nuevamente a la máquina del tiempo. Einstein me dio el control; me dijo que presionara el botón rojo rápidamente y procurando no tirándolo. Presioné el botón, y sólo lo presioné, cuando la máquina del tiempo en un abrir y cerrar de ojos llegó nuevamente al laboratorio. Todos en el otro mundo siguió su tiempo normal y los demás marineros creían que el capitán de las carabelas había desaparecido, pero no. El capitán despertó en una de las habitaciones del Palacio Centum Fontem. Yo estaba en el balcón de su nueva recamara cuando hizo un murmullo de dolor. -¡Bienvenido, Cristóbal Colón!-, le dije felizmente. -¿Cómo llegué aquí?, ¿Qué hago aquí?- dijo el viajero, descubridor del continente americano. -Eres el tercer elegido. Ahora formas parte de los Caballeros de Centum Fontemcontesté, para tratar de animarlo, así como lo hizo Einstein conmigo. Se sentó en la lujosa cama, esponjosa y de gran tamaño. ¡El pobre de Cristóbal no entendía cómo lo trajimos a ésta otra tierra! Yo mismo le conté todo lo que sucedía. Poco después, el rey Cú Chulainn le fue a dar la gran bienvenida, haciendo un banquete para celebrar la bienvenida de dos nuevos integrantes de los Caballeros; Cristóbal y yo.

El Caballero número cuatro

Las expresiones, los relatos, las historias, los personajes… Todo era muy confuso. Las cosas se estaban tranquilizando con el descanso que nos concedió el rey Cú Chulainn, hasta que habló:

-Necesitamos a los otros cuatro hombres, que sean fuertes y capaces de percibir lo que ocurre en las batallas. Ya pensé quién podría ser el otro hombre que nos podrá ayudar, pero será un poco difícil de conseguirlo. Él se encuentra capturado por los Devas, en la isla de los Pecadores. Les explicaré: -Cuando lleguen a esa isla, tengan mucho cuidado de no ver directamente a los ojos de estos demonios. Estos son muy fuertes y los podrán derrotar sólo con la vista. Con la vista los hipnotiza y les cambia su alma a lo opuesto: un alma mala. Tienen que estar preparados. El prisionero que andamos buscando se encuentra en la última celda. Así que no está en la primera ni en las de en medio. Tendrán que subir para rescatarlo; inclusive, deben de conseguir la espada de Fuego. Así romper las cadenas que no lo dejan en libertad. Esta espada no la tienen que perder; se la daremos al quinto Caballero-. Así mencionó en el gran comedor el rey Cú Chulainn sus palabras, lo que tiene qué hacer para acabar con el imperio de la maldad y así vivir en paz. Un día antes de ir a la isla de los Pecadores, entrené un poco con el maestro Sato. Sato es un gran espadachín, perteneciente a la familia de los Samuráis de Kioto. Fue muy cansado el entreno, sobretodo los gritos que me caían cuando no hacía bien las cosas. Por otra parte, pensaba en Elizabeth Ángela; no sabía si había escogido al Príncipe Negro. Yo esperaba a que no, que sería lo más lógico por parte de ella. Pensando en ella estaba, cuando llegó Cristóbal a decirme que ya debíamos de zarpar hacia la isla de los Pecadores. Mucha gente llegó, despidiéndose de nosotros tres, con pañuelos y con los ojos llorosos. Sabían que si moríamos todo se echaba a perder y la Era del hombre llegaría a su fin. Con rosas nos abrieron paso e íbamos montados en corceles blancos. Mi vestidura ya era muy cambiada, era elegante y con una espada que de punta al soporte de ésta, me llegaba hasta el pecho. Mi espada tenía como nombre Soul, la espada era dorada, forjada en el volcán Stromboli, en las islas Eolias. Por primera vez montamos el Carrier Ferrier, un barco que tenía la capacidad de sumergirse debajo del agua. Adornado con plata, muchas figuras pictóricas y el barco tenía un fantástico acabado con acero. Entramos a la cabina; Cristóbal se asombró de la maquinaria que hacía mover el Carrier. En ésta primera vez, Einstein lo ayudó, pero como el buen navegante que era Cristóbal, lo aprendió con mucha facilidad. Salimos, pues, sólo nosotros tres. Si llevábamos a más personas podría ser peligroso, ya que Kelpeis está por todas las aguas del mundo. Lo que sí podemos decir es que Poseidón está con nosotros. Kelpeis no puede derrotar a Poseidón; si Kelpeis nos ataca, Poseidón responderá. Todo estuvo tranquilo, hasta que llegó el tercer día. En la salida del sol, yo buscaba pescados para cocinarlos. Hubo una pequeña marea en el hogar de Kelpeis, que era el Triángulo de las Bermudas; nos tapó una niebla fuerte y no se podía observar absolutamente nada. Einstein encendió las luces del Carrier, pero fue inútil. Fuimos al laboratorio, Einstein encendió el mapa digital, buscamos la isla de los Pecadores; ¡Teníamos que pasar por el hogar de Kelpeis para poder llegar! Las tormentas eran fuertes;

sentimos un golpe en el Carrier, sufrimos caídas y falta de dirección de la nave. Parecían bombas que los demás barcos nos tiraban. Decidí observar por una ventana pequeña redonda qué era lo que tanto golpeaba al Carrier. No se miraba nada, todo era negro. Luego se escuchó un grito de un animal; sonamos también una bocina y por la potencia de la misma, el animal se alejó. Lo vi y era un calamar gigante, con brazos como mástiles, y podía darle vuelta a un barco de madera. -¡Es Kraken!- exclamó Einstein. ¡Vamos! Ustedes dos vayan a sus puestos, que lo único que se puede hacer en esta ocasión es huir. Presioné un botón para sellar el Carrier y que se sumergiera. Kraken nos agarró con sus brazos y nos llevó hasta lo más profundo del océano. Todas las cosas del Carrier comenzaron a salirse. Yo vomité por todas las vueltas que dábamos, de arriba a bajo, de un lado hacia otro. No nos soltaba; Cristóbal ponía turbo al Carrier, pero Kraken no nos soltaba. No sabíamos ni que hacer, hasta que se nos ocurrió llamar a los delfines con ondas. Los delfines nos escucharon y casi medio ciento venía a rescatarnos. Kraken volteó la mirada hacia un lado, y vio que delfines decididos a atacarlo se acercaban más y más. Kraken nos soltó, y los delfines lo atacaron con su hocico, con mucha potencia para Kraken que lo único que pudo hacer fue sumergirse hasta lo más oscuro del océano. El Triángulo de las Bermudas, el lugar donde habitaba ese monstruo marino, era protegido por los delfines. Ya hace varios siglos que intentan matar a Kraken, pero es tan poderoso que ni cientos de barcos le hacen rasguño alguno. Todo se tranquilizó. Los delfines nos acompañaron hasta el fin del Triángulo de las Bermudas y luego se alejaron. En Caernarfon, Golululumng había descubierto que la bruja Baba-Yaga, abuela de los tres demonios poderosos: Diablo, Ahriman y Belial, estaba haciendo un ejército para atacar la ciudad del rey Alfonso V el Magnánimo, Nápoles. Éste ejército iba a salir en un mes, con unos cincuenta mil Panis. El rey Cú Chulainn, enterado, visitó a Alfonso V para ponerse de acuerdo y prepararse para la gran batalla. Reunieron alrededor de cuarenta y cinco mil hombres en un día. El rey de Nápoles agradeció al rey Cú Chulainn por la noticia y le dio cien mil monedas de oro como un ofrecimiento. Llegamos a la isla de los Pecadores, donde los Panis capturaban a las personas y luego se los comían. Era tenebroso aquel lugar; el cielo era de color rojo, con truenos y algunas veces había tormentas, los árboles estaban secos. No había nada de vida en ese lugar. Dejamos al Carrier sumergido en las negritas aguas. Nadamos hasta las orillas de la isla, nos escondimos detrás de las enormes piedras, tratando de que los Panis no nos vieran. No podíamos quedarnos en esas piedras escondidos y sin poder pasar; habían muchos Panis en ese lugar. Así que, agarramos las espadas y empezamos a atacar uno por uno, hasta poder pasar. Al fin logramos pasar por ese lugar, no derrotando a los Panis sino que matando a los que se nos atravesaran en nuestro paso. Nuevamente nos escondimos; ya los Panis sospechaban

que alguien más, distinto de ellos, estaba en la isla de los Pecadores. Los Panis se inquietaron; el jefe mandó a uno de los Panis para que le avisaran a los 33 Devas lo que sucedía. Los Devas se enojaron y mandaron a uno de ellos, a ver lo que sucedía en realidad. Ya todo estaba tranquilo para nosotros, seguimos caminando; vimos una colina en esa isla, así que la escalamos. Cuando la escalamos, sin ninguna dificultad, observamos una cueva, cuyo guardián de esa cueva era un troll. Organizamos un plan para poder entrar los tres vivos a la cueva: -Necesito a alguien que distraiga al troll por un rato- exclamó Einstein. -Yo lo podré hacer- le contesté, para que así, ustedes dos entren a la cueva y rescaten al prisionero. Cristóbal agarró su arco, le apunto hacia la cabeza y le lanzó la flecha. El troll hizo un gemido de dolor y dijo: -¿Quién anda ahí?- Empezó a caminar y yo me le puse enfrente: -¿Qué tal, horrible bestia? ¿Crees que me puedes derrotar?- saqué mi espada, y el troll sacó un martillo como de mi tamaño. -Por supuesto, hombrecito- lo dijo con una vos burlona y confiada. Me coloqué en guardia, mientras el troll sólo caminaba rodeándome. Einstein y Cristóbal entraron hasta lo más profundo de la cueva, pasando y derrotando a Panis. En algunas celdas había humanos, capturados por los Devas. En una parte profunda de la cueva, se encontraba la espada de Fuego, pero había unos obstáculos que debían que derrotar. Los guardias de esas espadas se pararon, cada uno tenía dos cabezas y un ojo en cada cabeza, con gran musculatura y un hacha cada uno. Einstein entró en ataque, mientras que Cristóbal de lejos les lanzaba flechas a los dos Panis. Los Panis eran lentos, pero con cada hachazo que daban, eran capaces de quebrar una roca y de abrir agujeros en el suelo. En ese lugar, había muchas arenas movedizas, las cuales era muy difícil de verlas y que los guardias ya sabían en donde quedaban las arenas. -¡Cristóbal, entretenlos un rato!- gritó Einstein mientras subía a la parte más alta de una piedra. Ya arriba, en la primera oportunidad, saltó y colocó la espada hacia abajo, y se la ensartó en medio de las dos cabezas a uno de los guardianes. El otro guardián, se enfureció tanto, que con la parte de atrás del hacha le dio a Cristóbal dejándolo inconsciente por un rato. Entonces, Einstein tomó la espada y la movía como para alejar al guardia. El guardia corrió hacia Einstein y éste le quiso dar con la espada. Pero el guardia muy astutamente, paró y Einstein pasó de largo con la espada.

El guardia lo agarró, le tiró la espada y con su hacha iba a matar a Einstein. A punto de matarlo estaba el horrible Pani, cuando Cristóbal se recobro y viendo al guardia que cargaba a Einstein, agarró su arco, le apunto hacia una de las cabezas del guardia y lanzó la flecha. Ya cuando el guardia le iba a dar el hachazo a Einstein, la flecha le penetró en una de las cabezas, haciendo que el guardia tirara a Einstein por un lado y su hacha por el otro, y el guardia, enloquecido con el gran dolor, cayó fuertemente sobre el piso, y murió. Einstein tomó la espada de Fuego, la cual estaba en medio de cuatro antorchas y dentro de una caja de vidrio, y detrás de él, la figura de uno de los 33 demonios Devas. Salieron de esa cueva apresuradamente y subieron al siguiente nivel de la cueva. Mientras tanto, yo viendo fijamente al troll en las afueras de la gran cueva, el troll me atacó, con su hacha, haciendo que yo me tirara hacia un lado, y como el troll tenía tanta fuerza, con cada hachazo que daba, ésta se quedaba clavada en el suelo. Mientras que el troll intentaba sacar su hacha de la tierra, yo lo atacaba con la Soul, con tanta fuerza que hasta gritos daba yo de furia y el troll gritos de dolor. Con su mano trataba de hacerme daño, pero yo lo esquivaba. El troll sacó su hacha del suelo, y enfurecidamente me atacó, y yo no podía interponer mi espada, ya que no tenía tanta fuerza como el troll, sino que lo único que hacía era esquivar cada golpe que el troll daba. En una de tantas, caí, y el troll puso su hacha detrás de su espalda para dar así su golpe final y su victoria. Yo saqué mi cuchillo y se lo penetré en uno de sus pies. Eso hizo que el troll retrocediera y lo sentara en el piso. El troll mientras se agarraba el pie, yo intenté agarrar su hacha, pero era muy pesada, así que, agarré la Soul; pero el troll inteligente agarró mi espada en el otro extremo. Sus grandes manos sacaban sangre color verde azulada, pero al troll no le importaba y con su otra mano, me tiró hacia una piedra, donde allí caí de espaldas. Me levanté, agarré nuevamente la Soul y ahora sí estaba decidido a matarlo, cuando el troll sentado y con su espalda recostada sobre una montaña de gran altura, la golpeó con una de sus manos. La parte de arriba de la montaña se estaba destruyendo, y en el piso caían grandes piedras. Una de ellas venía hacia mí, pero era tan grande que alcanzó a lastimarme. Pero ésta misma piedra rebotó y le cayó encima al enorme troll, matándolo. Yo me quedé recostado sobre el suelo, con la Soul en mis manos y esperando a que mis amigos salieran de la cueva. Regresando dentro de la cueva: -Einstein, aquí hay una entrada de hierro- exclamó Cristóbal, con tal asombro, que cuando vio, uno de los demonios de Devas estaba dándole ordenes a una serpiente que cuidaba ésta entrada de hierro. -¡Quieto!- dijo Einstein. No lo mires a los ojos, que podrás morir instantáneamente.

El demonio de Devas tenía cuernos, era color negro y con vos tranquila; hablaba el idioma de la maldad: el Ahriman. Éste demonio salió por otra puerta que daba a uno de los volcanes de esa zona, y la serpiente empezó la guardia frente a esa puerta. Entró Cristóbal primero: -Tú, serpiente, ¿Puedes hablar español?-Claro que puedo- respondió. Esta serpiente tenía como cinco metros de largo y era color negra, con pequeños cuernos en su cabeza y sus ojos eran amarillentos. -Tienes algo que nos pertenece en esa celda, quiero que me lo des y no te haremos daño- dijo Cristóbal, como cuando él le habló al rey de España, con claridad y sobretodo con confianza en sí mismo. -Ven a buscarlo si quieres- respondió la serpiente, y siguió –pero recuerda, que tienes que pasar por sobre mi cadáver-. La serpiente pensó que sólo Cristóbal estaba en ese lugar, así que persiguió a Cristóbal hasta la entrada de la cueva. Einstein se escondió para que la serpiente no lo viera, y vio pasar a Cristóbal y detrás de él, a la serpiente arrastrándose rápidamente hacia Cristóbal. Cuando Einstein vio pasar la cola de la serpiente, entró hasta donde estaba la puerta de hierro. Quebró el candado con la espada de Fuego, y vio a una persona en el interior de esa celda: era René Robert Cavalier, señor de La Salle. Cavalier muy asustado, salió tirando a Einstein y gritando como loco en toda la cueva. Einstein le pegó en la cara con el puño bien cerrado, y Cavalier se quedó inconsciente por un rato. Cavalier había llegado aquí, siendo capturado por uno de los demonios de Devas y traído aquí por la máquina del tiempo negra, que es la máquina utilizada por los señores del mal. El demonio de Devas de ese tiempo, esperó cuando lo mataron, y luego otro demonio de los mismos lo llegó a traer con la máquina del tiempo negra en el estado de Texas. Los propios hombres de Cavalier lo mataron, en el año de 1687. Sin embargo, los demonios de Devas lo revivieron, pero cuando lo revivieron éste no abría los ojos, sino que los dejaba cerrados. Es como cuando nace un bebé, que nace con sus ojos cerrados y los abre hasta cierto tiempo. Einstein lo cargó y fue hasta la entrada de la cueva. Mientras tanto, vi a Cristóbal correr a toda velocidad y con su arco en las manos. -Cristóbal, ¿Cómo les fue?- le pregunte yo todo emocionado. -¡Auxilio!- gritó Cristóbal. –Una serpiente gigante me persigue-. Entonces Cristóbal llegó a donde yo estaba. Detrás de él, venía una serpiente. La serpiente vio una gran piedra y debajo de la piedra al troll.

