La figura del héroe nacional en el discurso cinematográfico: San Martín en Nuestra tierra de paz (1939)

June 15, 2017 | Autor: Daniel Scarcella | Categoría: Cinema, San Martín, Héroes nacionales
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Descripción

1ras. Jornadas Nacionales

de

Historiografía

Actas

Claudia Harrington Eduardo Escudero (Compiladores)

Universidad Nacional de Río Cuarto Río Cuarto – Córdoba - Argentina

1ras. Jornadas Nacionales de Historiografía : Actas / Ángel Oliva ... [et al.] ; compilado por Eduardo Escudero ; Claudia Harrington. 1a ed . - Río Cuarto : UniRío Editora, 2015. Libro digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-688-146-3 1. Historiografía. 2. Actas de Congresos. 3. Historia. I. Oliva, Ángel II. Escudero, Eduardo, comp. III. Harrington, Claudia, comp. CDD 907.2

1ras. Jornadas Nacionales Actas

de

Historiografía

Claudia Harrington y Eduardo Escudero (Compiladores) 2015 ©

UniRío editora. Universidad Nacional de Río Cuarto Ruta Nacional 36 km 601 – (X5804) Río Cuarto – Argentina Tel.: 54 (358) 467 6309 – Fax.: 54 (358) 468 0280 [email protected] / www.unrc.edu.ar/unrc/comunicacion/editorial/

Primera edición: Noviembre de 2015 ISBN 978-987-688-146-3 Ilustración de tapa: Johannes Vermeer, The Art of Painting, 1666, óleo sobre lienzo, 120 x 100 cm.

Este obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución 2.5 Argentina. http://creativecommons.org/licenses/by/2.5/ar/deed.es_AR

1ras. Jornadas Nacionales de Historiografía Departamento de Historia Facultad de Ciencias Humanas Universidad Nacional de Río Cuarto Río Cuarto, 26 y 27 de noviembre de 2015 Autoridades de las 1ras. Jornadas Nacionales de Historiografía Miembros Comité Académico Nacional: Omar Acha (Universidad de Buenos Aires / CONICET) Luciano Alonso (Universidad Nacional del Litoral) Rosa Belvedresi (Universidad Nacional de La Plata) Alberto Bozza (Universidad Nacional de La Plata) Liliana María Brezzo (Universidad Católica Argentina / CONICET) Alejandro Cattaruzza (Universidad de Buenos Aires / CONICET) Olga Echeverría (Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires / CONICET) Alejandro Eujanian (Universidad Nacional de Rosario) Enrique Garguin (Universidad Nacional de La Plata) Claudia Harrington (Universidad Nacional de Río Cuarto) María Silvia Leoni (Universidad Nacional del Nordeste) Carlos Longhini (Universidad Nacional de Córdoba) María Gabriela Micheletti (Universidad Católica Argentina / CONICET) Marta Philp (Universidad Nacional de Córdoba) Nora Pagano (Universidad de Buenos Aires / Universidad Nacional de Luján) Gustavo Prado (Universidad de Oviedo - España) María Gabriela Quiñónez (Universidad Nacional del Nordeste) Martha Rodríguez (Universidad de Buenos Aires) Tomás Sansón Corbo (Universidad de la República - Montevideo) María Estela Spinelli (Universidad Nacional del Ctro. de la Prov. de Buenos Aires / Universidad Nacional de Mar del Plata) Julio Stortini (Universidad Nacional de Luján / Universidad de Buenos Aires) Cristina Viano (Universidad Nacional de Rosario)

Miembros del Comité Organizador Local: Prof. Claudia Harrington Presidente Prof. Eduardo A. Escudero Vicepresidente Prof. Marina Inés Spinetta Secretaria Prof. Verónica Cecilia Roumec Prosecretaria Miembros Docentes: Prof. Hugo Aguilar Prof. Celia Basconzuelo Prof. Juan Pablo Cedriani Prof. María Fernanda García Prof. Alicia Lodeserto Prof. Marisa Moyano Prof. María del Carmen Novo Prof. Pablo Olmedo Prof. Mónica Re Prof. Guillermo Ricca Prof. Daniela Wagner Miembros Graduados: Prof. Roberto Martín Fuentes Prof. Romina Núñez Ozan Prof. Patricio Iván Pantaleo Prof. Juan Manuel Testa Miembros Estudiantes: Yamila Antonella Audisio Federico Nahuel Barros Paolo Sebastián Cucco Rita Flores Martín Hernández Francisco Jiménez Joaquín Leppre Amalia Paulina Moine Gisela Rocío Tello Apoyo Administrativo: Lic. Bibiana Quiroga

Uni. Tres primeras letras de “Universidad”. Uso popular muy nuestro; la Uni. Universidad del latín “universitas” (personas dedicadas al ocio del saber), se contextualiza para nosotros en nuestro anclaje territorial y en la concepción de conocimientos y saberes construidos y compartidos socialmente. El río. Celeste y Naranja. El agua y la arena de nuestro Río Cuarto en constante confluencia y devenir. La gota. El acento y el impacto visual: agua en un movimiento de vuelo libre de un “nosotros”. Conocimiento que circula y calma la sed. Consejo Editorial Facultad de Agronomía y Veterinaria Prof. Laura Ugnia y Prof. Mercedes Ibañez

Facultad de Ciencias Humanas Prof. Pablo Dema

Facultad de Ciencias Económicas Prof. AnaVianco y Prof. Gisela Barrionuevo

Facultad de Ingeniería Prof. JorgeVicario

Facultad de Ciencias Exactas, Físico-Químicas y Naturales Prof. Sandra Miskoski y Prof. Julio Barros

Biblioteca Central Juan Filloy Bibl. Claudia Rodríguez y Bibl. Mónica Torreta Secretaría Académica Prof. AnaVogliotti y Prof. José Di Marco

Equipo Editorial: Secretaria Académica: AnaVogliotti Director: José Di Marco Equipo: José Luis Ammann, Daila Prado, Maximiliano Brito, Ana Carolina Savino, Daniel Ferniot

Presentación

En los últimos veinticinco años se registró en la Argentina un notable desarrollo en los trabajos de investigación sobre problemas teóricos de la Historia y avances que tuvieron como resultado la renovación de la agenda de las prácticas historiográficas. La necesaria reflexión del historiador sobre su quehacer, su función social, así como las trayectorias historiográficas, las lecturas sobre el pasado y las instituciones en las cuales son inscriptas dichas lecturas, constituyen espacios de interés en una disciplina como la Historia que ocupa un lugar fundamental en las Ciencias Sociales. En este marco desde el Departamento de Historia de la Universidad Nacional de Río Cuarto se propiciaron en los últimos años una serie de eventos y encuentros de alcance local, regional y provincia que tuvieron la intención de crear un espacio propicio para el intercambio de saberes y experiencias, a saber: Taller de Encuentro e Intercambios sobre memoria, política y género (2014); 1º Jornadas Departamentales de Historiografía. Intelectuales, Cultura y Política en la Argentina del siglo XX (2013); VI Jornadas De Investigación Científica del Departamento de Historia (2012); Jornadas de Investigación y Transferencia a la Docencia: “Interpretando el mundo de la Cultura desde una perspectiva interdisciplinaria II” (2011) y Jornadas de Investigación y Transferencia a la Docencia: “Interpretando el mundo de la Cultura desde una perspectiva interdisciplinaria” (2009). La participación y calidad de las ponencias presentadas en las jornadas antes mencionadas así como la percepción de la necesidad de instituir un espacio nacional destinado al encuentro, la socialización y la discusión de temáticas afines a los problemas filosóficos, teóricos, históricos y políticos de la historiografía nos motivaron a organizar las 1º Jornadas Nacionales de Historiografía en el año 2015. El apoyo recibido por parte de destacados docentes-investigadores de distintas universidades nacionales y del exterior confirmó la necesidad de afrontar este desafío. Uno de los resultados más importantes de estas Jornadas es la publicación de las ponencias presentadas en esta oportunidad. Esta publicación, que contiene gran parte de los aportes puestos a discusión en las Jornadas, pretende dar cuenta de las agendas de investigación que en el campo de la Historia de la Historiografía, la Filosofía de la Historia, la Teoría de la Historiografía y la Historia Intelectual, se están desarrollando en la Argentina. Pero también contribuir y ampliar el debate en torno a objetos clásicos y renovadores que conforman el humus de este campo tan controvertido, deseado y a la vez temido de la disciplina histórica. Algunos datos interesantes a considerar para leer esta compilación: las diversas voces regionales están presentes. Las realidades pretéritas de las historiografías de Salta, Jujuy, La Rioja, el NOA, San Luis, Santa Fe, el noreste, Corrientes, Córdoba, Buenos Aires, la región norpatagónica. Se revisitan temas desde lugares nuevos: la Guerra del Paraguay, la Triple Alianza; sujertos: Juan Álvarez, Milcíades Peña, Arturo Jauretche: institruciones: la Junta de Historia y Numismática Americana y otras corporaciones. Las voces de otras latitudes latinoamericanas comparten con las argentinas sus preocupaciones y la memoria y la política se constituyen esenciales en relación a la tarea historiográfica para dar cuenta de pasados que no pasan, de presentes que hacen memoria y de incertidumbres del futuro… Subjetividades, memorias, usos del pasado, preguntas del presente se entremezclan y se bifurcan en los confines de la reflexión histórica.

La Filosofía de la Historia y la Teoría de la Historiografía se pueblan, al mismo tiempo, de preguntas y actos reflexivos. Historiadores, filósofos e investigadores de las Ciencias Sociales ponen en cuestión temas claves en relación a lo metodológico, lo epistemológico, lo ontológico. El tiempo y las temporalidades, las discontinuidades y las intersecciones se combinan con metáforas e interpretaciones, traducciones y estudios de casos pero también con el análisis de referentes teóricos y filosóficos que orientan el pensamiento y las operaciones historiográficas. Y los mencionados actos intelectuales se reencuentran y se manifiestan en la Historia Intelectual esbozada a través de aproximaciones que dan cuenta de líneas de investigación que se complejizan y descubren nuevos nudos de articulación que nos invitan a nuevos desafíos. Como miembros del Comité Organizador Local agradecemos a todos y cada uno de los miembros del Comité Académico Nacional el haber confiado en nosotros para la realización de estas Jornadas Nacionales. Invitamos a los docentes e investigadores a dar continuidad a las mismas como espacio de debate y reflexión pero, también y fundamentalmente, como espacio de difusión del área historiográfica, metodológica y teórica para la formación de profesionales de la Historia. Nuestra gratitud, entonces, a quienes compartieron sus experiencias investigativas y docentes, puesto que sin su presencia y participación este valioso evento académico no hubiese sido posible.

Eduardo Escudero

Claudia Harrington

Universidad Nacional de Río Cuarto, noviembre de 2015

Contenido Presentación...................................................................................................................................................... 5 Pensar lo indiciario. El estatuto cognitivo del indicio Ángel Oliva-....................................................................................................................................................10 La flecha en el ojo. Algunas (In)flexiones sobre totalidad y contingencia en el debate historiográfico Carlos A. Zambon..........................................................................................................................................25 Capitalismo y corporalidad, pistas para una exploración historiográfica Esteban Vedia.................................................................................................................................................37 Consideraciones epistemológicas sobre el concepto de testimonio en la historiografía. Collingwood, Bloch y los eventos límite Gonzalo Urteneche........................................................................................................................................ 48 La poética de la historia como re-significación de la conciencia histórica. Una hipótesis deshistorizante Sebastián Raúl Raya.......................................................................................................................................58 Calibán y la bruja, marxismo y feminismo. Aproximaciones ecofeministas del proceso histórico de caza de brujas a partir de los aportes de Silvia Federici Gustavo Marcelo Martin............................................................................................................................... 72 Dominación y Control Social en La Creación del Patriarcado. Los aportes de Gerda Lerner Lucia Rubiolo.................................................................................................................................................. 83 Georg Simmel y la historia como existencia espiritual Claudia Alejandra Harrington..................................................................................................................... 92 El concepto de “tiempo” en el marco de las reconstrucciones de la Historia de la Historiografía de la Ciencia María Virginia Elisa Ferro........................................................................................................................... 105 Michel Serres, otra forma de hacer Historia de la Ciencia María Virginia Elisa Ferro........................................................................................................................... 110 Género y clase social en el estudio de los/as intelectuales. Biografías, identidades, problemas, temáticas y formas de abordaje Olga Echeverría y María Soledad González............................................................................................ 116 Mircea Eliade y el fenómeno de la religión. Connotaciones culturales y significativas del campo histórico de las religiones Juan Manuel Chavero y Patricio Iván Pantaleo.......................................................................................130 Memoria y Experiencia Histórica en la filosofía de Walter Benjamin María del R. Blanco y Héctor R. Bentolila................................................................................................144 Ludwig Wittgenstein o sobre un “historicismo sin historia” Héctor Bentolila............................................................................................................................................ 151 Los Annales y la historiografía marxista. Una convivencia inmune a la Guerra Fría Juan Alberto Bozza......................................................................................................................................159 Retorno de la totalización y método historiográfico Luciano Alonso.............................................................................................................................................174 ¿Se puede considerar a la Historia como ciencia en el siglo XIX? Johanna Natalí Bertorello ...........................................................................................................................192 Desfasaje y subversión. El anacronismo como forma de acceso al presente Joaquín Vazquez........................................................................................................................................... 196

Anacronismo y crítica en José M. Aricó Guillermo Ricca............................................................................................................................................ 202 Coexistencia de temporalidades y anacronismos en América Latina. Representaciones en la novela Concierto Barroco, de Alejo Carpentier Anahí Mazzoni............................................................................................................................................. 207 El realismo político en Rosas. Una propuesta de análisis desde la historia conceptual y la historiografía Brizuela, Oscar Esteban Brizuela y René Javier Galván.........................................................................217 Hacia una conceptualización del «campo historiográfico» argentino. Analizando los criterios metodológicos de los grandes teóricos Agustín Rojas................................................................................................................................................ 224 Por una “historia de la historia” en clave intelectual y discursiva. La construcción de un ethos historiográfico en “El marxismo olvidado en la Argentina” de Horacio Tarcus Juan Pablo Giordano....................................................................................................................................237 La perspectiva histórica de Eduardo B. Astesano. Comunismo, peronismo y revisionismo histórico Julio Stortini..................................................................................................................................................251 “Un recurso vital para sortear los peligros del presente”. La Historia en manos de Ramón Doll Gisela Rocío Tello......................................................................................................................................... 268 Milcíades Peña y la voluntad de hacer una historia a martillazos. Apuntes sobre el problema de la dependencia, de la Independencia a Caseros Laura Scopetta y Pablo Torres....................................................................................................................281 Arturo Jauretche y el revisionismo histórico. Notas sobre una relación Juan Manuel Romero................................................................................................................................... 294 Vicente Sierra discute a Rodolfo Puiggrós. Oposición política e historiográfica desde la revista del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”, 1940-1942 Paolo Sebastián Cucco y Pamela Rita Moreno......................................................................................... 308 “Destruyendo leyendas y calumnias”. Eduardo T. Corvalán Posse, lecturas a partir de sus intervenciones en la revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (1940-1941) Federico Nahuel Barros............................................................................................................................... 317 Un carácter bifronte sobre la historiografía. Rómulo D. Carbia Johanna Natalí Bertorello............................................................................................................................327 La Historia Argentina desde la política y la militancia de José Hernández Arregui, en sus obras Imperialismo y Cultura y La Formación de la Conciencia Nacional Tomás Argüello............................................................................................................................................332 Las experiencias de militancia en el Partido Comunista en los sesenta-setenta como espacios de constitución identitaria Paola Bonvillani............................................................................................................................................ 347 Historia intelectual y nuevos sujetos. Risieri Frondizi, Darcy Ribeiro y su preocupación por el rol de las universidades en la cultura latinoamericana Daniela M. Wagner......................................................................................................................................358 T(le)erán Juan Manuel Testa........................................................................................................................................ 371

Historiografía de una experiencia del Interior. Acerca de la Revista de Ideología y Cultura, Pasado y Presente (Córdoba, 1963-1965) Verónica Cecilia Roumec............................................................................................................................ 389 La negritud colonial y de la etapa independentista en la historiografía sanluiseña del siglo XX Cintia Martínez y Fernando Aguirre.........................................................................................................398 Historiografía de Salta en la primera mitad del siglo XX. Algunas reflexiones sobre la construcción de identidades Luz del Sol Sánchez.....................................................................................................................................407 Salta y la Nación a comienzos del siglo XIX. Un análisis en clave historiográfica María Fernanda Justiniano y María ElinaTejerina.................................................................................. 418 Lecturas omitidas en la crítica historiográfica provincial. El caso de las dos “historias” e n Bernardo Frías Rubén Emilio Correa y Marta Elizabeth Pérez.......................................................................................432 Los usos del pasado y la historia en la provincia de Corrientes. La gobernación de Benjamín González, 1925 -1929 Juan Manuel Arnaiz..................................................................................................................................... 449 Historiografía de género en la Provincia de San Juan, entre las realizaciones del Encuentro Nacional de Mujeres (1997- 2013). Ediciones sanjuaninas sobre a Historia de las Mujeres Hernán Videla .............................................................................................................................................. 463 La Revista del Archivo. La red americanista en el NOA (1925-1930) Héctor Daniel Guzmán...............................................................................................................................473 La figura del héroe nacional en el discurso cinematográfico. San Martín en Nuestra tierra de paz (1939) Daniel Carmelo Scarcella............................................................................................................................482 Hacia una “memoria de la política” en la Escuela de Filosofía (FFyH‐UNC). Algunos indicios sobre los cambios en las prácticas políticas y disciplinares durante la transición a la democracia Carolina Alejandra Favaccio.......................................................................................................................496 Abordaje teórico sobre “Generación” y “Relaciones Intergeneracionales” desde las Ciencias Sociales Mónica Analí Re y Ruth Ramallo..............................................................................................................504 Autoridad y orden para la escuela. El discurso “regenerador” de Miguel Antonio Caro y su incidencia en el sistema escolar Mauricio Puentes Cala................................................................................................................................ 519 Aportes de los estudios sobre poblaciones indígenas a la historiografía argentina Graciana Pérez Zavala.................................................................................................................................528 Aspectos historiográficos y teóricos argentinos en torno al fútbol. Las miradas de Eduardo Archetti, Pablo Alabarces y Julio Frydenberg Maximiliano Martinez................................................................................................................................. 541 Herramientas teóricas para el análisis de la historia agraria jujeña entre los siglos XIX y XX Nicolás Hernández Aparicio......................................................................................................................551 Entre los usos del pasado, del presente y del futuro. Pensar el tiempo histórico a partir de los vínculos entre la historia y la política Camila Tagle.................................................................................................................................................559

1ras. Jornadas Nacionales de Historiografía

Pensar lo indiciario El estatuto cognitivo del indicio -Ángel Oliva[Universidad Nacional de Rosario] ([email protected])

Introducción La cultura popular no es solo el gesto que la suprime, pero se reconstruye a través del gesto que la suprime Paul Ricoeur Quiero proponer con este excurso recorrer tres experiencias teóricas que ayudan, en la medida en que trabajemos con ellas, pensar el estatuto cognitivo del indicio, o de lo indiciario, suponiendo que su sustancialización conceptual puede aquí reunir ya un cúmulo de experiencias que justifiquen algo más que el uso circunstancial de una nominación singular. Propongo mantener la exposición en un registro que no he dudado en llamar cognoscitivo, ya que pienso el indicio como una herramienta para el acceso determinado tipo de conocimiento de la realidad histórico social o psíquica y cuya vinculación con una fenomenología de la interpretación solo se le apareja en la medida en que decidamos subrayar solo su función sígnica, y no será el caso. Las condiciones cognitivas que justifican hablar de indicio son discretas e intentaremos rastrear su pertinencia en tres experiencias teóricas en apariencia disímiles. Primeramente algunos momentos de la obra del historiador italiano Carlo Guinzburg, quien sobre finales de los años 70 puso de relieve la existencia de un paradigma moderno de conocimiento alternativo al modelo físico matemático o galileano que, expresado en procedimientos no deductivos sino conjeturales, recuperaba las experiencias de saberes antiquísimos ligados a prácticas que abarcaban desde el desciframiento por rastros propias de las artes cinegéticas, hasta las adivinatorias y manticas. La primera versión del artículo se llamó Indicios: Raíces de un paradigma de inferencias indiciales formando parte de un libro coordinado por A Gargani llamado Crisis de la razón y editado por Einaudi en 1979. El artículo en castellano se edito en una compilación de trabajos del autor bajo el titulo de Mitos, emblemas indicios. Morfología e historia1 Luego apareció una versión levemente ampliada del texto en una publicación dirigida por el científico social Carlos Antonio Aguirre Rojas, llamada Tentativas, editada por la Editorial de la Universidad Michoacana en el 2003 bajo el título Huellas. Raíces de un paradigma indiciario2, junto con las dos intervenciones que Guizburg sostuvo en el debate público organizado por Luciano Cánfora en Milan en el año 1980 bajo el tìtulo Intervención sobre el paradigma indiciario.3 Dirigido a resituar “falsas con1 2 3

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Guinzburg, Carlo: Indicios, Raíces de un paradigma de inferencias iniciales en Mitos, emblemas indicios. Morfología e historia. Ed. Gedisa, Barcelona, 1989. Guinzburg, Carlo Huellas. Raíces de un paradigma indiciario en Tentativas. Ed Universidad Michoacana, Morelia, 2003 Guinzburg, Carlo: Intervención sobre el paradigma indiciario en Tentativas. Ed Universidad Michoacana, Morelia, 2003

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traposiciones entre racionalismo e irracionalismo”4, el artículo hecha luz de manera general sobre especificidades cognitivas que supone el saber indiciario; se apoya en ejemplos históricos de un modo de conocimiento que no puede ser reducido a leyes y “cuyas reglas no se prestan a ser formalizadas”5. Sin embargo el ensayo de Guinzburg, siguiendo una metodología en última instancia historiográfica, no centraba su atención en la reflexión en torno a los elementos formales del indicio, aquí utilizaremos su ensayo como un texto mas para extraer una crítica sobre esos elementos. Tampoco nos detendremos aquí en las contrariedades teóricas que arrastran las nociones de paradigma y de modelo, cuestiones que el propio Guinzburg se ha encargado de precisar en cuanto a la aplicación de esas nociones a su artículo y a su obra. Como suele ocurrir en muchos casos, es en el estricto terreno historiográfico de la obra de Carlo Guinzburg mas que en sus obras teóricas, donde pueden percibirse con más claridad las nociones formales que circundan a la idea de indicio; en este sentido sumaremos a esta propuesta algunas consideraciones extraídas de un texto presentado por Guinzburg en el Coloquio Ala trace. Enquete sur le paradigme indiciere, organizado por la Universidad de Lille y que apareció en castellano en la revista mexicana Contrahistorias en el año 2005 bajo el título Reflexiones sobre una hipótesis: el paradigma indiciario, veinticinco años después6. Por último serán muy útiles algunos ensayos sobre su experiencia historiográfica aparecidos en una compilación llamada El hilo y las huellas y editado en castellano por Fondo de Cultura Económica en el año 20107 Un segunda experiencia teórica se circunscribe a dos textos técnicos y metapsicológicos de la psicoanalistaargentina Silvia Bleichmar: Simbolizaciones de transición: una cínica abierta a lo real, artículo aparecido en el año 20048; y el segundo, La deconstrucción del acontecimiento, artículo publicado en Tiempo, Historia y Estructura- su impacto en el psicoanálisis contemporáneo, en el año 20069. Ambos artículos arrojan luz sobre la circunscripción técnica del indicio como herramienta cognoscitiva en la medida en que se articula con determinado modo de presentación de lo objetual y en determinada etiología patológica. Permiten, aunque no se dirijan de manera directa a ese propósito, discernir elementos formales de la especificidad de lo que entendemos por indicio. No se encontraran aquí disquisiciones avanzadas en torno a una concepción de realidad psíquica específica que Bleichmar defiende centralmente; ni consideraciones, que tomamos por dadas, en torno al carácter vivencial y real de la casuística por ella escogida; no nos interesa desplegar problemáticamente de manera intensa las nociones técnicas de simbolizaciones de transición, autotrasplantes psíquicos ni construcciones y dejamos también de lado la especificidad sintomatología que la autora pone bajo la diferenciada de lo arcaico- a diferencia de lo primario cuyo signo lógico estaría en que sus deformaciones y derivas circulan bajo la actividad de la represión para definir procesos de inscripción de restos representacionales que no alcanzan a articularse en simbolización alguna, dando cuenta de fenómenos compulsivos específicos. Sin embargo somos consientes que todos estos pliegues son absolutamente coetáneos al tema cognoscitivo que aquí intentamos pensar y por tanto tendrán su mención relativa. Por último contaremos 4 5 6 7 8 9

Acha, Omar: Interpretaciòn y mètodo en Carlo Guinzburg. Revista Estudios Sociales Nº 18, año X, Santa Fe, Argentina, 1º semestre del 2000, pag 174 Guinzburg, Carlo Huellas… Ibidem Guinzburg, Carlo: Reflexiones sobre una hipótesis. El paradigma indiciario, veinticinco años después en Contrahistorias. La otra mirada de Clio. Mexico, 2005 Guinzburg, Carlo: El hilo y las huellas, Ed Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010 Bleichmar, Silvia: Simbolizaciones de transición: una cínica abierta a lo real, en Revista de Psicoanálisis de la Asociación psicoanalítica de Córdoba; Año2, período Otoño/invierno, Cordoba, 2004 Bleichmar, Silvia: La deconstrucción del acontecimiento en Tiempo, Historia y Estructurasu impacto en el psicoanálisis contemporáneo ; coeditorializado por la editorial de la APA y la Editorial Lugar , Buenos Aires 2006

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con una tercera experiencia teórica que expondremos después.

Aspectos formales de lo indiciario en relación la cosa indiciada Permítanme comenzar esta serie formal de elementos extraíble del pensar indiciario con una frase de Carlo Guinzburg: “Lo que caracteriza a este saber es su capacidad de remontarse desde datos experimentales aparentemente secundarios a una realidad compleja, no experimentada en forma directa” 10 . De aquí se desprenden ya ciertos elementos de este saber: en primer lugar lo inmediatamente experimentado resulta insuficiente para la captura cognoscitiva del fenómeno. Y esto es así por varias razones, entre otras, porque en lo experimentado se muestra algo solo como efecto de otra cosa que no está presente en la experiencia. La experiencia que principia el emplazamiento indiciario es siempre la experiencia de una cosa cuya causa se encuentra ausente. Estando ausente la causa en la experiencia, la cosa experimentada sustituye a una cosa originaria, pero para nuestro saber esto es así, porque la cosa experimentada carece aparentemente de causa. Es decir el principio de sustitución como ejercicio abstractizante proveniente de la experiencia, está directamente ligado a la desaparición de la causa en la experiencia, a su ser mero efecto. La educación en este tipo de saber – en el sentido antropológico – supone la insistencia de una experiencia del mundo en la cual, éste no se presenta sólo de manera transparente, o mejor dicho, representa un salto abstractivo del saber proveniente de la falta de transparencia de los fenómenos. Se trata, en consecuencia, de la experiencia de un mundo agujereado por la diversidad y la contingencia. No importa en un principio si detrás de esta realidad el mundo es de naturaleza legal o anómico, lo importante aquí es señalar que la experiencia significadora de ese mundo no supone solo formas directas de saber. Guinzburg lo refleja en otro de los artículos: “Esta prescripción metodológica desemboca en una afirmación de índole decididamente ontológica: la realidad es decididamente discontinua y heterogénea”.11 En segundo lugar, la ausencia de las conexiones causales, lleva al saber a tratar con cosas que han sufrido un aislamiento de su sistema contextual y por lo tanto están en su lugar, lo sustituyen. Me detengo en esto un instante, la cosa experimentada es una cosa aislada de su contexto de producción y está en e l lugar de éste, pero – y aquí viene lo fundamental -, no necesariamente lo representa, sino que ha quedado en su lugar en una relación contigua a su contexto, como efecto de la causa ausente de la experiencia. Volveremos sobre este aspecto de la contigüidad. Entonces esto supone dos cosas: que el saber actúa sobre cosas que sustituyen a otras y que para saber algo de la cosa sustituida debe trabajar sobre la naturaleza de los efectos y no de las causas. Sobre esta base se erige un saber que supone la idea del mundo como desciframiento, que supone en él cosas presentes y cosas ausentes, cosas patentes y cosas ocultas, cosas visibles y cosas invisibles, superficies y profundidades. Por eso Guinzburg vincula este tipo de saber con las artes cinegéticas y con las adivinatorias; artes que se diferencian por un lado con la adivinación extática, que supone certezas patentes, pero al mismo tiempo, de los saberes especulativos, ya que permanecen íntimamente ligados a experiencias tangibles y concretas. Ahora para perseguir otra de las características formales del saber indiciario citemos dos pasajes del texto teórico: “Había (en el saber adivinatorio) una actitud orientada al aná-

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Guinzburg, Carlo: Indicios… Op. Cit pag. 144 Guinzburg, Carlo: Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella en El hilo y las huellas, Ed Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010

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lisis de casos individuales, reconstruibles por medio de rastros, síntomas e indicios.12 Y el otro dice “En efecto, se trata de disciplinas eminentemente cualitativas que tienen por objeto casos, situaciones y documentos individuales, en cuanto individuales y precisamente por eso alcanzan resultados que tienen un margen insuprimible de aleatoriedad”.13 ¿Qué quiere decir exactamente Guínzburg aquí con designar a las situaciones y/o fenómenos, etc. como individuales?. Por un lado quiere decir que dado el aislamiento contextual de toda huella, de toda inscripción, inhibe en un principio de remitirla a una serie, obliga en segundo lugar, a reconstruir su contexto término a término, esto es, dentro de una cadena singular de elementos, sin referencia inmediata a un sistema codificado. El saber indiciario es saber primeramente (después esto puede complejizarse) de y desde un caso o desde casos. Saber de y desde un caso o desde casos, es señalar su imposibilidad inmediata de remitirlo a una serie, a una norma, a una regularidad. Dice Guinzburg, siguiendo el pensamiento de de un ignoto morfólogo literario alemán de los años 30` llamado André Jolles, sostiene: “el caso es una narración, la mayor parte de la veces muy breve y muy densa, que subraya las contradicciones internas de una norma, o las contradicciones entre dos sistemas normativos. “ 14 El caso, a diferencia del ejemplo que es siempre uno de una serie, señala entonces, las contradicciones de una norma, se ubica en el lugar de su límite significativo, advierte la contrariedad de sus apodicciones, alerta sobre sus posibilidades e imposibilidades formales, y es, en ese sentido, la expresión narrativa de esas imposibilidades. Esto es fundamental porque esta definición de caso está señalando tanto la separación, como el tipo de conexión que el caso tiene con la serie. No se trata de una singularidad absoluta. Se trata de una desviación, volveremos sobre esto. Llegado aquí, hemos contorneado lo que quiere decir Guinzburg con el carácter individual del caso. La individuación es tal porque la huella no cumple con todos los elementos formales, están ausentes las propiedades generales del fenómeno seriado, señala particularidades, anomalías. Y esto obliga a modificar su relación con la generalidad. Por eso este saber no se lleva bien con los principios galileanos, porque por un lado no puede matematizarse con facilidad y porque su forma obliga a particularizar su contenido. Esta presencia de la particularidad, lo que Guinzburg llama el elemento individualizante, se convierte en el verdadero obstáculo para alojar a disciplinas como la medicina y la historia en el conjunto de ciencias galileanas; y ha sido, siguiendo el recorrido de secularización del saber religioso, un parámetro para la gradación del componente de cientificidad de las disciplinas modernas. Dice Guinzburg al respecto: “Su componente de cientificidad, en la acepción galilenana del término, decrecía bruscamente, según se pasara de las propiedades universales de las geometría a las propiedades comunes del siglo de los escritos y, luego a la propiedad propia e individual de las obras pictóricas o, de la caligrafía. Esta escala decreciente confirma que el verdadero obstáculo para la aplicación del paradigma galileano era la existencia o no de una centralidad del elemento individual, en cada una de las disciplinas enunciadas. La posibilidad de un conocimiento científica riguroso iba desvaneciéndose en la misma medida que los rasgos individuales eran considerados de mas en mas pertinentes”. 15 Vemos ahora cómo los trabajos de Carlo Guinzburg y de Silvia Bleichmar permiten agregar un conjunto de cualidades con los que intentaremos ampliar y complejizar la noción de indicio.

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Guinzburg, Carlo: Indicios… Op. Cit pag. 146 Ibidem. Pag 147 Guinzburg, Carlo: Reflexiones… Op. Cit. Pág. 151 Guinzburg, Carlo: Indicios… Op. Cit pag. 152 (subrayado del propio Guizburg)

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El trabajo de Carlo Guinzbug con lo indiciario El primer libro de Carlo Guinzburg se publicó en 196616, se trataba del rastreo de las creencias populares en el norte de Italia, en el Friuli. Sus preocupaciones se centraron en la constitución de la brujería y de su persecución, tema con el que trabajó durante cuatro décadas. En aquel primer libro Intentó probar que las practicas asociadas a la brujería por los protocolos inquisitoriales referian en realidad, a antiguos cultos agrarios ligados a la fertilidad de la tierra. Para esto, utilizó una documentación única en su género: un conjunto de procesos inquisitoriales contra campesinos y campesinas friulanas que le permitieron trazar, en lo micro, la persistencia de una cultura popular y su progresiva transformación en prácticas encuadradas en la brujería. Por eso, lejos de repetir consideraciones generales en torno al Sabbat, Guiznburg centró su atención en una escala menor. Los Benandantti en la década del 70 del siglo XVI eran campesinos, que nacidos con el amnio, es decir la placenta, decían poseer ciertos atributos y capacidad para prácticas nocturnas que realizaban los jueves de los cambios de estación. Su función folklórica era realizar combates nocturnos con haces de hinojos contra los brujos y brujas enviados por el demonio que asolaban los campos, la suerte de dichas batallas, decían, decidiría la suerte de las cosechas. Las luchas se hacían en nombre de Dios. El sentido de la práctica de los Benandantti dio una indicación a Guinzbug para vincular esta práctica situada con los ritos antiquísimos en torno a la fertilidad de las comunidades campesinas europeas. Abierto el contexto de los protocolos inquisitoriales, en el marco de la Contrarreforma, los jueces del clero, no hicieron otra cosa que encuadrar estas “reuniones” en el aquelarre. Recordemos que los interrogatorios tenían regularmente ese formato: los jueces exigían del acusado que reconozca una práctica que estaba protocolizada y en la medida en que éste lo hacía, era acusado de brujería y condenado a muerte. Las especificidades del trabajo de Guinzburg se centraron en una reorientación de la interpretación del tema de la brujería. Una interpretación tradicional y racionalista, sostenía que la brujería no existió como tal y que había sido una invención de la oficialidad eclesiástica. Otra sostenía que los supuestos brujos y brujas eran chivos expiatorios de tensiones sociales. Por último una variante de la anterior sostenía que el aquelarre corporizaba un estereotipo social hostil que se podía ver repetido en figuras sociales, como árabes, judíos y leprosos. Ninguna de estas interpretaciones, reconocía, en última instancia la consistencia histórica de una cultura popular no letrada no suprimida del todo por el dominio y la coerción. Es decir, en la medida en que las interpretaciones no daban reconocimiento a estas tradiciones, no podían ver en el escenario del interrogatorio una lucha. Los testimonios de los Benandantti en los juicios y los intentos de los jueces de encuadrarlos en los componentes habituales, abjuración de la fe, adoración del demonio, orgías sexuales, etc., dan cuenta de dos series discursivas irreconciliables y heterogéneas. La contrariedad en acto, recabada de estos casos, echaba por tierra visiones que fundían el saber popular y las tradiciones orales bajo la noción homogeneizante de mentalidad colectiva de origen durkheiniana. Tenemos entonces, y lo que aquí queremos resaltar no tiene que ser necesariamente producto de una secuencia cronológica de pasos cognitivos, la convicción forjada en escenas formativas que por ahora quedan en caución, de que la trama de la vivencia histórica se constituye en y desde la contrariedad. Pero Guinzburg no puede aún circunscribirla plenamente sino la emplaza en un aparato de prueba. Es desde el interior de la noción historiográfica de documento, entendido como 16

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Guinzburg, Carlo: Los Benandanti. Brujería y cultos agrarios entre los siglos XVI y XVII, Guadalajara, Universidad de Guadlajara, Editorial Universitaria, 2005

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núcleos de memorial colectivo sistematizados, en donde el indicio consigue consistencia poniéndolo en vínculo con ciertos parámetros de búsqueda. Nuevamente en el caso de los Benandantti se expresa el carácter primordialmente pero no exclusivamente fortuito de este encuentro: “Pongo de relieve estos detalles triviales porque me permiten recalcar el absoluto carácter casual de mi descubrimiento; el interrogatorio realizado en 1591 a un joven boyero, que se llamaba Menichinno Della Nota, relató que cuatro veces al año salía de noche en espíritu, junto a otros como él, nacidos con la camicia, llamados Benandanti (palabra para mi completamente ignota e incomprensible en esa época), para combatir contra brujos en un prado colmado de rosas en flor: el prado de Josafat, si triunfaran los Benandanti, la cosecha sería abundante, si triunfaban los brujos habría carestía. (…) El azar me había puesto frente a un documento completamente inesperado.(…) Era como si de pronto hubiera reconocido un documento que era para mi completamente ignoto un minuto antes; no solo eso, era profundamente distinto a todos los procesos de la inquisición con que había dado hasta ese momento.” 17 Guinzburg remarca dos cosas: el azar del encuentro y lo ignoto y distinto del fragmento encontrado. Pero a la vez, y como si la aparente paradoja no pudiera suscitar decisivas vías cognitivas, habla de reconocimiento, es decir de replicar lo conocido, sólo que hasta allí el gatillo de dicho reconocimiento no se produce palmo a palmo como mero producto de búsqueda. Ahora bien Hay búsqueda? Si, y hay azar? También y hay, además el encuentro con lo anómalo. La especificidad teórica que se desprende de este trípode está desplegada por el mismo Guinzburg unos párrafos más adelante: “Qué me había inducido a reaccionar con tanto entusiasmo ante un documento por completa inesperado? Esa fue mi pregunta. Considero que puedo contestar: las mismas características que podrían haber inducido a que otro considerase poco relevante ese mismo documento o a descartarlo del todo. En la actualidad – y con mayor motivo treinta años atrás – el relato de una experiencia extática realizada por un boyero del Cincuecento en clave de cuento maravilloso y en términos absolutamente normales tiene muchas posibilidades de ser tratado por un historiador serio como un pintoresco testimonio de ignorancia que fuese propio de cuanto eludían con obstinación la instrucción impartida por las autoridades eclesiásticas” 18 La constitución, entonces, de lo indiciario aquí, radica en el encuentro más o menos contingente con algo que se distancia levemente del código, del sistema, del encuadre oficial u oficioso (volveremos sobre esto) del relato, pero las motivaciones del reconocimiento como tal se encuentran tanto en la escena del reconocimiento mismo como en otras escenas experienciales que han formado una cosmovisión del mundo sustentada en la contrariedad y el conflicto, y que permiten la conversión de un fragmento anómalo tanto en un indicio, como en un posterior relato conjetural.

El trabajo de Silvia Bleichmar con lo indiciario El abordaje bleichmariano del indicio proviene de su proposición teórica referida a concebir un aparato psíquico abierto a lo real y por lo tanto una clínica abierta a lo real19; no tanto 17 18 19

Guinzburg, Carlo: Brujos y Chamanes en El hilo y las huellas, Ed Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010, Pag 423 (subrayado nuestro) Ibidem; pág 425 Bleichmar, Silvia: Simbolizaciones.. Op. Cit.

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quizás porque lo indiciario sirva de sustento al carácter vivencial determinante que Bleichmar propone para reponer la noción de trauma como constitutiva y dinamizadora del aparato, sino mas bien porque lo indiciario aparece aquí también, como contigüidad y deslizamiento de un discurso oficial del psicoanálisis y como producto de una experiencia clínica que capta las limitaciones de dicho discurso. Oigámosla: “la idea de un aparato psíquico abierto a lo real, constituido a partir de inscripciones provenientes del exterior y sometidas constantemente a su embate ha sido una preocupación central en mi tarea y en la generación de nuevas herramientas para su abordaje. Tuvo importancia decisiva en ello el hecho de que el estructuralismo del cual partí en los primeros tiempos de mi trabajo se mostrara insuficiente para abordar las tareas que la práctica clínica me imponía, entre ellos la búsqueda de una determinación que se viera más cercana a la vivencia del sujeto. Cercar los efectos de lo real en el psiquismo, pero de ese real que se define como real libidinal, fue lo que me permitió reposicionar los tiempos míticos como tiempos históricos, y me llevó luego a la búsqueda del traumatismo en la determinación tanto de la compulsión como de los trastornos no sintomatizados de la clínica de adultos. Ello a partir del descubrimiento de las limitaciones del concepto de interpretación en razón de que las representaciones que producen el sufrimiento psíquico no son todas – ni en ciertos casos la mayoría – del orden de lo secundariamente reprimido, atravesadas por el proceso secundario y luego tornadas inconscientes, es decir constituidas a partir de la descualificación del código de la lengua en la cual estaban insertas y recuperables así mediante la asociación” 20 Tenemos entonces representaciones que no son todas del orden de lo secundariamente reprimido, tenemos también una limitación práctica del concepto de interpretación y tenemos, siendo fundamental la existencia de fragmentos representacionales que provienen de lo vivencial, que denotan el clivaje traumático, que suponen inscripciones no transcribibles por vía asociativa y que se vinculan con modos de compulsión variados. Bleichmar agrega en un rico texto anterior: “las asociaciones se ven imposibilitadas, como sabemos por nuestra práctica, para dar cuenta de estos fragmentos representacionales o de estos modos de compulsión repetitiva que se manifiestan de diversos modos: Y solo la ilusión de que todo lo que aparece en el psiquismo tiene sentido inconsciente, vale decir puede ser ligado a otro elemento que lo signifique, ha propiciado el método simbólico de interpretación que caer cuando ya no se sostiene el universalismo biologisista que se manifiesta como paralelismo psicofísico representacional – teoría de la delegación – o el ahistoricismo estructuralista. Pero es indudable que desde los comienzos del psicoanálisis la teoría simbólica de la interpretación, que se sostuvo ante la carencia de asociaciones llegando incluso a reemplazarlas, vino a llenar una necesidad de sentido cuando este no puede ser construido en el proceso asociativo a partir de la interrupción de toda conexión del material lenguajero.” 21 Ambas citas ponen en evidencia las dos vías con que Silvia Bleichmar va cercando el uso técnico del indicio, por un lado la constatación de fragmentos representacionales en el sujeto inscriptos pero no transcribibles. A dicha constatación Bleichmar le acerca dos consecuencias que son a la vez clínicas y metapsicológicas. Vincula estos fragmentos con la dinámica de lo que ha llamado en textos anteriores lo arcaico, como aquello “nunca tramitado en el lenguaje en sentido estricto, sino que opera como fragmento de realidad psíquico, adherido a lo vivencial, inscripto pero no articulado en alguno de los dos sistemas que se

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Bleichmar, Silvia: La deconstrucción. Op.cit. paginas 5 y 6 Bleichmar, Silvia: Simbolizaciones.. Op. Cit Pag 5

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rigen por legalidades y contenidos diferenciados”.22 La correlación de estos fragmentos representacionales, entonces, con lo arcaico reacondicionan las concepción dinámica del aparato y amplían las vías conflictivas de su constitución. Por otro lado para Bleichmar estas inscripciones no constituyen necesariamente las “más antiguas del aparato, sino que pueden producirse a lo largo de la vida como material irreductible a todo ensamblaje a partir de experiencias traumáticas no metabolizables”23. Recupera para apoyar teóricamente dichas realidades psíquicas la noción freudiana de signos de percepción sobre la que volveremos. Pero estas constataciones perderían sentido, como la propia Bleichmar lo afirma, si no fueran anomalías, desviaciones, contigüidades, de un discurso dominante ligado a la interpretación de cuño estructuralista y que desde los comienzos del psicoanálisis se sostuvo ante la carencia de asociaciones llegando incluso a reemplazarla: Sabemos que el psicoanálisis tiene en estos casos su propia autoreflexión teórica centrada en la noción de resistencia y que esto opera no solo en relación al analizando sino también respecto de los analistas, pero Bleichmar no esta poniendo sólo el acento en lo que podríamos llamar una explicación metapsicológica de los discursos analíticos sino en su matrices ideológicas. La discusión se centra en la concepción de un aparato genéticamente constituido por el conflicto intrapsíquico a la vez que neogeneticamente dinamizado por este conflicto y una concepción panlinguistica del de acaecer psíquico cuya ahistoricidad pivotea en torno a los procesos ligados a la castración. Pero llegados a este punto conviene sostener con Bleichmar una fundamental diferenciación ¿Son estos fragmentos representacionales arrancados de la vivencia del sujeto, inscriptos en el aparato pero no ensamblados al lenguaje, recuperados en torno a la noción de signos de percepción freudiana, efectivamente indicios? No, el concepto de signos de percepción, - dice Bleichmar- es un concepto metapsicológico, mientras que el indicio “alude a un método de lectura de la realidad, no a su inscripción”24, es decir es un concepto cognoscitivo. Pero estableciendo esta diferenciación Bleichmar coloca aquí una referencia sobre las posibilidades semióticas de la noción de indicio en psicoanálisis, veamos su movimiento: “El indicio – veamos que coloca el término entre comillas – sería la categoría semiótica para abordar estos signos de percepción, con la intención de dar cuenta de un elemento dentro del conjunto heterogéneo de representaciones que constituye el psiquismo. Haciendo la salvedad _se entienden ahora las comillas_ de que las diferencias entre signos de percepción e indicio no son solo efecto de pertenecer a dos campos conceptuales distintos – el primero es un concepto psicoanalítico, metapsicológico, que da cuenta de elemento psíquicos que no se ordenan bajo la legalidad del inconsciente ni del preconciente, que pueden ser manifiestos sin por ello consientes, que aparecen en modalidades compulsivas de la vida psíquica, en los referente traumáticos no sepultables por la memoria y el olvido, desprendidos de la vivencia misma no articulables; mientras que el segundo es parte del ordenamiento que propicia la construcción de un sistema en el cual el sujeto se ve inmerso en un mundo de signos que operan la búsqueda produciendo significación, en cuyo caso el indicio es inseparable de la categoría de sujeto del enigma, volcado ala resolución de un interrogante” 25 Si leemos concierta precisión el párrafo Bleichmar está haciendo la salvedad conceptual para correlacionar lo indiciario solo con estos ejemplos representacionales ¿por qué? porque dado la naturaleza fragmentada de estos signos y dada la perdida casi total de su sistema de referencia, no pueden entenderse bajo la dinámica de la función signica del sím22 23 24 25

Ibidem, Pag 2 Ibidem, Pag 2 y 3 Ibidem, Pag 3 Bleichmar, Silvia: Simbolizaciones.. Op. Cit Pag 6

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bolo de la lingüística, que supone que determinado elemento se del capo A se correlaciona con otro (quizás ausente) del campo B. De este modo para Silvia lo estrictamente indiciario, en tanto pone en relación un fragmento aislado de una representación proveniente de la vivencia con una causalidad ausente, abre indefectiblemente camino a un relato conjetural, el indicio es el indicio de sentido necesariamente conjetural para el sujeto respecto de su sistema de pertenencia, reconstruible por medio de hipótesis pero no reconstituible. Ahora bien quien es portador de esta conjetura, veamos que dice Bleichmar para acentuar el carácter técnico de la noción de indico que aquí sostenemos: “ Es decir que el signo de percepción es un fragmento del objeto real, metonímico del objeto real, inscripto por desprendimiento, provisto de fuerza de investimento a partir de su carácter excitatorio, pero que ha perdido toda referencia al real externo, que existe solo como realidad psíquica en razón de que ha sido incluido en una realidad otra que la realidad exterior de proveniencia” Hasta ahí dinámica metapsicológica, luego dice “ es este elemento investido, circulante, el que puede devenir indicio, cuando cobra para el sujeto el carácter de u signo, cuando hace signo, porque él mismo se ve fijado a éste o porque alguien lo subraya – en este caso el analista – y mediante su ligazón cede en su carácter precipitante de la compulsión de repetición.”26 Los conceptos bleichmarianos de simbolizaciones de transición y de autotransplantes psíquicos, que refieren al señalamiento conjetural que el analista arriesga sobre el sistema de pertenencia del fragmento representacional aislado y que sirve menos para un saber de los hechos vivenciales, como para permitir la apertura a un proceso perelaborativo de lo traumático, están atados justamente al emplazamiento indicial de signos que subsisten bajo la lógica arcaizante del psiquismo. Bleichmar relaciona entonces lo indiciario con este movimiento técnico conjetural del analista en el que se emplazan los fragmentos. Anomalía y fragmento, una concepción constitutivamente conflictiva del aparato frente a un discurso interpretativista y simbolizante dominante y relato apuntalador conjetural de transición, circundan también aquí la noción de indicio.

Lo fragmentario y lo anómalo Hemos sumado a las características formales del indicio y de lo indiciario dos aspectos relevantes que suponen implicaciones específicos al fenómeno cognoscitivo. Ambos pueden relevarse correlativamente tanto de una determinada concepción del aparato psíquico y de la realidad psíquica, como de la experiencia historiográfica que trabaja determinadas relaciones de poder en el pasado: nos referimos a lo fragmentario y lo anómalo Nos es específicamente útil para pensar estas características que pulsan hacia el indicio, la diferenciación que Silvia Bleichmar hace entre fragmento y detalle en relación a la especificidad que en dicha diferencia se da entre la parte y el todo; siguiendo la reflexión del semiólogo italiano Omar Calabrese, Silvia dice lo siguiente: “Se trata de concebir la relación entre la parte y el todo, ya que el detalle remite al todo, mientras que el fragmento está carente de ensamblaje, no se conoce el todo de partida. Respecto del detalle, se puede afirmar que el detalle viene de cortar de… y es perceptible a partir del entero y de la operación de corte, mientras que en el caso del fragmento, este deriva, etimológicamente de romper, por lo cual el fragmento aún perteneciendo a un entero precedente, no contempla su presencia para ser definido. Más bien el entero está en ausencia. Lo 26

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Bleichmar, Silvia: Simbolizaciones.. Op. Cit Pag 8

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cual es fundamental para el tema que estamos tratando, ya que el fragmento no sólo se ha desprendido, sino que puede no remitir necesariamente al todo, no haya a qué remitirlo.”27 Tres cosas nos interesan de este párrafo: primeramente lo más cercano, el hecho de que la fragmentariedad pertenece a un entero que ya no está y por tanto pierde la posibilidad de ser remitido a él. Ahora bien, y esto es lo más importante, el señalamiento de la ausencia de un referente respecto de lo que es fragmentario no quiere decir estrictamente que no haya ningún referente, quiere decir que no hay entero al cual remitirlo. Y subrayo esto para abordar el tercer punto que concierne al fragmento, la diferencia entre fragmento y detalle supone la diferencia activa entre corte y rotura, refiere principalmente a la irregularidad de la línea de demarcación, con lo cual esta demarcación irregular del fragmento nos remite además de a la rotura a la contrariedad, al conflicto, al choque que es causante de la rotura, el fragmento es un tipo de huella que se la debe suponer como resto de un choque, como efecto de una rotura, siendo el fragmento lo único que ha quedado inscripto. Es esta característica lo que nos obliga a un saber que trabaja con la especificidad de este concepto particular de parte, es decir siguiendo a Blichmar: “El análisis de la línea irregular de frontera permitirá entonces, no una obra de reconstitución, como se decía apropósito del detalle, sino de reconstrucción por medio de hipótesis del sistema de pertenencia”28 La documentación referente a la historia de las clases subalternas es por definición fragmentada y distorsionada; sufre como toda documentación histórica, la acción degradante del tiempo, pero además tratándose de huellas que denotan las creencias y acciones de comunidades orales e iletradas, accedemos a su mundo casi exclusivamente por medio de las culturas dominantes, letradas. Los efectos cognoscitivos de esta mediación son evidentes, sus valores y actividades solo pueden emerger cuando aparecen en registros cuya naturaleza expresa una pugna con las clases dominantes, mediados por las apreciaciones y valores de las clases dominantes, o mayormente aún cuando sus voces se despliegan en un conflicto abierto. Pero una cosa es expresar generalidades sobre la existencia de este conflicto otra es detenerse en la dimensión cotidiana de esta confrontación. El trabajo de Carlo Guinzburg ha estado orientado a trabajar este escenario de dominación en el espacio micro político, para apreciar los procedimientos con que se encarna la dominación en la vida cotidiana, no apreciables a una escala mayor. Lo fragmentario aquí entonces se vuelve una de las principales características del tipo de objetualidad tratada en clave de indicio ¿un indicio de qué? Un indicio de una confrontación y dicha confrontación como indicio de un mundo sepultado. En clave de revisión de sus primeros trabajos Guinzburg señala lo siguiente: “Obviamente, los personajes que vemos en pugna tal como lo presentan esos textos no están en pie de igualdad; otro tanto podría decirse, aunque en distinto sentido, con relación a los antropólogos y sus informantes. Esa desigualdad en la dimensión del poder (real y simbólico) explica por qué la presión ejercida sobre los imputados por los inquisidores para arrancarles la verdad buscada se veía, en términos generales, coronada por el éxito. Para nosotros, esos procesos se muestran repetitivos, monológicos, en el sentido de que usualmente las respuestas de los imputados no hacen otra cosa que entrar en consonancia con las preguntas de los inquisidores. En algún caso excepcional, sin embargo, nos vemos ante un auténtico y cabal diálogo: percibimos voces diferenciadas, netas, distintas, e incluso en discordia (...) Bajo la mirada de los inquisidores, esos relatos no eran más que descripciones camufladas del Sabbat de brujas y hechiceros. Sin embargo, pese a sus esfuerzos, insumió medio siglo salvar la distancia entre las expectativas de os inquisidores y las confesiones 27 28

Ibidem. Pag 7 Ibidem. Pag 8

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espontáneas de los benandanti .Tanto esa distancia como la resistencia opuesta por los benandanti a las presiones de los inquisidores indican que nos encontramos ante un estrato cultural profundo, por completo ajeno a la cultura de los inquisidores” 29 El vínculo entre lo indiciario y el carácter anómalo de ciertos fenómenos tiene un costado evidente. La anomalía siempre se erige en referencia a una realidad seriada, corresponde a una desviación de la experiencia teorética , al encuentro, relativamente voluntario o acaso ostensiblemente fortuito con un fragmento de realidad desviado de una regla práctica cognoscitiva. Pero porque esto entrega cierta consistencia, quita accidentalidad al conocimiento indiciario? Dicho de otro modo ¿porque existe cierta conexión hermenéutica entre la objetualidad anómala y el emplazamiento indiciario? Porque el carácter desviado de la anomalía no solo señala, indica los límites e imperfecciones explicativas y heurísticas de una regla práctica sino que entrega un haz de significación al porqué de esos límites. No remite solo al componente procedimental de la regla, remite a su sustrato ideológico, si entendemos por ideológico no como un conjunto autorreferencial de ideas sin sujeto sino una praxis social. Lo anómalo alerta sobre el suelo constitutivamente conflictivo donde la regla, la serie, la norma se asienta y tiembla. No es otra cosa lo que resalta Silvia Bleichmar cuando siguiendo con perspicacia el famoso libro del paleontólogo y biólogo Stephen Gould sobre los signos insensatos de la historia de la vida animal en relación a una vía oficial asignada a las especies, encuentra una analogía en la historia del psicoanálisis: “Podemos percibir aquí, en los signos insensatos de la historia, que se expresan en las ridículas patitas con los cuales el tiranosaurio da cuenta de una evolución ligada a lo aleatorio y no en el vuelo perfecto de la gaviota, el mismo recorrido que propone Freud: desde los desechos psíquicos a la búsqueda de un sentido que ustedes se dan cuenta de lo genial de la propuesta, que es que la historia se percibe en aquello que precisamente hace ala singularidad y fractura lo que se esperaba como evolución dada. En esta forma que plantea Gould, la evolución a través de la selección natural, vemos el mismo método con el cual rastrear la historia traumática, no solo de la neurosis, sino constitutiva del sujeto” 30 Ahora bien el emplazamiento indiciario de un elemento anómalo tiene una intensión: devolverle el carácter de realidad consistente a una aparente excepción, si la anomalía no solo está en posición de contigüidad con una regla práctica, como ya hemos dicho, sino que además permite verla de otro lado por así decirlo, la revisa en sus supuestos, entonces la intensión de subrayarla tiene que ver con otorgarle a lo diversidad mundana un estatuto de cierta juridicidad, en resumen de re estatuir la realidad pasada o deformada, o borrada como múltiple y conflictiva. A esto apunta Guinzburg cuando define la anomalía: “Estoy dispuesto a admitir que el combate entre anomalía y analogía – iniciado hace más de dos mil años, con los gramáticos alejandrinos – es sólo aparente: en verdad consiste en actitudes complementarias. Y pese a todo debo confesar que impulsivamente tiendo a identificarme con el filólogo amante de las anomalías por una preocupación psicológica que, no obstante, pretendería justificar también en forma racional. La violación a la norma /en cuanto la presupone contiene en sí también la norma: no es cierto lo contrario. Quienes estudian el funcionamiento de una sociedad partiendo del conjunto de sus normas, o de ficciones estadísticas como el hombre medio o la mujer promedio, permanecen de modo inevitable en la superficie. Creo que el análisis intensivo de un caso anómalo (la contempla29 30

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Guinzburg, Carlo: El inquisidor y el antropologo en El hilo y las huellas, Ed Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010, Pág 402-403 Bleichmar, Silvia: Simbolizaciones... Op. Cit Pag 2

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ción de lo insólito aislado no me interesa) resulta infinitamente más fructífero” 31 El índice, aquello que aquí nos convoca, señala, en tanto lo dispara el fragmento y lo anómalo, los límites y contrastes de una serialidad agujereada por la contingencia y la contrariedad y la necesaria recurrencia, como veremos en nuestro último apartado, a la conjetura cognitiva.

Indicio, meta abducción y abducción creativa Que recursos cognitivos se ponen en juego cuando nos encontramos frente a datos que no reclaman antecedentes, cuya naturaleza fragmentaria interpela también nuestros protocolos de codificación, cuando sus contornos anómalos impiden su serialización? Hemos dado ya ejemplos de vías renegatorias tanto en psicoanálisis como en historia a la hora de encontrarnos con estas realidades. Pero hay algo mas en esa escena que aún debemos pensar porque refiere centralmente a las condiciones que convierten un dato vivencial o histórico en un indicio de realidades sepultadas. Abramos una puerta a este, nuestro último problema con un párrafo de Guinzburg que encuadra la polémica con la tradición historiográfica inmediatamente previa a su producción, la historia económica, la histoire serielle: “Sin embargo, el límite más grave de la histoire serielle aflora precisamente por intermedio de lo que debería ser su finalidad fundamental (cita a Francoise Furet) identificar los individuos con el rol que cumplen en cuanto actores económicos y socioculturales. Esa identificación es doblemente engañosa. Por un lado, pone entre paréntesis un elemento obvio: en cualquier sociedad, la documentación está intrínsecamente distorsionada, ya que las condiciones de acceso a su producción están ligadas a una situación de poder y, por consiguiente, de desequilibrio. Por el otro, anula las peculiaridades de la documentación existentes, en pro de aquello que es homogéneo y comparable”32 Señalar como determinante, para convertir una documentación en indicio de una escena historiográfica distinta, un debate ideológico centrado en el carácter homogeneizante y abstractizante del concepto de función social, demuestra que las condiciones de aplicabilidad cognitiva del indicio exceden el problema fortuito del encuentro con una documentación de nuevo tipo, pero a la vez, son condiciones que la hacen consistir Veamos esto en la experiencia bleichmariana: “Pero hay que tener en cuenta que lo principal del elemento traumático es precisamente el elemento metonímico, no metafórico: justamente, que el traumatismo se caracteriza por arrastrar restos de lo vivenciado, y la metáfora es la forma de simbolización de aquello que ha quedado ahí, sin anclaje, pero requiere el reconocimiento de su especificidad, porque es allí donde encontró los elementos investidos, excitantes, que lo encarnan. Antes de darle entonces una interpretación hay que reconocerlo como resto del real vivido, significarlo en ese orden, y ensamblarlo respecto al objeto originario en el marco de la relación de transferencia: De no hacerlo de este modo, la interpretación no tiene el menor valor para el sujeto” 33

El reconocimiento de su especificidad, el reconocerlo como real vivido, no es ya del or31

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Guinzburg, Carlo: Brujos y Chamanes. Op Cit. Pág 424 Guinzburg, Carlo: Microhistoria… Op. Cit. Pàg 370 Bleichmar, Silvia : Simbolizaciones... Op. Cit Pag 7

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den de la huella mnémica, corresponde a los contornos epistemológicos de la teoría, corresponde a una elección en la teoría, que precede a la incumbencia clínica, pero que, otra vez la resinifica. En este marco, en el marco de la aparición de una incongruencia respecto de las concepciones con las que vamos a la realidad psíquica e histórica, se inscribe lo indicial. Pero Silvia señala ahí otro aspecto que es central, dice de no hacerlo (es decir de reconocer con instrumentos teóricos, el fragmento como real vivido) no tendría el menor valor para el sujeto. Con esto resalta el hecho de que el sujeto, frente a la especificidad del signo de percepción freudiana, con su revestimiento traumático no es el sujeto de una búsqueda y dicho esto, el concepto de indicio frente esta zona de la teoría tambalea en su eficacia cognitiva. Cito: “El modelo indiciario no es, necesariamente el que permite la interpretación del indicio cuando estamos ante elementos que no han sido leídos previamente ni tipificados en un código”34 No esto una paradoja? Un modelo que se vuelve ineficaz como móvil del sujeto de una búsqueda frente a las especificidades de una realidad psíquica en la que los pensamientos preceden al sujeto; y a la vez esta otra frase: “Es este elemento investido, circulante, el que puede devenir indicio cuando cobra para el sujeto el carácter de un signo, cuando hace signo, porque él mismo se ve fijado a éste o porque alguien lo subraya – en este caso el analista – y mediante su ligazón cede en su carácter de precipitante de la compulsión de repetición” 35 Bien, entonces alguien y algo producen un impasse en las condiciones de conversión de un elemento en indicio. Miramos una virgen en una iglesia e inmediatamente la connotamos con sus atributos codificados, aquí no podemos hacerlo porque no vemos nada y no vemos nada porque somos portadores de elementos discretos de codificación. Es el impasse de la teoría, sus signos de incomodidad e imperfección quienes nos permitirían ver algo ahí donde antes no había nada o había lo mismo. Pero si ahora viéramos, si pudiéramos reconocer lo anómalo, lo fragmentario, no haríamos más con ello que reconocer una grieta en el código. Es aquí donde entra el procedimiento abductivo, y con él finalmente, nuestra tercera experiencia teórica: la que realiza Humberto Eco en los límites de la interpretación36 El libro tiene la virtud, entre otras cosas, de ofrecernos una buena clasificación conceptual alrededor de la interpretación y de ponerlos en el marco de una deconstrucción histórica. La clasificación conceptual que Eco ofrece de la abducción, desplegando las definiciones de Charles Sanders Peirce, pivotea entre dos pilares: las inferencias ante la falta o la presencia de ley y las inferencias ante la falta o la presencia de casos. Con esto adquirimos cierta precisión conceptual: “La abducción es la adopción provisional de una inferencia, con el objetivo de someterla a la verificación experimental, y que se propone hallar, junto con el caso, también la regla”37 Si recuperamos aquí, como por ejemplo lo hizo Freud con la etiología de la histeria, lo que habíamos referido del concepto de caso como indicador narrativo de las contradicciones internas de una norma, o de las contradicciones entre dos sistemas normativos, podemos afirmar nuestra conclusión en las palabras de Guinzburg cuando subrayaba que “… si se constituye en el objeto de una investigación circunscripta, el caso propiamente dicho, 34 35 36 37

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Bleichmar, Silvia: Simbolizaciones... Op. Cit Pag 5 Ibidem. Pag 8 Eco, Humberto: Los límites de la interpretación. Ed Lumen, Barcelona 1992 Ibidem, Pág 263

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puede conducirnos aponer nuevamente en discusión los paradigmas epistemológicos dominantes, al denunciar sus puntos débiles.”38 El impasse en la teoría en sus imperfecciones carga al fragmento antes invisibilizado. Dicho dato, vestigio de una realidad aún insólita, se encuadra como indicio de otra realidad susceptible de legalidad, se convierte en caso, en cuanto a su expresion narrativa, y retorna al conjunto como conjetura problemática de su sistema de pertenencia. Este recorrido circunda al indicio, que, arribados a este punto, podemos definir como un procedimiento de emplazamiento de un fragmento anómalo de una realidad práctica en un sistema de pertenencia conjetural Qué es entonces este impass en la teoría? Es lo que Eco llama meta abducción, es decir aquella cosmovisión que se forma en nosotros en el contraste de las herramientas heredadas de codificación del mundo y nuestra experiencia praxistica. Este sustrato de cualquier empresa cognoscitiva está siempre en nosotros a la hora de desplegar una incerteza(o a las espaldas de nuestras certezas). Por eso no es cierto del todo que no sepamos nada de lo que buscamos cuando se nos presenta lo anómalo, preexiste una suscitación cognoscitiva a todo movimiento abductivo. Pero sí es cierto que en el caso del psicoanálisis, el emplazamiento en esa búsqueda no pertenece al analizando sino al analista. Hay en los casos que Bleichmar trae entre nosotros una especie impronta cognoscitiva de parte del analista – similar al que Freud arriesgaba con el concepto de construcciones39 – que conforma el saber conjetural de una escena probable. Ahora bien esa escena probable es probable dentro de un número discreto de escenas posibles. La apuesta conjetural, lo que Eco llama abducción creativa, es una inferencia que tiene como horizonte la invención y cuyos únicos referentes (es muy importante subrayar que no hay ausencia total de referente) son ciertas huellas y nuestros paramentaros meta abductivos. Quiero terminar con un detalle estimulante que recuerda Humberto eco para subrayar el elemento creativo de la abducción: “El sol para Copérnico – dice – tenía que estar en el centro del Universo porque sólo así podía manifestarse la admirable simetría del mundo creado: Copérnico no observó las posiciones de los planetas como Galileo o Kepler. Imaginó un mundo posible cuya garantía era estar bien estructurado, gestálticamente elegante” 40 Podemos observar aquí en lo exagerado del ejemplo, el vínculo directo entre meta abducción y abducción creativa. Dejando de lado el hecho de que Eco no duda en llamar textuales a los parámetros meta abductivos, indican algo del contorno de lo que aquí se presenta como cognoscible, eso es lo que nos interesa. Y yo no convengo en la idea de que la normatividad nueva sea solo creación, allí están las desavenencias con una filosofía abiertamente deconstructivista, pero sí consignar que la conjetura, aquello que transita por el terreno no de la identidad con lo perdido, sino por el de la semejanza, se vincula de manera orgánica a aquello que para Copérnico era la búsqueda de la elegancia y para nosotros, aún precavidos de la imprecación polémica del concepto, es la ideología. Pero las coordenadas experienciales que han forjado este sustrato de lo cognoscitivo pertenecen a otras escenas, son siempre contorno. Y el indicio, como aquel indicador que señala una redirección del saber, cobra allí, a la manera de una bisagra entre esas dos dimensiones contenedoras de la actividad cognoscitiva, su precisa pertinencia

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Guinzburg, Carlo: Reflexiones… Pa´g 15 Freud, Sigmund: Construcciones en análisis en Obras completas Vol XXIII, Amorrortu Ediciones, Buenos Aires 1999. Eco, Humberto: Los límites… Pag 277

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Bibliografía

Acha, Omar: Interpretación y método en Carlo Guinzburg. Revista Estudios Sociales Nº 18, año X, Santa Fe, Argentina, 1º semestre del 2000, Bleichmar, Silvia: - Simbolizaciones de transición: una cínica abierta a lo real, en Revista de Psicoanálisis de la Asociación psicoanalítica de Córdoba; Año2, período Otoño/invierno, Cordoba, 2004 La deconstrucción del acontecimiento en Tiempo, Historia y Estructura- su impacto en el psicoanálisis contemporáneo; coeditorializado por la editorial de la APA y la Editorial Lugar , Buenos Aires 2006 Eco, Humberto: Los límites de la interpretación. Ed Lumen, Barcelona 1992 Freud, Sigmund: Construcciones en análisis en Obras completas Vol XXIII, Amorrortu Ediciones, Buenos Aires 1999. Guinzburg, Carlo: -Indicios, Raíces de un paradigma de inferencias iniciales en Mitos, emblemas indicios. Morfología e historia. Ed. Gedisa, Barcelona, 1989. - Huellas. Raíces de un paradigma indiciario en Tentativas. Ed Universidad Michoacana, Morelia, 2003 -: Intervención sobre el paradigma indiciario en Tentativas. Ed Universidad Michoacana, Morelia, 2003 - Reflexiones sobre una hipótesis. El paradigma indiciario, veinticinco años después en Contrahistorias. La otra mirada de Clio. Mexico, 2005 - El hilo y las huellas, Ed Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010

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La flecha en el ojo Algunas (In)flexiones sobre totalidad y contingencia en el debate historiográfico -Carlos A. Zambon[Facultad de Humanidades y Ciencias – Universidad Nacional del Litoral] ([email protected])

La ambición fáustica del marxismo1 En los primeros años del siglo XX una serie de procesos y de acontecimientos presagiaban la inminencia de cambios trascendentales en las sociedades europeas. En los países más desarrollados la clase obrera alcanzaba niveles inéditos de crecimiento y de organización –su expresión política más emblemática e imponente, el Partido Socialdemócrata alemán (SPD) llegó a tener sólo en Berlin más de 90.000 afiliados2- y mientras las luchas obreras fortalecían su consciencia de clase y conatos revolucionarios surgían en diferentes países, en el este empezaba a hacerse realidad la promesa de una sociedad libre de la explotación capitalista y sus miserias. La revolución parecía estar a la vuelta de la esquina en Europa. Historia y consciencia de clase, libro escrito por el marxista húngaro Georg Lukács y publicado en Berlin en 1923, es seguramente la expresión teórica más brillante de aquel momento ascendente de las expectativas y del fervor revolucionario de la izquierda. Considerado sin embargo el libro maldito del marxismo, descartado por Lenin como “marxismo verbal” por su ausencia de análisis concretos de situaciones concretas, esquematizado por otros como “la dialéctica contra el materialismo”, este texto extraordinario condensa como ninguno la aspiración marxista de la totalidad como categoría central de la representación -y al mismo tiempo del análisis- de la sociedad capitalista. Lukács afirma que la totalidad concreta es la categoría propiamente dicha de la realidad . En la sociedad capitalista la clave de su organización global viene dada por la estructura de la mercancía, cuya forma penetra todas sus manifestaciones vitales y las transforma a su imagen y semejanza. Se trata de un problema específico del capitalismo desarrollado, en el que la mercancía alcanza la condición de categoría universal de todo el ser social y produce la cosificación de las relaciones humanas y de las formas de comprensión intelectual de la sociedad. En este estudio de la cosificación4, Lukács parte claramente del examen marxiano del fetichismo de la mercancía –“el misterio de la forma mercancía consiste pues simplemente, decía Marx, en que presenta a los hombres los caracteres sociales de su propio trabajo como caracteres objetivos de los productos mismos del trabajo”- pero en su desarrollo integra la explicación marxista con los planos de análisis de la racionalización de Max Weber. 3

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Agradezco las observaciones, sugerencias y aportes del Dr. Luciano Alonso (CESIL-UNL); si algo interesante se encuentra en este texto, se lo debe atribuir a él. F.Alvarez-Uría y J.Varela, Sociología, capitalismo y democracia, Madrid, Morata, 2004, p.324 “¿Qué es el marxismo ortodoxo?”, en Historia y consciencia de clase, México, Grijalbo, 1969, p.11 Específicamente tratado en “La cosificación y la conciencia del proletariado”, uno de los ensayos más citados del libro.

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El despliegue de la producción capitalista, observa el autor, conlleva una creciente racionalización. El proceso de trabajo se descompone cada vez más en operaciones parciales abstractamente racionales que hacen del tiempo de trabajo socialmente necesario el fundamento del cálculo racional. La racionalización basada en la calculabilidad profundiza la especialización, en tanto la computabilidad del proceso de trabajo exige una descomposición muy detallada de cada complejo en sus elementos. La independización técnica de las manipulaciones parciales de producción permite una segmentación espacial y temporal de la producción de valores de uso. El hombre queda así inserto, como una parte mecanizada más, de un sistema que funciona con plena independencia de él y a cuyas leyes debe estar sometido. El desarrollo de la producción capitalista logra que toda la satisfacción de las necesidades sea realizada a través del tráfico de mercancías. Y para hacer posible el despliegue de todas las potencialidades de esa producción, la racionalización debe alcanzar a todas las manifestaciones de la vida social: “Esa racionalización y ese aislamiento de las funciones parciales (de la sociedad) tiene, empero, como consecuencia necesaria el que cada una de ellas se independice y tienda a desarrollarse por sí misma, según la lógica de su propia especialidad, independientemente de las demás funciones parciales…pues cuanto más desarrollada está la división del trabajo, tanto más intensos son los intereses profesionales…de los especialistas” (p.111-112) La extensión de la cosificación a todas las esferas alcanza también a las formas de comprensión de la vida social. La cientificidad parcelaria de las ciencias sociales distorsiona e impide el conocimiento de lo real: “Por la especialización del rendimiento del trabajo se pierde todo cuadro del conjunto…Y cuanto más desarrollada y y más científica sea (la ciencia moderna), tanto más se convertirá en un sistema formalmente cerrado de leyes parciales y especiales, para el cual es metódica y principalmente inasible el mundo situado fuera de su propio campo y, con él, también, y hasta en primer término, la materia propuesta para el conocimiento, su propio y concreto sustrato de realidad” - “La falta cientificidad de ese método aparentemente tan científico consiste, pues, en que ignora y descuida el carácter histórico de los hechos”5 Frente a la unilateralidad abstracta de las ciencias sociales -en las cuales las formas fetichistas de objetividad presentan los fenómenos de la sociedad capitalista como esencias suprahistóricas-, el materialismo histórico se afirma como ciencia social unitaria. Lukács destaca enfáticamente que lo que distingue radicalmente al marxismo de las ciencias sociales burguesas no es la tesis del predominio de los motivos económicos de la explicación de la historia, sino el punto de vista de la totalidad. Mientras las ciencias burguesas otorgan realidad y autonomía a las abstracciones que resultan de la división académica del trabajo, de la especialización disciplinar y del aislamiento temático de su objeto, el marxismo atraviesa y supera esas divisiones al considerarlas como momentos dialécticos: “para el marxismo, entonces, no existen ciencias particulares sustantivas sino sólo una única ciencia, unitaria e 5

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p 113 y 7 (subrayado en el texto)

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histórico dialéctica, el desarrollo de la sociedad como totalidad”6. Y este conocimiento de la realidad constituye a su vez un momento necesario del proceso de transformación social, la vía a través de la cual el proletariado accede a su autoconocimiento, la condición inmediata de su consciencia de clase y de su autoafirmación en la lucha por subvertir el orden social. La dialéctica materialista es así una dialéctica revolucionaria. La función histórica de la teoría consiste en hacer posible su unidad con la praxis, iluminar “el paso decisivo que el proceso histórico tiene que dar hacia su propio objetivo, compuesto de voluntades humanas pero no dependiente de humano arbitrio, no invención del espíritu humano”7. Y en tanto el proceso histórico avanza hacia su propio objetivo, los eventuales sucesos que significaren una interrupción o una desviación del decurso histórico, no podrían representar más que accidentes transitorios, incongruencias efímeras, destinadas a desaparecer o a ser absorbidas por el imponente movimiento de la dialéctica histórica. Dentro de esta lógica, los acontecimientos carecen de entidad significativa autónoma: “La cuestión de la captación unitaria del proceso histórico se presenta necesariamente en el tratamiento de cada época, de cada campo parcial, etc. En este punto se evidencia la significación decisiva de la consideración dialéctica de la totalidad. Pues es perfectamente posible conocer y describir muy correctamente en lo esencial un acaecimiento histórico sin ser por ello capaz de entenderse ese acontecimiento como lo que realmente es, según su función en el todo histórico al que pertenece, o sea, sin conceptuarlo en la unidad del proceso histórico”8. Pero como es bien sabido, el florecimiento revolucionario que este texto incandescente anunciaba fue cegado abruptamente por la implacable realidad histórica. Y así, mientras la economía capitalista se reponía de su crisis más profunda y la contrarrevolución y el terrorismo de estado se imponían en Alemania y en Italia, la esperanza utópica de una sociedad socialista sufría una metamorfosis muy kafkiana por la cual devino en socialismo “real” stalinista. Lukács comenzaba a declamar alguna de sus repetidas retractaciones y sus intereses se desplazaban del campo de la economía-política-sociología hacia el terreno de las artes y la literatura. Ahora bien: este trabajo propone algunos ejemplos que permiten observar que ni la totalidad como categoría histórica, ni el esfuerzo de integración unitaria de las diferentes dimensiones de análisis social, presentes en el marxismo y explicitadas de modo brillante por Lukács, se han extinguido; al contrario, constituyen problemas y aspiraciones recurrentes en la historiografía y en las ciencias sociales y forman parte central de la agenda de tendencias actuales que tienen en el marxismo una de sus principales fuentes de inspiración. Su persistencia se explica tanto por razones epistémicas como históricas y contextuales. Sin embargo, el reflujo de la marea revolucionaria clásica en el marco de las condiciones estructurales del capitalismo global favorece una relectura heterodoxa del acontecimiento como

6 “Rosa Luxemburg como marxista”, en Historia y consciencia de clase, cit., pp.2930 7 “Qué es el marxismo ortodoxo”, en Historia y consciencia de clase, cit., p.3 (el subrayado es mío) 8 “Qué es el marxismo ortodoxo”, en Historia y consciencia de clase, cit., p.14

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categoría histórica.

1. Una línea torcida: la totalidad histórica, de Braudel a Ginzburg La idea de totalidad histórica, de “historia total”, como es sabido, caracteriza típicamente la obra de Fernand Braudel. Su pretensión puede de algún modo explicarse como una respuesta profesional del historiador –en un medio en el cual todo proyecto científico es inseparable de un proyecto de poder9- frente al desafío lanzado, en el clima intelectual francés de la segunda posguerra, por el desarrollo de las ciencias sociales -que aparecían como más aptas para atender las nuevas demandas de la época- y por el ascenso de la antropología estructural de Levi-Strauss, cuya vocación hegemónica amenazaba con desplazar a la Historia del lugar predominante alcanzado con la corriente analista10. La historia braudeliana aspira entonces a reconstruir la globalidad de los fenómenos humanos, a la formulación de una síntesis, que frente a la antropología estructuralista contará además con su enraizamiento espacio-temporal. Dosse advierte, sin embargo, que la preferencia de Braudel por la observación de experiencias concretas antes que definiciones abstractas condujo a un concepto de globalidad como simple suma de los diversos niveles de lo real, que devino incapaz de distinguir jerarquías y determinaciones: “la totalidad defendida no se refiere a una concepción causal de la historia; no hay sistemas de causalidades, y lo más común es llegar a una simple acumulación de diferentes estamentos. Observar, clasificar, comparar, aislar son las grandes operaciones quirúrgicas practicadas por Fernand Braudel”11. Pero la estrategia de dominación a través de la cooptación conceptual terminó afectando, por otro lado, a una de las dimensiones más íntimas de la Historia, en tanto esa ambición de totalidad evolucionaba en un sentido que desconocía cualquier ingerencia relevante de la acción individual en los procesos históricos y que relativizaba toda construcción diacrónica de la magnitud temporal: la larga duración de Braudel se identificaba con un análisis prácticamente estático de las relaciones funcionales entre los elementos de una estructura inmóvil: “Annales siempre siempre había enfatizado la importancia de analizar la totalidad de la trama social. Este interés llevó a un sentido de afinidad creciente con la antropología estructural y sus análisis detallados de las estructuras formales…lo cual a la larga tendía a ser a-histórico, si no anti-histórico”12. Pero Wallerstein –discípulo y admirador de Braudel- supo advertir también que esta postura intelectual significaba abandonar la vocación antisistema originaria de la corriente y que la acercaba inevitablemente a las necesidades y a la visión del mundo dominante13. Fernando Devoto ha observado que esta expulsión del tiempo de la disciplina histórica y – más aún- la sustancial devaluación de las posibilidades constructivas de los hombres debía encontrar una previsible resistencia en aquellos países con tradición historicista en los que arraigaron concepciones idealistas, como Italia14. En diferentes trabajos Carlo Ginzburg ha 9 10

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André Burguière: “Historia de una Historia – El nacimiento de Annales”, en Nora Pagano y Pablo Buchbinder, La historiografía francesa contemporánea, Buenos Aires, Biblos, 1993, p.90 Francois Dosse: “Los años de Braudel”, en La Historia en migajas, México, Universidad Iberoamericana, 2006, pp.99 y ss.

