\"La fuerza de no tener nada que mostrar. Mis encuentros con Guy Debord.\" de Rodolphe Gasché

September 7, 2017 | Autor: Cecilia Bettoni | Categoría: Art, Guy Debord, Situationism, Rodolphe Gashé
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Descripción

La fuerza de no tener nada que mostrar. Mis encuentros con Guy Debord Rodolphe Gasché

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iempo después de habernos conocido a principios de 1961, en uno de los sofisticados cafés Schwabinger de Múnich, Dieter Kunzelmann me presentó al movimiento neo-expresionista Cobra y a sus exponentes alemanes –el Grupo spur–, quienes publicaban además un periódico de vanguardia del mismo nombre. Dieter era su «ideólogo», el cerebro de un grupo compuesto por tres pintores –Hans-Peter Zimmer, Heimrad Prem y Dieter Sturm– y un escultor, Lothar Fischer. Por intermedio de Asger Jorn, estos cuatro artistas no sólo se habían vinculado con el movimiento Cobra, sino también con la Internationale Situationiste. Durante su tercera reunión en Munich en 1959, spur había ingresado oficialmente a la is. Poco tiempo después de conocernos, Dieter, quien me facilitó los textos de Guy Debord, me preguntó si podía traducir algunos de los ensayos de la revista de la is a cambio de obras de arte del grupo. En realidad, aun cuando los cinco se consideraban miembros de la is, no sabían realmente de qué se trataba todo eso, pues ninguno podía leer en francés. Traduje varios ensayos de la revista Internationale Situationiste al alemán, y en el proceso me familiaricé con las premisas básicas del pensamiento de Debord. Cuando en febrero de 1962 éste convocó una reunión de la is en París, Kunzelmann me invitó (aun cuando yo no era un miembro de la is) para acompañar al grupo como su traductor, ya que ninguno de ellos, como dije, sabía una palabra de francés. Bromeando, Kunzelmann se refirió a esta reunión con el término eclesiástico «Concilio», esto es, una asamblea de la Iglesia Católica para decidir sobre cuestiones de doctrina y disciplina, algo que mirado retrospectivamente resultó ser, según creo, harto menos inocente de lo que me pareció entonces. En fin, Kunzelmann y yo llegamos a París en el tren nocturno desde Múnich (Zimmer, Sturm, Fischer y Prem lo hicieron en automóvil). Al partir, y tal como lo repitiera durante la noche, Kunzelmann dijo que Debord nos estaría esperando en persona en la Gare de l’Est, listo, por así decirlo, para desenrollar la alfombra roja, a modo de bienvenida. Sin embargo, y para su decepción, en la estación no nos esperaba nadie. Y más tarde, en la puerta del departamento de Debord en el 3ème arrondissement, no había más que una nota con las instrucciones para el día siguiente, en que tendría lugar la reunión. Nadie respondió al timbre.

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Si no recuerdo mal, la reunión tuvo lugar en alguna parte de la calle Saint Germain des Près. Cuando Kunzelmann y yo llegamos, ya todos estaban presentes y una especie de ominoso silencio flotaba sobre el grupo. Una pequeña nota escrita en francés circulaba de mano en mano. Cuando por fin pude leerla, me di cuenta de que no sólo era la tabla de la reunión, sino que contenía un sólo ítem: decía que el presidente de la is, es decir, Guy Debord, proponía expulsar a todo el Grupo spur del movimiento a causa de sus tratativas con galerías de arte comerciales –en particular con la galería muniquesa Van de Loo–; en suma, por su «arribismo». Cuando le dije a Kunzelmann lo que contenía la nota, se rió y dijo que no era más que una de las típicas bromas de Debord. Esto puso término a mi labor como traductor: veinte minutos después, nos encontrábamos en la calle. El Grupo spur había sido, de manera unánime y en tiempo récord, «excomunicado», dijo Dieter. Ese mismo día, un poco más tarde, Asger Jorn nos invitó a todos –tanto a los del Grupo spur, como a los escandinavos (Jorgen Nash y su mujer) y la sección holandesa (Jacqueline de Jong), quienes no habían sido expulsados– primero a un almuerzo en la vereda de enfrente y luego a cenar en un restaurante escandinavo en los Champs Elysées. Fue entonces que le sugerí a Dieter crear una nueva organización con su propia revista, que aparecería eventualmente bajo el título Unverbindliche Richtlinien. [En castellano, algo así como «Lineamientos sugeridos» o «Directrices propuestas»]. El único miembro de la sección alemana de la is que no había sido excluido, un tal Uwe Lausen, tradujo después al alemán algunos textos que habían sido publicados previamente en la is, y los publicó en 1963 en una nueva revista llamada, a explícita solicitud de Debord, Der deutsche Gedanke! [«¡El pensamiento alemán!»]. Un extraño título para una publicación, ¡sobre todo en ese tiempo! La revista sólo se editaría una vez, pero constituyó otro incentivo para que Kunzelmann y yo intentásemos algo más. Ahora bien, dado que yo no había sido miembro de la is, y por lo mismo no había sido expulsado, me tomé la libertad de contactar a Debord y lo visité una vez, en la primavera de 1962, en París. Su departamento estaba lleno de pinturas de Asger Jorn y otros miembros de Cobra, así como de obras de los excomulgados artistas del spur. Debord me recibió cálidamente, como comprendí más tarde, justamente porque no estuve involucrado concretamente en ninguna de las actividades del Grupo spur. Yo todavía era algo así como una hoja en blanco, inmaculado. En esta ocasión, Debord me impresionó por su infinita deuda respecto de lo que llamó «el pensamiento alemán», con lo cual, según pude averiguar después, se refería específicamente al pensamiento de la Escuela de Frankfurt. Fue aquí donde escuché por primera vez los nombres de Adorno y Horkheimer, cuando Debord insistió con vehemencia en que me familiarizara con su libro Dialéctica de la Ilustración. También me remitió a los análisis sociológicos de la vida cotidiana de Henri Lefebvre, alguna vez miembro