-Mataron al guardián de la cueva- dijo la serpiente. La serpiente se paró enfrente de nosotros y nos comenzó a atacar con su lengua ácida. Con nuestras armas nos defendíamos y cuando la oportunidad se acercaba, atacábamos a la serpiente. La gran serpiente, que se movía por los árboles secos, y en cada rama pasaba correctamente sin quebrarla, hasta que decidió irse a lo más oscuro de un bosque que había en ese lugar. -Regresé- dijo Einstein, cargando en sus brazos a Cavalier; que cargaba un ojo morado por el puñetazo que Einstein le dio. Hicimos una fogata en ese lugar, a esperar que Cavalier reaccionara y así contarle lo que le había sucedido. Estando charlando los tres sobre nuestra misión, vimos a Cavalier despertar y todo descontrolado, abrió los ojos, y preguntando en dónde se encontraba. Le explicamos todo lo sucedido, y él se tranquilizó más, pero como todos nosotros, que no podía creer lo que le sucedió. -Voy a buscar mi escopeta en el interior de la cueva, en donde estaba prisionero-Está bien- le contestamos nosotros, pero no te tardes tanto. Mientras que Cavalier fue a buscar su escopeta, la serpiente regresó y sorpresivamente agarró a Einstein y a Cristóbal. Entonces con mi espada le intenté cortar el cuerpo grueso de la serpiente, pero Soul no penetró ni le hizo ningún rasguño a la serpiente. Observé el hacha del troll, pero no la aguantaba. Así que le grité a Einstein si podía darme la espada de Fuego, pero no podía, ya que la serpiente los envolvió con su cuerpo y su cabeza por encima de ellos. Oí un disparo, estaba Cavalier y su escopeta de calibre muy grande, y la serpiente a la hora de ver a Cavalier afuera de la celda, soltó a Cristóbal y a Einstein. Einstein sacó la espada de Fuego. Me la dio para que fuera y sorpresivamente le cortara la cabeza a la serpiente. Con cada escopetazo que Cavalier daba, la serpiente retrocedía poco a poco. Me escondí detrás de un árbol, esperando a que la cabeza de la serpiente llegase a donde yo se la pudiera cortar. Llegando iba la cabeza de la serpiente: sólo veía el largo de esa serpiente, pero ella no me había visto. Cavalier dejó de disparar: -Ya no tengo balas- y se escondió en un pequeño agujero que estaba detrás de él. -Ya corta a la serpiente por la mitad- me gritaron mis amigos. Enfurecidamente, salí de donde estaba escondido, me puse al lado de la serpiente y la corté casi por la mitad. La parte trasera de la serpiente empezó a moverse de un lado hacia otro ligeramente, mientras que la parte de su cabeza poseía todavía vida. La serpiente se dio la vuelta y me vio, entonces me subí al árbol en donde yo estaba escondido y ya estando en la punta, me lancé a una pequeña laguna de aguas negras que había en ese lugar, y Cristóbal agarró su arco y le lanzó una flecha en la cabeza, atravesándosela completamente. La serpiente cayó ya sin movimientos. Yo salí del agua, y mejor decidimos bajar de una vez.

No rescatamos a las otras personas que estaban en esas celdas, ya que no hablaban nuestro idioma sino que hablaban Ahriman. Esa es señal de que ya estaban endemoniadas. El viaje hacia la costa de la isla de los Pecadores fue más tranquilo. Al fin, llegamos al Carrier para irnos de regreso al Palacio Centum Fontem. Kraken no nos apareció en el Triángulo de las Bermudas porque en la superficie del mar estaban los delfines acompañándonos hasta el otro extremo del Triángulo. En el Triángulo, el mar se tonaba color rojizo por el sol, y las tormentas caían sobre el Carrier. Los truenos y rayos, que daban a cada rato en las antenas del Carrier, hizo que perdiéramos el contacto con el laboratorio de Centum Fontem; Poseidón ya no dio aguante más a ésta situación, así que, con todas sus fuerzas, sopló para que se formase así una ola gigante que nos llevaría desde el triángulo a la costa de Caernarfon. Ya en el Carrier, cuando íbamos hacia la costa de Caernarfon, la dolencia de Cavalier era cada vez menor, y ya no gritaba tanto como lo hacía en la isla de los Pecadores. Fui a tomar un poco de aire fresco. Vi hacia atrás y una ola marcada por Poseidón hacia que el Carrier avanzara más rápido; ya no habían tormentas ni movimientos en falso por parte de la nave, así que ya todo estaba completamente tranquilo. El viento soplaba y se sentía una pequeña brisa que el que estaba tomando aire fresco en la parte de arriba del Carrier, hubiera querido quedarse allí por mucho tiempo. Al fin pasado el recorrido que, por más ni menos, se hizo más peligroso de lo planeado, todo para nosotros volvía a la calma. Llegamos al Palacio Centum Fontem. Nos recibieron y nos acogieron como si estuviésemos en casa, ó aún mejor, como de visita a otra casa a la hora del té. Salimos, pues, a los grandes campos de Caernarfon, donde, personalidades “que no vemos comúnmente” se pasean. Era ya, el descanso de los pobres científicos y trabajadores del laboratorio. Las cien fuentes de la ciudad, completamente encendidas y cada una de ellas, lanzando agua cristalina y que un poco de ésta, caía sobre los campos verdes de estas hermosas tierras. Viendo también, a las personas decorando y cuidando los jardines que le daba belleza a la ciudad, utilizando aparatos con líquidos que nunca en mi vida había visto, ya que por cada rociada que le proporcionaban a la flor marchita, le sucedía lo contrario, más floreciente se ponía. Los herreros de la ciudad, con un trabajo fuerte para estos pobres: afilando espadas, reparando espadas, inclusive, haciendo espadas. Tantos herreros que estaban que hasta le di la Soul a uno de ellos para que la afilara mejor. Los arqueros practicando a unos ochenta metros de su objetivo, y que en cada diez tiros que hacían, ocho acertaban entre los ochenta y los cien puntos. Los guerreros, que en conjunto aprendían con el maestro Sato, y ya profesionales los guerreros, iban todos a la capilla a orar por sus almas y sobre todo para tener sabiduría en las batallas. Todo esto tornaba a que siempre existe una luz de esperanza para todos nosotros, especialmente por los que se proponen las cosas, todos las logran, y mueren con un objetivo: “Luchar hasta la muerte, No huir como los cobardes”.

La espada de Fuego, la espada perteneciente al otro nuevo elegido, estaba en la cámara de fuego: es una cámara que el rey Cú Chulainn tiene para forjar él mismo sus armas y que ningún otro herrero las haga, para que así, el rey tenga confianza de sí mismo y de sus objetivos: “Marcar sólo territorio humano en nuestros mundos”. ¿Cuánta razón tenía el rey al decir éstas palabras? Que cuando las escuché, sabía que era el tiempo en poner en orden nuestra mente, y a decidir qué hacer con todas esas bestias del mal. Por eso, yo digo: “Los caballeros de Centum Fontem lo podemos lograr”. Teniendo esta mentalidad, ¿Creeríamos nosotros, poder derrotar a demonios los cuales tienden a ser diferentes a nosotros, no sólo con aspecto físico, sino que mental especialmente? Con cada palabra que me pongo, siento que es un objetivo y que lo debo cumplir a toda costa, sin que nadie me detenga. Nunca he estado en una batalla de las que voy a enfrentar. Por lo menos, mis compatriotas ya saben a lo que nos enfrentamos, y ¿Qué hacer si los demonios nos van derrotando? ¡OH! Cuántas cosas existen en la vida, que creemos que todas las cosas que pasan son fantásticas. En una circunstancia de temor y miedo, si mantenemos el terror, todo nos saldrá mal. ¿Cómo es que en éste preciso momento, yo piense en esto, y que no piense en lo que yo deje de hacer en el mundo de la tierra?

La primer derrota de un Deva

Estando entonces, en el gran comedor del castillo, la esposa de Cú Chulainn, y los caballeros de Centum Fontem, conversando de todo el caos que hemos pasado en nuestros viajes, se oyó el grito de un integrante de los Devas. ¿Por qué, cuando estamos platicando augustamente, los seres malvados nos dan interrupciones? El herrero que me afilaba mi espada, me la dio sin más pensar, y así salimos, pues, a “tratar” de matar al Deva. Éste demonio, como ya se había dicho su aspecto, poseía unas grandes alas que parecía águila. Volaba tan rápido, que hasta sentíamos el viento que renacía de sus alas. Estaba la noche sin niebla, no se sentía el pánico por parte de los humanos. Todos los ciudadanos se metieron a sus casas, tomando algo de la sangre de los unicornios y con ésta, enmarcando cada una de sus puertas para que así, el Deva no pueda pasar ni agredirlos. -Tengan mucho cuidado, no lo miren a los ojos: Pueden morir- gritaba la voz ronca y desgastada de Einstein. Y seguía: “Pueden ver su cuerpo, sus alas, su lengua… Pero por favor, no lo vean a los ojos”. Estando allá en las afueras del Palacio, los sonidos de éste demonio -cuya lengua la tiene partida como serpiente y con ojos amarillos y saltones-, hacía que nos tapáramos las orejas y por consecuencia, bajáramos la guardia y éste aprovechaba para atacarnos. A lo que a

éste demonio no se le ocurrió, es que nuestro genio Einstein nos dio unas orejeras, con el fin de que hiciéramos nosotros que el Deva nos atacara, y como no fuera así, lo atacáramos nosotros y no dándole oportunidad de escapatoria. Pusimos el plan en marcha: Los disparos de Cavalier daban en el Deva, los flechazos impulsados por Cristóbal daban en el blanco y con cada oportunidad que los de espadas le dieran, ayudaba mucho en la cercana muerte del Deva. Llegaron así los guerreros. Reunimos a unas treinta personas, que serían suficientes y probar el entreno que les impulsaban los diferentes maestros de la enseñanza en las batallas. Estuvimos, entonces, en la vida y en la muerte. El Deva tenía la fuerza de veinte y cinco hombres entrenados por Alejandro el Magno. Se vio el Deva a bajar, y a golpear a quien se le pusiera en frente. Entraron a atacarlo cuatro espadachines y seis arqueros; le hicieron fuerte daño al Deva, el cual se debilitó, pero matando así a los primeros diez guerreros. Nos entró un poco el terror. Éste demonio daba saltos por todas partes y por los lugares que encontrara; las balas salientes del rifle de Cavalier casi no daban en el Deva, y por cada arquero, no muchas flechas le penetraban en la piel. Aturdidos en la situación, nos pusimos en guardia. El Deva venía hacia nosotros, con el propósito de atacarnos hasta morir, sin importar el número de los hombres que estuviesen en frente de él. Los lanceros y los arqueros se pusieron en posición. El Deva llegando a nosotros a toda velocidad, y los lanceros levantaron sus lanzas para que así, una penetrara en el Deva y fin de la historia: pero no fue así. El Deva con tanta maldad se detuvo enfrente de los lanceros y con un movimiento de la cola bajó a toda la primer línea, dejando a siete heridos y cinco muertos. Este Deva se estaba poniendo más furioso, y de la furia de la situación, hizo que él mismo se descontrolara y que lanzara ataques alocadamente. Emprendió vuelo una vez más, pero ahora sí los caballeros de Centum Fontem lo íbamos a sorprender. Volando hacia abajo, nosotros mirándolo con ángulo de setenta y cinco grados, llegó hacia nosotros, pero con dirección específicamente, al más astuto de nosotros, Einstein. Einstein se paró debajo del Deva, dándole así la oportunidad de matarlo, pero llegando el Deva hacia él, como el Deva ya tenía confianza en sí mismo, siguió, y Einstein inteligentemente se movió hacia un lado, y el Deva dándose así, un fuerte golpe que lo llevaría a su destrucción. El Deva quedó tirado, sin moverse. Nos acercamos hacia él, y, como todo cobarde, nos atacó sorpresivamente con las garras de sus manos, dándome una herida en el hombro. Se levantó el Deva rápidamente y todos retrocedimos.

El Deva, con el golpe que se había dado, perdió velocidad de su vuelo y sobretodo habilidad para desplazarse y saltar por lugares difíciles de seguirlo. Al fin, en una de tantas, Cavalier y Cristóbal, con muchos intentos hechos por su parte, debilitaron al Deva. Cavalier, con su rifle, le dio en el ojo, haciendo que el Deva gritara y moviera la cabeza de un lugar a otro. Y Cristóbal, con su arco, tiró a ver si daba en algún blanco del Deva, y le dio justamente dentro de la boca. Creímos que con eso el Deva iba a morir. Nuestro maestro Sato, salió con la espada de Fuego que se la dio el rey Cú Chulainn, y nos dijo que sólo lo cubriéramos. El Deva vio la espada de Fuego, y con tanta furia fue a atacar al maestro. Los arqueros le dieron en las alas y el Deva retuvo su vuelo. Llegué, y, le traté de insertar mi espada en el pecho, pero ésta no penetró. Así que decidí hacerle solo heridas leves: rayones y puyones. Sato apareció detrás del Deva, atravesándole la espada de Fuego por la espalda, y éste, quedó definitivamente muerto. Cuando el Deva murió, truenos sobre nosotros caían, haciendo grandes agujeros en el suelo. Agarramos al Deva, lo envolvimos en una manta grande y regresamos al Palacio. Éste fue llevado al laboratorio, y sólo de llegada, fue estudiado por Golululumng y por Einstein. -Francamente, este Pani tiene una edad aproximadamente de los primeros tiemposdijo Einstein. -Si- repuso Golululumng –tienes toda la razónEra ya de madrugada; la mayoría de los habitantes de la ciudad estaban tranquilamente descansando de ésta noche, cuya historia nunca se olvidará. Todas las personas quedaron estupefactas de ver al Deva; varios habitantes murieron por no seguir las indicaciones de Einstein, “No lo vean a los ojos”. Terminaron las tinieblas de esa noche, y el canto de los grillos resonaban vehementemente. Los aullidos de los lobos se volvieron a escuchar en los bosques cercanos y las riveras tendieron nuevamente a escucharse. Mis nuevos amigos y yo nos dispusimos a descansar en uno de los jardines del Palacio Centum Fontem. Extendimos grandes tiendas y disfrutamos de un rico vino tinto. Hicimos una fogata, en donde juramos que nos íbamos a tener lealtad el uno hacia el otro, sin importar que falten cuatro de los nuestros: Los que no conocemos, y Einstein –que sigue estudiando al demonio-. En este momento, nos divertimos mucho; cantamos y comimos como nunca había comido, pero ¡ya se imaginaran todo lo que dormimos esa noche!