Dosse, Op.cit., p. 110 Immanuel Wallerstein: “Fernand Braudel, historiador, `homme de la conjoncture´” en Nora Pagano y Pablo Buchbinder (comp.), La historiografía francesa contemporánea, Bs.As., Biblos, 1993, p.148. I.Wallerstein, ibídem, p.149 Fernando Devoto: “Acerca de Fernand Braudel y la `longue durée´ treinta y cinco años después” en Entre Taine y Braudel – Itinerarios de la historiografía francesa contemporánea, Buenos Aires,

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hecho alusión a esta tradición cultural impregnada de idealismo como un elemento a tener en cuenta en el rechazo al estructuralismo y en la génesis de la microhistoria. Sin embargo, según el mismo Ginzburg, el punto de inflexión vino marcado por motivos extra-historiográficos. La crisis de la noción de progreso ilimitado, universal y automático provocada por la permanencia de los problemas de desarrollo en los países periféricos y por el desencanto con las experiencias del “socialismo real”, la crítica al etnocentrismo impulsada por los procesos de descolonización, el aumento de la conflictividad laboral y social con el agotamiento del ciclo de auge fordista-keynesiano, llevaron a poner en cuestión a los grandes paradigmas y habilitaron el replanteo de nociones básicas. En el contexto iniciado con la revolución cultural del ´68 vuelve a primer plano la pregunta acerca del sujeto, de sus capacidades y sus límites; sin embargo, como señalan Serna y Pons, el sujeto del que empieza a hablarse a partir del ´68 no es ya aquella entidad abstracta, unitaria y coherente, sino el sujeto real, concreto y plural (mujeres, minorías, marginados), grupos sociales con demandas alternativas y contradictorias que no habían tenido relevancia académica hasta entonces15. Este contexto fue la condición de posibilidad del surgimiento de la microhistoria. La reconstrucción de la totalidad en Historia requiere entonces ahora de una articulación entre las micro- y las macro- dimensiones, objetivo en principio esquivo, en tanto las hipótesis generales y los análisis micro provienen de matrices teóricas divergentes. Las generalizaciones pertenecen al mundo de las series estadísticas, de la acumulación paciente de datos homogéneos, de la condensación estructural de los movimientos seculares; los análisis micro, por el contrario, han puesto en primer plano las variaciones imprevistas de la acción, sus posibilidades y sus límites electivos, el margen contingente y elástico de su indeterminación. Esta aparente incompatibilidad de los enfoques podría vincularse con sus distintos momentos temporales de observación: los datos que fundamentan los enunciados generalizadores reflejan los resultados acumulados, objetivados, de múltiples acciones individuales, que se “separan” –por decirlo de algún modo- de sus agentes; el análisis micro, por el contrario, tiene en cuenta los motivos, las posibilidades estratégicas de la decisión y sus variantes, en un contexto de incertidumbre. Pero en ambas dimensiones del análisis puede reconocerse sin embargo -y cada una a su modo- una aspiración a la totalidad. Los enunciados generales conllevan la pretensión de representar o de contener en sí mismos la miríada de casos individuales: su operación historiográfica es la subsunción, aunque la imagen de totalidad que proyectan es una imagen diluida por la abstracción. Los análisis microhistóricos persiguen por el contrario una reconstrucción de lo vivido (Carlo Ginzburg): su resultado sin embargo es un fragmento, aunque un fragmento en el que la totalidad es presupuesta, presentida, evocada. Carlo Ginzburg ha hecho suyas las observaciones de Siegfried Kracauer acerca de la relación entre micro- y macro- historia: según Kracauer, existen fenómenos admitibles solamente a través de una perspectiva macroscópica, aunque asimismo algunas investigaciones de carácter específico pueden modificar las visiones de conjunto marcadas por la macrohistoria. “Esto significa que la conciliación entre macro y microhistoria no se da, de hecho, por realizada…..y sin embargo, se la persigue”16.

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Biblos, 1992 Justo Serna y Anaclet Pons, Cómo se escribe la microhistoria – Ensayo sobre Carlo Giznburg, Madrid, Cátedra, 2000op.cit., p.95 Carlo Ginzburg: “Microhistoria: dos o tres cosas que sé de ella”, Manuscrits nº12, Gener, 1994, p.33. Y agrega: “Según Kracauer, la mejor solución es la seguida por Marc Bloch en Société féodale: un continuo ir y venir entre micro y macrohistoria, entre close-ups y tomas largas o larguísimas, capaces de poner continuamente en cuestión la visión del conjunto del proceso histórico mediante excepciones aparentes y causas de corta duración (…) Por tanto, ninguna conclusión alcanzada en referencia

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Ciertamente se la persigue. En su Contribución a la Historia de la Microhistoria italiana el historiador mexicano Carlos Antonio Aguirre Rojas concibe a la Microhistoria como una original vía de solución a esta tradicional antítesis entre macro y micro-historia, que permitiría dar cuenta mucho más efectivamente de los procesos históricos reales investigados por el historiador. Desde su perspectiva, una hipótesis de nivel macrohistórico puede ser sometida a un análisis exhaustivo e intensivo en el nivel microhistórico por medio de una reducción de la escala de observación, para luego retomar el nivel macrohistórico con una mayor capacidad explicativa y sugestiva de nuevas hipótesis y modelos17. En este planteo, entonces, la microhistoria aparecería como un momento historiográfico necesario de un proceso o de un proyecto de investigación más amplio, que la envuelve, y en el cual una congruencia epistemológica básica en la formulación de las hipótesis permitiría integrar los resultados de planos de análisis contrapuestos. Esa congruencia epistemológica básica, que permitiría resolver esta antìtesis entre macro y micro-historia, deberìa buscarse en los lineamientos de una teorìa social que reconduzca las dimensiones sistèmicas y agenciales a un marco teòrico comùn, en el que se establezca un enlace dialèctico entre ambas. Precisamente, encontrar una solución teórica para la tradicional dicotomía objetivismo-subjetivismo, es decir, desarrollar un argumento que contemple la raíz constitutiva de la acción pero al mismo tiempo dé cuenta de las restricciones estructurales que la enmarcan dentro de sistemas sociales, es uno de los objetivos declarados de la teoría de la estructuración de Anthony Giddens. Conviene repasar aquí sus principales lineamientos, dado que –según señala William Sewell,- mucha de la mejor historia social del último cuarto del siglo XX siguió una estrategia teórica congruente con la teoría de la estructuración18. Giddens rechaza prácticamente en bloque el legado funcionalista de Parsons (“se debe producir una ruptura radical con los teoremas parsonianos”, declara en el prólogo a La Constitución de la Sociedad), respecto del cual su principal reproche es el de haber tratado a los actores como “autómatas culturales”, y por consiguiente haber desconocido que la sociedad, aún en sus encuentros más triviales, es siempre una realización inteligente de los actores.19 La prioridad conceptual reconocida al entendimiento humano, y el modo en que se entreteje en una acción, sitúa de tal modo a Giddens en una línea de continuidad con los planteos de Schutz y de Garfinkel; sin embargo, los separa de ellos los vacíos “estructurales” que descubre en sus obras y que precisamente trata de suplir con su teoría. Giddens cuestiona a Schutz y a Garfinkel su desconocimiento de la centralidad del poder en la vida social y su desatención hacia los problemas del cambio institucional; les reprocha asimismo haberse ocupado de la acción exclusivamente en términos de significado, desligándola de su compromiso práxico con la realización de intereses, y de haber ignorado el sentido diferencial endémico en la interpretación de las normas o reglas sociales20. Su teoría de la estructuración, se compone de dos grandes argumentos: una teoría de la acción, que Giddens llama de la “agencia”, y una teoría de la estructuración. La primera expone la dinámica cíclica que se inicia con los actos que producen consecuencias no buscadas, consecuencias que a su vez pueden realimentarse sistemáticamente para

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a un determinado ámbito puede ser trasladada automáticamente a un ámbito más general (es la que Kracauer llama law of levels.. Estas páginas póstumas de un historiador no profesional como Kracauer constituyen, aún hoy, a mi entender, la mejor introducción a la microhistoria”. Carlos Antonio Aguirre Rojas, Contribución a la historia de la microhistoria italiana, Rosario, Prohistoria ediciones, 2003 William Sewell Jr.: “Una teoría de estructura”, AR IUS núm.14, 2006. cf. Anthony Giddens: “Garfinkel, etnometodología y hermenéutica”, en Política, sociedad y teoría social, Barcelona, Paidós, 1997, p.253. Anthony Giddens, Las nuevas reglas del métodos sociológico, Buenos Aires, Amorrortu, 1993, pp. 52-53.

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convertirse en condiciones inadvertidas de actos ulteriores. Estos aspectos interesan particularmente al estudio de la reproducción de las estructuras. En su examen del problema, Giddens subraya sus diferencias con el análisis funcional: reconoce la importancia de los trabajos de Merton en el estudio de las consecuencias no anticipadas de la conducta intencional, pero rechaza de plano la asociación que éste realiza entre consecuencias no buscadas y análisis funcional21; por el contrario, sostiene que el análisis de las consecuencias no buscadas de la acción -que devienen en condiciones inadvertidas de acciones ulteriores dentro de un ciclo de realimentación no reflexiva- no requiere de más variables explicativas que aquellas que descubren por qué los individuos se ven motivados a empeñarse en prácticas sociales regularizadas por un tiempo y un espacio. “Las consecuencias no buscadas se distribuyen regularmente como subproductos de una conducta regularizada que como tal recibe sustentación reflexiva de quienes participan en ella”22. Esta búsqueda de los microcimientos de la estructura dentro del paradigma de la acción conduce al segundo gran argumento de su teoría, en el que los conceptos “macro” de estructura y de sistema se introducen lógicamente por su referencia al concepto de acción. En este sentido, Giddens insiste una y otra vez en la necesidad de partir del entendimiento que los agentes poseen sobre lo que hacen en su actividad cotidiana, para evitar el error del funcionalismo y del estructuralismo que, sostiene, buscan el origen de las actividades de los agentes en fenómenos que éstos desconocen. Todos los miembros competentes de la sociedad tienen amplia destreza en las realizaciones prácticas de actividades sociales y son “sociólogos” expertos. Ahora bien: el núcleo mismo de ese entendimiento viene dado por el saber de reglas sociales que se expresan en una conciencia práctica, y un conjunto de acciones guiadas por un mismo conjunto de reglas configura una práctica. A su vez, sistema social no es sino un conjunto de prácticas interactivas reproducidas por un tiempo y en un espacio; se trata, pues, de un fenómeno empírico y concreto. “Analizar la estructuración de sistemas sociales, arguye Giddens, significa estudiar los modos en que sistemas, fundados en las actividades inteligentes de actores situados que aplican reglas y recursos en una diversidad de contextos de acción, son producidos y reproducidos en una interacción”23; por lo tanto, “con arreglo a la teoría de la estructuración, el momento de la producción de la acción es también un momento de reproducción en los contextos donde se escenifica cotidianamente la vida social”, lo cual hace que “siempre (suceda) que la actividad cotidiana de actores sociales aproveche y reproduzca rasgos estructurales de sistemas sociales más amplios”24. En “La constitución de la sociedad” Giddens declara expresamente que toda su densa construcción teórica podría definirse exactamente como una reflexión ampliada (y rigurosamente fundamentada con todo el aparato conceptual e instrumental de las ciencias sociales, podríamos agregar nosotros) de la célebre fórmula de Marx: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido 21

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ligamen que por ejemplo asume el propio Habermas en su construcción de un modelo que integra el concepto de mundo de la vida con el análisis de sistemas: “la reproducción material de la vida social (que según Habermas justifica concebir el mundo de la vida en términos objetivantes, es decir, como sistema, lo cual conduce a un cambio de perspectiva) normalmente se efectúa como cumplimiento de funciones latentes que van más allá de las orientaciones de acción de los implicados…tales plexos de acción quedan estabilizados funcionalmente, es decir, a través del indicador que representan sus efectos laterales funcionales” (Jürgen Habermas, Teoría de la acción comunicativa, Madrid, Taurus, 1990, tomo II, pág. 331) Anthony Giddens, La Constitución de la Sociedad, Bs.As., Amorrortu, 1998, p.51 (el subrayado es mío) Anthony Giddens, La Constitución de la Sociedad, Bs.As., Amorrortu, 1998, p.54 Anthony Giddens, La Constitución de la Sociedad, cit. p.60-62

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legadas por el pasado25” -que es la misma que menciona Carlo Ginzburg cuando revela el fundamento de la convergencia de la Historia con la antropología, el nivel profundo de las reglas de juego social26. Y es entonces la proyección de ese mismo núcleo teórico marxiano lo que extiende la viabilidad de enlazar las dimensiones macro y micro de la historia, en tanto aquel margen de indeterminación introducido en la causalidad histórica, de posibilidades de elección descubiertas en la trama de acciones situadas, hacen que la aproximación microhistórica -dirigida a captar, como apunta Ginzburg, lo concreto de los procesos sociales mediante la reconstrucción de la vida de hombres y mujeres- nos devuelva una imagen mucho más vital y cercana del pasado. Y dado que lo concreto, como decía Marx, no es lo singular sino la síntesis de múltiples determinaciones -lo cual involucra a las influencias y restricciones macro operativamente existentes en el terreno local-, la mirada microhistórica no puede, en tal sentido, ser concebida como un recorte epistémicamente opuesto o como una negación de lo que podríamos llamar “totalidad histórica” sino más bien como una renovada puerta de ingreso a ella. Una aplicación de la noción de restricción estructural de Giddens al caso histórico puede encontrarse en uno de los últimos trabajos (2011) de Frederic Jameson, “Representar El Capital – una lectura del tomo I”27. A propósito del debate Brenner, Jameson arriesga una nueva descripción del método histórico que Marx utilizó en el problema de la tansición: propone designarlo –en homenaje a la estima que Marx sentía por Darwin- “selección negativa”, por su hincapié en la exclusión sistemática de posibilidades alternativas en la acción social. En este sentido, cuando Brenner se refiere a la cruel situación que deja a los campesinos librados a reproducirse o ganarse la vida luego de les han quitado sus tierras y sus herramientas agrícolas, Jameson observa que “ya no pueden cultivar su propio suelo ni pagarle al señor feudal en especie; ya no cuentan con las válvulas de escape o los modos alternativos de subsistencia que tenían a su disposición bajo el feudalismo, y de ahí que se vean necesariamente impelidos a la única opción restante: el trabajo asalariado. Como consecuencia, este tipo de evolución social…se hace realidad a raíz de una negación sistemática de todo lo que hubiera permitido la adopción de una alternativa”. Jameson no alude en ninguna parte del libro a Giddens o a sus obras, pero su propuesta es sustancialmente coincidente con la idea de restricción estructural como limitación del margen de opciones concretas que es inherente a la noción del profesor de Cambridge. Lo que este ejemplo pone en evidencia –lo mismo que las reflexiones anteriores de Ginzburg- es que todo trabajo historiográfico que tenga como objeto algún nivel o espacio de interacción social está necesariamente articulado por una teoría social, sea ella explícita o implícita en el texto. También pone en evidencia la necesidad de una mayor convergencia entre la Historia y las ciencias sociales. La desconfianza o la distancia que se observa en algunos grandes historiadores (como por ejemplo Thompson) respecto de las categorìas de las ciencias sociales seguramente tiene su origen en la abstracción –ya observada por Lukács- que ellas suponen respecto de las condiciones de espacio y tiempo, abstracción originada por su pretensión de una universalidad ajena a su enraizamiento histórico: “La mayoría de las ciencias sociales nomotéticas acentuaba ante todo lo que las diferenciaba de la disciplina histórica: su interés en llegar a leyes 25 26 27

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Op.cit, p. 22 Carlo Ginzburg y Carlo Poni: “El nombre y el cómo – intercambio desigual y mercado historiográfico, en Carlo Ginzburg, Tentativas, Rosario, Prohistoria, 2004, p.61 Buenos Aires, FCE, 3013, pp.110-111

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generales que supuestamente gobernaban el comportamiento humano, la disposiciòn a percibir los fenòmenos estudiables como casos (y no como individuos), la necesidad de segmentar la realidad humana para analizarla, la posibilidad y deseabilidad de mètodos cientìficos estrictos (como la formulaciòn de hipòtesis, derivadas de la teorìa, para ser probadas con los datos de la realidad por medio de procedimientos estrictos y en lo posible cuantitativos)”28 Pero esa pretensiòn de universalidad -de la cual la economìa neoclàsica podrìa mencionarse como caso paradigmàtico- està siendo severamente cuestionada a partir de los estridentes fracasos de sus predicciones y las inadecuaciones que producen su bùsqueda. La reconstrucciòn de las ciencias sociales, afirma el informe Gulbenkian, se enfrenta con la necesidad de superar, por un lado, las separaciones artificiales establecidas desde el siglo XIX entre lo social, lo econòmico y lo polìtico, y de reinsertar, por otro, el tiempo y el espacio como variables constitutivas internas de sus anàlisis -y no meramente como realidades fìsicas invariables dentro de las cuales existe el universo social29. Las conclusiones del informe fueron retomadas en nuestro país por Atilio Boròn en su propuesta de reconstrucciòn teòrica unitaria de las ciencias sociales, de la cual, no por casualidad, “Historia y consciencia de clase” aparece como referencia obligada.30

Sewell y la reapropiación dialéctica del acontecimiento Ahora bien: los analistas de la economía internacional señalan señalan dos procesos centrales dentro de las transformaciones económicas mundiales de los últimos cuarenta años. Por un lado, la internacionalización de los procesos productivos, por la cual las empresas transnacionales deslocalizan hacia la periferia sus actividades más intensivas en trabajo y generan un circuito productivo global de mercancías, que sin embargo es coordinado y controlado centralmente por las casas matrices, proceso que proyecta la lucha competitiva entre las empresas hacia el plano del mercado mundial y que tiene como resultado una profundización de los movimientos de concentración y centralización de capital; por otro, la liberalización de los movimientos internacionales de capital, que facilitó una nueva supremacía del capital financiero sobre el productivo y cuya consecuencia más directa es la transferencia de una parte creciente de los beneficios de origen productivo hacia los intereses y dividendos financieros, lo cual reduce las posibilidades de autofinanciación y de inversión de las empresas y explica el menor crecimiento de la economía global en las últimas décadas31. En este contexto los gastos salariales se transforman en un simple stock variable en función de costos relativos. Muy lejos de los supuestos de “Historia y consciencia de clase”, la clase obrera no aparece ya como portadora de una alternativa global de organización social. Robert Castel señala que la derrota de la clase obrera no es el resultado de un enfrentamiento 28 29 30 31

Abrir las ciencias sociales – Informe de la Comisiòn Gulbenkian para la reestructuraciòn de las ciencias sociales, Mèxico, Siglo XXI-UNAM, 2007, p.35 op.cit., 82-83 Atilio Boron: “¿Una teorìa social para el siglo XI?”, en Tras el bùho de minerva – Mercado contra democracia en el capitalismo de fin de siglo, Buenos Aires, FCE, 2000. Francois Chesnais, La mundialización financiera – génesis, costos y desafíos, Buenos Aires, Losada, 2001; Enrique Arceo: “El fracaso de la reestructuración neoliberal en América Latina. Estrategias de los sectores dominantes y alternativas populares”, en Eduardo Basualdo y Enrique Arceo, Neoliberalismo y sectores dominantes Tendencias globales y experiencias nacionales, CLACSO, Buenos Aires. Agosto 2006.

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político directo sino de una transformación sociológica profunda de la estructura del salariado, que la relegó a una posición subordinada –y no central- dentro de aquél32. Este marco es el trasfondo económico del ascenso de las incertidumbres –como titula Castel a su libro- y también del impacto cada vez más global de las crisis capitalistas que, como advirtió Paul Sweezy hace ya muchos años- son fenómenos concretos complejos moldeados por una gran cantidad fuerzas económicas33 -y que por tanto contienen un gradiente de indeterminación en cuanto a su duración y resultados. Y crisis recurrentes en un horizonte de incertidumbres configuran condiciones estructurales propicias para la aparición de acontecimientos. El cielo está cargado de nubes de tormenta y en cualquier lugar puede producirse una descarga eléctrica. Julio Aróstegui reconoce esta condición aleatoria del acontecimiento: “acontecimiento significa ruptura, solución de continuidad, el punto final de la permanencia, de la duración…..el evento tiene por lo general un matiz de aleatoriedad, de azar; se ha dicho que el acontecimiento es justamente el azar, el movimiento no regulado”34. Coincide, por tanto, con la definición de Robert Nisbet, para quien el acontecimiento histórico es aquello que tiene el efecto, por breve que sea el tiempo, de suspender o al menos de interrumpir, lo normal: todo acontecimiento representa así una intrusión. Un hecho histórico muy conocido que podría encuadrarse dentro de esta categoría ocurrió en el momento culminante de la batalla de Hastings: “El rey Haroldo Godwinson situó al ejército inglés en una posición sólida en la cima o cerca de ella en Senlac Hill, próxima a la ciudad de Hastings. En el medio se situaron los huscarls, soldados profesionales fuertemente acorazados, con los fyrd, la milicia del reino, situada en los flancos. Todos los soldados sajones lucharon a pie, creando un muro de escudos defensivo al entrelazar sus escudos con el del soldado de su lado. Guillermo el Conquistador inició la batalla con un ataque de los arqueros y la infantería, pero esas tropas no tardaron en retirarse para permitir las cargas de la caballería normanda. Se produjeron varias de ellas y, durante lo que resultó ser una batalla extremadamente larga, la infantería inglesa se mantuvo firme. Sólo cuando la caballería normanda simuló una retirada se rompió la línea de infantería para lanzarse colina abajo. Los jinetes de Guillermo detuvieron su huida, dieron la vuelta y regresaron al combate…Haroldo intentó reagrupar su infantería en un nuevo muro de escudos. Sin embargo, fue alcanzado por una flecha y cayó. Los ingleses se retiraron entonces del campo de batalla, concediendo la victoria a los normandos”35 Los historiadores militares suelen explicar esa victoria (conjunta o alternativamente) como un resultado de la superioridad conseguida por el uso ofensivo de la caballería con apoyo de la arqueros, o por el cansancio de las tropas sajonas (luego de su largo trayecto desde el norte, donde habían derrotado la invasión noruega) o por la habilidad estratégica de Guillermo, duque de Normandía. Pero todas esas explicaciones –por muy 32

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“El salariado obrero perdió su hegemonía y fue alcanzado por el desarrollo espectacular de categorías intermedias y de ejecutivos medios y superiores, vale decir, estratos profesionales cuyos ingreso y posición son superiores a los del salariado obrero…el salariado obrero, a su vez desplegado en diferentes categorías, en lugar de ocupar el centro, se encuentra en la parte inferior de la escala cada vez más diferenciada del salariado” (Robert Castel, El ascenso de las incertidumbres, Buenos Aires, FCE, 2010, p.275). Paul Sweezy, Teoría del desarrollo capitalista (7ª reimpr.), México, FCE, 1973, p.149 Julio Aróstegui, La investigación histórica: teoría y métodos, Barcelona, Crítica, 1995, p. 257 Matthew Bennett, Jim Bradbury, Kelly De Vries, Iain Dickie y Phyllis Jestice, Técnicas bélicas del mundo medieval (500 – 1500 d.C), Madrid, LIBSA, 2007, p. 94

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convincentes que sean- argumentan sobre la base de un resultado ya conocido (al punto de que la mayoría de los textos consultados mencionan al duque invasor ya con el mote de “el conquistador”). Lo cierto es que las batallas de este tipo se decidían generalmente en poco tiempo (una hora o menos, dicen Matthew Bennett et al.), pero Hastings se extendió durante largas horas de aquel 14 de octubre de 1066, sin definirse. Sólo cuando el rey Harold fue alcanzado por una flecha en su ojo –como ilustra el célebre tapiz de Bayeux36- la batalla se decidió en favor de los normandos y Guillermo pudo entonces conquistar Inglaterra. Claro que sería un ejercicio contrafáctico imaginar qué hubiera ocurrido si aquella flecha tan certera se hubiera desviado –como en un penal decisivo- quince centímetros de su blanco real. Podría reducirse el alea de la situación si pudiera comprobarse que la arquería normanda estaba compuesta por tiradores infalibles, lo cual remitiría a una explicación más racional del suceso a partir de la capacidad organizativa de Guillermo, de su meritocracia funcional, de las condiciones de su entrenamiento, etc. Pero siempre más probable es que aquel acierto haya tenido mucho de fortuito: un suceso en el que más bien haya operado la casualidad. Fortuna caeca est, escribió Cicerón en una de sus últimas obras, y hasta Arnold Hauser se manifestó perturbado por la importancia que un pensador tan valiente como Maquiavelo concedía a la “Fortuna”37. La racionalización integral de la sociedad, de la que hablaban Weber y su discípulo Lukács, pretende someter todas sus manifestaciones vitales a la previsión y al cálculo; el prodigioso racionalismo moderno no acepta reductos que escapen a su capacidad explicativa. Tal vez por eso, y por su propia naturaleza escurridiza, la contingencia imprevisible de los acontecimientos –como señalaba Aróstegui- no ha sido suficientemente tratada ni siquiera por la Historia, la más amplia y molecularmente sensible de las ciencias sociales. Pero hay excepciones. Perry Anderson rescató del olvido los aportes de un agudo filósofo y matemático francés del siglo XIX, precursor de los economistas neoclásicos e inventor de la curva de demanda, Antoine-Augustin Cournot, quien sostenía que la Historia no era impenetrable a la explicación crítica. Cournot definió a los eventos casuales como aquellos que se producen por el encuentro de dos series causales independientes. Dado que el universo no es resultado de una sola ley natural sino que está gobernado por una variedad de mecanismos diversos, hay procesos regidos tanto por secuencias causales más o menos lineales, como por ocurrencias nacidas de la intersección entre ellas. En esto estriba la diferencia entre lo normal y lo aleatorio, ambos igualmente inteligibles. Lo innovador en su filosofía de la historia, señala Anderson, consiste en lo que él llamaba etiología, una investigación sistemática del tejido de las causas que componen el tapiz de la historia y cuya meta era establecer la jerarquía de los distintos tipos de causalidad en el registro real de las sociedades humanas38. Pero una explicación mucho más cercana, y proveniente de la convergencia entre Historia y ciencias sociales, es la ofrecida por William Sewell Jr. En un trabajo en el que analiza los sucesos de la toma de la Bastilla como acontecimiento histórico, Sewell argumenta la necesidad de relacionar las categorías teóricas con las secuencias históricas reales para alcanzar una adecuada teorización de los acontecimientos39. En su esquema conceptual retoma la noción de acontecimiento que alude a aquellos eventos o sucesos que tienen consecuencias trascendentales, es decir que en algún sentido “cambian la historia” y 36 37 38 39

Lucien Musset, La tapisserie de Bayeux, Zodiaque, 1989 “La autonomía de la Política”, en El manierismo – crisis del Renacimiento y origen del arte moderno, Madrid, Guadarrama, 1965, cap.VI Perry Anderson, Los fines de la Historia, Barcelona, Anagrama, 1996, pp.33-38. William Sewell Jr.: “Historical Events as Transformations of Structures: Inventing Revolution at the Bastille”, en Theory and Society, vol. 25, n 6, 1996, pp.841-881.

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que él concibe como una secuencia de sucesos que culminan con una transformación de las estructuras. Partiendo de la noción de “dualidad de las estructuras” de Anthony Giddens -las estructuras son tanto el medio como el resultado de las prácticas que constituyen sistemas sociales- Sewell sostiene que la estructura de una formación social puede representarse mejor como una red desigual o irregularmente articulada antes que como una jerarquía consistentemente organizada, red que se configura por una conjunción de esquemas culturales, distribución de recursos y modalidades de poder. La secuencia de sucesos que resulta en una transformación de las estructuras comienza con una ruptura de cierta clase, un cambio o una interrupción de una práctica rutinaria. Ciertamente, aclara Sewell, alteraciones de este tipo ocurren diariamente por múltiples motivos, pero en la mayoría de los casos ellas quedan neutralizadas de un modo u otro y son reabsorbidas por las estructuras pre-existentes. Sin embargo, y dado que las estructuras están articuladas con otras estructuras, rupturas incialmente localizadas siempre tienen el potencial de provocar una serie en cascada de otras rupturas subsiguientes, susceptibles de concluir en transformaciones estructurales. Y esto sucede cuando una secuencia de rupturas estrechamente relacionadas logra desarticular la red estructural existente de un modo tal que impide su restauración y que, al contrario, hace posible una nueva articulación de aquella. En esta línea, los acontecimientos que podrían denominarse históricos son aquellos que provocan períodos de cambio acelerado, que transforman las relaciones sociales en sentidos u orientaciones que no podían ser completamente previstos desde la perspectiva de los cambios graduales que las habían hecho posible.

Conclusión Tanto la perspectiva de la totalidad en movimiento (Lukács) como de la totalidad inmóvil (Braudel) absorbían o diluían el significado de los acontecimientos dentro de sus lógicas macro: la unidad revolucionaria de teoría y praxis en un caso, la amplitud temporal de las estructuras en el otro. El cuestionamiento a la concepción estructural-funcionalista y la revalorización de la capacidad constructiva de los agentes revirtió la prioridad explicativa en acción social: del predominio incontestado de las macro-estructuras a la búsqueda de sus orígenes en los microcimientos de la interacción situada. La microhistoria y la teoría de la estructuración son expresiones paralelas y sobresalientes de esta inversión del orden causal. Pero el análisis de los contextos inmediatos de interacción obligó también a prestar más atención a las condiciones de incertidumbre y de imprevisibilidad en los que se despliega la acción, un marco igualmente proclive para la reapertura de la discusión en torno a la interpretación de los acontecimientos. Paradójicamente, con el telón de fondo de los condicionamientos contradictorios del capitalismo global contemporáneo, la concepción teórica de los cambios radicales de transformación social podría apuntar en dirección a un giro acontecimental, en tanto la secuencia de sucesos encadenados que definen a un acontecimiento histórico reconoce un margen variable de contingencia (y aún de azar) en su origen y un rasgo de imprevisibilidad en sus resultados finales.

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Capitalismo y corporalidad, pistas para una exploración historiográfica -Esteban Vedia[Universidad Nacional del Comahue] ([email protected])

Introducción Esta ponencia1 pretende problematizar las relaciones entre industrialización capitalista y producción de la corporalidad, a partir de vincular algunos de los análisis que aparecen en una de las obras seminales de la Escuela de Frankfurt, Dialéctica de la Ilustración,2 publicada por Max Horkheimer y Theodor W. Adorno en 1944, y el clásico estudio de Edward P. Thompson, “Time, Work-discipline and Industrial Capitalism,”3 editado originalmente en 1967. Lo que se quiere remarcar es que las modificaciones que introdujo el capitalismo en los procesos laborales conllevaron una profunda modificación en las formas constitutivas de la corporalidad.4 En el caso de los alemanes esto se traduce como una crítica radical al propio proceso del surgimiento de la autoconciencia ilustrada, el sí mismo, como una dialéctica de escisión entre este sí mismo y el cuerpo, como alienación de este sí mismo con la naturaleza y con los otros, de forma tal que el sí mismo llega a ser tal, en la medida que domina todas estas instancias. En Edward P. Thompson se trata de indagar los cambios que entrañó el advenimiento del capitalismo industrial en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX como la emergencia de una nueva naturaleza humana que efectivizaba una nueva disciplina de trabajo y que también llega a ser una nueva forma de corporalidad. Nueva disciplina que antes de ser interiorizada por los trabajadores, no sin resistencia, había sido practicada en sí mismo por los propios patrones. En ambas aproximaciones, se propone, la producción y reproducción de un sujeto-cuerpo dominado es, al mismo tiempo, la producción y reproducción de un sujeto-cuerpo dominante, relación que es también la del trabajo y el capital. Por último, para estos autores, el proceso de alienación que entraña el propio proceso de trabajo bajo el capitalismo, implicaría la pérdida de ciertas formas de experiencia, la producción de un cuerpo incapaz de experimentar, una pobreza de la experiencia. 1

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Una versión de esta ponencia fue presentada en el Seminario “El cuerpo en las teorías sociales contemporáneas. Tres problemas, tres proyectos teóricos”, dictado por los profesores Emiliano Gambarotta, Eduardo Galak y Ricardo Luis Crisorio en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, del 03 al 25 de Octubre del año 2014. Aprovecho la oportunidad para agradecer sus comentarios y observaciones. Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialéctica de la Ilustración, Madrid, Trota, 1998. (ed. ����������� original 1944). Edward P. Thompson, Custom..., op. cit., p. 352 y ss. Traducido como “Tiempo, disciplina de trabajo y capitalismo industrial” en Costumbres..., op. cit., p. 395 y ss., que se cita a continuación entre corchetes cuadrados [ ]. Sobre cuerpo y modernidad, ver también: Eduardo Galak, “El cuerpo de las prácticas corporales”, Educación Física. Estudios críticos en Educación Física, dir. Crisorio, R. y Giles, M., La Plata, Al Margen, 2009; Alexandre Fernandez Vaz, “Treinar o corpo, dominar a natureza: notas para uma análise do esporte com base no treinamento corporal”, Cadernos CEDES, Campinas, n° 48, 1999, pp. 89-108; Alexandre Fernandez Vaz, “Da Modernidade em Walter Benjamin: crítica, esporte e escritura histórica das práticas corporais”, Educar, Curitiva, nº 16, 2000, pp. 61-79.

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Crítica de la Ilustración Adorno y Horkheimer parten de la pregunta de por qué la Ilustración ha caído en la barbarie, un vuelco que no es otro que el divorcio entre Ilustración y libertad. Resultando de ello una nueva mitología que funciona como parálisis frente a la verdad, un retroceso frente a la racionalidad ilustrada. Pese a ello, la Ilustración merece ser conservada, al menos, como esperanza. Empero, deberá someterse a crítica la propia Ilustración para que pueda emerger un concepto positivo de esta. La Ilustración, como movimiento histórico, con su programa que vuelve soberano al individuo y su promesa anti-oscurantista, ha desembocado en una calamidad. El desencantamiento del mundo, que comenzó como aprendizaje de éste, terminó como dominio de una naturaleza desencantada, y como dominio de los hombres por medio del saber y la técnica, donde la materia queda sometida al cálculo y la utilidad. Opera así una reducción, que excluye toda actividad que no pueda ser unificada, formalizada y cuantificada, quedando así estas actividades desalojadas al plano de lo aparente y lo ficcional, transformada en mera literatura. Un desencantamiento del mundo que se vuelve contra sí bajo la forma de la pérdida de sentido. Incluso allí donde la Ilustración se vuelve contra el mito, no capta que en el gesto trágico, el mito es ya Ilustración. Así, para Adorno y Horkheimer, los poemas homéricos son ya Ilustración, o al menos la prefiguran, en tanto que lo existente es ya objeto de dominación (olímpica o humana). Como gesto de dominación y sometimiento de las cosas es ya el gesto del científico, que sólo conoce en la medida que puede manipular y dominar. La materia se torna substrato de dominio, de modo que el en sí de las cosas se torna en el para él del hombre. En este momento es cuando la crítica de la Ilustración por medio del mito, o la crítica de la Ilustración como mitológica, se vuelven crítica del proceso de constitución del individuo. Éste, para alcanzar su identidad como sí mismo debe erigirse como idéntico al poder invisible, situarse en el lugar de Señor. Y esta identidad de sí mismo, para poder constituirse como tal, ubica a la naturaleza como aquello que ha perdido todos sus atributos y que sólo puede poseerse. Una naturaleza despotenciada, divisible, sustraída del control divino a la que, finalmente, sólo el sujeto de ciencia le otorga sentido. La Ilustración se vuelve mitología, en la medida de que su crítica no se detiene frente a los mitos o el espíritu, sino que incluso va contra la verdad y se torna, ella misma, mitología. Vuelta mero objeto, la naturaleza cuantificada, posibilita el reconocimiento de un sí mismo, de una identidad, que se produce al costo de convertirse en igual a los demás. Objetivación de la naturaleza y subjetivación del hombre se revela como un movimiento mimético que replica la distancia del señor frente al siervo; movimiento que, al mismo tiempo, supone la preponderancia absoluta del concepto. El saber domina tanto a la naturaleza como a la realidad, y lo hace de una manera tan radical que nada puede existir fuera del concepto. Expurgando lo no conceptual del mundo de lo real, la Ilustración distingue tajantemente ciencia y poesía. Como signo, la palabra queda vinculada a la ciencia, como sonido o imagen, queda confinada a las distintas artes. Pero, en aras de conocer la naturaleza, el lenguaje debe renunciar a cualquier semejanza con ésta, debe ser puro signo, cálculo, sólo la puede replicar como imagen vacía de conocimiento. La ciencia, en tanto sistema de signos aislados, se vuelve sobre sí como mero sistema estetizante. Y el arte, al mismo tiempo, se le ha entregado completamente a la ciencia en su técnica. Así como la ciencia se divorcia del arte, la intuición se divorcia, en la filosofía, del

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concepto. La razón y la ciencia se distinguen radicalmente de la magia, que sólo aparece como aura en la obra de arte. El lenguaje, otrora asociado a los sacerdotes y magos, reingresa como comunidad de los señores en el ejercicio del mando, cuanto más poder tienen y ejercen éstos, tanto más insignificantes se vuelven las ideas que porta dicho lenguaje. La ciencia ha completado el movimiento: el entero poder sobre la naturaleza se instrumentaliza ahora por medio de puros símbolos, una naturaleza idealizada bajo su matematización. Una formalización, una absolutización del logos que excluye todo aquello que no sea conceptualizable. De esa forma, mediante exclusión de toda reflexión en torno al sentido humano, social e histórico que exceda el logocentrismo, la pretensión misma del conocimiento es abandonada. Lo existente se impone, al punto que pensar en su subversión radical es sinónimo de locura. La Ilustración se transforma en mitología en cuanto ésta es eterna reproducción de lo existente, como ciclo, destino, dominio o verdad y, finalmente, como renuncia a la esperanza. En la ciencia, como en el mito, se halla confirmado lo existente como eterno y el sentido vuelve a ocultarse. En una inversión paradójica, sostienen Adorno y Horkheimer, la Ilustración ha disuelto la mitología en lo profano y la realidad se ha vuelto demoníaca: la desigualdad social se piensa inmutable, el alma se cosifica, la conducta se normaliza, se vuelve estadística. La animalidad, combatida por el mito, reingresa en la figura del laissez faire, laissez passer, como darwinismo económico-social. ¿Una lógica necesaria? Sí, pero no una lógica definitiva, eterna. Una lógica que depende de la Ilustración misma, una lógica que para ser abolida depende de la abolición de la Ilustración misma. Una Ilustración que se niega a sí misma en tanto renuncia al pensamiento, que se vuelve contra si en tanto que pura matemática, pensamiento reificado, pura técnica, pura organización, olvidando a los hombres y con ello a su propia actualización. Lo dado se eleva a forma mitológica, es respetado y alabado bajo la forma de pensamiento científico, el hecho se erige como absoluto, ante el cual la utopía que se retira avergonzada, asumiendo la forma degenerada y dócil de una filosofía de la historia objetiva. Pero para que la Ilustración pueda (re)encontrarse consigo misma, debe volverse contra sí y criticarse.

El advenimiento del sí mismo En Horkheimer y Adorno hay una apropiación del texto griego-clásico la Odisea, entendiendo que ésta, en su conjunto, daría cuenta de dialéctica de la Ilustración.5 El héroe, en su huida de las potencias míticas, es leído como un prototipo del burgués moderno, como autoafirmación unitaria, como la descripción de la dialéctica de la individuación. La Odisea, entonces, no sería otra cosa que la emergencia del sí mismo, el único yo superviviente, que emerge como un cuerpo infinitamente débil frente a la naturaleza y en camino de ser autoconciencia. Por medio de sus aventuras, Ulises/Odiseo, indica aquello que el sí mismo debe superar para llegar a ser autoconciencia. Enfrentando el peligro forja el saber, el pensamiento, primera entre sus armas, que lo salva y que le otorga identidad. Un saber que se forma en la experiencia de lo múltiple, en lo disolvente y lo disruptivo, en el reiterado entregarse a la muerte, sabiéndolo, él se templa y se prepara para la vida. Fragua un carácter, una dureza de sí mismo que no es externa a la aventura, sino que se logra a través del negarse a sí mismo, dominándose en sus pasiones. Dominando los restos de animalidad en sí mismo es que llega a dominar la naturaleza, opuesta a él y a los otros. El órgano del sí mismo es la astucia, por medio de la cual Odiseo logra engañar a las 5

Horkheimer y Adorno, Dialéctica…, op. cit., p. 89 y ss.

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divinidades. Pero también recurre al mecanismo del intercambio, sacrificio secularizado, una representación de los hombres para dominar a los dioses por medio de su homenaje. En Odiseo, víctima y sacerdote, el momento del engaño no es otro que el momento de la astucia. Por medio del ritual, el culto, como forma de engaño, de astucia, disuelve los poderes divinos, sometiéndoles a fines humanos. El héroe, se ofrece como víctima del sacrificio, al someterse al viaje del sí mismo, a la autoconciencia, y se revela como sacerdote, mostrando el engaño presente en el ritual mismo. El sí mismo sólo puede emerger como la pérdida de toda divinidad en la víctima: Odiseo debe engañar a los dioses para llegar a ser sí mismo. De esta forma la astucia de Odiseo se introduce en la brecha que existe entre la irracionalidad y racionalidad, presente en todo sacrificio, poniendo en evidencia la inutilidad y superficialidad del mismo. El sí mismo, entonces, es la afirmación de un viviente que se opone contra lo viviente, el sacrificio al que hay que escapar por medio de la astucia, termina representando la ciega naturaleza del cual el sí mismo escapa. De la racionalidad autoafirmadora, que le permite escapar al sí mismo del sacrificio, emerge una conciencia que divorcia al hombre del medio natural. Y al divorciarse de sí como naturaleza, como cuerpo y pasión a la que hay que dominar, establece al mismo tiempo su alienación con respecto a otros. Así como su cuerpo es sólo un medio para unos fines que fija el intelecto, los otros son medios para sus fines. El precio del sí mismo, que se sustrae del sacrifico, no es otro que la negación de la naturaleza misma en el hombre, negación que persigue tanto el dominio de la naturaleza extrahumana como de la naturaleza humana de otros. En esta forma de emergencia del sí mismo se produce también una negación de la conciencia de sí mismo como naturaleza, que no es otra cosa que la pérdida de todos los fines que lo mantienen vivo y la interiorización de los medios como fines. La autoconciencia se forma, se funda, sobre el dominio del sí mismo, que es también la destrucción del sí mismo. La sustracción del héroe como víctima del sacrificio opera en la forma de renuncia, como interiorización del sacrificio. Una renuncia que es una pérdida, ya que le es restituido siempre menos, un sí mismo escindido. El sacrificio no es otro que el vencer del sí mismo contra el sí mismo. Lo que gana, la vida, finalmente, es solo recordado como aventura, como peripecia. Renuncia que aparece como mutilación, donde la destreza física aparece disociada de la autoconservación: contra las potencias míticas es ya impotente. Sólo la astucia cuenta como potencia, ya que aún allí donde Odiseo se aviene a la Ley, elude sus sentencias por medio de inteligencia. Lo que la astucia permite eludir o dominar no es sólo el mundo mítico, sino que, ya en la sociedad burguesa, el reconocimiento de la superioridad de la naturaleza es, al mismo tiempo, el punto de partida para su dominación por medio de la astucia, del pensamiento y la afirmación del sí mismo, de la autoconservación burguesa frente a la naturaleza, lo es también la de la afirmación de este sí mismo en condiciones de desventaja numérica y física. El precio de la astucia y la supervivencia del sí mismo no es otro que la propia despotenciación, el propio desencantamiento. Sólo alcanza la dignidad del héroe, él, Odiseo, la autoconciencia, por medio del cálculo, la espera, la paciencia, la renuncia, mortificándose y renunciando a la felicidad, la astucia no es otra que el espíritu instrumental. Si las figuras míticas son coactivas, en el sentido de que están malditas y su maldición es también una condena contra los hombres, el sí mismo representa la oposición, la racionalidad universal frente al destino, pero en la forma de excepcionalidad, como suspensión relativa de la ley mítica: Odiseo la torna afectiva a través de su elusión -se ata al mástil, tapa con cera los oídos de sus marineros. A tal punto, que inaugura sobre la Ley mítica un proceso de interpretación, modificando con ello la posición histórica del lenguaje, produciendo la distinción entre palabra y objeto, adueñándose de la palabra para poder violentar

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la cosa. Surge así la conciencia de la intención, como cuando Odiseo confunde a su captor mítico por medio de la confusión, adrede, entre su nombre y la palabra nadie, quebrando así el encantamiento del nombre. Pero, al mismo tiempo que él niega su propia identidad al nombrarse nadie, ubica al gigante Polifemo como un no sí mismo. Odiseo, para recuperar su sí mismo deberá recuperar su nombre al costo de develar su ardid. A pesar de que su inteligencia se revela como estupidez, como imprudencia, su astucia es la del hombre medio que debe conservar el poder de la palabra por sobre la naturaleza, aunque se sepa más débil. La Odisea es ya una robinsonada, la idea de un náufrago, aislado frente a la naturaleza, que no lleva consigo más que su astucia, su razón. Organizando su propia existencia de acuerdo a la idea (burguesa) de que el riesgo justifica la ganancia y de que en el origen de toda organización social está la opción entre engañar o perecer. Un Odiseo/Robinson enfrentado a la absoluta soledad, alienado radicalmente, donde los otros se le presentan sólo bajo su forma alienada: cómo enemigos o como apoyos, siempre como instrumentos, bajo la forma de cosas. Incluso en el episodio de los lotófagos, la vuelta a un estado natural es rechazada por la razón autoconservadora: la felicidad sólo puede implicar verdad y esta no se obtiene sino es por medio de la superación del dolor, del sacrificio. Así el héroe ejerce su derecho a proseguir su objetivo, pero lo hace por medio del dominio, del sometimiento de sus hombres.

La industrialización como interiorización y como vivencia En Edward P. Thompson podemos encontrar otra forma de problematizar las relaciones entre experiencia y subjetividad o, para usar un vocabulario más próximo al de Horkheimer y Adorno, de como a través de la formación del sí mismo surge también, y al mismo tiempo, el otro. En el historiador inglés, el proceso de interiorización es global, total, e incluye la dimensión de la experiencia. Es decir, no sólo se modifican sus concepciones y sus ideas, sino que al mismo tiempo, de manera unificada, se modifican sus prácticas. Los modos de conocer y los modos del sentir, no son muy distintos de los modos del hacer. En tal sentido, el sujeto/individuo que emerge de la revolución industrial no sólo es un sujeto que percibe el mundo de una nueva forma, sino que para llegar a percibirlo de esa manera, lo ha llegado a vivir de una nueva forma sobre la que se han forjado nuevas formas de percibir. Tal lectura se puede hacer, por ejemplo, a partir del clásico estudio “Time, Work-discipline and Industrial Capitalism.” Allí se ocupa de rastrear los cambios en la percepción del tiempo durante el advenimiento de la Revolución Industrial en Inglaterra, es decir, en los siglos XVIII y XIX. Thompson se interroga: “(...) how far, and in what ways, did this shift in time-sense affect labour discipline, and how far did it influence the inward apprehension of time of working people?”6 En este sentido, parte de que la transición a la sociedad industrial supuso una modificación radical en los hábitos de trabajo, donde se produjeron nuevas disciplinas, nuevos incentivos y emergió una nueva naturaleza humana sobre las que estas modificaciones se hicieron efectivas. Edward P. Thompson parte de la cuestión del tiempo natural en las llamadas sociedades preindustriales, donde el tiempo natural es aquel tiempo que la propia naturaleza, le impone a los sujetos. Esta es una orientación del tiempo vinculada al quehacer, que se caracteriza tanto por atender las necesidades ya constatadas, el ciclo propio de animales, plantas 6

Edward P. Thompson, “Time...”, op. cit., p. 354. [“¿Hasta qué punto, y en que formas, afectó este cambio en el sentido del tiempo a la disciplina de trabajo, y hasta qué punto influyó en la percepción interior del tiempo en la gente trabajadora?”, op. cit., p. 398.]

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y labores artesanales, como por una relativa indistinción entre trabajo y vida. Sin embargo, este tiempo del quehacer, propio de artesanos y labriegos independientes, es subvertido radicalmente por el trabajo asalariado, que introduce la diferenciación entre el tiempo propio y el tiempo del patrón. El empleador debe utilizar todo el tiempo de sus obreros y velar porque no se malgaste, ya no domina el quehacer, el tipo de tarea, sino el valor del tiempo, que ahora se monetiza.7 Hay así una modificación de la experiencia del tiempo que es tanto impuesta como resistida, tanto asimilada como rechazada. Una experiencia que es la modificación de un percibir, de un sentir, y, en este sentido, es también un proceso de producción de una nueva subjetividad y de una nueva corporalidad. Cómo índice y factor de esta nueva forma de regular y controlar el tiempo es que se generaliza el uso, durante todo el siglo XVII y XVIII, de la producción y comercialización del reloj, público y privado, de uso común e individual, en la iglesia y en la plaza, de pared o bolsillo, artilugio artesanal e industrial, símbolo de prestigio, forma de ahorro y representante de una nueva moral. Pero, en un gesto que es más que retórico, “Let us return from the time-piece to the task,”8 Edward P. Thompson nos dirige devuelta a los quehaceres y costumbres, tanto de los trabajadores como de los artesanos pre industriales, signados por la mezcla de distintos y variados tipo de labores, artesanales y rurales, irregulares y múltiples, con costumbres arraigadas como el San Lunes que extendía arbitrariamente el descanso dominical. Y es justamente contra éstos sentidos del tiempo que expresaban estas tareas, que el maquinismo se empezó a alabar como sinónimo de laboriosidad, de cálculo, ahorro y organización del tiempo. La artesanía y la vida rural independiente, al contrario, desprestigiadas como ocio, derroche y despilfarro. Entonces se puede pensar este proceso tanto como racionalización como individuación. Uno y el otro son procesos recíprocos. Cálculo, como se vio antes, palabra clave de la astucia ilustrada, gobierna ahora no sólo la naturaleza sino la propia vida humana. Y como Odiseo, que se opone a que sus marineros se pierdan entregándose a la forma de vida de los lotófagos, ahora el burgués metodista, se opone a la forma de vida autónoma e independiente del artesano, a las prácticas populares que impliquen que el tiempo-de-los-otros no le pertenece en su totalidad. Esos y no otros eran los argumentos que durante los siglos XVII y XVIII se esgrimían contra el trabajo artesanal y la agricultura independiente, en favor del sistema fabríl y los cercamientos. Y quiénes primero tuvieron conciencia de esa forma nueva de concebir el tiempo fueron los nuevos patrones capitalistas, como lo atestiguan las varias publicaciones (manuales, revistas, etcétera) que trataban de dar forma a esta nueva conciencia. No se buscaba otra cosa que un gobierno eficaz de la mano de obra, de modo que las opciones fueran o bien un empleo parcial y el recurso de las Casas de Pobres, es decir, la pobreza o bien la aceptación de una mayor disciplina de trabajo. Así, éstos modos disciplinarios ya se anticipaban en el cercenamiento de los sentidos de los marineros frente a las sirenas, cuando Odiseo tapa sus oídos para que no pudieran escuchar su canto, todos sus oídos menos los de él mismo. Para poder servir a los fines de su superior natural, en una forma que reproduce la forma alienada de la subordinación de naturaleza al hombre, éstos deben emerger como seres mutilados, con sus sentidos modificados, sordos al placer del canto. Pero Ulises, el burgués y el héroe, también debe mutilarse y limitarse, atarse al mástil, para poder apropiarse de ese (pseudo) goce, del cual emerge también empobrecido, reconociendo su lejanía de Ítaca. Emerge entonces la cultura, el arte (el canto y el placer) como opuesto a la vida, a la sobrevida. Para que otros lleguen a ser obreros también deben surgir como seres mutilados. Muti7 8

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Edward P. Thompson, “Time...”, op. cit., p. 359, donde recrea esta oposición por medio de un poema rural de un labriego del siglo XVIII, Stephen Duck. [op. cit., p. 403] Edward P. Thompson, “Tiempo...”, op. cit., p. 370. [“Volvamos del reloj a la tarea”, op. cit., p. 416]

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lados en tanto que las prácticas comunitarias y culturales deben ser alienadas como folklore, como curiosidad degradada. Así, en una alegoría promisoria, cuando Odiseo se enfrenta a las sirenas, el héroe, para poder gozar de una cosa, la naturaleza, debe alienarse de ella por medio de colocar a sus subordinados en el mismo estatus que la misma naturaleza, tornarlos objetos, medios para sus fines, cosificarlos. Y su gozo de lo natural emerge como parcial, mutilado, ya que debe cosificarlo para poder dominarlo. “What we are examining here are not only changes in manufacturing technique which demand greater synchronisation of labour and greater exactitude in time-routines in any society; but also these changes as they were lived through in the society of nascent industrial capitalism.”9 La vivencia se vincula tanto con lo sentido como con lo percibido, con las tareas y los quehaceres y sus respectivas modificaciones. Permítaseme aquí introducir una digresión para poder dar algunos otros ejemplos en torno a cómo tematiza Edward P. Thompson la idea de la experiencia como vivencia. Tal sería el caso cuando éste se introduce en el debate en torno a los niveles de vida en los comienzos de la industrialización, allí afirma que la modificación de la dieta, centralmente la introducción de la papa como componente central de ésta, fue vivido como una degradación.10 La experiencia vivida, que llega a ser una forma de conciencia, está vinculada radicalmente a los sentimientos y es para Edward P. Thompson una herramienta clave para oponerse a una historia serial, estadística, que borra a los hombres y mujeres y sus realidades. Así, por ejemplo, hay una experiencia del pauperismo durante la Revolución Industrial que sería trasmitida por medio de algunos de los poemas de W. Blake, un sentimiento que trasmitiría una experiencia de vida que permite evaluar la calidad de vida.11 Otra versión de la experiencia como vivencia sería cuando ésta es opuesta a una versión de la historia ‘desde arriba’. Tal es el caso de los cercamientos, es decir la expropiación y privatización de tierras comunales, que fueron experimentados de manera catastrófica por la cultura popular consuetudinaria. Ésta experiencia como vivencia puede aparecer también como experiencia individual o como sentido. Éste es el caso cuando recurre al poema “The Lamentations of Round-Oak Waters” del poeta rural John Clare (1793-1864). Un poema, como dice Edward P. Thompson, que ubica al tiempo anterior a los cercamientos como un edén perdido, un espacio comunal compartido, sinónimo de libertad.12 Aquí hay un experiencia singular, que rescata la semántica de algo sentido, y que es ofrecida como prueba de una conciencia, una conciencia particular que puede hallar una comprobación en una experiencia singular. Lo mismo sucede cuando analiza la economía moral de la multitud y plantea que el sentido de legitimidad que habilitaba la queja de los pobres se había deducido del modelo paternalista de dominación,13 un sentimiento de rencor que alimentaba la acción directa. Sentimientos que encontraríamos, de manera un tanto directa, en los documentos usados, mayormente informes judiciales y oficiales, cartas personales u anónimas, folletos o periódicos, como así también hojas sueltas, baladas, proclamas e incluso epitafios. 9

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Edward P. Thompson, “Tiempo...”, op. cit., p. 382. Las cursivas son del autor. [“Lo que aquí examinamos no sólo son los cambios producidos en las técnicas de manufactura que exigían una mayor sincronización del trabajo y mayor exactitud en la observación de las horas en todas las sociedades, sino también la vivencia de estos cambios en la sociedad del naciente capitalismo industrial.” op. cit., p. 429] Edward P. Thompson, The Making..., op. cit., p. 311. [op. cit., p. 343.] Edward P. Thompson, The Making... , op. cit., p. 444-5. [op. cit., 494-5] Edward P. Thompson, “Custom Law and Common Right”, Customs..., op. cit., p. 179-81. [op. cit., p. 206-7] Edward P. Thompson, “The Moral Economy of the English Crowd in the Eighteenth Century”, Custom..., op. cit., p. 209. [op. cit., 238]

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Sin embargo, el tratamiento de la vivencia del tiempo, a diferencia de los ejemplos anteriores, permite tematizar la vivencia no sólo como una cuestión de sentimientos o de conciencia, sino que el acento en lo vivido está puesto, esta vez con singular énfasis, en cómo de esta vivencia resultó una modificación de la naturaleza humana, que en su sentido total, global, incluye también lo corporal. De ahí que, para Edward P. Thompson, el problema básico de la transición industrial inglesa era que se enfrentaba a la existencia de una vigorosa cultura popular autónoma, de allí que la cuestión del tiempo como disciplina se haya dado bajo la forma de una disputa. Disputa que empezó con el clamor de los moralistas del siglo XVIII, atacando las costumbres, los deportes y las fiestas populares, y que se extendió hasta las primeras décadas del siglo XIX. Y aquí esta disputa puede ser pensada como una de las inflexiones de esta dialéctica de la Ilustración, como forma en que la Ilustración combate al mito para luego erigirse ella misma en mitología. Sin embargo, para Edward P. Thompson, como se verá luego, en estas prácticas no solo puede anidar lo negativo de lo mitológico, sino formas culturales que permiten pensar el futuro. El hecho de que quiénes primero hayan tomado conciencia, y partido, por esta nueva sensibilidad en torno al tiempo, fueran los patrones, no impidió que los obreros expresaran su oposición. Esta, según Edward P. Thompson, pasó por dos etapas bastantes claras, la primera, centrada en la resistencia, la segunda, orientada a la disputa en torno al tiempo mismo: “The first generation of factory workers were taught by their masters the importance of time; the second generation formed their short-time committees in the ten-hour movement; third generation struck for overtime or time-and-half. They have accepted the categories of their employers and learned to fight back within them. They had learned their lesson...”14 Ese aprendizaje había sido una “interiorización” de la cual cabía preguntarse si era impuesta o asumida. La respuesta hay que encontrarla en la evolución de la ética puritana, básicamente metodista, en la que había no una novedad radical, sino una nueva insistencia, un énfasis de quiénes habían aceptado “for themselves”15 ésta disciplina y ahora la prescribían. Reténgase que el proceso de interiorización no es la imposición de una moral externa a los obreros sino que es también y al mismo tiempo una aceptación y autoimposición de la disciplina para sí por parte de los patrones. Aunque Edward P. Thompson parece establecer cierta consecuencia temporal, primero la disidencia metodista, luego la acción de ésta sobre los sectores populares, a los fines de conceptualizar el proceso de interiorización, parece mejor pensar en términos de simultaneidad y de interacción reciproca. Sin embargo, no es impensable tematizarla también en términos de desigualdad. La dialéctica de la emergencia de una individuación burguesa e Ilustrada supone simultáneamente la emergencia de una individuación obrera, sin embargo, algunos, la mayoría emerge de esta dialéctica como dominados, y otros, los menos, como dominadores. Al mismo tiempo, estas dinámicas de individuación/interiorización son asimétricas y diferenciales. La cosificación puede ser universal, la alienación universal del hombre con respecto a la naturaleza, sin embargo, en el proceso histórico efectivo la división de trabajo también supone un proceso histórico diferenciado con respecto a las formas en que se produce ésta dialéctica. 14

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Edward P. Thompson, “Time...”, op. cit., p. 390. [“Los patrones enseñaron a la primera generación de obreros industriales la importancia del tiempo; la segunda generación formó comités de jornada corta en el movimiento por las diez horas; la tercera hizo huelgas para conseguir horas extras y jornada y media. Habían aceptado las categorías de sus patronos y aprendido a luchar con ellas. (...) Habían aprendido la lección.”, op. cit., p. 437] Edward P. Thompson, “Time...”, op. cit., p. 391. [“para sí”, op. cit., p. 438.]

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En este nuevo énfasis moral puritano hay una redención del tiempo, o más bien una redención por medio del tiempo, por medio de la reducción del tiempo de ocio y el aumento del tiempo útilmente ocupado. Redención que cada vez más perdió su impulso eclesiástico para tornarse secular. Primero metodismo, luego utilitarismo, ambos servirían a los mismos fines. Ambos pueden ser problematizados como la Ilustración que combate a los mitos para luego volverse mitológica ella misma bajo una forma religiosa. Los nuevos hábitos y la nueva disciplina se impusieron por una multiplicidad de medios que iban desde la división del trabajo, la vigilancia, las multas, la utilización de relojes y campanas hasta los premios y recompensas. Sin embargo, ya en el siglo XIX, aunque degradada, la retórica de la redención del tiempo atravesó un nuevo umbral: el problema del tiempo libre, ¡se debía utilizar todo el tiempo libre! En cierta medida, esta distinción apunta a algo que también le preocupa a Horkheimer y Adorno, la emergencia de la industria cultural. Como mercantilización, la industria cultural se apropia del tiempo libre y liquida al ocio como espacio de autonomía, lo transforma en un estar ocupado, medio para unos fines, lo transforma en un ocio que refuerza la sujeción de ese otro, el dominado, como sujeto sujetado a una constelación de fuerzas que controla el dominador. De ahí que Edward P. Thompson se pregunte hasta que punto tuvo éxito ésta retórica, hasta qué punto se había interiorizado, que sentido del tiempo había emergido o incluso, si se había modificado la naturaleza social del hombre. “How far are we entitled to speak of any radical restructuring of man´s social nature and working habits?”16 La respuesta a ésta pregunta es básicamente positiva. Sin embargo, dos aclaraciones son necesarias. Primero, este proceso de interiorización no es concebido como lineal y sin conflictos, bien al contrario, está plagado de contradicciones, luchas, resistencias y oposiciones. Pero el resultado es incontrastable: hacia la década de 1830-1840 había surgido un nuevo obrero inglés, una nueva naturaleza humana y, en este sentido, una nueva forma de corporalidad. Segunda cuestión, más problemática, su apelación a la naturaleza social del hombre no debe ser comprendida en el sentido de una sustancia transhistórica, sino a una naturaleza siempre social e históricamente constituida y cambiante, que implica tanto las costumbres y valores como las formas de corporalidad, como pueden llegar a ser los hábitos laborales y los usos del tiempo libre.17

Advenimiento del sí mismo e interiorización ¿perdida de experiencia? Para Edward P. Thompson el problema básico que supone el proceso de interiorización de la nueva disciplina industrial es la clara división entre trabajo y vida. No se trata simplemente de ponderar como positiva la nueva disciplina y rechazar las antiguas costumbres, ni viceversa, ensalzar lo antiguo en oposición a lo nuevo. Sino de valorar que el cambio tecnológico nunca es neutral e inevitable, constatar que hay una realidad humana siempre implicada, hay explotación, sí, pero también hay resistencia. Asimismo, la cuestión de la modificación tecnológica de los procesos laborales no es una cuestión del pasado, sino que es algo en continuo movimiento, como lo atestiguaría la cuestión del ocio en las sociedades contemporáneas, que es pensado como un emergente de este proceso. Y aquí es donde el análisis histórico se vuelve crítica moral y cultural del capitalismo contemporáneo. Así como el puritanismo habría sido el agente que conquistó la mente y los corazones de los 16 17

Edward P. Thompson, “Time...”, op. cit., p. 395. [“¿En qué medida nos está permitido hablar de una reestructuración radical de la naturaleza social del hombre y sus hábitos de trabajo?”, op. cit., p. 443] En “Ideas of Nature”, op. cit., p. 81 [p. 110], Raymond Williams habla de una ‘naturaleza humana’ modificada por el proceso de separación entre el hombre y la naturaleza bajo la industrialización.

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siglos XVII y XVIII con la divisa de que el tiempo es oro, las culturas alternativas (está pensando en la beatnik y la bohemia) se pueden pensar como un revuelta contra algunos valores en torno al tiempo. Son acaso, se pregunta, síntomas de una descomposición de la valoración puritana del tiempo, de la modificación de ese deseo naturalizado de consumir el tiempo. La pregunta implica tanto una valoración del futuro como la capacidad de experimentarlo: “If we are to have enlarged leisure, in an automated future, the problem is not ‘how are people going to be able to consume all these additional timeunits of leisure?’ but ‘what will be the capacity of experience of the people who have this undirected time to live’?”18 El problema de la capacidad de experiencia parece tener que ver, ante todo, con las valoraciones. Si se valora el tiempo a la manera puritana, entonces el tiempo se torna mercancía y el ocio en tiempo útil para las industrias del ocio. Pero si se abandona esa mirada compulsiva sobre el tiempo, deberán retomarse las “artes de vivir” que se perdieron con la industrialización, se deberán romper las barreas entre trabajo y vida. Y en una forma que pareciera que busca volver al mundo mitológico, para Edward P. Thompson, se trataría de descubrir “modes of experience” antiquísimos, incluso anteriores a la “written history”, como aquellos que testimonian los estudios etnográficos de E. Evans-Pritchard en los pueblos Nuer.19 Ésta alegoría no busca resucitar lo viejo, sino pensar nuevas imágenes del tiempo que se referencien en acontecimientos y valores humanos, la búsqueda de un tiempo sin finalidad. Crítica de su propio tiempo que busca, entiendo, reconectar el mundo de los valores con el mundo de la experiencia, y en este sentido, habilitar y si cabe, preparar, nuevas formas de experiencia. En este sentido, desnaturalizar lo naturalizado, o tomar conciencia sobre las formas sociales en que se ha interiorizado el tiempo como un tiempo que divorcia vida y labor, ocio y trabajo, un tiempo mediatizado, cuantificado, vuelto medio para unos fines extraños al hombre. Ésta apelación a la experiencia como una capacidad de la que se puede disponer o no, que puede estar bloqueada, resuena en el análisis de Adorno y Horkheimer en torno a la Ilustración, sobre todo en el tipo de sujeto que produce la dialéctica de la individuación. Antes se indicaba que para ellos la Ilustración venía a representar, en su contemporaneidad, una regresión. Una de las expresiones de esta regresión era la separación entre intelecto y experiencia sensible, donde el primero dominaba a la segunda. Sin embargo, ésta “unificación de la función intelectual” que termina dominando a los sentidos, terminaría significando el “empobrecimiento tanto del pensamiento como de la experiencia.”20 En una restricción del pensamiento, que se circunscribe a organizar y administrar, limitando el espíritu a órgano de dominio y autodominio. De ahí que la sordera de los marineros de Odiseo represente la sordera de los proletarios, una incapacidad de sentir que nace del seno de la situación de dominio. “Cuanto más complicado y sutil es el aparato social, económico y científico, a cuyo manejo el sistema de producción ha adaptado desde hace tiempo el cuerpo, tanto más pobres son las experiencias de las que éste es capaz.”21 Una experiencia empobrecida, entiendo, en el sentido de que la adaptación de los cuer18

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Edward P. Thompson, “Time...”, op. cit., 401. El destacado es del original. [“Si van a aumentar nuestras horas de ocio, en un futuro automatizado, el problema no consiste en cómo podrán los hombres consumir todas esas unidades adicionales de tiempo libre, sino qué capacidad para la experiencia tendrán estos hombres con este tiempo no normatizado para vivir.” op.cit., p. 449.] Edward P. Thompson, “Time...”, op. cit., p. 401. [op.cit., p. 450.] Horkheimer y Adorno, Dialéctica…, op. cit., p. 88. Horkheimer y Adorno, Dialéctica…, op. cit., p. 89.

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pos, es decir el ejercicio sostenido y sistemático de su producción como cuerpos-sometidos, produce también una experiencia incapaz de dar cuenta de este proceso. No es que los cuerpos sometidos no experimenten nada, sino que la experiencia que producen es una experiencia que no permite develar el proceso del sometimiento. Un cuerpo sometido que surge del proceso de su propio sometimiento, un cuerpo empobrecido, mutilado y vuelto cosa, medio para unos fines que no reconoce como propios y, en este sentido, productor de experiencias empobrecidas, poseedor de una nueva ceguera, tan ilusoria como la ceguera mítica derrocada. Con acaso un matiz con Edward P. Thompson, que encuentra en el ámbito de la experiencia formas de resistencia y lucha, aunque también de adaptación, Adorno y Horkheimer verían, centralmente aunque no únicamente, en el cuerpo dominado una verdadera regresión a un estado casi pre-humano: “La eliminación de las cualidades, su conversión en funciones, pasa de la ciencia, a través de la racionalización de las formas de trabajo, al mundo de la experiencia de los pueblos y asimila a éste de nuevo al de los batracios.”22 El batracio, especie animal a la que pertenecen algunos anfibios, vestigio evolutivo del paso del mundo acuático al terrestre, parece remitir a una imagen del cuerpo industrial como una auténtica regresión, una animalidad primitiva y aún en proceso de llegar a ser. Una regresión que se manifiesta como una imposibilidad de oír, de ver, de sentir, una regresión al principio de la individuación, masas infinitas de puros seres genéricos, idénticos, aislados de toda posibilidad de decidir su propio destino. “Los remeros, que no pueden hablar entre sí, se hallan esclavizados todos al mismo ritmo, lo mismo que el obrero moderno en la fábrica, en el cine y en el transporte colectivo. Son las condiciones concretas de trabajo en la sociedad las que imponen el conformismo, y no las influencias conscientes que, adicionalmente, harían estúpidos a los hombres dominados y los desviarían de la verdad. La impotencia de los trabajadores no es sólo una artimaña de los patrones, sino la consecuencia lógica de la sociedad industrial, en la que se ha transformado finalmente el antiguo destino bajo el esfuerzo por sustraerse a él.”23 En Horkheimer y Adorno, la lógica de la dominación parecería ser mucho más férrea, inexorable, aunque no definitiva, sin embargo no está muy claro cuál es la dialéctica sobre la cual ésta dominación, que se reproduce como dominación, puede ser subvertida. La dialéctica de la Ilustración sin embargo, en su propia regresión, parecería contener cierto germen disruptivo, aunque más no emerja en la propia figura de la crítica de la Ilustración. Momento puramente negativo pero índice de la persistencia disolvente del programa Ilustrado en el momento mismo de volverse ya mitología. Ilustración que se vuelve contra sí misma como mitología e ilustración que se vuelve contra sí misma como crítica de su propia mitologización parece esconder la dialéctica que si no ha de subvertirla, por lo menos, ha de mostrar su permanente inadecuación y falla. Por cierto que en Edward P. Thompson tampoco el horizonte esta mucho más claro. Lo que sí parece emerger es cierta insistencia en la autonomía relativa de las prácticas. Es decir, al tiempo que la interiorización produce una dominación, también produce su propia resistencia. Acaso más optimista, su lectura vislumbra un punto de apoyo en aquellas producciones de corporalidad que mostraban una articulación distinta y más humana entre trabajo y vida. ¿Mitologización ilusoria de un pasado preindustrial? Tal vez, pero también un punto de apoyo para la crítica de la mitología del mercado, de la máquina y del capital. 22 23

Horkheimer y Adorno, Dialéctica…, op. cit., p. 89. Horkheimer y Adorno, Dialéctica…, op. cit., p. 89.

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Consideraciones epistemológicas sobre el concepto de testimonio en la historiografía Collingwood, Bloch y los eventos límite -Gonzalo Urteneche[Universidad de Buenos Aires-Universidad Nacional de Tres de Febrero] ([email protected])

Es ya un lugar común en los trabajos que circundan los terrenos de la dicotomía entre Historia y Memoria comenzar destacando las diferencias que las separan, sobre todo los trabajos que se proponen mostrar las ventajas de la historia como herramienta analítica del pasado frente a una memoria que reclama protestando, casi como elgrito de un herido que aún no sana, sus privilegios y, sobre todo, sus derechos. Así lo afirma Beatriz Sarlo quien, quitando el velo en un momento álgido de esta discusión, proclamaba la dificultad de comunicación entre estas perspectivas ya en los primeros párrafos de su estudio sobre memoria y testimonio: Tiempo Pasado. Cultura de la memoria y giro subetivo. Una discusión1. Este trabajo, primeros pasos de una investigación y una reflexión aún en construcción, plantea una revisión en clave epistemológica sobre el tipo de conocimiento que los historiadores pueden obtener de los testimonios. Es, sin dudas, una tarea ardua si se tiene en cuenta que se intenta abarcar dos áreas del conocimiento que habitualmente no han dialogado con fluidez. Pero también, sostenemos, será fructífero en tanto permita aportar nuevas miradas a un problema largamente discutido y actualmente en boga. Sin embargo, el objetivo de este trabajo es, en principio, modesto. En primer lugar, considerar las concepciones historiográficas clásicas de “testimonio” y sus consecuencias epistemológicas. En segundo, proponer un enfoque basado en la epistemología del testimonio para intentar observar cuáles son las derivas “no deseadas” de sostener una posición fuertemente anclada en la autonomía epistémica, una concepción que se discutirá en estas páginas. Se trabajará básicamente con dos concepciones que, creemos, marcan el cánon de la metodología histórica: las propuestas de Collingwood en Idea de la Historia y el clásico de Marc Bloch Apología para la Historia o El oficio del historiador. Luego analizaremos brevemente algunas conceptualizaciones propias de la Historia Oral y sus variantes para finalmente desarrollar nuestra posición por ahora teórica y, particularmente, espistemológica.

El advenimiento del testimonio Si durante los años sesenta la filosofía y la teoría de la historia, inspirándose en la filosofía de la ciencia, se preocupaban por dar cuenta de los modelos de explicación y daban por sentado la separación del pasado y el presente como una condición fundamental para la puesta en marcha de una historia científica, a partir de los años setenta y ochenta se produce un viraje en el que la teoría literaria y los problemas semánticos cobran relevancia. Desde el interior de la disciplina se intenta una renovación metodológica y de escala, poniendo en cuestión los macroparadigmas explicativos, imperantes desde el final de la Segunda 1

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Sarlo, Beatriz. Tiempo Pasado. Cultura de la memoria y giro subjetivo. Una discusión, pág .9.

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Guerra Mundial. La reaparición de la agencia de los sujetos, antes presos de las estructuras, y, en particular, la consideración de que realizar una historia del tiempo presente era posible, marcaron la marcha de los debates y los temas a partir de esta década. Una cuestión en particular cobró relevancia: la memoria y su rol en la historia. Esto se explica, en parte, a partir de la proliferación en la segunda posguerra de testimonios que daban cuenta de los sufrimientos de las víctimas de la persecución y el exterminio en los campos de concentración del nazismo y el afán de explicar cómo y por qué estos acontecimientos tan terribles se habían llevado a cabo. Estudios en torno al lugar de lo colectivo y lo individual en la memoria, a los lugares de memoria, a la posibilidad o no de representar el horror, se volvieron lugares comunes en los intereses de los historiadores. Pero no solo eso: la imbricación de historias personales con la narrativa y el análisis histórico y el acercamiento de la historia a sucesos que afectaban a generaciones todavía presentes, pusieron en la palestra el carácter ético en torno al oficio del historiador. Una muestra de esto es la llamada “disputa de los historiadores alemanes” (Historikerstreit) que tuvo lugar en la República Federal Alemana en 1986 y en el que se puso de relieve esta cuestión, a raíz de un resurgimiento nacionalista, en la reconstrucción de relatos históricos que comprometían la memoria colectiva.2 Annette Wieviorka llama a los años que siguen al juicio a Eichmann (realizado en los primeros años de la década de los sesenta) “la era del testimonio”, puesto que es este hecho el que “libera a las víctimas a hablar” y “crea una demanda social por testimonios”,3 y se genera lo que la autora llama “el advenimiento del testigo” en Europa, Estados Unidos e Israel. A partir de la década de 1970 comienza una oleada, que se extiende hasta los primeros años ´80, en la que se produce la creación sistemática de archivos audiovisuales con testimonios y la aparición de documentales y producciones cinematográficas en referencia al Holocausto.4Esta demanda social se alimenta, a su vez, del “deber de recordar”, un imperativo que acompaña a los sobrevivientes desde que abandonaron el campo, y que ven la oportunidad de hablar y ser filmados o grabados como una instancia para satisfacer una necesidad de expresión presente desde su liberación. Pero la idea de “empaquetar” los testimonios orales en videos y grabaciones es también problemática. No sólo se modifica la naturaleza de los mismos como fuente, sino que genera incomodidades en aquellos que brindan su historia personal, sus experiencias al entrevistador. Esto trae aparejados una serie de problemas al historiador tanto de índole metodológica, epistemológica como moral (aunque como se verá, estas tres dimensiones se encuentran profundamente entrelazadas). Tal y como dice Henry Bulawko, un sobreviviente de los campos, y es citado por Wieviorka: “He escuchado a los historiadores declarar que los ex residentes de los campos éramos documentos para ellos… Eso me sorprendió. Ellos respondieron con una sonrisa amigable: “documentos vivientes”. (…) Uno puede pasar de ser un “ex interno” a ser un “testigo”, luego de “testigo” a “documento”. Entonces, ¿qué es lo que somos? ¿Qué soy yo?”.5 Esta cita deja entrever algunas cuestiones: ¿cuáles son las consideraciones clásicas de testimonio que se manejan en la historiografía? ¿Cómo se relacionan con el concepto de “fuente” o “evidencia”? A continuación analizaremos algunos puntos clave en relación a estos interrogantes basándonos, como mencionamos, en las concepciones de Collingwood y Bloch acerca de testimonio. 2 3 4 5

Para una reconstrucción del debate en este trabajo tomamos el artículo de Dominck LaCapra “Representar el Holocausto: reflexiones sobre el debate de los historiadores” presente en En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final. de Saúl Friedlander (comp.) Wieviorka, Annette. The era of the witness. Cornell, Cornell University Press, 2006, pág. 87 Archivos como el Yale Video Archive fundado en 1982 y producciones que van desde la miniserie Holocausto (1978) hasta los documentales como Shoah (1985)de Claude Lansmann. Citado por Wieviorka en op. cit. pág. 129. La traducción es nuestra. 49

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El problema de los testimonios en la historiografía: Collingwood y Bloch La cuestión sobre el conocimiento testimonial en la historiografía no es nueva, sino que puede encontrarse en manuales de método más clásicos. Durante el siglo XX numerosos autores han reflexionado acerca de esta problemática y han brindado diversas respuestas, aunque siempre siguiendo una línea similar. Tanto Collingwood como Bloch (quien, sin dudas, ha marcado el canon de la disciplina a partir de su obra Introducción a la Historia) se han ocupado de la cuestión testimonial a partir de la definición tradicional de fuente entendida como evidencia. Pero, a su vez, este problema ha adquirido un nuevo cariz a partir de la explosión testimonial a la que aludíamos más arriba. Mientras las miradas clásicas consideraban al testimonio como una fuente de información de la cual podíamos obtener conocimiento a través de procedimientos inferenciales, los debates acerca de la forma de representar eventos límite como el Holocausto desarrollados a partir la década del ochenta y plasmados en la compilación de Saúl Friedlander En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final de 1992, han complejizado los enfoques y han incluso puesto en cuestión la capacidad de la historia y otras disciplinas de representar los traumas causados por estas catástrofes.

Los testimonios y el ideal de autonomía ¿Cómo obtener conocimiento a partir de lo que otro nos dice? ¿Debe el historiador confiar en los testigos? ¿Cuáles son los riesgos a los que expone a su investigación? ¿Qué tipo de conocimiento obtenemos de un testimonio? Estas preguntas que a simple vista parecen triviales encierran un problema epistemológico clave y un desafío a la historia en tiempos en los que las políticas de la memoria reclaman su privilegio epistémico frente a una sociedad que demanda relatos, historias, detalles y experiencias. Las experiencias de los sobrevivientes, de los salvados, tienden a rescatar episodios singulares de contextos en los que todo resultaba inverosímil, en los que se producía una tensión semántica difícil para el testificante de explicar. Palabras de uso corriente como “sed” o “trabajo” no pueden ser utilizadas de la misma forma dentro de Auschwitz y fuera de él. No puede representarse toda la experiencia, no solo porque es inconmensurable con el mundo fuera de los campos, sino porque es central en el testimonio aquello que no puede representar. Como consecuencia de esta situación, los efectos morales de lo que se dice tienden a superar a quien lo dice.6 Una de las propuestas más tradicionales acerca de cómo definir a los testimonios es la elaborada por R. G. Collingwood en Idea de la Historia. En este libro, un manual del método histórico, el autor se encarga de definir de qué manera el historiador logra obtener verdadero conocimiento de sus fuentes a través del método de la crítica documental. Define y rechaza el conocimiento por autoridad, al que liga, además, la idea del conocimiento testimonial. Si el historiador acepta respuestas de otra persona de manera acrítica esa persona se convierte en su autoridad y las afirmaciones hechas por ella son lo que Collingwood denomina “testimonio”.7 Al resultado de un trabajo como este el autor lo llama “historia de tijeras y engrudo”,8 una historia que no cumple con los requisitos de la autonomía ni de la 6 7 8

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Sarlo, Beatriz, pág. 45 Collingwood, Idea de la Historia. 2007, pág. 30 Ibídem

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inferencia, ambas necesarias para la realización de una historia científica. Como ejemplo para demostrar sus afirmaciones, Collingwood construye un relato en el que un detective de Scotland Yard,Jenkins, debe descubrir al autor de un crimen a partir de su investigación. John Doe aparece apuñalado en su escritorio y el detective debe resolver el enigma con la ayuda del alguacil del pueblo. Doe había sido asesinado por el rector, a quien había estado chantajeando con revelar algunos secretos de su mujer. Luego de rechazar los testimonios de algunos personajes locales, Jenkins se topa con la hija del rector, que asume la responsabilidad del asesinato. Richard Roe, el novio de la joven, era estudiante de medicina y por lo tanto, podía suponerse que sabía cómo encontrar el corazón de una persona. Eso despertó las sospechas de Jenkis. Probablemente la hija del rector buscaba proteger a sunovio. Además de estas sospechas se sumaba el hecho de que Roe había estado fuera la noche del sábado (había habido una tormenta y sus zapatos se habían embarrado) pero se rehusaba a decir donde, porque, como nos enteramos luego, estaba intentando proteger al rector. Supuestamente, el dective Jenkin logra resolver el crimen apelando a su astucia inferencial: rechazando todo testimonio, todo conocimiento dado y pensando únicamente de forma autónoma. Sin embargo, si seguimos los planteos de C. A. J. Coady,9 Collingwood deja algunos cabos sueltos en este planteo. No toda la información que el detective obtiene es de índole inferencial sino que todo el tiempo acepta hechos que conoce aceptando una “autoridad”. Si bien no es un conocimiento explícitamente testimonial, no hay motivos en el relato de Collingwood que nos impidan suponer que los conocimientos pudieran ser obtenidos de esa forma, por ejemplo el hecho de que el joven Roe sea estudiante de Medicina o que haya habido una tormenta el día anterior a su llegada al pueblo. Por otra parte, agrega Coady,10 esta historia no es un buen ejemplo del trabajo del historiador, puesto que mucha de la información que Jenkins utiliza no está disponible para él y porque, evidentemente, el detective no está haciendo historia. Lo que Coady afirma es que si bien Collingwood demuestra que la operación de “tijeras y engrudo” no es la totalidad del trabajo del historiador, sí forma parte de la metodología histórica. Es decir, el ideal de Collingwood de construir un historiador cognoscitiva y epistemológicamente autónomo y además responsable de todo lo que conoce se vuelve por lo menos compleja. El ideal de autonomía epistémica implica considerar que los individuos son agentes completamente racionales y que son siempre espistémicamente responsables en la justificación de sus propias creencias.11 Collingwood está asumiendo que las relaciones interpersonales no pueden jugar un rol significativo en el proceso de conocimiento. El magistral trabajo de Marc Bloch, Introducción a la Historia, presenta una detallada descripción del método histórico, siendo él quien recoge la tradición propia de los metodicistas franceses y quien condensa en su genio los aportes originales que la Escuela de Annales hace a la historiografía desde la fundación de la revista en 1929. Escrito desde su cautiverio en 1941, el libro es un intento por hacer inteligible “los pasos” que los historiadores siguen para la construcción de sus obras. Es el método en donde se funda la unidad de la disciplina y en consonancia con este ideal, Bloch define y explica cómo se lleva a cabo la crítica de testimonios (de forma y de contenido), cómo definir los parámetros axiológicos (es decir, los juicios de valor), el problema de la síntesis (en particular la cuestión de la nomenclatura) y la relación entre ésta y el análisis. 9 10 11

Coady, C.A.J. “Collingwood and Historical Testimony”, Coady, C.A.J., op. cit. pág. 237 McMyller, Benjamin., Testimony, Trust, and Authority, Oxford: Oxford University Press, 2011, pág. 242.

