LA FORMACIÓN INTELECTUAL DE EFRAÍN HUERTA: UN ACERCAMIENTO A SUS TRABAJOS PERIODÍSTICOS DESDE LA SOCIOLOGÍA LITERARIA

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Descripción

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE ZACATECAS “FRANCISCO GARCÍA SALINAS”

UNIDAD ACADÉMICA DE LETRAS

LA FORMACIÓN INTELECTUAL DE EFRAÍN HUERTA: UN ACERCAMIENTO A SUS TRABAJOS PERIODÍSTICOS DESDE LA SOCIOLOGÍA LITERARIA

TESIS QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE

LICENCIADA EN LETRAS PRESENTA

ANA LILIA FÉLIX PICHARDO

ASESOR

MTRO. ALFONSO PATRICIO CAMPUZANO CARDONA

ZACATECAS, ZAC.

OTOÑO 2016

AGRADECIMIENTOS

Agradezco a la vida, por darme la capacidad de encontrar fuerza en la melancolía, valor en los días cobardes y ternura en un mundo inmerso en la barbarie. A mis papás, por brindarme el amor más puro e infinito; por educarme en la libertad y enseñarme que la búsqueda de la justicia y la paz se transita por el digno camino de la humildad. Por recordarme que hay fortaleza en cada ínfimo minuto de amargura y que la brutalidad que gobierna hoy en el mundo no vale nada frente al nacimiento de una flor en el desierto o la sonrisa de un amigo en las madrugadas de lucha. Al cariño solidario de mis hermanos, cuyo ejemplo me acompaña en mis andares. A los amigos y compañeros imprescindibles, por estar conmigo durante el desarrollo de la tesis y compartir su visión crítica; porque juntos vamos aprendiendo que se avanza en colectivo y que otro mundo es posible. A mi asesor de tesis, Campu, por sus enseñanzas y su comprensión. Le agradezco su amistad y su siempre solidaria presencia. A la escuela de Letras, con todo mi cariño, por brindarme los momentos más significativos de mi existencia y ayudarme a encontrar mi lugar en esta vida. A la universidad pública, por la cual seguiremos luchando y resistiendo hasta que la educación sea un derecho y no el privilegio de unos cuantos. Un agradecimiento especial a la maestra Raquel Huerta Nava, por facilitarme materiales que aún no salían a la venta al momento de iniciar con este trabajo.

Para Quetzalli, Juan Cristóbal, León y Áxel.

ÍNDICE Introducción ............................................................................................................................. 1 Capítulo I.................................................................................................................................. 9 El campo, el intelectual y el texto .............................................................................................. 9 I.

Introducción .................................................................................................................. 9

II.

Los campos ..................................................................................................................11

III.

Los intelectuales y la cultura .....................................................................................20

IV.

El intelectual mexicano.............................................................................................27

V. VI.

El contexto del texto .....................................................................................................33 Conclusiones ............................................................................................................37

Capítulo II ...............................................................................................................................42 El México de Efraín: la reorganización de los campos en el México posrevolucionario ............42 I.

Introducción .................................................................................................................42

II.

Inicios de siglo .............................................................................................................43

III.

México y el cardenismo en el contexto internacional.................................................51

IV.

El pos-cardenismo y la transición democrática ..........................................................59

V.

Conclusiones ................................................................................................................65

Capítulo III ..............................................................................................................................70 Aproximación a los textos periodísticos de Efraín Huerta .........................................................70 I.

Introducción .................................................................................................................70

I.

Cinco textos antifascistas ..............................................................................................73

II.

Las razones de una actitud antifascista ..........................................................................76

III.

El proletariado, un motivo ........................................................................................90

IV.

Conclusiones ............................................................................................................95

Capítulo IV ..............................................................................................................................99 La intelectualidad de Huerta.....................................................................................................99 I.

La posición de un intelectual dentro del campo .............................................................99

II.

La hegemonía y la intelectualidad ............................................................................... 107

III.

El texto como puente .............................................................................................. 113

Bibliografía............................................................................................................................ 116 Tesis .................................................................................................................................. 118

INTRODUCCIÓN Todo es andar a ciegas, en la fatiga del silencio, cuando ya nada nace y nada vive y ya los muertos dieron vida a sus muertos y los vivos sepultura a los vivos. Entonces cae una espada de este cielo metálico y el paisaje se dora y endurece o bien se ablanda como la miel bajo un espeso sol de mariposas. Efraín Huerta

En el 2014, año del bicentenario del nacimiento de Efraín Huerta, las casas editoriales, universidades, académicos y lectores realizan múltiples y diversos homenajes al poeta guanajuatense. Se reeditan sus obras de poesía y salen a la luz escritos inéditos; entre ellos, la recopilación de artículos periodísticos llevada a cabo por Raquel Huerta-Nava1. El Fondo de Cultura Económica publica una antología prosística realizada por Carlos Ulises Mata2, quien rescata algunos artículos antologados ya por Huerta-Nava, en los libros mencionados, más otros que Mata recupera de publicaciones anteriores como Prólogos de Efraín Huerta3, cuyo prólogo lo escribe el mismo Efraín, y Aquellas conferencias, aquellas charlas4. La importancia de estos libros, y otros artículos publicados en periódicos y revistas que hablan sobre la obra ensayística de Huerta, es que colocan el trabajo prosístico al alcance de la crítica y de los lectores. Efraín Huerta es considerado uno de los más importantes poetas del siglo XX; ejerce también el periodismo y la crítica literaria, pero, en realidad, son pocas las recopilaciones que existen sobre su labor como prosista. Actualmente el investigador de la UNAM Sergio Ugalde trabaja en localizar y antologar los más de mil textos 1

HUERTA-Nava, Raquel (compiladora), Canción del Alba. Efraín Huerta en su centenario, 1ª Edición, México, Ediciones la Rana/ Universidad de Guanajuato, 2014, (Autores de Guanajuato); HUERTA-NAVA, Raquel (compiladora, prólogo y notas), Efraín Huerta, Palabra frente al cielo, ensayos periodísticos (1936-1940), 1ª Edición, México, UNAM, 2015, (Difusión Cultural) y HUERTA-NAVA, Raquel (Comp.), Efraín Huerta en el Gallo Ilustrado. Antología de libros y antilibros (1975-1982), 1ª Edición, México, Joaquín Mórtiz, 2014. 2 MATA, Carlos Ulises (Compilador), El otro Efraín, Antología prosística, 1ª Edición, México, FCE, 2014. 3 HUERTA, Efraín, Prólogos de Efraín Huerta, México, UNAM-Difusión cultural, 1981, (Cuadernos de Humanidades/19). 4 HUERTA, Efraín, Aquellas conferencias, aquellas charlas, México, UNAM-Difusión cultural, 1983, (Textos de Humanidades/35).

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periodísticos que Huerta produce a lo largo de su vida. Esfuerzo que contribuye sin duda a que la obra no poética del autor esté alcance del estudio y lectura de diversos tipos de públicos. También Raquel Huerta-Nava lleva a cabo la recuperación de los textos escritos por su padre en distintos periódicos y revistas nacionales e internacionales. Existen en los catálogos de tesis de varias universidades amplios y valiosos estudios de la poesía huertiana, entre los cuales destacan aquellos realizados sobre Los hombres del alba.5 El poeta guanajuatense es un autor imprescindible del siglo pasado. Indudablemente la calidad de su poesía trasciende las barreras temporales e ideológicas y llega a públicos variados, para transmitir la estética de un escritor que desarrolla su labor poética en condiciones culturales e históricas particulares. Aunque el conocimiento y estudio de su obra poética han bastado para percibir una visión de mundo fuertemente dominada por valores marxistas, la lectura de su crítica completan el panorama huertiano. Desde su periodismo es posible localizar las bases argumentativas que conectan al escritor con un paradigma del ejercicio intelectual, pues es conscientemente partícipe de una ideología que pretende incidir en la transformación social de México y, por ende, el ejercicio literario se puede comprender como una labor del intelectual orgánico. Los trabajos argumentativos del gran cocodrilo resultan bastante actuales en cuanto a su temática y postura política, pues, se comulgue o no con la orientación de Huerta, es innegable reconocer la apertura dialógica explicita en su prosa, lo cual permite que el lector sea partícipe del diálogo iniciado por el escritor. La extensa obra crítica de Huerta no es lejana para el lector contemporáneo, sino que es, además, necesaria para reencontrar en las tesis del escritor una estética que invita a la integridad del hombre como ser social. El acercamiento a la obra de Huerta, desde sus textos críticos, posibilita la configuración de un espectro más amplio de su quehacer intelectual dentro del campo cultural en que se enmarca su trabajo literario; sus opiniones respecto al arte, la cultura y la política permiten acercar a los lectores del siglo XXI al contexto del escritor, a 55

Libro publicado en 1944.

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comprender de una manera más clara la serie de pugnas ideológicas suscitadas dentro del campo y cómo dichas tensiones influyen en su proyecto creador. La lectura de Huerta y de su labor periodística resulta fundamental en esta época en la cual las voces críticas son silenciadas por la violencia sistemática del Estado, provocando que cada vez sean menos los intelectuales comprometidos desde el pensamiento crítico con la realidad social. Quizá, por ello, recuperar a este otro Huerta recuerde que la responsabilidad de los intelectuales ante la crisis en la cual está inmerso el país es clave para la organización de la inconformidad colectiva. En la poesía de Huerta es tangible la orientación política, pues su compromiso abarca no sólo el activismo en las calles sino también su labor literaria y periodística. Huerta junto con los demás miembros de Taller es asociado, de manera análoga, con la generación del veintisiete, debido a la íntima relación entre el campo literario y el político que ambos grupos establecen. Tanto Huerta como Hernández, por poner un ejemplo, realizan libros de poesía comprometida con los movimientos sociales que se gestan en su contexto. Es posible hablar de una poesía de combate, donde la literatura es una herramienta utilizada por los escritores en favor de una causa política. Los estudios críticos de la poética de Huerta, por tanto, exigen la revisión del contexto social y de la postura ideológica del autor, para lograr una interpretación más amplia y acertada de su obra. Es, sin embargo, en la prosa donde la postura del escritor es más explícita y a partir de estos textos es posible rastrear las bases ideológicas de su compromiso intelectual. Resulta interesante descubrir cómo los textos en prosa contribuyen a ver en Huerta a un intelectual de alto nivel bastante completo, como un personaje de la cultura comprometido con la realidad y la política. Los estudios previos sobre la poesía de Huerta son bastante ilustrativos en tanto que localizan, a través de la interpretación del lenguaje poético, la trascendencia del pensamiento comprometido del autor. Interesa reconfigurar desde la crítica al poeta como un ser histórico, cuyo proyecto creador es resultado de las condiciones sociopolíticas en que desarrolla su quehacer literario dentro del campo cultural. Recrear al intelectual desde la argumentación en sus trabajos periodísticos, a partir de la vinculación de los temas tratados por el escritor con el contexto, es conceder un valor substancial a la materialidad del texto.

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Este trabajo de investigación aborda el periodismo de Efraín Huerta desde la visión gramsciana para reconstruir la figura de Huerta como intelectual, partiendo de la definición que da Antonio Gramsci sobre dicha función social: todo hombre capaz de generar conocimiento consciente. Se parte de la tesis de que Huerta puede considerarse no sólo un intelectual, sino un intelectual orgánico de alto nivel, cuya labor se concentra en el campo literario y desde ahí produce una serie de productos culturales que forman parte consciente de la transformación de las redes culturales y la sociedad en sí misma. Huerta puede equipararse al intelectual gramsciano, organizador de la cultura, teniendo como punto de referencia su ejercicio periodístico. Este trabajo no sólo intenta recuperar la producción ensayística de Huerta como elemento clave de la comprensión del acontecer histórico del México durante el siglo XX,

donde también es posible reconstruir las condiciones del campo cultural y político

de la época, sino que también pretende exponer una forma distinta de acercarse a los textos. A partir de la teoría sociológica de Bourdieu la presente investigación busca contextualizar los artículos en la lucha por el poder emprendida dentro de los campos que se establecen en el espectro social, pues los textos no quedan exentos de esa pugna, sino que, por el contrario, son resultado de esa tensión permanente entre las fuerzas contrarias que buscan el control del aparato de dominación. A diferencia de previos acercamientos a la producción literaria de Huerta, este trabajo se distingue porque parte de la teoría sociopolítica para interpretar una serie de textos no literarios creados por un agente del campo cultural que participa también en la lucha por el poder. En “La fragua de Los hombres del alba”, tesis inédita del 2014, Emiliano Delgadillo Martínez6 lleva a cabo una exhaustiva investigación, donde recrea los factores contextuales que influyen en el proceso creativo de dicho libro. Recurre a fuentes documentales que permiten leer la obra como un proceso que involucra influencias estéticas con las cuales el autor se siente afín. Delgadillo concluye, por ejemplo, diciendo que la inspiración de Huerta abreva en dos fuentes detectables, la primera: los escritores españoles de la generación del veintisiete y la segunda: la 6

DELGADILLO Martínez, Emiliano, “La fragua de Los hombres del alba”, Tesis de Licenciatura, Facultad de Filosofía y Letras/Letras hispánicas-UNAM, 2014.

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influencia nerudiana. Es enriquecedora la visión desde la cual muestra Delgadillo la obra de Huerta, debido a que extiende el panorama del lector al acercarlo a los casi diez años que llevan al poeta concluir la escritura su obra central. Es evidente en todas las tesis localizables sobre Huerta la mención, al menos superficial, de la importancia que para el escritor tiene su postura ideológica y su activismo político. Para Emiliano Delgadillo, quien indaga sobre el contexto de la obra y el autor para reconstruir el proceso creativo, resulta fundamental reconocer las fuentes de inspiración de las que se nutre el autor para elaborar su libro de poesía, por lo cual la geopolítica y la siempre toma de postura del escritor resulta esencial para la creación de esta obra en específico. Las influencias que destaca Delgadillo en Los hombres del alba no son fortuitas, sino que la afinidad ideológica entre los poetas españoles, Neruda y Huerta es evidente. Huerta, los españoles del veintisiete y Neruda son, además de literatos, comunistas y participan activamente en los movimientos sociales de sus respectivos países en contra del fascismo, militando en partidos y organizaciones de izquierda. Alejandra Martínez Nieto7 aborda también Los hombres del alba, aunque no en su totalidad y se centra únicamente en ciertos poemas, que cree fundamentales, para justificar su tesis sobre la subversión axiológica presente en la obra del poeta. La autora interpreta el libro como una postura completamente ética que se centra en la disyuntiva de la lucha de clases, pues Huerta coloca su atención en la marginalidad de la ciudad; el poeta resignifica al amor como un elemento antiburgués, el cual invierte los valores establecidos por la clase dominante. Pedro Ángel Palou, aunque no estudia propiamente a Huerta, en su tesis doctoral aborda el estudio del campo literario de Los contemporáneos, generación predecesora de Taller, lo cual representa un buen ejemplo de cómo los estudios de carácter sociológico aportan elementos clave en la comprensión de los textos y la relación política entre el campo cultural y los creadores. Palou publica luego un resumen de su tesis en un libro editado en el 2001 donde desarrolla un profundo análisis sobre el contexto sociopolítico 7

MARTÍNEZ Nieto, Masiel Alejandra, “La subversión axiológica como eje compositivo en Los hombres del alba”, Tesis de Maestría, Universidad de Sonora, 2008.

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en el cual se enmarca la labor literaria de la generación de Jorge Cuesta; ordena cronológicamente las relaciones que se hilan entre los escritores que preceden a la generación de Huerta. Este acercamiento es atractivo, puesto que, desde la teoría sociológica de Bourdieu, Palou evidencia el tipo de relaciones existentes entre la producción literaria de la época y el entorno social de los escritores, quienes, además, participan como funcionarios estatales en la administración pública. Esta perspectiva posibilita la localización de semejanzas y diferencias entre Huerta y sus predecesores, ya que ambas generaciones tienen una participación política muy activa y mantienen una relación directa con el Estado posrevolucionario. Alicia Correa Pérez, en su tesis doctoral del 2003, titulada “La generación de Taller y su revista”8, reconoce a Huerta como el escritor comprometido, lo cual es interesante si se considera que todo el grupo, en sí, participa activamente en organizaciones sindicales o partidistas afiliadas a la ideología marxista. Y es que para el gran cocodrilo no hay límites entre el activismo y el ejercicio literario, quizá por ello su obra involucra más profundamente su postura crítica sobre la realidad. Sin embargo, entre las investigaciones mencionadas no existe una reivindicación clara del estudio contextual de los textos huertianos. Si bien Alicia Correa alude a las condiciones extratextuales en las cuales se desarrolla la labor literaria de Huerta y sus contemporáneos es porque su estudio es meramente histórico, pero en ninguno de los trabajos hay una reconciliación entre la estructura interna de los textos y la red de relaciones sociales que permiten el nacimiento y legitimación de la obra del poeta. Resulta ineludible el acercamiento epistemológico a los escritos prosísticos de Huerta, puesto que en ellos es posible completar el gran rompecabezas que es la figura intelectual del poeta. En él se fusionan diversos roles sociales que hoy en día resulta cada vez más complicado localizar en una sola persona: poeta, periodista, narrador, activista, crítico literario y político. Hijo de su época, Huerta es determinado por grandes acontecimientos que marcan el ritmo ideológico del mundo, como la Segunda Guerra 8

CORREA Pérez, Alicia, “La generación Taller y su revista”, Tesis de Doctorado, Facultad de Filosofía y Letras-UNAM, 2003.

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Mundial y los conflictos bélicos menores, que determinan todo el siglo XX. En su poesía existe la sublimación de una postura frente a la realidad inmediata-tangible e intangiblelejana; en los ensayos el lenguaje es, aunque también poético en muchas ocasiones, directo y explícitamente conductor de una estética enmarcada en el compromiso político, partiendo de la conceptualización marxista del intelectual y su praxis. El presente trabajo se divide en cuatro apartados, en los cuales se analiza tanto la estructura interna de una selección de artículos como el contexto en que se enmarcan los ensayos. En el primer capítulo, a modo de marco teórico, se exponen las ideas principales de la teoría de los campos de Pierre Bourdieu; el concepto de intelectual desarrollado por Antonio Gramsci; la materialidad textual desde la postura crítica de Edward W. Said; y las concepciones que aporta Roderic A. Camp sobre el intelectual mexicano del siglo XX. Se ponen en diálogo los conceptos principales de dichos autores con el propósito de conciliar las ideas en torno a los textos, la red de relaciones sociológicas en que se enmarca el proyecto creador y la función del intelectual. A partir de ese entramado teórico es que se justifica el acercamiento a los textos periodísticos de Huerta y es en la parte final del capítulo donde el entramado conceptual logra fraguarse con base en la comprensión histórica de los textos y sus autores, pues se explica por qué es posible la armonización teórica entre los autores seleccionados. El análisis abreva de las teorías sociológicas y políticas de Bourdieu y Gramsci, por lo cual sus conceptos son aplicados al estudio del contexto histórico y las condiciones materiales que dan paso a la construcción del campo literario nacional en el cual participan Huerta y sus contemporáneos. En el capítulo dos, para comprender los acontecimientos en el plano nacional e internacional durante el período en que Huerta ejerce su labor literaria, se elabora una explicación resumida de carácter históricomaterialista

sobre

la

situación

económica,

política

y cultural

del

México

posrevolucionario. Se explica por qué la pugna ideológica entre el bloque socialista y el capitalista repercute en el acontecer político de las naciones en occidente. La vinculación del acontecer nacional con el plano internacional permite conjeturar acerca de la influencia que tiene el comunismo soviético en el nacimiento y consolidación de los partidos comunistas en México y América Latina, así como en la aparición de múltiples

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sindicatos y organizaciones de inspiración marxista. De manera general, el capítulo contiene una interpretación sociológica de los principales acontecimientos que, luego de la Revolución Mexicana, permiten el establecimiento de los campos económico, político y cultural en el país. En el capítulo tres se encuentra el análisis de los textos periodísticos de Efraín Huerta, realizado desde el entramado conceptual construido a partir de los autores abordados en el capítulo teórico. Los artículos seleccionados se van vinculando con el contexto específico en el que son escritos y se exploran los acontecimientos que propician en Huerta una toma de postura político-estética expuesta en su crítica periodística. A partir de la alusión al acontecer nacional y la serie de tensiones dentro del campo político y cultural del período cardenista se desarrolla una interpretación de la discursividad huertiana y se explica de qué manera la ideología, a su vez determinada por el habitus, injiere su argumentación; se dilucidan los propósitos bajo los cuales Huerta ejerce una crítica política en medios de comunicación financiados por un Estado temporalmente hegemónico y de qué manera la participación de los intelectuales en la administración transige la construcción de la hegemonía cardenista. A manera de conclusión, en el cuarto capítulo se resuelve el cuestionamiento sobre qué tipo de intelectual encarna Efraín Huerta y cómo es posible llevar a cabo dichas afirmaciones a través de la interpretación de sus textos periodísticos y de la materialidad de los textos huertianos. Se analiza a qué condiciones históricas responden las convicciones políticas del escritor y por qué su argumentación es producto del acontecer histórico en el período en que se inicia como periodista. Este apartado contiene, también, una explicación sobre cómo la intelectualidad de Huerta y la de sus contemporáneos funciona como eje primordial de la hegemonía estatal construida por Cárdenas durante su período de gobierno. Así mismo, se reconoce la importancia que tiene el estudio de la materialidad en los estudios literarios y cómo el estudio de la ideología inmersa en los textos es condicionante para comprender qué factores propician que los productores culturales se adhieran a uno u otro paradigma ideológico como parte de una conciencia histórica, colectiva, más allá de los posicionamientos individuales y asilados.

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CAPÍTULO I EL CAMPO, EL INTELECTUAL Y EL TEXTO Siempre necesitan los hombres que alguien venga a descubrirles mundos, lugares, situaciones, ignoradas o apenas presentidas. No tienen valor ni iniciativa para localizarlos, como si la aventura no fuese por muchos motivos la palanca que los ha movido por todos los siglos. Se duermen, es lo más frecuente y triste, a la sombra de los laureles ajenos, soñando en lo que podrían hacer y no hacer por falta de energías y estímulo. Efraín Huerta

I.

Introducción

En este capítulo se exponen los conceptos clave, imprescindibles para el análisis de este proyecto, de autores como Pierre Bourdieu, Edward W. Said, Antonio Gramsci y Roderic A. Camp. Se rescatan ideas centrales del pensamiento de dichos teóricos con el propósito de construir un instrumento metodológico de interpretación que ponga en diálogo los postulados centrales de los autores. Bajo la creencia de que los autores no representan corrientes de pensamiento antagónicas, sino que es posible una complementariedad a partir de la conjunción dialógica de sus conceptos fundamentales, es que se hace la selección de teóricos con el objetivo fundamentar la investigación. Desde la exposición de los conceptos derivados de la teoría sociológica de Pierre Bourdieu parte el desarrollo y concatenación de las ideas provenientes de los demás autores. Lo anterior porque la mirada de Bourdieu, al igual que la de Gramsci, por tratarse de una perspectiva sociológica y política, respectivamente, engloba elementos de análisis propiamente literarios y extraliterarios, así como la relación que los componentes internos de los textos tiene con el mundo social en que se gestan y reproducen. Los conceptos a los cuales se aproxima el capítulo son los de campos culturales, campo literario, campo intelectual, poder simbólico, capital simbólico, capital

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académico, competencia, habitus, agentes, sectores, intelectual, consagración, prestigio, conocimiento y reconocimiento. Los conceptos rescatados de la perspectiva de Gramsci se insertan luego de la explicación de la teoría de los campos, con la intención de relacionar cómo es que la teoría gramsciana resulta vigente y válida en un análisis sociológico de la literatura. Se toma en cuenta primordialmente la visión y teorización del politólogo italiano sobre la organización de la cultura por los intelectuales, la caracterización sociológica de éstos y la función que tienen al interior de la sociedad. Los conceptos que se abordan son los de cultura, hegemonía, poder político, clases sociales, intelectuales orgánicos, intelectuales de élite, ideología, organización cultural y división del trabajo. Camp es autor de una profunda investigación sobre los intelectuales de América y hace una exhaustiva pesquisa sobre los intelectuales del México posrevolucionario. Por tanto, de su acercamiento se exponen ideas que confronta sobre la intelectualidad y las relaciones sociales que determinan la construcción y acenso de los políticos e intelectuales al poder político. Los conceptos centrales son Estado, intelectual tradicional, intelectual mexicano, hombre culto, relaciones sociales, poder político, poder simbólico, prestigio, reconocimiento, acenso social, camarillas, distribución cultural e ideología. De Said se recuperan argumentos que conectan a los textos con el espacio social en que nacen y son distribuidos. La visión del teórico palestino permite observar las conexiones políticas y teóricas que se entraman alrededor de un texto, ya sea literario o no, por lo que se desarrollan ideas como textualidad, materialidad, intelectual, consciencia individual y colectiva, crítica, mercancía cultural, funcionalismo, texto, filiación y afiliación. Así, con este autor se entiende la lógica de insertar a Bourdieu y a Gramsci en el análisis de la intelectualidad y la literatura, como partes de un todo cultural que es necesario observar atentamente al desarrollar una crítica literaria atenta a la extraliterariedad de los textos. Concluye este apartado con el diálogo establecido entre los conceptos que cada autor vierte sobre la cuestión cultural, literaria e intelectual, con el fin de localizar las posibles correspondencias o disonancias teóricas entre cada una de las visiones. En las

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conclusiones se sugiere un entramado conceptual que funciona como un aparato crítico adecuado para el acercamiento pretendido. Por lo cual, se explica la pertinencia de la conjunción de las teorías y corrientes que cada uno de los autores seleccionados representa para la crítica literaria o la teoría sociocultural. El objetivo es lograr una concordancia sistemática, motivo por el que es necesario compaginar las diversas posturas que integran este apartado teórico.

II.

Los campos

La teoría sociológica de Bourdieu parte de la premisa de que existen campos dentro de la sociedad donde se agrupan agentes, quienes toman posiciones céntrales o periféricas. La analogía espacial permite comprender la dinámica de los diversos campos que conforman el constructo social, ya que éstos no están aislados unos de otros, sino que algunos de ellos están inmersos dentro de otros campos más amplios y se mantienen en constante comunicación e intercambio de información. Bourdieu no habla de clases sociales, puesto que éstas, desde la teoría marxista, son categorías indeterminadas, en constante construcción. La consciencia colectiva juega un papel importante en la lucha por el poder, de no ser así es posible que las clases sociales nunca lleguen a concretarse como categorías tangibles socialmente. De ahí que el autor hable de agentes, como los individuos, o grupos de individuos, cuyo objetivo es emprender la lucha personal o colectiva por la adquisición de capital económico, político o académico dentro de los diversos campos. La posición de los agentes dentro del espacio social depende del capital que poseen, ya que la mayor cantidad de éste coloca a los agentes privilegiadamente en el centro del campo en cuestión, mientras que una menor cantidad de capital o la ausencia del mismo margina a los grupos de agentes a posiciones periféricas, donde la posibilidades de ascender a una mejor situación se reducen considerablemente. Si se compara con un juego, el campo sería el espacio donde se desarrollan las estrategias de los diversos agentes por adquirir capital y llegar al centro del tablero. Las reglas del

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juego de los campos son determinadas al interior de cada uno de ellos, por lo que los agentes, dispuestos a entrar a la competencia, aceptan dichas reglas de manera inmediata para participar de la lucha por la detentación de capital:

El espacio social es construido de tal modo que los agentes o los grupos son distribuidos en él en función de su posición en las distribuciones estadísticas según los dos principios de diferenciación que, en las sociedades más avanzadas, […] son sin ninguna duda los más eficientes: el capital económico y el capital cultural.9

La obtención de capital económico y capital cultural está sujeta a reglas diferentes, en tanto que se adquieren en campos distintos, con autonomía relativa uno del otro, y los agentes que detentan el centro en uno y otro espacio no son los mismos, aunque no se descarta que en ocasiones se trate de los mismos sujetos. Las fuerzas conservadoras, los poseedores del capital, y las heréticas, los marginados o recién llegados al campo, están en constante pugna por el centro y lo que significa dicha posición. Los aspirantes a hacerse del capital cultural o económico deben reconocer contra quiénes están luchando y cuáles son las reglas del juego en cada uno de los campos, pues si bien el campo económico (abarcativo y poderoso) contiene al campo cultural, la dinámica en uno y otro espacio es distinta y en constante transformación. La autonomía de los campos no se traduce como el aislamiento entre los agentes de los diversos espacios, tampoco significa que sean instancias herméticas. Los campos se encuentran en constante diálogo, pues no dejan de ser únicamente categorías abstractas, que sirven para explicar la lucha por el poder y, en la realidad, la movilidad tanto de agentes como de información entre un campo y otro es constante. Bourdieu habla de las condiciones histórico sociales que permiten la existencia de reglas diferentes en uno y otro espacio, sencillamente porque los miembros son diversos en su origen y aspiraciones, al anhelar unos el capital económico y otros el capital cultural. Razón por la que se explica que los agentes acepten pautas disimilares para tales

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BOURDIEU, Pierre, Capital Cultural, escuela y espacio social, México, Siglo XXI, 2003, p. 30.

