La Fuente Embriagadora

June 19, 2017 | Autor: G. Vela de la Rosa | Categoría: Mexico History, Alcohol Studies, History of Alcohol and Drug Use, Pulque
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Descripción

DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS DE CULTURA Y SOCIEDAD

“LA FUENTE EMBRIAGADORA”. VIOLENCIA Y FEMINIDAD EN LAS PULQUERÍAS DE LA CIUDAD DE SAN LUIS POTOSÍ

(1876-1898)

TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRO EN HISTORIA (INVESTIGACIÓN HISTÓRICA) PRESENTA:

GERARDO VELA DE LA ROSA DIRIGIDO POR: DRA. PATRICIA CAMPOS RODRÍGUEZ

GUANAJUATO, GTO.

AGOSTO DE 2011

2 […] esta bebida sí es marginada, pero es marginada por los funcionarios de gobierno ¡prepotentes! ¡vanidosos! ¡y engreídos! ¡que abusan del poder! […] los que acuden a mí son trabajadores, que trabajan de sol a sol para poderse tomar un litro de pulque. Yo soy uno más de ellos. María Adelina Vázquez, vendedora de pulque

3 Agradecimientos Para que el presente trabajo pudiera llegar a su fin, se requirió del apoyo y de la confianza de numerosas personas que creyeron en mí y en un proyecto al que le he dedicado los últimos años de mi formación profesional. En primer lugar quiero mencionar a la Dra. Patricia Campos Rodríguez, profesora-investigadora del Departamento de Estudios de Cultura y Sociedad (DECUS) de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guanajuato, quien mostró un gran interés en una remota versión de este proyecto cuando ingresé al programa de maestría. Le agradezco todo el apoyo brindado tanto en el ámbito académico como en el personal y por las largas horas que dedicó a la revisión de las fuentes y de las múltiples versiones que fueron construyendo el texto actual. En el mismo tenor, agradezco a la Dra. María Áurea Toxqui Garay de la Bradley University, quien formó parte de mi comité de sinodales, por haber mostrado, desde hace algunos años, interés igualmente en el tema de mi tesis, y que como especialista que es en el mismo, contribuyó a fortalecer ideas que quedaban muy vagas. Asimismo le agradezco su amistad a pesar de la distancia. Otro profesor que desde el comienzo de mis estudios de posgrado estuvo muy al tanto de mi investigación es el Dr. Felipe Macías Gloria, también profesor-investigador del DECUS. A él le agradezco las invitaciones hechas a los seminarios multidisciplinarios e interinstitucionales que coordina, en los cuales tuve oportunidad de exponer e intercambiar ideas con el resto de los participantes, logrando así una experiencia por demás enriquecedora para mi formación. De la misma forma hago extensivo mi más sincero agradecimiento al Dr. Armando Sandoval Pierres, igualmente profesor-investigador del DECUS por aceptar la invitación para participar dentro del comité de sinodales y leer este trabajo. Finalmente, en este espacio quiero agradecer al Dr. Javier Corona Fernández, director de la División de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guanajuato, por concederme parte de su tiempo y acceder a las peticiones que le hice en la última etapa de este proceso. De manera “extra-oficial”, una persona con quien estoy muy agradecido por brindarme un espacio dentro de su agenda académica y leer una de las últimas versiones del borrador de tesis, haciéndome

4 asimismo interesantes observaciones es la Dra. Leonor Ludlow del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Así, estoy en deuda con todos ellos por sus valiosas sugerencias y, parafraseando a más de un autor, quiero dejar claro que todos los errores e imprecisiones que aquí se hallaren son únicamente responsabilidad mía. Ahora bien, entre el ámbito profesional y el personal quiero hacer un especial reconocimiento a la Dra. Flor de María Salazar Mendoza de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, por su apoyo, amistad y confianza incondicionales a lo largo de los últimos seis años, así como por haberme impulsado a continuar con mis estudios. Muchas otras personas contribuyeron también para que este trabajo llegara a buen fin, entre ellos quiero mencionar a los Sres. Josué y Ángeles del Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, por desempeñar con verdadera amabilidad su labor en dicha institución. Asimismo agradezco a Nona del Centro de Documentación Histórica Lic. Rafael Montejano y Aguiñaga por su entusiasta apoyo en la consulta de fuentes hemerográficas. Más que valiosa fue la ayuda que me dieron ex compañeros y amigos de profesión al proporcionarme referencias documentales y bibliográficas: Rudy Argénis, Alejandro López, Gloria del Rocío Montalvo, Alma Rosa Ortiz y Juan Carlos Méndez Martínez, quien fue la clave para lograr entrevistar a la señora María Adelina Vázquez, dueña de la pulquería de “La Morena”. A ella le agradezco haber accedido a compartir sus recuerdos y experiencia como vendedora de pulque. No podían quedar fuera mis compañeros de estudio, con quienes compartí aula durante dos años, especialmente José de Jesús Romero Salazar, Ernesto Camarillo Ramírez y Luis Fernando Díaz Sánchez, quienes son un ejemplo de que la amistad no está reñida con la distancia ni con las diferencias de edad ni ideológicas. Siempre recordaré aquellas horas de charlas y discusiones amenas en más de un bar y cafés guanajuatenses. Asimismo, agradezco a todos mis amigos en San Luis Potosí, especialmente a aquellos que hacen más llevaderos los momentos difíciles: Juan

5 Aurelio Ramírez, Jorge Alberto Muñoz Ledo, Omar Santoyo y Abelardo Morales. Mención especial merecen quienes confiaron en mí y me brindaron su apoyo económico cuando la situación lo ameritó: Jorge Portales, Mariana Sánchez y Cinthia Buendía. Vaya este agradecimiento también a mis amigos Armando Elías Salas y Alejandra Martínez por darme alojo en su casa de la ciudad de México cuando fue necesario. En el ámbito más personal quiero agradecer y dedicar este esfuerzo a tres personas esenciales en mi vida. Mi novia, Natalia de Gortari Ludlow, por todo su amor, estar siempre a mi lado y ser el complemento que me hace ser una persona más equilibrada. Mi abuela, Rosalva Quiroz Martínez, a cuyo cariño y respaldo se lo debo todo. A mi madre, Nadina de la Rosa Quiroz, quien con su ejemplo me enseñó que el corazón más noble y frágil puede convertirse en el arma más fuerte cuando se anhela algo tan grande como la vida misma.

6 Introducción El interés del presente trabajo de tesis es analizar dos aspectos de las pulquerías establecidas en la ciudad de San Luis Potosí hacia el último tercio del siglo XIX: los actos de violencia perpetrados entre los clientes en esos espacios destinados a la sociabilidad1 y la vida cotidiana de las pulqueras, es decir de aquellas mujeres que se dedicaron a la venta del pulque, ya fuera como propietarias de los establecimientos o como encargadas. Los objetivos que se siguieron a lo largo de la investigación fueron rescatar, de los documentos, las voces de los actores sociales anónimos—en su mayoría pertenecientes a los estratos menos favorecidos de la sociedad—que fueron procesados criminalmente por haber cometido algún acto de violencia iniciado al interior de una pulquería, a las víctimas y testigos, que con sus testimonios ayudan a reconstruir no sólo el ambiente que se percibía en los expendios de pulque, sino el contexto en que se vivía en un periodo marcado por contrastes sociales y contradicciones latentes entre el discurso de quienes ostentaban el poder, los observadores de la época—como los periodistas por ejemplo—y la realidad, que no concordaba del todo con la noción de orden2 y progreso tan anhelada a lo largo de esos años. Precisamente, en el mismo orden de ideas otro objetivo ha sido demostrar, a través de las pulquerías, cómo el modelo político, económico y social que las élites y grupos de poder pretendieron echar a andar para consolidar al país como una “nación moderna”, no se extendió entre todas las clases sociales,3 pues en las

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El tipo de sociabilidad observada en las pulquerías, tomando en cuenta la categorización de Jordi Canal i Morell, puede encontrarse dentro de la “sociabilidad informal [que] contempla la vida asociativa”, formando parte de éstas, entre otros espacios, “los cafés y las tabernas, la vida familiar y las plazas […]”, Canal i Morell, Jordi, “El concepto de sociabilidad en la historiografía contemporánea (Francia, Italia y España)” en Siglo XIX, segunda época, no. 13, enero-junio 1993, p. 6. 2 De acuerdo con Fernando Escalante Gonzalbo, “El orden es la raíz del desventurado vicio de la obediencia y, más importante todavía, de las formas de la obediencia. Y hablar de orden es hablar de normas, de valores, la estructura de la moral pública se explica como orden político”, por tanto, desde esta definición es que se utilizará aquí el concepto de orden. Véase Escalante Gonzalbo, Fernando, Ciudadanos imaginarios. Memorial de los afanes y desventuras de la virtud y apología del vicio triunfante en la República Mexicana—Tratado de moral pública—, 7ª reimpresión, México, El Colegio de México, 2009, p. 48. 3 Como clase se ha tomado la definición del estudioso del porfiriato William D. Raat en la que establece como tal a “un grupo o grupos de gente considerada como una unidad de acuerdo a sus

7 pulquerías, que eran lugares de convivencia social frecuentados por la gente pobre, se puede observar que el orden y la paz no fueron aspectos que las caracterizaran debido a los numerosos casos de riñas y homicidios registrados; y al ser aquellos espacios representativos de las clases populares, entonces se puede decir que dichos aspectos tampoco permearon entre ellas. En cuanto al progreso, tomando en cuenta que éste representaba la modernidad, también puede afirmarse que no se experimentó entre el sector social que aquí se estudia, ya que las características de las pulquerías hacia esos años correspondían a las mismas que las determinaron desde hacía más de tres siglos, por lo tanto en ellas el paso del tiempo no fue notorio. Por último, de acuerdo con el aspecto económico, la concurrencia de las pulquerías tampoco fue favorecida en este sentido, pues seguían siendo los pobres los que las abarrotaban y para continuar bebiendo después de haber agotado el poco capital con que contaban, empeñar prendas u objetos que portaran se convirtió en una práctica muy recurrida. Asimismo, las contradicciones observadas en ese periodo histórico, también pueden comprobarse tras analizar la cotidianidad de las pulqueras, quienes a través de negociaciones con la autoridad lograban que sus establecimientos continuaran operando de acuerdo a las condiciones que más les favorecieran y, a cambio, el Ayuntamiento se beneficiaba con la derrama económica extraída de los impuestos que supuestamente era destinada a obras públicas, pero como se verá esto no sucedía en la realidad, pues incluso el cobro de impuestos a las pulquerías, oficialmente, iba en contra de lo establecido en las leyes del estado durante varios de los años que abarca el estudio. Esto mismo explica por qué en lugar de ser clausuradas o reguladas con mayor severidad, las pulquerías potosinas proliferaron y operaron casi con entera libertad a pesar de “atentar” contra el orden que pretendía imponer la élite porfiriana, máxime si se toma en cuenta que desde el virreinato las autoridades tanto civiles como religiosas mostraron cierta preocupación por reglamentar dichos espacios, y en su discurso aseguraban que tanto la bebida que en ellos se

funciones económicas, ocupación, estilo de vida y nivel social”, Raat, William D., “Ideas and Society in Don Porfirio‟s Mexico” en The Americas, vol. 30, no. 1, julio de 1973, p. 32.

8 expendía así como los mismos establecimientos eran causa de desórdenes de diversas magnitudes, que iban desde escándalos en la vía pública, actos de carácter sexual, riñas y hasta homicidios. En otras palabras, Anne Staples lo ha referido de la siguiente manera: “cada grupo social tenía su propio código de comportamiento, reforzado por la iglesia y el estado que trataron valerosamente de imponer en cada uno, mínimo, un denominador común de decencia y respetabilidad”.4 La relevancia de un trabajo de esta índole se justifica porque la historiografía potosina adolece de trabajos de historia social o cultural que presenten la vida diaria de los habitantes de la ciudad, menos si éstos pertenecieron a la clase menesterosa, pues se ha puesto mayor énfasis en la tradicional historia política y un considerable acercamiento a la historia económica, estudiando a los grupos de poder o al sector empresarial; asimismo dicha historiografía se ha interesado por abordar concretamente a personajes “relevantes”, pero ha desatendido al pueblo, a las mayorías, al grueso de la población, sin tomar en cuenta, como escribiera Lucien Febvre, que “El hombre aislado es una abstracción. La realidad es el hombre en grupo”. 5 Por tanto esa es precisamente la intención de esta investigación, presentar al hombre en grupo. Aunque aquí se analiza a un determinado grupo social—el de los pobres—, también se muestra la interrelación entre éste y el grupo que ostentó el poder, pues el segundo determinó a la vez que censuró las pautas de conducta de aquél. Otro aspecto que justifica la investigación es que la mayoría de los estudios que se han realizado sobre el pulque o las pulquerías se han enfocado a la ciudad de México y, salvo los autores que aclaran que su estudio se concentra en dicho espacio, otorgan generalidades para el resto del país que muchas veces no pueden ser aplicables en cada región. Es así que en este sentido, el presente trabajo puede proporcionar nuevas interpretaciones en torno a la producción, 4

Staples, Anne, “Policía y Buen Gobierno: Municipal Efforts to Regulate Public Behavior, 18211857” en William H. Beezley, Cheryl English Martin y William E. French (eds.), Rituals of Rule, Rituals of Resistance. Public Celebrations and Popular Culture in Mexico, EUA, Scholarly Resources Inc., 2ª impresión, 1997, p. 116. 5 Febvre, Lucien, Combates por la historia, 5ª reimpresión (México), México, Editorial Ariel, 1983, p. 32.

9 venta y consumo de pulque desde la particularidad que representa estudiar esto en una región que no se caracterizó precisamente por su producción pulquera. El espacio geográfico al que se circunscribe el trabajo es la ciudad de San Luis Potosí, lo cual resulta especialmente interesante si se toma en cuenta que ni en el estado ni en los alrededores de la ciudad hubo una producción de pulque como la que se desarrolló en el altiplano central del país que abarcaba los estados de Hidalgo, México, Puebla y Tlaxcala, que fue donde proliferaron también las haciendas pulqueras, cuyo producto estuvo destinado principalmente a la ciudad de México. Sin embargo, es notoria la demanda y consumo de pulque en la capital potosina si se observa la cantidad de pulquerías que se establecieron y más aún si se le da seguimiento al incremento de establecimientos tan sólo a lo largo del siglo XIX. Como ejemplo baste mencionar que Manuel Muro señalaba que en 1843 existían registradas 15 pulquerías6 y que en cambio para 1896, dicho registro aumentó a 83 establecimientos,7 eso sin tomar en cuenta aquellos que no estuvieron registrados y operaban de manera irregular, que seguramente debieron conformar una suma considerable. El aumento en el número de pulquerías en la ciudad de San Luis Potosí coincidió con el que se verificó en otros centros urbanos consumidores de pulque, principalmente la ciudad de México. Para la capital del país dicho fenómeno se explica con la aparición del ferrocarril, que transportó la bebida desde las haciendas pulqueras hasta la ciudad en menos tiempo y llegando más lejos, introduciendo además un mayor volumen de pulque. Sin embargo, esto es más complejo de explicar en el caso potosino por diferentes razones. No hubo haciendas pulqueras desde donde se transportara el producto, por tanto, tampoco se verificó una sobreproducción, pues la elaboración del pulque continuó haciéndose de manera doméstica, es decir, muchas de las pulquerías contaban con sus propias magueyeras de las cuales extraían su propia miel para abastecer 6

Muro, Manuel, Historia de San Luis Potosí, edición facsimilar, tomo II, San Luis Potosí, Sociedad Potosina de Estudios Históricos, 1973, p. 317. 7 “Administración principal de rentas” en El Estandarte, año XII, no. 1685, marzo 27 de 1890. Dicha cantidad disminuyó al año siguiente a 65, “Administración principal de rentas” en El Estandarte, año XII, no. 1901, enero 9 de 1897, lo cual puede explicarse por el alza en el gravamen impuesto a las pulquerías en ese lapso. Al respecto véase el segundo capítulo de este mismo trabajo.

10 su establecimiento. Quienes no contaban con magueyes para raspar, compraban el aguamiel con los poseedores o lo suministraban en la Plaza de los Aguamieleros, localizada en el barrio de Santiago del Río, el cual colinda con el barrio de Tlaxcala o también conocido como Tlaxcalilla, donde floreció la mayor producción y consumo de pulque, así como la proliferación de pulquerías en la ciudad. Esto se explica porque a la llegada de los españoles al actual territorio potosino, fue allí donde se asentaron sus aliados tlaxcaltecas y lo que ahora es el barrio de Tlaxcala se fundó entonces como pueblo de indios. Por tanto, fueron ellos quienes introdujeron el hábito de beber pulque y explotar los magueyes para la extracción de la bebida. Sobre este tema, la historiadora María Áurea Toxqui Garay, ofrece otra explicación. Que el Visitador General Bernardo de Gálvez, quien posteriormente sería virrey (1785-86), introdujo el pulque entre los indígenas del norte de la Nueva España, argumentando que con esto los forzarían a reconocer su subyugación ante la corona española. Sin embargo, como sugiere la autora, el principal interés recaía en el aumento al cobro de impuestos a través de dicha bebida. 8 Aunque esta hipótesis tiene sentido, corresponde a un periodo tardío, pues existe evidencia de consumo de pulque en una época más temprana,9 sin embargo no se descarta el factor fiscal que proporciona el dato, coincidente con las reformas borbónicas y el interés monetario de éstas. La delimitación espacial está ligada al periodo político que abarca este estudio, ya que en San Luis Potosí se llevaron a cabo las mismas políticas de orden y progreso, y el mismo sistema administrativo implementados a nivel nacional. Por tanto, lo que sucedía de manera local, puede entenderse como una muestra de lo que estaba aconteciendo a una escala mayor. La temporalidad que comprende la investigación responde a dos razones. La primera—que determinó a la segunda—es que inicialmente se pretendía Toxqui Garay, María Áurea, “„El Recreo de los Amigos.‟ Mexico City‟s Pulquerías During the Liberal Republic”, tesis doctoral, EUA The University of Arizona, 2008, pp. 173-174. 9 Como ejemplo, un expediente de más de un siglo antes de lo expuesto es el proceso criminal contra Juan de Valcázar indio, por producir y vender pulque en su casa a indios, negros y mulatos, en la cual le fueron encontradas tinas de miel prieta para la producción de pulque y “otros brebajes”. Véase Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí (en adelante AHESLP), Alcaldía Mayor, 1634.1, exp. 3, Causa criminal contra Juan de Valcázar indio, enero 7 de 1634. 8

11 abarcar todo el periodo conocido como porfiriato (1876-1911), no obstante, la principal fuente que nutre el trabajo, el fondo del Supremo Tribunal de Justicia resguardado en el Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, se interrumpe en 1900, suponiéndose que el resto del fondo se ubica en el Archivo Judicial del Estado, sin embargo el descuido y desorden en que se encuentran los documentos antiguos—como consecuencia del poco interés que los usuarios y personal de dicho repositorio documental muestran hacia ellos—complica el rastreo de los mismos. Debido a esta circunstancia, la delimitación temporal tuvo que ser sometida a un reajuste y por tanto se hizo una revaloración del periodo desde la perspectiva local, coincidiendo muchas veces con lo que acontecía en el ámbito nacional. De tal suerte que el trabajo se acotó al periodo 1876-1898 obedeciendo a diversos factores que concuerdan con las contradicciones que ya han sido mencionadas. El estudio parte en 1876, año en que Porfirio Díaz se levantó en armas contra el gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada encabezando el Plan de Tuxtepec proclamado el 10 de enero por el general Fidencio Hernández y modificado por el propio Díaz en Palo Alto. Para el caso potosino, la historiadora Luz Carregha Lamadrid hace énfasis en que a pesar de que “la historiografía potosina ha reconocido a Carlos Díez Gutiérrez como el propagador de la revuelta tuxtepecana en el estado de San Luis Potosí”, en realidad fue el doctor Ignacio Martínez “quien además de proclamar el Plan de Tuxtepec en la entidad obtuvo la mayoría de los éxitos militares en territorio potosino”,10 mientras que por su parte, “la participación de Díez Gutiérrez en dicho movimiento careció de importancia, por lo menos en las acciones militares que encabezó en el estado”.11 No obstante la anterior aclaración, “el 16 de abril de 1876 el entonces coronel Carlos Díez Guitérrez recibió de Porfirio Díaz el nombramiento de gobernador provisional y comandante del estado de San Luis Potosí”.12

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Carregha Lamadrid, Luz, 1876. La revuelta de Tuxtepec en el estado de San Luis Potosí, México, El Colegio de San Luis/Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, 2007, p. 62. 11 Ibid., p. 63. 12 Ibídem.

12 Así, es a partir de los hechos mencionados en que parte la temporalidad de este trabajo, siguiendo el largo periodo en que fungió como gobernador del estado Carlos Díez Gutiérrez hasta que un ataque de uremia le privó de la vida el 21 de agosto de 1898.13 Durante ese lapso, su mandato se vio interrumpido únicamente durante el periodo 1880-1884 en que dicho cargo recayó en la figura de Pedro Díez Gutiérrez,14 que fue el mismo en que el general Díaz cedió el poder al general Manuel González, mientras aquél ocupaba el puesto de ministro de fomento a la vez que Carlos Díez Gutiérrez—durante la gubernatura de Pedro— era ministro de gobernación. La ocupación de cargos tan importantes entre figuras clave del periodo tanto a nivel nacional como local habla de las relaciones de compadrazgo entre los allegados al general Porfirio Díaz. Ahora bien, durante los 22 años que comprende el periodo de estudio, efectivamente, la ciudad de San Luis Potosí vio materializarse diversas obras de infraestructura representativas de la “modernización” por la que atravesaba el país en general. Entre las más sobresalientes cabe mencionar la extensión de las vías del ferrocarril a lo largo y ancho del estado, la monumental edificación de la nueva penitenciaría que concluyó en 1890, o la erección—no menos fastuosa—del teatro de la Paz que fue inaugurado en 1894.15 Asimismo se dio seguimiento a los trabajos de construcción de la presa de San José, sobre la que existe un amplio estudio realizado por Hortensia Camacho Altamirano pero que, no obstante es un ejemplo de lo señalado líneas arriba respecto a la historiografía potosina. Es un trabajo que sólo contempla a los empresarios e ingenieros—es decir a las élites— que estuvieron a cargo de la obra que se llevó a cabo durante más de 30 años, sin tomar en cuenta a los trabajadores anónimos que destinaron la mano de obra para

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Velázquez, Primo Feliciano, Historia de San Luis Potosí, vol. III, 3ª edición, México, El Colegio de San Luis/UASLP, 2004, p. 233. 14 Es importante subrayar que la mayoría de los estudiosos del periodo han relacionado a los Díez Gutiérrez como hermanos, sin embargo el historiador Nereo Rodríguez Barragán apuntó que el parentesco que los unía era el de primos. Véase Rodríguez Barragán, Nereo, Biografías potosinas, introducción bibliográfica y notas de Rafael Montejano y Aguiñaga, San Luis Potosí, S. L. P., Academia de Historia Potosina, 1976, p. 117 y Salazar Mendoza, Flor de María, La Junta patriótica potosina. Un espacio político de los liberales (1873-1882), México, Editorial Ponciano Arriaga/Gobierno del Estado de San Luis Potosí, 1999, p. 201. 15 Velázquez, Primo Feliciano, Op. Cit., pp. 183-194.

13 consolidar dicha empresa,16 sobre quienes vale la pena mencionar—dentro del contexto de la presente investigación—, además de que la mayoría eran vecinos del entonces rancho de Morales, que cada sábado consumían una “inmensa cantidad de pulque” que a su vez los exponía a toda clase de “excesos, pleitos heridas y muertes”, siendo insuficiente el contingente de policía en la zona que previniera semejantes escándalos.17 Si bien dichas obras materiales sugieren que el proyecto modernizador se estaba desarrollando satisfactoriamente, el plano social resultaba contrastante. En 1895 la ciudad contaba con 69,008 habitantes, distribuidos en 11,195 casas,18 cuando una estadística previa había señalado que en el decenio de 1876 a 1885, el estado de San Luis Potosí era habitado por 460,322 personas y que en dicho lapso fueron castigados 4,536 crímenes, siendo considerados así 9,8 criminales por cada 10,000 habitantes.19 A tales cifras habría que añadir la sequía y la hambruna por la falta de maíz padecidas en 1892, seguidas por el tifo, que se agudizó durante el mes de marzo de 1893,20 siendo los principales afectados los grupos de escasos recursos. Tales contrastes fueron congruentes con las contradicciones en el ámbito político, pues a lo largo del periodo son evidentes los actos de corrupción, la forma laxa de proceder de la autoridad y sobornos a que fueron sometidos los pequeños empresarios como los dueños de pulquerías por ejemplo. Todas estas acciones se expondrán conforme se desarrolle el texto, con lo cual quedará explicada de mejor 16

Camacho Altamirano, Hortensia, Empresarios e ingenieros en la ciudad de San Luis Potosí: la construcción de la presa de San José 1869-1903, México, Editorial Ponciano Arriaga/Gobierno del Estado de San Luis Potosí, 2001. Cabe mencionar que en otro estudio dedicado a la ciudad de San Luis Potosí durante el porfiriato, la referida autora recae en otorgar generalizaciones desde el discurso de la élite, pues en un apartado de dicho trabajo enfocado en las bebidas, menciona al agua, la leche y la cerveza como “líquidos que se bebían [¿entre el grueso de la población?] con bastante regularidad”, cuando en realidad los pobres no tenían acceso a dichos productos y vieron sustituidas las propiedades de los mismos con el pulque—al cual no menciona—como por ejemplo, la propiedad hidratante del agua purificada, el carácter alimenticio de la leche y el efecto embriagador de la cerveza. Véase Camacho Altamirano, Hortensia, “La ciudad de San Luis Potosí en el porfiriato” en Flor de María Salazar Mendoza y Carlos Rubén Ruiz Medrano (coordinadores), Capítulos de la historia de San Luis Potosí siglos XVI al XX, México, Gobierno del Estado de San Luis Potosí/Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí/UASLP, 2009, pp. 241-243. 17 “Gran expendio de pulque” en El Estandarte, año XII, no. 1710, abril 28 de 1896. 18 “Censo de San Luis Potosí en 1895” en El Estandarte, año XI, no. 1579, noviembre 13 de 1895. 19 “Estadística” en El Estandarte, año X, no. 1125, abril 19 de 1894. 20 Velázquez, Primo Feliciano, Op. Cit., pp. 194-196.

14 manera la delimitación temporal, redondeándose ésta si se toma en cuenta que tras la muerte de Carlos Díez Gutiérrez, su sucesor, Blas Escontría establecería medidas más rígidas y represivas para combatir la embriaguez y demás “vicios” de los sectores populares, a quienes se creía más propensos a caer en semejantes males sociales, según las ideas evolucionistas difundidas por el grupo conocido como los científicos21 que hacia esos años comenzaba a tomar mayor fuerza e influencia en los ámbitos tanto intelectual como político, a través de la difusión de la ideología positivista o “científica” que—como ha señalado el historiador Paul Garner—defendía “la aplicación del método científico no sólo para el análisis de las condiciones sociales, económicas y políticas, sino también para la formulación de políticas que podrían remediar las deficiencias y de ese modo, asegurar el progreso material y científico”.22 Sin embargo, justo en la transición de ambos gobiernos es donde se acota la presente investigación, debido a la limitante antes señalada en la documentación correspondiente a las administraciones sucesivas al gobierno de Díez Gutiérrez. En cuanto al marco teórico, este trabajo bien podría insertarse dentro de la historia social y cultural, por ser el principal objeto de estudio un determinado grupo social con sus particulares prácticas culturales—propias de las pulquerías— que contribuyeron en el devenir histórico y conformación de una sociedad que, aunque al tratarse de actores anónimos y de actividades tan cotidianas como el beber, conversar e incluso reñir o proferir insultos, han pasado desapercibidos. 21

Quienes pertenecían al grupo de los científicos eran consideradas personas “ilustradas” y “el ser ilustrado en lo social y lo político dentro de un mundo moderno idealizado”, en palabras de Mauricio Tenorio Trillo, significaba “comprometerse con una intrincada combinación de preocupaciones sanitarias, antropológicas, criminológicas, industriales, sansimonianas y educativas respecto de las clases bajas, o al menos anunciar que se tenían dichas preocupaciones”. Tenorio Trillo, Mauricio, Artilugio de la nación moderna. México en las exposiciones universales, 1880-1930, México, Fondo de Cultura Económica, 1998, p. 42. No obstante, William H. Beezley, siguiendo la tesis de Jaqueline A. Rice, señala que “al no poder ser precisamente identificado un grupo determinado de [científicos] positivistas en México”, él prefiere llamarle persuasión a dicho plan de progreso, pues tal término representaba el “sentido de compartir las mismas actividades y actitudes de la burguesía internacional”. Véase Beezley, William H., Judas at the Jockey Club and Other Episodes of Porfirian Mexico, EUA, University of Nebraska Press, 1987, pp. 13-14 y 134-135. 22 Garner, Paul, Porfirio Díaz. Del héroe al dictador, una biografía política, México, Planeta, 2003, p. 78. Sobre el positivismo, los intelectuales, los científicos y la óptica que desde esa postura se tenía respecto a los indígenas y los pobres durante el porfiriato véase también Raat, William D., “Los intelectuales, el positivismo y la cuestión indígena” en Historia Mexicana, vol. XX, no. 3, eneromarzo de 1971, pp. 412-427 y Powell, T. G., “Mexican Intellectuals and the Indian Question, 18761911”, en The Hispanic American Historical Review, vol. 48, no. 1, febrero de 1968, pp. 19-36.

15 No obstante, debido a los sujetos de estudio y el tipo de comportamiento analizado, he preferido retomar un concepto aparentemente no muy difundido que apareció en una serie de artículos publicados en los primeros números de la revista Secuencia editada por el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, titulados Fragmentos de historia popular. En el primero de dichos trabajos, Eva Salgado Andrade explica con claridad que “Lo popular abarca tantos campos como manifestaciones culturales existen” y que, por tanto el concepto de historia popular “engloba nuestro pasado común, construido a partir de los cimientos del pueblo, de los artífices anónimos del cambio”. En este sentido hay que subrayar dos aspectos de la propuesta que hace la autora que se amoldan perfectamente a mi objeto de estudio. El primero es en el que señala que “El rescate de la historia popular permitirá conocer no sólo los grandes hechos que todos registran, sino también pequeños fenómenos ignorados por la mayoría de los autores” y el segundo se refiere a que dicha propuesta “permite escuchar a algunos de los anónimos de la historia, así como conocer sus pequeñas, a la vez que grandes, aportaciones”.23 La propuesta es una reacción ante la historia convencional o tradicional, cuyo interés redunda casi exclusivamente en la historia política o en la del “orden establecido”. La alternativa que ofrece la historia popular está nutrida intelectualmente por autores como Jean Chesneaux, quien, por ejemplo, además de proponer el pasado como rechazo—en tanto que medio del poder para imponer versiones oficialistas de la historia—y como recurso—a la vez que herramienta que da voz al pueblo—ha argumentado lo siguiente: A la versión oficial del pasado, conforme con los intereses del poder y, por lo tanto, mutilada, censurada, deformada, las masas oponen una imagen más sólida, una imagen conforme con sus aspiraciones y que refleja la riqueza real de su pasado.24

La cita anterior sintetiza claramente lo que pretende la presente tesis: una identificación de la masas con su pasado, sin importar lo hostil y virulento del 23

Salgado Andrade, Eva, “Fragmentos de historia popular I” en Secuencia, no. 2, mayo-agosto de 1985, p. 183. 24 Chesneaux, Jean, ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la historia y de los historiadores, 11ª edición, México, Siglo XXI Editores, 1990, p. 40. Las cursivas son del original.

16 aspecto de la historia que aquí se estudia, el cual es, sin embargo, más real y palpable que cualquier acontecimiento sobresaliente; con lo cual no quiero decir que un suceso de gran magnitud carezca de importancia pero sí con el que difícilmente un individuo del común de la población pudiera identificarse, como una batalla o la toma de alguna ciudad por mencionar algunos ejemplos muy elementales. Para cerrar, en la misma línea y en otro texto de la mencionada serie de artículos, Salgado añade que, respecto a la difusión de la historia popular, “Es muy común que algunos intentos de difusión cultural preocupados por ofrecer a su público fragmentos de las „altas esferas del conocimiento‟, caigan en el extremo de volverse incomprensibles y elitistas”,25 lo cual indica que las masas quedarían descartadas del acceso a cierto tipo de historias, simplemente por no identificarse con acontecimientos del pasado que las excluyen. Ahora bien, para dar pertinencia al por qué retomar una propuesta tan poco difundida como la de historia popular, resta ahondar en la explicación de otro concepto íntimamente ligado a la propuesta en cuestión: cultura popular. De acuerdo con los historiadores William H. Beezley y Linda A. Curcio-Nagy, en general, el término cultura popular se refiere al “conjunto de imágenes, prácticas e interacciones distintivas de una comunidad y que frecuentemente sirven como sinónimo de identidad nacional”,26 lo cual empata claramente con la cultura del pulque y puede otorgar a la pulquería la categoría de un todo en el que se engloban imágenes, prácticas e interacciones distintivas de la comunidad que “acoge” dicho espacio de sociabilidad. Beezley y Curcio-Nagy añaden que dentro de la cultura popular se identifica a un “conjunto de prácticas de comportamiento permanentes, de carácter ordinario y reconocimiento de aceptación general, sus raíces en conocimiento común y cuyas formas de expresión frecuentemente son de forma no escrita”.27 Con lo cual se refieren a que ciertas prácticas identificadas en una determinada comunidad— 25

Salgado Andrade, Eva, “Fragmentos de historia popular III”, en Secuencia, no. 4, enero-abril de 1986, p. 157. 26 Beezley, William H. y Linda A. Curcio-Nagy, “Introduction” en William H. Beezley y Linda A. Curcio-Nagy (editores), Latin American Popular Culture. An Introduction, EUA, Scholarly Resources Inc., 2000, p. xi. 27 Ibídem.

17 en este caso la que alberga la pulquería—son aceptadas de manera común e intrínseca sin que tengan que transmitirse por medio de la escritura o que queden “estipuladas” en un papel que garantice su seguimiento al paso de los años. Esto es evidente en las pulquerías, donde las mismas prácticas culturales que el investigador observa en los antiguos registros documentales puede comprobarlas y percibirlas en la actualidad con tan sólo introducirse en uno de esos establecimientos al azar. Finalmente, otros aspectos señalados por los autores referidos que dan constancia del por qué un trabajo de esta naturaleza puede insertarse dentro de la propuesta de historia popular, en tanto que los sucesos que aquí se estudian son parte de la cultura popular, por tratarse de “placeres de la vida cotidiana” como el hecho de beber, entendido como un “escape de la monotonía”. Asimismo, los autores también advierten que “más allá de su carácter local, aceptación general y humor, por consiguiente, la cultura popular transgrede los límites sociales, religiosos y políticos”.28 Lo señalado se constata con los casos de actos de violencia que sustentan la mayor parte de la investigación, sin embargo—y no se trata de justificar ningún hecho violento—existe una explicación para entender ciertas conductas transgresoras del orden establecido: “Sus expresiones transgresivas, hacen algunas veces un poco atrevida y arriesgada a la cultura popular, concediéndole al pueblo la deliciosa emoción de romper las reglas y superponerse ante la autoridad”.29 La corriente historiográfica que ha motivado la investigación sobre un tema como el que aquí se expone es básicamente la historia cultural estadounidense y la influencia que ha ejercido en algunos autores mexicanos, que respecto a América Latina en general y en lo particular a México, se ha dedicado al estudio de la cultura popular y de los bajos fondos, destacando temas como la criminalidad, la prostitución, el alcoholismo, la higiene, la comida o las formas de comportamiento en general de los grupos subalternos,30 entre otros temas.

28

Ibid., pp. xi-xii. Ibid., p. xii. 30 Una definición simple a la vez que consistente del término “subalterno” ha sido tomada de Ranajit Guha, para quien significa “de rango inferior” y que en la historiografía colonial de la India lo 29

18 Algunos de los autores más representativos—o influyentes en mis lecturas—son William H. Beezley, Robert M. Buffington, Pablo Piccato, Elisa Speckman, María Áurea Toxqui Garay, James Alex Garza, Michael Johns, Jorge A. Trujillo, Vanesa E. Teitelbaum, Antonio Padilla Arroyo, William B. Taylor y Mauricio Tenorio Trillo. De la misma manera, otros autores indispensables para una reconstrucción histórica como la que se ofrece, pero más identificados con la historia de las mentalidades son Juan Pedro Viqueira Albán, Sonia Corcuera de Mancera, Teresa Lozano Armendares, Sergio Ortega Noriega y Solange Alberro. No menos importante, pero con un enfoque más económico—al menos en lo referente a su principal obra sobre el pulque—es José Jesús Hernández Palomo. Finalmente, otros autores cuya aportación a los estudios de bebidas alcohólicas se hacen patentes a lo largo del trabajo son Manuel Payno, Pablo Lacoste, John E. Kicza y Michael C. Scardaville. Asimismo, otras corrientes historiográficas que han complementado la lectura de los autores señalados y que pueden considerarse como antecedentes de las corrientes señaladas como más influyentes para este estudio, son la escuela francesa de los Annales y la historia cultural británica que estudia al proletariado y la lucha de clases. Respecto a la metodología seguida en la investigación, está sustentada principalmente en el rastreo y análisis de fuentes primarias como documentos que incluso podrían considerarse como inéditos y prácticamente nada trabajados como en el caso de los pertenecientes al fondo del Supremo Tribunal de Justicia del que ya se ha hecho mención en líneas anteriores. Otros fondos documentales también resguardados en el Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí de los que se extrajo información sustancial fueron el del Ayuntamiento, Secretaría General de Gobierno, la Colección de Leyes y Decretos y, en menor medida, los fondos de la Alcaldía Mayor de San Luis Potosí y del Registro Público de la Propiedad. A la par del fondo del Supremo Tribunal de Justicia, otra fuente fundamental para la reconstrucción de los hechos estudiados ha sido el periódico El Estandarte, utilizan “como denominación de ese atributo general de subordinación, dentro de la sociedad surasiática”, que no por esto deja de ser aplicable al caso mexicano y es expresado en “términos de clase, casta, edad, género, ocupación, o bajo cualquier otra forma”, Guha, Ranajit, “Prefacio al número inicial de la revista Subaltern Studies” en Contrahistorias, año 7, no. 13, septiembre 2009enero 2010, p. 75.

19 resguardado en el Centro de Documentación Histórica Lic. Rafael Montejano y Aguiñaga. La información obtenida de las fuentes mencionadas está respaldada por una revisión bibliográfica de la historiografía especializada en el tema, así como en el periodo de estudio en los niveles nacional y local. Otra herramienta metodológica empleada como recurso, aunque evidentemente estuvo lejos de ser desarrollada con el debido rigor, fue la historia oral, que sirvió para realizar una entrevista de la que se desprende la información comprendida en el epílogo. Cabe señalar que una sola entrevista representa apenas un somero acercamiento a la historia oral como metodología, pero que, no obstante, la información que de allí se obtuvo ejemplifica claramente las permanencias existentes en el comercio del pulque como un medio con el que la mujer mexicana y concretamente la potosina se ha ganado la vida a través de los siglos. Finalmente, el cuerpo del trabajo lo constituyen cuatro capítulos y un epílogo, de los cuales el primero brinda un panorama histórico general en torno al pulque y las pulquerías a lo largo de más de tres centurias pero con énfasis en el último tercio del siglo XIX. En este mismo capítulo se desglosa la historiografía sobre dichos temas, revisando la obra de los principales autores que los han trabajado a la vez que en algunos momentos se hacen paralelismos o comparaciones con las fuentes documentales que sustentan el caso potosino. Los temas que aborda el capítulo son la transformación en los hábitos de consumo del pulque desde el México antiguo hasta el periodo prerrevolucionario; la “evolución” de las pulquerías con el transcurrir de los años, desde pequeños puestos al aire libre hasta establecimientos perfectamente conformados con características que les dieron una identidad propia y por último se hace una explicación de la “cultura pulquera” en San Luis Potosí. En el segundo capítulo también se hace un recorrido histórico a través de las diversas reglamentaciones a las que estuvieron sujetas las pulquerías y el sistema fiscal al que fueron sometidas. Aunque se toman antecedentes históricos nacionales, el hincapié se hace en la ciudad de San Luis Potosí del siglo XIX. Algunas de las aportaciones importantes del capítulo son el interés que

20 despertaba en las autoridades la derrama económica arrojada por el consumo de pulque y el cobro de impuestos a las pulquerías, lo cual repercutió en constantes prácticas de corrupción por parte de quienes ostentaron el poder. Esto se expone en los diversos temas que abarca el capítulo como son las estrategias empleadas por la autoridad para “prevenir” el relajamiento de las costumbres al interior de los expendios de pulque, tanto durante el virreinato como en el San Luis decimonónico y por último se hacen patentes los abusos y la corrupción de las autoridades potosinas respaldándose en el cobro de impuestos. Los dos últimos capítulos son los que pueden considerarse como nodales, pues en ellos se concentra casi la totalidad de los resultados de investigación. El primero de éstos que es el tercer capítulo, analiza el fenómeno de la violencia en las pulquerías, respondiendo a preguntas como qué era lo que la propiciaba o qué tan cierto era, de acuerdo con el discurso de la época, que el pulque fuera el principal elemento que provocaba actos violentos y que las llamadas clases bajas fueran por naturaleza propensas a delinquir y a los vicios. Esto se ve desde los variados estudios de caso seleccionados del total de los registros, pero para entender esas formas de comportamiento el capítulo inicia con una explicación de conceptos sobre criminalidad y embriaguez desde la óptica del periodo de estudio, seguida de una exposición de la clasificación de lo criminal construida desde el imaginario de las élites y, finalmente, antes de dar lugar a los mencionados estudios de caso, se hace una revisión de la prensa de la época, concretamente del periódico El Estandarte, visto como sector moralizante31 y difusor de las ideas en boga en torno al alcoholismo y la embriaguez, así como censor de esos “males sociales”. El cuarto capítulo comprende un acercamiento hacia los estudios con perspectiva de género en el que se detalla la vida cotidiana de las mujeres dedicadas al comercio de pulque conocidas como pulqueras, ya fuera como propietarias o simplemente como encargadas. Entre los temas que abarca el

31

En este sentido se retoma el concepto de moralidad empleado por Fernando Escalante: “la moralidad es la forma social de los intereses. Así entendida, la moralidad es una construcción colectiva, cuya consistencia hace evidente en el largo plazo”. Escalante Gonzalbo, Fernando, Op. Cit., p. 50.

21 capítulo, primero se ofrece una extensa introducción en la que se explica la estrecha relación entre la feminidad y el pulque desde la cosmovisión indígena, de la cual muchos de sus elementos perduraron aún durante el virreinato. Dentro del periodo de estudio, se analiza la capacidad de las pulqueras para negociar con la autoridad y las estrategias a las que recurrían para que sus demandas fueran atendidas. En el ámbito de lo privado, la vida de las vendedoras de pulque es estudiada en distintos aspectos. Entre ellos está el económico que da fe de sus ingresos y gastos para satisfacer sus necesidades diarias y las de sus familias; los peligros a los que estuvieron expuestas dada la naturaleza de su ocupación y el papel que jugaban dentro de la comunidad principalmente como protectoras de los miembros de su mismo sexo. Asimismo se abre un espacio para otro tipo de mujeres frecuentes en las pulquerías: las que acudían a ellas a beber, acompañando a sus parejas o a buscarlas motivadas por los celos y que al ver—o muchas veces simplemente creer, trastornadas por el alcohol—que éstos eran justificados, protagonizaron verdaderas escenas de escándalo. En el entendido de que cualquier estudio histórico debería responder a una problemática con repercusión en el presente a la vez que una motivación desde el presente, y con el ánimo de cumplir este objetivo, a manera de epílogo se incluye el resultado de una entrevista realizada a una pulquera en la actualidad, heredera de una tradición ancestral y forma de subsistencia que ejemplifica las permanencias dentro de una actividad económica que ha estado presente a lo largo de la historia de México y que se resiste a desaparecer a pesar de los obstáculos que se presentan en contra suya. Aunque antes se ha admitido que se trata de una sola historia de vida y no de una exhaustiva investigación desde la tradición

oral,

aún tratándose

de

un caso

perfectamente el último capítulo de la tesis.

aislado,

éste

complementa

22 1. De pulque y pulquerías La intención del presente capítulo es ofrecer una reseña del papel que, a través de la historia de México, desempeñó el pulque como bebida, sino nacional, al menos sí de las clases populares y de determinadas regiones, así como del auge y la relevancia que tuvieron las pulquerías, tanto como lugares en que se expendía dicha bebida, así como centros de reunión y sociabilidad de ese sector de la población, desde que se instalaron los primeros establecimientos de su tipo en la modalidad de puestos al aire libre hacia la segunda mitad del siglo XVI hasta su época de “esplendor” a finales del XIX. Cabe señalar que los datos que se proporcionan en el capítulo son muy generales y han sido retomados de la historiografía que se ha producido sobre el tema en otras regiones del país, principalmente de la ciudad de México. Primero se expondrá cómo se fueron transformando los usos del pulque, desde el México antiguo, siendo una bebida de un carácter particularmente ritual y medicinal, hasta que, con la llegada de los españoles, dicha utilidad fue modificándose para convertirse en un lucrativo producto bajo el control de la corona española y cuyo uso, por parte de los indígenas, se convirtió en un abuso gracias a la masiva producción y al perder su uso ceremonial. Posteriormente, se dará un repaso a la manera en que las pulquerías fueron evolucionando con el transcurrir del tiempo, no sólo en su estructura física, sino también en lo que éstas representaban tanto para el pueblo como para las autoridades y los encargados de preservar la moral y el orden; para el primero, el lugar de convivencia por excelencia; para los segundos, “templo de lucifer”,32 pero a su vez, una nada despreciable fuente de ingresos, tanto para el Tesoro Real, durante el virreinato, como para la Hacienda Pública decimonónica.

32

Vásquez Meléndez, Miguel Ángel, “Las pulquerías en la vida diaria de los habitantes de la ciudad de México”, en Pilar Gonzalbo Aizpuru (coord.), Historia de la vida cotidiana en México. El siglo XVIII: entre tradición y cambio, tomo III, México, El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, 2005, p. 86.

23 1.1. Usos y abusos del pulque El pulque,33 bebida embriagante elaborada con la fermentación de la miel—o mejor conocida como aguamiel34—que mana del maguey, durante muchos años fue considerado la “bebida religiosa, cultural y popular del altiplano de México”.35 No obstante, debido a la gran variedad de magueyes, no todos producían pulque y menos de buena calidad. De acuerdo con la historiadora Teresa Lozano Armendares, la zona magueyera y en la que se producía el mejor pulque, era la región “conocida con el nombre general de los Llanos de Apan, que se localiza entre los actuales estados de México, Hidalgo, Puebla y Tlaxcala”.36 Manuel Payno, observó que existían diversas clases de pulque: pulque fino, pulque dulce, pulque fuerte, pulque ordinario y tlachique.37 Sin embargo, dividió y explicó éstas en tres grupos únicamente: el pulque fino, que llamó legítimo, era “producto del maguey manso, fino y cultivado en los Llanos de Apan, y elaborado con un buen xinachtli38 con aseo, con esmero e inteligencia, y conducido a México sin mezclarle en el camino agua, ni ningún otro ingrediente”.39 En cambio, el pulque ordinario era el que se producía de magueyes de menor calidad, o 33

El origen de la palabra pulque quizá se encuentre en el vocablo poliuqui, cuyo significado es “corrompido”, el cual los indios utilizaban para referirse a la fermentación de la bebida. Véase Corcuera de Mancera, Sonia, Entre gula y templanza. Un aspecto de la historia mexicana, 3ª reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 1999, p. 61; Vargas, Luis Alberto, Paris Aguilar, Guadalupe Esquivel, Montserrat Gispert, Armando Gómez, Hugo Rodríguez, Cristina Suárez y Carmen Wacher, “Bebidas de la tradición” en Medina Mora, Ma. Elena, Beber de tierra generosa: historia de las bebidas alcohólicas en México, Vol. 1, México, Fundación de Investigaciones Sociales, A.C., 1998, pp. 186-187; Rendón Garcini, Ricardo, Dos haciendas pulqueras en Tlaxcala, 1857-1884, México, Gobierno del Estado de TLaxcala/Universidad Iberoamericana, 1990, p. 125. Es probable que, como ocurriera con muchas voces nahuas, tras la conquista española, el vocablo poliuqui se transformara en pulque; otra versión de la palabra pulque, un poco más cuestionada por los autores citados, se encuentra en Clavijero, Francisco Javier, Historia antigua de México, 3ª edición, México, Porrúa, 1971, p. 267. 34 Savia o jugo del maguey recién castrado y picado y que, al fermentarse, se convierte en pulque. Para los indígenas, neutli; Martínez Álvarez, José Antonio, Testimonios sobre el maguey y el pulque, Guanajuato, Ediciones la Rana, 2001, p. 497. 35 Corcuera de Mancera, Sonia, “Pulque y evangelización. El caso de fray Manuel Pérez (1713)” en Janet Long (coord.), Conquista y comida. Consecuencias del encuentro de dos mundos, 3ª edición, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, 2003, p. 411. 36 Lozano Armendares, Teresa, “Mezcales, pulques y chinguiritos” en Janet Long (coord.), Ibid., p. 423. 37 Payno, Manuel, Memoria sobre el maguey mexicano y sus diversos productos, Obras completas, XVII, México, CONACULTA, 2006, p. 107; este mismo autor describe, detalladamente, la manera en que era producido el pulque, Ibid., pp. 102-104. 38 Cantidad de pulque fino fresco, pero bien fermentado, que se adquiere en otra hacienda, ibid., p. 104. 39 Ibid., p. 107.

24 “elaborado con poco esmero”.40 Por último, Payno enlistó el tlachique, bebida de la que decía que, “sin dejarse de notar algo de alcohol [2°-4° GL], y de ser gustosa y dulce, es poco fermentada; produce somnolencia, dolor de cabeza y a veces irritaciones en la piel a los que no están habituados a ella”.41 Ahora bien, el pulque ha estado presente en la vida de los habitantes del territorio mexicano desde el México antiguo, cuando era utilizado de manera ritual o con usos medicinales. Desde

época

muy

temprana,

los

efectos

del

pulque

estuvieron

estrechamente ligados a las creencias religiosas de los habitantes del México antiguo; dicha bebida desempeñó un papel muy importante en ese tipo de ceremonias y “en especial de los dioses más importantes, asociadas al calendario agrícola, lluvias y cosechas, así también en ciclos vitales como nacimientos, casamientos y funerales”;42 en esas celebraciones quienes lo ingerían eran “los sacerdotes, los ancianos, los guerreros y las mujeres grávidas”, 43 no obstante, José Jesús Hernández Palomo, señala que en la fiesta del “dios del fuego que tuesta para comer”, hombres, mujeres, niños, niñas, viejos y mozos, no sólo bebían pulque, sino que se emborrachaban con la misma bebida.44 Las propiedades medicinales que se le otorgaron al pulque fueron muy variadas y el uso que se le dio a la bebida, como remedio para aliviar una gran cantidad de malestares, perduró desde la época prehispánica hasta finales del siglo XIX. He aquí algunos de los beneficios curativos que la “farmacopea campesina”—como la señaló Payno—le concedió al pulque. Las fricciones de pulque mezclado con espinosilla,45 curaban las “calenturas intermitentes”; las

40

Ibídem. Ibid., p. 109. 42 Hernández Palomo, José Jesús, “El pulque: usos indígenas y abusos criollos” en María del Carmen Borrego Plá, Antonio Gutiérrez Escudero y María Luisa Laviana Cuetos (coords.), El vino de Jerez y otras bebidas espirituosas en la Historia de España y América, Jerez de la Frontera, 2004, p. 9; el mismo autor ofrece, en el citado estudio, las diversas versiones sobre las que, en torno al uso del pulque, escribieron los cronistas durante el contacto de las culturas europea e indígena. 43 Rendón Garcini, Ricardo, Op .Cit., p. 127. 44 Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., p. 10. 45 Nombre que se le da al cuachile, planta polemoniácea característica del interior del país, Lozano Armendares, Teresa, Op. Cit., p. 426. 41

25 tisanas46 formadas de pulque con espinosilla, curaban los “fríos” adquiridos en las tierras calientes de las costas; el pulque “reseca y purifica la sangre, templa y refriega el hígado, tempera y limpia el brazo”, disuelve todas las “hinchazones”, desbarata y hace arrojar frecuentemente por la orina, las “flemas y materias que dañan la vejiga; su uso continuo, hace arrojar en menudas arenas, los “cálculos”; servía como estimulante, pues provoca el apetito, además de causar abundante y apacible sueño; si se tomaba en ayunas, se creía que mejoraba el color de la tez y caliente servía de purgante; para el dolor de cabeza provocado por el sol, servía como un remedio infalible, “untarse las sienes y la frente con pulque”. Asimismo, los asientos o residuos que dejaba el pulque en las vasijas, servían para quitar las “pecas, barros y verrugas de la cara”.47 Incluso en pleno porfiriato, el Periódico Oficial del Estado de San Luis Potosí, recomendaba el “uso racional y saludable” de la bebida, no sin dejar de advertir los “gravísimos males que acarreará ya dicho líquido alterado o abusándose de él tomando grandes cantidades”.48 En cambio, si previo a la llegada de los españoles, al pulque se le daba otro uso que no fuera ritual o como curativo, es decir si algún miembro de la comunidad que no fuera sacerdote o anciano—que eran considerados los más sabios y les era permisible emborracharse—se embriagaba sin motivo alguno, era sometido a severos castigos: La pena que daban a los borrachos y aun los que comenzaban a sentir el calor del vino, cantando o dando voces, era que los trasquilaban afrentosamente en la plaza y luego les iban a derribar la casa; dando a entender que quien tal hacía no era digno de tener casa en el pueblo, ni contarse entre los vecinos, sino que pues se hacía bestia, perdiendo la razón y juicio, viviese en el campo como bestia, y eran privados de todo oficio honroso de la república.49

46

Bebida medicinal que resulta del cocimiento ligero de una o varias hierbas y otros ingredientes en agua, Ibídem. 47 Payno, Manuel, Op. Cit., p. 111; Hipólito Villarroel también menciona el uso del pulque de manera medicinal, siempre y cuando se le beba con la “moderación y templanza que es debida a todo racional…”, Villarroel, Hipólito, Enfermedades políticas que padece la capital de esta Nueva España en casi todos los cuerpos de que se compone y remedios que se le deben aplicar para su curación si se requiere que sea útil al rey y al público, estudio introductorio de Beatriz Ruiz Gaytán, México, CONACULTA, 1994, P. 197. 48 “El pulque” en Periódico Oficial del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, tomo XII, no. 839, febrero 2 de 1887. Las cursivas son del original. 49 Citado por Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., p. 10.

26 Sin embargo, en contraposición a esta imagen de que el pulque se utilizaba únicamente como remedio para ciertos malestares o que el abuso de la bebida era permitido solamente en ocasiones especiales, al momento de la llegada de los españoles, fray Toribio de Benavente o Motolinía dejó como testimonio una versión en la que se presenta un consumo más relajado y cotidiano del pulque: “porque en todos los hombres y mujeres adultos era cosa general embeodarse”.50 Finalmente, el mejor testimonio que ha perdurado de la importancia que tuvieron, tanto el pulque como el maguey, entre los antiguos mexicanos, ha quedado registrado en los códices indígenas que dan cuenta de ello.51 A partir de la implantación del gobierno virreinal, el carácter ritual que anteriormente se le había otorgado a la ingestión del pulque, se fue deteriorando y su consumo fue cada vez mayor e indiscriminado.52 Sin embargo, la corona, inmediatamente implementó algunas disposiciones en cuanto a su consumo, “tanto para moderar paternalistamente el alcoholismo entre los indígenas, como para cuidar los intereses del erario público”,53 o como bien lo ha señalado el historiador José Jesús Hernández Palomo:

Lo que había sido un cultivo, un consumo, y un comercio exclusivo de los indios […], pasó a ser de forma progresiva un cultivo predominante en las grandes haciendas, un consumo de enormes proporciones en las ciudades, y un comercio en manos de criollos y españoles.54

50

Benavente o Motolinía, Fray Toribio de, Historia de los indios de la Nueva España, México, Porrúa, 1969, p. 82 y 197-198; el mismo autor, ofrece también datos de cómo se empleaba el pulque como medicina. También Hernández Palomo hace una referencia al pulque como parte de la “DIETA [Sic.] normal de la clase plebeya”, Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., p. 11. Para entender la ambigüedad entre la normatividad rígida de los indígenas hacia el abuso de la bebida y la saturación en el disfrute del pulque durante los días de fiesta entre ellos mismos, véase Corcuera de Mancera Sonia, “Normas morales sobre la embriaguez” en Vida cotidiana y cultura en el México Virreinal. Antología, México, INAH, 2000, PP. 91-93. 51 Sobre las diferentes representaciones del pulque y del maguey que se encuentran en los códices indígenas, véase Gonçalves de Lima, Oswaldo, El maguey y el pulque en los códices mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1956. 52 La misma “desacralización” que padeció el pulque tras la llegada de los españoles, fue verificada en otros productos de consumo ritual indígenas como el chocolate y el tabaco, Alberro, Solange, Del gachupín al criollo. O de cómo los españoles de México dejaron de serlo, 3ª reimpresión, México, El Colegio de México, 2006, pp. 76-78. 53 Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., p. 128. 54 Hernández Palomo, José Jesús, La renta del pulque en Nueva España 1663-1810, Sevilla, Escuela de estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1979, p. 21.