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Aunque a simple vista podría parecer que Collingwood y Bloch comparten la totalidad de sus enunciados, el historiador francés marca algunos puntos que vale la pena resaltar. Al igual que en el trabajo de Collingwood, en Introducción a la Historia parece mantenerse indiferenciado el concepto de documento (entendido como evidencia) y el de testimonio. Bloch utiliza “testimonio” y “testigo” para referirse tanto a Tito Livio (u otro autor clásico) y sus obras como para admitir la aparición de una nueva área de interés: la observación, practicada “in vivo” de los testigos y que da lugar a la aparición de la psicología del testimonio.12Parece deducirse de esto que un testimonio puede darse tanto “en vivo” como por escrito. A la hora de definirlos, Bloch afirma que los testimonios son “expresión de la memoria” y que esta puede siempre cometer errores en tato y en cuanto se ve afectada por factores emocionales. Agrega, además, que vistáse envuelta en estas situaciones fuertemente emocionales o en grandes conmociones, la memoria se vuelve incapaz de fijarse en “aquellos rasgos a los que el historiador le atribuiría hoy un interés preponderante”13 y los testimonios “no llegan a la estructura elemental del pasado”.14 Teniendo en cuenta estos reparos, la crítica debe hacerse confrontando testimonios para descubrir el error o la mentira.15 Aunque no parezca haber una diferencia sustancial, si es que la hay, entre la crítica de documentos y de testimonios (cuestión que parece vislumbrarse entre líneas pero no llega a resolverse), el planteo de Bloch es menos radical que el presentado por Colloingwood en cuanto al ideal de autonomía que presenta. Bloch establece tres cuestiones importantes: en primer lugar, la imposibilidad de la producción de conocimiento histórico de forma aislada16- comprensible además si se tiene en cuenta el lugar que Bloch le otorga a la comunidad profesional en las fases de síntesis y análisis-, en segundo lugar, el carácter socialmente determinado del testimonio17 y finalmente, la importancia relativa que le otorga al análisis de los errores y las falsedades en los testimonios. Aún así, la eficacia del método crítico del testimonio se mantiene según Bloch en su creciente aplicabilidad: “Uno de los más hermosos rasgos del método crítico es haber seguido guiando la investigación en un terreno cada vez más amplio sin modificar nada de sus principios”.18 Más allá de las salvedades hechas en el párrafo anterior, el testimonio no deja de ser considerado como una fuente de conocimiento factual. Ahora bien, ¿cómo mantener el criterio de aplicabilidad del método crítico en los testimonios, en particular, en testimonios de sobrevivientes de eventos límites? Por supuesto que tanto Collingwood como Bloch no conocieron el estallido testimonial de la segunda posguerra y, mucho menos, los casos ligados al accionar del terrorismo de estado en Argentina y América Latina. ¿Es posible seguir considerando epistemológicamente equivalente a los documentos “tradicionales” y a los testimonios? ¿Cuál es la verdad del testimonio? Pilar Calveiro se propone responder este interrogante en su artículo “Testimonio y Memoria en el relato Histórico”, en el que intenta ponderar el lugar de la experiencia y de la verdad que cada tipo de discurso intenta establecer, el histórico por un lado y el testimonial por el otro. Dos cuestiones básicas para nuestro interés se describen en el artículo: por un lado, el carácter social del conocimiento y, por el otro, obviamente, qué tipos de verdades se establecen en el diálogo entre testimonio e historia. 12

Bloch, Marc. Introducción a la Historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1975, pág. 91.

14 15 16 17 18

Ibid pág. 92. Ibid págs. 98-99. Ibid pág. 51. Ibid pág. 95. Ibid pág. 83.

13 Ibid págs. 91-92. El ejemplo dado por Bloch es acerca del responsable de efectuar el disparo que da inicio a la revolución de 1848 en París.

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El carácter social del conocimiento: las implicancias morales del testimonio Los desarrollos de la historiografía luego de la Segunda Guerra Mundial han conducido a la aparición de una subdisciplina que reclama hace ya varios años su legitimidad propia: la historia reciente. En relación a ella, la Historia Oral, como metodología y cómo género, recibió un gran impulso a lo largo de los años sesenta y setentas, a la luz de la “historia desde abajo” y la nueva historia social.19 Dos formas de historia oral pueden ser diferenciadas, según María Inés Mudrovcic: por un lado, la historial oral “reconstructiva” que busca extraer conocimiento factual, de igual estatus espistémico que el documento y, por el otro, la historia oral “interpretativa”. Este segundo tipo nace a la luz de los estudios de la memoria y su objetivo no es conocer datos acerca del pasado ni funcionar como evidencia frente a las afirmaciones del historiador sino que, en relación al carácter social del recuerdo, busca rescatar la dimensión adaptativa de la memoria: los errores factuales y los olvidos, en este caso, son tan importantes como aquello que se dice.20 Si bien esta dicotomía ha motorizado grandes avances al estudio de la historia “desde abajo” como también al conocimiento de hechos a los que no se tiene acceso puesto que los archivos aún no han sido liberados, tendemos a creer que epistemológicamente no satisface la demanda testimonial. Evidentemente, el testigo busca frente a la historia reclamar un privilegio epistémico basado en el “yo lo viví”. La historia descree de los testimonios y los interroga, los “triangula”, los contrasta. Aquello que es suficiente para la justicia no lo es para la ciencia histórica. Es de notar que tratar con testimonios de personas que han sufrido en sus cuerpos las vejaciones de los regímenes autoritarios implica no solamente cuestiones de índole epistemológicas, históricas o científicas sino también eminentemente morales. ¿Cuáles son las consecuencias “no deseadas” de la aplicación del paradigma “evidencial” o incluso “interpretativo” a los testimonios? Y más importante aún para la historia como disciplina, ¿cómo satisfacer la demanda de privilegio epistémico del sobreviviente? ¿Es esto posible? ¿Cómo construir un discurso de verdad que logre incorporar a los testimonios en lugar de mantener una competencia por el monopolio de la interpretación del pasado?21 A continuación analizaremos las propuestas de Benjamin McMyler que, desde la epistemología del testimonio intenta explicar cuál es el carácter del conocimiento obtenido a partir de lo que otros dicen. Tradicionalmente, desde la epistemología se ha entendido al conocimiento empírico desde el modelo de la percepción tanto como de la inferencia. Estos modelos influyeron fuertemente las impresiones que los epistemólogos se han hecho acerca del conocimiento a partir del testimonio.22 Dos posturas clásicas han confrontado acerca de cómo obtenemos conocimiento testimonial: por un lado, el reduccionismo, que se apoya sostiene que no hay nada en el testimonio que sirva para justificar la adquisición de conocimiento sino que solo es posible conocer a partir del testimonio utilizando otras capacidades epistémicas, como la inferencia. La postura contrapuesta es el anti-reduccionismo que se sostiene que el conocimiento adquirido a través del testimonio no puede reducirse a laobservación independiente o a la inferencia sino que este mismo es una fuente autónoma de conocimiento aunque 19 20 21

22

Mudrovcic, María Inés. “El recuerdo como conocimiento” en HISTORIA, NARRACIÓN Y MEMORIA. Los debates actuales en filosofía de la historia. Akal, España, 2005, pág. 113, consultado online en academia.edu Ibid pág. 115-117. Sobre el tipo de “verdad” que generan testimonio y ciencia veáse Calveiro, Pilar, “Testimonio y Memoria en el relato Histórico”, en Acta Poética, n° 27, 2006, consultado on line en dialnet.unirioja.es.

McMyler, Benjamin, op. cit. pág. 71.

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sin ahondar demasiado en cómo es que esto es posible.23 Benjamin McMyler en Testimony, Trust and Authority plantea una tercera postura, que es la que nos interesa revisitar y evaluar su utilidad para el conocimiento histórico a través del testimonio. Define en primer lugar que el conocimiento testimonial es la forma general de dar información de una persona (o grupo) a otra que es apta para ser aprehendida a partir de la percepción, la memoria y la inferencia como formas típicas de adquirir conocimientos justificados. El testimonio entonces, para él, es la forma particular de conocimiento obtenido a partir de este sentido general.24 Agrega a esta definición que para que el conocimiento a partir de lo que un enunciador dice sea posible, es necesario una intención de comunicar algo y que esto puede llevarse a cabo de dos maneras diferenciadas. Por un lado el conocimiento que se obtiene a partir de lo que un enunciador argumenta (argue) y por el otro, aquel conocimiento que se obtiene a partir de lo que un hablante cuenta o narra (tell). La primera de estas formas implica que la audiencia alcance sus propias conclusiones acerca de lo que se dice, mientras que el conocimiento adquirido a través de una narración involucra a una autoridad. Esto, para el autor, involucra la cuestión de conocer a través de un acercamiento de segunda mano (secondhandness). El conocimiento testimonial adquiriría un carácter particular a partir de lo que él llama derecho epistémico a diferir (epistemic right of deferral) parte de la carga de la justificación en el enunciador. Esto implica que la audiencia tiene el derecho a derivar al enunciador original la justificación por lo que se dice, ya que el conocimiento testimonial involucra la cita de una autoridad y es compartido por ambas partes. Pero el conocimiento testimonial debe cumplir una serie de requisitos para que pueda darse: en primer lugar debe estar dirigido, es decir que uno no podría obtener conocimiento de una conversación escuchada “sin querer”, simplemente porque uno no era el destinatario de esas palabras y por lo tanto no tendría derecho a diferir en el enunciador parte de la justificación. Esto es importante, además, porque la dirigir el mensaje a alguien implica asumir la responsabilidad por lo que se dice y generar así una “operación social” testimonial.25 De modo que rechazar el testimonio implica por un lado rechazar al otro como una fuente confiable de conocimiento (y reducirlo al lugar de lo que se escucha “por casualidad”) y en consecuencia, tomarlo como una mera fuente de información. Inmediatamente, los vínculos morales que unen a dos personas que intercambian conocimiento a través de un relato se hacen visibles. Pero incluso, si tomamos el estudio de Stephen Shapin acerca de los primeras comunidades científicas en la Inglaterra del siglo XVII, podemos ver cómo la verdad científica, que reclama en la actualidad su autonomía, nace a partir de la conformación de grupos que la sostienen y de las prácticas reivindicativas de estos. Shapin sostiene que el lazo que une a los individuos en torno a verdades compartidas no es otro que la confianza, es decir, un lazo eminentemente moral.26El problema de la adquisición de conocimiento a través de la interacción con otras personas traspasa el ámbito de la vida cotidiana y se instala también en el campo científico. Para demostrar su punto, Shapin construye lo que llama un “experimento escéptico”, en el que la realización de un breve experimento acerca del ADN demuestra los lazos de confianza que hacen funcionar al campo científico. Si el científico verdaderamente cuestionara todas fuentes y autoridades, como pretende Collingwood, el avance sería imposible puesto que siempre se estaría volviendo sobre las mismas cuestiones. El esceptisismo queda relegado, así, a los “márgenes del sistema de confianza”. Ni los científicos ni la gente común, afirma Shapin, experimentan por sí mismos: sea como sea, los experimentos y sus informes están constituidos a partir de 23 24 25 26

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Ibid pág. 77. Ibid pág. 75. Ibid pág. 113. Shapin, Stephen. A Social History of Truth, Civility and Science in Seventeenth-Century England. Chicago, The University of Chicago Press, 1994, págs. 19-20.

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un sistema en el que se ha depositado la confianza y en el que el acervo de conocimientos da sentido a la nueva situación.27

¿Qué saben los testigos? En la tradicional demarcación entre Memoria e Historia suele hacerse hincapié en el carácter individual, parcial y emocional de la primera frente a las ventajas objetivas y generalistas de la segunda. Sin pretender echar por tierra la distinción entre ambas y pregondando a favor del diálogo, la pregunta que no suele hacerse es: ¿qué dicen los testimonios? En efecto, al preguntar por su contenido fáctico o bien por las condiciones sociales que posibilitan su aparición y dan la nota de color a sus peculiaridades se olvida, en cierta forma, el contenido. Y esto produce un cortocircuito insoslayable, la disputa por la hegemonía en la interpretación del pasado. Mientras la Historia reclama para sí el privilegio del conocimiento certero, los sobrevivientes reclaman su privilegio epistémico por el hecho de haber estado allí. “La memoria coloniza el pasado y la interpreta bajo la clave del presente”, afirma Sarlo, mientras que la historia, igual cargada de política está sometida a la crítica de los pares y de la esfera pública.28 Cuando los testimonios se convierten en una interpretación de la historia pero no se someten a las críticas y, además, se refugian en el privilegio de haber sido víctima o parte de lo que se quiere reconstruir, la memoria entra en un terreno gris en términos epistémicos.29 Evidentemente, la interpretación de los testimonios, en particular de los sobrevivientes, se vuelve aún más problemática si se hace bajo las formas tradicionales de “documento” o “evidencia” expuestos en la primera parte de este trabajo. Las derivas epiestemológicas de esta situación redundan en tratar al otro que habla como si fuera solo una fuente de información e implica, por lo tanto, quebrar la confianza bajo la que se presenta el testimoniante. Y no es menor, en tanto y en cuanto, la figura del sobreviviente es reconocida socialmente como una autoridad. Pero a su vez, renunciar al afán crítico es también para el historiador de suma gravedad para su tarea. Creemos que la introducción de las nociones propias de la epistemología del testimonio ayudan a problematizar el problema y a direccionarlo en un sentido reflexivo. Es importante reconocer qué tipo de conocimiento podemos obtener de los testigos y también de qué manera hacerlo. La tensión que genera tratar con individuos que reclaman el privilegio de lo que dicen no es menor: instrumentalizando el testimonio el problema no se soluciona sino que solamente se ignora. Para lograr desanclar al testimonio del terreno gris en el que epistemológicamente se encuentra, los aportes de la dependencia epistémica y la consideración social del conocimiento pueden sernos útiles. No debemos considerarlo ni como una vía preferencial de acceso al pasado ni como una fuente de información evidencial. El testimonio puede comprenderse como el producto del conocimiento social y comunitario y no ya meramente experiencial si aceptamos, en relación a lo planteado por Shapin, pero también a las ideas de Martin Kusch,30 desligarlo de la relación testimonio-percepción-memoria. El testimonio puede convertirse en un conocimiento social “en la medida en que es constituido en y a través de más testimonio”31 y 27 28 29 30 31

Ibid pág. 20 Sarlo, Beatriz, op. cit. pág. 92. Ibid pág. 94. Kusch, Martin. Knowledge by agreement, Part I, Testimony. Tozzi, Verónica. “Bautismos de la experiencia. Denominación y agencia en los relatos de posguerra de Malvinas” en Mudrovcic, María Inés (comp.), Pasados en conflicto. Represetación, mito y memoria. Buenos Aires, Prometeo, 2009, pág. 177.

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como afirma Calveiro, en la interpretación de carácter social de la experiencia individual32. Al considerar al testimonio como conocimiento y no ya como evidencia o una via de acceso al pasado permite ponderarlo por su expertez y por lo tanto, como un saber que interpreta y toma postura para la construcción colectiva.33 Beatriz Sarlo, acerca de la obra de Pilar Calveiro, afirma que la socióloga (ella misma sobreviviente de la última dictadura argentina y testigo) no construye una “fuente” en sus textos, no se presenta como testimoniante ni usa la primera persona. Al contrario, utiliza su juicio para analizar los testimonios de otros.34 Esta demanda puede hacerse también al investigador que no ha sufrido en sí mismo los horrores del campo de concentración o del centro clandestino de detención. Si consideramos al testigo como alguien “que sabe”, es decir, como una autoridad, nos encontraremos en la posición no ya de sucumbir frente a su demanda de interpretación privilegiada del pasado sino de discutir e incorporar sus conocimientos. Y por “conocimientos” no nos referimos solo a conocimiento experencial sino también interpretativo y político, ambos presentes en la construcción historiográfica. La metodología, la axiología y la epistemología son, en el análisis de casos tan sensibles como estos, permeados insoslayablemente por la dimensión moral. Lograr una construcción histórica que dé cuenta de las voces resistentes del pasado no tiene que implicar el abandono de los ideales de las ciencias sociales pero tampoco puede continuarse con la jerarquización de discursos, saberes y experiencias. La apertura y el diálogo son necesarios para satisfacer las demandas no solo de testimonios que recuerden sino también de discursos que se piensen a sí mismos y contribuyan a forjar un relato histórico hacia el futuro.

Bibliografía Benjamin McMyler, Testimony, Trust, and Authority, Oxford, Oxford University Press, 2011. Bloch, Marc. Introducción a la Historia, Fondo de Cultura Económica, México, 1975. Calveiro, Pilar, “Testimonio y Memoria en el relato Histórico”, en Acta Poética, n° 27, 2006. Coady, C. A. J., “Collingwood and Historical Testimony”, Philosophy, 50, Cambridge, 1975. Collingwood, R. G, “Epilegómenos”, en Idea de la Historia, 2007, (Consultado en UNTREF Virtual). LaCapra, Dominick. “Representar el Holocausto: reflexiones sobre el debate de los historiadores” presente en En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final. de Friedlander, Saúl (comp.), Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2007. Mudrovcic, María Inés, (noviembre 2007), “El debate en torno a la representación de acontecimientos límite del pasado reciente: alcances del testimonio como fuente”, Diánoia, volumen LII, número 59: pp. 127–150. (Consultado en http://132.248.184.15/dianoia/index.php/contenido/n-meros-anteriores/59/el-debateentorno-a-la-representacin-de-acontecimientos-lmite-del-pasadorecientealcancesdeltestimonio- como-fuente/). Sánchez Marcos, Fernando, “Tendencias historiográficas actuales”. (http://www.culturahistorica.es consultado entre abril y mayo de 2013), 2009. Sarlo, Beatriz. Tiempo Pasado. Cultura de la memoria y giro subetivo. Una discusión. Buenos Aires, Siglo XXI, 2006. Shapin, Steven, A Social History of Truth. Civility and Science in Seventeenth- Century England. Chicago: The University of Chicago Press, 1994. Tozzi, Verónica. “Bautismos de la experiencia. Denominación y agencia en los relatos de posguerra 32 33 34

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Calveiro, P. op. cit. págs. 74-75. Idem. Sarlo, B. op. cit. pág. 121.

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de Malvinas” en Mudrovcic, María Inés (comp.), Pasados en conflicto. Represetación, mito y memoria. Buenos Aires, Prometeo, 2009. Wieviorka, Annette. The era of the witness. Cornell, Cornell University Press, 2006

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La poética de la historia como re-significación de la conciencia histórica Una hipótesis deshistorizante -Sebastián Raúl Raya[Universidad Nacional Tres de Febrero] ([email protected])

Las conclusiones de Hayden White sobre el carácter científico de la historia que expone en Metahistoria: La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX1 influyeron en la discusión historiográfica durante los años setenta y ochenta.2 En ese período, la práctica de la historia sufría una serie de transformaciones y disputas que llevaron a replantear el fundamento científico de la disciplina. Se presentará en esta ponencia, aquellos fundamentos filosóficosconceptuales sobre la historia con los cuales Hayden White sostuvo una teoría de la historia que le es propia, y con la cual construyó el método tropológico. El sustento teórico de este método es la poética de la historia, construido retóricamente de tal modo, que logra un efecto deshistorizante en su propuesta frente a otras posiciones sobre la historia que la vinculan con su componente social y cultural en el presente. En “The burden of history”, artículo publicado en 1966, White realiza un diagnóstico sobre la crisis de la historia, a la que da el nombre de “revuelta contra la conciencia histórica” por parte de escritores modernos, teóricos literarios, filósofos e historiadores. Luego, en Metahistoria, cuando expone su estudio de la conciencia histórica del siglo XIX, pareciera ser que responde a esa crisis proponiendo un método para solucionarla del mismo modo que un médico diagnostica una enfermedad y propone un tratamiento para sanar la dolencia. Se analiza la construcción direccionada de un “espíritu de época” que le da cierto tono a la crisis de la historia de mediados de siglo XX; por otro lado, se analiza la re-significación del concepto “conciencia histórica” que le permite a White resolver aquella crisis dentro de los cánones de la crítica literaria moderna. Con el fin de sustentar la hipótesis de este trabajo habrá que remitirse a los textos de los principales autores a los que White refiere como la línea argumental que sustenta la revuelta contra la conciencia histórica. Estos son Nietzsche, Schopenhauer, Sartre y Ortega y Gasset en cuanto a la caracterización del pensamiento sobre la historia. También aquellas obras literarias que menciona White para denotar el peso de la historia que sienten los novelistas. Para el abordaje de la poética de la historia en Metahistoria, se analizaran las afirmaciones de White sobre la historia y la conciencia histórica con las cuales construye la dimensión poética de la historia.

El peso de la historia. Un diagnóstico sobre la crisis.

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Hayden White, Metahistoria: La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX. Ver Gabrielle Spiegel, “Comentario sobre Una línea torcida, Debate sobre el libro de Geoff Eley A Crooked line: From Cultural History to the History of society”; Gerard Noiriel, Sobre la Crisis de la Historia; Jaume Aurell, “La recepción de Metahistoria: de la retórica a la ética”; Jacques Le Goff, Pensar la historia. Modernidad, presente, progreso; William Sewell Jr, “Líneas torcidas, Debate sobre el libro de Geoff Eley A Crooked line: From Cultural History to the History of society”.

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La frase “el peso de la historia” es utilizada por Hayden White para definir el epílogo de un espíritu de época que va desde fines del siglo XIX hasta comienzos del siglo XX, y que se profundizó al finalizar la Segunda Guerra Mundial. Para dar cuenta del clima sombrío de crisis de la historia que White presenta en su artículo “The burden of history”, el autor recoge las posiciones tanto de historiadores como novelistas y filósofos en su discusión sobre la supremacía de la historia dentro de los campos científico y artístico. Muestra las disidencias sobre el lugar intermedio, entre la ciencia y el arte, en el cual se colocó al historiador y donde se pretende conjugar ambos modos de comprender el mundo; lugar que le valía la hostilidad de la comunidad intelectual. La conclusión de White, luego de la compulsa de testimonios que él realiza, es que la historia es enemiga tanto de la ciencia como del arte, porque “el historiador reclama los privilegios del artista y del científico pero al mismo tiempo se niega a someterse a los rigores críticos y creativos que exigen el arte y la ciencia”.3 White recorre la línea de argumentación que desprecia la conciencia histórica, que va de Schopenhauer a Sartre pasando por Ortega y Gasset con el propósito de sostener que dicha hostilidad se ha transformado en el siglo XX en una revuelta para deponer a la historia del status y prestigio heredado que gozó durante el siglo XIX.4 Para sostener esta línea argumental, White se servirá de dos grupos de autores que convergen en la hostilidad hacia la conciencia histórica: filósofos que reflexionaron sobre la utilización del pasado para enfrentar el presente y novelistas que refieren a la historia como una pesadilla de la cual hay que despertar. Este último grupo se analizara en el capítulo final de este trabajo.

Dos concepciones de Schopenhauer Una de las tradiciones incorporadas en Burden es la de Arthur Schopenhauer, de quien retoma dos concepciones que configuran parte de la construcción filosófica de White a la hora de considerar la crisis de la historia de fines de siglo XIX. El primer concepto responde a la tríada voluntad, idea y fenómeno como manera de comprender la realidad que permite quebrar la supremacía del conocimiento histórico. El segundo concepto, y a partir del anterior, refiere a la disputa entre historia y poesía por la aprehensión de la realidad, que sustentará parte de los fundamentos de White. De esta manera exige que la historia se ponga a tono con los estudios y los objetivos de la comunidad intelectual en su conjunto, específicamente con los avances en las teorías literarias y filosóficas del siglo XX.5 White evoca al filósofo alemán para dar forma al fin del siglo XIX en el cual “carecen de sentido los cuestionamientos históricos tradicionales”.6 White presenta su discurso de la historia como un ciclo de fenómenos que se suceden en el tiempo, en el cual la humanidad no es capaz de llegar a la profundidad de la naturaleza humana. Es decir que, para el autor, la verdadera realidad consiste en la voluntad, retomando lo expuesto por Schopenhauer: “lo que conocemos no es el objeto de nuestra autoconciencia sino el sujeto de querer”.7 Por lo tanto la experiencia adquiere un significado más profundo al tener un correlato en el fenómeno. Esa experiencia, en palabras de Schopenhauer es la significación externa,8 sólo puede tener validez a través del arte, no así de la historia.9 3 4 5 6 7 8 9

White, The Burden of History, op. cit., p. 111. Ibidem, p. 132. Ibidem, p.119. Idem. Arthur Schopenhauer, El mundo como voluntad y representación, p.17. Ibidem, p.147. Ibidem, p.138.

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White retomará el concepto de la supremacía del arte por sobre la historia cuando en Metahistoria indica que “la elección de las estrategias de explicación histórica son de orden moral o estético antes que epistemológico, por lo tanto el carácter científico de la historia no es más que el modo de conceptualización histórica”.10 De esta manera, para White no existen diferencias entre la narración histórica y la de ficción, salvo en la acción poética que el historiador-escritor aplique a su texto. En Burden, propone “elevar” a la historia mediante la acción poética, tomando el sentido de representación que Schopenhauer da a la poesía, pero sin la profundidad que éste le asigna. White valora las cuestiones estéticas y morales al modo de Schopenhauer. Pero al someter dicho análisis a las teorías literarias bajo elementos lingüísticos y narrativos, deja a un lado el aspecto filosófico de lo que pretendía señalar Schopenhauer: “los asuntos tomados de la historia no tienen ninguna ventaja sobre los que están tomados de la mera posibilidad”.11 Para el filósofo alemán, la significación interna tiene validez en el arte y la significación externa vale en la historia.12

El pesimismo y la historicidad en Sartre El concepto de voluntad y pesimismo que domina en la filosofía de Schopenhauer se refleja en La Nausée de Sartre. Esta será la línea argumental que White presenta en Burden. White retoma la caracterización que Sartre hace del personaje de ficción Roquetin, historiador profesional que carece de una conciencia central a partir de la cual el mundo, pasado o presente, pueda ser ordenado.13 Lo absurdo y el sin sentido de la existencia lleva a Roquetin a abandonar su oficio de historiador y entendiendo que sólo puede dar sentido a su vida trabajando en obras de ficción. El objeto de la voluntad en su obra es la no existencia. Sartre utiliza el concepto de voluntad para fundamentar su pensamiento de que “el mundo no es conocido en su estado presente más que a partir del futuro. Voluntad y percepción son, pues inseparables”.14 De esta manera, deja al pasado fuera de la ecuación de su pensamiento. Se podría inferir que White consideró aquello como un desprecio a la conciencia histórica y, en La Nausée, pareciera ser cierta esa interpretación. Ahora bien, esta caracterización que White hace de Sartre deja entrever que no está describiendo un “espíritu de época” sino que está construyendo un argumento para sostener su idea de “el peso de la historia”. Existen al menos dos momentos diferentes de Sartre con respecto a su concepción de la historia. En un primer momento, se podría decir, el Sartre que escribió La Nausée responde exactamente a la línea que plantea White de la historia como una carga. Y un segundo Sartre, a partir de la Segunda Guerra Mundial, cuando fue reservista y describió en sus Cuadernos de Guerra los cambios operados en su pensamiento. En esa situación, Sartre sostendrá en varios aspectos de su pensamiento histórico lo contrario a lo expresado en La Nausée con respecto al concepto de historicidad, a las relaciones entre pasado, presente y futuro, y el oficio de historiador. El ser reservista en la Segunda Guerra Mundial modificó el pensamiento y la obra sartreana, le permitió aprender la autenticidad y la historicidad de los sucesos que luego se pueden llegar a convertir en históricos. En Los cuadernos de guerra Sartre escribía con la im10 11 12 13 14

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White, Metahistoria, op. cit., p.11. Schopenhauer, El mundo como voluntad, op. cit., p.286. Ibidem, p.285. Jean Paul Sartre, La Náusea, 9ª edición, Trad. Aurora Bernández, Editorial Época, S.A, México D.F, p. 28. Ibidem, p.52.

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presión de que el valor histórico de su testimonio justificaba su escritura.15 Sin ser en ese momento el filósofo que hoy sabemos que fue, sin tener una ocupación privilegiada, por el contrario, justamente por ser un reflejo de “un testimonio mediocre y general tiene un valor representativo de un momento de la guerra”.16 Sostenía que el carácter de la historicidad es la conciencia de la decisión y acción, es decir, la voluntad schopenaueriana. Nadie podía escapar de esa historicidad, sino que se asumía en la decisión sobre el suceso: se era cómplice o mártir; y esa decisión hace la historia.17 No es posible que el hombre escape de su historicidad. Esta es una frase diametralmente opuesta a La Nausée. De esta manera podemos verificar cómo White optó por un Sartre que cumplía con los requisitos de la línea argumentativa que él mismo intenta diseñar para dar cuenta de un peso de la historia que efectivamente existió, pero que no se adecua al panorama brindado por el propio White en el artículo. Entonces, según lo expuesto se puede concluir que la elección de Hayden White de un Sartre resulta en desmedro de otro Sartre diametralmente opuesto en los conceptos centrales de este trabajo. La elección de White para fundamentar “la hostilidad a la historia” de la primera mitad del siglo XX como una continuación de la línea argumental de Schopenhauer y de aquellos novelistas cuyos protagonistas eran historiadores y evidenciaban dicha hostilidad, responde más a su necesidad de justificar la pretensión de adecuar la historia a los cánones establecidos por una supuesta comunidad intelectual con los rasgos que él le asigna, en vez de establecer un verdadero estado de situación.

Ortega y Gasset. Una historia que libera La afirmación de que “hasta Ortega y Gasset compartía la creencia de que la historia sólo era una carga”18 permite continuar el análisis sobre la línea argumental que propone White. Ortega y Gasset es citado en dos momentos cruciales de su pensamiento; a comienzos de los años veinte con el libro “El tema de nuestro tiempo” y a mediados de los años treinta en una obra que White no especifica. Sobre el primero, White extrae el siguiente comentario: “Nuestras instituciones, como nuestros espectáculos, son residuos de otra edad, anacronismos. Ni hemos sabido romper resueltamente con esas desvirtuadas concreciones del pasado, ni tenemos posibilidad de adecuarnos a ellas”.19 Y en la segunda cita extracta la siguiente reflexión: “el hombre es una entidad infinitamente maleable con quien se puede hacer lo que se desee precisamente porque en sí mismo no es otra cosa excepto la potencialidad para ser únicamente lo que usted quiera”.20 Cuando se verifica directamente de los textos de Ortega y Gasset, citados por White, se percibe no ya un recorte como hizo con Sartre, sino una tergiversación del pensamiento del filósofo español. Nuevamente se observa la construcción discursiva que intenta retratar un “espíritu de época” con el objetivo de direccionar los estudios históricos hacia las necesidades de la crítica literaria moderna, es decir, la “comunidad intelectual” que White refiere en Burden. En el texto escrito en 1923 señalado por White, Ortega y Gasset habla de la historia como 15 16 17 18 19 20

Ibidem, p.89. Ibid. Ibidem, p.158. Ibidem, p.121. Ibid. Ibid.

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la vida que cambia, que se desarrolla en la particularidad.21 Y que cada vida, es decir, cada historia es un punto de vista sobre el universo, ya sea individuo, pueblo o época.22 Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorada.23 Ortega y Gasset no se refería al peso de la historia que hace de las instituciones obsoletas y del hombre inmóvil frente al acontecer, sino que advierte que una generación que no tiene en cuenta su historicidad, al modo sartreano, puede caer en una contradicción delincuencial en perpetuo desacuerdo consigo misma y fracasada.24 Ortega y Gasset da cuenta de lo anacrónico de las instituciones, en tanto y en cuanto los hombres no entiendan el carácter de construcción histórica de las mismas, la cuales así como se construyeron pueden ser modificadas. White extracta esa frase de Ortega y Gasset sobre lo anacrónico de las instituciones para sostener su argumentación de que lo que rodea al hombre es un lastre pesado del cual nada se puede hacer porque son independientes de las acciones que podamos tomar frente a ellas. Otro tema del que se ocupó Ortega y Gasset fue la relación del hombre con la historia. Sus reflexiones sobre esta relación quedaron plasmadas en el libro La historia como sistema que recoge su pensamiento durante los años treinta. White informa que durante esos años Ortega y Gasset sostenía que el hombre era potencialidad pura, flexible para ser movilizado en cualquier dirección. Un acercamiento al pensamiento de Ortega y Gasset, tanto durante los años veinte cómo en la década del treinta, muestra algo bastante diferente. En referencia al hombre apunta que éste es inseparable de las ideas que refieren a realidades. Esas ideas no se entienden si no se entiende al hombre, si no nos consta quién las dice.25 En la década siguiente refuerza este concepto indicando que “la tarea última del historiador es descubrir, aun en los tiempos más atroces, los motivos satisfactorios que para subsistir tuvieron los contemporáneos”.26 Y que la misión de la historia es “hacernos verosímiles a los otros hombres, porque sólo nuestra vida tiene por sí misma sentido”.27 De lo antepuesto sobre el pensamiento de Ortega y Gasset sobre la historia, resulta difícil sostener su inclusión en la línea argumental que White intenta adjudicar al clima hostil hacia la historia, de filósofos e historiadores. Ortega y Gasset reconoce la utilización política de la historia para sostener ciertas posiciones hegemónicas o reivindicaciones culturales28, pero entiende esto como ignorancia sobre la historia propia de los radicalismos ideológicos. Contrariamente a la línea que presenta White sobre la historia como una carga, se percibe que Ortega y Gasset cree en una historia que libera y que el no tener en cuenta el pasado, acaba por estrangularnos.29

La irrupción de Metahistoria: Entre el resurgimiento de la narrativa y el giro lingüístico. 21 22 23 24 25 26 27 28 29

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José Ortega y Gasset. El tema de nuestro tiempo, Barcelona. S.L.U. ESPASA LIBROS, 1923, p. 70. Ibidem, p.72. Ibid. Ibidem, pp. 38-39. Ibidem, p. 5. Ortega y Gasset, José. La historia como sistema, Madrid, Ediciones de la revista de occidente, 1941, p. 77. Ibidem, p. 87. Ibidem, p. 81. Ibidem, p. 72.

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Metahistoria es considerada como un antes y un después en la historiografía30 en lo que respecta a la actual teoría del conocimiento histórico.31 Aunque White tuvo precursores en la tarea de indagar los fundamentos discursivos de la escritura y de la conciencia histórica, nadie, antes o después, fue capaz como él de combinar una profunda sensibilidad hacia las metas e inquietudes del historiador profesional con una perspectiva filosófica que desafía sin cesar los presupuestos y las convenciones de su campo.32 Este impacto se generó porque con Metahistoria, White intentó un método que da cuenta de los cambios operados en el posicionamiento respecto del lenguaje que se venía observando durante las décadas de 1960 y 1970. El narrativismo whiteano se acercó a algunos postulados del giro lingüístico en la medida en que, como aquellos, notó la imposibilidad de distinguir lo que se dice del modo en que se dice. El método del narrativismo whiteano es la perspectiva tropológica; y uno de sus aspectos es el rechazo a la consideración del lenguaje como “transparente”, “medio pasivo”, “espejo de lo real”, “forma vacía” y todas aquellas metáforas que lo describen como neutral y aproblemático en tanto recurso representacional.33 El modo en que White amalgama la problemática del lenguaje, como lo considera el “giro lingüístico”, con el discurso sobre el problema del conocimiento histórico del siglo XIX se refleja con enorme repercusión en Metahistoria con el desarrollo de su método tropológico.

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31 32 33

Sobre la importancia de Metahistoria y de Hayden White ver: Adrian Wilson, “Hayden White’s “Theory of the Historical Work: A Re-examination”, Journal of the Philosophy of History, vol. 7, 2013, pp. 32–56; David Harlan. “The Return of the Moral Imagination” en, The Degradation of American History, Chicago, University of Chicago Press, 1997, pp. 105-126;  Dominick LaCapra. “A Poetics of Historiography: Hayden White’s  Tropics of Discourse” Rethinking Intellectual History. Cornell University Press, 1983, pp. 72-83 (reprint of the review published in Modern Language Notes, vol. 93, no 5, December 1978); Ewa Domanska. “Hayden White: Beyond Irony”, History and Theory, vol. 37, no 2, May 1998, pp. 173-181; Frank Ankersmit. “Hayden White’s Apeal to the Historians”, History and Theory, vol. 37, no 2, 1988, pp. 182 – 193; Hans Kellner. “Hayden White,” in The Johns Hopkins Guide to Literary Theory and Criticism, ed by Michael Groden and Martin Krieiswirth, Baltimore and London, The Johns Hopkins University Press, 1994; Hans Söder. “The Return of Cultural History? Literary’ Historiography from Nietzsche to Hayden White”, History of European Ideas, vol. 29, 2003, pp. 73-84; Kalle Pihlainen. “History in the World: Hayden White and the Consumer of History”, Rethinking History, vol. 12, no 1, 2008, pp. 23–39; Maria Ines La Greca. “Historia, figuración y performatividad: Crítica y persistencia de la narración en la Nueva Filosofía de la Historia” Tesis doctoral UBA, 2013; Martin Jay. “Intention and Irony: The Missed Encounter between Hayden White and Quentin Skinner”, History and Theory, vol. 52, February 2013, pp. 32-48; Michael Carignan. “Fiction as History or History as Fiction? George Eliot, Hayden White, and Nineteenth-Century Historicism.” Clio, vol. 29, no 4, 2000, pp.395-415; Oliver Daddow. “Exploding History: Hayden White on Disciplinization”, Rethinking History, vol. 12, no 1, 2008, pp. 41–58; Robert Doran. “The Work of Hayden White I: Mimesis, Figuration, and the Writing of History”, The SAGE Handbook of Historical Theory, ed. by Nancy Partner and Sarah Foot. London: Sage Publications, 2013, pp. 106-118; Robert Doran. “Philosophy of History after Hayden White, ed. London, Bloomsbury, 2013; Sonia Concuera de Mancera. “Tiempo, historia y relato: Paul Ricoeur. La historia come expresión literaria: Hayden White”, en Voces y silencios en la historia. Siglos XIX y XX. México, Fondo de Cultura Económica, 1997, pp. 349-388. Robert Doran. Humanismo, formalismo y el discurso de la historia, Hayden White. La ficción de la narrativa. Ensayos sobre historia, literatura y teoría, 1957-2007, Trad. María Julia De Ruschi, Eterna Cadencia Editora, 2011, p. 19 Ibid. María Inés La Greca. “Historia, figuración y performatividad: Crítica y persistencia de la narración en la Nueva Filosofía de la Historia” Tesis doctoral UBA, 2013, p. 155.

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Aspectos de Metahistoria: Las conclusiones sobre la historia White sostiene en Metahistoria que la construcción de una estructura metahistórica resulta de una naturaleza poética que toma elementos de la lingüística y la narrativa para establecerlos como un saber externo y previo a la obra histórica, pero que al mismo tiempo la envuelve.34 Esto significa que el historiador debe utilizar los recursos de la lingüística y la narrativa que White identifica como el modo tropológico dominante y su correspondiente protocolo lingüístico. Este último consiste en las estrategias explicativas, los arquetipos de tramado y las articulaciones de efecto explicativo. White sostiene que las diversas combinaciones posibles de estos elementos definirá el estilo historiográfico de cada autor, configurando así el acto poético sobre el campo histórico. A su vez, considera que el estilo historiográfico es posible de caracterizar en términos de tropos. Concepto que utiliza como sinónimo de la conciencia histórica y permite conocer la filosofía de la historia que sustenta implícitamente la obra de cada historiador. Para elaborar la teoría de los tropos, White utiliza conceptualizaciones, modelos y métodos que tienen fuerte raigambre en teorías elaboradas por críticos literarios (Rene Wellek),35 teóricos de la literatura (Northrop Frye, Erich Auerbach),36 el lingüista estructuralista Roman Jakobson, y el antropólogo Claude Levi Strauss37, alejándose de las definiciones de la historiografía. Escribe como un crítico literario más que como historiador. Sus fuentes referenciales a la hora de plantear su método, elegir categorías analíticas y clasificaciones tipológicas, provienen de las problemáticas propias de la crítica literaria moderna que busca identificar los componentes estructurales en los relatos. En resumen, Metahistoria se configura como un trabajo de análisis formal sobre la estructura literaria de la obra histórica, con el fin de cumplir con los objetivos de los críticos literarios modernos, comunidad intelectual que señala White en Burden, sin especificarla. Crea, de esta manera una nueva dimensión de la reflexión sobre la historia: a las dimensiones científica y filosófica existentes, White propone una dimensión poética.38 Sin embargo, el despliegue teórico de White termina subsumiendo el estudio de la obra histórica al componente poético. Para construir la poética de la historia, White concluye que los modos de la historiografía son los mismos que los de la filosofía especulativa de la historia. Para White, pensar la historia pasa a ser la búsqueda de las mejores combinaciones de formas estilísticas que permitan elaborar un relato, en vez de ser la búsqueda profunda del conocimiento y significación de los hechos que se narran. El objetivo de la reflexión histórica termina siendo el relato de los sucesos, no los sucesos del relato. De esta manera, White llega a la conclusión de que la cientifización de la historia “no representa más que la afirmación de una preferencia por una modalidad específica de conceptualización histórica, cuya base es moral o estética”.39 A continuación de su introducción sobre la poética de la historia, White despliega un texto que, alega, contribuye a la discusión sobre el problema del conocimiento histórico abordándolo desde una perspectiva formalista.40 Esto es, la búsqueda de la coherencia explicativa de los discursos con que los historiadores y filósofos de la historia componen sus 34 35 36 37 38 39 40

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White, Metahistoria, op. cit., p. 11. Ibidem, p. 14. Ibidem, p. 15. Ibidem, p. 40. Ibidem, p.12 Ibid. White, Metahistoria, op. cit., p.14.

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relatos para establecer modelos de representación histórica. Deduce de esta perspectiva, que dichos modelos no dependerán de “la naturaleza de los datos que usaron para sostener sus generalizaciones ni de las teorías que invocaron para explicarlas…[sino que]… dependen, finalmente, de la naturaleza preconceptual y específicamente poética de sus puntos de vista sobre la historia y sus procesos”.41 Hasta aquí, sólo se expuso la manera en que White constituye su poética de la historia con el fin de desplegar su método tropológico sustentado en aquella. Ahora bien, ¿cómo se puede entender la operación que hace White redefiniendo el concepto de conciencia histórica para plantear una nueva concepción de la historia en base a las determinaciones literarias y narrativas? Una de las formas es reconocer qué significaba conciencia histórica y cómo repercutía esta significación en la historia como disciplina, en el mismo período pero en otros autores. La conciencia histórica tiene tantas acepciones cómo el concepto de historia misma.42 Por este motivo, y aceptada la complejidad, en el próximo segmento se exhibirá el sentido otorgado por Raymond Aron a la conciencia histórica y cómo éste se sirvió del concepto para reflexionar sobre la historia.

Conciencia histórica como concepto historiográfico La conciencia histórica puede ser considerada una cosmovisión de un colectivo, en la cual se encuentran definidos los elementos centrales de la reflexión histórica a partir del conocimiento y percepción que se tiene de lo acontecido en el pasado. El filósofo Aron representa a la conciencia histórica como una idea de lo que significa para una comunidad, los términos humanidad, civilización, nación, porvenir, el pasado, y los cambios a que se hallan sujetos a través del tiempo las obras y las ciudades.43 Esa cosmovisión permite leer la realidad presente en clave histórica, situarse en el contexto del proceso histórico para, de esta manera, evaluar y decidir sobre el propio destino. El desarrollo de Aron sobre la conciencia histórica sostiene la existencia de tres elementos que la constituyen: la historicidad del hombre como dialéctica entre tradición y libertad, la posibilidad de reconstrucción científica del pasado, y la significación humanamente esencial del devenir.44 De esta manera, los tres elementos propuestos por Aron denotan la centralidad de la acción del hombre en la historia, en la producción del conocimiento y en la reflexión sobre el devenir de la historia. Lo que uno sabe del pasado determina su mirada en el presente. Lo que se está dispuesto a hacer con ese conocimiento lo coloca en el curso de acción de la historia. Es decir que al considerar la conciencia histórica como una cosmovisión, que surge del conocimiento y del entendimiento del pasado, la historia tiene un efecto transformacional sobre la realidad presente de los sujetos. Frente a este panorama, cuando se define a la conciencia histórica como el modo para elegir un estilo historiográfico de explicación, lo que se está implicando es una deshistorización del discurso histórico45. White podría haber elaborado la poética de la historia como un concepto distinto al de “conciencia histórica”, sin embargo prefirió re-significar la conciencia histórica al modo tropológico y borrar todo componente social y cultural que el término consignaba. Como señala Elías Palti: “El esquema metahistórico parece mucha veces un mero juego verbal que no aporta ninguna 41 42 43 44 45

Ibidem, p.15. Le Goff, Pensar la historia, op. cit., p. 9. Raymond Aron. Dimensiones de la conciencia histórica, Madrid, Editorial Tecnos S.A, 1962, pp.72-73. Ibid. Cit, op. 12.

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contribución real ni alumbra aspectos en las obras que estudia oscurecidos por las aproximaciones «tradicionales»”.46 En este punto, es preciso mencionar a Aron dado que considera al hombre como sujeto y objeto del conocimiento histórico47, y porque lo hace en el período en que White construyó su línea argumental sobre la revuelta contra la conciencia histórica. White seleccionó a Sartre pudiendo elegir a Aron, ambos filósofos franceses en disputa por cuestiones filosóficas y políticas. Eligió al Sartre anti-humanista enfrentado con la historia, en vez del Sartre que fue historizando su pensamiento al considerar la conciencia histórica de manera similar a la expuesta por Aron. Es decir, White a la hora de sentar las bases de su poética de la historia, presenta un bagaje de tradiciones intelectuales y filosóficas que van del pesimismo Schopenahueriano al anti-humanismo sartreano. La poética de la historia es una nueva dimensión desplegada por White para reconstruir a la historia como una actividad intelectual que sea a la vez científica, filosófica, y también poética. Pero al construirla de la manera señalada en esta ponencia, deja en evidencia que las implicancias de dicho aporte se alejan de su deseo por contribuir a la reconstrucción de la disciplina. Y esto tiene que ver con el sustento filosófico del cual se nutrió White, sustento que intentó ocultar a partir de dos operaciones retóricas: la no afiliación explicita a las corrientes historiográficas con las cuales construye el “espíritu de época” que se expuso anteriormente, y la ubicación de las conclusiones del trabajo metodológico en el comienzo del libro.48

La hostilidad como teoría de la historia. Del siglo XIX al siglo XX Cuando White realiza su crítica a la historia en Burden, recoge una hostilidad hacia la historia, que resulta específicamente a la historia anticuaria. Refiere a estudios históricos como si fuera una sola cosa, y cita a Nietzsche como quien odia a la historia desplegando una serie de condenas similares en novelas de escritores que conforman otras voces de lo que dio llamar “la hostilidad hacia la historia”.

Nietzsche y los tres tipos de historia En su obra de 1874 traducida al inglés como Uses and abuses of history, y al castellano como De la utilidad y de los inconvenientes de los estudios históricos para la vida, Nietzsche cita a Goethe refiriendo que la historia debe ser objeto de odio en cuanto su enseñanza no vivifica y su ciencia paraliza la actividad.49 Nietzsche afirma que la historia al hacerse científica, ha dejado de servir a la vida para convertirse en un fin en sí misma. Entonces reflexiona que la vida tiene necesidad de los servicios de la historia, de la misma manera que el exceso de estudios históricos es nocivo a los que viven.50 Nietzsche plantea que hay dos modos de comprender la historia. Efectivamente, el seleccionado por White, aquel que desestima la práctica y sólo se conforma con el conocimiento, y una segunda acepción que considera a 46 47 48 49 50

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Palti, Elías. “Metahistoria de Hayden White y las aporías del giro lingüístico”, ISEGORIA, no 13, 1996, p. 197. Aron, op, cit., p. 13. Ibid. Ibidem, p. 71. Ibidem, p. 82.

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la historia una actividad intelectual que influye sobre la vida y promueve la actividad humana.51 De esos dos modos de comprender la historia, Nietzsche establece tres modalidades de vinculación con el pasado. El hombre puede usar al pasado como ejemplo para su actividad y su lucha; puede preservarlo y admirarlo como una pieza de museo o puede sufrirlo con dolor y necesitar, por ello, olvidarlo. De estas tres formas de relación se desprenden tres tipos de historia: la historia monumental, la historia anticuaria y la historia crítica.52 Cada una de estas modalidades presentan ventajas y desventajas, Nietzsche plantea que se deben utilizar con cierto equilibrio para no caer en abusos que perviertan el sentido que tiene la historia, esto es: servir a la vida. En Burden, cuando se puntualiza los conflictos de la historia, White se refiere a la historia anticuaria de la que habla Nietzsche. White se sustenta en Nietzsche para hacer sus críticas a la historia pero no distingue las modalidades nietzscheanas. De la historia monumental no hace ninguna referencia, todas sus críticas hacia la historia son propias de las desventajas que Nietzsche asocia a la historia anticuaria y el peso de la historia que señala sobre los historiadores es parte de la modalidad de la historia crítica que refiere Nietzsche. Para Nietzsche, liberar al presente del peso de la historia es buscar en el pasado la vida que sirva tanto de modelo, como de maestro y también de consuelo.53 En White, liberar al presente del peso de la historia es salir de la historia, que el historiador transforme los estudios históricos y ponerlos a tono con los estudios y los objetivos de la comunidad intelectual en su conjunto.54 Esa comunidad intelectual se encuentra representada en el artículo Burden por los novelistas del siglo XIX que prefieren el arte narrativo que la ciencia histórica. White le imprimirá a esta preferencia, la noción nietzscheana de historia de forma tal que pueda ser vinculada con la hostilidad hacia la disciplina que manifestaba Nietzsche.

La hostilidad hacia la historia de los novelistas del siglo XIX La revuelta contra la historia que plantea White es una idea posible que puede desprenderse de las lecturas pero no responde a un espíritu de época como sostiene, sino que resulta una crítica a una determinada manera de hacer historia que ya se encontraba superada para el momento en que se escribía el artículo. La argumentación de White contra la conciencia histórica, adscribe a los literatos y artistas modernos el ataque a la “imaginación histórica” considerándola como una contradicción de términos, la barrera fundamental de cualquier intento de acercarse realistamente a los problemas espirituales más urgentes. Sin embargo, para la misma época, el filósofo Aron sostenía en la imaginación histórica un elemento fundamental a la hora de construir un relato histórico con base científica. Indicaba que “el historiador no colecciona hechos, sino que reconstruye conjuntos.55 Y la reconstrucción de conjuntos se realiza con evidencia e inferencia, donde la imaginación histórica es un elemento para hacer inferencias derivadas exclusivamente de las evidencias. Pareciera estar en consonancia con el rol de la invención que White le otorga a la historia para igualarla a la ficción. Pero evidentemente la selección de las palabras obra un giro en la argumentación. 51 52 53 54 55

Ibidem, pp. 84-86. Ibidem, p. 82. Ibidem, p. 82. White, The Burden of History, op. cit., p.124. Aron, Dimensiones, op. cit., p. 46.

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Mientras que para Aron la imaginación, en relación con los hechos y datos que dispone el intelectual, le permite concebir una elaboración de un relato de historia, para White la utilización del término invención con respecto a la construcción de un relato de historia, lleva la intención de disipar la distinción entre historia y ficción. Asimismo podemos indicar que para Aron la imaginación no solo se somete a la evidencia sino también al valor e interés que el historiador tiene en su presente. Entonces, mientras que la revuelta contra la conciencia histórica que presenta White es contra un elemento del arte romántico que quedó anticuado, la “imaginación histórica” resulta una contradicción de términos. Sin embargo Aron en su momento ya había definido la “conciencia histórica” como la búsqueda de precedentes en el pasado para situar el momento del presente en el curso de la historia; y esa conciencia histórica se encontraba estrechamente ligada al vínculo social del hombre con su medio.56 El pesimismo y angustia que Hayden White recoge de las novelas tiene que ver con una historia que estudia el pasado como “un fin en sí mismo”, un anticuarismo sin relación con el presente del investigador, por eso el tedio y la evasión por el arte. Y se hace más profundo ese pesimismo si se recoge la preocupación de White sobre la necesidad de que el historiador valore el estudio del pasado, no como “un fin en sí mismo”, sino como una manera de ofrecer perspectivas que contribuyan a resolver los problemas de su época.57 ¿No es acaso, esto, una preocupación del historiador moderno? ¿Querer contribuir a aclarar el panorama del presente utilizando su oficio? White claramente lleva esa preocupación al advertir la revuelta contra la conciencia histórica en al artículo escrito en 1966 y en su pretensión de dar a la historia un anclaje científico con la cual rescatarla de su letargo. Sin embargo a partir de Metahistoria White “se interesó cada vez menos en construir una ciencia general de la sociedad y cada vez más en el aspecto artístico del trabajo historiográfico,”58 como lo señala Carlo Ginzburg. Diferente de la preocupación inicial de White sobre el peso de la historia y la necesidad de desembarazarse de la carga para participar dentro de la comunidad intelectual en igualdad de condiciones. Porque si Burden es un análisis del estado de la disciplina histórica en clave modernista, también es un manifiesto para una nueva historiografía59 con pretensiones transformacionales. Pero al alejarse de esa inquietud de que el trabajo del historiador tenga un arraigo en el presente para ofrecer perspectivas frente a los conflictos de la época, y volcarse definitivamente a la poética de la historia, el efecto sobre la función del historiador y de la historia como disciplina no difiere del anticuarismo que tanto criticó. Hayden White trasformó los estudios históricos al calificar a la historia como una actividad intelectual que es científica, filosófica y poética60. Metahistoria es el estatuto del aspecto poético que no estaba contemplado por los historiadores del siglo XIX, pero una vez planteada y aceptada esa dimensión poética, discutida por más de cuarenta años,61 se debería poder articular una teoría de la historia que contemple las tres dimensiones de la disciplina teniendo en cuenta también consideraciones que provengan puramente del ámbito de los historiadores. Si nos atenemos a las fuentes utilizadas por White para construir la línea argumental de hostilidad hacia la conciencia histórica que va de Nietzsche y Schopenhauer a los filósofos del siglo XX Sartre y Ortega y Gasset, se obtiene un panorama distinto al estipulado por 56 57 58

Ibidem, pp. 29-30. White, The Burden of History, op. cit., p.123. Carlo Ginzburg. El hilo y las huellas. Lo verdadero, lo falso, lo ficticio, Buenos Aires, Fondo de cultura económica, 2010, p. 308. 59 Ibidem, p. 316. 60 White, Metahistoria, op. cit., p. 12. 61 Aitor Bolaños de Miguel. Metahistoria: 40 años después. Ensayos en homenaje a Hayden White, Editorial Sinindice, 2014.

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él mismo. White extrae de cada autor una idea con la cual elabora en forma coherente, un estado de cuestión sobre lo que llama “revuelta contra la historia”. Sin embargo, al ir directamente a los textos de los autores seleccionados por White, se aprecia otras posibilidades que denotan la inexistencia de semejante “revuelta contra la historia”, ni de una hostilidad hacia la conciencia histórica, tal como lo plantea. Existen reflexiones, conflictos y problemas que surgen de la disciplina histórica en el devenir del cambio de siglo. Existen modos de concebir la historia que encontraron contradicciones en los sucesos ocurridos y fueron confrontados en su validez y pretensiones científicas. White refleja la problemática de los modelos historicista y positivo-cientificista de la construcción histórica, y cómo, a su criterio, el corrimiento disciplinario resulta ser la solución para reorientar el camino del conocimiento histórico por carriles intelectuales y científicos. Metahistoria es el trabajo elaborado que intenta cumplir con la mayoría de los requisitos que permitirán a la disciplina histórica sostener su status dentro de los estudios científicos e intelectuales. La elaboración del método tropológico de White no es más sino el resultado de una manera específica de creer en la historia y en pensarla que se encuentra contenido en su artículo “The burden of History”.

Conclusión En resumen, Hayden White construyó una poética de la historia como nueva dimensión de reflexión y análisis de la actividad intelectual historia. Esa construcción es fruto de una toma de posición sobre el estado de la disciplina que surge de tradiciones intelectuales y filosóficas específicas que conformaron su teoría de la historia; no es fruto de su método tropológico luego del estudio de la conciencia histórica del siglo XIX, como él mismo alega. En esta ponencia se expusieron los elementos con los cuales White construyó su teoría de la historia que dio a luz a la dimensión poética de la historia, no desarrollada hasta ese momento, con la que sustentó su método tropológico. Se analizó la línea argumental que señala la existencia de una revuelta contra la conciencia histórica en filósofos e historiadores. En el desarrollo del análisis se notó que la línea argumental no era más que una construcción discursiva con el fin de redefinir los estudios históricos en clave lingüística. El análisis pretendía fortalecer esa línea argumental con citas bibliográficas directamente de las fuentes para de esta manera trazar lo más visiblemente posible la línea retomada por White. Pero en el camino hubo tres momentos distintos que dan cuenta de otra situación que debe ser analizada. Con Schopenhauer no hubo problemas; se verificó la orientación pesimista y negativa hacia la historia y comenzó a trazarse la línea argumental que planteaba White. Con Sartre surgió el primer problema: White eligió un Sartre primigenio, se le podría decir, por sobre otro Sartre más maduro y más extenso. Esa elección se encuentra sesgada por lo que parecería una necesidad de White por fundamentar su discurso, más que por dar cuenta de un estado de situación de la disciplina pos Segunda Guerra Mundial. El Sartre de La nauseé, es diametralmente opuesto al Sartre analizado en Los cuadernos de guerra en cuanto a su concepción de la historia, por lo cual resulta claramente visible la elección del pesimismo y el sin sentido sartreano en vez de la concepción de historicidad propuesta en Cuadernos. De esta manera, ante el análisis de las citas sobre Ortega y Gasset que hace White se ve una situación similar; ambas citas se encuentran recortadas y fuera de contexto en relación al pensamiento orteguiano sobre la historia. Luego se analizó la manera en que White constituye su poética de la historia con el fin de desplegar su método tropológico sustentado en aquella. Se tuvo en cuenta el surgimien-

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to de un contexto intelectual y filosófico con respecto a los nuevos posicionamientos respecto del lenguaje. En ese contexto, White pudo reformular un concepto que resulta central con el fin de plantear una nueva concepción de la historia en base a las determinaciones literarias y narrativas. Se expusieron los modos retóricos que utilizó White para modificar el significado de “conciencia histórica”, y para oscurecer sus tradiciones intelectuales y filosóficas. Se contrapuso la consideración de la conciencia histórica en ese mismo período por Raymond Aron para comprender cómo es posible reflexionar sobre la historia, de acuerdo a la significación que se le asigne al elemento “conciencia histórica”. Se analizó también, de acuerdo a Hans Kellner, cómo White trató de ocultar vinculaciones con su propio pasado intelectual para que resulte más verosímil la reclamación de cientificidad del método. Finalmente, y para cerrar el círculo teórico, se analizó a Nietzsche y a las obras literarias con las que White señala “el peso de la historia”. White utiliza a Nietzsche como marco fundamental para la hostilidad hacia la historia en el siglo XIX y la descripción de novelas cuyos personajes principales son historiadores o están relacionados con la historia para marcar el supuesto “espíritu de época”. Este análisis permitió observar que la hostilidad y revuelta contra la historia que expone White es a un tipo de historia que se encuentra especificada dentro de las categorías nietzscheanas; la historia anticuaria. A partir de este descubrimiento, en el análisis de las novelas que describe White, se verifica que cuando se refieren a la historia, se refieren estrictamente a la tipología de Nietzsche de historia anticuaria. A lo largo del trabajo quedó expuesto cómo White se hizo eco de tradiciones filosóficas del siglo XIX, con la intención de arraigarlas en el siglo XX con autores que, finalmente, no sostenían el “espíritu de época” proclamado. Se descubrió que las críticas a la historia eran en realidad críticas a un tipo específico de historia. Se expuso que la construcción del argumento sobre un clima de época que resultaba hostil hacia la historia, tuvo como fin proponer una reforma de los estudios históricos basados en las necesidades de la “comunidad intelectual” del modernismo literario. Se sostuvo que siete años después, White presentó su libro Metahistoria: La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX como la obra en el cual se presentaban los fundamentos para esa reforma a partir de otras bases científicas, las corrientes narrativistas y de teoría literaria surgidas en el giro lingüístico. Mientras pareciera ser que las definiciones de White sobre la historia y el oficio del historiador surgen a partir del desarrollo del método tropológico, se muestra en este trabajo que esas definiciones surgen de las tradiciones intelectuales y filosóficas con las que construye, en un primer momento, su reflexión sobre la crisis de la historia. Y que a partir de esa reflexión surgió una concepción de la historia con la cual se conformó el método tropológico.

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Calibán y la bruja, marxismo y feminismo Aproximaciones ecofeministas del proceso histórico de caza de brujas a partir de los aportes de Silvia Federici -Gustavo Marcelo Martin[Universidad Nacional de Río Cuarto - Centro de Investigaciones Históricas – CONICET] ([email protected])

INTRODUCCIÓN Silvia Federici (2015), en su libro “Caliban y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria” relaciona la caza de brujas en Europa y también el Nuevo Mundo entre los siglos XVI y XVII con el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que confirió a las mujeres a la labor reproductiva, en un contexto de naciente capitalismo que, como respuesta política violenta a la crisis del poder feudal, buscó generar un disciplinamiento de la fuerza proletaria y un expolio de la Naturaleza eliminando la agricultura de subsistencia y las prácticas subversivas practicadas por las llamadas “brujas”. Básicamente Federici establece un vínculo de tres acontecimientos asociados con la irrupción del nuevo modo de producción: la cacería de brujas, el comercio de esclavos y la colonización del Nuevo Mundo, los tres buscando aumentar la reserva de mano de obra necesaria en una época de crisis demográfica y fuerte hambruna . Esta autora remarca que la caza de brujas como hecho histórico y teórico rara vez aparece en la historia del proletariado, ni siquiera el marxismo lo habría estudiado como un fenómeno “digno” de destacar en la “transición al capitalismo” y como pilar fundamental en lo que representó la “acumulación originaria”; continúa siendo uno de los hitos menos estudiados en la historia de Europa y tal vez en la historia mundial. En este trabajo se procura por tanto exponer una síntesis de la investigación de tal autora italiana, trayendo a colación una crítica a categorías hegemónicas con las cuales pensamos la historia, desde una posición ecofeminista, es decir, un pensamiento que aglutina conceptos de género y ambiente: la mayoría de las denominadas brujas fueron campesinas pobres y su proceso de matanza se desató en el apogeo de la fuerza y derrota del campesinado europeo durante el tránsito de la sociedad feudal medieval a la capitalista. Al mismo tiempo se entrecruzan estos análisis desde autores como Foucault y Harvey, y categorías como la de “cuerpo” que ponen en tensión la matriz o incluso en diálogo filosofías históricas como las del marxismo y el feminismo, sin dejar de lado sus múltiples corrientes internas. Finalmente, el trabajo se estructura en dos partes, una dedicada al proceso histórico de cacería de brujas y otra precisamente sobre el vínculo y tensión entre marxismo y feminismo.

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PRIMERA PARTE: CACERÍA DE BRUJAS, LOS INICIOS DE LA TANATOPOLÍTICA DE GÉNERO “Somos las nietas de las hijas que no pudiste quemar” -Lema feminista -

Un poco de historia no oficial Un hecho curioso se observa al analizar cómo la matanza de las llamadas y denominadas “brujas” en los comienzos de la Edad Moderna, y principalmente entre 1550 y 1650, período en el que Inglaterra dejaba su debilitado feudalismo para iniciar un capitalismo comercial y luego industrial, permitió un desarrollo de los Estados-Nación, por cuanto al surgir grandes enfermedades pandémicas y las únicas poseedoras del “saber curativo” habían sido asesinadas, fue preciso el nacimiento del Estado al menos en sus primeras fases primigenias para solucionar la crisis demográfica y de salud. Por tanto, puede llegar a decirse que la bio-política (maximizar la vida a través de la regulación de las poblaciones) o al menos la tanato-política (poder de dar la muerte) es anterior a los Estados-Nación desde que hubo un control sectario de la población, en este caso, las llamadas brujas, la mayoría de las cuales no eran estrictamente “brujas”. “La historia del cuerpo y de la caza de brujas está basada en un supuesto que puede resumirse en la referencia a “Calibán y la bruja”, los personajes de La Tempestad1, símbolos de la resistencia de los indios americanos a la colonización. El supuesto es precisamente la continuidad entre la dominación de las poblaciones del Nuevo Mundo y la de las poblaciones en Europa, en especial las mujeres, durante la transición al capitalismo. En ambos casos tiene lugar la expulsión forzosa de poblaciones enteras de sus tierras, el empobrecimiento a gran escala, el lanzamiento de campañas de “cristianización” que socavan la autonomía de la gente y las relaciones comunales. También hubo una influencia recíproca por medio de la cual ciertas formas represivas que habían sido desarrolladas en el Viejo Mundo fueron trasladadas al Nuevo, para ser, luego, retomadas en Europa” (Federici, 2015: 339-340) La caza de brujas fue propia de la Europa Central a inicios de la Época moderna (tras finalizar la Edad Media entre el siglo V y XV) constituyendo la base para la persecución masiva de mujeres por la iglesia y posteriormente la justicia civil. Pero también hubo persecución de menores, hombres y animales. Estas prácticas persecutorias consideradas luego como herejías aún siguen ocurriendo hoy en día y recientemente se han escuchado casos emblemáticos en España y Paraguay, soliendo estar encuadradas en la figura de “pánico moral”. A diferencia de lo que se cree, durante la Baja Edad Media (siglo XI a XV) no hubo (al menos ampliamente) cacería de brujas, de hecho, el Concilio de Paderborn del año 785 castigaba la creencia en brujas así como su persecución, incluso con pena de muerte. Este Concilio expresaba por ejemplo que “quien, cegado por el Demonio, cree como los paganos que alguien es una bruja y come a personas, y la queme por ello o deja comer su carne por otros, será castigado a pena de muerte”. Los germanos mismos, antes de su conversión al 1

Obra de William Shakespeare

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cristianismo conocían la quema de magos que realizaban encantamientos. Es así como del vínculo necesario entre teólogos y juristas se comenzará a hablar desde entonces de las brujas como una conspiración del Demonio para acabar con la cristiandad. Podría decirse, procurando una causa especial entre tantas, que representó una técnica para mantener al cristianismo en un momento en el que su estructura y fe comenzaban a debilitarse. En este contexto de época, fueron los sacerdotes quienes inventaron la imagen de la bruja moderna que se tiene hoy en día, la de bruja inglesa: de belleza a fealdad, de curación a maleficencia, de compañía a soledad, de “productoras de placer” a “solteronas sin sexo”. Las primeras condenas de brujas y brujos se dieron en el siglo XIII con la aparición de la Inquisición, pero no contra la brujería en sí sino contra la herejía que luego devendría especializada en aquella (brujería como crimen femenino), esto es, contra esa creencia que cuestionaba el dogma establecido. Con el Papa Alejandro IV las brujas no eran perseguidas a menos que hubiese una denuncia, pero en verdad las crecientes denuncias eran por conflictos cotidianos entre los mismos vecinos de las aldeas pero la figura jurídica utilizada era la “brujería” o más bien “presunta brujería”. Se a(des)precia así cómo el discurso de persecución habilitaba un sujeto modelo que personalizaba lo castigable haciendo que el control siempre se ejerciese sobre la totalidad de la sociedad a través de la selección de algunos de sus elementos: atributos o grupos sociales específicos que los contuviesen. Esto puede observarse en la actualidad con la asociación entre homosexualidad y SIDA, extensión de la idea de higiene moral como meta y como peligro sobre el cuerpo colectivo. Por tanto, se estigmatizan ciertos grupos sociales como técnica de control político indirecto sobre las poblaciones generales. Con el cristianismo se empieza a conceptualizar la brujería como algo demoníaco, ya que existía por aquel entonces como algo “normal” en continentes como Europa, Asia y África, es decir, sin ser perseguidas, tanto ellas como brujos, nigromantes (adivinos por medio de espíritus y cadáveres), etc., que practicaban más bien la llamada “magia blanca”. El Reino Húngaro será una de las pocas excepciones en donde la bruja no habría sido blanco directo de esta campaña tanato-política. Entonces, la caza de brujas se dio primero “gracias” a los tribunales eclesiásticos (jueces inquisidores) y luego en el siglo XVI mediante los tribunales laicos (jueces civiles). Se sucedieron varios concilios con distintas prohibiciones, por citar, el Concilio Teodisiano contra el ejercicio de la magia, el segundo Código de Justiniano con la prohibición de consultar a astrólogos y adivinos, entre otros que habilitaban castigos canónicos como el Concilio de Elvira y el de Laodicea. En la Edad Moderna se castigaba a los seguidores de la llamada Ciencia de las Brujas, con una persecución sistemática entre los años 1450-1750, ocurriendo un fenómeno masivo de histeria colectiva contra la magia y la brujería. Época también en que la crisis feudal y la hambruna que se desataron en Europa y que provocaron innumerables muertes de niños, fueron utilizados como causa para manifestar públicamente que las brujas se comían a los niños (mito que hoy se mantiene en el estereotipo de bruja que realiza sus pócimas con ellos) y contra las prácticas abortivas que muchas de estas mujeres realizaban también como parteras, en un contexto en que había que aumentar la natalidad ante la población fuertemente diezmada (un 30%). Es en este preciso momento donde también deja de existir la partera mujer para dar nacimiento al médico varón moderno, es decir, la cacería de brujas fue un proceso de expropiación del saber femenino. Quienes eran sospechosas (por estereotipo impuesto) eran principalmente las mujeres viejas (hasta este momento la sociedad se construía sobre el saber de la mujer anciana) y aquellas personas socialmente débiles, incluso mujeres pobres o que “vivían del Estado”.

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Una mujer pobre podía realizar potencialmente brujería contra alguien que no le ayudase. Una forma de evitar el gasto estatal en política social fue también entonces llamar a estas mujeres de brujas, práctica recurrente. También hemos asimilado el género en la magia: el brujo sabio, la bruja mala. Disney parece haberse especializado en esto y tantas otras cosas. Finalmente, era mediante torturas que se obtenían confesiones falsas (de relatos sexuales pasados, de matanza de niños, etc.). De hecho, aquí mismo comienzan a crearse las primeras técnicas de confesión que luego el cristianismo generalizaría. Fueron 300 años de una tanato-política que aún persiste bajo distintas modalidades modernas y pos-modernas. El vínculo entre la bruja clásica y la prostituta no debiese pasarse por alto en este punto. En aquella época las mujeres jóvenes eran potencialmente prostitutas y las viejas potencialmente brujas. Luego, toda mujer era potencialmente bruja. Fue el modo de debilitar el poder femenino que concentraban las mujeres, condición previa para el surgimiento del capitalismo centrado en el obrero masculino.

Calibán y la Bruja en Silvia Federici Para Silvia Federici (2015), feminista italiana y profesora radicada en Estados Unidos, en su investigación titulada “Caliban y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, existe una evidente relación entre la caza de brujas con el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que confirió a las mujeres a la labor reproductiva (despojándola de sus antiguas funciones productivas ahora masculinizadas) en el contexto de los inicios del capitalismo como respuesta política a la crisis del feudalismo y aumentó el mercado de trabajo eliminando la agricultura de subsistencia y las prácticas de supervivencia autónoma (practicadas por las llamadas “brujas”, o mejor “campesinas pobres”). Básicamente Federici establece una asociación de tres hechos interconectados con la interrupción del capitalismo: la caza de brujas, el comercio de esclavos y la colonización del nuevo mundo, los tres buscando aumentar la reserva de mano de obra. “El hecho de que las víctimas, en Europa, hayan sido fundamentalmente mujeres campesinas da cuenta, tal vez, de la trasnochada indiferencia de los historiadores hacia este genocidio; una indiferencia que ronda la complicidad, ya que la eliminación de las brujas de las páginas de la historia ha contribuido a trivializar su eliminación física en la hoguera, sugiriendo que fue un fenómeno de significado menor, cuando no una cuestión de folclore…el “pecado original” fue el proceso de degradación social que sufrieron las mujeres con la llegada del capitalismo” (Federici, 2010, 220-221). No debería ser en vano que cientos de miles de mujeres, el bio-poder de dar muerte concentrado por primera vez completamente en mujeres, pasase por alto en la historia de la humanidad. Ni Foucault, ni Marx ni el Feminismo clásico lo tuvieron en cuenta. Aquí se podrán encontrar riquísimas formas de auto-organización de mujeres. Puede considerarse a tales “brujas” las primeras ecofeministas, en el sentido de mujeres resistiendo por sus tierras y saberes. La enorme participación de ellas en los levantamientos campesinos del 1500, su participación recurrente en guerras, etc. fueron sofocadas con el nacimiento del capitalismo y la ciencia moderna en tanto legitimadora de su sistema de producción. Se produce así, según Federici (2015) una acumulación originaria mucho más profunda que la analizada por Marx, ya que en ésta no se ha estudiado lo que fue el proceso de cacería de “brujas” (pequeñas campesinas, viudas de propietarios de tierras, parteras, practicantes de economías de subsistencia, poseedoras de saberes medicinales autóctonos) en Europa y el Nuevo Mundo desde los siglos XV a XVII, con una masacre inigualable en la historia de

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la humanidad como para comprender el origen y motivación del bio-poder en tanto política que buscó garantizar la reproducción de la fuerza material de trabajo al tiempo que exterminaba a quienes no la garantizaban (las llamadas “brujas”). Y es que la ortodoxia marxista aún considera la subordinación de las mujeres a los hombres como un residuo del sistema feudal y no como explotación o función central en el proceso de acumulación originaria: las mujeres producen (dan nacimiento) y reproducen (mantienen vida) la fuerza de trabajo en el capitalismo. “En la sociedad capitalista el cuerpo es para las mujeres lo que la fábrica es para los trabajadores asalariados varones: el principal terreno de su explotación y resistencia, en la misma medida en que el cuerpo femenino ha sido apropiado por el estado y los hombres, forzado a funcionar como un medio para la reproducción y la acumulación de trabajo” (Federici, 2015: 28). Esta transición del capitalismo fue un proceso violento (incluso el mundo medieval feudal lo era) que tuvo de blanco directo a las mujeres. Constituyó una de las posibles respuestas a la crisis política del poder feudal, que dio nacimiento al proletariado moderno debilitando el poder del campesinado europeo. No fue solo un proceso violento sino también organizado, de hecho, la cacería de brujas implicó la utilización de una cuantiosa suma de dinero para la realización de los juicios. Éstos eran costosos, duraban meses y empleaban muchas personas (jueces, cirujanos, torturadores, escribanos, guardias, etc.). Pero para Federici lo que importa no es buscar teorías explicativas sino identificar más bien las condiciones previas que posibilitaron estos hechos. Fueron un ataque brutal a la fuerte resistencia que ejercían las mujeres contra el surgimiento del nuevo modelo de producción; develaron la infatigable eliminación de formas generalizadas de comportamiento femenino, grupos premeditados que había que dar fin con objeto de castigar cualquier tipo de protesta social (y femenina). La expansión del capitalismo rural se enfrentó entonces a las formas de vida comunales de la Europa pre-capitalista. La autora cita a Taussig quien explica que “las creencias diabólicas surgen en los períodos históricos en los que un modo de producción viene sustituido por otro” (Federici, 2015). Es curioso también analizar cómo donde no se privatizó la tierra no existen registros de cacaería de brujas, tal cual Irlanda o parte de Escocia. Estas mujeres acusadas, campesinas pobres en su mayoría (también esposas de jornaleros, mujeres viejas que vivían de la asistencia pública, mendigas, etc.), eran acusadas por la estructura local de poder, personas acaudaladas, terratenientes, etc. y luego de haber generado un miedo masivo en la sociedad, serían falsamente denunciadas por los mismos vecinos, hasta transformarse en una forma estigmatiza de acusación social por cualquier conflicto de tipo personal. La idea principal era que la pobreza generaba un contacto obligado con el Diablo (ahora masculino, único y con poder) quien les otorgaba dinero a ellas, elemento que se convertía en cenizas (analogía con la hiperinflación de la época).Si las personas no les daban limosnas podían llegar a tener “mal de ojo”. En sí, los crímenes diabólicos se vinculaban a la lucha local de clases, ésta contribuyó a la creación de la bruja inglesa (vieja decrépita, rodeada de animales). Es importante destacar también según la autora, cómo se crean “estereotipos de brujas” según las sujetos que haya que eliminar. En la actualidad ocurre la “africanización de la bruja”, por sus aros, sombrero y rasgos africanos que parecen representar a las mujeres africanas “salvajes” que infunden a los esclavos el coraje para rebelarse: “La caza de brujas también tuve lugar en África, donde sobrevive hasta el día de hoy como un instrumento clave de división en muchos países, especialmente en aquellos que en su momento estuvieron implicados en el comercio de esclavos, como Nigeria y Sudáfrica. También aquí la caza de brujas ha acompañado la pérdida de posición social de las mujeres pro-

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vocada por la expansión del capitalismo y la intensificación de la lucha por los recursos que, en los últimos años, se ha venido agravando por la imposición de la agenda neoliberal. Como consecuencia de la competencia a vida o muerte por unos recursos cada vez más agotados, una gran cantidad de mujeres – en su mayoría ancianas y pobres- han sido perseguidas durante la década de 1990 en el norte de Transvaal, donde setenta de ellas fueron quemadas en los primeros cuatro meses de 1994 (Diario de México, 1994). También se han denunciado casos de caza de brujas en Kenya, Nigeria y Camerún durante las décadas de 1980 y 1990, coincidiendo con la imposición de la política de ajuste estructural del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, lo que ha conducido a una serie de cercamientos, causando un empobrecimiento de la población sin precedentes.“ (Federici, 2015: 374-375) Tampoco debiese olvidarse la cuestión de la raza, por cuanto la primera y la última brujas quemadas en los registros civiles por ejemplo de los Juicios de Salem en Estados Unidos fueron mujeres negras, lo cual implicó también una forma de acabar con la resistencia negra2, aunque en sí el proceso de cacería de brujas no se acabó con la abolición de la esclavitud, continuo por otros medios sociales y jurídicos. SEGUNDA PARTE: CUERPO, MARXISMO, FEMINISMO “El feminismo es el marxismo de las mujeres”

Acumulación originaria en Marx y Federici “Acumulación originaria” es un término utilizado por Marx en el Tomo I de El Capital como forma de caracterizar el proceso político que sustenta el desarrollo de las relaciones capitalistas, y permite conceptualizar los cambios producidos por la llegada del capitalismo en las relaciones sociales y económicas. Constituye un proceso fundacional que denota las condiciones estructurales que hicieron posible las relaciones capitalistas. (Federici, 2015) Pero Federici se distancia de Marx en: “Si Marx examina la acumulación originaria desde el punto de vista del proletariado asalariado de sexo masculino y el desarrollo de la producción de mercancías, yo la examino desde el punto de vista de los cambios que introduce en la posición social de las mujeres y en la producción de la fuerza de trabajo. De aquí que mi descripción incluya una serie de fenómenos que están ausentes en Marx y que sin embargo, son extremadamente importantes para la acumulación capitalista. Éstos incluyen: 1) el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que somete el trabajo femenino y la función reproductiva de las mujeres a la reproducción de la fuerza de trabajo; 2) la construcción de un nuevo orden patriarcal, basado en la exclusión de las mujeres del trabajo asalariado y su subordinación a los hombres; 3) la mecanización del cuerpo proletario y su transformación, en el caso de las mujeres, en una máquina de producción de nuevos trabajadores. Y lo que es más importante, he situado en el centro de éste análisis de la acumulación originaria las cacerías de brujas de los siglos XVI y XVII; 2

De hecho, las primeras feministas antes del feminismo clásico blanco, fueron las esposas negras de los líderes del movimiento de liberación negra de la esclavitud en Estados Unidos, a mediados y fines del 1800.

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sostengo aquí que la persecución de brujas, tanto en Europa como en el Nuevo Mundo, fue tan importante para el desarrollo del capitalismo como la colonización y como la expropiación del campesinado europeo de sus tierras.” (Federici, 2015: 19-20) En este punto es importante destacar tres momentos históricos productivos a nivel general de la producción de fuerza laboral: 1) Imperios que necesitaban fuerza de trabajo esclavo y soldados para la guerra; 2) Estados-Nación que produjeron un proletariado fabril y consumidores para mercado interno, y 3) Estados transnacionales que buscan en la actualidad la reproducción de mano de obra barata para mantener bajos los salarios, ya que, los procesos de mecanización post-fordistas perfilan una nueva transición productiva donde la mujer no tendría la función ya solo de “parir proletarios” sino de “parir el ejército de reserva” mismo (siguiendo la terminología marxista), debido a que las máquinas reemplazan en parte el trabajo humano en tanto superposición del trabajo muerto por sobre el vivo. Pero es importante destacar también, como lo entiende el mexicano Cuevas (1977) siguiendo a Semo, que la acumulación originaria en Europa implicó la desacumulación originaria en América, y donde “tal como lo percibió Marx, el excedente económico producido en éstas áreas no llegaba a transformarse realmente en capital en el interior de ellas, donde se extorsionaba al productor directo por vías esclavistas y serviles, sino que fluía hacia el exterior para convertirse, allí sí, en capital” (Cueva, 1977: 13). Hoy la tierra y los cuerpos de las mujeres están siendo reutilizados como territorios a conquistar, de allí la importancia estratégica del ecofeminismo como nuevo campo de construcción teórica que estudia los vínculos entre la explotación de la Naturaleza, del entorno de vida, y la opresión de las mujeres y todos aquellos sujetos epistémicamente feminizados, es decir, cuerpos adjudicados con características femeninas asociadas a una concepción de debilidad y principalmente inferioridad (gays, lesbianas, transexuales, etc.).

