La Geopolítica de los Movimientos Sociales

June 12, 2017 | Autor: Paola De Simone | Categoría: Social Movements, Comparative Politics, State and Market relations
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Descripción

La Geopolítica de los Movimientos Sociales Paola De Simone “Este libro es escrito desde la firme creencia que las percepciones de los ciudadanos ordinarios son más confiables que las pretensiones de los líderes nacionales y de la burocracia que sirven; que el sentido común de la gente común es la mejor guía para el entendimiento que la mayor parte de las teorías académicas que son pensadas en las universidades. Los cientistas sociales (especialmente en política y economía) se aferran a conceptos obsoletos y teorías inapropiadas” Strange, Susan; The Retreat of the State: The Diffusion of Power in the World Economy, Cambridge University Press, 1996, pág 3.

Introducción Los movimientos sociales están cobrando una importancia notable en todo el mundo. Las personas, motivadas por un interés en común, reclaman ser escuchados para canalizar sus demandas básicas. Esto va desde los escudos humanos para retardar invasiones, sentadas en los lugares donde se desarrollan foros económicos hasta el reclamo por trabajo y condiciones de vida dignas. La situación que, es actual pero no es nueva, refleja una realidad dicotómica inherente a la relación entre el Estado y la Nación. La amalgama de ambos garantizaría el orden al interior de cada país. En la actualidad, la aparición sostenida de movimientos sociales, estables o ad hoc, manifiesta la apertura de una brecha entre el uno y la otra (el Estado y la Nación), que los distancia sostenidamente. El Estado se simbiotiza con el gobierno que lo ocupa. La Nación se muestra, no como un todo compacto, sino como la acción de grupos en la sociedad civil que no se ven representados por el accionar del Estado. Por esa razón, buscan otras formas de expresión de demanda para que se escuchen y atiendan sus necesidades. El método que utilizan se caracteriza por la ocupación territorial permanente o transitoria como símbolo de identidad individual/colectiva. El objetivo de este capítulo es presentar un análisis conceptual y cualitativo de la relación entre la geopolítica y los movimientos sociales relacionando al Estado y a la Nación, recorriendo sus vinculaciones y enmarcando estos procesos en la necesidad histórica de la Modernidad de establecer un pensamiento tendiente a la unicidad.

Para ello, analizaremos cómo funciona la lógica del pensamiento de la Modernidad para ver cómo surgen las ciencias sociales separadas de la religión, expondremos la relación entre el Estado y la Nación, y veremos la brecha creciente de representatividad y complejización de la sociedad civil luego del fin de la Guerra Fría vinculada a la forma de expresión de los movimientos sociales relativa a la identidad con respecto a lo territorial. En este trabajo no vamos a tomar en cuenta connotaciones clientelísticas en torno a los movimientos sociales. Nos concentraremos en los aspectos políticos, sociológicos y geopolíticos de los mismos vinculados a la distancia creciente entre las demandas de la sociedad civil y la falta de representatividad de éstas en el accionar del Estado para satisfacerlas.

La Modernidad continua en los Siglos XX y XXI: evolución económico-política y perspectivas La clave de la Modernidad1 fue la victoria de la razón sobre la fe. La ciencia emergió como resultado de la búsqueda continua del conocimiento objetivo en todos los aspectos de la vida. Fue un proceso donde las justificaciones dejaban de estar basadas en los designios de Dios en la Tierra y necesitaban ser racionales; es decir, la utilización progresiva de un método sistemático de contrastación y verificación empírica de los hechos de la naturaleza. El pasaje del teocentrismo al antropocentrismo fue característico de la consolidación de la Modernidad. La facultad del conocimiento racional, propio del hombre, fue especializándose. Los pensadores fueron coincidiendo en aplicar determinadas prácticas basadas en la experimentación, la formualción de hipótesis, la deducción y construcción de un cuerpo teórico que permitiera explicar y predecir la realidad. La Modernidad también se refleja en la concepción del Estado Nación. La legitimidad debía residir en el pueblo quien se la otorgaba al soberano, o se establecía la explicación de un “contrato” que regulaba la relación entre gobernantes y gobernados, garantizando la

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La relación entre el paradigma de la Modernidad, el paradigma de la Complejidad y las Relaciones Internacionales ver: De Simone, Paola, Las relaciones internacionales desde el Paradigma de la Complejidad: Metodología y herramientas analíticas, en Puertas a la Política, Editorial Temas-UADE, Buenos Aires, 2007.

representatividad o la seguridad. En este sentido, pensadores como Maquiavelo2 (diferenciando la religión de la política) y Hobbes3 (proponiendo al Leviatán para terminar la anarquía peligrosa del estado de naturaleza) marcaban la progresiva necesidad de la separación y la especialización. Se va produciendo la secularización de la vida social. La política, la economía y la sociedad se diferenciaban entre sí de un todo complejo medieval donde estas distinciones se hacían difusas. Con la consolidación de los Estados-Nación luego de la Paz de Westfalia de 1648, el proceso de racionalidad de las instituciones políticas acompañaría la construcción de la nación en procesos paralelos y unificados. Sabemos que este camino fue sinuoso y difícil pero la aspiración a la armonía organizacional de los Estados en el sistema internacional se erige como el argumento teórico práctico más aceptado. La tendencia a la igualdad de las partes en el todo, permiten el reconocimiento y la anticipación de la conducta del otro. De alguna forma, la lucha es por la paz. La paz es el interés común de los estados. Este principio es sostenido por la escuela de Relaciones Internacionales conocida como Idealismo. Immanuel Kant

sostiene que para que exista la Paz Perpetua

la característica más

importante es que “la constitución civil de todo estado debe ser republicana”.4 Ello implica la universalización de derecho y de los valores liberales. El supuesto subyacente es que “el fortalecimiento de la autodeterminación nacional conduciría eliminar una de las principales causas de la guerra”5 También debe haber un sistema internacional de seguridad colectiva garantizado por una organización internacional. En síntesis, la Paz Perpetua sólo podría alcanzarse cuando los estados adquirieran formas de gobierno republicanas, lo que conlleva a compartir los mismos valores. Entonces, la tendencia se inclina a que como las repúblicas no van a la guerra entre sí, esta forma de gobierno es que la permitiría la armonía del sistema internacional. 2