27 Durante el periodo virreinal, los sectores populares que habitaban el centro del país, acostumbraban beber pulque diariamente “como parte de su cultura alimenticia”. Según Felipe Arturo Ávila Espinosa, “se bebía pulque con la comida, a veces desde el almuerzo, sin embriagarse. Además, se practicaba el alcoholismo social, con su carácter ritual y de integración comunitaria de manera regular”.55 Durante esa misma época se pudo observar el incremento de la embriaguez a partir del aumento de la producción de pulque, lo que es un indicador del carácter que fue adquiriendo la bebida. El aumento de la producción obedeció a los intereses de la corona, como lo ha establecido el historiador William B. Taylor: El comercio de bebidas alcohólicas fue alentado decididamente por el gobierno colonial y por los concejales en el siglo XVIII, puesto que los impuestos sobre las bebidas alcohólicas y especialmente sobre el pulque habían venido a ser una muy importante fuente de ingresos para la realización de obras públicas.56

Pero lo más alarmante de todo, tras la masiva producción de pulque alentada por los españoles y de lo que lamentablemente el pueblo indígena ya no pudo echar marcha atrás, fue de los efectos enajenantes del pulque, que en palabras de Solange Alberro, “reforzados con la adición de sustancias alucinógenas o estupefacientes, lo convierten en el refugio y la evasión universales de todos los desarraigados y sobrevivientes

huérfanos de patria,

cultura, dioses, de pasado y de porvenir”.57

55

Ávila Espinosa, Felipe Arturo, “El alcoholismo en la ciudad de México a fines del porfiriato y durante la revolución” en Alicia Meyer, El historiador frente a la historia. Religión y vida cotidiana, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, 2008, p. 82. 56 Taylor, William B., Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p. 61. 57 Alberro, Solange, “Bebidas alcohólicas y sociedad colonial en México: un intento de interpretación” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 51, no. 2, Visiones de México (abril-junio, 1989), p. 354. Un estudio interesante, aunque breve, sobre la transformación del consumo del pulque y otras bebidas embriagantes entre los indígenas desde el México antiguo hasta la revolución mexicana es el de Rojas González, Francisco, “Estudio Histórico-Etnográfico del Alcoholismo entre los Indios de México” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 4, no. 2, pp. 111125.

28 Es interesante observar, como se verá más adelante, lo importante que fue para las arcas de los ayuntamientos, tanto virreinales como decimonónicas, la producción y el comercio del pulque. No obstante el alza en la producción, comercio y consumo de pulque que se propagó a partir de la instauración del gobierno virreinal, cabe señalar que hubo ciertas restricciones que tuvieron que acatar los indígenas en torno a la producción y al consumo de la bebida. Una de estas fue que únicamente se autorizaba vender pulque blanco o puro, es decir, aquél que no había sido mezclado con ningún otro tipo de sustancia o hierba. Además de la cal, una de las sustancias más comunes y considerada como nociva fue el ocpactli,58 hierba con la cual “fermentaba mucho el aguamiel; pero la bebida era muy embriagante y dañosa”,59 también conocida como cuapatle, cuya utilidad era conservar al pulque blanco con fortaleza. 60 En cuanto al precio del pulque al menudeo, durante el virreinato era muy accesible su adquisición para los indígenas. En las pulquerías se podía comprar la bebida a medio real los tres cuartillos;61 si se toma en cuenta que los salarios más bajos eran los que percibían los indígenas y estos oscilaban entre los dos y los tres reales diarios,62 se puede inferir entonces que “por una cuarta parte del salario más bajo en la ciudad [de México] el trabajador estaba en condiciones de ingerir poco menos de litro y medio de pulque fino”.63 José Jesús Hernández Palomo, añade que “los precios de venta del pulque se caracterizaron por su rigidez”, postura

que

comparto,

pues

se

han

localizado,

en

los

documentos

correspondientes a San Luis Potosí, costos similares hacia la segunda mitad del siglo XIX. Además, el mismo autor advierte que “estos precios fueron siempre

58

Corteza de la Acacia angustissima; Corcuera de Mancera, Sonia, El fraile, el indio y el pulque. Evangelización y embriaguez en la Nueva España (1523-1548), México, Fondo de Cultura Económica, 1991, p. 122; la misma autora refiere que “la primera legislación relativa al pulque que se conoce data de 1529” e interfiere directamente con el uso de dicha raíz, Ibid., p. 121. 59 Payno, Manuel, Op. Cit., p. 104. Ocpatl, medicina o adobo de vino; Benavente o Motolinía, Fray Toribio de, Op. Cit., 197. 60 Lozano Armendares, El chinguirito vindicado. El contrabando de aguardiente de caña y la política colonial, 2ª edición, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, 2005, p. 20; véase también Taylor, William B., Op. Cit., p. 89. 61 Un cuartillo equivalía, aproximadamente, a medio litro. 62 Un real era la octava parte de un peso. 63 Soberón Mora, Arturo, “Elíxir milenario: el pulque” en Ma. Elena Medina Mora, Op. Cit., pp. 3336.

29 inferiores en el resto del territorio virreinal, y también se mantuvieron sin grandes variaciones”.64 No obstante, Juan Pedro Viqueira Albán, afirma que aunque en 1806 el precio autorizado era el que se ha señalado por tres cuartillos del pulque fino o cuatro por el ordinario, “muchos vendedores llegaban a dar por esa cantidad tan sólo un cuartillo y medio del mediano”,65 es decir del ordinario. En cambio, hacia 1863, Manuel Payno, escribió que en la ciudad de México, el pulque se vendía a un cuarto de real la botella y que representaba “un capital de 1 600 000 pesos anuales, que salen de la gente más pobre que es la que más generalmente consume el pulque”.66 Finalmente, Moisés González Navarro, agrega que, entre 1900 y 1910, dentro del presupuesto de una familia de la clase popular, cuyos ingresos ascendían a los 30 pesos mensuales, cinco pesos eran destinados al pulque, lo cual equivalía al 17 % de sus gastos. De la lista que el autor ofrece, dicha bebida ocupa el mismo porcentaje que la renta de la casa; ambos son los porcentajes más altos de la lista.67 Ahora bien, resta hacer mención de los grandes espacios en los que se hacía la producción masiva del pulque: las haciendas. Las haciendas pulqueras, en los Llanos de Apan, surgieron durante la primera mitad del siglo XVIII y a mediados de dicha centuria, “empezaron a convertirse en centros de producción fundamentalmente pulquera, y con un mercado más amplio, en el que la ciudad de México representó el más importante consumidor”.68 En palabras de Payno, esas haciendas fueron “acaso las fincas más valiosas y más apreciables” y, según refiere, en doscientos años éstas fueron variando.69 Cabe aclarar, en este punto y

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Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., 1979, pp. 316-317. Viqueira Albán, Juan Pedro, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces, 3ª reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 170-171. 66 Payno, Manuel, Op. Cit., p. 106; desafortunadamente el autor no especifica cuánto contenía una botella. 67 González Navarro, Moisés, Sociedad y cultura en el porfiriato, México, CONACULTA, 1994, p. 149. 68 Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., p. 130; véase del mismo autor, Rendón Garcini, Ricardo, “Aportación al estudio de las relaciones económico-morales entre hacendados y trabajadores. El caso de dos haciendas pulqueras en Tlaxcala” en Herbert J. Níkel (ed.), Paternalismo y economía moral en las haciendas mexicanas del porfiriato, México, UIA, 1989, pp. 69-91. 69 Payno, Manuel, OP. Cit., pp. 93 y 96. 65

30 para los fines del presente estudio, que en las inmediaciones a la ciudad de San Luis Potosí y en el estado en general, no existieron haciendas pulqueras. El pulque no fue una bebida que se produjera en grandes cantidades como sucedió en las regiones que ya han sido señaladas, dicho producto se comercializó a una escala realmente inferior. En cambio, la zona magueyera del estado de San Luis Potosí, se ha caracterizado por su producción de mezcal, misma que se ha considerado entre las mayores del país. Las haciendas pulqueras no diferían de las demás, contaban con las mismas instalaciones permanentes, sin embargo había un elemento que las diferenciaba de las otras, ya que contaban con una oficina que llevaba el nombre de tinacal, y era a éste lugar al que “los tlachiqueros70 entregaban el aguamiel y se fermentaba, almacenaba y entregaba el pulque para su comercialización”. 71 A su vez, las haciendas pulqueras eran unidades económicas con una finalidad específica: “una parte de su producción la destinaban al mercado y, otra, al autoabasto”.72 El transporte de la hacienda hacia los centros urbanos se realizaba de la siguiente manera: El pulque se envasaba en recipientes de cuero u odres que se transportaban a lomo de mula durante la noche. Los arrieros arribaban de madrugada a la garita o aduana, pagaban los derechos reales y posteriormente hacían entrega del líquido en la pulquería contratada por el hacendado.73

La intención de viajar durante la noche consistía en que, de esta manera, los arrieros descargaran el producto en las pulquerías entre las ocho y las nueve de la mañana, que era la hora en que comenzaba su consumo, aunque en los documentos se pueden encontrar datos que desde muy temprano, como a las

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Empleado de una hacienda o trabajador independiente que se dedica a extraer dos veces al día, al amanecer y al atardecer, el aguamiel de los magueyes en explotación, para llevarlo al tinacal o a su casa para ser procesado como pulque; Maguey, Artes de México, No. 51, 2000, p. 79. 71 Leal, Juan Felipe y Mario Huacuja Routree, Economía y sistema de haciendas en México. La hacienda pulquera en el cambio. Siglos XVIII, XIX y XX, México, Ediciones Era, 1982, p. 96. Las cursivas son mías. 72 Ibid., p. 97. 73 Soberón Mora, Arturo, Op. Cit., p. 40.

31 siete de la mañana, ya había consumidores de pulque, que antes de comenzar su jornada laboral, acudían a la pulquería por un cuartillo.74 Tanto la producción como el comercio se incrementaron en el momento en que el transporte de la bebida experimentó un cambio radical a partir de la extensión de ramales férreos por todo el país, especialmente los que atravesaban la región de mayor producción pulquera. Lo anterior aconteció a partir de la década de 1870 y fue durante el auge ferrocarrilero que el comercio del pulque se vio beneficiado, debido a que con ese medio de transporte, la bebida pudo llegar más lejos y en menos tiempo, sin echarse a perder, incluso en la ciudad de México se introdujo “un volumen mucho mayor de pulque el mismo día que se extraía de los magueyes y se pudo extender la vida útil de la bebida”.75 Esto mismo, también propiciaría un incremento en el consumo, ya que durante la primera mitad del siglo XIX, tanto el consumo como la industria del pulque, sufrieron una etapa de estancamiento, resurgiendo así durante el periodo 1868-1884,76 al alcanzar su momento de mayor esplendor, de allí hasta el estallido de la Revolución Mexicana, trayendo entre sus consecuencias, como lo ha manifestado el autor guanajuatense José Antonio Martínez Álvarez, que “la industria del pulque se despeñó por una decadencia de la que ya no se repondría, con diversos factores que agravaron su atonía”,77 lo cual habla de que entre el porfiriato y los posteriores gobiernos revolucionarios hubo más continuidades que rupturas, pues el interés por erradicar el alcoholismo existió aún antes del nacimiento del Estado Nacional, es decir desde el periodo virreinal, manifestándose con mayor ahínco durante la presidencia de Díaz y concretándose con el movimiento revolucionario.

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Sobre los estímulos y obstáculos de beber pulque antes o durante las horas de trabajo véase Vásquez Meléndez, Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 90-92. 75 Ávila Espinosa, Arturo, Op. Cit., p. 84. Sobre el impacto del ferrocarril en el pulque véase también Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., 1990, p. 41 y Leal, Juan Felipe y Mario Huacuja Routree, Op. Cit., pp. 84-96. 76 Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., 1990, pp. 147 y 156-157. 77 Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., p. 116.

32 1.2. Pulquerías en la historia de México. Entre transformaciones y permanencias Como se mencionó en el apartado anterior, las pulquerías, lugares destinados al expendio al menudeo del pulque se establecieron durante los primeros años del gobierno virreinal cuando el consumo incrementó a partir del aumento en la producción del mismo y, como consecuencia, la proliferación de establecimientos destinados a su comercio, los cuales, desde su estructura más simple llevaron el nombre de pulquerías. En sus inicios, los espacios destinados a la venta del pulque, que ya eran conocidos como pulquerías, no fueron otra cosa más que puestos al aire libre, únicamente cerrados por uno de sus cuatro lados, cubiertos por un techo de tejamanil. Dentro del rudimentario puesto, se encontraban las tinas que contenían el pulque, cubiertos por unas tablas de madera.78 La intención de que las pulquerías se hallaran descubiertas por tres de sus lados, era porque así lo establecían las ordenanzas expedidas para su regulación con el fin de que estuvieran a la vista y de esa manera prevenir desórdenes. Sin embargo, las pulquerías, poco a poco se fueron acondicionando, tanto en dimensiones como en sus interiores, de a cuerdo a los intereses de sus propietarios, hasta convertirse en espacios cerrados que, según algunos autores, eran capaces de albergar sin mayor problema hasta 500 individuos.79 Una de las principales características de las pulquerías y que ha sido poco tomada en cuenta por quienes han estudiado el tema, fue que eran atendidas por mujeres, en un principio por disposición de las autoridades virreinales y, posteriormente, como una tradición que perduró hasta finales del siglo XIX. No obstante, este tema se abordará con mayor detalle en el cuarto capítulo. Muchos de los componentes que dieron vida a las pulquerías fueron prohibidos, tanto por el gobierno virreinal como por los gobiernos decimonónicos. Entre las prohibiciones expedidas desde las ordenanzas de 1671 y, a su vez, atractivos de las pulquerías, se encontraba la congregación de hombres y mujeres

78 79

Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 170. Soberón Mora, Arturo, Op. Cit., pp. 37-38.

33 que permanecían por más tiempo del necesario para beber.80 El atractivo de esa práctica se debía a que al encontrarse en la pulquería los amigos, mientras tomaban su bebida, se extendían platicando, lo que los animaba a continuar bebiendo y era mal visto por las autoridades, tanto clerical, como la correspondiente a la corona, pues les preocupaban los “efectos de la risa y del gozo de los asistentes”,81 ya que para ellos tales actitudes representaban embriaguez, lo cual creían podría trascender en actos de violencia e incluso de repercusión en contra del orden social y de la moral, más aún si la convivencia era entre personas de diferente sexo. Sin embargo, de acuerdo con Sonia Corcuera, “estas manifestaciones externas y espontáneas [de risa y gozo] no siempre eran sinónimo de embriaguez”.82 Asimismo, estaba prohibida la venta de alimentos y, sin embargo, fueron características las chimoleras83 o vendedoras de enchiladas y fritangas que se establecían en los alrededores de las pulquerías y entraban o enviaban sus productos para que la concurrencia acompañara su bebida con los variados platillos que eran sazonados con picante.84 Cabe señalar que el pulque se consumía con ese tipo de alimentos no sólo por lo bien que se acompañaban, sino porque esa bebida constituía parte de la dieta diaria de las familias de las clases populares, por tanto, el pulque era ingerido a la hora del almuerzo o la comida, “no sólo en los expendios públicos de bebida y de la gente que por su trabajo comía fuera de su casa, sino también en las casas particulares”.85 Otro de los principales atractivos de las pulquerías y que propiciaba, no sólo la permanencia de los bebedores, sino también las riñas, fue la presencia de músicos acompañados de arpas y guitarras, a cuyos sones bailaban las chinas y los galanes, las primeras ataviadas con “enaguas cortas de lana o seda rojas, salpicadas de lentejuela, camisas escotadas que dejaban descubierto todo su 80

Corcuera de Mancera, Sonia, Del amor al temor. Borrachez, catequesis y control en la Nueva España (1555-1771), México, Fondo de Cultura Económica, 1994. p. 215. 81 Ibidem. 82 Ibidem. 83 Toxqui Garay, María Áurea, “„El Recreo de los Amigos.‟ Mexico City‟s Pulquerías During the Liberal Rpublic”, tesis doctoral, EUA, The University of Arizona, 2008, pp. 249-260. 84 Soberón Mora, Arturo, Op. Cit., pp. 38-39; Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., pp. 171-172; Payno, Manuel, Op. Cit., p. 136. 85 Ávila Espinosa, Felipe Arturo, Op. Cit., p. 85.

34 seno y sus rebozos de algodón y seda, manejados con aire y gracia”,86 mientras que sus acompañantes vestían calzonera bordada y sombrero ancho. 87 Al afirmar que la presencia de músicos y baile propiciaba riñas, es por los celos que se producían al ser rechazado un hombre que invitaba a una mujer a bailar y ésta, en cambio, prefería bailar con otro más de los asistentes. Sin importar que hubiese algún laso de amistad entre los hombres, el sentirse “despreciado” uno de ellos por la dama, afectaba su honor y era razón suficiente para comenzar una riña que, muchas veces, costó la vida de alguno de los implicados. Un elemento más que también fue motivo, tanto de alegrías como de conflictos que, en no pocas ocasiones culminaron en heridas e incluso muertes, fueron los juegos de azar, como los naipes, principalmente el rentoy, o la rayuela, que era practicada con pesos o tejos de plomo.88 Los pleitos a consecuencia del juego se producían cuando uno de los jugadores perdía la partida y, al no aceptar su derrota, los ánimos se encendían, más aún si se había bebido mucho pulque.89 Sin embargo, más allá de los actos de violencia en que culminaban las partidas de naipes o de otros juegos de azar, la historiadora Vanesa E. Teitelbaum, ha propuesto un factor interesante sobre por qué eran tan comunes los juegos en las pulquerías y que, a su vez, dicho factor justificaba la permanencia de la concurrencia en esos establecimientos. Éste era la situación económica de quienes asistían a las pulquerías. Como ya se ha mencionado, la gente que a ellas acudía, era la de los estratos populares y cuya economía era precaria; entonces concurrían no solo a beber, sino con la intención de multiplicar la cantidad de dinero con que contaban al apostarlo, o como lo ha establecido la misma autora, con “la esperanza de que una partida exitosa pagara los gastos de la supervivencia cotidiana”,90 lo cual denotó también “una forma de vida basada en el 86

Payno, Manuel, Op. cit., p. 136; Toxqui Garay ofrece una imagen mucho más completa del atuendo de las chinas, Toxqui Garay, María Áurea, Op. Cit., pp. 263-266; sobre el papel de la china poblana como estereotipo de la feminidad mexicana entre los siglos XIX y XX, véase Pérez Monfort Ricardo, Expresiones populares y estereotipos culturales en México. Siglos XIX y XX, México, CIESAS, 2007, pp. 119-146. 87 Ibidem. 88 Ibidem. 89 Sobre este punto se profundizará en el Capítulo Tres y se expondrán algunos ejemplos. 90 Teitelbaum, Vanesa, “la persecución de vagos en pulquerías y casas de juego en la ciudad de México de mediados del siglo XIX” en Historias, num. 63, México, INAH, enero-abril 2006, p. 97.

35 juego”,91 y que de la misma manera alentaba el ocio, la vagancia y la inasistencia al trabajo. Estos aspectos, sólo fueron algunas de las características de las pulquerías que, a pesar de estar prohibidas, permanecieron desde sus inicios hasta las postrimerías del siglo XIX. Ahora bien, a continuación se expondrán otros elementos que fueron distintivos de esos espacios, que les proporcionaron toda una cultura propia que, en determinados momentos de la historia y como reflejo de la situación política o social por la que atravesara el país, también fueron restringidos. Uno de esos componentes, que particularmente fueron restringidos en más de una ocasión por atentar contra la moral, fue la convivencia entre hombres y mujeres dentro del mismo espacio. Como una forma de control, durante el siglo XVII, en la ciudad de México se permitió que se establecieran 36 pulquerías, 24 para hombres y 12 para mujeres, pues en las ordenanzas de 1671, claramente se especificaba “que no halla concurso de hombres y mujeres juntos para beber en los puestos”, no obstante, dicha disposición nunca se atendió, por lo que el 26 de julio del mismo año, se expidió un decreto en el que se permitía la concurrencia de ambos sexos,92 debido a que se observó que tal división trajo consigo mayores inconvenientes. No obstante la flexibilidad, por parte de las autoridades, de permitir la libre convivencia entre hombres y mujeres al interior de las pulquerías y que, al desobedecer la prohibición que éstas fueran espacios cerrados, así como la permanencia de la clientela, los propietarios incurrieron en otra falta. Al darse cuenta

de

que

los bebedores

pasaban

mucho tiempo

dentro de

los

establecimientos, los dueños acondicionaron una especie de baños comunes, que eran denominados corralones en los que, sin distinción de sexo, la concurrencia entraba allí a satisfacer sus necesidades fisiológicas. 93 La construcción de los

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Ibidem. Corcuera de Mancera, Sonia, Op. Cit., 1994, p. 213. 93 “Informe sobre pulquerías y tabernas el año de 1784. Se publica la cédula 21 de octubre de 1775 expedida por el Rey Carlos III, imponiendo sanciones a los que abusasen del pulque, y el decreto de 18 de marzo de 1778 en que ordena la autoridad real se practiquen los arbitrios para la 92

36 corralones “contribuía al mejoramiento de la limpieza de las calles aledañas a los expendios de pulque”,94 pues de esa manera los bebedores ya no hacían sus necesidades en la vía pública, sin embargo, los usuarios inmediatamente encontraron cómo satisfacer, al interior de los mismos, otro tipo de “necesidades”, que incluso favorecieron la promiscuidad, amistades ilícitas y prostitución.95 Otra característica más, fueron los recipientes en que se servía la bebida, aunque se pueden observar cambios entre esos artefactos, desde la época virreinal hasta el siglo XIX, éstos siempre fueron de uso exclusivo en las pulquerías. La “evolución” que experimentaron los utensilios en que se bebía, fueron desde el material con que se fabricaban, su forma, capacidad y hasta los nombres. Los recipientes comunes para la venta al menudeo del pulque, durante el virreinato, fueron los cajetes, que eran una especie de tazones de barro con poca profundidad y cuya capacidad podía contener tres cuartillos.96 Aunque se puede encontrar noticia de tales artefactos hasta las últimas décadas del XIX, según el Informe de pulquerías y tabernas de 1784, para la ciudad de México, se estableció en su artículo sexto que el pulque “se suministre indispensablemente en chacuales de guaje”97 que, por ser de un material más suave y duradero, similar al cuero, no eran peligrosos, ya que al romperse los cajetes, con sus trozos afilados, los bebedores se causaban daño en caso de riña, en cambio con los chacuales, al ser más resistentes, no se rompían y era más difícil que se provocasen heridas graves al golpearse con tales recipientes. Años más adelante, en las postrimerías del siglo XIX, cuando la “cultura del pulque” tuvo su mayor auge, fueron más variados los recipientes en que se

realización de tal fin” en Boletín del Archivo General de la Nación, tomo XVIII, num. 2, abril-junio de 1947, p. 224. 94 Vásquez Meléndez, Miguel Ángel, Op. Cit., p. 82. 95 Ibid., pp. 81-82. 96 Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., p. 499. En el argot pulquero también es conocida como cajete la “cavidad que se abre en el corazón del maguey al hacer la “picazón” y donde se deposita el aguamiel que escurre de la planta durante el periodo de su explotación”, Maguey, Op. Cit., p. 74. 97 “Informe sobre pulquerías y tabernas el año de 1874. En el que explica que de ejecutarse los medios propuestos en dicho informe, no resultará daño alguno a la Real Hacienda, cocheros, tratantes ni consumidores de pulque y demás caldos. Concluye” en Boletín del Archivo General de la Nación, tomo XVIII, num. 3, julio-septiembre de 1947, p. 366.

37 expedía la bebida, cuyos nombres eran otorgados de acuerdo a las formas que representaban. Entre las medidas más comunes en que se servía, se encontraban los tornillos, cacarizas, catrinas, camiones o macetas y jícaras entre otras, cuyas medidas variaban desde un litro, para el caso de las tres primeras, dos y medio las macetas y las jícaras las había de diferente medida, desde un cuarto hasta un litro.98 Cabe resaltar que todas eran fabricadas en vidrio verde, que en la ciudad de México, se mandaban hacer en la calle de Carretones,99 a excepción de las jícaras, que continuaban siendo de barro y que tales medidas siguieron vigentes hasta mediados del siglo XX. No obstante, para el caso de San Luis Potosí, en los documentos se ha encontrado que el recipiente en que se expedía el pulque, llevaba el nombre de apaste, que, al parecer también era de barro, salvo que éste portaba asas. Asimismo, otro tipo de artefacto en que se bebía el pulque, también de barro, eran los tecomates. Por último, dos de las singularidades de las pulquerías que causaron alguna clase de molestia a las autoridades, principalmente decimonónicas, fueron los nombres y la colorida decoración de los establecimientos. En cuanto a los nombres de las pulquerías, que desde 1724 fue obligatorio que todas contaran con uno, que sería colocado en una tarjeta en la fachada principal,100 me limitaré a señalar algunos correspondientes a las de la ciudad de San Luis Potosí, ya que para el caso de la ciudad de México han sido muchos los autores que los han citado y huelga decir que eran por demás llamativos. Entre los más destacables que se han hallado por la creatividad que tuvieron sus propietarios al ponérselos estaban: “La Barca”, “El Bacín”, “La Rinconada”, “El Arco Colorado”, “El Silencio”, “Los Perros Prietos”, “El Pedo”, “La Reina Xóchitl” o su contraparte, “La Competidora de Xóchitl”; “Antiguo Aren”, “La Cuna”, “Mielero”,

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Para una idea más completa de dichas medidas, además de mostrarse ilustradas, véase Jiménez, Armando, Lugares de gozo, retozo, ahogo y desahogo en la ciudad de México, 1ª reimpresión, México, Editorial Océano, 2000, p. 61. 99 Ibid., p. 60. 100 Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 171.

38 “El Teposán”,101 una de las que contó con mayor clientela debido a su céntrica ubicación; “El Arco Azul”, “La Unión de los Artesanos”, “Las Mil Vagas”, se puede inferir que los nombres de estas dos últimas respondieron al tipo de clientela que a ellas acudía respectivamente; “La América en Triunfo”, “Los Enanos”, “La Fuente Embriagadora”, “El Año Nuevo”, célebre por los múltiples conflictos que allí se efectuaron; igualmente peligrosas o más, fueron “El Cazador” y “La Reforma”; “El alicante” y “El Cariño”, cuyo nombre se originó a partir del apodo con el que su primera dueña era conocida: La Cariñosa,102 por poseer ciertos atributos que le llevaron a merecer dicho alias; o la de “El Peñasco” ubicada en la segunda calle de la Aduana, en donde a todas horas del día se ejercía la prostitución.103 Respecto a la decoración de los establecimientos, Manuel Payno escribió con aire de nostalgia que en el fondo de ellos, se encontraban las tinas o cubas donde se depositaba el pulque para su venta, pintadas de diversos colores, “cada una con un nombre a cual más alarmante: La vencedora, La Terrible, La Matasiete, La Valiente, La Llorona, La Madrugadora, etcétera”,104 dependiendo del grado de alcohol que contuviera el pulque depositado en ellas, el nivel de fermentación o la semilla105 con que se haya fermentado. Como parte de la decoración, la mayoría de las pulquerías contaban con “pinturas alusivas”,106 con “colores chillones”107 en las que se representaban imágenes idílicas de dichos establecimientos o de los magueyales, etc., hasta que la Sociedad Mexicana de temperancia, considerando lo ofensivo e impúdico, tanto de los nombres como de la decoración de las pulquerías, en 1905 solicitó “que 101

Esta pulquería se estableció en San Luis Potosí en 1868, pero hay evidencia de otra con el mismo nombre en la ciudad de México durante el siglo XVIII, de la cual se conserva un dibujo de su rudimentaria estructura, véase Vásquez Meléndez Miguel Ángel, Op. Cit., pp. 73 y 80;”Informe sobre pulquerías y tabernas…”, Op. Cit., abril-junio de 1947, p. 205. 102 Montejano y Aguiñaga, Rafael, Calles y callejones del viejo San Luis. Tradiciones, leyendas y sucedidos, 2ª edición aumentada, San Luis Potosí, UASLP, 1997, pp. 12-21. 103 “Malísimo” en El Estandarte, año X, no. 1146, 16 de mayo de 1894. 104 Payno, Manuel, Op. Cit., p. 135. 105 También pie o xinaxtli. Porción de aguamiel de la más alta calidad y pureza, que sirve para iniciar el proceso de elaboración del pulque, Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., p. 516. 106 Soberón Mora, Arturo, Op. Cit., p. 39. 107 Piccato, Pablo, “‟No es posible cerrar los ojos‟. El discurso sobre la criminalidad y el alcoholismo hacia el fin del porfiriato” en Ricardo Pérez Monfort (coord.), Hábitos, normas y escándalo. Prensa, criminalidad y drogas durante el porfiriato tardío, México, CIESAS/Plaza y Valdés Editores, 1997, p. 93.

39 supriman los rótulos absurdos y los adornos, pinturas y títulos ridículos y vistosos en las pulquerías ya existentes, y se les señale con número”.108 Baste el siguiente ejemplo para entender cómo eran percibidas, por la gente en general y los observadores de la época en lo particular, las pinturas que decoraban aquellos establecimientos. En una nota periodística de 1896 se leía la queja de algunas personas “acerca de un cuadro bastante realista, que hay pintado en la fachada de una pulquería llamada „La Embriagadora‟, situada en la 4ª calle de Allende”, ante lo que el responsable de la nota proponía que “al cuadro se le diera un color menos subido, para que no llamara la atención de los transeúntes”.109 A pesar del ambiente festivo que, en Los bandidos de Río Frío, retrató Payno, inspirado en una pulquería real: la de Los Pelos, para dar vida a un capítulo de su célebre novela,110 en la realidad el discurso en torno a dichos establecimientos, fue muy diferente, principalmente negativo. Desde el virreinato, aunque la pulquería era considerada un lugar festivo o conciliatorio, también tenía un lado sombrío ya que allí “el bebedor se abandona en un proceso autodestructivo”.111 Continuando con un discurso dual, Sonia Corcuera, explica que la pulquería representaba tanto gloria como infierno, por un lado porque “era sitio de inmunidad y parranda”, pero por otro, “conducía al borracho hacia su propia perdición”.112 Sin embargo, la misma autora revela un rasgo bastante interesante del carácter fraternal de las pulquerías en una época y en una sociedad en la que las barreras sociales estaban claramente delimitadas, al afirmar que en esos establecimientos “la concurrencia se sentía segura y la presencia de unos daba confianza a los otros”, 113 y aún más cuando señala que

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Citado por Ibid., p. 94. Para una idea más amplia de las fachadas y decoración de algunas pulquerías de la ciudad de México, en imágenes, hasta el siglo XX, véase Jiménez, Armando, Op. Cit., pp. 16-73 y Korenbrot, Israel, El gran Tinacal. El maguey, el pulque y la pulquería, México, CONACULTA/Dirección General de culturas Populares, 1991. 109 “Cuadro realista” en El Estandarte, año XII, no. 1821, septiembre 24 de 1896. 110 Payno, Manuel, Los bandidos de Río Frío, 25ª edición, México, Editorial Porrúa, 2006, pp. 116127; para alguna referencia de la pulquería de Los Pelos, véase Payno, Manuel, Memoria..., pp. 134 y 136. 111 Corcuera de Mancera, Sonia, Op. Cit., 1994p. 210. 112 Ibid., p. 211. 113 Ibid., p. 215.

40 “allí se juntan y conviven los indios con todos los miembros de la República, con todas las razas y castas”.114 Sin embargo, para las autoridades, la convivencia entre tal variedad de individuos, resultaba alarmante, pues durante el siglo XVIII, además de considerar a los expendios de pulque como “permanentes centros de vicio, de desórdenes, de crímenes y de pecados”, por la simple congregación de “grupos tan numerosos de gente del pueblo, temían que en ellas pudiesen fraguarse acciones subversivas”.115 Pero si hubo un observador durante el periodo virreinal tardío que arremetió de manera virulenta contra las pulquerías, ese fue Hipólito de Villarroel, quien en una descripción de la gente que acudía a ellas dijo que dichas tabernas: […] se ven pobladas a todas horas del día de infinito pueblo, siendo cada una de ellas un asqueroso muladar de inmundicias y una zahúrda de puercos, todos mezclados y confundidos, privados de razón y de juicio, con el aspecto más propio de brutos que de racionales […]116

Siendo todavía más mordaz en sus impresiones sobre las pulquerías, el mismo autor añadió: Ellas son los teatros donde se transforman hombres y mujeres en las más abominables furias infernales, saliendo de sus bocas las más refinadas obscenidades, las más soeces palabras y las producciones más disolutas, torpes, picantes y provocativas, que no era dable que profiriesen los hombres más libertinos, si no estuviesen perturbados por los humos de tan fétida y asquerosa bebida.117

Semejante discurso permaneció hasta mediados del siglo XIX, proyectando a las pulquerías como espacios de desorden y amenaza social. Un factor importante que reforzó dicha imagen negativa fue la prensa, al denunciar las “escenas de vicio y desorden moral que irradiaban estos establecimientos”,118 como lo confirman diversos testimonios que, en las fuentes hemerográficas, ha 114

Ibid., p. 216. Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 172. 116 Villarroel, Hipólito, Op. Cit., p. 198. 117 Ibid., p. 199. 118 Teitelbaum, Vanesa, Op. Cit., p. 86. 115

41 rescatado el investigador Pablo Piccato para el periodo del porfiriato, sobre lo que se ahondará en el tercer capítulo, no obstante, considero pertinente señalar ahora algunos de esos testimonios. Según el referido autor, “el repudio hacia el pulque se extendía hacia su producción, transporte y consumo, y lo separaba de los espacios definidos como decentes”,119 asimismo, una vez ya en la pulquería, “los bebedores de pulque constituían la imagen más vergonzosa del vicio no sólo por su desprecio de lo estético, sino porque despertaban el miedo de los grupos educados a la decadencia nacional”.120 En la misma línea, me permitiré citar una referencia que Piccato rescató de un periódico de 1906: “al abrir las pulquerías se siente una peste atroz que despiden los asientos de este asqueroso licor, los orines y…otras yerbas que se hallan en rededor, que producen náuseas que rasgan el esternón”.121 Ese tipo de impresiones perduraron hasta después del estallido de la Revolución, viendo la industria pulquera en el presidente Francisco I. Madero a uno de sus principales enemigos, cuando el dos de enero de 1912 hizo abierta su “declaración de guerra al pulque para lograr el mejoramiento general de nuestras clases populares y acabar con uno de los más poderosos monopolios [y] aumentar los impuestos con que está gravada esta bebida, en un treinta y tres y un tercio por ciento”.122 Pues a pesar de que el mandatario estaba convencido de la importancia económica que ese producto nacional dejaba, no reparó en afirmar que “aunque la venta del pulque proporciona pingües ganancias a los que lo producen, no por eso se debe considerar su producto como una riqueza nacional, pues por el contrario, es una de las causas de nuestra decadencia”.123 Impresiones, posturas y discursos, aunque con cierto fundamento, muchas veces fueron producto de la exageración y los intereses políticos y sociales, que

119

Piccato, Pablo, Op. Cit., p. 93. Ibid., p. 94. 121 Citado por Ibid., p. 93. 122 Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., pp. 116-117. 123 Taracena, Alfonso, Francisco I. Madero. Biografía, 2ª edición, México, Porrúa, 1973, p. 69. Las cursivas son mías. 120

42 prevalecieron aún ya encontrándose en completa decadencia la “cultura del pulque” y las pulquerías.

1.3. La “Cultura pulquera” en San Luis Potosí Antes de concluir con este capítulo, es necesario dejar claro que aunque hubo muchas semejanzas en cuanto a las prácticas sociales y aspectos culturales que se desarrollaron entre las pulquerías potosinas y las de la ciudad de México. Hay que entender a la de San Luis Potosí como una “cultura pulquera” aparte, pues diferentes aspectos determinaron esto. En primer lugar, el territorio. Tanto la capital del estado como éste en general, como ya se mencionó desde el primer apartado, no cuenta con las características de la principal zona de maguey pulquero en el país. En cambio en San Luis Potosí—en la región árida—han proliferado variedades de maguey principalmente mezcalero: Agave Esperrima Jacobi, Amarilidáceas (maguey de cerro, bruto o cenizo); Agave Weberi Cela, Amarilidáceas (maguey de mezcal) y Agave Salmiana Otto Ex Salm SSP Crassispina (Trel) Gentry (maguey verde o mezcalero). De estos el que interesa por ser “grande, bulbífero y liso (sin espinas laterales o dientes), pulquero e ixtlero”124 es la variedad Weberi Cela, porque, por sus características, es del que se extrae el pulque. Continuando con el aspecto espacial de la “cultura pulquera” potosina, la principal zona en la ciudad donde se desarrolló ésta es la correspondiente a los barrios de Tlaxcala y de Santiago del Río, apenas divididos por un río125—que en un principio se llamó “Río de San Luis y posteriormente cambió su nombre por el de “Río Santiago, por el cual se le conoce hasta nuestros días—y al norte de los cuales se encuentra el Saucito, hacia la salida a los actuales municipios de Mexquitic de Carmona y Ahualulco. Es decir toda esa zona fue, y la correspondiente a los dos municipios mencionados es todavía en la actualidad, la 124

Aguirre Rivera, Juan Rogelio, Hilario Charcas Salazar y José Luis Flores Flores, El maguey mezcalero potosino, San Luis Potosí, COPOCYT/Gobierno del Estado de San Luis Potosí-Instituto de Investigación de Zonas Desérticas/UASLP, 2001, p. 28. Las cursivas son mías. 125 Villaseñor y Sánchez, Joseph Antonio de, Theatro americano. Descripción general de los Reynos y Provincias de la Nueva España y sus Jurisdicciones, prólogo de María del Carmen Velázquez, México, Trillas, 1992, p. 324.

43 principal zona magueyera cercana a la ciudad, siendo incluso durante los primeros años del poblamiento de la zona, conocidos de manera conjunta ambas poblaciones de Tlaxcala y Santiago del Río como “Nuestra Señora de los Remedios”.126 Una posible hipótesis sobre por qué se estableció allí el cultivo de magueyes, además de las condiciones del terreno, es porque al ser fundado el barrio de Tlaxcala como un pueblo de indios tlaxcaltecas una vez establecidos en este territorio los primeros españoles, seguramente trajeron consigo las técnicas de cultivo de la planta del maguey, la explotación de éste en sus diversas modalidades entre las que se incluía, obviamente, la elaboración del pulque, como se hacía en su lugar de origen, mismas que propagaron entre sus vecinos guachichiles del barrio/pueblo de indios de Santiago. Asimismo, el territorio pudo haber marcado las pautas respecto al consumo de pulque en la zona referida, pues el hecho de hallarse los dos barrios divididos por un río es un indicador de que había agua suficiente—aún cuando el río fuera de temporal—para satisfacer las necesidades de los pobladores. Esto lo constata el hecho de que allí se conformaran las poblaciones en cuestión. Así entonces, el pulque no fue un sustituto del agua, sino un “producto profano” que en esta región había perdido su carácter ritual y siendo su consumo indiscriminado, no propiciado por los españoles como en el centro del virreinato sino por los propios grupos marginados, es decir los indígenas, como lo refiere una descripción de finales del siglo XVI señalando que la embriaguez era “cosa entre ellos ordinaria y usada”.127 Una vez establecido el cultivo del maguey entre los barrios de Tlaxcala y Santiago del Río, los documentos arrojan evidencia de la manera en que la vida cotidiana de sus habitantes giraba en torno a la explotación de la planta, producción—aunque a pequeña escala—y consumo de pulque, pues muchas de las pulquerías registradas se encontraban en ambos barrios, principalmente en el 126

Sego, Eugene B., Aliados y adversarios: Los colonos tlaxcaltecas en la frontera septentrional de Nueva España, San Luis Potosí, El Colegio de San Luis/Gobierno del Estado de Tlaxcala, 1998, p. 161. 127 Velázquez, Primo Feliciano, Historia de San Luis Potosí, vol. I, 3ª edición, San Luis Potosí, El Colegio de San Luis/UASLP, 2004, p. 501; Behar, Ruth, Las visiones de una bruja guachichil en 1599. Hacia una perspectiva indígena sobre la conquista de San Luis Potosí, 2ª edición, México, El Colegio de San Luis, 1997, p. 32.

44 de Santiago o bien, varios de los dueños o dependientes de pulquerías en otros barrios más al centro de la ciudad eran originarios de alguno de aquellos dos. Otro elemento importante, fue el hecho de que en Santiago del Río existió una plazuela llamada de “Los Aguamieleros”.128 Lo que indica que, como en el estado no hubo haciendas pulqueras, la extracción de aguamiel era a una escala mucho más pequeña si se le compara con la región pulquera del país, por lo tanto, el producto obtenido de los magueyes era adquirido en esa plaza por los pulqueros, quienes, una vez comprada la miel, producían ellos mismos el pulque en sus casas, que a la vez contaban con un espacio acondicionado para el expendio de la bebida. Las pulquerías potosinas también aparecen registradas en los documentos como casas, así como en la ciudad de México de la misma manera eran conocidas como casillas.129 Quizá el hecho de que los establecimientos dedicados a la venta y consumo de pulque también hayan sido conocidos bajo el nombre de casas, pudo obedecer a que la pulquería se encontraba en la misma casa del dueño, la cual no era sólo el hogar de éste y su familia, sino que allí vivían también los dependientes, quienes se dirigían, en el caso de las pulqueras, a ellas como “amas”, con lo cual quedaba establecida la condición de estratos entre esos individuos; también era una forma de dirigirse con deferencia y respeto hacia ellas, por el hecho de proporcionarles empleo y un techo bajo el cual dormir. Para demostrar igualmente su respeto, los demás habitantes del vecindario o del barrio se referían hacia quien poseía una pulquería como “don” o “doña”; tal y como lo hacían con los demás propietarios de cualquier otro establecimiento comercial, pues el ser dueño de un giro mercantil o comercial era motivo suficiente para que el resto de la comunidad mostrara respeto y de esta forma, pues, se marcaban las jerarquías sociales.

128

Vela de la Rosa, Gerardo, “Pulquerías: espacios de subsistencia y violencia hacia finales del siglo XIX en la ciudad de San Luis Potosí” en Flor de María Salazar Mendoza (coord.), 12 Ensayos sobre política y sociedad potosina durante la Independencia y la Revolución, San Luis Potosí, Congreso del Estado de San Luis Potosí/UASLP/Gobierno del Estado de San Luis Potosí, 2009, p. 87; Vela de la Rosa Gerardo, “Geografía de las pulquerías en la ciudad de San Luis Potosí, 18761884”, en Felipe Macías Gloria y Patricia Campos Rodríguez (coordinadores), El sujeto cultural y los estudios multidisciplinarios. Prácticas sociales y discursivas, Guanajuato, Universidad de Guanajuato/Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2010, pp. 106-107. 129 Toxqui Garay, María Áurea, Op. Cit., p. 15.

45 Hubo pulquerías mejor establecidas en cuanto a su estructura física, gracias a los ingresos que percibían, eran las que contaban con uno o más dependientes. Asimismo, éstas también tenían sus propias magueyeras, de donde extraían la miel con la que producían el pulque destinado a la venta, es decir, no tenían que ir a la “Plazuela de los Aguamieleros” para abastecerse. Muchas pulquerías estaban acondicionadas, además, con el despacho para la bebida, un patio que era donde regularmente se concentraba la clientela y los músicos contratados por el dueño, el tinacal, donde se almacenaba el pulque; corralones, también conocidos como comunes, eran los baños, y las más grandes ostentaban dos departamentos: uno para el expendio de pulque y otro para el de vino, por lo regular conocido como vino chorrera, que era el nombre con que de manera coloquial se le llamaba al mezcal en algunas zonas de San Luis Potosí y Guanajuato,130 y al parecer era tan consumido entre las clases populares como el pulque y se vendía principalmente en las tiendas de abarrotes. Por lo general el patio contaba con un pozo para abastecerse de agua, a la usanza de la época en la ciudad en casi todas las casas, lo cual implicaba serios riesgos, como le sucedió a un individuo llamado Martín Cabriales, quien acudió acompañado de su pequeño hijo a una pulquería situada en la décima calle de Independencia, donde tras haber bebido varios vasos de pulque se dirigió al patio de la misma donde se encontraba un pozo abierto al que, llevando al niño en brazos, cayeron ambos, resultando Cabriales con algunas fracturas y heridas mientras que a su hijo se le rompió el cráneo. La prensa pronosticó la muerte del niño y la recuperación de su padre; sin embargo éste falleció la noche de aquél mismo día.131 No obstante estas características, también hubo pulquerías que distaban de ser como las que se acaban de mencionar, sino que simplemente eran puestos ambulantes, desmontables, que se instalaban en las plazas públicas. Cuando se situaban en dichos espacios eran mejor identificados como jueguitos, nombre con que: 130

Rojas González, Francisco, Op. Cit., p. 120. “Desgracia” en El Estandarte, año XI, no. 1473, julio 2 de 1895; “Infeliz” en El Estandarte, año XI, no. 1474, julio 3 de 1895. 131

46

[…] se conocían no sólo las pulquerías, tabernas, expendios de fruta, etc., que durante el año andaban de una a otra plazuela, con pretexto de las fiestas religiosas, sino, principalmente, las loterías, ruletas y juegos de baraja, que siempre acompañaban a los puestos.132

Otro elemento, quizá el más importante, que distinguió a las pulquerías potosinas, fue la presencia femenina, ya fuera como dueñas o dependientes del giro. Aunque en los registros documentales aparece una considerable cantidad de varones al frente de las pulquerías, es más común encontrar mujeres dedicadas a esa actividad; pero sobre este tema se profundizará detalladamente en el último capítulo. Finalmente, existe el testimonio de una carta redactada en 1892 por el dueño de la pulquería “La Reforma”, localizada en la segunda calle de Guanajuato del barrio de La Merced, que evidencia que, efectivamente, había ciertas características que hacían diferentes a las pulquerías potosinas de las de la ciudad de México, pues se refiere a su establecimiento como “nuevo, por cierto en esta ciudad, al menos en la forma y tratamiento que he podido imprimirle por el estilo de los de la ciudad de México”.133 Sin embargo, a pesar de que en la misma carta, el señor Facundo Romero, dueño de la pulquería, mencionaba también que su deber era “mantener la moralidad y el orden” en su taberna, pocos años más tarde los vecinos de “La Reforma” se quejaban de que diariamente, a las diez de la mañana, “cuando es mayor el tránsito por la referida calle”, sacan “las substancias fecales de los borrachitos que concurren a ese establecimiento”, siendo lo peor que semejantes deshechos eran sacados en barriles justo frente a “las mismísimas narices del gendarme del punto”, lo cual es también un claro ejemplo de los lazos de corrupción que pudieron unir a los pulqueros con la autoridad.134 132

“Voto de censura” en El Estandarte, año I, no. 75, octubre 11 de 1885. AHESLP, STJ (en adelante Supremo Tribunal de Justicia) (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, noviembre 16 de 1892, ff. 5 fte.-6 fte.. 134 “A quien corresponda” en El Estandarte, año XI, no. 1399, marzo 26 de 1895; “Ya lo dijimos” en El Estandarte, año XI, no. 1416, abril 19 de 1895; “Cero y van…” en El Estandarte, año XI, no. 1443, mayo 22 de 1895. En el capítulo Tres se profundizará sobre la red de corrupción en la que estaba involucrado el dueño de la pulquería de La Reforma. 133

47

Como se ha mostrado, el pulque, más allá de ser un producto de consumo, fue un elemento que se mantuvo presente en la vida cotidiana, en la cultura y en la identidad de los habitantes del—actual—territorio nacional desde antes de la llegada de los españoles hasta las primeras décadas del siglo XX, que fueron las que presenciaron su decadencia. El pulque fue un elemento importante dentro del ceremonial religioso de los pobladores indígenas del Valle de México siglos antes del arribo de los españoles. Fue una bebida que, precisamente por su carácter ritual, fue respetada por los grupos indígenas que la consumían, sancionando severamente a quienes la profanaban o ingerían en exceso en alguna fecha que no estuviera señalada como especial o que simplemente no pertenecieran a la clase sacerdotal, que eran quienes tenían permitido su consumo indiscriminado. La restricción y la moderación en el consumo del pulque sufrieron cambios drásticos tras la llegada de los españoles y la instauración del gobierno virreinal. Los nuevos habitantes, procedentes del viejo continente, vieron en la bebida, considerada como sagrada por los habitantes del “nuevo” territorio, un lucrativo producto que durante los siglos posteriores sería una rica fuente de ingresos, de la cual el tesoro real recibiría una de las principales contribuciones. Lo que en un principio fue una bebida elaborada para el autoconsumo, durante los primeros años del virreinato se transformó en una producción en manos de los españoles, quienes con la incorporación de la hacienda como elemento característico de su supremacía como grandes productores agrícolas, crearon también las haciendas propiamente pulqueras, de las cuales saldría una producción masiva destinada al consumo principalmente indígena y de las castas—aunque en menor medida—, cuyos únicos beneficiarios serían los españoles. De esta manera y a partir de la necesidad de un espacio en el cual vender el pulque al menudeo, se establecieron los primeros puestos conocidos como pulquerías, que aunque en un principio fueron incipientes jacalones, la creciente

48 demanda de la bebida propició que éstos modificaran su estructura y aumentaran la capacidad para albergar a la concurrencia. Así pues, las pulquerías se fueron consolidando como parte de la identidad y cotidianidad de las clases menos favorecidas, quienes encontraron en dichos espacios un lugar al cual recurrir para encontrarse con los amigos, bailar, comer, distraerse con los juegos de azar, los cuales, como ya se vio, representaron también una fuente de ingresos para los jugadores; también fueron un lugar de encuentro para personas de ambos sexos, que terminaron en amoríos, relaciones ilícitas o riñas entre los hombres que se disputaban a una misma mujer. Mientras dichas prácticas se convertían en distintivas de las pulquerías, éstas iban adquiriendo características culturales propias, como los nombres con que eran conocidas, las pinturas que las ornamentaban o los recipientes en que se servía la bebida que allí se expendía. En las postrimerías del siglo XIX, periodo en el que la industria pulquera tuvo su mayor auge, paradójicamente vio también la decadencia de la misma, debido a los elementos culturales que rodeaban a la bebida y a las pulquerías, ya que estos chocaban con el “buen gusto” y afrancesamiento proliferante en las clases dominantes y que estas, a su vez, pretendían imponer en el resto de los habitantes. De tal suerte, el pulque fue sustituido por las bebidas importadas que obtuvieron un considerable recibimiento, teniendo como principal rival a la cerveza. Asimismo, las pulquerías se vieron reemplazadas por otros espacios como las cantinas o bares en los que se vendían las bebidas importadas que poco a poco adquirieron popularidad. Finalmente, también quedó demostrado que, aunque las prácticas sociales y culturales en las pulquerías potosinas fueron muy similares a las de la capital de la República Mexicana, la “cultura pulquera” en San Luis Potosí contó, en general, con características propias reflejadas tanto en el volumen de producción de la bebida, las características físicas de las pulquerías, la forma en que se distribuía el pulque en las tabernas y la constante presencia femenina como propietaria o dependiente de esos establecimientos.

49 2. Reglamentación de pulquerías ¿Por el bienestar social o conveniencia económica? Este capítulo presenta un repaso de las distintas disposiciones impuestas para establecer el control al interior de las pulquerías y del consumo del pulque desde el periodo virreinal en la ciudad de México, así como para la ciudad de San Luis Potosí desde finales del siglo XVIII hasta la última década decimonónica. De la misma manera se expondrá de qué forma la producción y la venta de pulque estuvieron bajo el poder de la autoridad virreinal con el fin de incrementar las arcas reales, hasta centrarnos nuevamente en el San Luis porfirista y ver cómo las arcas—esta vez—del ayuntamiento se beneficiaron con el cobro del impuesto al derecho de patente. Es importante tomar en cuenta este tipo de disposiciones tanto de control social como fiscal para poder entender el ambiente social del que se hablará en los dos capítulos siguientes. Como era de suponerse, al ser el pulque un producto de consumo tan arraigado en la sociedad, principalmente entre las clases populares, desde el periodo virreinal y al ser las pulquerías espacios de sociabilidad con un gran aforo de consumidores pero, aun más, por ser consideradas por las autoridades como centros de vicio, perdición, relajamiento de las costumbres, violencia y peligrosidad, desde muy temprana época tanto la bebida como los propios expendios estuvieron sujetos a un control tanto por parte de la autoridad virreinal como de la eclesiástica, aunque ésta más bien previniendo a la población a través de un discurso moralizador. Sin embargo, al observar el alto consumo de pulque y las largas horas que los clientes pasaban en las pulquerías, a pesar de que esto pudiese ocasionar lamentables incidentes, la misma corona promovió la producción de la bebida pues previó que el consumo de ésta le redituaría elevados ingresos al tesoro real. Tanto la promoción del orden en las pulquerías como la recaudación de impuestos fueron una constante hasta las postrimerías del siglo XIX, ya en el México independiente y bajo el gobierno liberal.

50 2.1. Previniendo el relajamiento de las costumbres en las pulquerías. Siglos XVI al XVIII Sonia Corcuera de Mancera ha señalado que durante buena parte del siglo XVI los indígenas producían, compraban y vendían el pulque con plena libertad, sin embargo, la misma autora manifiesta que desde fecha muy temprana se puede encontrar la primera legislación sobre la bebida, en la que, en concordancia entre la corona y la iglesia, no se pretendió perseguir el uso de la misma, sino el abuso. Dicho reglamento data del 24 de agosto de 1529.135 Desde esa fecha la segunda real cédula sobre el pulque corresponde al año de 1545 con fecha 24 de enero. En ella se disponía que “ni los indios ni los españoles hagan ni vendan pública ni secretamente vinos de la tierra [pulque] fortalecidos con raíces”, 136 pero en esta cédula no sólo se hacía referencia a la fabricación del pulque, sino también a la prohibición de la venta de vinos españoles a los indígenas,137 lo cual demuestra una estrecha relación entre los indígenas y los españoles desde las primeras décadas del dominio ibérico, así como una aculturación por parte de los primeros, teniendo acceso a los “caldos de Castilla” para consumirlos. Pero lo más interesante de la legislación en cuestión fue que entre sus disposiciones se solicitaba que “las ordenanzas buenas y justas convenía se guardasen para la granjería de la cerveza”,138 lo cual nos habla no sólo de la introducción de la cerveza desde recién iniciado el periodo virreinal,139 sino—y más importante aún— de lo ambiguos que podían resultar los intereses del gobierno español, pues por una parte pretendía controlar la producción y venta del pulque y del vino de España, pero por otra fomentaba el lucro de la cerveza, que finalmente era también una bebida alcohólica, es decir, no había un decidido interés por prohibir el consumo de bebidas alcohólicas ni de prevenir la embriaguez.

135

Corcuera de Mancera, Sonia, “Normas morales sobre la embriaguez” en Vida cotidiana y cultura en el México Virreinal. Antología, México, INAH, 2000, p. 101. 136 Ibídem. 137 Vásquez Meléndez, Miguel Ángel y Arturo Soberón Mora, “El consumo de pulque en la ciudad de México (1750-1800)”, tesis de licenciatura, México, D. F., UNAM/Facultad de Filosofía y Letras, 1992, p. 53. 138 Citado en Ibídem. 139 Según Solange Alberro, la cerveza se introdujo en Nueva España en 1530, Alberro, Solange, “Bebidas alcohólicas y sociedad colonial en México: un intento de interpretación” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 51, no. 2, Visiones de México (abril-junio, 1989), p. 351.

51 Tuvo que transcurrir más de medio siglo hasta que el virrey Luis de Velasco promulgó las primeras ordenanzas relativas a la producción y venta del pulque en 1608.140 En síntesis, lo más destacado de esas primeras ordenanzas fue que la bebida se comercializaba libremente, sin que se cobrara ningún impuesto oficial y que la venta era exclusivamente indígena,141 siendo lo más interesante que recaía en manos de mujeres indígenas,142 pero este último punto se retomará y profundizará en el cuarto capítulo. Posterior a las de 1608 se emitieron otras ordenanzas en 1671 que constaban de ocho capítulos, las cuales serían, según Juan Pedro Viqueira, las que habrían de servir para todas las reglamentaciones subsecuentes durante el virreinato, no obstante cabe añadir que el modelo continuaría aún en las postrimerías del siglo XIX y, como se verá, operaron de igual manera en la capital potosina. De acuerdo con el referido autor, las innovaciones, con respecto a las disposiciones que anteriormente se habían formulado, comenzaban a partir del cuarto capítulo, expresando lo siguiente: Que los puestos de pulque estén apartados de las paredes y casas y no tengan más que las cubiertas, y un lado resguardado del sol y aire competentes, quedando todo lo demás descubierto, de modo que pueda verse y registrarse desde fuera. [El quinto capítulo ordenaba que] no haya concurso de hombres y mujeres juntos para beber en las puertas ni coman de asiento en ellos, ni se congreguen muchos ni se detengan después de haber bebido, ni haya arpas, guitarras, ni otros instrumentos, bailes ni músicos. En el sexto capítulo se señalaba que las pulquerías debían cerrar a la puesta del sol. El séptimo prohibía la venta a crédito y el octavo especificaba los castigos que se aplicarían a los que fueran hallados en estado de ebriedad por las calles.143

140

Corcuera de Mancera, Sonia, Op. Cit., 2000, p. 102; Viqueira Albán, Juan Pedro, ¿Relajados o reprimidos? Diversiones públicas y vida social en la ciudad de México durante el siglo de las luces, 3ª reimpresión, México, Fondo de Cultura Económica, 2005, pp. 172-173 y 190; Hernández Palomo, José Jesús, La renta del pulque en Nueva España 1663-1810, Sevilla, Escuela de estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1979, p. 35; Sánchez Santiró, Ernest, “La fiscalidad del pulque (1763-1835): cambios y continuidades” en Ernest Sánchez Santiró (coord.), Cruda realidad. Producción, consumo y fiscalidad de las bebidas alcohólicas en México y América Latina, siglos XVII-XX, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2007, p. 72. 141 Corcuera de Mancera, Sonia, Op. Cit., 2000, p. 102. 142 Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., 1979, p. 35; Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 190. 143 Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., pp. 190-191.