La materialidad del cuerpo en el capital Según Federici, “también Marx concibe la alienación del cuerpo como un rasgo distintivo de la relación entre el capitalista y el obrero” (Federici, 2015: 215). Para Harvey (2012) en “Espacios de esperanza”, Marx (así también autores tan diversos como Gramsci, Butler, Bourdieu) entiende que “el cuerpo constituye un proyecto inacabado, histórica y geográficamente maleable en ciertos sentidos….y algunas de sus cualidades inherentes (naturales o biológicas) no se pueden borrar” (Harvey, 2015: 120). Sin embargo las actuales técnicas de modificación corporal, genética y de readaptación genital pos Segunda Guerra Mundial (1945) y el accidente nuclear de Chernobyl (1986, como deslegitimación de la industria atómica)) ponen en duda esta tesis. Debemos hablar según el autor entonces de “procesos corporales”. Marx sí habría propuesto una teoría de la producción del sujeto corporal bajo el capitalismo y la actual prisa por volver al cuerpo como base irreductible de todo argumento es una prisa por volver al punto de partida de Marx (Harvey, 2012): “Dado que vivimos en el mundo de la circulación y la acumulación de capital, esto tiene que formar parte de cualquier argumento sobre la naturaleza del cuerpo contemporáneo…Y aunque la teorización que Marx hace en El Capital se interpreta a menudo (incorrectamente, como espero demostrar) como un análisis pesimista de cómo los cuerpos, interpretados como entidades pasivas que ocupan determinados papeles económicos performativos, son modelados por las fuerzas externas de la circulación a la acumulación de capital, es precisamente este análisis el que informa sus otros análisis sobre cómo pueden producirse y se producen en los seres humanos los

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procesos transformadores de la resistencia, el deseo de reforma, rebelión y revolución.” (Harvey, 2012: 124) “Lo performativo” aquí tiene que ver con la materialidad discursiva de los cuerpos que se producen de un modo naturalizado para justificar por ejemplo la división sexual del trabajo (ama de casa/trabajador). Las consideraciones de Judith Butler en “Cuerpos que importan” son meritorias: “La pregunta que hay que hacerse ya no es “¿De qué modo se constituye el género como (a través de) cierta interpretación del sexo? (una pregunta que deja la “materia” del sexo fuera de la teorización), sino “¿A través de qué normas reguladoras se materializa el sexo? ¿Y cómo es que el hecho de entender la materialidad del sexo como algo dado supone y consolida las condiciones normativas para que se dé tal materialización? Lo esencial estriba entonces en que la construcción no es un acto único ni un proceso causal iniciado por un sujeto y que culmina en una serie de efectos fijados. La construcción no sólo se realiza en el tiempo, sino que es en sí misma un proceso temporal que opera a través de la reiteración de normas; en el curso de esta reiteración el sexo se produce y a la vez se desestabiliza. Como un efecto sedimentado de una práctica reiterativa o ritual, el sexo adquiere su efecto naturalizado y, sin embargo, en virtud de esta misma reiteración se abren brechas y fisuras que representan inestabilidades de tales construcciones, como aquello que escapa a la norma o que la rebasa, como aquello que no puede definirse ni fijarse completamente mediante la labor repetitiva de esa norma. Esta inestabilidad es la posibilidad desconstituyente del proceso mismo de repetición, la fuerza que deshace los efectos mismos mediante los cuales se desestabiliza el “sexo”, la posibilidad de hacer entrar en una crisis potencialmente productiva la consolidación de las normas del “sexo”. (Butler, 2015: 29-30) Es así como en la producción de la materialidad del cuerpo a través de la reiteración de normas existe una posibilidad de resistencia. Esta producción en el capitalismo implicó sexualizar los cuerpos en papeles femeninos y masculinos, asignando roles sexistas a ambos y estableciendo una fuerte distinción tajante entre trabajo productivo remunerado y trabajo reproductivo no remunerado. De allí que Ester Kandel (2006) exprese “existe una doble opresión que es la que padece la mujer trabajadora”, es decir, por ser mujer y por ser proletaria.

Feminismo y Marxismo. Trabajo productivo y reproductivo El marxismo ha relegado precisamente la lucha de género dando prioridad a la lucha de clases como una cuestión que se resolvería por sí sola una vez que ésta última acabase. Sin embargo la lucha de clases aumenta y la violencia de género lo hace aún más. Las feministas han criticado esta “segunda opresión” llamándola a nivel teórico “doble explotación” o a nivel político “salario de ama de casa”, desde el momento mismo en que el mundo se estructura primero en hombres y mujeres. Que el capitalismo haya despojado de sus antiguas labores productivas (que a su vez estaban en el ámbito reproductivo hasta el siglo XVII) a mujeres y haya instalado un proletariado masculino es indicio de que la cuestión de género fue previa a la cuestión de clase. Que en la mayoría de los imperios la herencia del trono sea solo para hijos varones es otro índice que revela la temporalidad de la clase social como posterior a las consideraciones sobre el sexo biológico. “Por otra parte, desde el feminismo socialista y marxista se sostiene que la opresión de las mujeres se debe a la confluencia de los sistemas patriarcal y capitalista, es decir, como señala Ana de Miguel, se trata de conciliar

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teóricamente tanto el feminismo…como el socialismo y el marxismo, y se defiende la complementariedad de su análisis. Es cierto que, aunque marxismo y feminismo comparten la misma noción de la naturaleza humana como “algo históricamente creado mediante la interrelación dialéctica entre la biología, la sociedad humana y el entorno físico”, en el primero no encontramos una teoría del patriarcado y precisamente en el análisis del capitalismo y la mujer surge el más importante desencuentro entre ambos” (Heras Aguilera, 2009: 59) También cabe destacar que “…a estos feminismos domesticados (tanto al liberal como al socialistamarxista) se le hacen varias objeciones: en primer lugar, se critica que con esta estrategia que defiende la igualdad las mujeres son asimiladas a los hombres. En otras palabras, al intentar integrar a las mujeres en aquellas estructuras socio-políticas que han sido creadas por los varones conforme a sus propias características y necesidades, lo que se promueve es una masculinización de la mujer” (Heras Aguilera, 2009: 61) Esta división entre trabajo productivo y reproductivo deudora del marxismo y apropiada por el capitalismo implica considerar la llamada “economía de cuidados” cuyo monopolio sigue aun estando a cargo principalmente de mujeres. Y es que también el rol de cuidadora no se restringe solamente al de los niños, también incluye a los adultos mayores y a quienes pierden sus capacidades productivas de manera temporal o indefinida, incluso en los períodos de enfermedad transitoria, además de las labores diarias de alimentación y limpieza del hogar (y la utilización del espacio público para acceder a servicios y mercancías básicas). Y esto tiene que ver con una idea de sujeto trabajador base del capitalismo, un individuo abstracto dosificado para trabajar cierta cantidad de horas y que llega mágicamente como “nuevo” al mercado diario. Pero, “La diferencia entre la reproducción de la fuerza de trabajo y sus productos depende, por lo tanto, de la determinación de lo que hace falta para reproducir esa fuerza de trabajo. Marx tiende a hacer esa determinación con base en la cantidad de mercancías – alimentos, ropa, vivienda, combustible- necesaria para mantener la salud, la vida y las fuerzas de un trabajador. Pero esas mercancías tienen que ser consumidas antes de que haya sustento, y no están en forma inmediatamente consumible cuando se adquieren con el salario. Es preciso realizar un trabajo adicional sobre esas cosas antes que puedan convertirse en personas: la comida debe ser cocinada, las ropas lavadas, las camas tendidas, la leña cortada, etc. Por consiguiente, el trabajo doméstico es un elemento clave en el proceso de reproducción del trabajador del que se extrae plusvalía.” (Rubin, 1996: 6)

Cuerpo y Ciudad en Foucault y Harvey. Otras perspectivas Desde una perspectiva foucaultiana, el poder produce cuerpos dóciles aptos para el sistema productivo. El surgimiento del capitalismo implicó disciplinar al cuerpo proletario para la fábrica y las nuevas instituciones nacientes (cárcel, hospital, escuela y familia modernas), e incluso configurarlo para que habite en las nuevas ciudades. Para Foucault, la historia del capitalismo es económico-institucional y los neoliberales se situarían en este sentido fuera del análisis de Marx, por cuanto lo jurídico no es del orden de la superestructura: “Más que las fuerzas productivas, los neoliberales analizan las relaciones de producción como un conjunto de actividades reguladas jurídicamen-

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te. Desde esta perspectiva, la historia del capitalismo no puede ser sino una historia económico-institucional. No existe, por ello, un capitalismo con una dinámica única y un destino inevitable, sino diferentes formas históricas que, lejos de reducirse a una única lógica necesaria del capital, abren la posibilidad de nuevas formas de capitalismo. Por ello, señala también Foucault, los neoliberales sostienen, al mismo tiempo, el mínimo de intervencionismo económico y el máximo de intervencionismo jurídico.” (Castro, 2011: 64) Finalmente, Harvey (2014) en “Ciudades Rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana”, enfoca el derecho a la ciudad, a su habitar y transitar, desde una perspectiva revolucionaria y no solo reformista. Este derecho a la ciudad surge de las calles dando a los movimientos sociales revolucionarios una “dimensión urbana” que no está ni estuvo en el marxismo clásico. La clase obrera estaría siendo reemplazada asimismo por la de “trabajadores urbanos”. Y ese derecho a la ciudad constituye un significante vacío, es decir, todo depende de quién lo llene y con qué significado. “En gran parte del mundo capitalista avanzado las fábricas que no han desaparecido han disminuido considerablemente, diezmando la clase obrera industrial clásica. La tarea importante y siempre creciente de crear y mantener la vida urbana es realizada cada vez más por trabajadores eventuales, a menudo a tiempo parcial, desorganizados y mal pagados. El llamado “precariado” ha desplazado al “proletariado tradicional”. En caso de haber algún movimiento revolucionario en nuestra época, al menos en nuestra parte del mundo (a diferencia de China, en pleno proceso de industrialización), será el precariado problemático y desorganizado quien la realice. El gran problema político es cómo se pueden auto-organizar y convertirse en una fuerza revolucionaria grupos tan diversos, y parte de nuestra tarea consiste en entender los orígenes y naturaleza de sus quejas y reivindicaciones.” (Harvey, 2014: 11-12)

Reflexiones finales En este trabajo se han descrito y analizado algunos hechos históricos relacionados al surgimiento del capitalismo en vínculo principalmente con el proceso de cacería de brujas explicado por Silvia Federici (2015). Pero al mismo tiempo se han puesto en tensión teórica categorías marxistas y feministas, al mismo tiempo categorías históricas que permiten comprender la actualidad o des-actualidad de las mismas en torno a los actuales problemas contemporáneos, efecto también de viejos problemas del mundo pre-moderno. El vínculo necesario entre marxismo y feminismo podría decirse, -teniendo en cuenta los aportes de Federici sobre la caza de brujas-, que se da en relación al cuerpo y su producción económico-discursiva. Hoy, la mujer ha entrado en el mercado laboral masculino de un modo segmentado, precarizado, mal remunerado y atravesado por la clase social. Se asiste también a la paradoja de que más trabajadoras mujeres implica más desempleadas, en el contexto capitalista de exclusión laboral. Marxismo y feminismo deben entrar en diálogo además por medio de la historia, ya que sus categorías de análisis se construyen a partir de la misma. En este punto, el ecofeminismo urbano será la pieza fundamental que permita la interconexión entre ambas filosofías históricas. Podría decirse por fin que el feminismo es el marxismo de las mujeres y que lo que hoy se estaría necesitando es un marxismo urbano feminista (MUF). El MUF parece constituirse dada la coyuntura histórica transitiva actual en la categoría tanto teórica como política necesaria para explicar la doble opresión, la de clase social y la de género, en un contexto urbano extractivista que la permite, la construye y la garantiza a diario sin consideración ética alguna. 81

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Bibliografía BUTLER, Judith (2015): “Cuerpos que importan. Sobre los límites materiales y discursivos del “sexo”, Paidós, Buenos Aires CASTRO, Edgardo (2011): “Diccionario Foucault. Temas, conceptos y autores”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires CUEVA, Agustín (1977): “El desarrollo del capitalismo en América Latina”, Siglo XXI, 5ta edición, Buenos Aires FEDERICI, Silvia (2015): “Calibán y la Bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, Tinta Limón, Buenos Aires HARVEY, David (2014): “Ciudades Rebeldes. Del derecho de la ciudad a la revolución urbana”, Editorial Akal, Buenos Aires HARVEY, David (2012): “Espacios de esperanza”, Traducción de Cristina Piña Aldao, Ediciones Akal, Buenos Aires HERAS AGUILERA, Samara de las (2009): “Una aproximación a las teorías feministas”, en Universitas, Revista de Filosofía, Derecho y Política, n° 9, enero, pp. 45-82 KANDEL, Ester (2006): “División sexual del trabajo. Ayer y Hoy, una aproximación al tema”, Editorial Dunken, Buenos Aires RUBIN, Gayle (1996): “El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía política” del sexo. En Lamas Marta. El género: la construcción cultural de la diferencia sexual. PUEG, México, pp. 35-96

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Dominación y Control Social en La Creación del Patriarcado Los aportes de Gerda Lerner -Lucia Rubiolo[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected])

Introducción El presente trabajo analiza la obra de Lerner con el propósito de poner en valor los aportes conceptuales y metodológicos que dicha investigación realiza y que constituyen importantes y necesarios puntos de partida para quienes ven en el feminismo un corpus teórico capaz de explicar formas de dominación social a partir de controlar y disciplinar a sus miembros, en ése sentido es claro el objetivo que el libro se propone, aislar e identificar las formas en que la civilización occidental construyó el género y estudiarlas en los momentos o en los períodos de cambio.(Lerner, 1986) un objetivo ampliamente logrado en la escritura de la “creación del Patriarcado”. Pensar el concepto patriarcado, como origen de la dominación de la mujer, y explicar cómo se ha ido adaptando y resignificando en la historia, por lo menos en la occidental, es uno de los aportes a destacar, porque permite comprender, una vez más, que el sometimiento de unos sobre otros no es del orden natural sino social. La acción deconstructiva que la autora realiza del término, en un espacio que considera crucial para analizar el ejercicio del poder occidental y el sometimiento de la mujer, permite comprender las prácticas culturales que hombres y mujeres instruyeron en la antigua Mesopotamia, y que luego se reproducen con variantes, en las demás sociedades que se reconocen herederas de ese orden político. A lo largo de su trabajo, la autora va organizando el discurso a través de varias líneas de análisis, algunas de las cuales cuestiona, es el caso de Freud, porque éste asegura que la mujer es inferior al hombre, sin embargo también reconoce, que muchos han sido los aportes que la psicología aportó a las teorías feministas. De otros autores, retoma ideas, y las aplica a su estudio, como por ejemplo lo que proviene del estructuralismo de Claude Lévi-Strauss y los del marxismo, a partir de la obra de Engels “el origen de la familia, la propiedad privada y el estado” (1884) para dar cuenta de la trascendencia del patriarcado y de su “naturalización como practica social” lo que permitió, como primera expresión de la dominación del hombre sobre la mujer, apropiarse de su capacidad reproductora.De manera tal que va mostrando la historicidad del concepto patriarcado en un proceso paralelo que implica devaluación simbólica de las mujeres y consolidación de sistemas estatales, con lo cual se puede observar claramente la versatilidad y performatividad histórica del mencionado término en su aplicación y construcción a lo largo de más de 2500 años (Lerner, 1986). Los mitos sobre los orígenes de la humanidad, mesopotámicos y cristianos, son utilizados por la autora como fuente testimonial, para comprender la construcción del control femenino desde una posición discursiva y simbólica, ya que dichos mitos aseguran que en los orígenes de los tiempos, es la mujer la responsable de la perdida de la inmortalidad, castigo que recibe como consecuencia de su rebeldía.

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A Lerner interesó leerla no sólo desde su obra, sino también en su tiempo. Los discursos explican la realidad, pero mucho de lo que se dice y escribe, puede entenderse por fuera de él, de manera tal que el trabajo presenta en su primera parte líneas biográficas de la autora y de su militancia política a favor de los derechos de las mujeres, y en ese derrotero se puede observar cómo fue trasformando su activismo feminista, marcado en un primer momento por la lucha frontal y manifiesta tanto en su Viena natal como en Estados Unidos, y luego, en los años `60, va a ir encaminándose hacia uno más institucionalizado pero no por ello menos comprometido. Lerner se inscribe por tanto en la línea del feminismo radical norteamericano, quien asume que “todo lo personal es político” y explican con ello que la dominación de la mujer es anterior al capitalismo, y que éste fue posible, porque se la sometió y al igual que a la naturaleza también se la conquistó y “cosificó”. En un segundo momento, la investigación avanza hacia un análisis de la obra de Gerda, para dar cuenta de la metodología que la autora comunista utiliza en su obra, para mostrar como las mujeres han sido invisibilizadas por los discursos que construyen la historia, hecho político que significó que la voz de casi la mitad de la humanidad quedara relegada. Hacer emerger a la mujer como sujeto histórico, es un asunto de equidad humana que la autora ejercita, ella afirma que si bien hombres y mujeres han sido excluidos y discriminados a causa de su clase (…) ningún varón ha sido excluido del registro histórico en razón de su sexo y en cambio todas las mujeres lo fueron (Lerner, 1986). En ese sentido, el presente trabajo explora a través del libro de Lerner como el patriarcado, concepto que involucra plenamente prácticas culturales y por tanto políticas, se lo puede vincular directamente con el de dominación y control social, definiciones que muestran en el necesario ordenamiento de la sociedad la condición imprescindible para ejercer subordinación y explotación sobre determinados sujetos y grupos humanos, pero que sin lugar a dudas han tenido a la mujer como la principal destinaria de las practicas excluyentes, que al convertirla en objeto de intercambio y de reproducción, han creado una sociedad desigual, pero en lucha latente, porque la memoria siempre está en lucha (Jelin, 2014).

Acercándonos a Gerda. Datos Biográficos y militancia en el Feminismo de los Años ’60. La Autora del libro, Gerda Lerner en nació en Viena en 1920, en el seno de una familia judía, con el nombre de Gerda Hedwig Kronstein. Su familia pertenecía a la clase burguesa judía, situación que queda bien retratada en el libro, Fireweed, que constituye su “autobiografía política, pues para esta mujer singular, las facetas de su vida personal, familiar, sentimental y política eran inseparables” (Almisas Albéndiz, M.2013).Allí retrata una de las relaciones familiares que más fuertemente la marco, el vínculo entre sus padres, y que sin lugar a dudas explica en parte el camino profesional y militante que ella eligió, retrata claramente el carácter conservador y dominante de su padre, Robert Kronstein, un militar que enamora y se casa con su madre Ilona Neuman, quien resulta heredera de una sustancial dote, o fortuna que su padre sabrá aprovechar, y en parte acrecentar. Puede decirse, que de su madre, Gerda absorbe la rebeldía hacia un sistema social absorbente y disciplinador, lo que sin dudas la vuelca hacia la lucha por el feminismo. Puede decirse de su madre, que era de costumbres poco comunes o aceptadas para la sociedad del momento, pero que elecciones de vida como la de ella acontecían en mujeres de clase media alta burguesa, fue una mujer bohemia, defensora de la libertad sexual, vegetariana y practicante de Yoga, ésta realidad escandaliza a su suegra, quien preocupada

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por el ejemplo que la madre daba a sus hijas, sobre todo en referido a las practicas “pocos morales” que la madre sostenía, lleva a vivir a sus nietas con ella, en la misma casa, pero en espacios separados. Gerda crece en un hogar de “apariencias”, sus padres estaban juntos legalmente, pero separados en la vida real, y aunque su madre pidió el divorcio en un primer momento, desistirá luego porque entendió que de consumarse, perdería la tenencia y la posibilidad de estar cerca de sus hijas, así que aceptó ese arreglo. La infancia de Gerda, trascurre en un hogar con padres distanciados y sosteniendo relaciones extramatrimoniales, ambos mantuvieron amantes, parece que su madre no tenía problemas en mostrarlos, “ella compró un estudio independiente, donde tuvo una sucesión de novios jóvenes”, mientras que el padre “mantuvo una amante en un apartamento independiente, donde pasó la mayor parte de sus noches” (Lerner, 2002). Ese clima familiar se entremezcla con el contexto de época en el que Gerda Lerner vivió. Desde muy joven se convirtió en una decidida luchadora comunista y antifascista, en una Austria que va ser dominada por el fascismo, ella no lo hacía sola, su madre mucho influencio en esas posiciones ideológicas “en los años de ascenso del fascismo comenzaría a realizar actividades clandestinas para el partido comunista. Cuando la Alemania nazi anexiona a Austria en 1938, es arrestada por la Gestapo junto a su madre y permanecen prisioneras durante cinco semanas hasta que finalmente se refugian en Liechtenstein” (Lerner, 2002). Acosada por el autoritarismo del momento y en una clara opción por proteger su vida, ella deja Europa y se embarca hacia América, llega a Nueva York donde luego de realizar varios trabajos “de poca suerte”, va a estudiar y a formarse como técnica de radiología en el Hospital Sydenham de Harlem. Eran los años ´40 y Gerda conoce al director teatral y militante comunista Carl Lerner, con quien va a casarse y compartirá una vida de compromiso político y partidista, como se observa, esa unión ha sido muy fuerte porque Gerda adoptara para sí, el apellido con el que es conocida, una anotación no menor para mujeres que militan en movimientos feministas, y que son fuertes defensoras de una identidad a partir del nombre dado en su nacimiento y no del que pueden adoptar de sus parejas, evidentemente, esa preocupación no la cruza a Gerda. La década de los ’40 y el temor por el avance comunista, envuelve a los dirigentes conservadores de Estados Unidos, que preocupados por “los rojos” comienzan una operatoria de persecución a quienes defienden esa ideología, el matrimonio Lerner queda envuelto en las sospechas y comienzan a ser acosados, por el macartismo, motivo por el cual se ven obligados a dejar la ciudad de los Ángeles y vuelven a Nueva York. Ese constituye un momento coyuntural en la vida de “Gerda porque tuvo que dejar las actividades políticas abiertas, para concentrarse en otro tipo de activismo, uno institucionalizado, de esta manera llega involucrarse plenamente, y a convertirse en líder del “Congress of American Women”, también va a formar parte de la “National Organization for Women” dando testimonio de su participación política y sindical en organizaciones que buscaban mejorar la situación de las mujeres en Estados Unidos. Su activismo político y feminista creció en paralelo con su interés de recuperar la historia de las mujeres norteamericanas” (NAVARRO-ROSENBLATT, V. 2013) es pionera en hacer historia de las mujeres. Su participación en los ámbitos académicos, la llevan a interesarse por temáticas que vinculan a las mujeres con la cuestión racial en los Estados Unidos, una preocupación en la que también incluye a su compañero, con quien llevan al cine la novela antirracista de John H. Griffin, “Black like me”. La militancia contra la opresión racial, significó profundización de sus investigaciones y es así que “en 1966 se doctoró en la Universidad de Columbia con una tesis sobre las hermanas abolicionistas Sara y Angelina Grimke”1, “Desde ese momento

1 La tesis llevó por nombre “The Grimké Sisters from South Carolina: Rebels Against Slavery”, Nacidas en un hogar y oradoras infatigables en pro de una política antiesclavista. 85

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no dejaría de investigar sobre la historia de mujeres luchadoras y oprimidas y se dedicó a colocar a la mujer como sujeto de la historia” (CABRÉ I PAIRET, M.2013).Junto a esa obra doctoral, le siguieron otras investigaciones conectadas a la misma problemática, que ponían el eje en el abolicionismo y antiesclavismo, pero que se vinculaban íntimamente con el movimiento de liberación de la mujer. Lerner entendía la situación en el mismo sentido que una de las mujeres que ella estudio para su doctorado, la abolicionista Angelina Grimke, cuando en 1868 manifestó: “Quiero que se me identifique con los negros… Hasta que no obtengan sus derechos, nunca obtendremos los nuestros” (Lerner, 1966). Ese derrotero académico y militante, llevó a que en 1980 ingresara como profesora en el Departamento de Historia de la Universidad de Madison (Wisconsin), ciudad donde residiría hasta su muerte hasta 2013, allí “creó el primer Programa doctoral universitario de Historia de la Mujer” (CABRÉ I PAIRET, M.2013), donde definió su lucha,a partir de esclarecer prácticas de dominación social, así define y desentraña lo que hay detrás del patriarcado y la estrategia para la liberación en la creación de la conciencia feminista, dando una de las definiciones más esclarecedoras respecto de la dominación patriarcal, “sosteniendo que la aparición de las clases sociales,aunque mucho tienen que ver con la subordinación de las mujeres, ésta es anterior, a partir de su esclavización por los hombres y ponía sobre el tapete la reivindicación de numerosos marxistas y revolucionarios: la lucha de las mujeres contra el sistema patriarcal y la de los comunistas y feministas son una misma lucha. Mientras haya clases sociales y propiedad privada sobre los medios de producción, la mujer estará sometida socialmente al hombre, y a la inversa, mientras las mujeres no se liberen de la subordinación a la que les somete el patriarcado, seguirá existiendo clases, propiedad privada y estado” (Lerner, 1986) así escribe una de las autoras que más aportes realizó a comprender la historia de subordinación y explotación de las mujeres.

La participación de Gerda Lerner en el feminismo radical Feminista y el “origen del Patriarcado” La escritora forma parte del movimiento feminista que aparece en Estados Unidos en la década del ´60, en la denominada corriente radical del feminismo con destacada influencia en ese momento, pero particularmente en las décadas posteriores, entre los años ’70 y ‘80. Histórica y coyunturalmente, ese periodo representa un tiempo crucial para los reclamos feministas, porque se observa cierto detenimiento, estancamiento y atenuación de los movimientos de lucha a favor de los derechos de las mujeres, se nota cierta pérdida de vitalidad frente al avance conservador que tiñe la sociedad del momento, situación que se va materializando concretamente, en los triunfos electorales de “líderes ultraconservadores” y en lo que en la época se conoció como el agotamiento de las ideologías revolucionarias, las que la sociedad había visto surgir en el siglo XIX, y en parte triunfar en el siglo XX, pero su derrumbe, es decir, la caída del comunismo, abonaba la tesis de un mundo sin ideologías y sin “esperanzas al cambio” (TN.com/historia_feminismo). En ese contexto, los reclamos feministas cambian, no desaparecen, pero las estrategias de lucha se modifican, más si se las compara con lo ocurrido décadas anteriores, caracterizada por el reclamo frontal, la lucha feminista no desaparece, sino que adquiere un matiz diferente al conocido, y comienza a manifestarse o aparecer, una forma más organizada de protesta, conocida como la institucionalización del reclamo, que según el país del que hablemos, o de la situación a la que hagamos referencia cambia, y se puede pasar “desde los pactos interclasistas de mujeres, a la formación de grupos de presión, o bien se puede observar creación de nuevos ministerios o instituciones interministeriales” (Navarro Rosenblat, V. 2013).

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En ese momento de cambios en las luchas feministas norteamericanas y luego de más de 30 años de militancia y activismo político, se edita, “La creación del Patriarcado” la obra fue escrita en 1986 y se tradujo al castellano en 1990, por Monica Tusell, a través de conocidas editoriales como Critica. El libro, está dividido en 10 capítulos, y en perspectiva histórica aborda en cada uno de ellos, el problema del patriarcado como forma de dominación y sometimiento del hombre sobre la mujer,ubica la problemática, en un largo periodo de tiempo, en una fecha anterior a los inicios del sistema capitalista, en la Mesopotamia antigua, para Lerner la subordinación de la mujer y la naturaleza hay que buscarla en tiempos anteriores a los inicios del capitalismo “mi investigación había de empezar en el cuarto milenio a.C. Eso fue lo que me condujo a mí, una historiadora norteamericana especializada en el siglo XIX, a pasar los últimos ocho años trabajando en la historia de la antigua Mesopotamia con la intención de responder a aquellas preguntas que a mi modo de ver son esenciales para crear un teoría feminista de la historia” (Lerner, 2013:5), con esa provocadora idea, nos inserta en su investigación sobre los orígenes culturales de la dominación sobre la mujer. En su investigación, crea una estrategia metodológica de trabajo de investigación que denominó “«dialéctica de la historia de las mujeres» para dar cuenta del conflicto existente entre la experiencia histórica real de las mujeres y su exclusión a la hora de interpretar dicha experiencia. Esta dialéctica ha hecho avanzar a las mujeres en el proceso histórico” (Lerner, 2013:4), siempre en clave histórica va analizando como la mujer va transformándose de sujeto a objeto, donde al perder control sobre su cuerpo, queda impedida para decidir respecto de su capacidad sexual y reproductiva (Lerner, 2013:6). El libro de Lerner constituye una bibliografía de cabecera para quienes abordan estudios sobre feminismo y se interesan por encontrar metodologías de investigación que acerquen a deconstruir lo patriarcal del conocimiento científico (Scott, J. 2006:76), porque al tiempo que discute el patriarcado como practica cultural y de dominación social también lo hace con la metodología que proporciona, elabora una búsqueda histórica a partir de incorporar a su investigación fuentes, que antes eran desestimadas y que planteaba por parte de otros investigadores “la dificultad, casi insuperable, de estudiar a las mujeres de la antigüedad por la supuesta escasez de testimonios” y eso genera una desigualdad discursiva que ha “ impedido que las mujeres contribuyeran a escribir la Historia, es decir, al ordenamiento e interpretación del pasado de la humanidad” (Lerner, 1986: 86) “Las mujeres somos mayoría y en cambio estamos estructuradas en las instituciones sociales como si fuésemos una minoría (Lerner, 2013:4). En un intento, importante, y muy logrado, la autora encarna el problema de exclusión de la mujer, en la formulación y construcción discursiva de la historia, como una cuestión personal, o tal como lo plantean las feministas norteamericanas de los años ’60, grupo al que ella también representa. Si bien el concepto, de Patriarcado junto con el Género y Casta Sexual, fueron trabajados por las denominadas feministas radicales de los años ’60 en Estados Unidos, dando un vuelco sustancial en el campo de la teoría política, a través de las obras “Política sexual de Kate Millet y la dialéctica de la sexualidad de Sulamit Fireston, publicadas en el año 1970” (s/a) es el trabajo de Lerner quien ubica el concepto en clave histórica, y hace de la corriente feminista un movimiento con historicidad, al corroborar con datos y fuentes la aplicabilidad del concepto en la sociedad de todos los tiempos, o por lo menos la occidental y lo que ésta heredó de las anteriores. Su trabajo se inscribe, en una línea teórica similar a la de las feministas contemporáneas de su época, quienes “armadas de las herramientas teóricas del marxismo, el psicoanálisis y el anticolonialismo” (s/a www.mujeresenred.net) plantean claramente la necesidad de

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emancipar la mujer, y mostrarla como objeto de dominio y explotación. Su intervención en centros académicos, como organizadora de un estudio de posgrado sobre historia de las mujeres, tiene como eje mostrar la histórica exclusión de las mismas de los centros de poder y construcción del conocimiento, porque la ciencia ha sido históricamente utilizada para conservar las jerarquías sociales de género, raza y clase justificando y fundamentando, la subordinación de las mujeres y de otros grupos minoritarios (Maffia, 2007) queda claro que“Las mujeres no están ni han estado al margen, sino en el mismo centro de la formación de la sociedad y la construcción de la civilización”(Lerner,G. 2013:3) pero su voz ha quedado relegada, ella desde su trabajo ha logrado sortear un escollo largamente debatido en la escritura científica, la dicotomía que separa el sujeto científico del objeto de estudio, porque no sólo ella misma es análisis de investigación, sino porque le permite a ese sujeto en estudio ejercer poder (Saletti, Cuesta,L,2015:14). Desde dicho lugar, Lerner realiza una intensa crítica al concepto patriarcal que a lo largo del tiempo se ha ido redefiniendo como una manera de construir superioridad del hombre sobre la mujer, amparado en el discurso cientificista y el determinismo biologicista a partir de explicar que el hombre por haber desarrollado habilidades para salir a cazar y conseguir los alimentos para el grupo, fueron mostrando como natural la dominación, luego ella se ocupa de explicar que hay estudios que demuestran que en realidad entre el 60 y el 80% de la alimentación de las tribus la proporcionaban presas menores y también lo que provenía de la recolección y lo cosechado. En esa línea de cuestionamiento hacia fundamento científicos infundados, Lerner interpela a Freud, porque con sus argumentaciones permitió cimentar desde el psicoanálisis que el humano corriente era el varón y que la mujer era un ser humano anormal, “cuya estructura psicológica se centraba en la lucha por compensar dicha deficiencia” aunque ella misma reconoce que muchas de sus argumentaciones permitieron posteriormente construir la teoría feminista (Lerner, 1987:12). Desde ya, no todo feminismo es aceptado por Gerda Lerner, en el mismo sentido que cuestiona los posicionamientos patriarcales de superioridad de hombres sobre mujeres, También se vuelve critica de las posiciones feministas que plantean la superioridad de la mujer sobre el hombre, en su libro queda de manifiesto que la intención es incorporar la mujer en la historia, para nada volverla en ser dominante, por lo que se detiene un momento y analiza la línea maternalista propuesta por Bachofen(1861) con su concepto de matriarcado, por evolucionista y darwiniano, el mencionado autor opone a patriarcado el de matriarcado, como forma de dominación de las mujeres sobre hombres que dominan por tener el poder a partir de su capacidad de ser dadoras de vida. De hecho, los matriarcados analizados por Bachofen, tenían sentido en ese contexto, en el que el dominio lo tenía la madre, no la mujer, por ello Lerner, asegura que matrilieando y matrilocado representan lo que Bachofen quiere señalar, la dominación social de un grupo sobre otro, porque – de acuerdo a Lerner- se trata de sociedades en transición que con el tiempo se trasformarán en sociedades patriarcales. Asume que la matrilinealidad, es una manera de dominación, donde los hombres del grupo “los hombres de más edad” deciden, pero el poder se resuelve por vía materna, por lo que finalmente, la mirada sobre quien tiene el poder de decisión esta puesta en el hombre (Lerner, 1987: 18), ya que las mujeres, aunque ostenten un status elevado no significa necesariamente que tengan el poder. La mirada histórica sobre cómo se fue construyendo su rol de madre, según la autora, solo se puede atribuir a una necesidad, la de proteger a la cría, una situación que sólo ella podía asegurar, darle cobijo y alimentación. Pero dicho hecho, para nada explica la subordinación, la diferenciación en el rol de uno y otro, sin embargo eso ha permitido explicar la forma en que se ha ido creando la superioridad del hombre, bajo sustentos biologicistas y sicológicos, en tal sentido “Freud vio el origen de la agresividad masculina en la rivalidad

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edípica entre padre e hijo por el amor de la madre y afirmó que los hombres construyeron la civilización para compensar la frustración de los instintos sexuales en su primera infancia” (Lerner, :30) de ésta manera, se producía la disputa por poseer lo único que permitiría asegurar su perpetuidad como especie . Ella es una escritora que proviene de las filas del marxismo, y confía en dicha corriente porque considera que son sus elaboraciones teóricas las que permiten entender antes que ninguna otra, que la subordinación de la mujer no es del orden natural de las cosas, sino por el contrario, es la sociedad quien establece el principio de normatividad, y encuentra en el trabajo de Friedrich Engels las respuestas necesarias a dicho planteamiento “El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado” describe la «histórica derrota del sexo femenino» como un evento que deriva del surgimiento de la propiedad privada “(Lerner, :13) lo hace sin desconocer muchas de las críticas que sobre la cuestión feminista realiza el mismo marxismo. Al respecto dice, “Las asunciones básicas de Engels acerca de la naturaleza de los sexos estaban basadas en la aceptación de las teorías evolutivas de la biología, pero su mayor mérito fue destacar el influjo que tienen las fuerzas sociales y culturales en la estructuración y definición de las relaciones entre los sexos” (Lerner, 1987:14) con lo que asume la existencia de la dominación de uno de ellos sobre el otro, a partir de que se crea la idea de inferioridad de la mujer con respecto al hombre, se la percibe “minoritaria” con respecto a la norma dominante (Fourest, C,2012:145). Esa dominación de larga duración, pudo ser entendida a partir de la vertiente estrucuturalista de Levis Strauss, de quien toma las ideas sobre cómo se organiza la sociedad, para dar cuenta de que manera las sociedades primitivas fueron desarrollando la subordinación de la mujer, Lerner retoma los estudios referidos a la interdicción o supresión del incesto y del intercambio de mujeres. De los estudios realizados por el antropólogo en una comunidad de Brasil, donde claramente se puede observar la manera en que la mujer se convierte en una de las mercancías más preciadas porque sellan “la alianza” entre familias como forma de ir generando los parentescos y por tanto el ordenamiento social. Lo que Levis Strauss, aporta a los estudios de género es el concepto de «el intercambio de mujeres», de cómo los hombres se van apropiando, no directamente de la mujer sino de su sexualidad y capacidad reproductiva. La distinción es importante, “las mujeres nunca se convirtieron en «cosas« ni se las veía de esa manera” (Lerner: 58). Lo que ayuda pensar que las mujeres no están al margen de la construcción de la historia sino en el centro de la misma, junto a los hombres que han contribuido en la construcción de la memoria colectiva (Lerner: 2013). En esta obra, Lerner nos enseñó a hacer historia al aplicar categorías analíticas en los estudios feministas; sobre todo, nos permitió pensar en la concepción de las mujeres desde el género y también en la necesidad de profundizar el alcance de las relaciones entre hombres y mujeres (Scott, J.2006:72), lo que permite ver como las mujeres se podían representar y comprender a través de esta nueva concepción; otorgaba nuevos significados a la clase, mostrando como actúa de forma distinta sobre hombres y mujeres; nos evidenciaba las trampas del lenguaje, resaltando el origen social de las palabras, lo que luego sería de vital importancia para analizar los textos del pasado (Cid López, M:2014:3). “Entre los hombres, la clase estaba y está basada en su relación con los medios de producción: quienes poseían los medios de producción podían dominar a quienes no los poseían. Para las mujeres, la clase estaba mediatizada por sus vínculos sexuales con un hombre, quien entonces les permite acceder a los recursos materiales. La separación entre mujeres «respetables» (es decir, ligadas a un hombre) y «no respetables» (es decir, no ligadas a un hombre o totalmente libres) está institucionalizada en las leyes

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concernientes a cubrir con velo la figura femenina” (Lerner, 2013:6). Si bien esta categoría tan determinista y estructurante de vínculo entre poder económico y control social, o definido en otros términos, de la importancia que para las relaciones económicas tiene la mujer, es discutida en la actualidad por aquellos que forman parte de los análisis sobre estudios culturales que consideran que no solo lo económico puede legitimar órdenes, también el orden de los simbólico puede significar sometimiento, es decir que,“El sistema patriarcal sería entonces una construcción previa a la sociedad de clases y la esclavitud que tuvo lugar mediante la extensión e institucionalización de la subordinación femenina dentro de la familia” (Lerner: 1986) Finalmente, es interesante ver como el control material esta mediado por un simbólico también, “el simbolismo básico y el contrato real entre Dios y la humanidad dan por hecha la posición subordinada de las mujeres y su exclusión de la alianza metafísica y la comunidad terrenal de la alianza. Su única manera de acceder a Dios y a la comunidad santa es a través de su papel de madres. Esta devaluación simbólica de las mujeres en relación con lo divino pasa a ser una de las metáforas de base de la civilización occidental. La filosofía aristotélica proporcionará la otra metáfora de base al dar por hecho que las mujeres son seres humanos incompletos y defectuosos, de un orden totalmente distinto a los hombres” (Lerner, 1986: 58), en este caso, el mito representaría el discurso legitimador del orden patriarcal, lo que nos hacía pensar en la importancia de la religión para justificar modelos sociales, como ocurrió, sin duda, con otros credos, de los que el cristianismo constituye una notable muestra (Lopez Cid, M:2014:32).

Algunas Conclusiones El trabajo, recorre el libro de Gerda Hedwig Kronstein, o mejor Gerda Lerner el “origen del patriarcado” no sólo para reconocer sus aportes conceptuales, sino porque puede considerársela como importante fuente testimonial de la institucionalización y academizacion de historia de las mujeres, hasta ese momento desestimada. Al tiempo que es investigación histórica es también testimonio. Su influencia en los actuales escritos de las diferentes corrientes feministas es innegable, a partir de dar cuenta de la dominación de la mujer como un hecho social, no natural, y de practica antigua, sintetizada en el concepto de “Patriarcado”. Su trabajo sirve para demostrar a partir de cómo a partir de los documentos y materiales utilizados emergen los postulados androcéntricos, enfatizando el control masculino de la sexualidad femenina. Es importante, la manera en que saca a la mujer como víctima de la historia y en cierto sentido le atribuye su responsabilidad, y las interpela a partir de una de las preguntas que vertebran su trabajo, donde lo importante no sólo es pensar cómo se fue construyendo la subordinación de la mujer sino también la de pensar cómo mujeres ayudamos a construimos una sociedad que nos sometiera, pero finalmente responde esa pregunta diciendo que “las mujeres han participado durante milenios en el proceso de su propia subordinación porque se las ha moldeado psicológicamente para que interioricen la idea de su propia inferioridad. La ignorancia de su misma historia de luchas y logros ha sido una de las principales formas de mantenerlas subordinadas” (Lerner, 1986: 60). El reconocimiento de Lerner le viene por sus escritos, que la convirtieron en una de las figuras más influyentes en el desarrollo de las historia de género de los años ’60, y por sus aportes a los movimientos de emancipación de las mujeres negras. La obra de Gerda Lerner, en contexto histórico, representa las trasformaciones que la historia de las mujeres de los EEUU o la angloamericana en general, está transcurriendo, en el sentido que desde el

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género, o con visiones próximas, empezaba a interesar lo femenino y su construcción en un modelo patriarcal, en un momento de avance y de institucionalización de la lucha de la mujer a partir del surgimiento de dependencias gubernamentales que comenzaban a atender problemas vinculados a los derechos de la mujer. Como aporte, profundizar en la idea de la importancia de la historia una vez más para contar y dar testimonio de la diferencia real y no infundada de que una historia para ser creíble debe ser contada no solo por hombres sino por hombres y mujeres, que el dualismo o la cantidad que conforman el todo debe servir ser para completar un todo, no para fragmentar ni enfrentar.. Finalmente, pensar la obra de Lerner como parte de las transformaciones que los grandes cuerpos teóricos analíticos del momento están transitando, porque si bien la obra se estructura sobre líneas teóricas clásicas, como el marxismo y el estructuralismo de Levis Strauss, es notable la apertura que su trabajo tiene hacia los nuevos planteos, en especial los que aparecen en los años ’80, promovidos por pensadores que renuevan viejas discusiones, en particular lo concerniente a la organización del poder, que dejan de ver la opresión de la mujer como una cuestión de dominación de clase solamente, sino también de orden simbólico y cultural.

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Georg Simmel y la historia como existencia espiritual -Claudia Alejandra Harrington[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected])

Introducción Jürgen Habermas sostiene en el “Epílogo” a la compilación de textos filosóficos de Georg Simmel,Sobre la aventura. Ensayos de estética, “Simmel es un hijo del fin de siècle; pertenece a la época para cuyo elemento formativo Kant y Hegel, Schiller y Goethe, eran todavía unos contemporáneos, aun cuando Schopenhauer y Nietzsche empezasen ya a proyectar sombras sobre ellos” (2002;429). Simmel perteneció a esa generación de pensadores, teóricos sociales, filósofos que convertían a la sociedad en su objeto de estudio científico, pero también fue diferente. No respondió al dogmatismo, al contrario, “fue más un incitador que un sistemático, más un intérprete de la época que filosofaba en clave de ciencia social que un filósofo y un sociólogo sólidamente arraigado en el establecimiento científico” aclara Habermas. Gran observador de su época y en el marco de relaciones de amistad y de camaradería con Max Weber, Rickert, Bergson, se preocupó por la historia. Su obra Problemas de la Filosofía de la Historia da cuenta de ello. Esta obra, poco conocida por los historiadores de las últimas décadas amerita ser revisitada. No es una tarea fácil por distintas razones. Su lenguaje filosófico se presenta, en general, hermético. Para poder comprenderlo es necesario, también, conocer su obra sociológica y sus estudios sobre estética. Una segunda razón está vinculada a la escasa, sino nula, recepción que sus escritos tuvieron y tienen en la comunidad de historiadores. La extensa tradición de los estudios de historia política y, posteriormente, de historia económica y social han dejado al margen a este filósofo de la historia preocupado por la acción recíproca, es decir, por la relación individuo-sociedad, poniendo el acento en el individuo más que en la sociedad. A fines del siglo XIX Georg Simmel se planteaba la siguiente pregunta: ¿cómo es posible la historia? No era una pregunta nueva en el mundo occidental, especialmente en Alemania donde, en el marco del idealismo, se habían desarrollado dos sistematizaciones filosóficas fundamentales de la historia, la kantiana y la hegeliana. La diferencia que establecerá Simmel para responder a la pregunta sobre la historia está dada por sus intentos sintetizadores entre tres disciplinas: la filosofía, la historia y la sociología. Al decir de Donald Levine, Georg Simmel fue junto a Dilthey, Rickert y Croce uno de los creadores de la moderna concepción crítica de la filosofía de la historia. Profundamente antipositivista, se preocupó por la manera en que la historia construía la realidad pasada ofreciendo una forma de representación del mundo. En su obra Problemas de Filosofía de la Historia (1892) plantea la historia como existencia espiritual cuyo conocimiento sólo es posible en la medida en que el espíritu forme parte soberanamente de ella “mediante las categorías propias del mismo espíritu cognoscente”. Tomando a la disciplina histórica como un ámbito del saber, reflexiona sobre el carácter configurativo de la historia que “… formulándose preguntas, sintetizando lo singular en un sentido que a menudo jamás existió en la conciencia de su héroe, ahondando significaciones y valores de su ma-

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teria… configura a este pasado en un cuadro cuya representación resultó fructífera para nosotros”. La reconstrucción del pasado es, en consecuencia, una denominación a posteriori que no es sólo conocimiento, también es experiencia, herencias latentes, significaciones, “con esto se quiebra el naturalismo gnoseológico que pretende transformar el conocimiento en un reflejo de la realidad: la ciencia histórica es otra cosa que el reflejo de lo real”. La presente propuesta de análisis tiene como objetivo reflexionar sobre la postura filosófica de Georg Simmel en torno a lo que significaba la historia y el conocimiento histórico, la utilidad de la historia y de la filosofía de la historia en un momento en el cual se debatía cómo se debía construir el conocimiento científico de las ciencias sociales y se replanteaba el concepto de cultura.

¿Cómo es posible la historia a partir de la materia de la realidad vivida e inmediata? Para Georg Simmel la elaboración de la historia “es más radical de lo que suele admitir la conciencia ingenua” advierte en su prólogo a Problemas de la Filosofía de la Historia, publicado por primera vez en 18921. Un tema central que considera, retomando el pensamiento kantiano, es el modo de dar cuenta de los hechos humanos, es la elaboración del conocimiento histórico que no se puede pensar desde los principios que dominan el conocimiento de la Naturaleza. Al respecto, Georg Simmel sostiene “Mientras se reconoce universalmente, el poder plasmador del espíritu cognoscente frente a la naturaleza, en la historia, por lo visto, este poder se hace menos perceptible porque su materia ya es espíritu; y cuando aquella es elaborada en historia, las categorías que intervienen, con su autonomía general y las exigencias que imponen a la materia, no se destacan tan nítidamente de la materia misma como en el caso de la ciencia natural” (1950;9) Para Simmel el conocimiento histórico es más que la representación de lo real, es la representación de los sentimientos, motivos, intereses y pasiones de las almas, de los individuos, que dan lugar a procesos externos –políticos y sociales, económicos y religiosos, jurídicos y técnicos; es la historia “de procesos anímicos y todos los acontecimientos exteriores que relata no son más que puentes tendidos entre impulsos y actos volitivos por una parte, y por otra, reflejos sentimentales provocados por aquellos sucesos exteriores” (1950;13) El conocimiento histórico, en consecuencia, da cuenta de la interacción entre el individuo y la sociedad, interacción en la cual la personalidad del individuo cobra centralidad en tanto los individuos interactúan según motivos (interés personal, pasión, voluntad de poder, etc.) influyéndose mutuamente de diversas maneras (cooperando, compitiendo) según ciertas formas, dentro de configuraciones sociales como el Estado, la Iglesia o la escuela, o de acuerdo con formas generales como la imitación, la rivalidad, las estructuras jerárquicas. De esta manera, los procesos políticos, económicos, sociales, culturales, religiosos, en términos simmelianos, proceden de y provocan estados anímicos. En este marco le concede un lugar significativo a la Psicología aplicada, tal como lo habían hecho Dilthey y Rickert, entendiendo que la realidad psicológica era la sustancia de la historia. Con esto rompía la idea de causa-efecto que hacía posible la definición de leyes ge1

Problemas de Filosofía de la Historia de Georg Simmel fue publicado por primera vez en 1892 por Duncker & Humbolt, Leipzig, editorial que reeditará la obra en una segunda edición en 1905. En la presente ponencia se utiliza la traducción de esta obra publicada por Editorial Nova, Buenos Aires, realizada sobre el texto de la tercera edición de 1907, en 1950.

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nerales que “enuncian que en cada fenómeno en que se cumplen determinadas condiciones previas se producen determinados resultados, independientemente de la individualidad de dicho fenómeno” (1950;14). Para Simmel, observar el comportamiento de los individuos en el pasado exclusivamente en estos términos implicaba no sólo un esfuerzo utópico sino también y, sobre todo, erróneo. “En la historia no se trata tanto del desarrollo de los contenidos psicológicos como del desarrollo psicológico de los contenidos…”(1950;16) nos advierte Simmel. Para comprender esta diferencia es necesario aclarar los términos en juego. Simmel desarrolló los conceptos de formas y contenidos en la cultura desde la Sociología. En este sentido, sostenía que tanto en el campo de la cultura como en el de la sociedad, estos dos elementos están presentes. Mientras que los contenidos son aquellos aspectos de la existencia que se determinan en sí mismos, pero que como tales no contienen ninguna estructura ni la posibilidad de ser aprehendidos en su inmediatez, por ejemplo, las disposiciones de carácter moral en las relaciones sociales como la voluntad de poder, los celos, la fidelidad, las formas son los principios sintetizadores que seleccionan elementos del material de la experiencia y que los moldean dentro de determinadas unidades, no fijas. Los objetos comienzan a objetivizarse, no necesitan ser reinventados continuamente y se acumulan formando una tradición. Dejan de responder a una necesidad práctica para transformarse en objetos de la cultura, autónomos que constituyen una forma (Levine:2002;18) como, por ejemplo, la socialización, “La socialización es la forma de diversas maneras realizada, en la que los individuos, sobre la base de los intereses sensuales o ideales, momentáneos o duraderos, conscientes o inconscientes, que impulsan causalmente o inducen teleológicamente, constituyen una unidad dentro de la cual se realizan aquellos intereses” (Simmel:2002;95) El ámbito de estudio de Georg Simmel es el de las formas sociales, que adquieren características institucionales y que son anteriores al nacimiento de la sociología. Estas formas sociales determinan si las acciones recíprocas de los individuos serán de hostilidad, solidaridad o competencia. Si no existieran esas formas, los individuos no podrían desplegar el contenido de los sentimientos que los mueven. En otras palabras, las inclinaciones, pasiones, intereses o aspiraciones de los hombres se concretan en el terreno de la acción recíproca, pero sólo porque se dan en formas específicas y adquieren características particulares. Por ello la sociedad no puede concebirse como una entidad existente en sí, independientemente de las relaciones concretas que los contenidos definen. La forma social no obedece a leyes, porque el mismo contenido o interés puede expresarse en distintas manifestaciones así como diferentes pautas pueden adoptar la misma forma social, “Subordinación, competencia, imitación, división del trabajo, partidismo, representación, coexistencia de la unión hacia adentro y la exclusión hacia fuera, e infinitas formas semejantes se encuentran así en una sociedad política, como en una comunidad religiosa; en una banda de conspiradores como en una cooperativa económica: en la escuela de arte como en una familia. Por otra parte, un mismo interés económico, por ejemplo, lo mismo se realiza por la concurrencia que por la organización de los productores con arreglo a un plan; una veces por separación de grupos económicos, otras por anexión a ellos. Los contenidos religiosos, permaneciendo idénticos, adoptan unas veces una forma liberal, otras una forma centralizada” (Simmel:2002; 97) Estas formas persisten con independencia de los individuos que a ellas se integran y que a través de ellas se expresan. Porque el Estado y la familia, la competencia y la solidaridad, no dejan de ser formas que los trascienden. La sociedad es creación de los hombres,

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sólo existe allí donde interactúan muchos individuos. Pero a la vez esas interacciones únicamente pueden expresarse en un número limitado de formas, por más que varíen históricamente. Siempre habrá competencia, aunque la competencia varía en épocas y países (Simmel:2002;100). Lo queramos o no, nuestras actitudes adoptan inevitablemente formas preexistentes o crean otras nuevas. Si somos católicos o nos convertimos a esta fe, adoptamos determinados rituales: y lo mismo pasa si nos volvemos metodistas o budistas. Ni la religiosidad personal ni ninguna religión particular, monoteísta o politeísta, puede eludir las formas. Esto es aplicable a cualquier otra actividad humana, sea política, económica, artística o mundana. La vida cotidiana está en sí misma gobernada por una sucesión de formas, nuestras ocupaciones laborales, nuestras comidas, nuestras actividades sociales. Sin formas, simplemente no hay sociedad porque las formas sociales son la sociedad. Frente a la idea de una historia cuya misión era ver el acontecimiento “tal como realmente ha sido” Georg Simmel advertía que todo conocimiento del pasado “es una transposición del dato inmediato a un lenguaje nuevo, con sus formas, categorías y necesidades propias”. Para Simmel, la investigación histórica no es representación de lo pasado en una repetición total e idéntica, copia mecánica; más bien, se trata de una formación de los contenidos mentales vividos y creados interiormente según exigencias apriorísticas del conocimiento. De esta manera, la verdad histórica no es una mera reproducción sino actividad “espiritual”, de aprehensión que hace de lo pasado algo que no es en sí, en pasado mismo, sino un cuadro significativo para nosotros. Para ello es menester que el historiador tenga en cuenta la historicidad, contemple su propia vida como un desarrollo histórico, aplique una mirada holística que permita dar cuenta de las fuerzas efectivamente activas que trazan itinerarios y proporcionan puntos de orientación tanto para las acciones del pasado como para la comprensión de las mismas desde sus presentes futuros.

La comprensión como método de reconstrucción histórica La comprensión, por lo tanto, es posible mediante categorías históricas que “preforman este producto histórico guiado por una idea objetiva o constituir su reflejo”, es decir, mediante la articulación entre un contenido consciente actual y los pasados, a los que está objetivamente ligado según Simmel (1950;60). Estas categorías históricas están dadas por los contenidos que son vividos por un sujeto, portador de los mismos y de su significación. Esto último permite pensar la historia, según Simmel, como historia de los individuos pero también como historia de los contenidos del acontecer, que se entretejen mutuamente. Por ello sostiene que se puede comprender lo hablado por una persona en la medida en que el objeto de conocimiento se presenta de forma uniforme para todos, tiene el mismo significado y, por lo tanto, su contenido funciona como una representación compartida social y/o culturalmente. Sin embargo, en este caso, una vez producido el conocimiento, el sujeto cognoscente y el objeto de conocimiento se vuelven a desconectar, a pesar que el contenido sigue subsistiendo en el pensamiento del investigador paralelamente con el contenido asignado en el pasado sin conservar ninguna deformación o modificación de su origen (1950;41). Pero cuando se trata de comprender a quien habla, al sujeto de la enunciación, hay que buscar el motivo de la exteriorización, el motivo detrásdel acto del habla, la intención personal, la prevención o el fastidio, el temor o la ironía; “cuando reconocemos este motivo de la exteriorización, la “comprendemos” en un sentido muy distinto de captarla en su contenido concreto; y

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sólo ahora esta comprensión no se refiere únicamente a lo hablado, sino al que habla. Es este modo de comprensión y no el primero el que interesa cuando se trata de personalidades históricas” (Simmel:1950;41-42) Se construye, en consecuencia, una imagen“como interpretación, selección, combinación de hechos psicológicos de índole individual, social, histórico-científica y artística” (1950; 42). En la captación del pasado así planteada, Simmel destaca el carácter especialmente histórico del contenido objeto de estudio que provoca una “reproducción” intelectual en la que intervienen “hipótesis causales, construcciones psicológicas, análisis y síntesis y no una repetición exacta del contenido de conciencia de las personas históricas”. Al respecto, sostiene “Si la historia tiene por misión conocer no sólo lo ya conocido, sino también lo deseado y sentido, esta misión sólo puede ser cumplida cuando en cualquier modo de transposición psíquica, lo deseado también es deseado y lo sentido también es sentido. Pues sin esto la experiencia real que precedió en un momento cualquiera no llegaría a constituir la condición bajo la cual se produce exclusivamente lo que llamamos comprensión” (1950;42). No se trata de empatía entre el investigador y el sujeto investigado, más bien de articulación de subjetividades separadas en tiempo y espacio, pero articuladas a partir de contenidos culturales y sociales proyectados a través de representaciones que inciden tanto en el yo investigador como en el no-yo investigado. Aparece, en consecuencia, el punto de vista “… que necesita nuestro conocimiento para formar una imagen suficiente” (1950;64) y que conduce a pensar que “toda ciencia histórica particular posee un concepto particular de verdad” (1950;65), dado que las configuraciones que de ella surgen son el resultado de una multiplicidad de condiciones apriorísticas.

El objeto de la construcción histórica: los contenidos de la cultura Según Simmel el conocimiento histórico tiene dos intereses elementales.El primero de ellos, el contenido histórico, que para Simmel, está relacionado con la trabazón de destino y energías personales, la proporción de voluntad empleada eficaz o ineficazmente, la medida de realización en cada individuo y en los grupos, el ritmo de ese juego inabarcable de ganancia y pérdida, el atractivo de la inteligibilidad y de la ambigüedad con que la existencia anímico-histórica compensa a nuestra alma la imposibilidad de conocerla de inmediato y la necesidad de recrearla en sí mismo. Un problema central en relación al contenido del acontecer es la asignación del carácter significativo del contenido. Se trata de responder a la pregunta acerca de ¿Qué es lo interesante del pasado que amerita el interés del historiador? Para responder este interrogante Georg Simmel apela al concepto de umbral de la conciencia histórica.Con este concepto Simmel explora la relación entre sujeto cognoscente y objeto en relación a la historia, comprometida desde lo teórico-científico con la importancia asignada a la dimensión y cantidad de consecuencias que tienen algunos hechos del pasado que ameritan que se los considere históricos. En esta lógica sostiene que los hechos del pasado “se hacen históricos en la medida en que vemos emanar de ellos haces de consecuencias. Tales series infinitamente variables y que se entrecruzan infinitas veces constituyen, en definitiva, la masa compacta que nosotros llamamos sencillamente “la historia” y el sentimiento de la significación

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histórica, diferenciada específicamente de todas las demás significaciones o valores, es, frente a un fenómeno, más o menos grande, en la proporción en que sus efectos se entretejen en este complejo por cierto con límites fluctuantes, y se descompone en provincias relativamente separadas, por más que su núcleo aparezca perfectamente nítido” (1950;155). Pero aclara que la significación histórica no se constituye por la multiplicidad de consecuencias sino que sedespierta en el historiador como sentimiento particular, como “reacción histórica” (1950;156) frente a ciertas ordenaciones, entretejimiento, ampliación de los datos, “para que la conciencia histórica entre en función” (1950;157). El segundo interés del conocimiento histórico está relacionado con la realidad de los contenidos históricos. El umbral de la conciencia histórica está vinculado con esa realidad en la medida en que la misma se cruza con las significaciones del contenido estudiado, “allí donde concurren ambos (conciencia histórica y significación de contenidos) nace el interés específico para la realidad de determinadas series escogidas de acontecimientos, personas, circunstancias que fundamenta la investigación histórica” (1950;162) La historia tiene objetos existentes a los que puede aplicarse inmediatamente una significación propia y diferencial, “cuanto más profundamente se nos revelan los fenómenos que llamamos históricos, tanto más rica en sentido nos resulta su individualidad, tanto más nos aproximamos al punto secreto del que surge la cualidad total de la personalidad como un mundo cerrado en sí, independiente frente al resto de la realidad. No cabe duda que las esferas de lo universal y de lo particular alternan tanto en el dominio de la naturaleza como en el de la historia, es decir, que el problema consiste en buscar tras de toda universalidad descubierta, mediante un análisis más minucioso, la diferenciación individual y reducir a su vez a cada una de estas a leyes y tipos generales, y hacer alternar así a ambos principios como principios heurísticos” (1950;164).

Individualidad y leyes históricas o el problema del laberinto y los hilos de Ariadna Simmel objeta trabajar las leyes de la historia como simple relación de causa-efecto orientada por el principio de causalidad eficiente y propone considerar la complejidad de los acontecimientos del pasado atendiendo las dificultades que presenta la misma. Entre estas dificultades menciona las formas de conceptualización en tanto que, “cuando creamos nombres unitarios para manifestaciones muy complejas o para operar con ellos en la vida práctica y en el conocimiento” (1950;89) se corre el riesgo de perder de vista otros factores como el azar, la interioridad, la productividad, la necesidad de conexiones variables atendiendo lo temporal. En segundo lugar considera las categorías axiológicas que se ponen en juego en la investigación y que “nos engañan porque sólo ponemos el acento sobre un único elemento de tales complejos, el que nos interesa esencialmente, y tramamos como insignificantes a los demás que en el acontecer real están confundidos con aquél y sin los cuales objetivamente nunca hubiera logrado la estructura que nos interesa” (1950;89). Se está, en consecuencia, frente a un problema gnoseológico. Simmel discute el principio de causalidad como ley general en términos de las ciencias naturales. Sostiene que hay que distinguir lo que se considera sucesión de los estados o ley del desarrollo histórico, aquí discute con Comte, Spencer y Marx, que implican comprobar y describir nada más que una sucesión regular de fenómenos en la superficie de la vida histórica, de los movimientos

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que se desenvuelven por debajo del fenómeno, que responden a leyes inferiores y que se sintetizan en un acaecer total, el cual resulta en el hecho fundado y no fundante (1950;99). Teniendo en cuenta que a Simmel le interesaba observar las relaciones entre individuo y sociedad poniendo énfasis en el individuo incorpora la noción de “individualización de la causalidad” como referencia a totalidades subjetivas. En este sentido sostiene “si la individualidad de cada hombre es absolutamente incomparable con la de otro o lo es justamente en lo fundamental, es imposible llegar a los mismos supuestos que podrían dar materia para una ley general” (1950;92) ya que “el ser distinto, la unicidad cualitativa de cada uno de los individuos, tiene una profunda significación histórica, social y hasta metafísica, pero no agota el sentido último de la individualidad regida por una ley propia” (1950;93). La individualización de la causalidad sólo es posible conocerla no en sí misma sino por su diferenciación cualitativa en relación a otras conductas coexistentes. Aquí radica la importancia de la historia como proceso legal. Poniendo al individuo en el centro de la escena Simmel observa la sociedad a partir de la interrelación del individuo con otros individuos, en los grupos y en la sociedad en general. Su interés está en la observación del individuo como ser social en los distintos órdenes del quehacer social. De allí que sostenga que toda sociedad es un conjunto de desiguales. “El alma individual es el elemento de los sucesos históricos, después del cual no existe otro más sencillo” (Simmel:2002;101), en ella se reúnen todas los contenidos sociales desarrollados en el tiempo. Para comprenderla es necesario conocer las leyes históricas entendidas como “anticipación del conocimiento exacto de los procesos históricos… significativas no como punto culminante del conocimiento, sino como punto de partida o de transición del mismo. Mientras no conozcamos las leyes que expresan las relaciones reales de las partes más pequeñas que constituyen la vida histórica, nos atenemos a determinadas regularidades de su superficie; sin descender a ellas, sintetizamos los fenómenos en reglas abstractas, que por cierto no explican nada en sentido más profundo, pero que sin embargo proporcionan una primera orientación sobre la totalidad de la vida histórica y que, gracias a diferenciaciones paulatinas y observaciones y análisis progresivos de los fenómenos, permiten una aproximación a las leyes del movimiento de los elementos” (1950;106) Para Simmel cada personalidad tiene una cualidad particular que la diferencia de otras personalidades; no es modificación del dato primario, más bien se trata de algo único sin lo cual no pueden regir las leyes generales, “válidas análogamente para todas las almas y se originarían los fenómenos psíquicos empíricos… distintos en cada individuo, pero al mismo tiempo cada individuo constituiría sólo un analogon del todo…” (1950;15) Estas leyes son las leyes de asociación de representaciones, de umbral diferencial, de proceso volitivo, de la apercepción y de la sugestibilidad (1950;15) que permiten conciliar la validez de leyes psicológicas con la singularidad de los individuos históricos mediante la existencia de un a priori real, una estructura de formas de sentimientos y comportamientos preexistente y compartida entre los individuos que actuaría como guion y determinaría el producto resultante. Esa estructura permite, en el marco de la interacción social, construir las expectativas de los individuos involucrados, es decir, la estructura de formas y comportamientos preexistente se constituye en “… un a priori de toda relación cognoscitiva y práctica entre un sujeto y otros sujetos” (1950;20). Y esto es posible en la medida en se admita un principio de identidad que implica que “toda experiencia como tal siempre lleva a ver cada vez más seguramente que a determinadas expresiones de otra persona le siguen otras igualmente determinadas” (1950;29). En este sentido, Simmel habla de `representaciones apriorísticas´

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donde el a priori, lo dado ya socialmente, tiene una función dinámica y real que “está investida o cristalizada en un resultado objetivo final, el conocimiento” y cuya significación está dada por “su eficacia para construir nuestro mundo cognoscitivo” (1950;21). En tal sentido brinda un ejemplo “Se puede afirmar que un cronista rara vez relata el desarrollo de un suceso al que asistió tal como lo vio. Lo confirman todos los testimonios, todas las crónicas sobre disturbios callejeros. Con la mejor intención de ser veraz, el narrador añade a lo sucedido detalles que completan el hecho en el sentido que atribuye a lo que realmente ha ocurrido, y también el que lo oye, según la medida de su propia experiencia y de la fantasía que la determina, siempre verá más en su espíritu que lo que en rigor se le dice”(1950;21) La experiencia individual y social es fundamental en estas consideraciones de Simmel y tienen una injerencia fundamental en el conocimiento histórico ya que “estos supuestos de la vida diaria se dan más completos y con mayor intensidad que en cualquier otra ciencia en la investigación histórica, que los acoge sin ningún examen ni método” (1950;22).Por ello mismo y rompiendo con la concepción de ley del naturalismo Simmel sostiene que es necesario excluir del concepto de historia el concepto de ley “como formulación de energías puras” (1950;117). Reducir la explicación del acontecer histórico a un esquema causal teleológico definido a través de leyes sería simplificar el conocimiento de lo histórico a lohomogéneo, impersonal y, por lo tanto, intemporal perdiendo el principio de diferenciación e individuación que lo fundamenta. Para Simmel el conocimiento histórico es más bien un “conocimiento intermedio” entre lo general y lo particular, un conocimiento que va más allá de un ida y vuelta entre la empiria y el constructo legal que da cuenta de los hechos históricos y los ordena. En este último caso, los hechos son estudiados en sus procesos básicos reales y sus resortes individuales y referidos al concepto de diferenciación para desde allí “conocer los diversos grados y especies en que ésta [la diferenciación] se desenvuelve, la regularidad con que se manifiesta, su enlace con otros conceptos que sintetizan los procesos primarios de la misma índole, como ser el de la libertad, ritmo de desarrollo, conciencia colectiva, forma y contenido de los movimientos sociales, reducción de los mismos a los productos objetivos del derecho, de la ética, de la técnica y muchas otras”(1950;121-122). Esta construcción se expresa a través de conceptos que no son puros conceptos generales ni símbolos puros que representan un sistema de signos sin ninguna relación de contenido con ellos, más bien constituyen una nueva configuración que puede asumir distintas formas: • Configuraciones según relaciones de causalidad que busca construir tipos • Configuraciones según sucesión temporal de las percepciones que busca conceptos en los cuales converja una imagen nueva • Configuraciones de totalidades sociales donde lo particular y singular pasa a ser su resultado visible. Georg Simmel no niega la importancia que tienen estos tipos de configuraciones para el conocimiento teórico-científico. Más bien argumenta la necesidad de que el mismo, en el caso de la historia, necesita ser articulado y completado con la reflexión filosófica, con la filosofía. Y en esta argumentación se fundamenta en los fines que las distintas ciencias sociales que se estaban consolidando como conocimiento científico en la época desarrollaban, a saber: otorgaba máximo crédito a la psicología, porque la sociología no está en condiciones de explicar la actitud particular y concreta de un individuo en un grupo; por otro lado, la

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psicología es incapaz de explicar una estructura o forma social como el Estado, porque este es algo más que la suma de los individuos que lo componen y distinto de esa suma. Pero investigar en historia es otra cosa para Simmel. Implica ver la articulación entre individuo y sociedad, como se ha estado reiterado anteriormente. Y para ello la investigación histórica no puede abandonar el campo de la filosofía porque, en definitiva, “La práctica de la empiria como la de la especulación de la historia reúne sus categorías o métodos ya descritos con otro camino que la teoría del conocimiento ve correr en una dirección divergente y cuyos fines podrían ser denominados, en síntesis, como el sentido de la historia” (1950;135) Al historiador le interesa el comportamiento del dato real e inmediato frente a las categorías teoréticas del sujeto que conoce. Sin embargo, el contenido del material con el que trabaja el historiador tiene particularidades que el conocimiento científico no llega a cubrir totalmente. En principio, “la historia es la suma de singularidades empíricas” (1950;136) explicita Simmel lo cual plantea las siguientes preguntas, ¿posee el todo una esencia y una significación que no posea ninguna singularidad? ¿Qué ser absoluto, qué realidad trascendente se halla detrás del carácter fenoménico de los datos empírico-históricos? ¿Qué acentos y articulaciones adquiere el contenido de la historia por los intereses no-teoréticos del historiador? ¿Sobre qué criterios el historiador realiza la valoración de los datos históricos? Buscar respuestas a estas preguntas implica una reflexión filosófica según Simmel ya que “Si todos los hechos de la historia nos fueran íntegramente conocidos, y sin ningún error, y si para ello nos estuvieran reveladas todas las leyes que rigen a cada átomo corpóreo y a cada representación en su relación con todas las demás, no por eso quedarían resueltos evidentemente los problemas en cuestión” (136) Y un problema central en este sentido es, para Simmel, la cuestión de la realidad absoluta que subyace a toda historia, como el objeto en sí bajo lo aparente ya que hay “… una relación que existe entre la totalidad de la historia y un principio que de alguna manera la trasciende” (1950;137), retomando el viejo problema kantiano sobre el conocimiento histórico. Esta relación estaría dada por los intereses no-teóreticos del historiador vinculado a sus valores, a sus sentimientos, a su experiencia de vida, a su contexto presente “La reflexión teleológica vivifica la imagen histórica aun cuando la individualización de las almas o su igualación, cuando la riqueza de configuraciones objetivamente espirituales o el perfeccionamiento ético, cuando la intensificación del caudal de felicidad o la disminución posible de la suma de sufrimientos son aducidos como finalidad o sentido de los movimientos históricos” (141) No se trata de una valoración en abstracto; lo que Simmel argumenta es la significatividad de los fenómenos, “prescindiendo totalmente de la posición que ocupan dentro de alguna de las auténticas escalas de valores” (1950;144). No establece una analogía entre valor y significación, al contrario, diferencia estos conceptos. Sostiene al respecto, “desde el punto de vista puramente conceptual tiene que significar algo, o tiene que significar algo para alguien… el fenómeno es, en esa medida, simplemente `significativo´para nosotros”(1950;144). No se trata de que los fenómenos sean morales o inmorales, gratos o ingratos, fuertes o débiles sino de la significación moral o inmoral que tenga para nosotros. El elemento no-teórico interviene a través de otra categoría, además de la de significación, según Simmel: la consideración de lo que se entiende por extremo y su correlato, lo típico. Observar y comprender los grados extremos de escalas de cualidades en que se pueden manifestar los fenómenos humanos que permite descubrir esa “secreta afinidad”

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constituyen, según el filósofo-sociólogo alemán, un ámbito de interés que trasciende lo teorético. Lo mismo ocurre cuando se busca comprender lo típico. Lo que predomina en estos casos es una comprensión del sentido de la historia como intensificación en todas direcciones hacia los extremos y una coordinación ideal de los fenómenos de tal manera “que hombres, hechos y estados particulares sean representantes de todo un círculo de otros parecidos” (1950;146). Tanto la consideración de los extremos como de lo típico orientan a una “metafísica de la historia [que] puede construir significaciones exteriores a este cuadro histórico nada más que exacto, en que los fenómenos extremos, lo mismo que los términos medios, los típicos lo mismo que los enteramente individuales, se producen por una necesidad indiferente, no diferenciada interiormente” (146)

La configuración histórica como obra de arte Simmel insiste en diferenciar la teoría del conocimiento histórico de la investigación histórica. Mientras que la teoría del conocimiento histórico se atiene a dos intereses fundamentales: el contenido histórico y la realidad de los contenidos históricos, la investigación histórica se nutre de ambos para construir los cuadros del pasado. Por un lado, está el individuo `ansioso de saber´, de comprender el mundo, “que acoge pasivamente elementos culturales” (1950;149) Por el otro, el `investigador productivo´, “que llega a un caudal mucho menor de saber que el que durante el mismo tiempo obedece a un mero impulso de saber” (1950;149). El investigador selecciona su objeto de estudio a partir de un impulso de trabajo, que está determinado por motivos no-teoréticos, porque su motivación radica en producir el saber, “… lo decisivo y lo determinante de cada fin de conocimiento particular [en este caso, la historia como campo de investigación] lo constituye más bien la tendencia hacia una productividad máxima que subordine la selección de los objetos de conocimiento a la disposición personal, por `objetivo ´que sea el proceso de conocimiento y por orientado que esté hacia la pura teoría, una vez que ha sido determinado por ese elemento que lo trasciende” (1950;149) ¿Por qué ese impulso de trabajo hacia el pasado? Para responder a esta pregunta es necesario retomar el pensamiento simmeliano sobre la relación pasado-presente-futuro. Para Simmel la vida es continuo fluir. Pero ese fluir no es necesariamente lineal a pesar de que la fórmula lógica de pasado, presente y futuro se presenta como tal, “el pasado, con el fragmento que lo une al momento presente, no ha pasado para nosotros, y el futuro, con un trozo que parte de este momento, no es una simple anticipación ideal, sino que está realmente saturado por nuestra vida. Lo decisivo en la práctica es esa orientación prospectiva hacia el futuro…” (1950;236) La creación de la historia invierte, en consecuencia, este movimiento hacia adelante marcando la diferencia entre la forma de la historia y la forma de la vida, diferencia amenazada por deformaciones: “Dentro del lapso considerado histórico rige la ordenación orientada hacia el futuro correspondiente, y su carácter efectivo se continúa temporal y objetivamente en la realidad vivida actualmente; desde el punto de vista espiritual-histórico es generado o acogido en su totalidad por la corriente vital del investigador histórico – y, no obstante, exige la paralización de ese ritmo que lo impulsa hacia adelante, que implica toda representación al

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servicio de la vida, y subsiste, en lo cerrado de su presencia, por la forma espiritual apriorística que no tiene fundamento ulterior: la significación del pasado como pasado” (1950;238) Para Simmel la estructura interior del complejo histórico deriva de la forma temporal de la vida, si bien la comprensión histórica está esencialmente vinculada al conocimiento de sus consecuencias, esta comprensión se completa si se tienen en cuenta sus antecedentes internos y externos. Los motivos, los intereses, las pasiones que provocan la acción se combinan con las consecuencias que “de hecho son las que realmente anuncian la significación plena de la acción o, mejor dicho, la constituyen” (1950;240). Sin embargo, Simmel advierte que esta forma de comprensión por las consecuencias acarrea múltiples modificaciones dentro del conocimiento histórico dependiendo de la inmediatez del acontecer observado. Mientras más lejano en el tiempo está el acontecer más se lo comprende en relación al acaecer general. Pero cuanto más cercano está, su comprensión depende más de las causas y, por ende, “lo determinante son la impulsividad y la disposición anímica del que obra” (1950;240) En este juego de fuerzas temporales la historia presenta, en términos simmelianos, el viraje de la vida y la promoción del futuro, “el producto espiritual historia descansa sobre el valor del pasado puesto en evidencia; en vez de servirle a la vida, la vida –como espíritu- está a su servicio y en cierto modo se hace retrógada. El pasado así captado, en cambio se explica en una imagen que se comporta frente a la vida de un modo peculiar, como continuación y como contraste… en su expresión radical, entendemos al momento vivido sólo por su pasado, al momento histórico por su futuro…” (1950;242) El viraje de la vida, aquel que permite identificar un acontecimiento o suceso como momento de quiebre del fluir, momento que marca un antes o un después, puntos de cristalización del tiempo que fluye hacia adelante convive con otro tipo de cristalización, la de lo animado y móvil que abarca lapsos más extensos. Desde esta concepción Simmel identificaba el concepto de “estado”, entendido como abstracción deducida por un contemplador como algo común en los sucesos, a veces extremos, que forman una unidad de carácter estable, como determinación; “aquella reducción de múltiples sucesos actuales al común denominador estado, que los contiene o abarca como su causa o efecto co-existente, implica la peculiar necesidad, intelectual en la práctica, de considerar a lo desigual como si fuera igual” (1950;246) El estado es, en consecuencia, una configuración cuya estructura peculiar se caracteriza “porque su contenido existe en las diferentes realidades junto a todo aquello en que no deben ser comparadas, y no obstante abarca a estas realidades como totales y así las presenta, constituyendo una totalidad, dentro de la cual son `iguales´. La índole especial por la que el `estado´ presenta lo desigual como si fuera igual, tiene quizá su prototipo en la forma de la vida personal inmediata” (1950;248) Es decir, vinculando los aspectos exteriores del acontecer y los fragmentos materiales de las vidas individuales se configura un cuadro, el estado, con el cual el yo se siente más cercano que con el suceso individual y sacado de contexto para su observación. Esta trama construida representa el fondo común de la conciencia histórica en “una proporción mayor que la que suele tener en la conciencia del presente y en los contenidos actuales” (1950;250). De esta manera, Simmel distingue la conciencia histórica de la memoria individual ya que en la primera se establece una relación compleja que tiene en cuenta el tiempo, los sistemas de causalidad, la continuidad cualitativa de los contenidos y el sentido de la historia desde una reflexividad del historiador,

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“utilizando los términos en el sentido medular de su verdadera raíz podría decirse que en cuanto la conciencia del estado comienza a predominar sobre la conciencia del suceso o a acentuarse dentro de ésta, se ha dado el primer paso hacia la forma histórica de la vida; y cuando esto ocurre con respecto a la propia vida, creamos una base para lo que suele ocurrir constantemente: el ser historiadores de nosotros mismos”(1950;251) La producción de conocimiento de la historia se asemeja, en consecuencia, a una obra de arte ya que construye una imagen, un cuadro que “se realiza cuando dentro de sus límites (superiores, inferiores, laterales) los contenidos se estancan, diríamos, o se cristalizan a modo de marco, o sea la configuración del acaecer y de la vida inmediatos por medio de un a priori, cuya constitución o cuyo resultado expresamos diciendo que abarcamos ese complejo con una mirada interior, mientras que su representación inmediata, no histórica, no se supedita a la categoría espiritual de “una mirada única” sino que se desliza en la conciencia en forma continua, paralela al tiempo…” y esto rige para las creaciones propiamente objetivas y “rige allí donde no sólo somos la vida, sino donde también la tenemos” (1950;253).

A modo de conclusión Georg Simmel puede ser ubicado en su reflexión filosófica sobre la historia en la segunda fase de la filosofía de la historia desarrollada a fines del siglo XIX según la propuesta de Daniel Brauer (2009). Esta segunda fase, Hermenéutica, se preocupa, según Brauer, por el modo de dar cuenta de los acontecimientos humanos: delimitar el campo propio de la disciplina frente a las ciencias naturales fue un problema central en las obras de Windelband, Rickert, Dilthey y, posteriormente, de Collinwood. Pero también lo fue de Georg Simmel. A diferencia del resto de los pensadores que se orientaban a diferenciar el conocimiento histórico del conocimiento científico que comenzaban a producir las ciencias sociales sobre el esquema naturalista, Simmel intentará, aún con los problemas de articulación que esto representa, pensar la historia en su relación con la Sociología y la Psicología. Anhelando una visión holística del acaecer histórico que de cuenta de lo singular y de lo general, del individuo y de la sociedad, pero sobre todo, de las relaciones recíprocas entre ambos, Simmel propone una reflexión filosófica en la que predominan los problemas relacionados a las decisiones y a las operaciones que tenía que hacer el historiador para investigar sobre un objeto de estudio que se presentaba inestable ante la teoría del conocimiento con fundamento naturalista y ante la práctica misma de una disciplina que reconocía distintas tendencias en la época. Más allá de contextualizar la obra de Simmel sobre la filosofía de la historia en los debates de la época lo que ha interesado fundamentalmente ha sido la reactualización de la discusión sobre los problemas fundamentales de la historia, sobre su objeto de estudio, sobre los procedimientos para el conocimiento del mismo, sobre el rol del sujeto cognoscente, todos estos problemas a los que se enfrenta el historiador en su actividad cotidiana. Para Simmel la relación entre sujeto cognoscente y objeto a conocer en el estudio de la historia era fundamental porque en esta relación se dirimían cuestiones como el sentido de la historia y la representación histórica, la consciencia histórica y la significación de lo histórico. Discusiones ontológicas, epistemológicas, filosóficas y metodológicas claves para toda disciplina científica, también para la historia, porque implica asumir una actitud de vigilancia epistemológica que garantice el objetivo de toda ciencia, el descubrimiento y no ya de mera reproducción del conocimiento. En este sentido, merece recordarse lo que en 1912 Georg Simmel le escribió a la esposa de Max Weber en una carta: “Ahora giro las velas y busco una

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tierra todavía no pisada. El viaje podrá incluso concluir antes de alcanzar la costa. Al menos no me sucederá como a muchos de mis compañeros, que se encuentran tan cómodos en su nave, que llegan a pensar que la nave misma sea la tierra buscada”

Bibliografía consultada Brauer, Daniel (2009) “Introducción. La reflexión filosófica en torno del significado del pasado y el proceso de configuración de sus principales temas y problemas” En Brauer, Daniel (Ed.) La historia desde la teoría.Una guía de campo por el pensamiento filosófico acerca del sentido de la historia y del conocimiento del pasado, Volumen 1, Prometeo Libros, Buenos Aires. Habermas, Jürgen (2002) “Epílogo: Simmel como intérprete de la época” En Simmel, Georg, Sobre la aventura. Ensayos de estética, Ediciones Península, Barcelona. Levine, Donald N. (2002) “Introducción” En Levine, Donald N., Sobre la individualidad y las formas sociales. Escritos escogidos, Universidad Nacional de Quilmes. Simmel, Georg (1950) Problemas de la Filosofía de la Historia, Editorial Nova, Buenos Aires. Simmel, Georg (2002) “El problema de la sociología” En Levine, Donald N., Sobre la individualidad y las formas sociales. Escritos escogidos, Universidad Nacional de Quilmes.