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de la is, pero que por sus conexiones académicas, respecto de las cuales Debord se mostraba suspicaz, fue prontamente excluido del movimiento. Aun cuando Debord (lo mismo que Kunzelmann) se inspiraban en textos académicos, no había modo de que un situacionista pudiera ser al mismo tiempo un académico. Ser un académico significaba haberse vendido al establishment. Mi visita a Debord fue seguida por un intercambio de cartas (algunas de las cuales han sido publicadas en el segundo volumen de su Correspondencia; otras pueden encontrarse en internet). Las volví a leer tiempo atrás, y quedé impresionado con la perspicacia psicológica de Debord, con su capacidad de estimar correctamente las motivaciones de quienes lo rodeaban. Quedé impresionado igualmente por su intento de preservar la pureza del pensamiento situacionista; quiero decir que me golpeó su integridad intelectual, su honestidad, su agudo sentido para trazar límites (aun cuando esto lo volvió doctrinario y lo impulsó, tal como Breton, a excluir a todos aquellos en los que sospechara la más mínima desviación respecto del movimiento). No digo que estuviera de acuerdo con tales exigencias, pero me dejaron una huella definitiva y fueron por entonces la causa de algunas fricciones que comenzaron a socavar mi relación con Kunzelmann. Inmediatamente después de la debacle parisina, Kunzelmann y yo comenzamos a trabajar seriamente en la creación de un nuevo órgano revolucionario. Habiendo abandonado Química después de enterarnos que unas pocas universidades alemanas permitían estudiar humanidades a condición de tomar el Grosses Latinum Exam [Examen de latín nivel superior] previa obtención del Ph.D., volví a Luxemburgo y escribí un ensayo sobre patafísica (que nunca fue publicado) y, en preparación para la nueva revista, compuse un largo texto programático. Pero cuando Kunzelmann quiso publicar el material de la nueva revista como volumen 8 de la revista spur, le respondí que no quería tener conexión alguna con el grupo en cuestión, en otras palabras, que seguía el veredicto de Debord al respecto. Pues, ciertamente, no quería arriesgar la posibilidad de futuras colaboraciones con la is, especialmente si Debord parecía proclive a reconsiderar la exclusión de Kunzelmann. En cualquier caso, esto condujo a una breve disputa con Kunzelmann, para quien publicar era mucho más importante que cualquier consideración «política». No le importaba dónde fueran publicados los textos, incluso si ello significaba colocarse en una posición desfavorable a los ojos de la is. Mis propias conexiones con Debord acabaron en noviembre de 1962, en particular como resultado de mi participación con un ensayo en el Situationist Times, editado por la artista holandesa Jacqueline De Jong, sobre la condena contra el Grupo spur por blasfemia (según las autoridades de Múnich). Para ser justos, debo admitir que Kunzelmann me advirtió del riesgo que implicaba publicar ese trabajo en la revista de De Jong, sabiendo muy bien lo que Debord pensaba del mejunje aconceptual de collages, textos y pinturas. Pero también para mí, en ese momento, no importaba dónde fuera publicado mi texto, siempre y cuando viera la luz pública. Cuando le expliqué

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a Debord que le había dado a De Jong ese texto para que lo publicara en su revista porque yo todavía no había logrado nada, me respondió que no haber hecho nada todavía era precisamente una posición privilegiada («c’est justement une trés grande force de n’avoir rien fait» [No haber hecho nada es, precisamente, una gran fuerza]) que no debía ser dilapidada. Pero haber publicado un texto en la revista de De Jong ya me había corrompido demasiado; ya había hecho demasiado como para que el contacto con Debord pudiera continuar de manera significante. Así pues, sin haber sido siquiera miembro de la is, y por lo tanto susceptible de ser expulsado del movimiento, decidí romper relaciones.

(Texto inédito, traducido del inglés por Cecilia Bettoni)

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