La Filosofía y los Duraznos

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Descripción

LA FILOSOFÍA Y LOS DURAZNOS

David Cortés R.

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA Bogotá, Junio de 2015 (Texto presentado como opción de grado en filosofía)

“Morir por una religión es más simple que vivirla con plenitud; batallar en Éfeso contra las fieras es menos duro (miles de mártires oscuros lo hicieron) que ser Pablo, siervo de Jesucristo; un acto es menos que todas las horas de un hombre.” ​ JLB, Deutsches Requiem.

“Aunque desean liberarse del sufrimiento, corren hacia él. Aunque desean tener felicidad, la destruyen como a un enemigo debido a su ignorancia." Bodhicharyavatara, I, 28.

Introducción

En el presente trabajo mi objetivo principal es observar cómo era concebido el ejercicio de la filosofía en la antigüedad e identificar la manera en que se entendía su papel transformador en la vida de quien la ejerce. Pretendo sostener que según la idea que los antiguos tenían de la filosofía, se puede concluir que no existe ni puede existir algo así como una filosofía independiente de la persona entregada a ella, pues las ideas no tienen vida propia, pues el discurso es filosófico sólo en la medida en que se transforma en modo de vida​ . O sea, no hay algo como un cuerpo o sistema teórico filosófico independiente de quien lo formula, sino que el cuerpo, la experiencia y las acciones del individuo que filosofa, que busca la verdad y la sabiduría, ​ es la filosofía o el objeto último de ésta, ya que s​ i la filosofía es búsqueda de la sabiduría, y la sabiduría es buscable solamente por los hombres, no por las palabras ni las teorías, entonces la filosofía sólo puede ser tal cuando está inserta y activa en la vida de una persona. Así, todo su pensamiento sistemático, el sistema o conjunto de conceptos teórico y razones articuladas de una u otra manera, no es el fin u objetivo en sí de la filosofía, sino que ésta es apenas la base para esas acciones, son una herramienta; uno entre tantos ejercicios. Uno de mis objetivos en este trabajo, igualmente, es dar y sostener una imagen: la de una persona que ha decidido emprender un tipo específico de vida, la vida filosófica, y cómo esta escogencia transforma todo su ser y su manera de vivir. Para esto escogeré tres casos específicos en la historia de la filosofía antigua. Los tres emblemáticos y que fueron y son aún paradigmas del ejercicio de la filosofía entendida como el amor y la búsqueda de la sabiduría: Sócrates, los cínicos y los estoicos. En los tres, especialmente en Sócrates, observaremos el papel esencial que juega conocerse a sí mismo y el rapto amoroso en esa decisión fundamental de transformar la propia vida; y en los cínicos y los estoicos, la actitud radical que desata este rapto amoroso, entre otras actitudes que serán las partes para poder armar el cuerpo y la experiencia del filósofo según lo entendían los antiguos.

El Contexto Para encaminarnos en el logro de estos objetivos hay que comprender, primero que todo, el momento del acercamiento del hombre a la filosofía. Para ello nos es paradigmático el caso de Sócrates en el momento del juicio que lo condena a la muerte, según lo ilustra Platón en su ​ Apología​ . Allí podemos observar la profundidad y la naturaleza de la decisión de quien realmente se ha entregado al servicio de la filosofía; ​ al igual que nos sirve para entender las razones que sostienen la idea del conocimiento de sí mismo, tan importante en

la filosofía antigua, que propende por el mejoramiento o embellecimiento del alma y la transformación del ser encaminada a la sabiduría. Quién era exactamente este hombre, y qué era lo que decía en su totalidad, no será objeto de nuestro estudio en este momento, debido a la complejidad y extensión que ello requeriría; empezando por la dificultad histórica que nos presentan las fuentes, y muy a pesar de lo interesante que este tema es. Lo que nos interesa principalmente en este momento es la actitud de Sócrates ante la muerte, su decisión en la manera de vivir y qué consideraba que era una vida bien vivida. Igualmente nos es relevante en este momento la imagen que de él tenía el público y la imagen indeleble que dejó impresa en las futuras generaciones de hombres dedicadas a la filosofía, como los cínicos y los estoicos, en los que se siente inmensamente la presencia invisible y visible de un Sócrates idealizado. Sócrates, ateniense del siglo V a.C., hijo de Sofronisco, hombre feo y barrigón, desaliñado e indiferente a honores y riquezas, según los testimonios de sus contemporáneos, terminó siendo uno de los filósofos más importantes de toda la historia de la filosofía en occidente, al punto de que hablamos de los filósofos antes y después de Sócrates. Es, tal vez, el hombre acerca de quien más se ha hablado, discutido, idealizado o refutado en la historia del pensamiento occidental. Son realmente pocos los filósofos representativos o importantes que no se hayan referido a Sócrates de una u otra manera en sus escritos, y es probable que no exista un solo debutante de filosofía en occidente que no sepa algo sobre él. Por ello es tal vez ésta una de las mejores imágenes que podamos utilizar para entender el carácter de la filosofía. Hacernos a la imagen de la figura casi mítica de Sócrates que dejó una profunda huella en su generación y en las siguientes, nos ayuda a entender cómo era vista la filosofía en la antigüedad y el tipo de vida que llevaba quien se sometía a ella. Sócrates, condenado a muerte a sus 70 años bajo la acusación de impiedad y corrupción de la juventud, pudo haber eludido la condena de diversas formas e incluso escapar de su cautiverio, según nos lo cuentan varios testimonios de su época que nos han llegado, siendo la Apología de Platón la más completa y representativa. Pero Sócrates eligió morir y tomar la cicuta en acato primero al Dios, que le ordenó llevar la vida que llevaba; a la filosofía, que le permitió entender lo correcto y por lo que merece ser vivida una vida; y por último a las leyes y al juicio de los atenienses sobre sus acciones, mostrándoles su lealtad, no sin antes intentar hacerles ver lo que estaban a punto de hacer. Como él mismo lo dice en los últimos momentos de su juicio: los atenienses han matado a su más grande benefactor (​ Apol​ . 38c?). Pero eso no era un problema para él, según lo manifestaba. Su servicio al Dios y al recto discernimiento estaban por encima de la opinión común de los hombres, incluso si ello lo llevaba a la muerte. El hombre se prepara mediante la filosofía para enfrentar los azares y lo inevitable, especialmente la muerte.

Esta imagen del filósofo que prefiere la muerte antes que renunciar a utilizar justamente su albedrío, nos abre paso a las otras dos imágenes de filósofos radicales y fundamentales en la historia de la filosofía que nos han servido como imagen clara del carácter del filósofo y la filosofía en la antigüedad: los cínicos y los estoicos. De los primeros podemos decir algunas pocas cosas. Antístenes, fundador del movimiento, fue discípulo de Sócrates, y de éste lo fue a la vez Diógenes de Sinope, mejor conocido como Diógenes el perro o el cínico (palabras ambas emparentadas en su etimología) y quien fue su más grande representante. De Diógenes el cínico conocemos principalmente las anécdotas recopiladas por Diógenes Laercio en ​ Las vidas y opiniones de los filósofos más ilustres. Con su actitud ácida, inteligente e irreverente ​ fue objeto de aprecio, admiración y al mismo tiempo de horror por sus contemporáneos que se escandalizaban antes sus acciones que despreciaban la moral y los valores establecidos por la tradición en pos de aquellos dictados por la razón, a la vez que se asombraban por su entereza en la austeridad y la correctitud de sus actos. Por su lado la corriente estoica –de la que heredamos el adjetivo de ‘​ estoico’ que denota en nuestros días entereza y templanza ante los acontecimientos, fue fundada por Zenón de Citio en Atenas alrededor del 300 a.C.. Recibe grandes influencias de los movimientos filosóficos del momento, especialmente de las enseñanzas de Sócrates y los cínicos de quienes toman en gran parte su moral y a quienes ponen de modelo del sabio estoico que conoce la verdad, es imperturbable, siempre acertado en sus juicios y comportamientos. Modelo que Epicteto cree ser incapaz de alcanzar y que difícilmente alcanzarán sus discípulos, a pesar de ser ellos mucho más moderados que los cínicos en sus comportamientos y en las metas que se planteaban. La importancia que le daban los estoicos a el modelo de Sócrates y los cínicos lo vemos en las ​ Disertaciones de Arriano, donde Epicteto cita sin cesar a Sócrates y a Diógenes le dedica un capítulo entero. Sistemáticos y sintetizadores, logran adaptarse a lo largo del tiempo a las circunstancias del momento y perduran por un largo periodo de tiempo hasta bien entrada la época imperial romana. El eje principal de su filosofía fue el bien racional y hacían un gran énfasis en la ética y la ejercitación en la virtud como medio para alcanzar la ataraxia, lo que era equivalente a llevar una vida acorde con la Naturaleza, y ésta a la vez identificable con la divinidad, racional y perfecta. Esta idea la vemos especialmente resaltada en el último periodo de la permanencia de esta escuela, con Epicteto y el emperador Marco Aurelio como unos de los principales representantes de este periodo.