52 Para los intereses de este estudio es importante tener presentes los capítulos cinco, seis y siete de los que se acaban de citar, pues no es de extrañar por qué se puso especial atención en esos aspectos, siendo evidente que resultaron un problema constante; que el sobrepasar esos límites impuestos trajo consigo sangrientas consecuencias, aunque hay que matizar, como se verá más adelante en los ejemplos, que no fueron la principal causa de riñas o incluso homicidios, pero que sí permanecieron presentes con el transcurrir de los años, tal y como señaló Ricardo Rendón Garcini, que “la mayoría de las leyes y decretos sobre el pulque promulgados durante la época virreinal continuaron vigentes hasta gran parte del siglo XIX”.144 Tales disposiciones no previeron y—al parecer—tampoco se tomaron en cuenta, un par de siglos más tarde, las consecuencias que consigo conllevaron: la prohibición de que las pulquerías fueran locales cerrados, distracciones como la música y el baile, la presencia en sus cercanías de puestos de comida; que los clientes permanecieran bebiendo o que no hubiera asientos y tuvieran que ingerir la bebida de pie, desembocaron en un consumo acelerado de pulque, lo que significó un nivel de embriaguez más rápido y elevado.145 Finalmente, la última legislación importante emitida durante el periodo virreinal fue la que se observa en el Informe sobre pulquerías y tabernas del año 1784. Al decir que es una legislación importante es porque se trata de un extenso documento que ofrece información detallada sobre el ambiente en las pulquerías de finales del siglo XVIII y de la gente que las frecuentaba, así como del entorno social que rodeaba dichos espacios. Además de ser los lineamientos allí emitidos los que perdurarían en las legislaciones posteriores, es un documento que ha servido como base para muchos de los estudiosos del tema desde las distintas perspectivas en que se ha abordado, principalmente para aquellos que han basado sus investigaciones en la ciudad de México. Aunque el Informe se concentra en las pulquerías de la ciudad de México, es necesario tomarlo en cuenta para entender que muy probablemente sirvió de 144

Rendón Garcini, Ricardo, Dos haciendas pulqueras en Tlaxcala, 1857-1884, México, Gobierno del Estado de Tlaxcala/Universidad Iberoamericana, 1990, p. 128. 145 Ibid., p. 210.

53 modelo para los reglamentos potosinos decimonónicos a partir de las primeras ordenanzas emitidas para esta ciudad al finalizar el siglo XVIII. Con respecto a las reglamentaciones anteriores, aquel Informe hacía énfasis en seis puntos específicos a los cuales se consideraba como “sustancialmente nuevos”. De estos, los relevantes para los intereses del presente estudio son los puntos Segundo, Tercero, Cuarto y Sexto, que seguramente pudieron operar en San Luis Potosí, pues los otros tienen que ver con las características de la traza urbana de la ciudad de México, por tal razón han sido omitidos aquí. Ahora bien, en el Segundo punto se especificaba que cada pulquería debía ser reducida a una sola pieza de catorce varas de largo y nueve de ancho como máximo;

el

Tercero

demandaba

que

no

debía

quedar

ningún

pulque

“trasnochado”, es decir que no se vendiera del sobrante del día anterior, principalmente porque el hecho de venderlo agrio o de varios días atrás implicaba mezclarlo o “confeccionarlo” con “ingredientes nocivos” para garantizar su venta y no se le quedara al pulquero, sin importarle a éste que repercutiera en la salud de los consumidores. Los puntos Cuarto y Sexto hablaban respectivamente de que se vendiera a partir de las ocho de la mañana y los días obligatorios de misa hasta la una de la tarde, pues con estos horarios se impedía que faltaran a sus labores las cuales comenzaban a las seis de la mañana o, los domingos, a la iglesia, siendo la una de la tarde cuando finalizaba la misa y finalmente, el último punto disponía que se sirviera en chacuales de guaje, los cuales eran de “una materia tan suave y duradera que parecen de cuero muy sutil, no causando daño alguno vacíos, llenos, ni hechos pedazos, y de todos tres modos se causan con los cajetes de barro” que eran empleados como armas en las riñas provocándose graves lesiones o incluso la muerte entre los concurrentes. Una razón más por la que se decía era conveniente para los pulqueros suministrar la bebida en dichos chacuales era porque con esa disposición se ahorrarían dos o tres pesos diarios que regularmente costaban los cajetes de barro rotos en cada pulquería. 146

146

“Informe sobre pulquerías y tabernas el año 1784. En el que explica que de ejecutarse los medios propuestos en dicho informe, no resultará daño alguno a la Real Hacienda, cocheros, tratantes ni consumidores de pulque y demás caldos. Concluye”, en Boletín del Archivo General de la Nación, tomo XVIII, no. 3, 1947, pp. 363-366.

54 Otro aspecto a considerar a parte de los ya mencionados es en el que se habla acerca del pulque fiado o de aquél que se adquiría a través del empeño de alguna prenda. Respecto a esto, los redactores del Informe exponían que la bebida se expendía fiada por medio de las cuberas, las cuales permitían subsistir a los bebedores proporcionándoles todo el pulque que les solicitaran a pesar de verlos ya ebrios y “pervertido el uso de la razón”, además de consentir y patrocinar los mayores escándalos y torpezas en la vía pública, recibiendo a cambio de la bebida prendas y alhajas que seguramente eran obtenidas de manera ilícita o robadas.147 El hecho de proporcionar de manera fiada la bebida o aceptar alguna prenda a cambio para que el bebedor satisficiera sus ganas de beber fue un aspecto de la cotidianidad en las pulquerías que mantuvo muy al tanto a los observadores todavía al finalizar el siglo XIX debido a que se trataba de una práctica que obstaculizaba el combate a la embriaguez.

2.2. Manteniendo el orden en las pulquerías potosinas decimonónicas La primera legislación correspondiente a la ciudad de San Luis Potosí sobre la cual se rigieron el resto de los reglamentos sobre pulquerías se encuentra comprendida en las primeras ordenanzas emitidas en el año 1796, cuya finalidad era dividir la ciudad en cuarteles con el objeto asegurar mayor eficacia en el resguardo del orden en la ciudad y en las que lo referente a la reglamentación de pulquerías aparece en los artículos 16º y 31º, los cuales cito de manera íntegra a continuación, pues son una clara muestra de cómo eran percibidas las clases populares por la élite y la autoridad, su comportamiento y el medio en el que se desenvolvían en la ciudad al finalizar el siglo XVIII: Art. 16º. Como el delinqüente regularmente huye de la luz, es necesario que los Alcaldes de Quartel menor no aflojen en el trabajo de rondas de noche en sus respectivos Quarteles, y que los Jueces mayores vigilen con las suyas si cumplen tan importante obligación, poniendo la mayor exactitud y teson, no solo en evitar los delitos, sino lo que da motivo á ellos, como son las músicas en las calles, la embriaguez y los juegos; á cuyo fin, si hallaren que en las Vinaterías, Pulquerías, Mesones, Trucos, Fondas y otros lugares públicos, en el día, y especialmente en 147

Ibid., p. 369. Las cuberas eran mujeres indígenas que vendían pulque en las plazas públicas, sobre quienes se hablará con mayor detenimiento en el cuarto capítulo.

55 las noches, hay desórdenes, o no se observan los Bandos promulgados por el Superior Gobierno, Real Sala del Crimen y este Gobierno para extirpar los abusos, y si se les denunciaren casas de bebidas prohibidas, ó de juegos de suerte y de envite, procederán contra los transgresores y contra los que encontraren con armas prohibidas, ó anduvieren en horas extraordinarias de la noche, si fueren sospechosos de vagos y mal entretenidos, haciéndolos asegurar ínterin se averigua su oficio, estado y costumbres.148

Como se observa, en el artículo citado lo que se pretendía era prevenir los desórdenes que perturbaran el orden público, por lo que, entre otro tipo de establecimientos, debía ponerse especial atención a las pulquerías, lugares en los que se tocaba música y efectuaban juegos de suerte, lo que para las autoridades era motivo de desórdenes y delitos de sangre. En el otro artículo que se mencionan las pulquerías se lee lo siguiente: Art. 31º. Notificarán á los hombres sanos que no tengan oficio ú ocupación, que dentro de un breve término elijan alguna de las muchas que hay y no es necesario aprenderlas, ó se acomoden á servir con Amo conocido; apercibiéndoles que, de no hacerlo, se les tratará como á holgazanes, hombres perniciosos en la República, y se remitirán á servir a S. M. en los Presidios: por cuyos medios y el de perseguir con rigor la embriaguez y los juegos, exhortando con freqüencia á las gentes de la ínfima plebe á que hagan buen uso de lo que ganan, se evitará la desnudez vergonzosa y la de sus mugeres é hijos, y se quitará de la vista el horroroso espectáculo de tantos hombres y mugeres cubiertos de inmundicia, y convertidos por la bebida en vivientes troncos, especialmente en las inmediaciones de las Pulquerías, Tabernas y Graseros, y en los días mas solemnes, que deben santificarse.149

En este artículo, al igual que en el anterior, una de las preocupaciones prevalecientes es el problema de la embriaguez y los daños morales que ésta conlleva. El énfasis no está enfocado tanto en los espacios que la propician como son las pulquerías por ejemplo, pero sí son éstas, en cambio, estrechamente relacionadas con esa degradación moral de los individuos. De esta manera, juntando lo expuesto en ambos artículos, puede percibirse que, para las autoridades, las pulquerías obstaculizaban en cierta medida los intentos por construir ciudadanos, lo cual se creía iba a lograrse a partir del 148

Ordenanza de la división de la muy noble ciudad de San Luis Potosí en Quarteles. Creación de los alcaldes de ellos, y reglas de su gobierno. Dada y mandada observar por el exmo. Señor Marqués de Branciforte, edición facsimilar, estudio introductorio de José Francisco Pedraza Montes, San Luis Potosí, Honorable Ayuntamiento de San Luis Potosí, 2001, ff. 178 vta.-179 fte. 149 Ibid., ff. 181 vta.-182 fte.

56 fomento de la educación, el trabajo, la higiene y el ahorro entre otras prácticas, que difícilmente podían considerarse como cualidades de quienes acudían a las pulquerías. La misma intención de construir de homogeneizar a la sociedad desde el concepto de ciudadanos, perduró desde el virreinato, como bien puede observarse, hasta las postrimerías del siglo XIX. Años más tarde, en reunión de cabildo con fecha 17 de agosto de 1821, se acordó que el presidente del ayuntamiento publicara un bando en el que se dispusiera, con el fin de prevenir los desórdenes en los arrabales de la ciudad, que se cerraran a las diez de la noche tanto billares y vinaterías mayores y menores como pulquerías y coloncherías,150 considerando que con tal prevención la zona que se vería más beneficiada de la ciudad sería la que comprendían los ayuntamientos de Tlaxcalilla, Santiago y La Trinidad: […] donde por las pulquerías que abundan se notan diariamente y á todas horas reuniones de gentes ociosas, atraídas no solo por la bebida, sino por las músicas que ahí se acostumbran, de lo cuál resultan muchos males á este vecindario, por su inmediación para que se sirvan disponer se cele sobre estos escándalos, haciendo se termine el expendio de bebidas á las oraciones de la noche, y se eviten las músicas y bailes que hacen muy peligrosa la reunión; por lo que en mucha parte se evitarán desordenes que por lo regular se encuentran en esta ciudad, por cuya causa no parecerá á dichos Ayuntamientos extraordinaria esta solicitud, pues para el caso se refuta para aquellos pueblos.151

Este fragmento del documento resulta de suma importancia por dos razones: la primera porque se reitera el elemento de la música como un atractivo festivo que hace “peligrosa la reunión” en las pulquerías. La segunda razón y de mayor relevancia es que se hace mención de los ayuntamientos—posteriormente barrios—de Santiago y Tlaxcala o Tlaxcalilla como lugares en los que abundan las pulquerías, lo cual refuerza la idea expuesta en el capítulo anterior acerca de que la zona donde se localizan dichos barrios podría considerarse como aquella en la que se desarrolló la “cultura pulquera” en la ciudad.

150

Establecimientos dedicados a la venta del colonche, bebida alcohólica elaborada con el jugo fermentado de la tuna cardona, muy popular en el altiplano potosino y en el norte de la ciudad de San Luis Potosí. Seguramente esos expendios únicamente operaban durante la temporada de cosecha de la tuna, es decir entre los meses de agosto y septiembre. 151 AHESLP, Ayto., Libro de Cabildo (sin clasificar), agosto 17 de 1821.

57 Finalmente,

puede

parecer

contradictorio

que

en

una

misma

reglamentación se solicite que se cierren las pulquerías estableciéndose dos horarios distintos: las diez de la noche y las “oraciones de la noche”.152 Sin embargo, esto es porque el horario que se refiere a las diez de la noche como hora límite para que permanezcan abiertos billares, vinaterías y pulquerías, se emitió para los establecimientos que se hallaban en el centro de la ciudad, el segundo horario estaba destinado a que lo obedecieran las pulquerías localizadas a las afueras, como lo eran los barrios citados. No obstante, el documento no especifica que se cierren a las “oraciones de la noche”, sino únicamente que “se termine el expendio de bebidas” a esa hora. El historiador potosino Manuel Muro proporciona otro dato interesante que evidencia cierta preocupación en la ciudad por regular las pulquerías en aquel año de transición entre el virreinato y el México independiente. Aunque no proporciona una fecha específica, se puede inferir que se trata de una disposición oficial efectuada entre el 2 de febrero de 1821 y el 24 de febrero de 1822 en la que se solicitaba a los alcaldes que establecieran rondas que procuraran el orden y la seguridad de los vecinos: […] llamándoles la atención sobre los escándalos y riñas que de día y de noche había en las pulquerías situadas en los mismos barrios, y muy principalmente durante la temporada en que en los mismos expendios de pulque se vendía licor extraído de la tuna cardona llamado colonche. Les ordenó que vigilaran con eficacia esos establecimientos, cuidando que no los frecuentaran hijos de familia, jóvenes del sexo femenino de estado honesto, mujeres casadas á escondidas de sus maridos, ni hombres trabajadores, casados y con hijos en los días de la semana dedicados al trabajo. Les previno por último que en los días festivos y á la hora en que las pulquerías estuvieran más concurridas, mandaran hacer un registro de todos los individuos que allí hubiere recogiéndoles las armas que portaran, las que al siguiente día se les devolverían siempre que esas armas fueran los instrumentos de su trabajo.153

152

De acuerdo con Pilar Gonzalbo Aizpuru, el horario de la oración de la noche era entre las seis y las ocho de la noche, Gonzalbo Aizpuru, Pilar, “La vida social urbana en el México colonial” en González S. y Enriqueta Vila Vilar (comp.), Grafías del imaginario. Representaciones culturales en España y América (siglos XVI-XVIII), México, Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 602. 153 Muro, Manuel, Historia de San Luis Potosí, edición facsimilar, tomo 1, San Luis Potosí, Sociedad Potosina de Estudios Históricos, 1973, p. 319.

58 Tanto los datos proporcionados por Muro como los de la disposición citada antes de dicho autor, revelan cierta movilización en un momento decisivo para la naciente nación con la que se pretendía construir una sociedad cuya característica fuera el orden y la moral social de la que, para sus legisladores, evidentemente había adolecido la población en el antiguo sistema. Sin embargo, estos intentos se llevaron a cabo adoptando como modelo las reglamentaciones de aquél periodo que trataba de borrarse de la memoria. Así, con el transcurrir del tiempo, los bandos se iban publicando, lo que demuestra que el interés por normar las pulquerías continuaba latente, así como también la inadvertencia por parte de vendedores como de consumidores de pulque hacia lo dispuesto por la autoridad. No se innovaba en lo que se disponía en dichos reglamentos, eran reiterativos, lo cual también habla de un profundo arraigo de las costumbres consideradas como prohibidas al interior de las pulquerías. Así lo demuestra un bando con fecha cuatro de junio de 1828, en que obedeciendo lo ordenado por el gobernador del estado, Ildefonso Díaz de León, el prefecto del departamento de la capital mandó, en siete puntos, que en las pulquerías debía haber un mostrador en la puerta y si esto no pudiera ser posible, se sirvieran los dueños de los establecimientos de una tabla con objeto de “estorvar que los que beban pulque entren á dentro [sic.]”; que los ayuntamientos de las villas suburbias [Sic.] cuidarían, bajo su responsabilidad, de las reuniones en pulquerías y que al igual que en las del interior de la ciudad no se tocara ninguna clase de instrumento musical; que no se vendiera en las pulquerías vino mezcal, aguardiente o cualquiera otra bebida fuerte; como se acercaba la temporada del colonche, se prohibía que éste se fermentara con yerbas y su venta estaría sujeta a los mismos deberes y prohibiciones que el pulque; todas esas casas debían cerrar a las ocho de la noche y que, salvo licencia expresa de los alcaldes, se permitirían bailes con motivo de bodas, “sacadas á misa ú otras de estas funciones que acostumbran [sic.]”, asistiendo, por disposición del ayuntamiento, un regidor que hiciera guardar el orden, señalando previamente quienes concedían las licencias, las horas hasta que se podía extender la reunión

59 y que a quienes infringiesen todas o alguna de las prevenciones mencionadas se les cerraría su establecimiento.154 En este bando continuaban presentes aspectos en que desde un par de siglos atrás se habían centrado los emisores de las distintas legislaciones sobre el pulque, como el hecho de prohibir las reuniones al interior de los establecimientos, obstruyendo la entrada con un mostrador o al menos con una tabla, que no se tocara música y el horario en que habrían de cerrar. Pero de la misma manera seguía vigente un discurso ambivalente como la prohibición de la venta de otras bebidas como el mezcal o el aguardiente y la autorización—regulada—para el expendio del colonche y pulque. Hasta cierto punto, esto puede resultar un razonamiento un tanto complejo de analizar, porque si lo que se pretendía era “moralizar las costumbres” con la prevención de la embriaguez y el control de escándalos y desórdenes provocados por el consumo excesivo de alcohol ¿por qué únicamente regular y no prohibir por completo el comercio de bebidas alcohólicas si se creía que éstas eran la causa de los males sociales? Porque lo que interesaba no era que el pueblo dejara de beber, sino la convivencia. Fue el hecho de que la gente de los barrios populares se reuniera a convivir y esto, más que preocupar, atemorizaba a las clases acomodadas, a donde finalmente pertenecían las autoridades. Temían que su tranquilidad pudiera ser desestabilizada al desinhibirse el pueblo bajo los excesos del alcohol y así amotinarse en contra de las élites en el poder, tal y como sucedió muchos años antes en la ciudad de México durante el motín de 1692 por la escasez del maíz.155 Ese temor se debía, como bien lo ha señalado Pilar Gonzalbo, a que al congregarse individuos de la misma, calidad, oficio u origen, fácilmente eludían las normas impuestas por los diversos reglamentos, en este 154

AHESLP, Secretaría General de Gobierno (en adelante SGG), 1828.32, junio 1º de 1828, 1 f.; AHESLP, SGG, 1828.6, exp. 1, junio 4 de 1828, 1 f. 155 Sobre los acontecimientos del motín de1692, muy relacionados con el consumo de pulque en su momento, pueden verse los trabajos ya citados de Sonia Corcuera, José Jesús Hernández Palomo y Juan Pedro Viqueira, así como el de Feijoo, Rosa, “El tumulto de 1692” en Historia Mexicana, vol. XIV, no. 4, abril-junio de 1965, pp. 656-679, todos ellos basados en la narración de Carlos de Sigüenza y Góngora, testigo de los hechos. Sobre el relato de dicho autor véase el estudio literario de Orizaga Doguim, Daniel, “Carlos de Sigüenza y Góngora: figuras del letrado en Alboroto y motín de los indios de México”, tesis de maestría, EUA, The University of Texas at El Paso, 2009. En la actualidad se han publicado estudios recientes sobre ese tema.

60 caso los de bebidas, lo que llevaba a que el hábito de la transgresión permitiera a “jóvenes y adultos ocupar su tiempo libre en actividades permitidas o reprobadas, y convertía las calles y los espacios públicos en escenario de peleas, cortejos y desahogo de pasiones y rencores”.156 Por tanto, las autoridades optaron por permitir y regular el consumo de bebidas con bajo contenido alcohólico, como el pulque o el colonche, sancionando así a quienes comerciaran con bebidas de mayor contenido alcohólico. De cualquier forma dichas bebidas, que por su costo más elevado eran menos accesibles para la gente del pueblo, razón por la cual éste estaba conforme, mientras no se sancionara el consumo de bebidas más arraigadas entre su gente como el pulque. Durante los gobiernos liberales, de acuerdo con Áurea Toxqui, entre 1856 y 1878 en la ciudad de México y en San Luis Potosí según lo demuestran las fuentes, el tipo de obligaciones a que se tenían que atener los clientes en las pulquerías no variaron mucho de lo que fueron durante el virreinato, las cuales ordenaban que no permanecieran más tiempo del necesario para beber el pulque, no emborracharse, no pelear o provocar disturbios, además de que el hecho de reñir con armas sería castigado severamente; no comprar pulque antes de las seis de la mañana o después de las seis de la tarde, no empeñar prendas, ni estar detrás de la barra del establecimiento, así como tampoco bailar, apostar o consumir alimentos ni sobornar a los agentes policiales.157 Al parecer tales disposiciones se reiteraban o volvían a hacerse presentes para todas las pulquerías cuando en uno de esos establecimientos ocurría algún acontecimiento sangriento grave o que eran constantes los disturbios o delitos de sangre en un mismo establecimiento como se vio en un caso ocurrido en 1868 en la pulquería de “El Cariño”, la cual fue clausurada porque, en sus inmediaciones, el 17 de octubre del año anterior un individuo llamado Nicolás Vargas fue asesinado por otro que respondía al nombre de Marcelino Villegas. El hecho de que el homicidio haya ocurrido cerca de “El Cariño” y que por esa razón le hayan 156

Gonzalbo Aizpuru, Pilar, Op. Cit., p. 605. Toxqui Garay, María Áurea, “„El Recreo de los Amigos.‟ Mexico City‟s Pulquerías During the Liberal Republic”, tesis doctoral, EUA The University of Arizona, 2008, p. 150. 157

61 cerrado el establecimiento a su dueña, Josefa Estrada, le pareció una injusticia, por tanto la señora se quejó ante el gobernador por la decisión tomada desde el ayuntamiento de la villa de Tequisquiapam donde se localizaba su pulquería. Hasta aquí, el conflicto no tenía la mayor trascendencia: una pulquería clausurada por relacionársele con un homicidio cometido próximo al establecimiento, pero el caso adquiere mayor interés cuando, por petición del gobernador, el presidente del ayuntamiento, Apolinio López, le envió a aquél un informe en el que acusaba a la señora Estrada de “persona nociva y desafecta al actual sistema de gobierno, tanto, dice, que en su casa dio abrigo y ocultó a algunos de los llamados imperialistas”. Ante tal acusación, el gobernador hizo caso de lo informado por el presidente y procedió a la clausura de la pulquería, pues como era de esperarse, al tener nexos con gente del imperio francés, Josefa Estrada fue considerada como traidora a la patria y eso pesaba más que el caso inicial por el que se procedió al cierre del establecimiento. Sin embargo, para justificar la dueña de “El Cariño” que lo dicho por el señor Aplonio López fueron infamias, se refirió a él como “su enemigo personal” por tener con ella un pleito pendiente. Evidentemente, lo que comenzó como un incidente más de tantos que ocurrían en esos establecimientos, sacó a la luz aspectos más interesantes que dan fe de lo complejo que es entender a la pulquería más allá de un simple espacio de sociabilidad, sino también de poder, sobre lo que resultan las preguntas ¿Por qué habría de tener enemistad o un pleito pendiente con una pulquera la máxima autoridad de la villa donde se encontraba el establecimiento? ¿Cómo y por qué se involucra una mujer, aparentemente del común del pueblo, con los invasores franceses y aun les proporciona refugio en su pulquería? Todo esto evidencia que probablemente “El Cariño” no tuvo ninguna relación con la muerte de Nicolás Vargas, pero que fue pretexto suficiente para que el presidente de la villa de Tequisquiapam arreglara viejas rencillas que tenía con la señora Estrada, demostrándose además durante el proceso el poder de convocar gente de ambas partes, pues tanto Josefa Estrada como Apolonio López solicitaron

62 firmas de los vecinos para apoyar a cada uno de los implicados, resultando muy cerrada la colecta de las signaturas. Finalmente, tratándose de una nueva administración gubernamental cuando se solicitó la reapertura de “El Cariño”, las autoridades fueron condescendientes con la señora Estrada aceptando su solicitud, no sin antes advertirle tanto a ella como a los dueños de las demás pulquerías de la ciudad lo siguiente: 1ª. Es libre la Sra. Josefa Estrada para que vuelva á abrir su establecimiento de pulquería conocido por “El Cariño”. 2ª. Ordénese á la dicha Sra. y á los demás que tienen igual profesión usen mostradores corridos que no permitan a los consumidores entrar al interior. 3ª. Prohíbanse los bailes y músicas en esta clase de establecimientos. 4ª. Exíjase la inmediata responsabilidad á los dueños de pulquerías, de las desgracias que se sucedieren o se ocasionaren en sus establecimientos.158

Como se puede apreciar, las disposiciones reiterativas en cuanto a la normatividad impuesta fueron la segunda y la tercera, resultando novedosa, pero no por eso menos obvia, la cuarta, en la que se exigía a los pulqueros avisar cualquier incidente que ocurriese en sus establecimientos. Al volverse cada vez más comunes los delitos ocurridos en las pulquerías, en 1872 Prisciliano Castro en representación del Supremo Tribunal de Justicia envió un comunicado dirigido tanto al gobernador del estado como al jefe político de la capital, exponiéndoles que al revisar los procesos remitidos por los jueces inferiores “ha notado que los delitos de heridas y homicidio que se cometen casi diariamente en esta Capital, son ocasionados en su mayor parte por las reuniones y juegos que se permiten en el interior de las pulquerías, con notable infracción de los bandos de policía”, recordándole a dichas autoridades que su deber no sólo se limitaba a castigar los delitos cometidos, sino que además se extendía a prevenirlos, por lo que solicitaba que el gobernador “se sirva dictar las providencias que estime convenientes, a fin de que se eviten en lo posible los

158

AHESLP, Ayto. 1868.8, exp. 50, junio 4 de 1868. Las cursivas son mías. Manuel Muro describe un fragmento del episodio concerniente a la relación del ejército francés y “El Cariño”, Muro, Manuel, Op. Cit., tomo III, p. 431.

63 males de que se trata”.159 Ambas autoridades dieron respuesta de haber recibido el comunicado y anunciaron que harían todo lo necesario por que se cumplieran las disposiciones para prevenir los desórdenes en las pulquerías. Un par de años más tarde, el munícipe Manuel Madaber propuso que se pusiera “remedio en lo posible de los escándalos y abusos que se cometen en las pulquerías”, exponiendo en su propuesta lo siguiente: Nombre una comisión compuesta de tres regidores para que a la mayor posible brevedad acerque al Jefe Político de la Capital con el fin de excitarlo para que en objeción de la moralidad y buena policía de la Ciudad, dicte con oportunidad medidas eficaces que corten de raíz los abusos que diariamente se cometen en las pulquerías.160

Nuevamente, el problema que preocupaba a los encargados de preservar el orden era velar precisamente porque éste se mantuviera; las legislaciones, como se ha visto, no combatían el consumo y venta de bebidas alcohólicas, las permitían siendo su principal interés preservar la moral que se veía afectada en espacios como las pulquerías. Sin embargo, en San Luis Potosí, una práctica que estuvo latente en la mira de la prensa durante la época porfiriana fue la relación entre el juego y la embriaguez. Como se ha mostrado hasta aquí, los juegos de azar 161 al interior de las pulquerías fueron una constante preocupación para las autoridades desde el periodo virreinal y como ha constado fue una actividad que resultó inevitable aun al finalizar el siglo XIX debido a que estaba íntimamente arraigada a la convivencia en las pulquerías, representado incluso una forma de vida y un medio de subsistencia para los clientes de los expendios. El ataque contra el juego era emitido desde el periódico conservador y de oposición al régimen del gobernador del estado Carlos Díez Gutiérrez, El

159

AHESLP, SGG, 1872.2, exp. sin clasificar, Expediente del Tribunal de Justicia para que se vigilen las pulquerías de la capital en donde se cometen diariamente delitos de heridas y homicidios, noviembre 15 de 1872, f. 2 fte. y vta. 160 AHESLP, Ayto., 1874.11, exp. 17, Pulquerías. Sobre que se corrijan los abusos que en ellas se cometen, marzo 3 de 1874, f. 1 fte. 161 Para profundizar sobre los juegos de azar durante el virreinato, véase Lozano Armendares, Teresa, “Los juegos de azar. ¿una pasión novohispana? Legislación sobre juegos prohibidos en Nueva España siglos XVIII” en Estudios de historia novohispana, no. 11, 1991, p. 155-181.

64 Estandarte, cuyo responsable era el licenciado Primo Feliciano Velázquez. El discurso por parte del medio informativo en contra del juego iba desde proponer la “persecución y castigo de los jugadores de suerte o de azar”, hasta quejarse amargamente de la “inmoralidad del juego y de la trascendencia de sus fatales consecuencias”, aceptando incluso que “no hay grandes esperanzas de que sea perseguido el juego durante la administración actual”; firmes en su postura, los redactores del periódico fueron tajantes al afirmar: “Erróneas nos parecen las acepciones con que muchas veces se defiende lo más inmundo que puede existir, como son los vicios”, y sin perder la esperanza recordaron que “el deber del gobierno está en combatir el desarrollo de la maldad”.162 Pero dentro de toda esa campaña en contra el juego, los vicios y la inmoralidad por parte de El Estandarte hubo una nota bastante reveladora en la que en un tono sarcástico sugerían que un medio de salvar la “terrible crisis por que atraviesa el Ayuntamiento” era una caja de fierro que había en la jefatura política a la que entraban “muchos centenares de pesos que podríamos llamar el producto del crimen o del vicio”. Sostenían que en esa caja entraba el producto del disimulo, que era el término empleado para referirse al soborno, el equivalente el día de hoy a la mordida, o lo que era lo mismo: la tolerancia al juego; entrando además en dicha caja las multas impuestas a los ebrios consuetudinarios u ocasionales, así como también las “pensiones impuestas a las prostitutas” y finalizaban afirmando con aire de profetas que “si se decretara que todos los fondos dichos deben ingresar a las arcas municipales, sería una ayuda de muchísima consideración para el R. Cuerpo”.163 Entre otros motivos, el fin de combatir el “vicio” del juego, era porque los jugadores “se dedican también al repugnante vicio de la embriaguez”, y un ejemplo de eso se podía encontrar en la 5ª calle de Pañúñuri, donde frente a una tienda llamada “La Escondida” “a todas horas del día se verán grupos de muchachos jugando a la pica”, siendo lo más alarmante que cerca de allí estaba la pulquería de “El Pinacate” y “otra cuyo nombre no recordamos”, en las cuales, 162

“El juego” en El Estandarte, año I, no. 58, agosto 13 de 1885; “El juego” en El Estandarte, año I, no. 60, agosto 20 de 1885. 163 “Otro Recurso” en El Estandarte, año II, no. 111, febrero 14 de 1886.

65 según decían, a dichos muchachos “de cuando en cuando se les verá apurar sendos apastes de pulque” y finalizaban lamentando que “al fin lo que al principio era un inocente juego, se convierte en medio a propósito para favorecer el vicio de la embriaguez”.164 Esa sucesión de vicios, conduciendo uno a otro cada vez más nocivo, bien la ejemplificaron Joaquín Miranda y Juan Cortés, quienes en lugar de trabajar solían pasar su tiempo embriagándose con pulque y jugando a la rayuela, hasta que en una ocasión “en una tirada hizo Cortés un cuatro que no le pareció perfecto a Miranda y por esa sencilla razón brillaron los puñales hasta que cayó en tierra el autor del malhablado cuatro”.165 Este caso tan sólo es una pequeña muestra de los muchos en los que una simple partida de juego bajo los efectos del pulque fue motivo suficiente para que los contrincantes se hicieran de palabras antes de pasar a los golpes y culminando muchas veces su riña con la muerte de uno de los implicados, pero sobre esto se profundizará en el siguiente capítulo. Hacia 1890, las disposiciones emitidas casi veinte años atrás, al parecer, habían sido olvidadas o seguramente ignoradas tanto por los clientes como por los propietarios de las pulquerías, pues en una nota con fecha de cuatro de octubre de ese mismo año, el periódico El Estandarte se quejaba de que “en varios puntos de la ciudad se encuentran las pulquerías, y en ellas se pasan el día y aun la semana los obreros juntamente con los vagos”, no solamente bebiendo sino también jugando a “la rayuela, la pítima y a los naipes” y se hacía las siguientes preguntas: “¿Por qué la Jefatura no prohíbe la permanencia de los concurrentes? ¿Por qué no ordena que se expenda el pulque sin permitir la entrada al interior del despacho como hoy se hace?”, es decir, cuestionaba a la autoridad por la falta de las mismas normas que se estuvieron repitiendo desde el virreinato, lo que reafirma que los considerados “malos hábitos” estaban irremediablemente arraigados en las pulquerías y no había bando que pudiera ya erradicarlos, ni siquiera evitarlos. El periódico concluía agregando que “tales disposiciones no

164

“El juego” en El Estandarte, año VIII, no. 752, diciembre 4 de 1892. Las cursivas son del original. 165 “Riña y heridas” en El Estandarte, año V, no. 482, octubre 10 de 1889. Las cursivas son del original

66 implicarán un abuso, porque bien pueden tener el mostrador junto a las puertas, para que no haya espacio en que estén los adictos a Baco” y consideraba conveniente también “que la Jefatura prohíba las penas pecuniarias, dejando sólo las corporales y aplicándolas progresivamente a los infractores”, es decir que en lugar de cobrar multas se obligase a los infractores a trabajar en alguna de las diversas obras que estaban bajo el cargo del gobierno, subrayando que “las penas pecuniarias no dan resultado bueno para moralizar, porque sabiéndose que por medio de una multa se salvan”.166 Atendiendo a las quejas por los desórdenes que se producían, en 1895 el jefe político ordenó que las pulquerías de los barrios cerraran a las seis de la tarde y las localizadas en el centro de la ciudad a las siete.167 Tal diferencia de horarios se debía a que era más fácil mantener el control en los establecimientos más céntricos, pues había mayor vigilancia por parte de los gendarmes en ese punto. No obstante, aún durante los veintiún años que duró la administración del gobernador Carlos Díez Gutiérrez, incluidos los cuatro años en que estuvo fuera de tal cargo ocupándolo su hermano Pedro (1880-1884), los mismos problemas se mantuvieron latentes en las pulquerías e incluso durante los primeros meses del gobierno

del

señor

Blas

Escontría

continuaban

siendo

una

verdadera

preocupación para los observadores de la época, quienes le habían otorgado la confianza de que corregiría los vicios impregnados en la clase menesterosa potosina,

pues

inmediatamente

iniciado

su

cargo

suprimió

los

“bailes

escandalosos”, así como “los llamados puestecitos en las fiestas públicas especiales para los obreros y demás gente de condición humilde”, representando esto un “remedio a los males frecuentes que ocasionaban a ésta, bajo los diferentes aspectos que ofrecía su inclinación a la vagancia y al vicio”; y finalmente suprimió el juego. Entonces ¿por qué no confiar en que el nuevo gobernador también erradicaría el vicio de la embriaguez propiciada en las pulquerías?

166

“Deberes de las autoridades.—Los jueguitos.—Sus concurrentes.—El actual jefe político.—El ex jefe político Montero.—Los obreros.—Las tabernas.—La necesaria prohibición y el remedio” en El Estandarte, año VI, no. 136, octubre 4 de 1890. 167 “Providencias de policía” en El Estandarte, año XI, no. 1582, noviembre 16 de 1895.

67 Precisamente por esa misma esperanza que se tenía en el señor Escontría, los observadores no repararon en solicitar: […] lo necesario que fuera que cantinas y pulquerías quedaran sometidas a una vigilancia estricta, a efecto de impedir la estancia permanente en ellas de no pocos miembros de la clase obrera y a veces hasta de la mujer e hijos de éstos, que no pueden menos de contagiarse, si es que no lo están lo que sería raro, con el ejemplo que reciben.168

Sin embargo, pasarían varios años para que se tomaran al fin medidas drásticas para combatir la embriaguez, atacando de raíz lo que suponían era el origen de tan arraigada enfermedad social: las pulquerías. Entonces, no fue hasta el 12 de febrero de 1907 cuando “se puso en ejecución la disposición de policía que manda clausurar las cantinas y pulquerías de los barrios”,169 no obstante, indagar sobre cómo y por cuánto tiempo operó tal disposición en la ciudad, rebasa los límites temporales de este estudio, pero es muy probable que no haya operado por mucho tiempo, pues existe evidencia hemerográfica y documental que muestra la actividad de pulquerías en los años inmediatos.

2.3. El derecho de patente y el arte de la corrupción Así como desde el virreinato preservar el orden al interior de las pulquerías preocupó a las autoridades, también desde entonces cobró considerable interés la cuestión fiscal en torno a aquellas tabernas. No transcurrió mucho tiempo para que aparecieran las primeras legislaciones que asignarían impuestos a esos establecimientos. Fue en la década de 1660 cuando el virrey duque de Alburquerque dio al ayuntamiento de la ciudad de México la autorización para que cobrara un impuesto por el pulque introducido en la ciudad y de esta manera en 1668 se creó el “estanco del pulque”.170 Según José Jesús Hernández Palomo, tanto en la ciudad de México como en las demás ciudades donde se estableció la renta del pulque, éste se estipuló en 12 reales la carga o un real por arroba.171

168

“La clase obrera y el pauperismo” en El Estandarte, año XIV, no. 2408, octubre 8 de 1898. Las cursivas son del original. 169 “Clausura de cantinas” en El Estandarte, año XXIII, no. 4824, febrero 13 de 1907. 170 Viqueira Albán, Juan Pedro, Op. Cit., p. 173; Sánchez Santiró, Ernest, Op. Cit., p. 72. 171 Hernández Palomo, José Jesús, Op. Cit., 1979, p. 62.

68 Desde esa época, la administración del asiento del pulque recayó en particulares, pero la corona al ver la gran demanda que había de la bebida por parte de los grupos indígenas y las castas, dicha administración volvió a depender del gobierno español en 1763, lo cual también fue motivado por la aplicación de las reformas borbónicas.172 Un cambio significativo respecto a la renta del pulque, se observa en el decreto de cinco de octubre de 1821, en el que apareció reducida la tasa a la mitad de lo que estaba estipulada, es decir, a medio real la arroba de pulque o seis granos la carga. Esa decisión fue ratificada por el congreso en 1822. Sin embargo, el 14 de agosto de ese mismo año, por acuerdo del Congreso Constituyente, el pulque fino fue gravado con 9.3 granos la arroba y el de segunda, también conocido como tlachique, con 5.3 granos la arroba.173 Así la situación, en materia de gravar la bebida, el panorama en San Luis Potosí durante el siglo XIX fue muy similar y el 11 de noviembre de 1824—recién instalada la primera Constitución Política Nacional—se expidió un decreto titulado Sobre alcabala impuesta al pulque, en el que se leía que “tanto el pulque blanco de maguey, como el colorado de tuna, se sujeten al pago de alcabala á razón de un doce por ciento”. Dicho impuesto iba a ser cobrado por las respectivas aduanas de cada pueblo o lugar.174 A los pocos años de haberse elaborado aquél decreto, según el historiador potosino Sergio Alejandro Cañedo Gamboa, en 1827 “en el presupuesto de la tesorería general del Estado, se consideraba un ingreso de 200 pesos por concepto de los “pulques blancos” [es decir los “puros” o “finos”] y 500 por las pulquerías”.175 Quizá esa movilización por el cobro de impuestos durante los primeros años de vida independiente en México obedeció a la necesidad por reorganizar y estabilizar el naciente país o para saldar los gastos que la guerra por

172

Rendón Garcini, Ricardo, Op. Cit., 1990, p. 128. Sánchez Santiró, Ernest, Op. Cit., pp. 80 y 83. 174 AHESLP, Colección de Leyes y Decretos (en adelante CLD), Decreto no. 13, noviembre 11 de 1824. El mismo decreto se encuentra citado en Cañedo Gamboa, Sergio Alejandro, “El congreso potosino y la ardua tarea de organizar un estado, 1824-1848” en Sergio Alejandro Cañedo Gamboa Et. Al., Cien años de vida legislativa. El congreso del Estado de San Luis Potosí 1824-1924, México, El Colegio de San Luis, A. C./H. Congreso del Estado, 2000, p. 58, aunque el autor señala el decreto con el número 16. 175 Cañedo Gamboa, Sergio Alejandro, Ibídem. 173

69 la independencia había dejado a su paso y qué mejor que hacerlo gravando uno de los productos de mayor consumo entre el pueblo. Como en el citado decreto número 13 de 1824 no se especifica el aumento del cobro del doce por ciento sobre qué tasa, se puede suponer que el impuesto osciló alrededor de la cifra señalada en 1822. De esta manera, en 1848—a escasos dos meses de firmarse los tratados de paz entre los gobiernos de México y Estados Unidos, tras las pretensiones de invasión por parte del segundo país— hubo un incremento en el valor del pulque introducido a las capitales de los departamentos del estado, exigiéndose así 12 granos por arroba al fino y nueve granos por arroba al gordo o tlachique. Además, en la misma disposición se señalaba que “en los demás lugares se exigirá indistintamente, á toda clase de vendedores un doce y medio por ciento sobre el valor del pulque fino, y un seis y cuarto del ordinario”.176 Durante el imperio de Maximiliano de Habsburgo, en 1865, creyendo preciso el emperador “aumentar algunos impuestos para cubrir los gastos del tesoro real” y considerando que “el pulque, que antes pagaba hasta dos reales de alcabala, solo adeuda hoy diez centavos donde más”, se decretó un aumento a ese producto, no sin dejar de advertir que “no tendrá influencia sensible sobre el precio pagado por el consumidor que no abuse de esta bebida” y por tanto, en dicho decreto se exigía “por derecho de alcabala [el impuesto a los productos de la tierra], en todas las poblaciones del imperio, á la introducción del pulque fino, diez y seis centavos por arroba” y que “en los lugares en que no sea posible ejecutar el cobro de la manera indicada, se hará por medio de igualas o relaciones juradas sobre las ventas o consumo”.177 San Luis Potosí, al no ser un lugar en el que se introdujeran grandes cantidades de pulque como en las poblaciones a donde se transportaba desde las haciendas pulqueras, seguramente el cobro se tasó conforme al producto vendido y consumido.

176

“Art. 41. Derecho sobre el pulque” en Periódico Oficial La Época, tomo III, no. 220, abril 15 de 1848; AHESLP, SGG (Impresos), 1844 (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, marzo 29 de 1844, 1 f. 177 “Derechos al pulque” en Periódico Oficial La Restauración, tomo 1, no. 18, abril 23 de 1865.

70 Para cumplir con lo dispuesto en el decreto anterior, la oficina encargada de recaudar la alcabala impuesta se valió de dos comisionados para cobrar las cuotas asignadas, también conocidos como “cobradores de pulquerías”. 178 Los responsables de efectuar el cobro a los contribuyentes fueron Esteban Rivera y José María González, quienes en el mes de junio del mismo año de 1865, apenas a un par de meses de haberse creado el puesto del empleo que ostentaban, se acercaron al administrador principal de rentas del departamento para informarle que: […] los causantes del espresado [sic.] derecho residentes de las villas subirbias [Sic.] de esta Capital resisten el pago manifestado; que los jueces de paz o presidentes de los respectivos Ayuntamientos, les han dicho que la Aduana no tiene que hacer el cobro mencionado impuesto y que ellos deben recoger los pagos para enterarles después […179]

Bajo el argumento de que “la recaudación de estos productos no se interrumpa por tan extraña intervención”, el mismo administrador de rentas solicitaba al jefe político que ordenara a los funcionarios mencionados “no sólo que se abstengan de oponerse al cobro de que se trata, sino que cuando sea preciso concilien a los listados comisionados para que se practique en los términos regulares”.180 Esta situación es un claro ejemplo de la falta de comunicación y coordinación entre las autoridades de las diversas instancias. Es un caso particular en el que es fácil apreciar cómo una disposición emitida por la máxima autoridad, es decir, el emperador, era pasada por alto por los funcionarios de menor rango: los jueces de paz y los presidentes de los ayuntamientos o barrios. A pesar de haberse creado el cargo del cobrador de pulquerías durante el segundo imperio, los documentos muestran que tal puesto continuó vigente hasta

178

Finalmente el “cobrador de pulquerías” no era más que un cobrador de impuestos cobrando un producto específico. Sobre el cobrador de impuestos en la historia de México, Luis Aboites Aguilar y Luis Jáuregui, señalan que “en México se ha estudiado poco”, véase Aboites Aguilar, Luis y Luis Jáuregui, “Introducción” en Aboites Aguilar, Luis y Luis Jáuregui (coords.), Penuria sin fin. Historia de los impuestos en México siglos XVIII-XX, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2005, p. 11. 179 AHESLP, Ayto. 1865.10, exp. 34, junio 24 de 1865, 2 ff. 180 Ibídem.

71 1886 y, como se verá en el cuarto capítulo, dicho personaje no era muy apreciado por las pulqueras, quienes en más de una ocasión se quejaron de la manera en que desempeñaba su trabajo. El sueldo mensual de ese empleado del ayuntamiento en 1879 era de doce pesos, es decir que en el presupuesto de egresos de los meses de febrero a diciembre de ese año estaba contemplado pagársele $ 132.00. En 1883 su sueldo ascendió a $ 240.00 anuales y así se mantuvo hasta 1886. La categoría que ocupaba su puesto en la oficina de la tesorería municipal era el doceavo de entre quince, ganando quien poseía el puesto más alto, es decir el tesorero municipal, $ 1, 200.00 anuales y el mozo de oficios, con el salario más bajo, $ 96.00 al año.181 Hasta aquí, todo lo expuesto sirve de antecedente

para hablar a

continuación acerca de un proceder con ciertas irregularidades por parte del ayuntamiento a lo largo de la década de 1880: el cobro al derecho de patente. Las patentes eran un impuesto de tipo indirecto, es decir, éste correspondía al gravamen a la propiedad y estaba destinado a las actividades profesionales, y giros industriales y mercantiles, perteneciendo a los últimos las pulquerías.182 Según María José Rhi Sausi Garavito, las patentes nunca dejaron de cobrarse durante el siglo XIX. Respecto a las pulquerías, la afirmación anterior la confirma una solicitud hecha el cuatro de enero de 1868 por la señora María Florencia López, quien recientemente había abierto la pulquería “El Teposán” en la décima manzana del antiguo cuartel 2º, en la plazuela de San Juan de Dios, y a cuyo establecimiento se le había asignado la patente número 167, pero como no podía cubrir la cuota impuesta pidió que “se me considere en el mínimo grado [de la asignación] por ser mi único andamio con que cuento para atender y cubrir los gastos de una

181

AHESLP, Ayto. 1879.6, exp. 36, Presupuesto de egresos para los meses de febrero a diciembre del corriente año, enero 29 de 1879; 1882.7, exp. sin numerar, Presupuesto de Egresos del Municipio de la Capital para el año de 1883, diciembre 2 de 1882; 1885.6, exp. 37, Presupuesto de ingresos y egresos del Ayuntamiento para 1886, diciembre 3 de 1885. 182 Rhi Sausi Garavito, María José, “„¿Cómo aventurarse a perder lo que existe?‟. Una reflexión sobre el voluntarismo fiscal mexicano del siglo XIX” en Aboites Aguilar, Luis y Luis Jáuregui (coords.), Op. Cit., p. 126.

72 numerosa familia a quien sostengo y mi anciana madre en su edad avanzada”. 183 Esta es la evidencia más antigua que tengo registrada del cobro de patente a una pulquería. Dentro del periodo que comprende este estudio, la patente a pagar por las pulquerías estaba especificada en la Ley de Hacienda del Estado para 1878 en el Capítulo Segundo, Artículo 11, incluidas dentro de los “almacenes, tiendas de mayor y menor, expendios de bebidas embriagantes y demás giros y establecimientos industriales de todas clases”, manifestando que “pagarán desde el primero de marzo próximo una contribución mensual que les asignarán los respectivos ayuntamientos, entre el máximun de veinte pesos y, mínimum de veinticinco centavos”, añadiéndose en el Artículo 12 que todos los giros y establecimientos de los que hablaba el artículo anterior, pagarían durante el primer bimestre del año la misma cuota asignada el año anterior. Asimismo se especificaba

en

dicha

ley

que

“el

presidente

de

cada

municipalidad,

inmediatamente después de publicada esta ley, mandará levantar padrones de todos los giros y establecimientos industriales de su respectiva comprensión”, una vez hecho eso, cada presidente municipal estaría asociado de dos munícipes de la misma corporación y asignarían las cuotas correspondientes; por último, el ayuntamiento nombraría un jurado de vecinos, “que no baje de tres ni exceda de siete, para que haga la revisión de aquellas

cuotas con las cuales no se

conformen los contribuyentes á quienes se les concederá el término de cuatro días para que reclamen, contados desde la fecha en que se publiquen las listas”. 184 En la misma ley de hacienda, pero correspondiente a 1878, la “cuotización” [Sic.] aumentó al doble: de ser 25 centavos el mínimun a pagar el año anterior, para 1878 aumentó a 50 centavos, dejando que los ayuntamientos juzgaran lo conveniente para asignar el máximun.185 No obstante, en ese año aparece la primera irregularidad concerniente a la asignación de impuestos, pues el 20 de febrero del mismo, el gobernador Díez Gutiérrez firmó un Reglamento en el que se 183

AHESLP, Ayto. 1868.6, exp. 22, Florencia López manifiesta haber abierto establecimiento de pulquería en el Cuartel 2º, Manzana 10ª, Plazuela San Juan de Dios y pide se le asigne en la patente el mínimo de la cuota, enero 4 de 1868, 2 ff. 184 AHESLP, CLD, Ley de Hacienda del Estado para 1877, enero 14 de 1877. 185 AHESLP, CLD, Ley de Hacienda para 1878, enero 30 de 1878.

73 especificaba que, respecto al pago de la patente, “los giros y establecimientos no deben reportar ya ese gravamen según la ley de ingresos del año actual” y en la parte donde se señalaba cuáles eran los giros comerciales aparecían las pulquerías,186 es decir, éstas no tenían que pagar la patente y sin embargo, en la misma fecha y dentro de la misma ley se publicó un modelo de lista a la cual había que apegarse para señalar la cuota que pagarían los giros mercantiles o los establecimientos industriales, señalándose incluso lo siguiente: A los contribuyentes que presentaron su manifestación en tiempo oportuno y no estén conformes con la cuota que se les haya asignado según la presente lista, se les advierte que tienen el plazo de cuatro días para ocurrir a reclamar ante el Jurado revisor de la Cabecera.187

Para fortuna de esta investigación el tipo de establecimiento utilizado para ejemplificar el modelo de la lista fue una pulquería. A continuación se reproduce el modelo de la lista elaborado por el jurado calificador:

Cuadro 1. [Modelo de] Lista de las cuotizaciones hechas por el Jurado Calificador á los Giros Mercantiles y Establecimientos Industriales de esta Municipalidad. Cuota Ubicación Giro

del o

Establecimiento

Número de la manifestación

Nombre del Giro o

Clase

Establecimiento

Nombre dueño

del

asignada por

el Pesos Centavos

Jurado Calificador

Calle de San Juan

17

Los Dioses se Van

Pulquería

Miguel Serrano

Ocho Pesos 8

0

188

Finalmente lo que confirma que el cobro se efectuó son los testimonios de algunas propietarias de pulquerías que se quejaron de la patente con que fueron asignados sus establecimientos, siendo en total siete,189 es decir cinco menos de las quejas que el ayuntamiento recibió por el mismo concepto en 1877,190 sin

186

AHESLP, CLD, Ley de Hacienda, febrero 20 de 1878. Ibídem. 188 Ibídem. 189 AHESLP, Ayto., 1878.3, exps. 14 y 25, marzo 5, 6, 7; abril 7; mayo 8 y 24 de 1878. 190 AHESLP, Ayto., 1877.5, marzo 27 y mayo 2 de 1877; 1877.10, exp. 19, abril 10, 11, 20; junio 26; julio 3; agosto 4; septiembre 4, 11 y octubre 2 de 1877. 187

74 embargo en ese año sí quedó clara la cuota que habrían de pagar. Sobre esas solicitudes y las que a continuación se enunciarán en este apartado, se profundizará en el cuarto capítulo, pues son una fuente interesante no sólo para entender la economía de las pulquerías, sino también parte de la cotidianidad de sus dueñas, quienes protagonizan dicho capítulo. Entre los años de 1879 y 1881, no hubo cambios en la cuota de patente sobre pulquerías, sin embargo sí hubo quejas por parte de las pulqueras, principalmente en 1881, recibiéndose únicamente tres solicitudes pidiendo la rebaja de la asignación impuesta.191 Hasta aquí todo funcionaba con cierta normalidad, claro, dentro de lo confuso y contradictorio que pudieran parecer las asignaciones, pero es a partir de 1882 cuando las irregularidades son más notorias e incluso éstas dejan entrever que en los años sucesivos la corrupción o, utilizando el concepto de la época, el disimulo fue una práctica constante. En el artículo 193, fracción V, de la Ley de Hacienda para 1882 queda señalado de manera clara que “no pagarán derecho de patente: las fábricas de pulque y de cal, los lavaderos, lecherías y pulquerías” 192, y sin embargo, en ese año el ayuntamiento recibió trece ocursos que pedían la rebaja de la cuota de patente,193 mismos que confirman que las propias autoridades municipales pasaron por alto las disposiciones del gobierno estatal y, además de cobrar la patente de manera ilícita, la aumentaron, pues en los años en que hubo mayor demanda para que se rebajara el monto de la asignación ésta había aumentado considerablemente. La misma disposición de no cobrar la patente a las pulquerías continuó publicándose en la ley de hacienda respectiva hasta 1889 y a pesar de esto, existe evidencia de que se estuvo cobrando, pues en ese lapso—1883-1889—hubo varias personas que se quejaron de la cuota que se les asignó.194 191

AHESLP, Ayto., 1881.5, marzo 26, junio 28 y agosto 5 de 1881. AHESLP, CLD, Ley de Hacienda para 1882, noviembre 19 de 1881. 193 AHESLP, Ayto., 1882.7, febrero 8; marzo 1º, 2, 3, 4, 6, 20 y 28 de 1882. 194 AHESLP, Ayto., 1884.6, febrero 12 de 1884; 1886.8, junio 22 de 1885; 1886.8, julio 7 de 1886; 1887.6, enero 10 de 1887; 1888.5, agosto 30 de 1888; 1889.2, enero 14 de 1889 y SGG, 1889.2, enero 25 de 1889. 192

75 Como era de esperarse, quienes se encargaron de abrir la polémica en torno a tan irregular forma de proceder fueron los redactores de El Estandarte. En 1888 se publicó en dicho periódico un extenso artículo titulado “El derecho de patente”, en el que se trataba el tema de la patente de manera general, pero en lo concerniente a las pulquerías se quejaban de que la ley de Hacienda del estado […] declara exceptuadas de tal impuesto a las fábricas de pulque y a las pulquerías, cuando es notorio que fábricas hay que tienen repartidas por la ciudad tres, seis y hasta más expendios; y abundan en nuestro mercado y por los barrios pulquerías que son foco de inmoralidad y destrucción; como si la ley hubiera querido poner el vicio de la embriaguez hasta el alcance de los más infelices, y fomentar la mala inclinación de nuestro pueblo a las bebidas alcohólicas.195

Este fragmento de la nota es un indicador de que los críticos del gobierno, a pesar de estar aparentemente al tanto de las acciones de las instituciones, nunca se enteraron de que la oficina recaudadora de impuestos estuvo cobrando la patente a las pulquerías aún cuando oficialmente ese cobro era improcedente. Los redactores del periódico, si hubieran sabido que dicho cobro se estuvo efectuando de una forma evidentemente corrupta, seguramente se habrían escandalizado y publicado un artículo mucho más incisivo. De cualquier forma esto sirvió para que dos años más tarde el gobierno reasignara—oficialmente—el cobro del derecho de patente a las pulquerías y una vez restablecido éste, esas tabernas quedaron asignadas como sigue: las de primera clase pagarían ocho pesos mensuales, las de segunda, seis; las de tercera y cuarta, cuatro y dos pesos respectivamente; y por último, las de quinta pagarían únicamente un peso al mes. 196 No considerando suficiente esa disposición, en mayo de 1890, las autoridades también gravaron con el mismo impuesto a los puestos ambulantes de pulque, justificándolo de la siguiente manera: Con motivo del impuesto de patente a las pulquerías, muchas se han cerrado, y en cambio hay expendios ambulantes de este artículo, en tan grande cantidad, que no es posible ni calcularlo; porque no hay calle, plaza ni paseo por donde no se

195

“El derecho de Patente” en El Estandarte, año IV, no. 335, mayo 6 de 1888. AHESLP, CLD, Ley de ingresos y presupuesto de egresos para el año de 1890, San Luis Potosí, Tipografía de la Escuela Industrial Militar, 1890, pp. 50-51, 54 y 66. 196

76 encuentre, ya en la puerta de una tienda, en un zaguán en la calle, en los paseos y en todas partes.197

Añadiendo además que al estar operando sin ningún gravamen esos puestos, y como resultado del cobro impuesto a los establecimientos fijos, muchos se quitaron o simplemente no pagaron y por esto fueron clausurados. Al recibir esa comunicación por parte de la Secretaría de Gobernación, la Comisión de Plazas y Mercados del Ayuntamiento respondió que, efectivamente, el Municipio estaba cobrando la cuota fijada a los puestos de pulque en las tarifas aprobadas por el ejecutivo del estado, pero que sin embargo ese cobro no remediaba “el abuso que los pulqueros cometen defraudando a la Hacienda Pública” y por tanto solicitaban que se autorizara al ayuntamiento “para que grave los puestos de pulque amovibles, con una cuota mayor”.198 No obstante, no fue sino hasta 1896 que se publicó una lista en la que aparece la asignación respectiva hecha a cada dueño o dueña de las pulquerías registradas en la ciudad, lamentablemente, como se verá a continuación, en la lista únicamente aparece el nombre del dueño sin el de la pulquería a la que representa, además, cabe aclarar que la cifra que aparece a un lado del nombre del propietario es la cuota diaria—en centavos—a pagar:

197

AHESLP, Ayto., 1890.5, exp. 3, Derecho de patente: previene el Gobierno se haga efectivo este cobro a los puestos ambulantes de pulque, mayo 18 de 1890, ff. 1 fte. y vta. 198 Ibid., f. 2 fte.

