LA GESTIÓN DEL PATRIMONIO TERRITORIAL COMO EJE DE INNOVACIÓN EN DESTINOS TURÍSTICOS MADUROS: EL PAISAJE CULTURAL DEL RIURAU (ALICANTE, ESPAÑA) 1

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Descripción

Ponce, G.; Rubio, L. (2015): Gestión del Patrimonio. Entre la Conciencia Crítica y la Cohesión Social. Universitat d'Alacant, Universidad Autónoma Metropolitana (México). Pp- 182-196.

LA GESTIÓN DEL PATRIMONIO TERRITORIAL COMO EJE DE INNOVACIÓN EN DESTINOS TURÍSTICOS MADUROS: EL PAISAJE CULTURAL DEL RIURAU (ALICANTE, ESPAÑA)1 Rosario Navalón García

[email protected] Dpto. Análisis Geográfico Regional y Geografía Física Instituto Universitario de Investigaciones Turísticas Universidad de Alicante RESUMEN

Este trabajo plantea la necesidad de reflexionar sobre los paisajes culturales, como patrimonio territorial y como potencial recurso en que fundamentar estrategias para mejorar la competitividad de los destinos turísticos maduros. A partir de un estudio de caso en el Norte de la provincia de Alicante (España) se analiza cómo la gestión integrada de los elementos que crean y conforman el paisaje puede fundamentar nuevas estrategias de diferenciación, y cómo su incorporación desde la planificación como activo clave y no un mero soporte de la actividad puede considerarse una verdadera innovación que contribuya al desarrollo sostenible del territorio turístico.

PALABRAS CLAVE: Destinos turísticos maduros, complementariedad, paisaje cultural, patrimonio, diferenciación, innovación, clúster turístico. INTRODUCCIÓN

L

a relación entre los paisajes tradicionales y la innovación turística puede parecer poco relevante al tratarse en principio de dos conceptos alejados entre sí, el pasado y el futuro, con escasos

puntos de imbricación en la actualidad. A nuestro entender, nada está más lejos de la realidad en un entorno turístico maduro como es el caso de la Costa mediterránea española, y en concreto de la Costa Blanca alicantina, aunque esta afirmación podría extrapolarse a muchos otros lugares del mundo. En un entorno tan rico, patrimonialmente hablando, como la costa mediterránea española creemos que el del paisaje tradicional puede y debería ser el fundamento en que basar nuevas acciones estratégicas para la reorientación de los destinos turísticos tradicionales. La realidad de las áreas litorales mediterráneas refleja a menudo una dualidad entre el frente litoral más poblado, que polariza la inversión y la actividad económica, y un espacio interior desfavorecido, que muchas veces actúa como espacio de reserva de recursos naturales y de mano de obra, y que muy a menudo muestra rasgos de atonía, deterioro y pérdida de activos, si es que no se ha visto salpicado por actuaciones que emulan los proyectos litorales. Es decir, dentro de una misma área funcional, en cuanto a la fluidez de conexiones e intercambios socioeconómicos, pueden reconocerse fuertes contrastes y disfunciones, que podrían resolverse o aliviarse simplemente con una consideración más abierta del sistema-destino turístico, que incorporase las oportunidades de complementariedad que ofrece el territorio, tal y como trataremos seguidamente. Pretendemos plantear que precisamente esos espacios que hasta ahora han quedado al margen de la directa ocupación urbano-turística, de la construcción densificada en el frente litoral o de los nuevos desarrollos inmobiliarios extensivos, de los equipamientos de servicios y recreativos o de infraestructuras viarias, pueden ser la clave para la activación de estrategias de diversificación y diferenciación turística con capacidad de mejorar la competitividad turística de estas áreas en el mercado global. Los destinos turísticos maduros, que evolucionan como productos sujetos a ciclos de producción y demanda, presentan en muchos casos una situación de estancamiento o una tendencia a la pérdida de competitividad frente a otros entornos turísticos emergentes que en la actualidad poseen un entorno territorial menos alterado y un diferencial de la moneda más ventajoso con precios más atractivos al mercado. Por otra parte, para agravar la situación de inseguridad que propicia un escenario de feroz

1 El presente trabajo se enmarca en el proyecto de investigación «Metodología, criterios y aplicaciones para la configuración de clústers en áreas turísticas consolidadas: innovación, complementariedad y competitividad territorial» (CSO2011-26396), financiado por el Plan Nacional de I+D+i del Ministerio de Economía y Competitividad.

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competencia interterritorial, los cambios en el contexto social y económico avocan a estas áreas tradicionales a actuar de un modo distinto, teniendo en cuenta los cambios tecnológicos, las mutaciones en las pautas de movilidad y consumo o las nuevas motivaciones de la demanda, cada vez más experimentada y exigente. En suma, en estas condiciones parece evidente que la activación de nuevos elementos, como el paisaje tradicional, puede resultar de enorme relevancia pues les puede permitir diferenciarse de otros competidores que ofrecen propuestas generalistas, y reorientar su trayectoria para recuperar el favor de la demanda frenando así la inercia hacia el declive. Es preciso intervenir del modo que parezca más conveniente: crear e incorporar nuevas ofertas y productos, poner en marcha nuevos procesos, impulsar otras formas de organización y comunicación, es decir, innovar. Tal y como planteó Schumpeter (1883-1950), sólo la introducción de innovación puede hacer posible la ruptura de ese estancamiento y propiciar nuevas fases de desarrollo, a partir de nuevos modelos de actuación y la apuesta por alcanzar distintos escenarios de futuro adaptados a las actuales coordenadas económicas y sociales. Con esta finalidad, teniendo en cuenta las condiciones de partida, parece oportuno incorporar nuevos recursos presentes en el sistema-destino y plantear otras formas de hacer. Es decir, desarrollar la innovación pero no desde su enfoque de sesgo tecnológico, sino desde el avance a partir de otras formas de pensar y hacer. Según la acepción que introduce la tercera edición del Manual de Oslo (2005) se define innovación como la introducción de un nuevo producto como un nuevo bien o servicio (o significativamente mejorado), bien como proceso novedoso, o como una nueva forma de organización. Es así como la consideración del paisaje como activo con capacidad de atracción puede suponer la clave diferencial, que al mismo tiempo refuerce la identidad de un pueblo y contribuya a desarrollar nuevas formas organizativas, como se verá más adelante. El paisaje del entorno prelitoral, en las áreas mediterráneas profundamente humanizado, modificado y construido por sus habitantes a lo largo de siglos, supone un activo de excepcional valor tanto ambiental como cultural que merece la pena ser rescatado y activado con fines turístico recreativos. Para concretar esta argumentación y mostrar la potencial viabilidad de la propuesta de innovación de los destinos turísticos a partir del 182