Nicolas Maquiavelo escribe El Principe y Discursos de la Segunda Década de Tito Livio en 1513. (N de la A) 3 Thomas Hobbes escribe Leviatán en 1651 (N de la A) 4 Kant, Immanuel; Sobre la Paz Perpetua. Tecnos, Madrid, 1994, pág. 15 5 Tomassini, Luciano; Teoría y Práctica de la Politica Internacional, Ediciones Universidad Católica de Chile, Chile, 1989, págs 64-65.

El orden en lo interno de cada parte del sistema conllevaría al orden mundial. En este proceso se justificaron guerras, intervenciones militares, bloqueos económicos y catástrofes nucleares. El orden interno de cada Estado-Nación corresponde a la amalgama entre, valga la redundancia, el Estado y la Nación. Se considera que la conflictividad va a estar dada por la no correspondencia entre ambos en el mismo territorio. En nuestro análisis histórico vamos a detenernos en algunos momentos que son importantes para el desarrollo de este trabajo por su significación en la relación Estado-Nación en la actualidad. El primer momento es la Crisis del ´30. Este proceso tiene su hito puntual en la caída de la Bolsa de Wall Street el 24 de octubre de 1929. Este hecho no sólo tuvo una significación económica profunda sino una consecuencia novedosa para la época: la intervención del Estado en la economía como cambio profundo del pensamiento liberal. La crisis del ´30 mostró que el mercado no se autorregulaba (el fin de la ley de Say que dice que toda oferta crea una demanda de igual cuantía). Este fue el hecho político económico que marcó la década del ´40. Con esta intervención del Estado en los países centrales del sistema internacional, la filosofía económica keynesiana6 devino en la política del Estado de Bienestar y en los periféricos en la política del Estado intervencionista que buscaba generar el desarrollo económico a través de la industrialización. Esta etapa se sucedió en América Latina en las décadas del ´40 y del ´50 con resultados diferentes según los países. Concomitante con este proceso tuvo lugar la Segunda Guerra Mundial que es el segundo momento histórico. Eric Hobsbawm7 dice que esta es la única vez que el capitalismo y el comunismo se unen para derrotar al nazismo y al fascismo. Declarada el 1 de septiembre de 1939, la Segunda Guerra Mundial fue el acontecimiento bélico de mayor trascendencia en la historia de la humanidad. El nazismo buscaba el “espacio vital” con una política totalitaria e imperial. El avance alemán encontraría el comienzo del fin con la intervención de Estados Unidos en la contienda. 6

Para más información sobre este tem aver Keynes, John Maynard. Teoría General de la ocupación, el interés y el dinero (1936). Fondo de Cultura Económica, España, 2006. 7 Hobsbawm, Eric, Historia del Siglo XX, Editorial Crítica, Buenos Aires, 1998.

Para finales de la misma, se comenzaron a trazar el orden económico y político-territorial de la posguerra. Desde lo económico, los acuerdos de Bretton Woods (1944) reglaron las relaciones económicas y comerciales entre los Estados. Se crearon el Fondo Monetario Internacional, el GATT (General Agreement on Tariffs and Trade) y el Banco Mundial y se estableció la unificación cambiaria del patrón oro-dólar. Desde lo político-territorial, las conferencias de Yalta (febrero 1945) y Posdam (julio/agosto 1945) delinearon el mapa mundial. En el primer caso, la carta de San Francisco dará origen a la Organización de las Naciones Unidas (ONU), institución internacional que es el ámbito de participación que tiene a los Estados como los actores principales. En el segundo caso, se delineará la reorganización territorial de los países anexados por la ocupación nazi, la división de Alemania como así también el pedido de rendición sin condiciones de Japón, entre otras cuestiones. La guerra termina días después de la detonación de las bombas nucleares estadounidenses en Hiroshima y Nagasaki. En conclusión, el fin de la Segunda Guerra Mundial buscó reducir el nivel de incertidumbre que dejó la Primera: orden económico y orden político que va a tener a los Estados como los protagonistas. Sin embargo, la utilización por primera vez de armas nucleares dejaría a Estados Unidos con el monopolio atómico y con un liderazgo fuerte que poco después tendrá una competencia ideológica que marcará los acontecimientos del Siglo XX. Para 1947, la Unión Soviética declara que ha desarrollado la bomba atómica. Con la pérdida del monopolio nuclear estadounidense comienza una nueva etapa que se denominará Guerra Fría. Este es el tercer momento histórico que vamos a incluir en el análisis. La dinámica de la Guerra Fría implica que ambas potencias organizan sus bloques o esferas de influencia creando un sistema bipolar. Estados Unidos representa al capitalismo y la Unión Soviética al comunismo. Es una división que confronta dos ideologías consideradas antagónicas. La constante disputa generaba una escalada en la fabricación de armas nucleares de destrucción masiva que es la clave de la rivalidad. La Guerra es “Fría” porque el