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objetivos, a pesar de que la analogía de varios grupos disputándose el centro del tablero sea la misma para todos los casos. La condición para la existencia y funcionamiento de los campos es la lucha de alguien por algo, es decir, los agentes están dispuestos a competir por la adquisición del capital y el lugar que otorga dentro del espacio. Sin embargo, para que los agentes, y los sistemas en que se aglutinan, estén dispuestos a luchar por el capital es necesario que reconozcan su valor y asimilen como suya la necesidad de entrar en la pugna, es decir, en el juego, y desarrollen estrategias para obtener la mayor cantidad de capital posible: Para que funcione un campo, es necesario que haya algo en juego y gente dispuesta a jugar, que esté: dotada de los habitus que implican el conocimiento y reconocimiento de las leyes inmanentes al juego, de lo que está en juego, etcétera.10

Así, el habitus cobra importancia para el sustento del campo, además de dotar a las subjetividades de los agentes de anhelos que motivan su práctica social. Para la asimilación, a través del habitus, de las reglas de los campos son necesarias las instituciones sociales, ya que establecen las estructuras objetivas en torno a las cuales gira la pugna por el capital y determinan los mecanismos para que los agentes integren dichas estructuras, de tal forma que empaten con sus anhelos subjetivos: El habitus, sistema de disposiciones inconscientes producido por la interiorización de estructuras objetivas. Como lugar geométrico de los determinismos objetivos y de las esperanzas subjetivas, el habitus tiende a producir prácticas (y en consecuencia carreras) objetivamente adherentes a las estructuras objetivas.11

Bourdieu explica la función que cumplen las instituciones educativas en el desarrollo de habitus en los individuos, quienes interiorizan las estructuras objetivas de la pugna dentro del espacio social por la posición y el capital económico y cultural. No quiere decir que las escuelas formen individuos con modelos de pensamiento exactamente

10 11

BOURDIEU, Pierre, Campo de poder, Campo intelectual, Montressor, Argentina, 2002, p. 120. Ibidem, p. 118.

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iguales, aunque sí se puede hablar de la existencia de un habitus cultivado, el cual es favorecido por la instrucción formal. El habitus, al ser “el producto de condicionamientos sociales,”12 es también una serie de gustos, visiones de mundo, comportamientos y relaciones, que clasifican a los agentes en determinados grupos y sistemas. La diferenciación suministrada por el habitus tiene correspondencia con la posición de los agentes dentro del espacio social y el nivel de capital adquirido dentro de los campos. Quiere decir que el habitus incide en las capacidades que cierto grupo de agentes tiene para disputar exitosamente el capital económico y cultural; en este sentido, la posición inicial dentro del campo influye de manera permanente en el habitus de los agentes. Los agentes, por lo tanto, se diferencian por el habitus y, entre los múltiples sistemas de agentes, están los productores de bienes culturales, quienes pugnan en su propio campo por el capital cultural, intelectual y artístico. Bourdieu dice que el nacimiento de este campo se debe en gran medida a la mercantilización de los bienes producidos por los artistas, ya que la obtención de ingresos propios marca distancia con el campo económico y sus agentes. Los miembros del campo intelectual están determinados por su pertenencia al campo, su posición en éste y las relaciones en que están inmersos dentro de dicho espacio, puesto que sus aspiraciones, así como la práctica de sus habilidades, se mueven dentro del espectro del campo: “Todo acto cultural, creación o consumo, encierra la afirmación implícita del derecho de expresarse legítimamente, y por ello compromete la posición del sujeto en el campo intelectual y el tipo de legitimidad que se atribuye.”13 Los miembros del campo intelectual sustentan las reglas del mismo, porque radica en ellos el anhelo de glorificarse dentro del espacio social y ocupar el centro con la acumulación de capital cultural. Al interior del campo no se lucha por el poder, que el capital económico otorga, sino por el reconocimiento de los pares y la posición céntrica dominante, motivo por el que genera reglas propias y diferenciadas de otros campos. Cabe también destacar que el intelectual es un campo, conformado no solamente por los 12 13

BOURDIEU, Pierre, Capital cultura […] Op.Cit., p. 33. BOURDIEU, Pierre, Campo de poder […] Op.Cit., p. 33.

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creadores dispuestos a disputarse el centro, también hay agentes e instituciones, cuya función es la de legitimar socialmente a las obras y sus creadores. Los aparatos de legitimación, como los cenáculos de críticos, las instituciones educativas y los medios de comunicación, jerarquizan las obras según el grado de reconocimiento que éstas son capaces de alcanzar. La distribución del creador es determinada por el reconocimiento que legitima su obra, dándole así una posición favorable o marginal, lo que a su vez define la función de los intelectuales dentro del campo. La importancia de pertenecer al campo es fundamental en tanto es el medio de comunicación con el espacio social en general y, sin importar la marginalidad, el autor necesita insertarse en él para desde ahí ejercer su labor creadora, aún y que esto nunca le favorezca posicionalmente y lo mantenga como un artista de la periferia: La relación que un creador sostiene con su obra y, por ello, la obra misma, se encuentran afectadas por el sistema de las relaciones sociales en las cuales se realiza la creación como acto de comunicación o, con más precisión, por la posición del creador en la estructura del campo intelectual.14

Por ende, los árbitros culturales gozan de gran poder dentro del campo, pues permiten la movilidad espacial de los creadores en el interior, al otorgar o negar legitimidad a los productos artísticos o intelectuales. La obra, determinada por las relaciones existentes a su alrededor y la posición misma de su creador dentro del campo, así como por el grado de legitimidad que el aparato crítico le otorga, carece de la libertad y el derecho a existir, ya que la legitimidad se la proporcionan agentes externos. Bourdieu habla del proyecto creador como el espacio abstracto en que “se entremezclan y a veces entran en contradicción la necesidad intrínseca de la obra que necesita proseguirse, mejorarse, terminarse, y las restricciones sociales que orientan la obra desde fuera.”15 Implica entonces que la naturaleza de la obra y sus propias necesidades estéticas se comunican con las condiciones histórico-

14 15

Ibidem, p. 9. Ibidem, p. 19.

15

sociales que le permiten o le niegan la posibilidad de recibir el reconocimiento al interior del campo. A este espectro, en su totalidad, es a lo que el teórico cataloga como proyecto creador, ya que la definición misma de éste depende de la integración del creador dentro del campo intelectual y el diálogo con los agentes contemporáneos y sus obras. Parte de la dinámica y autonomía del campo intelectual es el juego que mantienen las obras y sus creadores, debido a la importancia que para el proyecto creador tiene la serie de relaciones entre los agentes del campo y las mismas aspiraciones del producto artístico. La no pertenencia al campo da como resultado la inexistencia del proyecto creador, ya que éste se conforma por los juicios y consagraciones que recibe de los aparatos legitimadores y legitimados para realizar dicha labor al interior del campo, es decir, son los árbitros autorizados para llevar a cabo esa labor. Así, sin importar la posición al interior de los agentes y sus sistemas, los dominantes y dominados disputan sobre las mismas cuestiones, a pesar de sus posturas contrarias, porque eso implica necesariamente la aceptación de las reglas del campo y la asimilación inconsciente de valores culturales por los cuales es necesario luchar: “Los hombres cultivados de una época determinada pueden estar en desacuerdo sobre los objetos en torno a los cuales disputan, pero al menos están de acuerdo en disputar en torno a los mismos objetos.”16 Bourdieu evita hablar de clases sociales en la organización sociológica de los campos porque los agentes inmersos en la lucha del capital específico, en este caso el intelectual, se deprenden de su clase de origen y no representan los intereses de ésta: “Existir socialmente significa ocupar una posición determinada en la estructura social y estar marcado por ella, particularmente bajo la forma de automatismos verbales o de mecanismos mentales.”17 La posición al interior del campo y la cantidad de capital específico detentado determina la relación que el agente mantiene con su clase social, de la cual se ha desprendido para pugnar por un interés individual o colectivo según sea su agrupamiento con otros agentes y el lugar que el sistema, al cual pertenece, mantenga dentro del espacio. Los agentes, nacidos en cualquier clase social, adquieren poder 16

Ibidem, p. 46. BOURDIEU, Pierre, Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, España, Anagrama, 1995, p. 56. 17

16

debido a su inserción en un campo determinado, donde han ido obteniendo posiciones privilegiadas o excluidas en relación al capital que posean. Lo que plantea la teoría de los campos es una serie de pugnas por capital fuera de la lógica de la lucha de clases. Las clases, categorías abstractas, en realidad no son estructuras que engloben los intereses colectivos y lleven a sus miembros a desarrollar una consciencia propia y arrebatar el poder económico a las clases dominantes. En realidad, el devenir histórico traería la consolidación de la conciencia de clase y esto a su vez la lucha de clases planteada por el marxismo. Sin embargo, lo que Bourdieu observa es efectivamente la indeterminación de las clases sociales como constructos definidos por una conciencia colectiva, más bien existen estos espacios de pugna, en los que intervienen agentes surgidos tanto de la burguesía como del proletariado, cuyo objetivo está determinado por el mismo campo en cuestión, es decir, la acumulación de capital y la ocupación de posiciones centrales. La lucha de clases, según Bourdieu, se daría al margen de los campos, ya que al interior de éstos lo que se crean son cenáculos o sistemas de agentes con anhelos compartidos, que colaboran mutuamente para beneficiarse con la adquisición de capital específico, mas no existe hermanamiento de clase ni un interés por la emancipación de las clases oprimidas frente al dominio de la burguesía. Lo cual no quiere decir que los agentes, pertenecientes al juego de los campos, se mantengan aislados de anhelos de corte marxista y participen políticamente con el objetivo de revolucionar el orden social. Se puede decir que la lógica de los campos produce cenáculos o agrupaciones de agentes, que se pueden considerar una especie de clases artificiales, ya que su conformación no obedece a las relaciones materiales de explotación, sino a su posición dentro del campo y la relación de pugna que establecen con otros agentes por el capital: Toda la gente comprometida con un campo tiene una cantidad de intereses fundamentales comunes, es decir, todo aquello que está vinculado con la existencia misma del campo; de allí que surja una complicidad objetiva que subyace en todos los antagonismos.18

18

BOURDIEU, Campo de poder […] Op.Cit., p. 121.

17

Bourdieu habla del campo intelectual, y más específicamente del campo literario y artístico, como el espacio donde se subvierten los valores y el intento de la dominación burguesa se atiene a reglas distintas. En estos “mundos al revés” los agentes propician la independencia de los poderes económicos y políticos para afirmar su derecho a existir bajo reglas que no dependen de la lucha por el capital económico. El autor considera que la autonomía del campo intelectual nace en un momento histórico en que los bienes artísticos se comercializan con mayor facilidad, lo cual permite que los creadores sean reconocidos propiamente por los alcances de su proyecto creador: “El interés por la persona del escritor y del artista aumenta a medida que el campo intelectual y artístico adquiere autonomía y, correspondientemente, se eleva el status (y el origen social) de los productores de bienes simbólicos.”19 Los agentes, miembros del campo intelectual, se relacionan con el espacio social mediante el filtro de relaciones que mantienen al interior del campo; su pugna por capital es contra los detentadores del centro del sistema. La distribución de los agentes determina el tipo de función que ejercen al interior, ya sea conservadora o reformista, pues es justamente la posición la que da dirección al proyecto creador del intelectual y el artista. En campos como el intelectual, la tensión entre las fuerzas heréticas y conservadoras trae consigo, en ocasiones, reformas que no atentan contra las reglas del juego, sino que “la subversión herética afirma ser un retorno a los orígenes, al espíritu, a la verdad del juego, en contra de la banalización y degradación de que ha sido objeto.”20 Quiere decir que el campo se protege a sí mismo de las posibles desacreditaciones por parte de los miembros recién llegados que, en un afán de obtener capital, intentan poner en duda las reglas del juego con la acreditación de ciertos tipos de habitus no legitimados por el centro. Bourdieu establece, entonces, la paradoja de la autonomía del campo cultural, pues las reglas propias de este espacio, independientes de la lógica del campo políticoeconómico, son las que impulsan al creador a transgredir las fronteras espaciales y participar en la lucha por el capital en otros campos: “La autonomía del campo 19 20

Ibidem, p. 99. Ibidem, p. 122.

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intelectual es lo que posibilita el acto inaugural de un escritor, que en el nombre de las normas propias del campo literario, interviene en el campo político, construyéndose así en intelectual.”21 Considera Bourdieu intelectual al productor de bienes culturales que se aventura a participar en la política: El intelectual se constituye como tal al intervenir en el campo político en el nombre de la autonomía y de los valores específicos de un campo de producción cultural que ha alcanzado un elevado nivel de independencia con respecto a los poderes.22

Es el intelectual transgresor no de la lógica de los campos, en tanto no derroca las leyes del juego, pero sí infringe los límites establecidos entre uno y otro campo, a partir de la naturaleza única y diferenciada de sus reglas. La legitimación recibida por el aparato crítico del campo intelectual dota al creador de un poder simbólico que rebasa los límites del campo y, por tanto, le impulsa a participar en otros espacios. Este fenómeno se gesta en un campo intelectual idealmente autónomo, donde la independencia del poder político y económico ha propiciado justamente la interiorización de la autonomía como la forma posible de intervenir en cualquier campo y relacionarse en su interior. Sin embargo, en sociedades cuyo campo intelectual depende del económico, los límites son traspasados muy comúnmente por los artistas. Es importante rescatar la definición que ofrece Bourdieu en Las reglas del arte. Génesis y estructura del campo literario, pues considera intelectual a todo aquel miembro del campo que incursiona en el campo político. El intelectual entra a un espacio que le es ajeno con la intención de poner en práctica las reglas aprendidas en su campo de origen e intenta arribar al centro y acumular capital. Sin importar los intereses individuales o grupales que represente, el intelectual pretende, en el campo político, que las reglas de su campo le beneficien en posición y capital. Afirma el autor que “la aparición del intelectual autónomo, que no conoce ni quiere conocer más restricciones que las exigencias constitutivas de su proyecto creador” ha llevado a los agentes a

21 22

BOURDIEU, Las reglas del arte […] Op.Cit., p. 197. Idem.

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irrumpir, bajo los principios libertarios que su campo le ha propuesto, en el campo político y económico con el mismo ímpetu para: En seguida, intervenir con medios propios, los suyos, los de la escritura, del análisis, y sobre cuestiones específicas, es decir, esencialmente contra los abusos del poder simbólico que ponen en acción instrumentos específicos, como la 23

propaganda, la censura, la opresión cultural.

Los intelectuales amplían la subversión del orden, propio del campo intelectual, hacia fronteras que le circundan y limitan, pues el campo intelectual, no aislado de los demás, es contenido a su vez por el campo económico. Ejemplifica Bourdieu este tipo de intelectual, transgresor de los límites, con Emile Zola, con quien nace el intelectual comprometido con cuestiones políticas. Los artistas y escritores, agentes de los campos de la cultura, adquieren connotaciones intelectuales al intervenir en la política, ya sea que suscriban ideologías de izquierda o de derecha. Entiéndase que Bourdieu introduce el concepto de ideología como una serie de creencias y no significa la falsa conciencia de la que habla Marx.

III.

Los intelectuales y la cultura

Gramsci, politólogo italiano que teoriza siguiendo las aportaciones marxistas-leninistas, confiere una importancia fundamental a los intelectuales en la organización de la cultura y la transformación de la realidad social. En sus escritos inicia el planteamiento en torno a la intelectualidad, afirma que todos los hombres son intelectuales, porque el pensamiento rige la cotidianidad individual y el devenir histórico. Gramsci confiere al pensamiento una posición privilegiada, pues es el que crea y rige la praxis de los seres humanos, quienes, en medidas diferentes, se apoyan en el intelecto para producir el movimiento social:

23

BOURDIEU, El capital cultural […] Op.Cit., p. 196.

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Cada hombre, considerado fuera de su profesión, despliega una cierta actividad intelectual, o sea es un “filósofo”, un artista, un hombre de buen gusto, participa en una concepción del mundo, tiene una línea de conducta moral, y por eso contribuye a sostener o a modificar una concepción del mundo y a suscitar nuevos modos de pensar.24

Los artesanos producen debido a que concientizan su actividad mediante un proceso cognitivo mental, es decir, el hombre como especie sustenta su esencia en el intelecto y es necio pensar que sólo algunos seres humanos hacen uso de dicho proceso mental. Así, Gramsci afirma que la intelectualidad es común a todos los hombres, en ese primer apartado define al intelecto como la capacidad de pensar y producir todo tipo de ideas. Después de aclarar que el intelecto no es exclusivo de unos cuantos, comienza la tesis sobre los intelectuales, hombres que, a diferencia del resto de los individuos, cumplen con la función intelectual. Hace un recorrido histórico rastreando las profesiones de quienes, en diversos momentos de la historia italiana, cumplen con esta función en el contexto rural y urbano. El intelectual es la consciencia de un grupo o clase determinada y, por lo tanto, obedece a las necesidades intrínsecas del grupo que le ha impulsado a formarse como tal para cumplir con las labores organizativas al interior de su clase social. Este tipo de intelectual, nacido dentro de la misma clase para satisfacer las demandas hegemónicas de la misma y cumplir con una función administrativa, es al que Gramsci designa como intelectual orgánico. Los intelectuales, por lo tanto, nacen en cualquier contexto, tanto la burguesía como el proletariado tienen su propios intelectuales, quienes representan los valores de la clase que les estimula a nacer y desarrollarse. La función del intelectual es “necesaria en el campo de la producción económica,”25 y, sobre esta cuestión, es necesario aclarar que los intelectuales orgánicos son aquellos que generan las condiciones espirituales para emprender la lucha de clases, debido a que son los que producen idearios políticos

24

GRAMSCI, Antonio, Cuadernos de la cárcel: Los intelectuales y la organización de la cultura, México, Juan Pablos editor, 1975, p. 15. 25 GRAMSCI, Antonio, La formación de los intelectuales, México, Grijalbo, 1967, p. 22.

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y productos culturales, de ahí la importancia que tienen al interior de la sociedad y, sobre todo, según Gramsci, en el proletariado. La división de labores sustenta la función de los intelectuales, quienes dentro de su clase se dedican, exhortados por el grupo, a las cuestiones únicamente concernientes al pensamiento y la intelectualidad. Los intelectuales orgánicos nacen en el seno de una clase social que, a partir de sus necesidades, les exige labores ya definidas y bien delimitadas, al igual que a los demás miembros: “La función de los intelectuales, desde este punto de vista, es convertirse en conciencia de aquellos a los que quieren representar, apuntalar su acción en la vida social y ampliar los horizontes de ese mismo grupo.”26 Son fundamentales así los intelectuales orgánicos para la hegemonía, entendida en Gramsci como la capacidad de un grupo para mantener la dirección política y cultural del resto de los grupos o las clases sociales. Si el dominio de la burguesía se fundamenta en la imposición de las estructuras de explotación, los intelectuales del proletariado tienen la responsabilidad de guiar a su clase hacia el derrocamiento de la dominación burguesa y la construcción de una hegemonía desde la ideología proletaria. Por ende, tampoco ideología es un concepto que Gramsci recupera intacto de Marx, sino que es, para el politólogo italiano, “significado superior de una concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida personal y colectiva.”27 Nuevamente la función de los intelectuales orgánicos cobra una importancia suprema, al ser ellos los que crean productos culturales en donde está implícita la ideología, misma que no es una ideología opuesta a los intereses de clase, ya que si el intelectual se construye en el seno de un grupo específico, por consecuencia sus producciones no traicionan las necesidades de su clase de origen. Es evidente que la teoría política de Gramsci se enmarca en la lucha de clases y orienta su atención hacia el anhelo de subvertir el orden social dominado por la burguesía. Por lo que su teorización sobre la importancia del intelectual, hecha desde la cárcel, es también un ejemplo de lo que el intelectual de la clase proletaria, agrupado en 26

CÓRDOVA, Arnaldo, Antonio Gramsci: La cultura y los intelectuales, México, Periódico La Jornada, domingo 19 de enero del 2014. 27 GRAMSCI, La formación de los intelectuales […] Op.Cit., p. 67.

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el partido comunista, ejerce como función intelectual. El autor aporta a la lucha de clases generando pensamiento y aportes teóricos, que guían a sus hermanos de clase hacia la toma y construcción de la hegemonía del proletariado. Sus aportes, fundamentales para el marxismo, representan también, en el momento histórico de su gestación, una orientación práctica para los comunistas italianos que resisten al fascismo. Es Gramsci el ejemplo más palpable de un intelectual con esa función dentro de una clase, ya que es, al igual que Lenin en su momento, ideólogo de la clase proletaria durante un proceso revolucionario. Una vez aclarado el término más importante en la tesis de Gramsci, el intelectual orgánico, es necesario exponer los niveles que el autor reconoce en dicha labor. Fuera de la función orgánica, existe actividad intelectual que ejercen individuos que también en la división del trabajo han optado consciente o inconscientemente por ese quehacer. Y aquí habla Gramsci de “escalones superiores [donde] habrán de llevarse a los creadores en las diversas ciencias, en la filosofía, en las artes, etc. Y a los inferiores, a los más modestos administradores y divulgadores de la riqueza intelectual ya existente, acumulada.”28 Lo cual también representa una división del trabajo, en cuanto al tipo de labor intelectual y quizá abstracción que realizan los creadores de pensamiento frente a los meros administradores del mismo. El concepto de intelectual abarca a los administradores de la cultura y el conocimiento de una sociedad, ya sea a través de instituciones formales (centros educativos), como también mediante el liderazgo de un grupo determinado en cierto sector de cualquier clase social. Sin embargo, Gramsci considera a los creadores de bienes intelectuales como superiores en esa analogía, pues, al estar en un nivel superior, son valorados como intelectuales de élite. La sociedad en general y los grupos o clases sociales necesitan de la labor de los pensadores para que sus productos culturales creen valores simbólicos en torno a un proyecto ideológico, razón por la que el autor insiste en la necesidad de que la clase trabajadora engendre a sus propios intelectuales o convierta en orgánicos a los que se acercan al partido representante de una clase determinada.

28

Ibidem, p.31.

23

La diferencia entre el intelectual tradicional y el nuevo es el tipo de relación que establece con su clase de origen y las clases dominantes. El “tipo tradicional de intelectual se confiere vulgarmente al literato, al filósofo, al artista” y es éste el acompañante de la burguesía o los anteriores grupos hegemónicos, para facilitar el dominio dentro del espectro social. La configuración de este grupo de intelectuales representa “la verdadera intelectualidad”, razón por la cual los otros actores sociales, como los periodistas, aspiran a la creación artística para encontrarse dentro de ese selecto grupo. Y son privilegiados como intelectuales tradicionales por la relación de beneficio que establecen con el poder, al designarles la burguesía la responsabilidad de creación del aparato ideológico de dominación. Si bien Gramsci revisa históricamente a estos intelectuales, reconociendo en actores sociales específicos dicho papel, no es un tipo extinto, ya que coexisten con la nueva clase teorizada por el autor. La verdadera intelectualidad no es, entonces, el artista o el literato, sino el orgánico, cuya función dentro de su clase es clave para la revolución de las conciencias y la construcción de la hegemonía desde una ideología bien definida históricamente. No se subordina entonces el intelectual al poder, por el contrario, obedece a las necesidades de su clase social, para la cual es fundamental como motor de transformación histórica: El modo de ser del nuevo intelectual no puede consistir ya en la elocuencia como motor externo y momentáneo de afectos y pasiones, sino en enlazarse activamente en la vida práctica como constructor, organizador y persuasor constante –pero no por orador- y, con todo, remontándose por encima del espíritu abstracto matemático […]29

Es por eso que el politólogo privilegia la función de los intelectuales, quienes son pensadores de cualquier índole, no solamente artistas o filósofos, cuya labor se encamina a la revolución social desde la base del proletariado, preferentemente, aunque la organicidad intelectual se gesta en cualquier clase. La intervención del intelectual en la política es inherente a su función, aplica sus habilidades y labores en dicha actividad, pues desde la conciencia son creadores de 29

GRAMSCI, La formación de los intelectuales […] Op.Cit., p. 27.

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idearios y objetos de la cultura, que tienen el propósito de incidir en la realidad en la cual están insertos. Es esta especie de intelectual quien se encuentra capacitado para colocarse al frente de su clase e interpretar la realidad para luego transformarla: La comprensión crítica de sí mismo se produce mediante una lucha de hegemonía política, de rumbos opuestos, primero en el campo de la ética, luego en el de la política, para llega a crear una concepción superior del propio entendimiento de lo real. La conciencia de formar parte de una fuerza hegemónica dada (la conciencia política) es la fase primera para alcanzar la ulterior y progresiva autoconciencia donde, finalmente, se unifican teoría y práctica.30

La configuración del intelectual dada por Gramsci no ignora las concepciones tradicionales e históricas, sino que, en una labor orgánica de él como intelectual, realiza una propuesta política de cómo debe de incidir la función del intelecto en la transformación de la realidad. Es una especie de irrupción histórica de los intelectuales, como interpretes con conciencia de clase y promotores de la hegemonía. La función de ciertos individuos como intelectuales orgánicos se muestra en oposición al papel jugado anteriormente por los pensadores, como legitimadores del dominio y acompañantes de las clases en el poder. Los intelectuales, aún nacidos fuera del seno de determinada clase, pueden integrarse a un grupo y tratar de representar los intereses de dicho conjunto de individuos. La teoría gramsciana sugiere que es posible la transformación de un intelectual en intelectual orgánico, lo cual es un hecho común por la necesidad que tienen los grupos con intereses hegemónicos de atraer a los intelectuales, con el interés de que éstos articulen la organización: “Un intelectual que entra a formar parte del partido político de un determinado grupo social, se confunde con los intelectuales orgánicos del mismo grupo, se liga estrechamente al grupo”31. Sin los intelectuales no existe organización, dice Gramsci, ni tampoco hegemonía, por lo que son indispensables para la sociedad y las clases que la conforman, “la sociedad los necesita, por una parte,

30 31

Ibidem, p. 73. Ibidem, p. 21.

25

para que cultiven su lado intelectual y lo engrandezcan y, por otra, para que la ayuden a organizar esa parte importante de su ser.”32 Si la burguesía, o cualquier clase que aspire al poder, no se auxilia de los intelectuales es imposible que el grupo produzca hegemonía. La participación de los intelectuales en el Estado o en los partidos de clase garantiza los acuerdos entre las corrientes y los grupos, también permite mediante estrategias de carácter organizativo mantener el poder sin que se ejerza la violencia. El dominio, en oposición al concepto de hegemonía, es el ejercicio del poder mediante una violencia carente de acuerdos entre los sectores de la sociedad. Lo anterior expone con mayor contundencia la importancia que la labor de los intelectuales tiene en la política, pues son ellos quienes construyen la hegemonía, evitando así que la clase a la cual representan ejerza dominio sobre los demás grupos. El dominio, por la coerción de que echan mano, está incapacitado para mantener en el poder por un período prolongado y estable a la clase social que lo practica; sólo representa debilidad y la necesidad inherente que tiene la clase dominante de mantener el orden mediante la violencia. Gramsci, como intelectual orgánico, aporta un análisis de la realidad para que su clase, el proletariado, y su grupo, los comunistas, se apropien de los conceptos políticos construidos por él y los apliquen en la transformación social. Sin embargo, como bien lo señala en su reflexión sobre los intelectuales y la función hegemónica de los mismos, el politólogo establece que no es exclusivo de una clase la creación de intelectuales orgánicos, lo que explica perfectamente que la hegemonía, construida por los intelectuales, pueda surgir de cualquier grupo que haya tenido la visión de reconocer la importancia fundamental que los pensadores tienen en la tarea de organizar políticamente a la clase y al Estado. La orientación ideológica de cada clase postula las necesidades que los intelectuales orgánicos tratan de satisfacer y los intelectuales no son, bajo esta mirada, de una sola clase social ni persiguen los mismos intereses, en tanto que representan valores ideológicos diversos.

32

CÓRDOVA, Op.Cit.

26

IV.

El intelectual mexicano

Roderic A Camp realiza un estudio sociológico de los intelectuales en México, se centra en el período posterior a la Revolución, que va desde la década de los veintes hasta la de los ochentas, y tiene el objetivo de encontrar las características comunes de los intelectuales mexicanos. El autor parte de la consideración de que el campo intelectual mexicano no goza de autonomía frente al campo económico y político; cree que, por el contrario, la intelectualidad mexicana no se puede comprender plenamente si no se analiza la relación estrecha entre el Estado y los hombres dedicados a la cultura. Mediante un exhaustivo trabajo de investigación, Camp elabora un catálogo de intelectuales y, a partir de éste, localiza las relaciones sociales entre los intelectuales y los miembros de la política estatal para observar cómo esos vínculos de carácter personal influyen en el desarrollo de la carrera intelectual. El análisis del contexto histórico social de México es fundamental para entender por qué la intelectualidad se configura de cierta manera y cuáles son las características de los intelectuales mexicanos que los diferencian de sus pares estadounidenses o europeos. El autor de Los intelectuales y el Estado en el México del siglo XX detecta que la participación en el ámbito político es una característica de la intelectualidad mexicana, ya que es el Estado quien promueve la intervención de los individuos dedicados a la cultura en asuntos de la administración luego del proceso revolucionario: “La Revolución abrió el liderazgo cultural a una nueva clase intelectual, o una clase diferente de las que buscaban puestos políticos.”33 Los caudillos buscan el apoyo de los intelectuales para la reconstrucción de las instituciones, ahora renovadas en torno a los valores emanados de la Revolución, lo que alienta su participación política fuera o dentro del Estado: Después de 1920 surgió un nuevo grupo de líderes de la clase media, bien educados, como políticos en México. La clase media exigió, y sus líderes implantaron, amplios programas de educación pública destinados a difundir el alfabetismo y aumentar el número de los técnicos universitarios capaces de 33

CAMP, Roderic A., Los intelectuales y el Estado en el México del siglo XX, México, FCE, 1995, p. 13.