La ignorancia El bien, el bienestar, la tranquilidad, la felicidad, como lo queramos llamar: la presencia de lo bueno y la ausencia de lo malo es lo que los hombres hemos acertado a identificar, parece

que desde siempre, como el bien de todos los bienes, el valor más preciado en nuestras vidas. Todos los seres hemos padecido sufrimientos y hemos saboreado igualmente el placer y la satisfacción, pero es claro para nosotros cuál de esas experiencias deseamos. Sin embargo, y a pesar de ello, andamos gran parte de nuestra vida dando tumbos por el mundo, desapercibidos e ignorantes de en dónde se encuentra realmente el bien. En esa búsqueda errática que muchas veces las personas no se dan cuenta si quiera que buscan, los seres humanos cometemos infinidad de actos que la más de las veces van en contra de nuestro propio bienestar. Diógenes nos ilustra ácidamente las acciones completamente contradictorias de los hombres: “Criticaba a los que elogiaban a los justos, por estar por encima de las riquezas, pero por otro lado envidiaban a los muy ricos. Le irritaba que se sacrificara a los dioses para pedirles salud, y en el mismo sacrificio se diera una comilona contra la salud.” (V​ idas.​ VI, 28). Para los antiguos todos los males nacen de la ignorancia, de no saber diferenciar entre un bien y un mal, lo correcto de lo incorrecto, lo importante de lo indiferente y en ser cada uno presa de sus propias pasiones. Todo ser humano desea el bien, nadie desee el mal para sí mismo y todas nuestras acciones giran en torno a esto. Ahora bien, si en abstracto nuestra tendencia natural es al bien, en la práctica nuestras representaciones no siempre son acertadas. El mundo para nosotros es apenas una imagen, sombras, representación, interpretación, apenas una perspectiva del conjunto. Todo juicio, toda verdad, mentira o inverosimilitud proviene del ​ entendimiento y por eso el objetivo de la filosofía es enseñar a los hombres a hacer un uso correcto de las representaciones. Todos sabemos, dice con frecuencia Epicteto, que hemos de aceptar el bien, rehuir el mal y despreocuparnos de lo indiferente. Pero el bien y el mal no son lo que como tal nos puedan indicar los sentidos, sino que la determinación del bien y del mal comienza en la inteligencia y finaliza en la acción. Esto se corresponde claramente con la imagen que tenemos de antiguo del filósofo curioso, indagador, que busca la verdad y la ataraxia o la paz del alma e intenta encontrarla por métodos racionales, y que reconoce, por lo menos de manera implícita, una cierta ignorancia: se busca lo que se ignora e ignoran la verdad, no son sabios pero desean serlo; están prendados en ello. Esto nos abre una puerta a la naturaleza de esta búsqueda, pues ciertamente el ​ philo​ sophos​ ​ es búsqueda de lo ausente y lo ausente es la sabiduría. Así, no en vano uno de los fundamentos e inicios de toda filosofía ha sido la duda. La filosofía nace de una inconformidad en el alma, de una inquietud de nuestra parte inteligente: quien filosofa investiga, se adentra en el sentido de las cosas, observa, piensa, interpreta, busca la verdad. Pero la verdad de qué o para qué y cuál es la necesidad que subyace a esta acción determinará el espíritu de toda filosofía, como en cualquier otro arte la necesidad de la que subyace nos indica hacia dónde se dirige aquella. Precisamente esto es lo que nos da la clave: desde la antigüedad la filosofía era concebida como una especie de

terapéutica, como un ejercicio (​ ascesis​ ) para alcanzar la felicidad, fruto de la tranquilidad del alma (​ ataraxia​ ), a través de curar la ignorancia y las pasiones de las que somos presa. Epicuro lo decía: “Nuestra única preocupación debe ser curarnos” (​ G.V.​ , 64) pues, como Epicteto repetía a sus discípulos, sólo podía ser libre del sufrimiento el que sabía discernir entre los auténticos bienes y males y lo indiferente: "De lo existente, unas cosas dependen de nosotros; otras no dependen de nosotros. De nosotros dependen el juicio, el impulso, el deseo, el rechazo y, en una palabra, cuanto es asunto nuestro. Y no dependen de nosotros el cuerpo, la hacienda, la reputación, los cargos y, en una palabra, cuanto no es asunto nuestro. Y lo que depende de nosotros es por naturaleza libre, no sometido a estorbos ni impedimentos; mientras que lo que no depende de nosotros es débil, esclavo, sometido a impedimentos, ajeno." (​ Manual.​ I, 1-2).

Y más adelante "si deseas algo de lo que no depende de nosotros, por fuerza serás infortunado" (​ Manual​ . II, 2). De modo que todo trabajo de comprensión, toda búsqueda por la verdad y desprendimiento del sufrimiento, es en realidad un trabajo sobre nosotros mismos. Lo que tenemos que ejercitar entonces es el correcto discernimiento, discernimiento encaminado a obtener el mejor bien, y en esto va a consistir la tarea más importante de la filosofía: "Recuerda, por tanto, que si lo que por naturaleza es esclavo lo consideras libre y lo ajeno propio, sufrirás impedimentos, padecerás, te verás perturbado, harás reproches a los dioses y a los hombres, mientras que si consideras que sólo lo tuyo es tuyo y lo ajeno, como es en realidad, ajeno, nunca nadie te obligará, nadie te estorbará, no harás reproches a nadie, no irás con reclamaciones a nadie, no harás ni una sola cosa contra tu voluntad, no tendrás enemigo, nadie te perjudicará ni nada perjudicial te sucederá." (​ Manual.​ I, 3)