patrimonio territorial, se ha considerado interesante tratar el caso de un conjunto de municipios, litorales y prelitorales del Norte de la provincia de Alicante, en el sureste de la península ibérica, en la comarca de la Marina Alta. En ellos se pueden analizar los procesos que se citaban, con una mixtura de localidades altamente dedicadas al turismo y otras, en su área de influencia, que en ocasiones presentan ofertas turístico-residenciales puntuales, y/o con alteración directa o indirecta de sus estructuras socioeconómicas, tradicionalmente dedicadas a la agricultura y a la producción de la uva pasa. En estas localidades, el paisaje tradicional agrario de laderas abancaladas con muros de piedra seca para el cultivo de la vid o de los cítricos, que además disfrutan de un clima excepcional y del telón de fondo del mar Mediterráneo, es verdaderamente atractivo. Este valor estético se complementa, además, con un valor simbólico y cultural excepcional que merecería alguna distinción oficial y mecanismos de protección. A ello se añade la proximidad a los enclaves turísticos del frente marítimo, las mejoras en la movilidad, o las tendencias en motivaciones de la demanda con mayor sensibilidad a experiencias basadas en la cultura, entre otros factores, que nos llevan a plantear que la introducción de nuevos productos, procesos, o maneras de organización son posibles, pero

Fig 1: Paisaje turístico y agrario en Benissa (comarca Marina Alta -Alicante, España) Fuente: Elaboración propia (2000)

que es preciso el cambio en la mentalidad de los agentes sociales implicados en el cambio. Este es el reto y lo que pretendemos tratar en estas páginas, a partir de un desarrollo en cuatro apartados que lleve desde la descripción del contexto turístico en destinos maduros, hasta la posible aplicación de elementos de innovación en el área, pasando por la descripción de los valores del territorio que pueden considerarse paisaje cultural con merecimiento de obtener alguna figura de protección administrativa, para finalizar con las acciones que en la zona se están llevando a cabo para la activación turística de este patrimonio, con mención de sus luces y sombras.

SÍNTESIS DEL CONTEXTO DE LOS ESPACIOS TURÍSTICOS MADUROS DEL LITORAL

Al abordar un estudio en torno a espacios turísticos maduros las referencias al modelo de ciclo de vida de las áreas turísticas propuesto por Butler (1980) son cita obligada. Muchas veces, sin embargo, según reconoce el propio autor (Butler 2012, 20), se obvia el subtítulo de tan mencionado artículo, que se refiere a “las implicaciones para la ordenación de los recursos”. Este dato nos parece relevante, pues en este modelo Butler pretende mostrar que la ausencia de planificación y de acción consciente en el proceso de desarrollo de las áreas turísticas puede llevar al estancamiento y el declive. En él se destaca, por tanto, la responsabilidad de los gestores para plantear las acciones de innovación y reorientación que en cada periodo requieren los destinos, sin necesidad de llegar al estadio final para intervenir en el espacio turístico. Según esta teoría -comentada y revisada por multitud de autores, incluso por él mismo (Vera, Rodríguez, 2012)-, las áreas turísticas evolucionan recorriendo una serie de fases que llevan desde el descubrimiento, despegue, desarrollo, consolidación y estancamiento hasta el declive y la pérdida de capacidad de competir, si no se plantean acciones que sean capaces de cambiar la tendencia para conseguir la renovación y revitalización. La aparición de síntomas como la obsolescencia de las infraestructuras y servicios, la degradación ambiental, saturación de la capacidad de carga, inadecuación a las necesidades de la demanda y pérdida de interés por parte de la inversión, son algunos de los síntomas cuyo análisis ha sido comprobado por distintos autores y que reflejan la validez de este modelo en buena parte de los destinos turísticos consolidados (Vera et al., 2011). A pesar de

Fig. 2: Ciclo de vida del destino turístico. Fuente: Butler, 2011

que haya sido un texto puesto en cuestión por tratar los destinos turísticos como productos singulares, obviando aspectos como la diversidad que suele darse en estas áreas complejas, el hecho de que no contempla la variable de la escala, o que no recoge el papel relevante de los cambios en el contexto exterior, entre otras (Butler, 2011; Agarwal, 1997; Haywood, 1986) esta propuesta teórica sigue siendo vigente más de treinta años después. En cualquier caso, lo que parece claro es que en la fase de madurez más que cualquier otra es preciso plantear acciones de adaptación del destino a los cambios registrados, para evitar la decadencia y poder optar a una fase de reorientación mediante políticas y estrategias de renovación, reconversión y reestructuración. Inmersos en contextos territoriales distintos y sujetos a las decisiones de agentes sociales diversos y a sus condicionantes, la respuesta por parte de las áreas turísticas maduras, obviamente, no es univoca y dependiendo del tipo de estrategias elegidas se observa una evolución plural. Para el caso español, según la orientación de las propuestas, Anton (2011:20) distingue tres tipos de municipios: a) los municipios reactivos que plantean acciones para el mantenimiento de la actividad con políticas de cualificación del espacio turístico y búsqueda de la diferenciación -a partir de la incorporación de nuevos activos patrimoniales o no-; b) los municipios creativos, que plantean un uso innovador de los recursos potenciales y la adaptación de sus acciones para satisfacer las necesidades de una demanda cambiante; y c) los municipios 183

transitivos, que plantean una intensificación de las funciones residenciales. El resultado de la aplicación de estas orientaciones es también diverso y diferenciado, con cambios notables en el espacio del frente litoral en el que fruto de la intervención o de su ausencia pueden encontrase: áreas renovadas, espacios de actividad innovadora, o bien áreas en las que se percibe el estancamiento y la tendencia al retroceso. Siguiendo la secuencia evolutiva descrita, de manera genérica los destinos turísticos maduros del litoral español, y también los municipios costeros del área que nos ocupa en la Marina Alta alicantina, han experimentado profundas transformaciones a lo largo del tiempo, con ritmos que varían en función de los cambios globales del sistema económico, productivo y social (González Reverté, Anton, 2007). De este modo, ante las nuevas claves del escenario turístico global, agravadas por la actual situación de crisis económica y el incremento de la competencia surgida en otros destinos con ofertas similares, también estas áreas litorales se han visto obligadas a plantear nuevas estrategias de actuación capaces de reorientar y renovar su imagen para conservar su capacidad competitiva. Con este fin, desde la década de los años ochenta hasta nuestros días los destinos tradicionales, que surgieron con el primer despegue del turismo de masas a mediados del siglo XX han ido desarrollando diversas estrategias de reestructuración y diversificación (Anton, 2005) que han propiciado cambios notables, tanto en la oferta turística como en el territorio de influencia. En muchos casos, entre las acciones que buscan resolver la pérdida de rentabilidad y atractivo de estas áreas maduras del litoral mediterráneo se ha planteado el desarrollo de nuevos equipamientos que complementan la oferta principal del sol y playa (como campos de golf, instalaciones náuticas, parques temáticos y de ocio), siguiendo el esquema de los mencionados municipios reactivos. En otros casos, respondiendo al tipo de municipios transitivos, se ha propuesto como solución al estancamiento del volumen de llegadas de turistas la diversificación y ampliación de formas de alojamiento, con actuaciones inmobiliario-turísticas de densidad variable, anexas a las citadas infraestructuras de ocio que les sirven de coartada, o bien con nuevos desarrollos extensivos con un enfoque pretendidamente paisajístico que generan un importante impacto territorial. De manera gráfica, se ha señalado que esta incorporación del 184