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administrar las organizaciones culturales. […] estos fueron dirigidos a menudo por intelectuales convertidos en políticos.34

Es importante señalar que Camp no profundiza demasiado en la definición de intelectual, ya que de alguna manera utiliza la concepción tradicional de que el intelectual es el artista o escritor con tendencias políticas. En líneas posteriores de su análisis ofrece una descripción propia sobre el concepto: “Un intelectual es un individuo que crea, evalúa, analiza o presenta símbolos, valores, ideas e interpretaciones trascendentales a un auditorio amplio, de manera regular.”35 Entiéndase entonces que, a pesar de aludir a Gramsci y traer otras acepciones, el término de Camp hace referencia a los creadores en su diversidad, pues más adelante menciona lo siguiente: “Lo que separa al intelectual del hombre culto […] es el elemento de creatividad.”36 Las actividades de los intelectuales mexicanos no se reducen al ámbito artístico, hay algunos dedicados a la enseñanza y al periodismo. La transformación del intelectual mexicano durante el siglo XX se explica a partir de su relación con el Estado. Si en un inicio son pilares de la construcción del nuevo régimen, después son sustituidos por una generación de políticos profesionales: Durante los veintes y treintas, después de la Revolución Mexicana, las contribuciones intelectuales a la sociedad en materia de música, arte, educación, finanzas y derecho disfrutaron un renacimiento jamás experimentado en México. Pero a medida que México consolidaba su sistema político e incorporaba los nuevos valores revolucionarios en leyes y en el sistema educativo, ya no se recurrió a los intelectuales porque un grupo de abogados-políticos, altamente educados, los sustituyó.

37

No quiere decir que ciertos intelectuales dejen de participar en el gobierno, pero sí que en conjunto son orillados a ocupar un espacio propio dentro de la sociedad, donde el prestigio es el capital anhelado, ya que determina su posición dentro del campo y, por 34

Ibidem, p. 76. Ibidem, p. 61. 36 Ibidem, p. 55. 37 Ibidem, p. 86. 35

28

ende, el grado de influencia que tiene en la política y el gobierno. La ascensión dentro del campo depende en gran medida de las relaciones que mantienen con otros miembros o con figuras sociales con poder político y económico, en tanto el campo cultural no es independiente del Estado: “El intelectual mexicano ha estado activo durante largo tiempo en el sector público y […] los propios intelectuales no se resisten a incluir al intelectual del gobierno en una lista de colegas influyentes.”38 En torno al gobierno se puede explicar a los intelectuales mexicanos, pues existen aquellos que participan en la administración pública, otros que lo pretenden pero no se ven favorecidos en su intento y los que se oponen al régimen y se mantienen críticos del sistema político. No quiere decir que los que no se interesan por integrarse al aparato de Estado renuncien a la participación política y al interés de influir en el sistema: “Hay dos canales a disposición del intelectual que quiera influir sobre el Estado sin cerrar las filas con él: los partidos de oposición y el sector privado.”39 Desde la oposición también se puede adquirir el prestigio necesario para posicionarse mejor en el campo intelectual y político, a veces trayendo consigo mejores ofrecimientos gubernamentales, aunque también han padecido la censura y la persecución por parte el sistema. Los intelectuales mexicanos se han enfrentado por cuestiones ideológicas, ya que algunos apoyan a los políticos en el poder, mientras que otros son fervientes críticos del gobierno, representando cada uno de ellos no sólo una posición frente al Estado, sino también una corriente de pensamiento determinada por idearios políticos opuestos. En México es evidente “un enfrentamiento entre dos grupos de intelectuales competidores, el primero concentrado en la tradición liberal y el segundo concentrado en la tradición marxista.”40 Esta cuestión, por un lado, ha determinado las posiciones privilegiadas en la administración pública para las camarillas liberales, en razón de que sus prácticas políticas benefician al régimen y lo legitiman; por otro, la marginación de los marxistas, quienes sustentan una ideología que cuestiona al Estado burgués emanado de la Revolución. Dice Camp al respecto: “Los individuos que son marxistas tienen 38

Ibidem, p. 67. Ibidem, p. 44. 40 Ibidem, p. 92. 39

29

probabilidades mucho menores que las de otras personas con otras creencias ideológicas de seguir carreras públicas,”41 a pesar de eso, algunos han participado también en el gobierno. El intelectual en América Latina tiene una tradición crítica del sistema gubernamental, o al menos eso se espera de él. Sin embargo, a veces, legitima al Estado, participando de él. En otras ocasiones, por encontrarse fuera de la administración, se convierte en crítico: En México, el intelectual ha sido un crítico social sólo esporádicamente […] han fluctuado entre la participación en el gobierno y la permanencia afuera del gobierno. Cuando permanecen afuera, aumenta su papel como críticos sociales; cuando son miembros del gobierno, tal papel desaparece.42

Es evidente que las fronteras entre el campo intelectual y el político se difuminan constantemente o, más bien, parece que no están bien delimitadas, es por ello que los intelectuales participan abiertamente en la política, apoyados por el prestigio y las relaciones adquiridas por su labor artística. El capital adquirido en el campo político permite a los individuos recibir cargos privilegiados en el gobierno o viceversa el capital político y las relacionen les favorecen ocasionalmente para la adquisición de prestigio intelectual. No es tan sencillo definir al intelectual mexicano, porque su papel y sus características fluctúan constantemente con el avance del siglo XX. El gobierno posrevolucionario juega un papel clave en la definición del intelectual, ya que a veces lo copta y en otras lo margina, provocando reacomodos dentro del espacio que ocupan los grupos intelectuales. En gran medida también la relación con el aparato de gobierno depende de quién ocupe el poder ejecutivo, pues la personalidad del presidente en turno, más que el proyecto ideológico del Estado, permite, en algunos períodos, cierta hegemonía de la cual participan incluso los individuos opositores al gobierno:

41 42

Ibidem, p. 162. Ibidem, p. 95.

30

La discontinuidad de la toma de decisiones en México afecta a los intelectuales tanto como a cualquier grupo, ya que su capacidad para influir sobre las políticas como tomadores de decisiones o como asesores está determinada por la personalidad del presidente y de los ocupantes de puestos a nivel de gabinete o de subsecretaría.43

Es constante la dependencia mutua, el gobierno necesita apoyo de los intelectuales y éstos necesitan del mecenazgo del Estado para sobrevivir y ejercer su creatividad. Lo que no permanece es el tipo específico de relación que se establece entre ambos sectores, debido a que el proyecto revolucionario se basa en ciertos valores generales, que, por la sucesión presidencial accidentada, no se ponen en práctica a cabalidad. Por último, es relevante destacar que la centralización del ejercicio del poder ha permitido que tanto políticos como intelectuales estrechen lazos durante su formación individual, ya que al concentrarse en la misma área aumentan las probabilidades de que compartan los mismos referentes familiares, culturales y académicos. La ciudad de México es ese centro, donde se ha reunido la mayor parte de intelectuales y políticos, puesto que es el lugar donde se ejerce el poder político y económico: “Los intelectuales –con mayor claridad- se han mostrado incapaces o renuentes para abandonar los alrededores de la ciudad de México.”44 Ya sea que las personalidades prominentes hayan nacido en ese centro y ahí se mantengan, o que los provincianos se muden a la capital para formarse en la cultura y en la política, es fundamental para el intelectual mexicano mantenerse en la ciudad de México, porque ello significa relaciones de poder. Los espacios educativos, donde se forman los intelectuales mexicanos durante el siglo XX, como la Escuela Nacional Preparatoria y la Universidad Nacional, principalmente, son lugares de suma importancia para comprender el fenómeno de la intelectualidad. Las relaciones establecidas durante el período de formación académica determinan que en el futuro los individuos más privilegiados favorezcan a sus compañeros de escuela y les allanen el camino hacia mejores posiciones dentro del campo cultual y político. Así es como se van conformando las camarillas de sujetos que 43 44

Ibidem, p. 27. Ibidem, p. 43.

31

tienen afinidades psicológicas, es decir, que comparten los mismos amigos, profesores, espacios de convivencia, gustos literarios y semejantes recuerdos, motivos que generan empatías entre los miembros de estos grupos. En el espacio social de México las relaciones de amistad son muy valiosas, debido a que se mantienen estables frente a la fluctuación del gobierno y sus miembros. Gozando de amistades bien colocadas en el campo político o intelectual, un individuo tiene altas posibilidades de acceder a puestos privilegiados en el sector público de administración gubernamental o también recibir aceptación y prestigio por su labor artística. Quiere decir que también la movilidad de los intelectuales entre las prácticas propiamente culturales y las políticas son facilitadas porque su relaciones sociales no se limitan al campo intelectual, tener una amistad con alguien cercano al gobierno o en el partido de Estado les abre las puertas a la participación con mayor facilidad que a los que carecen de dichos vínculos. Los intelectuales mexicanos participan de la política no sólo con interés de legitimar a ciertos grupos, sino también para ser ellos quienes ejerzan el poder dentro de las instituciones de gobierno o para impulsar proyectos ideológicos desde cualquier partido o agrupación sindical o agraria: Pueden usar sus habilidades para ayudar a un político en su ascenso […]; pueden demandar beneficios políticos para ellos mismos. Y aunque pocos intelectuales han podido resistir la tentación del poder público, algunos han usado sus contactos políticos para diversos propósitos.45

La intelectualidad mexicana pertenece a un campo inmerso y dependiente del campo político y económico, donde la posición central después de la Revolución está ocupada por el Estado, que se asume como representante de los valores revolucionarios. La situación histórica de México permite que en varios períodos los intelectuales participen de la administración pública, porque el sistema emanado del proceso revolucionario necesita hegemonía y para conseguirla busca la ayuda de los artistas, los educadores y los periodistas. Ideológicamente surgen grupos de intelectuales que suscriben el 45

Ibidem, p. 32.

32

marxismo y, mediante una interpretación desde estos valores, juzgan que no hay una verdadera revolución en el proceso de 1910, por ello promueven prácticas de pensamiento contrarias al régimen, aunque muchos de estos grupos se adhieren al gobierno en ciertos períodos o se benefician del mecenazgo del Estado. Evidencia Camp que, a diferencia de otros países, el campo intelectual mexicano carece de autonomía y, en la adquisición de capital, las relaciones tienen una importancia especial.

V.

El contexto del texto

Edward W. Said, en su libro El mundo, el texto y el crítico, establece un trinomio con esos elementos como partes constitutivas de un todo. Inicia su estudio crítico afirmando que los humanistas y los intelectuales son o están conscientemente excluidos del espacio textual. Señala que la crítica literaria está atrapada en la textualidad, enfocada en los análisis formales de los textos y pretendiendo que esa es la única realidad; la crítica tradicional olvida que el texto no es algo aislado de las circunstancias, sino que, al ser entendido como un objeto cultural e histórico, es un vínculo con el tiempo y el espacio. Los individuos, hombres y mujeres, creadores de los significados textuales son parte de ese objeto, al igual que las implicaciones sociales en las cuales nacen y se glorifican las obras. El autor hila, a partir de oposiciones, las dos formas de acercarse al texto. Por un lado, menciona los estudios funcionalistas, preocupados por la coherencia interna, la forma y las operaciones intrínsecas de la obra. Por otro, en respuesta a esa visión, que aísla al texto y excluye el estudio histórico, propone una crítica literaria que integre tanto forma como función del interior de la obra y, a la vez, considere las circunstancias, los acontecimientos y las sensaciones que acompañan su nacimiento, así como su desarrollo histórico. Se queja Said del aislamiento político en el que aceptan estar los círculos de crítica universitaria pues, so pretexto del argumento de la literatura como espacio aislado del devenir histórico, eluden responsabilidades que les atañe asumir.

33

Tras la visión inmanentista de los textos existe una posición ideológica claramente determinada. Excluir los estudios históricos afirma los valores de la cultura dominante, que, según Said, son eurocéntricos y falsamente neutros políticamente, ya que idealizar y considerar a los textos como productos esencializados reafirma una postura política excluyente, en términos de raza, clase e identidad sexual. Los intelectuales, al eximir responsabilidades culturales y políticas con el texto y la sociedad, reproducen el sistema jerarquizado de valores occidentales: Mi decepción respecto a esto procede de la convicción de que es nuestra debilidad técnica como críticos e intelectuales lo que la cultura ha querido neutralizar, y si hemos colaborado en este proyecto, quizá inconscientemente, es porque ahí es donde ha estado el dinero.46

Despojar al texto de las contradicciones ideológicas que le dan origen y permiten que sobreviva y signifique en contextos diversos es negar la materialidad de la que está construido. No quiere decir que los textos en sus operaciones internas funcionen siempre como un reflejo tácito de su realidad histórica y social, pero sí que está vinculado a la causalidad de ciertos acontecimientos y eso, para Said, es innegable. Cuestiona las corrientes de crítica literaria que anulan al texto como objeto cultural, creado en un tiempo y espacio cargados de valores e ideologías. Aprecia que los estudios funcionalistas en torno a la literatura faciliten la tarea de ver al texto como un conjunto de valores internos que deben ser estudiados con detenimiento. Sin embargo, cree que no basta con estudiar al texto como un fin en sí mismo, lo considera un error: “La teoría literaria ha aislado en gran medida la textualidad de las circunstancias, los acontecimientos y las sensaciones físicas que la hicieron posible y que la vuelven inteligible como resultado de la elaboración humana.”47 Establece que los aparentes principios objetivos de la cientificidad literaria están cargados de valores eurocéntricos y que se ignoren las relaciones de adquisición y apropiación existentes en las estructuras literarias.48 46

SAID, Edward W., El mundo, el texto y el crítico, España, De Bolsillo, 2008, p. 236. Ibidem, p. 13. 48 Cfr. Ibidem, p. 38. 47

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El autor hace un severo reproche contra la crítica contemporánea, que reproduce los valores de la élite occidental y, supuestamente promulgando la neutralidad política, prioriza la ideología de una minoría: El resultado ha sido la irrelevancia regulada, por no decir calculada, de la crítica, salvo como un adorno con el que negocian las fuerzas de la sociedad industrial moderna: la hegemonía del militarismo y nueva guerra fría, la despolitización de la ciudadanía o la conformidad general de la clase intelectual a la que pertenecen los críticos.49

Para el escritor palestino la literatura está plagada de ideología. Los estudios literarios que niegan la materialidad ideológica de los textos no consiguen eliminarla, sino que esa aparente neutralidad guarda connotaciones políticas. Said insiste en la equivocación de estudiar al texto aislado de sus circunstancias temporales y espaciales, ya que es limitar la interpretación y despojarlo de su materialidad: “La literatura se produce en el tiempo y en la sociedad a manos de seres humanos, los cuales son agentes de, así como de algún modo actores independientes en el seno de, su historia real.”50 Define la materialidad como las condiciones históricas en que se enmarca el nacimiento del texto y aquellas en que continúa significando algo para sus lectores, en razón de que es un objeto dinámico e interconectado con múltiples discursos y realidades culturales y políticas: Quizá una forma de imaginar el aspecto crítico de la génesis estética sea considerar al texto como un campo dinámico, en lugar de como un bloque estático, de palabras. Este campo cuenta con un determinado rango de referencia, un sistema de tentáculos parcialmente potencial y parcialmente real: hacia el autor, hacia el lector, hacia una situación histórica, hacia otros textos, hacia el pasado y el presente.51

49

Ibidem, p. 41. Ibidem, p. 208. 51 Ibidem, p. 215. 50

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Lo que implica que el texto no debe ser idealizado ni escencializado, porque la inmanencia de la literatura implica la negación de la vitalidad del texto en pos de una única lectura sugerida por los aparatos críticos elitistas. Aceptar que el texto, literario o no, está inmerso en un contexto donde participan una serie de discursos es atender a la necesidad intrínseca de la obra por ser estudiada en su totalidad. Los lectores, bajo esta perspectiva, son capaces de ver más allá de los límites artificiales impuestos a la obra literaria, ya que el texto continúa arrojando significados y sigue conectándose con otros textos y discursos del espacio social. Así, es posible reconocer cómo “La cultura, las formaciones culturales y los intelectuales existen en gran medida en virtud de una red de relaciones muy curiosa con el casi absoluto poder del Estado.”52 Las causalidades que permiten la durabilidad y la persistencia de los textos son precisamente la resistencia de hombres y mujeres ante el poder y la autoridad. Es necesario reivindicar los estudios históricos, pues hablan de la materialidad de los textos, de cómo una obra es un objeto cultural que ha representado pugna, rechazo, posesión, autoridad y fama. La propuesta de Said es la conjunción de los estudios críticos entre el carácter funcionalista, que se ocupa de la coherencia interna y la forma del texto, y el acercamiento histórico-cultural, que reconoce su vitalidad, observándolo a través de las circunstancias y acontecimientos que lo acompañan en su nacimiento y recepción a lo largo del tiempo y el espacio. Propugna porque el texto sea reconocido como un objeto cultural que habla de los hombres y de las mujeres que lo crean. También con que la crítica cumpla su verdadero rol como observadora e intérprete del mundo social, porque ese es el espacio de la obra y ahí en eso radica la función del crítico. Habla sobre la conciencia individual, producto histórico, y cómo no es posible abstraerse hacia realidades artificiales. Said considera que existen dos tipos de intelectuales, los primeros afirman los valores dominantes, pues en apariencia se desvinculan de las cuestiones políticas; los segundos son peligrosos porque cuestionan el establishment: “Hay dos tipos de intelectuales que las sociedades democráticas contemporáneas producen ahora. Por una parte están los intelectuales tecnócratas y 52

Ibidem, p. 231.

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orientados hacia las políticas existentes, denominados responsables; por otra, los intelectuales “tradicionales”, políticamente peligrosos y orientados hacia los valores.”53 La posición que asumen se encuentra en relacionada con la visión crítica ejercida frente a los textos, ya que Said concluye con la idea de la inseparabilidad del texto, el mundo y el crítico: La crítica no puede presuponer que su territorio es exclusivamente el texto, ni siquiera el gran texto literario. Debe considerar que habita, junto con otro discurso, un espacio cultural muy polémico, en el que lo que ha importado para la continuidad y transmisión de conocimiento ha sido el significante, entendido como un acontecimiento que ha dejado rastros perdurables sobre el sujeto humano. Una vez que adoptemos este punto de vista, la literatura desaparece entonces como un coto aislado en el ancho campo cultural, y con él desaparece también la inocua retórica del humanismo autocomplaciente. En su lugar seremos capaces, en mi opinión, de leer y escribir con un sentido de la máxima categoría en cuanto a efectividad histórica y política que tanto los textos literarios como todos los demás textos han ejercido.

VI.

Conclusiones

La materialidad de un texto es la serie de relaciones que se tejen en torno al proyecto creador de un escritor. El reconocimiento de las necesidades inherentes a la obra y las restricciones que infringe la sociedad al productor de bienes culturales es la aceptación de que el texto es un producto histórico, nacido en un contexto determinado. Es decir, los textos son un conjunto de componentes históricos interconectados a través de la obra, pero no sólo, sino que también, en ese entramado, se encuentran inmersas otras obras con su propia materialidad. El texto es el resultado tangible de una serie de aspectos difíciles de comprender, que tienen que ver con el autor y la serie de tensiones que lo colocan en cierta posición dentro del campo cultural de su época y que lo llevan a producir tal o cual obra.

53

Ibidem, p. 237.

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Bourdieu y Said, cuyos posicionamientos no están alejados, centran su atención en elementos diferentes que se complementan. Bourdieu realiza una teoría sumamente compleja sobre las relaciones sociales establecidas entre los agentes de un mismo campo, en este caso los productores de bienes culturales y su distribución en el campo intelectual; se centra en la importancia que tienen esas redes para permitir o negar al acceso de un agente a la lucha por el poder simbólico del campo y tomar posiciones centrales. Said, en cambio, justifica cómo la obra es capaz de transmitir información de su materialidad, la cual está conformada por la individualidad del autor y la serie de discursos ideológicos que facilitan o complican el nacimiento de los textos. Por ende, existe una correspondencia teórica entre Said y Bourdieu, porque ambos autores acuden al entramado sociológico para estimar el valor que tiene la lucha por el poder en la producción de bienes culturales. La materialidad de un texto habla de la posición momentánea que, dentro del campo cultural, tiene el proyecto creador de un agente determinado. La afiliación de una obra necesariamente remite a las relaciones establecidas al interior del campo en el cual se circunscribe el autor y sus contemporáneos. De ahí que el contexto de las obras adquiere una importancia similar a la del mero contenido, puesto que es indiscutible que el momento histórico en que surge un texto sigue ejerciendo influencia sobre las interpretaciones que se hacen los lectores de otra época. Si se entiende la importancia del contexto, y no se desliga a la obra de su autor y su tiempo, es posible hacer interpretaciones no sólo de una lógica interna, sino también de una lógica que muchas de las veces escapa, no fortuitamente, a la comprensión de los lectores modernos. Los estudios históricos y sociológicos hablan de una lucha por el poder que se intenta ocultar en ciertos estudios literarios, aunque es esa pugna permanente la que permite el nacimiento o no de las obras a lo largo de la historia. La negación de esa tensión es seccionar innecesariamente a la obra, puesto que, aparentemente invisible, trasciende a su tiempo llevando tras de sí esa serie de elementos contextuales que la ven nacer y, además, le permiten llegar a los lectores. Bourdieu, al igual que Said, ya habla en Las reglas del arte sobre la necesaria superación de los estudios que oponen el análisis interno con el análisis externo de la obra, puesto que los elementos de uno y otro

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análisis son parte del todo. De ahí que el desarrollo del concepto de proyecto creador sea tan importante para la teoría sociológica de Bourdieu. Al establecer que el proyecto creador es producto de la contradicción entre la inherente necesidad del texto y la serie de restricciones sociales, Bourdieu supera la paradoja sobre qué es una obra: una subjetividad exteriorizada obediente de las necesidades estéticas del autor o un múltiple entramado de determinantes sociales que le obligan a responder a las ideas de un grupo social específico. Para Bourdieu, los textos abarcan ambas cuestiones, puesto que la conciencia individual no está desligada de la colectividad y los valores estéticos son moldeados por las relaciones en que está inmerso el creador. Por lo tanto, el acercamiento histórico y sociológico es también un posicionamiento político, porque afirma la existencia de una serie de pugnas ideológicas en el campo cultural de un momento en específico, pugnas que influyen necesariamente en el texto de manera interna y externa. La teoría de Bourdieu dice que el establecimiento de los campos y la distribución de los agentes es un producto histórico, por ende dinámico y sujeto a transformaciones. El campo es indispensable para los agentes, porque media entre la realidad y el sujeto, es decir, los creadores no se relacionan directamente con la sociedad sino a partir del campo en que se encuentran. Los agentes, de naturaleza gregaria, tienden a incidir en la realidad a partir de las relaciones que establecen al interior del campo, ya sea político, económico, cultural, porque son esas redes las que legitiman la participación de un agente en cualquier ámbito de la vida social. Y como el campo valora más ciertos habitus, por encima de otros, sucede que la ideología de ciertas clases sociales ejerce su influencia en la lucha por el capital de los diversos campos que se construyen en la sociedad. La lucha de clases no está excluida de la teoría de los campos, sino que la cruza, debido a que los valores simbólicos dominantes coinciden con la ideología del Estado burgués. El campo cultural, aunque idealmente autónomo, está inserto dentro del campo económico y político, de donde emanan los valores legítimos por los cuales hay que luchar dentro del campo intelectual. Desde ahí es que se puede decir que nacen las reglas de los campos, aunque éstas se adecuen según la naturaleza propia de los demás

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ámbitos, pues no es fortuito que los intelectuales busquen la trasgresión de los campos y no sólo el dominio del capital simbólico en el campo cultural. El intelectual busca llegar al campo económico, porque sabe que ahí se encuentra la verdadera lucha por el poder, supeditando a la manera marxista la supraestructura del campo intelectual a la estructura del campo político-económico. El intelectual, para Bourdieu, es el creador de bienes culturales que no se limita a las barreras de su espacio formal por naturaleza, es decir, el campo cultural, busca participar de la lucha por el capital político, pensando que la adquisición de poder simbólico le acompaña en su pugna por el centro del campo. El desarrollo de la función del intelectual se encuentra en dependencia de las redes sociales en que está inserto el agente. Gramsci dice al respecto: El error de método más extendido es haber buscado esta estimación de lo diferencial en lo intrínseco de la labor intelectual, en lugar de situarla en el conjunto del sistema de relaciones en el que ellos –y por consiguiente los grupos que les personifican- vienen a unirse al complejo general de las relaciones sociales.54

Si bien es cierto que la intelectualidad es una condición humana y una tarea a la que todos los hombres se pueden dedicar por completo, creando pensamiento acerca de cualquier tarea de la cultura, la labor del intelectual está en función de las relaciones del individuo dentro del campo. Es decir, el intelectual orgánico obedece a las necesidades del grupo que le impulsa a ejercer su tarea exclusivamente como creador de ideología. El agente está vinculado y se afirma a sí mismo como intelectual a partir de que sus pares le reconocen de esa manera y de él exigen la función creadora de pensamiento: “La tesis de Gramsci es que todos los intelectuales son en realidad hasta cierto punto intelectuales orgánicos; hasta cuando parecen estar absolutamente desvinculados de una casusa política.”55 Después de todo, el intelectual emerge del entramado de relaciones sociales en que se mueve como miembro del campo y esas relaciones están determinadas por situaciones políticas.

54 55

GRAMSCI, La formación […] Op.Cit, p.25. SAID, Op.Cit, p. 116.

40

Los intelectuales orgánicos, pertenecientes a una clase social o un grupo determinado, participan del campo cultural y, de igual manera, inciden en el campo político, buscando la forma de llevar los valores de su clase hasta el centro del campo y desde ahí difundir la ideología propia del grupo o clase social que les sustenta. El recorrido histórico que hace Gramsci para teorizar sobre el intelectual demuestra que las esferas políticas se han apoyado siempre en los intelectuales para legitimarse ante las masas y que éstos organicen la cultura, es decir, su función de intelectual al servicio del poder. Es justo entonces pensar que la movilidad de agentes entre uno y otro campo sea también propiciada por los agentes políticos con el propósito de alcanzar la hegemonía. Gramsci tiene razón en afirmar que la función de los intelectuales, como creadores y difusores de ideología, son fundamentales para el poder político, de lo contrario, sin la hegemonía entre los distintos grupos de la sociedad, el ejercicio del poder es perecedero. La correspondencia entre las conceptualizaciones de Gramsci, Bourdieu y Said es posible gracias a que los tres teorizan desde el materialismo histórico y, a pesar del tiempo y de los matices de pensamiento que los separan, los tres ven en el texto un objeto histórico. Y la obra, en tanto que es producida por el pensamiento, y éste está inserto en un tiempo determinado, es susceptible de estudiarse bajo criterios históricosociales. La visión dialéctica reconoce la tensión de fuerzas que permiten el devenir histórico y la trascendencia de las obras como reafirmación ante nuevos lectores y posiciones estético-políticas: Las realidades del poder y la autoridad –así como las resistencias que ofrecen los hombres, mujeres y movimientos sociales ante las instituciones, autoridades y ortodoxias- son las realidades que hacen posibles los textos, que los ponen en manos de sus lectores, que reclaman la atención de los críticos.56

El texto, todo lo que tiene que ver con él, es parte de una red de conexiones sociales, donde la ideología y la lucha de fuerzas tienen un papel fundamental para su nacimiento, razón por la cual es imposible desligarlo de su génesis y su desarrollo histórico-cultural.

56

Ibidem, p. 16.

41

CAPÍTULO II EL MÉXICO DE EFRAÍN: LA REORGANIZACIÓN DE LOS CAMPOS EN EL MÉXICO POSREVOLUCIONARIO Te contaré mis ciclos de histeria y de neurosis como si fueran sólo el alma de mi siglo. Todo parece primitivo todo insomne todo parece mar parece dientes parece lejos. Efraín Huerta

I.

Introducción

Este capítulo contiene un recorrido histórico por los principales acontecimientos sucedidos en México durante la primera mitad del siglo XX. Con el propósito de reconocer los sucesos de mayor impacto en la reorganización del campo político y económico del país, se parte de la idea de que la Revolución Mexicana es el detonante de una serie de reacomodos que traen consigo un nuevo ordenamiento de los valores, por lo que se considera este hecho un acontecimiento fundador de los nuevos campos. Tanto el político, como el cultural, es un campo que luego de la Revolución se instaura bajo reglas diferentes antes y después de 1910. Es decir, el movimiento armado trae consigo una transformación de gran envergadura para el imaginario colectivo del mexicano y, por ende, la lucha por el capital se adapta a los valores emanados del ideario revolucionario. Aun sin autonomía, el campo intelectual mexicano no comienza a desarrollarse igual bajo los nuevos valores revolucionarios, como si el régimen porfirista se hubiera prolongado. Los agentes, que luego del conflicto armado se erigen como los detentadores del poder político y económico, se convierten a su vez en los árbitros culturales que abren o cierran las puertas a los productores artísticos. La dinámica entre los campos en el país no es tan sencilla de comprender, ya que no puede hablarse de estabilidad durante los primeros años consecuentes a la Revolución, por ende, la

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estabilización de los mismos se tambalea y los agentes, que en un momento se encuentran en el centro del campo político, son sustituidos en muy corto lapso. Este capítulo no profundiza en la conformación del campo intelectual y cultural mexicano, aunque sí destaca los acontecimientos de corte político que influyen en la instauración de los nuevos campos posrevolucionarios en México. Es decir que, partiendo de las conceptualizaciones dadas por Bourdieu, se describen a continuación las circunstancias histórico-sociales en que está inmerso el ejercicio literario y periodístico de Efraín Huerta. Se divide el capítulo en tres apartados: el período previo a la Revolución y los años subsecuentes, hasta el fin del maximato; el cardenismo, como ruptura e instauración de nuevas instituciones; y, por último, se abordan los primeros años posteriores a la presidencia de Lázaro Cárdenas. Se concluye el capítulo con una reflexión acerca de cómo las condiciones históricas, que marcan el destino de la nación mexicana, influyen en la conformación y consolidación de los campos político, económico, cultural y literario. También se desarrollan algunas ideas sobre cómo y por qué se puede hablar de autonomía del campo cultural, o no, en México, durante este período del siglo XX. Este capítulo adquiere importancia debido a que sin la comprensión del contexto histórico el análisis de un producto cultural, como en el caso de los textos periodísticos, carece de todo referente que contribuya con su lectura e interpretación. La materialidad de los textos, de la cual habla Said, se encuentra precisamente en la serie de relaciones establecidas entre el creador, sus contemporáneos y las condiciones políticas en que están inmersos.