77 José María Romero Facundo Romero Tomás Ibarra Francisca de la Cruz Antonio Escobedo Gabriel Basurto Ana Rivera Manuela Monjarás Facundo Romero Marciala Montiel Anacleta Pardo Concepción Ramírez Julián Rocha Luisa Carrizales Dominga Martínez Mariana Rivera Sostenes Niño Florencio Ibarra Marciano Reyes Ascensión de la Cruz Dionisia Rivera Hilaria Salazar Tomasa Rodríguez Filomena López Macaria González Abundia Alva Refugio Martínez Adelaida Ibrra Rosa Contreras Petra Alvarez Marciala Rodríguez Bonifacia Pardo Juliana Jara Guadalupe Fernández Ursula Alvarez Luisa Ibarra Mucia Ojeda Concepción Aldana Dionisia Rutiaga Teodora Estrada Romualda Ruiz Marta Pérez Aurelio Mejía Angela Miranda Margarita Pérez Lorenzo Ibarra Manuela de la Cruz

$.75 $.60 $.40 $.35 $.25 $.18 $.18 $.12 $.12 $.12 $.12 $.12 $.9 $.9 $.8 $.8 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.6 $.5 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4

Paula Blanco Simona Zapata Plácida Rodríguez Facunda Pastrano Genoveva Jara Cleta Sánchez Magdalena Carrizales Santos Hernández Feliciana Pérez Reyes Blanco Rita Niño Luz Hernández Patricia Oviedo Rosalía Pardo Agustina Vásquez Jesús Muñiz Angela Carrizales Anselma Aguilar Estéfana Rodríguez Francisca Ramos Felícitas Ramos Máxima Gallardo Paula Parra Felícitas Tavera Fernanda Morales Gabina Macías Ricarda Carrizales Narcisa Escalante Feliciana Hernández Román Salas Cristina Ruiz Carmen Reyes Agapita Candia Petra Piña Reyes Esquivel Gertrudis Sierra

199

$.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.4 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3 $.3199

“Administración principal de rentas” en El Estandarte, año XII, no. 1685, marzo 27 de 1896. Cabe señalar que la lista está ordenada de mayor a menor asignación de los establecimientos.

78 Como se puede observar, las cifras con que mayoritariamente fueron gravadas las pulquerías oscilaron entre los tres y los seis centavos diarios, lo que indica que la categoría predominante en los establecimientos existentes en ese año estuvo alrededor de la última, pues las pulquerías que pagaban tres centavos diarios, al mes eran cerca de 90 y las que pagaban seis, mensualmente la cuota equivalía a un peso con 80 centavos, es decir estaban un poco más por debajo de la última y la quinta categoría respectivamente. Así, en diciembre de 1896 se publicó que para el siguiente año, la tarifa a que tenían que apegarse los pulqueros sería de un peso la cuota máxima y tres centavos la mínima a pagar diariamente.200 A continuación se reproduce otra lista, similar a la antes mostrada, en la que, además de ser útil para ver de qué manera se vieron afectados los establecimientos con la reforma al gravamen entre 1896 y 1897, se puede observar que se redujo—aunque no de manera sustantiva—el número de tabernas, tal y como lo comunicó en 1890 la Secretaría de Gobierno.

200

“Ley de ingresos para el año de 1897” en El Estandarte, año XII, no. 1883, diciembre 16 de 1896.

79 Abundia Alba Adelaida Ibarra Anastasia Domínguez Ana Rivera Anselma Aguilar Anacleta Pardo Angela Miranda Braulio Romero Blasa Esparza Concepción Aldana Cleta Sánchez Carmen Rocha Concepción Ramírez Diega Jacoba Dominga Martínez Eulalio Salazar Esequiel Chávez Estéfana López Facundo Romero (Reforma) Facundo Romero (Guerra) Felícitas Tavera Facundo Romero (América) Genoveva Jara Gertrudis Sierra Ireneo Muñoz Isaac Badillo Juan Alvarez Julia Moreno José Ma. Romero Luisa Estrada Leonarda Rivera Luz Hernández Leona Rivera Manuela Monjarás Mucia Ojeda Mariana Rivera Martiniana de León Martina Pardo Marta Pérez Merced Mendoza Macaria González Marciala Montiel Marciala Montiel Nicanora Rivera Narcisa Escalante Petra Alvarez Patricia Oviedo Plácida Rodríguez Pedro Puente Petra Rodríguez Plutarco Galindo

$0.05 $0.06 $0.05 $0.15 $0.06 $0.08 $0.03 $0.50 $0.04 $0.04 $0.04 $0.05 $0.08 $0.03 $0.03 $0.06 $0.08 $0.06 $0.50 $0.35 $0.06 $0.60 $0.03 $0.03 $0.03 $0.04 $0.12 $0.04 $0.75 $0.06 $0.06 $0.06 $0.03 $0.12 $0.10 $0.08 $0.03 $0.03 $0.04 $0.18 $0.08 $0.08 $0.12 $0.05 $0.03 $0.07 $0.04 $0.05 $0.03 $0.04 $0.08

Ramón Acosta Ramón Zambrano Rosalío Pardo Serapio Beltrán Sabina Ibarra Sebastián Hernández Simón Polo Simona Zapata Teodora Estrada Tomasa Martínez Trinidad Quiles Trinidad Rocha Vicenta Rodríguez Vicenta Goicochea (vino)

201

$0.18 $0.10 $0.03 $0.06 $0.05 $0.06 $0.35 $0.06 $0.05 $0.06 $0.06 $0.08 $0.08 $0.12201

“Administración principal de rentas” en El Estandarte, año XII, no. 1901, enero 9 de 1897. Como puede observarse, esta lista, a diferencia de la anterior, sigue un orden alfabético, aunque no estricto, y aunque en ambas se repite el nombre de Facundo Romero, en la presente sí se especifican cada una de sus pulquerías, cosa que no pasa con las de Marciala Montiel, quizá porque sus establecimientos no tenían nombre y eran conocidos por el de su dueña; asimismo, en el último nombre de la lista aparece entre paréntesis la palabra “vino”, refiriéndose quizá a que allí además de pulque, se vendía vino.

80 Al año siguiente, la tarifa fijada para 1897 se incrementó dos pesos más, es decir, la cuota máxima fue de tres pesos, mientras que la mínima se mantuvo en tres centavos,202 sin embargo es difícil observar si este gravamen afectó a algunos pulqueros orillándolos a cerrar sus establecimientos por el alza en el impuesto, pues en ese año ya no se publicó una lista como las anteriores. Para cerrar con el tema referente a las patentes y tener una idea de las inconsistencias—por demás dudosas, dicho sea de paso—a que estuvieron sujetos los contribuyentes en general a la hora de efectuar su pago correspondiente, cabe hacer mención que en 1897 el gobierno remató a favor de un señor llamado Ladislao Ramírez por ochocientos pesos mensuales, los productos de la patente impuesta a los giros y establecimientos que pagaban una cuota diaria por derecho de patente. Hasta aquí no hay nada de extraño, pero lo preocupante era que dicho personaje era empleado de la Aduana y miembro del Jurado Calificador y lo que alarmaba a la prensa era que “cualquier establecimiento nuevo que se abra en lo sucesivo, o antiguo que no esté conforme con la cuota asignada ha de ser calificado por el mismo encargado de cobrarla, interesado naturalmente en que se pague la mayor cantidad posible” y a dicho sector le parecía “una inmoralidad por parte del gobierno esta clase de contratos celebrados con los mismos empleados de rentas tratándose de productos de impuestos, y más aún siendo el contratista el mismo que en su calidad de Jurado fija el monto del impuesto que se ha de pagar”. 203 Al día siguiente de haberse publicado esta observación por parte de la prensa, el propio señor Ladislao Ramírez acudió a la redacción de El Estandarte a aclarar ciertos puntos. Entre estos, destacaba que “por ese trabajo se le abona el 16 % de lo que recauda, a fin de que de ahí pueda pagar a los agentes o cobradores secundarios”, quienes “por la dificultad de cobrar pequeñas cantidades en lugares distantes y por el tiempo que en ello emplean, sólo quedan medianamente remunerados”. 204 A pesar de esta explicación, no dejaba de parecer extraño lo “redondo” de dicho cargo.

202

AHESLP, CLD, Ley de ingresos para el año de 1898, San Luis Potosí, Tip. de la Escuela I. Militar dirigida por Aurelio B. Cortés, 1897, pp. 22 y 26. 203 “La patente diaria” en El Estandarte, año XIII, no. 1926, febrero 11 de 1897. 204 “La recaudación de patente” en El Estandarte, año XIII, no. 1927.

81

En este capítulo se mostró lo importante que fueron las pulquerías en la vida diaria del pueblo mexicano y en concreto de los habitantes de la ciudad de San Luis Potosí desde los inicios del virreinato hasta finalizar el siglo XIX. Esto lo constata la preocupación latente que hubo durante esos siglos por preservar el orden en su interior, sin que se recurriera a clausurarlas. Pudo responder a dos razones: la primera, que la prohibición definitiva de las pulquerías provocara el descontento del pueblo y esto repercutiera seriamente no sólo en el bienestar social, sino también en la estabilidad política y económica; la segunda razón, y nada desdeñable por cierto, fue la derrama económica que generaron esos establecimientos, por lo cual no convenía a las autoridades, tanto virreinales como las correspondientes al México independiente, clausurar dichos giros. Con lo anterior queda aclarada la importancia económica que representaron las pulquerías, aspecto al que se dedicó casi la mitad de este capítulo y en el que se profundizó durante el periodo de estudio. Finalmente, si se observa bien en las fechas en que se recurrió a la reglamentación de pulquerías o, principalmente, a gravar la bebida y los expendios de la misma durante el siglo XIX, se comprobará que esto ocurría en periodos de inestabilidad política o económica, por no decir periodos de crisis para el país. Esos periodos fueron la década de 1820, cuando el naciente país estaba atravesando por, quizá, el cambio de régimen más importante por el que ha pasado; 1848, después de que México perdió más de la mitad de su territorio y firmó los tratados de paz con los Estados Unidos; mediados de la década de 1860, en plena intervención francesa o periodo mejor conocido como segundo imperio; finales de la década de 1870, que fue el inicio del régimen que tomaría el poder durante los próximos 30 años y que se había propuesto establecer el orden y la paz social de que había carecido el país durante todo ese siglo y así alcanzar el progreso; y finalmente, la última década de esa centuria, cuando dicho régimen, conocido como porfiriato y ya bien consolidado éste, comenzó a su vez su etapa de autoritarismo y clientelismo que caracterizarían el resto del periodo, siendo

82 además para San Luis Potosí una década difícil en la que el desempleo y la mortandad a causa del hambre y las epidemias fueron una constante.

83 3. Pulquerías, criminalidad y violencia en la ciudad de San Luis Potosí Como se mostró en el capítulo anterior, las pulquerías fueron espacios de sociabilidad frecuentados principalmente por la gente del pueblo, que estuvieron sujetos a numerosas reglamentaciones, desde sus inicios en el siglo XVI, debido al temor que infundía en los grupos de élite el hecho de que hubiera congregaciones de gente perteneciente a las clases populares,205 pues se les creía intelectual y moralmente inferiores, que actuaban obedeciendo a sus pasiones y no a la razón, promiscuos y degenerados, así como proclives a la embriaguez y por tanto con tendencias criminales. Lo anterior no estuvo muy alejado de la realidad si se toma en cuenta que la mayor parte de las veces los clientes de las pulquerías bebían hasta perder la razón a consecuencia de los efectos de la bebida y por tal motivo actuaban siguiendo sus impulsos, ya fuera para buscar con quien tener relaciones sexuales o pelear por malos entendidos provocados por un gesto o una palabra, quizá no mal intencionados, pero que provocaban la ira de quien se sentía aludido, máxime si estaba alcoholizado. Para poder entender esas acciones provocadas por la pasión más que por la razón, en este capítulo se analizarán los actos de violencia también considerados como delictivos al interior de las pulquerías. Más que tratar de explorar dentro del aparato judicial o institucional que normaba la conducta de los individuos, se estudiarán esos comportamientos desde una perspectiva social y cultural, es decir, indagar dentro el contexto social de cada uno de los “protagonistas” del capítulo y entender las prácticas culturales al interior de las pulquerías para poder ofrecer una explicación sobre el motivo que provocaba— más allá de la bebida—enfrentamientos que muchas veces cobraron la vida de alguno de los implicados. Para esto, primero se hará una breve revisión de algunos de los principales conceptos que contiene el capítulo y posteriormente se abordará a los observadores de la época, quienes en su mayoría pertenecían a las clases media y alta, congruentes con el discurso predominante en la época que consideraban como seres inferiores a la gente del pueblo, y la opinión que 205

Di Tella, Torcuato S., “Las clases peligrosas a comienzos del siglo XIX en México” en Desarrollo Económico, vol. 12, no. 48, enero-marzo, 1973, p. 781.

84 plasmaron sobre la violencia y la embriaguez no favoreció en mucho a aquellas personas que frecuentaban las pulquerías, hasta llegar a los estudios de caso de riñas que provocaron lesiones, heridas y la muerte de mucha gente en esos lugares de convivencia durante los primeros 20 años del porfiriato.

3.1. Algunos conceptos en torno al alcoholismo y la criminalidad Han sido muchos los autores que han trabajado el tema de la criminalidad principalmente y en relación a éste, sus estudios los han llevado a indagar acerca del alcoholismo, pues entre los siglos XVI y aún durante las primeras décadas del XX ambos problemas estuvieron íntimamente vinculados, ya fuera por los legisladores, médicos o, en épocas más recientes, los periodistas. Dicha relación no ha sido exclusiva de México, como lo ha observado el historiador Michael C. Scardaville para países europeos por ejemplo,206 ni de la ciudad de México, que es donde se ha concentrado la mayor parte de los trabajos publicados, siendo demostrado esto con investigaciones recientes correspondientes a otras ciudades mexicanas.207 A continuación se presentan algunas precisiones sobre los conceptos que más se utilizarán en este capítulo. Las definiciones de términos tales como “delito” o “embriaguez”, entre otros, han sido extraídos de dos fuentes procedentes del siglo XIX, una de ellas es el Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense del español Joaquín Escriche, cuyas citas y notas contenidas en la edición mexicana corrieron por parte del licenciado Juan Rodríguez de San Miguel.208 Aunque esa edición data de 1837, muchos de los conceptos allí definidos fueron utilizados durante los procesos judiciales del periodo de estudio,

206

Scardaville, Michael C., “Alcohol Abuse and Tavern Reform in Late Colonial Mexico City” en The Hispanic American Historical Review, vol. 60, no. 4, noviembre de 1980, pp. 643 y 671. 207 Algunos ejemplos interesantes son, para la ciudad de Puebla, Peña Espinosa, Jesús Joel, “Consumo de embriagantes en la Puebla del siglo XVIII” en Relaciones, año/vol. XXV, no. 098, 2004, pp. 237-276; y para el estado de Jalisco véase Anderson, Rodney D., “Las clases peligrosas: crimen y castigo en Jalisco, 1894-1910” en Relaciones, año/vol. VII, no. 28, 1986, pp. 5-32. 208 Escriche, Joaquín, Diccionario razonado de legislación civil, penal, comercial y forense. Con citas del derecho, notas y adiciones por el licenciado Juan Rodríguez de San Miguel, edición y estudio introductorio por María del Refugio González, 1ª reimpresión, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1996.

85 aún cuando éste corresponde a la etapa liberal y la esencia del diccionario de Escriche es marcadamente conservadora. La segunda de estas fuentes es el Código Penal de 1871,209 que entró en vigor al año siguiente de su publicación.210 Dicho código es considerado como el primer código penal mexicano posterior al virreinato 211 y quien encabezó la redacción de la obra, por mandato de Benito Juárez, fue Antonio Martínez de Castro. En San Luis Potosí se adoptó dicho código, por decreto del gobernador Pascual M. Hernández, el tres de diciembre de 1872, estipulándose que entraría en vigor hasta el tres de abril de 1873.212 Como dato, cabe señalar que la edición oficial del código penal para el estado de San Luis Potosí se mandó hacer en la ciudad de México bajo el cuidado del señor José María Aguilar y tuvo un costo de $385.00.213 Ahora bien, como uno de los términos que más conciernen a este estudio es la embriaguez, hay que tomar en cuenta que la misma era entendida como “La turbacion de las facultades intelectuales, causada por la abundancia del vino ú otro licor”, y si una persona no acostumbrada a beber lo hacía hasta emborracharse y en tal estado cometía un delito, tenía a su favor una circunstancia atenuante, porque su embriaguez era “un delirio, una locura pasagera [Sic.] é involuntaria, que le priva del juicio y de la razón, y por consiguiente de la libertad necesaria para delinquir”.214 Debido a esto, muchos delincuentes alegaron ante el juez haber cometido su delito en estado de embriaguez, aunque fuera fingida. Pero este hecho y más cuando se trataba de ebrios consuetudinarios que habían delinquido, la circunstancia atenuante pasaba a ser agravante más bien. Por tanto, en el título octavo referente a los delitos 209

Hernández López, Aarón, Código Penal de 1871 (código de Martínez de Castro), México, Editorial Porrúa, 2000. 210 Speckman Guerra, Elisa, Crimen y castigo. Legislación Penal, interpretaciones de la criminalidad y administración de justicia (Ciudad de México, 1872-1910), México, El Colegio de México/UNAM, 2002, p. 14. 211 Buffington, Robert M., Criminales y ciudadanos en el México moderno, México, Siglo XXI editores, 2001, p. 53. 212 AHESLP, SGG, 1872.34, exp. sin clasificar, Adopta los códigos penal y de procedimientos, diciembre 3 de 1872, 2 ff. 213 AHESLP, SGG, 1873.14, exp. sin clasificar, Pago a D. José Ma. Aguilar de $385 por impresión del Código Penal, marzo 31 de 1873, 3 ff. 214 Escriche, Joaquín, Op. Cit., p. 227.

86 contra el orden público, capítulo XII que condena la embriaguez habitual, dice que si ésta, causa grave escándalo, será castigada con arresto de dos a seis meses y una multa de diez a cien pesos y si antes de ese delito, el delincuente hubiese cometido otro más grave hallándose en estado de ebriedad, la pena a sufrir era de cinco a once meses de arresto y multa de 15 a 150 pesos.215 Entiéndase por delito, según el artículo 4º del libro primero del código penal, “la infracción voluntaria de una ley penal, haciendo lo que ella prohíbe ó dejando de hacer lo que manda”, de aquí se derivaban dos tipos de delitos: intencionales y de culpa. Los primeros comprendían “los cometidos con conocimiento de que el hecho ó la omisión en que consiste son punibles”.216 Mientras tanto, había cinco tipos de delitos considerados de culpa, de los cuales para los intereses del presente trabajo atañe únicamente el cuarto y refiere lo siguiente: “Cuando el reo infringe una ley penal hallándose en estado de embriaguez completa, si tiene hábito de embriagarse, ó ha cometido anteriormente alguna infracción punible en estado de embriaguez”.217 Por otra parte, existe un concepto más que es necesario tomar en cuenta: crimen. Este era un hecho prohibido por la ley que ofendía directamente al interés público y cometido con dolo. Sin embargo, crimen y delito se tomaban en el mismo sentido, pero, como señalaba Joaquín Escriche: […] usamos sin embargo con mas frecuencia la palabra crímen [Sic.] para significar los hechos atroces que causan grave daño á la república directa ó indirectamente, y la palabra delito para denotar los hechos menos graves que ofenden directamente á un individuo sin causar un gran perjuicio á la sociedad.218

Una vez hecha esta diferenciación, el crimen era castigado con penas “aflictivas o infamantes”, mientras que el delito con penas correccionales. Aclarado esto, el término que aquí se empleará es el de delito y los delitos que se analizarán son los de homicidio, lesiones, heridas y riña, pero para utilizar la

215

Hernández López, Aarón, Op. Cit., P. 246. Ibid., p. 31. 217 Ibid., p. 33. 218 Escriche, Joaquín, Op. Cit., p. 166. 216

87 clasificación del código penal, se englobarán los dos últimos dentro de la categoría de “golpes y otras violencias físicas simples”. Eran considerados como simples, los golpes y violencias físicas que no causaran lesión alguna y éstos sólo se castigarían cuando fueran inferidos con intención de ofender a la persona que los recibiera.219 Era castigado con una multa de diez a 300 pesos, o con arresto de uno a cuatro meses, o con ambas penas, según la circunstancias del ofensor y del ofendido, a juicio del juez, aquél que “públicamente y fuera de riña diere á otro una bofetada, una puñada ó un latigazo en la cara”,220 y quien azotara a otra persona por injuriarlo, su castigo sería de una multa de cien a mil pesos y dos años de prisión.221 Por otra parte, aquellos golpes que no causaron afrenta, se castigaban con apercibimiento o con multa de primera clase, si eran leves o se los dieron recíprocamente los contendientes.222 Para poder proceder contra el autor de golpes o violencia, era necesaria la queja por parte del ofendido; a menos que el delito se hubiera cometido en una reunión o en un lugar público,223 entendiéndose como estos, efectivamente, a las pulquerías. Finalmente, “los golpes dados y las violencias hechas en el ejercicio del derecho de castigar, no son punibles”,224 lo cual resultó ser una práctica alarmante, pues los gendarmes, es decir los agentes encargados de resguardar el orden, no pocas veces abusaron de ese derecho. En cuanto a las lesiones, no sólo comprendían las heridas, escoriaciones, contusiones, fracturas, dislocaciones o quemaduras, sino también toda alteración en la salud y cualquier otro daño que dejara huella material en el cuerpo humano, claro, siempre y cuando esos efectos hayan sido producidos por una causa externa. Si una lesión era causal o ejecutada con derecho, no se castigaba. Como causales eran calificadas las lesiones resultantes de un hecho u omisión, sin intención ni culpa de su autor.225

219

Hernández López, Aarón, Op. Cit., artículo 501, p. 154. Ibid., artículo 502, pp. 154-155. 221 Ibid., artículo 503, p. 155. 222 Ibídem., artículo 504. 223 Ibid., artículo 509, p. 156. 224 Ibídem., artículo 510. 225 Ibídem., artículos 511, 512 y 513. 220

88 Los dos grandes grupos en que se dividían las lesiones eran las simples: cuando el reo no obrara con premeditación, ventaja, alevosía, ni a traición; 226 y las calificadas: cuando eran efectuadas con premeditación, ventaja, alevosía o a traición.227 El tipo de lesiones cometidas por lo regular en las pulquerías estaban normadas en el artículo 527 del código penal y éstas comprendían aquellas que no pusieron ni pudieron poner en peligro la vida del ofendido. Por tanto, se castigaban con las penas siguientes: Con arresto de ocho días á dos meses y multa de 20 á 100 pesos, con aquel solo, ó sólo con ésta, á juicio del juez; cuando no impidan trabajar más de quince días al ofendido, ni le causen una enfermedad que dure más de ese tiempo: Con la pena de dos meses de arresto á dos años de prisión, cuando el impedimento ó la enfermedad pasen de quince días, y sean temporales: Con tres años de prisión, cuando pierda el oído el ofendido, ó se le debilite para siempre la vista, algún miembro, un órgano ó alguna de las facultades mentales: Cuando resulte una enfermedad segura ó probablemente incurable, impotencia, la inutilización completa ó la pérdida de un miembro, ó de un órgano, ó cuando el ofendido quede lisiado para siempre ó deforme en parte visible; el término medio de la pena será de cuatro, cinco ó seis años, á juicio del juez, según la importancia del perjuicio que resienta el ofendido. Si la lisiadura ó deformidad fueren en la cara, se tendrá esta circunstancia como agravante de primera, segunda, tercera ó cuarta clase á juicio del juez; Con seis años de prisión, cuando resulte imposibilidad perpetua de trabajar, enajenación mental, ó la pérdida de la vista ó del habla.228

El homicidio, al igual que las lesiones, estaba considerado en las mismas dos categorías: simple y calificado. Asimismo hay que tener en cuenta que era considerado homicida aquél que privara de la vida a otro, sea cual fuere el motivo del que se valiera y todo homicidio, a excepción del causal, era punible cuando se ejecutaba sin derecho. Como homicidio causal se entendía el que resultaba de un hecho u omisión, que causara la muerte sin intención ni culpa del homicida.229 La temporalidad de las diferentes condenas hay que entenderla atendiendo a la afirmación de Michel Foucault de que ésta representaba utilidad, considerando que “la pena transforma, modifica, establece signos, dispone obstáculos” y por tanto, como señala el mismo autor, “una pena que no tuviera 226

Ibid., artículo 525, p. 159. Ibid., artículo 536, p. 161. 228 Ibid., artículo 527, pp. 159-160. 229 Ibid., artículo 540, 541 y 542, p. 162. 227

89 término sería contradictoria” pues su función es corregir y que de esta manera el delincuente manifieste dicha corrección ante la sociedad una vez concluida su condena. En cuanto a los “incorregibles”, la propuesta era eliminarlos. 230 Para el periodo de estudio, tanto prevenir como corregir la embriaguez y la delincuencia fueron una constante. En este tenor, Moisés González Navarro ha afirmado que para los sociólogos de la época el aguardiente y el pulque eran las causas inmediatas del crimen, afirmación que se comprobaba señalando el hecho de que el 85 por ciento de los detenidos en la cárcel de la ciudad de México estaban ebrios al cometer el delito. Otra prueba más, apuntada por el mismo autor era que mientras los expendios de bebidas alcohólicas estaban cerrados, reinaba una “paz octaviana” y que lo mismo pasaba durante los días lluviosos y fríos, cuando los parroquianos no frecuentaban cantinas y pulquerías.231 Esta relación entre el factor climatológico y el descenso del crimen a consecuencia de la escasez de pulque durante el invierno está documentada en una nota de El Estandarte titulada, precisamente así, “La escasez del pulque”, la cual cierra afirmando que “Coincide con la escasez del pulque el descenso que ha tenido la criminalidad. En las comisarías los escándalos y las riñas han bajado en más de 50 por 100”.232 La descalificación del pulque y su relación con la criminalidad, ha sido documentada por González Navarro. El autor deja constancia de la agudeza con que era censurado el alcohol, considerándolo “la causa inmediata del crimen”, pero, sin embargo, “la raíz última de la delincuencia era el carácter de los mexicanos, predispuestos a la comisión de delitos de sangre”,233 afirmación que resulta un tanto racista, no obstante ser el discurso prevaleciente en la época. Además de su condición racial, la causa del vicio, para los observadores, 230

Foucault, Michel, Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión, 34ª edición, México, Siglo XXI Editores, 2005, p. 111. 231 González Navarro, Moisés, Historia Moderna de México. El Porfiriato. La vida social, tomo IV, México, Editorial Hermes, 4ª edición, 1985, p. 416. Véase también “El Progreso”, en El Estandarte, año VI, no. 9, abril 19 de 1890, en donde se decía, con motivo de la época de progreso pretendida para el país, que “El vicio de la embriaguez hace tantos y tan rápidos progresos cada día, que la mayor parte de los delitos que castigan las autoridades judiciales, no reconocen otro origen que el estado de embriaguez en que los perpetran sus autores”. 232 “La escasez del pulque” en El Estandarte, año XI, no. 1351, enero 25 de 1895. 233 González Navarro, Moisés, Op. Cit., p. 420.

90 respondía a una causa genética, pues se afirmaba que desde la infancia se enseñaba a los niños a ser agresivos, “a ver en la embriaguez un vicio honorable y a burlarse de las autoridades”.234 En el mismo tenor, se afirmaba que “el mexicano era capaz de matar por un vaso de pulque, o un taco de carnitas”.235 Declaraciones como la anterior daban validez a la frase de Francisco Bulnes acerca de que, entres las clases bajas y media, el pulque era más amado que la familia, más que la vida, más que la patria y más que los placeres lícitos e ilícitos.236 Investigaciones de autores como Pablo Piccato han demostrado que el alcoholismo y la criminalidad “confluían en el temor a la decadencia nacional”, que “se encontraban en el borroso límite entre los problemas sociales y las patologías de los individuos”.237 Fueron las clases altas quienes se encargaron de construir todo ese discurso en torno al vicio y la proclividad a delinquir del pueblo. Los grupos dominantes—en palabras de Felipe Ávila—“crearon y generalizaron el estigma de las clases subalternas y etnias dominadas como bebedores compulsivos” y concluyeron, de manera unilateral y mecánica que “el alcoholismo era el factor principal que explicaba sus conductas violentas y criminales”. 238 Sobre esto, Michael Johns añade que “beber pulque significaba embriagarse, y la ebriedad era la calamidad social que más preocupaba a las clases altas”239 y aunque, como ha señalado también Pablo Piccato, “la élite porfiriana creía que la división de clases correspondía a ciertos patrones de comportamiento, seguía siéndoles imposible definir el alcoholismo y la criminalidad como características exclusivas de las

234

Ibid., p. 421. Esta apreciación es compartida también por Pablo Piccato, quien observa que “los muchachos veían a sus parientes bebiendo y pelando, y era lógico que salieran a la calle a probar un vaso de pulque, y a imitar la violencia y la sensualidad”; véase Piccato, Pablo, “La construcción de una perspectiva científica: miradas porfirianas a la criminalidad” en Historia Mexicana, vol. XLVII, no. 1, julio-septiembre de 1997 (a), p. 161. 235 González Navarro, Moisés, Op. Cit., p. 451. 236 Citado en Johns, Michael, The City of Mexico in the Age of Díaz, E. U. A., The University of Texas Press, 1997, p. 50. 237 Piccato, Pablo, Op. Cit., p. 80. 238 Ávila Espinosa, Felipe Arturo, “El alcoholismo en la ciudad de México a fines del porfiriato y durante la revolución” en Alicia Meyer (coord.), El historiador frente a la historia. Religión y vida cotidiana, México, UNAM/Instituto de Investigaciones Históricas, 2008, p. 66. 239 Johns, Michael, Op. Cit., p. 52.

91 clases bajas”,240 lo cual queda confirmado por los mismos observadores de la época. Una prueba de ello es la nota publicada en El Estandarte en la que se habla de los “borrachos” de los altos estratos, censurándoles que “por gozar en las sociedad, mediante su buena posición, de prestigio y consideraciones, consiguen con su mal ejemplo, dar más impulso a la embriaguez, cuando esa posición, ese prestigio y esas consideraciones de que gozan debieran convertirlas para reprimir a sus semejantes”.241 En este fragmento es interesante notar cómo el discurso se dirige a otorgarle a las clases altas una categoría paternalista sobre los pobres; recordándoles que en sus manos está “corregirlos”, sin importar que sea reprimiéndolos. En otra edición del periódico, El Estandarte era más crítico en cuanto a la conducta de los ricos bajo los efectos del alcohol y en una nota titulada “Las riñas de los decentes y las de los „pelados‟” argumentaba que “son más caballerosas, más leales, las riñas en los figones que las pendencias en los restaurants. En los figones el lépero, comúnmente hablando, no pelea. Los contendientes salen a la calle y allí se hieren o se matan”, además de que “los caballeros no usan cuchillo ni navaja, porque esas les parecen armas de mala ley” y finalmente, resultando lo más revelador de esta declaración, “la pistola es arma de peor ley que la daga o el cuchillo, porque, en la mayoría de los casos, sirve para herir o matar los testigos, por fuerza, de la riña”. Es decir que el arma de fuego “engrandece” a quien la porta, otorgándole el valor de amenazar o incluso eliminar a cualquier testigo que pueda delatar el delito que se haya cometido; concluyendo quien redactó la nota con lo siguiente: “preferible es, y con mucho, la hidalguía rústica de nuestros léperos, no sólo porque su falta de educación social les obliga a menos miramientos, sino porque, en realidad, son más caballerosas las pendencias de éstos”.242

240

Piccato, Pablo, ““El Paso de Venus por el disco del sol”: Criminality and Alcoholism in the Late Porfiriato” en Mexican Studies/Estudios Mexicanos, vol. 11, no. 2, verano de 1995, p. 229. 241 “La embriaguez” en El Estandarte, año II, no. 125, abril 8 de 1886. 242 “Las riñas de los decentes y las de los pelados” en El Estandarte, año IX, no. 982, octubre 5 de 1893.

92 Sirva de ejemplo una riña entre personas de la “alta” sociedad potosina que confirma la nota anterior. El hecho tuvo lugar la tarde del 28 de marzo de 1888 en el selecto club social “La Lonja”, en donde se encontraba el industrial Pedro Gordoa de 30 años de edad hablando con el farmacéutico Jesús María Villaseñor, mayor de edad, entre otras personas “distinguidas” de la sociedad potosina como Bartolo Romano, Gerardo Meade y Manuel López Estrada, hasta que Villaseñor hizo mención de una máquina de helados que acaba de adquirir Gordoa, por lo cual éste tomó con malas intenciones el comentario y comenzaron a discutir hasta llegar a los golpes y Jesús María Villaseñor a hacer uso de una pistola con la que hirió a su contrincante. Es factible que la discusión haya sido producto de un mal entendido entre los implicados con motivo del alcohol injerido, pues el ofendido aseguró en su declaración haber bebido, entre las once de la mañana y las tres de la tarde, dos copas de coñac, un coctail y cuatro copas de tequila. Otro motivo que pudo ocasionar que se encendieran los ánimos, sin hacer a un lado el presunto estado etílico en que se encontraban los protagonistas del escándalo, fueron los insultos que según Gordoa, Villaseñor le dirigió como acusarlo de pendejo y a su vez éste le expresó que era más hombre que su agresor.243 De inclinarnos por esta declaración, la conclusión sería que la riña se suscitó al intentar defender su “honor” ambos hombres, lo que era una forma muy común de actuar en la época y entre personas de cualquier estrato social. Un observador de la época, Julio Guerrero, explicó hacia 1901 varios factores que originaban la afición a las bebidas alcohólicas entre los mexicanos, fuera cual fuere su condición social. Algunas de estas explicaciones eran “la necesidad de dar tonicidad al espíritu deprimido por los pensamientos sombríos de la miseria y la de dar alegría a las reuniones frecuentes que reclama la civilidad mexicana”; que por la ausencia de trabajo se acudía a las pulquerías o cantinas “para confiar al dependiente o amigo las miserias de la vida o las dificultades

243

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra D. Jesús M. Villaseñor por riña y heridas, marzo 28 de 1888, 116 ff.; véase también sobre el mismo asunto Cabrera y Piña, Matilde y María Buerón Rivera de Barcena, La Lonja de San Luis Potosí. Un siglo de tradición, sin pie de imprenta, sin fecha de publicación, P. 160

93 financieras”; los artesanos que suspendían sus labores cada hora o media hora para ir a la pulquería, así como los empleados que visitaban las cantinas. El autor dejaba claro que el alcohol no respetaba clase social y hacía énfasis en que las consecuencias que traía consigo el abuso de la bebida afectaban incluso a los grupos acomodados, como por ejemplo, “los días de fiesta y las verbenas son peligrosas por las riñas, lesiones y homicidios que ocasiona la bebida hasta en miembros de las clases superiores”,244 tal y como se vio en el relato de “La Lonja”. Por su parte, Francisco Bulnes, uno de los críticos más contundentes del régimen porfirista, publicó en 1909 un estudio científico sobre el pulque en el que exaltaba la calidad de dicha bebida comparándola con otras bebidas fermentadas procedentes de Europa. En ese estudio señalaba que en México la clase popular sólo consumía aguardiente o pulque o ambas cosas y que, en apariencia, el pulque, especialmente, excitaba al crimen. Sin embargo, en defensa de la bebida nacional, el autor afirmaba que “en nuestra clase popular, lo que más incita al crimen son las mujeres, y la bebida fermentada, el pulque, lo único que hace es avivar la pasión brutal, oriental, feroz, salvaje de nuestros hombres del pueblo por las mujeres”.245 Bulnes, para reforzar sus afirmaciones, recurrió a un texto elaborado por un profesor de apellido Segura, quien sostenía que si la tendencia al delito y la comisión del crimen, la riña y el pleito a mano armada residían en las clases inferiores de la época era porque “aun no desaparecen las influencias atávicas y los efectos de nuestra vida revolucionaria anterior; y estos instintos se descubren en toda su desnudez y con más intensidad, cuando el cerebro es invadido por el alcohol” y que por tanto “a la embriaguez en general, y no al pulque en particular, se debe atribuir la comisión de los delitos de sangre”.246 A lo anterior, Bulnes añadió que las causas de la criminalidad en México se debían a factores mucho más complejos, destacando cinco de ellos como principales. 244

Guerrero, Julio, La génesis del crimen en México. Estudio de psiquiatría social, 1ª edición 1901, México, CONACULTA, 1996, p. 127. 245 Bulnes, Francisco, El pulque. Estudio científico, México, Antigua Imprenta de Murguía, 1909, p. 143. 246 Ibid., p. 145.

94 Como primera causa señaló dos agentes de represión existentes en toda sociedad humana: el grado de civilización de un pueblo y el ejercicio de las leyes penales, de las que afirmaba que “en México, los legisladores modernos nunca pensaron en legislar para el pueblo mexicano, sino en acomodar á ese pueblo á la legislación de los pueblos más civilizados del mundo”; la segunda causa que estableció fue que tanto las clases populares como las superiores siempre se mostraban “escandalosamente protectoras” de los criminales, ya fuera por indiferencia, por repugnancia a cooperar con las autoridades para esclarecer los crímenes o por miedo a denunciar a los delincuentes o a su falsa compasión para dar testimonios desfavorables a los criminales; en tercer lugar mencionaba la conducta de los jurados, de quienes decía hacían apología de los criminales acusando a la sociedad en general como “único delincuente por falta de cariño, respeto y dulzura para los malvados”; la cuarta causa la adjudicaba al desprestigio y la falta de aplicación de la pena de muerte en México y, finalmente, la quinta causa estaba ligada a lo que consideraba la condición triste y carente de amor de los mexicanos, afirmando que “un pueblo vicioso, ignorante y melancólico tiene que ir á dar con el alcohol al delirio melancólico desenvuelto en escenas de ferocidad” y finalizaba señalando que “en una raza debilitada por la pereza y los vicios, el alcohol tiene que recoger muchos laureles…..fúnebres”.247 Con este tipo de declaraciones, Bulnes dejaba clara su postura respecto a la raza mexicana, percibiéndola como débil y propensa al ocio y a los vicios, principalmente al de la embriaguez. Pero ¿por qué defendía, pues, al pulque, bebida originaria del territorio mexicano, de gran consumo entre su pueblo y la veía como superior ante las bebidas tanto fermentadas como destiladas de origen europeo, a cuyos habitantes, el grupo de “científicos” al que él pertenecía, veían como gente física, mental y moralmente superior e industriosa? Porque él, junto a otros prominentes porfiristas, formó en 1909—coincidiendo con el año de publicación de su Estudio científico sobre el pulque—la Compañía Expendedora de Pulques, con la que pretendían tomar el control sobre todas las pulquerías de la ciudad de México, aumentar el precio de la bebida y evitar que esta fuera diluida 247

Ibid., pp. 146-149.

95 con cualquier clase de sustancias, además de actuar en contra de los propietarios que se oponían a vender sus establecimientos, ofreciendo el pulque a precios más accesibles y colocando las pulquerías en lugares estratégicos.248 Es probable que de no ser motivado por los intereses económicos que representaba la producción de pulque y lo que conllevaba el tener el control del mismo a través de una asociación como la Compañía Expendedora de Pulques, la apreciación de Bulnes hubiese diferido sustantivamente por tratarse de un producto de consumo entre el sector más marginado de la población, incluso otorgándole categorías peyorativas como con las que se clasificaba a dicho grupo social.

3.2. Clasificando una sociedad peligrosa ¿Quiénes conformaban las llamadas “clases peligrosas”? ¿A qué estrato social pertenecían los delincuentes que abarrotaban las pulquerías y cuál era su ocupación? ¿Bajo qué calificativos eran señalados los clientes de las tabernas que fueron procesados judicialmente por la comisión de algún delito? En este breve apartado se dará respuesta a estas preguntas que serán útiles para tener una mejor comprensión de los estudios de caso que se analizarán más adelante, así como para entender el comportamiento de una sociedad con marcadas diferencias entre los estratos que la conformaban. A saber: éstos eran la clase de escasos recursos económicos, la alta y una naciente clase media. Por lo que respecta a este trabajo, los “actores sociales” que protagonizaron los escándalos en las pulquerías pertenecían a la clase popular o económicamente menos favorecida. Ellos, al igual que el resto de la sociedad, necesitaban espacios para la convivencia y sociabilidad; espacios en los que pudieran platicar y desahogarse con los amigos; en fin, despejar la mente de su

248

Garza, James Alex, El lado oscuro del porfiriato. Sexo, crímenes y vicios en la Ciudad de México, México, Aguilar, 2008, p. 60. Véase también Leal, Juan Felipe y Mario Huacuja Routree, Economía y sistema de haciendas en México. La hacienda pulquera en el cambio. Siglos XVIII, XIX y XX, México, Ediciones Era, 1982, p. 78-133, donde los autores ofrecen una lista de los socios de la Compañía Expendedora de Pulques, en la que no aparece el nombre de Francisco Bulnes, sin embargo, sí lo relacionan directamente con dicha sociedad, afirmando que el Estudio citado que Bulnes elaboró, fue hecho bajo pedido de la misma, p. 126.

96 rutina diaria y al ser el pulque la bebida más accesible para sus bolsillos, entonces, el lugar idóneo para acudir fueron las pulquerías. Esas tabernas fueron frecuentadas principalmente por jornaleros, albañiles, zapateros, panaderos, carniceros, herreros, hortelanos, curtidores, obrajeros, cerilleros,

reboceros,

carpinteros,

músicos—quienes

ejecutaban

allí

sus

instrumentos y amenizaban el ambiente, además de ganarse unas monedas que servían para costearse la bebida—etc., es decir, los asistentes eran en su mayoría individuos que se ganaban la vida en oficios manuales. En este punto, es pertinente aclarar que si bien el artesano era aquél que desempeñaba labores manuales en los centros urbanos, para los casos que aquí se analizarán, “artesano” era sinónimo de “trabajador”, a su vez que éste era sinónimo de “jornalero”, a pesar de que dicho término comúnmente sea empleado para designar a quien labora en el campo. Por ejemplo, de acuerdo con la documentación revisada, “jornalero” podía ser tanto un labrador como un dependiente en una pulquería o incluso un gendarme. Asimismo, existen casos registrados en los que los establecimientos también eran frecuentados por comerciantes e incluso personajes dedicados a resguardar el orden público, tales como policías o soldados, quienes obraban de manera contraria a lo que su cargo les encomendaba. A este grupo de personas habría que añadirle los vagos. Según Antonio Padilla, hacia la segunda mitad del siglo XIX éstos fueron clasificados en tres categorías: Los necesarios, “aquellos que no trabajan por falta absoluta de trabajo”; 2) los voluntarios, “que no trabajan porque no quieren, sin que por esto cometan acciones que dañen a la sociedad o perjudiquen a terceros, y 3) los perniciosos, los que no sólo no trabajan, sino que cometen acciones que ofenden a la moral o perjudican a la sociedad”.249

Es al tercer grupo al que pertenecía el tipo de vagos que aquí interesa, pues éstos eran “asiduos parroquianos de lupanares, pulquerías, vinaterías,

249

Padilla, Antonio, “Pobres y criminales. Beneficencia y reforma penitenciaria en el siglo XIX en México” en Secuencia, no. 27, septiembre-diciembre de 1993, p. 59. Las cursivas son mías.

97 billares y tabernas, embriagándose u ocupados en fraguar delitos”. 250 Durante la República

Restaurada

(1867-1876),

todas

las

categorías

de

individuos

mencionados, entres otras más, estaban englobadas en una sola, conocida como “ceros

sociales”.

Las

personas

que

compartían

dicho

calificativo,

no

necesariamente tenían que ser delincuentes, sin embargo sí eran considerados como tales por el simple hecho de ser pobres, sin importar edad, sexo o raza: nacer pobre era nacer criminal y por tanto ser considerado como “cero social”. A partir del porfiriato los pobres fueron clasificados en “pobres dignos o clases desprotegidas” y “pobres indignos o clases andrajosas”. Al primer grupo pertenecían aquellos individuos pacíficos, sin tendencias al crimen y fácilmente controlables; el segundo lo conformaban las clases “difícilmente manipulables, sucias y harapientas, viciosas y propensas a las riñas y a los escándalos”. 251 No obstante, dos de los calificativos más comunes—y peyorativos— empleados para designar a las clases menesterosas fueron los de lépero y pelado. La diferencia entre ambos consistía en la condición moral baja del primero y únicamente la condición social humilde del segundo.252 A pesar de esto, el pelado también era visto como holgazán, ignorante, asiduo a la taberna, golpeador de gendarmes y de mujeres, además de no frecuentar el taller ni la escuela.253 Jorge A. Trujillo, citando a Salvador Quevedo y Zubieta, detalla que la vestimenta de esos personajes “no se compone más que de calzones y camisa, prendas que se acompañan a veces con la frazada, abrigo de lana en el que el lépero se envuelve como en un plaid. El guarache es su ordinario, el zapato es su lujo; su sombrero puede ser de zoyate y aún de fieltro”.254 Esta descripción es idéntica a las que se desprenden de los registros documentales potosinos, en las que la mayor parte de los implicados en las riñas vestían calzón y camisa de

250

Ibídem. Trujillo Bretón, Jorge Alberto, “Léperos, pelados, ceros sociales y gente de trueno en el Jalisco porfiriano” en Jorge A. Trujillo y Juan Quintar (comps.) Pobres, marginados y peligrosos, México, Universidad de Guadalajara/Universidad del Comahue, 2003, p. 210. 252 Citado en Ibid., p. 212. 253 Ibid., p. 214. 254 Ibídem. 251

98 manta, sombrero de palma, jorongo o frazada y guaraches, aunque muchas veces andaban descalzos. Para las mujeres la prenda atesorada era el rebozo. 255 Cabe añadir que en febrero de 1888 se llevó a cabo una reunión en la capital potosina para introducir el uso de los pantalones entre la gente del “pueblo”. Para echar a andar tal acuerdo se nombró una junta directiva en la que el presidente del ayuntamiento comisionó a Antonio Delgado Rentería, Teófilo Porras y Jesús Ortiz, quienes solicitarían ante el gobernador del estado que tomara providencias similares en otras poblaciones.256 Según los informes de la época, la determinación del jefe político, licenciado Medina, de prohibir el uso del calzón blanco tuvo éxito al poco tiempo, pues para mayo de 1890, se decía que “apenas puede encontrarse un individuo del pueblo que no lleve pantalón”.257 Tal afirmación habría que tomarla con cautela, pues en los juicios criminales revisados hasta 1898, aún aparece que la mayoría de los procesados, “gente del pueblo”, vestían el calzón de manta o blanco, como prefería llamársele. Esto puede comprobarse con el hecho de que en 1897, la jefatura política mandó echar leva de los individuos que anduvieran en la calle sin usar pantalones. Incluso se informó en el periódico que el 23 de julio del mismo año hubo un número extraordinario de detenidos por no vestir dicha prenda, mismos que un par de días más tarde recobraron su libertad tras haber pagado su respectiva multa.258 Un ejemplo del carácter represivo de la autoridad en contra de la gente humilde, por el hecho de no encajar dentro de su modelo de progreso y que la 255

Una interesante descripción sobre el uso del rebozo la proporciona Julio Guerrero, citando un texto de José T. Cuéllar bajo el seudónimo de Facundo; en Guerrero Julio, Op. Cit., pp. 136-137. 256 “El uso del calzón blanco” en El Estandarte, año IV, no. 315, febrero 23 de 1888; véase también “El uso del calzón blanco” en El Estandarte, año IV, no. 321, marzo 15 de 1886, en donde se habla de las estrictas medidas tomadas por el ayuntamiento de Charcas contra quienes continuaran usando el calzón blanco, imponiéndoles una multa de dos pesos “por primera vez y en caso de reincidencia sufrirá arresto menor”. Para una noción más detallada sobre este tema y otras medidas llevadas a cabo “en aras del progreso” durante la época véase Coronado Guel, Luis Edgardo, “Ideas de modernidad, progreso y sociedad en la prensa potosina del cambio de siglo: la ciudad utópica antes de la Revolución” en Flor de María Salazar Mendoza (coord.), Op. Cit., pp. 9697. La exigencia del uso del pantalón y del sombrero de fieltro, en contraposición del de palma, a partir de 1888, fue una disposición federal sostenida en su afán de que, “en la apariencia por lo menos tuvieran un aire europeo”, véase Beezley, William H., “El estilo porfiriano: deportes y diversiones de fin de siglo” en Historia Mexicana, vol. XXXIII, no. 2, octubre-diciembre 1983, p. 276. 257 “Jefatura política” en El Estandarte, año VI, no. 26, mayo 14 de 1890. 258 “Por los pantalones” en El Estandarte, año XIII, no. 2054, julio 25 de 1897.

99 prensa lo celebró “con plácemes”, fue que la misma jefatura política, al tiempo que prohibía el calzón de manta, lo hizo también en las corridas de toros, negando que se lidiara el último toro que era llamado de la plebe,259 lo cual es una clara muestra de que su propósito por ser un pueblo “avanzado” tenía que cumplirse aunque fuera solamente en la apariencia. Regresando al tema de las características que compartía la “gente del pueblo” y de la forma en que eran calificados por los grupos de élite, vale la pena retomar a Julio Guerrero, quien revelaba de los léperos lo siguiente: […] viven en las calles y duermen en los dormitorios públicos, hacinados en los portales, en los quicios de las puertas, en los escombros de casas en construcción, en algún mesón si pueden pagar por el piso tres o cuatro centavos cada noche, o arrimados en la casa de algún compadre o amigo. Son mendigos traperos de los basureros públicos, papeleros, seberas, hilacheras, fregonas, etcétera. […] Están cubiertos de andrajos, se rascan sin interrupción y en las greñas de sus cabezas se acumula el polvo y lodo de todos los barrios de la ciudad. No se lavan sino cuando les llueve y sus pies descalzos y agrietados se encallecen y toman el color de la tierra. Por lo general no llegan a la vejez, sino a una decrepitud precoz, agotados por la sífilis, la miseria, el pulque y el mezcal.260

Aunque esta extensa cita puede parecer exagerada en su contenido, sea real o ficción, lo interesante es cómo la gente con un mayor grado de educación percibía a quienes carecían de ésta. Este tipo de observaciones, además de proporcionar información sobre la cotidianidad de los grupos menesterosos, brindan un aspecto interesante de la mentalidad de las clases altas, de cómo todo aquello que es ajeno a ellos es peligroso, nocivo, decadente, como el caso del pulque por ejemplo, que era la bebida predilecta entre los pobres. Por tanto, considero apropiado añadir la siguiente cita tomada del mismo autor para completar el cuadro: Los hombres y mujeres de esta clase han perdido el pudor de la manera más absoluta, su lenguaje es tabernario, viven en promiscuidad sexual, se embriagan cotidianamente, frecuentan las pulquerías de los últimos barrios, riñen y son los promotores principales de los escándalos, forman el antiguo leperaje de México; de su seno se reclutan los rateros y son encubridores oficiosos de crímenes muy importantes. Insensibles al sufrimiento moral, el físico les lastima poco, y poco gozan con el placer. Las enfermedades venéreas y el aborto hacen a las mujeres 259 260

Ibídem. Guerrero, Julio, Op. Cit., p. 132. Las cursivas son del original.

100 de este grupo refractarias a la maternidad; la paternidad es imposible por la promiscuidad en que viven, y extinguidos estos dos gérmenes naturales del altruismo, son indiferentes a los sentimientos ajenos y egoístas de una manera animal.261

Finalmente, en la reflexión arriba citada se puede apreciar cómo para los observadores de la época, los individuos al nacer dentro del grupo considerado de los léperos, ya estaban condenados a “padecer” las características propias de su estrato, a adquirir los vicios y actitudes negativas que supuestamente los caracterizaban. Esta gente, al ser vista como “miembros inútiles o nocivos a la sociedad”, no podían aspirar a ingresar a trabajar a ninguna casa como sirvientes, pues únicamente eran admitidos con el papel de conocimiento o, lo que era lo mismo, una referencia por escrito de una persona honorable.262 La realidad de la clase menesterosa potosina, no estaba muy alejada de lo expuesto por Guerrero, por ejemplo, en una nota de El Estandarte se leía que en la calle de Mier y Terán, frente a la pulquería del “Arco Azul” había una vecindad llamada “Del Refugio”, que tenía “por viviendas los macheros del mesón viejo del mismo nombre y por inodoros los mismos macheros y el patio de semejantes viviendas. Allí entre la inmundicia viven treinta o cuarenta personas aspirando un aire que no soportarían ni las narices de un munícipe”.263 En esa época la descripción anterior no era ninguna novedad, pues cinco años antes—en 1892—ya se había hecho pública una queja de que en la misma pulquería del “Arco Azul” se reunía gente no muy aseada y hacían allí “sus necesidades” y que a causa de “la acumulación de materias fecales, que no despiden aroma agradable y cuyos miasmas envenenan la atmósfera, en la actualidad es muy fácil atrapar el tifo”, los vecinos de la manzana donde se encontraba el “foco de infección” solicitaron “encarecidamente” a la Inspección de Salubridad “que pronto y radicalmente haga desaparecer ese constante peligro,

261

Ibid., pp. 132-133. Las cursivas son mías. Ibid., p. 139. 263 “Cuestión de higiene” en El Estandarte, año XIII, no. 1932, febrero 19 de 1897. Las cursivas son mías. 262

101 con que están amagados los vecinos del „Arco Azul‟, que para ellos puede ser „Arco Negro‟”.264 Una clase un poco por encima de la antes descrita, que se acercaba más bien a la clase media, aunque no en un sentido estricto, y que también tomaba pulque en la comida, pero que reprobaba la embriaguez, “cuando menos en teoría”—como afirmaba Guerrero—era la compuesta por artesanos, escribientes, gendarmes, oficiales y extranjeros.265 Óptica como la de Julio Guerrero era la que imperaba en el discurso de los observadores y críticos de la época, principalmente dentro de la prensa.

3.3. La prensa porfiriana como sector moralizante En consonancia con lo que acontecía en el resto del país, en San Luis Potosí, un medio para “moralizar” a la población fue la prensa y, de manera más concreta, aquella de tendencia católica o conservadora, como fue el caso del ya citado periódico El Estandarte. A pesar de que dicho periódico era de oposición al régimen—al menos a nivel local, pues su director, Primo Feliciano Velázquez, recuerda dicho periodo nacional como de bonanza, al referir que “los que alcanzamos aquel periodo de 1877 a 1910, compadecemos a cuantos han vivido en los tormentosos años que siguieron”266—se le puede considerar dentro de lo que James Alex Garza ha denominado “las voces „morales‟ no oficiales del régimen”,267 por reflejar cierta concordancia con lo que disponía la autoridad para proyectar una imagen de pueblo “civilizado”. El periódico servía como medio eficaz para expresar opiniones en torno al diario acontecer y a los problemas sociales que aquejaban a la población, tales como el alcoholismo, la delincuencia, la pobreza o la falta de instrucción pública, entre otras cosas. Asimismo, dichas opiniones eran vertidas en el medio impreso por redactores o colaboradores; el espacio era ofrecido para que pensadores o

264

“A la Inspección de Salubridad” en El Estandarte, año VIII, no. 747, noviembre 25 de 1892. Ibid., p. 140. 266 Velázquez, Primo Feliciano, Historia de San Luis Potosí, vol. III, 3ª edición, México, El Colegio de San Luis/UASLP, 2004, p. 169. 267 Garza, James Alex, Op. Cit., p. 21. 265

102 médicos allí dieran a conocer sus ideas o éstas eran retomadas por el periódico y se incluían, obviamente, otorgando el debido crédito de dónde o de quién fueron extraídas. A pesar de que las principales críticas en contra de las conductas y vicios de la gente pobre iba dirigida desde El Estandarte y, dicho medio a su vez responsabilizaba de esos males al gobierno en turno, el periódico oficial del gobierno del estado de San Luis Potosí, también mostró cierta preocupación hacia lo que representaba la embriaguez como transgresora del bienestar social. En este punto vale la pena detenerse para entender qué significaba el término “bienestar social” y tomar en cuenta desde qué punto de vista era percibido éste, pues si lo consideramos desde la perspectiva del grupo en el poder—como el periódico oficial—está claro que la embriaguez de los marginados iba a representar una transgresión al “bienestar social”; empero si lo analizamos desde la óptica de “los de abajo”, el hábito de beber de dicho grupo, de ninguna manera iba a ser visto como una transgresión, sobretodo si tal práctica era llevada a cabo como un escape o desahogo de una cotidianidad marcada por la miseria. Así, en sus líneas, el periódico afirmaba que “las causas de agresión por embriaguez llegaron el año anterior [es decir, en 1881] en la misma a la cifra de 7, 000” y de esta manera solicitaba a la autoridad correspondiente que: […] si se prohibiese terminantemente tomar bebida alguna sobre los mostradores de pulquerías, abarrotes y cantinas y los casos de inobservancia se incluyeran en los de escándalo público, vendría a formarse una nueva jurisprudencia que sin alterar en nada la establecida, todo lo llegaría a evitar, pues ya no quedaría ningún abuso impune.268

Por su parte, El Estandarte hacía una crítica más aguda en sus páginas, afirmando que: […] a nadie se oculta que de las pulquerías y cantinas salen los homicidas y heridores, los adúlteros, y allí mismo nacen las disensiones domésticas, el mal ejemplo para los hijos, su falta de educación, su inmoralidad, y la preocupación

268

“La embriaguez y modo de reprimirla” en Periódico Oficial La Unión Democrática, tomo VII, no. 471, marzo 31 de 1882.