Sócrates según nos narra Diogenes Laercio, decía igualmente que “sólo hay un bien, el conocimiento, y un solo mal, la ignorancia” (V​ idas. II.31). Pierre Hadot, gran historiador de la filosofía dice que tal vez el pensamiento de las distintas escuelas de la antigüedad se podría resumir de esta manera: “No precisas nada al margen de ti mismo para encontrar de inmediato la paz interior, despreciando la inquietud tanto por el pasado como por el futuro. Debes ser feliz en este mismo momento o no lo serás jamás.” (​ Ejercicios.​ P.232). Del aprender a discernir dependía para los antiguos el que pudiéramos satisfacer correctamente nuestras necesidades, pues ¿cómo puede ser posible satisfacer correctamente nuestra hambre comiendo piedras, tener pan sin cultivar el campo o lograr tranquilidad alimentando nuestra alma con bajas pasiones? Pero sobre todo, se trataba de una independencia, de emanciparse del sufrimiento y crear en algún sentido una autosuficiencia y eso se lograba sólo poco a poco y con gran esfuerzo; aunque la recompensa que genera esta búsqueda es superior a cualquier otra cosa a la que un hombre sensato pueda obtener con su trabajo. Podemos preguntarnos entonces en qué consiste esa búsqueda, cómo se toma esa

medicina, cómo es la cirugía para extirpar el tumor. ¿Cómo es posible liberarse de tantas cadenas si nuestra ignorancia no parece tener límites? En el templo de Delfos afirma Sócrates que hay una inscripción en honor al dios que reza: conócete a ti mismo. Junto a él, los cínicos, epicúreos, estoicos y muchos otros afirmaban que esa era la principal tarea de todas, sólo así se logra la autosuficiencia. Sócrates lo dice así: "Si existe un hombre que se basta a sí mismo para ser feliz es el sabio, y es de todos los hombres quien menos necesita del otro" (​ Rep​ . 387d). Y Epicteto: "Ésta es la situación y el carácter del profano: nunca espera de sí mismo el beneficio o el daño, sino de lo exterior. Esta es la situación y el carácter del filósofo: todo beneficio o daño lo espera de sí mismo." (​ Man​ . XLVIII). Lo que hay que conocer, entonces, y prioritariamente, es a uno mismo para poder reconocer el tamaño de la propia ignorancia e intentar erradicar las falsas y vanas opiniones de las que estamos llenos. Epicteto lo expresa de esta manera: "¡Ea, pues! Date cuenta tú también y fíjate en las facultades que tienes y, al verlas, exclama: «Envía, Zeus, la circunstancia que quieras, pues tengo los recursos que tú me diste y los medios para señalarme por medio de los acontecimientos»" (​ Disert. ​ I, VI, 37-40). Y Diógenes “Al serle preguntado qué había sacado de la filosofía, dijo: «De no ser alguna otra cosa, al menos el estar equipado contra cualquier azar»” (DL, vidas, VI, 63).

§ Ciertamente cada una de las escuelas tiene sus propios métodos y ejercicios, pero para todas, la terapia está indiscutiblemente asociada a una profunda transformación de la manera de ver y de ser del individuo. De hecho, las diferencias que podemos encontrar entre unas y otras no son tan grandes. Todas sin distinción encuentran al hombre sumido en la angustia y la desgracia, debido a su ignorancia, pues el ​ mal no radica en las cosas, sino en los juicios de valor que los hombres emiten acerca de ellas. I​ dentifican al bien con la tranquilidad del alma, en que la terapia consiste en modificar los juicios de valor del individuo y su forma de ser, y en lo que en realidad se diferencian es en las particularidades del origen principal de esas angustias y preocupaciones: las convenciones sociales para ​ los cínicos, la persecución del placer y del interés egoísta, para los estoicos, etc. Pero, sin lugar a dudas, d​ esde la antigüedad, la dirección de este cambio ha sido la sabiduría. Para el Sócrates de Platón, quien es justo es bueno, quien es bueno es bello y todo lo bueno y bello es deseable para nuestras vidas. Entonces, Para lograr la tranquilidad debemos alcanzar el tipo de perfección virtuosa que se basta a sí misma y no depende más que de sí misma. Se trata sin duda alguna de un asunto de autonomía. Nos dice Epicteto de esto que debe siempre acompañarnos, “No debes apartarte de tus principios cuando duermes, ni al despertar, ni cuando comes, bebes o conversas con otros hombres,. . . obrándose siempre así «con corrección" en todo cuanto se emprenda'” (​ Disert​ . IV, 12, 7).

Ahora, acerca del origen de ese conocimiento o esa imagen, el modelo de este tipo de perfección residía en la imagen del Dios o de los dioses, pues en ellos está la perfección, de ellos es todo y a ellos nada le falta. Como afirmaba Diógenes “Todo es de los dioses. Los sabios son amigos de los dioses. Los bienes de los amigos son comunes. Por tanto, todo es de los sabios” (​ Vidas VI, 37). E igualmente: “Decía que los hombres buenos son imágenes de los dioses.” (​ Vidas​ . VI, 51). El hombre sabio rivaliza en felicidad con los dioses, decía también Epicuro. Liberarse del sufrimiento era intentar obtener la virtud del sabio, conocer era encaminarse hacia los dioses; ser filósofo era estar enamorado de esa verdad, desearla por encima de cualquier cosa, hacer lo necesario día a día para lograrlo. Todo esto hacía parte de una misma lucha. La felicidad del alma residía para los antiguos en el saber, en el correcto entendimiento del mundo y de nosotros mismos. Saber, a la vez, es saber discernir, diferenciar, identificar: diferenciar las nubes del sol, el fuego y sus efectos y en fin, lo valioso de lo despreciable; pero saber es principal y primordialmente saber hacer, no se curan los sufrimientos entendiendo el concepto de sabio en la antigüedad, se cura es volviéndose sabio uno mismo. En este proceso de entender la filosofía como una transformación del ser, la filosofía, como ya lo dijimos, ha sido entendida constantemente como el ejercicio de la muerte. ​ “ D​ e cómo filosofar es aprender a morir​ ” reza el título de un representativo ensayo de Montaigne. La muerte constante de dejarse atrás, más metafórica; la muerte, ya muy real de Sócrates por la filosofía. En su defensa, en el juicio, Sócrates hace un largo discurso para intentar mostrar su posición, en donde no puede ni debe desobedecer y echarse atrás o denigrar de sus propias acciones. Dice que los dioses lo han colocado en un puesto, e impío sería moverse de su lugar, sin importar los riesgos a los que pueda enfrentarse incluida la muerte, so peso de la deshonra que ello conllevaría; así como hubiera sido deshonroso desobedecer a los jefes en las batallas de Potidea, Anfípolis y Delion a las que Sócrates fue enviado, en donde se mantuvo en posición junto con sus compañeros y corrió toda clase de riesgos. Si en ese momento resistió su destino y no desfalleció ante las órdenes de los hombres, ahora, que como ha creído y aceptado, el dios le ordenó vivir filosofando e intentar actuar rectamente examinándose a sí mismo y a los demás, abandonara y se acobardara, sería el más indigno de los hombres; al punto de que, afirma él, justamente podría cualquier hombre llevarlo ante los tribunales esta vez sí por clara impiedad y desobediencia al oráculo y al Dios. Y en seguida afirma: “​ En efecto, atenienses, temer la muerte no es otra cosa que creer ser sabio sin serlo, pues es creer que uno sabe lo que no sabe. Pues nadie conoce la muerte, ni siquiera si es, precisamente, el mayor de todos los bienes para el hombre, pero la temen como si supieran con certeza que es el mayor de los males" (​ Apol​ . 28d ss).

Y posteriormente: "y si digo que una vida sin examen no tiene objeto vivirla para el hombre, me creeréis aún menos." (​ Apol.​ 38ª).