El quinto integrante

Al otro día, nos llegó a despertar Einstein, para que fuésemos a desayunar. Eran ya las 10. Mientras desayunábamos, apareció el rey Cú Chulainn, para informarnos que teníamos poco tiempo para reunir a los demás integrantes de los Caballeros de Centum Fontem, porque Nápoles podría caer en manos de Baba-Yaga, la famosa bruja maldita. Nos contaron todo lo relacionado a ella, y nunca pensé que ella fuera la “Abuela de Diablo, Ahriman y Belial”. “Grandes somos, muy grandes. Mientras más grandes somos, más fuerza bruta tenemos, y con menos mente nos quedaremos. No nos dejemos caer por lo “grande” que somos, que si así fuese, que la muerte más rápido se nos manifieste”. –dicho por el rey Cú Chulainn, para que no nos confiemos de los enemigos. Nos dispusimos a escuchar al rey Cú Chulainn, para darnos instrucciones sobre nuestro quinto integrante y portador de la espada de Fuego. Éste personaje ha sido muy importante por un acontecimiento que sucedió ya hace varios siglos y que dio fin a varias catástrofes en Europa. En esa batalla, todo un imperio se vino a pique y esto desfavoreció a muchos hombres ricos y a otros les “llegó la luz”. -Necesitaremos la máquina del tiempo, pero yo no iré. Mi lugar es aquí, en el laboratorio, y no en zonas de guerra. Ustedes ya saben utilizar como expertos sus armas, al igual que yo, soy un experto en manejar la tecnología-Está bien Einstein. Sólo te pedimos una cosa- Dije yo, y con mis amigos detrás sonriendo. -¿Qué es?-Cada vez que nos vayamos, nos tienes que dar tu bendiciónEinstein justamente aceptó nuestra propuesta. Nos bendijo y nos despedimos de los demás miembros que estaban en el laboratorio. Golululumng rectificó la fecha y el lugar a donde viajaremos. Todo estaba listo para irnos. Cuando entrábamos a la máquina, el rey Cú Chulainn nos hizo una pequeña reverencia inclinando su cabeza y la levantó, y movió la cabeza diciendo un “Si”, un “Vayan por la victoria”. Es la primera vez que Cristóbal veía una máquina de tal magnitud y tecnología, al igual que Cavalier. Era nuestro primer viaje juntos, por la busca de otro de nuestros compañeros. Cerrando la puerta de la máquina, grité: “Preparen una deliciosa cena, que no tardaremos en regresar”. Todos los presentes en el laboratorio nos aplaudieron dándonos ánimos y se veía en sus caras el desconsuelo de cada uno, poniendo una cara físicamente de alegría.

La máquina haciendo un fuerte ruido, paró, y estábamos ya en Francia, el 18 de junio de 1815. La puerta de la máquina se abrió. Cristóbal se quedó en la puerta de la máquina procurando que nadie se acercara. Era una batalla entre los mismos hombres, con cañones y todo lo de esa época. El lugar donde fuimos a dar era un bosque en donde la máquina se quedó, y alejado de nosotros, una gran batalla se guardaba en una isla desierta al otro lado de donde estábamos. Cristóbal propuso que mejor fuéramos los tres al otro lado, y cubriendo él la máquina con todo lo que encontraba, yo busqué una manera de llegar a esa gran batalla, la gran batalla llamada Waterloo. No muy lejos estaba la isla, a unos veinticinco metros de donde nos hallábamos. Nadamos hasta llegar al otro lado, y un imperio derrotaba al otro. Nos pusimos de pie, y varios hombres enfurecidos con pistolas y espadas en las manos estaban decididos a atacarnos: -¡Cuidado!, que vienen soldados dispuestos a atacarnos. Desenvainé y demostré mi fuerza, atacando y defendiéndome de los hombres, los cuales eran del “imperio malo”. Cristóbal con sus habilidades de arquero, a cada hombre les daba en el punto fatal de cada quien. Y Cavalier, con su rifle de gran extensión, le alcanzaba a dar a un blanco que tenía más de 400 metros de distancia. Cavalier movía su rifle rápidamente, y disparando bala tras bala y se cubría de las demás balas. El “imperio malo” se empezaba a retirar, y el “jefe” de ese imperio, montado en un caballo blanco, fue perseguido por el “jefe” del otro imperio. El caballo blanco del famoso Napoleón Bonaparte ya no aguantó más, quedándose parado y Napoleón con espada en mano amenazaba al gran duque de Wellington, que ya estaba frente a Napoleón. Los dos se bajaron de sus caballos, y mirándose con tanta furia, se atacaron los dos, hasta que Napoleón lo hirió en un brazo al duque. Pero el duque, no dejándose de su contrincante, le respondió hiriéndolo en una pierna; y agarró una pistola y sin pensarlo, le dio en la mano donde Napoleón cargaba la espada, y con el impacto de la bala, soltó la espada, de manera que cayera dentro de dos piedras y perdiéndose así la espada de Napoleón. Y todo dolido el duque, le penetró la espada en el pecho y Napoleón cayó, dándole la victoria al ejército del duque de Wellington. Viéndolo a él nosotros, cuando iba regresando hacia donde se encontraba su ejército, los tres nos pusimos en frente de él. El duque desenvainó y puso su espada fuertemente en su mano izquierda y se dispuso a atacarnos: -¿Quiénes son?- preguntó tranquilamente el duque. -Somos una parte de los Caballeros de Centum Fontem. No tenemos tiempo para contarte con detalles la historia, así que tendrás que venir con nosotros-¿Eres Cristóbal Colón, verdad?- nos cuestionó nuevamente el duque – ¿Qué es todo esto? ¿Qué está pasando?-

Daba risa la reacción del duque de Wellington. Pero continué hablando: -Cristóbal, agarra las armas y tú Cavalier, regresa con él a la máquinaEl duque guardó su espada y volteándose para pensar un poco, me senté sobre una piedra y lo invité a sentarse junto a mí. -Y ¿Qué es eso de los Caballeros de lo que mencionaste?-Somos los Caballeros de Centum Fontem- y le conté todo: Somos siete en total, por ahora eres el quinto. Es una explicación muy complicada, que mejor la tendrías que ver tú mismo. El rey de Caernarfon nos eligió para derrotar la maldad de “los mundos”. Mientras que le trataba de explicar más a Arthur, uno de sus caballeros se acercó a ver qué pasaba con el duque. -No te preocupes por mí; dile a los demás que morí y que me llevó el “mar”-Y eso diré, mi Señor- replicó éste sin hacer ni una sola pregunta-. -Entonces, ¿qué esperamos? Acepto ir con ustedes y ser parte de los Caballeros de Centum FontemNos tiramos al agua, y llegamos al otro lado. Cavalier y Cristóbal habían ya destapado la máquina del tiempo. -¡Bienvenido, Arthur!- dijeron Cristóbal y Cavalier en coro. Arthur, con buena cara señaló: “A ver, derroté al gran Napoleón, y, ahora, ¿me encuentro, con esto?” ¡Qué gran día! Pero, ¿Vamos a regresar? -Si sobrevivimos, Sí- contesté inmediatamente. Entramos a la máquina del tiempo, y, aparecimos en el laboratorio de Centum Fontem. Todos nos recibieron con aplausos y con gorros volando por todas partes. Era como una fiesta, y con una gran cena esperándonos en el gran comedor del Palacio. Las personas que estaban en el laboratorio se callaron para que las palabras del rey se escucharan: -¡Bienvenido!, soy el rey Cú Chulainn, y estás en el Palacio Centum Fontem, en la ciudad de Caernarfon. Ven y te contaré toda la historiaEinstein nos dio la bienvenida y dijo que estaba muy sorprendido con nosotros. Fuimos al gran comedor para cenar y todos estábamos cómodamente comiendo y bebiendo, y todos los meseros del Palacio siendo muy atentos a nuestras ordenes. Todos nos reíamos en el gran comedor. Y una criada le fue a preguntar al duque Arthur si se quería dar un baño. Éste accedió y se despidió de todos nosotros: “Descansen bien, porque mañana será un

nuevo día para todos”. El duque Arthur se fue a su recamara, la cual era lujosa al igual que la de todos los elegidos, y con todos los mismos derechos que la de todos los miembros de la realeza. Grandes esperanzas nos llegaron; los vientos y las lloviznas iban desapareciendo en Caernarfon. En ésta, como en todas las noches, salía al jardín, de modo que me acostaba a ver la luna, y suspiraba. Viendo ésta luna, cuya luz me relumbraba el rostro, y las estrellas, que me hacían el recuerdo de Elizabeth Ángela, me llenaban de recuerdo y de fuerzas para seguir luchando en éste mundo extraño. Ya de mi cansancio, al poco tiempo de haber llegado al jardín, me levanté y fui a mi habitación, apagué las tres veladoras que la alumbraban y me dije a mí mismo “Buenas noches”.

El Real Festín

En muchas ciudades hay tradiciones y costumbres que son parte de su propia cultura. En Caernarfon, hay una fecha muy especial para todos los ciudadanos y gente de la realeza: el Real Festín. Caernarfon cuenta con grandes campos, ríos, cataratas y grandes árboles. Pues, en uno de los campos más grandes de Caernarfon se celebra el Real Festín. Llegan músicos de la época a ambientar el banquete y a introducirle un poco de ritmo para que así, todas las personas bailen y se diviertan. Todos los ciudadanos bailan al ritmo del compás de las bellas canciones, y como algunos no bailan, se quedan en sus mesas a verlos: comiendo, charlando, viendo llegar a las personas. Una de las cosas que caracterizan a Caernarfon es que no hay personas pobres. Todos los ciudadanos tienen su economía muy estable; no hay preocupación de que alguien no tenga dinero, porque todos lo tienen. El que no tenga un nivel estable de economía, es desterrado de Caernarfon. Así que, todos trabajan duro para que no los destierren. Y el gran día llega a Caernarfon: el Real Festín. Levantándome estaba cuando vi correr a una criada y sólo le alcancé a escuchar un “Buenos días”. Ésta mujer iba bien arreglada, con vestido elegante, zapatos blancos bien distinguidos y un lindo peinado. Detrás de ésta, un mozo también elegante, con chaqueta y con pipa en boca. -Oye, ¿por qué están todos elegantes el día de hoy?- le pregunté con mucho asombro al mozo. Éste se quitó la pipa de la boca, y agachó la cabeza y me dijo:

-es que hoy es la fiesta en Caernarfon. El Real Festín es nuestra fiesta-Y esto ¿A qué hora va a ser?- le pregunté nuevamente. -Cuando el reloj marque con sus manecillas las doce del medio día, y sea el momento de que todos los hombres tiren sus gorros hacia el cielo-. Y continuó corriendo hacia uno de los grandes campos en donde se va a celebrar. Fui a los dormitorios en donde se encontraban los que ya somos amigos. Toqué en las puertas y salían con que todavía querían dormir. Yo les decía que hoy se celebra una fiesta en Caernarfon y que iba a ser a las doce del medio día. Se asombraron y rápidamente se fueron a dar un baño todos para vernos ya a las doce. Fui a mi cuarto, me di una buena “ducha” como digo, con agua caliente, me vestí y salí de mi dormitorio, dejando mi espada y todas las armas que normalmente cargaba. Venían mis amigos por uno de los pasadizos del Palacio, y nos dirigimos hacia el campo donde se estaba organizando la fiesta. Los grandes banquetes pasaban por nuestras narices. Eran pavos los que llevaban en unos grandes platos, adornados con verduras y también a cerdos, que llevaban en su boca una manzana cada uno. Los vinos de todos los colores, burbujeando y con una sombrillita en cada copa. El rey Cú Chulainn ya estaba en el campo, con su esposa a la par y varios invitados de la realeza de todas partes. Los músicos ya habían llegado, y los ciudadanos bailando con mucha alegría. Nos dispusimos a bailar con varias doncellas que llegaron de otras ciudades, y como los otros ya eran más viejos, se fueron a sentar en la mesa del rey Cú Chulainn, dejándome sólo bailando con una de las doncellas. El primer plato llegó a la mesa del rey Cú Chulainn. Era la mesa redonda más grande del Real Festín. En esa mesa se incluían duques, condes y vizcondes, amigos del rey y de la reina. Estaba Einstein platicando con uno de los duques también en esa mesa, y como todos los hombres importantes, los Caballeros de Centum Fontem le daban alegría a la mesa. Riéndonos de bromas y todos felices en esa mesa. Llegaron las doce, y la primera campanada sonó. Y tiraron, pues, todos los ciudadanos sus gorros hacia el cielo, y viendo a Einstein que lanzaba su gorro, lancé el mío tan alto que pude, que lastimosamente cayó en una de las fuentes del campo, y todos mis amigos riéndose de mí y yo me puse todo rojo, que parecía un tomate en esa festividad. Como en toda fiesta a la que yo he ido, después de comer, fui a la mesa en donde se encontraba la doncella con la que bailé la primera vez, y agarrándole la mano le pedí que bailáramos otra vez, y aceptando, bailamos toda la tarde, hasta que los celajes azules se pusieron anaranjados, y las aves volando hacia el sol que alumbraba un amarillo pálido por sobre todo el campo. El padre de la doncella, un virrey, se la llevó en su carruaje, y me despedí como cualquier otro lo hubiera hecho, y el virrey me estrecho la mano diciéndome que tuviera suerte por todo y un gracias por lo que voy a hacer en su mundo, que ahora es mi mundo.

El rey Cú Chulainn, su esposa y los Caballeros de Centum Fontem nos colocamos en la entrada de la ciudad, para ir despidiéndonos de las personas de la realeza que habían llegado, mientras que los ciudadanos se fueron a sus casas tranquilamente y felices. Nosotros, los caballeros de Centum Fontem, nos abrazamos y veíamos salir el último carruaje de la ciudad. El rey Cú Chulainn mandó la orden de cerrar la puerta, y nos fuimos así al Palacio para descansar de ésta gran festividad: el Real Festín.

Una batalla a las afueras de Caernarfon

Era ya otro día en Caernarfon. Todos volviendo al trabajo que, hasta ahora, ha sido satisfactorio para todos nosotros. Volviendo estaba a mi entrenamiento con mi espada, cuando llegó un guerrero de arcos diciendo que una criatura extraña merodeaba al rededor de la ciudad. Los caballeros de Centum Fontem ya estaban reunidos hablando de la situación y llegué: -Parece ser que mandaron un espía para ver el número de personas que integran nuestro ejército- replicó Einstein. -Si fuese así- dijo el rey Cú Chulainn -debemos de destruir al merodeador, sin dejar rastro de éste y teniendo cuidado de que no se escape ninguno más-. Todo estaba en orden en ese momento. Cavalier subió a una de las torres más altas de la ciudad y se puso en posición. Vio él una criatura moviéndose muy rápidamente, con una cerbatana en la boca, parecía un elfo, sólo que de tamaño pequeño, de unos cuarenta centímetros. Abrieron la puerta de la ciudad; Cristóbal y yo, montados en caballos, salimos a las afueras de la ciudad, junto con diez guerreros con espadas y otros diez arqueros. Arthur venía tras nosotros al conseguir su caballo y se puso junto a mí y Cristóbal al frente del pequeño ejército. Le hice una seña a Cavalier, y me contestó diciéndome “estoy listo”, pero sólo moviendo la cabeza, y se puso en posición. Nos distribuimos para ir en búsqueda de las criaturas. Cristóbal, Arthur y yo nos fuimos por el bosque; cinco guerreros con espadas y cinco con arcos fueron a la zona del mar, mientras que los demás a un pantano que queda cerca de la ciudad de Caernarfon. En el mar, una criatura salió por la arena sorpresivamente, atacando con su cerbatana al guerrero de espada que caminaba de último, tirándole una especie de aguja al cuello e