enfrentamiento entre los bloques es a través de apoyar facciones en contextos belicosos con la utilización de armas tradicionales y no nucleares. La disuasión, que es la inhibición de la acción del otro porque la acción positiva destruye mutuamente a ambos, fue el factor de relacionamiento entre ambas potencias. Cada bloque se fortalecía creando la idea de enemigo en el otro. Aquí el espacio territorial era considerado estratégico porque implicaba la merma o el acrecentamiento de poder físico del oponente. Si bien esto tenía un aspecto muy fuerte en lo ideológico podemos señalar algunas similitudes desde lo político y económico en el sistema internacional que no se visualizan desde el plano interno de cada Estado). En las Naciones Unidas hay países que tienen poder de veto. La Unión Soviética y Estados Unidos son dos de esos casos que participan dentro Consejo de Seguridad. Es interesante destacar que la Unión Soviética forma parte de la ONU que es una institución liberal. En el aspecto económico se refleja algo parecido. La Unión Soviética participa del comercio internacional con países que son considerados occidentales. Wallerstein señala que es un Sistema-Mundo Capitalista8. Para la década de 1970, se evidencia un proceso creciente de internacionalización de capitales. Hay un aumento de las relaciones económicas-financieras que comienza a exceder los límites de los Estados. La nacionalidad del capital es mixta. Muchos países occidentales implementan medidas de liberalización de la economía local. Este proceso implica una apertura económica y una marcada retracción y disminución de los controles estatales en el mercado. América Latina es un ejemplo de ello. Estas medidas tendrán consecuencias negativas en la década de 1980. Conocida como la “Década perdida”, los años 80 fueron críticos para los países latinoamericanos que, fuertemente endeudados, no pudieron cumplir con sus obligaciones de pago y, forma concatenada, se declararon en default. La crisis de la deuda estuvo acompañada de un resurgir de las democracias en la región. La Nación se volvía a expresar en las urnas.

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Wallerstein, Immanuel; Dependence in an Interdependent World en International Political Economy. State-Market Relations in the Changing Global Order, editado por Lynne Rienner Publishers, Londres, 1996. Capítulo 12, páginas 177 a 190.

La esperanzada vuelta de la democracia luego estuvo oscurecida por una crisis económica profunda que afectó toda la década.

Recapitulando, las políticas implementadas erosionaron las bases del Estado de Bienestar inspiradas en el New Deal y adaptadas a la localía latinoamericana. Esta desestructuración se manifestó en un continuo desprendimiento de las funciones públicas. El Estado no sólo privatizó empresas (esto no sería un inconveniente si los controles estatales fueran eficaces y el Estado velara por el acceso de los ciudadanos a los servicios) sino que los sectores sociales comenzaron a ver insatisfechas demandas básicas como la seguridad o la educación debiendo recurrir a la oferta privada o, simplemente, no recurrir.

Al final de la década, el contexto internacional tendría un cambio crucial: El desmembramiento de la Unión Soviética iniciará la Posguerra Fría. Este es el cuarto y último momento histórico que mencionaremos. La caída del bloque soviético se interpretó como un triunfo del capitalismo, por lo menos, en la primera mitad de la década de 1990. La democracia, la cooperación, la participación abrieron una nueva realidad a profundizar la apertura económica en nuestros países. América Latina volvió a ser receptáculo de capitales externos que no devinieron en inversiones productivas. Este párrafo de Borón y Lechini coincide con nuestro diagnóstico: “Los conceptos de nación y soberanía, que fueron las bases de las relaciones sociales sobre las cuales se edificó el estado latinoamericano, fueron arrasados por el vendaval neoliberal de las dos últimas décadas del siglo XX. La explosión del endeudamiento externo, sumada al pasaje del modelo hegemónico del capitalismo del “desarrollismo” al neoliberalismo, favoreció la hegemonía del capital financiero sobre las economías del continente. La apertura al mercado internacional, la privatización de empresas estatales, la desregulación económica y la flexibilización laboral fueron en detrimento del capital productivo y del bienestar general de la población”9

Es decir, hay una profundización de las políticas combinadas de la década de 1970 y 1980.

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Borón, Atilio y Lechini, Gladys. Política y movimientos sociales en un mundo hegemónico. Lecciones desde África, Asia y América Latina.CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires. Julio 2006. ISBN 987-1183-41-0 Disponible en la World Wide Web: http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/sursur/politica/Introduccion6.pdf, pág 17

Por un lado, la transnacionalización del capital financiero y por el otro, la apertura económica de los países con la consecuente relajación de las acciones del Estado para con la Nación. La formación (y en algunos casos, consolidación) de bloques regionales en Europa, Asia y América Latina, empezaron a mostrar una regionalización que se oponía a una visión simplificadora de los Estados Unidos. Definimos a la Posguerra Fría como la coexistencia de tendencias contradictorias que van desde el conflicto a la paz, de la fragmentación a la integración. El optimismo del comienzo de la década devino nuevamente en crisis y en los albores del nuevo milenio, la situación reviste una polarización social cada vez más amplia. A esto le sumamos que los tiempos felices de la cooperación y el optimismo han quedado atrás definitivamente luego de los atentados a las Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001. Ahora, el terrorismo es el enemigo: difuso, inhallable, violento y dispuesto a suicidarse. Este fenómeno generó un giro del Estado norteamericano a la política de seguridad. Tanto en el plano externo como en el internacional, los países centrales volcaron sus recursos a la defensa o invasión externa. Los recortes en los programas de asistencia pública en la mayor parte de los países desarrollados son indicadores de la desprotección interna en pos de la seguridad externa. La última crisis financiera del 2008 refleja la priorización de los grupos económicos fuertes en detrimento de los hogares de los ciudadanos de Estados Unidos. La actualidad nos muestra la consolidación de una economía de mercado a nivel internacional y local llevada adelante por el Estado que antepone intereses económicos sobre el bien común. Muchos países en América Latina están buscando volver a un Estado más presente en la vida de los ciudadanos pero, lamentablemente y por ahora, los cambios resultan más clientelistas que profundos.