espacio aledaño a los desarrollos del frente marítimo, en ocasiones separado varios kilómetros del polo litoral, supone un proceso de desbordamiento turístico (Vera et al., 2011), que bajo el argumento de la complementariedad territorial, añaden estos nuevos espacios de oferta residencial como áreas de mayor calidad ambiental y menor densidad constructiva. La incorporación de nuevas ofertas residenciales en el territorio adyacente o traspaís como estrategia de reestructuración de los destinos litorales puede interpretarse como una acción que busca la ampliación del concepto de destino turístico y una nueva estructura de la oferta. La apuesta es la incorporación de nuevos atractivos y espacios para la oferta turística con el fin de aliviar la polarización de usos recreativos en la estrecha franja costera, impulsando -en teoría- nuevas relaciones de cooperación y competencia entre los municipios litorales y el espacio prelitoral. Pero lo cierto es que estas acciones, que se desarrollaron tanto en los municipios costeros como en el ámbito prelitoral, no siempre han resultado positivas y apenas han logrado la integración de los valores del paisaje interior, de la sociedad y de la economía local en la oferta turística y en la imagen del destino consolidado. En muchos casos (como así ocurre en el área de análisis) esta acción simplemente ha supuesto el traslado al espacio interior de las mismas estructuras de creación de oferta inmobiliaria que los espacios litorales. En no pocas ocasiones, además, han sido los mismos agentes promotores inmobiliarios los agentes del cambio en las áreas próximas, que simplemente repiten el modelo de ocupación litoral en escenarios distintos, pero con los mismos objetivos. Pueden encontrarse a varios kilómetros de la costa proyectos arquitectónicos y urbanísticos similares a los litorales, que aprovechan además el menor precio del suelo rústico que se transforma, logrando mayores rentabilidades de la inversión, y que se ofertan en el mercado en muchos casos bajo el argumento de estar “próximos a la costa pero en un ambiente de tranquilidad” (Navalón, 2001). Este proceso ha afectado considerablemente a las dinámicas y funciones tradicionales del territorio del traspaís, que frecuentemente ha servido como entorno de reserva tanto de recursos humanos como naturales. De hecho en buena parte de los casos estos municipios han visto cómo su orientación productiva, vinculada a la agricultura o a la industria agroalimentaria, ha ido desapareciendo paulatinamente o ha quedado relegada a un uso casi residual del territorio (Navalón, 2001). El fuerte trasvase

de recursos naturales, territoriales, humanos y de capital del sector primario al turismo ha generado fuertes alteraciones en la estructura socioeconómica y demográfica de estos municipios, así como una drástica transformación del paisaje. El impacto de la actividad turística no sólo se ha producido por la irrupción directa en los antiguos campos de cultivo del proceso de construcción de las nuevas unidades de alojamiento o de los nuevos equipamientos recreativos e infraestructuras. También ha dejado su huella de forma indirecta propiciando el abandono de los usos tradicionales en el espacio productivo, que queda a la espera de su transformación o simplemente sin cultivar por falta de mano de obra e interés en la actividad primaria, lo que propicia el deterioro de los elementos naturales y humanos que conformaban el paisaje cultural, la imagen y la identidad del lugar. En suma, este proceso lleva a la pérdida de la función agraria básica del territorio que justifica y garantiza el mantenimiento del paisaje y de su valor simbólico para la sociedad local. El sistema territorial turístico resultante, en el espacio costero y en su área de influencia, se ha tornado mucho más complejo al incorporar al esquema, ya de por sí intrincado, no sólo los elementos básicos y periféricos relacionados con la oferta y demanda turística tradicional, sino que incorpora las piezas de la nueva oferta recreativa en el propio municipio o en su entorno, con sus diversos agentes y mecanismos de producción. El sistema turístico además incorpora otros núcleos de alojamiento, para una demanda de motivaciones turístico-recreativas híbridas, así como extensas áreas de segunda residencia, con tendencia en algunos casos a convertirse en nuevas áreas de vivienda principal para residentes provenientes de países del centro y norte de Europa que buscan los beneficios climáticos de estos espacios (Mazón, Huete, Mantecón, 2009). Las nuevas coordenadas en la etapa de post-estancamiento de los destinos turísticos maduros, entre otros procesos ya mencionados, propician nuevos usos para el territorio agrícola o forestal de tres modos fundamentalmente: a) la transformación drástica del paisaje de los espacios turísticos y de su entorno con estrategias de reestructuración de la trama urbana, b) el abandono de la actividad primaria que propicia situaciones de atonía y pérdida de activos, c) la puesta en activo de los recursos del paisaje tradicional, como estrategias de reorientación y diversificación que incorpora al sistema turístico los elementos del sistema rural-

natural como activos de potencial uso turístico recreativo. De entre estas distintas opciones, esta última es la que creemos ofrece una clara oportunidad de análisis para el entorno de la Marina Alta.

PAISAJE TRADICIONAL Y DESTINOS TURÍSTICOS MADUROS COMO PARTE DEL MISMO SISTEMA TERRITORIAL

Son numerosas las aportaciones que han abordado la relación entre paisaje y turismo pero en buena parte de los casos la reflexión se ha centrado en cómo el turismo es generador de nuevos paisajes, desde los espacios de alta densidad a los entornos de menor intensidad en el medio rural, en cualquier caso con efectos irreversibles sobre las estructuras preturísticas (Navalón, 2001). No obstante, desde hace unos años venimos asistiendo a un renovado interés por el paisaje en términos generales, que sin duda tiene implicaciones directas e indirectas con el sector del turismo y la recreación. Algunos de los aspectos en que se demuestra esta atención pueden ser, entre otros: -Una renovada conciencia del deterioro ambiental debido a procesos de artificialización del espacio (por construcción de áreas urbanas e infraestructuras) y a la pérdida de espacios de cultivo (Vera, 1992; Navalón 2001), -La generalización de la sociedad del ocio que toma el paisaje como un posible activo que puede convertirse en objeto de consumo y de lucro empresarial (Silva, 2009); -La percepción social de que el paisaje puede ser catalizador de la identidad local (Martínez de Pisón, 2010), lo que conlleva la reivindicación de puesta en valor de los valores intangibles de la cultura; -Y, vinculado a ello, el incremento de colectivos interesados por la cultura y el paisaje que ha contribuido a enriquecer el concepto. Ello ha propiciado una reciente atención por parte de las instituciones, con el impulso de políticas y regulaciones relacionadas con la conservación del paisaje. No pretendemos centrar estas páginas en analizar el concepto de paisaje como han hecho ya otros autores de manera profunda (Martínez de Pisón, 1985; Nogué, 1989; Sabaté Bell, J., 2004; Silva, 2008). Pero sí merece la pena destacar que se trata de 185