Era todo o nada: Diógenes “de continuo decía que en la vida hay que tener dispuesta la razón o el lazo de horca.” (​ Vidas​ . VI, 24), pues creían comprender que todo lo demás eran vanas apariencias y falsas opiniones. La decisión del camino filosófico, era de este carácter, y a pesar de las muchas críticas que recibían de sus coetáneos, parecían sentirse bastante orgullosos de su decisión. "Quizá alguien diga: «¿No te da vergüenza, Sócrates, haberte dedicado a una ocupación tal por la que ahora corres peligro de morir?» A éste yo, a mi vez, le diría unas palabras justas: «No tienes razón, amigo, si crees que un hombre que sea de algún provecho ha de tener en cuenta el riesgo de vivir o morir, sino el examinar solamente, al obrar, si hace cosas justas o injustas y actos propios de un hombre bueno o de un hombre malo" (​ Apol​ . 28b). Dice el exaltante Hector de ​ La Iliada​ , citado un poco más adelante en el mismo texto y puesto a sopesar entre hacer justicia y la muerte, dice: "Que muera yo en seguida después de haber hecho justicia al culpable, a fin de que no quede yo aquí junto a las cóncava naves, siendo objeto de risa, inútil peso de la tierra.»" (​ Apol​ . 28d). En esa misma línea Sócrates, en el juicio, propone un caso hipotético en el que él puede ser liberado so pena de cambiar su comportamiento: "[Si me dijerais] «Ahora, Sócrates, no vamos a hacer caso a Anito, sino que te dejamos libre, a condición, sin embargo, de que no gastes ya más tiempo en esta búsqueda y de que no filosofes, y si eres sorprendido haciendo aún esto, morirás»; si, en efecto, como dije, me dejarais libre con esta condición, yo os diría: «Yo, atenienses, os aprecio y os quiero, pero voy a obedecer al dios más que a vosotros y, mientras aliente y sea capaz, es seguro que no dejaré de filosofar, de exhortaros y de hacer manifestaciones al que de vosotros vaya encontrando". Y más adelante cerrando el asunto definitivamente: “[yo he de responderos] «Atenienses, haced caso o no a Anito, dejadme o no en libertad, en la idea de que no voy a hacer otra cosa, aunque hubiera de morir muchas veces.»” (​ Apol​ . 29c-30c).

El dramatismo es ineludible en su juicio después de que lo condenan a la muerte: ​ "es ya hora de marchamos, yo a morir y vosotros a vivir. Quién de nosotros se dirige a una situación mejor es algo oculto para todos, excepto para el dios." (​ Apol​ . 42ª). El ejercicio de aprender a morir es a la vez, en efecto, reconocer el tamaño de nuestra propia ignorancia: no es la muerte lo terrible, sino la opinión de la muerte lo terrible nos dice Epicteto (​ Man​ , V). Aprender a morir es reconocer la justa envergadura de nuestras proporciones, reconocerla como parte de nuestra naturaleza y conformarnos con ella, como lo es ejercitarse en la indiferencia hacia aquellas cosas que no dependen de nosotros: "No pretendas que los sucesos sucedan como quieres, sino quiere los sucesos como suceden y vivirás sereno." (​ Man​ , VIII). "Ten presente a diario la muerte y el destierro y todo lo que parece terrible, pero, sobre todo, la muerte. Y nunca pensarás en nada vil ni desearás nada en exceso." (​ Man​ . XXI). Esta idea la vemos repetida sin cesar en Diógenes, Marco Aurelio, Séneca, Epicuro, Epicteto, entre tantos otros.

Sin embargo, el ejercicio de la filosofía no es sólo el de reconocer nuestra ignorancia y cualidades, es también el proceso de dejarse atrás a uno mismo y reconstruirse: al ser humano se le ha dado la posibilidad de dirigir su propio destino, pues no sólo es capaz de darse cuenta de sí sino de ​ crearse o formarse a sí. Nos lo deja entrever Epicteto en este pasaje cuando habla de la creación del mundo y el estado en que nos han dejado los dioses: “Al hombre. . . lo ha traído aquí en calidad de espectador suyo y de su obra, y no sólo como espectador, sino también como intérprete. Por eso es una vergüenza para el hombre empezar y acabar donde los animales; mejor empezar ahí, pero acabar en donde acaba nuestra naturaleza." (​ Disert. I, VI.37-40). Esta naturaleza de la que nos habla Epicteto que nos fue dada, es precisamente la capacidad para discernir: la razón, el intelecto. El filósofo es, así, bajo esta idea, un ermitaño de su propio cuerpo pues necesita dejarse atrás todo el tiempo y vaciarse de contenidos superfluos primero, para poder llenarse de lo justo y lo correcto después. La filosofía es, de esta manera, tanto el ejercicio de aprender a morir, como el ejercicio de volver a nacer, y Sócrates, el filósofo, la imagen por excelencia de una vida llevada filosóficamente, era esa partera que pretendía traer a este mundo las imágenes que creaban ese nuevo hombre, según no lo narra Platón. Ese ejercicio de conversión y separación del antiguo ser que requiere de una ruptura con el oscuro sueño de la inconsciencia en que se convierte lo cotidiano y familiar, permite volver a un estado auténtico, hacia aquellas cosas esenciales y naturales que nos permite la libertad; naturaleza de la que nosotros como hijos de los dioses somos partícipes. La divinidad, ese fuego inteligente creador del mundo, providente para con sus criaturas, no exige de los hombres actos de culto, sino que, como razón y naturaleza que es, les exige un determinado comportamiento, consistente en utilizar la razón en aquello para lo que nos fue concedida: para comprender el mundo y su naturaleza y actuar de acuerdo con esa comprensión. Sin embargo y tal vez como ya lo hemos podido notar, a pesar del papel tan esencial que juega la razón o el correcto discernimiento en la filosofía, no se trata de un asunto netamente teórico ni sobre cualquier tipo de conocimiento. La filosofía, más que una presentación teórica de un sistema de pensamiento, o un conjunto de conocimientos tomados como dogmas y una teoría del mundo, es una manera de dirigirse ante uno mismo para perfeccionar o mejorar su propio ser y por ende su experiencia de vida. Pues, acaso, ¿qué de aquello nos es más útil, andar hablando y discutiendo sobre miles de cosas o mejor aprender a vivir de la mejor manera?

Diferencia discurso filosófico - filosofía

Bajo la idea de que el sufrimiento proviene de la ignorancia, y que la razón y el conocimiento es quien destierra a la ignorancia, se puede llegar a creer erroneamente, como muy

comúnmente se ha hecho hasta ahora al momento de interpretar a los antiguos, que con las simples operaciones racionales, casi matemáticas, del cerebro, los bellos discursos y el pensamiento sistemático que de allí surgen, es suficiente para alcanzar la felicidad, pues nadie obra mal a sabiendas y la bondad y una conducta correcta se seguirían forzosamente del conocimiento, según lo creían los antiguos. Pero nadie ha sido nunca feliz porque alcanzó la comprensión teórica de un argumento o de la composición teórica de tal o cual cosa, ni los discursos filosóficos bastan para que uno se vuelva virtuoso. A pesar de que es el correcto discernimiento el que nos puede llevar a la conducta correcta y al conocimiento de nosotros mismos y la realidad, estas son apenas herramientas del intelecto humano y éste tiene que poner mucho más de sí para llegar a lograr el perfecto y divino objetivo de la sabiduría y la perfecta renuncia. Voy a citar un pasaje del Manual de Epicteto que nos ilustra muy claramente el problema: "Y yo, ¿qué quiero? Comprender la naturaleza y seguirla. Busco, pues, quién es el que la explica. Y al oír que Crisipo, me dirijo a él. Pero no entiendo lo que escribió; busco quien me lo explique. Y hasta ahí no hay ningún motivo de presunción; pero cuando hallo quien me lo explique, le falta el poner en práctica los preceptos. Y sólo eso es motivo de presunción. Y si admiro el propio explicarlo, ¿qué otra cosa he resultado ser, sino gramático en vez de filósofo? Salvo que estoy explicando a Crisipo en vez de a Homero. Más bien, cuando alguien me diga «Hazme una lectura de Crisipo» me pondré colorado al no poder mostrar hechos semejantes y acordes con las palabras." (Man. XLIX)

Dice también que muchos presumen de filósofos y disertan sobre el arte de vivir como hombres, en lugar de vivir ellos mismos como hombres (​ Disert​ . III, 21). De Diógenes se dice también que: “Admiraba a los eruditos que investigaban las desventuras de Odiseo, mientras ignoraban las suyas propias. Y también a los músicos, que afinaban las cuerdas de la lira, y tenían desafinados los impulsos del alma. Se extrañaba de que los matemáticos estudiaran el sol y la luna y descuidaran sus asuntos cotidianos. De que los oradores dijeran preocuparse de las cosas justas y no las practicaran jamás. Y, en fin, de que los avaros hicieran reproches al dinero y lo adoraran.” (​ Vidas​ . VI 27-28).