insertándosela, y el guerrero de espada no hizo ruido alguno, cayéndose a la arena, y la pequeña criatura se introdujo nuevamente a la arena. Cavalier volteó la vista a donde estaban ellos, y vio tirado al guerrero, mientras que los otros sólo seguían caminando. Cavalier se quedó viendo a ese lado, y salió la criatura de la arena queriendo atacar a otro guerrero. Cavalier le apuntó y cuando la criatura corrió hacia un guerrero para matarlo, Cavalier disparó dándole en el cuello a la criatura. De lo silencio que estaba el bosque en donde estaba, salieron los pájaros de los árboles al escuchar el rifle de Cavalier. Mientras tanto en la arena, cayó la criatura, y los guerreros vieron a la horripilante criatura: era una calavera. Ésta criatura se levantó y trató de matarlos, pero Cavalier le disparó y ahora sí se quedó en la arena, sin movimiento alguno. Los guerreros vieron por todos lados, por si alguna otra criatura aparecía, pero ya ninguna apareció en ese lado. Los que estaban en el pantano, perdieron la vida. Las criaturas eran cubiertas por los arbustos en el pantano, y con cada agujilla que lanzaban, automáticamente mataban a los de la raza humana. Estas criaturas que estaban en el pantano, fueron al bosque, cuya intención era matarnos. Corrían tan rápido a pesar de sus cortas piernas y eran muy ágiles saltando por todos los árboles y piedras. Mientras nosotros caminábamos regresando a la ciudad, las tres criaturas saltaron frente a nosotros y no nos dejaron pasar. Desenvainé, y Cristóbal sacó su arco y le apuntó a una criatura a la cabeza. Arthur sacó una ballesta, la puso en su brazo y esperaba a que las criaturas se movieran para dispararles. Las criaturas saltaron: una se fue al lado izquierdo quedando en una piedra, y las otras dos saltaron al lado derecho quedando en las ramas de un árbol. Subimos las miradas, y éstos sólo se nos quedaban viendo; sacó uno de ellos su cerbatana y disparó. Los tres esquivamos la agujilla quedando así insertada en un grueso árbol. Cavalier no estaba en posición, así que bajó a caballo hasta llegar a la entrada de Caernarfon. Saltaron las criaturas por todos lados, cayendo en piedras y lanzándonos las agujillas. En una oportunidad la criatura saltó sobre mí y con la espada lo partí por la mitad. Cavalier llegó, se escondió detrás de una piedra, y esperando a que otra criatura se lanzara hacia alguno de nosotros, una de las criaturas lo vio y se lanzó hacia él, y la criatura quedó por sobre la piedra y Cristóbal lanzó la flecha, atravesando el pecho de la criatura y ésta se destruyó, quedando sus huesos tirados por todos lados. La otra se lanzó sobre Cristóbal y Cavalier reaccionando rápidamente le disparó cuando la criatura iba en el aire, dejando a la criatura recostada sobre un árbol. Se puso de pie, y sacó su cerbatana. Mientras la sacaba, Arthur con la ballesta disparó, insertándole la flecha en la cabeza. Volvimos a la entrada de Caernarfon en nuestros caballos, y Einstein esperándonos dijo: -Mientras estaban en las afueras de la ciudad, un búho nos trajo una carta de la ciudad de Nápoles, y nos escriben que el ejército de Baba-Yaga acaba de salir con más de veinte mil Panis, con catapultas y criaturas gigantes, embarcaciones que están por llenarse y que están siendo escoltadas por Kelpeis-.

-¿Y los demás integrantes?- preguntó Arthur. -Eso tendrá que esperar un poco más. Somos bastante fuertes y los otros elegidos los iremos a traer después de ésta gran guerra. Otra cosa más, -y siguió hablando Einsteinacompáñame Arthur, que tengo que darte algo-. Einstein llevó a Arthur a la cámara donde se encontraba la espada de Fuego, y dijo: -Ésta espada, estuvo por muchos siglos en la isla de los Pecadores. Fue la espada que llevó a Atlas al castigo eterno. Obtén ésta espada, que es la más poderosa de todo el mundo-. La meció un rato en ese mismo lugar, luego la miró fijamente y dijo: -Lo único que puedo decir es que ésta espada es la que nos llevará a la victoria; la famosa espada de Fuego-.

La muerte de Iblis

Era ya, el día en el que debíamos hacer uno de los viajes más largos de la historia. Desde Caernarfon hasta Nápoles, dos de las ciudades más importantes de la época. Nápoles cayó en los ojos de la maldad; Baba-Yaga la quería para empezar ella su gobierno, y luego otorgársela a sus nietos, para que así, empezaran los días del mal. Salimos, pues, quedándose en el Palacio Einstein, Golululumng y demás personal no guerrera de la ciudad. El rey Cú Chulainn nos pidió ir en la búsqueda de los arqueros del Bosque de los Cien Acres, y nosotros cuatro obedecimos (Cristóbal, Cavalier, El rey se llevó al ejército por los montes de la Paz, para llegar a la ciudad de Nápoles más rápido, mientras que nosotros nos fuimos por la llanura Grande: una gran cuesta que desde la punta de la llanura se forma una catarata de aguas cristalinas; y cuando yo toqué el agua de la catarata, eran termales. -Cuando se termine todo esto, traeré a Elizabeth Ángela a estas cataratas. Estoy seguro que le encantará- dije en voz alta. -¿Qué dijiste? ¿Traerás a quién?- me preguntó Cristóbal. -A Elizabeth Ángela- le contesté sonriendo. -Así que ¿Tienes esposa?-No, no es mi esposa aún. ¡Estoy muy joven!-Pues, a tu edad ya tenía esposa- entrando a la conversación Arthur. -Yo la quiero, pero…- me quedé sin ganas de hablar. -¿Pero qué?-No se cómo vaya yo a terminar. Si muerto, o vivo, quién sabe-.

-No te preocupes muchacho, todos estaremos vivos- cuando escuché estas palabras de Cavalier, me dio un aliento de querer terminar más rápido con esto. Nos montamos a los caballos y continuamos subiendo la llanura. Eran casi las cuatro de la tarde; un viento nos vino fuerte, haciendo que los caballos se pararan con sus dos patas traseras. Las hojas de los árboles empezaron a caer y toda la tierra se levantó, como si un huracán estuviera delante de nosotros. Seguimos cabalgando y preguntándonos sobre esos vientos que nos acecharon. En el camino, nos encontramos con una cueva, la cual parecía habitada por hechiceros. Entramos a ver lo que había dentro de la cueva, y vimos un grupo de personas alabando una estatua hecha con barro color negra, con tres brazos para el lado izquierdo y tres para el otro. Una niña se nos paró detrás de nosotros y asustadamente salió corriendo. Salimos de la cueva y perseguimos a la niña. Tenía aspecto de nativa, y parecía ser hija de sacerdotes. La niña entró a una pequeñísima ciudad, de unas diez cabañas y con personas de su misma imagen. Fue y señaló a donde estaba la cueva, y nosotros nos escondimos detrás de los arbustos, viendo pasar a los nativos hacia la cueva. Vimos a todos los “guerreros” ir allá, dejando a sus mujeres preocupadas en su pueblo. Una mujer se colocó detrás de nosotros, nos habló y afortunadamente Cavalier sabía lo que decía. Esta mujer nos dijo que fuéramos a ayudar a sus esposos a sacar a las personas que estaban en la cueva, y si es necesario a matarlas; eran personas que sólo querían el mal a la tierra, y llegaban a esa cueva a hacerle alabanza a los Jinn. La mujer nos dijo también que ellos protegían esa cueva; no dejaban que las personas malas fueran a alabar a esa cueva, y más aún, no se les era permitido destruir la estatua que se tenía en la cueva: era el dios de los Jinn. Si destruían la imagen, el dios de los Jinn se asomaba a su pueblo y no dejaba vida alguna. Rápidamente nos paramos, amarramos los caballos en los árboles y seguimos a los nativos hasta la cueva, pero ya fue muy tarde. Los malvados habían matado al guardián de la cueva y nadie más se había dado cuenta si no es por la niña que corrió a avisarles que los extraños ya alababan. ¡Cuánto corrimos para alcanzarlos! Ya todos estaban peleando con lanzas y objetos afilados. Nos paralizamos al ver la sangrienta pelea, y fuimos a ayudar a los buenos nativos protectores de la cueva. Cavalier se quedó a esa distancia disparando mientras que Arthur y yo desenvainamos y salimos a atacar. Cristóbal detrás de nosotros ya lanzaba flechas a los enemigos y los nativos, al vernos llegar y matar a los malos, se pusieron más rudos y aprovecharon la oportunidad para matarlos a todos. Terminó la lucha, con victoria nuestra. Todos los nativos nos dieron las gracias y como costumbre se arrodillaron frente a nosotros. Sin saber que ya obteníamos la victoria, fuimos al pueblo. Todos los nativos se pararon, y viéndose asombrados de su rápida victoria, fueron a camino contrario de la cueva. Nos juntamos los cuatro nuevamente, y seguimos a los nativos. Otra vez la ventisca que se nos formó delante de nosotros se nos volvió a formar. La ráfaga de viento salía de la cueva, y ahora se sentía más fuerte que la anterior. El sacerdote da los

nativos regresó y viendo que la ventisca salía de la cueva, pegó un grito, agarró la lanza y corrió a donde se formaba el viento. Cristóbal, al ver que el nativo corría a la cueva, lo detuvo y le dijo que nosotros cuatro nos íbamos a ser cargo de aquel hecho. Los nativos se quedaron a unos quince pasos de la entrada de la cueva, y nosotros corrimos contra viento, polvo y todo lo que llevaba consigo. Vimos a una persona llena de sangre: ¡era un sacerdote a quien yo herí con la Soul!. Cristóbal agarró su arco, preparó para lanzar la flecha y la lanzó, penetrándole en el pecho y la pared. Con la alabanza que hizo el maluco, se formaron diez Jinn. No eran muy ágiles, pero si eran muy fuertes. Cavalier no tenía mayor problema al enfrentarlos, pero se llevó una gran sorpresa: Las balas no les hacía daño a los Jinn. Encontró una lanza y se puso en guardia. Cristóbal apuntó a la cabeza de un Jinn y ésta si hizo mucho daño al Jinn, pero aún así no lo mataba. El sacerdote de los nativos llegó y nos tiró agua bendita para remojar nuestras armas y a la hora de que se las insertáramos, se murieran definitivamente. Eso hicimos. Uno de los Jinn nos atacó y Cavalier levantó la lanza y al ver que lo del agua bendita era cierto, ya todo tendría que ser más fácil. Luchando, cubriéndonos de los ataques de los Jinn y matando uno por uno, Cristóbal lanzó una flecha y el Jinn la esquivó, haciendo que la flecha pasara de largo y se fue directamente a la estatua del Jinn. La flecha quebró la estatua, y los Jinn que estaban en ese momento, se murieron. Esa misma estatua se pulverizó completamente y del polvo que se produjo, salió un nuevo Jinn: El dios Jinn, el primero de todos y el que se negó inclinarse al primer hombre. Salió del polvo, era igual al de la imagen, con sus seis brazos y un aspecto desagradable. Con brazos perfectamente ágiles, fácilmente nos puede cazar. No hay duda que si nos queremos probar, debamos de derrotar a esta especie de dios, el cual no es un espíritu. Mientras el dios sacaba toda su ira, en lo más alto de la cueva el sacerdote nativo nos lanzó una espada forjada con hierro y que pertenece a éstas tribus por miles de años. En todas las cuevas la imagen del dios Jinn se convirtió en polvo completamente porque nosotros (más bien, Cristóbal) destruyó la estatua. Por consiguiente, sólo existe un dios Jinn y éste apareció frente a nosotros, poniendo en peligro a los nativos cuidadores de la cueva y a nosotros mismos. Cavalier agarró ésta espada, mientras Arthur junto conmigo tratando de hacerle “pequeñas” heridas a Iblis. Nos movíamos de un lado hacia otro, tratando de esquivar los seis brazos que no dejaban de moverse ni un segundo. El tiempo pasaba; los nativos desde afuera viéndonos luchar contra el dios Jinn… Cristóbal le murmuró a Cavalier, y nos gritaron que necesitaban que el Jinn los viera para llevar a cabo el plan que entre ellos se habían dicho.

Logramos poner al Jinn ante Cristóbal y Cavalier. Nosotros también estábamos enfrente a Iblis, y sólo lo que podíamos hacer con éste era esquivar y cubrirnos de los golpes. -¿Y Ahora qué?- les gritamos. -Sólo agáchense- gritó Cristóbal desde atrás, y el dios al verlo, fue hacia él. Cristóbal se quedó quieto y sólo le apuntaba al Jinn; cuando ya se iba acercando, decidió lanzarle la flecha a la cabeza, pero no consiguió hacerle rasguño alguno, e Iblis continuó acercándose a él. Cuando Iblis creyó que Cristóbal ya era presa fácil, Cristóbal se hizo a un lado, y Cavalier lo esperó con la espada nativa detrás de Cristóbal. El Jinn no pudo esquivar la espada y Cavalier, dando un grito de fortaleza, enroscó la espada en el gran pecho del dios, y el Jinn, al no poder hacer nada, se volvió hacia atrás y Arthur con su espada, le dio tantas veces como pudiera para cortarle la cabeza a Iblis. Se la logró cortar, y el Jinn se quemó, como si fuera pólvora. Cavalier recogió su rifle, y la espada nativa se la llevó en la otra mano. Salimos de la cueva cansados y llenos de polvo. Los nativos nos aplaudieron; Cavalier le entregó al sacerdote la espada y la niña que vimos por primera vez nos sonrió. El anciano sacerdote inclinó la cabeza al recibir la espada y nos dio las gracias. Ahora estos nativos ya no van a tener la necesidad de cuidar las cuevas, que, desde que empezó su civilización, hace más de miles de años, se dedicaron a cuidarlas. Al cabo de todo esto, nos dirigimos al pueblo y todas las personas que habitaban en ese lugar hicieron un sacrificio con una ovejita para mantener su religión. Nos despedimos de todos y el sacerdote nos dio un amuleto, que lo cargáramos todo el tiempo para protegernos de los malos espíritus que quisieran quedarse con nuestras almas, y nosotros estuvimos muy agradecidos con todo el pueblo en general. Montamos los caballos, la niña nos dio nuestras cantimploras y partimos con dirección oeste al Bosque de los Cien Acres.

El bosque de los Cien Acres

Nos paramos a contemplar un bello paraíso, con animales no violentos caminando por allí, y flores de todos colores que adornaban todo el lugar. Un koala bebé se nos acercó y yo lo cargué; y todas las aves se posaron en los árboles que nos rodeaban; llegaron tigres, leones, cebras… y todos los animales que son agraciados. Ya nos habíamos acabado nuestra agua proporcionada por los nativos. El koala me quitó la cantimplora que llevaba en la cintura, y la fue a llenar a la laguna que quedaba en ese lugar.