un concepto tan poliédrico como el turismo, que puede abordarse desde múltiples perspectivas y que implica añadir a los valores geográficos del territorio (natural y humano) la incorporación de matices subjetivos, simbólicos e identitarios, al sumar la lectura patrimonial, histórica, estética o creativa. El paisaje refleja la labor y la cultura territorial de los pueblos a lo largo de la historia, en un entorno natural que impone una serie de condicionantes y que es fruto de la interacción y de las decisiones de distintos agentes sociales en un ámbito determinado. Puede entenderse, por tanto, como sustrato tangible e intangible en el que se fundamenta la identidad de una sociedad, pero también como recurso patrimonial y elemento clave de diferenciación de un territorio y, por tanto, como materia prima potencial para la reactivación económica de un espacio a partir de su uso recreativo y turístico. El paisaje que observamos es obra de la sociedad en su marcha histórica ininterrumpida pero, como apuntara Milton Santos (1990: 229), no basta con referirse al paisaje como resultado del trabajo de la sociedad global. No puede obviarse que la toma de decisiones se realiza a partir de una división de la sociedad en clases y que la transformación del espacio no afecta a todos por igual, pues otorga beneficio para unos en detrimento de la mayoría. En el entorno de los municipios litorales en los que la ocupación del territorio por grandes conjuntos residenciales que se extienden de modo notable afectando al paisaje, el espacio se torna mercancía -para el lucro de unos pocos- y llega a los consumidores en función de su capacidad adquisitiva. Es, por tanto, importante identificar a los agentes que conforman el paisaje actual y que propician el cambio, sea como organizadores de esta producción, como dueños de los medios de producción, como proveedores del trabajo (Santos, 1990: 230) o como beneficiarios de la transformación. Lo que parece claro es que el resultado de estas mutaciones, positivas o negativas, afecta al conjunto de la sociedad de un modo u otro, con un reparto muy desigual en cuanto al beneficio, pero con una socializan amplia de los impactos negativos en el paisaje. En las últimas décadas la velocidad de transformación del paisaje y la homogeneización de respuestas constructivas, con la expansión del empleo de medios técnicos cada vez más avanzados, ha hecho pensar que el territorio es un elemento frágil y finito, y que por tanto ha de ser protegido. En el caso de los paisajes agrícolas o culturales, la destrucción de sus rasgos principales y el abandono de los procesos sociales que los mantienen está 186

activando una preocupación por sus valores naturales y por su significado histórico que empieza a movilizar puntualmente a algunos sectores de la opinión pública y a trasladar esta inquietud a las instituciones como un bien que merece la pena conservar.

EL PAISAJE COMO PATRIMONIO A PROTEGER

En los últimos años asistimos a una evolución del concepto de patrimonio cultural en tres formas: a) cronológica llegando a incorporar elementos contemporáneos; b) temática, con la incorporación de patrimonios distintos, como el inmaterial o el industrial; y c) territorial, ampliando la extensión de los ámbitos territoriales de aplicación a conjuntos históricos y a los paisajes (Ley de Patrimonio Histórico Español, 1985, citado por Silva, 2009), lo que ha permitido una mejor caracterización y protección en términos generales. También se ha dado cierta evolución de la voluntad de protección del paisaje en sentido amplio, que podría dar cabida a la incorporación del espacio cultivado como patrimonio relevante, aunque esta orientación no acaba de llegar debido a la escasa consideración social de los paisajes agrarios. Las aproximaciones a este concepto de paisaje como patrimonio son relativamente recientes y las figuras creadas para su protección (paisajes culturales, zonas patrimoniales, o paisajes protegidos) por las instituciones encargadas de velar por el patrimonio son algo escasas, si tenemos en cuenta su relevancia territorial y diversidad. Además, según apunta Silva (2008) estas catalogaciones adolecen de cierta imprecisión, lo que dificulta la aplicación a territorios complejos por la presencia del hombre a lo largo de la historia, por lo que en no pocos casos los espacios de valor patrimonial agrario que suponen una parte importante del paisaje se han asignado a categorías como “sitio histórico o lugar de interés etnológico”, o que simplemente no han merecido la catalogación o clasificación como espacio protegido. 1)Si revisamos algunas de las clasificaciones que recogen el paisaje como bien patrimonial, debemos empezar por la UNESCO. Esta institución internacional utiliza el término de “paisajes culturales”, a partir de la definición de la Convención para la protección del Patrimonio Mundial cultural y natural (1972) tras combinar la necesidad de protección de los monumentos culturales y de la conservación de la naturaleza (OSE, 2010). El término “paisaje cultural”

fue introducido como categoría en las directrices prácticas de la Convención del Patrimonio mundial de la Unesco de 1992 para referirse a los “bienes culturales que representan las obras conjuntas del hombre y la naturaleza, que ilustran la evolución de la sociedad y sus asentamientos a lo largo del tiempo, condicionados por las limitaciones y/o oportunidades físicas que representa su entorno natural y por las sucesivas fuerzas sociales, económicas y culturales, tanto internas como externas” (art. 1), por tanto incorpora tanto aspectos tangible como intangibles. Según la UNESCO el paisaje cultural se divide en tres categorías diferenciadas: paisaje diseñado, paisaje que ha evolucionado orgánicamente y paisaje asociativo, que mostramos en la siguiente tabla síntesis:

Paisaje diseñado Incluye parques y jardines construidos por motivos estéticos, que están a menudo (pero no siempre) asociados a edificios o conjuntos monumentales. Paisaje que ha evolucionado orgánicamente Paisaje en evolución -vivo Paisaje evolucionado orgánicamente debido a un imperativo inicial de carácter social, económico, administrativo y/o religioso. Se desarrolla en respuesta al entorno natural y conserva un papel activo en la sociedad actual, relacionado con los modos de vida tradicionales y con procesos de desarrollo continuo. Paisaje en evolución fósil Paisaje evolucionado orgánicamente debido a un imperativo inicial de carácter social, económico, administrativo y/o religioso, cuyo proceso finalizó en el pasado, ya sea de forma abrupta o no, pero aún es distinguible

de forma material. Paisaje asociativo Asociaciones culturales, religiosas o artísticas en sus componentes naturales Para referirnos al paisaje cultural agrario (el que puede estar más próximo al de los entornos de la Marina Alta que tratamos en este trabajo), el concepto más cercano sería el que alude al paisaje evolucionado orgánicamente, como paisaje en proceso de cambio y vivo, que conserva un papel activo en la sociedad actual, relacionado con los modos de vida tradicionales y con procesos de desarrollo continuo y que podría resultar asimilable a la propia definición de agricultura. 2)Encontramos también la categoría de paisaje en la clasificación de la IUCN (International Union for Conservation of Nature), que incluyó ya en 1978, en su primer sistema de áreas protegidas, la categoría denominada Paisaje Protegido. Esta definición algo confusa fue sustituida en 1994 por la figura del mismo nombre (Categoría V) con la definición de “Área de terreno, incluyendo las costas y el mar, donde la interacción de gentes y naturaleza a lo largo del tiempo ha producido un espacio de carácter distintivo con unos valores estéticos, ecológicos y/o culturales específicos, y a menudo con una rica diversidad biológica. Salvaguardar la integridad de esta tradicional interacción es vital para la protección, el mantenimiento y la evolución del área mencionada” En ambas definiciones de Paisaje Cultural del Patrimonio Mundial y Paisaje Protegido de la IUCN pueden encontrarse similitudes, al poner especial acento en la interacción ser humano con la naturaleza y en la vinculación de los valores del paisaje con las tradiciones culturales (IPCE, 2002). Pero son notables las diferencias entre ellas, pues la IUCN pone el acento en la conservación de la biodiversidad del ecosistema y del medio natural, mientras que UNESCO en sus “paisajes culturales” pone el énfasis en la acción humana, en los valores sociales y en su evolución a través de las tradiciones lo largo del tiempo. 3) El Convenio Europeo del Paisaje aprobado en Florencia en el año 2000 por el Consejo de Europa, constituye otro gran referente internacional y define el paisaje como “cualquier 187

parte del territorio tal como es percibida por la población” y continua diciendo que todo el territorio proyecta un paisaje, tanto las áreas naturales, como las rurales, las urbanas y las periurbanas (art. 2). Creemos que esta aproximación plantea un enfoque de especial relevancia e interés, pues no identifica el paisaje sólo con lugares bellos o sensibles, sino con ámbitos cotidianos, como los paisajes de la agricultura. En este caso, si todo el territorio tiene interés como paisaje y es susceptible de protección, queda claro que no es posible actuar sobre éste al modo tradicional, sólo en términos de conservación y restauración, siguiendo principios museísticos imposibles de aplicar a espacios amplios y complejos como los paisajes y más aún en espacios vivos y funcionales como los paisajes agrarios (Silva, 2009). Por ello, con esta clasificación de modo implícito está incorporando la necesidad de actuar sobre el paisaje desde la ordenación, la regulación y la gestión para asegurar su pervivencia. Lógicamente, el modo de actuar sobre ellos debe partir de políticas activas de planificación y gestión territorial, en las que es preciso estrechar lazos con la población del territorio. Entendemos que esta es una cuestión sustancial para la consideración del paisaje como patrimonio que se ha de preservar y que, además, de suponer un indicador clave de la calidad de vida de un área, puede constituir un recurso favorable para la activación económica y la creación de empleo, sobre todo en área próximas a espacios urbanos y/o turísticos. 4) Este Convenio Europeo del Paisaje, supuso el primer tratado internacional específico sobre la materia, que debía ser ratificado por los distintos países de la Unión. En España el Plan Nacional de Paisaje Cultural Español se publica en 2008, como documento de adaptación que implica el compromiso de la administración pública y de particulares a secundar las propuestas. La definición que éste plantea, obviamente deriva de las propuestas por los organismos anteriormente citados y entiende que paisaje cultural es el resultado de la interacción en el tiempo de las personas y el medio natural, cuya expresión es un territorio percibido y valorado por sus cualidades culturales, producto de un proceso y soporte de la identidad de una comunidad. 188

Dado que emana del Convenio Europeo del Paisaje, también en este caso, el interés de estos paisajes no resulta tanto de la belleza del territorio, como valor intrínseco, sino en su valor cultural desde la óptica subjetiva. Además añade dos rasgos a nuestro entender muy destacados, al reconocer de forma expresa el carácter dinámico y complejo de los paisajes. Así pues, según el Plan Nacional de Paisaje Cultural la finalidad de las acciones que se emprendan en estos territorios no debe ser la protección, como acto que fosiliza el paisaje, sino el propiciar una evolución capaz de garantizar la pervivencia de sus valores y de su carácter. Plantea por tanto la necesidad de innovar, en cierto modo, si se desea mantener la viabilidad del paisaje a través de una adaptación a los cambios que la sociedad demanda (cuestión crucial en ámbitos de influencia territorial turística). Reconoce su complejidad y la dificultad de gestionarla, debido a su naturaleza en la que intervienen componentes naturales y culturales, materiales e inmateriales, tangibles e intangibles en constante interacción con los elementos que lo conforman y con el contexto exterior que le influye. Todos estos aspectos han de ser tenidos en cuenta, pues de la combinación de ellos resulta su carácter y las distintas formas de percepción (IPCE, 2008). Con este Plan Nacional se define al bien “paisaje cultural” como objeto de la política de patrimonio y se incorpora a ésta el valor patrimonial a escala territorial. Ello implica también el imperativo de propiciar la coordinación y cooperación con otras administraciones, autonómicas y locales, así como la necesaria interacción con otras políticas sectoriales de incidencia en la dinámica y conservación del paisaje, como puede ser, entre otras, las disposiciones relacionadas con la ordenación territorial o con el desarrollo turístico. A pesar de la extraordinaria riqueza y variedad de paisajes en nuestro país, estas normas referidas directamente al paisaje han sido poco desarrolladas. Ciertamente, el paisaje se contempla en la legislación a nivel estatal sobre espacios naturales protegidos, en las normas referidas al urbanismo, a espacios forestales o al patrimonio cultural, pero de manera parcial y con escasa relación entre ellas. Además, en la mayoría de los casos, bajo el enfoque de la protección-conservación y no de la gestión y ordenación de acciones.