103 para que sigan el mismo camino que sus padres, sembrado de crímenes y de miseria.269

Esto en lo correspondiente a los establecimientos que vendían bebidas alcohólicas, ahora bien, en lo concerniente al encargado o dueño del establecimiento a quien hacían “cómplice” de la culpa de los vicios de los artesanos—quienes según las élites eran los más propensos a la embriaguez—, en la misma nota del referido periódico se leía lo siguiente: […] a los dueños de cantinas o pulquerías que vendan licor a un hombre que está ya ebrio, debe castigársele severamente; qué mayor severidad debe observarse con los que ministren licor sobre prendas de cualquiera clase, prohibiéndoles expresamente hacerlo: que respecto de las prendas ya empeñadas, deben tomarse las medidas necesarias a fin de que no se rematen o vendan en tiempo tan perentorio, obligando a los dueños de cantinas a que garanticen de alguna manera la conservación y existencia en su poder de lo empeñado.270

En esta parte de la nota hay dos aspectos a analizar. El primero es sobre la categoría paternalista que se le otorga al cantinero o pulquero, señalándolo como un sujeto con mayor juicio moral y, tal vez, intelectual que el ebrio que acudía a su establecimiento a beber. Tal categoría pudo responder a que por el hecho de poseer un giro comercial, el cantinero/pulquero era visto como un agente productivo y ello le concedía un mayor rango en la escala social e intelectual y moral incluso y por tanto estaba obligado a moderar el consumo de alcohol de sus clientes. El segundo punto es el que hace énfasis en que la mejor forma de “castigar” alguna clase de abuso por parte del vendedor de alcohol sería prohibiéndoles recibir cualquier tipo de objeto en empeño para que el cliente continuara bebiendo, y es que la práctica del empeño era una de las más recurridas por los bebedores para seguir ingiriendo alcohol. Sin embargo, como explica Vanesa E. Teitelbaum, lo que preocupaba a las autoridades era conocer el origen de los objetos empeñados, es decir, evitar que estos hubiesen sido robados. Finalmente, la autora proporciona la clave para entender los reglamentos

269 270

“Una cuestión social” en El Estandarte, año II, no. 123, abril 1º de 1886. Ibídem.

104 que prohibían realizar empeños en locales como las pulquerías: “el afán por controlar a la población y combatir la delincuencia, y el propósito de incrementar las ganancias [del Monte de Piedad, que era la institución destinada a tal efecto].271” Por otra parte, el discurso médico respecto del alcoholismo tuvo gran eco dentro de las páginas de la prensa. Frecuentemente se publicaban notas o artículos escritos de manera expresa por los mismos especialistas para las ediciones de los periódicos o se tomaban extractos o textos íntegros publicados en otros periódicos del país o del extranjero. Tales publicaciones además de hablar de los estragos que producía la ebriedad tanto en el individuo como a la sociedad, también trataban de “novedosos” métodos para “curar” o prevenir del alcoholismo, si es que este mal aún no se padecía. Entre quienes se dieron a dicha tarea hubo charlatanes y médicos experimentados que intentaron hacer frente al problema con seriedad, así como otros que tuvieron profunda confianza en que su producto “curaría” absolutamente a todos los borrachos y que en pocos años la ebriedad ya no sería más un problema. Uno de los “remedios” que se quisieron adoptar de Europa, aplicado en Francia e Inglaterra, para erradicar el gusto por el alcohol era un suero que se obtenía de la leche de mantequilla y que quitaba “el deseo de tomar toda clase de líquidos, lo cual ha sido un verdadero hallazgo, para combatir victoriosamente la embriaguez”, además de devolver con cierta “facilidad a la temperancia a multitud de seres perdidos para la sociedad por el repugnante vicio de la embriaguez”. 272 Otra de las propiedades de esa medicina era que también “curaba” la diabetes. Hubo también intentos más serios como el establecimiento de una “Sociedad de temperancia”.273 Sobre el último punto vale la pena hacer un breve paréntesis para inferir que la intención de establecer una Sociedad de temperancia 271

Teitelbaum, Vanesa E., “Sectores populares y „delitos leves‟ en la ciudad de México a mediados del siglo XIX”, en Historia Mexicana, vol. LV, no. 4, abril-junio de 2006, pp. 1258-1259. 272 “Contra la diabetis [Sic.] y la embriaguez” en Periódico Oficial del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, tomo XI, No. 767, abril 17 de 1886. 273 “Sociedad de temperancia” en Periódico oficial del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, tomo XI, no. 820, noviembre 20 de 1886.

105 en la entidad tuviera su origen en el hecho de que el 25 de febrero de 1886 el obispo Keener, representante de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur establecida en los Estados Unidos, organizó y presidió la Primera Conferencia Anual que abarcó los estados del centro de México, incluido entre ellos San Luis Potosí.274 La finalidad de dicha conferencia—a grandes rasgos, entre otras por el mismo estilo que se estaban organizando hacia esa época—era promover la templanza, erradicar la embriaguez e inculcar en el pueblo “principios morales y religiosos”. 275 Otro tipo de actividades que se estuvieron difundiendo dentro de las campañas antialcohólicas promovidas por el Estado fueron los deportes. Un sector importante que apoyó parte de dicho programa fue la élite y la floreciente clase media.276 De regreso al tema de la función de la prensa como medio para combatir el alcoholismo, se hacía explícito el mal moral causado por la embriaguez en notas escritas por médicos extranjeros como el doctor Villiam de Londres, quien decía del alcohólico que “no se siente nada por el mal del prójimo, se extingue todo amor y simpatía; hasta el efecto natural de los hijos se va perdiendo gradualmente, y al fin quedan borrados los sentimientos morales y religiosos” y sentenciaba afirmando que “la víctima miserable del fatal hábito de la embriaguez, cae al fin en un estado de fatuidad, y muere como un bruto”.277 Hubo alguien que respondía al nombre de José Balvontín, quien había adoptado y puesto en práctica un método para combatir el alcoholismo, cuyo respaldo era haber curado a “veinte y tantas” personas en un periodo de más de cinco meses, “sin que ninguna de ellas haya vuelto a probar el licor”, afirmando además que, al contrario, huían de las cantinas y “se resisten resueltamente a las

274

Alvarado López, Xeitl Ulises, “Lucha metodista por la templanza en Estados Unidos y México, 1873-1892” en Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, no. 40, julio-diciembre de 2010, p. 71. 275 Ibid., p. 63. 276 rd Maclachlan, Colin M. and William H. Beezley, El Gran Pueblo. A History of Greater Mexico (3 Edition), EUA, Pearson Prentice Hall, 2004, p. 143. Para profundizar en el tema de los deportes durante el porfiriato y cómo estos formaron parte de la persuasión porfiriana desde el concepto trabajado por William H. Beezley, véase Beezley, William H., Judas at the Jockey Club an Other Episodes of Porfirian Mexico, EUA, University of Nebraska Press, 1987, pp.13-66. 277 “Efectos de la embriaguez” en El Estandarte, año IV, no. 323, marzo 22 de 1888.

106 invitaciones de sus antiguos compañeros”.278 Otro médico aseguraba que los ebrios consuetudinarios podían curarse comiendo manzanas en todas las comidas, ya que ese fruto, absorbido en gran cantidad—según decía—hacía desaparecer “la viva inclinación del alcohólico a la bebida”, obteniéndose en el paciente una “gradual repugnancia por el venenoso licor”.279 Poitogallorf, un doctor y publicista ruso aseguraba que administrar estricnina en inyecciones subcutáneas representaba un remedio infalible e inmediato para curar a los borrachos de “su funesta pasión”.280 También publicó El Estandarte un extenso artículo escrito por el doctor H. J. Kellog, un destacado médico con trascendencia internacional, que hablaba de los males físicos, morales y sociales que provocaba la embriaguez.281 Sin embargo, uno de los personajes más frecuentes en las páginas de El Estandarte, quien al parecer, tenía una cercana amistad con su director y éste además le proporcionaba amplios espacios en su publicación, fue el doctor potosino—pero conocido allende las fronteras de su estado natal—Alejo Monsiváis. A partir de 1886, el doctor Alejo Monsiváis propuso ante el ayuntamiento de la capital potosina un par de iniciativas para combatir el alcoholismo entre la población. Estas consistían en seguir un tratamiento de “polvos antidipsomaniacos” que provocaban “una repugnancia invencible a la bebida embriagante con la cual está mezclada”282 y la otra era un proyecto algo más ambicioso: establecer en la ciudad casas de temperancia para corregir el vicio de la embriaguez. Cabe señalar que el tratamiento a seguir en dichas casas era el de los polvos antes mencionados y para echar a andar el proyecto, el doctor Monsiváis solicitaba que el gobierno municipal contribuyera con las fincas donde se establecerían las casas de temperancia.283 278

“Remedio contra la embriaguez” en El Estandarte, año V, no. 419, febrero 24 de 1889. “Contra la ebriedad” en El Estandarte, año XIII, no. 1996, mayo 12 de 1897. 280 “La curación de la borrachera” en El Estandarte, año XIII, no. 2136, noviembre 4 de 1897. 281 “El vicio de la embriaguez por el Dr. J. H. Kellog” en El Estandarte, año XIII, no. 2118, octubre 13 de 1897. 282 “Contra la embriaguez” en El Estandarte, año II, no. 142, junio 10 de 1886; “Contra la embriaguez” en Periódico Oficial del Gobierno del Estado de San Luis Potosí, tomo XI, no. 790, julio 21 de 1886. 283 AHESLP, ayto., 1886.8, exp. 82, Dr. Monsiváis acompaña un proyecto para establecer en esta ciudad casas de temperancia con el fin de corregir la embriaguez, julio 13 de 1886, 5 ff. 279

107 Aunque el proyecto tuvo buena acogida entre las autoridades y la prensa potosinas, no faltó quien se opusiera al mismo desde la capital del país. Ante un ataque lanzado por un periódico capitalino, que acusaba al tratamiento del doctor Monsiváis de que algunas personas que habían sido sometidas a éste, padecieron posteriormente algunas enfermedades y otras murieron, en una contundente respuesta, en defensa del impulsor de los “polvos antidipsomaniacos”, El Estandarte expuso: Hemos investigado el origen de tales especies y hemos encontrado, ya algunos cantineros que, temerosos de perder su lucrativa especulación se esfuerzan en introducir alarmas; ya un grupo de beodos, que no quieren salir del fango en que cual cerdos, se sienten agradablemente sumergidos; ya personas, cuya posición debía ponerlas a cubierto de rastreras pasiones, por las que se dejan llevar de una manera lamentable.284

Además de esto, la dirección de El Estandarte amplió sus muestras de apoyo hacia el doctor Alejo Monsiváis, cuando su proyecto fue nuevamente denostado; esta vez por un periódico de Guadalajara. Eso fue en el número 1461 de Juan Panadero. En esa ocasión, El Estandarte concedió un extenso espacio para que el doctor Monsiváis hiciera las declaraciones necesarias en su favor.285 Sin embargo, al parecer fueron más las muestras de afecto dirigidas al doctor Monsiváis, pues estas llegaron desde Guanajuato, Durango y Puebla, cuyos respectivos gobiernos manifestaron su apoyo tanto al proyecto de las casas de temperancia como al de los polvos.286 Así, pasaron varios años sin más noticias acerca del doctor Alejo Monsiváis, hasta que en 1896 publicó algunos de los resultados obtenidos en 1881 en un total de 376 casos287 y posteriormente, en noviembre de 1897, el doctor Monsiváis solicitó a los editores de El Estandarte, se sirvieran publicar la copia de una Estadística de la Embriaguez que el mismo doctor había enviado al 284

“Vulgaridades” en El Estandarte, año II, no. 159, agosto 8 de 1886. Véase “Contra la embriaguez. El específico del Dr. Monsiváis” en El Estandarte, año II, no. 166, septiembre 2 de 1886; no. 167, septiembre 5 de 1886 y no. 168, septiembre 9 de 1886. 286 “El Sr. Dr. Alejo Monsiváis” en El Estandarte, año II, no 183, octubre 31 de 1886; “La embriaguez” en El Estandarte, año II, no. 197, diciembre 19 de 1886; “La embriaguez” en El Estandarte, año III, no. 221, marzo 13 de 1887. 287 “Estudios sobre la embriaguez y modo de corregirla” en El Estandarte, año XII, no. 1774, julio 24 de 1886. 285

108 Ministerio de Gobernación, comprendida del 23 de marzo al 22 de septiembre de dicho año, en la que demostraba los siguientes datos: se atendieron 250 pacientes, de los cuales 17 padecían el vicio de la embriaguez desde hacía un año, 86 entre dos y cinco, 62 de cinco a diez y 77 de 10 a 20 años o más; de éstos, 90 eran considerados ebrios consuetudinarios, 114 bebían de un día a tres por semana y 38 de tres a seis o más días; 150 tomaban pulque y mezcal, 60 solamente tomaban pulque y 23 únicamente mezcal; 97 tomaban de uno a cinco litros de pulque por ingesta y 120 de cinco a diez litros o más; de los que ingerían mezcal, 165 consumían de 1/8 de litro a un litro, y ocho de un litro a dos o más; 29 pacientes necesitaron de uno a diez papeles con los “polvos antidipsomaniacos”, 66 requirieron de 10 a 20 y 147 de 20 a 30 o más papeles; 22 fueron reincidentes, 181 habían sido consignados por el gobernador y 69 se presentaron por su propia voluntad o como insolventes.288 En estos datos es evidente el alto consumo de pulque que había entre la población potosina. Otro tipo de discurso recurrente en los periódicos, era aquél que relacionaba al alcoholismo con la criminalidad. La prensa porfiriana, congruente con el pensamiento “científico” predominante durante la época, simpatizaba con los postulados de prominentes autores que vincularon la embriaguez con la criminalidad, afirmando incluso que “el pulque ejercía sobre el sistema cerebroespinal una reacción diferente a la que producían las demás bebidas alcohólicas” y que además, “generaba irritabilidad y que esto determinaba que el ebrio iniciara riñas por motivos tan insignificantes como una mirada, una sonrisa, y muchas veces, aun verdaderas alucinaciones de la vista y el oído”.289 Hay que señalar que dicho discurso estaba dirigido fundamentalmente contra las clases desposeídas de la sociedad, quienes, como se ha establecido, para los observadores eran los más propensos al vicio y por consecuencia a delinquir. Sin embargo, también es necesario aclarar, como lo ha sostenido Robert M. Buffington, que la criminología porfiriana carecía de completo orden y que en sus

288 289

“Estadística de la embriaguez” en El Estandarte, año XIII, no. 2148, noviembre 18 de 1897. Speckman Guerra, Elisa, Op. Cit., 87.

109 interpretaciones “combinaron análisis aparentemente científicos con caducos remilgos moralistas y meros tanteos; en ellas no hicieron más que repetir los prejuicios de clase, raza y género de las élites”.290 En efecto, la doctrina que propagaban los intelectuales de la época era la del darwinismo social, el cual partía de que “los fenómenos sociales eran el producto de factores hereditarios que se transmitían biológicamente, y que establecían diferencias insalvables entre los individuos de diversa raza y condición social”.291 Así como dicha corriente tuvo su auge en México durante el último tercio del siglo XIX, a la par se adoptan también los estudios sistemáticos de la criminalidad desde la perspectiva de la escuela positivista italiana impulsada por Cesare Lombroso,292 quien subrayaba las anomalías fisiológicas de individuos criminales.293 Sin embargo, tales afirmaciones propuestas por Lombroso fueron rechazadas en el Congreso de Antropología Criminal celebrado en Bruselas, Bélgica, afirmando que “la cuestión de si existe un tipo criminal, anatómicamente considerado, ha sido combatida, estando todos los oradores de acuerdo en que no existe, y en que Lombroso al sostenerlo no sabe lo que dice”. Los responsables de tal polémica fueron los doctores Magnar, de París y Ladame de Ginebra, quienes aseveraron que “el individuo obsesionado es un ser lúcido que tiene conciencia de su estado” y que “no es responsable de los crímenes o delitos que pueda cometer bajo la influencia de esas obsesiones mórbidas”, concluyendo con que “la obsesión no es irresistible más que cuando obra sobre seres degenerados o desequilibrados”,294 lo cual no estaría del todo opuesto a las teorías de Lombroso, tomando en cuenta que éste se refería a

290

Buffington, Robert M., Criminales y ciudadanos en el México moderno, México, Siglo XXI editores, 2001, p. 62. 291 Urias Horcasitas, Beatriz, “El determinismo biológico en México: del darwinismo social a la sociología criminal” en Revista Mexicana de Sociología, vol. 58, no. 4, octubre-diciembre de 1996, p. 100. Un interesante estudio de caso sobre cómo fueron empleadas durante el porfiriato doctrinas como el darwinismo social y otras más, vigentes en la época, véase Cruz Barrera, Nydia E., “Indígenas y criminalidad en el porfiriato. El caso de Puebla” en Ciencias, no. 60-61, octubre marzo 2000-2001, pp. 50-56. 292 Ibid., p. 105. 293 Buffington, Robert M., Op. Cit., p. 97. 294 “Locos criminales” en El Estandarte, año VIII, no. 716, septiembre 30 de 1892.

110 anomalías físicas, mientras que las anomalías a que se referían sus detractores eran mentales. Bajo esta óptica era común encontrar extensas notas periodísticas dentro de las que se leían reflexiones contra los sectores populares, de entre los que era notorio, según señalaban, “el numeroso concurso que llena las pulquerías y cantinas, y lo que la criminalidad aumenta por causa del vicio de la embriaguez”; los autores de declaraciones como esta no vacilaban en asegurar que “un veinte por ciento de los criminales que llenan nuestras cárceles, lo son por delitos en que no entran los efectos perniciosos de ese vicio funesto, y que los ochenta restantes le pagan ese terrible contingente”, y sugerían como único remedio que tanto cantinas como pulquerías estuvieran sometidas a una estricta vigilancia “a efecto de impedir la estancia permanente en ellas de no pocos miembros de la clase obrera y a veces hasta de la mujer e hijos de éstos, que no pueden menos de contagiarse, si es que no lo están lo que sería raro, con el ejemplo que reciben”.295 Es evidente en la nota señalada cómo se hace referencia al “contagio” de los malos hábitos entre los sectores populares o lo que era lo mismo, a la “herencia”, postura sostenida también por Cesare Lombroso.296 Al relacionar el crimen con las pulquerías, no era de extrañar que en 1895, en una nota periodística se sostuviera que “coincide con la escasez del pulque el descenso que ha tenido la criminalidad” y que los escándalos y las riñas habían bajado en un 50 por ciento en las comisarías.297 En la misma tónica hubo muchos encabezados de noticias sobre riñas, lesiones y hasta homicidios en los que se emplearon palabras o frases relacionadas con el pulque para señalar el vínculo entre dicha bebida y la criminalidad. Mucho tuvo que ver quizá en esos conflictos la bebida nacional, pero pudo tratarse más bien de una campaña cuyo propósito era satanizar al vino extraído del maguey. Algunos de dichos encabezados acusaban directamente al pulque de las desgracias de los habitantes, tales como uno que únicamente se titulaba “El pulque”, refiriéndose a que como consecuencia de dicha bebida Sixto Sandoval se 295

“La clase obrera y el pauperismo” en El Estandarte, año XIV, no. 2408, octubre 8 de 1898. Buffington, Robert M., Op. Cit., p. 97. 297 “La escasez del pulque” en El Estandarte, año XI, no. 1351, enero 25 de 1895. 296

111 cayó en un hoyo y se rompió la cabeza;

298

en “Por el pulque” se leía que Juan

González y Nicolás Zúñiga, en lugar de haber ido al trabajo fueron a una pulquería y como resultado, el primero causó una herida al segundo.299 En otra nota, bajo el rebuscadísimo título—nuevamente—de “El pulque”, se hablaba de que “como resultado de las libaciones del blanco licor que frecuentemente hace nuestro pueblo, casi no hay día en que no se registren pendencias y algún individuo saque su correspondiente puñalada”;300 en un par de notas tituladas “Efectos del tlamapa301”, se daba fe, en una de ellas, que Pánfilo Medina y Anselmo García se habían embriagado en una pulquería y sin más razón se dieron de puñaladas,302 en la otra, publicada unos meses antes, se leía que en una pulquería situada en la primera calle del Peñasco, Andrés Ruiz y Alberto Rosales, ebrios, riñeron resultando muerto el segundo con varios machetazos;303 bajo el encabezado de “El neutle304” se dio noticia de que “Víctor y Catarino Rodríguez [probablemente hermanos] habían libado grandes vasos de pulque y aconsejados por el licor […] se acometieron navaja en mano recibiendo Catarino graves heridas”;305 sobre la riña en la que un individuo resultó muerto y otro herido, verificada en la pulquería “El Cazador” ubicada en la sexta calle de Hidalgo se publicó una nota titulada “Esas pulquerías”.306 Finalmente, aún cuando por alguna razón no hubo gran contingente de detenidos por la autoridad, no se podía dejar de lado a las pulquerías, como lo verificó una nota que decía: “Parece que con la riña de la pulquería de la Reforma y alguna otra pequeñez, pasaron los días sin novedad, que se sepa”, 307 esto en referencia a otra nota publicada en la misma edición de El Estandarte que hablaba

298

“El pulque” en El Estandarte, año VI, no. 91, agosto 6 de 1890. “Por el pulque” en El Estandarte, año VI, no. 70, julio 11 de 1890. 300 “El pulque” en El Estandarte, año XI, no. 1479, julio 9 de 1895. 301 Tlamapa: Forma coloquial, entre otras tantas, de referirse al pulque. 302 “Efectos del tlamapa” en El Estandarte, año V, no. 486, octubre 20 de 1889. 303 “Efectos del tlamapa” en El Estandarte, año V, no. 446, junio 2 de 1889. 304 Neutle: También neutli. El aguamiel, que es la base del necutli o pulque. Ciertas capas de la población lo confunden con éste. Martínez Álvarez, José Antonio, Op. Cit., p. 510. 305 “El Neutle” en El Estandarte, año V, no. 436, abril 28 de 1889. 306 “Esas pulquerías” en El Estandarte, año XIII, no. 2034, julio 2 de 1897. 307 “Cosa rara” en El Estandarte, año XII, no. 1642, enero 31 de 1896. 299

112 de una “singular batalla” sostenida entre Pascual Pérez y Primitivo Méndez en la mencionada pulquería de “La Reforma”.308 Para cerrar este apartado, es pertinente citar algunos extractos de una extensa nota sobre la criminalidad en San Luis Potosí publicada en El Estandarte, de la cual se puede obtener una idea de cómo eran vistos los sectores populares por parte de las élites de la época y, con sus debidas reservas, la cotidianidad de los desposeídos como ya se ha venido evidenciando. En primer lugar se destacaba que “en la conciencia de todos está que la comisión de la mayor parte de los delitos de sangre, tiene su campo en las esferas más bajas de la sociedad, entre el ambiente repugnante de la pulquería, el garito y el burdel” y que “a fin de que se registren en la historia del crimen […] no hay ni puede hacerse una comparación con la criminalidad de las clases bajas y aquellas en que se tienen nociones de la individualidad y de los derechos del hombre”. En la nota se observaba incluso la alimentación de los indígenas, señalando lo siguiente: El indígena se alimenta con maíz, chile y algunas frutas; bebe cuando puede y cuanto puede: en algunos distritos de la Mesa Central el pulque en cierto límite ayuda a su nutrición, y que frecuentemente aniquila por la embriaguez todas sus energías morales; y en otros distritos, diversos aguardientes extraídos del maguey. Con esta alimentación puede el indio ser un buen sufridor, que es por donde el hombre se acerca más al animal doméstico; pero jamás un iniciador, es decir, un agente activo de civilización.309

Tocando el tema del pulque, el autor señalaba que éste así como los demás aguardientes extraídos del maguey y los cirios para los santos tenían “encadenado al indígena y aun al mestizo rural a un estado de inferioridad desesperante […] procura satisfacer sus placeres con varias jícaras de pulque […] para después entregarse a los delitos más salvajes”. 310 Los extractos de la nota citada, son por demás reveladores de cómo el obrero y más aún el indígena era visto como un ser inferior y que la culpa de su atraso en la escala de la civilización se debía a sus costumbres y hábitos alimenticios ancestrales, entre ellos el consumo de pulque. Se veía también como 308

“Riña” en Ibídem. “La criminalidad en San Luis Potosí y los medios para combatirla” en El Estandarte, año XIV, no. 2452, diciembre 6 de 1898. Las cursivas son del original. 310 Ibídem. 309

113 causa de la criminalidad, la propensión a la embriaguez a la que estaba sometida la gente perteneciente a la clase menesterosa. En fin, no deja de notarse a lo largo del texto la postura paternalista—tan en boga en la época—de quien lo redactó, proponiendo como solución atender a la infancia proletaria y educarla, así como combatir el vicio de la embriaguez. Sin embargo, a pesar de lo expuesto, al parecer durante esos años, las ciudades de San Luis Potosí, Guadalajara y Puebla no tenían mucho de qué preocuparse, en materia de criminalidad, como la ciudad de México. Esto lo copiaba El Estandarte de una nota correspondiente a un periódico español que señalaba lo anterior, afirmando que en la ciudad de México hacía falta la educación moral y religiosa, mientras que aún cuando en las tres ciudades mencionadas, la escuela del Estado era atea, “la enseñanza religiosa en el templo y en el hogar, es un freno que contiene las pasiones desenfrenadas en el individuo”. Otro ejemplo proporcionado por la singular nota era que cuando en la ciudad de México el pueblo no podía ver la virtud ejemplar de las familias religiosas, en las otras tres ciudades, “las mejores familias” por sí mismas acudían a socorrer la desgracia y a remediar los sufrimientos, “no como ángeles de consuelo, sino como beatificas creaciones de la verdad católica y de las prácticas religiosas”.311 Semejante nota, además de servir para tranquilizar la conciencia de la sociedad potosina, es una muestra del carácter conservador que ha caracterizado a dicha sociedad hasta nuestros días y que así era vista incluso en el extranjero.

3.4. Pobres, ebrios y delincuentes: historias de violencia en pulquerías Las historias que a continuación se presentan en este apartado han sido extraídas de los casos—registrados en el rico acervo documental del Supremo Tribunal de Justicia resguardado en el Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí—más representativos de las causas que motivaron acciones delictivas o violentas teniendo como telón de fondo algunas de las pulquerías de la capital potosina. Al 311

“La criminalidad en Méjico” en El Estandarte, año XI, no. 1375, febrero 26 de 1895.

114 hablar de “las causas”, me refiero a aquellas acciones verbales, físicas o gesticulares que desencadenaron actos violentos considerados como delitos. Muchos de esos encuentros impulsivos no fueron sino producto de malos entendidos o equivocaciones entre simples desconocidos, incluso entre buenos amigos o compadres, de los cuales uno terminó en prisión y la parte contraria, cuando no resultó atendiéndose sus heridas en el hospital civil, vio cesar su vida como consecuencia de un rato de compartir tragos de pulque y encontrarse trastornado por los humos del alcohol. Las principales causas de riñas acontecidas en las tabernas fueron por juegos, invitación/solicitud de un individuo a otro u otros de un poco de pulque, insultos y por otros motivos diversos, de algunos de los cuales no se supo su origen al no declararlo los implicados por el alto grado etílico en que se encontraban y que simplemente fueron tan excepcionales que no entran dentro de las clasificaciones mencionadas ni puede creárseles una categoría aparte, aunque estos casos conforman el grueso de los que se analizarán. Otra causa frecuente, fueron las agresiones contra mujeres, ya sea por alguien del mismo sexo o de un hombre hacia una mujer cuyo impulso haya obedecido a cuestiones amorosas, sin embargo, esto se abordará en el siguiente capítulo en el que se analiza la presencia femenina en las pulquerías.

a) Juegos. En este inciso se hará una revisión a los casos en que la riña se originó a causa del juego, prevaleciendo en las pulquerías potosinas el de la rayuela, sin embargo, también se han incluido aquí otras acciones como las bromas que se gastaron entre sí los bebedores y por tal motivo se disgustaron y entraron en conflicto. El primero de los hechos que se describirán, se registró la mañana del 13 de noviembre de 1885 en la pulquería del “Pinacate”, en donde Andrés Rangel y Aniceto Hernández sostuvieron un encuentro violento tras una serie de partidos de rayuela en el que quien perdía invitaba medio real de pulque a su vencedor. Después de haber ganado Rangel el último partido, su contrincante salió del establecimiento, por lo cual el primero creyó que no quería saldar la apuesta y al alcanzarlo en la calle, Hernández lo atacó hiriéndolo debajo de la tetilla izquierda.

115 Sin embargo, Aniceto Hernández en su declaración sostuvo que si salió de la pulquería fue para conseguir medio real que le faltaba para recuperar un jorongo que le había empeñado a Aniceto Hernández y que éste cuando lo alcanzó le atestó un par de golpes, no sin antes haberle gritado que “no fuera rajón”.312 El domingo 17 de enero de 1886, cerca de las cinco y media de la tarde, José Sacramento López le pidió prestados cuatro pesos de cobre para jugar a la rayuela al pulquero Gregorio Ramos, quien tenía su establecimiento cerca de otra pulquería propiedad de una señora llamada Marciala Montiel. Pasadas varias horas jugando a la rayuela, como a las ocho de la noche, López se enojó con Felipe Barbosa, alias “El Zorro” porque éste le ganó una cuartilla de pulque. De tal suerte, José Sacramento invitó a su adversario a pelear a la calle, accediendo “El Zorro” y como a dos o tres cuadras de donde se encontraban, ahora frente a la pulquería de una señora que respondía al nombre de Luisa, se pelearon a pedradas, de las que López resultó herido y días más tarde perdió la mayor parte de su pierna, por lo cual, además de “por su pobreza”, manifestó no perdonar a su agresor, pidiendo que se le castigara, porque sin motivo le causó un mal grave; sin embargo, el acusado quedó absuelto un par de meses más tarde. En este caso resulta bastante relevante el hecho de que en un espacio de dos a tres cuadras se encontraran, por lo menos, tres pulquerías, lo cual habla de una considerable demanda de pulque en la ciudad, a pesar de que en la región no se produjo la bebida en grandes cantidades. Cabe añadir que el día del acontecimiento, desde las tres de la tarde, Felipe Barbosa comenzó a tomar pulque que le vendieron unas señoras que se sentaban con tal efecto frente a la plaza de toros, una hora más tarde tomó medio real de la misma bebida en la pulquería de Francisca de la Cruz que se encontraba en la calle de las Manzanillas, barrio de San Miguelito y posteriormente se trasladó al referido establecimiento de Gregorio Ramos.313

312

AHESLP, STJ (legajo sin numerar), exp. 1, Criminal seguido de oficio por heridas mutuas contra Andrés Rangel y Aniceto Hernández, noviembre 13 de 1885, 45 ff. 313 AHESLP, STJ (legajo sin clasificar) exp. sin numerar, Criminal seguido de oficio por heridas a José Sacramento López por Felipe Barbosa, enero 18 de 1886, 33 ff.

116 No todas las riñas provocadas por el juego terminaron en heridas, unas menos graves que otras, como se ha visto hasta este momento, sino que también tuvieron desenlaces más lamentables como la muerte de una de las partes como cuando Bibiano Martínez llegó mal herido a su casa, y al preguntarle su esposa que quién lo había golpeado, el lacerado hombre se limitó a contestar que le pegaron en la pulquería de “La Corte”, propiedad de María Epitacia Ramírez y que en el mismo establecimiento dejó su frazada; después de una hora falleció. Más tarde la viuda supo que el homicida de su esposo fue Benito Alvarado. Según las distintas declaraciones, eran las ocho de la mañana del 20 de marzo de 1887, cuando Bibiano Martínez invitó a Benito Alvarado a jugar a la rayuela, negándose el segundo porque Martínez le debía tres tlacos que le había ganado la noche anterior en el mismo juego. En la calle, éste intentó pegarle con una tranca a Alvarado, quien en una de las tantas veces que intentó desviar los golpes, consiguió aventársela a su agresor, impactándola contra su cabeza, con lo que momentos más tarde perdería la vida.314 El caso que a continuación se mostrará es un ejemplo de que, además de los juegos de azar, hubo otros atractivos en las pulquerías como la música y el baile. Prácticas que a simple vista parecerían inofensivas pero que, no obstante, estuvieron ligadas a actos de violencia, como el hecho que se desarrolló la tarde del ocho de julio de 1888 en la pulquería de Ángela Miranda, localizada en la calle de la Rinconada del barrio de Santiago del Río, cuando después de haber estado jugando a la rayuela con unos pesos falsos, un albañil de nombre Dionisio Coronado y los hermanos Luis y Eligio Ledesma, llegó un arpero y comenzó a tocar algo de música, a su vez los concurrentes comenzaron a bailar, originándose una riña entre Eligio Ledesma y Dionisio Coronado, cuyos hechos se ilustran claramente en la declaración del músico: […] serían las cinco [de la tarde] cuando tocaba un jarabe, el cual salieron a bailar varios de los que allí había, de los que ignora sus nombres y que entre ellos andaban dos más ebrios [Dionisio y Eligio] que los otros, los que bailando se daban de golpes con unos palitos que traían, cuyos palitos los quitó la pulquera 314

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Benito Alvarado por homicidio, marzo 20 de 1887, 32 ff.

117 para que no se fueran a enojar, pero que se seguían golpeando con los pies, todo en calidad de juego, pero que al fin se enojaron y se dieron de bofetadas, en cuyos golpes uno de ellos, hoyoso de viruelas, resultó herido de la cara, pues que al otro no le puso cuidado si resultó también herido y como juntos se salieron para la calle, ya no supo si después se volvieron a pelear.315

A propósito del músico que expuso el testimonio citado, éste caso muestra que, si bien, no estaba prohibido tocar música hacia esa fecha en las pulquerías de la capital potosina, tampoco era una forma de entretenimiento que los pulqueros pudiesen ostentar como lo confirma la respuesta de la señora Ángela Miranda, cuando se le preguntó que si era cierto que “en la tarde en que tuvo lugar el acontecimiento había baile en su pulquería”, a lo que ella, deslindándose de toda responsabilidad, dijo: “como llegó allí un arpero, estuvo tocando a instancia de los demás concurrentes”. Con esta respuesta, la pulquera acepta que había música en su establecimiento, pero que no se trataba de un baile que ella hubiera motivado. Por su parte, Dionisio Coronado cumplió dos meses de arresto por las heridas inferidas a Eligio Ledesma.316 Otro hecho en el que estuvo presente el juego de rayuela en una riña de pulquería, pero que, al parecer no fue esa la causa del pleito, es el que se llevó a cabo alrededor de las dos y media de la tarde en la pulquería de Petra Marfil, entre Nicolás Colunga y Florencio Muñoz, cuando por un disgusto durante el partido, decidieron salir a pelear a los Charcos de Santa Ana en el barrio de San Miguelito, donde Nicolás hirió a su contrincante con un cuchillo, sin embargo, el agresor afirmaba que Florencio Muñoz lo empezó a insultar y que el declarante recogió una hoja de lata del suelo, con la cual lo hirió y no con un cuchillo. Como sea que haya sido, al parecer el resentimiento entre los pleitistas pudo haber tenido su origen un día antes, si se toma en cuenta que Colunga manifestó que “el día anterior habían tenido un disgusto por las borracheras”. Cabe señalar que en 1882, Nicolás Colunga estuvo preso tres semanas también por el delito de heridas, las cuales cometió contra Secundino Castillo en la pulquería de “Los

315

Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí, Supremo Tribunal de Justicia (en adelante AHESLP, STJ) (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Dionisio Coronado por heridas, julio 9 de 1888, f. 10 frente y vuelta. 316 Ibídem.

118 Potreros” por un mal entendido que tuvieron después de que Colunga le convido un poco de pulque a Castillo. A pesar de los antecedentes, la resolución del juez, en el proceso de 1888, fue absolutoria a favor del agresor, dejándolo en completa libertad.317 Un acontecimiento en el que tuvieron lugar, tanto la rayuela como las bromas, fue el sucedido durante el medio día del 22 de mayo de 1894 en la pulquería de “La Reforma” en el barrio de San Miguelito, donde se encontraba José Castro jugando a la rayuela con otros amigos cuando llegaron Silvestre Sierra y su primo Pascual Romero, quienes “se llevaban” con Castro y con tal confianza, empezaron a “chancearse” con él, arrebatándole el gabán, que empeñaron en 12 centavos de pulque, dándole después un golpe en la cabeza al mismo Castro, quien colmado, aventó dos tejas que traía en la mano contra la cara de Silvestre Sierra, con las que le causó una herida sobre el párpado del ojo derecho, de la cual fue absuelto José Castro.318 En la pulquería “La América en Triunfo” ocurrió otro lamentable incidente que le costó la vida a un individuo por encontrarse en el lugar y momento menos oportunos. Eran las ocho de la mañana del 22 de octubre de 1896 cuando Calixto Vázquez y Miguel Acevedo llegaron a la taberna mencionada y después de tomarse una copa, fueron al patio a hacer sus necesidades fisiológicas, donde se encontraron con Dionisio Carrión, quien estaba ebrio e invitó a jugar a la rayuela a Calixto Vázquez, quien rechazó la invitación, razón por la cual Carrión se disgustó e intentó agredir con un cuchillo a Vázquez, tras lo cual Miguel Acevedo, compadre de éste, se dirigió al despacho del establecimiento a quejarse con Facundo Romero, dueño de la pulquería. Según otro testigo que estaba por entrar al escusado de “La América en Triunfo”, los compadres enfrentaron a su agresor también con cuchillos y distrayéndose Carrión con Valentín Hernández, quien igualmente pasaría por donde se efectuaba la riña, le dijo “también a ti” y después de dirigirle una serie de

317

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Nicolás Colunga, julio 16 de 1888, 39 ff. 318 AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Causa criminal contra José Castro por el delito de heridas, mayo 22 de 1894, 28 ff.

119 insultos, se le echó encima con el cuchillo. Al ver la agresión contra Hernández— según el testimonio del testigo mencionado—los compadres lanzaron sus armas a la azotea e inmediatamente el agresor se dio a la fuga, siendo perseguido por el testigo, quien respondía al nombre de Tereso Meléndez, y dio aviso al gendarme de la esquina para que detuviera a Dionisio Carrión. El dos de noviembre del mismo año, se comunicó que el día anterior, Valentín Hernández falleció a los 35 años de edad a causa de una peritonitis ocasionada por la herida que recibió en el epigastro. Por su parte, Carrión fue condenado a sufrir la pena de 20 años de prisión extraordinaria por el delito de homicidio calificado y casi 14 años más tarde, el 14 de junio de 1910 exactamente, solicitó su libertad preparatoria.319 Los casos expuestos son apenas una muestra de cómo los juegos de azar, como la rayuela en particular, o las bromas estuvieron vinculados a actos de violencia originados dentro de las pulquerías, aunque dichas prácticas no hayan sido el principal motivo de los conflictos, sí fueron una causa efervescente, junto a la embriaguez, de hechos violentos. Por la misma razón es fácil comprender—de acuerdo con lo expuesto en el capítulo anterior—por qué se prohibieron constantemente, a lo largo de tres siglos, los juegos y la música al interior de los expendios de pulque.

b) Invitación/solicitud de pulque u otra bebida alcohólica. Otra causa constante de riñas en las pulquerías fue cuando un individuo invitó o solicitó pulque a alguno de los clientes del establecimiento. Los motivos de disgusto más comunes eran porque la persona invitada se sintiera ofendida ante tal gesto por parte de otro sujeto, ya fuera conocido o desconocido; porque un cliente se molestara al solicitársele la bebida o dinero para comprarla y, principalmente cuando le era negada la bebida o la invitación de la misma a algún parroquiano.

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AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Causa número seguida contra Dionisio Carrión por el delito de homicidio, octubre 22 de 1896, 54 ff.

120 El primer caso de esta categoría fue un homicidio cuyo origen tuvo lugar el 29 de septiembre de 1884, cuando Isidoro Hernández y Encarnación Rodríguez acarreaban arena y decidieron detenerse en la pulquería de Margarita Pérez, muy cerca de otra conocida como “El Alicante”, ambas en Santiago del Río, donde se encontraron con Demetrio Olivar, Tomás Yáñez y Trinidad González, ofreciéndole el primero de ellos a Isidoro Hernández que tomara pulque o que se lo diera, por lo que ambos se incomodaron y, enseguida, los acompañantes de Olivar se le echaron encima a Hernández, arrojándole piedras, con las que le causaron algunas lesiones ligeras, y Demetrio Olivar, por su parte, intentó agredirlo con un puñal hasta que se entrelazaron en una lucha cuerpo a cuerpo en la que Hernández logró desarmar a su atacante y al intentar defenderse con la misma arma, lo hirió, provocando la muerte de Demetrio Olivar al día siguiente. Como Isidoro Hernández actuó en defensa propia, “repeliendo una agresión actual, inminente, violenta y sin derecho”, el cuatro de julio del año siguiente, fue absuelto de todo cargo criminal y quedó en absoluta libertad.320 Tres meses y 10 días después de que Hernández recuperó su libertad, es decir, el martes 14 de octubre de 1885, como a las cinco y media de la tarde llegó Inés de los Reyes, a la pulquería de “El Pinacate”, propiedad de la joven Anita Rivera, de 20 años de edad,321 a empeñarle una frazada en una cuartilla, con la que compró un poco de pulque, cuando se presentó Bernabé Alvarado pidiéndole de la misma bebida a de los Reyes quien, además de negársela, le cobró medio real que una vez le prestó para que desempeñara una frazada. Por tales motivos, Alvarado se disgustó y siguió a Inés hacia afuera del establecimiento donde le propinó un golpe que provocó que de los Reyes sacara una cuchilla con la que le causó varias heridas a su agresor. Inés de los Reyes fue condenado a sufrir cinco meses y dos días de reclusión en el “departamento de distinguidos” de la 320

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. 25, Causa instruida contra Isidoro Hernández por homicidio, julio 4 de 1885, 3 ff. 321 Es dudosa la edad de la pulquera, pues en un testimonio de otra riña ocurrida en su pulquería, también porque un individuo se negó a aceptar pulque del que le convidaba otro cliente en 1887, afirmó tener 25 años de edad, lo cual es ilógico si en el presente caso, es decir un par de años antes, contaba con 20. Véase AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en averiguación de las heridas que recibió Remigio Carrizales. Reos Felipe Segura, mayo 1º de 1887, 22 ff.

121 penitenciaría, el cual, a falta de un centro de corrección penal para los menores de edad, les era destinado para evitar “los prejuicios que resentirían por la comunicación con los demás presos de mayor gravedad”. Sin embargo, cabe señalar que dos mese antes del acontecimiento, Inés de los Reyes estuvo preso porque descalabró a un individuo, y a los dos días de recobrar su libertad por aquél delito, regresó a la penitenciaría por faltas de respeto.322 El 23 de noviembre de 1886, pocos minutos después de las ocho de la mañana, en medio de la calle 11 de 5 de Mayo, se encontraba envuelto en una frazada el cadáver de un individuo de complexión regular, moreno, de aproximadamente 30 años de edad, ojos negros, nariz recta, boca regular, quien vestía camisa, calzones de manta corriente, sombrero de palma y que en vida había respondido al nombre de Ambrosio Guerrero, cuyo trágico fin se produjo cuando le pidió un tlaco para tomar pulque a Inés Calderón en la pulquería del “Año Nuevo”, quien se lo negó por no traer más dinero, provocando la ira de Guerrero, mismo que le infirió una herida con un cuchillo en la boca a Calderón, motivo por el cual, María Francisca de la Cruz, dueña del “Año Nuevo”, echó a la calle a Inés Calderón con el fin de evitar un agravio mayor. Tras un cuarto de hora, la pulquera le pidió a su criada, Cirila López—quien en esos momentos se encontraba fregando el piso del establecimiento que a su vez le servía de hogar— que se asomara a la calle para verificar que no estuviera Calderón y dejar salir a Guerrero, obedeciendo lo solicitado por su ama, la joven aseguró no haber visto a Inés en las calles cercanas a la pulquería. Una vez fuera de la taberna, Inés Calderón fue seguido por Ambrosio Guerrero, injuriándolo e instándolo a que se fuera para el llano, momentos en que le cortaba el jorongo con un cuchillo. Entonces, indignado Calderón, a su vez, sacó un cuchillo y sin saber dónde lo heriría, su oponente cayó al suelo, donde más tarde, a instancia del juez 4º menor, licenciado Edmundo Castro, el personal del juzgado se trasladaría a practicar las diligencias necesarias para abrir el caso.

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AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en averiguación de las heridas que recibió Bernabé Alvarado, octubre 14 de 1885, 40 ff.

122 Al igual que en el proceso contra Isidoro Hernández, como el acusado actuó en defensa propia, fue absuelto de todo cargo en su contra.323 Según la declaración de María Isabel Arias, hija de Ricarda Carrizales, quien poseía una pulquería en el barrio de Tlaxcala, alrededor de las cuatro de la tarde del 11 de noviembre de 1887, llegó tambaleándose Teodoro Nieto, muy ebrio “al grado de no tener conciencia de sus actos” y gastó en compañía de varios amigos tres reales de pulque. Mientras la pulquera entregaba una cuartilla de dicha bebida a un cliente que se encontraba en la puerta, Francisco Pantoja, aprovechó para robar un poco de pulque del apaste en que servía la hija de Ricarda Carrizales, dándose cuenta del proceder de Pantoja, le reclamó y como éste no supo que responder, culpó a Teodoro Nieto, asegurando que además de haber robado él el pulque, se lo ofreció a Pantoja, lo cual escuchó Nieto y enfurecido, condujo a Pantoja a la calle donde le dio un par de golpes con la astilla de un palo después de que Pantoja—según Nieto—le lanzó una pedrada contra el pecho.324 En el mismo año de 1887, pero el 26 de diciembre, ocurrió otro hecho en el mismo tenor, que además resulta interesante por la protección maternal que en él se puede apreciar. Timoteo Candelario estaba en la pulquería de “Los Changos” localizada en la calle de la Alfalfa del barrio de San Sebastián en la salida a Pozos, propiedad de Policarpa García, en compañía de varios amigos, cuando Francisco Hernández, hijo de una curandera conocida como doña Guadalupe que vivía en el Montecillo, se les acercó invitándolos a que lo acompañaran a tomar chorrera y como nadie contestó, Candelario aceptó la invitación, “creyendo ésta de buena fe” y salieron juntos, cuando al pasar frente a una cantina, Timoteo le dijo a Francisco que allí vendían chorrera, a lo que el segundo respondió que fueran más adelante, conduciéndolo hacia una calle sin gente, donde intentó agredirlo con una cuchilla de zapatero y como Candelario andaba muy ebrio, se cayó, oportunidad que su agresor no desaprovechó para herirlo en la cara. Francisco

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AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal seguido de oficio contra Inés Calderón por homicidio, noviembre 23 de 1886, 36 ff. 324 AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Juan Hernández o Teodoro Nieto, noviembre 12 de 1887, 36 ff.

123 Hernández fue aprehendido por el manzanero Timoteo Méndez, quien en su testimonio negó haber aprehendido al delincuente sino hasta el día siguiente, cuando éste pasaba en un burro en compañía de su madre, quien dijo que ella respondía por su hijo, “que lo dejara ir, que iba a ver a su esposa que se estaba muriendo de parto”. Esa fue una justificación suficiente para el manzanero y que por lo mismo accedió a aprehender a la curandera y al malhechor le concedió retirarse. Como el inspector de policía del barrio, Juan Valdez, reprobó lo dispuesto por Timoteo Méndez, mandó aprehender al que decía iría a ver a su esposa, lo cual no se logró hasta el 10 de marzo de 1888. Un año y medio antes de los hechos relatados, Francisco Hernández estuvo preso durante once meses por heridas. Como puede apreciarse, es muy significativo el papel que juega la madre del agresor, sacrificándose ella con tal de que su hijo no fuera aprehendido, a pesar de contar con antecedentes penales y cómo para el gendarme basta aprehender a alguien, sin importar que se tratase del culpable o no.325 En suma, este caso es un ejemplo fehaciente de lo apuntado por James Garza: “En los bajos fondos parecía que la única persona en quien podías confiar era tu madre”.326 Al salir de la pulquería de “El Cazador”, el 25 de junio de 1891, José María Esparza fue interceptado por Antonio Puente, quien lo esperaba afuera del establecimiento para pegarle con una piedra por el simple hecho de que momentos antes no le quiso invitar una copa. Al escuchar el escándalo el encargado de la pulquería, Juan Romero, salió del local y al ver lo ocurrido, detuvo al agresor y llamó a un gendarme para que lo aprehendiera. En todas sus declaraciones, Antonio Puente aseguró no recordar absolutamente nada de los hechos por los que se le procesó por encontrarse en completo estado de ebriedad. Tanto el ofendido, como el pulquero y el gendarme, aceptaron que Puente sí se encontraba en estado de ebriedad pero no al grado de estar “perdido de sus sentidos”, por lo que este caso como los demás en los que el culpable apeló encontrarse en completo estado de ebriedad son un claro ejemplo del 325

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Francisco Hernández o Galván por heridas a Timoteo Candelario, diciembre 26 de 1887, 12 ff. 326 Garza, James Alex, Op. Cit., p. 158.

124 conocimiento que tenían de que la embriaguez constituía una atenuante al ser procesados y que, aunque no estuvieran ebrios realmente, fue un recurso con el que se amparaban para cumplir una condena menor. En su caso, Puente fue condenado a sufrir tres meses y 17 días de arresto.327 La mayoría de los casos expuestos han sido protagonizados por gente joven, incluso menores de edad algunos de ellos, sin embargo el que a continuación se presentará es particularmente interesante, porque muestra cómo en plena adolescencia se podía contar con un verdadero historial criminal y ser todo un delincuente en potencia, producto de un carácter sumamente agresivo. El cuatro de marzo, sábado de gloria, de 1897, estuvieron bebiendo en la reconocida pulquería “La Fuente Embriagadora”, Santos Flores de apenas 16 años de edad y Mateo Alfaro, alias “La Ardilla”, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde, hora en que se acercaron a pedirle pulque a Heriberto Rodríguez, quien se encontraba en el mismo expendio desde el medio día. Como no se los dio, le tiraron el que bebía y al reclamarles Rodríguez, “La Ardilla” quiso pagárselo, impidiéndoselo Flores, razón por la cual comenzaron a pelear, sacando Santos Flores un cuchillo de zapatero con el que hirió a Heriberto Rodríguez, quien intentó huir, seguido de su agresor, no obstante éste fue detenido por el dueño de “La Fuente Embriagadora” y lo entregó a un gendarme que ya había detenido también al herido y lo dejó encargado con otro individuo mientras se encargaba del precoz delincuente. Santos Flores fue condenado por el delito de heridas calificadas a sufrir un año dos meses y veinte días de prisión, sin embargo la primera vez que estuvo preso fue a los 13 años de edad por el delito de homicidio, quedando en libertad el 11 de junio de 1894 y regresar a prisión el siete de agosto del mismo año por el delito de homicidio nuevamente; tras quedar en libertad en enero de 1895, fue remitido por tercera vez a la penitenciaría el 23 de mayo de dicho año, aunque en esa ocasión por heridas; mientras estuvo preso, el 17 de julio riñó con el sentenciado Eulogio Pérez a quien le infirió una herida en el brazo izquierdo, por lo

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AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Antonio Puente por heridas a José Ma. Esparza, junio 25 de 1891, 31 ff.

125 que fue declarado preso una vez más por el delito de heridas y obtuvo su libertad el 18 de septiembre del referido año.328 Es asombroso ver cómo en un lapso tan corto, una persona a tan corta edad, contaba en su haber con dos homicidios, además de ser “visitante” habitual de los juzgados y de la penitenciaría. Este caso, quizá sea un buen ejemplo nada alejado de la realidad de los desposeídos descrita por los observadores de la época sobre la que afirmaban que todas aquellas criaturas que nacían y crecían en la miseria, dentro de un ambiente hostil, rodeados de vicios y crímenes, estaban destinadas desde su más “tierna infancia” a repetir aquellos patrones de conducta negativos con que habían tenido una estrecha relación. Para cerrar con este inciso resta hablar de otro caso cuyo desenlace costó la vida de uno de los implicados. Magdalena Barbosa reconoció a su hijo en uno de los dos cuerpos que yacían en el patio de la pulquería de “El Cazador”. El cadáver correspondía a un individuo de color trigueño pálido, de mediana estatura y de aproximadamente 18 o 19 años de edad, lampiño y de cejas y cabello negro que vestía camisa blanca delgada, pantalón negro, guaraches y sombrero de bigo. Tras confirmar que era su hijo, Catarino Urbina, Barbosa declaró que ella misma lo dejó en “El Cazador” a las cinco y cuarto de la tarde de aquél 28 de junio de 1897 en compañía de Ricardo Rangel y al salir de la pulquería vio entrar a un individuo conocido como Ángel, “El Frutero”, de quien era el otro cuerpo localizado al fondo del patio del establecimiento y quien únicamente estaba herido por una cortada en uno de los costados. Magdalena Barbosa supo por una niña de la vecindad de la Colmena, donde vivían ella y su hijo, que éste estaba muerto e inmediatamente se trasladó al lugar de los hechos. De la misma manera, pero por noticia de una rebocera, Jacinta Rodríguez, amasia del entonces occiso se dirigió a la pulquería tan luego como se enteró de lo ocurrido. El pleito se originó cuando Catarino Urbina, acompañado del referido Ricardo Rangel y de dos mujeres, se acercó a Ángel Peña “El Frutero”, quien

328

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas. Acusado: Santos Flores. Ofendido: Herinberto Rodríguez, marzo 4 de 1897, 32 ff.

126 también era conocido con el apodo de “El Ciego”—por encontrarse tuerto de un ojo—a pedirle pulque y como “El Ciego” se negara a convidarle, ocultando el apaste que contenía la bebida debajo de las piernas diciéndole que no era suyo, Urbina se enojó e intentó tomar el pulque por la fuerza, sacando un cuchillo con el que intentó herir a Peña, quien al levantarse de la pila en que se encontraba sentado se tropezó, cayendo sobre él Urbina—ambos estaban ebrios—y lo hirió del brazo derecho. Mientras se defendía Peña, herido, logró quitarle el cuchillo a su contrincante, con el cual “le aventó un piquete”, sin saber dónde le pegaría y al atender a la sangre que salía de su propia herida se desmayó, para que instantes más tarde Urbina falleciera a consecuencia de la lesión. El delito de Peña fue considerado como “homicidio simple en riña cometido por el agredido” y por tal, se le impuso la pena de seis años de prisión. Asimismo, años atrás había estado preso durante un mes por un robo que—según declaró—no cometió y en otra ocasión estuvo preso tres días por pleito con su familia.329 En las dos categorías que hasta aquí se han expuesto, se pueden detectar distintas características que son recurrentes en los diversos casos, las cuales se confirmarán con los incisos restantes. Entre esas particularidades se encuentra que: la mayoría de los lesionados, y principalmente los difuntos, fueron quienes provocaron las riñas; muchos de los acusados alegaron encontrarse en completo estado de ebriedad con el fin de aminorar sus respectivas condenas; de la misma manera, tanto ofendidos como agresores negaban recordar lo sucedido por el alto estado de ebriedad en que se encontraban. De los agresores se entiende dicho recurso por ser la embriaguez una atenuante, pero de los ofendidos, se pueden inferir un par de razones: 1) que quizá, por salvaguardar su orgullo y cobrar venganza por su propia mano después, prefirieron decir no recordar los hechos. Como prueba de ello, cabe tomar en cuenta una afirmación de El Estandarte, en la que refiere que “entre la gente de nuestro pueblo se considera deshonrado el hombre que lesionado por otro, dice quién fue su agresor”,330 y 2) lo que pudo ser

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AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por homicidio perpetuado en el que se llama Catarino Urbina, junio 28 de 1897, 48 ff. 330 “Los valientes” en El Estandarte, año VI, no. 101, agosto 20 de 1890.