No se trata entonces simplemente de discursos o conceptos, al igual que el estudio de la filosofía no es un fin en sí mismo, sino un medio necesario para aprender a vivir conforme a la naturaleza. Están perdidos, pues, aquellos que invierten todos sus esfuerzos en las palabras de los filósofos, como si fuera el comprenderlas el fin último de la vida y la filosofía. Creo que no habría que olvidar en ningún momento que lo que se busca es la sabiduría, y ella es tanto vivencia personal como acción. Según esto, de lo que se trataría el estudio de las palabras es poder comprenderlas correctamente para comportarse de acuerdo a ellas a modo de principios, comprender la verdadera naturaleza de las cosas y aprender a discernir lo que depende de nosotros de lo que no para alejar toda preocupación.

Eso no significa que Epicteto o los estoicos en general hayan despreciado la lógica o la dialéctica. Las consideraban de hecho una base imprescindible para comprender el real sentido de las cosas y como firme fundamento de las acciones, siempre y cuando se la tenga como instrumento y no como fin. Precisamente el capítulo 17 del libro primero de las Disertaciones y el 25 del segundo libro se llaman “que la lógica es necesaria”. En el primero enuncia la necesidad del razonamiento para guiar toda comprensión, y antecede la lógica a lo demás de la misma manera que se aprende primero acerca de las medidas antes de poder medir el trigo; y en el segundo con una corta y amena anécdota muestra la necesidad de la razón en el pensamiento y cómo ella está inserta en la lógica y funcionamiento mismo del discurso, pues por definición no hay discurso sin razón. Cualquier debate sobre cualquier tema carecería de sentido sin unos mínimos lógicos o racionales que permitieran la continuidad de la comunicación y el pensamiento; pero la disertación acerca de algún tópico escolar de la lógica es más bien carente de significado en la búsqueda diaria de la felicidad y no parecen importarle demasiado a Epicteto. Ciertamente no podríamos agarrar la esencia de la filosofía si sólo observáramos la organización netamente proposicional y discursiva de las ideas. La filosofía se identifica más profundamente con esa transformación y aumento del ser hacia la virtud, que con una organización lógica y sistemática de ideas acerca del mundo. La enseñanza de Sócrates no es la acumulación de sus palabras, sino la muestra de sus actos en una vida llevada con rectitud y justicia, y de allí su fuerza. Su imagen no nos sobrevive gracias a que él dijera que despreciaba la muerte y promulgaba la virtud, sino porque él parece haber encarnado sus palabras y las llevó hasta sus últimas consecuencias, o por lo menos en ello parecen concordar las fuentes que nos han llegado acerca de él. El objetivo de la filosofía es transformar constantemente la manera de “estar en el mundo” por parte de quien la ejercita. El verdadero saber es finalmente un saber hacer, y en este caso ese saber hacer se trata de saber hacer el bien. Sin embargo, este tipo de vida requiere de un esfuerzo, pues la virtud no es fácilmente adquirible y hacerse dueño de sí es la tarea más difícil de todas. ​ “Ni el toro ni el hombre de nobleza se hacen de repente, sino que han de mantenerse en forma durante el invierno, han de prepararse y no precipitarse a la buena de Dios hacia lo que no conviene en absoluto.” (​ Disert​ . I, 2, 32). ​ Ya Diógenes lo manifestaba: ​ “en la vida nada en absoluto se consigue sin entrenamiento, y éste es capaz de mejorarlo todo.”(​ Vidas.​ VI, 71).

Los Ejercicios

Como no es fácil esta transformación de la mirada y el entendimiento, se requiere de más que sólo razonamientos y buena disposición. La filosofía, se convierte entonces en un

ejercicio de transformación de la mirada y la comprensión a través de diferentes tareas o ejercicios, como la clarificación de conceptos, la exegética, los ejercicios discursivos, la contemplación, el estudio de la física o la lógica, e incluso la renuncia y la austeridad en algunas corrientes, que propenden a través de la disciplina por esa indispensable transformación interior (de los deseos, los impulsos y la conformidad), y que, en efecto, poco a poco terminan transformando inevitablemente a aquel a quien los ejerce, y por tanto su manera de vivir. El filósofo se ve tocado hasta sus más profundos fundamentos por el ejercicio filosófico, y esto a la vez ejerce un tipo de metamorfosis en su personalidad, pues es la totalidad síquica del individuo la que está involucrada. Los estoicos, bajo esta misma idea, hacen tres divisiones de lo que concierne a la filosofía: la lógica, la física y la ética. Para ellos era necesario estudiar la lógica, algunas veces emparentada con la dialéctica, para controlar y encausar correctamente la imaginación, el juicio y las representaciones y ayudar a ordenar firmemente la realidad. La física y el conocimiento de los astros nos enseñan a controlar los deseos a través de comprender lo que depende y no depende de nosotros, a no tener miedo de los dioses y de lo que sucede en el mundo y formar nuestra alma en la incesante e irrompible causalidad u orden por la que está regido el mundo y que puede ser explicado racionalmente; y en base a esto aprender a desear lo que se puede desear y no desear lo imposible. Y por último estudiar la ética para entender qué es la justicia, el bien y lo correcto, comprender lo que representa la comunidad y poder acudir a preceptos que puedan poner nuestra vida sobre el camino más firme y seguro (​ Vidas​ , VII, 39ss, 132ss, etc.). Bajo esta misma idea, Diógenes propone dos tipos de entrenamiento: “el espiritual y el corporal. En éste, por medio del ejercicio constante, se crean imágenes que contribuyen a la ágil disposición en favor de las acciones virtuosas. Pero que era incompleto el uno sin el otro, porque la buena disposición y el vigor eran ambos muy convenientes, tanto para el espíritu como para el cuerpo” (​ Vidas​ VI, 70). Epicteto nos decía: "Ea, ¿no habéis recibido fuerzas con las que soportar todo lo que suceda? ¿No habéis recibido la grandeza de ánimo? ¿No habéis recibido el valor? ¿No habéis recibido la firmeza? Entonces, si tengo grandeza de ánimo, ¿qué me importa lo que pueda suceder? ¿Qué me hará perder la compostura, o qué me turbará, o qué me parecerá doloroso? ¿Es que no voy a utilizar mi capacidad para lo que la recibí, sino que voy a padecer y angustiarme por lo que suceda? -Sí, pero tengo mocos. ¿Y para qué tienes manos, esclavo? ¿No será para limpiarte?" (​ Disert.​ I, VI).

Para los estoicos hay una par de conceptos que pueden ayudarnos a describir esta actitud: la presencia mental o la atención y la entereza, que suponen una continua vigilancia y presencia de ánimo; una conciencia siempre atenta y en tensión, lista para recibir y experimentar de mejor manera los acontecimientos:

"Pon al punto tu esfuerzo en responder siempre a toda representación áspera: «Eres una representación y no, en absoluto, lo representado». Y luego examínala y ponla a prueba mediante las normas esas que tienes y, sobre todo, con la primera, la de si versa sobre lo que depende de nosotros o sobre lo que no depende de nosotros. Y si versara sobre lo que no depende de nosotros, ten a mano lo de que «No tiene que ver conmigo»." (​ Man.​ I, 5).