5)Por la distribución de competencias sectoriales y territoriales en España, son las comunidades autónomas y los municipios los responsables de la aplicación de este Convenio y de la redacción de normas específicas sobre la incorporación del paisaje a la planificación territorial. Para el caso de la Comunidad Valenciana el texto legal de referencia es la Ley 4/2004 de Ordenación del Territorio y Protección del Paisaje (vigente hasta agosto de 2014 y sustituida por Ley 5/2014, de 25 de julio, de Ordenación del Territorio, Urbanismo y Paisaje, de la Comunitat Valenciana.). Este texto incorporó la creciente sensibilidad social por el paisaje elevándola a rango de ley por vez primera en España al considerar que el paisaje constituye un patrimonio común de todos los ciudadanos y que es elemento fundamental para su calidad de vida, que debe ser preservado, mejorado y gestionado. Según el título correspondiente dedicado a la ordenación del paisaje “su ámbito de aplicación incluye todos los espacios naturales, las áreas urbanas, periurbanas y rurales, y alcanza tanto a los espacios terrestres como a las aguas interiores y marítimas. Concierne a los paisajes considerados como notables, a los paisajes cotidianos y, también, a los degradados”. Resulta interesante que, de forma expresa, incluya espacios cotidianos y degradados como paisaje que se ha de preservar, recuperar y gestionar, pues entendemos que con ello reconoce que en el ámbito geográfico de la Comunidad Valenciana y, sobre todo en las áreas de influencia turística marcadas en esta región por un modelo de ocupación extensiva del territorio, existen paisajes culturales que precisan de un reconocimiento y tratamiento integral e integrador con el resto de normas de efecto territorial. Con esta finalidad se aprobó el Reglamento de Paisaje de la Comunidad Valenciana (Decreto 120/2006) que desarrolla esta Ley, de Ordenación del Territorio y Protección del Paisaje, pero también la Ley 10/2004 referida al Suelo No Urbanizable y la 16/2005, Ley Urbanística Valenciana. Todas ellas con evidentes conexiones con la política territorial y de paisaje con el fin de coordinar las acciones correspondientes. Este Reglamento permite concretar conceptos básicos, criterios, directrices y metodologías relativas al paisaje, abordados

con un sentido práctico y pedagógico. Todo lo cual resulta necesario para que la aplicación se haga efectiva. Por tanto puede afirmarse que desde el punto de vista normativo, la Comunidad Valenciana tiene bastante camino avanzado. No obstante, esta reglamentación habrá de concretarse a posteriori con los Estudios de Paisaje preceptivos que aportarán criterios de paisaje en la formulación de los futuros Planes Generales de Ordenación Urbana, entre otras cosas a través de la definición de las “infraestructuras verdes” (Muñoz, 2012) o la zonificación de usos en el suelo no urbanizable, pero eso está por llegar. Este somero repaso a las diferentes disposiciones y normas sobre el paisaje muestra un creciente interés por reconocer el patrimonio territorial del paisaje en sentido amplio, con matices que van profundizando en su carácter dinámico y complejo, así como en la necesidad de conservar y gestionar los elementos naturales y culturales, objetivos y subjetivos que los conforman. El Plan Nacional de Paisajes Culturales (IPCE, 2008) recoge la necesidad de políticas activas en materia de paisaje que deben contribuir a la consecución de fines como: -Posibilitar una mejor consideración de los valores naturales, ecológicos, ambientales, culturales y económicos de los paisajes españoles, a través de la identificación de los paisajes culturales y su relación con los usos del territorio. -Reconocer el carácter jurídico del paisaje, como derecho y como deber, para implicar a los distintos niveles de la administración, a los distintos sectores de actividad relacionados y a los grupos sociales en la valoración, mantenimiento y mejora de los paisajes culturales. -Procurar la introducción de los paisajes culturales en la educación y la formación de expertos y técnicos capaces de analizar, ordenar y gestionar los paisajes culturales. -Sensibilizar a la población y la participación pública en relación con los valores colectivos del territorio y del paisaje cultural; y propiciar la concertación social y económica través de la participación social y la cooperación a distintas escalas. En relación con estas tres últimas metas, para lograr la patrimonialización del paisaje (Silva, 2009) es preciso realizar un trabajo consciente para la sensibilización de la sociedad con el 189

fin de lograr una mayor eficacia de las acciones de conservación y recuperación de los paisajes culturales. Con este objetivo será preciso trabajar en torno a tres ejes clave: a) por una parte, propiciar el sentimiento de apropiación social del paisaje, por parte de residentes y visitante, independientemente de que su titularidad sea pública o privada; b) en segundo lugar, conseguir el reconocimiento social de los valores materiales y culturales que conforman el paisaje, que ha sido generado por esa sociedad a lo largo de su historia, y finalmente c) lograr que exista una preocupación ciudadana por conservar y transmitir tales valores. Con esta base social será más viable el diseño y, sobre todo, la aplicación de políticas y normas encaminadas a preservar los valores del paisaje. Pero se ha aludido anteriormente que la conservación de los paisajes no ha de ser la única meta, sino sólo la base a partir de la cual plantear acciones creativas para una gestión sostenible de estos territorios. Asumido el valor patrimonial del paisaje, el interés social por éste, y la necesidad de actuar desde la regulación normativa, tanto de forma endógena como desde el exterior, ha de entenderse que los elementos que conforman el paisaje pueden conformar opciones de desarrollo sostenible, sobre todo si se activan de forma racional desde una planificación de usos adecuados y una gestión ordenada. El paisaje puede ser considerado materia prima o recurso que se ha de gestionar de forma racional, allí donde proceda, con una orientación plural no sólo dedicada al mantenimiento del sector agrario o forestal que constituye su fundamento, sino también al impulso de otras actividades -como la turística- que permitan el mantenimiento de los mecanismos funcionales del paisaje y el crecimiento económico del entorno. Lógicamente, esto último no se consigue sólo invocando la identidad territorial como estrategia de promoción o marketing, como ocurre con aquellas propuestas y planes que entienden el paisaje como un escenario turístico, olvidándose de los procesos y de las gentes que mantienen el paisaje. Por eso, creemos que la activación turístico-recreativa del paisaje implica contar con todos y cada uno de los elementos que lo conforman: también con el paisanaje. Cabe preguntarse pues cuáles son los elementos que realmente se protegen y cuáles se deben proteger y activar para conseguir la preservación y la activación del patrimonio territorial. Parece evidente que no se han de conservar sólo los elementos visibles más destacados sino todos aquellos que conforman el paisaje, 190

evidentes y ocultos, territoriales y funcionales. En esta definición de patrimonio agrario que aporta Silva (2008) se incorporan todos los elementos que conforman el sistema territorial del paisaje, en este caso, que consideramos relevantes para el estudio de caso que nos ocupa en la Marina Alta. “…Se entiende como patrimonio agrario todo aquel legado relacionado con la herencia histórica de la explotación agropecuaria, entendida ésta en un sentido amplio (áreas de cultivo, dehesas, pastizales, plantaciones forestales), bien sea de carácter material (paisajes, edificios relacionados con la producción y la transformación de los productos de la agricultura, infraestructuras y equipamientos agrarios, determinados tipos de hábitat rural…) o etnográfico (oficios, artesanías, folklore…).”. En ella queda reflejado que interesa poner el foco no sólo en los elementos y factores, internos y externos, sino también en las relaciones entre ellos; en el sustrato que condiciona el funcionamiento del conjunto, pero también en los agentes que lo transforman y que promueven su evolución en un entrono geográfico determinado. Hablamos por tanto de un concepto de paisaje que es resultado de multitud de elementos en constante interacción y evolución, que conecta con la definición de sistema cuyo tratamiento e implicaciones para su uso recreativo y turístico abordamos a continuación.