Nunca pasé una experiencia similar, sobre todo cuando se trata de un animal que no se encuentra tan fácilmente en cualquier lugar. Me senté y otros animales le pidieron las cantimploras a mis demás compañeros. Cristóbal sacó su arco y con una flecha le dio a una manzana que estaba sobre un árbol. Entonces bajó otras tres para dárnoslas y siguió bajando para llevarlas al viaje. Regresaron los cuatro animales con nuestras cantimploras llenas de agua, y nos la entregaron en la mano a cada uno. Nos pusimos de pie, nos montamos a los caballos y prendimos el viaje siguiendo el sol. Mientras tanto, el rey Cú Chulainn ya estaba a pocos kilómetros de Nápoles. Llevaban suficiente comida para todo el viaje, y sin ningún problema acamparon en algún lugar en el camino. Ya pasó el día, todos los guerreros del rey se levantaron muy tempranamente y siguieron el camino hacia Nápoles. Llegaron, y las grandes puertas de la ciudad se abrieron. Alfonso V, muy agradecido con el rey Cú Chulainn, les dio la bienvenida y dijo: “Ya un poco de lo que necesitábamos vino. No teman, hijos de Nápoles, no teman hijos de Caernarfon, que aquí, nosotros salimos triunfadores”. Y todos los guerreros levantaron sus espadas y gritaron. El ejército del rey Cú Chulainn era tanto, que hasta los granjeros de Nápoles tuvieron que poner de sus casas para hospedarlos a todos. “Espero que los caballeros de Centum Fontem vengan a tiempo con los arqueros”, expresándose a sí mismo el rey Cú Chulainn, mientras que Alfonso V daba órdenes a su pueblo. Ya con nosotros, nos encontramos con un montañero y éste nos señaló el camino al bosque de los Cien Acres. Nos indicó que el camino era el del lado izquierdo, y nos dijo que tuviéramos mucho cuidado con las plantas carnívoras que habitaban cerca de ese camino, ellas protegen el bosque al cual nos dirigíamos. Tranquilamente cabalgando por el camino íbamos; que no era tan llamativo, cuando vimos a los lejos una planta grande, color roja, con un tallo grande y con su cabeza en forma de orbe. No tenía ojos pero sí olía bien a su presa. Cualquiera que pasara cerca de una, era devorado completamente. Se estaba tragando a un demonio Ahura, que sólo la cola alcanzamos a ver. Seguimos y en todos lados había plantas carnívoras. Llegamos a una gran fortaleza hecha de madera, con grandes torres en donde estaban los guardianes con arcos y todo. Las puertas se abrieron, y todos los guerreros estaban vestidos de verde, gorros con una pluma encima, zapatos cafés puntiagudos y pantalones cafés. Estaban todos descansando en su bosque de los Cien Acres, y cuando llegamos hasta donde se encontraba el rey, nos dijo que al otro lado estaban los hombres que van a luchar contra Baba-Yaga. El rey nos llevó al otro lado donde había dicho, pasando por un puente largo curvo hecho de madera, y al otro lado de éste, vimos a todos los hombres que nos había dicho el rey. Eran aproximadamente cinco mil hombres montados en un caballo blanco cada uno, y con armaduras (los caballos) que la luz resaltaba del plateado cromado que llevaban. Y el rey se expresó ante sus hombres: “Escuchen, arqueros del bosque de los Cien, éstas cuatro personas necesitan nuestra ayuda para derrotar a una bruja malvada, abuela del terrorífico Diablo, llamada Baba-Yaga, que

está formando un ejército que ya no tarda en partir hacia Nápoles. El rey Alfonso V y el rey Cú Chulainn necesitan de mi ayuda, y yo les responderé. Tengan en cuenta que lo harán por sus familias, por los seres que más quieren en éste mundo. Si no ponen de todo su esfuerzo, los derrotarán a todos y luego algún día vendrán a nuestro bosque, y seremos vencidos. Así que, arqueros del bosque de los Cien Acres, confío en ustedes; pongan de su parte para no salir derrotados y así, pondrán en alto el nombre de sus padres, que también a alguna guerra fueron llamados”. Luego de expresarse, se fue silenciosamente a su palacio, y nos dijo que los guerreros que estaba al frente de nosotros, estaba en nuestras manos. -¡Bien, arqueros de los Cien Acres1 ¡Den todo lo que tienen!- gritó Arthur, y todos nosotros y los arqueros, le respondimos gritando. El rey se volteó hacia atrás, y continuó caminando a su palacio al ver que sus guerreros no lo defraudarían. Se nos abrieron las grandes puertas del bosque de los Cien Acres, y salimos encabezando a todos los arqueros que llevábamos con nosotros. Esto nos dio un aliento de esperanza. Nos libró de muchas tormentas que ya no teníamos que pasar solos, sino que, personas con alta experiencia en batallas, nos venían siguiendo detrás de nosotros, como si fuera nuestra cola.

La guerra contra Baba-Yaga

Estando el rey Cú Chulainn en el trono de Alfonso V, se escuchó la primer piedra lanzada por las catapultas del imperio maligno, y Baba-Yaga se empezó a reír tan fuerte, que hasta los hombres se debían de tapar los oídos para no escucharla. “¡Ya es hora de combatir!” exclamó el rey Cú Chulainn. Desenvainando y montándose a su caballo, le surgieron otros dos dedos en cada mano. Nápoles se veía muy indefenso comparado con el otro ejército. Los soldados de Nápoles hacían lo que podían para retener las puertas de la ciudad y los arqueros se organizaron, desde lo alto de una montaña, y empezaron a disparar todas las flechas posibles sin ser vistos por las bestias. El cielo ya se ponía más oscuro que como estaba. Los rayos comenzaban a surgir y a venirse a bajo, eliminando varios soldados de los dos bandos. Baba-Yaga, al ver que su ejército no avanzaba, lanzó varias bolas de fuego contra los soldados de Nápoles, y así, alejarlos de las puertas de la ciudad. Sólo un soldado de Nápoles decidió quedarse sosteniendo la puerta, y cuando la bola de fuego de Baba-Yaga llegó a la puerta, las manos se le quemaron como si fuera una hoja de papel. Baba-Yaga al ver lo que le sucedía a su víctima, se rió tan fuerte que hasta el rey Cú Chulainn se tapó los oídos.

Y al fin, la primer puerta se desplomó, y las bestias más grandes comenzaron a entrar, arrasando a todo el arsenal que se incluía en ese espacio. En ese momento, los guerreros de Nápoles se esparcieron por todos los lugares, ocupando el mayor espacio posible para hacer un mejor uso de su ataque, y al ver que no funcionaba, se empezaron a retirar y las grandes puertas que guardaban ya a la ciudad en sí, se cerraron. Algunos soldados de Nápoles se quedaron en aquel infierno, en donde nadie sobrevivió, inclusive los más experimentados. Los arqueros de Nápoles (que estaban en lo alto de una montaña) fueron vistos por BabaYaga, y fueron atacados sorpresivamente por ésta y por otros Panis con cuatro brazos y con una hacha en cada mano. ¡Pobres aquellos hombres!, dando su vida por sus familias y por su rey, y que cada vez más iban muriendo con mucha dignidad y con orgullo. Nunca se esperaba que esto le podría suceder a una de las ciudades más importantes de ese mundo, y sobre todo siendo ayudados por el rey Cú Chulainn (que, por cierto, ninguno de sus soldados ha salido a luchar), pero de todos modos, la comparación en número de los bandos es inmensa, y también afecta el uso de muchas catapultas de los malignos. Todos en las puertas, y otros esperando con miedo la entrada de los monstros a la ciudad, con espadas en mano, ballestas, arcos, y con cualquier cosa que pudiera hacer daño lo cargaban. Todas las mujeres y los niños se refugiaron en una especie de cueva, que conectaba con un bosque cercano al reino de Nápoles, pero que también estaba invadido por los maluchos. Todos estaban encerrados, no había ninguna escapatoria en donde no estuviera ningún soldado del imperio malo. El ejército de Baba-Yaga, a pesar de que ya habían entrado muchos por la primer puerta, todo el frente de la ciudad estaba repleto de bestias. “La segunda puerta fue destruida” gritaron los guerreros de Nápoles. -Estamos listos, señor- exclamó uno de los capitanes del armado del rey Cú Chulainn. -¡Vamos al ataque! Gritó el rey Cú Chulainn, y Alfonso fue el primero en ir tras él. Todo el ejército venía tras los dos reyes, y los guardias al verlos, abrieron las terceras puertas para dejar pasar el ejército que iba con furia decididos a si es posible, destruirlos a todos, con tal de que no quede ninguno sólo vivo. La lluvia comenzó a caer, el viento a soplar más fuerte, y Baba-Yaga, disfrutando en su escoba desde lo más alto, riéndose y haciéndole burla a todos los “hombres” que morían de una forma cruel. Cú Chulainn llegó a donde un conjunto grande de bestias permanecían para ir a atacar, y las bestias al verlos, hicieron fuerza para que los caballos no pudieran pasar por encima de ellos, pero no sabían que los caballos eran tan fuertes, así que el esfuerzo les fue en vano y todos se vinieron a bajo. Abriendo paso por doquier estaba el rey Cú Chulainn, y

siguiéndolo Alfonso V, matando y atacando a cualquier monstro que se le interponía en el camino. Y las flechas desde lo más alto cayeron: el ejército del bosque de los Cien Acres había llegado a la zona de batalla. En ese momento, salimos directo hacia los Panis a caballo, y todo el ejército quedó detrás de nosotros. Eran miles de arqueros que nos venían a ayudar a la terrible lucha contra Baba-Yaga. Como era de esperarse, cada vez se reducía el número de malignos y la malvada bruja ya no reía, sino que se enojó y ella también comenzó a atacar, pero esta vez desde el suelo: con su escoba, tiraba especies de energía que paralizaba a los hombres e instantáneamente los mataba. Ella ya estaba derrotada, y lo sabía pero no lo aceptaba. Baba-Yaga huyó a un campo, el cual parecía ruinas por todas las destrucciones que ocasionaron las bestias y ella misma. Entramos a ese campo, -ya había amanecido en la ciudad y la lluvia paró. El sol relumbraba las cristalinas aguas que pasaban cerca de Nápoles, y el gran castillo se reflejaba en el agua, como si fuera un espejo- aparentemente la bruja se aquejaba y lloraba, pero ella se hacía la desentendida. Y como la curiosidad mató al gato, nos acercamos, creyendo que se había “arrepentido”, y se quedó detrás Cavalier, apuntándole a la bruja. Cristóbal se subió a un pedazo de roca originaria de los escombros del castillo, tomó su arco y también le apuntó. La Soul y la espada de Fuego comenzaron a brillar tan fuerte, que Baba-Yaga hasta se tapó los ojos, dejó de llorar y rápidamente se subió a su escoba ya lista para irse del lugar. Cuando se montó a la escoba, le dio dos toquecitos a la parte de atrás de la escoba y ésta entendiendo bien se empezó a elevar. Ya estaba tomando velocidad la escoba, y pasó por encima de Arthur, sin darle tiempo de que éste hiciera algo con la espada. Salté una pequeña pared que me obstaculizaba el paso, y decidí quedarme parado, y la bruja sólo veía atrás, específicamente veía a Arthur. No se dio cuenta de que yo estaba en la pared, así que en el momento en que la bruja pasó por encima de mí, sostuve bien la Soul y fuertemente le corte el haz de ramas flexibles que sirven para limpiar el suelo. Eso hizo que me cayera hasta el suelo, topándome en una roca. Mientras que Baba-Yaga perdió el control de su escoba y fue a dar contra una pared en ese mismo campo. Cavalier le disparó tantas veces en la cabeza, que se la destrozó completamente, y su cuerpo se quemó, dejando sólo cenizas de ella; y con un fuerte viento que llegó, las cenizas se mezclaron junto al polvo. Todo se tranquilizó, pero en ese mismo momento un fuerte terremoto azotó la ciudad por solamente cinco segundos; haciendo que la pared que estaba por debajo de mí se destruyera y viniera hacia mí: comencé a rodar y la pared cayó a la par mía. Me levanté -todo lleno de polvo- Cristóbal se bajó de la piedra, Arthur llegó junto con Cavalier y nos preguntamos si

estábamos bien. Luego el rey Cú Chulainn llegó al campo con el ejército que quedaba, pero ya nosotros habíamos acabado con la hechicera. Mientras iba caminando de regreso al campo, veía hombres llorando por sus hijos, a hijos llorando por sus padres… Todo el lugar parecía “carnicería”: hombres abriendo agujeros para tirar a todos los Panis y a los guerreros que murieron luchando por su ciudad. Al rey Alfonso V lo notaba reprimido, y por ratos se tapaba los ojos con un pequeño trapo que sacaba de su bolsa izquierda del pantalón. Cavalier, Cristóbal y Arthur iban riendo; como siempre era de esperarse: es como que si el fin de las guerras fuera para ellos un hecho gracioso? Pero yo también era igual a ellos. Era otro nuevo día, con hombres marchando y todos consigo un caballo, de pura sangre y con una buena armadura color plateado y con un aspecto policromado. Eran guiados por la salvación de Nápoles: Cú Chulainn. Desde la ventana en la cual me encontraba viendo el paisaje le grité: -Mi rey, estaremos pronto por sus tierrasA lo que el me contestó: -Que así sea, muchacho- y me hizo un saludo como los que yo hago: tal y como un soldado saluda a su coronel y como éste saluda al soldado. Me senté sobre la ventana: apagué una candela que la había dejado encendida durante toda la noche para que ahuyentara a los mosquitos, y me quedé muy pensativo de las cosas que me sucedían.

El enano barbudo

-¡Oye, muchacho! Es hora del desayuno- se dirigió a mi el gran señor descubridor de América. Detrás de él se encontraba Cavalier y el duque de Wellington, y ellos me dijeron “hola” pero con las manos; con cara de felicidad y una sonrisa; empujaron a Cristóbal a que entrase a mi habitación y Cristóbal se puso detrás de mí, y me agarró las manos, mientras que los otros me agarraron los pies. Así me llevaron a desayunar y todos los sirvientes del castillo se reían de nosotros cuatro, por lo que hacíamos. Me sacudían de un lugar a otro, como si estuviéramos jugando al “chapuzón”. De risa y risa, nos topamos con Alfonso V, y seriamente se nos quedó viendo. Mis amigos me soltaron, y se colocaron en una posición respetuosa, y yo, tirado en el suelo, me levanté rápidamente y también me paré bien. El rey Alfonso V nos juntó y nos abrazó tan fuerte, que nos fuimos los cinco al suelo, y al irnos al

suelo, como una sirvienta iba pasando cerca de nosotros, le botamos todo lo que llevaba en una charola, cayéndonos encima los pavos, una sopa y verdura. -¡Ay! Me cayó toda la sopa encima. No lo puedo creer... Mi traje, que fue el que me dio mi padre, está arruinado… ¡No lo puedo creer! ¡No puede ser!- Alfonso agarró su traje entre sus dos manos, y viendo cómo se esparramaba la sopa, nuevamente replicó: -¡Ha ha! No se preocupen, amigos míos, que este momento es para celebrar, no para ponernos dramáticos por un traje. Ahora regreso, ir ustedes al comedor requieren. Ir a mi habitación a cambiarme requiero. Ahora los alcanzo en el comedor-. Le ayudamos a la sirvienta a llevar el pavo a la mesa, pasando por varias habitaciones de los huéspedes del castillo. -Buenos días- exclamó uno de los enanos, el cual salía de una de las “miles” habitaciones por las que pasamos. -Buenos días- respondimos todos, junto con la sirvienta y la charola en nuestras manos. -¿Les puedo ayudar en algo?- preguntó muy exclamativo el barbudo. -Si es tan amable, ¿me podría llevar ésta charola con verduras a la cocina? Es que hay que lavarlas, porque les cayó encima la sopa en aquel pasillo- dijo la sirvienta. El enano agarró la charola que contenía las verduras, y se fue a la par de nosotros, hasta que llegamos a la cocina. El enano dejó la charola en una vieja mesa en medio de la cocina, y nosotros seguimos caminando al comedor que quedaba a unos cuantos pasos de la cocina. -Al fin llegamos- susurré en la elegante mesa que contenía unas cien sillas de madera clase caoba, labradas por un carpintero originario de esa zona. Las orillas de las sillas estaban recubiertas con oro puro y la silla del rey Alfonso parecía tener más de quinientos años. Nos sentamos en la orilla de la mesa que contenía la silla del rey Alfonso, dos de un lado y dos del otro lado, quedando yo enfrente de Cristóbal y a la par de Cavalier. Los sirvientes seguían llevando comida a la mesa para todos los caballeros que se encontraban en el castillo, y poco a poco se iba llenando el comedor de señores de la alta clase social. Algunos eran parientes del rey, otros eran invitados y los que restaban eran magos blancos, enanos y seres los cuales estaban a favor de los humanos. Sonaron las trompetas que daban aviso cuando Alfonso V llegaba al comedor. Todos los que nos encontrábamos en la mesa nos pusimos de pie, en honor al rey. El rey, al entrar al comedor, se hincó ante todos los miembros que contenía la mesa, y así se expresó: -Yo, Alfonso V, rey de Nápoles, no merezco que se pongan de pie ante mi. Mientras tanto, ustedes si se merecen que yo me hinque ante ustedes, porque sólo yo, sin su ayuda, no hubiera derrotado a los malvados que vinieron el otro día. Sin embargo, gracias al Señor, el único Dios, sigo en pie para salir adelante con mi pueblo, y ¡Así será!-.