II.

Inicios de siglo

El siglo veinte mexicano se inaugura con la Revolución de 1910. El levantamiento armado, convocado por Francisco I. Madero y secundado por Emiliano Zapata en Morelos, Francisco Villa en Chihuahua y demás líderes regionales, es quizá el hecho más importante en el México del siglo pasado. El derrocamiento de Porfirio Díaz, y el advenimiento de interminables guerras por el poder entre los caudillos revolucionarios, erige en el imaginario colectivo los símbolos culturales que hasta la fecha respaldan los conceptos de patria y nación. Dichos valores emanados del conflicto armado se

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convierten en el capital simbólico que legitima la pugna por el poder económico y político entre las diversas facciones de la primera mitad del siglo veinte. El discurso prorevolucionario acompaña a los caudillos liberales que se apropian del gobierno a través de sus instituciones. En 1913 Victoriano Huerta llega al poder mediante un golpe de Estado contra Madero, lo cual reactiva las actividades militares de los grupos revolucionarios en el norte y el sur del país contra el usurpador. El derrocamiento de Madero permite la coordinación entre las posturas disonantes de los diversos líderes revolucionarios: Venustiano Carranza [...] creó el ejército constitucionalista, conformado por cuatro grandes divisiones: la División del Norte encabezada por Villa, el Ejército del Noroeste comandado por Obregón, el Ejército Noreste al mando de Pablo González y el Ejército Libertador del Sur dirigido por Zapata.57

Posterior a la toma de la capital por Francisco Villa y Emiliano Zapata, así como la derrota definitiva de las fuerzas federales encabezadas por Huerta, se intensifica la pugna entre los caudillos revolucionarios, quienes se concentran en 1914 en Aguascalientes con el objetivo de llegar a acuerdos políticos. Venustiano Carranza traiciona las demandas agrarias de los campesinos zapatistas y villistas y establece alianza con Obregón para dar la espalda a Zapata y Villa, quienes mueren asesinados, de tal manera que las demandas de estas facciones no son reivindicadas del todo en la Constitución de 1917. Un proceso revolucionario como el acaecido con el levantamiento armado de 1910 altera e invierte las reglas bajo las cuales se organiza el campo político y económico. Los agentes antes colocados en la periferia del campo, o ni siquiera insertos en la lucha por el poder, adquieren por la fuerza, violando todos los procedimientos regulatorios del campo, el capital necesario para colocarse en el centro. En el caso mexicano, los antiguos detentadores del poder y de las posiciones centrales en la política son sustituidos por nuevos agentes, que durante algún tiempo se encuentran en una

57

GONZÁLEZ y González, Luis, Viaje por la historia de México, México, SEP/INAH/CONACULTA, 2009, p.53.

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pugna constante por conseguir de manera permanente el capital político. Sin embargo, no se puede hablar con certeza de la existencia del campo político, ya que aún la lucha por el poder está plagada por los métodos bélicos del campo de batalla y, por ende, las reglas por la lucha del capital dentro del campo quedan diluidas por el ejercicio de la violencia por unos u otros caudillos contra sus contrincantes. Bajo este contexto nace, en 1914, en Silao, Guanajuato, el escritor Efraín Huerta. Junto con Octavio Paz y José Revueltas es considerado como hijo de la Revolución, ya que llega al mundo cuando aún se gestan los acontecimientos más álgidos del conflicto bélico: Generación incómoda, e incomodada, la de Huerta vive un México profundamente agraviado por la desigualdad, y una creciente decepción ante la forma en que la revolución se empeña en quedarse a medio camino, expropiada por el “Jefe Máximo” Plutarco Elías Calles y sus orondos generales.58

Al igual que a la generación precedente, la insurrección armada influye en gran medida en los escritores y artistas contemporáneos de Huerta. No les representa la revuelta solamente un eje temático, sino que también es un hecho determinante para la consolidación del poder en los campos político, económico y cultural. La Revolución es el acontecimiento que da paso al arribo de artistas al campo cultural, quienes se adhieren al ideario revolucionario y, mediante la participación en las diversas administraciones gubernamentales posrevolucionarias, se hacen del poder simbólico dentro del campo artístico, participando así también de la legitimación de los valores instituidos por uno y otro líder revolucionario. Luego del congreso constituyente y la firma de la nueva carta magna en 1917, una serie de traiciones se suceden unas a otras y la inestabilidad del país se asume en el imaginario colectivo como un hecho normal, puesto que los enfrentamientos armados entre los líderes de la Revolución no cesan. Tras la ascensión al poder de Carranza deviene una guerra al interior de las facciones del nuevo poder ahora institucionalizado,

58

SHERIDAN, Guillermo, Efraín Huerta: Aurora Roja (crónicas juveniles en tiempos de Lázaro Cárdenas), México, Pecata minuta, 2007, p. 17.

45

es decir, la Revolución hecha gobierno. Luego de la traición a Carranza, Álvaro Obregón se consolida como el gran líder y asume la presidencia de la república; establece alianzas con el que será, también a traición, su sucesor en el gobierno: Plutarco Elías Calles. El establecimiento de alianzas para arribar al poder representa una de las características del campo, en el que las uniones estratégicas son fundamentales para conseguir el capital necesario para detentar el centro. Es decir que, una vez cerrado el campo de batalla como posibilidad de conseguir abruptamente el poder, los militares, ahora convertidos en políticos, en búsqueda de la consolidación de las instituciones para legitimar el control del gobierno, reconocen que no bastan las balas para conseguir sus objetivos, sino que ahora es necesario comenzar a forjar las nuevas reglas del campo político mexicano. Y a pesar de que los caudillos continúan haciendo uso de la fuerza para eliminar las barreras entre ellos y el poder, se vislumbra el nacimiento de los diversos campos en el país, cuyas reglas están ligadas al proceso revolucionario. En este momento de incertidumbres políticas, inspirado por el comunismo internacional y el Partido Comunista de la URSS, nace el Partido Comunista Mexicano. Con el asesoramiento de los soviéticos, José Allen y otros extranjeros, exiliados en el país, fundan a finales de 1919 el partido comunista,59 que luego integra entre sus filas a importantes artistas y escritores mexicanos. Durante los primeros años, los comunistas no gozan de la simpatía de los gobiernos revolucionarios, por lo cual sufren múltiples persecuciones y ataques directos contra sus miembros. Son vistos como agitadores de las masas y los sindicatos, con las cuales el gobierno pretende hacer alianzas laborales. En los primeros años de su fundación, el PCM intenta establecer vínculos con los sectores obreros, razón por la cual sus miembros son duramente perseguidos por un Estado que tiene los mismos propósitos desde el discurso revolucionario. Calles, el jefe máximo, encarna al último caudillo revolucionario, pues ya Obregón ha realizado una campaña masiva de pacificación que consiste en el asesinato de los líderes regionales. Es así como la situación del país no se estabiliza debido a que, además de los conflictos al interior del nuevo gobierno, diversas células indígenas y 59

Cfr. CARR, Barry, La Izquierda Mexicana a través del Siglo XX, México, Era, 1996.

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campesinas no deponen las armas, porque el nuevo gobierno, “al desentenderse de las masas indígenas y des sus intereses, al excluirlas del proceso histórico, deja trunco el proceso de integración nacional.”60 Bajo este clima de violencia social, en el periodo del maximato, estalla la guerra cristera en el centro del país. En el Estado de Guanajuato, cuna del escritor de Los hombres del alba, se concentran las fuerzas más conservadoras de la Revolución, es en esta zona del país donde Carranza y después Obregón reciben apoyo en la lucha contra Zapata y Villa. Es decir, la región del bajío es el epicentro del conservadurismo de élite, que financia en gran medida la campaña militar de las fuerzas más radicales del conflicto armado. Después, Guanajuato participa con mayor fuerza en el conflicto cristero, en el que su postura proclerical beneficia a los grupos de campesinos comandados por la iglesia contra el gobierno federal y sus reformas liberales: “La revuelta de hondas raíces populares no pudo ser sofocada por Calles […] y al cabo de tres años su gobierno pactó con La Iglesia.”61 Son los estados del centro los que albergan el pensamiento más reaccionario en favor de la causa religiosa, además, mantienen huestes activas contra las reformas políticas de los gobiernos de Calles y de Lázaro Cárdenas. El conflicto cristero culmina en el marco de la sucesión presidencial de Calles; Álvaro Obregón se registra como candidato y, una vez ganados los comicios, es asesinado; Calles logra que Emilio Portes Gil quede como presidente interino y es éste quien inicia la negociación de paz con los cristeros. Tanto para Huerta como para Revueltas la Guerra Cristera es un acontecimiento más cercano que la Revolución, hecho del cual se nutren para escribir sus textos críticos y literarios sobre la coyuntura que lleva a la muerte a más de doscientos mil mexicanos. Inaugurado el maximato, con el gobierno interino de Portes Gil, nacen entidades como el Partido Nacional Revolucionario (PNR), que abonan al proceso de institucionalización posterior a los conflictos armados y permiten que, en torno al nuevo partido “revolucionario”, se agrupen las fuerzas políticas con intenciones hegemónicas 60

REVUELTAS, José, José Revueltas para universitarios, México, CONACULTA/Universidad Juárez del Estado de Durango, 1994, p. 163. 61 GONZÁLEZ, Op.Cit., p.57.

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del Jefe Máximo. El campo político toma forma y empieza un período donde, dependiente de éste, el campo cultural se desarrolla con fuerza; las instituciones que controla el poder simbólico son aquellas creadas por los nuevos agentes en el centro del espectro político, por lo que hay una movilidad intensa entre los campos: cultural, político y económico. La hegemonía revolucionaria a la que aspira el nuevo gobierno es la que provoca la dependencia del campo cultural, debido a que la serie de instituciones y agentes legitimadores de los productos y actores culturales son los mismos que ocupan posiciones en el espacio político gubernamental. Es en este momento en el que el país ejecuta la transición política hacia la democratización a través del aparato de gobierno, en esa etapa en manos de los antiguos generales, por lo que la participación de la intelectualidad es clave. La movilidad de los agentes entre los campos político e intelectual es asimilada con normalidad, ya que las condiciones propias del México posrevolucionario no sólo lo permiten, sino que lo determinan. José Vasconcelos, escritor y maestro, es el ejemplo más tangible de cómo los miembros del campo cultural se trasladan sin problemas de un campo a otro, producto de las condiciones propias del renacimiento de la nación mexicana: El intelectual como creador de ideas tiene un inicio significativo en el periodo posterior a 1920, cuando existía un vacío ideológico. Se llamó a los intelectuales para que reorientaran al pueblo mexicano en un fututo abierto por la Revolución Mexicana.62

Sucede que los políticos, antiguos generales, participan en el campo cultural como legitimadores, porque detentan el poder de las instituciones educativas; hay una movilidad desde la política hacia la cultura, pero también en sentido contrario. Los escritores y artistas, que adquieren prestigio por sus pares, luego tienen la posibilidad de participar en el gobierno no sólo como árbitros culturales, sino también como líderes políticos al frente de administraciones estatales o federales.

62

CAMP, Op.Cit., p. 27.

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Durante el maximato se recrudece el ataque contra el PCM y en 1929, año electoral, los comunistas son víctimas de múltiples y sangrientos atentados; el cubano Julio Antonio Mella muere en este año, víctima de la campaña anticomunista desatada desde el poder gubernamental. Locales donde el PCM elabora sus principales órganos periodísticos, como El Machete y Bandera Roja, son saqueados y desmantelados, motivo por el cual las actividades de los comunistas se llevan a cabo en la clandestinidad y bajo precauciones que no siempre garantizan la seguridad de los militantes. Calles, por ende, es el enemigo principal de los comunistas; durante el tiempo en que ejerce el poder, a través de Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo L. Rodríguez, es el período en el que los comunistas sufren de mayores ataques y persecuciones. El uso de la violencia al margen de las nuevas reglas y alianzas establecidas en el campo político no deja de ser una característica de los agentes en el centro del poder. Con la institucionalización revolucionaria los métodos bélicos pasan a formar parte de la ilegalidad, es decir, aunque nunca salen del imaginario colectivo, se transfieren a la esfera de lo políticamente incorrecto. Los crímenes políticos contra los “enemigos de la Revolución”, como se llama a todo aquel que intente desterrar a los agentes que ocupan el centro, continúan siendo una práctica acostumbrada. Es, pues, una lucha por el capital político, económico y simbólico, más que una lucha ideológica por cambiar el estado de cosas en que se insertan los campos y sus reglas. En los gobiernos previos al período de Lázaro Cárdenas, la participación política de artistas mexicanos resulta amplia y contradictoria. La inestabilidad en los altos mandos se refleja en las esferas culturales, desde donde se administran las instituciones de educación y cultura. Los proyectos culturales, que los artistas y pensadores de la época intentan implantar en México a través de las políticas públicas, no siempre tienen el respaldo esperado desde las esferas más altas de la cúpula política, más interesada en consolidarse en el poder que participar seriamente en la creación de un proyecto educativo nacional de largo plazo. Esto último es bastante comprensible, ya que ningún caudillo revolucionario tiene asegurada la vida ni la culminación de su mandato. Por tanto, producto de la inestabilidad de los gobiernos, los árbitros culturales del nuevo orden social cambian constantemente.

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Los pensadores y artistas, a pesar de las dificultades, ejercen una amplia influencia en la construcción de las instituciones y su fortalecimiento como centros organizativos del poder en sus distintos niveles, sobre todo si se considera que los gobernantes, hombres de guerra, están no solamente más enfocados en la cuestión bélica, sino que la mayoría carece de educación. Salvo excepciones, los caudillos revolucionarios no comprenden o no les interesa la cuestión cultural, es por ello que la labor de escritores y pintores resulta fundamental para la creación de políticas cultuales que favorecen el desarrollo educativo y artístico del país. Es necesario que el campo cultural se consolide, pero también que los agentes no abandonen la tutela de los caudillos. El establecimiento del nuevo orden emanado de la Revolución es respaldado por los artistas, quienes toman el conflicto como eje nodal de su creación artística. Favorecen el nacimiento del mito simbólico del acontecimiento armado como parteaguas entre dos realidades claramente opuestas en el discurso del poder revolucionario: las injusticias sociales y el México antidemocrático del porfiriato y el nuevo país justo e igualitario nacido de la Revolución. La Revolución Mexicana es el acontecimiento histórico más potente para la mexicanidad y los mexicanos, puesto que de ella nacen los símbolos culturales que permiten el reordenamiento del estado de cosas y la reconfiguración del imaginario colectivo. En este sentido, dichos símbolos permean de manera muy fuerte en la creación artística de la época posrevolucionaria. Para la generación de Huerta es distinta la relación entre el poder del Estado y la clase artística. Si bien los artistas y pensadores siguen participando y beneficiándose en mayor o menor medida del proyecto revolucionario, las cuestiones estéticas distancian a los artistas del ideario de la Revolución como rector de la producción artística. Ya Jorge Cuesta y Los contemporáneos rompen con la idea implantada por los gobiernos posteriores al conflicto armado de un arte al servicio del poder. Hay una pretensión de que los artistas sean reproductores de una apología intensa promovida por el nuevo Estado, cuyo manantial simbólico es la gesta revolucionaria y los caudillos traicionados son recreados por sus mismos asesinos para legitimar el discurso, como herramienta eficaz de la monopolización del poder en manos de los caudillos sobrevivientes. Sin

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embargo, de la generación de Los contemporáneos a la de Taller existen diferencias fundamentales en su relación con el poder y su participación política, aunque coinciden en cuestiones estéticas. Huerta, por el compromiso social y su adhesión a la ideología socialista, se mantiene, en ciertas ocasiones, cercano al poder. El distanciamiento estético permite que el campo cultural adquiera fuerza y cierta independencia del campo político. En realidad los agentes de uno y otro campo están en una constante movilidad, producto del control económico gubernamental sobre los creadores de objetos culturales, porque el Estado, una especie de mecenas, permite que los escritores y artistas estén afiliados a sus instituciones y puedan sobrevivir económicamente. La disputa estética y el distanciamiento sugerido por Cuesta y Los contemporáneos, por ejemplo, resulta inaceptable para el gobierno, quien termina, como venganza, con el subsidio para la publicación de libros y revistas, de la misma manera que ejecuta una persecución de carácter simbólico y literal contra los que osan desafiarlo.

III.

México y el cardenismo en el contexto internacional

En el plano internacional, desde 1917, con el arribo al poder de los bolcheviques en Rusia, se establece una pugna ideológica entre dos potencias que representan valores culturales y políticos distintos: Estados Unidos, país que sustenta el liberalismo económico como proyecto de expansión global, y la URSS, que encarna el socialismo real y una alternativa al proyecto capitalista yanqui. Recrudecida la disputa luego de la Guerra Civil Española y otros conflictos donde ambos bandos ensayan una posible guerra directa, el mundo se mueve bajo la inercia de la embrionaria Guerra Fría y sus consecuencias económicas. México vive sometido al poder económico estadounidense, sin embargo, por su discurso artificial, sustentado en la Revolución, mantiene vínculos con el bloque socialista, incluso recibe a los perseguidos por el fascismo europeo y a los desterrados latinoamericanos, quienes sufren las consecuencias de la implantación estadounidense del El Plan Cóndor. En este vaivén político, donde la economía mexicana responde cada vez más al orden capitalista, Huerta y los miembros de su generación son los críticos del sistema, a

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veces desde el sistema mismo o, como Revueltas, desde la periferia. Indudablemente la tensión entre los campos cultural y político resulta dinámica y siempre constante, debido a la siempre inestable lucha por el poder y la inconclusa revolución social mexicana. Lo destacable es cómo Efraín Huerta, desde el ejercicio periodístico, participa como crítico de los acontecimientos nacionales e internacionales y su postura impacta en el campo literario de la época por ser considerado, ya para la década de los cuarentas, uno de los poetas más importantes de la nación. Es en revistas y periódicos donde publica diversos poemas y crónicas literarias como sustento de un discurso ideológico que lo acompaña hasta el final de su carrera. En los comicios electorales de 1934, a los cuales el PCM presenta como candidato a Hernán Laborde, se espera el triunfo del candidato oficial de Calles, el general Lázaro Cárdenas del Río, un antiguo combatiente de la Revolución Mexicana. Los resultados de la contienda están previstos por la sociedad y los sectores políticos, empero, los comunistas reprochan que los votos de Laborde sean tan desfavorables: En los resultados preliminares de las elecciones de 1934, la misma noche de la votación, se informó que Cárdenas había obtenido 1, 092,834 sufragios; Villarreal, 17,161; Tejeda, 9,447, y Laborde, 6,406; pero en el cómputo final y oficial, proporcionado en el mes de agosto, se adjudicaron a Cárdenas, 2, 268,567; a Villarreal, 25,620; a Tejeda, 3 15,765, y a Laborde, 1,188. De esta manera, todos los candidatos aumentaron sus votos, menos Laborde, quien los vio disminuidos.63

Durante la campaña critican duramente a Lázaro Cárdenas y a su propuesta de plan sexenal, lo tildan de “fachista” y lo comparan con Mussolini y Hitler. Sin embargo, a pesar de este comienzo, las relaciones entre el cardenismo y el PCM cambia radicalmente, ya que cesa la persecución del gobierno contra los comunistas y hasta el PC llega a participar dentro del PNR. El rompimiento de Cárdenas con Calles es crucial para que el general eche a andar su ambicioso proyecto hegemónico, pues con el jefe máximo a cuestas es 63

PELÁEZ Ramos, Gerardo, “Partido Comunista Mexicano: su historia electoral”, México, Revista Socialismo, 1989. Consultado 04/05/2016 en: http://www.lahaine.org/b2-img11/pelaez_elect.pdf

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imposible establecer las alianzas políticas necesarias para la consolidación del proyecto institucional revolucionario. El presidente fragua la institucionalización del Estado y, con el destierro de Calles, se rompe práctica y simbólicamente con el pasado bélico. Consciente de la necesidad de la incorporación de los intelectuales a la vida política del nuevo México, Cárdenas emprende intencionalmente múltiples y diversas alianzas con grupos de artistas, campesinos, obreros y artesanos, dichas alianzas permiten la corporativización y el fortalecimiento de la administración. En 1933 se funda la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, cuyo objetivo es cohesionar a los productores intelectuales en torno a acciones políticas en contra del fascismo y con una clara postura de corte izquierdista. Los agrupados en la LEAR simpatizan con la URSS y los movimientos revolucionarios europeos antifascistas y, desde el seno de la organización, se coordinan acciones en favor o en contra de los acontecimientos sucedidos en el plano internacional. Algunos de los escritores de la LEAR también militan en el Partido Comunista, por lo que varias de las acciones emprendidas por la Liga coinciden con la agenda política del partido de los comunistas: “el pcm se suma al Nacional Revolucionario bajo la consigna ‘Todos contra el fascismo.’”64 La LEAR tiene vínculos con el gobierno cardenista y actúa como una central corporativa al servicio del proyecto hegemónico. Lo que sucede durante el mandato de Cárdenas es que el campo político se consolida y la lucha por el poder obedece a reglas propias y bien determinadas por las instituciones emanadas del ideario revolucionario. Los agentes en pugna forman parte de grupos o camarillas, cuyo propósito es crear las alianzas más efectivas para acercarse al centro y acumular capital. El campo cultural goza de fuerza y beneficios obtenidos por el gobierno en turno, lo cual tiene consecuencias ambivalentes. Por un lado, le impide su plena autonomía, por otro, le brinda la capacidad de recrearse y ensanchar su campo de acción, permitiéndole participar abiertamente en acciones políticas y tomar el control de las instituciones legitimadoras. En 1936 Huerta, con 22 años de edad, es testigo y crítico, desde el periodismo, de los acontecimientos en España y su militancia política comunista influye en sus posturas. 64

SHERIDAN, Op.Cit., p. 30.

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Participa en los múltiples actos de solidaridad con los escritores exiliados y perseguidos por las fuerzas falangistas. En sus artículos mantiene una postura tajante de apoyo a las fuerzas republicanas y habla mordazmente del avance fascista en Europa, especialmente en Italia y Alemania. En México, el gobierno de Cárdenas se muestra solidario con los exiliados europeos y emprende una serie de proyectos públicos inspirados en el socialismo soviético. El presidente Cárdenas y Huerta coinciden en actos públicos de apoyo a las fuerzas republicanas y de rechazo a la expansión del poder fascista en países europeos. En Europa se libra el debate sobre la función del intelectual frente a la guerra y los conflictos ideológicos. En medio de la discusión entre el deber político de escritores y artistas plásticos subyace el arte mismo y la libertad estética. En México, los creadores se mantienen atentos a esas discusiones y participan de ellas en el propio campo cultural, se enfrentan así los partidarios del arte revolucionario y los opositores al arte como herramienta propagandística o de adoctrinamiento. Artistas y escritores militantes del Partido Comunista propugnan por un arte revolucionario, al servicio del proceso de sublevación proletaria y del adoctrinamiento marxista. Por otro lado, están aquellos que defienden la libertad estética de la obra y del artista; se niegan a creer que el arte deba cumplir una función política. La postura del gobierno soviético frente a los artistas y escritores rusos marca las pautas del debate internacional entre los creadores: Pero los treintas son años cenitales en producción de artes y letras igual de fervorosos y críticos. Contienen el grand finale de las vanguardias; las luchas y deificaciones del propagandismo; el escritor comprometido lleno de laureles en el Kremlin o en la Mutualité y el escritor disidente de escupitajos en el gulag, en Auschwitz o en Saint Cyprien; el apogeo de la propaganda y la publicidad; las querellas sobre la función de las ideas y el papel de los escritores; las corporaciones de intelectuales y la seducción de los “tontos útiles.”65

En el contexto cardenista, lo que en realidad está en juego es la autonomía del campo cultural frente al político. El proyecto creador está en peligro de ser cooptado en su 65

Ibidem, p.12.

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totalidad por el grupo que detenta el poder político; la hegemonía que intenta Cárdenas diluye las fronteras entre los campos. Los miembros del campo cultural se alinean a los intereses del campo político y a las reglas emitidas por la camarilla del centro. La LEAR, por su cercanía al poder y sus intenciones estéticas en favor de una ideología revolucionaria, beneficia la situación de dependencia; los artistas y los escritores, al afiliarse a un ideario de creación comprometido, tienen posibilidades de incursionar con éxito en la pugna por el poder político. En 1936, luego del estallido de la guerra civil en España, múltiples actos de solidaridad con los republicanos españoles exiliados en México son, por ser principalmente escritores los refugiados, presididos por miembros de la LEAR y por Cárdenas o integrantes de su gobierno. En 1937 se lleva a cabo el congreso de la LEAR y se debate sobre la función de los artistas y los escritores frente a los acontecimientos nacionales e internacionales y el papel del arte revolucionario. El gobierno cardenista apoya y favorece la realización de dicho congreso por el papel clave que juegan los artistas en la recepción de los exiliados españoles, de esta forma el gobierno de esta forma se legitima y consolida el discurso socialista del presidente. Huerta es un militante comprometido desde las letras con la causa republicana y el movimiento internacionalista. Miembro activo de la LEAR y de la Juventud Comunista participa de las iniciativas convocadas por la liga de escritores, que en este período coinciden casi en su totalidad con los posicionamientos políticos del PCM. “Huerta y sus camaradas abrazan temprano la idea de que la revolución mexicana es apenas el necesario preámbulo a la Revolución con mayúsculas,”66 por eso intenta que los miembros de su generación y los colaboradores de Taller se acerquen y se afilien tanto a LEAR como al Partido Comunista Mexicano. Sin embargo, algunos escritores, como el caso de Octavio Paz, no sólo no se insertan en la dinámica y en las líneas político-estéticas sugeridas por la liga de artistas revolucionarios, sino que sus posiciones se distancian en mayor medida de las acciones promovidas por los artistas y escritores comprometidos.

66

Ibidem, p. 17.

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Para los comunistas y los miembros de la LEAR queda muy claro cuál es la función que deben llevar a cabo los artistas frente al fascismo. A pesar de esto, no hay homogeneidad entre los escritores mexicanos. La persecución que la URSS y los partidos comunistas europeos emprenden contra los artistas que no someten su producción a los intereses revolucionarios enfrenta a los creadores. Aunque opositores al fascismo, los artistas que se niegan a formar parte de la liga están en contra de las posturas y acciones emanadas del Partido Comunista soviético en torno al arte y a la libertad estética. Los miembros de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, además de su simpatía con al régimen socialista, encuentran en el cardenismo eco para emprender múltiples acciones de solidaridad hacia los combatientes republicanos en España y otras tareas de carácter educativo, donde el receptor es el pueblo de México. En 1937 el PCM participa en los comicios internos del PNR, lo cual trae consecuencias negativas a la autonomía e identidad del partido: “Participó por conducto del partido oficial, con lo que se cerró las posibilidades de construir y desarrollar su propia fuerza electoral, y, lo que es más grave, llegó a perder su independencia política.”67 A pesar de su cercanía con el cardenismo y su intento de adhesión al partido oficial, ciertos sectores del PNR ven con recelo la participación de los comunistas al interior de sus filas y les cierran el paso para evitar que los miembros del PCM consigan puestos administrativos al interior del partido de Estado. El gobierno de Cárdenas goza de buena salud, de alguna manera consigue cierta hegemonía entre los grupos políticos del país. Se materializan demandas sociales, como el reparto agrario, bandera de lucha de los pueblos que se levantan en armas con Emiliano Zapata en el sur del país, lo cual genera confianza en el gobierno y el respaldo de los intelectuales a la figura presidencial. La Guerra Civil Española es otro punto de confluencia entre el discurso oficial y las posturas de los comunistas de México, quienes apoyan la causa republicana y a los combatientes internacionalistas, que, bajo el espíritu soviético, llegan a España para resistir contra el fascismo. México se convierte en un país de exiliados y refugiados europeos y latinoamericanos, quienes arriban al país

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PELÁEZ, Op.Cit.