Así, si incluso teniendo presente los conceptos, las ideas o argumentos se actúa o desea lo contrario a lo correcto y necesario, se es un necio irremediable. Pero como ese es posiblemente la condición de la inmensa mayoría de nosotros, pues necesitamos de más que argumentos para cambiarnos a nosotros mismos, de allí nace la inmensa importancia de los ejercicios: "Si quieres que tus hijos y tu mujer y tus amigos vivan para siempre, eres bobo. Pues quieres que dependa de ti lo que no depende de ti y que lo ajeno sea tuyo. Así también, si quieres que el esclavo no se equivoque, eres tonto. Pues quieres que la maldad no sea maldad, sino otra cosa. Pero si quieres no fallar en tus deseos, eso puedes conseguirlo. Ejercítate en eso, en lo que puedes. Es dueño de cada uno el que tiene la potestad sobre lo que él quiere o no quiere para conseguírselo o quitárselo.” (​ Man​ . XIV)

Pero, de nuevo, como aquí no se trata solamente de un mero saber, sino de la transformación de la personalidad, la completidud del ser debe estar presente en esta transformación. Como los antiguos no fueron ajenos a esta comprensión, y como también entendieron la profunda importancia de las imágenes en la conciencia humana, ellos hicieron gran énfasis en que la imaginación y la afectividad deben colaborar en el ejercicio del pensamiento. Por eso vemos a Platón contando mitos que nos ayudan a ir a los lugares donde el discurso no llega, vemos a Diógenes y los demás cínicos actuando por las calles de la ciudad –y no en vano el asombro de los hombres: “se paseaba por el día con una lámpara encendida, diciendo: «Busco un hombre»” (​ Vidas​ . VI, 41), y “cuando le preguntaron en qué lugar de Grecia se veían hombres dignos, contestó: «Hombres en ninguna parte, muchachos en Esparta»” (​ Vidas​ . VI, 27), y por último unos estoicos proponiendo una colección de sugerencias prácticas, anécdotas y principios éticos que puedan ser utilizados rápidamente en cualquier momento y evitar desviarse del camino apropiado debido a la lejanía y sutilezas del discurso: "Ten presente a diario la muerte y el destierro y todo lo que parece terrible, pero, sobre todo, la muerte. Y nunca pensarás en nada vil ni desearás nada en exceso." (​ Man​ . XXI). “No pretendas que los acontecimientos sean como quieres, sino que intenta que los acontecimientos sean como son y vivirás en la serenidad.” (​ Man​ . VIII). “Desde el alba, no dejes de repetirte: "Quiero dejar de ser chismoso, desagradecido, Insolente, bribón, egoísta". Tales vicios se producen al desconocer las diferencias entre los verdaderos bienes y los verdaderos males” (Marco Aurelio, ​ Med​ . 11, 1, 1).

Así, si bien los primeros estoicos, por ejemplo, fueron grandes teóricos de la lógica y la física, los últimos tuvieron una fuerte tendencia marcada hacia la ética. Es más, si mis afirmaciones son correctas, el tema más representativo y el más fundamental de la concepción de la filosofía en el antigüedad era la ética. La sabiduría tiene mucho y todo que ver con la correctitud de los actos, la disciplina y la virtud.

La experiencia y la decisión de vivir filosofando

Una de mis principales inquietudes al hacer este trabajo era identificar la vocación y elección de quien se ha dedicado a la filosofía. Creía intuir allí, en ese lugar personal de las experiencias, algo común a los filósofos de esta o aquella corriente, que me parecía ser muy propio de la filosofía. Evidentemente hay enormes dificultades a la hora de encontrar y probar este tipo de observaciones, pues como ya lo dije, pertenecen al reino muy personal de las experiencias. Aunque a la manera del conductismo moderno que estudia a “los organismos en interacción con sus ambientes” se podría hacer parcialmente un estudio de las manifestaciones de los filósofos de la antigüedad y aquellas cosas que ellos decían hacer y creer. Sin embargo, de nuevo, son pocos los discursos que nos sobreviven sobre algo de este tipo (señalaría el Banquete de Platón como el más representativo), y en todo caso requeriría de un extenso estudio para poder hacerle justicia correctamente al asunto. A pesar de todo ello me atreveré a hacer algunas apreciaciones sobre el tema, que tal vez nos ayuden a hacernos una imagen de quién era y cómo era considerado el filósofo en la antigüedad. Uno de los elementos que más resaltan en la actitud de los antiguos era una especie de voluntad por la superación y el rigor en sus comportamientos; y que a pesar de llevar cada uno costumbres que pueden parecer completamente contrarias, en su esencia o en su intención, están dirigidos a un mismo objetivo: forjar el espíritu para alcanzar la paz e intentar alcanzar una cierta perfección virtuosa, ambas íntimamente relacionadas, elementos de un todo que habla acerca de la felicidad. Ya sea el desprecio de las cosas materiales y toda clase de lujos al punto de llegar a la harapiencia; direcciones de moral pública que desprecian o respetan la tradición, un intento por renunciar al placer mundano o si intenta reentenderlo; hasta la tremenda pulcritud en todos los actos cotidianos, incluida la limpieza y el higiene, con las que Epicteto insiste, respetando a las tradiciones y a los hombres: todas estas actitudes las encontramos en hombres lúcidos, activos e inteligentes, y siempre dispuestos a abordar la realidad de la mejor manera posible que les brinda su comprensión y a llevar la tranquilidad al alma. ¿Qué es lo que motiva esta búsqueda y este tipo de comportamientos? ¿Qué es lo que están pensando estas personas al momento de embarcarse en tal labor, y qué los lleva a

tener algunas veces comportamientos tan salidos del común y a someterse a sí mismos a una transformación profunda y radical? Para poder describir al filósofo, o su imagen, ya sea tomando como ideal a algunos personajes representativos de la antigüedad y trascendentales en nuestra historia como Sócrates o Diógenes, o sea que intentemos observarlo desde una perspectiva general en tanto se puede tratar de cualquier hombre que intente lograrlo, es fundamental, creo yo, señalar en la dirección de un tipo de experiencia personal que no es fácilmente describible y que posiblemente tenga mucho que ver con la experiencia del amor y el rapto amoroso que nos describe Platón en el Banquete, al igual que lo puede ser una experiencia netamente religiosa o mística1 como se puede entrever en la Apología, en donde se ve involucrado el oráculo, la pitonisa y el dios que le habla a Sócrates al oído. El filósofo es el raptado por el daimon del amor, ​ eros​ , quien se encargará de iniciarlo en los misterios y el camino de la divinidad nos dice Platón. No sólo Sócrates en el diálogo del Banquete está profundamente emparentado con la imagen de eros que Platón nos muestra. Es bastante interesante observar que Diógenes el perro encaja bastante bien con la imagen del daimon pobre y descalzo, tosco, sin casa y que duerme a la intemperie y al pie de los caminos, pero a la vez inteligente y audaz, con la chispa de lo divino en él. No podemos olvidar que la filosofía en ningún momento deja de ser deseo, y a pesar de que la conciencia filosófica le abre la puerta de múltiples experiencias y ‘mundos’ que antes no había experimentado, el filósofo es ​ amante de la sabiduría pues aún no la posee. ​ Se ama la ausencia de lo que se quiere y el filósofo siempre sentirá en sí la ausencia: su ignorancia, su debilidad, su mortalidad, pero también cree reconocer el camino hacia la eliminación de estos sufrimientos. Aun así, como lo hemos notado en este trabajo, para lograr este tipo de transformaciones y estados de existencia, por decirlo de alguna manera, no basta con superar el discurso filosófico y con decidir cambiar de vida. Como afirma Hadot “el asunto desborda los límites de lo moral, pues es la totalidad del ser la que está comprometida.” (​ Ejercicios​ . p.245-246). Por ello, el filósofo ha de pasar por experiencias que no son en absoluto del orden discursivo; las manifestaciones de la realidad y la inteligencia no se acaban en las palabras. Por ejemplo, nos dice Hadot que “​ la vivencia del placer puro, o de la coherencia con uno mismo y con la Naturaleza, es de un orden muy diferente de la del discurso que la prescribe o la describe desde el exterior. Estas experiencias no son del orden del discurso ni de las proposiciones. ​ Inconmensurables pues, pero también inseparables.” (Hadot, ​ Qué es...​ p.192).