En suma, podemos vemos ver el recorrido sinuoso tanto de los países desarrollados como los en vía de desarrollo donde en ambos casos, la brecha entre el Estado y la Nación se amplía y profundiza.

Este relato nos es de mucha utilidad para plantear nuestra hipótesis analítica: los movimientos sociales son consecuencia de la necesidad de demandarle al Estado acción sobre sus funciones públicas básicas que ha dejado de realizar paulatinamente desde hace más de 30 años y que el Mercado no suple debido a que su interés es el lucro. La identidad de la Nación se deja de ver representada en el Gobierno que ocupa el Estado y se reduce a la expresión de grupos sociales con demandas particulares-colectivas vinculadas a las necesidades básicas. El método utilizado, por esta Nación fragmentada en movimientos sociales, es la ocupación territorial como forma física de representación de la identidad, como último bastión de anclaje en la sociedad. Ante esta realidad compleja, se mantienen, tanto en el análisis como en la práctica, los conceptos de Estado y Nación como unidades indivisas. A este mecanismo lo llamaremos Modernidad Continua entendiendo la necesidad de establecer pensamientos y conceptos excluyentes que tienen una definición acabada y universal. La idea de Modernidad Continua es la aplicación actual de la lógica de la Modernidad que busca desarticular la diferencia para encausarla en “lo uno o lo otro”, intentando simplificar la realidad compleja. Esta simplificación no permite entender los fenómenos del entramado colectivo, restándole entidad propia. Esta atomización social observada en el contexto de la separación entre el Estado y la Nación entendidos de forma tradicional, nos requiere nuevos desafíos en la generación de marcos conceptuales que contemplen “el desorden” de la vida social. En el siguiente apartado vamos a plantear los aspectos analíticos y fácticos de esta aproximación conceptual expuesta. Reflexionaremos sobre conceptos de Estado y de Nación en el marco de los movimientos sociales y la geopolítica. Nuestra intención es ampliar el espectro de pensamiento en un marco teórico que pueda contribuir a pensar escenarios alternativos que, contemplen aproximaciones diferentes para brindar elementos variados, a fin de contemplar posibles vías de soluciones a la problemática estudiada.

El hito político de la Modernidad Continua: la defensa del concepto del Estado Nación inmutable Aquí no vamos a discutir el concepto de Estado sino que vamos a rescatar algunos elementos característicos a los fines del trabajo que realizamos.

Se caracteriza al Estado como el detentador del monopolio de la violencia legítima (citando a Max Weber), el soberano de un territorio definido, el responsable del bien común y el administrador de los bienes públicos. La Nación se caracteriza por el interés común de los habitantes del territorio dado, un pasado común y la representación simbólica de los mismos. No son procesos independientes: El Estado construye la Nación. “El tema de la estatidad no puede entonces desvincularse del tema del surgimiento de la nación, como otro de los aspectos del proceso de construcción social.”10 El Estado es la instancia política que articula la dominación en la sociedad según indica Oslak. El Estado vela por la Nación. Es el elemento que canaliza sus demandas, las interpreta y las responde. El Estado representa a la Nación.

Gráfico: La relación geopolítica entre Estado y Nación

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Oszlak, Oscar, La formación del Estado argentino. Orden, progreso y organización nacional, EMECE, Buenos Aires, 1997, página 17.

Ahora bien. En esta relación retroalimentada entre el Estado y la Nación distinguiremos que ambos tienen en su seno un aspecto contradictorio en sí mismo que genera tensión entre ambos. En el caso del Estado, el aspecto contradictorio lo protagoniza el gobierno que lo ocupa en un determinado periodo. La contradicción reside en la permanencia temporaria de gobernantes que persiguen sus intereses políticos que pueden o no coincidir con los intereses del Estado. En la Nación, el aspecto contradictorio se refleja en la individualidad, en el accionar particular del ciudadano buscando alcanzar sus objetivos propios. Estas contradicciones se dirimen en dos ámbitos: los bienes públicos y la propiedad privada. El Estado administra los bienes púbicos y determina los alcances de la propiedad privada. La Nación es recipiendaria de esa administración en ambos ámbitos. Allí se genera una tensión entre los bienes públicos y la propiedad privada debido a que a ambos se los considera como recursos escasos. Es aquí donde se produce un clivaje11 y aparece la amplitud de la brecha entre el Estado y la Nación. El Estado, representado para los ciudadanos como el gobierno de turno, se aleja de la piedra angular que le otorga razón de ser: velar por los intereses de todos. Los ciudadanos tienen intereses individuales sin satisfacer que no se corresponden con el accionar del Estado. Como vimos en la descripción histórica, el Estado participó en la distribución del ingreso y en la regulación del mercado luego de la Crisis del ´30 y, a finales del SXX, fue retrocediendo en esas responsabilidades. A partir de ese periodo, se amplió el espectro de excluidos sociales. La respuesta a esta retracción son las organizaciones no gubernamentales que se dedican a satisfacer las necesidades puntuales de los individuos. Sin embargo, parecería que no alcanzara debido a la complejización de la vida social. Como corolario de este proceso podemos ver que el Estado pierde representatividad respecto de la Nación. La brecha no es sólo económica o política sino que es la ampliación de la distancia entre las necesidades básicas de los individuos y las acciones de Estado.