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huyendo de los regímenes fascistas y dictatoriales, lo cual es posible gracias a las políticas de solidaridad emprendidas por Cárdenas. El discurso socialista de Cárdenas goza de la simpatía de grupos campesinos y estudiantiles, cuyas demandas encuentran respuesta en las políticas puestas en marcha por el general. Con los activistas de izquierda y en especial con los comunistas la relación establecida por el gobierno es de cordialidad, cercanía y hasta de colaboración. Dice Sheridan: “De pronto estos muchachos, que tres años antes eran reprimidos sistemáticamente por la policía, eran activistas patrocinados por el gobierno,”68 lo cual da como resultado la afinidad entre los comunistas y el cardenismo. La presidencia de Cárdenas capitaliza los esfuerzos políticos de varios grupos en favor del proyecto gubernamental, logrando una hegemonía temporal, mientras se posiciona en el imaginario colectivo como un gobierno popular y revolucionario. La coincidencia entre los valores socialistas y ciertas políticas públicas explica el por qué de la cercanía entre facciones de artistas y el gobierno encabezado por el general sucesor del maximato. El reparto agrario emprendido en este período es uno de los aspectos que posicionan a Cárdenas ante la opinión pública como el presidente que cumple con las demandas de la Revolución. En 1940, la relación entre el gobierno y los partidos de izquierda se tensa nuevamente como consecuencia del conflicto electoral que enmarca la sucesión cardenista. La administración logra unificar a las facciones campesinas y obreras en torno a instituciones controladas verticalmente por el presidente de la república: la CROM y la CTM. Al concluir el gobierno del general, el Estado goza de estabilidad política suficiente para ejercer la hegemonía lograda mediante el corporativismo José Revueltas, encarcelado por el gobierno de Cárdenas, ejerce una crítica bastante cruda contra el Estado mexicano. Para el escritor, el gobierno burgués usurpa un discurso ideológico revolucionario, al cual no responde en términos prácticos. La administración reivindica algunas de las demandas más sentidas de los villistas y los zapatistas, pero únicamente de manera superficial y con propósitos legitimadores y populistas: 68

Ibidem, p. 31.

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La Revolución Mexicana no corresponde sino al tipo democrático-burgués de las revoluciones habidas en Europa [...] es una revolución con ideólogos y sin programa ideológico; con caudillos y sin partido de clase; y con una superestructura ideológica y sin una infraestructura económica, o sea, es una revolución burguesa sin industria y sin burguesía. 69

Los gobiernos posteriores a la Revolución en ningún momento dejan de representar y defender los intereses económicos de la clase dominante y del sistema económico capitalista. Revueltas es víctima de una incesante persecución por parte del Estado y del partido comunista, como consecuencia de su crítica en contra del sistema y de sus instituciones. Es importante recalcar este posicionamiento como una visión muy clara y opuesta a la de varios artistas que, desde la década de los veintes, durante la guerra y hasta el cardenismo, se adhieren a una visión estética promovida por el gobierno. La transformación del PNR en el Partido de la Revolución Mexicana, durante el gobierno cardenista, obedece al proyecto corporativista iniciado por el presidente desde su arribo al poder, que consolida la posición política de los cardenistas al interior del campo. El cambio de nombre y de directiva representa un nuevo proyecto nacional de Estado, en el que, estratégicamente, están insertos los sindicalistas de las diferentes centrales obreras y campesinas. Cárdenas fortalece el presidencialismo a través de la corporativización, es elemental, entonces, que el nuevo partido de Estado tenga su marca personal y se guíe bajo las condiciones dictadas por el ejecutivo. El PNR representa al maximato y a los antiguos seguidores de Calles, mientras que el PRM simboliza en su organización y conformación administrativa al cardenismo. Las circunstancias del país se transforman desde 1914 hasta el momento en que Huerta comienza a publicar sus artículos y ejerce con ellos una crítica política y cultural. En la década de los treinta el gobierno de Lázaro Cárdenas es visto por ciertos sectores intelectuales como la conjunción de los ideales revolucionarios y los valores ideológicos socialistas. Sin embargo, el gobierno cardenista no trae consigo cambios radicales en las estructuras de poder, a pesar del fortalecimiento económico de ciertos sectores de la

69

REVUELTAS, Op.Cit., p. 159.

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población; no modifica las relaciones de explotación y más bien sienta las bases para que la hegemonía responda a las necesidades de un Estado capitalista autoritario. Al terminar su gestión, Cárdenas, al exterior de México, mantiene una simpatía personal por los países socialistas; asiste a La Habana, Cuba, para brindar su apoyo al grupo de guerrilleros que toman el poder. Luego acude junto a Castro a bahía de Cochinos para la defensa de La Revolución Cubana en 1961. La administración gubernamental, empero, abandona el sentido socialista, incluso superficial, con el que ha intentado Cárdenas impregnar las instituciones, motivo por el cual el Partido Comunista y otras organizaciones de carácter más radical se distancian de los gobiernos cada vez más alejados de la Revolución, pero que aún se sustentan con el capital simbólico construido en torno a la gesta revolucionaria. Es decir, si bien hay un momento de cierta convergencia entre los marxistas mexicanos y el gobierno, es sólo provisional, además, es objeto de crítica por los pensadores comunistas nacionales e internacionales. En este amplio espectro de acontecimientos nacionales e internacionales se desarrolla la labor literaria y periodística de Efraín Huerta. Hijo de la Revolución, ejerce una crítica precoz y profunda hacia las instituciones y, sobre todo, hacia los hechos que marcan el acontecer del país. Entre el ámbito meramente nacional y los acontecimientos de orden global, la producción crítica de Huerta es, además de sustancial, bastante ilustrativa, ya que da muestra de la cultura política del poeta y el interés que desde joven tiene por los acontecimientos que se gestan en las naciones del mundo. Es fundamental la observación general de la primera mitad del siglo veinte, como el contexto histórico bajo el cual Huerta emprende y consolida su oficio literario y fortalece su postura ideológica, misma que guía su carrera y lo lleva a la militancia activa y a la participación política durante casi toda su vida.

IV.

El pos-cardenismo y la transición democrática

Manuel Ávila Camacho arriba al poder tras un proceso electoral turbio, el presidente Cárdenas pone en marcha una serie de fraudes sistemáticos que dan a Ávila Camacho el triunfo irrefutable en las elecciones contra Mujica. Bajo estas circunstancias, la inconformidad de ciertos sectores obreros y campesinos aumenta, producto de las

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políticas antipopulares del nuevo jefe del ejecutivo, quien, so pretexto de la Segunda Guerra Mundial y de la necesidad del desarrollo económico nacional, frena la inercia en favor de las organizaciones campesinas. El sucesor de Cárdenas interrumpe el reparto agrario y echa mano de la estructura corporativa instalada por su predecesor para controlar la dinámica organizativa de los sindicatos y asociaciones. El Estado, ahora legitimado en el poder, necesita “en función del sindicalismo, aniquilar el espíritu independiente que, desde las últimas décadas del siglo XIX, se ha vertido en gestas y valentías como las ejemplarizadas en Cananea y Río Blanco.”70 El gobierno es el único centro de control político válido para organizar a las masas. El presidencialismo, consolidado mediante la hegemonía corporativa, es ahora aprovechado por Ávila Camacho. La labor de Cárdenas por consolidar el Estado y la figura presidencial rinde los frutos esperados. La figura del ejecutivo es intercambiable, mas no lo que representa la presidencia de la república, ya que desde ahí, se llegue como se llegue, es posible ejercer el control sobre el campo económico y cultural. El centro del poder es representado por el gobierno, que se consolida institucionalmente, por lo que las camarillas aspirantes al poder deben acumular capital para llegar hasta ahí, ya sea en el nivel estatal o federal, siendo la presidencia el objetivo más importante para los agentes que disputan el centro. La etapa en que se encuentra el sistema capitalista aún permite que la estructura de los Estados Nación mantenga el control político y, en gran parte, económico, razón por la cual la conquista de la administración gubernamental significa la consecución del poder. Ávila Camacho se convierte en el detentador del poder político al posicionarse en el centro, ya que así se han gestado hasta el momento las reglas institucionalizadas del campo político. Con ello, una vez en el gobierno, el presidente goza de la libertad de ejercer el poder a su manera; tal como lo hace Cárdenas, los presidentes pueden romper con el grupo que los encumbra y reorganizar las camarillas del campo en su favor. El gobierno y el ejercicio de las políticas públicas dependen de los grupos hegemónicos que promueven sus propias intenciones. De ahí que la presidencia de Ávila Camacho emprenda un proyecto propio y diferenciado al establecido por Cárdenas. 70

MONSIVÁIS, Carlos, Amor perdido, México, Editorial Era, 2005, p.206.

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El ambiente entonces vira hacia el liberalismo económico y las posturas gubernamentales, aunque al parecer se mantienen tolerantes y abiertas con el bloque socialista y los partidos de izquierda mexicanos, se acercan cada vez más a las intenciones expansionistas de Estados Unidos y comienzan una cacería de líderes sociales inconformes. Mediante el control total de los sindicatos obreros y campesinos hay un fortalecimiento institucional que lleva a la consolidación estatal a través del presidencialismo. Allende la situación de inconformidad, que no cesa en el sur del país y otras regiones, el crecimiento económico se beneficia del conflicto bélico mundial y cierta estabilidad se instala en los centros productivos de México. Las clases medias y altas se enorgullecen de ser parte de una transición hacia la democratización institucional. El PMR se transforma en el Partido Revolucionario Institucional, partido oficial que se mantiene en el poder respaldado aún por el discurso revolucionario. La renovación de la dirigencia del partido, ahora PRI, obedece a los propios relevos generacionales que se van sucediendo al interior del campo político mexicano, lo cual también transcurre de manera análoga a las sustituciones de unos proyectos e idearios ideológicos por otros. Es decir que, herederos de los liberales posrevolucionarios, los nuevos políticos que comienzan a formar parte de la administración pública adoptan los discursos de sus antecesores, en tanto capital simbólico, pero cimentan sus objetivos en políticas cada vez más alejadas del paternalismo cardenista. El autoritarismo presidencial se convierte en marca personal de los gobiernos priistas, quienes todavía sustentan un discurso fincado en los valores revolucionarios. Entre los sectores obreros, campesinos, estudiantiles y artísticos, crece el desencanto del proyecto de la Revolución en el gobierno. La Guerra Fría entre la URSS y EUA exige definiciones políticas a los países occidentales, puesto que, superada la disputa contra Alemania, Los Aliados concluyen su estratégica alianza y continúan con sus expectativas macro económicas e ideológicas imperialistas. La repercusión de esta disputa en América Latina se materializa con la intervención incesante de la CIA en países como México para, mediante la cooperación con los gobiernos democráticos,

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vigilar de cerca las posibles insurrecciones de corte marxista que pudieran surgir en el continente. Los gobiernos de México se mantienen al margen, aparentemente, del enfrentamiento ideológico. Sin embargo, la relación económica con los Estados Unidos se hace cada vez más estrecha y la cooperación del gobierno mexicano con agentes de la CIA permite a los estadounidenses vigilar los movimientos sociales centroamericanos y evaluar su peligrosidad. Con el triunfo de la Revolución Cubana, en 1959, el miedo de que en América Latina emerjan grupos guerrilleros comunistas se acrecienta. México se convierte en un aliado fundamental para que los yanquis ejerzan labores de espionaje y persecución política contra grupos de inspiración revolucionaria leninista. Es en el período de Miguel Alemán, en 1947, cuando se funda la Dirección Federal de Seguridad. Los miembros de esta dirección, cuya labor es erradicar a grupos opositores al régimen y brindar información sobre refugiados políticos, mediante las estrategias de inteligencia policiaca, “recibieron cursos especiales en las instalaciones del FBI, en Washington, o en academias policiacas y militares de Estados Unidos.”71 México emprende, desde finales de la década de los cuarenta, una guerra clandestina contra las organizaciones político-sindicales no alineadas al régimen. El autoritarismo unipartidista genera gran malestar entre sectores vulnerables como los campesinos e indígenas, quienes no terminan de ver los “logros de la Revolución” en el período de Cárdenas, cuando las políticas públicas se alejan cada vez más de dicho objetivo. La inconformidad social crece, a pesar del asistencialismo promovido por el Estado y, en estados como Guerrero, surgen células guerrilleras, que son sofocadas por la Brigada Blanca a cargo de la DFS. Otro ejemplo de insurrección es el asalto al cuartel Madera en el estado de Chihuahua, que también es repelido por el ejército y la policía: Cuando ocurrió el ataque a Madera, en el país ya operaban grupos guerrilleros, nacidos de brotes violentos en el campo mexicano. Lucio Cabañas encabeza el

71

RODRÍGUEZ Castañeda, Rafael, El Policía; Perseguía, torturaba, mataba, México, Grijalbo/Proceso, 2015, p. 17.

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partido de los pobres y Genaro Vázquez Rojas la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria.72

La inconformidad entre sectores populares crece considerablemente hasta el momento en que, previo a la masacre de 1968 contra los estudiantes en Tlatelolco, la movilización sindical de sectores urbanos y campesinos en la capital del país se visibiliza ante los ojos del régimen. La respuesta ante las huelgas y manifestaciones de médicos, ferrocarrileros y maestros es autoritaria y violenta. El Estado pretende, mediante el asesinato de líderes, frenar la organización cada vez mayor de los sectores que exigen la reivindicación de sus derechos político-sociales. En el medio rural la consiga continúa siendo el reparto agrario, por lo que comunidades enteras, en coordinación con estudiantes universitarios y trabajadores de distintos ámbitos, recurren a la toma de tierras mediante los asentamientos. La luna de miel revolucionaria termina la noche del 2 de Octubre en la Plaza de Las Tres Culturas; el Ogro Filantrópico73 demuestra que, cual Saturno, es capaz de devorar a sus hijos sin ningún remordimiento. La transición democrática es para los sectores más críticos una farsa que se asemeja más al fascismo y a las dictaduras latinoamericanas. En los años posteriores, el Neoliberalismo entra y se asienta en México bajo la máscara del progreso impulsado por los Estados Unidos. La sociedad mexicana se transforma vertiginosamente; la migración del campo a la ciudad evidencia la preeminencia del medio urbano industrializado sobre el ámbito rural, producto de la visión capitalista que domina en occidente. Las décadas de los sesenta y setenta en México traen consigo cambios acelerados en la dinámica social y política, determinados por la anexión económica al modelo liberal y la aceptación de las políticas recomendadas por EUA, pero también “entre 1971 y 1980 hubo una verdadera explosión de planteamientos críticos en relación con el modelo desarrollista de crecimiento económico y con el sistema autoritario de control

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Ibidem, p.12. Octavio Paz acuña ese término en su ensayo con el mismo nombre, publicado en 1979, en el cual hace una crítica del estado mexicano y a los grupos del campo político nacional. 73

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político.”74 Los años de incertidumbre política quedan atrás, puesto que la consolidación de la democracia mexicana sustentada en el unipartidismo estatal representa el progreso y la alternativa a la barbarie de las dictaduras militares en países de América del Sur. La consigna durante la campaña de Luis Echeverría Álvarez, con la cual se intenta aglutinar a diversos grupos sociales y frenar la inconformidad izquierdista es “Echeverría o fascismo.” Sin embargo, la persecución emprendida desde el gobierno contra los opositores al régimen se asemeja al modus operandi de las juntas militares de Argentina, Chile, Uruguay y Brasil; y, a pesar de la concentración del poder y del autoritarismo disfrazado de modernidad, el discurso oficial aún se nutre de los símbolos revolucionarios de 1910. Durante la década de los sesenta, la serie de inconformidades de sectores como el estudiantil, el ferrocarrilero y el de salud, permite hacer una radiografía del México posrevolucionario. El Estado, luego de varias décadas de incertidumbre e inestabilidad, es una entidad sólida y más poderosa que nunca, debido a su asimilación simbólica en el imaginario colectivo de los mexicanos. Heredero de la Revolución Mexicana, el Estado y sus instituciones se encuentran legitimados y reconocidos por los sectores políticos de la sociedad. A pesar de las inconformidades contra el gobierno y sus prácticas autoritarias y corruptas no hay un cuestionamiento directo de la legitimidad del estado mexicano o del sistema de producción al cual responden las prácticas estatales. Un reducido grupo de pensadores, activistas y células guerrilleras no sólo cuestionan al poder emanado de las instituciones, sino que declaran la guerra contra el sistema de producción capitalista, en el cual se inserta el estado burgués mexicano. Se cristalizan los esfuerzos que gobernantes de las últimas décadas llevan a cabo por convertir al país en una nación democrática institucional. La estabilidad lograda, sobre todo a partir del gobierno cardenista, impide que la mayoría de la población cuestione la legitimidad del discurso ideológico del gobierno y del partido oficial. Las políticas públicas no responden a los intereses ni a las necesidades de los sectores más desprotegidos y vulnerables, como los campesinos, los indígenas o los trabajadores de la 74

MEYER, Lorenzo, “El último decenio” en Historia mínima de México, México, El colegio de México, 2005, p.170.

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ciudad. Sin embargo, la inercia hegemónica del presidencialismo permite que se ejecuten superficiales alianzas con los sindicatos, controlados casi en su totalidad por el Estado y, además, se lleven a cabo políticas públicas de carácter demagógico y populista.

V.

Conclusiones

La Revolución Mexicana representa una inmensa colusión, que provoca un reacomodo de la realidad social del país, puesto que pone en duda los valores que sostienen las jerarquías en el imaginario colectivo, así como las relaciones de explotación entre las clases sociales. A pesar de la complejidad del fenómeno y de la diversidad de sectores que participan, con sus propios discursos y objetivos, es innegable que la revuelta armada gesta una serie de nuevos valores, que durante el siglo XX rigen las relaciones entre los campos político, cultural y económico. De la revolución emanan los discursos que se convierten en el capital simbólico de los políticos con intenciones de mantenerse en el poder, quienes sacan el mayor provecho de la idealización de la guerra, con el fin de consolidar un nuevo campo político. Regido ahora por los antiguos combatientes revolucionarios, el campo se asienta sobre los valores simbólicos de la Revolución y en torno a ellos se desarrolla la lucha por el poder. La peculiaridad del caso mexicano permite observar que el campo político, nacido en los años subsecuentes al levantamiento armado, no llega a consolidarse hasta ya entrado el siglo XX. El tránsito hacia la institucionalización permite que el campo adquiera y obedezca a nuevas reglas, cada vez más distanciadas de los procedimientos bélicos de los caudillos para obtener el mando del gobierno. El ejercicio de la violencia nunca deja de ser una forma procurada por los agentes dentro del campo para solucionar sus conflictos y conseguir sus objetivos políticos. De hecho, la violencia, a pesar de que pasa a la esfera de la ilegalidad, una vez aparecidas las instituciones posrevolucionarias, es asimilada como alternativa dentro del imaginario colectivo y, por muchos años, desde el centro a la periferia, se ejerce una especie de violencia legítima. De ahí que la aparente democratización del país sea ejecutada por la fuerza, cuando así los intereses de los grupos en el poder lo requieren. La llegada al centro del

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campo, durante los primeros treinta años, obliga a un individuo a ejercer violencia a traición contra los agentes de su misma camarilla, con el fin de generar un reacomodo de los grupos. La sucesión presidencial es el más claro ejemplo de cómo los asesinatos, los secuestros y los destierros son los métodos utilizados con eficacia para ejercer el poder y mantenerse en el centro; Obregón es el último presidente asesinado, pero el fin de Calles, menos sangriento, no deja de ser una forma poco institucional de ruptura. El corporativismo es una estrategia de filtro y acceso a las posiciones políticas dentro del campo; el liderazgo sindical de las centrales obreras y campesinas representa un método de legitimación ante el centro, los agentes en dichos puestos tienen a su alcance las posibilidades institucionales de acrecentar su capital ocupar luego posiciones más privilegiadas. Las relaciones establecidas entre los agentes de un campo, cualquiera que sea su posición dentro de éste, representan un capital importante; mediante la cercanía personal los grupos y camarillas consolidan su capital y pugnan con mayor fuerza. El centro en el México posrevolucionario es la presidencia de la república, consolidada concreta y simbólicamente por Lázaro Cárdenas, como el espacio de control y el ejercicio del mando. El gobierno, entonces, es el objetivo más importante de los agentes y sus grupos, debido a que la centralización administrativa, legitimada por la Revolución, es inapelable. Por ende, la inserción de un individuo en la lucha implica participación en las instituciones del Estado para acercarse al centro. Los políticos, al inicio, son los antiguos caudillos, mas luego son los hijos de éstos o las nuevas generaciones, formadas en las instituciones educativas públicas y estatales. La universidad, reproductora de los valores hegemónicos, privilegia la formación de un habitus capaz de asimilar la lucha por el capital dentro de los campos. La movilidad social, permitida por la Revolución, abre las puertas al campo político a agentes que, bajo condiciones diferentes, hubieran permanecido en la marginalidad. Campesinos y obreros ascienden al grado de generales durante la lucha armada, para luego convertirse en los políticos detentadores del poder. Una vez que la transición democrática adquiere fuerza, respaldada por las instituciones, los sindicatos, las centrales obreras y campesinas se convierten en las vías legítimas para acceder al

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gobierno, permitiendo con ello el asenso de actores de cualquier origen social, siempre y cuando se adhirieran a los grupos dominantes y establezcan alianzas. Las clases sociales y la relación entre ellas no sufren cambios sustanciales, lo que la Revolución provoca es que nuevos actores tengan acceso a la pugna, mas no que se destruya el sistema en el cual están insertos los campos. El proceso revolucionario propicia que los agentes sean sustituidos por otros en los diversos campos socioculturales. La crítica de Revueltas va en ese sentido, ya que no considera que la Revolución haya transformado las sólidas estructuras del sistema de explotación, pues sólo hay un relevo generacional violento, en el que nuevos grupos dentro recurren a la violencia para ingresar a la lucha por el poder. El Estado y la nación emergente se desarrollan sobre nuevos valores simbólicos, los discursos se transforman e incluso la superficialidad de las políticas públicas adquiere un rostro favorecedor para las clases bajas. Aun así, los agentes, ahora encumbrados en el centro del campo político, nunca piensan en alterar el orden subterráneo del sistema. Por ser una lucha armada la que permite que se alteren las reglas del campo político y económico, es natural que los generales triunfadores en las batallas se coronen como los legítimos gobernantes. Los gobernantes son quienes controlan las instituciones de todo ámbito, ya sea cultural o económico, motivo por el cual los otros campos están supeditados, en este contexto, al campo político. Las secretarías de gobierno son las gratificaciones con las cuales el ejecutivo premia a los miembros de su camarilla o copta a posibles detractores; los puestos de cultura no siempre son ocupados por artistas o gestores culturales, sino por antiguos líderes revolucionarios. Es entonces, ante la incapacidad de los generales de administrar la cultura, que se hace necesario incorporar a escritores y artistas al campo político como directores y árbitros de las instituciones educativas. El campo cultural mantiene una relación heterónoma con el campo político, ya que los artistas y escritores ocupan algunas secretarías en la administración pública para los fines hegemónicos del naciente Estado. Los ideales de la Revolución son las temáticas que los artistas deben reflejar en sus obras y, aunque no todos se someten a esas líneas estéticas, esto permite que los grupos de pintores, músicos, escritores y

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ensayistas dependan económicamente de los ingresos otorgados por el gobierno. De igual manera, la publicación de revistas y libros, en su gran mayoría, recibe el apoyo de la Secretaria de Educación Pública. Los artistas, en esta dinámica, participan plenamente en el campo político y se legitiman a través de su producción artística prorevolucionaria. La movilidad de agentes entre uno y otro campo es evidente, puesto que los miembros del campo cultural intervienen sin mayor problema dentro del campo político. No quedan muy bien definidas las fronteras entre uno y otro espacio de pugna, debido a que la participación en el ámbito cultural y la consagración por esa vía, la mayoría de las veces, depende del posicionamiento del artista-escritor frente al Estado y sus representantes. Es decir, el proyecto creador está sujeto a las reglas del campo político, por razones obvias de condicionamientos estéticos y económicos impuestos por las instituciones. Los árbitros culturales, universidades e institutos, son financiados por el Estado, quien emite las reglas para dichos ámbitos y, por ende, la consagración de los productos culturales y de sus creadores está a expensas de la aprobación y legitimación de los agentes políticos. Conforme cambian los agentes dentro del campo político, las relaciones con el campo cultural se hacen más o menos estrechas, con mayor o menor cordialidad. Los escritores y artistas se adhieren a ciertos grupos, porque de esa manera resulta más sencillo participar en la vida cultural de México; las instituciones de educación media superior y superior son los espacios donde los jóvenes se insertan en grupos o camarillas, a partir de las afinidades psicológicas que comparten con sus contemporáneos. Es en la Universidad Nacional y en la Escuela Nacional preparatoria donde coinciden los futuros políticos y artistas; es ahí donde se tejen las redes que benefician a los agentes en su búsqueda de poder. La autonomía del campo cultural es obstaculizada por las características propias del campo económico y político luego de la Revolución. A pesar de que el campo intelectual y literario está inmerso en el campo económico, la autonomía y el funcionamiento entre uno y otro permiten que pueda gestarse la pugna al interior de cada espacio sin la intervención de agentes externos. Sin embargo, en México no quedan muy

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bien delineadas las fronteras y reglas que separan y limitan la participación de los agentes de uno y otro campo, producto de la hegemonía “revolucionaria” del Estado, que intenta el control de todas las instituciones y ámbitos de la vida nacional. Es el gobierno quien ejerce el poder de manera vertical, atravesando los campos funcionales en la sociedad mexicana. A través del financiamiento a las instituciones culturales, se garantiza que los artistas colaboren en la administración pública. Bourdieu explica que la autonomía del campo literario francés se logra a partir de la independencia económica de los productores culturales frente a los poderes políticos, a raíz de la mercantilización de las obras de arte. En México, tal independencia no existe, a razón de que es el Estado quien, en el centro del poder político, controla la producción y comercialización de los bienes artísticos; emplea a los artistas y escritores en la administración de las instituciones educativas y culturales; financia los proyectos editoriales y permite o evita el ascenso de los artistas en el campo político. El campo cultural mexicano consolida sus reglas y, aunque la autonomía no es una de sus características, es capaz de adaptar su naturaleza interna a las exigencias del poder.

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CAPÍTULO III APROXIMACIÓN A LOS TEXTOS PERIODÍSTICOS DE EFRAÍN HUERTA Y de pronto cuando la guerra se hace más detestable, del bochornoso fondo de las trincheras, con aullidos y relámpagos de obuses, una voz, una voz que ya habíamos oído nos llega en tonos de amor, al modo de nostalgia y desgarramiento, ansiada paz y libertad creciendo[…] Efraín Huerta

I.

Introducción

En este apartado se realiza un acercamiento a algunos de los trabajos de Efraín Huerta publicados en el período de 1936 a 1940. Los textos se seleccionan bajo un criterio temático, ya que coinciden en que el escritor aborda la situación política en el plano nacional e internacional, llevando a cabo una crítica sobre la Guerra Civil Española y los acontecimientos de carácter local que considera relevantes para su ejercicio periodístico. Los trabajos realizados por Huerta se enmarcan en el contexto de los años previos a la Segunda Guerra Mundial, la consolidación del presidencialismo institucionalizado por Lázaro Cárdenas, la expansión ideológica de las ideas soviéticas, así como la amenaza del fascismo por invadir las naciones europeas. La publicación de sus escritos en medios de divulgación obedece a intenciones políticas, motivo por el cual el estudio de sus textos permite conocer cómo discursivamente se configura una postura ideológica y cómo ello responde a una necesidad de incidir en el campo político: Ni siquiera la más "pura" intención artística escapa completamente de la sociología, ya que, como se ha visto, puede integrarse gracias a un tipo particular de condiciones históricas y sociales, y también porque se ve obligada a referirse a la verdad objetiva que le remite el campo intelectual.75

75

BOURDIEU, Pierre, Campo de poder […], p.20.

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Efraín Huerta, poeta y periodista, participa activamente en la vida política del país. Un escritor que intenta incidir en el campo político es un agente que subvierte la parcelación de los campos y sus propias reglas: “Todo acto cultural, creación o consumo, encierra la afirmación implícita del derecho de expresarse legítimamente, y por ello compromete la posición del sujeto en el campo intelectual y el tipo de legitimidad que se atribuye.”76 El ejercicio literario, conjugado al desarrollo de la vida política en la ciudad de México, dota a los escritores de la legitimidad para participar en el ámbito político. Huerta, como la mayoría de los miembros de su generación, es un poeta y periodista que no sólo se legitima desde las letras y el campo literario, sino que intenta que el ejercicio periodístico, más en específico, cumpla con funciones prácticas en la sociedad:

El periodismo general […] no sólo trata de satisfacer las necesidades (de una cierta categoría) de su público sino que se esfuerza por crear y desarrollar estas necesidades y de estimular, en un cierto sentido, a su público y de aumentarlo progresivamente.77

Existe una clara intención de Huerta por persuadir al lector y consolidar una postura política frente a los acontecimientos locales e internacionales. La intencionalidad del periodismo de Huerta interesa por los objetivos políticos y estéticos que persigue. Cuando Huerta hace una crítica al fascismo europeo y a los poetas mexicanos que, por una razón u otra, no emiten posicionamientos claros que los distancien del fascismo, el escritor pretende que sus opiniones impacten en el campo literario y político. Su postura actúa en dos sentidos, tanto en el ideológico como en el estético, puesto que para Huerta es indisoluble el divorcio entre el ejercicio poético y el político. Uno de los temas recurrentes en sus ensayos es precisamente la crítica hacia la literatura no comprometida y carente de definiciones políticas, lo cual no quiere decir que Huerta le apueste a una poesía meramente panfletaria. Al ser consciente de los alcances de su trabajo periodístico, Huerta cumple con la función del intelectual. Dice Gramsci: “Todos 76 77

Ibidem, p.33. GRAMSCI, Antonio, Cuadernos de la cárcel […], p. 144.