127 más probable, consientes de haber sido ellos quienes comenzaron las riñas, manifestaron no recordar lo acontecido ni quién fue su agresor.

c) Insultos e injurias. El tercer motivo de riña en una pulquería, entre los más frecuentes, fue el que resultó de los insultos o injurias, de manera justificada o no, aunque las más de las veces las ofensas verbales no tuvieron justificación alguna, sino que obedecieron al estado de ebriedad de quien las profirió. En el primero de estos casos pueden observase varios elementos comunes, ya mencionados, de la forma en que, sin razón, se iniciaron muchos sucesos violentos. Mientras Atanacio López jugaba a la rayuela con Zeferino Medina en la pulquería de Anselmo Morales, otro cliente, Francisco González, se le acercó al primero y sin ningún motivo le dijo “vaya usted a la…” y en lo que López reaccionaba ante el insulto, su agresor le tiró un machetazo, del que el ofendido quiso defenderse con el brazo izquierdo, en el que recibió una herida que le atravesó la piel, le rompió los tendones y las arterias de la articulación. Al haber escuchado el golpe, el pulquero Anselmo Morales, cuando se disponía a comer, se levantó a detener a González, le quitó el machete y lo entregó al inspector de policía. Por este delito, a diferencia de otros expuestos de dimensiones similares, la autoridad fue más severa, pues el acusado fue condenado a sufrir la pena de cinco años, seis meses de prisión ordinaria, por lo que el 22 de enero de 1886, es decir a casi un año de iniciado el proceso—ocurrido el 25 de febrero de 1885—, Francisco González solicitó su libertad preparatoria, que le fue concedida hasta el 22 de noviembre de 1887, porque se observó que “durante el tiempo de su prisión [su conducta] ha sido buena, ocupándose en tejer sombreros de palma y en los quehaceres de la obra de la Penitenciaría en construcción”.331 La última parte del caso resulta muy interesante, ya que deja ver en qué labores se ocupaban los presos durante su prisión para poder ser reintegrados en la sociedad, ganarse algo de dinero—aunque en el testimonio esto no aparezca,

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AHESLP, STJ (legajo sin numerar), exp. sin clasificar, Criminal por heridas a Atanacio López. Reo Francisco González, febrero 24 de 1885, 60 ff.

128 así sucedía—y aprender algún nuevo oficio cuando no desempeñaban allí dentro el que ejercieran antes de ser recluidos. El siguiente caso, además de mostrar cómo la vida podía ponerse en juego por simples ofensas absurdas, es un buen ejemplo de lo importante que era salvaguardar el honor. Esto ocurrió la noche del 19 de mayo—jueves de la asunción—de 1887 cuando los compadres Mariano Espinosa y Genaro Flores pasaban en completo estado de ebriedad por la pulquería de “La Corte”, de donde salía Eligio Martínez, a quien le gritaron “oye chaparro”, provocando que Martínez se indignara y respondiera con un insulto contra Espinosa, quien a su vez insultó a su contrario. Dejando a un lado los insultos, Eligio Martínez agredió en la frente a Mariano Espinosa con un machete, mientras Marciala Montiel, hija de la dueña de “La Corte” cerraba la puerta de la pulquería para que los contrincantes no se metieran. Sin embargo, lo más interesante del caso es cuando en una parte de la ampliación de su declaración, Mariano Espinosa sostuvo que tanto él como su contrincante “habían concertado, en lo particular, que cada uno diría que no sabía quién era su ofensor”, pero que como su familia se resistió a tal convenio, se vio obligado a declarar. Sin embargo, semejante revelación, confirma la idea de que era preferible callar antes que “manchar” el orgullo declarando quién fue el agresor, tal como lo señalaba el citado artículo de El Estandarte titulado “Los Valientes”; en este caso, conviniendo incluso ambas partes en callar. El desenlace del proceso judicial fue que a las partes involucradas se les dio por compurgadas con el tiempo sufrido en prisión, es decir lo que duró el proceso que se extendió del 19 de mayo al ocho de agosto de 1887.332 Finalmente, un elemento más a destacar, para entender el contexto en el que se desarrollaban hechos como el que se acaba de exponer, es la mención al jueves de la asunción. Éste es un aspecto interesante porque muestra la importancia que tenían las festividades religiosas como un referente dentro de los testimonios, quizá como una manera de justificar por qué se encontraba ebrio el

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AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en averiguación de las heridas que se infirieron Mariano Espinosa y Eligio Martínez, mayo 19 de 1887, 70 ff.

129 declarante en el momento del suceso: por ser una conmemoración importante, propia para celebrarse bebiendo, como ocurría con la mayoría de las festividades, tanto religiosas como cívicas. Siguiendo en la misma tónica, otra fecha conmemorativa dentro del calendario religioso, tomada como pretexto para celebrar bebiendo y ¿por qué no? riñendo si así lo ameritaba algún motivo como el ser injuriado, fue el jueves de corpus—primero de junio—del año 1888. Eran las dos de la tarde, cuando Cecilio y Felipe Ibarra llegaron a la pulquería de Carmen Estrada o Reyes a tomar un tlaco de pulque y al entrar al establecimiento, un sujeto llamado Pascual Martínez al ver a Cecilio Ibarra dijo “aquí está el que mata perros”, a lo que éste le contestó que no fuera mentiroso, mientras Martínez le aventó en la cara el apaste del que bebía pulque que le había servido la joven criada de la pulquería, María Juana García. Una vez cometida la agresión, Pascual Martínez intentó fugarse evitándolo el acompañante de Cecilio, Felipe Ibarra, quien lo entregó a un manzanero. A pesar de que todos los testigos declararon en contra de Martínez y éste también aceptara haber atacado a Cecilio Ibarra, el acusado quedó en absoluta libertad.333 Para cerrar el inciso, el último caso a exponer no sólo muestra cuán fácil puede verse vulnerada una amistad cuando se está ebrio y de allí se procede a los insultos y finalmente a los golpes y heridas, sino también cómo el alcohol puede ser un estimulante desinhibidor y que al estar bajo sus efectos, salen a relucir viejas rencillas. La tarde del martes 21 de abril de 1896, en la pulquería de “La Reforma” Fructuoso Jaso se le acercó al hasta entonces su amigo Nabor Jiménez y comenzó a insultarlo además de incitarlo a salir a pelear, por el simple hecho de que—según la declaración de Jaso—días antes Nabor le vendió a su madre un gallo y unas gallinas que después fueron robadas. Como por el incidente Jiménez

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AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Contra Pascual Martínez por heridas, junio 1º de 1888, 25 ff.

130 estuvo detenido en La Cochera, Jaso insistía en que éste trataba de “perjudicarlo mintiendo”.334

d) Causas diversas. El último de los incisos y el más extenso es en el que no pudieron clasificarse los casos por haberse desarrollado cada uno de manera muy particular. En éste, al igual que en los anteriores, podrá observarse que mientras se estuviera bajo los efectos del alcohol, cualquier motivo era suficiente para derramar sangre y cobrar la vida de alguno de los involucrados en las riñas que fácilmente podían presenciarse en cualquier pulquería de la capital potosina. El primero de los casos que se expondrán, es de suma importancia, pues deja entrever la mentalidad de la época en torno a la homosexualidad. El jueves primero de julio de 1886, alrededor de las siete de la noche, Francisco Medina llegó a la pulquería de “El Teposán”, atendida por Anastasio Piña. Según la versión de éste, los hechos sucedieron de la siguiente manera: Llegó un desconocido, a quien le decían Galván [Francisco Medina], pidiéndole pulque fiado sobre un platillo de panadero, y como sólo le fiara hasta un real del citado líquido, pues no podía valer más, y aquél quería que le prestara más del referido lienzo, lo que no verificó por no poderlo hacer, se disgustó el desconocido y le aventó por la cara con un apaste, causándole las heridas que presenta.335

Mientras tanto, la versión del acusado es la siguiente: Que no es cierto que él haya herido ni golpeado a Anastacio Piña como expone, porque no le quiso fiar más que un real de pulque sobre un platillo de panadero que traía el exponente; pues que si lo hirió fue porque el día a que se refiere Piña, estaba tomando pulque en el Teposán, cuando se le acercó el antedicho y lo pellizcó, requebrándolo e incitándolo, tomándole de un brazo para pellizcarlo de nuevo, y como estaba ebrio el exponente, no se lleva con el antedicho y le pareció insoportable que aquél individuo lo pellizcara delante de los concurrentes; ciego de cólera, le aventó por la cara con un apaste en que tenía pulque, causándole las heridas que constan en la fe judicial; que no tenía resentimiento anterior con el agredido.336 334

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Nabor Jiménez por el delito de heridas causadas a Fructuoso Jaso, abril 21 de 1896, 33 ff. 335 AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Francisco Hernández por heridas a José Tereso Medina y a Anastacio Piña, octubre 18 de 1885, 74 ff. Las cursivas son mías. 336 Ibídem.

131

Como deja establecido el testimonio, los factores que provocaron la violenta reacción del acusado fueron básicamente la ebriedad que padecía en ese momento Hernández y el haber sido ridiculizado por el agredido, pellizcándolo frente a los clientes que se encontraban en la pulquería. No obstante, la versión difiere un poco del testimonio que posteriormente habría dado en su defensa el acusado. Sin embargo, antes de exponer el segundo testimonio con que se defendió Hernández citaré otro fragmento del documento en el que un testigo aporta nuevos elementos de lo sucedido, mismos que en el segundo testimonio del acusado serían admitidos por éste: Que el 1º de julio del año pasado, como a la oración de la noche, llegó el exponente a la pulquería “El Teposán” en el barrio del Montecillo y en ella se encontró a Francisco Hernández y Leocadeo Cabrera, que también tomaban o habían tomado antes; que poco después llegó Nemecio Guanajuato y pidió a Anastacio Piña cuartilla de pulque que le fue servida y se retiró con ella, momento en que se levantó Hernández y le dijo a Piña “[¿]dónde está el pulque que dejé en el mostrador[?]”, refiriéndose al que había comprado y llevado Guanajuato; y como Piña le contestara que se lo había llevado éste, Hernández repuso que entonces le fiara cuartilla a él; que Piña le dijo a Hernández que no podía fiar y éste replicó que nada le pedía, por lo que, aquél, a su vez, le dijo que tampoco le pedía, motivo por el cual Hernández tomó un apaste de pulque y de un golpe se lo rompió en la cara a Piña; que no notó que Hernández estuviera ebrio, Piña estaba desarmado y sólo presenciaron el hecho el que habla y Leocadeo Cabrera, pues no había más personas en la pulquería en ese acto.337

Aquí los nuevos elementos son la llegada de Nemecio Guanajuato a la pulquería a comprar pulque para llevárselo y que lo que motivó el enojo de Hernández fue la contestación del encargado de la pulquería. Sin embargo, el testimonio de Hernández durante el careo con uno de los testigos, resulta ser más interesante y delicado, en perjuicio del agredido: Usando de la palabra, Francisco Hernández repitió que porque Piña lo pellizcaba y requería de amores, fue por lo que lo hirió y que su careado presenció esto; Leocadeo Cabrera [el testigo] repuso: que no vio que piña pellizcara a Hernández, ni escuchó si las palabras que mediaron entre los dos serían de amores, observando solamente que Hernández con un apaste de pulque dio, de repente, a Piña un golpe en la cara.338 337 338

Ibídem. Ibídem.

132

En la última declaración el aspecto destacable es cuando Francisco Hernández manifestó que Anastasio Piña, además de pellizcarlo, “requería de amores”. Esto podría interpretarse como un intento de justificar sus actos, quizá inventando lo que afirmó para atenuar la acusación que se le imputaba, pues como se verá, el que el despachador de pulque “requiriera de amores” de una persona de su mismo sexo era un acto lo suficientemente censurable, como para haberlo pasado por alto en su primera declaración y recordarlo hasta esta última. Sin embargo, el factor más relevante del proceso y que nos ayuda a tener cierta idea de la forma en que era percibida la homosexualidad hacia aquellos años es parte del discurso presentado por el defensor del acusado: Respecto a las heridas inferidas a Anastacio Piña, hay que tomar en consideración que si éste pellizcó a mi defenso y le dijo algunas palabras amorosas, no debió permanecer indiferente, porque a ningún hombre le agrada que otro lo trate así, por más que el que así trate tenga esa mala costumbre. Hay ciertos actos, ciertas palabras que indignan tanto, no precisamente por lo que sean en sí, sino por la persona que interviene, que no es posible sufrirlo. Mi defenso, pues, oyendo que otro le profesó palabras de amor, debió sentirse indignado y por manifestar su desprecio, se vio obligado a ofender a aquél maleñado que con sus palabras ocupaba un feo lugar entre los hombres.339

Obviamente, era de esperarse una respuesta de este tipo por parte del defensor, pues esa era su labor, sin embargo no dejan de parecer fascinantes, dentro del discurso, los calificativos, los prejuicios—viéndolo desde nuestro presente—y el descrédito hacia un hombre atraído por otro de su mismo sexo, así como la convicción con la que justifica los actos de su defendido. El veredicto final del juez fue que “absolvió al acusado Francisco Hernández del cargo que se le imputaba, quien quedará, por lo mismo, en libertad completa, cancelándose la caución que haya otorgado”. Ante este resultado, cabe añadir que meses antes, Francisco Hernández había sido procesado por los delitos de robo y heridas cometidos en compañía de su esposa Gabina Miranda contra José Tereso Medina en la pulquería de “La Corte”.340

339 340

Ibídem. Ibídem.

133 Continuando con el mismo caso, considerándolo excepcional por ser el único localizado en el que se aborda el tema de la homosexualidad, Robert M. Buffington, ha referido lo siguiente: […] la desviación sexual indicaba criminalidad, la que a su vez constituía una amenaza para el desarrollo político, económico y social de la nación. La homosexualidad en particular atentaba contra la existencia misma del país, pues inducía la consumación de uniones infértiles en una época obsesionada por la fecundidad nacional y la “lucha por la vida” mundial.341

Si se toma en cuenta dicha explicación, puede comprenderse un poco la razón por la cual el acusado quedó libre de toda culpa: porque en el caso expuesto quien representaba una “amenaza para la sociedad” era el individuo con supuestas tendencias homosexuales, quien con sus actos atentaba en contra del devenir de la nación obstaculizando incluso su desarrollo demográfico, sin embargo habría que profundizar más en estudios de este tipo para obtener otras interpretaciones al respecto. La siguiente averiguación inició con la detención de Jerónima Moreno, dueña de la pulquería de “El Arco Colorado”, ubicada en la calle de Bolívar del barrio de San Miguelito por “encubrimiento del delito” al declarar que “nada sabe, ni le consta haber visto algo del acontecimiento”. En un segundo intento por tomarle su declaración a la pulquera, expuso que como a las cinco de la tarde del 18 de octubre de 1887, estando en su establecimiento tomando pulque Marcelino Duque, Gregorio Ibarra, Margarito Colunga y el hijo de una persona llamada Guadalupe Morales, […] se oyó en la calle voces como que reñían y a la vez una carrera, pues que una niña, hija suya, estaba en la puerta de la pulquería, entró diciéndole que allí venía una bola de gente, por lo que […] pretendía cerrar la puerta, en cuyo acto salieron los cuatro que allí se encontraban tomando.342

Una vez fuera de la pulquería, Marcelino Duque, se encontró con cuatro individuos—que eran los que se escuchaban correr—armados con puñales y de entre ellos, la señora Moreno reconoció a Darío Olmedo quien inmediatamente 341

Buffington, Robert M., Op. Cit., p. 192. AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Darío Olvera y Margarito Colunga por homicidio y heridas, octubre 18 de 1887, 58 ff. 342

134 atacó a Duque con un cuchillo grande, provocándole una herida que en el acto lo hizo caer al suelo perdiendo el sentido. Enseguida los malhechores se echaron a correr, mientras eran perseguidos por Gregorio Ibarra, quien también iba herido, a la vez que gritaba “hijo de un tal, si te alcanzo te mato”, quizá en venganza de la agresión en contra de Marcelino Duque. Según la descripción de los hechos, Olmedo hirió a Marcelino Duque porque mientras éste reñía con Andrés Oliveros, Gregorio Ibarra le propinó un golpe con un palo; razón por la cual, al primero que tuvo enfrente para desquitar su ira, fue Duque. Pero, no obstante, habiendo intentado vengar, Ibarra a Duque, el primero fue encontrado muerto en el punto conocido como “La Ladrillera”, en el mismo barrio, por una herida provocada en el pecho con el mismo cuchillo con que antes Olmedo hubiera herido a Duque. A pesar de la declaración de los hechos, a menos de un mes del suceso, Darío Olmedo quedó exento de toda responsabilidad del homicidio y las heridas por que se le procesó.343 Otro factor que, aunado a la ingestión de alcohol en altas cantidades, era un serio detonador de violencia en las pulquerías, fueron los líos amorosos, tales como celos, engaño a la pareja o simples sospechas de ser engañado por el cónyuge, entre otros ejemplos. En este contexto se desarrolló una riña, cuyo escenario fue una pulquería y el elemento que externó de manera violenta las sospechas de ser engañado fue el elevado estado de embriaguez del agresor, tras todo un día de haber estado bebiendo en diferentes establecimientos. Eran entre las nueve y diez de la noche del 27 de junio de 1888 y en la pulquería de “El Descanso”, situada en el barrio de Tlaxcala, propiedad de Gerarda Medina se encontraban bebiendo una cuartilla de pulque los consuegros Doroteo Sierra y Toribio Ramos, cuando llegó la esposa de Sierra, Narcisa Cásares, quien había salido de su casa para comprar una vela y con la esperanza de hallar a su marido, al cual encontró al pasar frente a “El Descanso” y escuchó su voz. Narcisa continuó su camino y al regreso de comprar la vela, entró a la pulquería para llevarse a Doroteo, quien ya estaba bastante ebrio, pues había 343

Ibídem.

135 estado bebiendo desde la mañana con la amasia de su consuegro en otra pulquería—según Sierra, dicha mujer “diariamente anda en las cantinas y pulquerías, pero que nada ofendió a la honra de ella”—y como esto lo supo Toribio Ramos, aguardó hasta estar fuera de la taberna. Una vez en la calle, Sierra insultó a Ramos y lo atacó con un cuchillo, despertando así su ira, la cual lo orilló a responder de la misma manera, de tal suerte que sacó igualmente su cuchillo e hirió a Sierra debajo de la tetilla izquierda.344 Un dato interesante es que en el proceso anterior el acusado aceptó haber herido a su contrario, lo cual no sucedía con mucha frecuencia. Ahora bien, otra manera de actuar, aún menos común, era entregarse por su propia voluntad ante la autoridad, tal y como sucedió en una riña acontecida un año después del caso que se acaba de exponer. María Inés Juárez había levantado un puesto de pulque debajo de un Mezquite en el Camino Real que atravesaba la Tercera Fracción del barrio de Tlaxcala, en donde al medio día del seis de junio de 1889 se encontraban discutiendo Lázaro García y Prudenciano Ramírez, cuando inmediatamente cinco de los concurrentes que allí se encontraban tomaron parte en el pleito y formaron una “bola”, lo cual presenció Ascensión García quien, considerándose amigo de todos los involucrados en la trifulca, acudió enseguida a separarlos, cuando al intentar detener a Lázaro García, éste le propinó un golpe en el carrillo izquierdo con un tepetate que traía en la mano. Según la declaración de Lázaro García, éste había estado bebiendo vino el día cinco de junio desde muy temprano, por lo cual se había quedado dormido en el puesto de la señora Juárez y al día siguiente, mientras había una riña—según dice—entre los concurrentes, éste se despertó porque sintió que uno de ellos le echó un apaste de pulque en los pies y que “no recuerda qué es lo que motivaría la riña con Ascensión García”, por lo que hasta después de un día “tuvo noticia que el Inspector de Tlaxcala lo había mandado llamar, por lo que fue a verlo y éste le impuso que le había dado un golpe a Ascensión García, dándole una orden o

344

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Toribio Ramos por heridas, junio 27 de 1888, 34 ff.

136 boleta para presentarse a la comandancia de policía”, lo cual obedeció y acudió hasta allí “sin que nadie lo condujera”. Todos los testigos afirmaron en sus declaraciones que, al parecer, el golpe que Lázaro infirió a Ascensión no fue intencional o, que al menos, no iba dirigido contra el segundo, pues también era cierto que levantó el pedazo de tepetate de “varios que había allí tirados, donde habían limpiado una acequia”. Ante esto, cerca de dos meses y medio después, es decir, el 21 de agosto de 1889, el juez 1º de lo criminal absolvió a Lázaro García y ordenó que se le pusiera en libertad bajo fianza.345 En los dos últimos casos expuestos, el hecho de aceptar la responsabilidad de los hechos contra su oponente o el entregarse ante la autoridad, pueden entenderse como un recurso atenuante del castigo a recibir y asimismo acelerar el proceso para quedar en libertad. Por otra parte, esa forma de actuar, puede interpretarse de la siguiente manera. En ambos casos existía un lazo que unía a los contrincantes: en el primero el ser consuegros y en el segundo la amistad, lo cual pudo ser un factor determinante para que el agresor se sintiera culpable y aceptara su responsabilidad, resignándose a cumplir con la condena que le fuera a ser impuesta. El grueso de los casos presentados, además del interés que representa su naturaleza para los fines de este estudio, deja entrever aspectos detallados de la vida cotidiana de las clases populares, hacia lo cual se ha procedido de manera intencionada. Es decir, en este trabajo se pretendió mostrar cómo los procesos judiciales pueden ser una ventana hacia el diario acontecer del pasado, en este caso en lo referente a las pulquerías. Esta apreciación la retomo de una reflexión de William B. Taylor, en la que manifiesta que “los expedientes de juicios engloban muchos datos de interés social que, a primera vista, tienen poco que ver con el delito individual en cuestión”346 es decir que son una rica fuente de información para el historiador social o cultural. Sergio Ortega Noriega ha profundizado en esta idea y ha añadido que en tales documentos se pueden distinguir dos tipos de

345

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Lázaro García por heridas a Ascensión García, junio 6 de 1889, 27 ff. 346 Taylor, William B., “Algunos temas de la historia social de México en las actas de juicios criminales” en Relaciones, vol. III, no. 11, 1982, p. 91.

137 datos: “aquellos que se relacionan con el hecho judicial y aquellos que no se relacionan directamente con éste”. Los primeros son los solicitados por el juez como parte del proceso y los segundos corresponden a la información otorgada “por el compareciente por su propia iniciativa” y tal información—añade—“que no guarda relación directa con el fin judiciario del documento y que es dicha espontáneamente, es la que mejor sirve para el estudio de la cultura de los grupos sociales”.347 Siguiendo esta lógica es que los ejemplos presentados han sido expuestos detalladamente, para ver más allá del origen del documento, es decir rescatar el discurso no intencionado que se guarda en su trasfondo. En este sentido, la revisión del siguiente expediente no es la excepción, sino al contrario, es un claro ejemplo de cómo un estudio de caso en particular permite ver más allá del acto delictivo por el cual se abrió el proceso. Dicho caso arroja información acerca de las distintas funciones que pudieron tener las pulquerías, siendo espacios incluso para que allí se celebraran eventos sociales como bodas, tal y como a continuación se expondrá. El cuatro de septiembre de 1892 se dio aviso al juez 3º menor, licenciado José Paz Libana, de que en la pulquería de “El Pinacate”, situada en el Camino Real de Pinos del barrio de Santiago, cuya dueña era Ángela Ramírez, se encontraba herido de un balazo en la cabeza el pintor Trinidad Ojeda, quien a la llegada del personal del juzgado no pudo declarar por “estar privado del uso del habla” y cuya muerte, consecuencia de las heridas, se registró el 10 de septiembre del mismo año, declarándose que el occiso era de estatura baja, robusto, moreno, de cabello negro, barba escasa, con una cicatriz en el pómulo izquierdo y al momento de su muerte vestía calzoncillos de manta corriente, camiseta de junta blanca y calzaba guaraches. El difunto era primo de la dueña de la pulquería, en la que el día del acontecimiento se celebraba la boda entre Magdalena Moreno y el jornalero Estaban Ramírez, hermano de la pulquera, quien con motivo de los preparativos del enlace nupcial y anfitriona de la celebración, solicitó a Ángela de la Luz que le

347

Ortega Noriega, Sergio, “Los documentos judiciales novohispanos como fuentes para la historia de la vida cotidiana” en Alicia Mayer (coord.), Op. Cit., p. 38.

138 ayudara a moler desde el día anterior, así como el mismo día del evento, cerca de las dos de la tarde, invitó a su amiga Gerónima Moreno, que en esos momentos transitaba por “El Pinacate”, a que “pasara para darle un taco y como luego se ofreció poner la mesa para la concurrencia, se sentó a ella con Magdalena Moreno […] y otras personas que no conoce de nombre”. Mientras los comensales estaban en la sala de la casa, en una habitación contigua, por no haber suficiente espacio, se hallaban Trinidad Ojeda y Esteban Ramírez, así como Isidro Esparza, Justo Blanco y el esposo de la pulquera, Pablo Castillo. Según las descripciones proporcionadas en los testimonios de las diversas declaraciones, a esa hora aún no habían bebido mucho y en una de las múltiples veces en que Pablo Castillo entró y salió de la habitación, dijo “de todos los que están aquí, no hay uno que sea tan hablador como éste”, sin que ninguno de los presentes supiera a quien se refería y por lo mismo nadie se sintió aludido. Enseguida, Castillo tomó una carabina que se encontraba dentro de unos escombros de mecates viejos y ollas en un rincón de la misma pieza con la que apuntó y disparó un tiro a Trinidad Ojeda, procediendo inmediatamente a levantarlo el propio Pablo Castillo, mientras Isidro Esparza le decía “hombre Don Pablo, qué comprometida nos ha dado”, respondiéndole Castillo que “había sido por jugarrería [Sic.], pero ya me fregué”. Como el resto de los invitados se asustaron al escuchar el disparo, los que presenciaron el acto homicida, inmediatamente emprendieron la huída, incluso Estaban Ramírez—quien era el novio—, por temor a ser señalados como responsables o cómplices. Mientras todos estaban escandalizados, Atanacio Castillo—otro de los concurrentes—tomó un machete de la cocina para catear la casa y detener al malhechor. En los últimos casos presentados, se vio cómo los culpables procedieron de distintas formas para atenuar el castigo a cumplir, aceptando su responsabilidad. En este ocurrió algo similar. Pablo Castillo redactó y envió una carta dirigida al juez 3º menor de lo criminal, en la que aceptaba su culpa mostrándose arrepentido de su acción y exponía: “no tuve la absolutamente voluntad, ni intención de cometer tal acto”; que “este fue accidental” y, lo más interesante, que “fue al

139 ejecutar un hecho lícito, en cuyo caso quedaré excluido de responsabilidad criminal”. No obstante, el acusado fue condenado a la pena capital, a lo que su abogado apeló y el caso fue llevado a una segunda revisión en la cual se confirmó la condena establecida, sin embargo, por decreto número 65 de 20 de julio de 1893, expedido por el gobernador del estado Carlos Díez Gutiérrez, el reo quedó indultado.348 En cuanto a la pena capital, Elisa Especkman ha subrayado que ésta estuvo muy restringida durante el periodo estudiado, pues se creía que el delincuente “podía cambiar y nada mejor para ello que la prisión, que lo educaba y lo capacitaba en el trabajo”,349 y además—continúa—“Porfirio Díaz solía conceder el indulto a buena parte de los condenados y, con eso, al igual que el monarca de antiguo régimen, hacía gala tanto de su poder como de su paternalismo y benevolencia”.350 En esta última afirmación cabe hacer una comparación entre el general Díaz y el gobernador del estado Díez Gutiérrez, quien es el que concedió el indulto, con lo cual se puede hacer una analogía entre el gobierno federal y el estatal en la que ambos pretendían exaltar su poder aun sobre lo establecido en las leyes. Desde la última nota a pie de página del primer capítulo se anticipó que en el presente se profundizaría sobre una probable red de corrupción en la que estaba involucrado un destacado comerciante de pulque—quizá el más—en la ciudad de San Luis Potosí. El personaje en cuestión era Facundo Romero y era propietario de tres de las pulquerías más importantes—y conflictivas, dicho sea de paso—de la ciudad: “El Cazador”, “La Reforma” y “La América en Triunfo”, además de haber recibido en hipoteca la pulquería de “El Teposán”, también una de las más importantes de la época, por la suma de 740 pesos.351 348

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Homicidio. Acusado: Pablo Castillo. Ofendido occiso: Trinidad Ojeda, septiembre 4 de 1892, 78 ff. 349 Speckman Guerra, Elisa, “Los jueces, el honor y la muerte. Un análisis de la justicia (ciudad de México, 1871-1931)” en Historia Mexicana, vol. LV, no. 4, abril-junio 2006, p. 1444. 350 Ibid., p. 1445. 351 AHESLP, Registro Público de la Propiedad y el Comercio (en adelante RPPC), Protocolo del Notario Antonio de P. Nieto (A. P. N.-XXV 1887), Hipoteca de una casa situada en la Plazuela de San Juan de Dios en esta Ciudad otorgada por Doña Florencia López a favor de Don Facundo Romero por la suma de $740, no. 138, 3, f. 196 frente y vuelta. Lo concerniente a dicha pulquería será revisado extensamente en el siguiente capítulo.

140 En el mismo año del último caso expuesto, de los establecimientos mencionados como propiedad de Facundo Romero, el que sirvió de telón de fondo para la comisión de un acto de violencia de cuya averiguación se rescatan elementos reveladores de relaciones de compadrazgo con pinceladas de corrupción entre un pulquero y la autoridad, fue “La Reforma”, pulquería de la que en diferentes páginas se han mostrado las irregularidades con que operaba y los delitos de sangre que allí se cometieron. Así, el domingo 12 de noviembre de 1892, Hilario Canela, en compañía de Bonifacio Alvarado, fue a “La Reforma” a buscar a un individuo que le debía dinero, probablemente se trataba de Teófilo Zavala ya que éste, una vez en la pulquería, le ofreció una copa de pulque, para lo que tenía que empeñar un jorongo, lo cual no permitió Canela y pagó el centavo que valía la copa. Al observar dicha acción, Facundo Romero se indignó y le demandó con sarcasmo a Zavala que “cuando saliera a pasear „dejara a las mujeres en la casa‟”, alegando Canela, ante tal indirecta, que “no era la mujer de Teófilo”, motivo que encolerizó a Romero y tomó un machete con el que le provocó severas heridas a Hilario Canela. Cinco días más tarde el defensor de Canela solicitó lo siguiente: […] suficientemente comprobado el cuerpo del delito y habiendo designado a su injusto agresor Facundo Romero, quien dispuso de haberlo ofendido lo mandó preso, durando en la “Cochera” desde el domingo hasta el miércoles, procede, desde luego, se libre orden de aprehensión contra el mismo y se le reduzca a prisión a efecto de que se le imponga la pena que señala la ley, protestando contra todos los gastos, daños y perjuicios, así como también le hará efectiva la responsabilidad civil que resulta del delito.

Dicha demanda fue elevada ante el licenciado Eulalio L. López, juez 3º menor, mismo que se deslindó del pedimento, manifestando que “teniendo amistad íntima con el acusado, por lo que se conceptúa no tener la debida imparcialidad para juzgar el delito de que se le acusa, se excusa de conocer en este asunto”. Semejante respuesta del juez es una muestra valiosa de la falta de imparcialidad con la que seguramente procedieron en más de una ocasión, atendiendo primero a sus relaciones personales que al cumplimiento de la justicia.

141 No siendo suficiente lo anterior, casualmente, los testigos presenciales del acontecimiento fueron seis individuos, los cuales eran amigos del dueño de la pulquería, además del dependiente de la misma, quienes fueron sometidos a un interrogatorio formulado ni más ni menos que por el propio Facundo Romero, con lo cual, fueron nulas las evidencias a favor de Hilario Canela, quien aún seguía en prisión el 30 de noviembre del año siguiente, tras haber solicitado su libertad bajo fianza el 13 de enero de 1893. Por el tiempo que el acusado duró preso, es probable que se hayan atendido los cargos demandados por Romero en contra de Canela, tales como haber golpeado a su dependiente y las injurias contra su establecimiento.352 Para cerrar este apartado, considero pertinente aclarar—como se señaló al principio del mismo—que los casos expuestos a lo largo de los cuatro incisos presentados, tan sólo son una muestra de los que, a mi parecer, fueron los procesos más representativos de riñas originadas en pulquerías. Dicha muestra ha sido extraída del total de un registro de 125 delitos cometidos en aquellos establecimientos a lo largo del periodo estudiado, de éstos el 79 por ciento fueron por riñas (gráfico 1); del total de delitos, el 94 por ciento lo cometieron hombres (gráfico 2), de los cuales 41 eran solteros, 38 de ellos casados, 5 viudos y uno separado, mientras que del cuatro por ciento femenino, cuatro eran solteras y una viuda (gráfico 3).

352

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Acusación contra Hilario Canela y Facundo Romero por golpes e injurias, noviembre 16 de 1892, 17 ff. Años más tarde, en una nota periodística se leía sobre Facundo Romero lo siguiente: “”[…] dueño de una de las mejores pulquerías de la ciudad, hirió ayer por quítame esas pagas, a un individuo que responde al nombre de Antonio Farías”, con lo cual puede comprobarse que dicho individuo continuó haciendo alarde de su impunidad, relaciones clientelistas políticas y agresiones contra sus propios clientes. Véase “Por heridas” en El Estandarte, año XII, no. 1697, abril 12 de 1896.

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En cuanto a las edades de los procesados, sólo se obtuvo el dato de 84 de ellos y en general—considerando a hombres y mujeres—el rango de edad mayoritario que tenían los delincuentes al ser enjuiciados, osciló entre los 20 y 25 años, en segundo lugar se encuentran quienes tenían entre 26 y 30, y en tercero, aquellos que al ser detenidos contaban entre 15 y 19 años (gráfico 4).

144

Respecto al oficio que desempeñaban, se puede observar que todos los procesados se dedicaban a alguna actividad física o manual, siendo la mayoría jornaleros. Del total de los registros se obtuvo el dato de la labor que desempeñaban 86 delincuentes y de éstos, 32 eran jornaleros, 12 zapateros y cinco albañiles, siendo estos los tres grupos mayoritarios (gráfico 5). La clase de empleo a la que se dedicaban los procesados, también puede verse representada por el tipo de “arma” empleada al cometer una agresión, pues en la mayoría de los casos fueron utilizadas sus propias herramientas de trabajo, tales como cuchillos que eran útiles para los zapateros, o cualquier objeto que tuvieran a su alcance como piedras o huesos de algún animal muerto en la calle (gráfico 6). Lamentablemente los casos registrados no informan de la condición étnica o racial de los implicados, sin embargo sí dan fe de la pigmentación de su piel, siendo la mayoría individuos de tez morena y, en un porcentaje más bajo, trigueña, lo cual permite inferir que pudo tratarse de indígenas y mestizos. Ello, aunque concuerda de algún modo con el discurso evolucionista de la época, ya señalado algunas páginas antes, no quiere decir que, efectivamente, siguiendo tales preceptos, indígenas y mestizos fueran los más propensos a delinquir, sino más bien que, al tratarse éste trabajo de un estudio sobre la violencia concretamente en las pulquerías es lógico que fueran individuos pertenecientes a dichos grupos étnicos quienes protagonizaran el grueso de lo casos, pues fueron ellos quienes mayoritariamente consumían pulque por ser la bebida más a su alcance. Así pues, puede establecerse entonces que la fórmula pulque/indígenamestizo no necesariamente tenía que detonar en violencia, sino más bien que el resultado de que los casos que aquí se analizaron fueran cometidos principalmente por gente de tez morena o trigueña responde a que el espacio estudiado fueron las pulquerías y quienes las abarrotaban eran indígenas y mestizos, es decir aquellos grupos de personas que tradicionalmente bebían pulque.

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3.5. De “Las gracias de un gendarme” al abuso de autoridad Finalmente, resta preguntarse ¿a dónde eran remitidos inmediatamente los reos al momento de ser detenidos? ¿cómo eran trasladados una vez en manos de los gendarmes hacia su siguiente destino? ¿cómo era la conducta de éstos últimos? y si ¿ellos también se embriagaban en su horario de servicio? Responder tales preguntas resulta útil para entender si el sistema de justicia operaba de acuerdo al precepto de “orden y progreso”, con el cual se pretendía estar a la altura de los

147 pueblos “civilizados”. Hacer un acercamiento a lo anterior es la intención de este último apartado en el que, como se verá, dicho sistema estuvo lejos de alcanzar el modelo de modernidad anhelado. Este aspecto de la aplicación del orden y justicia en los centros urbanos ha sido abordado por diversos autores, entre quienes Elisa Speckman Guerra ha señalado que aunque al cuerpo policíaco porfiriano se le encargó “un amplio abanico de funciones”, tales como: […] vigilar a ebrios y prostitutas, impedir riñas y separar a los contrincantes, aprehender a los individuos sospechosos de haber cometido delitos y conducirlos ante las autoridades competentes, trasladarse al sitio donde se había cometido un delito y hacer la investigación necesaria.353

Sin embargo, la misma autora subraya que “el porfiriato no gozó de una policía profesional” y que “los gendarmes no estuvieron a la altura de las expectativas de sus superiores, que periódicamente los daban de baja por ausentismo, abandono del puesto, cobardía, ineptitud, inutilidad o ebriedad”.354 Por su parte, Michael Johns, hace la apreciación de que los oficiales de policía “eventualmente tenían mejor entrenamiento, uniformes elegantes y porras y pistolas en lugar de machetes”, pero, coincidiendo con Speckamn Guerra, “la bebida, insubordinación y la falta de atención a sus deberes nunca cesó de ser el mayor de los problemas” de dicho cuerpo, enfatizando además que la imagen típica que la población tenía de ellos era la del “policía corrupto y bebedor de pulque”.355 En la misma tónica que los autores citados, Arturo Ávila, ha añadido que entre los cuerpos de policía ocurrió también una fuerte corrupción, “que se dedicaban a agarrar in fraganti a ebrios y dueños de pulquerías y cantinas—por escandalizar, por reñir, por vender fuera de horario—, a quienes extorsionaban para no consignarlos así como muchas situaciones de influyentismo y favores”.356 Al

353

respecto,

Speckman

Guerra

ha

demostrado

los

dos

Speckman Guerra, Op. Cit., 2002, p. 115. Ibídem. 355 Johns, Michael, Op. Cit., p. 71. 356 Ávila Espinosa, Felipe Arturo, Op. Cit., p. 86. Las cursivas son del original. 354

patrones

de

148 comportamiento más comunes entre quienes se dedicaban a resguardar el orden y hacer cumplir la ley de la siguiente manera: Los gendarmes o los empleados de tribunales podían ser responsables de abuso de autoridad (si actuaban de forma arbitraria o ejercían violencia innecesaria) o víctimas de ultrajes contra la autoridad (si eran objeto de agresiones físicas o de palabra).357

En consonancia con esto, Ávila Espinosa añade que el hecho de que los gendarmes fueran agredidos—en este caso—por los ebrios que intentaban aprehender, pudo tener como explicación “una reacción airada, defensiva por parte de los bebedores ante los malos modos y la actitud ofensiva y abusiva con la que los policías pretendían detenerlos, así como por los odios, rencores y animadversión que tenía la gente contra la policía”.358 Respecto al rechazo hacia los oficiales de policía por parte de la ciudadanía, Áurea Toxqui lo ha explicado señalando que los primeros eran “la representación pública del gobierno en la vida diaria de las clases populares” y que, por lo tanto, “si el gobierno trataba de regular o constreñir sus prácticas tradicionales, ellos utilizaban el humor o la mofa para confrontarlos y retarlos”. 359 La autora añade, además, que las llamadas clases bajas reaccionaban de diversas maneras ante los reglamentos; resistían y negociaban de acuerdo a sus propios intereses y que en muchos casos continuaron con sus prácticas no sólo por placer, sino también como una forma de vida y, lo más interesante, que la presencia de pulquerías en la vida diaria no podía ser fácil de eliminar, especialmente cuando representaba “una arena donde las dinámicas del vecindario, interacción social y asuntos del humor eran reguladas” y por tanto “su existencia demostraba el logro y las fallas del programa del liberalismo”.360 En este sentido, la realidad potosina no estuvo nada alejada de las interpretaciones de los autores referidos, como a continuación se verá. El abuso de autoridad, la impunidad y la falta de disciplina con que operaban los gendarmes

357

Speckman Guerra, Elisa, Op. Cit., 2002, p. 273. Ávila Espinosa, Felipe Arturo, Op. Cit., p. 95. Las cursivas son mías. 359 Toxqui Garay, María Áurea, Op. Cit., 229. 360 Ibid, pp. 229-230. 358

149 fueron una constante y un fuerte contraste con el modelo de progreso que el gobierno potosino quiso adoptar del aparato político porfirista.361 A lo largo de casi todo el periodo estudiado, el lugar al que eran remitidos los delincuentes o agresores una vez en manos de las fuerzas de seguridad fue la detención comúnmente denominada como La Cochera, también señalada en numerosas referencias hemerográficas como Chirona, localizada en el barrio de San Sebastián a donde durante la administración de Carlos Díez Gutiérrez en que fue jefe político de la capital Antonio Montero, se escogió una calle para remitir a los reos bautizada por los vecinos como Calle de la Amargura, por la cual se apreciaba el espectáculo descrito por un redactor de El Estandarte de la siguiente manera: “Cada policía o sereno caminaba solamente una cuadra y entregaba al que ocupaba el punto siguiente el preso o presos que conducía” y así “se veía pasar un cordón de presos en grupos de a dos, de a tres o de a cuatro”, por donde “iban algunos ebrios, otros que habían tomado una copa y muchos que no habían probado el vino”. Los mismos vecinos vieron desaparecer tan ceremoniosa y singular forma de consignar a su destino a los malhechores hacia su último destino hasta el año de 1898 en que Montero se separó de su cargo tras la muerte del gobernador Díez Gutiérrez.362 En el mismo año, para los contraventores de la ley, La Cochera perdió popularidad, pues la jefatura política tomó la decisión de cambiar—en parte—la detención de los ebrios y escandalosos a la zona del Venadito—que hoy se encontraría sobre Eje Vial, entre las calles de Insurgentes y Emiliano Zapata— “donde la población es más densa y el tráfico inmenso por encontrarse cerca la arteria principal del comercio”. Supuestamente se trataba de un buen local limpio, espacioso e higiénico, cuyas ventajas eran que se ahorraba un gran trayecto para la conducción de los delincuentes y que éstos no sufrían “las asquerosidades del

361

Una similitud entre lo que a continuación se mostrará en este apartado y las prácticas de los gendarmes en la ciudad México, con el fin de entender dicha problemática desde una perspectiva más amplia, se encuentra en el interesante trabajo de Santoni, Pedro, “La policía de la Ciudad de México durante el Porfiriato: los primeros años (1876-1884)” en Historia Mexicana, vol. 33, no. 1, julio-septiembre 1983, pp. 97-129. 362 “Calle de la Amargura” en El Estandarte, año XIV, no. 2376, septiembre 3 de 1898.

150 fétido sótano llamado cochera”. Sin embrago la antigua detención seguiría funcionando para otros barrios mientras terminara de acondicionarse la nueva.363 Hasta aquí se ha expuesto un aspecto de la forma en que eran trasladados los delincuentes a la llamada Cochera, una versión con cierto aire romántico, en tanto que dicho traslado fue percibido por los vecinos de la calle por donde transitaban agentes de policía y delincuentes como parte de la cotidianidad de su comunidad. Una segunda idea sobre la consignación de los reos hasta el local de la detención, es aquella en la que los “representantes del orden” hicieron uso de la fuerza y la violencia. Nuevamente, quien llamaría la atención a la autoridad respecto al comportamiento del cuerpo de policía sería la prensa. Entre las situaciones que denunciaron alarmados los redactores de El Estandarte se encuentran la forma en que los ebrios y escandalosos fueron remitidos por dicho cuerpo y la propensión a la embriaguez que externaban los elementos del mismo, que son los aspectos que interesan para este estudio. En cuanto a las primeras situaciones, algunos ejemplos indican que los gendarmes solían llevar a algunos individuos que se encontraban en “perfecto estado de embriaguez” casi arrastrando y “en la posición más a propósito para que estos infelices sean víctimas de una congestión cerebral”. A este respecto, la prensa sugirió que a las personas que se encontraran en tal estado se les condujera de una manera más conveniente y, en lugar de a La Cochera, al Hospital Civil y que allí se les suministrara algún remedio para evitarles una muerte probable.364 Mientras se tratara de conducir a gente en estado de ebriedad, no existía, ni siquiera, distinción de sexos. Por ejemplo, era común ver a los “guardianes del orden público” llevar mujeres ebrias sujetadas de manos y pies “descubriéndolas hasta enseñar lo que al pudor repugna, seguidos en ocasiones de no pocos curiosos”.365 La violencia de los gendarmes se exacerbaba cuando éstos se hallaban en estado de ebriedad, como el caso que “indignadas de tanta barbarie”

363

“Detención de policía en el Venadito” en El Estandarte, año XIV, no. 2426, noviembre 5 de 1898. 364 “Los ebrios” en El Estandarte, año VI, no. 132, septiembre 28 de 1890. 365 “La policía” en El Estandarte, año VII, no. 297, mayo 14 de 1891.

151 presenciaron muchas personas cuando el policía número 75, “ebrio y cruel en extremo, golpeó sin compasión y brutalmente a un pobre hombre que en verdad estaba menos borracho que el referido gendarme”.366 Con motivo de ese tipo de situaciones, El Estandarte no hizo esperar una nota plagada de sarcasmo en la que “anunciaba” un nuevo aparato “cómodo y excelente para que sin garrotazos ni empellones” la policía condujera a la detención a los ebrios. Dicho aparato no era más que una silla de ruedas en la que “al pasajero se le sienta en ella fácilmente, reclinándole la cabeza en un soporte de madera, […] unas fuertes cintas o correas sujetan la caja del cuerpo del pasajero sin lastimarlo, y los brazos descansan sobre los de la silla” y por si a caso fuera necesario el uso de la fuerza para la conducción, “tanto los dichos brazos como las patas del vehículo están provistos de correas análogas a las que sujetan la caja del cuerpo”.367 Aunque el contenido de la nota era ficción, es un buen ejemplo de los medios empleados por la prensa, como el humor negro, para exponer un problema social como fue la violencia policial. Sin embargo, la “invención” de un aparato o vehículo para transportar a los reos no era una exageración, ni estuvo alejado de la realidad. Al igual que en los casos mencionados de individuos que eran arrastrados o de las mujeres que eran alzadas de pies y manos, en 1896 en las páginas de El Estandarte se leía una amarga queja sobre lo “infame” que resultaba “la manera de conducir [a] los ebrios a la Cochera, por falta de un vehículo a propósito para el caso”. Con motivo de que un sábado por la noche, cuatro gendarmes llevaban a un hombre inconsciente por su alto estado de ebriedad cargándolo, dos de los brazos y dos de los pies, “dejando que la cabeza casi arrastrara en el suelo, lo cual lo expuso a morir congestionado, pues llevaba la cara completamente amoratada”. Por tanto, desde el periódico se clamaba porque “se mande construir un carro a propósito para la conducción de los ebrios”, lo cual—según los redactores—a pesar de no ser la primera vez que se externaba dicha solicitud, “jamás se ha hecho caso, y no se dirá que por falta de dinero, pues la famosa Cochera lo produce en abundancia” y 366

“Abuso de un gendarme” en El Estandarte, año VIII, no. 674, julio 26 de 1892. “Para los ebrios” en El Estandarte, año XI, no. 1457, junio 8 de 1895. Las cursivas son del original. 367

152 con esto último se referían a las multas y, principalmente, a aquella corrupta práctica del disimulo que se efectuaba desde dicha “oficina”.368 Estos han sido algunos ejemplos referentes a lo que se enfrentaban los ebrios mientras eran remitidos a la detención. Ahora bien, respecto a la otra situación que, desde el punto de vista de los observadores, se veía como reprobable, era la propensión a la embriaguez de los elementos de la policía. A continuación se verán algunos ejemplos. En este sentido, no siempre eran los ebrios quienes fueron trasladados arrastrados o alzados. Esto también ocurría con los gendarmes en estado de ebriedad y—como se leía en El Estandarte—“esto tampoco es raro”, pues era frecuente ver escenas como en la que “dos mujeres conducían a un gendarme en completo estado de embriaguez”.369 Otro ejemplo del abuso del alcohol por parte del cuerpo de policía ocurrió el seis de abril de 1894 en la Plaza de Colón, donde a la vista de todos los transeúntes se encontraba un gendarme ebrio, libando “enormes apastes de pulque”, hasta que fue sorprendido por un comandante de apellido Macías, quien “le echó una felpa de padre y muy señor mío” y ante la cual—al alcoholizado gendarme—ni siquiera le valió apelar encontrarse enfermo, mostrando inclusive como prueba de ello un pañuelo atado a la cabeza.370 Bajo el encabezado de “Gracias de un gendarme”, El Estandarte hizo públicas ciertas características del gendarme número 38 quien era el encargado de cuidar el Jardín de San Francisco y en lugar de ocuparse de dicha labor, se entretenía jugando con los amigos que se encontrara, hallándosele una vez, incluso, libando copas con un soldado en la pulquería de “El Peñasco” durante su horario de servicio. Mientras esto sucedía, por el rumbo bajo su resguardo se observaba a los niños que salían del Colegio Americano tirarse pedradas, con el riesgo de pegarle a alguien o herirse ellos mismos; a los cocheros del sitio jugando

368

“Es una infamia” en El Estandarte, año XII, no. 1798, agosto 25 de 1896. Las cursivas son del original. 369 “La policía” en El Estandarte, año VII, no. 297, mayo 14 de 1891. 370 “Gendarme ebrio” en El Estandarte, año X, no. 1121, abril 8 de 1894.

153 en las bancas obstaculizando el paso y “grupos de tres o cuatro muchachos ociosos, jugando también en medio de la calle, y ni quien les diga nada”.371 Si el uso de la violencia para hacer “respetar” la ley y la afección a las bebidas embriagantes alarmaba a la prensa que se encargaba de cuestionar al gobierno ¿qué sucedía cuando ambos componentes se mezclaban? A continuación se verán un par de casos tomados de los expedientes criminales en los que se ve cómo al estar bajo los efectos del pulque, la violencia de los gendarmes adquiría matices distintos como exaltar su prepotencia por ejemplo. En el primero de estos casos, a diferencia del último que se expuso donde se veía convivir a un gendarme con un soldado, se hacen evidentes las rencillas que pudieron existir entre elementos de ambas corporaciones, la de policía y la militar. Eran las cinco y media de la tarde del tres de enero de 1890 cuando el gendarme diurno número 13 del barrio de San Sebastián, Romualdo Vela de 25 años y soltero llegó en estado de ebriedad a una pulquería localizada en El Rebote—en la actual calle de Alcalde—propiedad de Gertrudis Álvarez de 20 años de edad, donde se encontraban Epigmenio Goné, casado, de 25 años y sargento 1º del 26 batallón, y Alejandro de Saint Charles, soltero, de 23 años de edad, también sargento 1º, pero del 20 batallón y originario de Tampico con residencia en San Luis Potosí. Según las declaraciones de los distintos implicados y testigos, los militares al igual que el gendarme se encontraban ebrios, pues en dicha pulquería habían estado bebiendo cerveza y el hecho que aquí interesa tuvo inicio cuando enseguida de dirigirse los soldados a un corral en el interior del establecimiento que servía como baño, Romualdo Vela se dispuso a seguirlos insultando diciéndoles que “los soldados federales eran pendejos y otros insultos personales”, así como que “los federales no le servían para nada”. Percatándose de ello la pulquera Gertrudis Álvarez, quien “temiendo […] que fueran a formar escándalo, salió a la puerta y le dijo a Vela que se aplacara, que nada le hacían los soldados, pues que ellos estaban en paz”; pero como el gendarme andaba muy ebrio le contestó que “ahora verán estos hijos de un tal cómo me la pagan” e 371

“Gracias de un gendarme” en El Estandarte, año XI, no. 1461, junio 18 de 1895.

154 inmediatamente con un silbato llamó a otro policía llamado Pedro Rebolledo al que apodaban “El Tlacuache” para que le ayudara a aprehender a los soldados, quienes mientras estaban encerrados en una de las habitaciones de la taberna exigiendo que se les mostrara la orden de aprehensión, Vela le exclamaba a su compañero que “ahora se la pagarían tales soldaditos, que verían cómo se respetaban a los policías”. En ese momento lograron introducirse a donde se hallaban los militares y golpeando Vela en la cabeza a uno de ellos con una pistola, ambos se trabaron en una riña y mientras forcejeaban, al mismo tiempo en que “El Tlacuache” golpeaba con su porra a Saint Charles, el arma de Romualdo Vela descargó tres disparos de los cuales uno atravesó la pierna izquierda del mismo Romualdo, mientras que su contrincante, Epigmenio Goné resultó con cuatro heridas en la cabeza: “una en la región frontal, otra en el parietal izquierdo, otra en el occipucio y otra en el decipital” así como una herida de un centímetro en la primera falange del dedo meñique de la mano derecha, provocada por el forcejeo con Vela mientras intentaba desarmarlo. Según la dueña de la pulquería, tan luego como pudieron, los sargentos salieron corriendo del establecimiento y detrás de ellos los gendarmes, quienes no dudaron en disparar sus armas contra los que huían hasta que finalmente fueron detenidos los cuatro y remitidos a la detención correspondiente según la corporación a la que servían. Por tal incidente Romualdo Vela fue condenado a 30 días de prisión, los cuales cumplió e inmediatamente quedó en completa libertad. Un elemento a destacar en este caso, además de lo ilustrativo que resulta para entender la falta de disciplina de los agentes de seguridad, es el discurso de Romualdo Vela vertido hacia los soldados, el cual hace patente una animadversión latente en contra de los militares. Diversos factores pudieron influir para que semejante rencor o rechazo tuviera lugar, entre ellos quizá un celo por las diferencias entre la forma de capacitar o equipar a los unos de los otros. En esta tónica, puede ser útil y muy revelador poner atención a las diferencias existentes en las prendas que unos y otros vestían mientras “cumplían” con sus deberes, las cuales muestran un marcado contraste entre sí. Ambos sargentos— por ejemplo—vestían el uniforme militar, compuesto por pantalón y saco de dril

155 ruso con las insignias de sargento 1º y calzaban botines; mientras que el gendarme Romualdo Vela vestía camisa colorada de percal, pantalón de cordoncillo blanco, sombrero de palma, se cubría con una frazada blanca y calzaba guaraches, es decir, con ese atuendo y ebrio en una pulquería, bien podía pasar desapercibido entre la “gente del pueblo”.372 En la información obtenida de los periódicos pareciera que la prensa trataba de ridiculizar al cuerpo de policía, no obstante en la realidad esto resultó ser una característica de dicho cuerpo, como lo manifiestan los datos extraídos del expediente en el que un gendarme llamado Genaro Puebla, casado, de 29 años de edad y vecino del barrio de Tequisquiapam solicitaba en mayo de 1894 su libertad preparatoria por haber cometido el delito de heridas. Un año y casi tres meses antes, es decir el 31 de enero de 1893, Genaro Puebla, desempeñando sus labores como gendarme, estaba cuidando a unos presos que hacían la limpieza cerca de la casa de matanza de “La Purísima” y desentendiéndose de ellos se dirigió a una pulquería en donde tras haberse embriagado, “anduvo escandalizando hasta el grado de ponerse a amenazar a los concurrentes con la pistola que portaba” hasta que salió del establecimiento y cerca de la pulquería se encontró con un individuo llamado Román Cervantes con quien tuvo un disgusto “ocasionado sin duda por la embriaguez”, del cual—según Puebla—Román le causó una herida en la nariz con una piedra e inmediatamente intentó fugarse, por lo cual Genaro Puebla le disparó algunos tiros sin lograr derribarlo, cuando el que huía fue detenido por otro gendarme que respondía al nombre de Narciso Corpus y mientras éste lo conducía a la detención, los halló Genaro Puebla y, nuevamente, descargó su arma contra su supuesto agresor quien en esos momentos se encontraba caído en el suelo, hiriéndolo en la pierna derecha.

372

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Romualdo Vela por heridas, enero 4 de 1890, 53 ff. Lo referente a la vestimenta de los gendarmes potosinos es un buen ejemplo del atraso en el proyecto modernizador de la ciudad de San Luis Potosí con respecto a la capital de la República Mexicana, pues en esa ciudad los gendarmes fueron uniformados hacia 1879 y en San Luis Potosí—como se ve—en 1890 aun seguían sin uniforme, sin embargo, en lo tocante al armamento, los gendarmes potosinos ya usaban pistolas al igual que sus homólogos defeños desde 1879. Véase Santoni, Pedro, Op. Cit., p. 115.

156 En una primera revisión del caso, Puebla fue condenado a un año, cinco meses y 23 de días de prisión ordinaria porque “desempeñaba un cargo público en el momento de delinquir y que había tenido buenas costumbres anteriores”, pero como se trataba del “delito especial de abuso de autoridad”, la pena definitiva que tuvo que cumplir fue la de dos años, ocho meses y diez días, contándose desde el 31 de enero de 1893. Puebla hizo su primera solicitud de libertad preparatoria el 26 de mayo de 1894 y la repitió el 13 de junio del mismo año y tras el proceso correspondiente, el día 16 del mismo mes, Alberto Tacha, presidente de la Junta de Vigilancia de Cárceles, respondió que “el reo de heridas, Genaro Puebla, ha observado buena conducta, contrayendo hábitos de moralidad y subordinación, durante el tiempo que lleva de reclusión en aquél establecimiento [la penitenciaría]” y así, el 17 de julio siguiente se le concedió al gendarme Genaro Puebla la libertad preparatoria que solicitaba.373

En este capítulo se pudo observar cómo las élites y la prensa concretamente crearon imágenes arquetípicas en torno a las clases populares, estableciéndose incluso una clasificación de acuerdo a sus características tanto físicas y estéticas como ocupacionales que estuvo presente a lo largo del siglo XIX, especialmente a partir de la segunda mitad de dicha centuria. Tales arquetipos sirvieron para que la prensa, a través de artículos y notas destinadas a moralizar las costumbres de la “gente del pueblo”, creara un imaginario en el que se entrelazaban los habitantes de los sectores menesterosos con la embriaguez, la violencia y la delincuencia. Ante esto, los periódicos fungieron también como escaparate de toda clase de remedios para combatir la embriaguez—que era vista como una de las principales causas de la criminalidad—patentizados tanto por médicos prominentes como por charlatanes que utilizaban artículos caseros con los que aseguraban que los ebrios

373

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Genaro Puebla solicita libertad preparatoria, abril 18 de 1894, 15 ff.

