La fuga del cenotafio. Los recuerdos del porvenir: violencia, lenguaje y duelo

July 25, 2017 | Autor: Alina Peña-Iguarán | Categoría: Mexican Studies, Cultural Memory, Sociology of the Body, Mexican Revolution
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Descripción

La fuga del cenotafio Los recuerdos del porvenir: duelo, lenguaje y violencia1 Alina Peña Iguarán [email protected] Mayo 2013, Washington-LASA

Abordar Los recuerdos del porvenir (1964) a partir de la inscripción de la lápida sobre el aparente cuerpo petrificado de Isabel Moncada permite explorar la relación entre la violencia del lenguaje, el duelo por la pérdida y la escritura del desastre en el contexto del México de la segunda mitad del siglo XX desde la perspectiva de Garro. Mi lectura sostiene que Los recuerdos del porvenir apunta sí hacia la crítica del lenguaje dominante pero no precisamente en tanto discurso coercitivo sobre los sujetos periféricos, sino en relación a que se configura un sentido ausente que imposibilita la producción de un presente distinto al pasado; es decir el texto va a instalar una crítica a la memoria monumentalizada, aquella que cancela la diversidad de la memoria y constituye poéticas pedagógicas y homogenizantes. De esta forma encuentro que el texto de Garro genera hasta cierto punto una escritura del desastre que no sólo evidencia el sin sentido de la escritura dominante sobre la cual se apuntala una idea de identidad de Estado-nación sino que lo desmantela al generar una narrativa inaprensible por sus líneas de fuga, sus silencios, pliegues y repeticiones. En otras palabras el proyecto de Garro ubica la discusión de los efectos 1 Esta lectura fue preparada para el panel "Construcciones y cuestionamientos de la violencia política en la literatura latinoamericana del siglo XX" en LASA2013 (May 29 – June 1) en Washington, DC. 1

de la historia y la guerra en la producción del lenguaje, una poética; y en el ejercicio escritural de la pérdida y el duelo del sentido como la única posibilidad de fisurar el discurso para generar posibilidades de reconfiguración y desmantelamiento. La mayoría de las reflexiones en torno a la novela con la que Elena Garro ganara en 1964, junto con La feria de Juan José Arreola, el premio Xavier Villaurrutia, se han concentrado principalmente en trabajar la estructura narrativa o en elaborar lecturas de género en términos dicotómicos y esencialistas, por ejemplo: se abordan las diversas operaciones de la memoria y el tiempo (Callau Gonzalo 130); la subversión femenina respecto al status quo masculino (Saenz-Roby, 279; Castillo 64; Boschetto 10; Melgar, 63; ); la articulación de las perspectivas del marginado respecto a la poder oficial (Hurley, 127); y recientemente Krageorgou-Bastea (2008) sostiene que la lógica de la “memoria-conjuro” produce un lenguaje inerte que precariza a sus personajes de cualquier tipo de agencia (79), es decir la anulación del sujeto en tanto fracaso frente a poder hegemónico triunfante. (Es justamente esta idea de anulación y fracaso como cancelación definitiva de posibilidad de discurso la que me interesará discutir más afondo). Encuentro que muchas de estas aproximaciones abordan el texto posicionándolo en una relación binaria entre discurso marginado y hegemónico o entre periferia y centro, más aún entre víctima (lo femenino) y victimario (la masculinidad). Se enfocan, así mismo, en la dimensión de la derrota o la denuncia al poder como las propuestas principales del texto. Sin embargo, los ensayos de Gladhart y Sánchez Prado apuntan ya hacia una lectura distinta donde la ambigüedad y lo indecible del discurso narrativo posibilitan una otra memoria y que ésta se convierte en una “estructura disruptiva de la memoria