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los hombres participan de una concepción del mundo, observa[n] una consecuente línea de conducta moral y, por consiguiente, contribuye[n] a mantener o a modificar un concepto universal, a suscitar nuevas ideas.”78 Para el escritor, el periodismo representa el medio para incidir en la opinión pública y para que sus ideas lleguen a mayor número de lectores. La materialidad de los textos, que de por sí no están aislados de la realidad en que se crean, se vincula directamente con el contexto histórico, puesto que el escritor tiene por objetivo reflexionar sobre los acontecimientos de su tiempo y participar de la construcción política de su entorno: “Un pensador participa de su sociedad y de su época, en primer término, por el inconsciente cultural que debe a sus aprendizajes intelectuales y muy particularmente a su formación escolar.”79 Los acontecimientos de los cuales hablan los ensayos están mediados por la ideología del autor y es evidente que los posicionamientos políticos buscan la persuasión de los lectores hacia sus creencias estéticas y políticas. Es importante, entonces, reconocer cuál es el espectro político en el que se circundan las opiniones expresadas sobre el acontecer nacional e internacional. Sobre todo este trabajo busca encontrar en los textos la forma en que se configura el quehacer político del escritor y la manera en que el trabajo periodístico cumple con funciones inherentes a la ideología de Huerta. Se relacionan las afirmaciones hechas por el poeta en los ensayos con los elementos extraliterarios que sustentan la construcción de sus argumentos. Al ser el periodismo una plataforma desde la cual el intelectual, cuya función es precisamente la modificación de la opinión pública en torno a valores hegemónicos, es un terreno fértil para el análisis. Quizá no sea posible rastrear hasta qué punto logran los medios de comunicación el propósito de difundir y consolidar el consenso buscado por el poder, sin embargo, sí es posible reconocer en los textos periodísticos, por ejemplo, cuáles objetivos persiguen y cuál es la ideología que media la opinión de un columnista. En este caso, Huerta, de filiación marxista, actúa conforme a los valores que en ese momento son propios del Partido Comunista y de las células políticas de izquierda, por 78 79

GRAMSCI, Antonio, La formación […], p. 26. BOURDIEU, Campo de poder […], p.47.

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ello sus ensayos están impregnados del discurso comunista mexicano de la época, lo cual también es resultado de las circunstancias históricas del momento: Quizá una forma de imaginar el aspecto crítico de la génesis estética sea considerar al texto como un campo dinámico, en lugar de como un bloque estático, de palabras. Este campo cuenta con un determinado rango de referencia, un sistema de tentáculos parcialmente potencial y parcialmente real: hacia el autor, hacia el lector, hacia una situación histórica, hacia otros textos, hacia el pasado y el presente.80

Con base en la interpretación contextual de los trabajos periodísticos de Huerta es que se realizan conjeturas sobre la intencionalidad política y la función intelectual ligada a los valores ideológicos de determinados grupos.

I.

Cinco textos antifascistas

En 1936 Efraín Huerta inicia profesionalmente su carrera de periodista al publicar en El diario del sureste “Esquema del fascismo.”81 A partir de entonces, en sus publicaciones en El Nacional y, posteriormente, en El popular, Huerta configura una realidad mexicana e internacional mediada por su experiencia y postura política. Convergen, entre 1936 y 1940, diversas situaciones político-sociales que no le son ajenas, se nutre de ellas para emitir periódicamente sus posiciones estéticas y políticas. Interesa la forma en que el poeta incursiona en el periodismo con objetivos ideológicos y utiliza el lenguaje, a veces abundantemente metafórico, para sustentar ciertas convicciones. Tanto El Nacional como El diario del sureste son periódicos oficialistas, es decir, obedecen a los intereses del gobierno. Con el propósito de difundir las ideas de la revolución hecha gobierno, se funda El Nacional como órgano del Partido Nacional Revolucionario, mas luego pasa a ser parte de la estructura del Estado: “Los intelectuales son los empleados del grupo dominante a quienes se les encomienda las tareas subalternas en la hegemonía

80 81

SAID, Edward W., El mundo […], p. 215. HUERTA-Nava, Efraín Huerta, Palabra frente […] Op.Cit.

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social y en el gobierno político.”82 Por esta razón, la participación de miembros del campo intelectual en el aparato gubernamental de prensa resulta útil para la administración cardenista. Coincide este período seleccionado con el gobierno de Lázaro Cárdenas y también con el estallido de la Guerra Civil Española. Ambos acontecimientos son claves en el ejercicio periodístico de Huerta, ya que son dispositivos en los cuales participa el poeta y que, sobre todo en el caso de la Guerra Civil Española, constituyen hilos temáticos específicos. No es fortuito que el primer artículo publicado se titule “Esquema del fascismo”, pues la postura de Huerta crea en sí misma un discurso determinado sobre el levantamiento franquista en Marruecos, que a su vez se circunscribe en un discurso ideológico mucho más amplio y complejo. Por lo tanto, se analizan los artículos en torno a la emisión de argumentos, cuya intencionalidad tiene el fin de sustentar una serie de símbolos culturales e incidir en la opinión de los lectores: El modo de ser del nuevo intelectual no puede consistir ya en la elocuencia como motor externo y momentáneo de afectos y pasiones, sino en enlazarse activamente en la vida práctica como constructor, organizador y persuasor constante.83

“Esquema del fascismo” y “Los días y las noches de Yucatán”84 están fechados en octubre de 1936, ambos textos escritos en la ciudad de Mérida, a donde Huerta acude con motivo de la celebración, en septiembre, del Congreso Nacional de Estudiantes.85 “Las razones de una actitud”86, “Mentalidad poética fachista”87 y “Poesía siniestra y mala”88, textos fechados en marzo de 1937, son escritos en la ciudad de México y publicados, al igual que los dos anteriores, en Diario del Sureste. Los textos nacen en la época del activismo más enérgico de Huerta, en el que la Guerra Civil Española exalta la solidaridad de diversos sectores sociales. La juventud del escritor y la activa militancia 82

GRAMSCI, La formación […] Op.Cit., p. 30. Ibidem, p.27. 84 HUERTA-Nava, Canción del Alba […] Op.Cit. 85 La Juventud Comunista de México y las Juventudes Socialistas Unificadas de México (JSUM) convocan al congreso y Huerta acude como militante de la JCM. SHERIDAN, Guillermo, Octavio Paz en Yucatán, México, Letras Libres, 2001. 86 HUERTA-Nava, Palabra frente al cielo […] Op.Cit. 87 Idem. 88 Idem. 83

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en la célula juvenil del PCM dotan a los textos de una fogosa textura discursiva, pues, motivado por sus creencias políticas y producto de los sucesos en Europa, la pasión se ve desbordada por su afán de lograr que, desde el periodismo, sus palabras impacten en la realidad. Los cinco textos se escogen por una temática y tono similar, cuyo objetivo es la exposición de una postura antifascista. Los periódicos en que circulan los artículos de Huerta tienen el propósito de difundir las posturas oficiales del régimen cardenista, dado que es el gobierno federal quien financia y promociona la distribución de estos periódicos: “Toda obra intelectual o cultural se produce en algún lugar, en algún momento, en un territorio delimitable y cartografiado con exactitud, el cual está a su vez contenido en el Estado.”89 El intento de hegemonía de Cárdenas permite no sólo el financiamiento de la prensa oficial, sino la participación de miembros del campo intelectual en los periódicos del Estado, pues “La formación nacional unitaria de una conciencia colectiva homogénea demanda condiciones e iniciativas múltiples; la difusión de un modo de pensar por un centro homogéneo es la condición principal.”90 Lo anterior exige varias interrogaciones, acerca del rol que juegan los posicionamientos de Huerta en ese momento para la administración de Cárdenas. La coincidencia política entre algunos escritores, también miembros del Partido Comunista y de la administración, permite que trabajos de autores como Huerta sean aceptados en la prensa oficial; el Estado se aprovecha de los posicionamientos políticos de múltiples agentes para legitimar su discurso hegemónico. De lo contrario, como en otros períodos presidenciales, quizá la relación sería ríspida o la administración jugaría otro rol frente a los intelectuales de izquierda. El antifascismo, por poner un ejemplo, es un elemento muy presente en el discurso cardenista, de ahí que los intelectuales participen de las acciones promovidas por el gobierno y estén estrechamente vinculadas a sus posiciones: La mente individual se inscribe y es muy consciente del todo colectivo, del contexto o la situación en la que se encuentra.”[…] “La conciencia individual no es simple y

89 90

SAID, Op.Cit., p.231. GRAMSCI, Cuadernos de la cárcel […] Op.Cit., p.153.

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naturalmente una mera hija de la cultura, sino un factor histórico y social dentro de ella.91

Los textos, como productos culturales, no están aislados del contexto en que se gestan, sino que responden a las condiciones históricas en que se encuentra inmerso su creador. La posición del sujeto creador dentro de la lucha por el poder al interior del campo intelectual y político es clave, ya que su producción intelectual guarda los matices de dichos objetivos, aunque no sea de manera explícita: Ciertamente la obra literaria individual existe hasta un extremo considerable en virtud de sus estructuras formales, y se articula por medio de energía formal, intención, capacidad o voluntad. Pero no existe solo gracias a estas cosas, ni se puede aprehender y comprender sólo formalmente.92

Al hablar de posiciones ideológicas, luego del acercamiento a los textos, también es posible deliberar acerca de cómo el escritor se posiciona como un intelectual orgánico dentro de la hegemonía cardenista-revolucionaria o, por el contrario, su intelectualidad no alcanza a funcionar de dicha manera y tan sólo hay un traslado subversivo del campo intelectual al político, con la intención de ejercer influencia en la serie de pugnas al interior de este último.

II.

Las razones de una actitud antifascista

Huerta inaugura su carrera periodística con una sátira contra el fascismo y sus principales representantes en Europa. “Esquema del fascismo” es un artículo corto, en el que las categorizaciones creadas por el autor oponen dos ideas principales. Por un lado, coloca a los fascistas y sus defensores en México y, por el otro, son, apenas mencionados, dos personajes de la época, opositores claros del nacionalsocialismo. Huerta arremete contra las teorías que enarbola el fascismo alemán e italiano: “más absurdas: que si la sangre aria, que si los judíos.”93 El poeta hace referencia a Jesse Owens y a cómo sus triunfos en las Olimpiadas de Berlín derrumban los argumentos de 91

SAID, op.cit., p.29. Ibidem, p. 229. 93 HUERTA-Nava, Palabra […] Op.Cit., p. 17. 92

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superioridad racial promulgados por Hitler; argumenta contra el Estado fascista y contra el autoritarismo e irracionalidad que llevan al partido Nazi al poder en Alemania: ¡Ahí dominan las botas y los fuetes de los guardias de asalto, los demagogos bien cebados y los intelectuales mejor domesticados! ¡Dominan los mismos grandes capitalistas que ayudaron al Partido Nazi a escalar el poder!94

Denuncia la permanencia en la cárcel de Ernest Thaelmann, miembro del Partido Comunista Alemán, encarcelado por Hitler cuando los nazis arriban al poder apoyados por los intereses de la clase dominante. El Estado alemán, dice Huerta, habla de los intereses de la nación como legítimo argumento de ejecución de las teorías fascistas, cuando en realidad son los intereses de la burguesía. Para el autor, la negación de la lucha de clases en el seno de las naciones fascistas, cuyo objetivo es demostrar la unidad nacional, sólo reafirma que ese interés superior no es otro que el de los capitalistas: “El Estado impide la lucha. Prohíbe la huelga. Desarma y aplasta a la clase trabajadora,”95 dice Huerta, mientras desentraña los verdaderos propósitos económicos del régimen fascista, que no son otros que el de preservar al capitalismo como sistema de producción y, además, contener a la clase trabajadora con base en el idílico paisaje de la nación como ideal supremo: “Nada menos que el “destino nacional” por encima de los intereses de los individuos y clases.”96 El breve ensayo sobre el Estado fascista enfoca su crítica en cómo la negación de la existencia de los intereses individuales o de la clase trabajadora, en razón del interés nacional, oculta tras de sí el único intento de la clase dominante por mantener el poder y, además, sofocar desde el discurso nacionalista la lucha de los trabajadores: A nadie escapa, a nadie que no sea un cretino, que en tal caso el Estado no es más que la fuerza organizada de la clase dominante. Que el interés nacional es idéntico al interés de los grandes señores de la banca.97

94

Ibidem, p. 18. Idem. 96 Ibidem, p. 19. 97 Ibidem, p. 18. 95

77

No duda Huerta en realizar adjetivaciones categóricas contra los fascistas. Los “grandes asesinos y demagogos internacionales”98 son vituperados en los cinco artículos seleccionados. No sólo el ataque y la crítica se dirigen hacia los constantemente señalados Hitler, Mussolini y Franco, sino que también alcanza a los “voceros del nacionalsocialismo y el Estado fascista,”99 como llama el autor a los férreos defensores en México de las teorías nazis. Centra su atención, por ejemplo, en los intelectuales nacionales y extranjeros puestos al servicio del fascismo internacional, por lo que Huerta arremete duramente contra los artistas y escritores que no comulgan ideológicamente con las facciones de izquierda. Se libra, durante esos años en México, el debate sobre el compromiso político del arte y la literatura; la postura de Huerta respalda claramente la de la LEAR, la cual pugna por un arte revolucionario: “Los hombres cultivados de una época determinada pueden estar en desacuerdo sobre los objetos en torno a los cuales disputan, pero al menos están de acuerdo en disputar en torno a los mismos objetos.”100 Los artículos “Poesía siniestra y mala” y “Mentalidad poética fachista” exponen no sólo su argumentación en favor de una literatura revolucionaria, sino que contienen una fuerte crítica contra los intelectuales y artistas que se oponen a que el arte cumpla funciones políticas. Para Huerta, todo aquel opuesto a un arte revolucionario y un arte comprometido con la lucha de clases y el ideario comunista le vale la adjetivación de fascista y el sobrecargado vilipendio: “Los intelectuales tibios, los aficionados a la literatura y los poetas indiferentes, mansos, sumisos o simplemente aletargados.”101 “Poseía ‘siniestra’ y ‘mala’” es una defensa contra las críticas y argumentos que los opositores a la literatura de compromiso hacen en medios de comunicación y en encuentros literarios. Huerta ironiza con los adjetivos con que sus detractores hablan de la poesía revolucionaria y los utiliza para mofarse y desbaratar los argumentos contra el arte comprometido:

98

Ibidem, p. 18. Idem. 100 BOURDIEU, Campo de poder […] Op.Cit., p. 46. 101 HUERTA-NAVA, Palabra […] Op.Cit., p. 37. 99

78

Ignoran –se hacen los ignorantes- que la ruindad, la maldad, lo criminal se encuentra precisamente en la entraña de las obras que defienden con tanta pasión vertiginosa […] preferimos lo “siniestro” y lo “malo” como bases esenciales para la poesía.102

El poeta guanajuatense refuta el argumento de que la poesía revolucionaria cumple con una función meramente panfletaria y adoctrinadora; cree que la concepción esteticista de los creadores se opone a una poesía sensible al acontecer histórico. La defensa de la literatura comprometida radica en que no necesariamente los motivos de las creaciones son apologías de los idearios políticos, sino que la sensibilidad por el acontecer social debiera dar como resultado una poesía más cercana a las necesidades espirituales del momento: “Ahora los vemos […] desoyendo conflictos, incapacitados para abordar los vibrantes temas varoniles que urgen en esta hora del mundo.”103 El poeta argumenta contra aquellos que, atacando la poesía comprometida, propugnan por la plena autonomía del arte respecto a la política. Huerta crea oposiciones semánticas entre los poetas “que no son de este universo”104, “refugiados en su marfilina torre”, y aquellos comprometidos políticamente con los refugiados de guerra europeos y la lucha antifascista. El debate toca la esfera política y estética, puesto que en las fronteras entre uno y otro ámbito es donde radica la disputa entre las dos posturas. La defenestración de los artistas e intelectuales no adheridos a los esquemas de creación en el régimen soviético, provoca la crítica, el distanciamiento y la indignación de creadores de todo el mundo. Sin embargo, la alineación política de los partidos comunistas de los países europeos y latinoamericanos a la dirección del Partido Comunista Ruso evita las posturas críticas de los intelectuales comunistas, ya que eso trae consigo el ostracismo y la expulsión. Impera un posicionamiento maniqueo desde el cual el debate crítico sobre las políticas soviéticas respecto al arte no es admitido. Por el contrario, las posturas renuentes al

102

Idem. Ibidem, p.38. 104 Ibidem, p.37. 103

79

condicionamiento del arte a la revolución como instrumento de propaganda, son llamadas fascistas y severamente juzgadas por el comunismo partidista. Al interior de la Unión Soviética, Joseph Stalin emprende una cacería contra sus antiguos aliados, muchos de ellos activos durante la Revolución de octubre y cercanos a Lenin. Con el propósito de sofocar cualquier intento , que ponga en riesgo su posición como secretario general del comité central y bajo la consigna de unidad contra el fascismo, Stalin fortalece la centralización política del comunismo internacional. Los posicionamientos de la URSS, como referente mundial del socialismo real, son adoptados por los militantes comunistas en todo el mundo, a riesgo de ser calificados como fascistas y traidores si ponen en duda el actuar del Komitern. De ahí que artistas destacados de todo el mundo son repudiados por cuestionar el modo en que Stalin coloca al arte al servicio de sus propios intereses megalómanos. El debate entre los miembros del campo artístico mexicano gira en torno a la negación o defensa de los lineamientos políticos emanados del quehacer político soviético. Puede decirse que el estalinismo aprovecha la amenaza creciente del fascismo para construir un enemigo común, con el propósito de mantener la unidad entre sus filas. Huerta, miembro activo de la LEAR, y comprometido en lo más profundo con la lucha antifascista, no se queda fuera del debate. Constantemente es uno de los temas tratados en sus artículos de prensa, trinchera desde donde se dedica a denunciar a los promocionadores del fascismo internacional y a mofarse de los escritores e intelectuales mexicanos carentes de compromiso político: Los poetas que se autotitulan “decadentes” son el lastre más pesado y necio que tiene la poesía que se escribe en México; los intelectuales que los defienden como la habilidad que les proporciona su mentalidad francamente fascista fueron los causantes de la pasada desorientación y son ahora el obstáculo [...] para llegar a la consecución de un arte que tenga una conexión con el mundo existente y sus problemas. 105

105

Ibidem, p.39.

80

El escritor subraya el alejamiento de los poetas no comprometidos de la tangibilidad del mundo, al no dedicar su arte a lo que él llama los temas “urgentes de la hora del mundo”. Describe a estos artistas y escritores como una especie de alienados, a los cuales parece no importarles la realidad, únicamente ocupados en producir un arte, dice Huerta, “lindo y fácil”, por tratar temas considerados poco importantes para él. Es claro que argumenta por la necesidad de una poesía revolucionaria y de escritores comprometidos desde su quehacer literario e igualmente activos en la militancia política. La discursividad de Huerta obedece en gran medida a las circunstancias de la época, ya que su radical postura y crítica contra el esteticismo de algunos de sus contemporáneos es una consigna muy fuerte del comunismo partidista, que acata los resolutivos del VII Congreso de la Internacional Comunista,106 Entre los acuerdos tomados en Moscú en 1935 destaca la promoción de la unidad antifascista y la organicidad de las células comunistas de todo el mundo. Bien conocida es la pugna de Huerta con los miembros de Los contemporáneos, a quienes interpela sobre su distanciamiento político y dedica múltiples ensayos en los que su argumentación maniquea no se deja esperar. Jorge Cuesta acude en una ocasión a hablar con el guanajuatense y éste deja de atacarlos con tanta fuerza. La recurrencia temática habla de su especial interés por persuadir a la opinión pública y por usar la trinchera periodística en pos de sus ideas políticas. Al inicio de 1937 llega Liev Trotsky a México como refugiado político; es recibido por Diego Rivera en su casa de Coyoacán, lo cual, para los miembros del partido, representa una injuria contra la gran Revolución y la URSS. La organicidad de los partidos comunistas, centralizada en el komitern, rinde frutos, ya que pocos se atreven a cuestionar si el ostracismo contra Trotsky cumple sólo con el propósito de centralizar el poder soviético en la figura de Stalin. Los militantes del partido, Huerta entre ellos, cierran filas en torno a las disposiciones del partido y aborrecen la presencia de Trotsky en el país, pues asumen que encarna al enemigo interno del comunismo mundial. “Mentalidad poética fachista” es un artículo, fechado en febrero de 1937, cuyo principal objetivo es el vituperio contra Rafael Solana. Huerta y Solana se atacan 106

Cfr. PCE, Comité Central, Historia del Partido Comunista de España, Éditions Sociales, Paris, 1960.

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mutuamente, a través de artículos de prensa, donde la disputa radica en los argumentos que cada uno sostiene respecto al arte comprometido. En “La embriaguez y el sueño” Solana cuestiona el valor de la poética nacida por la obligación de un itinerario político: “proponía que la política era otro motivo de embriaguez.”107 Huerta, sintiéndose agraviado, arremete contra Solana, a quien llama “nazi” porque no comparte su idea acerca de una literatura revolucionaria. En sus artículos, lo que Solana critica es la “subordinación a las consignas de un partido”108, pero es un momento bastante acalorado el que se vive en México por la llegada de Trotsky, lo cual radicaliza los posicionamientos de los comunistas, tornando aún más irracional el debate entre ambas posturas. El tono de Huerta demuestra enfado por los argumentos de Solana contra la poesía revolucionaria; le ofende que quien emite esas duras críticas contra lo que cree fielmente es un amigo, colaborador y compañero de Taller. Le reclama, por ejemplo, que “no hace apenas un mes lanzaba [Solana] los más furibundos ataques a los reaccionarios, a Franco el Africano, a Mussolini y demás bárbaros invasores de España,”109 como si de facto Solana, por su crítica hacia la creación dependiente de las causas políticas, se convirtiera en fascista; lo llama “Nazi” y aprovecha para lanzar una ofensiva contra Diego Rivera quien, por alojar a Trotsky, no es perdonado por los comunistas más ortodoxos. En ese momento, más allá de una postura crítica, los miembros del PCM asumen los argumentos venidos desde Rusia para atacar sin escrúpulos al principal colaborador de Lenin: Diego Rivera, Salazar Mallén, Islas García […] habiendo militado un tiempo en las filas revolucionarias, torcieron la ruta y se han convertido, uno en ángel guardián del muñequito Trotsky; otro, en apologista de los obuses italianos y el tercero en católico... Solana, por lo pronto, se ha declarado, […] un poco nazi.110

107

SHERIDAN, Guillermo, Aurora Roja […] Op.Cit., p.154. Idem. 109 HUERTA-Nava, Palabra […] Op.Cit., p.28. 110 Ibidem, p. 29. 108

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La lucha en el campo literario está mediada por las alianzas que establece cada uno de los agentes con los miembros de otros campos. La LEAR tiene gran fuerza y en ella se agrupan artistas y escritores frente a una causa política común, que encierra en sí misma también una causa estética, lo cual mantiene los lazos de cercanía y colaboración entre los productores de bienes culturales de la época. La movilidad de los miembros del campo político, como consecuencia de sus posturas ideológicas, trae consigo cambios importantes al interior del campo cultural; la ausencia de autonomía estimula la influencia entre ambos espacios, los agentes forman redes de colaboración con quienes comparten una visión de mundo, sin importar si son pertenecen a otro campo. En el caso mexicano, las coincidencias poéticas no son la única razón que reúne o distancia a los escritores en torno a una revista, un libro o un congreso, sino que también, y en ocasiones con mayor fuerza, están los matices que definen la convicción política de unos y otros. Para los artistas, miembros del PCM y otras organizaciones de corte socialista, la creación está inmersa en una realidad con la que se construye mutuamente. En estos ensayos, Huerta defiende la poesía revolucionaria sólo a través de la desarticulación de los argumentos contrarios, en este caso los de Solana, que sugieren que las temáticas de los escritores comprometidos están forzadas por un esquema determinado. Dice Huerta: “el partido, al que nosotros pertenecemos no nos esclaviza, como cree el joven Solana,”111 utilizando constantemente esta adjetivación, “joven”, para connotar la inmadurez y posible ignorancia de Solana. Las críticas de Solana, tomando en cuenta los múltiples encarcelamientos y asesinatos en Rusia contra los artistas, no son suficientes para abordar la situación real dentro de la URSS. En Francia o en México, la política del comité central del partido ruso es fácilmente defendible, pues forma parte de lo políticamente correcto, aceptado y promovido entre el comunismo internacional. En cambio no resulta sencillo criticar al autoritarismo estético exigido por Stalin, ya que esto inherentemente representa la auto-categorización de traidor y fascista: “Por debajo del agua sólo atacan los resentidos y los antivitales, los que viven en su reino de los sueños.”112 111 112

Ibidem, p. 31. Idem.

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Es sintomático de la época el apasionamiento antifascista de occidente. No sólo el bloque comunista, sino los Estados Unidos e Inglaterra, fuertes potencias capitalistas, echan a andar una fuerte propaganda contra el avance de los alemanes e italianos en Europa. La divulgación del peligro que representa el triunfo del partido Nazi en Alemania permea rápidamente en las capas más bajas de la sociedad y es positivo para la unidad nacional que haya un enemigo extranjero: el fascismo. En México, la hegemonía cardenista se dedica a promocionar, de igual manera, la existencia de un enemigo, que no fortuitamente les es común a las grandes potencias occidentales, motivo por el cual la convergencia entre los comunistas con el gobierno permite que el cardenismo sea un período donde los diferentes grupos políticos logran cierta armonía y colaboración. Para los militantes del PCM, especialmente para los artistas y escritores, se hace necesario participar en las alianzas políticas sugeridas por el VII congreso de la Internacional, buscando siempre la organicidad en el partido. Huerta, militante de la JCM, poeta y periodista, conjuga sus actividades a través de su pensamiento político, como filo de una misma arma, ya que se atrinchera en la escritura, poética o no, para hacer frente a la lucha ideológica, a la que le responsabilizan las circunstancias. Es recurrente en sus artículos la jerga propia del pensamiento marxista; habla de la lucha de clases, la revolución proletaria y la imperiosa necesidad de transformar la realidad para superar las contradicciones del sistema capitalista. Desde ese pensamiento, Huerta argumenta sobre la cuestión política nacional e internacional, habla de la poesía y de los miembros del campo literario nacional, para atacar o alabar el quehacer político de sus contemporáneos: La relación que un intelectual mantiene con su clase social de origen o de pertenencia está mediatizada por la posición que ocupa en el campo intelectual, en función de la cual se siente autorizado a reivindicar esta pertenencia (con las elecciones que implica) o inclinado a repudiarla y a disimularla con vergüenza.113

Es en estos años un arduo activista de su partido, al cual representa en las asambleas de la Juventud Comunista y otras múltiples reuniones en las que se coordina el partido con 113

BOURDIEU, Campo de poder […] Op.Cit., p. 50.

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los estudiantes a nivel nacional. Es factible decir que, para el poeta, su ejercicio periodístico es parte de su compromiso ideológico, pues la función como intelectual orgánico le exige poner al servicio de la causa proletaria su actividad creadora, sobre todo si desde la prensa es posible difundir las ideas de clase. El pensamiento marxista es adoptado por una praxis revolucionaria, que vive su momento de mayor éxito en Rusia, luego del triunfo de los bolcheviques y el establecimiento de la URSS. La victoria de octubre trae consigo en el mundo entero la visualización de un sistema económico alternativo al capitalista. La aportación de Lenin al pensamiento marxista se materializa en un estado de transición hacia el socialismo, como lo interpretan los rusos, lo cual genera grandes expectativas en todo el mundo. Sin embargo, luego de algunos años, el establecimiento en el poder de los bolcheviques y la centralización del poder en el comité central del partido, de inspiración leninista, trae consigo múltiples y muy complejas problemáticas. Los símbolos proletarios y la interpretación del pensamiento de Marx y de Lenin está mediado por la visión del partido, que se asume como salvaguarda de la Revolución, provocando un estado de cosas regido por la ortodoxia y alejado cada vez más de la dialéctica marxista. Desde la sólida URSS emergen los valores que han de guiar al comunismo internacional, por lo que el PCM no es ajeno a la influencia directa del komitern. Es importante la alusión a la situación soviética, porque a partir de ello se explican bastantes actitudes de los comunistas mexicanos. Las opiniones de los intelectuales adheridos al PCM están impregnadas por el pensamiento permitido y aprobado por el partido, lo cual quiere decir que, en lugar de marxistas, los intelectuales son comunistas soviéticos. La actividad artística e intelectual se desarrolla desde los objetivos ideológicos del comunismo y los creadores intentan ejercerla orgánicamente. Efraín Huerta, en los textos de esta época, se piensa como un intelectual orgánico, propio del partido y de su clase, a los cuales responde con su ejercicio político en todas las esferas de su vida. La serie de opiniones, que manifiesta públicamente con gran fervor, son compartidas con los militantes comunistas y demás grupos identificados con los posicionamientos de izquierda. La corriente de pensamiento asimilada por Huerta y

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sus camaradas es, en gran medida, influenciada por el centralismo ideológico proveniente del partido comunista soviético. El tono de la argumentación huertiana se torna, por momentos, categórico, sustentado en oposiciones semánticas. El fascismo y el comunismo como elementos antagónicos son las ideas principales, sobre las cuales se desarrolla la configuración del su pensamiento. Ya sea atacando furibundo a los representantes del nacionalsocialismo internacional y local, o exclamando alabanzas en favor de la gran Revolución y la lucha proletaria, el escritor asume claramente la posición de un militante comprometido con el ideario político de su partido. Los ensayos periodísticos no están para nada desligados de su quehacer como activista, por el contrario, para él tanto la escritura como la organización de los obreros y las asambleas representan fuertes trincheras, desde donde es necesario comprometerse con la causa política y con la revolución mundial del proletariado. “Las razones de una actitud” es un artículo que denuncia la complicidad del clero con la derecha y el fascismo, en particular señala el caso español, donde la jerarquía eclesiástica apoya el golpe de Estado contra la República y respalda al gobierno de Franco. Al hablar de la Iglesia Católica y los católicos Huerta lo hace de forma despectiva. En el artículo fechado en enero de 1937, reivindica la actitud de un sacerdote, quien expone su preocupación por la situación vivida en España luego del golpe del Estado. “Católico” es un adjetivo que utiliza Huerta en otros artículos para denostar a sus detractores, relaciona la condición religiosa con una situación política ligada a la derecha y repudia constantemente al catolicismo. En este ensayo es diferente, ya que hay una clara diferenciación entre el clero, entendido como la jerarquía eclesiástica, y el catolicismo, donde reconoce Huerta que hay “hombre[s] de buena y sólida fe.”114 So pretexto de la carta enviada a México por el sacerdote, en la cual expone los motivos sobre sus preocupaciones acerca de la situación política de España, Huerta ataca los posicionamientos políticos de la Iglesia Católica de forma enérgica y directa, como suele ser su estilo en los ensayos de este período.