Toda la gente gritó, rió y lanzó, cada uno, la gorra que en ese momento usaba, y todas las personas aplaudían a aquel rey que se había hincado ante sus súbditos. Una cosa sí se notaba sumamente extraña: aquél enano barbudo, que nos había ayudado con la charola de verduras, no se había parado, ni reído, ni se había movido de la silla en donde se fue a sentar. Parecía estar congelado o hipnotizado por alguien huésped del castillo. -Observa y dime lo que ves- le dije al oído a Cavalier. -Es el enano que nos ayudó con la charola-Está tan diferente ahora que cuando nos ayudó- expresé ante Cavalier. Cristóbal volteó la cara y al vernos nos dijo riendo: -¿Qué les pasa a ustedes dos? ¿Les comió la lengua los ratones? ¡Vamos a celebrar!Al terminar el desayuno, Cavalier y yo seguimos al enano que antes no nos pareció tan misterioso. Se fue a la habitación en donde lo vimos salir, y estaba muy precavido, puesto que miraba alrededor si alguien le venía siguiendo los pasos. Cada vez que miraba así, nosotros o nos hacíamos que no sabíamos nada, o nos escondíamos, pero nunca fuimos sospechosos. Entró, pues, a su “habitación”, cerró la puerta con la novedad que no le puso llave a la cerradura, y se salió por la ventana. En la habitación no había absolutamente nada de ropa, o de algún utensilio que llevara ni de ninguna maleta. Desde la ventana sólo vimos cuando se iba alejando entre los arbustos y lo más curioso: no caminaba, sino que corría. Salimos corriendo de la habitación, y fuimos a la nuestra por nuestras armas. Algo curioso había con las armas: el rifle de Cavalier tenía polvos color blanco, al igual que la Soul. Se los quitamos con un pedazo de trapo, y dispusimos ir detrás del enano para ver lo que ocultaba. Lo único que se nos olvidó ver era que si el arma de Cristóbal y la espada de Fuego de Arthur seguían sin cambio repentino alguno. Estábamos ya en los arbustos, ramas, árboles, piedras y demás, y vimos al barbudo con un libro negro, de gran tamaño y con las hojas de color rojo. No entendíamos el idioma que hablaba. Sólo pronunciaba rarezas de su boca y lo que decía lo decía hacia el cielo. -La verdad no sé qué rayos estás diciendo, pero sabemos que es algo malo, y no vamos a permitir que sigas en ese plan- le grité. Volteó y al vernos nos lanzó un hechizo. No nos dio tiempo de quitarnos, así que nos tiró a un árbol. -No se intrometan en mis asuntos. Podrían salir lastimados o lo más grave aún: muertos-. El enano se desapareció completamente sin dejar rastro de él, y en seguida regresamos al castillo a contarle lo ocurrido a Cristóbal y a Arthur. Observé la espada de Fuego y el arco de mis amigos, y noté que poseían el mismo polvo blanco, rastro del barbudo. No le contamos al rey Alfonso lo que sucedía, ya que lo podría alterar y no sabría manejar el

asunto al respecto, así que decidimos mantenerlo en secreto. Lo malo es que el barbudo ya sabía que nosotros lo habíamos seguido, y ahora las víctimas principales íbamos a ser nosotros. Estando en esta situación, probamos el estado de nuestras armas y todo parecía estar muy bien. Éste caso del barbudo nos señalaría un paso más cerca del núcleo de los seres perversos, de todos los amigos de Diablo y sus hermanos. En cierto modo salimos del castillo y en un pasillo de tantos se nos atravesó el rey y nos dijo: -A entrenar, ¿verdad? Eso es lo que me agrada de ustedes. Por eso se les llama los Caballeros de Centum Fontem-. Y continuó su trayectoria hacia… donde se dirigía. Nosotros sólo le sonreímos, y viendo que siguió su camino, fuimos al lugar en donde había atacado el enano. Estábamos en ese lugar, y no notábamos nada. Sólo una especie de “quemadura” en donde hacía su “alabanza” con el idioma más conocido como Ahriman. Proseguimos y al ver una cueva nos detuvimos en un espacio el cual estaba rodeado de árboles de gran extensión, pero con un aspecto no grueso. Por sobre nosotros, una red larga y ancha hacía un movimiento de vaivén, pero, como no había ninguna otra persona o criatura en ese lugar, la red se quedó amarrada en donde se encontraba. Yendo a la cueva, observé una montaña alta, en la que se ubicaba el enano, con el ente de su libro, haciendo su misma “alabanza” a… Les avisé a mis acompañantes del lugar exacto del enano, y entramos a la cueva que nos llevaría a la escalera y al nivel del barbudo. Pero cometimos un gran error: Habían cinco entradas. Yo dispuse separarnos para que cada uno fuera a una entrada diferente, y sólo dejar una sola entrada para que si alguno de nosotros no encontraba nada, la entrada que sería la real fuera esa única que dejamos solitaria. Entonces Arthur rectificó que si nos separábamos e íbamos a caer en una trampa, no había nadie que lo ayudara y sería fatal, ya que acabaría de ese pobre desdichado que se fue por la cueva de su muerte. Viendo este caso, Cavalier, con sus grandes conocimientos, expuso: -Está bien. Hagamos una cosa: vamos todos juntos, así todos nos ayudamos a todos y, fin-. -No, no, no… No podemos hacer eso. Sería una perdida de tiempo para nosotros y dejaríamos escapar al barbudo- replicó Cristóbal. Y siguió: -Distribuyámonos: Yo voy con Cavalier, y ustedes dos van juntos-. -Mejor aún- propuso definitivamente Arthur –Vamos en parejas y cada una va estar integrada por un caballero de espadas y alguien que su arma pueda dar en el objetivo a larga distancia. Entonces, yo voy con Cavalier, y ustedes dos van a otra de las cuevas. Si no se encuentra nada, inmediatamente la pareja se regresará a éste punto; y si la otra pareja no ha regresado, la pareja que vino primero tendrá que esperar hasta que la otra regrese a este punto-. Todos quedamos de acuerdo, a mí me tocó ir con Cristóbal y Cavalier junto con Arthur harían la otra pareja. Todos nos pusimos de frente, juntamos nuestras manos una sobre otra, y como dicen en donde yo vivo: “Manos a la obra”.

Mientras que corría en la cueva, pensaba en lo que el barbudo hacía, y que si no llegábamos a tiempo ¿qué podría suceder? Con Cristóbal nos animábamos el uno al otro, a fin de que el miedo no nos entrara y que la cobardía no nos penetrara al corazón. Llegamos al fin de la cueva: ¡Nunca pensé que existía agua que podría servir como teléfono! En esa parte de la cueva se incluían varios barriles llenos de agua hechizada, la cual daba comunicación a ciudades perversas y avaras. Ni nos acercamos a esos barriles, y Cristóbal se comportaba extraño: -Cristóbal, ¿Qué haces?- le grité de no muy cerca de él y me contestó: -Voy a meter el arco y mis sagradas flechas a éste barril-. Se volteó al barril y lentamente soltaba sus armas al fondo del barril lleno de agua. Al escuchar sus palabras, me dije que ya lo habían hechizado, y corrí a donde Cristóbal estaba a punto de meter el arco en el barril. Salté sobre él, le retiré el armamento de sus manos, lo golpeé en la cara para que reaccionara, y cuando impactó mi puño sobre su rostro, vomitó un líquido azul. Tosió y exclamó muy adolorido, limpiándose la boca del líquido azul que le había salido: -Vaya que te diste cuenta y me quitaste mis armas de la mano, sino saber que hubiera pasado conmigo-.

Lo levanté, le di sus armas, y le pregunté cómo se llamaba nuestro grupo, a lo que él contestó los Caballeros de Centum Fontem. –Bueno, ya estás bien- le contesté, medio riéndome y medio viéndolo con cara de “¿será que ya estés bien?”. Me dispuse a ver el agua que contenía el barril, y vi la cara de algunos Panis todos alocados, peleándose por ver en el barril que de seguro era igual en el que yo observaba. Nos alejamos del barril, y continuamos el recorrido por la entrada que estaba al otro extremo de la entrada en donde entramos al principio. Eran las únicas dos entradas, así que, pues, fuimos, ahí si que caminando, ya no corriendo, porque, tal vez, alguna trampa nos esperaba en el transcurso del recorrido. Llegamos sin novedad al otro lado, y parecía ser la última parte. Cristóbal sacó la cabeza a ver si no había peligro, y entró la cabeza nuevamente: -¿Qué pasa?-Observa por tu propia cuenta-. Me coloqué en el lugar donde estaba Cristóbal y saqué poco a poco la cabeza. Cristóbal me dio un empujón sin darme chance de ver qué era lo que había en ese lugar. Caí bocabajo, me levanté rápidamente, saqué la Soul y vi: ¡Era el punto en donde supuestamente nos vamos a encontrar con Arthur y Cavalier!

Un largo tiempo dejamos pasar. ¡No! Que les digo: siete minutos exactos sentados sobre una piedra color café, de aspecto rectangular y con una superficie fina. La oscura cueva por donde se fueron los otros dos parecía ser la más atroz del área. Pasado el tiempo, los otros dos aparecieron en la cueva, siendo la “cena” del abominable hombre de las cuevas: el troll. -¡Abran paso!- Gritó Cavalier y hasta tuvo la gracia de disparar a un costado de donde nos hallábamos sentados. Me puse de pie, saqué el sable; Cavalier y Arthur se lanzaron detrás de la roca en la cual estábamos sentados con Cristóbal. Cristóbal nuevamente se encaramó en esa misma piedra, apuntó a la oscura entrada y salió la gran bestia –que nunca deja su propiedad y que si alguno de los hombres llega sólo a visitar, o los mata o los hiere. Pero los hombres nunca salen bien de Todas las cuevas existentes en el mundo-: Atacó directamente a Cristóbal, pero éste más alerta, le lanzó la flecha, dándole justamente en un hombro. El troll no paraba de correr y más desazonado, las piedras que se encontraban en el suelo, las agarraba y las tiraba al azar. Ninguna de las piedras nos cayó encima; el troll no tenía ni la más mínima idea de lo que hacía, porque él no apuntaba, no razonaba, y no criticaba la circunstancia en la que estaba. Se veía éste troll más fuerte que los otros, pero con menos de inteligencia. No poseía armas y solamente constaba de pedazos de chamarras viejas con las cuales se cubren las camas- para cubrirse el cuerpo. Arthur y yo, con un golpe vehemente provocado con la espada de cada uno, dimos fin a éste egeno troll. -Ahora que ya matamos al troll, dígannos ¿qué fue lo que les sucedió allá adentro?cuestioné a Cavalier y a Arthur-. Cavalier tomó primeramente la palabra: -Bueno, esto fue lo que nos sucedió: Caminando estábamos en la terrorífica cueva, llena de insectos rastreados, de una oscuridad intensa, con poquísimas trampas como… paró y volteó la vista a Arthur haciéndole un par de preguntas-¿Te recuerdas la de las tablas, las cuáles daban a un pozo? o ¿Las cuchillas que salieron en una parte de las superficies que tenía la cueva?- Arthur dijo “si” solo con la cabeza. Pues esas trampas nos fue fácil adivinarlas y superarlas; ese camino que conllevaba esas trampas, se dirigía a una cámara, donde seres de los ficticios (Panis) se reunían a hablar en unos barriles llenos de agua, y en cada barril se veía la imagen del Pani y cuando no había Pani en “el otro lado” del barril, se apreciaba la pena de éstos de vivir bajo fuego, o en lugares sumamente destrozados por ellos mismos y los cuales no se respetan los unos a los otros, tal y como lo hacemos nosotros. Éstos seres, o como le quieran llamar “Panis” son manejados por altos demonios encargados de la maldad del universo. Escuchábamos una conversación con Arthur sobre alguien que hacía el intento de no sostener más… -quedó callado un momento y siguió con la conversación- …Y la verdad, no alcancé a escuchar más esa conversación, que se notaba que era a una distancia mucha de varias leguas de aquí. Con Arthur seguimos a éste Pani, que era como el jefe de esta cámara; y digo jefe, porque lo seguimos y cuando íbamos llegando a otra cueva, Arthur sin hacer mayor ruido, le quitó la cabeza con la espada. Luego de que se muriera el Pani, abrimos la puerta y apreciamos varios más de los barriles que mencionamos antes. En ese

momento, me sentí extraño. Tenía una sensación de que me estaban controlando ¿quiénes? Pues a saber quienes serían, pero yo sentí que lo que yo estaba haciendo no era lo que yo quería hacer, sino que simplemente no podía dejar de hacerlo. Porque, tomé mi rifle y mi cinturón en el cual tengo varios cartuchos y así de la nada, los tiraba uno por uno. Milagrosamente ninguno se fue a los barriles, ya que Arthur me evitó pegándome aquí – Cavalier nos enseñó la herida que cargaba en la espalda- Salimos de ese lugar, siguiendo la nueva trayectoria; y de repente, en una de esas, por tanta negrura en el lugar, me tropecé con la mano de éste troll y nos persiguió. Total, salimos por aquella cueva perseguidos por el horrible troll hasta acá, donde lo matamos, y ahora: aquí nos encontramos-. -Y ¿Cuánta distancia recorrieron más o menos?- preguntó Cristóbal. -Yo diría –contestó Arthur- que unos… -quedándose callado tres segundos, y siguió- un tercio de legua-. -Lo que le pasó a Cavalier fue exactamente lo mismo a lo de Cristóbal- insté viendo fijamente a Cristóbal. -Pero, ¿qué fue lo que nos pasaría?- apeló Cristóbal viendo a Arthur y a mí. -Nosotros dos (dirigiéndose a mí) –respondió Arthur- somos los que poseemos las armas más poderosas aquí-. -A mí me parece que querían dejar sin armas a nuestros amigos para que así se les hiciera más fácil la tarea de derrotarnos y así, que siga su imperio malvadohaciendo este comentario. Y como todo humano, tengo la costumbre de que si hay algún lugar para poder sentarse, me siento. Y como en este caso, estábamos hablando parados, me senté. -Todos derechos, que ya nos vamos a la última entrada de la cueva- habló Cristóbal. -¿Ya no hay más descanso?- pregunté insaciablemente. -No, así que levántate muchacho, y vamos-. Todos prescindíamos a pasar por trampas, que por cualquier piedra que esté en el medio es por algo que está allí, no porque la naturaleza la hubiera puesto allí. Todo lo veíamos como “trampas”. Hasta que, por fin, una abertura de luz salía por ranuritas que la constituían piedras de gran tamaño; seguramente el barbudo tapó esa entrada con piedras para que ya no lo molestáramos. Una por una quitábamos las piedras, y a cada rato caían más sobre las que ya habíamos quitado. Quedaban pocas, y el barbudo al vernos, saltó encima de ésta entrada (o salida, como se le quiera llamar). En la abertura que habíamos hecho, una persona podía entrar o salir excelentemente por ahí, sin ningún riesgo de lastimarse. Rápidamente salimos los cuatro por la abertura; por ningún lado se encontraba el barbudo. Por encima de la entrada de la cueva, sólo se hallaba un árbol gigantesco, el cual estaba perforado profundamente en el tronco y poseía muchas ramas más no hojas en sus ramas de su copa. El barbudo no nos dejó absolutamente ningún rasgo de él, ni el polvo que llevaba, ni pelo… Era el único árbol que se hallaba sin hojas en ese pequeño bosque, y era también el más alto.