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Se define como divisiones sociales políticamente relevantes. En Lijphart, Arend, Las democracias contemporáneas, Editorial Ariel, Barcelona, 1987, pág. 10.

Si hay una separación tan profunda, no se renueva el ritual de pertenencia. Los individuos que constituyen la Nación van a encontrar como única forma de identidad la ocupación del territorio, ya sea en forma permanente (asentamientos) como ad hoc (cortes de ruta o piquetes, corte de calles, protesta delante de edificios, escraches, etc). El territorio es el núcleo identitario que es lo último que se quiere perder. Es lo que aferra a los individuos a la Nación como a ellos mismos. Sin tierra, pierden el ser. El reclamo desde la territorialidad condensa todos los reclamos: la falta de trabajo, la exclusión, la seguridad, el aumento salarial, la protección del medio ambiente o la falta de vivienda. Como vimos, el Estado se aleja de la representatividad de los individuos que se ve reflejada en la falta de políticas gubernamentales que satisfacen las necesidades básicas. Aquí no estamos diciendo que el Estado a través del gobierno no actúa. Lo que intentamos significar es que esas acciones no llegan al núcleo de la demanda social. Son acciones generalizadas y homogéneas basadas en problemas tradiciones y no en la inmediatez de los actuales. Recapitulando, el entendimiento de la vida social desde la lógica de la Modernidad a la que nosotros calificamos de Continua no contempla la divergencia del comportamiento de los individuos en la sociedad. La tensión está dada en el aumento de la brecha entre el gobierno y los intereses de los grupos sociales que conviven en el mismo Estado. Es decir, la complejización de la trama social no está reflejada en el cuerpo institucional político que gobierna el Estado. Esto no es nuevo pero es diferente. Las disputas internas de los Estados en las décadas de 1960 y 1970 se enmarcaban en una oposición al régimen político o al modelo económico imperante. Esto se daba más en el bloque occidental que era “democrático”. En el bloque soviético, se reprimía esta diferencia en forma directa y física. Estas luchas están más relacionadas a la confrontación Este-Oeste como modelo alternativo a la realidad de Occidente. Hay motivación por cambios estructurales, políticos, de ideas con una cosmovisión más amplia. Luego del fin de la Guerra Fría parecía que se retomaba la idea kantiana de Paz Perpetua con el intento de universalización de los valores “occidentales” de democracia y libertad.

Cuando esta idea se disipó, se visualizaron las brechas entre ricos y pobres que se profundizaron, como ya vimos, en el inicio del Siglo XXI. Esta fragmentación constante, acompañada de la distancia con el Estado, profundiza la falta de representatividad y contribuye al aumento de la protesta social. El reclamo de esta Nación atomizada tiene como fondo el pedido de la vuelta a la contención del tradicional Estado de Bienestar. Los movimientos sociales son considerados como anomalías, como excepciones de grupo de individuos que no se adaptan al orden social. Se los califica de violentos, provocadores y generadores de disturbio. Pues bien, nosotros consideramos que esa apreciación está relacionada a la incomprensión del fenómeno, contribuyendo así a profundizarlo. Es interpretado como factor que altera el orden; es la diferencia que atenta contra la homogeneidad. Es la observación desde el ojo de la Modernidad Continua. La exclusión de los individuos de los derechos básicos de la dignidad humana genera ese alarido que no se escucha. Esto va desde el pedido de autonomía de una región, hasta la solicitud de trabajo. El factor común de estas demandas numerosas y diversas es el territorio. Históricamente, la ocupación territorial es un símbolo de poder. Desde las primeras comunidades sedentarias del Neolítico hasta las muchas guerras medievales pasando por el colonialismo, el imperialismo, la fiebre del oro o los asentamientos urbanos los individuos en colectivo responden al mismo patrón: un determinado territorio que identifica a la persona en sí misma y como miembro de un grupo social. El territorio es el último bastión de lucha (aquí no reducimos el concepto a lucha armada). Es el enclave para no sentirse a la deriva, para estar y ser. La sola permanencia en un lugar de forma establecida o ad hoc brinda, a ese movimiento, un espacio físico visible para el resto. Ese reconocimiento territorial, que es propio del Estado, ahora es demandado por los grupos más fragmentados de la Nación.

Hemos expuesto la relación entre el Estado y la Nación a través de la historia y de la realidad. Vimos cómo se distancian y cómo se amplía esta fragmentación en movimientos

sociales cada vez más reducidos pero numerosos. Además percibimos que esos reclamos se centran en cuestiones básicas no satisfechas y que buscan identidad propia utilizando como método la ocupación territorial permanente o transitoria. En el próximo apartado vamos a exponer los cambios de esas demandas y las superposiciones entre los bienes públicos y la propiedad privada.