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histórica canónica” (Sánchez Prado, 162). Por esto es necesario profundizar más en las disputas, juegos, fugas y proliferaciones del sentido que se producen en el escenario del lenguaje como un espacio donde los cuerpos se configuran, reconfiguran y se escapan del margen textual. La anécdota del texto narra la ocupación de Ixtepec por un cuerpo militar dirigido por el general Francisco Rosas en el contexto de la Revolución Cristera. Ante los abusos en la distribución de la tierra y la prohibición de culto el sector burgués del pueblo fragua un plan para conseguir la fuga del cura y burlar a los militares. En un sentido se narra la derrota del pueblo frente a los militares, sin embargo lo interesante no es la anécdota misma sino cómo ésta se reproduce en una incesante estructura cíclica que posibilita una y otra vez la reactualización de los elementos en fuga frente a esa violencia del lenguaje sistémica y que en su eterna escritura reiterativa también permite develar el fracaso del discurso dominante en el que de muchas maneras todos los sectores del pueblo están inmersos, incluso aquellos que se encuentran en una aparente posición de dominio. El narrador se presenta melancólico, sentado sobre una piedra aparente, en un insistente ejercicio de autorreflexión donde cuenta su historia constantemente; donde además se mira contándola y más aún se observa mirado por otras miradas que la cuentan y se tejen a si mismos de manera fragmentaria en esta escritura heterográfica de variado espejo sin orden. La pluritopía del sujeto, la colectividad multivocal de sus habitantes y las singularidades divergentes de sus personajes no producen una sumatoria de voces en consenso para dar un resultado a la totalidad completa de la historia. “Es curiosa la memoria que reproduce como ahora tristezas

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ya pasadas, días lisonjeros que no veremos más, rostros desaparecidos y guardados en un gesto que acaso ellos no se conocieron nunca, palabras de las cuales no queda ya ni el eco” (117). Muy al contrario es una escritura que expone los huecos, lo no dicho como parte fundamental que remece los cimientos clásicos de cualquier épica fundacional. Es una escritura que al mirarse, recuperarse y buscarse escribe también sobre el vacío que rompe los andamiajes: “¿Cuál fue la lengua que por primera vez pronunció las palabras que habían de empeorar mi suerte? Han pasado ya muchos años y todavía no lo sé” (75). “Yo solo soy memoria y la memoria que de mi se tenga” (11) es tal vez una de las frases más citadas del texto, pero poco se ha reparado en que al trabajar con la memoria de este sujeto pluralizado, fragmentado, escindido, heterogéneo y contradictorio se alude a que lo nodal del texto sucede más allá de la exposición de un “hecho histórico” y en cambio se reproduce en el territorio simbólico del lenguaje. Lo que está en disputa es la función, o más bien la crisis de la práctica oficial del lenguaje como productor de sentido: ¿Y a quién iban a juzgar? Esperamos la respuesta consabida: a los traidores a la patria. ¿Qué traición y qué patria? La patria en esos días llevaba el nombre doble de Calles-Obregón. Cada seis años la Patria cambia de apellido; nosotros, los hombres que esperamos en la plaza lo sabemos, y por eso esa mañana los abogados nos dieron tanta risa. (261) La violencia del lenguaje como la expone Slavoj Zizek, quien a su vez está retomando a Heidegger, radica en la función del lenguaje, que responde a un contexto histórico determinante y que “habla de una determinada

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ideología que implica una eficiencia performativa. No es meramente una interpretación de lo que es el otro, sino una interpretación determinada del auténtico ser y la existencia social de los sujetos interpretados” (92). Y añade que la violencia del lenguaje es tal que no coloca a los participantes es una simetría de posiciones recíprocas sino que cualquier espacio de discurso está basado en una imposición violenta (79). En este sentido, la cita anterior evidencia no sólo el poder de la palabra que se ejerce en su fuerza carcelaria en la medida que reduce y designa sino en el absurdo del sentido reconocido de manera social y que el poder del lenguaje no se producirá únicamente de manera unidireccional, vertical y subjetiva, sino desde una lógica objetiva, sistémica que, según la propuesta de Garro, se ejerce sobre todos los actores y no es exclusiva de los sujetos marginados o periféricos. Hacia el final del texto, si es que una escritura que responde a los caprichos nemotécnicos circulares puede tener un final, los militares han logrado dar con los disidentes, juzgarlos y condenarlos para ser fusilados. Entre ellos está Nicolás Moncada hermano de Isabel. Aparentemente el general Rosas ha conseguido el dominio total sobre el pueblo al apresar a Nicolás y convertir en su querida a Isabel Moncada. Sin embargo, aquí la novela da un giro: los tres personajes principales están atrapados en la disyunción entre sus deseos y un lenguaje que les permite pocas alternativas de Autorrepresentación, pero que sus actos escapan al encierro de lo que define el lenguaje. El cuerpo de Isabel sólo puede ocupar dos definiciones o la traidora por irse con el General o la redentora por buscar interceder por la vida de su hermano: “Algunos creyeron leer en las palabras de Nicolás que la salvación nos vendría de Isabel. La joven no había entrado al hotel a traicionarnos. Estaba allí,