157 consuetudinarios,

al

ingerirlos,

aborrecerían

inmediatamente

las

bebidas

alcohólicas. Asimismo se demostró cómo las pulquerías fueron escenarios o incluso verdaderos campos de batalla de numerosos altercados entre la gente que las frecuentaba. Sin embargo, ni los establecimientos, ni la bebida que en ellos se expendía fueron la causa determinante para que se iniciaran riñas como las que se describieron, sino esto más bien obedeció a otro tipo de factores, tales como el orgullo, la precariedad económica, los sentimientos, rencores o viejas rencillas que afloraban al encontrarse los individuos bajo los efectos del alcohol, siendo así el pulque un elemento externo que al entrar en contacto con personas abatidas por las causas expuestas, exaltaba sus pasiones haciéndolas actuar a través de verdaderos arrebatos de ira. Además se vio la manera en que ejercían su poder las fuerzas policiales, ante lo cual los rencores y el odio hacia el sistema que había hecho de los sectores populares arquetipos colmados de vicios, defectos y patrones de comportamiento incorregibles, se volcaba hacia aquellos personajes, vistos como los “representantes” del gobierno y la justicia, una justicia desde la cual no se sentían representados. De la misma manera, se hizo evidente que los propios gendarmes pertenecían a la clase social que ellos mismos reprimían haciendo uso de la fuerza y el poder que les “otorgaba” el ser representantes de la ley. Dicha conducta pudo obedecer a una especie de desahogo ante su realidad menesterosa que canalizaron a través de la violencia contra sus semejantes una vez que se sintieron superiores a ellos en la escala social o al menos de autoridad.

158 4. “Las Mil Vagas” o el lado femenino de las pulquerías En este último capítulo se observará el papel que jugaron las mujeres como agentes económicos a través del pago al impuesto del derecho de patente que destinaban a la Tesorería Municipal por permitirles que sus tabernas operaran y la manera en que ellas negociaron con las autoridades para acordar una cuota que beneficiara a ambas partes. En este punto habrá que tomar en cuenta constantemente el segundo capítulo ya que lo que aquí se mostrará vendría a ser la praxis de lo que en aquél se vio en el discurso. Asimismo se dará un vistazo a la vida cotidiana de dichas mujeres, es decir, se hará una revisión sobre cómo vivían, a cuánto ascendían sus gastos personales y los de sus familias, el papel que jugaban en su comunidad e, incluso—como se rescata de un expediente—, se tendrá un acercamiento a su vida amorosa. Como parte de su cotidianidad—y según lo antecedido en el capítulo anterior—estaban los peligros que día a día enfrentaron. Aquí también se verá cómo actuaban y repelían los riesgos que la naturaleza de su oficio les deparaba. Finalmente, el último aspecto que se mostrará será el de las clientas de las pulquerías que protagonizaron escándalos y riñas al encontrarse en estado de ebriedad y que fueron originados principalmente por celos y amores mal correspondidos. En suma, sirva éste capítulo como un ejercicio de acercamiento hacia lo que alguna vez Silvia Marina Arrom consideró como una de las tres problemáticas de la Historia de la mujer: tratar de “reincorporar a la mujer en la historia al documentar las actividades cotidianas de mujeres „comunes‟”.374 El pulque y la feminidad han compartido una estrecha relación que puede rastrearse en el antiguo pasado Mexicano, cuando dicha bebida era consumida de manera ritual y las deidades que la representaban poseían características femeninas. Incluso en el mismo relato del “descubrimiento del pulque” puede observarse tal relación, como lo ha documentado Oswaldo Gonçalves de Lima sobre la tradición tolteca, de la que explica que “bajo el reinado de Tecpancaltzin (990-1042 d. c.), un noble tolteca de nombre Papantzin descubrió la manera de obtener el aguamiel y sus derivados regalando al monarca, en compañía de su 374

Arrom, Silvia Marina, “Historia de la mujer y de la familia latinoamericanas” en Historia Mexicana, vol. XLII, no. 2, octubre-diciembre, 1992, p. 382.

159 hija—la bella Xóchitl—, un jarro de miel prieta de maguey”.375 En este breve pasaje aparece el primer elemento femenino vinculado al “origen” del pulque: Xóchitl; continuando con el relato y adquiriendo mayor protagonismo dicha joven, Gonçalves de Lima añade que “Tepancaltzin se enamoró rápidamente de la doncella y la hizo suya. De sus amores nació un hijo que llamó Meconetzin.”376 En cuanto a la tradición mexica, el mismo autor ha referido que la historia del descubrimiento del aguamiel y del pulque era presentada como un “interesante enredo mitológico” en el que sobresalía Mayáhuel, “personaje singular, quien en un principio fue humano, „divinizado más tarde, pero que, una vez divinizado, fue abstraído hasta llegar a constituir un símbolo, el del maguey precisamente‟”. Sobre este personaje, vale la pena subrayar la siguiente cita retomada de Gonçalves de Lima para entender esa estrecha conexión entre el pulque y la feminidad desde una época muy temprana: Mayáhuel, la mujer que se volvió diosa, la primera, según la Historia de Sahagún, que supo agujerear los magueyes y sacar el aguamiel, aparece en la leyenda como perteneciente a los anahuacmixteca, “los que descubrieron las buenas plantas del maguey” (Sahagún). Pero quien encontró los vástagos y las raíces de las hierbas con las cuales se hace el octli [vino, pulque] se llamaba Patécatl, el descubridor del ocpatli, la medicina del pulque.377

En este pasaje es aun más evidente y revelador el papel fundamental de la mujer con relación al pulque y los magueyes. Otro reconocido historiador que ha hecho una interesante exposición de la presencia femenina en torno a la “cultura pulquera” entre el México antiguo y el virreinato, es William B. Taylor, en su ya referido estudio Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas. Respecto a la diosa Mayáhuel, este autor refiere que representaba “una estrecha asociación entre el pulque, la fertilidad y la agricultura en las

375

Gonçalves de Lima, Oswaldo, El maguey y el pulque en los códices mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica, 1956, p. 27. 376 Meconetzin, metl, maguey; cónetl, „muchacho‟; tzin, sufijo reverencial”; Ibídem. Un autor que profundiza en el estudio de este mismo relato, del cual se presume refiere la historia “más antigua del origen del pulque” y quien la narró por vez primera fue Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, es Rafael Olea Franco; véase Olea Franco, Rafael, “De una singular leche alabastrina: el pulque en la literatura mexicana del siglo XIX” en Literatura Mexicana, XXI.2, 2010, pp. 205-208. 377 Íbidem.

160 religiones prehispánicas del centro de México”,378 con lo cual—añadiendo a lo ya señalado por Gonçalves de Lima—se le relacionaba con Tláloc, dios de la lluvia y “punto focal de la religión campesina” y por tanto, recaía sobre ella una mayor importancia dentro de la cosmovisión antigua.379 De acuerdo con este autor, una vez consolidado el proceso de conquista por parte de los españoles, sugiere que la asociación del pulque con la divinidad femenina “se repite en la época colonial con la Virgen de Guadalupe, que fue proclamada la madre del maguey, y con la Virgen de los Remedios, cuya imagen encontró un cacique cristiano dibujada en una penca de maguey”.380 Ahora bien, lo presentado hasta este momento puede servir para tomar como antecedente cómo desde una época muy temprana, el pulque estuvo ligado a la feminidad desde el punto de vista de la mitología antigua y del imaginario religioso de los habitantes indígenas del centro de México. Tal creencia se vio materializada a lo largo del periodo virreinal, extendiéndose aún hasta el último tercio del siglo XIX manifestándose en una activa participación femenina al frente de la comercialización de pulque, ya fuera como dueñas o encargadas de pulquerías o puestos ambulantes destinados a la venta de dicha bebida, como se ha podido apreciar en los diversos caso expuestos en los capítulos previos. Cabe mencionar que tal característica no fue exclusiva de México— tomándose en este estudio la ciudad de San Luis Potosí como el punto central del análisis—sino que lo mismo puede observarse en países latinoamericanos desde el periodo virreinal hasta las postrimerías del siglo XIX, como en Argentina, Chile, Bolivia o Colombia,381 por citar tan sólo algunos ejemplos. Mientras tanto, para el caso mexicano, los orígenes de esa característica en las pulquerías se remontan 378

Taylor, William B., Embriaguez, homicidio y rebelión en las poblaciones coloniales mexicanas, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, pp. 53-54. 379 Ibid., p. 54. 380 Ibídem. 381 Algunos ejemplos al respecto se encuentran en González Bernaldo, Pilar, “Las pulperías de Buenos Aires: historia de una expresión de sociabilidad popular” en Siglo XIX, segunda época, No. 13, enero-junio 1993; Lacoste, Pablo, “Wine and Women: Grape Growers and Pulperas in Mendoza, 1561-1852” en Hispanic American Historical Review, vol. 88, No. 3, agosto 2008; Hames, Gina, “Maize-Beer, Gossip, and Slander: Female Tavern Propietors and Urban, Ethnic Cultural Elaboration in Bolivia, 1870-1930” en Journal of Social History, vol. 37, No. 2, invierno, 2003 y Pacheco, Margarita Rosa, “El pueblo soberano. Sociabilidad y cultura política popular en Cali (1848-1854)”, en Siglo XIX, segunda época, No. 13, enero-junio 1993.

161 al año de 1608, cuando el virrey Luis de Velasco ordenó que, tanto las pulquerías como la venta del pulque, debieran estar en manos de las indias, como lo indica la siguiente cita: 1.- El nombramiento por cada 100 indios, de “una india anciana de buena conciencia que les venda el dicho pulque blanco”. Y serán “las más pobres y de mejor opinión que hubiere”. 2.- La elección estará en manos de “las justicias de S. M. de las dichas partes y pueblos con intervención de los guardianes vicarios y doctrinantes”, pudiendo nombrar o quitar estas licencias cuando quisieran. 3.- La vendedora no podrá ser criada de españoles o funcionarios en general, ni tener “compañía” con ellos en lo referente al pulque. 4.- La venta queda prohibida los domingos y días de fiesta hasta después del mediodía, y totalmente ciertos días de Cuaresma, asimismo no se admite como medio de compra prendas u otros objetos.382

Posteriormente, en 1784, se expidió en la ciudad de México el ya referido Informe sobre pulquerías y tabernas en el que se observa que, aún para esos años, las pulquerías continuaron siendo atendidas por una mujer a partir de que así lo señalaba una Ordenanza Real emitida más de ochenta años antes del citado informe.383 Sobre este asunto, John E. Kicza, añade que “por ley, todos los empleados de las pulquerías debían ser mujeres; sin embargo, de hecho, a causa del tipo de labor requerida y del ambiente general en estos establecimientos, pocas mujeres trabajaban en ellos”.384 Además de vender la bebida en las pulquerías, el mismo autor señala que éste “era traído a la ciudad y vendido en grandes recipientes por indias apiñadas en la fuente de la plaza principal”.385 También hubo pulquerías que se establecieron en las inmediaciones de las obras en construcción a donde, a través de una mujer empleada de dichos

382

Hernández Palomo, José Jesús, La renta del pulque en Nueva España 1663-1810, Sevilla, Escuela de estudios Hispano-Americanos de Sevilla, 1979 p. 35. Cabe hacer la aclaración que estas ordenanzas fueron emitidas para la ciudad de México. 383 , “Informe sobre pulquerías y tabernas el año de 1784” en Boletín del Archivo General de la Nación, Tomo XVIII, Núm. 2, abril-junio 1947, pp. 208-209. 384 Kicza, John E., Empresarios coloniales. Familias y negocios en la ciudad de México durante los borbones, Fondo de Cultura Económica, México 1986, citado en Martínez Álvarez, José Antonio, Testimonios sobre el maguey y el pulque, Guanajuato, Ediciones la Rana, 2001, pp. 271 y 273. 385 Kicza, John E., “The Pulque Trade of Late Colonial Mexico City” en The Americas, vol. 37, No. 2, octubre 1980, p. 199.

162 establecimientos, conocida como “cubera”, era llevado el pulque para expenderse allí entre los trabajadores.386 Hacia esos mismos años existe evidencia de que en San Luis Potosí el hecho de que las mujeres se encargaran de la venta del pulque fue una práctica frecuente, como lo demuestra un bando de 1794 en el que se lee que “es anticuada costumbre el que las vendedoras de pulques lo hayan verificado en sus casas, en las plazas y en las orillas de los caminos reales”, por lo que se procedió a prohibírseles que se instalaran en esos puntos, trasladándolas a todas a la plazuela de los Mazcorros con el fin de que ya no vendieran en las esquinas y “calles de la ciudad” y así, posteriormente se les autorizó la venta de la bebida en sus casas y caminos extramuros.387 Los ejemplos anteriores demuestran que la presencia femenina como vendedora de pulque fue producto de reglamentaciones virreinales; sin embargo, durante el siglo XIX no se encuentran disposiciones que así lo señalen, y aún así puede observarse la permanencia de dicha presencia, a pesar de que a partir de la segunda mitad de aquella centuria, ésta no se encuentra con la misma frecuencia que durante el virreinato y la primera mitad del siglo XIX,388 al menos para el caso de la ciudad de México—el principal centro urbano consumidor de pulque—como lo ha señalado Áurea Toxqui; pues para el caso potosino es abundante la documentación en la que se encuentran registros de mujeres al frente de pulquerías aún al iniciar el siglo XX. No obstante, el célebre escritor del siglo XIX, Manuel Payno, nos legó una viva descripción de las vendedoras de pulque en la ciudad de México aún a mediados del siglo XIX: La encargada del expendio del pulque, era regularmente una mujer a veces bonita, con una camisa blanca, limpia y bordada de seda, que dejaba lucir una garganta muy adornada de coral y de perlas, y un pecho donde pendían multitud de rosarios con cruces, relicarios grandes y pequeños, de oro y plata. […] La dama del pulque

386

Vásquez Meléndez, Miguel Ángel y Arturo Soberón Mora, “El consumo de pulque en la ciudad de México (1750-1800)”, tesis de licenciatura, México, UNAM, 1992, p. 74. 387 AHESLP, Alcaldía Mayor de San Luis Potosí, 1794.2, 12 AB, abril 12 de 1794, 4 ff. 388 Toxqui Garay, María Áurea, “„El Recreo de los Amigos.‟ Mexico City‟s Pulquerías During the Liberal Republic”, tesis doctoral, EUA The University of Arizona, 2008, p. 262.

163 no era tampoco de las que se desmayaban y sufrían ataques de nervios. Cuando la ocasión lo reclamaba, sabía mostrar energía y aun hacer uso de su puñal.389

Quedémonos con la última parte del retrato, ya que es la que más se asemeja a las protagonistas de este trabajo, las pulqueras potosinas. Así, para el ámbito potosino, se pueden hacer diferentes tipos de interpretaciones a este respecto: 1) que quizá desde mediados del siglo XIX, se hayan adoptado modelos de la legislación estadounidense, como el hecho de conceder licencias a las mujeres para la venta de bebidas alcohólicas; 390 2) otra posible respuesta se encuentra en que, como ha establecido la referida autora Toxqui, “en algunos casos, los hombres usaron el nombre y el género de sus parejas para obtener la licencia, reforzando con esas acciones roles y relaciones de género entre el Estado y los ciudadanos”.391 Habría que tratarlo con cautela en el caso potosino, ya que a pesar de que muchas pulqueras estaban casadas, la mayor parte de las que han sido registradas eran viudas o solteras, o al menos eso argumentaban en sus testimonios, seguramente para que se les concediera continuar con su negocio; y, finalmente, 3) tomando como modelo lo expuesto por el investigador Pablo Lacoste para el caso de la provincia de Mendoza, Argentina, en donde demuestra que “las mujeres cultivaban los viñedos, producían vino en bodegas y lo vendían en pulperías”. El autor compara la industria vitivinícola, en dicha provincia, con la industria textil, de las que afirma que “ambas ofrecían a las mujeres la posibilidad de trabajar desde el hogar; las mujeres podían atender sus viñedos, producir vino y vender textiles sin alejarse del hogar”.392

389

Payno, Manuel, Memoria sobre el maguey mexicano y sus diversos productos, Obras completas, XVII, México, CONACULTA, 2006, p. 135. 390 Arnaud-Duc, Nicole, “Las contradicciones del derecho” en Georges Duby y Michelle Perrot (dir.), Historia de las mujeres. El siglo XIX. La ruptura política y los nuevos modelos sociales, tomo 7, Madrid, Taurus, 1993, p. 97. Sobre un caso similar al que aquí se expone y del que se puede hacer una inferencia parecida, corresponde a Colombia, sobre el cual Margarita Rosa Pacheco ha expuesto que “La destilación del aguardiente y el expendio del mismo, en los estanquillos y en las pulperías, fue una labor casi exclusivamente femenina”, Pacheco, Margarita Rosa, Op. Cit., p. 125. 391 Toxqui Garay, María Áurea, Op. Cit., p. 249. 392 Lacoste, Pablo, Op. Cit., p. 390; las pulperías fueron tiendas que vendían diversos productos de consumo, así como bebidas alcohólicas, que se extendieron por los países de América del Sur, desde México, y en las cuales los clientes aprovechaban para beber y sociabilizar y que en Argentina fueron el equivalente a las pulquerías mexicanas; sobre dichos establecimientos en San Luis Potosí véase Cañedo Gamboa, Sergio A., “Abasto y comercio antes y después de la

164 Ahora bien ¿Cómo puede sujetarse tal modelo a San Luis Potosí? De la siguiente forma: tomando en cuenta que el territorio potosino no es zona productora de pulque ni existieron haciendas pulqueras como en la región del Altiplano Central mexicano y que, sin embargo, sí hubo un considerable consumo de pulque, la manera en que éste se producía en la capital potosina era al menudeo, es decir, quien vendía la bebida, extraía el aguamiel de sus propios magueyes que tenía en pequeñas magueyeras dentro de su casa, donde también se localizaba la pulquería y finalmente era vendido el líquido embriagante. De esta manera, la producción y venta del pulque era una actividad “apropiada” para las mujeres, pues en su misma casa podían mantener los magueyes, extraer la miel— o aguamiel—, elaborar el pulque, venderlo y despachar en la pulquería sin desatender las labores domésticas o crianza de los hijos, que eran estas últimas las actividades que en la época y desde siglos atrás se creían “propias” de las mujeres, más aún si se toma en cuenta que para el periodo en cuestión “la incorporación de la mujer al trabajo fabril despertó un gran miedo por su moral y la de sus familias”,393 por lo mismo, dichas actividades, en tanto que forma de subsistencia, no eran mal vistas. Así, en este estudio además de analizar cómo fungieron las mujeres potosinas del último tercio del siglo XIX como agentes socioeconómicos a través del despacho de pulquerías, ya fuera como dueñas o encargadas, también se hará la revisión de algunos casos también protagonizados por mujeres, pero como clientas y que, como se vio en el capítulo anterior, de la misma manera que su contraparte masculina, al encontrarse bajo los efectos del alcohol, descargaron sus impulsos de forma violenta. Como se ha demostrado a lo largo de este trabajo, la postura de la autoridad respecto a las pulquerías fue ambivalente. Por una parte, en el discurso rechazaban esas tabernas por los excesos que—según decían—en ellas se cometían; pero por otra parte, en la práctica mostraban una flexibilidad Independencia. Pulperías y tiendas de menudeo en la ciudad de San Luis Potosí” en Flor de María Salazar Mendoza (coord.), Op. Cit., pp. 25-35. 393 Boritch, Helen y John Hagan, “A Century of Crime in Toronto: Gender, Class and Paterns of Social Control 1859 to 1955” en Criminology, 28 (4), pp. 567-599, citado en Speckman Guerra, Elisa, Op. Cit., 2002, p. 39.

165 contradictoria al otorgar permisos para que operaran dichos establecimientos. Tal accesibilidad o flexibilidad se debió a la derrama económica que las pulquerías generaron a la Tesorería Municipal a partir de las cuotas de patente que diariamente pagaban, como quedó señalado en el segundo capítulo. Por tal motivo, durante las administraciones de los gobernadores porfiristas, en lugar de decretar reglamentos que regularan el orden al interior de esos establecimientos— como se había estado haciendo desde el Virreinato hasta la primera mitad del siglo XIX—, se concretaron a establecer el cobro de impuestos que sus propietarias habrían de cubrir diariamente.

4.1. Pulqueras negociando con la autoridad En este apartado se expondrá la capacidad que poseían las mujeres dedicadas a la venta del pulque para dirigirse a las autoridades a solicitar que la cuota asignada a su pulquería les fuera rebajada y cómo alcanzaron su objetivo. Para cumplirlo recurrieron a diversas acciones que pueden considerarse como estratégicas, por ejemplo, constantemente argumentaban ser madres solteras con una numerosa familia bajo su cuidado económico; viudas y sin ninguna otra fuente de ingresos que la venta de pulque; de edad avanzada y pobres. 394 La mayoría no sabían leer ni escribir, pero sin embargo parecían estar bien asesoradas para que el resultado de su proceder les fuese favorable; hubo algunas que—a pesar de ser analfabetas—incluso tenían ciertas nociones de lo que dictaban las leyes y apoyadas en esos conocimientos hacían valer su derecho a la rebaja de la cuota que por derecho de patente les era asignada. En suma, bajo este tipo de argumentos—mismos que a continuación se desglosarán—, la mayor parte de las pulqueras que se acercaron a la autoridad correspondiente a hacerle alguna solicitud, que prácticamente todas se reducían a que se les rebajara la cuota asignada a sus establecimientos, salvo algunas contadas excepciones en las que

394

Este mismo discurso también ha sido expuesto por Barbosa Cruz, Mario, “La persistencia de una tradición: consumo de pulque en la ciudad de México, 1900-1920” en Ernest Sánchez Santiró (coord.), Cruda realidad. Producción, consumo y fiscalidad de las bebidas alcohólicas en México y América Latina, siglos XVII-XX, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2007, p. 230.

166 la solicitud fue la destitución del cobrador de pulquerías, consiguieron ser escuchadas y sus demandas atendidas. Aún antes de que se estableciera el régimen porfirista—pero cuando éste ya estaba tomando forma—se han registrado algunos casos interesantes, como el de la señora Antonia Carrizal, dueña de la pulquería de “La Unión”, que es de suma relevancia tanto para entender el escenario político-social en general, así como la situación económica de dicha señora en lo particular. El 14 de marzo de 1876, Antonia Carrizal emitió un escrito ante el Ayuntamiento de la capital solicitando que se le rebajara la cuota que tenía asignada de cuatro pesos mensuales a la de uno, advirtiendo que de no concedérsele dicha solicitud se vería “precisada” a cerrar su establecimiento. De este caso, lo más revelador son los motivos con los que la señora Carrizales justificó su proceder. En primer lugar—siguiendo el orden expuesto por la solicitante—se encuentran “las ventas que diariamente hago son muy en pequeño, pues éstas no son suficiente á [Sic.] cubrir los gastos diarios como estoy dispuesta a probarlo si necesario fuere”; en segundo lugar declaraba que “como de la leva y voces alarmantes de revolución, no vienen consumidores a mi establecimiento pues es una rareza que se reúnan dos y por gastadores los más son de a 1/8 de real”; y como tercer y último punto lamentaba que “mi capital que tengo en giro á lo más asciende a veinte reales”.395 De lo expuesto se pueden rescatar dos aspectos relevantes. Uno es la situación económica por la que atravesaba Antonia Carrizal, como se observa en los puntos primero y tercero, y el segundo—a mi juicio el más interesante—es el que se lee en el segundo punto, allí se hace alusión a una revolución y que por ese motivo carece de clientes en su pulquería. Tal declaración deja ver que la Revuelta de Tuxtepec proclamada en el plan homónimo por Fidencio Hernández y encabezada por Porfirio Díaz, estaba en boca de los diversos estratos de la población en San Luis Potosí. Esto lo confirma la declaración de otra pulquera que respondía al nombre de María Fernanda Ibarra, quien en abril de 1877 se quejaba de que, a través del cobrador de pulquerías, supo que su taberna había sido 395

AHESLP, Ayto. 1876.7, Hacienda, exp. 1, marzo 14 de 1876.

167 gravada con la tarifa de tres reales diarios pidiendo que se le considerara con un “pago moderado” que pudiera cubrir “atendiendo á las garantías que nos ha prometido el nuevo sistema que nos rige según lo tiene prometido en el Plan de Tuxtepec y su Reforma de Palo Blanco”.396 Así, una vez instalados en el poder los tuxtepecadores397 pero sin aún haber sido nombrado Díaz presidente constitucional, en marzo del año siguiente, María Magdalena Carrizales, del barrio de Santiago del Río, cuya pulquería era conocida por el nombre de la misma dueña, notó que en la Lista de asignaciones publicada por el Ayuntamiento con fecha del 22 de marzo de 1877, su establecimiento aparecía asignado como de primera clase y por tanto la cuota que tenía que cubrir por el derecho de patente era de tres reales diarios, cuando a lo sumo había sido “cuotizada” [Sic.] tiempo atrás en dos reales. Ante semejante sorpresa, recurrió a los jurados de la Junta Revisora de Asignaciones argumentando lo siguiente: […] no poder pagar una cuota tan grave de tres reales diarios que se me han impuesto porque daría por resultado que aunque quisiera hacerlo con grandes sacrificios de trabajar hasta la rendición de mis esfuerzos, pero que en la suma escasez, las muy pocas ventas que se hacen, como también el pequeño giro de que se trata […]398

Hasta aquí, la señora Carrizales dejó clara su situación económica. Ahora bien, del mismo modo proporciona datos valiosos sobre las características de su pulquería, siendo la primera y, que como se apreciará en casos posteriores, una constante entre quienes comerciaban con el pulque, la manera en que adquiría la materia prima de su giro: el aguamiel. Describiéndolo así Magdalena Carrizales: “[…] el entrego [Sic.] de miel que no es de mi propiedad, sino que tengo la necesidad de comprarla”. La segunda característica es la ubicación de su

396

AHESLP, Ayto. 1877.10, Hacienda, exp. 3, abril 11 de 1877. Según Luis González, “por haberse hecho de las riendas de la república los abanderados del Plan de Tuxtepec, Cosío Villegas les puso a Díaz y a sus compañeros el apodo de „tuxtepecadores‟”, y el propio González designaba como “generación tuxtepecadora” al “conjunto de próceres mexicanos, al centenar de notables con que se cobijó la presidencia imperial de Porfirio Díaz”. Véase González y González, Luis, La ronda de las generaciones, Obras Completas tomo VI, México, Clío/El Colegio Nacional, 1997, p. 33. 398 AHESLP, Ayto. 1881.5, Hacienda, marzo 27 de 1877-junio 28 de 1881. 397

168 despacho de pulque “pues además estando tan distante mi casa del centro de la ciudad, tengo la grave necesidad de pagar la renta de casa, para acercarme donde pueda en algo vender”. Ante tales súplicas, la resolución del jurado fue rebajarle la cuota asignada a la tercera parte, es decir quedó establecida en un real diario. Sin embargo, en mayo de 1881 volvió a quejarse, esta vez ante el propio gobernador del estado, porque le habían aumentado el cobro del derecho de patente a dos reales diarios “sin que tenga razón de ser tal aumento”. Entonces el Ayuntamiento resolvió—no sin antes habiendo señalado que “apareciendo que este [establecimiento] en la actualidad tiene sus ventas muy bajas, tal vez por la decadencia en que se hallan todos los ramos de esta ciudad”—que “la Comisión Dictaminadora cree de justicia acceder á las solicitudes de la señora Carrizales, rebajándole la cuota á un real diario como pagaba en el año de 1878”.399 1877 resultó ser un año rico en información de esta índole. Entre los registros destaca por ejemplo la solicitud de la dueña de la pulquería de “La Florida” situada en el barrio de Santiago, María de Jesús Montiel, quien al parecer tenía cierto conocimiento de lo que indicaban las leyes, en este caso la de Hacienda, vigente para ese año. En su petición explicaba que hasta entonces había estado pagando medio real diario a pesar de que sus ventas no pasaban de los seis reales al día y que el 19 de abril de aquel año, el cobrador le indicó “tener orden expresa de que el pago debía de ser doble”, el cual efectuó “sin réplicas, reservándome hacer mi representación ante quien fuese conveniente”. En la misma carta exponía que el capital invertido en su establecimiento era apenas de 20 reales y por tanto, atendiendo al derecho que le concedía el artículo 385 de la expresada Ley de Hacienda, se acercó al Jurado Calificador a requerirle que se le eximiera de tal pago. Otro recurso interesante empleado en esta solicitud—de la que lamentablemente no se sabe cómo procedió la autoridad—es un anexo en el que varios de los vecinos de “La Florida” firmaron apoyando a la señora Montiel y confirmando lo expuesto por ella respecto a los veinte reales de inversión y

399

Ibídem.

169 añadiendo que les constaba el “muy poco consumo y ventas que tiene la citada casa”.400 Al mes siguiente, el Ayuntamiento recibió una carta emitida por Anastacia Hernández y María Reyes Ruiz en la que imploraban que el pago por ser expendedoras “en pequeño” de pulque no excediera de los seis centavos y un cuarto, en los siguientes términos: […] comparecemos y decimos que siendo unas mujeres viudas y con una numerosa familia, y no obteniendo los elementos precisos para buscar la subsistencia, hemos tomado el arbitrio de vender pulque, pues cuya vendimia la tenemos puesta cuando nuestras circunstancias nos lo han permitido, y no tampoco porque tengamos establecimientos de cantinas sino que por nuestra misma necesidad ésta nos ha obligado á obtener el giro á que nos referimos eventual, por nuestra situación en que nos encontramos, por lo cual careciendo de los recursos necesarios y no pudiendo pagar más sobre derechos de contribuciones que se nos han impuesto, y como nuestra venta no es para que se haga nuestro expendio.401

Lo expuesto en la citada carta arroja diferentes aspectos reveladores acerca de la vida de dichas mujeres y de lo referente a la venta del pulque. El primer punto es manifestar inmediatamente ser viudas y con una numerosa familia, lo cual puede entenderse como un recurso para convencer a la autoridad para que atendiera su petición. Un segundo aspecto es que—según el sentido en que está redactada la carta—la venta de pulque era, si no la única, al menos sí la última alternativa de subsistencia para aquellas mujeres que se quedaban sin ningún otro sustento; y por último, que—al parecer—su expendio, además de no estar en un establecimiento fijo, lo trabajaban según las exigencias de sus necesidades. Finalmente, ante el “miserable capital que tienen, lo corto de su giro y el ser ambas viudas y cargadas de familia”, la Comisión Cuotizadora [Sic.] accedió a la súplica de las señoras Hernández y Reyes Ruiz, principalmente porque la segunda de ellas, “se ha visto obligada en estos días á suspender su giro por no serle posible cubrir la cuota que se le asigna”.402

400

AHESLP, Ayto. 1877.10, Hacienda, exp. 19, abril 20 de 1877. AHESLP, Ayto. 1877.5, Hacienda, mayo 2 de 1877. 402 Ibídem. 401

170 Un par de mujeres que de manera conjunta solicitaron que se les rebajara la cuota a la mitad del real diario que pagaban, fueron Rosa Martínez y Juliana Morales, porque la situación que su establecimiento guardaba—en palabras de las peticionarias—era “bien crítica por haber cesado la venta de este artículo”,403 razón que aunada a las que hasta este momento se han expuesto hace ver que entre esos años, efectivamente, hubo una caída en el consumo de pulque, pues en los testimonios se repite dicha situación. Otro año rico en datos extraídos de los “ocursos” que las pulqueras hacían llegar a las autoridades para que atendieran a sus demandas fue 1882, sin embargo lo más interesante de dicha información es que es la evidencia de los actos de corrupción que se anticiparon y explicaron en el segundo capítulo, ya que si se recuerda, en aquel año se especificó claramente que “no pagarán derecho de patente: las fábricas de pulque y de cal, los lavaderos, lecherías y pulquerías” 404 y a pesar de eso, como ya se había mencionado, fueron 13 las solicitudes que el ayuntamiento recibió para que les rebajara el pago asignado. De estas sirvan como ejemplo los siguientes casos. Juliana Estrada, dueña de “Las Mil Vagas”, pedía que el real que pagaba por la patente de su pulquería se le redujera a medio porque el consumo que en ella se registraba era “enteramente escaso” y a eso le agregaba la renta que pagaba por el local donde se encontraba establecida.405 Por su parte la dueña de “La Milpa”, María Dorotea Manzanares, se quejaba, en la misma fecha que la anterior, de que su pulquería había sido gravada con la cuota de un real diario, el cual no podía cubrir por “ser mujer viuda con bastante familia y además de no producirme el expresado establecimiento lo necesario para mi manutención, me encuentro en circunstancias demasiado críticas”.406 Casi con las mismas palabras que Manzanares, María Francisca de la Cruz, propietaria de “El Año Nuevo”, manifestó que sobre ella recaía la “subsistencia de mi numerosa familia […], ser muy críticas las circunstancias en que me encuentro; así como también son muy

403

AHESLP, Ayto. 1878.3, exp. 14, Hacienda, mayo 24 de 1878. AHESLP, CLD, Ley de Hacienda para 1882, noviembre 19 de 1881. 405 AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, marzo 6 de 1882. 406 AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, marzo 6 de 1882. 404

171 pequeños los productos que mi expresado establecimiento me produce”, e imploró que, “con fundamento de la fracción 5 del artículo 193 de la misma ley [de Hacienda]”, se le rebajara la contribución impuesta de 25 centavos de patente diaria.407 De los casos expuestos, los de Juliana Estrada y María Dorotea Maldonado, se encontraban concentrados en un comunicado general emitido tanto a ellas como a otras pulqueras, en el que según la consideración de la autoridad, se atendieron las solicitudes de manera favorable o fueron rechazadas, como fue esta última la resolución expresada hacia las dueñas de “Las Mil Vagas” y “La Milpa” respectivamente.408 Mientras tanto, María Francisca de la Cruz, a quien no se atendió en el comunicado expresado—y que como se vio, tenía cierto conocimiento de lo que marcaba la ley—, en 1886, estando convaleciente por una “larga enfermedad que padeció” y por lo cual su pulquería se “desacreditó […] de una manera extraordinaria”, manifestó no poder pagar la patente diaria de dos reales ya que las ínfimas ventas no cubrían ni “los gastos precisos”, por lo que en enero de dicho año traspasó la taberna a una señora llamada Leandra Álvarez, quien también experimentó la falta de ventas y por lo tanto devolvió el negocio a la señora de la Cruz el 26 de junio del mismo año, quien a su vez suplicó a la Corporación se le cobrara la patente de un real únicamente, manifestando que su “única profesión como mujer es vender pulque” y que en eso iba a “trabajar de nuevo”.409 Antes de entrar a la última parte del presente apartado valdría la pena retroceder unos cuantos años en el tiempo y recordar la pulquería de “El Teposán”, cuya dueña, María Florencia López, en 1868 pedía que se le considerara con el “mínimo grado” por la patente de su establecimiento. Con el seguimiento dado a esa taberna—como a continuación se verá—pueden entenderse dos aspectos muy interesantes: la relación entre las pulqueras y la autoridad, por una parte y por otra, la vida cotidiana de aquellas señoras, con lo cual se anticipa parte de lo que se expondrá en el siguiente apartado. 407

AHESLP, Ayto., 1882.7, Hacienda, marzo 20 de 1882. AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, marzo 21 de 1882. 409 AHESLP, Ayto. 1886.8, Hacienda, julio 7 de 1886. 408

172 En 1877, tras casi diez años de efectuarse la primera solicitud mencionada, la señora López pidió que se le redujera el gravamen a su pulquería, asignada como de primera con la patente de tres reales diarios, lo que equivalía a 12 pesos mensuales. Explicó la imposibilidad de cubrir dicha tarifa argumentando que su establecimiento no tenía un capital fijo “de donde pudiera soportar dicha contribución municipal” y que el pulque expendido era fiado y a crédito y que por consiguiente, estaba “siempre con la esperanza de lo poco que puedo utilizar”. La respuesta de la comisión encargada de dictaminar sobre las solicitudes de los contribuyentes fue negativa para ella y enfatizó que seguiría pagando la misma cuota que se le asignó.410 Un mes más tarde y en vista de la respuesta emitida por la comisión dictaminadora, María Florencia López insistió en que su pulquería no era “un establecimiento en grande, sino […] donde se vende poco y no da para pagar los tres reales diarios” y con estos fundamentos suplicaba que la contribución fuera mensual y “modificada”, tomando en cuenta “los tiempos tan abatidos, que ni los efectos de primera necesidad tienen expendios como debían tenerlos”. 411 De esa segunda petición se desconoce cual haya sido la resolución de los recaudadores, pero en 1881—a pesar de carecerse del dato exacto—es una certeza que la citada dueña volvió a recurrir a la oficina recaudadora a solicitar nuevamente que se le rebajara el cobro asignado, pues en ese año recibió una notificación de dicha instancia, negándole la rebaja de los 25 centavos impuestos, argumentándosele lo siguiente: [La Corporación del Ayuntamiento] ha encontrado que no solamente no debe acceder a lo que su dueña pretende, sino que debería aumentársele la cuota referida por las razones siguientes: el lugar o posición que dicha pulquería tiene, es tan céntrico y tan bien colocado, que deja a todos los giros de su especie muy atrás del que éste guarda. Además por estar frente a la Aduana, casi nunca carece de marchantes, pues bien sabido es que los cargadores y comerciantes son los más afectos a esta bebida.412

410

AHESLP, Ayto. 1877.10, exp. 19, Hacienda, julio 3 de 1877. Ibídem. 412 AHESLP, Ayto. 1881.5, Hacienda, diciembre 1º de 1881. 411

173 A pesar de tan contundente respuesta—y por cierto bastante ilustradora en cuanto a las condiciones de “El Teposán”—María Florencia López no perdió la esperanza de que sus demandas fueran atendidas y en 1882 corrió con mejor suerte. En primer lugar, en el lapso de un año la cuota asignada a su taberna se incrementó inusitadamente, pues de 12 centavos aumentó a 25 y así hasta alcanzar los 50 centavos. Ante tal situación, el doctor Alberto López Hermosa, jefe político de la capital potosina hacia esos años, accedió finalmente a los requerimientos de la quejosa y le contestó directamente lo siguiente respecto a su pulquería: [“El Teposán”] se encuentra establecido como ninguno de los de este género, sin embargo, de las circunstancias críticas por que atraviesa dicha Sra. que en la citada pulquería se observa desde su nueva reparación mucho orden y estricta moralidad no dando lugar a ninguna queja y que porque se ha exigido este orden que la sociedad reclama y la moral, se ha venido disminuyendo el número de los consumidores y con ello del giro de la Sra. López.413

En este testimonio resulta muy revelador el seguimiento que el propio jefe político daba concretamente a una pulquería, admitiendo él mismo que si sabía todo lo concerniente a dicho establecimiento no sólo era por lo que le informaba el inspector general del Cuartel 45, sino también por “constarme evidentemente”.414 Otro tipo de documentación demuestra que los años venideros no fueron tan favorecedores para la propietaria de “El Teposán”, ya que en 1887, cuando contaba con 67 años de edad tuvo la necesidad de hipotecar su pulquería por la suma de 740 pesos a favor de Facundo Romero,415 prominente comerciante que con tan sólo 33 años de edad poseía, al menos, tres de las pulquerías más reconocidas de la ciudad, como se señaló en los capítulos anteriores: “El Cazador”, “La Reforma” y “La América en Triunfo”. Así, teniendo que cubrir el monto de la hipoteca, la señora López se vio obligada a vender la propiedad—que en 1847 le hubiera comprado a Germana Saldaña—en 780 pesos a Josefa 413

AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, marzo 3 de 1882. Ibídem. 415 AHESLP, Registro Público de la Propiedad y el Comercio (en adelante RPPC), Protocolo del Notario Antonio de P. Nieto (A. P. N.-XXV 1887), Hipoteca de una casa situada en la Plazuela de San Juan de Dios en esta ciudad otorgada por Doña Florencia López a favor de Don Facundo Romero por la suma de $740, no. 138, 3, f. 196 vta.-198 fte. 414

174 Gordoa, esposa de Macedonio Gómez, quien poseía una casa que lindaba justo en la parte poniente de donde entonces se ubicara “El Teposán”.416 Con esto parecería que las intenciones del matrimonio Gómez-Gordoa eran las de extender su finca juntándola con el terreno ocupado por la pulquería. Sin embargo el devenir de “El Teposán” puede rastrearse hasta el año 1896, cuando Darío C. González adquirió la propiedad de manos del señor Macedonio Gómez por la cantidad de tres mil pesos, más no se sabe si en ese lapso la finca siguió operando como pulquería.417 Es asombrosa la manera en que con el transcurrir de los años se multiplicó el valor de la propiedad donde alguna vez estuviera “El Teposán”, pulquería que, por lo menos, durante dos décadas fuera el sustento de María Florencia López y su familia. Antes de finalizar este apartado sólo resta hablar acerca de un segundo tipo de solicitud que emitían las pulqueras: el cambio o destitución del cobrador de pulquerías. Aunque hasta este momento no he localizado información abundante sobre este asunto en particular, el caso que a continuación se presentará ilustra claramente una postura por parte de las pulqueras que quizá fue más común de lo que pudiésemos imaginar. Asimismo, el referido caso sirve de ejemplo para apreciar el lado flexible de la autoridad, siendo condescendiente con las quejosas. En una carta enviada el cuatro de septiembre de 1877 por las señoras Fernanda Puebla, Ermenegilda Salas, Merced Estrada y Juliana del mismo apellido, comunicaban a la autoridad correspondiente que les era “bastante molesto el estilo imperioso del encargado que cobra la pensión del pulque” porque no había día—según afirmaban—que “no nos cause vejaciones porque no damos el real con puntualidad”, justificándose sobre esto diciendo que por aquellos días atravesaban por “tiempo muerto por las frutas que produce la naturaleza en el campo” y autodefiniéndose como comerciantes “poquiteras” de pulque, dicho fenómeno provocaba que sus ventas disminuyeran considerablemente, al grado 416

AHESLP, RPPC, Protocolo del notario Antonio de P. Nieto (A. P. N.-XXVI 1888), Venta de casa conocida por “Pulquería del Teposan” ubicada en la Plazuela de San Juan de Dios otorgada por Doña Florencia López a favor de Doña Josefa G. de Gómez en la suma de $780, no. 255, ff. 396 vta.-397 vta. 417 AHESLP, RPPC, Protocolo del notario LCI Jesús H. Soto (J. H. S.-XI 1895), Venta otorgada por el Sr. Macedonio Gómez á favor del Sr. Darío C. González. Se dio testimonio, no. 85, ff. 228 fte.230 fte.

175 de que “muchas veces—decían—no realizamos del día los dos reales para el pago de miel, renta de casa y pensión”, pero lo que según ellas era lo peor de su situación fue “el estilo tan grosero con que nos trata el encargado, infringiendo con este hecho la Constitución de 1857 en que les encarga a las autoridades corrijan estos abusos para que el erario no sufra lo que hasta hoy se experimenta”. En esta última declaración resulta interesante no sólo el hecho de que estas señoras, al igual que otras, referidas líneas arriba, conocían también las leyes, sino lo que aún 20 años después de dictada la Constitución de 1857, significaba hasta para las clases más humildes el modelo liberal y la forma en que consideraban que si se seguía a pie juntillas, beneficiaría a todos los ciudadanos. Ante esto, la comisión respectiva, anunció que en cuanto a las faltas cometidas por los recaudadores no había tenido ninguna queja hasta entonces pero que, no obstante, “se les prevendría—a los cobradores—que se condujeran de la manera debida y no cometieran abusos de ninguna clase”.418 ¿A qué pudieron deberse posturas, aparentemente, tan benévolas por parte de las autoridades? Una posible respuesta, y bastante convincente, dicho sea de paso, la podemos obtener de Jesús Joel Peña Espinosa quien sugiere que como, desde la época virreinal, mucha gente pobre vivía de la producción y venta de bebidas alcohólicas, “la transgresión tolerada de la ley por parte del ayuntamiento se entiende no sólo en razones de intereses económicos, sino también de una necesaria tolerancia a cambio de evitar muestras de inconformidad”, 419 explicación que se adecúa perfectamente al caso potosino del último tercio del siglo XIX.

4.2. Un día en la vida cotidiana de las pulqueras El mismo tipo de fuente utilizada en el apartado previo, es decir las peticiones—u ocursos—de las contribuyentes, es de gran utilidad para recrear ciertos aspectos de la vida cotidiana de las vendedoras de pulque, principalmente aquellos que se refieren a sus ingresos y cuáles eran los gastos que tenían que hacer para cubrir 418

AHESLP, Ayto. 1877.10, exp. 19, Hacienda, octubre 2 de 1877. Peña Espinosa, Jesús Joel, “Consumo de embriagantes en la Puebla del siglo XVIII” en Relaciones, primavera, año/vol. XXV, no. 098, p. 250; en el trabajo citado se encuentran datos interesantes sobre las pulqueras poblanas, véanse las pp. 251-252, 265-266 y 270-273. 419

176 sus necesidades, con lo cual podremos tener cierta idea de cómo era su vida personal. En los testimonios, las pulqueras dejan entrever que se trataba de mujeres de escasos recursos económicos sin otro medio de subsistencia y no reparaban en detallar lo menesterosa que era su vida o, al menos sus respectivas pulquerías, como por ejemplo la de María Estefana López, quien se quejaba de las malas ventas en su establecimiento por encontrarse “casi a extramuros de la ciudad”, es decir en la calle del Camino del Peñasco,420 hoy Avenida Moctezuma, entre los barrios de Santiago y Tlaxcala. María Jesús Muñiz, por ejemplo, declaraba que se había dedicado a vender “un poco de pulque” por ser “una mujer demasiadamente [Sic.] pobre y no teniendo otros elementos ni recursos para atender a las precisas necesidades á fin de mantener una numerosa familia que tengo”. 421 Otro testimonio en este mismo sentido, pero que además muestra la situación general de la población menos favorecida económicamente, es en el que María Fernanda Puebla declaraba lo siguiente: […] en atención á la pobreza que actualmente reina y mucho más en la clase menesterosa que hace el consumo de nuestro giro que es el del pulque, el cual no me proporciona medios para auxiliar siquiera a nuestras pobres familias, así como tampoco el gasto preciso de renta de casa.422

Otra pulquera que, al igual que las anteriores, dijo estar “cargada de familia” fue Guadalupe Hernández de Arismendi, dueña en 1878 de “El Arco Colorado”, quien a su vez decía que en dicha pulquería la mayoría de las veces percibía la cantidad de dos reales al día, misma que el Ayuntamiento le exigía como cuota de patente diaria y por tal motivo se quejaba de que en numerosas ocasiones había “preferido dejar de hacer los gastos precisos de mi casa por tal de pagar con religiosidad [hasta ese momento] el real diario para no deber nada a la agencia”.423 En otro documento, Hernández de Arismendi ahondaba en lo precario de su situación, manifestando que el capital invertido en “El Arco Colorado” no solo era suyo, sino que una parte era prestada; que el capital total del establecimiento no 420

AHESLP, Ayto. 1877.10, exp. 19, Hacienda, junio 26 de 1877. Ibid., septiembre 11 de 1877. 422 AHESLP, Ayto. 1878.3, exp. 25, Hacienda, marzo 6 de 1878. 423 Ibid., marzo 7 de 1878. 421

177 llegaba ni a los 50 pesos; que como consecuencia del bajo ingreso generado en su pulquería, muchas veces se había visto obligada a recurrir a los montes de piedad y por si eso fuera poco, también tenía que pagar la contribución para la construcción del ferrocarril.424 Años más tarde, en 1881, otro problema aquejó a Hernández de Arismendi. El hecho de que María Fernanda Puebla estableciera una pulquería muy cerca de “El Arco Colorado” y que como sus clientes prefirieron concurrir a la de la señora Puebla, las ventas decayeron considerablemente. De ser cierto, al menos queda constancia de que, en contraste con la anterior cita de Fernanda Puebla, en algún momento la situación económica de ésta pudo verse más favorecida.425 Es momento de recordar una pulquería mencionada páginas atrás: “El Cariño”. En 1882 María Francisca Candia informó haber rentado desde hacía algunos años dicha taberna “a efecto de buscar los medios para subsistir a mis necesidades por no tener quien me auxilie, sino solamente la voluntad de Dios”; que aunque estaba convencida de los pocos ingresos que ese tipo de giros generaban, se formó “la ilusión de que quizá pudiera vivir con más desahogo” y por tal motivo se dedicó a “buscar el efecto de mieles”, es decir a conseguir el aguamiel que diariamente produciría la bebida que le permitiría sostenerse. Sin embargo, la situación de la señora Candia no sería como ella esperaba, siendo intermitentes los días en que gozaba de ventas más o menos buenas para apenas alcanzar a cubrir el pago de alimentos, renta de casa—incluida en la pulquería—, criados

y comprar ollas y apastes, entre otros “útiles”. Para satisfacer estas

necesidades tenía que esperar—en palabras de ella—“a que llegue el día domingo que es cuando hay algún consumo del pulque rezagado”, y de la misma manera que su homóloga, María Guadalupe Hernández de Arismendi, lamentaba que cada vez se redujeran más las ventas en “El Cariño” por el hecho de haberse establecido en sus inmediaciones varias pulquerías “del mejor crédito y mejor

424

AHESLP, Ayto. 1878.3, exp. 14, Hacienda, abril 7 de 1878. AHESLP, Ayto. 1881.5, Hacienda, agosto 5 de 1881. En un documento de 1882 emitido por la misma Guadalupe Hernández de Arismendi que, en lo sustancial, es muy parecido a lo que se acaba de referir, aparece con el apellido Herrera y sin el de Arismendi; véase AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, marzo 2 de 1882. 425

178 consumo”.426 Retomando la referencia del pulque rezagado, como dato interesante, vale la pena mencionar a Severina Pitones, vecina del rancho de Morales, quien en 1896 vendía “pulque de la miel que se rezaga, no porque sea pulquería en forma”, refiriéndose a su casa, que era en donde vendía.427 Al parecer en 1882 hubo un incremento en el establecimiento de pulquerías, pues la apreciación hecha por la señora Candia la confirma un testimonio de la dueña de “El Arco Azul”, la viuda Agapita Fabera, quien se quejaba de que en ese año su situación no era como de la que gozó cinco años atrás, cuando su pulquería era “una de las que más expendía; pero entonces no había tantas pulquerías”. Otro elemento interesante que se rescata de la declaración de Fabera es en el que declaraba que “no soy dueña de magueyales como lo son la señora Estrada y otras que son muy bien conocidas en Santiago”,428 por lo tanto diariamente compraba seis cargas de miel a 50 centavos, lo que sumaba un total de tres pesos de inversión, de cuyo rédito tenía que pagarle a una criada que le ayudaba. Continuando con su relación de gastos decía: “saco lo muy limitado para los alimentos de la familia, alumbrado, para vestirme yo y la familia” y que eventualmente obtenía ganancias suficientes para “comprar apastes, yerba para fermentar el pulque, contribución federal de la casa y por consiguiente los 50 centavos que por cuota he de dar diario”, pero que por las circunstancias que en aquél entonces se encontraba, había sido necesario empeñar algunas prendas de su propiedad para solventar los gastos mencionados.429 Aquí, y como se puede constatar con otros de los casos expuestos antes, un obstáculo en la economía de las pulqueras potosinas era el hecho de no contar con magueyes que raspar para extraer la materia prima del producto que comerciaban, pues de poseer magueyales, no tendrían la necesidad de comprar la miel y así ellas mismas producirían la propia.

426

AHESLP, Ayto. 1882.7, Hacienda, febrero 28 de 1882. AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Úrsulo Espiricueta por lesiones, junio 4 de 1896, 45 ff. 428 Ibid., marzo 1º de 1882. Las cursivas son mías. 429 Ibid. Marzo 28 de 1882. 427

179 Otra pulquera viuda confirma lo que se acaba de decir acerca de los magueyales o magueyeras y de la proliferación de pulquerías en 1882. Se trata de María Magdalena Carrizales, propietaria de “El Tejaban”, quien dejó el siguiente testimonio: “Soy una mujer sola y con tres hijos que están bajo mi potestad y miserables auspicios; no tengo magueyeras propias de dónde sacar la miel para el pulque y por tanto es necesario no sólo tomar aquél efecto al crédito”; así, continuaba diciendo que “todos saben que los establecimientos de mi género están multiplicados a tal grado que bien puede asegurarse que existen hoy tres o cuatro veces más de los que antes existían”, y como consecuencia, aseguraba que “si las utilidades eran como de uno, hoy son como de un tercio o un cuarto”.430 La cotidianidad de las pulqueras y sus preocupaciones no sólo se redujeron a sus problemas económicos, sino que también tuvieron que aprender a sobrellavar otro tipo de situaciones como sortear el peligro al que estaban expuestas conviviendo diariamente con individuos que al estar ebrios se violentaban y no conocían límites a la hora de “hacerse justicia” por su propia mano. Hubo conflictos en que las pulqueras estuvieron involucradas directamente, pero las más de las veces presenciaron cómo se acometían entre dos o más individuos o cómo un hombre agredía a una mujer, pero nunca fueron simples espectadoras, tuvieron que involucrarse en las riñas al menos para separar a los querellantes y poner orden en sus establecimientos. En el primero de los ejemplos que a continuación se expondrán, ocurrido el viernes 29 de diciembre de 1876, María Luisa Estrada, propietaria de una pulquería localizada por la calle de La Cruz Verde—en la actualidad 1º de Mayo— fue víctima de Esteban Contreras, quien la culpaba de ser la responsable de haber perdido su empleo de policía cuando dicha señora pidió auxilio para que lo detuvieran un día en el que él estaba escandalizando en la pulquería. Según la señora Estrada, Contreras llegó a su establecimiento y pidió un cuartillo de pulque sin pagarlo, mismo que bebió adentro de la pulquería; antes de irse pidió otro cuartillo y se retiró sin pagar nada de lo que consumió. La hermana de la pulquera lo alcanzó en la calle para cobrarle, respondiéndole—según Estrada—con 430

Ibid. Marzo 1º de 1882. Las cursivas son mías.

180 palabras groseras que su esposa pagara “el medio a las pulqueras hijas de la tiznada”. Al escucharlo Luisa Estrada, salió inmediatamente a la calle a buscar a un policía, no corriendo con suerte y, al contrario, se encontró con su ofensor en compañía de su esposa. Cuando Contreras advirtió la presencia de la señora Estrada, sacó su pistola e intentó dispararle, siendo detenido por su esposa para fortuna de Luisa.431 Otra pulquera que también se vio agredida a causa del estado de ebriedad en que se encontraba un cliente, fue María Epitacia Ramírez, quien mientras se encontraba la tarde del 29 de enero de 1888 despachando en su pulquería conocida como “La Corte”, llegó Marciala Campos a sacar un delantal que había empeñado en dicha taberna y enseguida se apareció en el mismo lugar el albañil Simón Salazar quien, en palabras de uno de los clientes, iba “algo trompeta”. Momentos después Clemente Ramírez, el testigo, solicitó otra cuartilla de pulque, que intentó tomar detrás del mostrador, a lo que—admirado Salazar—le preguntó en tono sarcástico que si él era el despachador, respondiéndole molesto Ramírez que sí, que “era el puto lencho”. Entonces, indignado Simón Salazar trató de agredirlo con una botella, motivo por el cual Epitacia lo echó fuera. Esto demuestra el valor de la pulquera para controlar los disturbios en su pulquería, pero allí no acabó todo, a continuación se mostrará hasta dónde llegaba lo riesgoso de su oficio. Tras haber sido echado de “La Corte”, Simón Salazar volvió armado con una piedra y al intentar introducirse de nuevo a la taberna, lo detuvieron en la entrada la pulquera y Marciala Campos, a quienes agredió, causándoles varios rasguños e, incluso, le “hizo perder o le tomó unas arracadas” a Epitacia Ramírez. Por tales agresiones, Salazar estuvo preso 15 días.432 Otro caso de una pulquera, que aún siendo ajena a un conflicto se vio inmersa en él fue el que protagonizó su sobrina Concepción Ramírez. Encontrándose en la pulquería de su tía nombrada “La Cuna”, la tarde del 9 de 431

AHESLP, STJ (enero de 1877, Civil/Criminal), exp. 11, Criminal instruido contra Esteban Contreras por delito frustrado y amagos, seguido por Doña María Luisa Estrada, enero 2 de 1877, 39 ff. 432 AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Simón Salazar por lesiones a Epitacia Ramírez, enero 30 de 1888, 12 ff.