Cambios y continuidades en las demandas de los movimientos sociales En esta parte no realizaremos un reconto cronológico del accionar de los movimientos sociales sino que presentaremos cómo se manifiestan, de acuerdo al objetivo de nuestro trabajo, las demandas sociales en torno a la lógica territorial. Históricamente, nos vamos a centrar desde la última parte del SXX hasta la actualidad. Para comenzar, citaremos a Maristella Svampa que describe muy claramente la situación que estamos analizando. “El tránsito a la globalización neoliberal, a través de las reformas llamadas «estructurales», significó en América Latina tanto la acentuación de las desigualdades preexistentes como la emergencia de nuevas brechas políticas, económicas, sociales y culturales. Este proceso de redistribución del poder social condujo a un nuevo escenario, caracterizado por la gran asimetría de fuerzas, visible, por un lado en la fragmentación y la pérdida de poder de los sectores populares y de amplias franjas de las clases medias y, por el otro lado, en la concentración política y económica en las elites de poder internacionalizado”.12 En este mismo artículo, Svampa incorpora la territorialidad en los movimientos sociales, entendiendo el elemento material de significación y valores de los mismos tanto campesinos como urbanos. En este sentido, se incorporan las demandas no solamente vinculadas al espacio físico sino a los recursos naturales en defensa del medioambiente. Este tipo de reclamos no sólo se manifiestan en América Latina. Los grupos de resistencia global que se presentan en las conferencias económicas internacionales en contra de las políticas económicas del paradigma neoliberal, comenzaron en Seattle en 1999, y pasaron a ser una constante hasta la actualidad.

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Svampa, Maristella, Movimientos sociales y el nuevo escenario regional: Las inflexiones del paradigma neoliberal en América Latina. Cuadernos del CISH, Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires, 2006 página 42.

Analizando desde la historia podemos observar una creciente complejización de las demandas sociales, representadas en movimientos que, en los comienzos estaban definidos por grupos mayores de pertenencia o de acción y que, con el paso del tiempo, se fragmentaron en unidades más pequeñas y heterogéneas. La guerrilla de las décadas del ´60 y ´70, tenían un accionar amado buscando un cambio en el régimen político cualquiera que este fuera. Los hippies, con métodos muy diferentes, se expresaban en contra de una sociedad capitalista. El contenido ideológico estaba marcado por el conflicto de la lógica Este-Oeste de la Guerra Fría. Luego de la ampliación de las fronteras del mercado y la retracción del Estado en la década del ´70, comenzó un proceso de protesta particular, vinculada al cambio en el sistema productivo y las consecuencias negativas para los individuos.

En este apartado, vamos a focalizarnos en las demandas vinculadas a los bienes públicos como el trabajo, la vivienda y la seguridad. También veremos demandas diversas que no pretendemos etiquetar en categorías generales debido a su complejidad y particularidad. Nuestra idea es poder presentar indicadores para ilustrar el marco analítico que estamos exponiendo en este capítulo.

Bien público I: El trabajo Las protestas sindicales de la década de 1980 reclamaban por una recomposición salarial o por el cumplimiento de los derechos laborales. Las manifestaciones de finales de los 90 estaban más asociadas a los que ya no tenían trabajo, donde el pedido era recuperarlo. Es decir, de la protesta laboral se pasó a la protesta del desempleado. En el imaginario colectivo, el tener o no trabajo estaba relacionado con la capacidad y calificación individual más que con un problema estructural que, además, estaba acompañado por una aumento sustancial de los avances tecnológicos en el mercado de trabajo. Esto dejó mucha población económicamente activa fuera del mercado laboral. Coincidimos con el análisis de Martín Retamozo que investigó los movimientos de trabajadores desocupados en Argentina.

“La privatización de la desocupación (su inscripción como problema individual) funcionó como mecanismo de control social. En este aspecto, las estrategias que los desocupados desplegaron como forma de enfrentar el deterioro en los ingresos de los hogares distaron mucho de adquirir estatus público-político.”13 La desarticulación de los sistemas productivos tradicionales que ocupaban mano de obra calificada para desempeñar funciones dentro de los mismos, genera una expulsión de individuos del mercado que (en un comienzo y en algunos casos), van a dedicarse a actividades independientes. Cuando éstas fracasan, no tienen elementos para volver a la actividad originaria que desempañaron antaño. En este sentido, el desempleado no sólo no tiene trabajo sino que pierde las oportunidades para recuperarlo. Las condiciones objetivas cambiaron y los trabajadores no cumplimentan los requerimientos para ingresar al mercado de trabajo. El fin de la década de 1990 exhibe el incremento de los niveles de desempleo que evidenció que el problema es estructural. En el estudio que realizó Retamozo sobre este tema, indica que la definición de estos grupos se determina por la palabra “sin”. Este fenómeno se extiende por toda América Latina. Son los “sin” trabajo, los “sin” tierra. Las entrevistas que realizó con miembros de los movimientos de desocupados tiene un argumento muy parecido entre sí: la pérdida de trabajo resta dignidad e identidad. En busca de esa identidad, los individuos protestan cortando rutas, asentándose frente a ministerios u ocupando tierras públicas o privadas para llamar la atención tanto a los grupos económicos como al Estado. La condición de estar sin empleo pasó a ser una situación de normalidad, en oposición a décadas anteriores donde se consideraba como transitoria. Personas con el mismo problema compartido se agrupan para reclamar, viendo que los mecanismos burocráticos estatales no presentan alternativas solucionadoras. En este punto, se genera una tensión entre la administración de los bienes públicos y la propiedad privada. 13

Retamozo, Martín, Los sentidos del (sin) trabajo. Subjetividad y demanda de los trabajadores desocupados en Argentina. Cuadernos del CISH N° 21-22, Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires, 2007, página 59

El Estado reprime o deja pasar una manifestación de desocupados. Los que tienen trabajo ven la acción o inacción del Estado como insuficiente. Estas condiciones generan una polarización entre quienes tienen y no trabajo y la disputa se dirime en la ocupación de la tierra (permanente o ah hoc). Los desocupados protestan, los ocupados protestan por lo que hacen los desocupados y el Estado no ejerce su función de tercero neutral o de mediador. El Estado pierde representatividad en ambos grupos. Por oposición, desocupados y trabajadores terminan en la misma situación: el Estado no vela por sus intereses.