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El concepto de “tiempo” en el marco de las reconstrucciones de la Historia de la Historiografía de la Ciencia -María Virginia Elisa Ferro[Universidad Nacional de Río Cuarto - Facultad de Ciencias Humanas – Facultad de Ciencias Exactas, Físico Químicas y Naturales] ([email protected]; [email protected]; [email protected])

Introducción En el presente trabajo se discute el concepto del “tiempo” en historia desde enfoques procedentes del ámbito de la Filosofía de la Ciencia, tales como Teorías de la Complejidad y Metateoría Estructuralista. En segundo lugar se analiza la aplicación de este concepto en la reconstrucción de la Historia de la Historiografía de la Ciencia. Se sostiene por un lado, la coexistencia de conceptos que abarcan un espectro muy amplio de uso, desvaneciéndose la discusión entre la prevalencia de sincronía y diacronía clásicas. Por otro lado, un rastreo en el ámbito de la Historia de la Historiografía de la Ciencia, nos brinda la posibilidad de evaluar hasta qué punto es posible adherir a una visión continuista o discontinuista. Desde las investigaciones que marcaron una nueva “captura” del Tiempo de Ilia Prigogine, y la disputa con Jaques Monod; hasta las distinciones propuestas por Balzer, Moulines y Sneed, se corresponden con nuestra primera elucidación, y el recorrido de autores clásicos de la Historia de la Historiografía de la Ciencia ocupan nuestra atención en el segundo caso. Más de una mirada del tiempo: Para Jean Pucelle (1976), cabe distinguir: el tiempo vivido (biológico, psicológico o social); del tiempo físico y la duración consciente (medición del tiempo, sucesión simultaneidad, duración, instante, continuo y discontinuo; cíclico y orientado; irreversibilidad); del tiempo histórico: congelado (estratigrafía y cronología), del relato, y del acontecimiento. Del tiempo y la eternidad (en relación a la vida espiritual). Se trata de capturar el tiempo en función de distinciones disciplinares tradicionales e irreconciliables. Para Toulmin y Goodfield (1968), el descubrimiento del tiempo tiene que ver con una serie de cuestiones, tales como: “¿Cuáles fueron los elementos de juicio que condujeron a los hombres a reconocer y admitir la mutabilidad de la naturaleza? ¿Cómo han podido establecer todos esos objetos y sistemas que de ordinario parecen tan estables estuvieron, en épocas pasadas, compuestos y ordenados de manera muy diferente?, ¿Cómo han elaborado escalas del tiempo de estos cambios y han demostrado los procesos que los han producido? ¿Contra cuáles concepciones alternativas y rivales han debido afirmarse las concepciones modernas? ¿Y cuál era la apariencia que presentaban realmente los argumentos en la época en que los problemas estaban aún sujetos a serias dudas? (Toulmin y Goodfield. 1968: 21) En el caso antes citado, el tiempo es enfocado como inferencia, como proceso interno susceptible de ser analizado como forma de razonamiento, siguiendo una exposición lineal

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desde el recuerdo y el mito, pasando por la autoridad de las escrituras a la historia y la física. En Davies (1996), el tiempo de la física es el centro del estudio, los cambios de concepción entre la visión de Newton a Einstein (entendidas como dos culturas); y la Teoría de Hartle-Hawking. Finalmente, la revolución inacabada, en relación con los vínculos entre Historia de la Ciencia y Filosofía. “David Deutsch comentó en cierta ocasión que la historia de la ciencia es la historia de la física secuestrando temas de la filosofía” (Davies. 1996:288). Y algunos de los enigmas no resueltos: sobre la existencia de agujeros negros, el origen del tiempo, la edad del universo, la flecha del tiempo o el flujo del tiempo (mente o materia). Justamente desde el paradigma de la complejidad o teoría de los sistemas complejos, Ilia Prigogine es el exponente para mencionar sobre estudios en el tema del tiempo. Pero, ¿cómo se plantea Prigogine el origen del tiempo? “El tema de mi disertación concierne a una pregunta clásica: el tiempo, ¿tiene un “inicio”?. Sabemos que Aristóteles, al final de un análisis sobre el instante, concluía con la tesis de que el tiempo es “eterno”, y que en realidad no se puede hablar de que tuviera un “inicio”. Otras concepciones, por ejemplo las de la tradición bíblica, han llevado a ciertos filósofos a la idea de que el tiempo ha sido creado en cierto momento, como las otras criaturas; tal fue, por ejemplo, la opinión de Moisés Maimónides. Pensadores como Giordano Bruno y Einstein creían, por su parte, en un tiempo eterno” (Prigogine. 1991:43) Lo que nos muestra Prigogine es la creación arbitraria de un concepto anidado en una tradición de pensamiento, convergente con la visión de una disciplina científica ejemplificadora en el ámbito de la Filosofía e Historia de la Ciencia clásica: la física, y en especial, la astronomía. Lo curioso, es que Prigogine se enfrenta con el tiempo desde la termodinámica, esto lo hace especial, y todo tipo de discusión contemporánea se debe la no menos célebre discusión con Jaques Monod, desde la biología .La termodinámica la permite introducir conceptos vinculantes a nivel microscópico y macroscópico: uno de ellos, la irreversibilidad, otro: la entropía. “…el segundo principio afirma que existe una función, la entropía, que podemos descomponer en dos partes: un flujo entrópico proveniente del mundo externo, y una producción de entropía propia del sistema considerado. Es esta producción de entropía interna la que siempre es positiva o nula, y que corresponde a los fenómenos irreversibles; todos los fenómenos biológicos son irreversibles” (…) “la irreversibilidad corresponde a la disipación, al desorden” (…) “la producción de entropía contiene siempre dos elementos “dialecticos”: un elemento creador de desorden, pero también un elemento creador deorden, y los dos están siempre ligados”. (Prigogine.1991:47-48) Pero es justamente la inestabilidad dinámica la que da origen a las nociones de probabilidad e irreversibilidad. Y a continuación su ligazón con el tiempo: “¿Cuál es el papel del tiempo? Tenemos el tiempo astronómico, el tiempo de la dinámica, y dado que dentro de nosotros se desarrollan continuamente reacciones químicas, tenemos también un tiempo interno” (…)” Con la vida, la situación cambia radicalmente; con la inscripción del código genético tenemos un tiempo interno biológico que prosigue a lo largo de los miles de millones de años de la vida misma, y este tiempo autónomo de la vida no sólo se transmite de una generación a otra, sino que su mismo concepto se modifica” (Prigogine. 1991: 94).

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Pero, lo dicho desafía cualquier artificio construido hasta el momento para tomar el tiempo: desde la clásica visión de pasado, presente, futuro; hasta todo intento por establecer periodizaciones y cronologías. Deja de tener sentido la duración, la intensidad, los cambios y las continuidades; la decadencia, el progreso y el retorno. (Levinas. 2008). Desde la metateoría estructuralista, el tiempo se ha segmentado siguiendo un canon clásico metodológico: sincronía y diacronía; la arquitectónica de la ciencia, solo puede moverse en estos sentidos, introduciendo nuevos términos para rescatar las relaciones entre modelos: “condiciones de ligadura”, “redes teóricas”, “holones”. (Balzer, Moulines y Sneed. 2012). Siguiendo a los autores antes mencionados, el tipo más simple de estructura conjuntista que sirve para reconstruir lógicamente una teoría empírica es el “elemento teórico”, y se identifica con el par ordenado consistente en el núcleo K y el campo de aplicaciones propuestas o intencionales I: T=[K, I]. El núcleo K, que constituye la identidad formal de una teoría. El núcleo K = [Mp, M, Mpp, C,L ] Donde Mp simboliza la clase total de entidades que satisfacen las condiciones que caracterizan matemáticamente al aparato conceptual de la teoría (“axiomas impropios”, “caracterizaciones” y “tipificaciones”) y se denominan modelos posibles o potenciales de la teoría. (Estructuras sobre las que podemos preguntarnos si son modelos, ya que no se sabe si efectivamente lo son). M simboliza a las entidades que satisfacen la totalidad de las condiciones introducidas, es decir, que además satisfacen a la(s) ley(es) fundamental(es) o axiomas propios, y se llaman modelos actuales o modelos de la teoría. La distinción entre los conjuntos Mp y Mpp, refleja los dos niveles conceptuales (el nivel de los conceptos T-teóricos, o específicos de una teoría) tanto como (el nivel de los conceptos T-no-teóricos, o conceptos tomados de otra teoría). Los modelos potenciales parciales describen mediante conceptos no-teóricos o “empíricos” a la teoría, los sistemas posibles a los que es concebible aplicar dicha teoría son la “base empírica” de la misma, en sentido relativo. Su clase total se simboliza por Mpp. Los modelos de la teoría están interconectados entre sí, formando una estructura global; a esas relaciones “inter-modélicas” se las denomina “condiciones de ligadura” y conectan de determinadas maneras fijas los valores que pueden tomar las funciones correspondientes de diversos modelos. Su clase total se simboliza por C. Las distintas teorías están por lo general relacionadas entre sí, la clase total de dichas relaciones inter-teóricas, denominadas vínculos se simboliza por L. Las relaciones globales entre teorías, tales como la reducción, la equivalencia, la inconmensurabilidad, la especialización, la teorización, la aproximación, el refinamiento, se asumen como constituidas por vínculos. Todo elemento teórico, está dado no solamente por el núcleo K sino también por el campo de aplicaciones propuestas o intencionales I. Se trata de aquellas aplicaciones propuestas por sistemas empíricos a los que se quieren aplicar las leyes fundamentales. En primer lugar deben concebirse estos sistemas en el lenguaje teórico (ser representados como una estructura del tipo de modelos parciales, o una estructura que es compatible con el elemento teórico, pero que no lo presupone. En éste sentido I ⊆Mpp es lo que puede ser dicho sobre el conjunto I de aplicaciones propuestas desde un punto de vista estático y semántico. El campo I es un conjunto abierto, que no puede ser definido mediante la introducción de condiciones necesarias y suficientes para su pertenencia y cuya extensión no puede ser dada de una vez y para siempre; es un concepto pragmático y diacrónico.

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Algunos tipos de teorías científicas pueden ser reconstruidas mediante un elemento teórico, como también las teorías individuales deben ser consideradas como agregados de varios elementos teóricos o redes teóricos. Muchas teorías pueden poseer leyes de distintos grados de generalidad dentro del mismo marco conceptual. Las leyes fundamentales son las que valen en todas las aplicaciones propuestas, y se diferencian de las leyes especiales, por cuánto tienen validez en algunas de las aplicaciones propuestas. Las leyes fundamentales representan líneas directrices generales para la obtención de leyes empíricas a través de un proceso de sucesivas restricciones del predicado conjuntista originario. Las restricciones se obtienen mediante la introducción de condiciones definitorias adicionales al predicado dado. La relación entre leyes fundamentales y leyes especiales se denomina especialización. Una teoría puede ser representada como una red, en la que los “nudos” son distintas especializaciones, a partir de una elemento teórico básico, que posee la(s) ley(es) fundamental(es) de la teoría, y sus “cuerdas”, son distintas relaciones de especialización establecidas entre los distintos nudos de dicha red. Lo importante aquí es que el concepto de red teórica representa la estructura de una teoría en un momento dado o la imagen congelada de una teoría. Los aspectos diacrónicos de interés para la concepción estructuralista, se vinculan con la evolución teórica o la sucesión de redes teóricas en la que se conservan elementos constantes a lo largo de su desarrollo histórico. Tanto el aspecto sincrónico como el diacrónico son posibles en el marco de la concepción estructuralista, dado por el concepto de teoría considerada como redes teóricas, tienen partes esenciales y otras accidentales, lo que posibilita la reconstrucción de su evolución como una secuencia de cambios accidentales pero que conservan los esencial. Conclusión: Existe más de una caracterización para tratar el tiempo, descomponiéndolo a partir del trabajo disciplinario: éste continuo entre las nubes y el polvo desde los tiempos de Aristófanes, entre la Filosofía y la Historia. Más de un tiempo concebido conceptualmente, como si aún las disputas medievales nos afectaran cual nominalistas y conceptualistas. La mayor parte de las caracterizaciones del tiempo provienen de los recortes disciplinares y de las aplicaciones que a lo largo de él hemos venido haciendo. Largo ha sido el tiempo de disputas entre continuismo y discontinuismo en la historia de la ciencia, entre diacronía y sincronía, sin darnos cuenta que evocan al mismo proceso si lo viéramos en términos complejos. No se trata tampoco de la construcción de artificios mecánicos, ni de clasificaciones que nos sirven para datar o cronometrar, ya que fundamentalmente al referirnos al tiempo, tendremos que comenzar a pensar en el interno, y en la evolución continua. Nos hacemos eco de las siguientes palabras: “No volverás a mirar el reloj, ese objeto inservible Que mide falsamente el tiempo acordado a la Vanidad humana, eses manecillas que marcan Tediosamente las largas horas inventadas

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Para engañar el verdadero tiempo, el tiempo que corre con la velocidad insultante, mortal, que Ningún reloj puede medir. (Carlos Fuentes. Aurora. En: Indij.2008)

Referencias bibliográficas BALZER, W; MOULINES, C.U.; SNEED, J (2012) Una arquitectónica para la ciencia. El programa estructuralista. Edita Universidad Nacional de Quilmes. Argentina DAVIES, P. (1996) Sobre el tiempo. La revolución inacabada de Einstein. Editorial Crítica. Barcelona. INDIJ, B. (Ed.) (2008) Sobre el tiempo. La mirada Editora. Buenos Aires MOLINA ZAPATA, J. E. (2010) “El tiempo entre trayectorias y transformaciones”. Revista Investigación Universidad Quindio (20) 78-88. Armenia. Colombia. LEVINAS, M. L. (Ed.) (2008) La naturaleza del tiempo. Editorial Biblos. Buenos Aires. PRIGOGINE, I (1991) El nacimiento del tiempo. Tusquets Editores. Barcelona. PUCELLE, J: (1976) El tiempo. Editorial El Ateneo. Buenos Aires. TOULMIN, S; GOODFIELD, J. (1968) El descubrimiento del tiempo. Paidós. Buenos Aires.

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Michel Serres, otra forma de hacer Historia de la Ciencia -María Virginia Elisa Ferro[Universidad Nacional de Río Cuarto - Facultad de Ciencias Humanas – Facultad de Ciencias Exactas, Físico Químicas y Naturales] ([email protected]; [email protected]; [email protected])

“Los otros mundos no están controlados por dioses, al igual que este”. Lucrecio. Sobre la naturaleza de las Cosas.

Introducción El juego de la introducción de metáforas y bifurcaciones, presente en “El Nacimiento de la Física según Lucrecio”, se nos presenta como otra forma de hacer historia de la ciencia, una ruptura de donde emerge un estilo y una cultura. Para Serres no basta hacer las tareas del historiador, nos invita a explorar las regiones que integran la ciencia contemporánea. Pero también nos invita a pensar la dualidad: especialización interdisciplinariedad como una subversión de límites. El nuevo discurso revela lo antiguo en lo moderno, lo clásico en lo contemporáneo, y de ahí el pensar la historia de la ciencia en el marco de bifurcaciones y metáforas. Leer pensamientos modernos en las doctrinas antiguas nos proveen de caminos que unen el mito y la historia, el texto y lo real. Sobre Michel Serres: Nacido en Gerona (Francia) en 1930, filósofo e historiador de la ciencias, comenzó sus estudios en la Escuela Nava (1947) que coincide con su licenciatura en matemáticas (1949), luego estudió Filosofía en la Escuela Normal Superior (1955) y se doctoró en Letras (1968). En 1953 viaja a Inglaterra a estudiar Bertrand Russell y Wittgenstein. Su amistad con Michel Foucault se inició en el momento en que éste escribía “Las palabras y las cosas” y Michel Serres su tesis doctoral “El diálogo entre las ciencias sobre la Transmatemática de Leibniz”, en la Universidad Clermont-Ferrand. En 1969 se convierte en el primer profesor de historia de las ciencias en la Universidad de París I (Panthéon Sorbone), y en 1984 en la Universidad de Stanford. Su trabajo comienza con la historia de las ciencias (humanas y formales como estructuras temporales), continúa con Hermes, ensayos que buscan la comunicación universal entre disciplinas, ensayos literarios que se refieren al estado económico y financiero de la actualidad, textos de estética (estudios sobre Carpaccio, como también “Variaciones del Cuerpo”) y sobre la formación digital de los nacidos entre fines de los años ochenta y principios de los noventa (“Pulgarcita”), tanto como aquellos orientados a problemas de la ecología. Calloni (2003) nos invita a aventurarnos a estudiar a Michel Serres, anticipándonos la perplejidad con la que el lector se encuentra frente a las primeras páginas de un texto en el intento de comprender una intrincada trama de personajes y temas, tanto en la búsqueda de conexión lógica entre las narrativas del autor. En principio Serres se nos presenta como inédito, diferente o desfocado al andar teórico consolidado a lo largo del tiempo. Su estilo

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es hermético, erudito, poético, haciendo uso constante de las metáforas, alegorías, paradojas, reducción al absurdo. En su discurso abundan entidades de la mitología, enredándose el tiempo y el espacio. Serrés vive tres grandes revoluciones científicas de su tiempo: el paso del cálculo infinitesimal a la geometría de estructuras algebraicas y topológicas; de la mecánica cuántica a la teoría de la información y luego de la mano de Jaques Monod, el desarrollo de la bioquímica contemporánea. El estilo narrativo de Serrés muestra una inclinación por la cultura greco-romana, la formación matemática y las lecturas del evangelio. Historia de las Ciencias: De la articulación entre disciplinas Desde “El diálogo entre las Ciencias sobre la transmatemática” (Jalon.1991), Serres ha intentado establecer el citado diálogo universal con las ciencias no formales, aunque teniendo como base el estructuralismo matemático y una cadena de repeticiones del mismo modelo de análisis. “Pues, indudablemente, ya el pensador alemán había proporcionado un claro (y moderno) arte de entrelazamiento al idear un edificio capaz de incluir el mayor número de elementos. La noción de sistema, en la que hoy reconocemos la matriz de nuestras más dispares teorías, puede aún verse, según sugiere Serres, como una idea semileibniziana. Con todo, jamás debería olvidarse la distancia, generada por el devenir del pensamiento y por la Historia sin más que nos separa de esa época de entusiasmos ya lejana en la que empezó a asentarse el concepto actual de ciencia” (Jalon. 1991:14). Para Michel Serres, es posible que la ciencia sea el conjunto de mensajes óptimamente invariantes ante cualquier estrategia de traducción, siguiendo un estructuralismo estricto. De la Historia de las Ciencias Pero también, Serres es quien ha sostenido que “aprendemos a menudo nuestra historia, sin la de las ciencias”, lo que nos lleva a la separación entre historia a secas y otras historias (de las ideas, de las ciencias, del pensamiento); disciplinas que se han ignorado aunque comparten las preguntas por el pasado de los hechos sociales y de la formas del pensamiento humano. (Casas Orrego. 2013). Hacer historia de las ciencias, en tanto que historia de las ideas e historia intelectual es realizar una reflexión filosófica y una praxis social que involucra objetos y sujetos del conocimiento en la producción del saber, en la que podemos distinguir “historia de la ciencia”, de la “historias de las ciencias”: “Por historia de la ciencia debemos reconocer el ejercicio narrativo cronológico y biográfico que involucra los grandes inventos y descubrimientos de la humanidad al lado de los relatos biográficos de los hombres de ciencia. La expresión en singular, denota una ciencia que se ha constituido como producto de la relación objeto sujeto, en la teoría clásica del conocimiento” (Casas Orrego. 2013) Lo que da como resultado esa historia a secas, o expresión a-histórica, en cambio: “Por historia de las ciencias, debemos entender, en su pluralidad, el ejercicio de la inteligibilidad de los procesos de la formación de los objetos y de las regularidades discursivas, que hacen posible la emergencia de una ciencia en una época dada y en una sociedad dada” (Casas Orrego. 2013) Para Serres, es necesario volver a aprender la historia de las ciencias como cualquier otro saber sin perder de vista los infinitos lazos que las unen: “Aprendemos a menudo nuestra historia, sin la de las ciencias, la filosofía privada de todo razonamiento científico, las letras espléndidamente aisla-

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das de su entorno científico y a la inversa, las diversas disciplinas arrancadas del humus de su historia, como si hubieran caído del cielo; en resumen, todo nuestro aprendizaje sigue siendo ajeno al mundo real en que vivimos y que, penosamente mezcla ciencia y sociedad, nuestras tradiciones sabias e insensatas con novedades útiles o inquietantes. Comenzamos apenas a formular una jurisprudencia y unas leyes en relación con las conquistas de la química y de la biología (Serres. 1998: 9) En un mismo conjunto, la ciencia como forma de conocimiento y en relación con otras formas de conocimiento como el sentido común, el arte, o la filosofía (Avila Araujo.2006); introduciendo la distinción en el mundo de Serres de “la fuerte” (el mundo de la abstracción) de lo “suave” (un esquema o ejemplo), ambos hipervinculados (Connor.2008). Latour (2000) critica la forma en que Serres construye la Historia, en parte viéndola como una extensión de la tradición francesa (amante de las revoluciones políticas, científicas o filosóficas), como también en una especie de “captura epistémica”, dónde pasado y presente pueden ser reversibles, y dónde la misma figura de Serres transcurre entre adjetivos poéticos, ficcionales, míticos. Pero qué aspectos relevantes presenta el texto “El nacimiento de la Física según Lucrecio”, en principio se trata de la historia de la ciencia clásica, de leer pensamientos modernos en doctrinas antiguas, en unir el mito y la historia, el texto y la realidad. Por otro lado, nos proporciona la posibilidad de reconocer en nuestra “joven” ciencia, cierta continuidad: como cultura de la que forma parte, tanto como de los cambios de tradiciones; tanto como la dualidad entre especialización e interdisciplinariedad.

Lucrecio según Serres Pensar a Lucrecio en ese nacimiento de la Física Moderna, es rememorar su poema “De la naturaleza de las cosas”, seguidor de la ideas de Epicuro, presenta la física tomista, y Serres al “inventar” la física de Lucrecio, quita al átomo el lugar omnipresente que ocupaba. El poema de Lucrecio compila el pensamiento de los primeros materialistas: Leucipo, Demócrito, Epicuro, es un ejemplo de épica científica dividido en seis libros, escrito en el siglo I A.C. No se trata sólo de un poema, sino de física en el sentido en que hoy la describimos siguiendo a Einstein, Heisenberg o Prigogine. (Borja Merino. 2015). Algo que ya une Serres en su Historia de la Ciencia (1998), en términos de bifurcaciones (un origen de la ciencia o varios, de más de una matemática, de más de un tipo de ciencia, de continuidad o hiato, anticipación o resumen del pasado, entre otras). En “El Nacimiento de la Física según Lucrecio”, la relación entre Lucrecio y Arquímedes articula física y matemáticas, y también emerge la analogía de la descripción y la lógica; y se convierte en metáfora como un modelo de una posible forma de descifrar el mundo. “Lo que hasta ahora había impedido leer el texto de Lucrecio como un tratado de física no era, pues, el imperfecto estado de los conocimientos griegos, sino la incapacidad de nuestra propia ciencia para comprender- por falta de modelos matemáticos, físicos e incluso político-epistemológicos- las turbulencias” (Serres. 1994:6). Pero volvamos a los elementos constituyentes del estilo de Serres, lo que hace a su forma de hacer historia de las ciencias: Uso de paradojas:

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“etimológicamente significa contrario a la opinión recibida y común (…) Russell en “Teoría de los Tipos”, desarrollo de “Teoría de los Conjuntos” Zermelo y Von Newman, o Teoría de las Relaciones (Thomson) son ejemplos de paradojas en sentido lógico. Nada puede tener ninguna relación, R, como justa precisamente aquellas cosas que no tienen ellas mismas la relación R”(…) principio de tercie excluso en común: falta de fundamentación como un aspecto estructural en ellas” (Ferrater Mora.2004:2693 y ss.) Paradoja ligada al concepto de absurdo: “Reducción al absurdo designa un tipo de razonamiento que consiste en probar una proposición p, asumiendo la falsedad de p, y demostrando que la falsedad de p se deriva de una proposición contradictoria con p” (…) Según Hobbes, las causas que se formules enunciados absurdos son principalmente los siguientes: la falta de método al no establecer significaciones de los términos empleados, la asignación de nombres de cuerpos a accidentes o de accidentes a cuerpos, el uso de metáforas y figuras retóricas en lugar de los términos correctos y el empleo de nombres que nada significan y se aprenden rutinariamente” (Ferrater Mora. 2004:34) Y del absurdo al concepto de metáfora: “consiste en dar una cosa un nombre que corresponde a otra cosa, produciéndose una trasferencia del género a la especie o de la especie al género o según relaciones de analogía. La metáfora es interna a la frase, no explica, sino que describe. En el lenguaje científico se relaciona con problemas de ambigüedad y equivocidad”. (Ferrater Mora. 2004: 2388) Vamos a texto de Serres, en el primer modelo (la declinación en medios fluidos): “Todo el mundo lo sabe, todo el mundo se inclina ante la evidencia de que la física atómica es una doctrina antigua y sin embargo, es un descubrimiento contemporáneo. En este último caso se trata de una ciencia, la de Perrin, Böhr o Heisenberg, mientras que en l primero sólo se trata de filosofía, es decir, de poesía (…) De Cicerón a Marx, y aún hasta nuestros días, se ha prejuzgado la declinación de los átomos como una debilidad de la teoría atómica. El clinamen sería un absurdo: lógicamente absurdo, pues se introduce su justificación ni causa antes del ser de toda cosa; geométricamente absurdo, por la definición que Lucrecio da de él es incomprensiblemente confusa; mecánicamente absurda, pues es contrario al principio de la inercia, ya que conduciría al movimiento perpetuo; y en general físicamente absurdo, ya que no podría contrastarse experimentalmente.” (Serres. 1994: 9) Pero más adelante, Serres introduce el sentido de turbulencia, como movimiento compuesto de rotación traslación, lo que produce el clinamen, y los átomos se encuentran por la turbulencia: “Podemos construir ya un primer modelo como hipótesis de trabajo, un protocolo de las experiencias. Para comprender la empresa del atomismo en vez de considerarla absurda y arcaica es preciso abandonar el marco general de la mecánica de los sólidos. Tal es el marco de nuestro mundo moderno tanto en la técnica como en la especulación que le son propias. Quizás el mundo mediterráneo estaba más necesitado de agua que de útiles, quizás le inquietaban más las lluvias, las tempestades y los ríos. Construía depósitos y acueductos, le importaba la hidráulica. Lo que aquí resulta incomprensible no es el acontecimiento local de la declinación sino su inscripción en una mecánica, en una ciencia distinta de la de los fluidos. Pues la física de Lucrecio está enteramente sumergida. ¿A quién se le oculta que un caudal jamás mantiene su paralelismo durante mucho tiempo, que un flujo laminar no es más que algo ideal, teórico?. En seguida aparecen las turbulencias. Por lo que respecta a la teoría, la aparición de la experiencia

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concreta es contemporánea de la aparición de torbellinos. Su comienzo es la declinación. Ahí nacida resulta absurdo, todo es exacto, preciso, incluso necesario” (Serres. 1994: 14) En las matemáticas, un análisis del modelo hidráulico, no puede dejar de tener en cuenta a Arquímedes. Y en Serres se trata de modelos como una forma de aproximación, sobre todo espaciales, y que integran la historia de las ciencias: “El bloque epicúreo o lucreciano, o arquimedeano, avanza, trabaja, sin duda. Aparece a veces con una figura imprevista o novedosa. El plano inclinado, la caída de las bolas por el plano, la fuerza y la aceleración, tal es la revolución mecánica. Pero también es un fragmento el antiguo bloque. La caída de agua entre dos fuentes, el poder del fuego, esta es la revolución termodinámica, pero sigue siendo otro fragmento del mismo bloque. El trabajo local de la plataforma transforma el relieva hasta hacerlo irreconocible, ilegible a menos que se repare en la plataforma profunda” (…) “Una historia que prescindiese de tal modelo sería una simple abstracción” (Serres. 1994. 114) Cada parte del poema de Lucrecio, es leído en términos de Serres desde distintas dimensiones que abarcan la historia: las circunstancias, las condiciones, la moral, y siempre considerados como turbulencias. En el capítulo “las experiencias”, la presentación de Lucrecio se conecta con el magnetismo, sin dejar de lado en el desarrollo del texto los roles de la ciencia y la religión, junto con condiciones epistemológicas (observación y simulacros). Serres rescata al poema de Lucrecio, conectándolo a la Historia de las Ciencias, hace renacer de las cenizas la doctrina del clinamen (de la variedad infinita de átomos, de cuerpos), tanto como variedad de mundos como el universo.

Conclusión Michel Serres parece adelantarse el mundo de las ciencias de la complejidad, al poder capturar la naturaleza del tiempo histórico en la corta y en la larga duración en torno a turbulencias de modelos entrelazados. La Historia de la Ciencia, es la Historia de las Ciencias, que también se entrecruzan. Metáforas, Paradojas y absurdo no sólo forma parte de la lógica clásica, sino más bien conforma otra manera de pensar la historia. El mundo de los “clásicos” ha dejado de serlo, en virtud de su conexión con el presente.

Bibliografía ÁVILA ARAUJO, C.A. (2006) “La ciencia como forma de conocimiento”. En: Ciencia y Cognición. Vol. 08. Brasil. Pp. 127-142. BORJA MERINO, I(2015) Libro: De la Naturaleza de las Cosas de Lucrecio. En: http://es.wikisource. arg/wiki/Sobre-la-Naturaleza_de_las_Cosas (Pp.1-3) CASAS ORREGO, A.L. (2013) “Historia de las ciencias, historia a secas: Dos disciplinas”. Tiempos Históricos. Vol. 17-1° Semestre. Pp. 47-62. Brasil. CALLONI, H. (2003) “Contribuciones al estudio de Michel Serres”. En Ambiente y Educación. Río Grande, 8. Universidad de Río Grande. Brasil.. Pp. 143-155 CONNOR, S (2009) “Michel Serres: The Hard and the Soft”. Centre for Modern Studies. University of York. Pp.1-16. FERRATER MORA, J (2004) Diccionario de Filosofía. Ariel. Barcelona 114

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JALON, M. (1991) “M. Serres y el díalogo entre las ciencias sobre la transmatemática de Leibniz. LLULL, vol. 14. Pp. 507-529. LATOUR, B (2000) “The engligthenment without the critique: A world on Michel Serres Philosophy”. Pp. 83- 97. http://www.michelserres.bolgspot.com.ar MERINO, B. (2013) Libro: De la Naturaleza de las cosas de Lucrecio. Pp. 1-6. En: http://es.wikisource. org/wiki/Sobre_la_naturaleza_de_las_cosas. SERRES, M. (1994) El nacimiento de la Física en el texto de Lucrecio. Caudales y Turbulencias. PreTextos. España. SERRES, M. (1998) Historia de las Ciencias. Pre- Textos. España

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Género y clase social en el estudio de los/as intelectuales Biografías, identidades, problemas, temáticas y formas de abordaje -Olga Echeverría y María Soledad González[IEHS-IGEHCS/Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires] (olgaecheverrí[email protected] - [email protected])

La mirada sobre el género no tiene una larga tradición historiográfica. Sin duda, el gran salto cualitativo fue convertir a las mujeres en sujetos históricos, lo cual demandó nuevas categorías, narrativas, temporalidades e interpretaciones. Al tiempo que implicó pensar como los varones veían e interpretaban a las mujeres. Las cuestiones de clase gozaron momentos de mayor presencia, pero paulatinamente han ido quedando relegadas. Sin embargo, el estudio de las élites es un camino transitado y con muchos pasos que brindan herramientas para desentrañar las influencias de la estructura social en relación a la voluntad individual a la hora de ocupar una posición privilegiada en la sociedad y analizar y dar identidad a las clases subalternas. Si bien la historia intelectual no desconoce los aportes de la historia social y que los condicionamientos sociales, tales como el género o la clase social, son necesarios para explicar la trayectoria vital del individuo, su identidad y su faceta creativa, conceptualizar el género y la clase no han sido sus prioridades. Por ello, en esta ponencia buscamos aproximarnos a algunos aspectos no abordados –al menos centralmente- por dicha perspectiva historiográfica y reflexionar sobre posibles tensiones entre género y clase en las experiencias individuales y colectivas. Entender las nociones de género y de clase, consideramos, llevan a bucear sobre la interrelación entre el sujeto y la organización social y a andar un camino rico en torno al análisis de las identidades y experiencias. Si bien, las demandas y las oportunidades de las mujeres y los varones son indefectiblemente diferentes según su posición, nos preguntamos ¿si a todos los estratos sociales afectan y condicionan por igual?, ¿hasta qué punto, y de qué manera, los condicionamientos y ciertos mandatos de “deber ser” condicionan –similar o diferencialmente-a ambos géneros? Por ello, consideramos que desde una perspectiva de historia intelectual que atienda a como los/as propios/as intelectuales pensaron el género y la clase, se pueden generar abordajes de interés, nuevas preguntas y planteos que nos permitan aproximarnos a la dinámica cultural de una sociedad y a la producción intelectual de sus hombres y mujeres, sus intereses, sus frustraciones, sus anhelos y todo aquello que lo conforma individual y colectivamente. Esta ponencia no tiene pretensiones de generalizar sus conclusiones, ni aspira a abarcar la problemática en su totalidad, sino sólo atender a algunos aspectos que pueden haber colaborado en la propia definición y forma de desplegarse de los hombres y mujeres que se desempeñaron como intelectuales y lo hará a través del análisis de dos escritores de élites como son Carlos Ibarguren y Victoria Ocampo. Desde el doble condicionamiento del género y la clase, ¿cuáles eran las expectativas, cuáles las angustias que necesitaban calmar?, ¿qué mandatos debían cumplir? ¿Cuáles eran las significaciones y exclusiones discursivas? En este sentido, ¿existe una marcada diferenciación entre ambos escritores, fundada en

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cuestiones de género? O por el contrario ¿manifiestan continuidades desde el análisis de las textualidades, sobre lo que dicen y lo que omiten? Es decir, buscamos señalar algunas preguntas que nos permitan avanzar sobre la subjetividad de los intelectuales estudiados, tratando de captar las singularidades, las regularidades y, sobre todo, aproximarnos, a través de sus obras y memorias, a la imbricación de la vida privada, pública y política. Dado que estos intelectuales se desempeñaron en un tiempo de profundas transformaciones, nos ha interesado ver, cuáles han sido sus reacciones hacia los cambios políticos y la inclusión de sectores más amplios al ejercicio electoral y las transformaciones sociales, sobre todo la visibilización de sectores medios y populares. No es objetivo de estas páginas discutir la pertinencia del concepto de clase que hemos utilizado. No obstante nos gustaría señalar que lejos de aferrarnos a un definición estricta y cerrada, o bien adherir a un determinado marco teórico riguroso, hemos optado por una perspectiva que juega con los aporte de diferentes modelos teóricos y que, por lo tanto, antes que hacer referencia a una clase social definida con precisión apuntamos más a trabajar sobre una situación de clase que atiende a lo material, a lo simbólico y a la dinámica social que va redefiniendo las oportunidades y las cosmovisiones de individuos y grupos colectivos. Entendemos que una situación de clase es esencialmente dinámica histórica y articulación de razones estructurales con valores y con lógicas de poder que no descartan los simbolismos del honor y el status, al tiempo que permite ver la cuestión relacional entre las diferentes clases. Dicho de otro modo, pretendemos utilizar un concepto de clase que atiende a las estructuras y ordenamientos generales pero que no desconozca las posiciones ocupadas por los individuos, posición sometida a un conjunto de mecanismos que inciden en la vida de esos sujetos conforme actúan en el mundo.1

Victoria Ocampo, “Piérdase todo menos el honor” Victoria Ocampo2 nació en 1890 en Buenos Aires en el seno de la familia Ocampo- Aguirre. Vivió en el marco de una familia acaudalada de la alta sociedad porteña. Con respecto a su obra como escritora3, nada parece casual en sus palabras ni mucho menos inocente. La mayor parte de su producción se basa en su experiencia de vida, sobre todo lo relacionado con el mundo de la alta cultura que está presente en los diez tomos de sus Testimonios publicados entre 1935 y 1977. Esta producción se completa con Autobiografía publicada en seis tomos después de su muerte. Para Alicia Salomone4, el lugar de enunciación de Victoria Ocampo no se ubica, como en otros escritores, en la literatura de ficción sino en formas autobiográficas que le brindan el territorio textual para articular y arraigar su palabra, y posicionar indudablemente su propio “yo”5.Como señaló Pierre Bourdieu es necesario in-

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Wright, Erik Olin. ‘Reflexionando, una vez más, sobre el concepto de estructura de clases’, Revista Zona Abierta, Núm. 59-60, Madrid, 1992. En rigor de verdad, Ramona Victoria Epifanía Rufina Ocampo (1890-1979). Sus dos primeros nombres siguen la tradición onomástica de las familias Ocampo- Aguirre y los dos últimos a los santos patronos. La entrada de Victoria Ocampo al mundo literario se da en 1920 con su ensayo Babel y sigue con De Francesca a Beatrice en 1924. En 1926 publica La Laguna de los Nenúfares. La crítica durante esta década no fue positiva para con su obra. El gran salto en la escena de la vida cultura argentina lo dio recién en 1931 con la larevista Sur y en 1933 con la aparición de la Editorial Sur. A. Salomone , “Testimonios de una búsqueda de expresión: la escritura de Victoria Ocampo” en Revista UNIVERSUM, N°14, Universidad de Talca, 1999 Ibid, p 227

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dagar más allá de las palabras, lo que las palabras quieren decir6.El discurso de Victoria se enmarca en artilugios sobre los cuales vale la pena detener la mirada. Como exponente del sector patricio es puntillosa en las descripciones donde deja en claro ser descendiente de los primeros conquistadores, es decir una forma de diferenciarse de los descendientes de la inmigración masiva, segundones, advenedizos. Prestando atención a lo que dice Victoria es necesario ver no sólo lo que dice sino lo que articula.7La historia narrada en su Autobiografía comienza cuando sus descendientes llegan a América y es así que vemos también una impronta colonizadora y civilizatoria en las líneas de Victoria que también se extendieron en el tiempo con sus proyectos culturales para nuestro país y América, tales como la revista Sur y la Editorial del mismo nombre. Como sostiene Gomel, al hablar desde una perspectiva psicoanalítica del espejo familiar, este se entiende como el “campo de las identificaciones tensado a partir de los supuestos identificatorios familiares, condensación de anhelos actuales y pretéritos”8. En vida Victoria había publicado diez tomos titulados Testimonios donde relataba las experiencias más importantes de las que había sido protagonista. Luego de su muerte, se publicó su Autobiografíaque consiste en seis tomos donde comienza describiendo la historia de su familia, los Ocampo-Aguirre, dialogando con la información que le brindaba Carlos Ibarguren, hijo, familiar por parte de los Aguirre. Por vía paterna es que Victoria encabeza su escritura hablando de sus antecedentes patricios, descendiente de conquistadores, colonizadores (por ejemplo del fundador de Córdoba) y gobernantes. Conquistadores y luego artífices del proceso independiente, siempre estuvieron en el centro de la escena. De parte de los Aguirre deja en claro que su bisabuelo materno, Manuel Hermenegildo de Aguirre nació en Buenos Aires en 1786 y que para la Revolución de Mayo contaba con veinticuatro años, es aquí donde Victoria señala que por esa vía y según han investigado los Ibarguren:“descendía de los primeros conquistadores. Su apellido provenía de una antiquísima familia del Reino de Navarra (…) ‘cuya hidalguía inmemorial se afincaba en el Palacio de Cabo de Armería de Aguirre”. Sin embargo Victoria, casi en un alarde de actitud crítica y divertida trasgresión, dirá “Mi idea o (preferencia) personal coloca a los Aguirre en la categoría de hijosdalgo ‘de rocín flaco y galgo corredor’, el algo había de ser escaso, puesto que decidieron venir a América para buscar un suplemento”9 Victoria subrayaba orgullosa que el blasón de los Aguirre que decía “Piérdase todo menos el honor” y el de los Lajarrota (familia de la madre de su bisabuelo) tenía cinco cabezas de moros rebasadas de sangre. Luego de puntillosa descripción, cuando menciona a su bisabuelo señala la ayuda que luego de las invasiones inglesas este le dio al Cabildo. Lo interesante de este personaje es que Victoria lo sitúa -retomando a Ibarguren- en el marco del Cabildo abierto esbozando uno de los votos más trascendentales10y por lo tanto, evidencia un temprano afianzamiento en la elite porteña. La ligazón de Victoria con sus antepasados patricios nos muestra como en realidad, esta se une a cuestiones de índole tradicional, tales como el linaje. En su caso particular existe a las claras una intencionalidad descarnada por abrirse camino en el campo intelectual y en la sociedad de la época retomando estos puntales que le dan legitimidad y una visibilidad honorable. Todos sus antepasados tuvieron según su relato puestos de relevancia y realizaron acciones destacadas en la historia de la patria. Los actores mencionados por Victoria se ubican en el centro de la escena, pueden verse como eslabones que se unen en un espacio 6 7 8 9 10

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P. Bourdieu, Campo del poder y campo intelectual, Colección Argumentos, Bs. As, Folios Ediciones, 1983. R. Barthes, Fragmentos de um discurso amoroso, Bs.As, Siglo XXI, p 19 S. Gomel, Transmisión generacional, familia y subjetividad, Bs. As, Lugar Editorial, 1996, p 17. Victoria Ocampo, Autobiografía I, El Archipiélago, Ediciones revista Sur, 1979, p 31. Ibíd, p 33.

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público que apunta a la idea de trascendencia. Arendt decía en su célebre trabajo La condición Humana: “Si el mundo ha de incluir un espacio público, no se puede establecerlo para una generación y planearlo solo para los vivos, sino que debe superar el tiempo vital de los hombres mortales” Sin la trascendencia ligada a lo terrenal no hay esfera pública y según la misma autora, “la publicidad de la esfera pública es lo que puede absorber y hacer brillar a través de los siglos cualquier cosa que los hombres quieran salvar de la natural ruina del tiempo”11.La intencionalidad de Victoria de trascender más allá de los tiempos y con ella su buen nombre y honor, queda clara en la expresa intención de que su Autobiografía se publique luego de su muerte. De manera que a los diez tomos de sus Testimonios publicados en vida y la labor en Sur y la editorial del mismo nombre, le suma estas publicaciones post mortem. Lo interesante es como Victoria se zambulle en estos años como parte de esta red de relaciones, sino estuvo en los años en que su familia forjó los destinos del país, caminaría luego por esos senderos. Su “yo” no está sólo, sino en relación con los otros, con sus prestigiosos antepasados. Sin embargo, hay una clara intencionalidad de ubicarse en el centro de la escena. Con su escritura logra estar presente antes, durante y después de su existencia terrena. De manera que es una estrategia sobre la cual posar la mirada ya que a partir de su escritura, Victoria pretende salvarse de las ruinas del tiempo. Asimismo este tipo de escritura de rasgos autobiográficos posiciona a Victoria en el centro de la escena, ya que su ingreso en la escritura en los años veinte había sido sin pena ni gloria. Por lo dicho hasta aquí, vemos que Victoria resignifica la historia de su familia en diversos contextos de la historia argentina para poder insertarse ella misma en un lugar de poder. Hay un claro interés discursivo en la defensa del honor y una porosidad interesante de analizar entre lo público y lo privado, más precisamente del uso público de sus relaciones privadas. Las redes descriptas por Victoria construyen un orden con lugares y funciones preestablecidas para cada uno de los integrantes. Como sostiene Gomel la historia de una familia se construye cuando se transmite, al transmitirse ese pasado se lo construye12.Victoria Ocampo expresa una noción idea de profecía auto cumplida, el destino ya tenía trazado para sus pasos ser la continuadora de las “honorables” familias que habían construido la patria. Sería factible realizar un recorrido entre el discurso y los lugares circundados por Victoria para realizar un análisis más profundo de estas cuestiones. Anclando en ciertas cuestiones claves, como la idea de diferenciarse de los ya sobresalientes miembros de su clase podemos advertir su interés, su urgencia, por ocupar un rol relevante como individuo. Estas y otras cuestiones serán retomadas en el apartado final a partir del análisis comparativo de Victoria Ocampo y Carlos Ibarguren.

Carlos Ibarguren y el patriciado: “rústico en sus estancias y cultísimo en los salones” Carlos Ibarguren había nacido en Salta en 1877, en el clan de los Ibarguren-Uriburu, es decir en el seno de una familia propietaria, apegada a las tradiciones hispano católicas y afianzada dentro de las estructuras políticas de la época. La pertenencia familiar lejos de ser un elemento más de sus memorias, se convierte en la cuestión definitoria de toda su trayectoria vital y del sentido de su existencia y como ya hemos visto para el caso de Victoria Ocampo, también dedica un gran esfuerzo a señalar la presencia de sus antepasados desde los tiempos de la colonia y jugando un rol destacado en cada período histórico. En ese contexto, Carlos Ibarguren invocó la exaltación de los valores de sus ancestros, tratan11 12

H. Arendt, , La condición humana, Paidós ,2013, p 64 Gomel, S, Op. cit, p 19.

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do de “rescatar una porción de eternidad, robándosela al horrible vacío de un tiempo sin objetivos finales”13. Esta búsqueda de legitimación a través de la propia historia, pero sobre todo de la de su familia, era resultado de la necesidad de justificar sus opiniones y habilitar su derecho al poder político recurriendo a sus alegorías de prestigio. Pero la batalla también debía darse porque, caso contrario, la familia, su historia y el honor de los antepasados se vería amenazado y defraudado. Es por ello, que Ibarguren volvía una y otra vez a sus antepasados para subrayar el legado de virtudes, honor y capacidad de mando. Al respecto es interesante señalar que todo sujeto ocupa un lugar asignado desde la red de posicionamientos familiares. Ese lugar asignado para Carlos Ibarguren era doblemente condicionante ya que ante la prematura muerte de su hermano mayor, él fue destinado para ocupar el lugar que quedaba vacío. Así, por ejemplo, fue el sucesor en el cargo que aquel detentaba en el sistema Judicial y también el responsable de perpetuar el nombre en la tradición familiar, por ello sus hijos fueron llamados Federico, como el hermano sepultado antes de asegurar la descendencia. De tal modo, en algún sentido Carlos Ibarguren debió ocupar el lugar que el destino había pre diseñado para su hermano mayor, lo que implicó relegar sus propios intereses y aspiraciones. La particular y llamativa autobiografía que Ibarguren publicó bajo el título La Historia que he vivido, donde quien escribe y su experiencia quedaban englobados y sometidos a una unidad mayor y claramente más significativa que él mismo: la familia, el clan. Pontalis señala que la autobiografía suele ser algo así como una necrología anticipada, el gesto último de apropiación de sí mismo y un intento de perpetuarse ante los herederos y sobrevivientes, tanto como de dar un sentido trascendente a la propia vida14. De tal modo, las autobiografías son relatos retrospectivos donde el autor pone el acento en su vida individual para explicar su inserción y accionar en la sociedad. Sin embargo, y como queda dicho, Ibarguren puso más énfasis en relatar las glorias de sus antepasados que su propia vida, que quedaba subsumida y resultaba tributaria de la trascendencia insuperable de sus antepasados. En ese sentido, es más una biografía familiar que una autobiografía. Sin embargo, puede ser más acertado sostener que fue la historia que efectivamente vivió quien narraba, inmerso en fuertes redes parentales, y cumpliendo con los mandatos transmitidos de una generación a otra. Sin economizar en detalles sobre las características de la vida familiar, la distinción de los ámbitos en que se movían, los entramados matrimoniales, Ibarguren expresaba un constante y sistemático esfuerzo por asimilar su propia historia familiar (y de allí personal) a la de la patria. Trazaba, de manera casi natural, un paralelo entre las etapas de la historia nacional con el devenir glorioso de sus antepasados, con planteos siempre plenos de contenidos morales basados en la dignidad de su linaje. El mando, la autoridad eran mérito y prerrogativa de una clase social particular, propietaria, culta, con tradición en el ejercicio del poder producto de su antiguo arraigo en el país. La dignidad del linaje no debía ser argumentada, el objetivo era resaltar el brillo y la trascendencia de los miembros de su familia, incluso de aquellos que ofrecían pocos ribetes excepcionales. Cuando no había actos “heroicos” que señalar, existía un amigo, un familiar indirecto, que iluminaba la escena si era oportunamente citado. Lo cierto es que el linaje era contendor, calificaba, adscribía y representaba una forma distinguida de vida, al tiempo que era pensado como instrumento de dominio. Para el sostenimiento de un orden desigual que los beneficiaba, los sectores patricios en actitud defensiva, habían establecido en torno al linaje y la casa, relaciones bilaterales, aunque sujetas a estratificaciones, constituidas a partir de la lealtad y la amistad. No obstante, con el correr de los procesos históricos, se fue erigiendo una 13 14

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Adolfo Prieto, La literatura autobiográfica argentina , Rosario, F. de Filosofía y Letras de la U. del Litoral, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires,1982 .B: Pontalis: “Dermiers, premier mots” en L´Autobiographie, Las BellesLethres, 1988

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supremacía de los vínculos de consanguinidad normados por la masculinidad y lo troncal y por la veneración al fundador de la casa aristocrática. Ante la amenaza de un orden diferente, la elite reforzó sus criterios y tendió a concentrarse, a cerrarse sobre sí misma, cohesionando y articulando los linajes para resguardar su posición, sus patrimonios y su poder. De tal modo, Ibarguren reconstruyó diferentes líneas de parentesco (consanguíneo y de afinidad) de acuerdo a los espacios en los que buscaba dejar sentado su prestigio y su derecho a ocupar una posición dominante. Así, realizó una reconstrucción genealógicapolítica y otra cultural, lo cual nos evidencia que en ambos campos el desplazamiento por parte de sectores “advenedizos” era una amenaza sentida. Ibarguren enlazaba los orígenes de su estirpe con la conformación política y territorial de las nuevas comarcas americanas tanto como con el proceso independentista. La reconstrucción de la genealogía familiar era, como siempre sucede, una pretensión, pero no se trataba de una pretensión arbitraria, de tal modo que las ataduras introducidas por la realidad, reproducían el constreñimiento, las exclusiones, las solidaridades y los conflictos producidos entre los miembros del linaje15. Discurría como una construcción mental –social y política- organizada que necesitaba materializarse a través de la estructura familiar extendida y con trayectoria histórica, pero también a partir de su inserción en un entorno social elitista y jerarquizado. La reconstrucción de los linajes no era sólo una estrategia para la conservación de los privilegios, sino también para “hacer posible su sueño de eternización social hegemónica”16, al tiempo que instrumento para organizar a la sociedad en un orden basado en la jerarquía y la distinción. Por lo tanto, era determinante para la continuidad, prosperidad y reproducción del prestigio y del poder17. Se trataba de construir una memoria compartida por los miembros del linaje, pero también colectiva en tanto articulaba a toda la fracción social, donde los antepasados, sus valores y sus acciones se hacían presentes a través de lo simbólico para dar continuidad al linaje, al habitus y a los intereses materiales. Como señalábamos, sus efectos no terminan con el entramado de pares sino que también se busca un efecto disciplinador hacia las otras clases sociales. La memoria, los recuerdos construidos y transmitidos generacionalmente buscaban, por un lado, insertar a la familia en el contexto más amplio de la elite y en una correlación de fuerzas políticas, culturales y sociales específicas. Por otro, construían la conciencia familiar, educaban a los miembros del linaje para que la consintieran, respetaran y reconstruyeran permanentemente. Los fundadores del linaje, eran presentados como hidalgos virtuosos, pero también como padres a los que había que ofrecerles gratitud, lealtad, devoción y obediencia. Para Ibarguren, como miembro de una familia patriarcal, las casas de sus abuelos o más tarde la de su propio padre y su suegro, eran centros de reunión y de sociabilidad, pero también eran el lugar simbólico donde residía el poder y el prestigio familiar. La imagen de una familia respetable, sólida, estable, organizada, poderosa y por lo mismo continente, servía para satisfacer el anhelo de seguridad al excluir las amenazas exteriores y constituir un ámbito (real y simbólico) donde se gozaba de las ventajas de los múltiples patrimonios que definían a la elite. Por ello, la representación del patriarca, por ejemplo su abuelo materno, Juan Uriburu, reunía la gravedad de una fuerte presencia política con la conversación culta y el consejo paternal. Es decir, si bien remarcaba el carácter épico y memorable del patriarca, como quien ostentaba un trofeo, también buscaba poner en evidencia todas las virtudes y características más sutiles que un buen patricio debía desplegar. 15 16 17

ChristianeKlapisch-Zuber: “Albero genealogico e costruzzionedella parentela” enQuadernistorici, 86, agosto de 1994 Ignacio Atienza Hernández: “La construcción de lo real. Genealogía, casa, linaje y ciudad: una determinada relación de parentesco” en Casey y Hernández Franco: Familia, parentesco y linaje. Historia de la familia, Murcia, Universidad de Murcia, 1997, p.41 J. Casey: Historia de la Familia, Madrid, 1990

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Intelectuales en la primera mitad del siglo XX en Argentina: transformaciones al acecho Definir a los intelectuales es una tarea difícil. ¿De dónde partir? El término intelectual surge a fines del siglo XIX en el contexto del caso Dreyfus. El Manifiesto de los intelectuales reclamaba la revisión del juicio al oficial judío y de esta manera los instauraba como figuras de peso, “…al asentar juntos a sus nombres los títulos profesionales de que estaban investidos, los signatarios dejaron ver que consideraban las credenciales intelectuales una fuente de autoridad, la autoridad de los hombres del saber, que les confería tanto la responsabilidad moral como el derecho colectivo a intervenir directamente en el debate cívico.”18 Patricia Funes aclara la dificultad inherente en relación a la definición de los mismos, sin embargo considera pertinentes los aportes de Antonio Gramsci19 desde la tradición marxista culturalista y de Julián Benda.20 El primero define a los intelectuales por sus funciones y saberes y los liga a las clases sociales. Por su parte, Benda ve al intelectual como alguien que debe tomar distancia social para entablar la crítica al poder, el intelectual sería en este caso “conciencia de la humanidad”. Como bien lo señala la autora, para Benda el ámbito del intelectual es moral y para Gramsci es social, pero para los dos “…las misiones intelectuales se asocian al esclarecimiento, la crítica, la creación de interpretaciones de un mundo que, al cabo, nunca les era ajeno”21. Al mismo tiempo Funes señala que “…consideramos intelectuales a aquellos productores de significados, interpretaciones y discursos secularizados sobre el orden. Y de los distintos tipos de órdenes, no exclusivamente el orden político sino y sobre todo acerca del orden cultural y social. Instrumentalmente consideramos intelectuales a creadores que piensan y comunican ideologías. Esa producción social de sentido tiene un correlato político, aunque esa relación no sea ni lineal ni necesaria”22 Las interpretaciones nunca se agotan. Los trabajos sobre intelectuales abundan hasta nuestros días lo cual dificulta concebir una definición acabada, o un recorrido amplio de todos los trabajos existentes. Recuperando el aporte de Francois Dosse es clave no perder de vista que la noción de intelectual es polisémica. El mismo apunta que “…la actividad intelectual se inscribe en una verdadera maraña de temporalidades, una multiplicidad de regímenes de historicidad, sobre los que se dejan percibir algunas dominantes”23. Por esto es clave señalar que no podemos establecer una definición a priori de lo que es un intelectual, sino que esta debe quedar abierta a la pluralidad de estas figuras. Asimismo, el aporte de Bourdieu es sumamente interesante cuando sostiene que el intelectual “…no puede ser pensado como tal si se lo aprehende a través de la alternativa obligada entre autonomía y compromiso, entre cultura y política”24. En el caso de Carlos Ibarguren, la democracia había venido a interrumpir una carrera política que, dentro del régimen liberal-conservador, le permitía suponer un posible futuro presidenciable. Como hemos señalado en otros trabajos, Ibarguren se desempaña en la política dando respuesta a un mandato familiar (representar a la familia en los juegos de 18 19 20 21 22 23 24

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C. Altamirano (Dir.) , Términos críticos de sociologia de la cultura, Bs.As, Paidós , 2002, p 148. Antonio Gramsci, “Los intelectuales y la organización de la cultura”, en Literatura y Cultura Popular, Cuadernos de Cultura Revolucionaria, Tomo I, Buenos Aires, 1974. Julien Benda, “The treason of the Intelectuals”, Londres, Norton.1980 Patricia Funes, Salvar la nación. Intelectuales, cultura y política en los años veinte latinoamericanos,Bs As., Prometeo, 2006, p 44. Ibíd, p 64. F. Dosse, La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia intelectual, Universitat de Valéncia, PUV, 2007, p 20. P. Bourdieu, Les regles de l´art. Geneseet structure du champ littéraire, París, Seuil1993, p 186.

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poder que habían quedado acéfalos cuando falleció el primogénito) más que por un genuino interés. Como el mismo señaló en sus memorias, su mayor interés era la actividad intelectual.. Sin embargo, Ibarguren hacía aparecer su calidad de pensador y escritor en una clara subordinación a su carácter de clase, o tal vez sea más preciso decir que para él, la autoridad cultural era un componente “natural” de las élites. En este sentido, no realizó un tratamiento especial sobre lo que significaba ser un intelectual o un pensador, sino que esa era una cualidad más de las muchas que tenía el patriciado y no requería de justificaciones o de argumentos que legitimaran ese dominio. Así, conforme y orgulloso de su posición social cubrió sus planteos de contenidos morales basados en la dignidad de su linaje que reclamaban el respeto a las Jerarquías. Al tiempo que buena parte de sus críticas a los que pretendían un desarrollo intelectual, pero no provenían de la clase superior se fundamentaron en la misma lógica, es decir en la falta de un prestigio heredado, arraigado, inserto en la esencia misma de la nacionalidad. Dicho de otro modo, pensador o literato, en cierta forma, “se nacía”, ya que este talento era propio de las características culturales de un sector social privilegiado, “de un sector selecto de refinada expresión intelectual”.25 En este sentido, es interesante el rescate que hace Ibarguren de la familia política, los Aguirre, ya que por esa vía alcanzó contactos importantes con el universo ilustrado. Los Ibarguren eran los propietarios, lo material, los Uriburu, la política, el poder y los Aguirre le otorgaron el acceso a los dominios de la cultura. Se trataba de una familia de la que destacaba su estirpe tradicional, el hondo arraigo y protagonismo político, pero por sobre todo un destacado prestigio cultural. Para Ibarguren, el ámbito natural y específico para que sus cultores se vincularan y expresasen, eran los hogares patricios. Allí y en un clima de íntima camaradería, entre pares, donde los artistas y pensadores se explayaban sobre sus dominios y productos culturales.Los atributos intelectuales aparecían indefectiblemente unidos a valores morales, entendidos éstos como fuerzas fundantes de la propia virtud de la elite. De allí que los escritores y artistas con los que construyó esta genealogía cultural eran exclusivamente hombres de su misma clase. En ese sentido resulta esclarecedora la referencia que realiza en sus memorias a un joven escritor, Darío Nicodemi, cuya humildad social y débil origen inmigratorio opacaban el cierto talento que lo adornaba. Alejado de las virtudes y valores de la clase superior, había naufragado en una vida inconveniente, sellada por un vínculo sentimental con una actriz, una mujer, que por su propia profesión, estaba ausente de toda moral 26. Es interesante señalar que además, el Ibarguren intelectual y docente universitario debió convivir con el ingreso de los sectores medios al campo cultural-intelectual y con las transformaciones que se produjeron a partir de la Reforma Universitaria, la profesionalización de la tarea, etc. Ciertamente, expresaba una consideración clasista de las posibilidades de actividad intelectual, y esta se expresaba en un profundo desprecio sobre las capacidades culturales y políticas de los grupos subalternos. Por lo tanto, la élite, la clase superior, conformaba un “nosotros” distinguido por la dimensión de un pensamiento privilegiado y dirigente, por una dignidad y honor específicamente delimitado y por la delicadeza y refinamiento de sus actos y apreciaciones. En el caso de Victoria Ocampo hay varios puntos de contacto con Ibarguren. El dominio de lo cultural era entendido como inherente a su clase. Era propio de su sector social nadar sobre las aguas de la “alta cultura” y asimismo la noción del intelectual era pensada desde una raíz civilizatoria, “puente entre los pueblos”. Victoria decía que de los miembros del pueblo también podían salir intelectuales, pero siempre bajo la mirada atenta de una 25 26

Carlos Ibarguren, La Historia que he vivido, 1977, p. 153 Carlos Ibarguren: La Historia que he vivido, p. 247

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elite rectora y para ser miembros también de una elite intelectual. Queda claro entonces que aquí las cuestiones intelectuales se conciben como atributos de una minoría. Asimismo Victoria encarna un rol civilizatorio que queda materializado en Sur y la editorial del mismo nombre. Su idea central era educar al país y a América, descubrir América diría en el primer número de Sur de 1931. Tras su escaso éxito en el campo literario, en un contexto de cambios políticos, sociales, culturales y económicos en la escena nacional y mundial, es que Victoria comienza con Sur en 1931 y sigue con la editorial en 1933. Los Testimonios comienzan en 1935, de manera que la década del treinta con sus cambios de gran magnitud, son el contexto para analizar el porqué de la entrada por la puerta grande de esta mujer en la escena cultural argentina. ¿Qué la moviliza intelectualmente? ¿Por qué ingresar en este terreno y no en otro?.Victoria sostenía que una elite intelectual no es una élite de nacimiento en relación a fortuna y situación social, sin embargo ata esto al “talento” que aparece ligado a su clase, es lo que lleva al éxito directo en su clase por ser un don natural. También ella recurre al linaje para la construcción de genealogías relacionadas a lo cultural donde incluye a escritores de la elite (algunos parientes, otros amigos) que también fueron hacedores de la patria. Ella aparece aquí como la continuadora en su generación de aquellos nobles, distinguidos y talentosos hombres. Esto también queda plasmado en la revista Sur y la editorial Sur, donde esta teje y resignifica, habituada ya por las redes que eran moneda corriente en sus antepasados, redes de sociabilidad cultural e intelectual.

La alteridad que amenaza: palabras y silencios Frente a ese colectivo distinguido, para Ibarguren, aparecía un “ellos” provocador y peligroso que involucraba a los plebeyos que debían ser controlados, mantenidos en su lugar, para lo cual era necesario un paternalismo opresivo y estigmatizador27.La incapacidad, producto de su propio posicionamiento social se evidenciaba en todos los campos, incluso (y quizás particularmente) en el cultural, y se expresaba a través de comportamientos vulgares, fundados en una estética errónea y en prácticas alejadas del buen gusto, del decoro y la decencia. Los pobres, como gustaba denominar a las mayorías sociales, evidenciaba una auténtica e innata discapacidad para reconocer, deleitarse y aprovechar los atributos del pensamiento y de toda la alta cultura. Esa ignorancia constituía la evidencia más palmaria de que las mayorías no se encontraba en disponibilidad de discernir su propio futuro y mucho menos el de toda la nación. Es decir, era el primer argumento con el que se negaba legitimidad a cualquier aspiración política y social que no fuera la de los sectores dominantes. Las inclinaciones y los gustos eran la representación práctica de una diferencia natural e inmodificable. Esos otros se manifestaba a través de actitudes deshonrosas e insultantes que, por su sola existencia, implicaban una provocación al orden, pero que además tenían el atrevimiento de tratar de fundar nuevos cánones estéticos que contradecían la verdadera belleza ensalzando productos culturales inferiores. Los criterios estéticos y los gustos operaban para Ibarguren y muchos de sus pares como mecanismos de identificación y clasificación y, de tal manera, los sectores populares fueron encasillados como el opuesto social y estético, sus comportamientos fueron tipificados y la multitud era sinónimo de masa perjudicial, siempre en riesgo, siempre necesitada de una guía, ya que confundía los valores y se entregaba apasionada a disfrutes menores, siempre grotescos y desviados. Las mayorías sociales eran consideradas como un conjunto impropio y desproporcionado, pero lo suficien27

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Es necesario recordar que el eje articulador de la vida política (y por ende intelectual) de Ibarguren fue la cuestión social y las posibilidades de contener los riesgos que las transformaciones sociales y los nuevos sujetos sociales implicaban.

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temente homogéneo como para ser definido como una muchedumbre inculta, seguidora no de ideas, sino de hombres y susceptible de ser manipulada por la inmoralidad, los instintos y los políticos inescrupulosos. De tal modo, la percepción del mundo se estructuraba en la división de los distinguidos defendiéndose ante la amenaza de los incultos28. En cuanto a los “otros”, los sectores populares, representan una omisión discursiva en Victoria Ocampo. No es inocente este silencio, esto marca que dichos sectores ni siquiera son considerados por ésta, dignos de mención. Y aquí Victoria a diferencia de Ibarguren tiene ciertas aristas relacionadas con su “yo” que merecen ser analizadas29. Desde un exacerbado narcisismo, y un claro objetivo de ganarse camino individualmente en el ámbito cultural de la época hablando de sus antepasados, omite en su discurso a lo popular. En este sentido expresa en su discurso lo que considera distinguido, el resto, por el contrario no es digno de mención, más bien lo cubre un profundo silencio Creemos que el silencio en Victoria más allá de no darle notoriedad a estos sectores, ni mucho menos distinción, es asimismo una estrategia para no darles entidad, para no hacerlos existir. Lo que Ibarguren dice y desprecia explícitamente, Victoria lo calla y desprecia implícitamente. Sólo hay mención de lo popular como consumidor de best-sellers y literatura. Lo demás es silencio.

¿Condicionamientos de género? Ahora bien ¿Qué ocurre con la cuestión de género en las definiciones intelectuales? Más allá de las perspectivas diversas que existen al respecto hay una marcada exclusión de las mujeres de esta definición. En el caso de la historia intelectual en Argentina se da el mote de intelectual sólo a los hombres, mientras que las mujeres aparecen como “escritoras”. No obstante aquí apuntamos a aproximarnos a las perspectivas de Ibarguren y Ocampo para poner en evidencia el desinterés por la cuestión de género en la elite. Una indiferencia que era resultante de una concepción patriarcal y discriminadora, más notoria en el primero y más disimulada en la última, pero fundada en proposiciones similares.En el caso de Ibarguren, las mujeres no reciben muchas reflexiones, algunas líneas a las madres pobres que abandonan su lugar y desestabilizan el orden y algunas palabras más para las de los sectores dominante, pero que también ocupaban un lugar explícitamente secundario, muchas veces imperceptible, sólo señalado por los vínculos que aportaban mediante los matrimonios, o como mero complemento de las veladas sociales en que los hombres de la elite exponían sus atributos políticos y culturales. Mencionadas en relación al matrimonio, entendido como una forma de extensión lateral de la familia, e instrumento para mantener su predominio o acrecentarlo, por lo cual la elección de la cónyuge y las “virtudes” de un buen matrimonio eran de suma importancia para ligar a los individuos al orden social y sostener (o mejorar) el prestigio de los linajes. Esto, implicaba una concepción también enraizada sobre las mujeres y sus roles sociales. Así, Ibarguren exponía la importancia 28

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En ese sentido, avalamos la utilidad el concepto “distinción” en la acepción que le ha dado Bourdieu, es decir, entendiéndolo como una manifestación del discernimiento, pero sobre todo como una disposición estética compleja que establece una relación distante y segura con el mundo y con los otros, pero que al mismo tiempo es una expresión distintiva de una posición privilegiada en el espacio social, cuyo valor se determina, supuestamente, de manera objetiva en relación con las expresiones engendradas a partir de condiciones diferentes. El gusto, es decir la definición estética, une y separa. Al ser producto de unos condicionamientos asociados a una clase particular de condiciones de existencia, une a todos los que son producto de condiciones similares, pero distingue de los demás. Pierre Bourdieu, La distinción, 1991,p. 53 También debe tenerse en cuenta que a diferencia de su pariente Ibarguren, Victoria Ocampo no participaba de batallas políticas directas.

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de las estrategias matrimoniales que permitían vincular y fusionar a distintas familias en una misma red o grupos que generaban lealtades y apertura de ámbitos. La función social asignada a las mujeres se fundamentaba en los principios básicos del catolicismo y de las corrientes tradicionalistas del siglo XIX, que las confinaba casi exclusivamente al ámbito doméstico donde debían desarrollar su “faena espiritual y misericordiosa” en defensa de las tradiciones y las identidades genuinas. Las mujeres eran las responsables de la continuidad de los linajes, de comunicar los mandatos asignados y sostener la memoria familiar. Una tarea, como se puede advertir, de enorme trascendencia para la reproducción social, que no era así presentada por Ibarguren. Para él era una tarea innata, natural, cuasi obvia, que permitía cierto reaseguro de los valores de la elite, porque las mujeres eran más conservadoras que los hombres “dado que es ella la que predomina para dar fijeza y estabilidad al hogar”, pero también porque estaban mejor dotadas para recibir, custodiar y transmitir el legado de los antepasados desde esa condición replegada e imperturbada. La maternidad, la más trascendental función femenina, determinaba en las mujeres una aptitud muy eficaz e intensa para transmitir de una generación a otra la suma de recuerdos, de imágenes, de costumbres, de sentimientos y de ideales que constituían la trama íntima de una tradición, que servía para mantener y comunicar el espíritu y el valor social del grupo selecto y director que hizo la patria. Es decir, las mujeres, en tanto madres estaban apartadas, sin que ello signifique una ausencia, sino que ocupaban un lugar “preservado”, sostenido fundamentalmente por la religión, que servía de garante a la estabilidad y el orden30. Cumpliendo con ese rol, las mujeres eran concebidas como el refugio tranquilo al que volvían los hombres para recuperarse de los desgastes de la acción y la exposición pública. Y allí, en la intimidad que ellas sabían (y debían) preservar eran las encargadas de reproducir las glorias del pasado y transformarlas en ejemplos (y mandatos) para las nuevas generaciones. Ibarguren no sólo reflexionaba teóricamente sobre esto, sino que sus propios recuerdos lo ubican escuchando los relatos de su abuela Casiana, aprendiendo que la Patria era producto de la construcción heroica de los hombres de su familia y que esa herencia debía ser sostenida para que él mismo pudiera gozar de los mismos privilegios y honores. Como puede suponerse, está concepción de lo femenino no dejaba lugar para el desarrollo intelectual de las mujeres y mucho menos para el reconocimiento de una posible carrera cultural. Ibarguren, como tantos hombres de su tiempo, expresaba un concepto de masculinidad que lo contenía y posicionaba, ya que implicaba una categoría socio cultural y psíquica profunda, de carácter civilizacional y no sólo una estructuración social. A partir de ese concepto organizador participaba de la constitución del sistema social tanto como de las diferentes formas de subjetividad e intersubjetividad social. De ese modo, reproducía y recreaba la dominación patriarcal no sólo en el campo de las prácticas, sino que también en la elaboración de representaciones e imaginarios sociales, subjetividades e identidades (tanto masculinas como femeninas) con los que interpretaba –y se auto interpretaba- la división social, los valores y el deber ser. La presencia de mujeres en el discurso de Victoria Ocampo es casi inexistente, de manera que su mundo es un mundo estrictamente masculino. La mujer más relevante -además de la reina Victoria, su tocaya como ella lo dice en su Autobiografía- es ella. Y aquí es interesante rastrear algunos indicios que permiten desechar la mirada de Victoria como abanderada del feminismo. Los trabajos clásicos sobre Victoria Ocampo la han posicionado como una luchadora por los derechos de la mujer, esta visión es según nuestra interpretación una construcción ideada por estos abordajes. En rigor de verdad cuando nos detenemos en el análisis de los escritos producidos por Victoria sólo existen pocas mujeres mencionadas, ni 30

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Sobre esta cuestión tan importante de la sociedad occidental puede verse: Rosolato, Guy: “El sacrificio mito central de la civilización occidental”, en Actualidad Psicológica 322, agosto 2004

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tampoco una problematización central sobre las demandas y oportunidades de las mismas. En sus Testimonios sólo al final hay un apartado denominado “Mujeres” donde aparecen sólo algunas consideras por Victoria destacadas como Coco Chanel y Susan Sontag. En el caso de Sur, recién en 1971 destinó un número especial a la mujer, cuya encuesta central es realizada a un círculo cerrado de mujeres. Por tanto, el lugar que Victoria encarna es el de continuadora de su linaje y el de preservar la memoria de sus antepasados patricios. Es precisamente desde este lugar que se abre camino en la escena cultural de nuestro país, siempre como centro y demarcando el terreno posible a seguir con sus redes de relaciones. El lugar de feminista que se le dio a Victoria fue una construcción de los trabajos sobre esta, más que una realidad. Su participación en este plano se reduce a la década del treinta donde efectivamente ingresa en la escena cultural. Su labor como presidenta de la UMA fue breve por su enemistad con el resto de las mujeres que integraban las filas de esta asociación. De manera que más allá de un pasaje breve, también puede notarse que los lugares ocupados por Victoria siempre fueron centrales. De no ser así, en el caso anterior abandonó la UMA, pero en el resto de los casos apartó a quien se interpuso en el camino de sus decisiones, como los casos de José Bianco y María Rosa Oliver en Sur. Con respecto a las conductas consideradas por sus biógrafos como disruptivas, como por ejemplo las referidas a su vida sexual, y la presencia de varios amantes, en su mayoría vinculados a las tareas intelectuales, este lugar no deja de ser un lugar permitido para una mujer de su clase que pudo tener este tipo de vida precisamente por ser miembro de la alta sociedad. Hay cuestiones que en este sector son permitidas y en otros aparecen como denigrantes o denunciadas desde un plano moral. El concepto de feminidad en Victoria Ocampo está atado a un mundo de hombres relevantes, donde sólo algunas mujeres de renombre aparecen en la escena porque en el fondo, Victoria se ubica como la mujer más distinguida, por lo menos en lo que su discurso nos permite reconstruir.

Lugares comunes: algunas conclusiones tentativas En esta ponencia hemos pretendido hacer alguna aproximación a las perspectivas de los intelectuales de la elite argentina, de la primera mitad del siglo XX, con relación al género y la clase. Para ello y con el fin de anclar las reflexiones en el trabajo empírico nos hemos centrado en los casos de Carlos Ibarguren y Victoria Ocampo. Ambos intelectuales pertenecían a los sectores de las elites que se consideraban más distinguidas. En este sentido, ambos buscaban mostrar la dignidad de sus ancestros, y, de allí, la suya propia, a través de los vínculos familiares, sociales y amicales con los personajes más “notables” de la historia argentina. Establecían una reivindicación de antigüedad, reconocida ésta como valor, en tanto materia de aprendizajes, maneras, costumbres legítimas, una adhesión inmediata, inscrita en lo más profundo de los habitus, a los gustos y disgustos, a las simpatías y a las antipatías que, “más que las opiniones declaradas, constituyen el fundamento inconsciente de la unidad de una clase”31. El elogio a la antigüedad servía para hacer limitado a quien no la poseía32, por lo cual la celebración de los linajes era más que una estrategia de poder coyuntural, implicaba la búsqueda de una hegemonía atemporal, al tiempo que instrumento 31 32

Pierre Bourdieu La distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1988, pp 66-75 Ignacio Atienza Hernández: “La construcción de lo real. Genealogía, casa, linaje y ciudad: una determinada relación de parentesco” en Casey y Hernández Franco: Familia, parentesco y linaje. Historia de la familia, Murcia, Universidad de Murcia, 1997, p.41

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para organizar a las familias en el entramado siempre conflictivo de las elites y aun más en las relaciones interclasistas de un período de transformaciones profundas. Como hemos podido señalar, ambos (y más allá de sus múltiples matices) se encontraban fuertemente marcados por esta cuestión de clase y no eran ajenos a los temores que expresaban las elites sobre la pérdida del respeto a las jerarquías y la constante movilidad y visibilización social de los grupos subalternos. En ese sentido, los dos fueron parte del proceso que Levine, denominó el paso de la “cultura pública compartida a la cultura bifurcada y que implicaba, por un lado, un proceso de sustracción que asigna a las diferentes prácticas culturales un valor distintivo de acuerdo a quien fuera el auditórium y, por otro lado, un procedimiento de descalificación-exclusión que expulsa lejos de la cultura sacralizada y canonizada las obras, los objetos y las formas de diversión populares33. En ambos casos, tanto Victoria Ocampo como Carlos Ibarguren, sostuvieron, en un contexto de cambios que veían como amenazante, el deseo de cerrar filas y delimitar su lugar social, político, cultural e intelectual. Por ello, las apelaciones identitarias se referenciaban en la clase antes que en el género. La reflexión y la prédica sobre la identidad surgen, o se intensifican, cuando se considera que la identidad se ha perdido o cuando su “natural” desarrollo ha sido perturbado o se siente amenazado. Es decir, el énfasis identitario se manifiesta particularmente en tiempos de crisis, inseguridad y, como dice Leonor Arfuch, cuando hay incertidumbre de presentes y futuros34. De tal modo, es comprensible el esfuerzo en remarcar la pertenencia a una clase social “superior”, caracterizada por su antigüedad en el país (y en el poder) ya que ellos se encontraban atravesando un proceso de transformación profunda y su identidad, en tanto dimensión simbólica, cultural, social y política, se veía fuertemente cuestionada. Bien sabemos, que la identidad es una construcción nunca completada, abierta a la temporalidad y al juego de las contingencias. Pero, a su vez, la identificación implica un proceso de articulación y de sutura35. No hay identidad por fuera del sí mismo, individual y colectivo. Por lo tanto, la dimensión simbólica de la identidad se construye discursivamente e implica, en sí misma, la invención y / o sostenimiento de una tradición y la búsqueda de una completud. Las identidades constituyen, por lo tanto, rearticulaciones constantes y en permanente conflictividad y nunca son impermeables a la dimensión pública y política. Pero, al mismo tiempo la dimensión personal también queda involucrada, indefectiblemente, en el juego de lo público. Así, y partiendo de considerar que la “otredad”, la diferencia, es elemento constitutivo y principal de todo posicionamiento identitario. La definición identitaria se realiza en función de valores oposicionales, es decir en su relación con otras identidades. Se trataría, pues, de una dialéctica donde la identidad nombrada es el producto de la vinculación conflictiva con otras identidades aunque estas estén ausentes en el discurso. En este sentido, y sin desconocer su complejidad y carácter plural, entendemos que la cuestión de clase opera en estos intelectuales como elemento identitario central, ya que es allí donde sienten las mayores amenazas. La identidad se construye y se vive no en el aislamiento sino en la interacción con grupos sociales, y depende de la concepción y de las interacciones con el Otro. Lo que cuenta son los límites, las fronteras (en el sentido simbólico y no espacial y territorial) con el Otro. Construir una identidad colectiva equivale a elegir algunos elementos que simbolizan la diferenciación respecto al Otro. Lo que importa en 33 34 35

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Lawrence W. Levine, Highbrow/Lowbrow. The ���������������������������������������������������� Emergente of Cultural Hierarchy in America, Cambridge (Mass.), Harvard University Press. 1988, pp. 208-209. Leonor Arfuch, “Problemáticas de la identidad” en Arfuch, Leonor (Comp.), Identidades, sujetos y subjetividades, Bs. As, Prometeo Libros, 2005 Stuart Hall: “¿Quién necesita ‘identidad’?”, en Stuart Hall y Paul du Gay, Cuestiones de identidad cultural, Buenos Aires, Amorrortu, 2003, pp. 13-39.

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una identidad colectiva no es sólo lo que es común (cultura, lengua, nacionalidad, religión, etc.), es necesario además que lo que es común traduzca diferencias, trace fronteras culturales con el Otro36.

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Hassan Rachik: “Identidad dura e identidad blanda” en Revista CIDOBd’AfersInternacionals, núm. 73-74 p. 9-20, 2006

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Mircea Eliade y el fenómeno de la religión Connotaciones culturales y significativas del campo histórico de las religiones -Juan Manuel Chavero y Patricio Iván Pantaleo[Universidad Nacional de Río Cuarto - Universidad Católica de Córdoba/IFDC-SL] ([email protected] - [email protected])

Introducción La presente comunicación se enmarca en estudios de posgrado realizados en la Universidad Católica de Córdoba y, específicamente, forma parte de la tesis final de la Maestría en Filosofía, Religión y Cultura Contemporáneas, titulada De la renuncia al éxtasis. Aportes para una historia de la experiencia mística a partir de la obra de Mircea Eliade. Como objetivo principal, apunta a difundir, comunicar y hacer público discusiones y problematizaciones sobre el fenómeno religioso, llevadas a cabo por un campo particular que, en los tiempos contemporáneos, tiene mucho para aportar a los estudios culturales: la Historia de las Religiones. El carácter argumentativo y general del trabajo, se desprende de los capítulos introductorios de la mencionada tesis, que son ineludibles para, a posteriori, facilitar la profundización en temáticas específicas dentro del campo histórico de las religiones; en el caso del posgrado, la especificidad viene dada por la experiencia mística y una posible metodología comparada a partir de las fuentes históricas editas del historiador rumano. La argumentación se divide aquí, en dos acápites principales. El primer de ellos, Historia de las religiones. Perspectivas y corrientes desde la obra de Mircea Eliade, identifica los principales aportes y representantes en el campo indo-europeo de Historia de las Religiones, partiendo de la obra teórico-metodológica del historiador. El segundo, Mircea Eliade, vicisitudes de una bibliografía intelectual, ahonda en su itinerario biográfico en el marco del contexto y las interacciones de su obra con el mundo intelectual indo-europeo de la Historia de las Religiones.