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como la diosa vengadora de la justicia, esperando el momento preciso” (266). Nicolás se convierte para el pueblo en el héroe de la revolución cristera y Rosas en el verdugo. Cada uno con un papel definido, consabido, y hasta predecible. No obstante, lo que sucede en la subjetividad de cada uno de ellos fisura el lenguaje dominante en el sentido que sus deseos implican pulsiones que van en otra dirección, fuera de los sentidos comunes. Así Nicolás e Isabel buscan al hacerse pasar por cristeros no la reposición del culto sino encontrar la puerta de huida de Ixtepec que significa salirse de una escritura determinada. Rosas, por su parte, de la misma manera busca fugarse de Ixtepec al tratar de simular la muerte de Nicolás, pues asegurar la libertad de los hermanos le permitiría también a él escapar de la misma lógica discursiva que lo ubica en un rol determinado donde no se reconoce más: “[a Francisco Rosas] Una cara extraña lo miraba desde el fondo del azogue. El general pasó la brocha de afeitar sobre la superficie del espejo para partir en dos la imagen que tenía frente a si, pero el rostro, en lugar de deformarse y desaparecer como se descompone y desaparece un rostro reflejado en el agua, siguió mirándolo impasible. El espejo le devolvía una imagen desconocida de si mismo” (270). Ixtepec resulta en este sentido más que un espacio geográfico, el escenario del lenguaje en duelo practicado de manera reiterativa, es decir se produce incesantemente. ¿Se trata entonces del duelo por la pérdida que el sujeto inserto en un lenguaje sin sentido vive en su memoria?, ¿cabe entonces en su escritura nemotécnica desconcertante la imposibilidad de la sutura, pensada como articulación (Hall 22) hacia los procesos de autoidentificación?

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Sin duda el caso más dramático es el cenotafio que se grava sobre el cuerpo petrificado de Isabel Moncada. Y es importante apuntar que la escritura no viene del grupo de los militares, ni de los abogados, tampoco de la institución eclesiástica, ni de la intelectualidad rural sino de Gregoria, la sabia curandera del pueblo. Isabel, cuando se da cuenta que el General ha perdonado la vida de su hermano como lo había prometido, escapa de la curandera quien la quiere llevar al santuario para curarla del mal de Francisco Rosas. No obstante, Isabel impulsada por el deseo de hablar con el General Rosas una vez más sale corriendo hasta fugarse de los marcos del texto, perdemos de vista como lectores el cuerpo de la protagonista. Y así, conducida por sus pulsiones, desaparece hasta que es la narrativa de Gregoria la que dice encontrarla convertida en piedra (un recurso que malamente algunos críticos han descrito como realismo mágico lo que dificulta una reflexión más profunda). Entonces el cuerpo pétreo se presta para ser reubicado, marcado y detenido en la cima del cerro junto a la virgen, así como para replicar una serie de sentidos comunes sociales con respecto a la representación de la mujer traidora, loca. Y es que la piedra aparente en la que ha sido convertida Isabel es el lugar simbólico del cuerpo presente-ausente (como diría David Le Breton) donde puede habitar el duelo colectivo. Esta adjudicación, por más arbitraria que sea posibilita el juego de contar y recontar el desastre que en este sentido deviene en un discurso de la antifundación, de la desfundación y por lo tanto de la imposibilidad de un proyecto de Estado-nación. Este cuerpo presente-ausente presenta una cuestión difícil de resolver, es una condición de espectro, de no-objeto, desde la cual Ixtepec se posiciona o más bien se

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desposiciona a partir de la captura de los restos transmutados de Isabel. Para trabajar el duelo Derrida define éste como la práctica de ontologizar los restos, en hacerlos presentes para poder saber, por qué es imperativo saberlo, y en esta medida la escritura del duelo se constituye en la inmovilización del cuerpo de Isabel. En el cenotafio que inscribe la vieja leemos lo siguiente: Soy Isabel Moncada, nacida de Martín Moncada y de Ana Cuétara de Moncada, en el pueblo de Ixtepec el primero de diciembre de 1907. En piedra me convertí el cinco de octubre de 1927 delante de los ojos espantados de Gregoria Juárez. Causé la desdicha de mis padres y la muerte de mis hermanos Juan y Nicolás. Cuando venía a pedirle a la Virgen que me curara del amor que tengo por el general Francisco Rosas que mató a mis hermanos, me arrepentí y preferí el amor del hombre que me perdió y perdió a mi familia. Aquí estaré con mi amor a solas como recuerdo del porvenir por los siglos de los siglos. (292) El epitafio, señaló Paul De Man, en tanto huella escritural implica la autorrestauración del yo en el discurso autobiográfico. Es decir esta última escritura anima a la persona aún en la muerte, frente a lo ido y el pasado. Es un acto de sobrevivencia. Sin embargo en