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En todo caso no habría que olvidar que es lo divino ante lo que uno está raptado, según Platón, y eros es un Daimon, medio hombre, medio dios.

Por ejemplo, intentar hacer este trabajo con la pura motivación y la seguridad de que el bien y la virtud pueden ser sostenidos y argumentados como el mejor bien que todos debemos perseguir, no sólo por aquel que se embarca en la filosofía sino como la razón propia de la vida de cualquier hombre, y al momento de observar el camino recorrido por mi propia conciencia para llegar allí, me doy cuenta que no puedo dar una clara cuenta de mis propias convicciones. No al menos proposicionalmente o argumentalmente, sino que mis mejores y más poderosas experiencias, o las que me mueven más, son de un orden completamente distinto a lo que discurre con palabras y se me parecen más ese tipo de experiencias que narran los mitos acerca de la convergencia de uno con el todo de la existencia, ese momento en donde el hombre alcanza a compartir una partecita de la experiencia divina, un rostro del amor extático. Cuán poco creíble son este tipo de manifestaciones o narraciones para alguien que no es uno mismo, o por lo menos para quien no ha vivido intensa e igualmente el mismo tipo de experiencias. No puede haber comunicación directa de la experiencia existencial: cualquier palabra puede resultar trivial. Sin embargo, y en todo caso, sea cual sean las creencias y el tipo de experiencias que se llevan a cabo dentro del individuo, las imágenes son posiblemente tan múltiples como los hombres. Pero la decisión de llevar a cabo una vida filosófica se corresponde en todos con una inquietud en el alma que desea comprender y liberarse del sufrimiento. Así, una serie de discursos y argumentos no alcanzan a englobar la experiencia de aquel que decide embarcarse en esa lucha constante de la filosofía: del rapto amoroso acaso se pueden hacer discursos verosímiles como lo afirma el Sócrates de Platón cuando se refiere al mundo de las ideas o acerca de lo que es en sí. Y lo que generalmente termina haciendo es contando algunos mitos y construyendo imágenes que puedan infundir en el espíritu su idea o esencia, pues es del todo imposible nombrarla o explicarla por completo. L​ a vida filosófica se vive con el todo del ser y la experiencia, con una constante presencia y atención, como lo describe el estoicismo. ​ Observemos por ejemplo lo que dice Paloma Ortiz en su introducción a las Disertaciones de Arriano: "Según Zenón, conocer algo es haberlo comprendido de tal manera que esa comprensión no pueda ser descalificada por ningún argumento. Los objetos exteriores actúan sobre los sentidos y causan las representaciones (phantasíai), cuyos efectos en nosotros serán expresados por la facultad lógica, es decir, la facultad de pensar y hablar. De esas representaciones pueden nacer los conceptos generales -aunque se puede llegar a ellos también por otros caminos- mas no son infalibles: sólo la representación comprensiva (phantasía kataléptiké) garantiza el acceso al conocimiento. " (​ Disert​ . Intro, p.23).

Hadot nos ayuda a enriquecer aún más esta idea: "Gracias a la consciencia filosófica se le muestran al hombre las múltiples maravillas del cosmos y de la tierra, viéndose dotado de una percepción más aguda, de una inagotable riqueza en virtud de su relación con los demás

hombres, con las demás almas, invitándosele a actuar con benevolencia y justicia." (​ Ejercicios​ . 303). Y esto me recuerda mucho a Lao Tse diciendo: “Cuando hay música en tu interior, ella se escucha en todo el universo”, y a la inscripción del Templo de Apolo que dice “¡Conócete a ti mismo y conocerás al universo y a los dioses!”. La filosofía es, por ello, mucho más que una simple erudición. La filosofía, según como poco a poco he ido yo mismo aprendido a verla a través del estudio de los antiguos, mis propias reflexiones y tantas otras pequeñas experiencias, es toda un viaje, una Odisea por los infinitos mares del propio ser. ¡Esto, realmente, si ese tipo de afirmaciones acerca del conocimiento de sí mismo son acertadas, hace hombres completamente atípicos! No me extraña de esa manera la imagen indeleble que han causado en la humanidad muchos filósofos, y a pesar de lo un poco inasible que es el trabajo de la filosofía, siempre ha estado en un lugar representativo en el imaginario de los hombres. A Diógenes el perro, al morir, los ciudadanos le alzaron una columna con un perro en la punta sobre su tumba, en su honor, dispuesta en un lugar importante y erigieron estatuas de bronce, según nos narra Diógenes Laercio, y pusieron una inscripción que rezaba: “Hasta el bronce envejece con el tiempo, pero en nada tu gloria la eternidad entera, Diógenes, mellará. Pues que tú solo diste lección de autosuficiencia a los [mortales] con tu vida, y mostraste el camino más ligero del vivir.” (​ Vidas​ . VI, 78)

Me parece que es de resaltar, igualmente, la gran cantidad de áreas o temas que abre esta forma de ver la experiencia de la filosofía en quien la vive. El filósofo, por ejemplo, se ha visto impulsado hacia la formación de los hombres o algún tipo de vocación social o política. Sócrates se sentía profundamente anclado a la polis y obligado de alguna manera a exhortar a sus coetáneos a llevar una vida bien vivida y así, si bien era posiblemente muy capaz de crear bellos discursos, decide mantener un aire de simpleza y trivialidad que le permiten estar constantemente en contacto con los hombres. Es bien bonito, de hecho, la vocación pedagógica y comunitaria que manifestaban los filósofos en la antigüedad: "En efecto, voy por todas partes sin hacer otra cosa que intentar persuadiros, a jóvenes y viejos, a no ocuparos ni de los cuerpos ni de los bienes antes que del alma ni con tanto afán, a fin de que ésta sea lo mejor posible, diciéndoos: «No sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos." (​ Apol​ . 30a ss).

Diogenes igualmente, y a pesar de despreciar profundamente las costumbres e ideas de los hombres en la polis, se mantenía unidos a ellos y entre ellos, procurando seguir también la imagen de Sócrates. Y qué decir de los estoicos que insistían en el deber del filósofo con la comunidad y los hombres, que se veían constantemente envueltos en la política como una forma de servicio y de quienes varios de ellos fueron procónsules del Imperio Romano y hasta uno de ellos emperador. No olvidemos que los filósofos por más raros, atípicos y

criticados que fueran siempre decidieron estar en la polis y cerca de los hombres; -y yo interpreto- pues allí habitaba su misión: los otros.