EL PAISAJE Y EL DESTINO TURÍSTICO COMO SISTEMA Y CLÚSTER

Asumido el carácter complejo y dinámico del paisaje, puede resultar interesante abordar su análisis desde la perspectiva de su condición de “sistema” que ya avanzara Martínez de Pisón (1983), como potencial recurso de reactivación territorial, social y turística. Tal y como se ha reiterado, el paisaje es el resultado de la combinación de elementos de distinta naturaleza en constante interacción, tanto de la esfera ambiental, como social o institucional. Se describe como una estructura compleja, dinámica (que evoluciona a lo largo del tiempo) y abierta (que recibe y acusa los cambios impulsados por el entorno, así como por las decisiones que toman los agentes sociales que forman parte de él o de su contexto). A este conjunto de elementos imbricados, se ha añadir además la mirada subjetiva de un espectador que reconoce sus rasgos, su complejidad y su dinamismo. No hemos de olvidar que en las definiciones que encontramos en el diccionario de la Real Académica Española, el vocablo Paisaje significa: “extensión

de terreno que se ve desde un sitio”, o bien “Extensión de terreno considerada en su aspecto artístico”, y en su tercera acepción “Pintura o dibujo que representa cierta extensión de terreno”. En todas ellas está presente de un modo u otro la mirada de un espectador, de un sujeto que mira y percibe el terreno y que en este caso podríamos conectar con el visitante o turista (Nogué, 1989). Así pues, el paisaje es naturaleza y cultura, como ya se ha dicho, pero también forma y función, elemento objetivo y mirada subjetiva, herencia del pasado y activo presente que se ha de gestionar para lograr el futuro deseado. Tal y como describe la teoría general de sistemas de Bertalanffy, el paisaje-patrimonio como un sistema, lejos del esquema cartesiano, es mucho más que la suma de cada una sus partes. Lo mismo ocurre con la experiencia del turista en un destino y con la percepción que se lleva el visitante de sus viajes. La valoración en ambos casos va mucho más allá de los factores objetivos en sí mismos, depende de la combinación de elementos y de las decisiones de los agentes públicos y privados que conforman el sistema. Por ello pensamos que la consideración del paisaje, en su sentido más amplio, y del destino turístico tienen multitud de conexiones, sobre todo de cara a la planificación del uso turísticorecreativo. Algunos de los enfoques para la definición de destino turístico lo describen como amalgama de lugares, productos y servicios que conforman la experiencia turística y que se dan cita en un espacio geográfico, con diferentes implicaciones en las distintas escalas. Además, puede describirse desde la perspectiva de la oferta que se genera o desde la demanda, incorporando también la relación con los proveedores y mediadores del sector privado, y las instancias públicas que coordinan, ordenan, regulan e impulsan el hecho turístico (Pearce, 2014). En cualquier caso, parece evidente que la ubicación en un entorno territorial concreto afecta de modo determinante a la configuración del destino variando sus rasgos y sus modos de operar. La complejidad del concepto destino turístico, al igual que el de paisaje, incorpora estos elementos de distinta naturaleza que pueden ser analizados de distinta forma: como distritos (clústers), como redes o como sistemas, sin que cada una de estas aproximaciones sea excluyente. Así pues desde la perspectiva del concepto distrito o clúster, un destino turístico puede definirse a partir de la proximidad

geográfica de elementos, por la aglomeración y por la interacción entre múltiples actores (Hjalager, 2000). Se habla de clúster en términos de interdependencia de las “empresas”, de competencia cooperativa, de confianza en la colaboración sostenida y de una cultura comunitaria apoyada en políticas adecuadas (Pearce, 2014) a lo que se ha de añadir las relaciones económicas y sociales entre ciudadanos y empresas. Si vamos a la definición que de clúster hace Porter (1998, citado por Pearce, 2014) como “concentraciones geográficas de empresas interconectadas, proveedores especializados, suministradores de servicios, empresas de industrias relacionadas e instituciones asociadas en ciertos campos que compiten, pero que también cooperan entre sí”. Podríamos estar hablando también del funcionamiento de un paisaje concreto o de una “unidad de paisaje” (según el Reglamento de paisaje de la Comunidad Valenciana: área geográfica con una configuración estructural, funcional o perceptivamente diferenciada, única y singular, que ha ido adquiriendo los caracteres que la definen a lo largo del tiempo). Esta se define tanto por los rasgos naturales de un entorno como por la sociedad que en éste se asienta y que desarrolla en este medio una serie de actividades interrelacionadas, gracias a la proximidad geográfica entre los factores y agentes del cambio que les permiten funcionar e interactuar adecuadamente, apoyados además por la 191

dimensión institucional. A partir de esta perspectiva en la definición de destino turístico y también del paisaje como clúster, podemos plantear de un modo más sencillo la cooperación y coordinación entre elementos y actores, que pueden fortalecer la coherencia interna y mejorar la visibilidad externa, pues es evidente que ambos están íntimamente imbricados.

cabría plantear que una posible solución está en aplicar el concepto de innovación a la gestión conjunta de ambas realidades. No se trata, obviamente, de plantear procesos radicales, sino de la propuesta de aplicación progresiva del cambio a partir de la coordinación de los subsistemas que intervienen en la configuración de estos sistemas. Proponemos la activación conjunta de algunos de elementos del