Los recuerdos del porvenir expone al lenguaje en

condición de crisis pues lo que finalmente está develando es la ausencia de sentido y de cuerpo. Más que la posibilidad de restaurar a un sujeto o a un narrador colectivo frente a la disyunción y la pérdida. La letra gravada en la lápida de Isabel es en entonces un cenotafio, es decir un monumento funerario sin cadáver. Su escritura es lo que Alberto Moreiras llama en El tercer espacio, a propósito del Finnegans Wak, el

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cenografio (42) en este caso no sólo es un monumento sin cuerpo, sino la ausencia de cuerpo y la suplantación de éste por una escritura impostora que se configura como escritura vacía. Y en denunciar esa vacuidad es que está la potencia del texto de Garro. La figura femenina (y no solo ella sino todos los personajes que la constituyen de maneras divergentes), la textualidad es silenciada violentamente en su derecho/deseo de fuga y de búsqueda de otro lenguaje. El lenguaje se convierte en un sitio donde la pérdida es difícilmente localizable y el absurdo intenta imponerse sobre los cuerpos. A Isabel le dicen: “¡Reza, ten virtud!, […], y ella repetía fórmulas mágicas de las oraciones hasta dividirlas en palabras sin sentido. Entre el poder de las oraciones y las palabras que la contenían existía la misma distancia que entre las dos Isabeles: no lograba integrar las avesmarías ni a ella misma” (31). En su eterna repetición devela el desastre, la fisura, y dispersa o imposibilita el lenguaje en su función más no resulta en un lenguaje inerte como apunta Krageorgou-Bastea. Juan Cariño, el loco que se inviste como presidente, vive desplazado del centro del pueblo en la casa de las Cuscas. Reconoce que los efectos de la guerra tienen su centro en la fuerza del lenguaje en tanto generador de la violencia y apuesta que la lucha tiene que darse en la restitución de otro lenguaje que, desde su posición bastante romántica, implica el regreso al diccionario como fuente primigenia de los significados. Reconoce que la lucha está en el poder de la palabra y así piensa derrotar a Rosas contestando violencia con violencia: “Juan Cariño repetía las maldiciones en voz baja. Quería cargarlas de poder para que en el momento de decirlas salieran como la violencia de un dispar. Las voces de las muchachas

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ayudarían” (88). El loco al ir a la comandancia a pelear encuentra por respuesta el silencio, el vacío. El lenguaje que busca atacar y entonces purgar y limpiar no es propiedad de un sujeto en específico. El loco erra el blanco. Su enemigo no es Rosas, éste es sólo un verdugo melancólico en su doliente pérdida como los demás. El texto en su ejercicio desordenado de rememoración repasa varias prácticas del lenguaje, como la de Juan Cariño o la del insulso poeta Tomás Segovia, mientras que en su operación va generando un proceso de escritura del desastre. Señala Maurice Blanchot que esta escritura desgarra los sentidos “maestros”, aquellos que fungen como guías. Su fragmentación “convoca al Sistema a la vez que lo despide” (57). Más que inestabilidad lo que provoca es el desconcierto, el desacomodo (Blanchot 14). Y en su repetición escapa del poder (15).

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Moreiras, Alberto. Tercer espacio y duelo en América Latina. Escuela de Filosofía. Universidad ARCIS. Saenz-Roby, M. Cecilia. “Los distintos tipos de subversión femenina presentados en Recuerdos del porvenir” Neophilologus (2010) 94: 279-288. Sánchez Prado, Ignacio. “La destrucción de la escritura viril y el ingreso de la mujer al discurso literario: El libro vacío y Los recuerdos del porvenir” Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. (2006) 63-63: 149-167. Zizek, Slavoj. Violence. New York: Picador, 2008

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