Persecución del barbudo en Cannibal

Me acerqué al agujero del tronco, y no se distinguía nada. Sin decir ni una palabra, el árbol me jaló, y lentamente aparecía en otro lugar, el cual éste sí constaba de sólo árboles sin hojas. Y el árbol en donde yo salía, sí tenía hojas. Sus hojas eran verdosas, era el más alto que se encontraba en ese lugar y fácil de localizarlo. Al salir del árbol -muy adolorido de lo ajustado del tronco- me levanté, tomé mi espada y tuve principio a mis primeros pasos en la arena. Arthur se comenzó a empicar por lo mismo de lo que yo salí adolorido; al escucharlo di la vuelta y enseguida lo saqué con lentitud. Los otros dos pasaron sin ningún problema por el tronco del árbol. Un bosque grande y espantoso, oscuro, solitario, con árboles calaverudos los cuales se mecían por el intenso aire caliente; Einstein ya nos lo había enseñado en el mapa que se tiene en el Palacio Centum Fontem. Las hojas parecían de adorno: en el suelo estaban, y secas y podridas, que al agarrarlas se pulverizaban. Cristóbal sacó su brújula e indicó que al norte debíamos de caminar, sin parar por los caminos perversos y traicioneros que acechaban por Canníbal. Era un lugar lleno de maldad, el cual los 365 días se mantenía oscuro, y cuando aclarecía, se denotaba el cielo rojo o corinto; no existía ningún sol y lo único que alumbraba eran palos con fuego, los cuales sólo estaban en lugares donde habitan los originarios de aquí. Se veían las grandes barreras protectoras de ese lugar. De tan lejos que las veíamos, no se podía decir que eran de acero o de madera. Todo se veía negro, y el sonido del fuego era ya de costumbre en Cannibal. Nos instalamos por una piedra que era plana y de unos diez metros cuadrados, con una altura que le calculé de aproximadamente dos metros. Los originarios de Cannibal eran lastimosamente hombres; gente que aparentemente había sido hechizada por los Devas. No hacían caso a nuestro llamado, por consiguiente, estos caníbales mataban a todo hombre que se les acercara y/o personas que se hayan extraviado a las orillas del mar que entra a esa ciudad. Los cielos eran oscuros, con rayos cayendo sobre árboles que ya solo eran maderas podridas; las aguas negras y los animales que habitaban en esas aguas, parecían tener enfermedades que jamás había visto; las viviendas de los caníbales estaban hechas de lonas que con cada movimiento del viento que se daba, la lona no se movía de su sitio sino que quedaba plasmada como si fuera una calcomanía. ¡Cuan grande fue mi deseo de irme de esa ciudad que no era ciudad! Todos eran unos mal nacidos que hasta matarían a su propia madre por comer. Con el poco tiempo que me llevé aquí, pude observar actos de mucha violencia por parte de los caníbales y al mismo tiempo

teatros de animales, los cuales no importaba si fuera un ratón contra un ratón –estos animales suelen trabajar en conjunto para ayudarse mutuamente y que no les falte comida-, pero estos ratones se peleaban los unos a los otros. Toda la tierra estaba escasa de agua cristalina, de frutas en los árboles, de verduras en la tierra… Nosotros para defendernos, lastimosamente tuvimos que matar a varios caníbales; pero no nos agotábamos de seguir los pasos del barbudo. Buscamos un lugar para escondernos, mientras el enano iba tranquilamente caminando hacia un bosque el cual era el más oscuro de aquel lugar. Este enano en este bosque parecía como uno de los retos más difíciles que se han propuesto: encontrar una hormiga en la arena gris. Lo que ayudaba a nosotros eran las huellas de los zapatos pequeñísimos del barbudo, los cuales se formaban: la punta del zapato era puntiaguda, mientras que en la parte de atrás se denotaba la suela del zapato. El enano llevaba el libro debajo del brazo izquierdo, e iba fumando un puro. En ese bosque ya no vivían los caníbales, ya que en esta parte es donde se encuentran los animales más peligrosos no sólo de ese lugar –que ni sé si es una isla o… -sino del mundo. Sorpresivamente nos lanzamos hacia el barbudo rodeándolo, y el enano se quedó sin salida. -Barbudo, espera- dijo Cristóbal desesperadamente y siguió -¿Qué haces con este libro y en este lugar tan espantoso?-. -Sólo negocios. Ahora vete de aquí o te tendré que matar- respondió el enano, viéndonos con rencor. Al decirnos esto, volteó la vista a las espadas de Fuego y la Soul, y nuevamente nos vio y dijo riéndose: -Ya no podrán salir de aquíSalió corriendo y saltando como si fuera un canguro en los desiertos de Australia, y desapareció en el espeso bosque. Cavalier hizo dos disparos, y uno de ellos le fue a caer al enano. Corrimos y fuimos a verlo, y “bingo”: uno de los disparos le dio en el pulmón izquierdo al enano, dejándolo inconsciente y ensangrentado. Lo recogimos; Arthur agarró el libro pero no lo abrió por las terribles maldades del libro negro. Cristóbal se ofreció para cargar al desastrado barbudo. No llegamos hasta el castillo que desde el lugar el cual cayó el enano veíamos. El camino de regreso fue muy fácil; los árboles que estaban rodeando al árbol “divino” eran pero desastrosos. En cambio, el árbol por donde debíamos que regresar era brillante, que ¡creo que alumbraba más de un kilómetro en la oscuridad! Yo fui el primero en meterme en el agujero en el medio del árbol, saliendo así por el único árbol horripilante parecido a aquéllos. Vi salir al enano después de mí, a Arthur, luego recibimos el libro, y al final los otros dos.

Regresamos al castillo; Alfonso nos vio llegar con el barbudo y con el extraño libro. Inmediatamente mandó a una lechuza a que le diera el recado al rey Cú Chulainn para que así, urgentemente regresara por nosotros y por las pruebas traídas por nosotros. Por lo tanto, el enano ya se había despertado desde que lo pasaron por el árbol. Y todo ensangrentado se levantó, y expulsó todo el poder que poseía, haciendo así que el ambiente se llenara de truenos y existiera en toda la ciudad ráfagas las cuales arrasaban con las viviendas de los ciudadanos y con las propias personas. Con una mirada perversa, su tamaño se esfumó y el aspecto de enano barbudo comenzó a desaparecer, llevándose el polvo blanco de su marca consigo. La primer ala salió, y una cola larga y puntiaguda se estiró lo más que podía, hasta haber descansado de la posición acotada. -¡Un Deva!- Grité a todo pulmón. Mientras el Deva gritaba y hablaba Ahriman Arthur gritó: “No vean directamente a los ojos del Deva, sólo los matará”. Todas las personas se refugiaron detrás de las paredes del castillo, mientras que Alfonso llamaba a los guerreros y les dijo el comentario acerca de no ver a los ojos al demonio. El Deva se elevó, y sin más pensar, se dejó caer contra mí y mis compañeros. Todos nos cubrimos los ojos y nos hicimos a un lado. Este momento fue sangriento. El Deva comenzó a atacar a los guerreros que eran más débiles; a cada uno les arrancaba la cabeza, o con sus garras le quitaba un pedazo de piel. Estando el Deva a no menos de diez metros de nosotros, le llamamos gritándole. El Deva volteó y nos vio fijamente a los ojos que los tuvimos todo el tiempo cerrados. Se lanzó a nosotros volando bajo y al llegar casi donde estábamos, volvió a subir. Cuando tomó buena altura, se dejo caer nuevamente hacia nosotros. Todos los guerreros del rey se lanzaban a carretillas llenas de paja, a los graneros, a las caballerizas, a los montes… en fin, a todos lados. No sabían controlar a un demonio rápido y con experiencia en batalla. Cavalier fue a esconderse detrás de un árbol, mientras que Cristóbal se puso de pie encima de un caballo, quedándose a la par de Cavalier. Arthur y yo quedamos enfrente del Deva, y cuando éste nos fue a atacar, cerramos los ojos e hicimos un movimiento a la espada, a ver si algún rasguño le ocasionábamos al Deva. El Deva intentó golpearnos con su cola y cuando nosotros sentimos que la cola era la que se había movido, saltamos y rápidamente le insertamos las espadas en los dos ojos del Deva, dejándolo ciego. Los dos ojos amarillentos y saltones cayeron al suelo, y la sangre del Deva caía al monte. El Deva se puso alocado al saber que no veía y gritaba de dolor. Y mientras más gritaba, más relámpagos salían de las grisáceas nubes. Nos agachamos y Cavalier junto con Cristóbal le dispararon varias veces, cayéndole las flechas que provenían del arco de Cristóbal alrededor del corazón, y las balas de Cavalier en la cabeza.

El Deva intentó volar con todas las heridas que llevaba, pero no aguantaron sus alas, y se vino abajo. El Deva hizo un par de gemidos de dolor, y a los cinco segundos de que cayó, murió. Inmediatamente, el cuerpo del Deva fue pulverizado por el rey Alfonso V. De todos los demonios Devas (los cuales son 33 demonios) solo hemos matado dos. El secreto en matarlos es no ver a los ojos directamente y estar activos a los diferentes ataques que nos hagan. Un mal movimiento con el arma hacia el Deva podría implicar la muerte. Sólo con algo de suerte se logra huir de ellos, y se pueden combatir gracias al entrenamiento que hemos recibido en Centum Fontem. Sin estos entrenamientos, no los podríamos matar, ni siquiera poder hacerle algún rasguño.

Nuestro regreso a la Ciudad de Caernarfon

Dos carretillas se mostraron en el horizonte de Nápoles. Entre los árboles con hojas anaranjadas y rojas, y viniendo machucando las flores amarillas del camino, se acercaba el rey Cú Chulainn y Einstein. Alfonso V les dio otra vez la bienvenida en su castillo, haciendo un gran desayuno con todos los guerreros importantes que han luchado en las continuas guerras que surgieron en Nápoles. Toda la gente se veía feliz y todos le aplaudían al rey Cú Chulainn, y cuando vimos a Einstein, le fuimos abrazar fuertemente, y el pobre viejo no aguantó todo nuestro peso, así que se vino a pique con todo y silla del gran comedor. El desayuno terminó. Salimos del castillo con todas nuestras pertenencias, despidiéndonos de toda la gentileza que habitaba en el castillo. Al salir, todos los ciudadanos de Nápoles se hincaron ante mí, ante el rey Cú Chulainn y ante los demás Caballeros de Centum Fontem. Una damisela se puso de pie, y sin decir palabra alguna, me abrazó y me beso al lado de los labios. Yo me reí junto con la damisela haciendo que el rey Cú Chulainn se riera, que todos mis amigos me molestaran en ese mismo lugar y que yo, por ese acto tan inesperado que me hizo la damisela, mi cara parecía que había tomado la forma y el color de un tomate, que hasta empecé a sudar. Nos subimos a la carretilla. Vi hacia atrás y la damisela me dijo adiós y me tiró un beso. Toda la gente se hallaba detrás de la damisela, aplaudiendo y riendo. El rey Alfonso V se despidió lejanamente y del correr de la carretilla, las personas cada vez se desaparecían por nuestro horizonte. En una carretilla se encontraba nuestro rey y Einstein. En la otra carretilla íbamos los más bromistas. Yo en mi otra vida, nunca pensé que Cristóbal tuviera la actitud de ser chistoso, al igual que Cavalier y que Arthur.

-Te fuiste con un nuevo amor- comentó Cristóbal. -No creas. Yo ya tengo un amor- repliqué. Todos mis amigos rieron por todo el camino, hasta que paramos a tomar un “refrigerio”; se veían las hermosas estrellas blancas que algunas en conjunto formaban objetos, y la luna que parecía ser una bola de nieve que se sentía la sensación de que ésta se venía contra nosotros. Una gran variedad de animales no salvajes habitaban en el pequeño bosque, cuyo entorno era fresco y sólo monte finito se notaba. ¡Qué buen descanso! Tomamos el paso nuevamente, y entre la claridad de la luz de la luna, ya se observaba la ciudad de Caernarfon. ¡Qué buen gusto nos dio a mí y a mis amigos haber regresado a nuestra nueva casa! Los guardias abriendo rápidamente las puertas de la ciudad, la gente ya se encontraba en sus camas, cada uno descansando. Rápidamente bajé mis maletas, me despedí de todos, y subí a mi habitación. Me quité los zapatos, me coloqué las sandalias y coloqué en una buena posición una silla enfrente de la ventana, para que así, contemplara mejor la bella vista de la alegría.

Un día de descanso en una isla

Ya era otro nuevo día, un día de descanso, un día, el cual, las personas de la ciudad de Caernarfon supieran de la guerra que disputamos en la ciudad de Nápoles. Todos se reunieron en uno de los grandes jardines, y contamos las historias que nos habían ocurrido en nuestro largo viaje. También fuimos a dar un paseo en el Carrier Ferrier (sólo asistían al viaje Cristóbal, Cavalier, Arthur y yo) y visitamos una pequeña isla, la cual consta de un increíble sol y de una increíble arena, la cual me fue fascinante estar en ella, y sobre todo, muy doloroso dejarla. En esa pequeña islita –habitada, por supuesto,-, los comarqueños nos dieron un gran almuerzo: una ensalada, pescado, mariscos… y brindamos con un delicioso vino fabricado por ellos mismos. Ya la tarde caía y nuestro viaje de regreso a la ciudad de Caernarfon estaba por llegar. Nos despedimos de todos los comarqueños, y abordamos el Carrier. El sol ya se coloreó de amarillo, el cielo se tornó anaranjado y las aguas que al medio día son azules, se tornaron anaranjadas. Nuestro día de descanso finalizó; llegamos y colocamos al Carrier en el laboratorio. Fui a visitar a Einstein al laboratorio y me encontré que él ya había estudiado el libro que el barbudo llevaba en sus manos. Mencionó algo de uno de los demonios más malvados: Belial. Dijo que éste libro podría pertenecer a éste demonio, pero que Belial no sabía que nosotros lo teníamos, más bien, Belial lo andaba buscando por sus tierras. Terminamos de hablar y nos dirigimos al gran comedor en donde nuestros amigos nos esperaron para cenar todos juntos, como una nueva familia.

En busca de otro miembro

Las trompetas sonaron, y yo al oírlas, me levanté y me di un baño. Con mis compañeros me junté a las afueras del palacio Centum Fontem, y el rey nos esperaba para darnos instrucciones generales. “Como ustedes ya saben, una buena conquista se logra con base a sus jefes. Los jefes deben de ser los más listos, y sobre todos los que formen las estrategias, las cuales nunca deben de ser enseñadas a los enemigos, sino más bien, se deben realizar por entre las paredes de los castillos pertenecientes al que realiza la estrategia de combate. Todos sabemos que los Caballeros de Centum Fontem está formado por personas capacitadas, las cuales día con día van adquiriendo nuevos conocimientos en el arte de combatir. Como ya se sabe, el número de personas que integran a los Caballeros de Centum Fontem son siete, los cuales cinco ya pertenecen al grupo. Nos faltan otros dos integrantes; el deber de hoy será que ustedes cuatro (se refería a Cavalier, Cristóbal, Arthur y a mí) viajen por la máquina del tiempo, para que así, tomen al sexto mimbro y que regresen aquí sanos y salvos. Les contaré: El nuevo miembro que irán a traer es mujer, la cual ha luchado en varias batalles, y la última batalla en la cual ella murió fue para la gran Guerra de los cien años. Ella murió un treinta de mayo de 1431, siendo quemada en una hoguera. La iglesia rectificó su condena y por el error que cometieron, 25 años después fue canonizada. En el viaje, ustedes la verán en la guerra de los cien años, sorpresivamente la defenderán, y con mucho cuidado la cargarán. Deben de ser precavidos y que ninguno de sus guerreros la vea, sino ya se imaginaran el complot que se podría formar”. Escuchamos cuidadosamente los pasos que el rey Cú Chulainn nos había dado para que toda la operación saliera con éxito. Poco después, nos dirigimos al laboratorio nuevamente, y todos acurrucados nos metimos a la máquina del tiempo. Einstein nos dio una advertencia de que tuviéramos cuidado de todos los pasos que iríamos a realizar en la zona de combate. Eran apenas las once de la mañana en la ciudad de Caernarfon, y nosotros ya nos dirigíamos a una misión la cual un mal movimiento que podríamos hacer, y todos nuestros esfuerzos se echarían a perder.