EL PAISAJE CULTURAL COMO ARGUMENTO DE LA INNOVACIÓN EN DESTINOS MADUROS

Se argumentaba en apartados anteriores que las áreas turísticas tradicionales se encuentran en la actualidad en una encrucijada derivada de su propio estadio de evolución que les sitúa en una etapa de estancamiento o post-estancamiento. Estos destinos surgidos a mediados del siglo XX se encuentran inmersos en un entorno de cambios sociales que se reflejan en el comportamiento de la demanda y de una notable evolución de la tecnología en todos los eslabones de la cadena de valor que afecta a los modos de producción y consumo de la actividad turística. Y, además, se han visto afectados también por un contexto de crisis global, no sólo económica, que ha supuesto un cambio de escenario y de valores que abre nuevos retos y oportunidades (Exceltur, 2014). En estas complicadas coordenadas es evidente que los destinos que sean capaces de adaptarse a los nuevos retos como una oportunidad para reinventarse y enfrentarse al cambio de forma creativa e innovadora saldrán reforzados dejando atrás a los entornos que no hayan sabido evolucionar y que se mantengan en paradigmas y pautas de actuación tradicionales. La meta no es ya conseguir el mayor volumen de turistas en destinos indiferenciados a partir de estrategias centradas en la reducción de costes y en el precio, sino en desarrollar estrategias orientadas a generar nuevos productos-experiencias turísticas singulares. En el actual contexto, el nuevo posicionamiento en el mercado ha de relacionarse con el valor diferenciador que ofrece el territorio-paisaje local como valor añadido, que sea capaz de responder a las necesidades de clientes más exigentes e informados que valoran la diversidad y la autenticidad, y que además tengan la capacidad de generar un efecto multiplicador, económico y de empleo, a nivel local. En este escenario, una vez reconocida la correspondencia e imbricación del sistema destino turístico y del sistema paisaje local, 192

sistema patrimonio agrario que han sido abandonados y comienzan a causar deterioro en el paisaje local, tanto en su aspecto ambiental, como social y económico, incorporando estos activos como nuevo factor de atracción para el sistema destino turístico. Partimos por tanto de dos sistemas, el del paisaje rural y el del destino turístico, que en ambos casos se encuentran en una situación de estancamiento o de atonía. En el caso del sector turístico por una estabilización del número de llegadas de turistas y la necesidad de reorientación de sus estructuras de producción, que acusan la obsolescencia de sus estructuras y la necesidad de renovación o reestructuración estratégica. Por otro lado, en el sistema destino paisaje agrario local encontramos una situación de atonía, con pérdida de los activos dedicados a la producción agrícola, con deterioro de los elementos que conforman el paisaje por abandono de las explotaciones agrarias, invasión del suelo de cultivo por otros usos como el residencial de uso turístico o ampliación de los cascos urbanos, expansión del suelo industrial o

de infraestructuras de distinto tipo. En este contexto, nos parece interesante traer el concepto de “destrucción creadora” que acuño el economista J.A. Schumpeter, y que definió las bases conceptuales de la innovación como motor del desarrollo económico en el sistema capitalista a partir de un proceso de retroalimentación. Su teoría contrariaba la idea del equilibrio natural y estacionario del mercado, y plantea que la economía se construye básicamente en ciclos cerrados de producción y demanda, con tendencia al estancamiento y que únicamente las innovaciones permiten desestabilizar el equilibrio y propiciar fases de expansión y desarrollo. La innovación, por tanto, es necesaria, y esta dinámica cíclica, rupturista y estructural resulta destacable en un contexto como el de la actual crisis, caracterizado por la necesidad de buscar nuevos enfoques y de construir modelos alternativos de empleo y desarrollo. (Rausell, 2012). La innovación se basa fundamentalmente en el conocimiento que aporta valor (OCDE, 2005) y que es capaz de pone de relieve los procesos interactivos por los que se produce un intercambio de información tanto dentro como fuera de las empresas (destinos) y organizaciones. Lo verdaderamente importante: a) no es tanto generar nuevo conocimiento, si éste ya existe, sino saber gestionarlo, b) ser capaz de provocar un cambio de tendencia (que no ha de ser completamente novedoso en el mundo, pero sí en el entorno de aplicación), c) generar un valor añadido tanto para la empresa (destino/paisaje), como para los clientes (visitantes y turistas) y para la sociedad (residentes y agentes locales). Según Schumpeter “la innovación es la introducción de nuevos productos y servicios, nuevos procesos, nuevas fuentes de abastecimiento y cambios en la organización industrial, de manera continua, y orientados al cliente, consumidor o usuario” y puede darse a partir de cinco enfoques: a) Introducción de nuevos productos; b) de nuevos métodos de producción; c) apertura de nuevos mercados; d) desarrollo de nuevas fuentes de suministro de materias primas u otros insumos y e) creación de nuevas estructuras de mercado (OCDE, 2005). A partir de esta base conceptual en que basar acciones para conseguir un mejor resultado en las empresas (destinos turísticos) al incrementar su atractivo en el mercado, entendemos que propiciar un nuevo escenario para el aprovechamiento del paisaje agrario tradicional del riurau con fines recreativos en un entorno

turístico maduro puede suponer un proceso de innovación en todas las variantes que plateara este autor, por cuanto: a) Este enfoque permite crear nuevos productos adecuados a las nuevas tendencias de la demanda y del mercado turístico, que buscan nuevas experiencias a partir de elementos auténticos y singulares, como el paisaje del riurau vinculado a la producción tradicional de la uva pasa. b) La adecuada gestión de los activos del paisaje, consensuada entre los agentes que mantienen los rasgos del espacio agrario y los promotores de las propuestas de turismo cultural, supone actuar con nuevos métodos de “producción”, a partir de la incorporación de todos los activos del paisaje, con formas de hacer diferentes que parten de la coordinación y la cooperación entre los dos sectores de actividad, con un resultado provechoso para ambas partes. c) Estos nuevos productos de turismo cultural a partir del patrimonio territorial, pueden resultar de interés para el turista más experimentado y exigente, de motivaciones diversas y consumo plural. Pero a su vez también es un elemento de interés para los propios residentes del área, si los recursos locales se tratan de la manera más adecuada para generar una corriente de valoración y aprecio por lo propio, que propicie su conservación y reactivación, no sólo por su valor productivo, sino también por su valor patrimonial y recreativo. d) Al incorporar nuevas piezas al sistema territorial turístico es posible diversificar la oferta de estos destinos maduros con productos singulares, rompiendo el estancamiento o tendencia al declive de estas áreas con nuevos activos y productos, que poseen además una fuerte carga diferenciadora al basarse en este singular patrimonio agrario, que sólo se da en esta área y su entorno. e) Obviamente, si se han de crear nuevos productos turísticos diversificadores, a partir del patrimonio agrario local, dentro de la estructura de configuración y gestión de las nuevas propuestas turísticas deberían estar también representados los agentes relacionados con la actividad productiva que permite el mantenimiento de las funciones de conservación del paisaje agrario con todos sus elementos. Además, su papel debería ser activo y vital para que la configuración del 193

nuevo producto territorial turístico no desvirtúe los valores patrimoniales que inicialmente fundamentan su atractivo y su autenticidad.

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