Bien público II: La vivienda La “casa propia” es un anhelo de crecimiento y prosperidad como así también de identidad y resguardo. Adquirir una vivienda ha sido el motor para el ahorro y la garantía del lugar físico propio, sin depender de terceros, independientemente de la situación económica que se transite. Los asentamientos urbanos son la expresión de la búsqueda de la solución habitacional fuera de los límites de la autoridad del Estado. Muestran la organización social con una construcción de autoridad propia: es un “mini” Estado con instituciones que desconocen la ley del Estado Nacional. Este fenómeno no sólo responde a las clases bajas. Las clases medias y altas se agrupan en barrios privados que también replican las características de los bienes públicos que no son considerados eficientes: los countries tienen colegios, clínicas médicas, espacios comunes y privados, resguardados por una seguridad privada que pone las reglas.

En ambos casos pero de formas diferentes, se observa el mismo fenómeno: la privatización de los bienes públicos para encontrar soluciones que el Estado no proporciona. La diferencia es que las clases medias son más conservadoras y sus reclamos no son organizados y manifiestos como en el caso de los sectores populares. Pueden llegar a ser demandas puntuales y aisladas. En cambio, las clases bajan tienen poco que perder porque carecen de condiciones básicas. Entonces, sus expresiones pueden ser violentas o directas y saben que hay que subir la voz

para que sean escuchadas. Las ocupaciones de tierras por parte de personas sin techo genera nuevamente la tensión entre bienes públicos y propiedad privada. Quien no posee vivienda pide no dormir en la calle y ocupa cualquier espacio que vea disponible. Quienes obtuvieron su vivienda con mucho esfuerzo se ven vulnerados en su lugar de pertenecía y temen tanto por la pérdida de valor de sus inmuebles como por la presencia de extraños dentro de los ámbitos de su comunidad.

Volvemos a ver que el escenario es de polarización y, por oposición, vuelven a tener el mismo factor en común: la falta de representatividad del Estado y la disputa dirimida en el ámbito de lo territorial como parte de la identidad individual colectiva.

Bien público III: La seguridad El monopolio legítimo de la violencia que es lo que define en esencia al Estado se ve cuestionado desde el punto de vista de la seguridad física. Se han generado movimientos sociales de familiares víctimas del “gatillo fácil”, de secuestros o de hechos delictivos no esclarecidos por las autoridades estatales. La forma de manifestación es la marcha por las calles en reclamo de mayor seguridad, de condena a los responsables. Esta ocupación ad hoc convoca a ciudadanos que, si bien pudieron experimentar la misma situación o no, sienten la empatía y el espacio de reclamo que no pueden canalizar en los mecanismos burocráticos del Estado. En este sentido, las demandas no responden a clases sociales determinadas: se considera que cualquier persona, independientemente de su situación económica, puede sufrir la desprotección que atenta a su seguridad física. Las rejas y armas en las casas para la defensa son una respuesta a la problemática. La “justicia por mano propia” es una justificación presente ante la sensación de desprotección del Estado. Sin respuesta, los individuos se organizan y actúan acordes a sus intereses. Es la demanda de contención que no está satisfecha por el Estado. Las casas son la “trinchera”. Los vecinos recurren a la seguridad privada. Los asentamientos urbanos pobres tienen sus reglas de protección. Pareciera ser una recreación de los amurallamientos medievales.

Lo expuesto hasta aquí provee otro ejemplo de tensión entre los bienes públicos y la propiedad privada. La defensa de lo propio y de la vida, se expresa en la ocupación territorial permanente o ad hoc para ser escuchado. La polarización se manifiesta en el temor por el otro; el diferente genera miedo y reacción.

Pero la seguridad física no es la única faceta del concepto macro de seguridad. La seguridad jurídica es otro aspecto que se ve herrumbrado para los individuos de la sociedad. La demora en los juicios y sentencias, los desalojos por ocupaciones ilegales o por falta de pago en las hipotecas generan desamparo que se vincula tanto al rol del individuo en la sociedad (ser inocente y estar detenido) como al anclaje a la ocupación de la tierra. Como vimos en la descripción histórica, en 2008, la crisis financiera en Estados Unidos llevó a que el Estado realizara un salvataje a las corporaciones económicas que habían generado esa situación por la venta de productos financieros basados en deudas, sobre todo, hipotecarias, que las calificadoras de riesgo puntuaban como AAA14 Por esta priorización, muchas familias perdieron su vivienda. En Argentina sucedió algo parecido con la derogación de la ley de Convertibilidad, ya que las viviendas adquiridas fueron financiadas por préstamos en dólares. La devaluación generó un aumento de la cuota del crédito que, en muchos casos, fue impaga por lo que aún, 10 años después siguen las sentencias de ejecución. En el caso de los grupos sociales de bajos recursos, la falta de seguridad jurídica se refleja en la marginalidad de los individuos con respecto al amparo del Estado. Las promesas de planes de viviendas, de empleo o de alimentación no alcanzan a todos los sectores que los necesitan. Se vuelve aquí, una vez más, al mismo diagnóstico de polarización de los grupos y coincidencia de intereses aunque la situación de cada uno se diametralmente opuesta.

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Las calificadoras de riesgo son empresas que puntúan la capacidad de una empresa o Estado en cumplimentar sus obligaciones contraídas. La calificación más alta es AAA que implica que el producto financiero no es riesgoso y va decreciendo de acuerdo al aumento de la debilidad en cumplimentar la obligación de la siguiente forma: AA, A, BBB, BB, B, CCC, CC, C, D y E. D implica que no va a poder cumplir con el pago, o sea, default. E implica que el agente en cuestión no presentó información suficiente para colocar una calificación. (N de la A)

La inseguridad ataca la fibra íntima de la subsistencia. La territorialidad funciona de cobijo y escondite. La pérdida de la misma genera indefensa y pérdida del sentido del ser tanto individual como social.