Historia de las religiones. Perspectivas y corrientes desde la obra de Mircea Eliade Eliade1 marca el año 1912 como un año constitutivo en el estudio científico de la religión con influencias directas en la conformación del campo Historia de las Religiones. En éste se publican Las formas elementales de la vida religiosa de Durkheim, el primer volumen de Ursprung da der Gottesidee de Wilhelm Schmidt, La religione primitiva in Sardegna de Raffaele Pettazzoni, Carl Gustav Jung publica Transformaciones y símbolos de la libido y una año después aparecerá Tótem y tabú de Sigmund Freud, que serán los primeros y más significativos estudios sobre la religión. Estos esfuerzos generalistas que caracterizan el surgimiento de la Historia de las Reli1

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Cf.: Eliade, M. (2008) La búsqueda. Historia y sentido de las religiones [trad. Alfonso Colodrón]. 3ª ed. Barcelona: Kairós, p. 27.

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giones -ya que buscan comprender la dinámica general del fenómeno para poder establecer luego, comparaciones teórico-metodológicas- se dan en un ambiente de oposición a la crítica y especialidad positivista que signan el campo en sus primeros pasos y lo definen durante su desarrollo. Según Diez de Velasco, ésta, la generalista, es una de las tendencias que caracteriza las investigaciones y objetivos del campo. Sobre ella, sostiene que “…busca producir explicaciones que superen las teorías de alcance corto o medio, y que además tiene las ambiciones, a veces desmesuradas (como fueron las explicaciones evolucionistas de hace un siglo), de ser capaz de acceder a un nivel de comprensión multifocal y multifactorial”.2 Es dentro de esta perspectiva donde se inscribe la obra de Eliade. Lo evidencian afirmaciones tales como cuando define el objetivo de la disciplina como “identificar la presencia de lo trascendental en la experiencia humana, aislar en la masa enorme del ¨inconsciente¨ lo que es trans-consciente”3, o cuando defiende la generalización en La Búsqueda al decir: “Además, es necesario liberarse de la superstición de que el análisis representa el verdadero trabajo científico y de que uno debe proponer una síntesis o una generalización sólo en una época tardía de la vida. […] Tal vez exista en las diversas disciplinas científicas algunos expertos que nunca hayan ido más allá de esta fase de análisis, pero son víctimas de la organización moderna de la investigación. En cualquier caso, no deberían considerarse modelos, ya que la ciencia no les debe ningún descubrimiento significativo”.4 En oposición, y como otros de los modelos sugeridos por Diez de Velasco entre los que se debate la Historia de la Religión, se encuentra una nueva lectura de la especialización. Ésta se desarrolla principalmente en la mayoría de los círculos académicos contemporáneos y son profundamente críticos con los referentes generalistas. Críticamente sobre esta postura, Diez de Velasco destaca que la especialización imprime una dinámica en el conocimiento donde se pierden la difusión y el acceso general que propiciaban los trabajos comparativos de la primera mitad del siglo XX en pos de una profundización intelectual y una difusión en revistas especializadas que no llegan más que a los referentes interesados del campo. Al respecto, argumenta: “La especialización, por su parte, genera una dinámica de la inalcanzabilidad del conocimiento, que se ubica en una sociedad como la actual, que produce compulsivamente nuevos bienes de consumo que multiplican la obsolescencia (real o supuesta) de los anteriores […]. Este tiempo corto […] requiere que los investigadores se comporten como si fueran diseñadores de productos de consumo, siempre a la busca de novedades, que a veces solo se refieren al envoltorio (vender algo muy parecido como si fuera la radical novedad)”.5 La perspectiva generalista definida por Diez de Velasco es fundamental para contextualizar y comprender los aportes del campo y la obra de Eliade. Ello tanto, por un lado, porque el autor rumano pertenece a una de esas vacas sagradas, como van a sostener los críticos especialistas según Diez de Velasco6, que creían sumamente necesaria la generalización y, por otro, ya que toda la atmósfera intelectual de la cual se va nutrir él, serán estos representantes y defensores de la generalización metodológica y de una Historia de las Religiones comparadas. 2 3 4 5 6

Diez de Velasco, F. (2005) La Historia de las Religiones. Métodos y perspectivas. Madrid: Akal, p. 189. Eliade, M. (2001) Diario (1945-1969) [trad. Joaquín Garrigós]. Barcelona: Kairós, p. 211. Eliade, M. (2008) Op. Cit., pp. 85-86. Diez de Velasco (2005) Op. Cit., p. 190. Ibíd., p. 189.

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Entre estos, como se mencionó, uno de los pioneros de la disciplina fue el italiano Raffaele Pettazzoni (1883-1959). Como uno de los primeros eruditos en pensar el campo, sus objetivos y la metodología, Pettazzoni es quien da cuenta de la complejidad de la Historia de las Religiones y todo lo que ella comprende. Retomando y aclarando el concepto alemán de Religionswissenschaft, Eliade define todo lo que comprende el campo al sostener que: “… nos vemos obligados a decir «Historia de las religiones» en el sentido más amplio de la palabra, incluyendo no sólo la historia propiamente dicha sino también el estudio comparado de las religiones y la fenomenología y morfología religiosas”.7 Remitiendo a Pettazzoni, Eliade lo representa aquí como uno de los primeros en diferenciar esta complejidad, y remite8 al texto del italiano que se encuentra en Metodología de la Historia de las Religiones, donde éste sostiene: “La fenomenología y la historia se complementan mutuamente. La primera no puede desarrollarse sin la etnología, la filología y otras disciplinas históricas, pero, por otra parte, proporciona a las disciplinas históricas ese sentido de lo religioso que éstas no pueden apresar. Así concebida, la fenomenología es la comprensión (Verständniss) religiosa de la historia; es historia en su dimensión religiosa. La fenomenología religiosa y la historia no son dos ciencias, sino dos aspectos complementarios de la ciencia integral de la religión, y ésta tiene un carácter bien definido que le otorga su objeto característico y propio”.9 Así, el historiador italiano brinda no solo una de las primeras obras históricas sobre la religión, sino también es el encargado de brindar las primeras consideraciones metodológicas sobre el campo y de formular una de las primeras escuelas dedicadas específicamente a la temática, la escuela italiana del estudio de las religiones. Ésta, que junto a Pettazzoni va a tener como exponente, entre otros, a Giuseppe Tucci (1894-1984), fue la principal protagonista a la hora de establecer relaciones directas de las escuelas y los estudios occidentales con escuelas y pensadores de Oriente, principalmente, de la India. A diferencia de los desarrollos teóricos dado en otras partes de Europa, la profundización en el pensamiento oriental, rama de la cual Eliade va a estar profundamente influenciado ni bien finaliza su licenciatura, viene dada por las relaciones que se establecen con pensadores de la filosofía oriental, como por ejemplo Surendranath Dasgupta (1887-1952), y el acceso que le brindan a la difusión de sus obras en Occidente. Si bien hay también un marcado desarrollo del estudio sobre el pensamiento oriental en lugares como el Reino Unido, por ejemplo, la escuela italiana y su relación con las academias indias van a ser el suelo fértil para la decisión de Eliade de dedicar parte de su obra, no sólo histórica, al estudio y comunicación del pensamiento y experiencias religiosas orientales. Sobre Pettazzoni y la escuela italiana, Eliade agrega: “Gracias principalmente a él, hoy día se entiende en Italia la disciplina de la historia de las religiones de un modo más amplio que en muchos otros países europeos. Sus colegas y discípulos más jóvenes han logrado mantener, al menos en parte, lo que puede llamarse la «tradición de Pettazzoni»; concretamente, un interés en los problemas esenciales de la historia de las religiones y un esfuerzo para dar todo su sentido y actualidad a esta disciplina en la cultura moderna”.10 Otra de las escuelas de la primera mitad de siglo XX sobre el estudio generalista de la 7 8 9 10

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Eliade, M. (2008) Op. Cit., p. 13. Ibíd., p. 23. Eliade, M. & Kitagawa, J. (Comps.) (2010) Metodología de la historia de las religiones [trad. Saad Chedid y Eduardo Masullo]. Barcelona: Paidós, pp. 93-94. Eliade, M. (2008) Op. Cit., p. 50.

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religión, como también los llama Eliade11, es la escuela anglosajona. En esta tradición, se encuentran tantos representantes y líneas significativas del estudio histórico de la religión, que es importante diferenciarlos por su situación geográfica de producción. En primer lugar, se encuentran los grandes aportes que brindan Rudolf Otto (1869-1937) y Gerardus van der Leeuw (1890-1950) desde Alemania y los Países Bajos, respectivamente. Rudolf Otto con su obra Lo santo, lo racional, y lo irracional en la idea de Dios (1917), constituye uno de los cimientos de la disciplina en su versión generalista. Para él, la religión no es ni un elemento meramente irracional de las sociedades atrasadas que aún no han alcanzado una comprensión racional del desarrollo social, ni tampoco una manifestación doctrinal que deba necesariamente acatarse y seguir cual regla impuesta. Sin embargo, como religioso, da lugar a la cualidad vivencial y experimental del fenómeno que lo lleva a delimitar quienes están capacitados o no para abordar el estudio y el entendimiento de la religión como experiencia humana. La religión, va a sostener Otto, “…nace de la convergencia de fuerzas racionales e irracionales, que permiten aislar lo sagrado como categoría aparte; es lo que se presenta como misterioso, fascinante, ¨completamente otro¨”.12 Eliade también va a destacar su influencia: “Con una gran sutileza psicológica, Otto describe y analiza las diferentes modalidades de la experiencia numinosa. Su terminología –misterium tremendum, majestas, misterium fascinas, etc.- se ha convertido en parte de nuestro lenguaje. En Lo santo, Otto insiste casi exclusivamente en el carácter no racional de la experiencia religiosa. Debido a la gran popularidad de esta obra, existe una tendencia a considerar a su autor como un «emocional», como un descendiente directo de Schleiermacher. Pero las obras de Otto son más complejas y sería mejor considerarle como un filósofo de la religión cuyo trabajo se basa en documentos de primera mano de la historia de las religiones y del misticismo”.13 Tanto Otto como Van der Leeuw consideran, según Eliade, al estudio de las religiones como un campo fundamental para el entendimiento de las culturas contemporáneas. Sin embargo, sobre este último destaca su profunda vocación de fenomenólogo de la religión y su poco aporte e interés por el condicionamiento histórico-social de los fenómenos. En referencia a ello, Eliade argumenta sobre Van der Leeuw, anticipando ya una de las características básicas de su método para entender las experiencias religiosas siempre manifestadas a través de los condicionamientos históricos, que: “Sin embargo, no le interesaban las historias de las estructuras religiosas. Aquí reside la inadecuación más grave de su enfoque, ya que incluso la expresión religiosa más elevada (por ejemplo, un éxtasis místico) se presenta a través de estructuras específicas y expresiones culturales que están condicionadas históricamente”.14 Por otra parte, también se realizan grandes producciones desde Francia, entre las que cabe destacar los aportes de Georges Dumézil (1898-1986) y Henry Corbin (1903-1978). Éste es un ambiente de particular importancia para el entendimiento de la obra histórica de Eliade, ya que luego de su exilio definitivo de Rumania se va a instalar en Francia, y la lengua francesa será una de las principales en la que divulgará su producción histórica. Sobre Dumézil, Eliade hace una continua defensa y lo presenta como uno de los principales estudiosos contemporáneos de la mitología comparada. Lo presenta como un prodigioso 11 12 13 14

Ibíd., p. 48. Cipriani, R. (2011) Manual de sociología de la religión [trad. Verónica Roldán]. 2° ed. Buenos Aires: Siglo XXI, p. 174. Eliade, M. (2008) Op. Cit., p. 41. Ibíd., p. 56.

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comparativista y lo defiende frente a los críticos de la generalización diciendo: “Se objetó, por ejemplo, que no se puede comparar los conceptos socioreligiosos célticos o itálicos con los iraníes o los védicos, a pesar del hecho de que, también en este caso, sabemos con certeza que existió una tradición cultural común indoeuropea, que todavía puede reconocerse más allá de las diversas y múltiples influencias foráneas”.15 Defiende así, la famosa concepción del historiador francés sobre la idea tripartita de las sociedades indoeuropeas y su relación con las creencias religiosas. Concluye sosteniendo que Dumézil “…ha mostrado que sólo descifrando el sistema ideológico básico que subyace bajo las instituciones sociales y religiosas puede entenderse correctamente una figura divina, un mito o un ritual concretos”.16 Este aporte de Dumézil a la dilucidación histórica de los fenómenos religiosos, Eliade no lo ve, sin embargo, en Henry Corbin aunque no quiere decir que él no destaque su importancia para la disciplina. Lo presenta más bien como un fenomenólogo en su carácter peyorativo, es decir, que busca la esencia de los fenómenos sin detenerse en el condicionamiento histórico que manifiestan sus formas, sin embargo aclara sobre la prestigiosa labor del islamólogo: “…se puede o no compartir el «antihistoricismo» de Henry Corbin, pero no se puede negar que gracias a su concepción Corbin ha logrado desvelar una dimensión significativa de la filosofía islámica mística que previamente había sido casi ignorada por la erudición occidental”.17 Por último, con formación inglesa pero de origen hindú, surge en este espacio intelectual una figura particular: Ananda Coomaraswamy (1877-1947) y su planteo de philosophia perennis. Eliade lo visualiza como el estereotipo de sabio religioso y estudioso al mismo tiempo. El pensador hindú se inscribe en los grandes generalistas de la primera mitad del siglo XX y Eliade destaca que más allá de las críticas que se le puedan realizar sobre el reduccionismo de su planteo, al igual que a Corbin, “… lo que en definitiva importa es la luz inesperada que Coomaraswamy arroja sobre la creación religiosa védica y budista”.18 Continuando la comparación y destacando la erudición de ambos, sostiene en uno de los artículos de El vuelo mágico: “…Coomaraswamy desarrolló su exégesis sin abandonar los útiles y los métodos de la filología, la arqueología, la historia del arte, la etnología, el folklore y la historia de las religiones. Como Henry Corbin, abordaba los documentos espirituales –mitos, símbolos, figuras divinas, rituales y sistemas teológicos- al mismo tiempo como sabio y como filósofo. […] pertenecen a la misma comunidad internacional de sabios que se han consagrado al estudio y la interpretación de todos los aspectos de las realidades religiosas”.19 Defensor incansable de la síntesis histórica y la comparación rigurosa, Mircea Eliade presenta en su biografía intelectual, influencias directas de las corrientes y tradiciones expuestas. En mayor o en menor medida, va a representar los diálogos e influencias de estos pensadores, sumados a la innovación de su perspectiva.

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Ibíd., p. 52. Ibíd., p. 55. Ibíd., p. 57. Ibíd., p. 57. Eliade, M. (2005) El vuelo mágico [eds. y trad. Victoria Cirlot y Amador Vega]. 4ª ed. Madrid: Ediciones Siruela, p. 232.

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Mircea Eliade, vicisitudes de una biografía intelectual Para comprender su itinerario de vida, y brindar las claves principales para localizar su aporte dentro del campo de la Historia de las Religiones, por un lado, y de la cultura contemporánea, por otro, se determinan aquí dos períodos en la vida de Mircea Eliade. El primer período comprendido entre 1907 y 1945, desde su nacimiento hasta su exilio definitivo en París, marca la etapa de formación de Eliade tanto en lo académico como en lo vivencial, con sus primeros escritos, las tesis de licenciatura y de doctorado en Filosofía, el viaje y experiencia en la India, su retorno y envío a Londres y Lisboa como agregado del gobierno rumano. El segundo de los períodos comprende la etapa que se da posterior a 1945 hasta su muerte en 1986. Estos son los años de redacción de sus primeras producciones histórica de renombre y el desarrollo de la etapa madura de su obra, junto a la producción de su magnum opus Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas. Este período de reconocimiento internacional de su aporte al estudio histórico de las religiones, tiene un primer asiento en París y, luego de 1957, en EE. UU., cuando se da su nombramiento como profesor titular y director del Departamento de Historia de las Religiones en la Universidad de Chicago. Mircea Eliade nace en Bucarest, Rumania20, en 1907. En el seno de una familia de clase media, desarrolla sus estudios secundarios y los primeros escritos de carácter literario en la misma ciudad. Inicia la década de 1920, antes de finalizar el bachiller, con publicaciones de artículos en diferentes revistas de divulgación científica entre las que están, según Pérez Martínez, “Ziarul Stiintelor Populare, Orizontul, Foaia, Tinerimii, Lumea, Universul Literar, Adevarul Literar”21, junto también con sus primeras obras de literatura, Cómo descubrí la piedra filosofal, en 1923 y Novela de un adolescente miope, en 1924. Un año después se matricula en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Bucarest, de la cual se graduará a fines de 1928 con la tesis en filosofía titulada La filosofía italiana desde Marsilio Ficino a Giordano Bruno. Durante este período, la “Gran Rumania”, como se la conocía en aquel entonces, estaba ya a medio siglo de haber proclamado su independencia del Imperio Otomano en 1877 con el apoyo del Imperio Ruso y el nombramiento de Carol I como primer Rey del Reino de Rumania. Sin embargo, no ajena a las cuestiones territoriales que afectaban a toda la Europa de fines del siglo XIX y principios del XX, junto a la emergencia de las manifestaciones nacionalistas, Rumania expresaba de la misma forma los sentimientos y anhelos de consolidación en una nación unida. En el extremo, y también en consonancia con algunos movimientos ideológicos del continente, se encontraban los que Berger denomina tradicionalistas rumanos22. Éstos expresaban los sentimientos propios de la unidad y el nacionalismo que van a ser el germen de los movimientos fascistas que se consolidarán durante la década, cuya máxima expresión será la creación de la Legión de San Miguel Arcángel y la Guardia de Hierro por Corneliu Zelea Codreanu. Fuertemente influenciados por el romanticismo y la filosofía alemana, proclamaban una visión nostálgica de la historia donde el pasado representaba los tiempos dorados de una sociedad gloriosa que había entrado en decadencia 20

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Se elige aquí, escribir la palabra Rumania sin acento, como es más común en países latinoamericano. Sin embargo, como sostiene el Diccionario panhispánico de dudas (2005) de la Real Academia Española el nombre de este país europeo presenta en español dos acentuaciones, ambas válidas: Rumanía o Rumania. La RAE sostiene que “la pronunciación con hiato [rru - ma - ní - a], a la que corresponde la grafía con tilde Rumanía, es mayoritaria en España y coincide con la pronunciación de este topónimo en lengua rumana; pero en amplias zonas de América es más frecuente la pronunciación con diptongo [rru - má - nia], a la que corresponde la grafía sin tilde Rumania”. Pérez Martínez, H. (1987) “Mircea Eliade 1907-1986: in memoriam”, en Relaciones. Vol. VII, n° 27, Zamora, pp. 5-28. Cf.: Berger, A. (1991) “Fascismo y religión en Rumania” [trad. Mariela Álvarez], en Estudios de Asia y África. Vol. XXVI, n° 2, México, pp.: 345-358.

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con los tiempos modernos. Frente a esto, lo necesario era restituir los antiguos valores y combatir a toda costa cualquier influencia que pudiera tergiversar de alguna manera dicha empresa. Al respecto, Berger sostiene: “Estos tradicionalistas estaban convencidos de la pureza de la raza rumana y de la continuidad de la nación rumana, y buscaban refugio en el espíritu de sus ancestros tracios, cuya religión supuestamente tenía cercanías con el cristianismo. […] Éstos creían que el regreso al este representaba un retorno a esas puras fuentes espirituales arcaicas y un rechazo de la civilización occidental moderna, producto del Iluminismo corrompido por la industria, el materialismo, el comercio, la política y la ciudad”.23 Es durante su estadía en la Universidad de Bucarest cuando Eliade conoce a uno de sus principales mentores y también uno de los máximos representantes del tradicionalismo rumano por un lado, e intelectuales defensores de la Guardia de Hierro por otro, Nae Ionescu (1890-1940). Intelectual de extrema derecha es, según algunos estudiosos críticos de Eliade24, inspirador de sus ideas e intereses filosóficos y políticos del momento. En primer lugar, influye en la profundización que desarrolla tempranamente sobre el esoterismo y el ocultismo que se pueden visualizar en su tesis de licenciatura. En una de las entrevistas que se encuentran en La prueba del laberinto, sostendrá Eliade al respecto de dicha etapa: “Me fascinaba el hecho de que a través de esta filosofía del Renacimiento había sido redescubierta la filosofía griega, pero también el hecho de que Ficino había traducido al latín los manuscritos herméticos, el Corpus hermeticum, comprobados por Cosme de Medicis. Me apasionaba igualmente el hecho de que Pico conocía esta tradición hermética y que había estudiado el hebreo no sólo para mejor entender el Antiguo Testamento, sino sobre todo para comprender la Cábala. Veía por tanto, que no se trataba únicamente de un descubrimiento del neoplatonismo, sino de un desbordamiento de la filosofía griega clásica. El descubrimiento del hermetismo implicaba una apertura hacia el Oriente, hacia Egipto y Persia”.25 En segundo lugar, de la mano de Ionescu y el hermetismo, llega también a pensadores contemporáneos como Giovanni Papini y Giuseppe Tucci, a los cuales conoce en sus viajes a Italia durante la época y que serán, según Berger, aliados también en los intereses políticos de derecha junto con un fuerte nacionalismo que derivará en el apoyo a los gobiernos fascistas26. Artículos en la prensa legionaria muestran tales inclinaciones de Eliade que se mantendrán hasta su exilio en París, después de 1945. Entre ellos, se destacan, citadas tanto por sus críticos como por sus defensores, las publicaciones en los diarios Cuvantul, cuya dirección estaba a cargo de Nae Ionescu, y Vremea, donde el autor expone abiertamente su apoyo a la causa de la Legión, desde una argumentación histórica27. Pérez Zafrilla sostiene al respecto: “Los artículos aquí publicados tendrán un claro carácter apologético de 23 24 25 26 27

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Ibíd., p. 346. Cf.: Pérez Zafrilla, P. (2007) “El nacionalismo rumano en la obra de Mircea Eliade”, en Thémata. Revista de filosofía. N° 39, España, pp. 309-313; Berger, A. (1991) Op. Cit. Eliade, M. (1980) La prueba del laberinto. Conversaciones con Claude-Henri Rocquet [trad. José Valiente Malla]. Madrid: Cristiandad, pp. 18-19. Cf.: Berger, A. (1991) Op. Cit. Cf.: “Mircea Eliade, ¨De vorba cu Giovanni Gentile¨, Cuvantul, 27 de mayo de 1928, 1-2; ¨Problema tineretului in Italia¨, Cuvantul, 22 de enero de 1933, 3; ¨Revolta contra lumnii moderne¨, Vremea, 31 de mayo de 1935, 6; ¨Nu ne trebuie intelectuali¨, Cuvantul, 8 de octubre de 1933, 1; ¨Creatie etnica si gindire política¨, Cuvantul, 26 de agosto de 1933, 1” [en Berger, A. (1991) Op. Cit., p. 347]; “¨Pilotti orbi¨ [Los líderes ciegos], Vremea, 13 de septiembre de 1937, 3” [en Berger, A. (1991) Op. Cit., p. 349]; “¨Ortodoxie¨, Cuvantul, 12 de noviembre de 1927” (en Sánchez Sánchez, T. (1998) La obra narrativa de Mircea Eliade (1946-1986): de lo antropológico a lo literario. Madrid: UCM, p. 22).

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la causa legionaria. De hecho, Mircea Eliade fue un ferviente militante de este movimiento fascista, al que llegó de la mano de su profesor universitario Nae Ionescu, un influyente intelectual y político derechista, miembro de la camarilla del monarca rumano Carol II. En esta época aflorarán ya también ciertos temas nacionalistas en sus artículos, sobretodo en el diario Cuvântul. En ellos se encuentran reflexiones acerca de la rumanidad y la misión y destino de Rumania, influido por autores decimonónicos rumanos como el citado anteriormente Mihail Eminescu o el escritor y erudito B. P. Hasdeu. Eliade también se lamenta de la situación de la cultura rumana de su época. Los autores rumanos se encontraban marginados en el panorama internacional, entre otras razones por la lengua rumana, completamente desconocida en el resto de Europa”.28 Entre los últimos artículos de Eliade en correlación con la ideología de los movimientos fascistas rumanos, sostenía con ferviente nacionalismo en el diario Vremea, el 13 de septiembre de 1937: “Al mismo tiempo, los líderes ciegos han abierto las puertas de Bucovina y Bessarabia. Desde la guerra, los judíos han inundado las aldeas de Maramures y Bucovina, y han obtenido la absoluta mayoría en todas las ciudades de Bessarabia […]. Pienso que somos el único país del mundo que respeta los tratados con las minorías, que alienta su avance, promueve su cultura y les ayuda a crear un estado dentro del estado. Sé muy bien los judíos vociferarán que soy antisemita, y que los demócratas se quejarán de que soy un rufián o un fascista […]. No me enfurezco cuando oigo a los judíos gritar, ¡¨antisemitismo¨, ¨fascismo¨, ¨hitlerismo¨! Esta gente enérgica y perspicaz defiende su primacía económica y política obtenida mediante mucho esfuerzo, luego de haber desperdiciado tanta inteligencia y gastado tanto miles de millones”.29 Eliade silencia u omite astutamente, luego de su exilio en París, cualquier referencia sobre su rol político de estos años. Sin embargo, entre la finalización de su tesis de licenciatura y su exilio francés, suceden cuestiones importantes en la biografía intelectual del historiador rumano más allá de su participación política que se retomará en breve cuando se aborden las lecturas sobre la obra eliadeana. Hacia finales de 1928, luego de haber profundizado en diferentes idiomas y haber contactado al profesor Surendranath Dasgupta, marcha parcialmente becado a realizar estudios de posgrado a la India, lo que significará una experiencia primordial para la vida y la obra de Eliade. Es ahí donde se acerca al pensamiento, el lenguaje y las costumbres hindúes. Conoce a Tagore y Shivananda, y Dasgupta lo introduce en la alta sociedad de la India colonial y lo guía en el desarrollo de su investigación doctoral: la historia comparada de las técnicas del yoga. Producto de su estancia en la India es, además de su profunda vocación por el orientalismo, la novela premiada que le vale reconocimiento nacional Maytreyi, donde relata su experiencia sentimental con la hija de Dasgupta, que le costó la expulsión de la casa en la cual se alojaba gratuitamente, además de una réplica literaria de la misma Maytreyi Devi casi cincuenta años después. Sobre la India, sostiene Eliade en su Diario tiempo después: “Hace veinte años, a las tres y media (¡me parece!), salía de la Estación del Norte para la India. Parece que estoy viendo la despedida: a Ionel Jianu con el libro de Jacques Rivière y un cartón de cigarrillos, sus últimos regalos. Llevaba dos pequeñas maletas. La influencia de aquel viaje, cuando aún no había cumplido los veintidós años… ¿Cómo habría transcurrido mi vida sin la experiencia de la India en los albores de mi juventud? Y la seguridad que guardo desde entonces de que, pase lo que pase, siempre habrá una 28 29

Pérez Zafrilla, P. (2007) Op. Cit., pp. 310-311. Cf.: Berger, A. (1991) Op. Cit., pp. 348-349.

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gruta en el Himalaya esperándome…”.30 Luego de su casi forzado retorno a Rumania para cumplir con el servicio militar en 1931, presenta su tesis doctoral en 1933 y dicta uno de sus primeros cursos como ayudante de Nae Ionescu titulado El problema del mal en la filosofía india. La década de 1930 lo encontrará en su Rumania natal, con algunos breves viajes por países de Europa, y será el momento en el que Eliade elabore y publique sus primeros trabajos históricos en formato de libro. El primero de ellos en 1935, Alquimia asiática, lo hará en su lengua natal. Sin embargo, por sugerencias, cada vez más irá alternando con el francés y así, un año después, sale publicada en el idioma vecino su tesis doctoral, titulada Yoga. Essai sur les origines de la mystique indienne. Dentro de estos primeros trabajos, le continúan, en 1937, Cosmología y alquimia babilónicas y, en 1938, la preparación del primer número de la revista Zalmoxis. Revue des Études religieuses, junto, entre otros, a Pettazzoni, Przyluski y Coomaraswamy. Por esta época, bajo el reinado de Carlos II, durante los últimos años de Codreanu y la ambivalencia de la política real respecto de los movimientos fascistas que se daban en su territorio, la Guardia de Hierro lograba un desarrollo que le hacía ganar cada vez más adeptos. Respecto de la situación de ésta, Veiga sostiene: “Por si fuera poco ahora parecía gozar de una difusa protección desde las alturas del poder, que no le impedía actuar de forma autónoma. Era ya un partido de masas, y tras el fracaso de liberales y nacional-campesinos, se perfilaba como una posible alternativa frente neo-liberalismo impulsado desde el Estado. Así, para muchos descontentos, ambiciosos, exaltados, o sencillamente indecisos, provenientes de sectores sociales diversos, la Guardia de Hierro era una garantía de resolución y solidez digna de tenerse en cuenta”.31 Es en este período, específicamente en 1938, cuando Eliade es arrestado, según Berger quien analiza documentos de la Foreign Office del año, por su compromiso “con la Guardia de Hierro y su conexión con Codreanu”.32 Desde aquí, y gracias a una serie de causas afortunadas, es enviado en 1940 a Londres para incorporarse a la Legión Real de Rumania en ese país, donde es visto como un “parásito de la legación rumana”.33 Sin embargo, el propio Eliade comenta sobre ello y su futuro: “El último gobierno del rey Carol preveía dificultades para Rumania. Decidió enviar al extranjero a varios jóvenes universitarios en calidad de agregados y consejeros culturales. Yo fui designado para marchar a Inglaterra, y allí viví la Blitzkrieg. […] Cuando Inglaterra rompió sus relaciones diplomáticas con Rumania a causa de la entrada de las tropas alemanas en 1941, fui trasladado a Lisboa. Allí permanecí cuatro años”.34 Sin nombrar su relación con la Guardia de Hierro en sus memorias, Eliade es trasladado a Lisboa como agregado de prensa y propaganda, al mismo tiempo que la Guardia desaparece en Rumania. Después de 1940, y tras haber accedido al poder con el apoyo de los legionarios, haber derrocado a Carol II y conseguir el favor de los movimientos fascistas del continente, Antonescu pone fin al movimiento legionario y proclama su propia dictadura autodenominándose Conducator. A pesar de esto, Eliade continúa como representante del gobierno de Antonescu hasta fines de 1944. De su estancia en Portugal, es que se deriva su 30

Eliade, M. (2001) Diario (1945-1969) [trad. Joaquín Garrigós]. Barcelona: Kairós, p. 63.

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Veiga, F. (1998) La mística del ultranacionalismo. Historia de la Guardia de Hierro Rumania 19191941. Barcelona: Universitat Autónoma de Barcelona, p. 164. Berger, A. (1991) Op. Cit., pp. 350-351. Ibíd., p. 351. Eliade, M. (1980) Op. Cit., p. 56.

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encuentro y amistad con uno de los pensadores ibéricos del momento, Eugenio d´Ors. Díez de Velasco sostiene sobre el inicio de dicha relación: “Como vemos, Eliade en su estancia ibérica sistematizará sus lecturas de d´Ors, pero hizo algo más, ya que se trabó entre ambos una relación personal en la que sus intereses privados e intelectuales se entremezclaron con la política cultural que desarrolló Eliade desde la embajada rumana en Lisboa y que intentaba ahondar en una «entente latina», en la que Rumania hallaba en España y Portugal un contrapeso occidental frente al norte y el este, y en la que los intelectuales tenían un papel notable que jugar”.35 Con d´Ors la relación, principalmente epistolar, continuará durante toda la década de 1940; década que será también, el momento en el que Eliade publique algunos de sus principales trabajos reconociendo la influencia del pensador español, especialmente en El mito del eterno retorno y la concepción de arquetipo que elabora en dicha obra. Otras de las obras históricas que van a aparecer durante este período son Los rumanos, latinos de oriente en 1943, Técnicas del yoga en 1948 y Tratado de historia de las religiones en 1949. Sin embargo, estas últimas ya lo harán con su itinerante residencia en territorio francés. A fines de 1945, con su Rumania natal ya bajo dominio comunista y dando inicio a la segunda etapa aquí delimitada, Eliade arriba a Francia y permanecerá con domicilio académico hasta 1957. Es esta estancia que le da acceso al público occidental y contacto con los principales estudiosos de las religiones en las academias europeas; todo ello a costa de decidirse firmemente a renunciar a su lengua natal para los trabajos históricos, pero que mantendrá, sin embargo, como símbolo de rumanidad en su obra narrativa36. En valoración general sobre los idiomas de publicación de la obra de Eliade, su principal traductor al español, Garrigós, agrega: “escribió en cuatro idiomas, inglés, francés, rumano y portugués. De los dos primeros se sirvió para su obra científica y utilizó exclusivamente el rumano para la literaria…”.37 Por su parte, el mismo Eliade comenta en su Diario dicho tránsito lingüístico ni bien llega a París, el 18 de septiembre de 1945: “Qué extraña sensación imaginarme escribiendo en otra lengua. Tendré que empezar a escribir en francés antes de conocerlo bien. Pero lo que más me preocupa es no conocer al público al que me dirijo. Digamos que voy a tener lectores, ¿pero quiénes son? ¡Qué atrevimiento tuve cuando escribía en rumano sólo porque conocía a mis lectores!”.38 En este exilio, dos personalidades rumanas serán de gran compañía para él, como lo habían sido en la década pasada cuando constituian, en Rumania, el grupo intelectual Criterion. Ellos, Emil Cioran y Eugène Ionescu, se conformarán como las principales amistades del historiador, y juntos son los rumanos más universales de la cultura del siglo XX39. Al respecto, Motoc comenta: “No sólo les une la generación, el exilio y la creación, sino también una gran amistad. En los diarios, entrevistas y artículos, las referencias, recuerdos y apreciaciones de cada uno respecto a los demás son constantes. Eliade, como jefe de la generación intelectual rumana tanto en el país como más tarde en la diáspora, saludará la aparición, con éxito y escándalo, de 35 36 37 38 39

Díez de Velasco, F. (2009) “Eugenio d´Ors y Mircea Eliade”, en Archeavs. Études d´Histoire des Religions. XIII, Bucarest, p. 234. Cf.: Motoc, D. (2003) “La traducción y la recepción de M. Eliade, E. M. Cioran y E. Ionescu en España”, en Quaderns. Revista de traducció. N° 10, Universitat Autónoma de Barcelona, p. 99. Garrigós, J. (1999) “Mircea Eliade y sus traducciones”, en Vasos comunicantes. N° 14, España, pp. 11. Eliade, M. (2001) Op. Cit., p. 11. Cf.: Motoc, D. (2003) Op. Cit.

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las primeras obras de Cioran e Ionescu en Rumanía…”.40 Francia representa así, el inicio de la difusión y reconocimiento de Eliade junto a sus colegas rumanos. El país galo es durante este tiempo, sostiene Motoc, el lugar por excelencia para las publicaciones de creación rumana, como venía sucediendo desde fines del siglo pasado: “El papel de Francia y su capital París en la difusión universal de la creación de los intelectuales rumanos ha sido siempre fundamental. Francia ha fascinado, convirtiéndose a veces hasta en manía y signo de distinción aristocrática, y ha fecundado el espíritu rumano, observa la crítica rumana (Popa: 44). Patria eterna y universal, Francia y París sustituían a Europa, al mundo civilizado. A su vez, Cioran, Ionescu y Eliade eligen con decisión el modo de vida francés. París pagará tributo a esa fascinación y elección al recibirles y darles la posibilidad de entrar en el círculo de valores mundiales. Ya no serán los receptores provinciales, sino creadores pertenecientes al sistema de valores occidental”.41 La diáspora rumana encuentra acogida, sin embargo, por intelectuales franceses que resultan primordiales para su integración en el círculo académico. Entre ellos, y uno de los más influyentes en Eliade, Georges Dumézil. Con él, entabla una larga amistad que se recogerá, hacia fines de la década de 1940, en invitación para dar una conferencia en la École des Hautes Études sobre el mito del eterno retorno, la realización del prólogo del Tratado… por parte del historiador francés, y elogios de un artículo publicado en la Revue de l´Histoire des Religions donde anticipa la problemática del chamanismo. Con respecto a ello y valorando a Dumézil, escribe en su Diario: “Dumézil dice que El problema del chamanismo marca un hito en la historia de las religiones, que está muy contento de poder publicar un artículo en el mismo número de la Revue de l´Histoire des Religions. Me sonrojo al oírlo, pero creo que hay algo de verdad: a pesar de sus imperfecciones, mi estudio tiene el mérito de presentar por primera vez el fenómeno del chamanismo en la única perspectiva inteligible: la de la historia de las religiones”.42 Dicha temática la continúa en su obra El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis, publicada en 1951. También en esta década verán a la luz obras como Imágenes y Símbolos (1952), El yoga: Inmortalidad y libertad (1954) y Herreros y alquimistas (1956), todas en lengua francesa. Con recurrentes viajes, su renombre internacional se asienta y establece vínculos con los estudiosos de religiones a nivel mundial. En Italia, imparte cursos en la Universidad de Roma y el Instituto Oriental, donde es invitado y se reencuentra con Pettazzoni y Tucci. Hacia el mismo tiempo, viaja a Ascona para participar de las Conferencias de Eranos. Es aquí donde intercambia ideas y establece amistad con Carl Jung, Henry Corbin, Gershom Scholem, Gerardus van der Leeuw, entre los más conocidos. También en Eranos, se encuentra con Joachim Wach, quien le anticipa en 1950 las intenciones que se concretarán seis años después, cuando viaje por primera vez a EE. UU.: “Almuerzo en una trattoria, [escribe en su Diario] invitado por Joachim Wach. Es un hombre pequeño y escuchimizado. Me dice que en su seminario de la Universidad de Chicago explica El mito y El tratado. Le gustaría hacer algo para invitarme a los Estados Unidos, pero no sabe muy bien qué ni cómo. Me cuenta cosas deprimentes sobre el nivel teórico de las universidades americanas. Los profesores de sociología están descubriendo ahora 40 41 42

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Ibíd., p. 95. Ibíd., p. 98. Cf.: Eliade, M. (2001) Op. Cit., p. 41.

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la obra y el pensamiento de Max Weber”.43 Antes de partir del viejo continente, sin embargo, lanza para el público europeo la que él consideraba como la mayor de sus obras literarias, Forêt interdite, traducida al español como La noche de San Juan. Con esperanzas, y con el toque de egolatría que caracterizaba las autovaloraciones sobre su obra, sostenía sobre la novela antes de su difusión: “Creo que se pondrá de relieve el paso del ¨tiempo fantástico¨ al principio (el encuentro en el bosque) al ¨tiempo psicológico¨ de los primeros capítulos y, cada vez más considerablemente, al ¨tiempo histórico¨ del final”.44 Una vez publicada, en 1957, continua con desánimo: “El hecho es que La noche de San Juan no tuvo ningún éxito. Muy pocas reseñas y, excepto el artículo de R. Lalou en Les Nouvelles Littéraires, todas tardías; cuando el libro ya había desaparecido de las librerías. […] Mi gran suerte ha sido haber conocido a los veintiséis años el ¨éxito¨ de crítica y de público y, desde entonces, casi me he despreocupado des destino de mis libros. Como cualquier hombre, me alegro cuando un libro gusta y tiene ¨éxito¨, pero no puedo decir que sufro cuando no lo tiene. Lo único que me interesa de verdad es el libro que en cada momento escribo o con el que sueño. Puede que La noche de San Juan se ¨descubra¨ algún día pero también podría ocurrir que se sumergiese en un total y definitivo olvido. No puedo hacer nada para ¨salvarla¨. Sólo uno o varios de mis futuros libros podrían hacer algo”.45 Ésta es la situación de su vida, cuando marcha a EE. UU. en 1956, invitado por Wach, para dar las Haskell lectures en la Universidad de Chicago, y donde lo reemplazará con motivos de su muerte como Profesor Titular y Director del Departamento de Historia de las Religiones, un año después. De aquí en adelante, Eliade reside académicamente en EE. UU., imparte cursos y seminarios en diferentes partes del mundo, entre las que se incluye Argentina, y es reconocido mundialmente por su aporte a la Historia de las Religiones, tanto eruditamente como en su tarea de divulgación. Su residencia en el país norteamericano será extensa, casi treinta años, hasta su muerte ocurrida en 1986. Sobre su llegada, sostiene en La prueba del laberinto: “Cuando Joachim Wach, que me había invitado, murió, el decano insistió en que se me nombrase profesor titular y jefe del departamento de historia de las religiones. Dudé mucho en aceptar y al fin lo hice para cuatro años. Pero luego me quedé, pues la labor que allí desarrollaba era muy importante para mí, para nuestra disciplina y también para la cultura americana. En 1957 había tres cátedras de historia de las religiones en los Estados Unidos; hoy hay casi treinta, la mitad de ellas ocupadas por antiguos alumnos de nuestro departamento. Pero no fue únicamente el interés del trabajo lo que me retuvo, sino la atmósfera de la universidad, su enorme libertad, su tolerancia. No soy el único que encuentra admirable, casi paradisíaca aquella atmósfera. Georges Dumézil, que ha pasado por allí como invitado, Paul Ricoeur, que es actualmente colega nuestro, sienten lo mismo”.46 En estos treinta años, publica en diferentes idiomas sus obras principales. Aparecen, inicialmente las conferencias que había brindado en Chicago compiladas bajo el nombre Birth and Rebirth y de una serie de artículos publicados primeramente en alemán, The Sacred and the Profane, ambas en 1958, y esta última con una edición francesa previa. Durante la década de 1960, publicará en francés Patañjali et le Yoga, Méphistophélès et l´Androgyne y Aspects du mythe; en inglés, colaborará con diferentes artículos para revistas y enciclopedias, además 43 44 45 46

Ibíd., pp. 83-84. Ibíd., p. 98. Ibíd., p. 162. Eliade, M. (1980) Op. Cit., p. 75.

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de la edición conjunta con Joseph Kitagawa de The History of Religions. Essays in Methodology y sus libros The Quest y los cuatro volúmenes de From Primitives to Zen. A Thematic Sources Book on the History of Religions, que serán compilados luego en un cuarto tomo de Historia de las Creencias y las Ideas Religiosas. Se le otorgan los primeros Honoris Causa, entre ellos el de la Universidad Nacional de La Plata en 1969, y se realizan los primeros estudios en su nombre: Mircea Eliade y la dialéctica de lo sagrado, en 1963, del profesor Thomas J. Altizer y, en 1969, Myths and Simbols. Studies in honor of Mircea Eliade, dirigido por Kitagawa.47 Desde su llegada a tierra anglosajona hasta 1976, sostiene Sánchez Sánchez, Eliade “enseña dos trimestres por año en la Universidad, dirige tesis doctorales durante el tercero y pasa sus vacaciones en Europa”.48 Inicia la década de los ´70 con la publicación en francés de la obra De Zalmoxis á Gengis Khan y en 1976 con el primer volumen de su obra principal Histoire des croyances et des idées religieuses. En el mismo año, aparece en inglés Ocultisme Withcraft and Cultural Passions. Essays in Comparative Religions. Dos años después lo hace el segundo volumen de su Histoire…, y se suceden los reconocimientos, conferencias y Honoris Causas, entre ellos, el de la Sorbona. Eliade empieza así, la última década de su vida con la valoración internacional de su aporte al estudio de la religión que siempre había anhelado y consagra dicho mérito con su designación como editor in chief en la Encyclopedia of Religions y la creación de la cátedra Mircea Eliade en la Universidad de Chicago. El 22 de abril de 1986 muere en Chicago uno de los principales exponentes de la Historia de las Religiones, pero también uno de los más discutidos. En base a las interpretaciones de su vida política y de los aportes de su obra, se van a dirimir, de aquí en más, las principales lecturas y valoraciones que se hagan sobre el autor rumano.

A modo de cierre El campo generalista de la Historia de las Religiones representa una perspectiva del fenómeno religioso, útil para comprender parte de las dinámicas de la religión de las culturas contemporáneas. Siempre destacando el elemento histórico, pero nunca por ello, reduciendo el carácter trascendental que muchos de los discursos religiosos pretenden transmitir. Por su parte, Mircea Eliade, defensor incansable de la síntesis histórica y la comparación rigurosa, presenta en su biografía intelectual, influencias directas de las corrientes y tradiciones expuestas. En mayor o en menor medida, va a representar los diálogos e influencias de estos pensadores, sumados a la innovación de su perspectiva.

Bibliografía Berger, A. (1991) “Fascismo y religión en Rumania” [trad. Mariela Álvarez], en Estudios de Asia y África. Vol. XXVI, n° 2, México, pp.: 345-358. Cipriani, R. (2011) Manual de sociología de la religión [trad. Verónica Roldán]. 2° ed. Buenos Aires: Siglo XXI. Díez de Velasco, F. (2009) “Eugenio d´Ors y Mircea Eliade”, en Archeavs. Études d´Histoire des Religions. XIII, Bucarest, pp. 227-279. Diez de Velasco, F. (2005) La Historia de las Religiones. Métodos y perspectivas. Madrid: Akal. 47 48

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Cf.: Sánchez Sánchez, T. (1998) Op. Cit., pp. 66-68. Ibíd., p. 65.

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Eliade, M. & Kitagawa, J. (Comps.) (2010) Metodología de la historia de las religiones [trad. Saad Chedid y Eduardo Masullo]. Barcelona: Paidós. Eliade, M. (2008) La búsqueda. Historia y sentido de las religiones [trad. Alfonso Colodrón]. 3ª ed. Barcelona: Kairós. Eliade, M. (2005) El vuelo mágico [eds. y trad. Victoria Cirlot y Amador Vega]. 4ª ed. Madrid: Ediciones Siruela. Eliade, M. (2001) Diario (1945-1969) [trad. Joaquín Garrigós]. Barcelona: Kairós. Eliade, M. (1999) Historia de las creencias y las ideas religiosas. De la edad de piedra a los misterios de Eleusis [trad. Jesús Valiente Malla]. Barcelona: Paidós. Vol.: I. Eliade, M. (1998) Lo sagrado y lo profano. Barcelona: Paidós. Eliade, M. (1980) La prueba del laberinto. Conversaciones con Claude-Henri Rocquet [trad. José Valiente Malla]. Madrid: Cristiandad. Fogelman, P. (2015) “La religión como objeto de análisis: sobre el concepto y tres vías de abordaje histórico”, en Revista Brasileira de História das Religiões. ANPUH, Año VII, n° 21, pp. 7-23. Garrigós, J. (1999) “Mircea Eliade y sus traducciones”, en Vasos comunicantes. N° 14, España, pp. 11-17. Motoc, D. (2003) “La traducción y la recepción de M. Eliade, E. M. Cioran y E. Ionescu en España”, en Quaderns. Revista de traducció. N° 10, Universitat Autónoma de Barcelona, pp. 93-110. Pérez Martínez, H. (1987) “Mircea Eliade 1907-1986: in memoriam”, en Relaciones. Vol. VII, n° 27, Zamora, pp. 5-28. Pérez Zafrilla, P. (2007) “El nacionalismo rumano en la obra de Mircea Eliade”, en Thémata. Revista de filosofía. N° 39, España, pp. 309-313. Sánchez Sánchez, T. (1998) La obra narrativa de Mircea Eliade (1946-1986): de lo antropológico a lo literario. Madrid: UCM. Disponible en: http://eprints.ucm.es/ Veiga, F. (1998) La mística del ultranacionalismo. Historia de la Guardia de Hierro Rumania 19191941. Barcelona: Universitat Autónoma de Barcelona.

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Memoria y Experiencia Histórica en la filosofía de Walter Benjamin -María del R. Blanco y Héctor R. Bentolila[Universidad Nacional del Nordeste] ([email protected])

La memoria invade hoy el espacio público de las diferentes sociedades occidentales. La proliferación de museos, conmemoraciones, novelas y películas dedicadas a cuestiones históricas entre otras manifestaciones culturales, destacan frecuentemente esta temática. Observamos cómo el pasado se instala permanentemente en el presente, hasta suscitar casi una obsesión o moda conmemorativa, reforzada muchas veces desde la política y abonada por los medios masivos de comunicación. La memoria sobreabunda y hasta satura la realidad que nos rodea, a tal punto, que actualmente todo se transforma en ella. El recuerdo del pasado se transforma en memoria colectiva, mientras la selección y reinterpretación de los momentos recordados abrena la vez interrogantes éticos, filosóficos e históricos sobre la utilización que el historiador puede hacer de ellos o sobre su conveniencia política para el presente. A ello hay que agregar que a menudo, el retorno a acontecimientos de la historia reciente, revividos como momentos trascendentes o “épicos” de una experiencia que ha dejado huellas en la conciencia colectiva, genera valoraciones opuestas y contradictorias del pasado convirtiéndola tarea de la historia en una empresa a la vez compleja y problemática. Es que en el proceso de apropiación y reapropiación del hecho histórico, el recuerdo del mismo, por un lado, transforma la memoria en un objeto de consumo, y por otro, convierte el pasado real o mítico en centro de referencia obligado para la construcción de prácticas que buscan reforzar la cohesión social de un grupo o brindar legitimidad al grupo de poder dominante. Frente a esta situación nos preguntamos ¿De dónde procede esta obsesión por el pasado que condiciona nuestra relación con él y nuestra concepción de la historia? ¿A qué experiencia alude esa recurrente insistencia en volver sobre los hechos acaecidos con la pretensión de encontrar en ellos algún sentido que justifique nuestro presente? ¿Son la memoria y el recuerdo dos manifestaciones diferentes del pasado o más bien implican momentos complementarios de una misma experiencia histórica? En lo que sigue procuramos responder estos interrogantes desde la filosofía de Walter Benjamin mediante una aproximación a sus consideraciones sobre la memoria, el recuerdo y la experiencia histórica. Para ello nos referimos en un primer momento a la crisis de la experiencia que el filósofo denuncia como un rasgo característico de la época moderna y a la distinción que establece entre experiencia transmitida y experiencia vivida como modalidades de la experiencia histórica. En un segundo momento, nos dirigimos a exponer el “carácter único” (Tesis 16) que para Benjamin tiene la experiencia histórica en relación con la memoria, el recuerdo y sus formas de expresión: la narración y la crónica historiográfica. En las reflexiones finales esperamos mostrar que la filosofía de Benjamin, concebida como filosofía de la experiencia, abre la posibilidad de una experiencia de la historia como trabajo creativo de la memoria.

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Crisis de la experiencia, experiencia transmitida y experiencia vivida Desde sus obras tempranas el tema que moviliza el pensamiento de Benjamin es la experiencia. Lo que está claro para él; lo que le inquieta de la experiencia es que su cotización se encuentra “en baja” en el mundo moderno (1989, 167). El síntoma visible de este debilitamiento es la constante remisión de las experiencias que se tiene no se comparten con otros a un suceso que transcurre cada vez más fuera del sujeto, en la ciencia y en la técnica. El dato característico de este giro es que las experiencias de las que todo el mundo habla son aquellas que se hacen o se fabrican siguiendo el modelo universal de las producciones científicas. Benjamin ve reflejada en esta condición la crisis de la experiencia en general, cuyo concepto fuera reducido desde Kant a la noción más pobre y ruin derivada de la ciencia empírica en el sentido del caso y el experimento (Benjamin: 1999, 76-77). En este sentido, el pensador judío considera que una nueva pobreza amenaza al hombre de su tiempo, precisamente a ese hombre que, paradójicamente, representa a “una generación que de 1914 a1918 ha tenido una de las experiencias más atroces de la historia universal” (1989: 167-168). Efectivamente, la primera guerra mundial abrió para él un proceso que “desde entonces no ha llegado a detenerse”: el preciso y paulatino declinar del arte de contar historias, de comunicar y transmitir enseñanzas. Y es que como pudo constatarse entonces “las gentes volvían mudas del campo de batalla. No enriquecidas, sino más pobres en cuanto a experiencia comunicable”. La situación, para Benjamin, no tenía nada de raro ni de extraño, ya que como él mismo afirma “jamás ha habido experiencias tan desmentidas como las estratégicas por la guerra de trincheras, las económicas por la inflación, las corporales por el hambre, las morales por el tirano”(168). Por otro lado, la alusión a la guerra tampoco es casual pues la pobreza que Benjamin indica al referirse a la experiencia es antes que nada pobreza histórica, es decir, ausencia de acontecimientos que dejen huellas en la conciencia social, de acciones heroicas y gestos ejemplares que una generación pueda legar a otra, con autoridad, en proverbios o en una narración. Desde luego, esto no quiere decir que no haya historias sobre las cuales informar, ni experiencias de las que hablar, lo que sucede es que ellas se viven como algo ajeno al presente e independiente de nuestras propias experiencias. Al respecto, Giorgio Agamben comenta que esas historias o experiencias se efectúan tan fuera del hombre que, curiosamente, él puede quedarse frente a ellas “contemplándolas con alivio”. La prueba más contundente de esto es que en cualquier visita a un museo, o ante un monumento o maravilla históricos, la “mayoría de la humanidad se niega a adquirir una experiencia”. En lugar de ello, prefieren que “la experiencia sea capturada por la máquina de fotos” (Agamben: 2004, 10), o que los fragmentos históricos se sinteticen en la unidad del relato o de la imagen por la novela y el cine. La pérdida de experiencias denunciada por Benjamin es reforzada por el proceso de racionalización del mundo moderno que Max Weber describe como fenómeno característico de las sociedades capitalistas modernas. Al colonizar las esferas de sentido de los “mundos de la vida” tradicionales con la imagen de una historia universal sobrepuesta a la historia natural, dicho proceso destruye la singularidad de esas historias y arrasa con la memoria colectiva que le da identidad. Convierte el relato de sus historias, sus monumentos y su cultura -comunicados mediante la transmisión de experiencias-en documentos de barbarie para una historia científica que se los apropia como objetos o reliquias del pasado. El desencantamiento del mundo que ello trae consigo es proporcional a la transformación de una conciencia histórica que, a partir de ese momento, rompe sus lazos con el pasado y creyendo haberse liberado de sus efectos, cree poder volver a recuperarlo en el presente,

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incontaminado y puro, reviviendo cada época en una suerte de empatía repetida capaz de capturar su esencia. Benjamin cuestiona este proceder que hace de la historia una ciencia positiva imponiendo una lectura objetiva de los hechos, donde el pasado es presentado de modo estático como un conjunto de eventos unidos causalmente y reproducibles históricamente en tanto momentos necesarios de una inconcluible marcha hacia el progreso. El autor de las Tesis de filosofía de la historia, critica este proceder, característico del historicismo, no sólo en cuanto a su modo de comprender la historia -en lo que ésta tiene de complicidad con la visión dominante de los vencedores-, sino en especial en su forma de concebir la experiencia y el tiempo históricos. De esta manera, sintetizando la tradición mesiánica del judaísmo con las aspiraciones revolucionarias de la crítica marxista de la historia, opondrá al historicismo una variante “dialéctico-estética” del materialismo histórico. Según esta, la historia no es el acontecer homogéneo del espíritu que se afirma positiva y progresivamente resolviendo sus contradicciones en un despliegue “orgánico” de sus posibilidades inmanentes. Al contrario, la historia natural -opuesta a la historia científica- es heterogénea y discontinua: su desarrollo es fragmentario y está plagado de tensiones y luchas sociales cuya comprensión exige del historiador una actitud constructiva. Con ella ha de ser capaz de ver en cada momento del devenir histórico una posibilidad de realización diferente del pasado, y en esas posibilidades, distinguir aquellas que fueron truncadas de las que finalmente se desarrollaron. Por eso, para Benjamin, la dialéctica de ese devenir no tiene como fin superar las desviaciones, los actos fallidos y los conflictos, mediante el expediente idealista de subsumirlos orgánicamente en el continuum de un tiempo uniforme y cerrado. En la medida en que ella aspira solo a mostrar las contradicciones de la historia, actualizando en el presente la totalidad del pasado como conjunto de proyectos alternativos de futuros posibles, el método de la dialéctica benjaminiana asume la forma de una “dialéctica en suspenso”. La categoría clave de la dialéctica suspendida que propone Benjamin es su concepto de “imagen dialéctica”. En torno a este concepto, la experiencia histórica es asumida en su totalidad como una relación compleja entre el pasado y el presente en el que la conexión de ambos no está nunca “dada de antemano, ni existe de por sí ya determinada por la simple y lineal sucesión de hechos” (Díaz, A.: 2002, 100) que la crónica historiográfica registra acumulativamente. De lo que se trata en dicha experiencia es de romper con el pasado transmitido por los monumentos del relato oficial; de escuchar y estar atentos a las voces que narran los olvidos a través de los cuales se legitima la imagen universal y verdadera de la historia de los vencedores. Para ello, el materialismo histórico dice Benjamin se revela contrario al procedimiento positivista e historicista de la empatía; de la compenetración con el fenómeno o la época estudiados. Como sostiene Aguirre Rojas (2008, 6) comentando la Tesis 7, lo que el historicismo olvida es que “esa compenetración y empatía con la época es siempre también empatía con los vencedores”. Pues en su opinión, que compartimos, la especificidad del hecho histórico que la historiografía positivista desea captar de esta manera “es la misma especificidad de la situación que decidió la victoria de las clases y de los grupos que hoy dominan”(2008, 7). La visión de la historia que resulta de ello, “sólo ve un lado de la batalla, y justamente, aquel que legitima la actual explotación y avasallamiento de los oprimidos”. El materialismo histórico se distancia por tanto, lo más posible de la transmisión de esta historia, y en lugar de eso, sostiene Benjamin: “Considera cometido suyo pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”(1989: 181). En este sentido, el autor de las Tesis distingue la experiencia transmitida, aquella que una generación narra a otra y a partir de la cual se configura finalmente la identidad del grupo en la larga duración (Brondel: 2000), de la experiencia vivida, individual y subjetiva que caracteriza la vida moderna. A esta experiencia, el pasado se le escapa siempre, pues,

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al hacer de él un objeto de estudio y de culto, solo puede reflejarlo abstractamente como acumulación de ruinas que justifican el presente en tanto resultado final de la marcha infinita hacia el progreso. “La verdadera imagen del pasado -dice Benjamin- transcurre rápidamente”, razón por la cual, el historiador materialista sólo puede retenerla “en cuanto imagen que relampaguea, para nunca más ser vista, en el instante de su cognoscibilidad” (Tesis 5: 1989, 180). Frente a esto, la crónica como dispositivo de registro y cuenta de los hechos fracasa. Ella sólo puede dar cuenta de una verdad: “que nada de lo que una vez haya acontecido puede darse por perdido para la historia” (Tesis 3). Pero conocer dicha verdad no implica conocer cada hecho “tal y como verdaderamente ha sido”. Todo lo contrario, significa articular creativamente el pasado, esto es, “adueñarse de un recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro” (178). Justamente, ese instante en el que el acontecimiento pudo haber tomado otra vía, otro rumbo del que nos ha llegado hasta hoy. Por eso para Benjamin la experiencia que el presente efectúa del pasado transcurre en un tiempo no lineal ni continuo, sino en un “tiempo ahora” que interrumpe el tiempo objetivo y conmensurable de los relojes para dar lugar a un tiempo pleno en el que todo el pasado puede volver subrepticiamente, de manera imprevista e inconsciente. Así como antes hicieran algunos revolucionarios franceses, luego del anochecer del primer día de lucha, al disparar sobre los relojes de las torres, así también, el historiador ha de disparar sobre el tiempo heredado, homogéneo y vacío, para dar paso al tiempo significativo y discontinuo de las acciones humanas. Sólo en este tiempo, el materialismo puede plantearse una experiencia con el pasado que es única, mientras deja a los demás “malbaratarse cabe la prostituta ‘Erase una vez’ en el burdel del historicismo”(Tesis 16: 1989, 189). En ese tiempo-ahora, en el que el pasado puede advenir sin ser convocado a la manera del “tiempo involuntario” de Proust, los collages surrealistas o la correspondencias de Baudelaire; en la discontinuidad abierta por este tiempo, el trabajo de la historiografía materialista, si puede haber tal cosa, se deja gobernar por un principio constructivo. “No solo el movimiento de las ideas -sostiene Benjamin-, sino que también su detención forma parte del pensamiento” (Tesis 17). Y es en ese instante en el que el historiador entrenado en la perspectiva materialista puede “hacer que una determinada época salte del curso homogéneo de la historia; y del mismo modo hacer saltar a una determinada vida de una época y a una obra determinada de la obra de una vida”(190). Esto no es posible en la modalidad aditiva del recuerdo, en la que el pasado es revivido de manera repetida y mecánica, sino solo en la modalidad conmemorativa de la memoria o a través de actualizaciones contingentes en el presente de los fragmentos reprimidos del pasado. Para Benjamin dichas actualizaciones producen “imágenes dialécticas” o, como explica Ariane Díaz, “constelaciones donde los elementos distantes son puestos a chocar y evitan así darnos la imagen de un desarrollo ‘orgánico’ ya contenido en su origen” (2002, 100). Tiempo-ahora, actualizaciones, memoria, imágenes o constelaciones dialécticas son las categorías en las que quedan expuestas las críticas de una experiencia menguada por la ciencia y convertida en lugar de un conocimiento reductivo de la historia transmitida como secuencia racional, ordenada y selectiva que el sujeto hace del pasado.

Experiencia histórica entre recuerdo y memoria. De la crónica a la narración Otro texto paradigmático en el que Benjamin vuelve sobre el tema de la pobreza de experiencias para relacionarla con la historia, la memoria y el recuerdo, es su obra El Narrador. La matriz interpretativa de dicha obra, como señala muy bien su traductor Pablo Oyarsun (2010), es “la relación entre experiencia y narración” en tanto en ella puede ser examinada

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nuevamente la catástrofe que implica la pobreza de experiencia, tal como la hemos descripto hasta aquí. Solo que ahora, esa catástrofe no se ve confirmada por solo la guerra sino por la desaparición del narrador como figura emblemática del arte de narrar y de contar historias. Dicho arte, encarnado en las obras de narradores como Leskov, Hebel o Gotthelf, es reemplazado por los géneros nuevos de la novela y la crónica periodística. Para Benjamin la aparición de estos modos de contar son correlativos de la crisis de experiencia del hombre moderno en tanto implican la desaparición de la narración como diestro ejercicio de una facultad: la facultad de intercambiar experiencias y, con ello, la posibilidad misma de la experiencia como experiencia histórica. Lo esencial de la experiencia histórica, como de toda experiencia, es lo que Benjamin llama comunicabilidad. La misma no tiene que ver con la comunicación de conceptos, ni con la equivalencia u homologación universal de experiencias como indica Oyarsun (2010, 13), sino con formas de participación en una experiencia común, la cual, sin embargo, no está pre-constituida, sino que deviene común en la comunicación y en virtud de ella. Se trata, para decirlo de otro modo, del medio en el que los sujetos se constituyen inter-subjetivamente en la constante exposición a la alteridad. Y lo fundamental aquí es que la comunicación acontece como intercambio de narraciones. Sin embargo, al igual que el historicismo, reduce la experiencia histórica al hacer del pasado un objeto de contemplación o análisis, la novela o la crónica periodística reducen la facultad de narrar o de intercambiar experiencias a la mera repetición de un relato o un discurso cerrado. En el arte de narrar, historiador, narrador y cronista permanecen para Benjamin referidos a dimensiones de la memoria que el simple recuerdo de hechos descriptibles no puede expresar. En tal sentido, el tiempo homogéneo del recuerdo es afín al tiempo literario de la novela por cuanto ella se orienta según nuestro autor, a la unidad de una vida, una acción o un personaje, cuyas posibilidades permanecen clausuradas al destino determinado por el relato que se cuenta. La narración en cambio se realiza bajo el tiempo de la memoria y, por tanto, la vida y la acción que en ellas se narran esta siempre abierta al cambio y nuevas experiencia. Ahora bien, ¿es esta memoria que Benjamin adjudica a la narración una memoria histórica? ¿en qué se relaciona con la historiografía materialista que propone como alternativa al historicismo? Aquí podríamos decir, siguiendo la opinión de Ricoeur (2001), quien atribuye a la memoria una condición matricial, que la historia es siempre una puesta en relato, una escritura del pasado según las modalidades y las reglas de una disciplina. Pero si la experiencia que toma en cuenta la historia nace de la memoria, también se libera de ella, al punto de convertir a la memoria en un objeto de estudio, en un tema más de investigación. La historia del tiempo presente, propia del siglo XX, analiza el testimonio de los actores, e integra las fuentes orales, tanto como archivos y otros documentos escritos. La historia tiene así su nacimiento en la memoria, de la cual es una dimensión, pero ello no impide que la memoria devenga un objeto de la historia. Y contra esto parece querer advertirnos Benjamin cuando compara el arte de narrar con la novela y los informes periodísticos. En estos, la memoria queda anclada a los hechos a los que se ha asistido, siendo testigos o actores y a las impresiones que ha quedado en cada uno. Pero, como pudimos advertir en lo expuesto más arriba, la memoria es cualitativa, singular, poco cuidadosa y no tiene necesidad de pruebas. La narración será así siempre su verdad, dado que ésta no está fija y puede estar en permanente transformación. Retomando la opinión de Benjamin, podemos decir quela memoria se modifica cada día a causa del olvido, que puede reaparecer más tarde de manera diferente a la del primer recuerdo. La memoria es una construcción filtrada por los conocimientos posteriores, por la reflexión o por otras experiencias que se superponen y cambian el recuerdo. Entonces la memoria, individual o colectiva, es una visión del pasado

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mediada por el presente. François Hartog propone la noción de “presentismo”, para describir una situación en la cual el presente se transformó en nuestro horizonte, un presente sin futuro y sin pasado, que engendraría a ambos según sus necesidades. También la Historia, como una parte de la memoria, según Ricoeur, se escribe siempre en presente, aunque pase por otras mediaciones. Justamente de estas mediaciones, que tienen como fin la mediación de la experiencia en la que los sujetos de la historia se piensan narrándose sus experiencias, es donde pone el acento Benjamin. Para él, el narrador tiene la virtud de reescribir la historia humana en la historia natural haciendo posible la emergencia de lo olvidado por la historia universal. Otro lugar donde se aprecia mejor el sentido que Benjamin confiere al narrador en relación con la historia es en las historias orales. Pero también aquí se presenta una paradoja que la crítica benjaminiana nos ayuda a explicitar. La historia para existir como saber necesita de la distancia de la historiografía científica y, en este sentido, debe emanciparse en cierta forma de la memoria. Sin embargo, dejarla de lado y reducir la experiencia histórica a una sola de sus modalidades quita profundidad y riqueza al trabajo del historiador en tanto narrador del pasado. Como dice E. Hobsbawm, para los historiadores que trabajan fuentes orales, es difícil, pero no imposible encontrar el equilibrio entre empatía y distancia, entre lo singular y la puesta en perspectiva general. No podemos olvidar que historia y memoria, tienen sus propias temporalidades, mientras la memoria es tiempo cualitativo, la historia presenta una continuidad cronológica y lineal. La memoria tiene momentos o etapas que la historia no tiene. En principio hay un acontecimiento significativo, traumático, al que sigue una fase de represión, seguida por una inevitable anamnesis(retorno) y que puede volver en forma de obsesión. Podemos agregar, la existencia de M débiles y M fuertes. La primera atañe a un grupo, es sumamente confusa y permeable a toda presión externa. En cambio la segunda, es la que prevalece, es la voz de los grupos de poder que interactúan, es el pasado de donde los historiadores encuentran sus temáticas y las refuerzan. Por lo tanto es posible afirmar que en la intersección entre historia y memoria se encuentra la política como dimensión del hacer público en el que se constituyen los sujetos y la experiencia histórica.

Reflexiones finales. El trabajo de la memoria Volviendo a Benjamin podemos concluir con algunas reflexiones que nos suscita su examen de la historia y el método que propone como camino de acceso a la recuperación del pasado, de un pasado que nunca puede abarcarse completamente y que permanece siempre, al mismo tiempo, familiar y extraño al historiador. Por ello y por lo dicho anteriormente, podemos concluir que aunque la propuesta de Benjamin nos impulsa a mirar con nuevos ojos el pasado y nos invita a una relación con el más abierta y más crítica respecto de los modelos heredados, el contenido más significativo de la misma tiene que ver con asumir que su propuesta se inspira desde el principio en una voluntad política de transformación del presente. Una transformación que no puede ocurrir sin la cita del pasado, especialmente, con las voces de las víctimas de ese pasado, cuya redención depende de nosotros, pues, como dice Benjamin, existe una “cita secreta entre las generaciones que fueron y la nuestra”. Y como a cada generación que vivió antes que nosotros, nos ha sido dada una “flaca fuerza mesiánica sobre la que el pasado exige derechos” (Tesis 2: 1989, 178). Reavivar esa fuerza es tarea de la historia materialista que se vale de la memoria colectiva y de la acción revolucionaria para cambiar el curso de la historia universal introduciendo en el tiempo homogéneo del discurso oficial, el tiempo pleno del

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acontecimiento: tiempo en el que todo está por comenzar y en el que, el pasado, el presente y el futuro, se enlazan o se oponen conformando una imagen dialéctica en la que el pasado puede volver a suceder para reclamar las posibilidades canceladas. En ello consiste pues a nuestro entender el carácter creativo de la experiencia histórica en tanto experiencia con la historia desde las actualizaciones contingentes de la memoria.

Bibliografía AGAMBEN, Giorgio (2004) Infancia e Historia. Destrucción de la experiencia y origen de a historia, trad. Silvio Mattoni. Buenos Aires: Adriana Hidalgo AGUIRRE ROJAS, Carlos A. (2008) “Walter Benjamin y las lecciones de una histora vista a ‘contrapelo’”. En: Archivo Chile, Revista de CEME (Centro de Estudios Miguel Enriquez) BENJAMIN, Walter (1989): Discursos Interrumpidos I, trad. Jesús Aguirre. Buenos Aires: Taurus. BENJAMIN, Walter (1999): Para una crítica de la violencia y otros ensayos. Iluminaciones IV, trad. Roberto Blatt. Madrid: Taurus. BENJAMIN, Walter (2010) El narrador, trad. Pablo Oyarzun. Santiago de Chile: Metales pesados. DÍAZ, Ariane (2002): “Dialéctica e Historia. El marxismo de Walter Benjamin”. En: Teoría/ Dialéctica e Historia. Mexico, (96-121) OYARZUN R., Pablo (2010): “Introducción”. En Walter Benjamin: El narrador. Santiago de Chile: Metales pesados. RICOEUR, Paul (2001) Del texto a la acción. Ensayos de hermenéutica II. México: Fondo de Cultura Económica.

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Ludwig Wittgenstein o sobre un “historicismo sin historia” -Héctor Bentolila[Universidad Nacional del Nordeste] ([email protected])

Introducción La filosofía analítica se ha convertido hace tiempo en el blanco principal de las críticas de la filosofía del lenguaje actual, tanto por defender una perspectiva reduccionista de la práctica filosófica, comopor lo quesus detractores han denunciado con frecuencia como una falta de sentido histórico o de conciencia reflexiva de sus integrantes más conspicuos. Esta opinión, por otra parte,es reforzada por una tendencia típica de los propios filósofos analíticos a ocuparse casi exclusivamente de temas estrictamente lógico-lingüísticos o semánticos, y a delegar en otros saberes las cuestiones epistemológicas de orden histórico o ligadas a la filosofía de la historia. Ello ha provocado que a menudootras corrientes filosóficas lamentaranla ausencia de un auténtico compromiso histórico del análisiscon las propias tradiciones de las queélproviene. Pero si dejamos de lado estas acusaciones que, a mi juicio, obedecen más a prejuicios de escuela que a un conocimiento amplio y detallado de la filosofía analítica, podemos apuntar algunas notables excepciones en relación con una posible filosofía de la historia. Tal es el caso, en primer lugar, de las propuestas desarrolladas por Hempel (1942) y sus sucesores, Patrick Gardiner (1952) y Charles Frankel (1957), aunque sus investigaciones se hayan concentrado casi exclusivamente en el estatus científico del saber histórico. En segundo lugar, desde una filosofía más independiente del ideal positivista de la unifiedscience y más cercana al giro epistemológico hacia la historia de las ciencias, encontramos concepciones como las de Arthur Danto y su programa de unaAnalyticalPhilosophy of History (1965), o como lasde Louis Mink (1965) o Hayden White (1973),en las que el modelo nomológico de Hempel es reemplazado por un esquema más flexible de comprensión de la historia basado en la narración y en los tropos del discurso literario. Dentro de este cuadro de situación,la filosofía del lenguaje de Ludwig Wittgenstein puede verse como un caso paradigmático de los dos tipos predominantes de interés entre los filósofos analíticos por los temas o cuestiones históricas. En efecto, cualquiera que se hallefamiliarizado con la obra del filósofo vienes puede comprobar claramente que, mientras la primera etapa de su pensamiento está dominada enteramente por la clarificación de la lógica del lenguaje; esto es, por una preocupación estrictamente formal y, por ende, no empírica ni mucho menos histórica, en la segunda etapa, Wittgenstein inaugura una nueva filosofíaque ya nada tiene que ver con la filosofía tradicional –incluyendo la suya propia- y cuyo eje se centra ahora en describir los usos sociales e históricos que hacemos de las palabras en distintas acciones lingüísticas. Ahora bien, como resultado de las descripciones que el filósofo lleva a cabo mediante el tipo de investigación gramatical que pone en prácticadesde 1939, encontramos una serie de indicaciones y recordatorios acerca de las conductas lingüísticas que solemos seguir a la hora de hablar del pasado o de referimos a hechos históricos. Desde la perspectiva de Wittgenstein dichas conductas no son más que formas estilizadas de actuar lingüísticamente que se han consolidado con el tiempo sobre la base deacciones y usos lingüísticos primitivos enlos que participamos como en un “juego de lenguaje” o una “forma de vida”. En cuanto tales, dichas formas de actuar“pertenecena

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nuestra historia natural tanto como andar, comer, beber, jugar”(IF, 27) y, por tanto, pueden verse o describirse como un fenómeno etnológico. En este sentido, considero que la filosofía analítica o que proviene de ella, puede ofrecer aún algunas estrategias y técnicas conceptuales con las que ensayar otras vías de interpretación de la historia, diferente a las seguidas por las filosofías de la historia en el pasado y en proximidad con las historiografías recientes como las mencionadas más arriba. Para mí está claro que una de esas vías es la que se anuncia en varias secciones de las últimas obras de Wittgenstein y que su nueva filosofía nos invita a desarrollar. Por tanto, en este trabajo me propongo abordar dicha vía desde un punto de vista que conecta a la vez, la investigación gramatical y conceptual de nuestras conductas lingüísticas con el “enfoque etnológico”del cual depende en filosofía, según Wittgenstein, la posibilidad de “ver las cosas más objetivamente”(CV, 1940: 199). Hace poco, uno de los intérpretes actuales de su pensamiento, P. Hacker, ha reconocido en dicho enfoque la existencia de una poderosa perspectiva historicista que, en su opinión, representa una especie de “historicismo sin historia” (2011: 23)1. Pero independientemente de qué valor demos a esta opinión lo cierto es que, como pretendo poner de manifiesto aquí, la aplicación de lo que llamo la vía wittgensteiniana de análisis de la historia nos permite ver la tarea de esta bajo una nueva luz; por tanto, antes que como explicación de hechos pasados, como descripción de los movimientos lingüísticos en los juegos de lenguaje que jugados en diferentes épocas y, a la vez, como la exhibición de la gramática de dichos juegos bajo cuyas reglas solamente pueden cobrar sentido las acciones singulares de hombres y mujeres que somos en tanto seres históricos.

Análisis gramatical e historia natural La denominada segunda etapa de la filosofía de Wittgenstein está marcada por la circunstancia histórica de su regreso a Cambridge, luego de una ausencia de diez años de la vida académica, y por el abandono definitivo de los puntos de vista lógico y semántico asumidos rigurosamente en la obra de su primera etapa: el Tractatus lógico-philosophicus (1922). En efecto, durante todo aquel tiempo y, en especial,a partir de los años treinta, Wittgenstein se había ido desprendiendo de manera gradual de la concepción lógica del lenguaje y comenzado a adoptar en su lugar una visión más dinámica y relativista, apoyada en la observación y descripción de los usos diferentes que hacemos del lenguaje cuando lo empleamosnaturalmente para hablar de las cosas o al comunicarnos.Una vez que el filósofo pudo despojarse al final de la creencia en la pureza de la lógicadel lenguaje y darle un giromás al análisis de sus límites, Wittgenstein pudo ver en la filosofía un “nuevo tema” y proponerlo como el “nuevo método que había encontrado” (1959/1984:320). Este método, como él decía en sus lecciones de 1939, hacía necesario por primera vez que hubiera filósofos diestros o habilidosos en lugar de grandes como en el pasado y, del mismo modo, nos obligaba a entrenarnos en un “tipo de pensamiento al que no estábamos acostumbrados”, muy distinto del que se necesitaba en la ciencia y, podemos agregar, también en la historia2. 1

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La cita hace referencia al artículo de Hacker que encabeza el libro Antropología de Wittgenstein. Reflexionando con P.M.S. Hacker, editado por Jesús Padilla Galvéz y publicado por Plaza y Valdes, Madrid: 2011. Dicho artículo surgió de la conferencia “Wittgenstein´sAnthropological and Ethnological Approach”dada por el filósofo de la Universidad de Oxford en la Universidad de Castilla-La Mancha durante el Congreso Internacional organizado sobre la propuesta antropológica de L. Wittgenstein. El mismo ha constituido el punto de referencia principal para la elaboración de este trabajo. Estas observaciones son recogidas por G. Moore en sus Wittgenstein´sLectures traducidas al español como “Conferencias de Wittgenstein de 1930-33”en la antología de G.E. Moore publicada por Hyspamerica en su colección de historia del pensamiento bajo el título de Defensa del sentido común y otros

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Para los filósofos habilidosos la tarea de la filosofía ya no podía consistir en exhibir el “orden a priori del mundo” o, dicho de otro modo, el orden de“las posibilidades que tienen que ser comunes a mundo y pensamiento”; todo lo contrario, su oficio tenía que ser de ahora en más averiguarmalentendidos lingüísticos y solucionar enredos conceptuales. Estos no surgen de la incomprensión de la lógica del lenguaje sino de los usos impropios de las palabras del lenguaje corriente, en especial, de aquellos usos que provienen de la propia filosofía cuando esta pretende hablar de esencias independientes, de entidades mentales o de leyes universales de la historia. Entonces dice Wittgenstein el lenguaje “festeja” o “se va de vacaciones” (IF: 38)3, es decir, se desconecta de su empleo normal y de las acciones que le dan sentido. Es precisamente esta relación del lenguaje con la praxis la nota característica de la nueva filosofía de Wittgenstein y la base sobre la cual se comprende tanto la invención del léxico que introduce en sus obras al hablar de diferentes temas, como el tipo de actividad, de elucidación o clarificadora, que identifica con la práctica filosófica. Con respecto a lo primero, Wittgenstein nos recuerda constantemente, a través de indicaciones, ejemplos, comparaciones, etc., que no podemos intentar pensar el lenguaje de forma separada de las actividades que realizamos en tanto actores o agentes históricos y sociales. De ahí que nos invita describir los usos o empleos que hacemos de los signos, palabras u oraciones en el contexto determinado de las acciones con las que están entretejidos, en los juegos primitivos por medio de los cuales aprendemos a usar la lengua materna y a entendernos con otros. Tales son los llamados juegos de lenguaje y hay una multiplicidad de ellos que fluyen en la corriente de la vida y que, por tanto, pueden cambiar en cualquier momento. Por ende, dichos juegos no son “algo fijo, dado de una vez por todas”, sino que evolucionan y tienen historia. Por eso Wittgenstein afirma que nuestro lenguaje no es completo y que “puede verse como una vieja ciudad: una maraña de callejas y plazas, de viejas y nuevas casas, y de casas con anexos de diversos períodos”(IF: 18). Pero también podemos imaginar lenguajes con distintas funciones para cada tipo de acción; lenguajes primitivos que consten solo de “ordenes y partes de batalla”; “de preguntas y de expresiones de afirmación y de negación”, etc. Y cada una de estas formas que podemos imaginar “significa imaginar una forma de vida” (19). En consecuencia, no tenemos un lenguaje universal porque no existe lenguaje que esté cerrado y concluido; los lenguajes que hablamos son juegos abiertos en los que intervenimos siempre como jugadores y, al mismo tiempo,“nuevos tipos de lenguaje, nuevos juegos de lenguaje– como dice Wittgenstein- nacen y otros envejecen y se olvidan.” De nuevo nos aclaraque la expresión juego de lenguaje debe poner de relieve que “hablar el lenguaje es formar parte de una actividad o de una forma de vida”(23).Pero lo que importa en cada una de las formas de vida no es tanto la vida, por así decirlo, sino el juego en que estas se sustentan, el conjunto rudimentario de acciones por las que –como nos hacer ver Hacker- “aprendemos a pedir, rogar, insistir, preguntar y responder, llamar a gente y a responder los llamados, decirle a la gente cosas y escuchar lo que otros cuentan” o,expresado con más elocuencia, las acciones por las que “aprendemos a ser humanos; no Homo sapiens, sino Homo loquens” (2011:22,23). Por otra parte conviene señalar que los juegos de lenguaje y las formas de vida implican en ambos casos “formas naturales de conducta compartida”, esto es, modos dados de “conducta expresiva, de dolor, asco, placer, diversión, miedo y enojo” que, aunque lingüísticamente estilizadas o moldeadas por la cultura, no obstante “conservan sus raíces en la 3

ensayos, Madrid: 1984, págs. 255-322. Cabe aclarar que en la versión española de Alfonso García Suarez y Ulises Moulines(Crítica, Barcelona: 2004) se traduce “cuando el leguaje hace fiesta” pero en este trabajo me he valido de la traducción de la versión inglesa que dice “cuando el lenguaje sale de vacaciones” o cuando “festeja” siguiendo la sugerencia de Alejandro TomasiniBassols en su artículo sobre el tema “Nota sobre la traducción al español de las PhilosophischeUntersuchungen de Ludwig Wittgenstein” publicado en Estudios sobre las filosofías de Wittgenstein, (2003) México: Plaza y Valdes, 105 (101-110)

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conducta animal”(2011: 29). Por tal razón, ellas operan como el trasfondo articulable de los usos y aplicaciones de las palabras y oraciones o, más directamente, como el contexto material de sentido de nuestras jugadas y movimientos en los juegos de lenguaje.Empero, si comparamos nuestras conductas lingüísticas con la de los animales que “no hablan”, dice Wittgenstein, entonces las mismas pueden ser analizadas como pertenecientes a nuestra historia natural(25). Ahora bien, teniendo en cuenta la concepción del lenguaje que se desprende de lo dicho, la tarea de la filosofía, la actividad de los filósofos habilidosos será pues descriptiva antes que teórica y, su realización consistirá en investigar los usos de las palabras de donde nacen los problemas y confusiones conceptuales, especialmente cuando filosofamos. No obstante, los problemas filosóficos nos recuerda Wittgenstein “no son ciertamente empíricos”, esto es, no surgen por una dificultad o inconveniente con los hechos o con la experiencia, sino por una mala aplicación del lenguaje corriente cuando hacemos que funcione de un modo que no es el normal o habitual. Son, por tanto, pseudoproblemas que no pueden resolverse sino de una sola manera, disolviéndolos “mediante una cala en el funcionamiento de nuestro lenguaje, y justamente de manera que éste se reconozca: a pesar de una inclinación a malentenderlo”. Así pues estosse aclaran “no aduciendo nueva experiencia, sino compilando lo ya conocido”, puesto que, según Wittgenstein: “La filosofía es una lucha contra el embrujo de nuestro entendimiento por medio de nuestro lenguaje”(IF: 109). Si seguimos la lectura de Hacker sobre este punto podemos estar de acuerdo en que, en esa lucha, los filósofos no se comportan como “metafísicos ni cosmólogos metafísicos” sino como “cartógrafos locales”; es decir, ellos tienen la habilidad“para hacer un mapa del terreno allí donde la gente se pierde, para rastrear las pisadas e identificar el lugar donde se equivocaron al dar la vuelta y para explicar por qué terminaron en pantanos y en arenas movedizas” (2011: 20). Por eso la investigación filosófica es gramaticalo también conceptual pero no empírica. Ella arroja luz sobre los problemas “quitando de en medio malentendidos. Malentendidos – dice Wittgenstein- que conciernen al uso de las palabras; provocados, entre otras cosas, por ciertas analogías entre las formas de expresión en determinados dominios de nuestro lenguaje” (90). Como tal, la acción filosófica se ocupa de describir la gramática en profundidad de las reglas que seguimos cuando empleamos las palabras para comunicar algo correcta o incorrectamente; no en relación con la realidad, puesto que la gramática es arbitraria, sino en relación a la manera como se constituyeron históricamente los usos normales de las lenguas que hablamos. De este modo, en cuanto la gramática que se muestra en la descripción del funcionamiento del lenguaje no se determina por los hechos, ella no sólo es arbitraria o autónoma sino que sus reglas son contingentes –no están justificadas ni injustificadas-. Por tanto cada gramática de cada juego de lenguajepuede verse así como un fenómeno histórico, etnológico o antropológico, y su análisis servir como vía para la comprensión de la historia en el sentido de una elucidación del lenguaje teórico o filosófico de la historia. ¿De qué manera podría el análisis gramatical o conceptual servirnos en este sentido? ¿Podría nuestra comprensión de la historia verse beneficiada por esta vía de la filosofía analítica y resolver así algunos malos entendidos o incomprensiones del lenguaje utilizado en la teoría de la historia?