181 abril de 1888 llegó Mauricio Castro con quien antes había tenido un romance y vivido con él hasta que le dijo que ya no la quería y la echó de la casa. Sin embargo aquella tarde el joven jornalero trató de convencerla de que se volvieran a unir, hasta que consiguió llevársela con él. Una vez en la calle, los halló la señora Serapia Esparza, dueña de “La Cuna” y tía de la muchacha, quien, tras ser explicada de la decisión de su sobrina acerca de regresar a vivir con Castro, se opuso hasta que Concepción no le regresara unas enaguas que le había prestado, motivo suficiente para que Mauricio Castro se encolerizara, sacara un cuchillo y amagara a la pulquera. Entonces Concepción Ramírez corrió, siendo seguida por el agresor, quien la hirió en la espalda con su arma y sin importarle que ésta se haya roto, descalabró a la joven con el mango del cuchillo que le había quedado en la mano.433 Existe otro tipo de evidencia que da fe de la valentía con que las pulqueras afrontaron el peligro con tal de imponer el orden en sus tabernas. Citaré un par de ejemplos. El primero ocurrió en la pulquería de “El Año Nuevo”, cuando Mateo Morales había estado riñendo afuera del establecimiento con Germán Rodríguez e intentó introducirse, lo cual fue impedido por la pulquera Francisca de la Cruz y su criada, Victoriana Hernández, diciéndole que “se fuera de ahí […] que no comprometiera la casa”.434 En el segundo caso no bastaron las palabras de la propietaria de la pulquería, sino que ésta tuvo que llegar al contacto físico con uno de los escandalosos. Era el 24 de octubre de 1893 cuando en una pulquería localizada en el barrio de Tlaxcala, propiedad de Antonia Salas, dos de los clientes, Manuel Morales y Reyes Rodríguez, platicaban con la pulquera, llegó Andrés Saucedo, quien al pasar cerca de Morales, lo “testereó”, provocando que el segundo se molestara, lo atacara verbalmente y, sin más, Saucedo sacó su cuchillo y agredió a Morales. Al presenciar aquél incidente, la pulquera se apresuró a desarmar al agresor forcejeando con él, hasta que se hirió con su

433

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Mauricio Castro, abril 9 de 1888, 32 ff. 434 AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Germán Rodríguez, marzo 1891, 28 ff.

182 propia arma en un dedo; no obstante, aquella fue la única manera en que el agresor soltó el arma.435 Otra ocasión en que una pulquera arriesgó su integridad por defender lo que era suyo, fue en la que Manuela Blanco, dueña de una pulquería en el barrio de Tequisquiapam, al ver que Juan Ramírez—que había estado bebiendo en la taberna—trató de robar el dinero de las ventas contenido en un cajón, corrió a impedirlo y al no conseguirlo “por la buena” hirió en la mano al ladrón. En esa situación a la pulquera no la favoreció la suerte, pues por la herida cometida fue enviada a prisión.436 Estos han sido algunos ejemplos de cómo las vendedoras de pulque se vieron inmersas de manera directa o indirecta en conflictos de diversa índole. Sin embargo existe el registro de un caso en el que la pulquera fue la causante de una riña, sin ni siquiera estar presente. No obstante más allá del hecho violento, el caso que enseguida se expondrá, ilustra muy bien un tipo de situación que difícilmente podemos encontrar en los distintos tipos de documentación que contiene información—muchas veces fragmentada—de aquellas mujeres que se dedicaron al comercio del pulque. A saber: su vida sentimental o amorosa. Eran las seis de la tarde del 14 de septiembre de 1890, cuando Apolinar Vázquez estaba en la pulquería de Eduviges Cruz tomando una cuartilla de pulque mientras escuchaba a un músico tocar “unos jarabes” con un arpa. En esos momentos llegó Martín Hernández y compró la misma cantidad del blanco licor llevándoselo para la calle. Al entrar de nuevo al establecimiento convidó a Vázquez de su pulque y éste accedió. Martín Hernández le confesó a Apolinar Vázquez que “pretendía a la pulquera Abundia Cruz”, preguntándole enseguida que si él “ya no la pretendía”, a lo que Vázquez le contestó que “aún tenía amores con Abundia”. Aparentemente el rival de amores quedó satisfecho con la respuesta y se marchó de la taberna. Al salir Vázquez como a las siete, se percató que Hernández se encontraba afuera, sentado—al parecer—esperándolo y

435

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en averiguación de la herida que recibió Manuel Morales, octubre 24 de 1893, 11 ff. 436 “Por amigo de lo ajeno” en El Estandarte, año XII, no. 1824, octubre 20 de 1896.

183 entonces Martín le dijo que “quería tomar cuestión […] por la citada Abundia”, a lo que Apolinar accedió y se batieron a golpes. Por su parte, la joven pulquera, “manzana de la discordia”, al ser cuestionada por tales hechos, respondió sin ningún empacho que “ignora el motivo por que la andarán tomando en boca tanto Martín como Apolinar Vázquez” y que “ni a uno ni a otro le da lugar; pues con ninguno tiene relaciones amorosas, ni menos de otra naturaleza”, dejando claro, incluso, que Martín Hernández era su primo hermano y en cuanto a Apolinar Vázquez, manifestó que “si bien es cierto que lo conoce, también lo es que éste nunca la ha requerido de amores”. 437 En el grueso de los casos hasta aquí presentados hemos visto el coraje con que las mujeres defendían lo que era suyo sin importarles los riesgos que pudiesen correr, es decir trataron de salvaguardar tanto el orden en sus pulquerías como su propia persona, tal y como se vio en el primer caso, donde la víctima fue María Luisa Estrada o en el último en el que la joven pulquera pretendida por dos varones que se disputaban su amor, quizá por no inmiscuirse en ninguna clase de problemas manifestó no estar enterada de las intenciones de sus enamorados. Ante esto, sólo restan un par de preguntas ¿fueron siempre las mujeres las víctimas, las golpeadas, las maltratadas, las injuriadas? ¿fue la embriaguez un fenómeno o un mal propio de los varones y que únicamente ellos se violentaban al estar bajo los efectos del alcohol?

4.3. “Pulque y mujeres dan más pesares que placeres”.438 Violencia femenil en las pulquerías En este último apartado, las protagonistas no serán las dueñas de pulquerías propiamente,

sino

aquellas

mujeres

que

se

encontraron

en

esos

establecimientos—pues como ha afirmado Elisa Speckman Guerra: “Era habitual y al parecer aceptado que la mujer acudiera a las pulquerías”439—y que al estar bajo los efectos del alcohol propiciaron alguna clase de escándalo. No obstante, 437

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Martín Hernández, septiembre 14 de 1890, 21 ff. 438 Adecuación del refrán popular Vino y mujeres dan más pesares que placeres. 439 Speckman Guerra, Elisa, “Las flores del mal. Mujeres criminales en el porfiriato” en Historia Mexicana, vol. XLVII, no. 1, julio-septiembre, 1997, p. 211.

184 se mostrará la “participación” de las pulqueras en otra faceta que su oficio y su sexo les exigía: la solidaridad hacia su propio género, es decir, veremos cómo mientras una mujer era golpeada ante sus ojos aunque ella misma haya provocado el disgusto—lo que bajo ninguna circunstancia justifica que fuera maltratada—la pulquera siempre se puso de su lado y en su declaración dejó patente la lealtad hacia su congénere. El primero de estos casos es muy ilustrativo y vale la pena remitirse a los diálogos que, aunque están cargados de un vocabulario soez, ayudan a recrear la dramática situación. Vicenta Tovar estaba el cuatro de mayo de 1886 en una pulquería del barrio de Tequisquiapam conocida como “La Jota” que pertenecía a Felipa

Hinojosa.

Mientras

que

Nicolás

Vázquez

insistía

en

sacar

del

establecimiento a Vicenta, la pulquera le recomendaba que no se fuera con él y como en esos momentos pasara por el lugar Aurelio Nieto, le dijo a Vázquez “no te andes peleando con una puta; yo te vengo y trozo a esa infeliz”. Según Tovar, “tuvo relaciones ilícitas con Nicolás Vázquez solo una vez” y por lo mismo aquél día en “La Jota” la presionaba diciéndole “hora sí, jija de la tisnada [Sic.], te vas a pasear conmigo”, a lo que Vicenta se negaba porque—según decía—la mujer de Vázquez la andaba buscando con una pistola, razón por la cual su antiguo amante la amenazó con “romperle el alma”. Una vez afuera de la taberna y en presencia de Aurelio Nieto, éste le decía a Vázquez “le hubieras rompido [Sic.] el hocico; a estas putas habladoras eso se les hace”—entonces Vázquez le respondió— “tísnala [Sic.], yo respondo” y sin pensarlo dos veces, Nieto le gritó a Tovar: “oye Vicenta, eres una hija de la tisnada [Sic.], ven acá”, y cuando la mujer se acercó, recibió un golpe por parte de Nieto, a quien—llena de coraje—sujetó del cuello de la camisa, razón suficiente para que el abusivo hombre la hiriera en los brazos con una navaja. Las rencillas entre Vicenta y Vázquez han quedado expuestas, pero ¿por qué Aurelio Nieto tenía tanto coraje contra la misma mujer? Según Nieto, aquél día quien comenzó las injurias—contra él, directamente—fue Tovar, porque como seis o siete años atrás—de acuerdo con su declaración—, siendo jefe de manzana la puso en prisión por haber herido a un joven, habiendo quedado en libertad hacía

185 apenas un año y por lo cual, según Nieto, le guardaba rencor. Por su parte, la pulquera, en sus declaraciones siempre mostró su apoyo hacia la mujer agredida, manifestando incluso, respecto a Nieto, que “por qué era tan infame, que le pegara a una mujer”.440 En este ejemplo ha quedado demostrada la solidaridad entre las mujeres, dentro de un contexto evidentemente hostil hacia ellas, no sólo por cómo percibía la pulquera la actitud del agresor, sino desde el principio, cuando quiso prevenir a la ofendida del peligro que correría si se iba con Nicolás Vázquez. Días más tarde, a las siete y media de la mañana del 13 de mayo, Cipriano Cerda, “un poco ebrio”, se encontró con Teodora Ayala a quien le cobró medio real que le debía, indicándole ésta que en ese momento no traía dinero pero que si la esperaba se lo pagaría de regreso a su casa. Mientras tanto, Ayala entró a la pulquería de “Los Perros Prietos”, hasta donde la siguió el hombre ebrio insistiéndole en que al menos le consiguiera licor allí mismo, percatándose de ello una mujer inválida que se encontraba en el establecimiento, llamó la atención de Cerda manifestándole que “no fuera molesto”; que ya la señora Ayala le había ofrecido pagarle en su casa y que no “la anduviera avergonzando delante de la gente”. Encolerizado por la intromisión de dicha mujer, Cipriano Cerda se le acercó, le contestó que a ella “nada le importaba” y le propinó una bofetada, por lo que la dueña de la pulquería, María Luz Hernández, echó de su local a Cerda; pasado un momento regresó y al intentar pegarle de nuevo a la inválida, ésta lo golpeó en la cara con un palo que usaba como muleta. Al conflictivo cobrador no le quedó otra salida que ir a quejarse con un policía, quien detuvo tanto a Cipriano Cerda como a Micaela Ramírez, su agresora.441 En este ejemplo es aún más clara la protección y solidaridad entre las mujeres de una determinada comunidad, representando la pulquería el punto de encuentro, pues como se vio, la mujer inválida intercedió por la que era acosada por el borracho y a su vez, la pulquera previno que causara un daño mayor a la inválida echándolo de su taberna.

440

AHESLP, STJ (legajo sion clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas seguida de oficio contra Aurelio Nieto, mayo 5 de 1886, 42 ff. 441 AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal en averiguación de la herida que recibió Cipriano Cerda, mayo 14 de 1886, 27 ff.

186 El siguiente acontecimiento corresponde a un proceso judicial contra una mujer a la que se le acusaba de haber asesinado a la amiga con quien solía embriagarse casi a diario y que por no podérsele comprobar responsabilidad alguna, quedó en completa libertad. El caso recrea la vida de un par de mujeres que, hallándose en una situación evidentemente marginal, se refugiaban en el alcohol, sin limitaciones y sin prever consecuencias hasta que una de ellas condujo su vida hacia un desenlace fatal. Se trata de María Nicanor Blanco, originaria de San Luis Potosí y María Victoriana Hernández, procedente Mazatlán, Sinaloa, que vivían en la ciudad de Aguascalientes y con motivo de dirigirse a la feria de San Juan de los Lagos, acordaron hacer una escala en la capital potosina para visitar a la madre de Nicanor Blanco. Según la progenitora de ésta, durante su estancia en la ciudad de San Luis Potosí, “ambas salían todos los días a tomar después de que hacían el pequeño trabajo de la cocina y en la embriaguez luego tenían sus pequeños disgustos”. A este respecto, Victoriana Hernández reconocía que “tomaban con frecuencia porque estaban acostumbradas a ello, aunque nunca peleaban”. Así, el tres de enero de 1887, en la casa de la madre de Nicanor Blanco bebieron media botella de vino chorrera desde las nueve de la mañana y de allí se fueron a la pulquería de “La Barranca”, sin saber cuánto pulque consumieron ni la hora en que se retiraron. Según la pulquera Romualda Ruiz, no era cierto que hubieran estado bebiendo en su taberna, que incluso una vez que se marchó el par de amigas, salió a la calle a recoger la vasija que allí dejaron tirada conteniendo aún el pulque que compraron. Victoriana declaró que andando por la Calle del Ojo de Agua en el barrio de Santiago, donde se encontraba un pozo, ambas se sentaron en el bocal del mismo y después de un rato, Blanco se cayó al pozo, sin que su compañera pudiera evitarlo por su alto estado de ebriedad. Ante tal situación lo que creyó más conveniente fue ir a dar aviso a Felipa Almendares, madre de Nicanor y al regresar ambas mujeres al lugar del trágico suceso, encontraron ahogada a María Nicanor Blanco. Felipa Almendares acusó a María Victoriana Hernández de ser la responsable de la muerte de su hija, porque—según ella—Hernández “había

187 tenido un choque ella con Nicanor y que andando en la riña se había resbalado y caído en el pozo”. Por su parte, Victoriana Huerta tuvo una apreciación más interesante del por qué se cayó su amiga al pozo, insinuando que pudo tratarse de un suicidio. De acuerdo con su testimonio, manifestó que “la finada nunca le dijo, ni ella llegó a comprender que se encontrara fastidiada de la vida, pues en todo obraba como desde el primer día en que la conoció, estando de completa conformidad con la que declara”.442 Esta es la apreciación de una mujer que se encontraba en las mismas circunstancias de aquella que suponía se suicidó por no estar satisfecha con su vida. Por tanto, puede inferirse que en algún momento María Victoriana Hernández se halla sentido en la misma situación emocional y le haya pasado por la mente lo que ella creía había motivado a su amiga a acabar con su vida. Los amoríos, las desilusiones sentimentales o los reencuentros con el pasado desde este sentido, fueron muy comunes en los pleitos bajo los efectos del alcohol en que estuvieron involucradas mujeres, ya fueran ellas las agresoras, las agredidas o ambas. A continuación se presentarán algunos ejemplos que dan fe de esto. En el primero de los casos, una mujer, al parecer en estado de ebriedad, fue herida por su antiguo cónyuge, quien tras ser procesado, quedó en absoluta libertad, porque actuó “excitado” por “las expresiones injuriosas que [la mujer] le profirió”. Ahora bien, los hechos tuvieron lugar el martes 20 de abril de 1887 cuando, “como a la oración de la noche”, Eligio López iba saliendo de la pulquería de Fernanda o Marciala y en ese momento se encontró con “su mujer” Pascuala Hernández, de quien estaba separado desde hacía siete años y que en ese tiempo estaba en “relaciones ilícitas con un soldado”, además de ser “placera y muy comadrera de los policías y serenos”. Al ver Eligio a Pascuala, quiso tomarla del brazo y, porque quizá lo haya querido hacer por la fuerza, la mujer lo insultó gritándole “aquí vas cabrón desgraciado, hijo de un demonio… ¿cómo no vas a testerear a tu chingada madre” y, como según López, “tales palabras que son

442

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por heridas contra Ma. Victoriana Hernández, enero 3 de 1887, 25 ff.

188 suficientes para hacer enojar a cualquiera”, encolerizado, sacó un machete que portaba y con él le causó un par de heridas en la cabeza.443 En este acontecimiento es probable que el agresor no haya sido castigado por la autoridad, atendiendo a la justificación expuesta por el acusado sobre la conducta de la mujer, quien de acuerdo a las normas de comportamiento establecidas en la época, trasgredía los límites morales a que su sexo debía obedecer.444 Los celos entre mujeres también fueron un motivo muy poderoso que, aunado a la ingesta de alcohol, desembocaron en auténticas escenas de violencia. Una muestra es la que se registró la noche del 22 de julio de 1889 en la pulquería que Luz Hernández tenía en el barrio de Santiago. Allí se encontraba Alejandra García acompañada de otras dos mujeres y un joven. Según los distintos testimonios, mientras el grupo se encontraba bebiendo, pasó por la taberna Andrea Vázquez a quien, según ésta y las declaraciones de la pulquera y su marido Gregorio Romero, le gritaron cabrona, deteniéndose entonces Vázquez para reclamarles la injuria, fue sorprendida por las mujeres y el varón que se le arrojaron encima, jalándola de los cabellos y rompiéndole un apaste de pulque en la cabeza, hasta que el esposo de la pulquera la defendió y echó a la calle a los agresores. En su testimonio, Alejandra García, presunta responsable de los hechos manifestó que Andrea Vázquez jaló de los cabellos a su hija Remedios Meza y por defenderla, agredió a Andrea; que dicha mujer le tiene celos a Alejandra porque el padre de su hija es el marido de Andrea Vázquez.445 De ser cierto esto, es más factible que quien estuviera celosa fuera Alejandra García, pues finalmente el padre de su hija no estaba con ellas sino con su rival, Andrea Vázquez. Por tanto,

443

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal contra Eligio López por heridas, abril 20 de 1887, 21 ff. 444 Lillian Briseño Senosiain señala como los más graves de los actos inmorales que pudiesen cometer las mujeres de la época, “la ebriedad, la prostitución y las relaciones maritales irregulares, como el concubinato y el amasiato”. Briseño Senosiain, Lillian, “La moral en acción. Teoría y práctica durante el porfiriato” en Historia Mexicana, vol. LV, no. 2, octubre-diciembre de 2005, pp. 432-433, véase también 443-444. 445 AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal por lesiones a Andrea Vázquez. Reo Alejandra García, julio 22 de 1889, 7 ff.

189 es probable que la agresión la haya desencadenado García al insultar a Vázquez y no ésta al jalar de los cabellos a la hija de la primera. Otro lío por celos, en este caso evidentemente injustificados, lo protagonizaron Marcelina Rodríguez y Ramón Martínez en una “pulquería ambulante” propiedad de Arcadia Leija. Entre las dos y tres de la tarde del miércoles primero de septiembre de 1898 Ramón Martínez entró a la pulquería de Leija tras haber vendido una lajas; dispuesto a apurar su vaso de pulque, llegó Marcelina Rodríguez ebria y como en el mismo expendio se encontraba también una mujer llamada Hilaria, Marcelina creyó que estaba con Ramón, con quien “tiene relaciones y aún familia”, e impulsada por los celos—y la embriaguez— comenzó a injuriar a Martínez, quien consiente del estado en que se hallaba su ofensora ignoraba las palabras, indignando aún más esto a la alcoholizada mujer, le lanzó el apaste del que bebía pulque, tomó de la camisa a Ramón, rompiéndosela así como el sombrero de palma y lo jaló de los cabellos; exacerbando esto a Ramón, quien trataba de quitarse de encima a Marcelina, hasta que lo consiguió después de varias mordidas que le hizo en las mejillas a la mujer, mientras que la pulquera le pedía a Marcelina que se retirara del lugar, siendo todo esto observado por Hilaria, la supuesta mujer que desató los celos de Marcelina Rodríguez.446 En este caso es posible que la pulquera le haya pedido a Marcelina que se retirara para evitar un desenlace fatal, sin embargo lo más probable es que su principal temor, a la hora de intentar imponer el orden, obedeciera a que de suceder allí una tragedia su expendio sería clausurado. A pesar de que en el proceso se comprobó que Marcelina provocó el escándalo y ser agredida, a diferencia de otros casos expuestos, Ramón fue sentenciado a cumplir 45 días de arresto. Escenas de celos como las que se han descrito eran frecuentes, e incluso algunas “batallas” originadas al combinar el alcohol con la pasión, fueron documentadas en los periódicos, como por ejemplo la que se desarrolló en la

446

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal. Heridas a Marcelina Rodríguez. Acusado Ramón Martínez, septiembre 1º de 1898, 14 ff.

190 pulquería de “La América”, en donde Carlota Mallorca hirió con una navaja a Carmen Arias porque el marido de una de ellas había “galanteado a la otra”.447 La confusión provocada por la ebriedad llevó a algunas mujeres a actuar de manera irracional no sólo en cuestiones sentimentales, sino hasta por los motivos más simples y sin justificación. Como prueba de ello, se exponen un par de casos. El primero de estos ejemplos es interesante porque en él se puede ver a la pulquería como un lugar de encuentro para los habitantes de una comunidad sin importar sexo o edad, donde era común encontrar conviviendo allí no sólo a hombres, regularmente ebrios, que eran quienes conformaban el grueso de la concurrencia, sino también a mujeres y niños, a los cuales las formas de comportamiento que allí se observaban les eran familiares e incluso reaccionaban ante ellas con indiferencia. Después de haber ido al mercado a comprarle algo que su hijo le pedía, María Buenrostro llegó acompañada de su pequeño a la pulquería de “El Cazador”,

en

donde

recibió—según

dijo—“un

golpecito,

sintiendo

como

coscorrón”, por parte de otra mujer que allí estaba, llamada Paula Domínguez, y que aunque sintió que le escurrió algo de sangre, hizo caso omiso hasta que su hijo le dijo que le salía sangre de la nariz, percatándose de ello tanto el dueño como el dependiente de la pulquería, diciéndole el segundo que “le habían pegado injustamente” y la detuvo hasta que llegara el gendarme al que mandaron llamar y éste la condujo junto con su ofensora a la casa de Las Recogidas. En su defensa, la supuesta agresora afirmó que cuando María llegó al establecimiento le pidió un cigarro, negándoselo inicialmente Paula para luego decirle “toma, aquí está el cigarro para que no me estés molestando” y María a su vez le arrebató la cajetilla. A continuación las mujeres comenzaron a pelear y según Paula Domínguez, María sacó una hoja de panadero con la que le hizo varias roturas al rebozo de su oponente; que en ese momento llegó un individuo a prestarle un cuchillo a Domínguez y le dijo—siguiendo con el relato de ésta— “toma, no te dejes”, y como se negara a tomar el cuchillo, el mismo hombre le hizo las heridas con el arma a María Buenrostro. Domínguez aseguró que dicho 447

“Soldadescas” en El Estandarte, año XI, no. 1453, junio 4 de 1895.

191 individuo era “un querido de María”.448 Por tratarse de versiones tan disímiles no procedió cargo alguno contra ninguna de las dos mujeres, por no poderse comprobar la culpa de ninguna, y como los pulqueros lo único que vieron fue a María Buenrostro herida no pudieron atestiguar nada y por ello sólo se limitaron a detener a las dos mujeres. Cabe señalar que cuatro años antes, Paula Domínguez había estado involucrada en una riña a mano armada contra una mujer llamada Clemente Carreón, en la que ambas resultaron heridas.449 El siguiente caso, más que haber sido producto de una confusión, fue una acusación injusta por parte de una mujer que buscaba con quien vengarse por haber sido herida, encontrando como víctima a otra mujer llamada María Medina. Como a las dos de la tarde del 16 de junio de 1898, Medina estaba en la pulquería de “La Fuente Embriagadora” cuando llegó María Jesús Arellano y le pidió un poco de pulque, el cual le fue negado y por tanto, Arellano se enojó y llamó a un gendarme acusando a Medina de haberle provocado una herida, misma que ya llevaba cuando llegó a “La Fuente Embriagadora”. Una vez presa en Las Recogidas, otra prisionera, que respondía al nombre de Bibiana Colunga, le comentó que ella sabía quien había herido a su acusadora: que fue una mujer llamada Nicolasa. Asimismo—en palabras de María Medina—“muchas mujeres que han sabido de esto y han venido a dar presas” le decían que no era justo que estuviera sufriendo sin haber cometido ningún delito. Se sabe que, efectivamente, no fue Medina la responsable de la herida inferida a Arellano, pues al día siguiente del acontecimiento y estando María Medina en Las Recogidas, dijo el pulquero Joaquín Romero, haber escuchado “que platicaban en la pulquería unos hombres, como tres, y decían que andaba en la calle la mujer que había mordido a la otra”, con lo que se confirmaba que la culpable estaba en libertad.450 Aquí nuevamente vuelve a notarse la solidaridad entre las mujeres y la velocidad con que corrían las noticias, siendo la pulquería el lugar de comunicación e intercambio entre los vecinos. 448

AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal. Heridas a María Buenrostro. Acusada Paula Domínguez, agosto 30 de 1898, 13 ff. 449 “Bravas hembras” en El Estandarte, año X, no. 1181, junio 27 de 1894. 450 AHESLP, STJ (legajo sin clasificar), exp. sin numerar, Criminal. Heridas a Jesús Arellano. Acusada María Medina, junio 16 de 1898, 24 ff.

192 A pesar de la solidaridad subrayada entre mujeres, hubo casos en que cuando se encontraban perturbadas por los humos del alcohol, no distinguieron incluso entre la amistad que las unía, como les sucedió a Margarita Hernández y Petra Juárez, quienes eran buenas amigas y tomando en cuenta esto, en una ocasión Hernández le pidió prestado un saco a Juárez y días más tarde, encontrándose ambas en una pulquería, Petra recordó que su amiga no le había devuelto la prenda, pidiéndosela entonces con insultos que desembocaron en una disputa. Advertido de ello, un gendarme las aprehendió y mientras las remitía a la casa de Las Recogidas, en el trayecto

Petra volvió a insultar a Margarita e,

incluso, le rompió las enaguas; indignada Margarita, tomó una piedra y se la lanzó, hiriendo en la cabeza a su, hasta entonces, amiga.451

Ha quedado demostrado que la comercialización de bebidas embriagantes—en este caso el pulque—en manos de mujeres estuvo presente en distintos países del continente americano, casi desde el momento del contacto con los españoles y que este aspecto ha parecido despertar poco interés dentro de la historiografía, al menos, mexicana y que, sin embargo, podría proporcionar nuevas interpretaciones en los estudios de historia económica, social y cultural. Por otra parte, también se ha establecido como una explicación de la permanencia femenina en la propiedad de pulquerías en la capital potosina hacia las postrimerías del siglo XIX, el hecho de que esos establecimientos permitieron a las mujeres ser agentes productivos dentro de la sociedad, sin despegarse así de las “responsabilidades” que la misma sociedad, manteniendo estereotipos virreinales, había designado como “propias” de las mujeres y, sobre todo, sin que esto fuera mal visto ante los ojos de los vecinos, sino al contrario, les proporcionaba un mayor estatus por el simple hecho de ser propietarias de un establecimiento comercial. Asimismo se hicieron patentes las estrategias empleadas por las pulqueras para no verse perjudicadas por lo que las autoridades les imponían haciendo gala de la manera tan irregular en que operaban. Muchas de esas mujeres aún sin 451

“Tribunales del estado” en El Estandarte, año XI, no. 1520, agosto 29 de 1895.

193 saber leer ni escribir tuvieron la iniciativa de por lo menos asesorarse de lo que marcaban las leyes para así defender lo poco que tenían. Finalmente, también se demostró cómo entre los sectores populares hubo mujeres que transgredieron las normas de comportamiento y de moral impuestas hacia su género, recurriendo a prácticas que no eran aceptadas por aquellos que quisieron implantar el “progreso” en esa sociedad tan bifurcada y las presenciaron con ojos atónitos, tales como embriagarse, emplear en su vocabulario palabras altisonantes y no pensarlo dos veces a la hora de vociferarlas contra quien juzgaran que lo merecía e incluso utilizar la fuerza física, si así lo demandaban las circunstancias, para defender su dignidad cuando se sintieron vulneradas por el sexo opuesto.

194 Conclusiones El pulque fue una bebida cuyo origen y producción se remontan muchos años antes de la llegada de los españoles al territorio que hoy ocupa la República Mexicana, y su consumo estuvo normado para hacerse de manera estrictamente ritual por lo que, quienes abusaban en su ingesta, eran severamente sancionados. No obstante, fue una vez que se asentaron los españoles cuando la producción y consumo de la bebida se incrementaron. Se trataba de una bebida tan arraigada entre los indígenas, que los españoles al percatarse de ello inmediatamente la utilizaron como medio para manipular y sojuzgar a los habitantes de aquellas tierras, fue de esta manera que el alcoholismo comenzó a cobrar terreno entre los antiguos mexicanos dejando una huella indeleble que aún persiste hoy en día como uno de los grandes problemas sociales del pueblo mexicano. De la misma manera fue que aparecieron las primeras pulquerías, en un principio como puestos al aire libre destinados únicamente a la comercialización y distribución de pulque “para llevar”, pero que, sin embargo, no tardaron en adquirir popularidad al convertirse en auténticos centros de sociabilidad en los que los concurrentes pasaban varias horas al día bebiendo y conviviendo entre charlas, degustación de platillos y la ilusión de que la suerte estaría de su lado en cada partida de los típicos juegos de azar que allí tenían lugar. Lo malo de ese cuadro de fraternidad fue que aquellas largas horas de esparcimiento y ocio fueron las mismas que la concurrencia ocupó en beber transformándose aquello en un verdadero problema social que propiciaría durante más de tres siglos una transgresión al orden y la moral que las autoridades en distintos periodos históricos y políticos se empecinaron en establecer. Por su parte, la postura de la autoridad, a lo largo del tiempo, puede definirse como laxa, pues aunque en el discurso y la constante emisión de reglamentos que disponían se guardase el orden en las pulquerías, en la vida diaria se evidenciaba una realidad muy diferente que distaba de ser lo que aparentemente anhelaban los altos mandos. Lo anterior se explica a partir del provecho económico que representaba la comercialización del pulque. Al ser un producto tan consumido por las mayorías,

195 se despertó un desmedido interés por gravar la producción, introducción en los centros urbanos, venta y a los mismos establecimientos destinados al expendio de la bebida. El gravamen a dicho producto se verificó en diferentes momentos históricos; durante el siglo XIX principalmente en periodos de crisis o de considerables cambios políticos o sociales como al establecerse la primera república federal, al perderse buena parte del territorio nacional, durante la intervención francesa o al instaurarse el régimen porfirista. La asignación de impuestos derivada de la derrama económica que arrojaba la venta de pulque, trajo consigo una oleada de corrupción por parte de las autoridades. Esto quedó ejemplificado en el ámbito local a través del cobro al impuesto a una práctica que popularmente se conoció como disimulo, que entre otros “ramos” como la prostitución o los ebrios detenidos, asignó un impuesto durante cerca de 10 años por derecho de patente a los propietarios de pulquerías cuando legalmente no estaba establecido dicho impuesto. El aspecto negativo de las pulquerías no sólo recayó en la ambición de los munícipes, sino también en el comportamiento de quienes las frecuentaban, protagonizando riñas, trifulcas entre todos los asistentes, escándalos verbales en los que sobresalían los insultos, pero lo más grave fue cuando las pulquerías fueron escenarios donde se presenció el último momento de la vida de muchos de aquellos que por un simple malentendido, un gesto, una palabra ofensiva o algún arrebato de celos, hicieron uso de la violencia para hacer respetar su honor. Esas actitudes o formas de comportamiento colérico se explican desde el contexto social de los protagonistas. Un entorno hostil marcado por la pobreza, el desempleo y la ignorancia, siendo éstos factores determinantes de una inseguridad personal y baja autoestima que infundieron el miedo y la desconfianza hacia los demás miembros de la comunidad, sin importar incluso los lazos de parentesco que les unieran. En este sentido el abuso en el consumo de pulque jugó un papel fundamental. No fue éste el elemento principal que desató la ira de los sujetos en cuestión, pero sí el factor deshinibidor que exaltó los ánimos, concediendo la seguridad suficiente para agredir al oponente.

196 Ambos aspectos negativos, tanto el abuso en el cobro de impuestos como la violencia afectaron a las dueñas de las pulquerías, quienes en cuanto al primer asunto tuvieron que fraguar estrategias para negociar con la autoridad y materializar sus peticiones que permitirían desarrollar su oficio de la forma que más las favoreciera. Respecto a la violencia, ésta estuvo latente día tras día y también aprendieron a lidiar con ello. No repararon a la hora de solicitar, “por la buena”, a los escandalosos que se retiraran para que no “comprometieran” su establecimiento; pero cuando las palabras no fueron suficientes, tampoco titubearon para echar por la fuerza a la calle a los pleitistas necios. En el mejor de los casos, acudieron a los agentes de policía para que se encargaran de dicha tarea, sin embargo, como también se mostró, en no pocas ocasiones dichos “representantes del orden” lamentablemente actuaron de forma completamente contraria a su deber. Siguiendo con la ocupación de las pulqueras, lo complicado y riesgoso que frecuentemente resultaba estar al frente de una pulquería, explica por qué era vista dicha labor como el último recurso para satisfacer las necesidades económicas de mujeres mayoritariamente pobres, sin el apoyo de un cónyuge—en el caso de las viudas o solteras—con quien compartir la absorción de los gastos del hogar. Sin embargo, el hecho de ganarse la vida aunque fuera de esa forma, ofrece una nueva interpretación sobre el papel que desempeñó la mujer en el ámbito público, es decir como agente económico necesario para el desarrollo de la comunidad a la que pertenecía, en una época en la que las oportunidades laborales no abundaban y menos para las mujeres, ya que el hecho de que ellas se insertaran dentro del terreno laboral implicaba una transgresión a las imposiciones sociales que les fueron asignadas. Pero, a pesar de esto, el desarrollarse como sujetos productivos al frente de una pulquería, las eximió de semejante estigma, pues al hallarse su fuente de ingresos en su casa, no se alejaron de ésta y, por consiguiente, no desatendieron a sus familias ni sus deberes, manteniéndose así en el lugar que la sociedad les había impuesto en el ámbito privado: el hogar.

197 Epílogo. La resistencia de una tradición: “La Morena” Para que un trabajo de corte histórico como el que se ha desarrollado tenga pertinencia y repercusión en el presente es necesario que surja de una problemática actual, la cual responde a la difícil permanencia que se observa actualmente en el consumo de pulque y en el carácter de las pulquerías como lugares de encuentro para la convivencia. No obstante, y sin restar importancia a los dos aspectos señalados, un elemento que debe considerarse digno de subrayar, principalmente por la falta de atención que se le ha concedido, es la presencia femenina detrás del mostrador de una pulquería. Lo que a continuación se expondrá ha quedado fuera del cuerpo del trabajo, a manera de epílogo como bien se indica, por corresponder a una temporalidad distinta y no presentar un trabajo de investigación riguroso como el que se desarrolló a lo largo del texto pero que sin embargo, es ilustrativo porque refleja desde la actualidad un aspecto de la cultura popular mexicana que ha estado presente a lo largo de varios siglos y que, por tanto, permite cerrar con coherencia el tema estudiado. El material del que aquí se hace uso se desprende de una entrevista realizada el nueve de agosto de 2010 con la señora María Adelina Vázquez, propietaria de la pulquería “La Morena”, de ubicación relativamente céntrica sobre la Avenida Constitución en la ciudad de San Luis Potosí. Empero, antes de adentrarnos en el testimonio de dicha informante, es necesario explicar los dos conceptos que dan título a este epílogo: resistencia y tradición. Al término resistencia lo entenderemos como un ritual desde la propuesta de William H. Beezley, Cheryl English Martin y William E. French, quienes para el estudio de la cultura popular identifican dos tipos de rituales: aquellos que surgen desde los grupos en el poder que sirven para normar y tienden a convertirse en prácticas repetitivas y, por otro lado, aquellas prácticas igualmente repetitivas pero cuyo origen se encuentra entre los sectores populares, que aparecen como una

198 especie de reacción ante las imposiciones a las que han sido sujetos y que por tanto son vistos como una resistencia.452 Así, el concepto tradición ha sido estudiado en el clásico trabajo del historiador británico Eric Hobsbawm, La invención de la tradición, en el que apunta que existen “tradiciones” aparentemente antiguas cuando en realidad son recientes en su origen y a veces inventadas; señala que el término “tradición inventada” abarca “tanto las „tradiciones‟ realmente inventadas, construidas y formalmente instituidas, como aquellas que emergen de un modo difícil de investigar durante un período breve y mesurable, quizás durante unos pocos años, y se establecen con gran rapidez”.453 En este sentido, como se comprobará en la historia de vida que a continuación se presentará, ciertas prácticas dentro de las pulquerías emergieron en un determinado tiempo y lograron establecerse rápidamente, manteniéndose aún hasta nuestros días. Reforzando la relación entre el concepto de Hobsbawm con las prácticas características de las pulquerías, es necesario tomar en cuenta lo siguiente: La „tradición inventada‟ implica un grupo de prácticas, normalmente gobernadas por reglas aceptadas abierta o tácitamente y de naturaleza simbólica o ritual, que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición, lo cual implica automáticamente continuidad con el pasado.454

De esta manera, elementos como el hecho de que las pulquerías fueran, en su mayoría, propiedad de mujeres; que la violencia haya estado a la orden del día; que comúnmente fueran establecimientos frecuentados por las clases pobres y que representantes de la autoridad quisieran ejercer abuso de poder en dichos espacios, son tan sólo algunos ejemplos, que hacen ver tales aspectos como tradiciones inventadas. Por tanto, el tipo de tradiciones a las que aquí se hace referencia pertenecen a las que Hobsbawm ha señalado como aquellas que 452

Para profundizar en esta explicación y comprender de manera amplia la connotación de términos como resistencia y ritual, vistos desde la perspectiva en que aquí son empleados, véase Beezley, William H., Cheryl English Martin y William E. French, “Introduction: Constructing Consent, Inciting Conflict” en William H. Beezley, Cheryl English Martin y William E. French (eds.), Rituals of Rule, Rituals of Resistance. Public Celebrations and Popular Culture in Mexico, EUA, Scholarly Resources Inc., 1994, pp. xiii-xxxii. 453 Hobsbawm, Eric, “Introducción: La invención de la tradición” en E. J. Hobsbawm y Terence Ranger (eds.), La invención de la tradición, Barcelona, Editorial Crítica, 2002, p. 7. 454 Ibid., p. 8

199 “establecen o simbolizan cohesión social o pertenencia al grupo, ya sean comunidades reales o artificiales”.455 Así, la pulquería viene a representar una comunidad que brinda un sentido de pertenencia a un determinado grupo. Ahora bien, al tiempo de la entrevista, María Adelina Vázquez contaba con 56 años de edad, divorciada y madre de siete hijos. El rostro y la voz de María Adelina reflejan un carácter recio, forjado tras largos años de dedicarse a la venta de pulque y, al igual que sus homólogas del último tercio del siglo XIX, estar expuesta a las desventuras que muchas veces conlleva una ocupación como la de ella, tales como lidiar con clientes que al embriagarse se tornan agresivos, así como con representantes de la autoridad—algunas veces farsantes—que abusan del cargo que ostentan. María Adelina cuenta que empezó a dedicarse a la venta del pulque cuando nació su primer hijo, Ricardo,456 orillada por la necesidad, haciéndolo “de lleno” desde 1973, según recuerda. Aunque aclara que si recurrió a dicha forma de ganarse la vida fue porque “ya sabía más o menos” acerca del negocio y añade que “porque mi gente se había dedicado a eso—dije—bueno pues entonces si ellos pudieron, pues a lo mejor yo también—y es así como me fui adentrando en esto”. En el mismo sentido, lamenta que otro de los factores que la motivaron a vender pulque, fue la falta de preparación escolar, lo cual, aunado al aspecto económico, hace recordar a los testimonios de las pulqueras decimonónicas, quienes manifestaban dedicarse a ello por no tener otra alternativa para salir adelante ante su situación económica y ser analfabetas, aunque en el caso de Vázquez, sus estudios se vieron truncados durante la educación primaria. Sin embargo, es evidente que la principal razón por la cual tomó como medio de subsistencia la comercialización del pulque es porque conocía bien el oficio, ya que sus antepasados “se dedicaron a esto, plantar el maguey, a quebrarlo, a rasparlo” y subraya que al ser sus familiares gente humilde, ese fue su medio de

455

Ibid., p. 16. Por esos días Ricardo le ayudaba en la pulquería a su madre por encontrarse incapacitado en su actual empleo como operario de transporte colectivo a raíz de un accidente que sufrió. 456

200 vida: “quebrar el maguey, rasparlo, trabajarlo; unos lo quebraban, lo raspaban y otra familia se dedicaba a venderlo y así, así ha venido”. Al cuestionársele si siempre ha estado establecida en el punto donde actualmente se localiza su pulquería, responde que no y hace un recuento de cómo comenzó en el negocio, de los distintos lugares de la ciudad donde ha vendido pulque, primero de manera ambulante y posteriormente asentándose en un local en forma como el que posee en la actualidad. Recuerda que empezó en un puesto entre las calles de Coronel Ontañón y 12 de Octubre, trasladándose luego a los Siete Campos—donde hoy se encuentran las oficinas de la Secretaría de Educación Pública—, sitio de que dice “era puro monte”, y en 1975 puso su pequeño expendio a la intemperie frente al Panteón Españita, zona que recuerda hallarse muy despoblada en aquella época; entre 1975 y 1976, cambió nuevamente su puesto, estableciéndose de esa forma por última vez entre las calles de 16 de Septiembre y Manuel Altamirano, hasta que finalmente encontró el local donde se localiza hoy en día, el cual rentó en un inicio y al cabo de cuatro o cinco años tuvo oportunidad de comprarlo. Cabe señalar que a lo largo de esa época en que careció de un lugar fijo, María Adelina estuvo acompañada de su esposo, acumulando anécdotas tales como que durante el tiempo en que estuvieron frente al Panteón Españita les apodaban “Los Chómpiros” y que en los Siete Campos, su esposo únicamente iba a dejarla, le ayudaba a montar el puesto y al finalizar la venta de pulque la recogía. Otro episodio de aquellos años que recuerda es que en la calle de Manuel Altamirano, le conocían con el sobrenombre de “La Hija de la Güera”, porque su madre gozaba de gran popularidad y fue ella quien le heredó el oficio. De la misma manera, cuenta que una vez establecida en su local actual, la gente del rumbo comenzó a llamarle “La Morena”, y por esa razón fue que nombró así a su establecimiento. Como dato adicional, la pulquería de “La Morena” está en una finca de 300 metros cuadrados y en sus inicios, la extensión del terreno era un gran corral ocupado en su totalidad por la pulquería. Después de algunos años dividió el terreno para construir su casa y dejó la mitad del mismo para la pulquería.

201 Uno de los aspectos destacables del testimonio de María Adelina Vázquez es que desciende de una familia dedicada a la producción y comercialización del pulque, teniendo las mujeres una destacada participación en dichas faenas. En primer lugar recuerda que desde que empezó a “tener uso de razón” sus abuelos ya se dedicaban a “esto” y que su abuela—quien falleció a los 105 años de edad— era propietaria de tierras con “mucho maguey”; que dichos magueyes los tenía en un rancho llamado “El cerrito”, camino a Zacatecas, donde aún en la actualidad es la principal zona magueyera—o lo que queda de ello—en la entidad. En su testimonio explica que cada uno de los hijos de su abuela tenía asignada una tarea específica en torno al “negocio” del pulque, unos sacaban la miel mientras otros trabajaban la tierra, por ejemplo. Así, la labor que correspondía a su madre era la de venderlo junto con una de sus tías. Al igual que la entrevistada, su madre y tía vendieron el producto en distintas zonas de la ciudad, tales como la Garita de Jalisco, por la Caja del Agua, por El Pariancito o cerca de Jerónimo Mascorro también. Según sus recuerdos, data aproximadamente de 1950. Al hecho de que las mujeres de su familia desempeñaran dicha actividad lo atribuye a la falta de preparación escolar. Señala que en la comunidad de donde son originarios, como máximo, los estudios llegaban hasta el tercer grado de primaria, y que al no contar con recursos suficientes para continuar estudiando, vivían del peculio natural que su región les ofrecía: el maguey y sus productos. Es de esa misma zona de donde comenta que trae el pulque para venderlo en “La Morena”, es decir de varios ranchos del Municipio de Mexquitic de Carmona—cercano a la capital potosina—, específicamente de los conocidos como Monte Oscuro, del Cerrito, Jaral, del Rodeo o de donde encuentre, pues lamenta que en la actualidad los magueyes escasean. Añade que esta actividad la lleva a cabo diariamente; que cada día calcula cuánto producto adquirirá para su expendio, pues no tiene la seguridad de qué día de la semana es el de mayor venta, por lo que, cuando le sobra, al día siguiente, además de comprar pulque para revenderlo—en este caso la cantidad que adquiera es menor—también lleva miel prieta para mezclar el producto rezagado con ésta y quede nuevamente en buen estado para su venta.

202 Pasando a otro tema de la entrevista, un aspecto ilustrativo de cómo ciertas prácticas que, como hemos visto, fueron una constante en el pasado, han permanecido aún en la actualidad es el que se refiere a los problemas con que María Adelina tiene que lidiar día con día, los cuales pueden dividirse en dos: 1) el abuso de poder por parte la autoridad y 2) los escándalos de los clientes ebrios. En cuanto a los abusos de las autoridades que ha tenido que sortear, recuerda que aproximadamente seis años atrás, un “jefe de inspección general” le pidió que se reubicara, por lo que sostuvo una querella con dicho individuo, en la que su discurso es muy revelador respecto a cómo se asume ella como vendedora de una bebida marginada; sobre cómo percibe a quienes la consumen y el concepto que tiene de quienes la censuran: […] entonces yo le pedía que me explicara por qué me iba a reubicar—Que porque era una pulquería—Digo—¿y que tiene que sea una pulquería? No—le respondía el inspector—. Es que no deben estar las pulquerías céntricas— entonces yo le dije ¿Por qué?, ¿porque vendo un líquido que la gente que gana demasiado poco, muy a penas le alcanza para comprarse un litro de pulque?, ¿por eso?, ¿por eso tengo que retirarme? ¿Porque es una bebida, la más económica?, ¿por eso tengo que retirarme? ¿Porque no estoy en el mero Centro? ¿Porque no todos tienen la suerte de tener un trabajo como usted, que gana montones de dinero para irse a un bar de lujo y gastarse en las bebidas más finas que usted pueda?, ¿por eso quiere usted que me retire? ¿Porque los que acuden a mí son trabajadores que trabajan de sol a sol para poderse tomar un litro de pulque?, ¿es por eso? Yo pienso que tienen los mismos derechos. Aunque usted gane montones de dinero, el que gane un peso matándose todo el día tiene el mismo derecho que usted. Y no me voy a ir hasta que usted me de una razón justa por la que yo tenga que retirarme.

Y así se sostuvo, solicitando y esperando una explicación razonable sobre por qué habría de retirar su establecimiento de donde se hallaba. Añade además que, aunque a lo largo de su experiencia como vendedora de pulque se ha visto inmersa en varias dificultades de esta índole, aquél fue el conflicto más grave que ha tenido que afrontar. Sin embargo, todavía en fechas recientes, es decir cerca de cuatro meses antes—cuenta que—se presentó un supuesto “inspector federal” amenazándola con clausurarle su establecimiento, quien finalmente resultó ser un impostor.

203 Por otra parte, respecto a los escándalos cometidos por un sector de su clientela, afirma que durante la época que puede considerar como “dorada”—en tanto que gozó de mejores ventas—asimismo fue la que recuerda como más conflictiva. Aún resuena en su memoria que hace 20 años “esto era para salir corriendo”; que se enfrentaban “bandas con bandas y se hacía una guerra campal aquí y „ora sí [Sic.] que era algo tremendo. Era mucha venta de pulque. Sí, ¿para qué le digo que no? Se vendía mucho, era cansado esto, pero también eran muchos problemas”. En este sentido, menciona que otros de los problemas de aquella época se originaban porque a su establecimiento acudía gente a satisfacer otro tipo de “vicios” como por ejemplo fumar mariguana. Esos fueron años en que ella se encontraba sola al frente de su establecimiento, pues su esposo, aunque también se dedicaba a la venta del pulque, salía a venderlo a las calles, sobre lo que—añade—“no era suficiente lo que él arrimaba [Sic.]” económicamente. Siendo justa, relacionando el peligro que parte de su clientela representaba con lo antes dicho sobre la autoridad, reconoce que ésta atendió su solicitud cuando clamó que se le apoyara con vigilancia. Comenta que “venían tres veces al día los judiciales, venían a hacer revisión, revisaban [a] la gente”; a quienes les encontraban “lo que no deberían de traer” se los llevaban detenidos y de esa forma en el vecindario se fueron enterando que la pulquería estaba bien vigilada y poco a poco desistió la concurrencia non grata. Así, al cuestionarle si hubo, en algún momento dado, algo que la hiciera renunciar a su oficio y dedicarse a otro tipo de labor, responde que sí, efectivamente esas circunstancias en más de una ocasión le hicieron que quisiera cerrar su local, pero al reflexionar, pensaba en sus hijos y en su interior se decía “prefiero el riesgo y que mis hijos tengan que comer, porque… y ¿qué voy a hacer?, ¿me voy a morir junto con ellos de hambre? Entonces mejor me voy a arriesgarle y sigo trabajando”. Para concluir con lo relativo a los peligros que ha tenido que sobrellevar y, a manera de ejemplo de lo riesgoso de su trabajo, señala su cabeza queriendo mostrar algunas cicatrices provocadas por un “jarrazo” que en una de tantas riñas le infirieron. Por hechos como ese, María Adelina desea que su familia no se

204 dedique a lo mismo que ella; preferiría que sus hijos y nietos estudiaran 457 y “se ganaran la vida de otra manera más tranquila, sin estos sobresaltos”. Vale la pena mencionar que su salud es delicada a pesar de mostrarse fuerte. Su enfermedad la atribuye a los “sustos” que ha tenido a lo largo de su experiencia como pulquera. Aunque la informante ha declarado que considera su oficio como riesgoso y se manifiesta renuente ante el hecho de que su descendencia en algún momento siguiera sus pasos, guarda cierto cariño hacia la ocupación que la ha sostenido prácticamente toda su vida y expresa con aire romántico los aspectos positivos de la bebida que vende. María Adelina Vázquez está consciente del carácter histórico del pulque y subraya principalmente que es una bebida de origen completamente natural y los beneficios que ello representa. Sin embargo, lamenta que el consumo de la misma haya ido decayendo al pasar el tiempo y señala varios factores, tanto sociales y culturales como ambientales, que considera han propiciado dicha decadencia. Cree, en primer lugar, que las bebidas que consumen las nuevas generaciones son las que han desbancado al pulque, pues esas al contener una mayor graduación alcohólica, satisfacen los efectos que la juventud desea para “sentirse de diferentes maneras y así les gusta”. Opina que el pulque lo bebe “gente de antes, gente que ya se está acabando, gente que ya no hay; que la gente de antes pos [Sic.] sí corría por su pulquito porque sabía lo que estaba tomando”. Otro problema que encuentra es la escasez de magueyes que existe en la actualidad, propiciándose así una pronta extinción de la planta. Cuenta que en tiempos pasados había una gran cantidad de magueyes, incomparable a lo que podemos ver en la actualidad, pero responsabiliza de tal fenómeno a los mismos propietarios de magueyeras, quienes no se han interesado en cultivar la planta, en reforestar sus plantíos, sino solamente en extraer la miel y no replantarlos. Sin culpar del todo a los dueños de las magueyeras, señala que las transformaciones en el clima experimentadas en años recientes también han contribuido a que la

457

Cabe señalar que los hijos de María Adelina han cursado la preparatoria y otros inclusive cuentan con estudios técnicos o profesionales.

205 planta escasee. Al respecto, comenta que los terrenos poco propicios para el cultivo del maguey y los años de sequía padecidos en la región son factores fundamentales para que las plantas no se desarrollen con la misma plenitud que en otras épocas y de la misma manera tampoco produzcan la misma cantidad ni calidad de miel de antaño. Uno más de los temas abordados, y con el cual quisiera cerrar, fue que si en la entidad existe alguna relación entre los vendedores de pulque que aún perduran o si al menos se conocen entre sí. Advierte que no hay ningún tipo de unidad entre los pulqueros de la ciudad y reconoce que si esta existiera sería beneficioso para todos ellos. Al hecho de que no haya relación alguna entre los vendedores de pulque lo atribuye a una suerte de egoísmo, en el que cada individuo ve por sus propios intereses y esto sería el principal obstáculo para que pudieran unirse y “hacer valer nuestros derechos, para que nos dejen trabajar como debe de ser”. En su caso particular, justifica su desinterés por conformar una especie de organismo para vincular a los pulqueros locales, por el hecho de ser mujer, que “si son hombres los que vendan por ahí o los que trabajen esto por ahí, pos [Sic.] casi no tenemos roce”, además se considera poco sociable; asimismo admite que únicamente se dedica a lo suyo, lo cual—según dice—“cuenta mucho, pero eso no tiene nada que ver con que hubiera una unión, porque yo estaría consciente en que tendría yo que estar al tanto”. Así, aunque está de acuerdo en que una asociación que representara a los propietarios de pulquerías los beneficiaría en diversos aspectos, no se muestra muy convencida de ser parte activa de la misma en el supuesto caso de que llegara a concretarse.

Las partes que constituyen la historia de vida presentada, son el resultado de un proceso histórico que bien puede ser visto como estructura en el sentido braudeliano del concepto de la larga duración, ya que son elementos estables que han trascendido varias generaciones.458 Si desconociéramos la fecha en que fue

458

Para Fernand Braudel, “ciertas estructuras están dotadas de tan larga vida que se convierten en elementos estables de una infinidad de generaciones: obstruyen la historia, la entorpecen y, por tanto, determinan su transcurrir”. Braudel, Fernand, La historia y las ciencias sociales, 3ª reimpresión, México, Alianza Editorial, 1994, p. 70.

206 realizada la entrevista, bien podríamos afirmar que se trata del testimonio de una de las pulqueras protagonistas del último capítulo del trabajo y es esto precisamente lo que le otorga una mayor riqueza a los datos aportados por el relato expuesto, pues hablan de permanencias, de prácticas sociales y culturales e incluso de alternativas para sobrevivir que siempre han estado presentes aunque no las advirtamos o no les prestemos la debida atención. El ejercicio de cotejar un testimonio del presente con el pasado es un claro ejemplo de la utilidad de la historia: una herramienta que nos ayuda a apreciar con otro enfoque aspectos de nuestra sociedad y de nuestra cotidianidad a los que no les concedemos la menor importancia, pero que en realidad han requerido de un largo proceso en resistencia que los ha hecho formar parte de nuestro presente y que por ello debemos tomar conciencia y sensibilizarnos para que así perduren y poder convivir con una parte de nuestra historia, de nuestra cultura popular, que finalmente es uno de los elementos que dan vida a nuestra identidad como pueblo y como nación.

207 Fuentes Archivo Histórico del Estado de San Luis Potosí (AHESLP)  Colección de Leyes y Decretos (CLD)  Fondo de Alcaldía Mayor de San Luis Potosí  Fondo del Ayuntamiento (Ayto.)  Fondo de Secretaría General de Gobierno (SGG)  Fondo del Supremo Tribunal de Justicia (STJ)  Registro Público de la Propiedad y el Comercio (RPPC)  Periódico Oficial La Unión Democrática  Periódico Oficial del Gobierno del Estado de San Luis Potosí Centro de Documentación Histórica Lic. Rafael Montejano y Aguiñaga de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí (UASLP)  Periódico El Estandarte

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Orales Entrevista a María Adelina Vázquez, 9 de agosto de 2010.

220 Contenido Agradecimientos ................................................................................................................ 3 Introducción ........................................................................................................................ 6 1.De pulque y pulquerías ............................................................................................... 22 1.1. Usos y abusos del pulque......................................................................................... 23 1.2. Pulquerías en la historia de México. Entre transformaciones y permanencias 32 1.3. La “Cultura pulquera” en San Luis Potosí .............................................................. 42 2. Reglamentación de pulquerías ¿Por el bienestar social o conveniencia económica? ....................................................................................................................... 49 2.1. Previniendo el relajamiento de las costumbres en las pulquerías. Siglos XVI al XVIII ..................................................................................................................................... 50 2.2. Manteniendo el orden en las pulquerías potosinas decimonónicas .................. 54 2.3. El derecho de patente y el arte de la corrupción .................................................. 67 3. Pulquerías, criminalidad y violencia en la ciudad de San Luis Potosí ......... 83 3.1. Algunos conceptos en torno al alcoholismo y la criminalidad............................. 84 3.2. Clasificando una sociedad peligrosa ...................................................................... 95 3.3. La prensa porfiriana como sector moralizante .................................................... 101 3.4. Pobres, ebrios y delincuentes: historias de violencia en pulquerías ............... 113 3.5. De “Las gracias de un gendarme” al abuso de autoridad ................................. 146 4. “Las Mil Vagas” o el lado femenino de las pulquerías ................................... 158 4.1. Pulqueras negociando con la autoridad ............................................................... 165 4.2. Un día en la vida cotidiana de las pulqueras ....................................................... 175 4.3. “Pulque y mujeres dan más pesares que placeres”. Violencia femenil en las pulquerías ......................................................................................................................... 183 Conclusiones .................................................................................................................. 194 Epílogo. La resistencia de una tradición: “La Morena” ...................................... 197 Fuentes ............................................................................................................................. 207 Bibliografía ........................................................................................................................ 207

221 Índice de cuadros y gráficos

Página

Cuadro 1. [Modelo de] lista de las cuotizaciones hechas por el Jurado Calificador a los Giros Mercantiles y Establecimientos Industriales de esta Municipalidad

73

Gráfico 1. Porcentaje de delitos cometidos en pulquerías

142

Gráfico 2. Porcentaje del género de los delincuentes

142

Gráfico 3. Comparación del estado civil de los delincuentes según su género

143

Gráfico 4. Rango de edades de los delincuentes en general (hombres y mujeres)

143

Gráfico 5. Oficios de los delincuentes (hombres)

145

Gráfico 6. Instrumentos empleados como armas en la comisión de delitos

146

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