Apreciaciones finales

Si bien en la antigüedad es más fácil demostrar cómo la filosofía era una práctica espiritual completa que involucraba muchos tipos de ejercicios para alcanzar el ideal de la sabiduría y la ataraxia, pues ellos explícitamente hacían especial énfasis en ello, creo que podemos así mismo hacer un ejercicio comparativo para mostrar cómo la filosofía en general a lo largo de su historia ha sido un proceso sumamente similar y responde a una misma inquietud que reside en nuestro espíritu o nuestra conciencia. Independientemente de los “sistemas de pensamiento” que se hayan desarrollado o las ideas que se pretendan sostener, hay una cierta línea de continuidad en la filosofía. Su historia no es completamente arbitraria, ni los caracteres de las personas que se han dedicado a ello tampoco han estado muy lejos unos de otros, guardando las proporciones, por supuesto. A lo que me refiero es que por ejemplo el filósofo desde la perspectiva de su trabajo siempre ha intentado llegar al fondo de todo lo que es o aparenta ser. La búsqueda de la verdad o lo “mejor” (por no decir el bien) siempre ha estado presente en la historia de la filosofía, y este parece ser su carácter distintivo. Más curioso aún, es que, con palabras diferentes y uno u otro aspecto diferente, al final los filósofos parecen llegar usualmente a conclusiones muy parecidas en muchos sentidos, especialmente en aquel tema concerniente a la existencia humana y el buen vivir. Por ejemplo, no es raro que la filosofía moderna retome temas y aspectos de la filosofía antigua aunque sea por diferentes caminos, notoriamente el ético. Así mismo, la imagen de Sócrates, como ya lo dijimos, es una de las favoritas para ser repetida y retomada una y otra vez. Igualmente abogan muchas veces por la transformación del ser y de sus juicios de valor, pues consideran que vivimos obnubilados por falsas opiniones. Además, después de profundos estudios lógicos y analíticos sobre el sentido la filosofía contemporánea suele llegar a conclusiones también muchas veces de carácter personal sobre la necesidad de la praxis en el pensamiento y la vida diaria. Los filósofos parecen darse cuenta sin importar el momento, que el pensamiento y el conocimiento es conocimiento para vivir ​ (Kant, Hegel, Nietzsche, Marx, Putnam, Davidson, Arendt, en fin, creo que podríamos quedarnos enumerando), hasta que en los últimos tiempos se hace más y más fuerte una hermenéutica que compromete esencialmente la labor de la filosofía en la transformación de la mirada y los juicios que ejercemos sobre el mundo y la esfera política. Qué más práctico y transformador que aquello.

Por otro lado, pero en esta misma dirección, me gustaría notar cómo el “conócete a ti mismo” y el dominio sobre sí se repite una y otra vez en muchas tradiciones religiosas como el cristianismo, budismo, taoísmo, kirshnaismo, hinduismo y muchas tradiciones chamánicas, entre tantas otras, algunas veces al mismo tiempo y en lugares completamente apartados. Mircea Eliade ha sido un gran estudioso del fenómeno religioso en la humanidad y señala constantemente una idea similar a ésta desde la antropología: todos los hombres, no sólo hablamos de lo mismo, sino que el contenido proposicional de nuestro pensamiento tiene inmensas similitudes, aun cuando no hay conexiones reportadas ni en el tiempo ni en el espacio entre una cultura y otra. Es por ello que el sincretismo ha sido el pan coger en la historia de las tradiciones religiosas, muchas de ellas con fuertes tradiciones filosóficas detrás. Ahora, me parece que, si bien muchos filósofos no hacen un explícito énfasis en ello o no lo mencionan en absoluto, buena parte de la filosofía moderna o contemporánea, desde una corriente u otra, puede ser entendida como un tipo de ejercitación en la transformación de la mirada también, que aboga por eliminar la ignorancia y la incapacidad para ver claramente la verdad o lo correcto. El mero ejercicio de evaluación constante hasta los últimos límites posibles de las propias creencias; el de discurrir, estudiar y comentar textos eruditos; el de ejercitarse en buscar qué es lo real, como Descartes; o qué es lo correcto como Hannah Arendt y otras cuestiones éticas como está en boga en la filosofía contemporánea, etc., terminan siendo todos ellos ejercicios de transformación de la mirada y los juicios y creencias que inevitablemente terminan transformando a la persona: ¡no podemos olvidar que nuestras acciones están basadas en nuestras creencias! Por último, y para cerrar aquí este trabajo, me gustaría hacer una pequeña reflexión sobre el papel de la filosofía en la sociedad. Cabe preguntarse cabalmente: ¿cuáles son las consecuencias directas o indirectas de la filosofía en un individuo y en la sociedad que lo rodea? ¿Puede tener acaso un papel institucionalizado dentro de la sociedad? ¿O de qué manera afecta a la sociedad que la rodea? Me parece que el estudio de las ciencias y las artes, incluyendo allí de alguna manera extraña a la filosofía, se empezó a desligar hace un tiempo ya de sus responsabilidades sociales y éticas. Esto me parece que ha sido perjudicial incluso para las mismas ciencias. Difícilmente se me hace posible pensar en que haya una actividad humana completamente desprovista de propósito, al menos un propósito ligado íntimamente con lo real. Así, es difícil pensar que una actividad tan dispendiosa y costosa en todos los sentidos como la del académico esté libre de responsabilidades éticas y sociales, pues no sólo este tipo de trabajos son financiados por las mismas comunidades, sino que los seres que están envueltos en ello, están en el seno y son parte de esas comunidades. Así, como un todo que es la vida, inevitablemente interrelacionado, al punto que no hay nada inconexo, pretender llevar a cabo una profunda acción de conocimiento desligada de las razones que nos mueven

como sociedad e individuos no hace sino enrarecer cuando menos la ciencia misma y los frutos que de ellas sacamos. Es curioso que la modernidad hable de sí misma como ‘realista’, ‘pragmática’ y ‘utilitarista’. Poco ha hecho realmente la ciencia moderna y la filosofía por la igualdad en este mundo. El bienestar, el real bienestar, no parece estar como una prioridad principal en la mente del hombre moderno, a menos que esto signifique casa, carro y televisor plasma bien instalado. Ni siquiera la salud parece ser una prioridad por cómo nos alimentamos. ¿Qué tan lejos estamos de los hombres en la antigüedad?: ​ “hacen ofrendas por la salud y después hacen banquetes en contra de ella”.​ Me parece entonces muy importante reevaluar, como es sano hacerlo de tanto en tanto (ojalá fuera a cada segundo, dirían los estoicos), cuáles son aquellos bienes que queremos para nuestras vidas y cómo las acciones que llevamos a cabo aportan a ello. La filosofía, la política, las artes y las ciencias incluidas en ello. A quien se le ha dado la capacidad y la luz para comprender, tiene más que ningún otro una responsabilidad con los demás y con su entorno. Aunque fuera con sí mismo, y eso ya haría una inmensa diferencia. Como filósofos y académicos somos los que creemos comprender mejor lo que sucede ¿cierto? Aunque sólo sea comprender que no comprendemos nada. Necio es no actuar de acuerdo a ello.

“​ Considero que nadie prestó peor servicio al género humano que aquellos que enseñaron la filosofía como un oficio mercenario​ ”. Séneca

BIBLIOGRAFÍA

-​ EPICTETO. ​ Disertaciones por Arriano. ​ Editorial Gredos: Madrid, 1993. -​ EPICTETO. ​ Manual. ​ Editorial Gredos: Madrid, 1995. -​ HADOT, PIERRE. ​ Ejercicios Espirituales.​ Ediciones Ciruela: Madrid, 2006. -​ HADOT, PIERRE. ¿​ Qué es la filosofía antigua?. Fondo de Cultura Económica: México D.F., 1998. -LAERCIO, DIÓGENES. ​ Vidas de los filósofos ilustres. ​ Alianza Editorial: Madrid, 2007. -MARCO AURELIO. ​ Meditaciones. ​ Alianza Editorial: Madrid, 2004. -PLATÓN. ​ Diálogos I (Apología). ​ Editorial Gredos: Madrid, 1985. -SÉNECA. ​ Epístolas Morales a Lucilio I​ . Editorial Gredos: Madrid, 1986.

«​ Noli foras ire, in te redi, in interiore homine habitat veritas» [No te extravíes en la exterioridad, entra en ti mismo, pues es en el hombre interior donde habita la verdad.]

San Agustín

¡Ten cuidado! ​ “​ Poco importa que nos encontremos a un codo o a 500 brazas por debajo del agua, no por ello estamos menos ahogados”​ Cicerón

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