Golululumng nos dio la seña de que estábamos listos, y nosotros le respondimos “si”. Einstein nos dio el control para que inmediatamente cuando nosotros cuatro y la nueva integrante estuviéramos ya en la máquina del tiempo, automáticamente al presionar el botón, nos llevara de regreso al laboratorio. Pues así lo hicimos: Golululumng presionó el botón para que fuéramos de viaje, y en un abrir y cerrar de ojos, como en el laboratorio no se escuchaba ruido –solo el que proporcionaba la máquina- llegamos al lugar de combate, y las espadas de los guerreros rechinaban. Gritos de dolor y de furia se escuchaban en aquel lugar. Se abrió la puerta de la máquina del tiempo. A no más de 40 metros nos encontrábamos de la batalla. Salimos, pues, de la máquina; la cubrimos de hojas y ramas que encontramos en el suelo, y rápidamente nos pusimos de acuerdo en lo que íbamos a hacer. -Allá está ella- dijo Arthur. -Tengo una idea- opiné yo, y seguí -Como hay muchos combatientes en la zona, lo más que podríamos hacer es que sólo dos fuéramos a la zona de batalla: uno que se encargara de cargar a ella, y que el otro cubriera al que la cargaría. Mientras que los otros dos, como siempre, que se queden en un lugar en el cual no serían vistos por los demás guerreros, y que también cubra a los que vamos a ir a la zona de combate-En vista de que yo voy a hacer el mismo papel de siempre, y como éste papel que he hecho ha servido de mucho en lo que hemos pasado, lo haré- exclamó Cavalier. -Lo mismo digo yo- repuso Cristóbal. Arthur, al escuchar mi opinión, estuvo cien por ciento de acuerdo a que así lo haríamos y dijo: “Bueno Caballeros de Centum Fontem, suerte a todos y: Manos a la obra”. Todos juntamos nuestras manos e inmediatamente salimos corriendo a la zona de batalla. Cavalier fue por un lado y Cristóbal se fue hacia otro lado. Nosotros entramos con todo hasta donde se encontraba la prodigiosa guerrera, la cual cargaba unos ojos de furia y mataba a todos sus enemigos con toda su fuerza. Poseía una gran espada, la cual brillaba con la luz del sol. Arthur y yo nos defendíamos de los ataques de varios hombres y con la ayuda de Cristóbal y de Cavalier nos era sencillo acercarnos más al objetivo. Ya estando detrás de ella, nos lanzó su espada y yo rápidamente me cubrí con la mía. En ese momento en el que ella me atacó, me vio a los ojos y yo la vi a ella. Arthur guardó su espada y le quitó la espada a nuestra guerrera. Rápidamente yo guardé mi espada y la cargué: todos los hombres, que parecían ser gente de nuestra extraordinaria amiga, nos atacaban y principalmente a mí, que la llevaba cargada. Juana de Arco, gritaba y movía los brazos y las piernas, pero lastimosamente no la podía soltar, ya que la guerra que tenía ella contra hombres, no tenía nada en comparación con las guerras que yo había tenido. Salimos de la zona de batalla, y los amigos de Juana se quedaron en la batalla a causa de sus enemigos. Cristóbal y Arthur al ver que veníamos, bajaron de las piedras en donde

estaban y nos siguieron. Ya ningún otro guerrero nos perseguía, y bajé a Juana de Arco. Nos intentó agredir, pero no se lo permitimos: -Juana de Arco, es un bello nombre. Es un gusto conocerte- le dije tranquilamente. -¿Quiénes son ustedes?- preguntó Juana, ya sin rencores y más consciente de la realidad. -Bienvenida, sólo te pedimos que abordes una máquina- dijo Arthur. Cristóbal, Cavalier y Arthur quitaron todas las ramas y hojas que cubrían a la máquina, mientras que yo agarraba a Juana de Arco. Ella se tranquilizó, ya no hacía más esfuerzos por querer irse y se quedó quieta. La máquina fue observada por Juana de Arco, hizo un suspiro, apartó mis brazos de sus brazos y se fue directamente a la máquina. La comenzó a tocar, a sentir la superficie lisa y color gris de la máquina, y preguntó: -¿A dónde me llevan?-Ven con nosotros, ahora no te podremos explicar lo que está pasando-. -Pero, ¿Qué pasará con mi gente que sigue peleando por mi país? ¿Qué dirán si ya no me encuentran junto a ellos?- preguntó nuevamente Juana. -No te preocupes por ellos, que en éste mismo lugar y en éste mismo instante te vendremos a dejar, pero cuando ya tu deber haya concluido- contestó Cristóbal. Juana confió en nosotros, se introdujo en la máquina junto conmigo y detrás de nosotros dos venía Arthur, Cavalier y Cristóbal. Presioné el botón y aparecimos en el laboratorio. Todos los gritos de batalla y de dolor se convirtieron en gritos de felicidad y en aplausos. La primera en salir de la máquina fue Juana de Arco, y todos los científicos y personas que se hallaban en el laboratorio se veían sonrientes al ver a Juana de Arco. El rey Cú Chulainn la recibió con honor y rápidamente mandó a una moza a que le calentara agua y le preparara una recamara a Juana. Juana de Arco al ver de la clase de gente que la rodeaba, se sorprendió y se imaginó tantas cosas que, ya ni sabía ni que pensar. La moza llevó a Juana de Arco a su habitación, para que así, estuviera lista para platicar con el rey Cú Chulainn, con Einstein, conmigo y con los demás miembros de los Caballeros de Centum Fontem. Todos nos fuimos al gran comedor, y vimos llegar a Juana de Arco, espléndida, limpia, pura y bellísima. La moza venía tras ella y rápidamente se fue a la cocina. -Aquí se encuentra tu silla- dijo el rey Cú Chulainn, dándole lugar a la par de Cristóbal y de Einstein. Juana de Arco quedó enfrente de mí y se veía muy tímida la primera vez que se sentó a cenar con la que podría ser su nueva familia. Juana de Arco, se sintió mas entusiasmada después de que el rey Cú Chulainn le explicara lo que sucedía, y se sintió más augusta a

pesar de que sólo con hombres se iba a mantener. De todo lo que le dijo el rey Cú Chulainn, Juana decía a todo “sí” y respetó las decisiones tomadas por el rey Cú Chulainn. La calma llegó a Caernarfon. Todas las ciudades debían mantenerse en guardia por cualquier ataque que los demonios tuvieran en contra de ellos. Las personas laboreaban sus pertenencias; y la mayoría de los guerreros traía su nuevo armamento otorgado por el rey. Todas las mujeres, madres de niños, colgaban su ropa y veían a sus niños jugar con espadas de madera. Sus padres afilaban sus espadas y les enseñaban a sus hijos pelear con espadas. Por otra parte, los arqueros cargaban a sus hijos y les enseñaban a cómo utilizar el arco, cómo utilizar las flechas y cómo darle en el blanco al objetivo. Salí de mi recamara apresuradamente, y las puertas del palacio se me abrieron: Juana de Arco ya estaba conociendo las afueras del palacio y visitando todas las bellas fuentes. -Buenos días, Juana-Buenos días- me contestó de una manera especial. -¿Le puedo hacer compañía?- le pregunté. -Sería un gustoEntre árboles caminamos; reíamos juntos y ella ya no pensaba más en su deber como guerrera. El tiempo pasó mientras estábamos sentados en una piedra contemplando la belleza de un paraíso que quedaba por ahí. Retornamos al palacio, donde nuestros amigos entrenaban para prepararse en nuestro próximo viaje. Ya era de noche, y todos en la cena brindábamos y el rey Cú Chulainn, junto con los demás, hacíamos reír a Juana de Arco. Ella también reía. Todo se notaba felicidad en aquella mesa junto con mis amigos. A cada rato había risas que nos llenaban el espíritu de felicidad y alegría; saber que más de alguno podría morir no nos importaba. Al finalizar la cena, nos despedimos los unos a los otros, y cada uno se dirigió a su respectivo cuarto. Abrí la puerta del mío, encendí las velas de un candelabro y cerré las ventanas. Arreglé mi cama, me senté un poco sobre ella y medité. Al rato, acomodé mi cabeza sobre la almohada y apagué las velas. La noche se sintió demasiado corta.

El último elegido

Un sol alegre iba apareciendo entre las montañas. Las aves cantaban al ritmo del viento. El sonido del agua parecía un cantar. La esperanza de las personas crecía cada vez más, como si un quetzal alzara su vuelo de victoria.

El rey nos esperaba para un gran desayuno. Ya todos mis amigos estaban reunidos en un pasadizo por las recamaras y me esperaban para ir juntos al gran comedor. Un “Buenos días” salió de mi boca, y un “Buenos días” salió de la boca de cada uno. Los sirvientes pasaban como hormigas en aquel pasadizo. Entramos al gran comedor y en la punta de la mesa ya nos esperaba el rey Cú Chulainn, para darnos las últimas instrucciones sobre cómo traer al último elegido. -El último elegido vive el día de hoy. Este personaje muere en su submarino en este momento: será atacado por Kraken, en el Triángulo de las Bermudas. Tomen rápidamente el Carrier, sumérjanse y salven al poderoso capitán Nemo, que es otro de nuestros elegidos-. Rápidamente entramos al Carrier Ferrier; introducimos personal, ya no viajaríamos solos en el Carrier. Zarpamos y Einstein se vino con nosotros, dejando como encargado de las operaciones desde el laboratorio a Golululumng. Juana de Arco parecía estar nerviosa y no podía creer ella que hubieran máquinas que viajaran por debajo del agua. Pasado el tiempo, Juana se tranquilizó y agarró más confianza a los actos que para ella eran extraños. A toda marcha iba el Carrier, y nosotros sólo esperábamos llegar al lugar en donde el capitán Nemo sería vencido. Un fuerte golpe azotó el Nautilus: -Todos a sus posiciones- gritó Nemo. Y los grandes misiles del Nautilus salieron de sus interiores. El capitán Nemo observaba al cefalópodo gigante salido de las profundidades llamado Kraken desde el interior de su nave de exploración. El Nautilus había sido atrapado por Kraken: lo envolvió entre sus tentáculos gigantescos. Por primera vez y Nemo pierde una batalla. La nave de exploración fue soltada por el capitán Nemo, y el Nautilus se fue a las profundidades del océano. Quedó solo el capitán Nemo al ver que nunca podría recuperar el Nautilus ni su personal a bordo de éste. ¿Qué podría hacer una persona que ha vivido en toda su vida dentro de un submarino? Nemo observó que se avecinaba otro gran submarino. El Carrier subió a las aguas, junto con la nave de exploración de Nemo. Nemo salió de la nave y le lanzamos una escalera formada con un lazo para que subiera a bordo. -Bienvenido, capitán Nemo- dijo Einstein, estrechándole la mano. -Y yo que pensé que el Nautilus era el único submarino en este mundo- díjose Nemo. -El rey Cú Chulainn, no sé si usted haya escuchado hablar de él, ha reunido a hombres, los cuales, son capaces de enfrentar la maldad en este mundo. Usted es muy famoso en este tiempo, y esto se ha venido formando desde hace más de mil años. Ahora, el encargado de ejecutarlo es el rey, y nosotros lo vamos a ayudar para que todo lo que haga salga bien, y destruir a todos los demonios que acechan los mundos-.

El capitán Nemo dejó todos sus recuerdos atrás; extrañaba el Nautilus, el submarino que había sido su acompañante en toda su vida. -Yo fabriqué con mis propias manos el Nautilus cuando tenía la edad del muchacho que está conversando con Arthur- (refiriéndose a mí), dijo Nemo a Einstein. -No se preocupe- dijo Einstein, -que cuando todo esto acabe, el Nautilus volverá a ser suyo-. -Usted, Nemo, ha sido elegido para conducir y ayudarnos con el Carrier Ferrier, el submarino más poderoso en todos los tiempos- repuso Einstein. Llegamos a la ciudad de Caernarfon; todas las personas que iban en el Carrier bajaron y Nemo vio por primera vez al rey Cú Chulainn. En el laboratorio se quedó Einstein para hablar unas cuantas cosas con Golululumng, mientras que el rey Cú Chulainn le explicaba el papel que debía de jugarse Nemo. Todos en el gran comedor esperábamos la deliciosa cena que hacían los mozos y mozas del palacio. Como en todas las cenas que hemos hecho, brindamos por nuestros nuevos dos integrantes, les aplaudimos y en toda la cena Nemo mostró su actitud no muy cómica, sino, más bien, fuerte y seria. Mientras todos reíamos, Nemo hablaba con Albert Einstein sobre la clase de submarino que era el Carrier, y Einstein se encargó de mostrarle todo el lugar en esa misma noche. Llegaron al laboratorio, y Einstein le enseñó el mapa digital, el cual era el más avanzado de todos los tiempos. Nemo estudió los planos, y mandó a afilar su espada con el mejor herrero que existía en Caernarfon. Einstein estaba muy orgulloso de las decisiones que tomaba el rey Cú Chulainn, de todos nosotros que conformábamos los Caballeros de Centum Fontem. Las grandes esperanzas de todos los que nos hallábamos en la mesa estaba creciendo, y todas las oportunidades de lograr lo que siempre se ha querido estaba llegando a nuestras manos. Nos dijimos los unos a los otros “Feliz Noche”, y todos nos fuimos orgullosos de nosotros mismos a nuestros dormitorios. Los sueños son tan fantásticos, que en esa noche deseaba tener uno agradable y sensacional. Apagué como siempre el candelabro, y me dejé llevar por el sueño.

Hoy tuve un sueño

Toda la noche la sentí larga. Tuve un sueño, en el cual me llegó el recuerdo de Elizabeth Ángela. Y lo soñé así:

Me encontraba en el Castillo de Glamis. No sé por qué razón Lord Glamis me tenía encadenado en un calabozo perteneciente al castillo. No me lograba quitar las cadenas que sujetaban mis manos y mis pies. Y de tantos intentos, logré zafar las cadenas. Me dirigía al cuarto en donde me hospedaron por primera vez que llegué allí, y en la cama en donde dormí, estaba recostada y tapada Elizabeth Ángela con la misma cobija que yo utilizo para dormir en el palacio de Centum Fontem. Ella Estaba viendo hacia la ventana, y calladamente me sorprendí de haberla visto en ese cuarto. Caminé a la cama y me recosté frente a ella, pero rápidamente se despertó y bajó como si fuera un tigre corriendo sobre los peldaños. De repente, volví a estar en la celda en donde se encontraba Lord Glamis y yo nuevamente me encontraba encadenado. Observé que Elizabeth Ángela venía hacia la celda en donde yo me encontraba, y Lord Glamis salió de ese lugar. Elizabeth Ángela me quitó las cadenas que no me permitían moverme libremente, me abrazó y me dijo: -Gracias a Dios que estás bien. Tenía el deseo de decirte que eras el único en mi vida-. Lastimosamente en ese mismo instante entraron todos mis amigos y se tiraron encima de mí, despertándome del hermoso sueño que tenía. Se lo conté a Juana de Arco y a los otros tres amigos con los cuales nos reíamos en todas partes. Ya no podía estar sin Elizabeth Ángela. Yo la llevaba plasmada en mi corazón, como si fuera una flecha proveniente del ángel del amor, Eros. Todos los días pensaba en ella, aunque no lo expresara. Un gran cariño me había aferrado a tenerla siempre conmigo, y por eso más me entusiasmaba y me esforzaba por sobresalir en mis actos, en las batallas, en los entrenamientos… No sabemos que es lo que nos podría pasar: una muerte, una destrucción… Para todo hay una respuesta, pero ésta respuesta tendrá que esperar hasta que sucedan las cosas. No tendremos ni un salario, ni siquiera un poco de oro. Sólo tendremos nuestro honor.

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