114

HUERTA-NAVA, Palabra […] Op.Cit., p. 24.

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Tomando a España como ejemplo, Huerta denuncia que la jerarquía católica toma posturas contrarias a los intereses de la clase proletaria. La crítica no sólo alcanza a las altas esferas, sino que también evidencia a los más simples curas de pueblo, que se enrolan en el ejército de Franco contra la Segunda República: Hemos visto también los vergonzosos y cómicos “ejemplos” de los curas fascistas enrolados entre moros y renegados: son ellos los que llevan las únicas faldas del lado de Franco, los ensotanados clásicos en su divina ignorancia, los que esperan la salvación del pueblo por medio de los obuses alemanes e italianos.115

Es evidente que la actitud de Huerta es categórica, pero también es cierto que no se equivoca al referirse al golpe de Estado español como un ejemplo donde, desde la cúpula eclesiástica, los lineamientos políticos de la Iglesia son bastante claros en favor de los golpistas. En este sentido, igual es su ataque contra la alienación de los feligreses, que bajo las consignas de los sacerdotes se suman a las filas de Franco; e igualmente se lanza contra los moros, utilizados por los fascistas españoles, dice Huerta, con el engaño de ser recompensados “con viajes a La Meca”. En este breve artículo, lo que sostiene la argumentación de Huerta es la carta del sacerdote español, de la cual recupera amplias citas textuales para respaldar sus argumentos contra el ejército franquista. Aun y que dentro de su sátira contra la derecha católica Huerta hace algunas excepciones, concluye con que, por encima de las buenas intenciones de algunos católicos, la jerarquía históricamente se ha opuesto a la dictadura del proletariado y a los intereses de la clase trabajadora. Más allá de la buena fe de los feligreses está la intención del clero por respaldar a la clase dominante, pues de lo contrario sus intereses se verían seriamente afectados. La argumentación de Huerta es importante enmarcarla en el escenario político-ideológico de la época, ya que en el año de 1937 se libran batallas importantes en España entre los golpistas y los miembros de la Segunda Republica. Es evidente que la participación de la iglesia se vincula abiertamente hacia el lado golpista, de ahí que la actitud de Huerta contra el catolicismo sea tan demoledora,

115

Ibidem, p. 23.

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pues detrás de las creencias religiosas se encuentran una serie de posicionamientos y acciones de carácter político e ideológico. Ya desde 1931, pese a ser moderadas, las políticas de secularización provocan desavenencias entre la jerarquía católica y el gobierno republicano español. Los aires liberales de la administración republicana no sólo disgustan a la Iglesia Católica, sino que desencadenan fuertes disputas entre los párrocos del más bajo escalafón sacerdotal. Durante el levantamiento franquista, la Iglesia toma partido por los sublevados de Marruecos y pese a la actuación individual de sacerdotes de pueblos en favor de la República y los milicianos, oficialmente el catolicismo español se adhiere a la causa franquista. Huerta, por su parte, identificado con el bando republicano y el Frente Popular, no pierde ocasión para vituperar contra Franco y los defensores del golpe militar. Por supuesto que la crítica hacia la Iglesia Católica no es tan simplista, a pesar de que la argumentación del escritor remite a un momento determinado como la Guerra Civil Española, donde las iglesias y los conventos son utilizados como fortalezas contra los milicianos. La militancia política de Huerta en el Partido de los Comunistas define en gran medida sus opiniones y argumentos en el plano internacional, ya que se coloca del lado de los miembros de su partido y los activistas identificados en los bandos izquierdistas. Inmersos en el momento histórico, Huerta y sus contemporáneos realizan una crítica poco minuciosa de los acontecimientos, como en el caso de España. En gran medida están supeditados sus juicios a la postura del comunismo internacional, orgánicamente centralizado en Rusia, por lo que no hay una postura crítica frente a la intervención organizativa de la URSS en la defensa de la República española ni cuestionan cómo el intento soviético por controlar ideológicamente la resistencia republicana provoca la división al interior de las filas del Frente Popular. Es decir, se perciben claros posicionamientos simplistas y maniqueos respecto al caso español y otros acontecimientos internacionales. Dudar de las líneas políticas y las interpretaciones ideológicas surgidas del Partido Comunista significa, en ese momento, desafiar el poder de la Revolución proletaria, renunciar a la militancia y convertirse en un repudiado por los camaradas,

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como le sucede a Trotsky. Incluso pensar de una manera diferente a lo dispuesto por el partido, hubiera significado la traición a las ideas de la lucha de clases y también representa, para muchos, convertirse de facto en fascistas y capitalistas. Por ello, es comprensible cierta homogeneidad entre los argumentos de los comunistas y los militantes de organizaciones socialistas, en donde el objetivo de vencer al fascismo internacional rebasa cualquier duda sobre articulación de esfuerzos políticos en pos de la gran Revolución. La lectura de los artículos de Huerta parece panfletaria y, si no fuera por los tintes poéticos que a veces impregnan su prosa, sería sólo la apasionada argumentación de un militante convencido de sus opiniones y posturas políticas. Se puede afirmar que el antifascismo internacional durante los años de la Guerra Civil Española es una actitud moldeada desde los principios ideológicos del comunismo. En la geopolítica que se organiza en ese momento, poco importa si la lucha contra el fascismo es una posición ética en defensa de la humanidad, lo principal es proteger los intereses económicos de las grandes potencias mundiales, incluyendo a la URSS, contra el fortalecimiento de los alemanes. Se moldea, por tanto, secundada por occidente, la necesidad de un posicionamiento político y social, que logre permear en el imaginario colectivo y asimile la idea de la peligrosidad del fascismo en oposición de otros valores. Los norteamericanos fortalecen la imagen del enemigo, el bárbaro fascista, para que el capitalismo continúe siendo la única alternativa para el mundo. En cambio, los soviéticos, a través del partido y sus células en todo el mundo, consolidan la idea de que el comunismo soviético, a pesar de sus excesos, es la única vía de escape frente a la peligrosidad del fascismo y del capitalismo, al que hacen cómplice de los nazis. No es fortuito que los argumentos de Huerta respondan a las necesidades de su época, como tampoco quiere decir que sea alienado su activismo político. Sin embargo, son las condiciones históricas las que permiten tener una interpretación más clara, dilucidar dónde se generan los discursos y hacia qué objetivos políticos apuntan. El compromiso político de Huerta, ejercido desde el quehacer literario y periodístico, permite afirmar que el guanajuatense cumple con una función intelectual, entendiendo ésta desde la perspectiva gramsciana, como la competencia social de ciertos individuos por contribuir en la consolidación de una hegemonía política, orgánicamente centrada en

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el partido como espacio de lucha. De ahí que el debate sobre la función del arte es tan importante para los pensadores comunistas, ya que éstos se entienden a sí mismos como creadores de ideología, aportadores de ideas, cuyo objetivo es la contribución desde la trinchera artística e intelectual a la causa revolucionaria. La labor periodística de Huerta intenta ser parte del compromiso del escritor, el cual rebasa las fronteras de los campos dentro de la sociedad. Su convicción ideológica le permite conjugar perfectamente sus actividades como un todo dentro de la lucha de clases. Las reglas inherentes al campo literario, sujeto a su vez al campo político y económico, no le impiden ejercer una función como intelectual. Por el contrario, para el escritor no hay barreras existentes entre el ejercicio literario y el político, puesto que ambas actividades tienen funciones políticas dentro de la sociedad y, como tales, deben ser tomadas en cuenta por los creadores. La escritura y las demás artes como trincheras de la gran lucha de clases son el argumento de los artistas y escritores, miembros del partido comunista, durante casi todo el siglo XX. Por ello, las posturas estéticas de Huerta, ligadas armónicamente a un compromiso con la emancipación del proletariado, son producto de su tiempo y de la pugna que se libra en esos momentos en el terreno artístico mundial, donde la adhesión del poeta guanajuatense se inclina hacia un arte al servicio de la liberación de los explotados.

III.

El proletariado, un motivo

La capacidad poética de Huerta permea todos sus textos; es un poeta que hace periodismo e, indudablemente, su estilo literario está presente aun en los escritos en prosa con objetivos de propaganda o persuasión política. La crónica es un género que cultiva con frecuencia durante los primeros años en que ejerce la labor periodística y en la cual es posible observar su calidad literaria, que combina sus objetivos ideológicos y sus habilidades poéticas. “Los días y las noches de Yucatán” es una breve crónica, publicada a finales de 1936 en el Diario del Sureste, cuya construcción está cargada de imágenes bastante emotivas que tienen la intención de sublimar la descripción de un lugar y sus habitantes. La crónica es escrita por Huerta luego de una breve estancia en

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Yucatán, a donde acude como representante de la Juventud Comunista para la realización del XIII Congreso Nacional de Estudiantes. El gobierno cardenista emplea múltiples estrategias para mantener el control de las organizaciones obreras, campesinas y estudiantiles. La organización del Congreso Nacional de Estudiantes es promovido por la política cardenista con el objetivo de consolidar la breve hegemonía de la cual goza el régimen. Los miembros del partido comunista participan de las actividades promovidas por el gobierno a fin de trazar alianzas con todo aquel que esté en contra del fascismo, razón por la que jóvenes de la JCM, como Huerta, confluyen en los actos de corte populista coadyuvados por el gobierno de Cárdenas. En varios artículos Huerta deja constancia del entusiasmo que le envuelve durante su estancia en la península, no sólo en el congreso, sino también en la visita a las haciendas henequeneras y el trabajo político que realiza con sus compañeros del partido. En “Los días y las noches de Yucatán” Huerta construye un lugar a través de la descripción metafórica de sus elementos. El motivo que utiliza el autor para hablar de Yucatán es el proletariado; encuentra en las ciudades que visita de la península yucateca los rostros de una clase trabajadora por la cual está comprometido. Uxmal, Opichén, Mérida y Chichén son los lugares donde el joven Huerta se ve a sí mismo en la realidad de los pueblos mayas como militante de la juventud comunista y se enorgullece de ello. El escritor se identifica de tal manera con la clase trabajadora, que transmite en su prosa una serie de imágenes conmovedoras que construyen semánticamente el concepto del proletariado, de tal forma que establece puentes de comprensión entre el lector y el espacio descrito. Tal y como hace en los artículos donde ridiculiza a los fascistas, en esta crónica consolida categóricamente un concepto a través de metáforas que consagran la imagen de los trabajadores mayas. Las oposiciones creadas por el autor son contrastantes, puesto que las creencias ideológicas de Huerta abren lo más posible esa brecha entre los elementos nominales de su prosa. Habla del fascismo, del proletariado mundial, de la gran revolución obrera, de la lucha de clases, de la guerra en España, de tal manera que todos esos elementos toman una posición moralmente clara dentro del espectro político dibujado por Huerta. El

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objetivo del periodismo huertiano trata de configurar un escenario político internacional en el cual los lectores sean persuadidos por los principios ideológicos con los cuales comulga De ahí la necesidad de plantear la peligrosidad del avance del fascismo y oponer a esa barbarie la alternativa ofrecida por el campo soviético. La militancia comunista es fundamental en su quehacer periodístico, ya que considera que desde el campo literario también es posible hacerle frente al avance del nacionalsocialismo y el capitalismo yankee; que es necesario llevar la militancia hasta esas trincheras y aprovechar los medios impresos para llegar a la opinión pública e incidir en las masas a través del periodismo. Defensor del arte revolucionario, Huerta logra con su prosa humanizar los conceptos ideológicos comunistas. La metaforización que hace de los indígenas mayas alcanza a trascender un discurso político con mayor fuerza que los textos meramente ensayísticos, ya que en el hibridismo de la crónica logra la consolidación de ciertos elementos, como es el caso del proletariado, tomando como referencia a los trabajadores henequeneros: Tristes ojos de limpios indígenas inundados de ágiles hormigas y espinas envenenadas […]; uñas desprendidas de los dedos, largas y morenas manos sangrando; miseria día a día más ofensiva; vida que no es vida: muerte lenta y bien estudiada por quienes la distribuyen desde sus palacetes […]116

Sin la utilización, constante en otros escritos, del léxico revolucionario de la época y aquellas expresiones propias de los grupos políticos de la izquierda mexicana, la construcción de este texto es más expresiva porque alude a una clase y una realidad tangible en muchos rincones del país, pero a partir de la construcción de claras imágenes, con las que los lectores pueden identificarse. La presencia de epítetos es muy frecuente, pues, propio de un estilo poético, Huerta hace uso de su talento literario en la escritura de ciertos artículos periodísticos. Quizá sea esta la manera en que concretiza la pugna en favor una literatura revolucionaria, es decir, capaz de decir en su interior, sin

116

Ibidem, p. 124.

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una necesidad panfletaria, cómo es que la explotación de los pueblos también es un motivo sublime para plantearlo literariamente. En Yucatán existe una fuerte organización campesina y obrera contra los hacendados y en favor del reparto agrario. El protagonismo del Partido Comunista en la dirigencia de la Federación Sindical Independiente117 es fundamental, pues el apoyo que los dueños de las haciendas dan a los sindicatos blancos divide a los trabajadores henequeneros: “Los mismos dueños de fincas personalmente echan a un grupo contra otro, o se rompen la cabeza pensando qué hacer para conseguir desplazar a los sindicalizados.”118

Los

sindicalizados agrupados en la

Federación

organizan

cooperativas y se apropian de la producción en ciertas haciendas, a pesar de la división y la presencia de guardias blancas en el territorio. Huerta describe su visita a una de las cooperativas henequeneras y alaba la labor de la Federación, por el posicionamiento ideológico de esta serie de agrupaciones frente a otros partidos que, amparados en la figura de Felipe Carrillo Puerto, logran el apoyo de los campesinos pero no reivindican las ideas de éste en favor de los intereses de los trabajadores. Huerta debe de haberse impresionado ante el contraste de realidades observadas en la capital de Yucatán y las haciendas henequeneras. El texto es peculiar, porque poéticamente externa una posición política muy clara en favor de la clase trabajadora; es la crónica una afirmación estética que, en su forma, reivindica la función del arte revolucionario. La construcción metafórica de los espacios y de las personas está mediada por su ideología, las imágenes son tan tangibles que escapan de la persuasión política. Puede que este tipo de crónicas sea la mejor defensa que el poeta hace de la literatura revolucionaria, más que los argumentos desarrollados en otros artículos como “Mentalidad poética fachista”, donde los posicionamientos carecen de peso frente a los ataques contra la estética de un arte al servicio de la Revolución. No deja de ser, sin embargo, “Los días y las noches de Yucatán” un vaivén entre la vena poética del escritor, que florece en ciertos momentos de su prosa y se manifiesta en las más solidas metáforas, y su intención por mostrar un posicionamiento que persuada a 117

Cfr. PÉREZ Taylor, Rafael, Entre la tradición y la modernidad: Antropología de la memoria colectiva, México, UNAM-Plaza y Valdés, 2002, p.116. 118 HUERTA-NAVA, Palabra […] Op.Cit., p. 126.

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las masas de lectores en favor de la emancipación del proletariado. Por ende, el texto está compuesto por ambos elementos, en algunos fragmentos la imagen poética se encuentra por encima del argumento político, mientras que en otros, aunque débil, no deja de estar presente la crítica de Huerta hacia las condiciones sociales y políticas: Manifestaciones de campesinos exigiendo un derechos que sabemos les corresponde: ellos se rompen el cuerpo bajo el sol terrible que cae sobre la península y los hacendados en tanto despilfarran miles en la capital de la República y en las grandes ciudades del extranjero, cuando no pasean ostentosamente en finas máquinas aerodinámicas por esas avenidas amplias y tibias de la cálida y amorosa 119

Mérida.

La denuncia de la explotación queda convertida en un motivo poético cuando el escritor habla de las ciudades de Yucatán y sus habitantes: Hacía un extraño frío otoñal y puntiagudo. La noche, abrumada de estrellas, tenía la solemnidad de un misterio por aclarar: era una noche como nunca los poetas la han descrito. Lamía la luna lentamente las piedras dolorosas por la edad y la contemplación. Millones de grillos daban música al enorme y conmovedor paisaje nocturno. Ahí supe de la soledad y el sacrificio de estos mayas a quienes he oído hablar cantando cantos de rebeldía y protesta en los locales sindicales y en las albas calles meridianas.120

El escritor queda tan conmovido en su visita a Yucatán como tan potentes son las imágenes que transmite en la crónica, la cual oscila entre el género poético y periodístico por las notables construcciones metafóricas que realiza. No deja de hacer alguna referencia sobre la situación española y emitir alguna crítica contra los fascistas europeos y sus defensores mexicanos, aunque en realidad el texto se centra en encumbrar una serie de figuras fundamentales para el escritor, pues logra con ellas reafirmar su posición política como motivo poético. La ideología del poeta, mediadora entre la realidad y la comprensión, está muy presente en la creación periodística de 119 120

Ibidem, p. 124. Ibidem, p.125.

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Huerta, puesto que es por sus convicciones y sentimientos que el rostro del proletariado, visto en los mayas yucatecos, toma forma como el motivo más fuerte de su escritura. Las preocupaciones del joven escritor y sus creencias moldean la forma de su creación, en la cual no es siempre necesario que sus argumentos adquieran tintes propagandísticos. Sencillamente Huerta se nutre de los espacios donde se involucra por sus convicciones y, a partir de esa necesidad por vivir la vanguardia política, desde la concepción leninista, es que de su visión poética emergen las imágenes que armonizan su naturaleza poética y política en un solo texto.

IV.

Conclusiones

Los textos, aunque breves, muestran los vínculos entre el contenido interno de los ensayos y la serie de acontecimientos extratextuales que motivan el periodismo de Huerta. El escritor habla de una realidad política inmediata, de la cual participa y con la cual está comprometido. A partir de su experiencia directa como militante es que se nutre de los acontecimientos vividos para conjeturar sobre los vaivenes de la política nacional y extranjera. El poeta es un agente con una posición dentro del campo literario que, además, tiene un activismo dentro del PCM, razón por la cual el ejercicio literario se encuentra mediado por sus convicciones ideológicas. Quedan muy claras, en los ensayos y la crónica, las posturas de Huerta frente a los movimientos políticos y económicos que se suscitan a su alrededor. Mediadas sus opiniones por su filiación partidista resultan ser bastante maniqueas y poco críticas, lo cual es resultado del momento histórico en que los posicionamientos ideológicos se radicalizan hasta el punto que impiden, entre los adherentes de una u otra creencia, una comprensión más compleja de la realidad y su propia praxis. En los trabajos periodísticos es bastante más sencillo visualizar la materialidad del texto, puesto que desde el contenido hay una referencia constante a la realidad inmediata en que se producen. Desde el acercamiento a los escritos es posible reconocer la disputa ideológica que los propicia, pugna que a su vez permea la lucha dentro del campo cultural, en el cual los agentes forman grupos y asumen posturas contrarias. El habitus determina los mecanismos que los agentes ponen en marcha en la lucha por el

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capital simbólico, y, de igual manera, influye para que los individuos formen grupos o camarillas que facilitan la adquisición de capital a partir de la afinidad encontrada con otros agentes. La tendencia ideológica de los miembros de un campo es un producto del desarrollo psicosocial, ya que a partir del habitus se puede comprender por qué la visión de mundo de un agente es particular y a la vez similar a la de otros individuos con quienes comparte experiencias culturales. Efraín Huerta abre una ventana hacia el campo intelectual de su época y permite saber cuáles temas se debaten; qué agentes y valores están disputándose la adquisición de capital simbólico y qué habitus son privilegiados por las instancias legitimadoras del campo. No es fortuito que el discurso político de Huerta y los miembros del Partido Comunista sea asimilado por el gobierno y difundido por la prensa oficial, es resultado de una serie de condiciones históricas. Cárdenas asume posiciones políticas cercanas al socialismo, porque concilia los valores discursivos emanados de la revolución de 1910 con políticas públicas de corte populista, logrando un grado de hegemonía suficiente para entrar en concordancia con las posturas de izquierda de la época. Por esa razón, las instituciones privilegian a los agentes cuya discursividad empata con la posición oficial. La Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios sustenta un discurso ideológico y se convierte en una instancia legitimadora de los agentes dentro del campo intelectual, ya que pertenecer a la LEAR permite la adquisición de capital simbólico. El debate sobre el arte se mueve entre los límites establecidos por el mismo campo, escapando incluso a la dialéctica marxista, donde emergen ideas que trascienden a las contradicciones de la época. Huerta se asume defensor del arte revolucionario porque dicha postura, impulsada desde el poder del Estado, significa legitimidad en la esfera intelectual y, por supuesto, capital simbólico. Sin embargo, el carácter dinámico del campo provoca que los valores privilegiados en una etapa pasen a ser poco prestigiosos en un corto período, despojando de capital a los individuos antes beneficiados por los agentes centrales del campo político y económico. La argumentación desarrollada por el poeta se circunscribe a una época y a una disputa ideológica internacional. La pertenencia y promoción del comunismo trae para los escritores y artistas desprestigio o privilegio según el campo intelectual de sus países.

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La serie de relaciones sociales en las cuales está inserto Huerta le permite tener una posición dentro del campo intelectual, desde donde puede llevar a cabo el ejercicio de su crítica política y hasta difundir sus artículos desde el aparato de prensa oficial. Por lo anterior se deduce que, en el espectro del campo cultural, el escritor no tiene un lugar marginal, sino muy cercano al centro, ya que su discursividad coincide con los valores promovidos desde el poder. La hegemonía cardenista se beneficia de la labor intelectual de escritores como Huerta y, a su vez, los agentes, cuyo discurso coincide con los valores privilegiados por el Estado, se ven favorecidos por el grado de hegemonía logrado por Cárdenas. En mayor o menor medida los miembros del campo cultural pasan a tomar posiciones dentro de la administración gubernamental y en las instancias culturales o educativas, lo cual, se traduce en capital simbólico que, por la falta de independencia del campo cultural, respalda el ascenso de los agentes tanto en el campo político como en el cultural, específicamente el literario. La publicación de los escritores por instancias del Estado habla de una reciprocidad entre ambas partes, ya que la administración se legitima con el discurso revolucionario de los grupos de izquierda, mientras que los productores de bienes culturales logran el reconocimiento de sus pares y la difusión de su obra. Los intelectuales, conscientes o no, participan de la construcción de una hegemonía efímera, que se sustenta en los acuerdos establecidos entre los diferentes grupos sociales. El corporativismo emprendido por Cárdenas obedece a la necesidad de mantener el control de los sindicatos y las organizaciones tanto obreras como campesinas y estudiantiles. La cercanía con los grupos de artistas e intelectuales por parte del gobierno está en esa misma dirección, en la de consolidar el poder a través de la hegemonía sin la necesidad del dominio. Grupos políticos, perseguidos por otros gobiernos,

son

asimilados

por la administración,

participando

del

discurso

revolucionario del cardenismo. La situación política internacional influye en los posicionamientos de gobiernos e individuos, razón por la cual se establecen alianzas políticas temporales entre las naciones occidentales que ven como un enemigo común al fascismo de Alemania e Italia. En México, el gobierno promueve una postura

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antifascista y mantiene cercanía con los grupos de intelectuales opositores del nacionalsocialismo, generando una discursividad políticamente correcta que se manifiesta en contra del avance del nazismo alemán. La materialidad de los artículos de Huerta es el conjunto de redes sociales que facilitan la participación del poeta en los periódicos oficiales y la circulación de sus opiniones. Es claro que la formación política de Huerta lo lleva a participar como militante del PCM y a ejercer su compromiso ideológico hacia las demás esferas de su vida pública, como es el caso del ejercicio de la escritura en todos los órdenes. Queda claro que la serie de argumentos desarrollados por él forma parte de posicionamientos de carácter partidista, que el poeta asume como propios y matiza en sus ensayos. Es decir la maniquea exposición de sus posturas políticas y estéticas está mediada por una ideología con amplia fuerza en el momento en que publica sus escritos. El escritor y su obra son producto de su tiempo, el proyecto creador está influido por las necesidades sociales de la época. La observación extratextual del material periodístico permite comprender por qué entre los miembros del campo literario se disputa sobre ciertos temas, por ejemplo, en torno el arte revolucionario, y por qué Huerta defiende sus posiciones estéticas y políticas de forma tan radical. Tiene que ver con el momento histórico vivido por el escritor, su experiencia personal y las relaciones sociales que establece a lo largo de su desarrollo literario, sobre todo por la ideología que media entre el sujeto y la realidad, como forma de interpretar el mundo y el estado de cosas en que se mueve su praxis. La importancia de los textos huertianos radica en que permite que los lectores conozcan y comprendan la situación de los campos durante el momento específico en que son producidos los ensayos. El material de esta naturaleza forma parte de una radiografía tomada sobre una época, que guarda en sí la posibilidad de leer los textos desde diferentes ángulos, aprendiendo que, como objetos culturales, no son inmanentes y, potencialmente, tienen la capacidad de transmitir el conocimiento de una serie de valores en pugna, de los cuales el texto y el autor siguen formando parte, incluso con el paso del tiempo.

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CAPÍTULO IV LA INTELECTUALIDAD DE HUERTA Y siguió el joven revolucionario hablando, con la sinceridad en el corazón y las manos, sin hacer caso de las risas arrinconadas de aquellos que, incapaces de iniciativas ágiles, creen hallar la emoción debajo de las camas, detrás de las sillas, en los cajones enmohecidos de los roperos, […] o en cualquiera de esos puntos de los destinado al fracaso y a la esterilidad.121 Efraín Huerta

I.

La posición de un intelectual dentro del campo

La intelectualidad, para Antonio Gramsci, existe si el individuo cumple con dicha función en su círculo social. Es el grupo o la clase la que confiere al individuo la tarea de ejercer como intelectual en la división del trabajo, la cual lleva a cabo en favor del grupo que lo legitima como tal. Éstos, los ligados orgánicamente a una clase en específico, son los “verdaderos” intelectuales, ya que generan ideología a partir de las necesidades del grupo al cual pertenecen. “El tipo tradicional de intelectual se confiere vulgarmente al literato, al filósofo, al artista”122, relacionado desde la mirada gramsciana con el productor de bienes culturales, aunque no cumplan socialmente con una función intelectual ni responda su praxis a un compromiso político. Pierre Bourdieu, desde su teoría de los campos como espacio de organización social y lucha por el poder, ubica el nacimiento del intelectual en el momento en que el campo cultural adquiere autonomía y lleva al escritor a: Intervenir con medios propios, los suyos, los de la escritura, del análisis, y sobre cuestiones específicas, es decir, esencialmente contra los abusos del poder

121 122

HUERTA, Efraín, “Discurso de un joven frente al cielo”, en: MATA, Op.Cit., p. 372. GRAMSCI, Antonio, La formación […] Op.Cit., p. 26.

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simbólico que ponen en acción instrumentos específicos, como la propaganda, la censura, la opresión cultural.123

El intelectual, entonces, es un constructo socialmente legitimado y censurado por los diferentes grupos que conforman un campo o un espacio específico donde los agentes intervienen, generando lazos de cooperación o tensión, buscando la acumulación de capital. Las relaciones sociales son las que permiten la función intelectual de los agentes. La coincidencia entre Gramsci y Bourdieu se localiza en los objetivos políticos que reconocen en los intelectuales, por decir “orgánicos”. La organicidad del intelectual descrito por Gramsci radica en que su praxis no está desligada de los intereses políticos e ideológicos de un grupo o una clase, asegurando que en realidad todas las clases sociales crean necesariamente a sus intelectuales. Bourdieu no descarta que un productor de bienes culturales que ingresa al campo político oriente su pugna por el capital simbólico a una causa política determinada. Sin embargo, el campo, aunque gobernado por sus propias reglas, no queda exento de la lucha de clases que permea en el imaginario y estructura el habitus de los agentes. Es decir, un intelectual dentro del campo puede perseguir objetivos orgánicos propios de su clase social, aunque no necesariamente y, en su ingreso al campo, puede pertenecer a grupos con el objetivo de facilitar la obtención de capital. Las camarillas conformadas por grupos de agentes no siempre obedecen a los intereses de las clases sociales a las cuales pertenecen, ya que los miembros del campo y los grupos de éste pueden tener el origen más diverso. La posición dentro del campo, en cambio, sí puede determinar que un agente reivindique su clase social y actúe como un intelectual orgánico, valiéndose de las redes con otros agentes para escalar posiciones dentro del campo intelectual y político en favor de una causa propia: La relación que un intelectual mantiene con su clase social de origen o de pertenencia está mediatizada por la posición que ocupa en el campo intelectual, en

123

BOURDIEU, Pierre, Capital Cultural […] Op.Cit., p. 196.