Gramática de la historia y filosofía Aunque Wittgenstein no se ocupó expresamente de cuestiones historiográficas o de filosofía de la historia,sus descripciones sobre el significado de las palabras en juegos de lenguaje complejos, en contraste con sus usos habituales en el habla normal, lo llevaron a investigar muchas veces la gramática de dichos juegos con el objeto de disolver malenten154

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didos o pseudoproblemas conceptuales. En este sentido,las obras de la segunda etapa de Wittgenstein, como dije al comienzo,contienen una serie de observaciones o recordatorios gramaticales relativos a las conductas lingüísticas en las que están involucradas diversas formas de hablar del pasado o de referirse a temas históricos. Así, por poner algunos ejemplos, en las Investigaciones Filosóficas, Wittgenstein nos invita a ver las descripciones gramaticales los juegos de lenguaje como “observaciones sobre la historia natural del hombre; pero no curiosidades, sino constataciones de las que nadie ha dudado, y que sólo escapan a nuestra noticia porque están constantemente ante nuestros ojos” (415). Más tarde, en las Observaciones sobre la Rama Dorada de Frazer nos descubre el sinsentido del lenguaje del historiador antropólogo cuando se refierea las culturas antiguas como expresiones primitivas de un desarrollo histórico positivo; por el contrario, Wittgenstein señala que en su explicación de la historia, el historiador puede ver los datos “en su relación mutua y sintetizarlos en un modelo general sin que esto tenga la forma de una hipótesis sobre el desarrollo temporal” (ORDF: 65). Finalmente, en las Observaciones de 1947, publicadas póstumamente bajo el título de Aforismos, cultura y valor, Wittgenstein se pregunta si cuando usamos un enfoque etnológico “¿quiere acaso decir esto que explicamos la filosofía como etnología?” y se responde que no, que “sólo quiere decir que tomamos un punto de vista exterior para poder ver las cosas más objetivamente” (199) y, en la misma dirección, en otra sección nos enseña que uno de “sus métodos más importantes es imaginar el transcurso histórico de la evolución de nuestros pensamientos de modo distinto a como fue. Al hacerlo así, -agregael problema nos muestra un aspecto del todo nuevo” (CV: 1940, 201). A partir de observaciones como estas podemos entonces intentar responder a las preguntas que nos hicimos más arriba y para ello propongo un doble ejercicio: en primer lugar, comparo la investigación gramatical de Wittgensteincon la perspectiva de un historiador que, como Spengler, por ejemplo, ha sido de gran influencia en su manera de entender la actividad filosófica. En segundo lugar, contrapongo una observación cualquiera de Wittgenstein sobre el uso de un concepto del lenguaje histórico con la utilización del mismo por parte del filósofo analítico de la historia más tradicional. Al final, doy mi opinión sobre la afirmación de Hacker según la cual Wittgenstein defendería una suerte de “historicismo sin historia” como enfoque de comprensión del lenguaje histórico. Comencemos entonces por la comparación de los tipos de investigación gramatical e histórica que representan tanto la filosofía del lenguaje de Wittgenstein como la filosofía de la historia de Spengler. En este sentido, como dice claramente Bouveresse (2006), más allá de cuanto sea la influencia del último sobre el método del primero, el desacuerdo fundamental entre ambos es el tipo de utilización que hacen de los conceptos4. Así, Wittgenstein cuestiona el intelectualismo de Spengler al señalar que éste“podría ser mejor entendido si hubiera dicho: comparo diferentes períodos culturales a la vida familiar: dentro de una familia existe un parecido familiar, pero entre los miembros de distintas familias también existe un parecido; el parecido familiar se distingue del otro parecido de esto o aquel modo, etc.” (CV: 1931, 73). Por tanto, al describir períodos o edades históricas diferentes no actuamos como científicos indagando las causas de su origen ni intentamos explicar la situación actual por la referencia a un ideal que nos hemos fijado previamente como cree poder hacer el autor de la Decadencia de Occidente, sino que, al contrario, usamos el ideal como “un objeto de comparación –una medida por así decirlo- en nuestra consideración, en vez del prejuicio al que debe conformarse todo” (2006: 69) Esta consideración creo que es suficiente para entender de qué manera el análisis gramatical wittgensteiniano propone una vía no dogmática de comprensión de la historia que se hace cargo, al mismo tiempo, del punto de vista que 4

Para una lectura más profunda de esta opinión cfr. la sección 3 del capítulo II de la obra citada, págs. 83-94

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aplica reconociendo la relatividad del ideal desde el cual se interpreta y se habla del pasado. Desde otro punto de vista, las conclusiones a las que llega Wittgenstein mediante las descripciones o elucidaciones conceptuales del lenguaje histórico pueden examinarse en analogía con los usos del lenguaje en la ciencia y, especialmente, en la filosofía que lo tiene por objeto. Nuevamente, como ha señalado Bouveresse comentando la actitud de Wittgenstein hacia historia y la filosofía de la ciencia, “el curso de la historia sigue siendo, hoy como ayer, fundamentalmente imprevisible e incontrolable” (90). Por tal razón, para el filósofo vienés la evolución de las sociedades y los cambios históricos son “el resultado de deseos, esperanzas, creencias, rechazos y aceptaciones que no tienen nada de científico y cuyas consecuencias esperadas son tan diferentes de las que se producen, como lo es el sueño de la realidad” (90-91). Es por eso que para él no hay al fin nada “más tonto que el parloteo acerca de la causa y el efecto en los libros de historia; nada más equivocado, ni menos pensado. Pero ¿quién podría detenerlo por decirlo?” (CV: 358). De esta manera, seca y lapidaria, Wittgensteinnos quiere prevenir del absurdo de aquellas teorías de la historia que intentan subsumir las acciones únicas y particulares de hombres concretos en leyes generales suponiendo de este modo, que el historiador puede acceder de alguna manera misteriosa a la esencia de los acontecimientos que busca explicar. Pues,si bien cada acción o conducta humana del pasado puede haberse desarrollado en una dirección o en otra, su sentido se comprende no buscando causas sino viendo cómo se desarrollaron las acciones en los contextos en los que tuvieron lugar, esto es, indagando las razones que nos permiten entender el juego de lenguaje y la forma de vida en la que se inscriben. La comprensión histórica sucede cuando aprendemos a ver todas las posibilidades de un suceso y a reconocer los movimientos en el juego de lenguaje en que el mismo tuvo lugar; solo entonces captamos el sentido histórico de lo que deseábamos entender y lo podemos expresar diciendo “ahora lo comprendo” “ah! Ahora si lo entendí”; en otros términos, cuando podemos saber por qué paso lo que pasó y por qué no habría podido ser de otra manera. Por ende, cuando podemos ubicar la acción pasada en un espacio de inteligibilidad reconocible por los juegos de lenguaje compartidos socialmente y por las jugadas o movimientos permitidos por la gramática de dicho juego, pero también, cuando podemos al mismo tiempo comparar esas jugadas con otras posibles y semejantes.5 En relación con este modo de presentar el análisis, Hacker ha interpretado la observación de Wittgenstein sobre la manera etnológica de considerar las cosas en la actividad filosófica como expresión radical de un poderoso punto de vista historicista, solo que, en su opinión, se trata esencialmente de un tipo de historicismo sin historia. Desde dicha posición, los conceptos empleados por diferentes grupos sociales en juegos de lenguaje y formas de vida distintas son descriptos como producto de la interacción social, por tanto, como respuesta a necesidades compartidas, de la inventiva y del descubrimiento, de intereses comunes a los que se apeló en circunstancias variables de la vida social y que evolucionan de modos idiosincrásicos variados en diferente tiempo y lugar (24). Ahora bien, si adoptamos pues el enfoque etnológico del historicismo sin historia de Wittgensteinse puede aclarar el malentendido de las propuestas historicistas tradicionales como las Hempel, ya que tanto su afán positivista por explicar los hechos históricos por medio de una ley universal bajo la cual se busca conocerlos, como el lenguaje objetivo usado para ese fin se descubren como juegos de lenguaje que operan en el vacío. Por tanto, como juegos de lenguaje surgidos a partir de un uso impropio del lenguaje histórico y de la incomprensión del funcionamiento de los conceptos que empleamos cuando hablamos 5

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Una investigación en esta dirección se puede consultar también en Tomasini Bassols, A. (2012) Filosofía Analítica: un panorama. México: Plaza y Valdes, 203-220

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de actos pasados e intentamos comprenderlos. La intención de reducir la singularidad del suceso histórico en la objetividad universal del hecho o la explicación por causas le hacen perder de vista al historiador la variedad de las acciones lingüísticas que articulan el sentido del juego para cada jugador en cada jugada; en cada movimiento realizado en el juego de lenguaje de cada época. Este sentido del juego, precisamente, no es universalizable y el historiador quelo comprende opera con un criterio historicista describiendo las jugadas o movimientos del juego de lenguaje como jugadas posibles, frente a las cuales siempre pueden imaginarse otras. Y pese a que todas están emparentadas por aires de familia; todas son jugadas realizadas en un contexto práctico y temporalmente determinado –son por tanto históricas-, ninguna de ellas, sin embargo, pertenece a una sola historia, universal y única. De ahí que no haya en el historicismo sin historia de Wittgenstein ideaalguna de historia, no porque no haya historias contingentes dentro de las cuales cada acción social o individual pueda cobrar sentido, sino porque no podemos representarnos un proceso universal sustantivo sobre el trasfondo del cual referir todos los actos humanos, a menos que deseemos suponerlo como un juego de lenguaje ideal. Pero entonces nos habremos inventado un mito tranquilizador al precio de no dar sentido a los lenguajes históricos particulares.

A modo de conclusión Para concluir con una observación final inspirada en la filosofía del lenguaje de Wittgenstein y en el enfoque etnológico y historicista que ella nos invita a practicar, creo que puede afirmarse, frente al historicismo tradicional de muchos historiadoresy filósofos de la historia, que la historia es finalmente solo el nombre de una técnica que utilizamos para describir acciones que, por situarse fuera de nuestro presente, requieren de un usodiferente del lenguaje. En este sentido, creo que la vía wittgensteiniana de análisis lingüístico de los juegos de lenguaje históricos representa una alternativa original para entender las múltiples conductas lingüísticas de que son capaces los hombres y paraclarificar nuestros modos de hablar de ellas sin caer en enredos conceptuales o mitologías filosóficas. Así mismo, considero que dicha vía presenta todavía muchas direcciones para continuar explorando, algunas de las cuales guardan ciertas similitudes con planteos historiográficos como los de H. White y su interpretación del discurso histórico en tanto artefacto lingüístico construido desde los modelos narrativos o ficcionales que representan los géneros y las figuras literarias. Por otra parte, el historicismo sin historia que, según Hacker, se desprende de la filosofía de Wittgenstein nos impone la tarea de ver las historias que nos constituyen en tanto agentes sociales, lo mismo que los efectos de dichas historias en nuestras formas de actuar o reaccionar frente a distintas situaciones, no como un destino del que no podemos salir, sino como una posibilidad que pudo ser de otro modo y que puede tomar en cualquier momento un rumbo inesperado. Se trata pues, como muestra Wittgenstein con su crítica a Frazer, de aprender a ver sinápticamente, de describir de muchas maneras las acciones pasadas propias y de los otros; de comparar y relacionar distintos cursos de acción posibles como partes de la historia natural del hombre. Finalmente, al exhibirse dicha historia en la que crecemos y aprendemos a seguir las reglas de la cultura que habitamos como unterritorio virtual de movimientos lingüísticos; de jugadas en los juegos de lenguaje en los que tomamos parte temporalmente, nuestros horizontes de comprensión se ensanchan. Con ello también cambian o se modifican los juegos de lenguaje anteriores, como dice Wittgenstein, “el lecho del río de los pensamientos puede desplazarse” (SC: 97), y lo hace continuamente permitiendo que se articulen nuevamente nuestras variadas y antropológicas formas de vida.

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Bibliografía BOUVERESSE, Jaques (2006) Wittgenstein. La modernidad, el progreso y la decadencia. México: UNAM HACKER, P. M. S. (2011) “El enfoque antropológico y etnológico de Wittgenstein”. En Jesús Padilla Galvéz (Ed.) Antropología de Wittgenstein. Reflexionandocon P.M.S. Hacker. Madrid: Plaza y Valdes MOORE, G. E. (1959) Defensa del sentido común y otros ensayos. Madrid: Hyspamérica. TOMASINI BASSOLS, A. (2003) Estudios sobre las filosofías de Wittgenstein. México: Plaza y Valdes TOMASINI BASSOLS, A. (2012) Filosofía Analítica: un panorama. México: Plaza y Valdes WITTGENSTEIN, L. (2007) Aforismos. Cultura y valor. Madrid: Espasa Calpe WITTGENSTEIN, L. (2004) Investigaciones Filosóficas. Barcelona: Crítica WITTGENSTEIN, L. (1992) Observaciones a la Rama Dorada de Frazer. Madrid: Tecnos WITTGENSTEIN, L. (2003) Sobre la Certeza. Barcelona: Gedisa

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Los Annales y la historiografía marxista Una convivencia inmune a la Guerra Fría -Juan Alberto Bozza[Centro de Investigaciones Socio Históricas, Instituto de Investigación en Humanidades y Ciencias de la Educación, FaHCE, UNLP] ([email protected])

Introducción Este artículo analiza la relación de afinidad de las dos corrientes historiográficas protagonistas de la renovación de la disciplina en el siglo XX: la congregada en torno a la revista Annales y la de inspiración marxista. Describe los puntos de contacto como una confluencia y cooperación fundada en una sensibilidad temática compartida (el desarrollo de la historia económica y social), en la voluntad de ampliación del objeto de conocimiento y en el empeño por fortalecer el rigor analítico y conceptual del saber sobre el pasado. La experiencia de convergencia demostró la autonomía de los Annales frente a las presiones ideológicas de la guerra fría, que simplificaban el campo disciplinar como un enfrentamiento entre “historiografía marxista leninista” e “historiografía burguesa”. Destacados investigadores han reconocido en la Escuela de los Annales y en la historiografía marxista un empeño común para la renovación de la disciplina. Ambas corrientes expresaron una voluntad crítica, de ruptura, contra la tradición narrativa proveniente de la historiografía decimonónica, tanto en sus vertientes positivistas como historicistas. También señalaron la existencia de afinidades y un itinerario de colaboración entre ambas corrientes. 1 Más cautelosos, los historiadores pertenecientes a los Annales fueron renuentes a emparentar medularmente sus investigaciones con la historiografía marxista. Los annalistas rechazaron subordinar la investigación histórica a la teoría elaborada por Marx; también a establecer jerarquías a la hora de discernir las determinaciones fundamentales que operaban en la totalidad histórica que indagaban.2 En el mismo sentido, historiadores no franceses remarcaron el eclecticismo de los Annales y su contraposición a la dialéctica marxista y a toda forma de determinismo.3

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Carlos Barros, “El paradigma común de los historiadores del siglo XX”, Estudios Sociales. Revista universitaria semestral, nº 10, Santa Fe (Argentina), 1996, pp. 21-44. Ciro F.S. Cardoso, Introducción a los estudios históricos, Barcelona, Critica, 1983, p. 115. C. Carlos Aguirre Rojas, Construir la historia: entre materialismo histórico y Annales, México, 1993, pp. 9-27. El periodo de la transición y de la crisis del XVII, eje de la producción de historiografía marxista británica, despertó la misma e intensa curiosidad de hombres como Braudel, Febvre y Pierre Vilar. Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 2004, p. 185 y 187. Giuliana Gemelli, Fernand Braudel: Biografía intelectual y diplomacia de las ideas, Valencia, Universitat de Valencia, 2005, p. 189. Jacques Revel, Las construcciones francesas del pasado, Bs. As., Fondo de Cultura Económica, p. 47. Carole Fink, Marc Bloch: una vie au service de l’histoire, Lyon, Presses Universitaire de Lyon, p. 151. Parece un exceso el argumento de que los Annales rechazaran toda forma de determinismo, especialmente si contemplamos la obra de Braudel o de Le Roi Ladurie.

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1 ANNALES. RENOVACIÓN Y APERTURA HACIA LA HISTORIOGRAFÍA CRÍTICA.

Los Annales de la posguerra y la historiografía de inspiración marxista acometieron la tarea de ampliar el territorio del conocimiento histórico. Observaban signos de decrepitud en la historiografía recibida, tales como la impotencia para inquirir nuevos horizontes temáticos, el culto fetichista a los documentos emanados de las fuentes estatales y del poder, etc.4 Las condiciones para la consolidación de una historiografía alternativa en Francia surgieron en el clima constructivo de la Liberación y la posguerra.5 Los Annales se expandieron a partir de esa etapa con las grandes investigaciones de sus miembros, el anclaje institucional, el financiamiento de sus programas por fundaciones norteamericanas6 y la multiplicación de sus discípulos. La historiografía marxista francesa, se concentraba en el campo de los estudios sobre la Revolución Francesa, transitando el surco abierto por Jean Jaures7, con autores como Albert Mathiez, Georges Lefebvre, Claude Mazauric y Albert Soboul. El consenso entre los partidos centristas y la izquierda, partícipes de la resistencia antifascista, preparaba una coyuntura de convivencia8 para las transformaciones educativas y culturales de la posguerra. Los Annales y la historiografía marxista compartieron los espacios relacionados con la historia en una relación que contrastaba con la beligerancia instigada por la propaganda occidental anticomunista. Existieron confluencias entre el programa de los Annales, orientado a dar primacía a la exploración económica y social, y la historiografía marxista. Desde su aparición en 1929, la revista Annales actuó como una congregación abierta a la colaboración de escritores que simpatizaban con el marxismo y con la URSS. Las investigaciones de Marc Bloch alentaban a algunos autores a relacionarlas con los temas y perspectivas del marxismo. No faltaron personalidades destacadas de la propia escuela, como Georges Duby, que señalaron una creciente orientación de los estudios de Bloch hacia el materialismo histórico. La mencionada inclinación se habría producido con el deslizamiento de los temas propios de Los Reyes taumaturgos hacia los de La sociedad feudal.9 Aunque las confluencias existieron, la trayectoria de los Annales no desembocó en la 4 5

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Edward Carr efectuó una crítica esclarecedora sobre estas cuestiones. ¿Qué es la historia?, Barcelona, Ariel, 1981(1961), c. 1 “El historiador y los hechos”. François Dosse relaciona esta etapa de crecimiento económico y cultural con un portentoso desarrollo de las ciencias sociales, encaminadas a resolver cuestiones cruciales como el crecimiento y la modernización. La historia en migajas. De Annales a la “nueva historia”, Valencia, Alforns el Magnanim, 1988, 2º parte, c.1, p. 105-107. F. Dosse, La historia… op.cit., pp. 130-134. Autor de la Historia socialista de la revolución francesa. Una descripción del prestigio de los comunistas y la URSS en los primeros años de la posguerra en Francia en: Humberto Cucchetti, “Communism, French patriotism, and Soviet legitimacy in France: social trajectories and nationalism (1945-1954)”, History of communism in Europe, IICCMER, n° 3, 2012, pp.109- 129. En la revista primó el dialogo y la inclusión de investigaciones que simpatizaban con el marxismo. A modo de ejemplo, en los primeros números colaboró Georges Friedmann, filósofo y economista admirador de la URSS que, en el período de entreguerras, se proclamaba marxista. Olivier Dumoulin, Marc Bloch o el compromiso del historiador, Granada, Universidad de Granada, 2003, p. 157. Según Duby, Bloch habría dado mayor cabida al concepto de necesidad por encima de las ideas y sentimientos. Georges Duby, “Preface” en Marc Bloch, Apologie pour l’historie ou Metier de l’ historien, Paris, Armand Colin, 1974.

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adhesión a la teoría marxista y fue evidente que sus miembros más connotados marcaron resquemores frente a ella. Lucien Febvre señaló su disenso, aunque nunca desarrolló exhaustivamente los fundamentos de la divergencia. Simplemente aludía al carácter rígido de aquella teoría, quizás pensando exclusivamente en el marxismo producido y difundido en la Unión Soviética.10 A pesar de las divergencias, los caminos entre ambas corrientes se aproximaron. Se pueden señalar ciertas orientaciones compartidas: 1. La perspectiva del largo plazo ofrecía la posibilidad de observar las fuerzas subyacentes que condicionaban a los acontecimientos. Ambas corrientes demostraron la misma preocupación de la historia como proceso. 2. Las investigaciones comenzaban con la exploración de las condiciones materiales en las que se desenvolvían las sociedades estudiadas y reconocían zona medular de reflexión a los fenómenos económicos y sociales.11 3. Un estilo critico, polemista, contra la historia tradicional, como el de los primeros Annales, era visto con simpatía por la historiografía marxista. La confrontación era con el mismo adversario, ambas formaban parte de lo que Momigliano llamó “movimiento antirrankeano”.12 4. Existía una mancomunión en concebir la historia como disciplina encaminada a resolver problemas a partir de un sistema de preguntas e hipótesis; que no se limitara a la mera organización cronológica de acontecimientos.13 5. La explicación de los procesos jerarquizaba el rol de las estructuras y fuerzas colectivas, rechazando las interpretaciones encandiladas por la gran personalidad, las elites y las ideas.14 6. Un afán común por restituir la totalidad como nivel de articulación de las fuerzas actuantes en un período u objeto estudiado. 7. Una voluntad compartida para la construcción de una historia analítica, parte integrante de las ciencias sociales, atenta a descubrir regularidades y correlaciones significativas en el pasado; la desconfianza o el rechazo a una disciplina limitada a la narración de hechos singulares irrepetibles.15 Tal como reconoció Hobsbawm, una de las virtudes más celebradas de los Annales fue la recepción de historiadores que realizaran aportaciones originales, entre ellos los seguidores del materialismo histórico. Esa disposición aperturista fue expresada, aún en los años más torvos de la guerra fría, por una atenta revisión de Georges Lefebvre de las contribuciones de la historiografía de la URSS sobre el pasado de Francia.16 Como veremos, algunos historiadores manifestaron la convergencia de ambas identidades 10

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Como se dijo, a Febvre lo incomodaba la asociación del programa de los Annales con la teoría marxista. Véase la áspera reseña crítica que realizó sobre el libro de Daniel Guérin La lucha de clases enel apogeo de la Primera Republica. Lo acusaba de doctrinario, de juez y fiscal irrespetuoso con la historiografía precedente sobre la Revolución; sin embargo, no profundizaba en ninguna crítica específica sobre las aserciones del libro. Combates por la historia, Barcelona, Ariel, 1974, pp 168-172. Guy Lemarchand, p. 176. Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona, Critica, p. 149-150. Carlos Aguirre Rojas, La historiografía en el siglo XX: historia e historiadores entre 1848 y ¿2025?, Barcelona, Montesinos, 2004, p. 70. Guy Lemarchand, p. 176. M Bloch, Introducción a la Historia, Méjico, FCE, 1982, p. 13. Eric Hobsbawm, Sobre la historia, op, cit, p. 187. Georges Lefebvre, “Histoire de France et historiens soviétiques”; Annales. E.S.C., Anneé 1953, v. 8, nº 1, pp. 74-76.

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Ernest Labrousse: las potencialidades de la confluencia Estructuras y dialéctica del cambio social. La historiografía marxista francesa no era una congregación numerosa en los primeros años de la posguerra. Sus pioneros se congregaban en torno a los estudios de la Revolución de 1789. El puente con los Annales fue tendido por las investigaciones de Labrousse. 17 Labrousse (1895-1988) forjó sus estudios bajo una doble influencia. Fue discípulo del economista Albert Aftalion en su graduación en la facultad de derecho y estudiante de François Simiand en la cátedra de Historia económica y social de la Sorbona.18 Su primera gran obra, escrita en 1932, fue el Ensayo sobre el movimiento de los precios e ingresos en Francia en el siglo XVIII. Sintetizaba una larga evolución de precios, construida como serie, de alimentos, manufacturas, de rentas e ingresos. La trayectoria demostraba el crecimiento de la inflación de las rentas agrarias y el rezago de salarios. Labrousse comprobaba la interacción -y el desajuste-, de tendencias económicas y fricciones de clases, como uno de los factores causales la Revolución. A través de categorías de inspiración marxista, como clase y contradicciones de clases interrogaba sucesos y comportamientos empíricamente reconstruidos.19 En 1943 produjo La crisis de la economía francesa del fin del antiguo régimen al comienzo de la Revolución, obra que le abrió las puertas de la Sorbona. Labrousse colaboraba, aunque no regularmente, con los Annales y compartía sus metas más ambiciosas. Entre ellas, los análisis económicos y sociales en la larga duración, el reconocimiento de las estructuras y tendencias seculares que estabilizaban a los sistemas sociales, la dinámica de las coyunturas que viabilizaban los cambios. Sin embargo, nunca dejó de manifestar su interés por el factor político y por los acontecimientos que, según Labrousse, se manifestaban como erupciones de las contradicciones latentes en las estructuras. Esta perspectiva complejizaba la intelección ralentada del pasado y el determinismo geohistórico de Braudel.20 Labrousse reflexionó conceptualmente sobre la mecánica de las transformaciones históricas. Publicó Cómo nacen las revoluciones, en ocasión de conmemorarse el centenario de la revolución de 1848. Ubicaba a los fenómenos revolucionarios en coyunturas específicas, ancladas en el marco de la larga duración, en las que convergían, de manera explosiva, diferentes tipos de crisis: climáticas, económicas, sociales y políticas. A salvo del economicismo o marxismo vulgar, no consideraba a la irrupción revolucionaria como mero resultado de las contradicciones económicas (el freno de las fuerzas productivas) de una formación social. Para que el descontento deviniera energía revolucionaria era menester que se produjeran contradicciones irresolubles en la cúspide política, en el aparato del poder dominante. Esta tematización le permitió elaborar modelos de “crisis de tipo antiguo”, de subsistencia en el periodo pre industrial, y de “tipo moderno”, específicas de economías con desarrollo industrial.21 17 18 19 20 21

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Guy Lemarchand, op cit…p. 175. La fusión de las perspectivas de los Annales y del marxismo no se agota en la obra de Labrousse. Una reconstrucción más amplia del tema debiera incorporar la obra de Pierre Vilar, lo que haremos en la siguiente fase de nuestra investigación. Labrousse destacó su ligazón con Simiand en el plano de la formación metodológica. Cristophe Charle, Entretienes avec Ernest Labrousse, Actes de la recherche en sciences sociales, 1980, v. 32, nº 32-33, p. 112. G. Lemarchand, op. cit. p. 176. Según François Dosse, la importancia que Labrousse daba a la política, al acontecimiento y a los antagonismos de clase, no lo ubicaban en el núcleo duro de los Annales. La historia… op. cit., p. 70. Labrousse analizó la génesis y dinámicas de los procesos revolucionaros en su notable artículo “1848,

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Labrousse compartía la convicción de Simiand, según la cual la historia adquiria verdadero rigor científico cuando “contara, midiera y pesara” los fenómenos observables.22 En 1955 alcanzó un notable reconocimiento en el Coloquio de la Escuela Normal Superior de Saint Cloud sobre fuentes y métodos de la historia social, aunque sus interpretaciones fueron objetadas por estudiosos de estirpe conservadora como Roland Mousnier23. Labrousse invitó a extender los métodos y conquistas de la historia económica y social a los estudios de las mentalidades, un territorio en el que esta clase de fenómenos actuaban como “resistencias”. Según el autor, en todo proceso histórico existía una dialéctica de las condiciones objetivas que influía en la vida de los hombres y en las representaciones que se hacían de las mismas. Pero sostenía que lo mental retrasaba lo social: las transformaciones operadas en el ámbito técnico material y en las relaciones sociales no eran acompañadas al mismo ritmo por las representaciones colectivas. “En la cadena sin fin de la historia -escribió-, los limites naturales de una historia socio económica van así, del acto ‘primero’ del productor a los fenómenos de sensibilidad y de mentalidad colectivas”. Esta orientación no pareció cumplirse ni ser profesada por los historiadores de la llamada “tercera generación” de los Annales, quienes abrazaron con fruición los métodos de una antropología histórica24.

Los compromisos del historiador El temprano activismo en la izquierda complementó la formación intelectual de Labrousse. El interés por la militancia política germinó en su época de estudiante en los cursos sobre la Revolución Francesa del profesor Aulard. Más tarde, en 1919, integró la redacción del periódico socialista revolucionario L’Humanité. Participó de la fundación del Partido Comunista Francés (PCF), aunque dimitió de sus filas en 1925. Según su confesión, no asumió el marxismo como un mero ejercicio de reflexión científica, sino motivado por razones morales. Las nociones de explotación, de humillación y de alienación experimentadas por los trabajadores eran, según el autor, de índole moral y resultaban plenamente compatibles con el marxismo.25 En 1938 reingresó en el Partido Socialista (SFIO), para abandonarlo por su política conservadora en ocasión del conflicto argelino. A principios de 1960 se unió al Partido Socialista Unificado (PSU). Fue, desde 1959, co-presidente de la Société d’Etudes Robespierriste y presidente honorario de la Comisión Investigadora del Bicentenario; actividad que encaró con entusiasmo a pesar de rechazar las tesituras liberales y antirrevolucionarias que envolvieron el evento. La ligazón con los Annales no le impidió la apertura de cursos propios de investigación, que convergían con la historia social de inspiración marxista. Se trataba de senderos no explorados con demasiada convicción por los analistas: el mundo de los trabajadores y sus experiencias sindicales y políticas. Admirador del liderazgo intelectual de Jean Jaurés, presidió la Societé d’Etudes Jauressiennes. Bajo ese marco institucional dio impulso a la iniciativa, académica y política, de elaborar un diccionario biográfico de dirigentes del movimiento obrero francés. La empresa articulaba la impronta de los liderazgos individuales en el cauce

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1830, 1789. Tres fechas en la historia de Francia Moderna”; Fluctuaciones económicas e historia social, Madrid, Tecnos, 1962, p. 463-478. M. Vovelle, op. cit., p. 102. Mousnier le reprochaba su marxismo reduccionista. Vovelle, op. cit., p.103. Madelaine Rebérioux, “Ernest Labrousse, historien jaurésien”, Annales historiques de la revolution francaise, 1989, vol. 276, nº 276, p. 145 y 149. C. Charle, “Entretiens… p. 115 y 123. M. Vovelle, “La memoire d’Ernest Labrousse”, op. cit. 105. C. Charle, Entretiens… op. cit., p. 119.

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del movimiento social.26 La conjugación de la investigación social y el compromiso político dio a luz, en 1961, la revista Le Mouvement Social, una cantera de formación de una nueva genración de historiadores marxistas y afines, como François. Bedarida, Michelle Perrot, Jacques Julliard, Annie Kriegel y Jacques Ozouf, entre otros. La enorme energía que demandaron sus investigaciones no lo hizo un pensador indiferente a los conflictos del presente. Su inmersión en el mundo de la Revolución Francesa no se limitó a la exposición de sus proclamas y realizaciones. Siempre cauteloso frente a anacronismos y extrapolaciones, Labrousse observó el fenómeno revolucionario como una experiencia anticipatoria, un nutriente de un conjunto de esperanzas y luchas de los siglos XIX y XX. Tal como lo señaló Michel Vovelle, en los últimos años de su vida seguía siendo un intelectual que creía en las revoluciones, tanto en la de 1789 como en la de 1917. A contramano de las conversiones liberales y conservadores de algunos de sus contemporáneos, no abjuraba de la convicción de que el mundo podía cambiar27. Los Annales no solo albergaron a historiadores de formación marxista, como Labrousse, Vilar, Vovelle, Bois y Agulhon, entre otros. También mostraron curiosidad por la obra de historiadores soviéticos. Un ejemplo de este interés, en 1964, fue la publicación por parte de la VI Sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios (EPHE), bajo la edición de R Mandrou, de una obra de Boris Porchnev (1905-1972) sobre las revueltas campesinas francesas del siglo XVII28. La amplitud de los Annales contrastaba con el malestar reinante en ciertos medios académicos que aborrecían a la historiografía marxista y, con más razón, a la producida en la URSS, aún la que se abría paso en tiempos de avances de la desestalinización. Uno de los contradictores fue Roland Mousnier, autor de agrias recensiones contra Porchnev. Mousnier se oponía a la utilización de la teoría marxista para la investigación de fenómenos sociales del siglo XVII. Según el autor, las hipótesis basadas en la lucha de clases eran inadecuadas y extemporáneas para indagar la conflictividad del antiguo régimen. Reprobaba la aplicación del concepto de clases en una sociedad organizada en órdenes que no dependían de la riqueza, sino de los conceptos de dignidad, honor y prestigio, propios de una cosmovisión religiosa que, según Mousnier, englobaba a todas las interacciones sociales. Estudios más recientes apuntaron a que la razón subyacente del rechazo era de orden ideológico, estaba fundada en los prejuicios contra los historiadores soviéticos que se ocupaban de la historia de Francia29.

2. DISPUTAS, REPERCUSIONES DE LA GUERRA FRÍA EN LA HISTORIOGRAFÍA.

Anticomunismo e historiografía en Francia. La convivencia de los Annales y el marxismo se mantuvo indemne frente a los prejuicios anticomunistas de la guerra fría y a ciertas demostraciones de dogmatismo de la historio26 27 28 29

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E. Labrousse, “Avenir de Jaurés”; Bulletin de la Societé d’etudes jaurèsiennes, nº 1, junio de 1960. Madelaine Rebérioux, “Ernest Labrousse, historien jaurésien”, Annales historiques de la revolution francaise, 1989, vol. 276, nº 276, p. 145. Michel Vovelle, op. cit., p. 106. Boris Porchnev, Los levantamientos populares en Francia en el siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1978. Roland Mousnier en: “Comptes Rendus”, Revue belge de philologie et d’histoire , 1965, v. 43, nº 43-1, pp. 166-171. Una defensa del rigor de Porchnev en: Alexandre Tchoudinov (dir.), Les historiographies soviétique et française en miroir: années 1920-1980, Moscou, Les éditions LKI, 2007, p. 26, 47 y 90. Esta notable obra colectiva retrata a Porchnev como un historiador de inspiración marxista de notable originalidad y autonomía frente a las versiones oficiales del “marxismo leninismo”.

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grafía oficial de la URSS. En efecto, en los años 50 y 60, a medida que se consolidaba aquella tensión ideológica, una politización intransigente minó el campo de las controversias culturales. La contienda bipolar soliviantó las controversias culturales en Francia. El prestigio de los intelectuales de izquierda en las ciencias sociales, la literatura y el arte fue motivo de preocupación por parte de las agencias políticas y culturales norteamericanas. En connivencia con grandes fundaciones, crearon el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC). Esta opulenta organización internacional, financiada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) desde su fundación en junio de 1950, emprendió una virulenta cruzada cultural contra “el comunismo”, atacando a figuras del pensamiento crítico, como Sartre, Merleau Ponty, y al Congreso Mundial por la Paz, una organización vinculada con la URSS. También fustigó a los líderes nacionales que patrocinaban la neutralidad frente al conflicto, aduciendo que beneficiaban a los enemigos de los Estados Unidos.30 Uno de los alfiles del CLC fue la revista Preuves, impulsada por Raymond Aron, Bertrand de Jouvenel, François Bondy, etc. Aron fue el nexo del dispositivo político cultural americano en Francia y un abogado tenaz del atlantismo.31 Liberal anticomunista, admirador y amigo de Friedrich von Hayek, se integró al principal think thank que luchaba contra el socialismo y el keynesianismo, la Sociedad Mont Pelerin fundada por el austríaco en abril de 1947.32 Aron fue el principal regisseur en el teatro europeo de las ciencias sociales. Fue, junto a Hannah Arendt, Zbignew Brzezinsky, Daniel Bell y James Burnham, un eficaz propagador de la teoría del totalitarismo, la que aplicó casi con exclusividad a los regímenes del bloque soviético. Su magisterio en la historia de las relaciones internacionales, su especialidad más celebrada, abogó para que las naciones occidentales explicitaran su beligerancia junto a los Estados Unidos en la contienda bipolar. El ardor y el ofuscamiento en la defensa de la estrategia norteamericana lo llevaron a colisionar con el propio Charles de Gaulle, defensor de cierto decoro autonomista en el diseño de la diplomacia francesa. Juzgaba necesario el intervencionismo de Kennedy sobre Cuba en la “crisis de los misiles” de 1962. El académico devenido cruzado justificaba la prioridad del sentimiento de seguridad de los Estados Unidos por sobre la cuestión del respeto a la soberanía nacional de la isla caribeña. Este compromiso con la política exterior de los Estados Unidos lo hizo un pensador influyente sobre Henry Kissinger.33 Arón extendió la noción de totalitarismo a toda teoría social e historiografía empeñada en indagar las “leyes” del cambio social, los conflictos de clases y explicar la experiencia del 30

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El Congreso Mundial por la Paz se fundó en 1949 en reuniones realizadas en París y Praga. Jean Vigreux et Serge Wolikov (dir), Cultures communistes au XXe siècle : entre guerre et modernité, La Dispute, Paris, 2003. Algunos de los historiadores del CLC, “partisanos de Occidente”, fueron Isaiah Berlin, H Trevor Ropper, Walter Laqueur, F. Borkenau, J. Burnham, A. Schlesinger Jr., R. Löwenthal, S. de Madariaga, etc. La actividad del Congreso en Francia fue descripta minuciosamente por Pierre Grémion, Intelligence de l’anticommunisme. Le Congrès pour la Liberté de la Culture à Paris, 19501975, Paris, Fayard, 1995. Con cierto sarcasmo, fue calificado como un sociólogo de la OTAN. Aron consideraba a los partidos comunistas y al Kominform como las fuerzas de la conspiración mundial del imperialismo ruso. En contraste, su interpretación del rol histórico de los EEUU era candorosamente benevolente: un “imperio benefactorr” que defendía la libertad en el mundo de la posguerra; no tenía vocación hegemónica ni expansionista, tan solo voluntad de contención del peligroso enemigo bolchevique. Le grande schisme, Gallimard, 1948, p. 25. A esa cofradía del ultraliberalismo elitista pertenecieron, entre otros, Milton Friedman, M. Polanyi, Karl Popper, Ludwig von Mises, Salvador de Madariaga. Raymond Aron, “ Qu’est-ce qu’une théorie des relations internationales?, Revue francaise de science politique, Année 1967, v. 17, nº 5, p. 843. Raymond Aron, Les Articles du Figaro. Tome 1: “La Guerre Froide :1947-1955”, Paris, Editions de Fallons, 1990.

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pasado como totalidad social portadora de contradicciones.34 El sociólogo francés combatió el desarrollo de la historiografía marxista. Se parapetó en las concepciones idealistas de la filosofía de la historia alemana de fines del siglo XIX. Publicada en 1938, su Introducción a la filosofía de la historia, examinó las características del conocimiento histórico con herramientas que parecían rudimentarias, a la luz de las nuevas exploraciones históricas de una disciplina que ya daba pruebas de inconformismo. Las “lecciones” de Aron sobre el objeto y los métodos de la historia atrasaban medio siglo. Reproducían los lugares comunes del idealismo alemán acerca del carácter único y singular de los hechos y de la imposibilidad de buscar regularidades en los fenómenos del pasado.35 Según lo constató Pierre Vilar, la teoría historiográfica de Aron, a quien consideraba un propagandista más que un indagador riguroso del pasado, exhibía ignorancia y arbitrariedad al desconocer el enfoque puesto en circulación por los Annales y las grandes investigaciones que Ernest Labrousse ya venía propugnando sobre la historia social.36 Aron fue director de estudios políticos de la Escuela Práctica de Altos Estudios, convertida en 1975 en Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS). Junto al historiador (y admirador) François Furet, enarbolaron las ideas políticas y los análisis históricos de Alexis de Tocqueville, como el portador de la única tradición liberal y democrática latente en la revolución francesa; contrapeso virtuoso frente a las tendencias radicales e igualitarias de jacobinos. Los vínculos de Furet con Aron fueron inquebrantables; fue el fundador en 1982 y director, en 1984, del Centro de Investigación Política Raymond Aron de la EHESS. El Centro era la principal plataforma de confrontación contra el marxismo en el campo de los estudios políticos. Además del corpus de teoría tocquevilleana, estos escritores exaltaron el pensamiento histórico de próceres liberales como Condorcet, Constant y Guizot. Aron y sus seguidores concebían al pasado como un territorio en disputa. ¿Qué efectos tuvo su prédica en la historiografía de los Annales? O, dicho de otra manera, ¿qué tipos de repercusiones tuvo el anticomunismo en algunos historiadores de la escuela fundada por Bloch y Febvre? Los siguientes razonamientos intentarán aportar un breve discernimiento de la cuestión. Aunque el fenómeno de la guerra fría no comprometió institucionalmente al programa y derrotero de los Annales, algunos de sus integrantes y simpatizantes, principalmente quienes habían estado vinculados al comunismo francés, experimentaron fuertes conversiones que los llevaron no solo a alejarse de la historiografía marxista, sino a combatirla con denuedo.37 El repudio al marxismo como teoría social fue complementado por una encendida defensa del liberalismo y el capitalismo, considerados como las legítimas encarnaciones de la democracia. 34

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Desdeñaba a los intelectuales pacifistas y de izquierdas de la posguerra por su ceguera y complicidad con el “totalitarismo” soviético, El opio de los intelectuales, Bs As., Siglo XX, 1972 (1955). Repudiaba a las alternativas neutralistas y antinucleares, acusándolas de ardides solapados en beneficio de la URSS. Raymond Aron, Democracia y Totalitarismo, Barcelona, Ariel Seix Barral, 1965. Las visiones primigenias (y algo toscas) sobre el conocimiento histórico fueron, en cierta medida, reconsideradas en una serie de ensayos reunidos en Dimensiones de la conciencia histórica, México, Fondo de Cultura Económica, 1983. Raymond Aron, Introducción a la filosofía de la historia: ensayo sobre los límites de la objetividad histórica, Bs As., Siglo XX, 1984. Las críticas de Vilar en Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Barcelona, Critica, 1980, pp. 20-25. También véase: Jerónimo Molina Caro, “Raymond Aron ante el maquiavelismo político”, Revista Internacional de Sociología, nº 58, Madrid, ISSN: 00349712, mayo junio de 2008, pp. 221. Como en otros países, la renuncia al comunismo ocurrió luego de episodios aciagos, como las revelaciones del XXº Congreso del PCUS sobre los crímenes de Stalin o las invasiones soviéticas de Hungría, en 1956, y de Checoeslovaquia más de una década después.

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François Furet fue el mariscal de esta conversión, pero la beligerancia contra el materialismo histórico reunió a otros conversos y renegados38, entre ellos, Emmanuel Le Roi Ladurie, Alain Beçanson, Denis Richet, Jacques Ozouf, Annie Kriegel, Paul Veyne, E Todd; acompañados por escritores derechistas como Pierre Chaunu, Ph. Ariés, y, aunque ajeno a los Annales, Pierre Gaxotte39 y otros reaccionarios más ancestrales. A partir de la década del setenta, el aronismo y su teoría del totalitarismo sedujeron a ese grupo de escritores40; sin embargo, tal concepción de las ciencias sociales no se convirtió en insignia de la escuela de los Annales, que se mantuvo renuente a asumir embanderamientos teóricos y políticos y a embarcarse en un cuestionamiento explicito y constante contra la historiografía marxista. La cruzada contra los análisis marxistas del pasado discurrió en el seno de controversias propias de las ciencias sociales y de debates historiográficos en los que se ventilaron perspectivas ideológicas encontradas. El influjo del estructuralismo sobre la historia ofreció a Furet y Le Roi Ladurie una coartada para atacar a la historiografía marxista. Ambos acogieron la perspectiva estructural para desechar del análisis del pasado lo que consideraban resabios y detritos de la filosofia de la Ilustración y del materialismo historico. Sus indagaciones repudiaron pensar los procesos en términos de conflictos y cambios sociales. Solazándose con las teorizaciones de Levi Strauss sobre las sociedades « frías » o inertes, patrocinaron una historia ralentada, que desconfiaba de las transformaciones y rupturas, y abogaba por las continuidades. Le Roi Ladurie incluso propició una « historia inmovil ».41Era hora de que los historiadores sustituyeran las explicaciones preocupadas por los cambios y aceleraciones temporales por una ponderación de los factores o agentes (biológicos, demográficos, atmosféricos) que estabilizaban y daban perdurabilidad a los sistemas. Reemplazando a Marx por Malthus, el verdadero desafio de la cientificidad era alcanzar una historia ecológicamente estacionaria que no ocultaba su vocación conservadora.42 La predilección por las inercias provocó en estos historiadores cierta incomodidad y desafección para estudiar y entender las revoluciones. El otro asalto contra la historiografía marxista ocurrió en el terreno de la reinterpretación de la revolución francesa. Iniciado por Furet a mediados de los sesenta, este desafío alcanzó su apoteosis poco antes del fin de la guerra fría y en el marco de las conmemoracio38 39

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En 1950 Isaac Deutscher describió este tipo de conversiones. Herejes y renegados, Barcelona, Ariel, 1970. François Dosse ubica el fenómeno de la conversión y de la vengativa campaña contra el marxismo en algunos annalistas de la tercera generación (post 68). Analizó sus motivaciones en La historia… op. cit., cap. “Una Metahistoria del Gulag”. Gaxotte fue admirador y secretario del intelectual monárquico Charles Maurras: Animó varias revistas derechistas y antisemitas en los años 30 desembocando en el colaboracionismo en los “años negros”. Propagó una historiografía contrarrevolucionaria: la revolución era la causa de la decadencia francesa. Imputaba a los pensadores de la Ilustración de “impostores” responsables de la catástrofe social y política eclosionada en 1789. J. Julliard et Michel Winock (dir), Dictionnaire des intellectuels francais, Paris, Editions du Seuil, 1995. Sophie Wahnich (dir), Transmettre la révolution française, histoire d’un trésor perdu, Paris, Les prairies ordinaires, 2013, pp. 122-124. Annales publicó algunas contribuciones de Aron, como la entusiasta reseña que dedicó al libro de Paul Veyne Cómo se escribe la historia. Raymond Aron, ������������������������������������������ « Comment l’historien écrit l’ épistémologie », Annales, E.S.C., 1971, v. 26, nº 6, pp. 1319-1354. Una completa descripción del revisionismo anti gauchiste en Francia en Michael Scott Christofferson, French Intellectuals Against the Left, New York, Berghalm Boodk, 2004. Emanuelle Le Roi Ladurie, “L’ Histoire immovile”, Annales. Économies, Sociétés, Civilisations , Année 1974, v. 29, nº 3, pp. 673-692. Para Furet, la historia de las inercias era una “buena terapia” contra la historicidad heredada de la filosofía de la Ilustración y del materialismo histórico. Este tipo de fundamentos y la naturaleza conservadora de tal orientación son descriptos exhaustivamente por François Dosse, History of Structuralism: The sign sets, 1967-present, v. 2, University of Minnesota Press, 1998, p. 229-231.

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nes del Bicentenario de 1789. El cuestionamiento apuntaba a desacreditar y desalojar la interpretación social de la Revolución. Los dardos más punzantes se dirigían a historiadores, -A. Soboul, G. Lefebvre, C. Mazauric-, que enfocaban a los antagonismos de clases como clave explicativa del origen y devenir institucional de la transformación nacida en 1789. Furet y Denis Richet opusieron una interpretación que daba primacía a las políticas e ideologías en pugna. Siguiendo a Tocqueville, acentuaron una imagen dinámica y modernizadora del antiguo régimen. Según esta mirada, el sistema pre revolucionario ya había producido importantes transformaciones económicas que tornaban superflua la necesidad de una revolución. Si la misma había estallado era por la tozudez e impericia del rey. La ideología liberal de los autores fungía como criterio de selección y organización de los datos; también adjudicaba los roles progresistas y retardatarios de los actores y señalaba los rumbos virtuosos o catastróficos del fenómeno revolucionario. Según la visión fureteana, la revolución, especialmente en su primera etapa (1789-93) revelaba una obra moderada y conciliatoria al fundar los pilares politicos y económicos del liberalismo. Tal trayectoria habría sido posible en virtud de que el proceso estaba liderado por una alianza en la que primaban las orientaciones de la burguesía y la aristocracia ilustrada. El estilo luminoso de los autores devenía hosco y sombrío a la hora de explicar la radicalización del proceso. La hecatombe se había producido con la irrupción de las masas plebeyas, responsables de un ímpetu radical e igualitarista, una pasión enfermiza o ideocracia, que desvió e hizo derrapar el ciclo de transformaciones, desnaturalizando los objetivos liberales originales. Según este enfoque, los sansculottes y el jacobinismo eran una intrusión perversa e ilegitima en la revolución, promotora de desórdenes demagógicos y consignas inalcanzables que provocaron el Terror.43 En 1978, Furet dio un paso más provocador para conjurar el influjo de la Revolución Francesa en la cultura política del país. En Pensar la Revolución Francesa, el acto revolucionario fue lisamente considerado como el producto del extravío y del fanatismo ideológico. La lectura estaba fuertemente amañada por una mirada que ligaba, anacrónicamente, el “Terror” jacobino con la represión estalinista y su ominosa sombra, el Gulag. La ocurrida en 1789 y todas las revoluciones, engendros de la “ideocracia”, terminaban por encumbrar la pesadilla del totalitarismo.44

La historiografía soviética y los Annales La historiografía producida en la URSS ofreció un tratamiento genéricamente favorable a los Annales, destacando especialmente las virtudes de los autores de la primera generación. La recepción positiva, sin embargo, no estuvo exenta de críticas y reproches prodigados por los autores más dependientes de las orientaciones ideológicas oficiales. Por una parte, los soviéticos daban la bienvenida a los nuevos senderos temáticos abiertos por la revista. Por otra, objetaban en tono admonitorio y dogmático sus conductas eclécticas, a las que calificaba como limitaciones de una “historiografía burguesa”. La historiografía cultivada en las instituciones oficiales celebraba el prestigio de la Revista y sus cualidades, el afán de renovación, el diálogo con las ciencias sociales y la disposición al entendimiento con la historiografía marxista. Sobre esta última virtud, destacaba la recepción favorable que brindaba a las producciones de historiadores soviéticos, especial43 44

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F Furet et D Richet, La revolution française, Paris, Fayard, 1973 (1965), p. 203, 232, 253. F. Furet y D. Richet, Pensar la Revolución Francesa, Barcelona, Petrel, 1980, p. 25-26. El concepto de ideocracia en F. Furet, El pasado de una ilusión, Méjico, F.C.E., 1995, p. 84. Un análisis crítico de las interpretaciones de Furet en Enzo Traverso, La historia como campo de batalla, Bs As., F.C.E., 2012, cap. II “Revoluciones”.

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mente aquellas dedicadas al mundo agrario, la economía feudal y a las rebeliones campesinas durante el antiguo régimen.45 Los escritores soviéticos tributaron admiración por Bloch y Febvre; subrayaron su voluntad de pensar la historia como ciencia social, la metodología de la larga duración, la vinculación entre historia y actualidad, etc.46 Según los intelectuales rusos, el objeto estudiado por los Annales, la sociedad y la economía, era el campo en el que se daba el acercamiento al materialismo histórico. De igual manera, celebraban la utilización del concepto de “civilización”, al que consideraban una guía para establecer las periodizaciones y una noción totalizadora que reunía a los componentes económicos, sociales, políticos y espirituales de las sociedades. Ponían de relieve el interés de la revista por los problemas metodológicos, por su constante actualización y por los intercambio con los procedimientos de todas las ciencias del hombre. Incluso, no faltaron reuniones y coloquios -en 1958 en París, en 1961 en Moscú-, donde historiadores franceses y soviéticos debatieron cuestiones sobre el pasado de ambas naciones apelando a la metodología comparativa y con actitud plural y cooperativa.47 Las alabanzas a los Annales tenían un trasfondo autocelebratorio. Aunque los integrantes de la revista no eran marxistas, las conclusiones de algunas de sus obras eran el producto de “la influencia fecunda de las ideas marxistas”.48 Veamos algunos ejemplos de historiadores annalistes ponderados por su aproximación al marxismo. Un caso destacado, aunque la deriva posterior del autor lo embarcó en el cuestionamiento al marxismo, fue la investigación de Paul Veyne “Vida de Trimalcion”, ambientada en la sociedad romana del siglo I. Los intelectuales de Moscú compartían la crítica del autor a Rostovsev, quien consideraba “capitalista” a la sociedad romana de aquel período49. También destacaban a Robert Mandrou por sus estudios sobre las articulaciones de la mentalidad y del arte barroco con las condiciones sociales y económicas de su tiempo y con la crisis del siglo XVII. El beneplácito venía acompañado por razonamientos autojustificatorios. Aunque Mandrou no adhiriese a la teoría marxista, las conclusiones de su trabajo se correlacionaban coherentemente con la perspectiva del materialismo histórico.50 El promisorio camino recorrido por los Annales tenía, según los soviéticos, sus claroscuros. Si bien había dado un salto extraordinario para emanciparse de la “historiografía burguesa”, arrastraba omisiones, limitaciones e incongruencias. Por lo general, aunque no siempre, los argumentos de estas amonestaciones revelaban la rigidez de una teoría estragada por la fidelidad a la ideología del Estado soviético. Las reconvenciones contra los Annales se encuadraban bastante bien en lo que Hobsbawm denominó “marxismo vulgar”.51 A pesar del tono imperativo – insufrible como el de los manuales de buena conducta-, en ocasiones las críticas señalaban cuestiones problemáticas de la historiografía annalista que demandaban explicaciones más convincentes. Las mismas apuntaban a los periodos 45 46

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Véanse los artículos de N.A. Sidorova y de E.V. Gutnova en Annales. E.S.C., Année 1960, nº. 2. G G Diliguensckij, “Les Annales vues de Moscou”, Annales. E.S.C., Anneé 1963, vol. 18, nº 1, p. 104-105. Sobre la admiración tributada a Bloch: Igor S. Kon y Alexandra Liublinsckaja, “Travaux de l’ historien Marc Bloch”, Vosprosy Istorii, 1955, nº 8, p. 147-159. También I.S. Kon, Idealismo filosófico y crisis del pensamiento histórico burgués, Bs As., Platina, 1963, p. 347-349. Participaron, entre otros, Labrousse, Mousnier, Le Goff, Duroselle, Victor Dalin, M. Strange, Porchnev, etc. M Laran, “Le Déuxieme Colloque franco soviétique d’ histoire (Moscou, 1961)”; Cahiers du monde russe et soviétique, Anneé 1961, v. 2, nº 2-4, pp. 476-482. G G Diliguensckij, op. cit., p. 107. Paul Veyne, “Vida de Trimalcion”, Annales. E.S.C, Anneé 1961, nº 2, pp. 213-247. G G Diliguensckij, op. cit. p. 108. Robert Mandrou “La baroque européen: Mentalité pathétique et révolution social”, Annales. E.S.C. Anneé 1960, v. 15, nº 5, pp. 898-914.

Eric Hobsbawm, Sobre la historia, op. cit., p. 152.

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históricos y escenarios geográficos que eran objeto de interés (y a los ignorados), a las dificultades o al desinterés por explicar el cambio social, a la utilización ambigua o errada de categorías conceptuales, etc. Los críticos soviéticos imputaban a los Annales el abandono de algunos de sus postulados originales. A pesar de considerar a la historia como un medio para comprender el presente, la abrumadora mayoría de los temas tratados por la revista se referían a las sociedades que precedían al siglo XIX; los de ese siglo eran escasos, y más raros aún los que se interesaban en problemas contemporáneos. Deploraban el módico interés por cuestiones de historia económica y social inherentes a las sociedades de mediados del XIX al siglo XX. Denunciaban otro déficit en el carácter minoritario e incidental de las investigaciones dedicadas a Europa Oriental, al norte de África y a Norte y Sudamérica. En un registro más irritante, imputaban a los Annales la escasez de artículos que aludieran a la lucha de clases y a las doctrinas sociales de las épocas modernas. El señalamiento no era exclusivo de los soviéticos. Se trataba de impugnaciones formuladas desde el interior o en las adyacencias de los Annales, por historiadores marxistas identificados, en 1964, con la línea más sectaria del PCF, entre ellos Annie Kriegel. La autora destiló un alegato rebosante de ironía contra las omisiones inadmisibles para una disciplina que pretendía discernir las transformaciones sociales. Según Kriegel: «La historia, que se ha convertido en sociología del pasado, no se interesa, ¡oh paradoja!, sino por lo continuo y lo estable. Renuncia a aclarar los misterios de los cambios bruscos, de los mundos que se mueren, de las sociedades que se transforman; es decir de las convulsiones revolucionarias. O más bien bautiza revolución a toda clase de fenómenos - la revolución industrial, la revolución de la sensibilidad, etc.-, pero la Revolución francesa, la Revolución rusa o la Revolución china, representan pruritos superficiales por los cuales solamente las mujeres pueden interesarse”. Con un estilo más impetuoso, Kriegel reprochaba, en los años cincuenta, la traición de los annalistas del ideal del “compromiso” de la generación fundadora y haber recaído en un “empirismo sin principios”. Doblando la apuesta, las voces más intransigentes del comunismo francés acusaron de “revisionista” a la publicación.52 La autoridad de Fernand Braudel no pasó desapercibida para la historiografía soviética. Las loas a sus investigaciones fueron acompañadas por algunas referencias críticas al empleo ambiguo y descuidado de categorías conceptuales. Se elogiaba su enfoque de priorizar las condiciones materiales en las que desenvolvían todas las sociedades, el nivel inferior, su “infraestructura”, compuesta por las condiciones de trabajo, los modos de hábitat, de nutrición, los factores biológicos, el nivel de desarrollo técnico, etc. Las maneras con que Braudel engarzaba y organizaba explicativamente las diferentes instancias de la totalidad social eran promisorias, pero, según los soviéticos, adolecían de ciertas confusiones o atribuciones de contenidos arbitrarios. Según el historiador de la larga duración, sobre la “infraestructura” existía un nivel superior, integrado por la economía, la política, las instituciones jurídicas, las ideas y creencias. Las opiniones soviéticas discrepaban con la decisión de Braudel de excluir a las relaciones económicas de las condiciones materiales. No había una razón legítima para tal elusión y el notable autor de Civilización material y capitalismo no justificaba el procedimiento. Para los soviéticos, muchos pasajes de la obra braudeliana parecían estar subsumidos en lo que consideraban un “vulgar materialismo biológico”. El contagio se es52

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Annie Kriegel, “Structuralisme et histoire”; Annales. E.S.C., Anneé 1964, v. 19, nº 2, pp. 374-375. De la misma autora: “La grande pitié de l’histoire officielle  »  , Nouvelle Critique, Anneé 1951, p. 26.  Jacques Blot, « Le révisionnisme en histoire ou l’école des Annales », Nouvelle Critique, Anneé 1951, p. 30. Esta revista teórica del PCF, activa entre 1966-1980, fue una tribuna de apertura y debate frente a las nuevas corrientes que desafiaban al marxismo. Otorgó una gran importancia a la reflexión y producción historiografica. Fredérique Matonti, « Les bricoleurs. Les cadres politiques de la raison historienne : l’exemple de La Nouvelle Critique » ; Politix, Anneé 1996, v. 9, nº 29, pp. 95-114.

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parcía a sus discípulos, a quienes acusaban de incurrir en un “determinismo alimentario”.53 Otras objeciones aludían al eclecticismo de Annales. El mismo se expresaba en un déficit en la elaboración de una metodología general de la historia y –un comodín de los reproches soviéticos- en su apelación “al bagaje ideológico de la historiografía burguesa”. Los soviéticos estaban insatisfechos por la falta de una conceptualización sobre la actividad de las masas y el rol de las clases; estas solo emergían como manifestación de la “psicología colectiva”. Se trataba, según los críticos, de una variante modernizada del viejo idealismo filosófico.54 Algunos reproches eran un destilado denso del dogmatismo que replicaba los lineamientos del PCUS. Los escritores más obedientes al aparato partidario consideraban una ofensa que Annales publicaran artículos empeñados en “una falsificación del marxismo” (esta reacción destemplada se dirigía también a historiadores marxistas no teledirigidos desde Moscú), que ponían en duda su valor científico y oponían las ideas históricas de Marx a los desarrollos ulteriores de la historiografía marxista leninista. Brotes de rigidez ideológica contra los Annales recrudecieron en el período de Leonid Brezhnev. Los profirieron los historiadores más alineados y sumisos al canon oficial, no las corrientes más productivas de la historiografía soviética y de las naciones socialistas del periodo. Los “guardianes del talmud” oficial, Youri Afanasiev y M.N. Sokolova entre ellos, arremetieron con las viejas fórmulas. Según su dictamen, los Annales habían claudicado ante la “historiografía burguesa”; su objetivismo los obnubilaba a la hora de reconocer los modos de explotación y ofrecían una atención insuficiente al desarrollo de las fuerzas productivas. Como se ve, la cuestión de evaluar globalmente a la historiografía soviética es problemática. Hay que estar prevenidos contra la mirada herrumbrosa de ciertos historiadores occidentales que abordaron el tema sin matices. Esa visión se empeñó en comprimir en un solo bloque monolítico, indiviso y unánime, a autores de las sociedades del este que demostraron una investigación creativa y no estragada por el esquematismo doctrinario. Podemos mencionar, aunque la lista resulte corta, a Porchnev, Alexandra Liublinsckaja, Victor Daline, Anatoli Ado, Evgueny Kominski, Yuri Bessmertny, Aaron Gurievich, Josef Macek, M. Kossok, etc.55 Una historiografía original, emancipada de restricciones y controles burocráticos, se desarrolló varios años antes de la perestroika: su versatilidad puede constatarse en las controversias reinantes en los estudios dedicados a la revolución francesa, al feudalismo, a los movimientos campesinos, a la naturaleza de la nobleza o al carácter de la dictadura jacobina: En las mismas, el materialismo histórico oficiaba como punto de partida y guía teórica para investigaciones eruditas preocupadas por los datos proporcionados por la evidencia empírica. Los representantes de esta comunidad de intelectuales mantuvieron intercambios fecundos y desprejuiciados con la historiografía francesa de la Revolución y con los Annales.56

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G G Diliguensckij, op. cit. p. 109 y 112. Ibidem, p. 111. El historiador D. Bovykine ofreció una reconstrucción de la diversidad de interpretaciones existentes entre los grandes historiadores soviéticos desde los años sesenta. Alexandre Tchoudinov (dir.), Les historiographies… op. cit, p. 275-283. También Josep Fontana, La historia de los hombres, Barcelona, Critica, 2001, p. 236. En ese panorama renovado, mencionemos a dos ejemplos tardíos de la intolerancia del llamado “marxismo vulgar” contra los Annales ; lo ofrecen Youri Afanasiev, L’historisme contre l’eclectisme, Moscou, Mysf, 1980 y M. N. Sokolova, L’historiographie française contemporaine, Moscou, Nauka, 1979. Un examen de la visión soviética de los Annales en Claudio Sergio Ingerflom, “Moscou: le procès des Annales”; Annales. E.S.C., Anneé 1982, v. 37, nº 1, p. 64-71.

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Epílogo Los Annales y la historiografia marxista cuestionaron las debilidades y carencias que arrastraba una discipina moldeada en los cánones del positivismo y del historicismo decimonónicos. La crítica a ese legado y la búsqueda de nuevos horizontes aproximó sus temas de interés. Las dos tradiciones también compartieron la necesidad de impulsar un desarrollo conceptual y un repertorio metodologico más amplio a la disciplina. Para ambas corrientes, el objeto de interés no era meramente el pasado, sino el discernimiento del devenir y las continuidades de las sociedades en el tiempo. La mancomunión también se expresó en la voluntad de situar el conocimiento histórico en el seno de las ciencias sociales. El estudio de los procesos en el largo plazo, el afincamiento de las claves explicativas en las estructuras económicas y sociales, el empeño en establecer conexiones entre la historia y el presente fueron otros factores de confluencia. El itinerario de cooperación, evidente en la presencia de historiadores marxistas en el colectivo francés, se mantuvo incólume frente a las presiones disgregadoras ejercidas por las controversias ideológicas de la guerra fría. Por supuesto, ninguna experiencia intelectual interesada en decifrar el devenir social resulta unánime en sus interpretaciones. Con mas razón, cuando las dos vertientes provenían de tradiciones culturales y nacionales diferentes. Hemos señalado en el texto algunas de las cuestiones que suscitaron puntos de vista divergentes. Sin embargo, el antagonismo politico entre Occidente y el «campo socialista» no trastocó medularmente, con sus secuelas de exclusiones y rechazos, la relación de los Annales y la historiografía marxista. Sí, existieron dos procesos paralelos y conexos, relacionados con la contienda bipolar, que ocasionron animadversaciones a lo largo de la trayectoria de colaboración. Uno fue fogoneado por un grupo de historiadores partícipes o afines a los Annales. Sus voceros más activos fueron ex militantes del comunismo francés que, actuando como peones de la guerra fria occidental, se involucraron en vehementes intervenciones historiográficas antimarxistas. Estos escritores, dicho de manera suscinta, atacaron y desfiguraron la concepción materialista de la historia. Con un estilo triunfalista y apodíctico, juzgaron los marcos teóricos de sus adversarios como herramientas totalitarias contrarias a la libertad de pensamiento. Repudiaron pensar el proceso historico como totalidad en la que podian discernirse opciones y jerarquías en las formas de determinación; descalificaron el análisis en función de los antagonismos de clases y rechazaron o subestimaron la explicación de las dinámicas del cambio social y los eventos revolucionarios. Respecto a estos últimos, los asimilaron a utopías inconducentes y sanguinarias, a desvaríos ideológicos, en fin, a experiencias inevitablemente autoritarias. El otro factor que, en determinadas circunstancias, insinuó mellar las relaciones de los Annales y la historiografía marxista provino de ciertos intelectuales soviéticos. Como se dijo, tales actitudes no fueron constantes ni abarcaron a todos los investigadores de aquella nacionalidad.57 Las expresaron los voceros más encuadrados en las instituciones oficiales, es decir, los difusores del aludido « marxismo vulgar ». Aunque celebraron el surgimiento y el aura innovadora de los Annales, manifestaron sus desacuerdos y exigieron rectificaciones a algunas de sus tesituras. Buena parte de las impugnaciones provenían de lecturas canónicas y rígidas del materialismo histórico. Los cuestionamientos a los annalistas eran justificados por su apartamiento o infidelidad a un cuerpo teórico, el « marxismo leninismo », entendido como una fuente de revelaciones incuestionables. Por lo general, las miradas intempestivas eran tributarias de concepciones corroidas por el determinismo económico y 57

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Youri Bessmertny, « Les Annales vues de Moscou », Annales. ESC, 47 (1), enero febrero de 1992, p. 247-259 .

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por enfoques mecanicistas y, quizás, apriorísticos del funcionamiento de la lucha de clases. Reclamaban de los Annales una sumisión a un « marxismo codificado o de manual », so pena de ser estigmatizados como una variante de la « historiografía burguesa ». A pesar de la antipatía que suscitaban estos llamados a la ortodoxia, ciertos apecibimientos merecían atención. Apuntaban a caracteristicas de los Annales que resultaban vulnerables a la crítica y a modalidades de la escritura histórica que requerían argumentaciones más elaboradas. En su inventario de reclamos, los soviéticos subrayaban incongruencias e imprecisiones de orden programático. Denunciaban el abandono de los compromisos matriciales de recuperar la totalidad de la experiencia social y de vincular historia y actualidad. También aludían a ambiguedades conceptuales. Así, por caso, responsabilizaban a Braudel del uso arbitrario de categorías que aludian a las condiciones materiales, como la exclusión de las relaciones económicas de este campo de análisis; también su indiferencia a formular preguntas que abordaran el cambio estructural, la tendencia a sobreestimar el determinismo biológico, o el volumen escuálido de las indagaciones sobre los conflictos sociales y políticos del pasado más reciente. En los tramos finales de esta reflexión, reiteramos nuestra conclusión. Los Annales se mantuvieron renuentes a tales ejercicios de exclusión o discriminacion ideólogica. Tal conducta primó, creemos, por los fundamentos que guiaron su empresa de conocimiento. Entre ellos, hay que volver a mencionar su disposición de apertura y metabolización de los aportes proporcionados por otras corrientes historiográficas; también a la reticencia a asumir encuadramientos teóricos y políticos explícitos. Este armazón de « pragmatismo » le permitió desoír a las voces que exigían rechazos y exclusiones. Por lo demás, las flaquezas o vaivenes de los adversarios contribuyeron a que los annalistas no se embarcaran en formas de discriminación ideologica. La historiografía soviética atenuó y abandonó las tesituras rigidas e intolerantes contra « la historiografia burguesa ». Además, la disolución de la URSS proporcionó un marco propicio para la oxigenación de las investigaciones sobre el pasado. En la otra orilla, la historiografía anticomunista no se desvaneció, como lo demostraron algunos alegatos tardíos de vocación revanchista.58 No obstante, los frutos aportados por cold warriors nostálgicos o desfasados de coyuntura no parecieron despertar demasiada credibilidad en la historiografía más creativa de nuestro tiempo. Munida de resistentes estructuras, la nave de los Annales surcó sin fisuras los tormentosos mares de la guerra fría.

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Un ejemplo de este espíritu de cruzada y revanchismo fureteano fue el texto compilado por Stephan Courtois, El libro negro del comunismo(1997); un inventario de atrocidades para conjurar el legado de la revolución bolchevique al conmemorarse su 80º aniversario. Una crítica fundada al libro en Alain Blum, “Historiens et communisme: condamner ou comprendre », Le Monde, 18 novembre 1997, p. 17.

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Retorno de la totalización y método historiográfico -Luciano Alonso[CESIL-FHUC, Universidad Nacional del Litoral] ([email protected])

1. Totalidad y totalización en el consenso radical hacia los años de 1960-70. Totalización. Palabra impía, sórdida,1de contenido extraño cuando no variable. Asociada a la auto-representación del individuo y al mismo tiempo al totalitarismo político, cuando no coextensiva con la generalización a partir de un componente, con la identificación de una parte como elemento esencial del todo. Quizás operación intelectual impugnable por el solo expediente de nombrarla, de la que se supone –al menos desde la crítica posmoderna a las herencias del hegelianismo– que se debe huir como de la peste. Totalización / totalidad, variantes confusas y nunca idénticas que tal vez valdría la pena indagar aunque más no sea para registrar su polisemia. Siendo las ciencias sociales y humanas propiamente “a-paradigmáticas”2resulta no sólo inviable por su extensión sino también impropia por la existencia de corrientes contrapuestas una postulación “totalizante” sobre la cuestión del recurso a la totalización en la historiografía. Nunca hubo un “paradigma común” a los historiadores del siglo XX que supusiera invariablemente el recurso a operaciones de totalización en los múltiples y asociados sentidos de producir amplias generalizaciones sobre lo social histórico, concebir lo social desde perspectivas sistémicas, utilizar estrategias retóricas que afirmaran el carácter central de un aspecto o conjunto de aspectos para definir una situación histórica y/o considerar a los elementos discretos o particulares como interpretables en función de totalidades en las que se inscriben. Sin embargo, han sido repetidamente observadas las tendencias que se destacaron en el “mundo europeo-occidental” y en menor medida en algunas historiografías “tercermundistas” durante las últimas décadas respecto la posibilidad –o de los problemas, como se quiera– de producir totalizaciones –o subsidiariamente de considerar la “totalidad social”–. Poniendo énfasis en la preocupación por el desarrollo de la historiografía crítica, es decir, relacionada con los desafíos y las luchas del presente,3este texto sitúa el universo de la discusión en aquello que podríamos denominar muy ampliamente la izquierda, la intelectualidad radical, o al menos el pensamiento anti-conservador y anti-reaccionario, aunque en ocasiones se hagan alusiones a corrientes o autores poco definibles en esos términos. Por un lado, el objetivo de este escrito es presentar un panorama tal vez excesivamente simplificado de ciertos debates, pero por el otro culmina con la identificación de un problema relativo 1 2 3

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Paráfrasis de la famosa frase de Jules Michelet “…obrera! Palabra impía, sórdida…”, en La mujer, México, Cárdenas, 1999, p. 12. Roberto Follari, “Sobre la existencia de paradigmas en las ciencias sociales”, en Nueva Sociedad Nº 187, Caracas, 2003, en línea en http://www.nuso.org/upload/articulos/3145_1.pdf, consulta marzo de 2012. En términos de Marx la crítica puede concebirse como apertura del desarrollo hacia el futuro a partir del análisis de lo existente, develamiento de lo que está oculto tras lo visible y la toma de conciencia de la realidad social, y vínculo del conocimiento con las luchas y anhelos de una época. Cf. Karl Marx, “Carta a Arnold Ruge”, 1843, en Marxists Internet Archive - Sección Español, en línea en http://www.marxists.org/espanol/m-e/cartas/m09-43.htm, consulta febrero de 2011.

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no sólo a la teoría sino también al método historiográfico. El punto de partida, en consecuencia, estaría en el registro de un cierto recurso a las operaciones de totalización y a la apelación a la totalidad histórica como forma de generalización en algunas corrientes historiográficas, que en los espacios culturales apuntados se inscribieron mayor pero no únicamente en las tradiciones marxistas. Contra toda identificación de un modo “puro” o “correcto” de tratar la cuestión en las historiografías inspiradas por la obra de Karl Marx, las estrategias y conceptualizaciones fueron de una muy variada gama. Incluso es de destacar por sus consecuencias ulteriores la existencia de enfoques asociados al materialismo histórico y particularmente a la teoría crítica frankfurtiana que hicieron hincapié en las discontinuidades, quiebres y distinciones, en los elementos ocultos o marginales, cuando no la noción de Totalidad como demostración de la falsedad de lo real, como naturalización de lo social o como constructo autorreferente.4 Probablemente fue entre ellos el aporte de Siegfried Kracauer el que más insistió en las peculiaridades de la historia como una “ciencia con diferencia” y los problemas de articulación entre lo total y lo particular con los que se encontraba aquello que llamó la “historia general”, con su necesidad de un todo unificador.5 Pero en general en las tradiciones radicales asociadas al materialismo histórico o inspiradas en él, pervivió la concepción de la totalización como una operación ineludible para dar cuenta de lo real y de sus regularidades, las más de las veces –que no siempre– asociada a conceptos claves del pensamiento marxiano como el de “modo de producción”. En el plano de la historiografía esto se evidenció no sólo en la preponderancia de las “grandes narrativas” y la presentación de movimientos de conjunto, sino además del recurso a claves interpretativas generales para explicar la inscripción de los sujetos en entramados concretos. Siendo muy limitada la recepción de un marxismo crítico en el ámbito historiográfico occidental a lo largo de toda la primera mitad del siglo XX, habría de esperarse hasta la década de los años ‘60 para que se manifiesten tendencias que, pese a definirse de manera antagónica, intentaron repensar el problema de la totalidad.6Extremando la simplificación y dejando de lado las formas más esquemáticas de la vulgata de la “determinación económica en última instancia”, podríamos postular el predominio de dos formas de totalización en las tradiciones marxistas hacia el cénit de los “treinta años gloriosos” de la economía capitalista, que se unificaron en el postulado de la lucha de clases: En primer lugar, una visión amplia y sistémica del concepto de “modo de producción” que integró las instancias consideradas “superestructuales” en esa totalidad, considerada como un objeto científico distinto de los objetos reales, en el contexto de un estructuralis4

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Cf. sucesivamente Walter Benjamin, Conceptos de filosofía de la historia, La Plata, Terramar, 2007; Siegfried Kracauer, Historia. Las últimas cosas antes de las últimas, Buenos Aires, Las Cuarenta, 2010, Theodor W. Adorno, Dialéctica negativa, Madrid, Taurus, 1992 y Herbert Marcuse, El hombre unidimensional. Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, México, Joaquín Moritz, 1969. Sobre las concepciones de la historia de estos dos últimos y las tensiones entre lo real como totalidad y la posibilidad de un proyecto a futuro cf. Laura Sotelo, Ideas sobre la Historia. La Escuela de Frankfurt: Adorno, Horkheimer y Marcuse, Buenos Aires, Prometeo, 2009, capítulos “Adorno”, punto 6 y “Marcuse”, punto 3.1. Siegfried Kracauer, Historia…, op. cit., capítulos 1 y 7. Recuerdo aquí que no cabe en este ensayo lugar para analizar corrientes historiográficas más tradicionales, por lo cual el postulado de un predominio de ciertas formas de totalización sólo se referirá a algunas tendencias radicales, máxime teniendo en cuenta el predominio del individualismo metodológico en el mundo anglosajón. Cf. v. g. Raphael Samuel, “Historia y teoría”, en Raphael Samuel ed.,Historia popular y teoría socialista, Barcelona, Crítica, 1984, pp. 48-50 y más ampliamente Perry Anderson, La cultura represiva. Elementos de la cultura nacional británica, Barcelona, Anagrama, 1977.

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mo marxista cuyo emblema fue la obra de Louis Althusser. Tal visión omnicomprensiva se asentaba en la importancia acordada a la estructura económica y en la identificación de “leyes de desarrollo”, pero apelaba a la lucha de clases como elemento definitorio de “la marcha de la historia”.7 Adicionalmente cabe destacar que su formulación se produjo en el momento de mayor influencia de las tendencias estructuralistas, sea por simpatía o sea por respuesta crítica, sobre corrientes o autores volcados a una consideración científica de la historia. En ese sentido, la tendencia de la Escuela de los Annales con la generación braudeliana hacia una historia que se pensaba principalmente serial o cuantitativa y –en el caso particular de Braudel– a la construcción de una “historia total” fuertemente afirmada en las relaciones de mercado, puede ser comprendida como un resultado de su diálogo y oposición respecto de las totalizaciones ofrecidas por el estructuralismo levi-straussiano y althusseriano.8 En segundo término, el énfasis en la lucha de clases como clave del análisis históricosocial estuvo presente en variados abordajes fenomenológicos pero sobre todo en la historia social inglesa, representada modélicamente por Edward Palmer Thompson. A contrapelo de la forma de totalización estructuralista denostada expresamente por Thompson,9 pueden verse en sus planteos el predominio del recurso a la experiencia de los sujetos, una negación de la distinción base / superestructura que había sido típica del marxismo tradicional de la Tercera Internacional y una dedicación especial a los problemas culturales o simbólicos. Pero todas esas facetas se inscribieron en una consideración de la historia como un proceso conflictivo, en el cual las clases sociales se producían a sí mismas en el transcurso de las luchas.10Imbuido de matices empiristas, el marxismo inglés tuvo también una fuerte impronta sobre los modos de ejercicio de la disciplina histórica, generó debates de principal importancia y facilitó una nueva agenda de investigaciones, inspirada por la intención de pasar de la historia social a una “historia de la sociedad”, tan total como la que figuraba como programa de los Annales braudelianos y era ya explícitamente asumida por 7

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Cf. v. g. Louis Althusser,La filosofía como arma de la revolución, Córdoba, Pasado y Presente, 1970 o Marta Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico, Buenos Aires, Siglo XXI, 1971.Dentro de su casi inextricable teoricismo, Hindess y Hirst fueron buenos exponentes de esta actitud al enfatizar el automatismo de la estructura económica y al mismo tiempo remitir a la lucha de clases la resolución de las coyunturas y por tanto de la secuencia de coyunturas que supone la transición entre dos modos de producción, admitiendo correctamente la imposibilidad de una “teoría de la transición”; cf. Barry Hindess y Paul Q. Hirst, Los modos de producción precapitalistas, Península, Barcelona, 1979, esp. cap. IV y conclusiones. François Dosse, La historia en migajas. De “Annales” a la “Nueva Historia”, Valencia, Alfons El Magnànim, 1988, sección “Los años Braudel”. Cf. tb. Fernand Braudel, La historia y las ciencias sociales, Madrid, Alianza, 1974. En rigor la expresión “historia total” fue difundida por Pierre Vilar enCrecimiento y desarrollo. Economía e historia. Reflexiones sobre el caso español, Barcelona, Ariel, 1964. De Braudel puede plantearse que intentó ofrecer una lectura alternativa no sólo a la influencia del estructuralismo sino sobre todo al marxismo que se asentaba en el estudio de las luchas de clase –definidas éstas en función de las relaciones de producción–, presentando una totalización basada en la centralidad de las relaciones de mercado. E. P. Thompson, Miseria de la teoría, Barcelona, Crítica, 1981. Sería extenso citar la multitud de textos que entran en esta categoría; de E. P. Thompson merecen destacarse, según su orden de aparición en momentos historiográficos muy diversos entre los años ’60 y ’90: La formación de la clase obrera en Inglaterra, Capitán Swing, Madrid, 2012, Los orígenes de la Ley Negra. Un episodio de la historia criminal inglesa, Siglo XXI, Buenos Aires, 2010, o Costumbres en común, Barcelona, Crítica, 1995. No es ocioso destacar la importancia de la lectura del capítulo de El Capital relativo a la jornada laboral en los distintos espacios académicos y políticos atravesados por esa corriente y especialmente en el History Workshop animado por Raphael Samuel, ya que en él la lucha por la apropiación del sobretrabajo da un tono general a la intervención de los más variados sujetos, a la articulación de lo material y lo intelectual, de lo social y lo legal, y a la conjunción de constricciones y acciones.