Variedad de demandas sin categorización En este punto expondremos algunos ejemplos de demandas expresadas en movimientos sociales que no vemos encuadrados en los bienes públicos antes mencionados. Señalamos, primer lugar, el caso del origen de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo en Argentina. Estas mujeres comenzaron a congregarse en la Plaza de Mayo, caminándola en círculos, en reclamo de la aparición de sus hijos y nietos desaparecidos en la última Dictadura Militar. La reunión de ellas en el espacio significativo donde se conformó el Primer Gobierno Patrio, buscaba reflejar consciente o inconscientemente la acción equivocada del Estado en no proteger la seguridad de sus ciudadanos. Ese espacio físico le dio una significación que se plasma en el nombre del movimiento. Desde otro aspecto, cuando Estados Unidos daba el ultimátum para invadir Irak, grupos de jóvenes desplegaron escudos humanos para ralentar el ataque. La presencia en el territorio en forma conjunta buscó disuadir la invasión en pos de la paz. Los cortes de ruta en protesta a las pasteras instaladas en Uruguay, congregó a los vecinos de Gualeguaychú en una cruzada para la defensa del medio ambiente. Los ya mencionados movimientos de resistencia global buscan alertar a los Estados desarrollados sobre la desarticulación económica neoliberal que causa pobreza en los países. La ocupación territorial de la Revolución Zapatista en México en 1994, mostró el reclamo de autonomía y reconocimiento de los pueblos aborígenes fuera de la estructura regulatoria del Estado mexicano. Las últimas manifestaciones en Londres en contra de los recortes establecidos por el Primer Ministro inglés, ocuparon las calles de la ciudad. Y los ejemplos, continúan. En este punto, podemos incorporar el análisis de Susan Strange, autora de la cita que da comienzo a este trabajo, en su apreciación con respecto a la unicidad de los conceptos de Estado y Nación.

Strange sostiene que el Estado no se debe entender como un concepto genérico sino como un ámbito de múltiples autoridades. El Mercado también se debe comprender como múltiples mercados. Esta relación tiene como resultado la expresión de Valores ( seguridad, salud, justica y libertad) combinada con la sociedad entendida como grupos sociales superpuestos y entrecruzados15. Este entrecruzamiento resume los aspectos que señalamos anteriormente. Es una apreciación de la generalidad de los conceptos tradicionales de la Modernidad traídos al presente sin entender las diferencias inherentes a la complejidad del comportamiento humano.

Conclusiones En suma, los movimientos sociales representan una definición mucho más amplia que la motorización de demandas que pueden parecer aisladas. Manifiestan, en la expresión de sus necesidades particulares, la falencia de las Ciencias Sociales y de las Políticas Públicas en pensar y actuar ante los cambios sociales heterogéneos o diferentes. La estructura mental y procedimental de la Modernidad deviene en una rigidez conceptual y práctica que persigue el pensamiento único, homogéneo y lineal, dejando de lado la visión de la realidad compleja. A esto llamamos Modernidad Continua. El concepto geopolítico de la territorialidad toma una dimensión diferente y ampliada como expresión de la identidad de grupos sociales alejados de la representatividad del Estado. En conclusión, por acción o por omisión, amplios sectores de la Nación se hallan desamparados de la tutela del Estado con respecto a sus funciones básicas. La complejidad del entramado social genera múltiples demandas, fragmentadas, que carecen de representatividad. Los conceptos tradicionales de Estado y Nación como unidades indivisas quedan vacíos de contenido teórico y práctico. Esta brecha ampliada y profunda presenta un desafío tanto para la Academia como para las políticas públicas. En el mientras tanto, los movimientos sociales se organizan para paliar las necesidades básicas insatisfechas. Esta multiplicidad no se refleja en el análisis conceptual de la Modernidad y la sobreadaptación

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Susan Strange; The Retreat of the State: The Diffusion of Power in the World Economy, Cambridge University Press, 1996, pág 38.

de este paradigma explicativo conlleva al término aquí expuesto de Modernidad Continua. Querer restaurar condiciones primeras en sociedades que atravesaron cambios importantes muestra el desfasaje entre el Estado y la Nación dirimido en la territorialidad como último instrumento de identificación individual colectiva en grupos menores. Buscar destruir la diferencia, ideologizarla, aislarla en un pensamiento hegemónico y categórico atenta contra la riqueza de la diversidad que se contempla en la democracia. El Estado sirve a la Nación, la cuida, la interpreta y la representa. El fenómeno de los movimientos sociales pone de manifiesto que los métodos utilizados no tienen eficiencia en la canalización de las demandas y que la autorganización es la alternativa inmediata para paliar los problemas sin resolver. El territorio que supo darle sentido al Estado, es tomado por los grupos sociales como reclamo estratégico para el ser individual y colectivo. Los movimientos sociales son geopolíticos. Reivindican el reconocimiento a través de la ocupación de un lugar propio o ajeno. Las tensiones producidas generan conflictividad que alerta a los tomadores de decisiones porque producen “desorden”. Las acciones que se implementan buscar paliar la diferencia pero la potencian. La disyunción y exclusión de la Modernidad no nos permite entender los entramados sociales complejos en el Siglo XXI. La diversidad nos enriquece y desafía. Por ello, es importante que desde la Universidad contribuyamos con debates para pensar y repensar ideas y alternativas que ayuden a entender más y mejor la realidad.

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