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función de la cual se siente autorizado a reivindicar esta pertenencia (con las elecciones que implica) o inclinado a repudiarla y a disimularla con vergüenza.124

No necesariamente el agente dentro del campo intelectual renuncia a su consciencia de clase ni a los objetivos ideológicos que su compromiso político le exige. Por el contrario, la legitimación dentro del campo, como bien señala Bourdieu, es una herramienta para la reivindicación y la lucha política que lleva al intelectual de un campo a otro por la necesidad de incidir en la lucha por el poder. Desde estas dos concepciones hay una necesidad intrínseca del intelectual por participar políticamente, ya que para Bourdieu es precisamente ese aspecto lo que produce el nacimiento de un intelectual; para la teoría gramsciana sucede algo similar cuando afirma que la verdadera intelectualidad está integrada a un proyecto ideológico de lucha por el poder dentro de una sociedad. Dice Edward Said: “La tesis de Gramsci es que todos los intelectuales son en realidad hasta cierto punto intelectuales orgánicos; hasta cuando parecen estar absolutamente desvinculados de una casusa política,”125 puesto que la aparente falta de compromiso de los intelectuales obedece a las necesidades del grupo en el poder. Que los intelectuales de una época actúen en razón de un compromiso político está determinado por las condiciones históricas que construyen al campo cultural de maneras específicas. Los valores del centro legitiman o censuran la participación política de los agentes culturales en el campo político: “Se supone que los individuos del mundo de la cultura no interfieren en aquellos asuntos para los que el sistema social no los ha autorizado.”126 Lo cual quiere decir que los intelectuales, como dice Gramsci, “son los empleados del grupo dominante a quienes se les encomienda las tareas subalternas en la hegemonía social y en el gobierno político,”127 razón por la que en períodos determinados su participación es fundamental y en otros son prescindibles. Si la administración busca que su poder se prolongue, evitando que le arrebaten el control del Estado, entonces busca la construcción de la hegemonía y, para ello, la intelectualidad es clave. 124

Bourdieu, Pierre, Campo de poder […] Op.Cit., p. 50. SAID, Op.Cit., p. 116. 126 Ibidem, p. 13. 127 GRAMSCI, Antonio, La formación […] Op.Cit., p. 30. 125

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La división de los tipos de intelectuales dentro de una sociedad se encuentra en la relación que tienen con el poder y las facciones sociales que buscan el derrocamiento de los actuales agentes en el centro del campo político. Ya desde Gramsci existe una división de los intelectuales en orgánicos y tradicionales, pero la organicidad de la intelligentsia responde a objetivos ideológicos diversos, a veces opuestos, de los grupos y clases sociales de donde emergen los intelectuales. La burguesía y el proletariado tienen sus intelectuales; el centro y la periferia del campo político-económico se apoyan en sus propios intelectuales para legitimarse. Said propone una clasificación: “intelectuales tecnócratas y orientados hacia las políticas existentes, denominados responsables; por otra, los intelectuales “tradicionales”, políticamente peligrosos y orientados hacia los valores,”128 coincidiendo con Gramsci en que la intelectualidad no sólo es herética sino también conservadora de los valores del centro. A partir de la división del trabajo que otorga a ciertos individuos un estatus de intelectual, en tanto su función dentro de la clase, Bourdieu afirma que esa condición crea una clase dentro de las propias clases: “Los intelectuales, éstos están obligados a identificarse, más o menos claramente, en función de lo que realmente son, es decir, productores de mercancías,”129 lo que produce una separación casi lógica entre los intelectuales y sus grupos de origen, aunque su función sea orgánica con su clase social hay una escisión producto de la división de tareas: Los escritores y los artistas constituyen, al menos a partir del romanticismo, una fracción dominada de la clase dominante, que en razón de su posición estructuralmente ambigua está necesariamente obligada a mantener una relación ambivalente tanto con las fracciones dominantes de la clase dominante (los burgueses), como con las clases dominadas (el pueblo), y a hacerse una imagen ambigua de la propia función social.130

Bourdieu crea una clasificación entre los intelectuales en virtud de su posición y conciencia como parte de la burguesía. Es decir, el estilo de vida los vincula a la cultura 128

SAID, Op.Cit., p. 237. BOURDIEU, Campo de poder […] Op.Cit., p. 108. 130 Idem. 129

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burguesa y es desde donde llevan a cabo su tarea intelectual. Los “intelectuales burgueses” son aquellos legitimados por los valores de dicha clase, hasta el grado en que obtienen un modus vivendi aburguesado y, en cierto momento, asumen la voz de ese grupo como intelectuales orgánicos, aunque su origen no haya sido ese. En cambio el “arte social” es sostenido por los intelectuales periféricos de la burguesía, quienes “encuentran en su condición económica y en su exclusión social el fundamento de una solidaridad, cuyo primer principio es siempre la hostilidad hacia las fracciones dominantes de las clases dominantes y sus representantes en el campo intelectual.”131 Estos últimos suelen ser los que se vinculan orgánicamente a los partidos de la oposición, adheridos a los valores del proletariado y de la Revolución. Cuando Roderic A. Camp hace su estudio sobre la intelectualidad mexicana del siglo XX, parte desde concepciones teóricas bourdianas para acercarse al campo cultural establecido posteriormente a la revolución. Rescata desde varios posicionamientos el concepto de intelectual para construir una definición que bien puede vincularse tanto a Gramsci como a Bourdieu: “Un intelectual es un individuo que crea, evalúa, analiza o presenta símbolos, valores, ideas e interpretaciones trascendentales a un auditorio amplio, de manera regular.”132 Es decir, un productor de bienes culturales y de ideología inserto en un campo o espacio social específico, con cuyo auditorio comparte una serie de valores que permiten el debate sobre los mismos temas. Añade: “El intelectual funciona como un puente entre los hombres cultos y el tomador de decisiones y, lo que es más importante, entre los ciudadanos educados y el tomador de decisiones,”133 aceptando la fundamental participación de la intelectualidad mexicana en la organización de la cultura y en la consecución de la hegemonía descrita por Gramsci. La clasificación más específica en el campo intelectual mexicano la hace Roderc Camp desde la influencia ideológica de los miembros del campo: una liberal y otra marxista. Efraín Huerta es un miembro del campo cultural en tanto productor de bienes culturales. Periodista y poeta participa de la lucha simbólica por el centro de un campo dinámico que es regido por reglas no tan autónomas del poder político, a razón de las 131

Ibidem, p. 109. CAMP, Op.Cit., p. 61. 133 Ibidem, p. 52. 132

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condiciones históricas del México posrevolucionario. Su inserción en el campo y su función como intelectual no obedece en un principio a propósitos orgánicos de la clase proletaria, como se puede suponer a través de las lecturas de sus ensayos periodísticos, desde donde reivindica una conciencia de clase bien determinada. Sin embargo, tampoco se puede excluir del todo que, al insertarse en una célula del Partido Comunista Mexicano,134 se convierta de cierto modo en un intelectual orgánico, cuyos objetivos dentro del campo están ligados a un compromiso político adherido a la ideología marxista: “Un intelectual que entra a formar parte del partido político de un determinado grupo social, se confunde con los intelectuales orgánicos del mismo grupo, se liga estrechamente al grupo.”135 El compromiso de Huerta comienza a muy temprana edad, pero se vincula seriamente al PCM, cuando ingresa a la juventud comunista en 1935. A partir de entonces la praxis cultural del escritor forma parte de su quehacer político. Dice Sheridan al respecto: “Durante la década, la imaginación libertaria y el fervor ideológico se han aliado para diseñar el paradigma del poeta comprometido, y el joven Huerta está decidido a encarnarlo en todos sus detalles.”136 El poeta guanajuatense, miembro de Taller, encuentra en la militancia un espacio donde abrevan sus instintos poéticos y desde donde su inspiración encuentra los motivos más potentes de su ejercicio literario. A la vez, la militancia la lleva a los terrenos de su ejercicio literario, puesto que el compromiso ideológico permea los posicionamientos estéticos. Para la visión de mundo del escritor, la política y la estética son elementos inseparables, cuyos matices están mediados por la ideología, razón por la cual su quehacer público no está escindido entre la política y el arte, sino que son caras de una misma moneda. El desarrollo poético y político de Huerta se gesta en un momento histórico donde los grandes debates ideológicos exigen posicionamientos claros y radicales de los personajes públicos en occidente. El campo cultual media entre los acontecimientos y los agentes del campo para establecer qué temas son debatibles al interior del espacio social: 134

Aunque ya su militancia política había comenzado a los 15 años, cuando forma parte del Gran Partido Socialista del Centro de Querétaro. Cfr. SHERIDAN, Guillermo, Efraín Huerta […] Op.Cit., p. 14. 135 GRAMSCI, Antonio, Cuadernos […] Op.Cit., p. 21. 136 SHERIDAN, Op.Cit., p. 18.

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El intelectual está situado histórica y socialmente, en la medida en que forma parte de un campo intelectual, por referencia al cual su proyecto creador se define y se integra, en la medida, si se quiere, en que es contemporáneo de aquellos con quienes se comunica y a quienes se dirige con su obra, recurriendo implícitamente a todo un código que tiene en común con ellos -temas y problemas a la orden del día, formas de razonar, formas de percepción, etc.137

Por lo que la atención que Huerta y sus contemporáneos colocan en los acontecimientos de índole nacional e internacional es determinada por los valores del campo intelectual de la época. Los textos ensayísticos de Huerta tomados en cuenta para este trabajo rescatan los temas que el campo intelectual del escritor está colocando en el centro del debate. La Guerra Civil española, el fortalecimiento del partido nazi alemán, así como la disputa entre los partidarios y opositores de un arte revolucionario, son acontecimientos que los agentes del campo conocen y manifiestan sus posicionamientos. El campo como mediador permite o censura que sus miembros aborden ciertos temas del acontecer local e internacional: Los acontecimientos económicos y sociales sólo pueden afectar una parte cualquiera de este campo, individuo o institución según una lógica específica, porque al mismo tiempo que se reconstituye bajo su influencia, el campo intelectual les hace sufrir una conversión de sentido y de valor al transmutarlos en objetos de reflexión o de imaginación.138

No es que el interés de Huerta por la situación de España surja de una preocupación meramente individual, sino que dentro del campo intelectual son los temas que se debaten entre los miembros. Cada agente toma, por supuesto, una postura mediada por su posición dentro del campo, a su vez impregnada por la ideología del individuo o grupo y el habitus de cada uno de los agentes. En el momento en que Huerta escribe sus primeros artículos, el campo cultural privilegia en sus miembros la participación política orientada hacia los valores sustentados por la administración en turno. La coincidencia 137 138

BOURDIEU, Campo de poder […] Op.Cit., p. 41. Ibidem, p. 50.

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política de algunos intelectuales con el gobierno cardenista es premiada con la legitimación de los objetos culturales nacidos desde un habitus susceptible de transigir con el simbolismo revolucionario. Huerta, intelectual tradicional según la división gramsciana, logra la organicidad dentro de su partido político, en tanto participa de la militancia comunista y además emprende una pugna al interior del campo intelectual y político bajo un compromiso constituido con su célula activista. Dice Camp: “El papel del intelectual contemporáneo se ha identificado con el activismo político a causa de los compromisos ideológicos,”139 donde la responsabilidad no es tomada por el escritor como objetivo personal, sino que, al estar inserto en una organicidad partidista, su praxis es entendida como engrane de un sistema más amplio y complejo que impulsa el avance de la Historia hacia la natural emancipación proletaria. Huerta, como militante, asume que su quehacer literario no se desliga de la faena revolucionaria, contrario a ello busca la armonización entre los objetivos estéticos y políticos. La defensa que emprende por el arte revolucionario es la muestra de cómo el joven poeta entiende la función del arte y la necesidad que tiene la Revolución del arte. Es Huerta un intelectual de élite como creador de bienes artísticos, aunque también se inserta orgánicamente en la lucha ideológica del PCM, como representante de los valores comunistas al interior del campo cultural, donde su función reivindica los valores de una clase, a la cual dice representar. De igual manera puede considerarse que el poeta es un intelectual tradicional bajo la definición de Said, puesto que su compromiso “es políticamente peligrosos y orientado hacia los valores”,140 ya que más allá de la coincidencia política temporal con la administración cardenista, los posicionamientos del partido rebasan los límites establecidos por el Estado y los gobiernos. Como otros escritores más de su generación Huerta representa un peligro en diversos momentos para los grupos en el poder que, al no conseguir la hegemonía, hacen uso de la fuerza pública y la violencia legítima para obstruir la influencia de agentes, como Revueltas por ejemplo, en la pugna simbólica dentro del campo. 139 140

CAMP, Op.Cit., p. 92. SAID, Op.Cit., p. 237.

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II.

La hegemonía y la intelectualidad

Según Gramsci, la imperiosa participación de los intelectuales para que una clase o grupo acceda al poder y se mantenga en el centro del campo político y económico radica en su capacidad de construir hegemonía. La visión del politólogo marxista parte desde un planteamiento fuertemente leninista, ya que privilegia la función del intelectual para la organización del partido y de la clase. Al partido, como núcleo de la estructura, le confiere también un papel vanguardista y clave para que la clase obrera logre su emancipación. La función del intelectual es, en un primer momento, responder a las necesidades de su grupo, crear ideología, ordenamiento. Una vez empoderada la clase proletaria, el papel de intelectual continúa siendo necesario para consolidar acuerdos entre los diversos grupos sociales y fortalecer la hegemonía que permita a la clase obrera conservar el poder: “Autoconciencia crítica, histórica y política significa creación de un núcleo selecto de intelectuales: una masa humana no se distingue ni se hace independiente por sí, sin organizarse (en amplio sentido); y no hay organización sin intelectuales.”141 En el ideal de que la clase trabajadora, centralizada en el partido, crea a sus intelectuales y éstos cumplen cabalmente con su función, la dictadura del proletariado sería un hecho concreto y no más una teoría surgida de la especulación histórica. Sin embargo, también admite Gramsci que la función intelectual puede ser promovida desde cualquier espacio del espectro político, a raíz de la importancia que tiene para la organización de los intereses de cualquier clase. La clase que admite el valor de la intelectualidad para la construcción de la hegemonía es capaz de generar condiciones favorables para que la organicidad de los grupos de intelectuales responda a sus intereses. Por esta razón, para evitar la dominación, siempre violenta y efímera, diversas administraciones gubernamentales ponen de relieve el papel de los intelectuales para el ejercicio del poder y se benefician del capital simbólico acumulado por las camarillas de intelectuales dentro del campo.

141

GRAMSCI, La formación de […] Op.Cit., p. 74.

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Respecto al caso mexicano, Camp dice: “Los intelectuales pueden usar sus habilidades para ayudar a un político en su ascenso político y para aumentar el prestigio de su camarilla; por otra parte, los intelectuales pueden demandar beneficios políticos para ellos mismos,”142 asegurando que el Estado y las diversas administraciones posrevolucionarias han fincado su prestigio en el acompañamiento de grupos de intelectuales ya legitimados en el campo cultural. Aun y cuando las camarillas políticas que llegan al control del Estado no logran la construcción de una hegemonía plena y eficiente, sí reconocen en el intelectual una figura trascendente para el ejercicio del poder, al grado que en la pugna por el centro del campo político, los agentes de este campo buscan la cooperación de los miembros del campo cultural, a quienes abren la posibilidad de buscar el ascenso propio hacia las posiciones más privilegiadas. La burguesía facilita el nacimiento de intelectuales entre sus filas o busca la asimilación de intelectuales no surgidos desde sus instituciones o partidos. En realidad las clases dominantes buscan beneficiarse de los intelectuales y la apropiación simbólica de éstos dentro del campo para la legitimación propia: “Los que ostentan el poder político tratan de imponer su visión a los artistas y de apropiarse de la consagración y de la legitimación de que éstos gozan.”143 La administración, sea cual sea su posición ideológica, busca delegar en el intelectual las tareas específicas de la hegemonía y la organización de la cultura, por tanto, el poder está legitimado por intelectuales igualmente consagrados en el campo del cual provienen. Said, siguiendo a Gramsci, asegura que “La cultura, las formaciones culturales y los intelectuales existen en gran medida en virtud de una red de relaciones muy curiosa con el casi absoluto poder del Estado,”144 puesto que la función de la intelligentsia surge de la necesidad por obtener y mantener el poder. Durante el breve período de gobierno cardenista, la administración forja un grado de hegemonía suficiente para sentar las bases del presidencialismo basado en el control casi total de las centrales y las corporaciones de trabajadores de todos los ámbitos. Es el Estado en su representación gubernamental quien tiende puentes de cooperación con los 142

CAMP, Op. Cit., p. 32. BOURDIEU, Campo de poder […] Op.Cit., p. 84. 144 SAID, Op.Cit., p. 230. 143

108

grupos y camarillas de intelectuales del campo cultural con el objetivo de ejercer el poder de manera institucionalizada. El nuevo rostro del estado mexicano posrevolucionario adquiere contornos democráticos hasta la administración de Lázaro Cárdenas, quien, desde su posición central en el campo político, vincula a los intelectuales con la construcción del corporativismo, logrando la legitimidad necesaria para ejercer el poder sin un alto grado de violencia: “El intelectual funciona como un puente entre los hombres cultos y el tomador de decisiones y, lo que es más importante, entre los ciudadanos educados y el tomador de decisiones.”145 El Estado, como dice Said, tiene influencia sobre la cultura y sus agentes producto de las condiciones históricas. El contexto en que se enmarca el cardenismo, donde los estados nacionales gozan aún de poder y soberanía, explica por qué es posible que la centralización del poder se lleve a cabo por un agente del campo político nacional. Es congruente, entonces, afirmar que la labor del intelectual orgánico es aprovechada por las clases sociales que aspiran a tomar el control de la administración de la administración del Estado. Las características de los campos están determinadas por el poder político y económico que, aún antes del neoliberalismo, es detentado por los agentes representantes de los gobiernos nacionales. Se entiende que la figura presidencial de Cárdenas es capaz de tejer los hilos de una incipiente hegemonía durante su mandato, ya que el momento histórico privilegia la posición de los agentes en el centro de la administración pública, desde donde se ejerce el poder político y se organiza, con el apoyo de la intelectualidad, la cultura de la nación. En la actualidad resulta complicado localizar a los agentes que detentan realmente el centro del poder político, puesto que el debilitamiento del Estado frente al liberalismo económico oculta el verdadero rostro de los grupos o camarillas que emiten las normas para la administración de la cultura a nivel global. El acierto de la administración cardenista es la reconciliación política que logra con los miembros del campo cultural, a quienes apoya y asimila desde el centro, beneficiándose de esta manera de la legitimidad simbólica de los productores de bienes artísticos. La discursividad revolucionaria del gobierno permite alianzas estratégicas con 145

CAMP, Op.Cit., p. 52.

109

los intelectuales de la época, quienes no son ajenos al acontecer político mundial y, en su mayoría, se identifican con la causa socialista, encontrando así en el cardenismo un aliado del cual también beneficiarse. Tomar en cuenta a los intelectuales en los ámbitos culturales neutraliza las críticas de los agentes opositores al gobierno, ya que, como bien dice Camp, el nivel de crítica de los intelectuales mexicanos depende del grado de participación que les permita el gobierno en turno en la administración pública.146 Existe una legitimación mutua entre el Estado y los agentes del campo cultural; los artistas legitiman y favorecen la hegemonía corporativa, por lo que son compensados con capital político y simbólico por parte de la administración, diluyendo así las barreras entre los campos. La relación que establece Efraín Huerta con la administración de Lázaro Cárdenas no es unilateral, ya que entran varios factores en juego para afirmar o negar que la cercanía del poeta con el régimen sea estrecha, pues los mismos posicionamientos discursivos de Huerta frente al cardenismo cambian constantemente. Sin embargo, sí es tangible que durante los primeros años en que Huerta ejerce el periodismo existe una clara coincidencia de su argumentación ideológica con los posicionamientos oficiales. La solidaridad internacional y el rechazo del fascismo promulgado por Cárdenas encuentran como aliados a los comunistas y a los grupos políticos de izquierda, cuya discursividad revolucionaria coincide con el populismo cardenista, quien idealiza en el imaginario colectivo la figura del obrero y del campesino como sustento de la corporativización nacional. El control que tiene el Estado de los medios de comunicación es relevante para explicar por qué el campo cultural es mediado por las relaciones que tienen los grupos y las camarillas con el poder político: Quienes controlan la distribución y la venta de películas, periódicos, revistas, libros, revistas literarias, tiempo de radio y televisión, ejercen una influencia marcada

146

Ibidem, p. 95.

110

sobre la capacidad de los intelectuales para promover sus opiniones ante los líderes políticos y las masas por igual.147

Al poseer el gobierno la administración de las instituciones legitimadoras de la cultura, los productores de bienes artísticos están de facto sometidos al control del Estado, quien garantiza la publicación de las obras literarias de los escritores y facilita los medios para que los agentes del campo sobrevivan de su labor cultural. El proyecto creador es legitimado por el aparato de gobierno, cuyo poder inhibe la autonomía del campo artístico y obliga, por ende, a los creadores a buscar en el campo político el capital necesario que les legitime como productores de arte: “Todo acto cultural, creación o consumo, encierra la afirmación implícita del derecho de expresarse legítimamente, y por eso compromete la posición del sujeto en el campo intelectual y el tipo de legitimidad que se atribuye.”148 La hegemonía alcanzada por la administración se sustenta sobre los cimientos de la organización de los trabajadores, promoviendo la creación de sindicatos y centrales obreras, campesinas, estudiantiles y artísticas. Mediante el control de dichos órganos el discurso oficial permea hasta la base trabajadora, que asimila los valores simbólicos que el gobierno en turno está encumbrando. Para llevar a cabo dicha tarea, la labor de los intelectuales es fundamental, para lo cual el gobierno abre las puertas de la administración a los miembros del campo cultural, quienes contribuyen con el discurso oficial y su organicidad responde a las necesidades del grupo en el poder. Las camarillas políticas, tan fluctuantes, carecen de intelectuales orgánicos propios, pero no así de la capacidad de asimilar para su beneficio a todo miembro del campo cultural dispuesto a beneficiarse del capital político adquirido mediante la cercanía con el poder: “La batalla entre los intelectuales partidarios y los intelectuales enemigos del establecimiento se concentra en la ideología y, a su vez, el predominio de los conflictos ideológicos aumenta la demanda de ideólogos intelectuales.”149

147

Ibidem, p. 14. BOURDIEU, Campo de poder […] Op.Cit., p. 33. 149 CAMP, Op.Cit., p. 50. 148

111

Huerta, en su caso, es un intelectual que intenta ser orgánico de su propio partido, con el cual comulga ideológicamente y desde cuyos principios ejerce su labor políticoestética, pero la misma coincidencia discursiva del PCM y el gobierno en turno permite que la postura del poeta y otros de sus contemporáneos sea aprovechada por la hegemonía cardenista; los puntos de convergencia entre los partidos de oposición y el oficialismo contribuyen a la construcción de la hegemonía, mediante la cooperación de la intelectualidad con el gobierno; a su vez, la estrategia discursiva que neutraliza a la oposición revolucionaria y pro-socialista es producto de la táctica hegemónica puesta en marcha por la administración. La función de los intelectuales asimilados por el régimen es clave para el control hegemónico, puesto que desde diversos grados de participación o coincidencia con el gobierno, la intelectualidad contribuye con el fortalecimiento del centralismo político en manos de la figura presidencial. El campo cultural mexicano carece de autonomía, producto del control ejercido por el Estado a través de las instituciones legitimadoras del proyecto creador. La cercanía de los artistas mexicanos al poder es natural y necesaria para la existencia y legitimidad de su obra. Que el gobierno cardenista haga uso de la fuerte dependencia que los artistas tienen de las instituciones permite la consolidación de una hegemonía que se diluye paulatinamente una vez concluido el período de gobierno del general. Sin embargo, éste sienta las bases de un Estado corporativo que, incluso sin hegemonía, es capaz de ejercer el control de las instituciones y centros organizativos de la base trabajadora, puesto que hacia ese objetivo se centran los esfuerzos de Cárdenas, quien hereda un aparato de control tan eficaz que, una vez rota la hegemonía, basta con ejercer violencia sobre la estructura corporativa para mantener el dominio de los diversos grupos sociales. Los intelectuales contribuyen con la administración para cimentar dicha estructura hegemónica porque el campo cultural no les da margen para decidir lo contrario, el momento histórico es determinante para que el proyecto creador se legitime ante los valores del régimen, quien, además, empodera los símbolos proletarios y el discurso revolucionario internacional. Efraín Huerta no participa, como otros contemporáneos suyos, en la administración pública, sin embargo, es un ejemplo de cómo el proyecto creador busca

112

su derecho de existencia a través de la acumulación de capital político. Es decir, mientras los intelectuales europeos incursionan en el campo político empoderados por la autonomía de su campo de origen, los creadores de países como México tienen la necesidad de adquirir capital político para proyectar su obra, en tanto las instituciones legitimadoras están en manos de los agentes políticos y no de los agentes del campo cultural. La movilidad de agentes entre uno y otro campo es determinante para que tanto los artistas con intenciones políticas puedan ingresar en la lucha por el poder, como para que otros artistas reciban en el ámbito político la legitimidad para ejercer poder dentro del campo cultural, volviendo a éste ahora como funcionarios de las instituciones legitimadoras o galardonados por la administración en turno. Hay un intercambio dinámico de capital entre los campos mexicanos, puesto que los agentes trascienden de uno a otro, arrastrando consigo el capital acumulado que, aunque no es de la misma naturaleza, busca la conversión necesaria en el campo al que arriba; el capital político cobra valor en el campo cultural, convirtiéndose en capital simbólico y viceversa.

III.

El texto como puente

Entender los textos de Efraín Huerta como un entramado de relaciones sociales, políticas e ideológicas permite reconocer la posición del escritor en un campo cultural y político bastante convulso por las condiciones históricas en que se enmarca su producción artística. La materialidad abre los artículos hacia la realidad en que son producidos, dando la posibilidad así de hacer una lectura más amplia y precisa de la argumentación de Huerta, puesto que es parte de un constructo social no aislado de otras discursividades a las que se opone o engarza: Lo que traiciona el silencio elocuente de la obra es precisamente la cultura (en sentido subjetivo) con la cual el creador participa de su clase, de su sociedad y de su época, y que incorpora, sin saberlo, en sus creaciones en apariencia más irremplazables.150

150

BOURDIEU, Campo de poder […] Op.Cit., p. 43.

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La conciencia individual, como afirma Said, está inmersa en una pugna histórica donde valores opuestos luchan por dominar la realidad cultural. El pensamiento de los individuos es resultado de las contradicciones ideológicas de su época y la visión de mundo es compartida por quienes crecen en escenarios sociopsíquicos semejantes. Los textos y las obras de arte son un constructo cultural que habla de sí mismo y de su época, pero también de la condición humana que trasciende la temporalidad histórica y la visión del hombre o mujer que los hizo nacer. Los textos y sus infinitos lectores están distanciados por años y kilómetros, pero la materialidad es la serie de elementos propia de la génesis de la obra y su tiempo, que permite el encuentro permanente entre los escritores y sus lectores a lo largo de la historia. Un texto no es un elemento aislado, producto de la fortuna o del genio creador, sino que es resultado de la combinación de múltiples elementos que le impulsan a existir y trascender: Ciertamente la obra literaria individual existe hasta un extremo considerable en virtud de sus estructuras formales, y se articula por medio de energía formal, intención, capacidad o voluntad. Pero no existe solo gracias a estas cosas, ni se puede aprehender y comprender sólo formalmente.151

Las obras de arte tienden puentes entre los individuos de todas las épocas porque transmiten la visión de mundo de su creador, una interpretación específica de la condición humana, pero también posibilitan la comprensión de la humanidad en un período determinado, pues que un creador asuma tal o cual posición estética depende de su propio habitus y su proyecto creador. Cuando Huerta explota contra el fascismo, es un sector de la sociedad quien está externando la crisis de su época a través de la voz de sus poetas; construye la realidad desde la posición que las relaciones sociales le permiten forjarse dentro del campo cultural. Los artículos periodísticos tienden una red hacia las pugnas ideológicas, políticas y económicas que se libran alrededor de Huerta y permiten explicar el porqué de las posiciones del escritor. Los textos explican una época y, a su vez, la interpretación crítica de la historia de un período aporta elementos para comprender mejor las obras, porque la red de 151

Said, Op.Cit., p. 229.

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relaciones que mantienen asociado a un texto con su génesis histórico es indisoluble. El sesgo entre las obras y la materialidad que las conforma es impuesto por el lector, pero el texto continúa inmerso en pugnas ideológicas en tanto que es objeto cultural creado por seres históricos. El escenario mundial que Huerta configura en sus textos forma parte de una de las tantas narrativas que construyen un período histórico; si bien es cierto que la visión del escritor está parcelada por sus posturas ideológicas y su habitus, sus textos son capaces de mostrar más de su tiempo de lo que Huerta hace conscientemente. Bourdieu asegura: “es sin duda en las obras de arte que las formas sociales del pensamiento de una época se expresan más ingenua y completamente,”152 lo cual es posible comprobar en el acercamiento al periodismo de Huerta, cuya discursividad muestra la red de relaciones en que se encuentra inmerso el autor y su proyecto creador.

152

BOURDIEU, Campo de poder […] Op.Cit., p. 43.

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