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otros historiadores ingleses que disociaban militancia socialista y labor historiográfica.11 Con multitud de diferencias y combinaciones, las tendencias aludidas suponían la concepción de las sociedades como globalidades, la pretensión de identificar estructuras amplias y, en el caso de las tendencias claramente izquierdistas, la posibilidad de encontrar en los conflictos en torno a los intereses de clase claves interpretativas generales. El predominio de una lectura de lo social histórico asentada en los procesos de lucha de clases llegó a ser efectivamente una operación de totalización en las historiografías radicales, pero no fue ajena a un momento histórico-político específico ni dejó de tener correlatos en otras corrientes que buscaban claves interpretativas.

2. De unos giros a otros: las derivas hacia el conocimiento fragmentario y su reversión Ese auge del estructuralismo francés y de la historia social inglesa que podríamos llamar “clásica” –con sus respectivas y desiguales influencias en distintos espacios académicos y políticos– fue coetáneo con el momento de auge de la economía capitalista, el desarrollo inclusivo en los países centrales y el poder de negociación corporativa de los sindicatos de la “vieja izquierda”. En la lectura que William Sewell realizara de ese período, el énfasis en la lucha de clases se correspondía con el poderío del movimiento obrero, integrado a la normalidad capitalista pero capaz de garantizar el pleno empleo y el incremento del nivel de vida de todos los trabajadores sindicalizados. El relevo de las posiciones estructuralistas por las post-estructuralistas y de la historia social clásica por la historia cultural puede pensarse como emergente de las tendencias radicales inscriptas en el entorno de esas mismas corrientes, pero también –siguiendo a Sewell– como resultado facilitado por un contexto mundial de crisis del fordismo y del Estado de Bienestar. En el contexto de crisis de los “determinismos económicos” –incluyendo el determinismo no marxista que cultivaba el propio Sewell– el marxismo “parecía el lastre de la tradición, no la vanguardia”, se denostaba la centralidad otorgada antes a las identidades de clase y se asumía progresivamente la perspectiva intelectual de cierta antropología cultural12 –podríamos agregar, acusadamente deudora de autores como Peter Winch y Clifford Geertz en postulados como la inconmensurabilidad cultural o la misma constitución de la realidad a través de las categorías del lenguaje–. Acompañado por la decadencia de la “vieja izquierda” y el nuevo papel de los movimientos sociales afirmados en la identidad particularizante, el reconocimiento cultural o los valores universales, ese proceso significó el avance de una historia cultural que postuló la crítica a la totalización del significado y a la misma noción de totalidad. La crisis del estructuralismo y su mutación en post-estructuralismo, supuso la pérdida de centralidad de cualquier región de lo social en la explicación histórica y una literal evacuación de los sujetos respecto de la comprensión de la dinámica del cambio social. Si bien los postulados estructuralistas y post-estructuralistas afirmaron saludablemente la imposi11 12

La primera actitud en Eric Hobsbawm, “De la historia social a la historia de la sociedad”, en Marxismo e historia social, UNAP, Puebla, 1983. La segunda en Peter Burke, “Historia popular o historia total”,en Raphael Samuel ed.,Historia popular y teoría socialista, op. cit. William H. Sewell Jr., “Líneas torcidas”, en Historia Social Nº 69, Valencia, 2011, entrecomillado de p. 96. El autor no refiere específicamente al estructuralismo althusseriano o a corrientes similares, centrándose en las formas de la historia social clásica hacia los años de 1960-70, pero estimo que su análisis sobre el énfasis en el componente clasista es fácilmente trasladable.

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bilidad de interpretaciones unívocas y claras, permitieron abrir el conocimiento histórico al estudio de lo oculto y lo inconsciente, a la vez que problematizaron la forma conocimiento con la correlativa necesidad de ver las representaciones históricas como construcciones ideológicas,13 produjeron también una suerte de cierre del objeto de estudio en el código que terminó evacuando la realidad social y la particularidad de los sujetos o incluso sus capacidades de acción. Enfocados éstos como producto de la estructura y establecida su fragmentación respecto de lo social, la “crítica del código” o la “lectura de los signos” aparecieron como las principales tareas de la política radical.14 Entretanto, el proyecto de los Annales de una historia total se encontraba fuertemente lesionado por el propio auge de la historia serial y el progresivo paso a la “historia en migajas”, pese a los esfuerzos globalizantes de autores como Georges Duby, Pierre Vilar, Jean Pierre Vernant o Pierre Vidal-Naquet.15 Pero más allá de ello asomaba un ataque aún mayor a la representación de la totalidad social, paradójicamente asentada en la construcción de una mirada generalizante y verdaderamente esencialista sobre los enfoques que se venían a denunciar y desmontar. Mientras las lecturas izquierdistas proponían el develamiento de los códigos y de las constricciones estructurales en la búsqueda de nuevas formas de intervención, las lecturas conservadoras afirmaban la noción de eliminación del sujeto, de la voluntad y en definitiva de la posibilidad del cambio social emancipatorio. En autores literalmente “tránsfugas” del izquierdismo como François Furet, esa actitud progresivamente conservadora y fragmentaria fue de la mano de la crítica la concepción de la historia total y a la identificación de aquel proyecto que abandonaban con el totalitarismo político –que en el caso de Furet también había abandonado previamente–.16 Ambas tradiciones –la neoizquierdista y la neoconservadora– se vieron hermanadas en la tendencia a una interpretación histórica en la cual los significantes prevalecían sobre los significados, los símbolos eran más importantes que los hechos sociales y la apelación a lo real concreto se difuminaba en el mar de los marcos culturales. En términos del análisis que José Sazbón realizara de la “galaxia Furet” y sus interpretaciones de la revolución francesa, a partir del despliegue de la lógica lévi-straussiana se producía una segmentación de la continuidad histórica, un desacople entre niveles de interpretación y cronologías de acontecimientos que –en la terminología de un estructuralismo centrado en la forma y carente de una verdadera aprehensión del mundo social e histórico– se presentaban como códigos distintos, que no podían ser puestos en contacto.La descomposición del objeto y la negación de la posibilidad de comprender como un todo lo social histórico –en este caso el proceso revolucionario–, era el correlato y a la vez la condición de una operación de separación y 13 14

Raphael Samuel, “Historia y teoría”, op. cit. Raphael Samuel, “La lectura de los signos”, en Historia Contemporánea Nº 7, Bilbao, 1992.

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La definición de tránsfugas y las etapas del “resbalón” de Furet en François Dosse, “Furet, el embalsamador”, en Nexos, México, junio de 1989, quien destaca también la crítica de ese autor a la historia “manchesteriano-marxista” ya en los años de 1960. Por otra parte, la principal crítica de Furet y otros historiadores franceses a la historia total no podía ser más ramplona, ya que se le imputaba su carácter inasequible por la desmesura que supondría el registro de todo lo acontecido. Pero ni siquiera a Hegel se le había ocurrido plantear la historia universal como una acumulación cuantitativa de datos. Una reseña de los varios autores críticos con el proyecto de historia total de los Annales en Carlos Barros, “La «Nouvelle Histoire» y sus críticos”, en Manuscrits Nº 9, 1991 e “Historia de las mentalidades, historial social”, en línea en Historia a Debate http://www.h-debate.com/cbarros/spanish/hm_historia_social.htm#_ ftn48, consulta julio de 2015. La visión hegeliana de una historia universal que se define en el plano de la razón y no puede confundirse con la sumatoria cuantitativa de las situaciones particulares en Georg W. F. Hegel, Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, edición abreviada, Madrid, Tecnos, 2005, cap. I “La visión racional de la historia universal”.

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François Dosse, La historia en migajas…, op. cit., sección “La historia en migajas”.

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negación de los elementos políticos indeseables –esto es, los componentes democráticos y popularesescindidos de lo que se entendía en términos de Furet como el cauce objetivo y normal del movimiento hacia el liberalismo–.17 En ese camino, la separación entre lo social, lo económico, lo político y lo cultural, entre los significantes y los referentes, entre lo particular y lo general, fue parte de un despliegue propiamente ideológico. Quizás sea conveniente sugerir aquí una suerte de “triunfo” de la ideología de la sociedad avanzada. En tanto dos de las funciones de la ideología, entendida como modo en el cual el significado sirve para sostener las relaciones de dominación, son la disimulación y la fragmentación,18 la ruptura delosmodelos analíticos asentados en la noción de la totalidad no podía más que contribuir a la imposibilidad de representación cabal de las relaciones de fuerza y los estados socio-históricos. En un proceso entrelazado y a la vez distinto de ése, se registró una progresiva erosión del predominio de la historia social clásica en el mundo anglosajón. La historia cultural vino a tomar su relevo, abandonando los relatos abarcadores centrados en las clases sociales y proponiendo acercamientos puntuales a nuevos objetos, como aconteció con la historia de las mujeres y la historia subalterna. En el plano ético-político asociado a esa tendencia, la identificación con los múltiples sujetos individuales y sociales y sus luchas se presentó como la tarea principal de la política radical. Su impacto más duradero estuvo en la continuidad de una senda abierta hacia mediados de los años de 1970 por el mismo Thompson o por historiadores como Natalie Zemon Davis y Carlo Ginzburg, que acusaron el impacto de diversas tendencias de la antropología o del enfoque cultural bajtiniano en su rescate de los sujetos concretos, estableciendo relaciones complejas entre lo particular y lo general que ponían el énfasis en las estrategias seguidas por esos agentes en función de sus marcos culturales. Sin embargo, se registró en su deriva posterior una multiplicidad de tendencias que en ocasiones terminaron en la disolución de la referencialidad social de los fenómenos culturales. En su extremo auto-identificada con una “New Cultural History” que se pensó como radicalmente disruptiva y disolutoria de los métodos de ejercicio de la disciplina, la historia cultural de los años 80-90 no alcanzó en rigor a trastocar radicalmente las “forma de hacer historia” y consistió en gran medida en la exaltación de una fraseología rupturista. Más que un modelo de trabajo historiográfico, supuso la combinación de enfoques en clave normalmente particularizante.19 En otra extraña combinación entre tendencias radicales y conservadoras –que muestra en todo caso cómo ambas comparten la pertenencia a los mismos campos académicos y culturales–esa tendencia fue solidaria con la ya citadapropensión a la “historia en migajas”. La dispersión de los objetos de estudio fue el correlato de la crítica de

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José Sazbón, Historia y representación, Universidad Nacional de Quilmes, Quilmes, 2002; Seis estudios sobre la Revolución Francesa, La Plata, Al Margen, 2005; Nietzsche en Francia y otros estudios de historia intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, Quilmes, 2009. John B. Thompson, “Lenguaje e ideología”, en Zona Abierta Nº 41/42, Madrid, 1986-1987, esp. p. 165. Chartier, aún celebrando los diversos impactos de la “New Cultural History” y su expansión, relativizó la coherencia que Lynn Hunt y otros cultores querían encontrar en ellaal registrar la diversidad de objetos, metodologías y referencias teóricas y postuló que realidad se trataría de un “espacio de intercambios y debates” más que en un enfoque determinado; cf. Roger Chartier, “¿Existe una nueva historia cultural?”, en Sandra Gayol y Marta Madero, Formas de historia cultural, Buenos Aires / Los Polvorines, Prometeo / UNGS, 2007, entrecomillado de p. 43. Recuérdese también al respecto la observación deSamuel de que el cambio de enfoques no supone necesariamente un cambio de formas de trabajo; Raphael Samuel, “Historia y teoría”, op. cit.

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los “grandes relatos” y del descrédito de la misma historia serial o cuantitativa.20 La articulación de las tendencias post-estructuralistas y culturalistas en la política radical, llevó en general a una crítica de la totalización. La lucha de clases perdió centralidad explicativa, de manera congruente con el reflujo del movimiento obrero y la dispersión de las luchas sociales.21 Mientras tanto la recepción de los aportes psicoanalíticos –que se había iniciado por un lado con el estudio de las estructuras subyacentes y por el otro con la dedicación a lo inconsciente, lo negado o lo oculto–, afirmó la crítica a la identificación de objetos parciales con la totalidad.Surgió en ese marco la concepción de una nueva “teoría crítica”, definida en función de nuevas luchas como las asociadas al género, las identidades culturales, los marginales o los problemas relativos a la libertad de los individuos. Articulada en ocasiones en la estela de pensadores como Benjamin y Adorno pero en otras desplegada como expresión del pensamiento radical anglosajón, no careció de ataques a las nuevas versiones de la teoría crítica frankfurtiana aunque compartió con ella su deriva hacia la discusión del problema del reconocimiento cultural.22 Entretanto, en aquellos abordajes historiográficos en los cuales no se proponía una clave general y por el contrario se afianzaba la fractura entre la generalización y el estudio de lo particular, el pasado comenzó a presentarse como una colección de fragmentos. Quizás no haya que extremar la lectura autorreferencial de la historiografía inspirada por la “nueva teoría crítica”, ya que esa tendencia a considerar al pasado como un “pastiche” y/o un objeto de nostalgia por lo particular, respondería en rigor a la lógica cultural del capitalismo avanzado y podía apreciarse en la y “fetichización de los particularismos” por los estudios 20

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Como respuesta al “giro lingüístico” y al “giro cultural”, los más interesantes cultores de la tradición annalista propusieron hacia fines de los años ’80 un “giro crítico”. Dos editoriales de la revista mostraron, por un lado, la preocupación por restituir a la historiografía y a las ciencias humanas o sociales en general la función de estudiar “la sociedad” en su conjunto, evitando la focalización en los signos (cf. editoriales “Histoire et sciences sociales. �������� Un tournant critique?” y “Tentons l’expérience”,en Annales. Économies, Sociétés, Civilisations, vol. 43, Nº 2, 1988 y vol. 44, Nº 6, 1989, respectivamente). Por el otro, se hicieron eco de la crítica a la totalización, afirmando en el segundo texto que “Le savoir historique ne progresse pas par totalisation mais pour user de métaphores photographiques par déplacement de objectif et par variation de la focale” (p. 1321). Afirmación paradójica, ya que unos párrafos antes se planteaba que “A vrai dire même l’économique est du culturel comme le social est de l’économique. Toute société fonctionne comme un système généralisé d’équivalencesentre ces trois catégories (qui n’ont d’ailleurs de valeur que d’usage). Il faut voirdans l’analyse des modalités de ces équivalences une source pour une compréhension des sociétés et des temps”(p. 1320).Cómo se podrían analizar las modalidades de equivalencias entre esas “instancias” y captar un “sistema general” sin operaciones de totalización es un tanto oscuro. Esa dispersión se registró a nivel del sistema mundial y supuso la falta de respuestas del trabajo frente a la ofensiva del capital. En términos de Gilly, obligó a repensar la articulación entre movimientos sociales y política, y congruentemente entre aquellos y la intelectualidad radical. Cf. Adolfo Gilly, “Paisaje después de una derrota. Fragmentación y resocialización de las demandas y de los movimientos”, en El Cielo por Asalto N° 6, Buenos Aires, 1993-94. Para lo primero Nancy Fraser, “¿Qué tiene de crítica la teoría crítica? Habermas y la cuestión del género”, en Seyla Benhabib y Drucilla Cornell (eds.), Teoría feminista y teoría crítica, Valencia, Alfons El Màgnanim, 1990; para lo siguiente Nancy Fraser, Iustitia Interrupta. Reflexiones críticas desde la posición “postsocialista”, Santafé de Bogotá, Siglo del Hombre / Universidad de Los Andes, 1997 y su respuesta en Seyla Benhabib, Las reivindicaciones de la cultura. Igualdad y diversidad en la era global, Buenos Aires, Katz, 2006. Capítulo especial merecería el planteo de Lacapra de desarrollar una teoría crítica que recupere lo esencial de la teoría psicoanalítica y presente un intento “no totalizador y autocrítico” para superar las tendencias empiristas; Dominick Lacapra, Historia en tránsito. Experiencia, identidad, teoría crítica, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006, entrecomillado de p. 357.

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culturales.23 Pero como sea, en el contexto del “momento posmoderno” de los últimos veinte años del siglo pasado la totalización fue considerada mayormente una operación espuria, que anulaba las diferencias, imposibilitaba atender a la multiplicidad del pasado y asociaba las tendencias historiográficas al totalitarismo político. Fue entendida simplemente como imposición de lo uno sobre lo múltiple, de unsujeto sobre los otros, de la esencia sobre los fenómenos. En el extremo, esa actitud de impugnación de la totalización supuso muchas veces un liso y llano abandono de la generalización, dejando sólo la posibilidad de análisis micros sin mayor ponderación de las capacidades explicativas de teorías abarcadoras o categorías generales. Con seguridad que este macro-relato del abandono de la totalización es a su vez excesivamente general y se corre el riesgo de absolutizar esas tendencias en un marco cambiante y plural, de la misma manera que el leitmotiv de Sewell sobre la decadencia del movimiento obrero (en los países centrales) oculta la formación de nuevos movimientos obreros (en los países periféricos de nueva industrialización). Siempre hubo intelectuales de renombre que demostraron la falacia de la imputación de esencialismo a los análisis sociales globalizadores y criticaron la apelación irracionalista al puro azar de las nuevas historiografías, o que observaron el carácter absurdo de una crítica a las concepciones supuestamente “marxistas” que aludía a la producción política de una clase, género, pueblo o raza unificados y a una homogeneización orgánica y totalitaria de las diferencias.24 Paradójicamente, la tendencia a la totalización reapareció constantemente, inscripta en las propias corrientes que la criticaban. En parte eso se aprecia en la frecuente caída en la “trampa identitaria” –totalización de lo parcial operante por definición si las hay– que supone interpretar todos los aspectos de una situación en términos de la cultura / identidad / definición de los propios actores (nunca mejor aplicado el vocablo) o, en la versión más cerrada, de sus códigos. La misma definición de una condición como la subalternidad marca la propensión a lecturas esencialistas, que totalizan las situaciones históricas concretas a partir de una única condición estructural en vez de apreciar que las ubicaciones jerárquicas son múltiples y que sólo pueden aprehenderse situando a los sujetos estudiados en marcos generales.25 El caso más llamativo es probablemente el de un pensador –¿filósofo? ¿historiador?– de importancia capital, que en su momento postuló que la instancia global de lo real como una totalidad a ser restituida por el pensamiento no escapaba a la categoría de mito y que era imposible afirmar que las propiedades, aspectos y relaciones de un objeto de estudio 23

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Fredric Jameson,Ensayos sobre el posmodernismo, Buenos Aires, Imago Mundi, 1991. En otros sentidos y en vínculo con las memorias sociales Raphael Samuel, Teatros de la memoria. Pasado y presente de la cultura contemporánea, Valencia, Prensas Universitarias de Valencia, 2008, esp. Parte I “Retrochic”. La expresión entrecomillada es de Eduardo Grüner, “El retorno de la teoría crítica de la cultura: una introducción alegórica a Jameson y Zizek”, en Fredric Jameson y Slavoj Zizek,Estudios culturales. Reflexiones sobre el multiculturalismo, Buenos Aires, Paidós, 1998, p. 23, quien destaca que tal fetichización es algo diferente del reconocimiento teórico y político de los particularismos. V. g. respecto de lo primero Terry Eagleton,Las ilusiones del posmodernismo, Buenos Aires, Paidós, 1997, cap. “Falacias” y de lo segundo Fredric Jameson, “Sobre los estudios culturales”, en Las ideologías de la teoría, Eterna Cadencia, 2014 (original de 1993). Esta es por ejemplo la crítica de Zemon Davis al concepto de lo subalterno, que en su concepción impide apreciar las situaciones de las mujeres de las élites pues supone una condición universal del mundo femenino respecto del masculino. La solución que postula no es la renuncia a toda categorización, sino el recurso a un amplio abanico de categorías –entre las que destacan género y clase– articuladas por la noción de jerarquía; Natalie Zemon Davis, entrevista en Mary Nash, “La emoción del diálogo con la gente del pasado. Una conversación con Natalie Zemon Davis”, en Historia Social Nº 75, Valencia, 2013, p. 77

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preexistirían al trabajo de investigación y que sólo restaría “descubrirlas” o “restaurarlas”: Michel Foucault. El caso de Foucault es probablemente el mejor ejemplo de la imposibilidad fáctica de evitar el momento totalizador en la construcción del conocimiento histórico desde una perspectiva crítica. Como lo observara Raphael Samuel: “…su disposición es totalizante, y el genio de Foucault reside en encontrar un nexo común entre discursos aparentemente diferentes. Foucault no es menos dado al análisis ideal que Marx o Weber, aunque lo disfraza de conocimiento local. Sus «epistemes» evidentemente implican un significante maestro y una serie de significados; sus «formaciones discursivas» son por definición entidades culturales totales. Sus «genealogías», aunque se supone que son discontinuas e ilustrativas de rupturas, tienden a viajar todas en la misma dirección, de la misma forma que las teleologías que pretenden de desplazar. Sus «arqueologías» aunque se supone que ilustran la heterogeneidad radical (la formación discursiva, dice, es «un espacio con múltiples disensiones»), exhiben un asombroso grado de coherencia…” El resultado era para Samuel “una especie de marxismo pero sin la visión económica”.26

Al mismo tiempo, la crítica de toda concepción totalizante en la historiografía fue acompañada entre mediados de los años ’70 y los años ’90 por un movimiento inverso en el ámbito de la sociología histórica. El aspecto de mayor interés de esta nueva vertiente estuvo en su conformación de un modo de representación del pasado que generó narrativas sobre desarrollos pluriseculares, con unidades de análisis de envergadura y la utilización de métodos comparativos. En la mayoría de los estudios ya clásicos se tomaron como unidades de comparación sociedades definidas por su inclusión en un Estado,27 aunque en el ejemplo extremo de la teoría de los sistemas-mundo se planteó al sistema social en su globalidad como la unidad de análisis con mayores capacidades explicativas.28 Tal vez un título de Charles Tilly sobre cuestiones teórico-metodológicas ofrezca un buen resumen de las expectativas de la moderna sociología histórica: Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes.29 Geoff Eley constataba en los años de 1990 la producción de: 26

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Raphael Samuel, “La lectura de los signos”, op. cit., pp. 74 y 73. De hecho, Michel Foucault puede ser concebido como un autor que más que presentar una visión opuesta articuló sus indagaciones con las de Karl Marx y los marxismos, pese a sus frecuentes y provocadoras alusiones. Cf. v. g. Bob Jessop, “De los micro-poderes a la gubernamentalidad: el trabajo de Foucault sobre la estatalidad, la formación del Estado, la conducción de los asuntos estatales y el poder estatal”, en Capitalismo(s). Discurso y materialidad en las formaciones sociales capitalistas contemporáneas, Córdoba, Universidad Católica de Córdoba, 2007, y Juan Carlos Marín, La silla en la cabeza. Michel Foucault en una polémica acerca del poder y el saber, Buenos Aires, Nueva América, 1987. Con seguridad, lo que se ha planteado como anti-marxismo y anti-estatismo de Foucault proviene no solo de su propia presentación sino principalmente de una lectura sesgada de sus textos –o una simple falta de lectura–, en el marco de una concepción posmoderna que trató de reclamar para sí los aportes del post-estructuralismo –dos “post” académicamente contemporáneos que no son idénticos y que el mismo Foucault rechazó al hablar de su trabajo–. V. g. Barrington Moore Jr., Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia. El señor y el campesino en la formación del mundo moderno, Barcelona, Península, 1991; Theda Skocpol, Los Estados y las revoluciones sociales. Un análisis comparativo de Francia, Rusia y China, México, Fondo de Cultura Económica, 1984 o Charles Tilly y otros, El siglo rebelde. 1830-1930, Zaragoza, Prensas Universitarias de Zaragoza, 1997. V. g. Immanuel Wallerstein, El moderno sistema mundial, tomos 1, 2 y 3, México, Siglo XXI, 1979, 1984 y 1998; Utopística o las opciones históricas del siglo XXI, Siglo XXI, México, 1998; e Impensar las ciencias sociales. Límites de los paradigmas decimonónicos, Siglo XXI, México, 1998. Charles Tilly, Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes, Alianza, Madrid, 1991.

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“...un cuerpo considerable de sociología histórica –mucho más que antes– organizado dentro de las problemáticas de la formación de los Estados, la emergencia del capitalismo, desarrollos políticos comparados, revoluciones, entre otros (...) Esto crea una interesante yuxtaposición. Por un lado, los diagnósticos radicales de la «condición posmoderna» están proclamando la caída de las grandes narrativas; por otro lado, los más ambiciosos sociólogos históricos están definiendo su proyecto de producción de... un nuevo surtido de grandes narrativas.”30 Entretanto, el éxito de las teorías sociales afirmadas en la noción de estructuración (Anthony Giddens) o en la propuesta de un estructuralismo constructivista (Pierre Bourdieu) permitió difundir entre los historiadores nuevas categorías analíticas y modos de definición de espacios sociales, con la consiguiente tendencia a nuevas formas de totalización. La articulación de algunos aspectos desarrollados por estas teorías con otras propuestas se tornó frecuente en los análisis socio-históricos y debe ser entendida como potenciación de las herramientas aportadas por enfoques confluyentes. Por ejemplo, en un intento de combinación teórica a propósito de los análisis de los movimientos sociales Taylor y Flint plantearon explícitamente tal articulación al considerar que una teoría de la estructuración es compatible con el análisis de escalas geográficas que ellos hacían desde la teoría de los sistemas-mundo.31 Tambiénhay que señalar la defensa del recurso a la totalidad como actitud epistemológica, que se articuló con la crítica a las posiciones posmodernistas y/o post-estructuralistas. En esa vertiente se afirmó la construcción de objetos de investigación en la perspectiva de una totalidad supuesta, integrada por relaciones que a ser confirmadas o negadas a través de los estudios particulares. El interés por comprender los hechos aislados supuso la necesidad de que éstos se definieran epistemológicamente, y en ese camino la noción de totalidad apareció como la matriz de definición de los hechos.32Pero a su vez, en vínculo con la corriente hermenéutica, la totalidad fue rescatada en cuanto forma de representación, asociada a la dimensión estética del discurso historiográfico. En ese plano fue identificada –y defendida– como una actitud retórica, una forma de exposición que al vincular lo particular con lo universal facilitaba el trabajo hermenéutico y la transmisión del conocimiento.33 Además de las discusiones desplegadas en el marco de la sociología, la filosofía o la teoría de la historia, los desarrollos historiográficos concretos mostraron una fuerte resistencia a la evacuación de lo social y de la concepción de una totalidad societaria, aunque sus supuestos fueran extremadamente variados. Quienes cultivaban la dedicación a los abordajes microhistóricos se esforzaron por reafirmar la vinculación entre lo particular y lo general, comprendiendo los casos abordados como medios de acceso a realidades más abarcadoras. También se presentaron apropiaciones de los aportes estructuralistas que no se limitaron al estudio de los códigos y que por el contrario se preocuparon especialmente por articular 30 31

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Geoff Eley, “¿El mundo es un texto? De la Historia Social a la Historia de la sociedad dos décadas después”, en Entrepasados Nº 17, Buenos Aires, 1999, p. 90. Peter Taylor y Colin Flint, Geografía política. Economía-mundo, estado-nación y localidad, Madrid, Trama, 2002, especialmente pp. 374-376. Cf. también Paul Knox y Peter Taylor (eds.), World cities in a world-system, Cambridge University Press, Cambridge, 1997.Una evaluación de la posibilidad de articular los enfoques del materialismo histórico con las teorías estructuracionistas en Alex Callinicos, “La teoría social ante la prueba de la política: Pierre Bourdieu y Anthony Giddens”, en New Left Review edición castellana Nº 2, Akal, Madrid, 2000. Cf. esta actitud a propósito de la teoría de la historia en Hugo Zemelman, Los horizontes de la razón. I - Dialéctica y apropiación del presente, Anthropos/El Colegio de México, México, 1992. Cf. esp. Reinhardt Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidós, Barcelona, 1993 y Manuel Cruz, Filosofía de la historia. Un debate sobre el historicismo y otros problemas mayores, Paidós, Barcelona, 1991.

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morfología e historia, produciendo narraciones ampliadas de procesos seculares o buscando articular acontecimientos y acciones en miradas globalizantes.34 En resumidas cuentas, la crítica de la dupla totalidad / totalización no contó con pocas contradicciones y contradictores, aunque más no fuera por el problema asociado de la generalización histórica y de la relación entre lo general y lo particular. Lo llamativo no es tal vez que tales posturas se sostuvieran contra las concepciones más fragmentarias y en sus extremos irracionalistas según las cuales sería imposible cualquier enunciado general, sino que hacia principios de los años 2000 se comenzó a plantear explícitamente la necesidad de producir nuevas totalizaciones y de superar los particularismos con miradas generalizantes. Otra vez William Sewell puede servir para aportar una clave que ilumine el contexto de posibilidad de la nueva tendencia. En su caracterización, el impacto de las políticas neoliberales en las sociedades occidentales, con su estela de pobreza y desocupación, facilitó el retorno a problemáticas sociales que habían sido abandonadas y el reconocimiento de la necesaria articulación entre cultura y sociedad. Sewell definió ese paso como crisis de la historia cultural y tendencia a la conformación de una nueva historia social informada por los métodos y enfoques del análisis lingüístico y cultural, pero atenta a la referencialidad social, lo que en su concepción suponía también el reconocimiento de la necesidad de retornar a concepciones totalizadoras que caracterizan al enfoque social.35 La puesta en centralidad de lo social y la atención a las transformaciones de macronivel comenzaron a ser evidentes, al punto en el cual incluso entre las tendencias en las que más se había afirmado la “historia en migajas” se volvió a plantear el problema de la “generalización histórica”, íntimamente asociado a las operaciones de totalización.Jean-Louis Fabiani, luego de aludir a la multiplicidad de “giros” postulados en la historiografía de fines del siglo XX (lingüístico, cultural, crítico, pragmático, micrológico) y de plantear que más allá de su actualidad esa búsqueda constante de innovaciones se relaciona con el debate de opciones metodológicas, ha reconocido la necesidad de volver a discutir las posibilidades de la generalización en la disciplina histórica. Sus planteos son un buen ejemplo de las tensiones a las que llegan los cultores de la otrora “Nouvelle Histoire”: la tensión entre fórmulas generalizantes que capten lo macrosocial pero que al mismo tiempo conjuren el fantasma de la totalización, llevó al autor a señalar el interés de la propuesta de Bruno Latour de encontrar tipos especiales de conexión entre elementos micro, aún reconociendo que ese camino puede caer en una tautología o una replicación del mundo.36 Por un camino distinto pero con resultados similares, Michel Bertrand adujopoco después que el regreso del acontecimiento histórico no significaba necesariamente el abandono de planteamientos con preocupaciones más globales.37 34

La defensa de la articulación microhistórica entre lo particular y lo general en Giovanni Levi,“Los peligros del geertzismo”, en AA.VV., Luz y contraluz de una historia antropológica, Buenos Aires, Biblos, 1995 y“Perspectivas historiográficas: entrevista con el profesor Giovanni Levi”, por Santiago Muñoz Arbelaez y María Cristina Pérez Pérez, en Historia Crítica Nº 40, Bogotá, 2010, y en Carlo Ginzburg, “Reflexiones sobre una hipótesis: el paradigma indiciario, veinticinco años después”, en Contrahistorias Nº 7, Morelia, 2007. La recuperación del estructuralismo en clave morfológica en Carlo Ginzburg, Historia nocturna. Un desciframiento del aquelarre, Barcelona, Muchnik, 1991 y Mitos, emblemas, indicios, Buenos Aires, Gedisa, 1992. 35 William H. Sewell Jr., “Líneas torcidas”, op. cit. 36 ������������������������������������������������������������������������������������������� Jean-Louis Fabiani, “La généralisation dans les sciences historiques. Obstacle épistémologique ou ambition légitime?”, en Annales. Histoire, Sciences Sociales, 2007/1. Véase también la actualidad de la problemática en el dossier en el cual se incluye ese texto, sobre “Formes de la généralisation”. La alusión a los riesgos de asumir la forma de generalización (no reconocida como tal) de la propuesta micrológica de Latour en p. 27. 37 Michel Bertrand, “Microanálisis, historia social y acontecimiento histórico”, en Historia Nº 63-64, San José, 2011, p. 148.

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Donde mejor se puede apreciar un nuevo “giro” en curso es en el debate de los historiadores progresistas y radicales sobre las relaciones entre la historia social y la historia cultural, o mejor, en un nuevo giro que va “más allá” del giro cultural. Si este último había puesto de manifiesto la necesidad de abordar los elementos particulares, la dificultad de reducir unos aspectos culturales o unos códigos a otros y la imposibilidad de obviar los aspectos simbólicos de las relaciones sociales, el giro actualmente en curso supone superar las tendencias a la fragmentación de los objetos de conocimiento y la construcción de miradas ampliamente comprehensivas que permitan la articulación de lo social, lo cultural, lo político y lo económico. Defínasela como una historia global, como una renovada conjunción de la historia social con la historia cultural o como un “giro material”,38 todas esas variantes

implican alguna operación de totalización que permita la articulación de los elementos más allá de los contactos entre elementos discretos. Ahora bien, ¿qué puede significar hoy la totalización en la historiografía?

3. Los desafíos frente a un retorno: Las críticas post-estructuralista y culturalista tuvieron tres resultados duraderos deenorme virtud. Primero, la admisión de la imposibilidad de interpretaciones unívocas y claras del pasado. Segundo, el reconocimiento de la importancia de los factores culturales o simbólicos. Tercero, la problematización de la forma en la que se produce el conocimiento histórico y la necesidad correlativa de ver las representaciones históricas como construcciones ideológicas y de afinar la relación entre historia y teoría.39 El primero de esos aspectos impactó de manera duradera en la consideración de las relaciones causales. Es ya imposible considerar a cualquier factor como primum movens del desarrollo histórico, y por tanto las explicaciones multicausales se imponen en la construcción de genealogías y en los argumentos sobre el devenir temporal. El segundo elemento hace imposible retornar a totalizaciones centradas en la noción de “determinación en última instancia” y menos aún a una noción sesgada de la “economía”, obligando a re-pensar la hipótesis de la determinación de la totalidad de las relaciones sociales de manera de incorporar las cuestiones simbólico-culturales, al estilo de la formulación de un “materialismo histórico y cultural” que propugnaba E. P. Thompson. Por fin, el tercer aspecto supone la necesidad de parte de los historiadores de dar respuesta a las impugnaciones a sus tareas, y por tanto la necesidad de explicitar claramente las elecciones teóricas y las operaciones metodológicas que guían su labor. Con ese cuadro, caen por su propio peso las totalizaciones arbitrarias y no fundamentadas, en un momento de desarrollo de la disciplina en la cual el recurso explícito o implícito a la categoría de la totalidad se renueva pero por eso mismo requiere una mayor claridad en su aplicación. En lo que sigue se reseñarán tres posibilidades de recurso a operaciones de totalización, que se entienden de actualidad en función de las nuevas síntesis y corrientes historiográficas: el enfoque relacional, la identificación de factores definitorios de los estados sociohistóricos y la forma general del método historiográfico. La primera de esas dimensiones es la que hace a la misma definición de la historia social. Si, siguiendo a autores como Eley o Sewell, ésta se (re)presenta como el lugar de nue38 39

V. g. William H. Sewell Jr.,“Por una reformulación de lo social” y Patrick Joyce, “Materialidad e historia social”, ambos en Ayer Nº 62, Madrid, 2006. Raphael Samuel, “Historia y teoría”, op. cit., y “La lectura de los signos”, op. cit.

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vas totalizaciones, es quizás porque a pesar de la multiplicación de sus modos de trabajo y de sus amplísimas variaciones temáticas ha predominado un intento por mantener un constante vínculo con teorías fundamentadas y atender a los ensamblajes o articulaciones entre los elementos estudiados. La noción de que la realidad social es relacional, que la perspectiva de la totalidad social es relevante para la explicación y que la constitución de “grupos” o “agrupamientos”sociales no debe ser pensada en términos sustancialistas sino en función de vínculos y dinámicas sociales –pero que a su vez esas experiencias no pueden ser abordadas simplemente con recurso al textualismo–, han sido aspectos que han dado continuidad a la práctica de la historia social más allá de sus crisis durante el último tercio del siglo XX. La historia social es ante todo un “concepto relacional”, en términos de Jürgen Kocka, que sigue distinguiéndose de otras formas disciplinarias por su énfasis en los enfoques globales, el estudio de los elementos particulares en vínculo con las estructuras y los procesos amplios, y la búsqueda de explicaciones generales sin desmerecer –pero tampoco sin quedar centrados en– la comprensión del significado.40 Para algunos autores, el enfoque relacional parece subsumido en lo que se conceptúa como una “perspectiva social” que estaría firmemente instalada en la disciplina y habría superado los límites de la propia historia social para extenderse a otras subdisciplinas o especialidades. Extremando el razonamiento, la historia social llegaría a su acabamiento en parte por el abandono de visiones comprehensivas de la sociedad –tesis que ya hemos visto se encuentra en pleno proceso de reversión– pero también por el éxito de la perspectiva que la habría caracterizado.41 Permítaseme dudar no sólo de aquel abandono sino más aún de semejante éxito. Algunas subdisciplinas e incluso aquellas que se suelen llamar explícitamente “historia social de la política” o “historia social de las ideas”, manifiestan una seria carencia de enfoques relacionales efectivos. Normalmente se declama la conveniencia de poner en contacto distintos aspectos de lo social, para luego estudiar las acciones de las élites políticas sin mayor referencia a su relación con las masas –o sin otorgar a éstas el carácter de agentes políticos–, o se invoca casi ritualmente una prosopografía de los intelectuales para luego tratar el desarrollo de sus ideas sin referencia explicativa a los contextos de producción de sus textos. El trasvase de métodos y categorías de otras ciencias sociales no siempre ha solucionado esas situaciones, al producir recortes de los objetos que no responden a una lógica histórica.42 La aceptación tácita de que es atendible la afirmación atribuida a Anaxágoras de que “todo tiene que ver con todo” no lleva automáticamente a la consideración de las múltiples relaciones posibles y a la perspectiva de la totalidad. Frente a esa adopción sesgada de la herencia de la historia social, sólo cabe destacar la insistencia 40 41

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Jürgen Kocka “Historia social – un concepto relacional”, en Historia Social Nº 60, Valencia, 2008. Luis Alberto Romero, “¿El fin de la historia social?”, en Fernando J. Devoto (dir.), Historiadores, ensayistas y gran público. La historiografía argentina en los últimos veinte años (1990-2010), Buenos Aires, Biblos, 2010. Es destacable que Romero considere la importancia de esa articulación y perspectiva para “…si no de dar cuenta de la totalidad, al menos de conservarla como un horizonte ideal” (p. 37). Algo particularmente visible en estudios informados por las categorías del derecho o de la ciencia política, cuya formulación suele ser lisa y llanamente contraria a la construcción histórica de conceptos y categorías. Sobre este particular me eximo de referencias bibliográficas para no entorpecer o desviar el curso de la argumentación, pero basta recordar que en esos casos, a partir de definiciones formales se termina logrando el “encaje” de la realidad en las categorías definidas por la teoría. He discutido estos aspectos a propósito de temáticas puntuales de la historia reciente argentina en Luciano Alonso, “Las violencias de Estado durante la última dictadura argentina: problemas de definición y análisis socio-histórico”, en Waldo Ansaldi y Verónica Giordano (Coords.),América Latina. Tiempos de violencias, Buenos Aires, Ariel, 2014.

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en la captación de “la sociedad” y sus múltiples relaciones, con el auxilio de categorías heurísticas e históricas. Esa concepción de lo social como un todo hace a lacuestión de la identificación de factores definitorios de los estados socio-históricos, que se vincula claramente con la exhumación y revisión del programa de la “historia total” y el reconocimiento de la necesidad de generar nuevas totalizacionesen los discursos historiográficos. Julio Aróstegui –partidario precisamente de la historia social como práctica relacional– destacó sobre el particular la conveniencia de articulación de tiempos diferenciales y la postulación de un “espacio de inteligibilidad”, marcado por la consideración sistemática y sistémica de situaciones sociohistóricas y su análisis con arreglo a modelos sujetos a verificación. La superación de las dicotomías estériles entre individualismo y holismo, estructura y acción, permanencia y cambio o materialismo y culturalismo, sólo parece posible en una perspectiva que permita articular los distintos niveles y dimensiones de la explicación histórica. Y en ese camino los historiadores –al decir de Aróstegui– se ven en la necesidad de definir los estados sociales en función de un solo factor o un único conjunto de factores.43 Es decir, a totalizar. Ello es más patente en vistas a la posibilidad efectiva de una historia universal, que pese a los reparos posmodernistas es factible en orden a la irreversibilidad de la globalidad que caracteriza a nuestra época.44 Si la sociedad global es una realidad, su captación sólo puede operar por una lógica total que obviamente supone la referencia a un sistema social como clave interpretativa, no como realidad a ser restituida en sus pormenores. Qué factor o conjunto de factores pueden ser considerados elemento de definición en términos de Aróstegui y en vistas a la construcción de la categoría de sistema, no es algo que caiga por su propio peso. De hecho, esa forma de la totalización no retorna a las modalidades que la caracterizaron en momentos en los que se optaba por la definición en términos económicos, lingüísticos o culturales, sino que regresa informada por sus peligros, sus limitaciones y sus nuevos requisitos de adecuación. Las investigaciones sobre historias no contemporáneas o no europeas han puesto en entredicho la traslación sin una “puesta a prueba” de los esquemas cognitivos y categorías desarrollados para las realidades que nos son más familiares. En abordajes que de ninguna manera dejaron de tener en cuenta esas prevenciones, muchos estudios informados por el materialismo histórico destacaron la necesidad de encontrar claves específicas para la aplicación de la categoría de la totalidad en función de la alteridad de esas otras sociedades. En lo que hace a los estudios medievales, el planteo de Alain Guerreau –seguido más adelante por autores como Joseph Morsel y Jerôme Baschet– se ha decantado por proponer un nuevo léxico científico para el acceso a esas sociedades y la concepción de un sistema social radicalmente distinto del capitalismo. Inscripta expresamente en la tradición de consideración de la totalidad abierta por Marx y atenta a los aportes de la teoría crítica frankfurtiana y de la historia social alemana, esta concepción ubica a la Ecclessia como “institución total” –que no totalitaria– de la Europa feudal y piensa la relación entre clases dominantes y dominadas a partir de la reproducción de la relación de Dominium en el marco de la civilización cristiana.45 43 44 45

JulioAróstegui,La investigación histórica: teoría y método, Barcelona, Crítica, 2001, capítulo 5. JulioAróstegui,La investigación histórica…, op. cit., capítulo 4, in fine. En esa argumentación de Aróstegui late evidentemente una referencia no explicitada a los razonamientos de Marx y Engels en la sección sobre Feuerbach de La ideología alemana. Alain Guerreau, El feudalismo. Un horizonte teórico, Barcelona, Crítica, 1984 y “Política / derecho / economía / religión: ¿cómo eliminar el obstáculo”, en Reyna Pastor (comp.),Relaciones de poder, de producción y de parentesco en la Edad Media y Moderna, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1990; Joseph Morsel, La aristocracia medieval, El dominio social en

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En cambio, para la caracterización de la época actual se hace necesario recurrir a otras categorías. En su debate con Eley, Sewell ha propuesto que la totalización más operativa posible para el estudio de nuestra contemporaneidad se encuentra en los procesos de acumulación de capital –algo que puede resultar congruente con la afirmación de Guerreau según la cual el Mercado es la “institución total” del mundo contemporáneo–.46 Como es evidente, el mismo factor o conjunto de factores no puede ser aducido para construir una totalización en todas las situaciones históricas y ni siquiera en un nivel abstracto en todos los sistemas sociales. Se comprende entonces la preocupación de Aróstegui por definir la historia como una práctica atenta a la consideración sistémica y diacrónica de los estados socio-históricos como objeto teórico de la historiografía, más allá de que los objetos de investigación empíricos sean variables. La tensión entre objeto teóricoy objetos empíricos, pone en la palestra la necesidad de ladefinición de las realidades sociales pretéritas en orden a una relación entre teoría y empírea y no meramente como efecto de la teoría. Además, más allá de las totalizaciones “macro” que se identifican con la definición de sistemas sociales y el estudio con esa herramienta teórica de los estados socio-históricos o sociedades concretas, se abre un problema respecto de cómo operar totalizaciones con una variada gama de objetos de menor entidad: estados / gobiernos, movimientos sociales, clases, géneros, etnias, categorías socio-profesionales, etcétera. Aquí es donde el problema de la forma general del método historiográfico se hace más agudo, ya que la totalización aparece como una operación intelectual necesaria para la comprensión en perspectiva relacional de multitud de aspectos.Probablemente sea entonces apropiado consultar directamente al padre de la criatura… Es sabido que la totalidad fue una de las categorías centrales del pensamiento marxiano, aplicada a la articulación de los fenómenos del mundo social captados por el pensamiento en una relación a un tiempo de continuidad y de diferenciación radical con la filosofía hegeliana. Aunque en diversos lugares Marx argumentó a favor de una consideración de los fenómenos sociales de un modo integrador, fue en los Grundrisse donde esa perspectiva se plasmó claramente. Así, el famoso apartado sobre “El método de la economía política” se inicia con la crítica de la actitud predominante en los economistas clásicos de abordar cada aspecto del análisis económico-político de un país dado por separado, presentando una visión sesgada de lo real e impidiendo la captación de su movimiento real. Para Marx, postular una concepción tal como derivación lógica de un método dialéctico suponía a su vez la operación de totalización, esto es, identificar aquellos elementos que permiten dar cuenta de un conjunto histórico y que definen o redefinen a la multiplicidad de aspectos implicados en una situación dada, lo que ilustró con una conocida metáfora relativa a la “iluminación general en la que se bañan todos los colores y [que] modifica las particularidades de éstos”.47 ¿Pero cómo puede generarse un conocimiento de la totalidad social que pueda construir una verdad más allá de lo visible, cuando el mundo se nos presenta a través de esa “visión caótica” como un conglomerado infinito de acontecimientos? Marx postuló un proceso de conocimiento que, partiendo de lo “concreto percibido”, permitiera formar categorías (conceptos orientadores o clasificatorios) para luego volver a lo concreto y analizarlo en sus múltiples relaciones:

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Occidente (siglos V-XV), Valencia, Universitat de València, 2008; y Jérôme Baschet, La civilización feudal. Europa del año mil a la colonización de América, México, Fondo de Cultura Económica, 2009. William H. Sewell Jr., “Líneas torcidas”, op. cit., in fine. Karl Marx, Introducción general a la crítica de la economía política / 1857, Córdoba, Pasado y Presente, 1972, pp. 20-21 y 28. Las citas textuales que siguen se toman de esa edición.

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“…si procediera mediante un análisis cada vez más penetrante, llegaría a nociones cada vez más simples: partiendo de lo concreto que yo percibiera, pasaría a abstracciones cada vez más sutiles para desembocar en las categorías [o determinaciones] cada vez más simples. En este punto, sería necesario volver sobre nuestros pasos para arribar de nuevo a la población. Pero esta vez no tendríamos una idea caótica del todo, sino un rico conjunto de determinaciones y de relaciones complejas.” Marx no desconocía que la percepción que la mente puede tener de la realidad está en un plano diferente de la realidad misma. Lo “concreto percibido” es una síntesis de lo concreto realmente existente, que se toma como punto de partida para la creación de categorías abstractas. Lo que es diversidad del mundo real, como síntesis de numerosas determinaciones, se sintetiza para un mejor conocimiento: “Lo concreto es concreto, ya que constituye la síntesis de numerosas determinaciones, o sea la unidad de la diversidad. Para el pensamiento constituye un proceso de síntesis y un resultado, no un punto de partida. Es para nosotros el punto de partida de la realidad, y por tanto de la intuición y de la percepción.” Por su parte, una vez producida la abstracción ésta permite ordenar el mundo, reconocer las relaciones entre los elementos y “volver a lo concreto” para dar cuenta de la realidad en una exposición que tiene siempre presente la perspectiva de la totalidad. Para el pensamiento, la reversión de lo abstracto sobre lo concreto es “la manera de apropiarse de lo concreto, o sea la manera de reproducirlo bajo la forma de lo concreto pensado”. Diferenciándose del idealismo hegeliano y del materialismo mecanicista, Marx instaba a no confundir ese concreto pensado con lo concreto en sí mismo, con la realidad social. Eso suponía unode sus más importantes planteos, frecuentemente olvidado por sus epígonos: la relación activa entre sujeto y objeto de conocimiento, por lo cual este último está dado a la vez en la realidad y en la mente.48Si eso es así, el “mundo concebido” es lo real para el pensamiento. Pero ese mundo ordenado por categorías o determinaciones de la mente no puede ser pensado sólo a partir de su propia entidad, ya queen su origen está la percepción y la representación de lo real: “…la totalidad concreta (puesto que es totalidad pensada o representación intelectual de lo concreto) es producto del pensamiento y de la representación. Pero no es producto en absoluto del concepto que se engendraría a sí mismo, que pensaría aparte y por encima de la percepción y de la representación: es producto de la elaboración de los conceptos partiendo de la percepción y de la intuición. Así, la totalidad que se manifiesta en la mente como un todo pensado es producto del cerebro pensante que se apropia del mundo de la única manera posible.” Esa última frase tiene una contundencia especial. Como se ha visto respecto de Foucault, los alcances de esa expresión son profundos: ¿es verdaderamente posible “apropiarse del mundo”, comprender lo acontecido y construirlo como conocimiento operativo, sin captarlo en la multiplicidad de sus relaciones y en la definición de sus elementos cardinales? La respuesta marxiana a esa pregunta es obviamente negativa. Pero además se abre un nuevo interrogante. Una vez postulada una captación de la totalidad, producida una totalización, ¿ha terminado la labor disciplinar? Quizás pueda extrapolarse aquí la concepción de E. P. Thompson sobre la construcción de categorías históricas –apuntando de paso que su visión de las clases como categorías 48

Karl Marx, “Tesis sobre Feuerbach”, en Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana, Buenos Aires, Pueblos Unidos, 1985, p. 665 e Introducción general…, op. cit., p. 27.

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históricas fue tratada repetidas veces de totalizante por sus críticos–. El proceso de conocimiento parte de categorías provisionales, que son puestas a prueba, reformuladas o incluso reemplazadas en función de la evidencia empírica recogida con arreglo a las prevenciones metodológicas de la disciplina.49La construcción de categorías es en sí una operación de totalización, que construye definiciones operativas a partir de procesos de identificación de vínculos o elementos que se consideran nodales, aún cuando tal definición sea ajena al léxico de los agentes involucrados. Con esa perspectiva nos encontramos en rigor con una situación distinta de la esperada por Marx, que con su tendencia a concebir el conocimiento sobre lo social con la analogía con la ciencia natural–contradictoriamente con su propio método dialéctico-crítico y con la relación que postulaba entre lo ideal y lo material–, esperaba en rigor un conocimiento definitivo de lo estudiado. La totalización, bajo cualquiera de sus formas, aparece en rigor como una operación provisional, que construye verdades valederas en función de pautas disciplinares concretas, que a su vez serán constantemente puestas a prueba y revisadas. La revisión del método progresivo / regresivo de Jean-Paul Sartre que presenta Grüner resulta iluminadora para pensar estudios en términos de totalidades supuestas, y aquí resulta conveniente citar en extenso al autor argentino: “El método para estudiar esa «totalidad» (…) es un proceso en tres “momentos” (lógicos): a] una fase de descripción «fenomenológica”, de observación sobre la base de la experiencia y de una teoría (o una serie articulada de hipótesis) general; b] un momento «analítico-regresivo», que retorna sobre la historia del grupo en cuestión para definir, fechar y periodizar las etapas y transformaciones de esa historia; c] un momento «progresivo-sintético», que sigue siendo histórico-genético, pero que vuelve del pasado al presente en un intento por re-definireste último de manera más determinada y compleja que en la fase inicial, formulando además hipótesis tendenciales para el desarrollo futuro. Queda así completado el movimiento progresivo / regresivo. Pero, por supuesto, se trata de una «completitud» provisoria, ya que la historia del grupo continúa (…) Los tres «momentos» que acabamos de describir conforman la secuencia que Sartre, célebremente, llama totalización / destotalización / retotalización. Su movimiento lógico, como habrá observado el lector, es notoriamente semejante al defendido por Marx en la Introducción de 1857 a los Grundrisse…”50 Esta secuencia posibilita dar cuenta delos objetos de estudio atendiendo a las distintas cuestiones allí planteadas: descripciones fenomenológicas orientadas por hipótesis globalizantes, definición de los agentes o sujetos, periodización de su despliegue y caracterización de sus transformaciones, para retornar a una redefinición del objeto y a una revisión de las hipótesis. Quizás sea entonces conveniente abordar el problema de la totalización no sólo en tér49 50

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E. P. Thompson, Miseria de la teoría, op. cit., cap. XV o “Historia y Antropología”, en Agenda para una historia radical, Barcelona, Crítica, 2000, p. 16 y ss. Eduardo Grüner “Lecturas culpables. Marx(ismos) y la praxis del conocimiento”, en Atilio A. Borón, Javier Amadeo y Sabrina González (comps.) La teoría marxista hoy. Problemas y perspectivas, CLACSO, Buenos Aires, 2006, pp. 131-132, destacados del autor. También del mismo autor “Estudio Introductorio. Marx, historiador de la praxis”, en Karl Marx Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Luxemburg, Buenos Aires, 2005.

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minos de enfoque relacional o de identificación de factores definitorios, sino también y sobre todo en términos de la función de esas operaciones en el despliegue de un método historiográfico informado por unaactitud crítica. En ese sentido, toda totalización se nos presenta como un momento necesario pero a la vez provisorio en el proceso de producción social del conocimiento. Y esa constante secuencia dialéctica de totalización / destotalización / retotalización sería lo que permitiría deconstruir los conocimientos establecidos en la perspectiva de una nueva construcción futura, temporal y limitada ella misma, pero paso indispensable para la comprensión y la acción.

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¿Se puede considerar a la Historia como ciencia en el siglo XIX? -Johanna Natalí Bertorello[Universidad Nacional de Salta] ([email protected])

Introducción El punto de partida que tomaré va a ser, según mi conocimiento previo, que se puede llegar a afirmar que la historia no se considera ciencia desde los otros campos como el de las ciencias naturales y el de las ciencias exactas (matemática, física y química), las cuáles se basan en una ley general para llevar a cabo una investigación. En cambio, la historia pertenece a la orientación humanística también conocida como ciencia social o ciencia del espíritu (como la denomina Dilthey), que utiliza el método hipotético – deductivo para elaborar un trabajo de investigación. Entonces, sostiene Dilthey: “Los hechos del espíritu son el límite superior de los hechos de la naturaleza; los hechos de la naturaleza constituyen las condiciones inferiores de la vida espiritual. Precisamente porque el reino de las personas o la sociedad y la historia humana es el más elevado de los fenómenos del mundo empírico terreno, su conocimiento necesita, en innumerables puntos, del sistema de supuestos que están incluidos para su desarrollo en el conjunto de la naturaleza”1 Por lo tanto se puede llegar a afirmar que todo historiador para poder llevar a cabo su investigación necesita consultar y citar documentos, fuentes y/o antecedentes bibliográficos acerca del tema que trabaja el mismo, para respaldar la información que dé a conocer en su escrito. De acuerdo a lo anteriormente expresado, haré alusión a un fragmento de uno de los apartados de Cattaruzza2: la historia de la historiografía tal como la concebía el filósofo italiano, se hallaba muy próxima a la historia de las ideas, en particular a la de la filosofía. Croce llegaba a postular la identidad con esta última, afirmando que “el objeto [de la historia de la historiografía] es el desarrollo del pensamiento histórico”, para generar luego que ella “no solo no puede distinguirse de [….] la historia de la filosofía, sino que ni siquiera puede subordinarse a ella, porque es todo una con ella” 3 1

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YASMÍN DEL PILAR DÍAZ SALDES (Profesora Asociada, Universidad de Playa Ancha de Ciencias de la Educación [email protected]) “CIENCIAS DE LA NATURALEZA Y CIENCIAS DEL ESPÍRITU EN LA PERSPECTIVA DE DILTHEY NATURAL AND SPIRITUAL SCIENCES FROM DILTHEY’S POINT OF VIEW” EN REVISTA PHILOSOPHICA VOL. 30 [SEMESTRE II / 2006] VALPARAÍSO (65 - 76) Historiador y profesor de Teoría e Historia de la historiografía en la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Rosario e investigador del CONICET. Además de numerosos artículos en revistas especializadas argentinas y extranjeras, así como en volúmenes colectivos, fue autor de: una biografía de Marcelo T. de Alvear (Ed. Fondo de Cultura Económica, 1997), Políticas de la Historia 1860-1960 (junto a Alejandro Eujanian, Ed. Alianza, 2003), Los usos del Pasado (Ed. Sudamericana, 2007) y el tomo Historia de la Argentina 1916-1955 (Ed. Siglo XXI, 2009). Asimismo, dirigió uno de los tomos de la Nueva Historia Argentina (Ed. Sudamericana, 2001) y escribió en colaboración con Fernando D. Rodríguez el estudio preliminar a El Hombre que está solo y espera (Biblos, 2005). CATTARUZZA, ALEJANDRO “POR UNA HISTORIA DE LA HISTORIA” EN CATTARUZZA, ALEJANDRO Y EUJANIÁN, ALEJANDRO. POLÍTICAS DE LA HISTORIA ARGENTINA 1860 – 1960. BS. AS. ALIANZA, 2003,pág 189

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Finalmente, es preciso agregar que, si bien no me enfocaré en los temas de la crisis de la historia ni en la “Historia a Debate”, me pareció interesante tener en cuenta que a esta última (como afirma GUERRERO ALONSO, PABLO en “HISTORIA A DEBATE” Y LA HISTORIOGRAFÍA DEL SIGLO XXI) no se la podría comprender sin tener perfectamente en cuenta la situación que ha sufrido la historia como ciencia desde finales del siglo XX, es decir, lo que comúnmente se ha denominado “crisis de la historia”, situación que, poco a poco, parece que estamos consiguiendo superar.

Campo científico Decir que el campo es un lugar de luchas no es solamente romper con la imagen pacífica de la “comunidad científica” tal como la describe la hagiografía, es decir, con la idea de una suerte de “reino de los fines” que no conocería otras leyes que la de la concurrencia pura y perfecta de las ideas, infaliblemente marcada por la fuerza intrínseca de la idea verdadera. Para Bourdieu4 el funcionamiento del campo científico produce y supone una forma específica de interés. Una ciencia auténtica de la ciencia no puede constituirse sino a condición de rechazar radicalmente la posición abstracta entre un análisis inmanente o interno, que incumbiría a la epistemología y que restituiría la lógica según la cual la ciencia engendra sus propios problemas con sus condiciones sociales de aparición.5 En el campo científico como en el campo de las relaciones de clases, no existe instancias que legitime las instancias de legitimidad; las reivindicaciones de legitimidad obtienen su legitimidad de la fuerza relativa de los grupos cuyos intereses ellas expresan: en la medida en que la definición misma de los criterios de juicio y de los principios de jerarquización es el objeto de una lucha, nadie es buen juez, porque no hay juez que no sea juez y parte.

Es interesante resaltar que las obras fundadoras parecen haber alimentado una tradición de marcada persistencia, cuyos herederos realizan hoy su tarea en un mundo historiográfico radicalmente diferente del de principios de siglos y aun del de los años 20. Pero también debe señalarse que en la actualidad es evidente la existencia de nuevos temas y nuevos modos de abordar los viejos.6 Metodología Ha llegado la hora de que la historia ponga al día su concepto de ciencia, abandonando el objetivismo ingenuo heredado del positivismo del siglo XIX, sin caer en el radical subjetivismo resucitado por la corriente posmoderna a finales del siglo XX

Entonces, hay que tener presente que la creciente confluencia entre las “dos culturas”, 4

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Sociólogo de Francia y uno de los más importantes del mundo, que ha ejercido notables influencias en otros autores. En él se han unido las figuras de profesor, de investigador, de teórico y, cómo no, de incansable escritor de sus ideas e investigaciones. Dentro del campo de la Sociología dedicó una parte de sus esfuerzos a la educación. BOURDIEU, PIERRE “EL CAMPO CIENTÍFICO” EN INTELECTUALES, POLÍTICA Y PODER. EDIT. EUDEBA. PÁGS.79-80 CATTARUZZA, ALEJANDRO “POR UNA HISTORIA DE LA HISTORIA” EN CATTARUZZA, ALEJANDRO Y EUJANIÁN, ALEJANDRO. POLÍTICAS DE LA HISTORIA ARGENTINA 1860 – 1960. BS. AS. ALIANZA, 2003, pág. 193

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científica y humanística, facilitará en el siglo que comienza la doble redefinición de la historia, como ciencia social y como parte de las humanidades, que necesitamos.

Una nueva erudición que nos permita vencer el “giro positivista” y conservador a que nos ha conducido, recientemente, la crisis de las grandes escuelas historiográficas del pasado siglo, y que amenaza con devolver a nuestra disciplina al siglo XIX Una revolución científica encuentra su terreno más fértil en una contra-comunidad. Cuando el joven científico encuentra muy rápidamente responsabilidades administrativas, su energía esta menos disponible para la sublimación en el radicalismo de una investigación pura. 7 En relación a lo que venía diciendo en el apartado introductorio del trabajo, se puede sostener que la “aplicación de diversos enfoques permite formular preguntas de algún interés. En las que se podría vincular tres procesos: el de estructuración del campo intelectual, el de organización institucional de una disciplina y el de exaltación de la historia como elemento de integración cultural”8 Finalmente, hay que tener presente que, se debe recuperar la autonomía crítica de los historiadores y de las historiadoras respecto de los poderes establecidos para decidir el cómo, el qué y el porqué de la investigación histórica nos exige: reconstruir tendencias, asociaciones y comunidades que giren sobre proyectos historiográficos, más allá de las convencionales áreas académicas; utilizar Internet como medio democrático y alternativo de comunicación, publicación y difusión de propuestas e investigaciones; observar la evolución de la historia inmediata, sin caer en el presentismo, para captar las necesidades historiográficas, presentes y futuras, de la sociedad civil local y global.9

Conclusión A lo largo del trabajo he tratado de dar cuenta sobre cuestiones específicas para ver si se puede o no considerar a la HISTORIA COMO CIENCIA desde el ámbito de la investigación, desarrollando particularmente la metodología que un historiador necesita y/o utiliza para llevar a cabo cualquier trabajo de investigación. Recuperando en el mismo, el análisis crítico acerca de los documentos, fuentes y/o antecedentes bibliográficos analizados y utilizados. Así, también puedo concluir diciendo que el campo humanístico se basa en la resolución de interrogantes que incitan, en este caso, al historiador a investigar, ya que siempre existe una curiosidad, intención o inquietud por llevar a cabo la profundización de un tema, acontecimiento, y/o proceso que se desarrolló en el pasado. Así, el historiador de la historiografía, como todo historiador, selecciona los hechos que estudia de acuerdo con su proyecto historiográfico. En última instancia se puede sostener que todo lo que el Historiador realiza puede ser interpretado de diversas maneras por sus lectores, pero para ello es necesario que las ma7 8 9

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BOURDIEU, PIERRE “EL CAMPO CIENTÍFICO” EN INTELECTUALES, POLÍTICA Y PODER. EDIT. EUDEBA. PÁGS.75-110 CATTARUZZA, ALEJANDRO “POR UNA HISTORIA DE LA HISTORIA” EN CATTARUZZA, ALEJANDRO Y EUJANIÁN, ALEJANDRO. POLÍTICAS DE LA HISTORIA ARGENTINA 1860 – 1960. BS. AS. ALIANZA, 2003 GRUPO MANIFIESTO HISTORIA A DEBATE, “MANIFIESTO DE HISTORIA A DEBATE” EN LA RED A 11 DE SETIEMBRE DE 2001

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nifestaciones, de los aspectos y/o procesos señalados y desarrollados por el autor, estén fijadas y siempre se pueda volver a ellas para analizar y, a la vez poder ratificar, rectificar o, bien, refutar algunas de las cuestiones que aparezcan poco claras en determinado proyecto historiográfico.

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Desfasaje y subversión El anacronismo como forma de acceso al presente -Joaquín Vazquez[Universidad Nacional de Río Cuarto/Universidad Nacional de Córdoba] ([email protected])

1. Presentación En el presente trabajo pretendemos realizar una caracterización de la noción de anacronismo como forma de acceso al presente en la obra ensayística del escritor y pensador argentino H. A. Murena. Debido a la amplitud y variedad temática de su obra nos concentraremos en la exposición de la cuestión principalmente desde Ensayos sobre subversión y, de manera secundaria, La metáfora y lo sagrado. También nos valdremos de las palabras de algunos comentaristas actuales de Murena, entre los que se destacan Leonora Djament, Christian Ferrer y Silvio Mattoni. Nos interesa trabajar desde una perspectiva teórica que, creemos, desnuda las potencialidades del pensamiento de Murena que quedaron ocluidas por los motes de telúrico y esencialista que la crítica supo imponerle luego de la publicación de El pecado original de América. Es decir, nos situamos en la estela de la propuesta de relectura mureniana iniciada por Djament en su libro La vacilación afortunada, para intentar dar cuenta de cómo el autor, en su herencia benjaminiano-adorniana, se aboca a pensar el presente estando contra él, realizando para ello una construcción análoga pero de signo inverso respecto de la que sus contemporáneos le impusieron a su obra. Nos referiremos al anacronismo como noción y no como concepto porque la tematización que el autor hace del mismo no adquiere un tratamiento sistemático ni alcanza un sentido acabado. Murena se vale de la etimología del término para sostener teóricamente una actitud vital que unifica el movimiento constante de su pensamiento inquieto, esquivo al encasillamiento. Por esto, la caracterización que aquí pretendemos realizar de la noción en cuestión tendrá un viso aproximativo y no concluyente. Su noción de anacronismo no sólo permite pensar el presente desde una perspectiva teórico-metodológica, sino que también encarna un ethos. De allí que optemos por considerarlo desde dos dimensiones, a saber, una ética y otra política, que mantienen un vínculo indiscernible (a pesar de esta división que atiende a fines expositivos). En líneas generales, puede decirse que el anacronismo es una operación crítica de consecuencias prácticas que se emparenta con otras nociones como la de compromiso negativo o desengagement, empuñada como arma contra el marxismo ortodoxo, el existencialismo sartreano y las diversas formas de humanismo que, al parecer de Murena, nublaron los horizontes teóricos y políticos de los años cincuenta y sesenta en nuestro país.

2. Guardar distancia de esa tierra baldía, el presente Para Murena, la relación que el intelectual establece con el mundo es, en todos los casos, mediata. No hay acceso inmediato a la realidad. La cultura supone ya una distancia que obnubila con espejos de colores, caleidoscopio de modas intelectuales, políticas y técnicas

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en las que el individuo, en tanto unidad diferenciada al interior de una sociedad con pretensiones de homogeneidad, se aliena. He ahí un enemigo de Murena, la clausura sistemática, totalitaria, tanto política como conceptual de las derivas iluministas. La cerrazón de la síntesis dialéctica impide el pensamiento del presente, ya que la estandarización y la normalización, intrínsecas a la reproducción de la identidad del sistema en su sedimentación capitalista y socialista, no hacen otra cosa que allanar el juego de las diferencias constitutivas, ocultando, de tal modo, las contradicciones que se tejen en el seno histórico de lo social. De lo que trata, entonces, es de pensar, a partir de sus influencias adornianas, una dialéctica que no haga síntesis, una dialéctica subversiva, que desnude y posibilite la eclosión de la diferencia que la potencia de una intervención intelectual anacrónica habría de conseguir. Esa es la principal apuesta metodológica mureniana, que atravesará toda su obra y será, a pesar de sus frecuentes corrimientos y distanciamientos de instituciones, revistas y posicionamientos intelectuales, una constante. Dice Murena en el prólogo a Ensayos sobre subversión: “…el hombre de letras, si desea ser contemporáneo, debe comenzar por ser anacrónico. Anacrónico en el sentido originario de la palabra que designa el estar contra el tiempo. La entrega total al presente es una entrega parcial; la contemporaneidad inmediata es una atemporaneidad. Sólo se vive con plenitud el presente cuando se lo percibe en su totalidad desde la perspectiva del pasado. Sólo se es en profundidad contemporáneo al sumergirse en la contemporaneidad con la distancia del anacronismo. Ese anacronismo contemporáneo puede encenderse en el mundo de las obras que el hombre de letras forja cuando vive su fe y no se ve forzado a proclamarla.”1. La cita exuda críticas a al existencialismo y al marxismo, bajo los cuales Murena lee una sintomática exigencia de atención a la urgencia del presente, que no hace más que incitar a correr al burro tras la zanahoria, porque, sostiene, no hay paradigmas arquetípicos que puedan dar cuenta del mundo sin dejar las manos vacías. Todo recorte conceptual o posicionamiento teórico hipostático, sostenido con devoción fideísta, corre el riesgo de devenir totalitario, absoluto y, por lo tanto, sistémico. Murena se posiciona, no contra el existencialismo, el psicoanálisis o el marxismo, sino contra las formas anquilosadas y tumorales de los mismos. Que el intelectual, el hombre de letras, para ser contemporáneo, deba comenzar por ser anacrónico, significa que debe pararse frente al mundo con una mirada oblicua, dispuesta al corrimiento, al movimiento curvo. Leonora Djament sostiene en su libro La vacilación afortunada2 que Murena propone una relación entre tiempo y teoría distinta a la que dieron sus contemporáneos. Quizás se deba a la influencia de Benjamin y su prescripción de lectura de la historia a contrapelo, erizando el lacio natural; tal vez su gran interés por los estudios religiosos lo haya incitado a repensar su lugar como intelectual, intentando hacer coincidir la diversidad de sus inquietudes en una acción que las cobijara a todas pero dotándolas de potencia subversiva. Es que si los enemigos son el cientificismo, el positivismo y sus formas mixturadas de humanismo e iluminismo, el gesto subversivo consiste entonces en el rechazo de la identidad aséptica a los cambios, del criterio metodológico “universal”, del progreso y de la concepción de la historia como continuidad temporal. De allí que afirme que “…tanto en sus momentos deplorables como en sus instantes magníficos, la historia anduvo torcida. Acaso porque está viva, porque es la línea de la vida. Acaso porque para producir santos -lo mismo que para producir asesinos- necesita andar torciéndose. De otro modo, tal vez no produjera seres humanos, sino autómatas iguales.”3. En esta valoración, los chicotazos de la historia, semejantes a los coletazos de la serpiente a la que se le pisa la cabeza, impiden todo cálculo o previsión del rumbo que ésta habrá de tomar y 1 2 3

Murena. H. Ensayos sobre subversión. Sur. Bs. As. 1962. p. 12. Djament, L. La vacilación afortunada. Colihue. Bs. As. 2007. Murena, H.A. op cit. p.73.

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excluyen, por lo tanto, predicciones normativas o interpretaciones sujetas a paradigmas rígidos. Por eso el intelectual, para ser contemporáneo, deberá posicionarse en lugares anómalos de pensamiento, lectura, enunciación e intervención. La relación entre teoría y tiempo no se concilia con el presente. Más aún, se desencuentran en todas las ocasiones, se indisponen la una para el otro, de allí que su vínculo esté signado por el desfasaje. Murena, en su herencia martinezestradiana, piensa en y desde la paradoja: la contemporaneidad sólo es posible mediante el anacronismo, que es el movimiento que busca eludir las determinaciones y concreciones de una época, escapando a las fosilizaciones del sentido4. Pero también, y sobre todo, es una forma de vida, una disposición vital cuya constante atención al pasado tiene profundas incidencias en el presente. La posibilidad de la convivencia del pensar y lo pensado exige un corrimiento por parte del intelectual, que para hacerlos coincidir debe primero distanciarlos subversivamente. Veremos esto a continuación.

3. Minar, desgastar, percudir En La amargura metódica, esa monumental y excelente biografía de Ezequiel Martínez Estrada, Christian Ferrer le dedica un capítulo a Murena, que se autoproclama como discípulo de aquél. Allí se dice: “Los “Ensayos sobre subversión” no aluden al sentido habitual de la palabra. Subversión es el acto de pensamiento resistente a “los estilos del tiempo” que dejan su sello sobre la comunidad: la técnica, la publicidad, las tentaciones políticas y los falsos problemas.”5. Detengámonos a considerar esto. Por un lado, Ferrer caracteriza a la subversión en Murena como un acto de pensamiento. En líneas generales, esa apreciación es correcta, pero carente de precisiones. En efecto, habría que explicitar lo que se entiende por pensamiento, ya que, creemos, la subversión guarda para Murena vínculos profundos con la vida del intelectual, es decir, no se limita a la esfera del pensamiento, sino que involucra una actitud vital. Si hay algo así como un “acto de pensamiento”, es inconcebible fuera de sus determinaciones vitales. De allí que, para dar clara cuenta de la resistencia a “los estilos del tiempo” propia de la subversión, sea necesario hacer explícitas estas cuestiones, porque en tanto permanezcan implícitas alimentan interpretaciones sesgadas, por lo menos a esta altura de los estudios sobre la obra de Murena. Por otro lado, Ferrer no duda en vincular la subversión mureniana con el anacronismo. Subvertir es, así, mantener una actitud de resistencia activa frente a la densidad de los sentidos construidos por cada época. Pero dicha resistencia exige un sujeto que resista a los mencionados “estilos del tiempo”. Por lo que, preguntamos: ¿Hay un sujeto subversivo para Murena? O mejor, ¿es posible determinar –en líneas generales- qué es un sujeto subversivo?¿Cómo leer esas huellas que los estilos del tiempo dejan en la técnica, la publicidad, las tentaciones políticas y los falsos problemas, tal como enumera Ferrer? 4

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En Hacia un nuevo manifiesto, Adorno, en diálogo con Horkheimer, sostiene: “Cuando empezamos a pensar, no es posible detenernos en la mera reproducción. Esto no significa que realmente así será, pero es realmente imposible pensar sin pensar también lo otro. El atontamiento de hoy es una función inmediata de la amputación de la utopía. Donde no se quiere la utopía, es el pensamiento mismo el que muere. El pensamiento queda muerto en la mera duplicación.” (Th. Adorno; M. Horkheimer, Hacia un nuevo manifiesto, Trad. Mariana Dimópulos, Eterna Cadencia, Bs. As. 2014.). Resulta interesante pensar la cercanía de las palabras de Murena aquí citadas, pertenecientes a Ensayos sobre subversión, de 1962, con éstas de Adorno, de 1956. Ferrer, C. La amargura metódica. Vida y obra de Ezequiel Martínez Estrada. Sudamericana. Bs. As. 2014. p. 268.

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Esta indicación sobre el sentido del término ‘subversión’ en Murena, se potencia con las palabras de Djament: “Esto es, en principio, subvertir: ir minando, ir desgastando, ir percudiendo ese sistema totalizante, esa homogeneización gnoseológica, subvirtiendo los esquemas tradicionales de pensamiento, trabajando […] a partir de unas operaciones críticas, modos de argumentación, sintaxis, lecturas que se eligen hacer, traducciones, etc”6. El simple “acto de pensamiento” que nombra Ferrer, se puebla de matices por la enriquecedora introducción de este abordaje metodológico que atiende a las operaciones críticas, en el que queda incluida la complejidad de la argumentación, la sintaxis, la lectura y la traducción. Más aún, este enfoque de la subversión, menos neutro que el de Ferrer, explicita un conjunto de acciones estratégicas del compromiso negativo mureniano, que indican indirectamente cuál es la labor del intelectual subversivo. Puede decirse que desde la publicación de El pecado original de América Latina, la crítica cayó cómo una dura piedra sobre Murena, calificándolo de metafísico y de pensador telúrico. Quizás ambas calificaciones hayan sido acertadas, pero actuaron como fajas de clausura de la obra futura de Murena, quitándole potencia a sus intervenciones en el mundo intelectual argentino de su época. Posiblemente, su noción de anacronismo haya sido una reacción contra eso. En ese sentido, Murena opera de manera semejante a Nietzsche, aunque no llegue a considerarse como un nacido póstumo. Pero el anacronismo también puede ser, en su caso, una justificación de sus intereses frente a la intransigencia condenatoria de los jueces normalizadores de su época. Decide, entonces, habitar su tiempo desde el desfasaje, duplica la apuesta: si iba a ser desestimado, se aseguraría de serlo meritoriamente, sin entregarse a lo que consideraba “servidumbre al tiempo”. Es decir, se ataría de tal modo al presente, con un nudo tan extraño, que lo habitaría desde su centro y lo vería desde la periferia. En Una palabra previa, una suerte de prólogo a La metáfora y lo sagrado, hablando de sí mismo en tercera persona y haciendo casi una autobiografía intelectual, dice: “Quien escribe estas líneas […] acosado aún por los prejuicios de su tiempo, sintió inquietud. Luego comprendió. Su tiempo era un tiempo que quizás como ninguno se había entregado al materialismo de la servidumbre al tiempo. Se esforzó entonces por tornarse cada más anacrónico, contra el tiempo, para que le fuera dada alguna vez la dicha de desentenderse por completo del tiempo.”7. Estar contra el tiempo para alcanzar el desentendimiento definitivo del mismo tiempo: clarísimo y hondo deseo de trascendencia, de exceder la finitud y, a su vez, ejemplo cabal de la sublevación frente a la imposición de la agenda intelectual de la época. Murena, aparte de caracterizar al anacronismo, lo vive, lo escribe. Su escritura esquiva y, de a momentos, confusa, toma direcciones inciertas, imprevisibles para el lector: las ideas no cierran, los argumentos no se redondean. Sus palabras son el soporte de un cierre dialéctico perpetuamente postergado. Su obra ensayística está marcada por la fragua del pensamiento negativo, que: “…critica la totalidad de lo existente en una actitud dialéctica en la que reaparece el mesianismo inicial: toda ciudad es perfeccionable y rechazable porque ninguna ciudad es la Ciudad de Dios.”8. Las formas en las que opera el anacronismo en Murena, como ya se dijo, tienen orientaciones prácticas que se atraviesan y confunden. Por un lado, el anacronismo hace las veces de piedra de toque del compromiso negativo, en el que se condensan las críticas a Sartre y se hace visible la influencia de sus lecturas de los autores nucleados en la Escuela de Frankfurt. Aquí, la negatividad, operando sobre el compromiso, no debe comprenderse como un nocompromiso, sino como un compromiso inverso, contra el tiempo y sus determinaciones opresivas, es decir, un compromiso anacrónico que subvierte la lógica, entendiendo por lógica el entramado racional del mundo moderno y tecnificado. Por otro, el anacronismo también actúa como sostén teórico del desplazamiento tangencial que Murena prescribe para todo intelectual, es decir, para todo hombre de letras que pretenda incidir críticamente 6 7 8

Idem p.42. Murena, H.A. La metáfora y lo sagrado. El cuenco de plata. Bs. As. 2012. Murena, H.A, Herrschaft, ensayo publicado originalmente en La Nación el 31 de enero de 1971, disponible en: http://www.espaciomurena.com/6979/

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en el presente.

4. Prolegómenos inquisitivos para un manifiesto La tematización hasta aquí realizada sobre la noción de anacronismo en Murena y su correlativa pretensión de incidencia subversiva en el presente nos conduce a la formulación de algunas preguntas que nos interesa compartir para pensar proyectivamente la relación teoría-presente. En primer lugar, el ensayista sostiene con vehemencia la desavenencia de la una (la teoría) con el otro (el presente) cuando el tiempo y lugar de enunciación de la primera coinciden con el tiempo y lugar de su objeto de referencia. Digámoslo así: cuando la teoría se amolda al ritmo de la respiración del presente, no puede más que dejarse acunar por el compás de esas inhalaciones y exhalaciones, que la mantienen a flote en ese río burbujeante. En cambio, cuando el sujeto subversivo se impone a sí mismo una larga inhalación para bucear en las hondas aguas de la historia, su regreso a la superficie viene siempre acompañado por la vislumbre de algún tesoro abisal o de un pez de aguas profundas, raramente visto en la superficie, antro de mojarras. De este panorama pueden inferirse dos cosas: o bien la reactualización de formulaciones y problemas bajo la perspectiva de lo pasado necesita de un contexto que burbujee al son de los “estilos del tiempo” para poder posicionarse contra él; o bien, el presente necesita de una reconstrucción del pasado que sirva de matriz de filiación para sostener el burbujeo. En forma inquisitiva y términos conceptuales: la negatividad mureniana, ¿necesita de la sedimentación de la idealidad en la materialidad para operar críticamente? ¿Está condenada al estatuto larvario de una no-posición? ¿O su labor se redefine con esos mentados “estilos del tiempo”? De redefinirse, podría decirse que una dialéctica subversiva o una operación crítica no sintética sólo pueden buscar que el presente difiera de sí, que sea (también) su otro. Pero lo paradójico de esta formulación radica en que las operaciones anacrónicas de traducción y subversión inciden en un presente mediado por la sucesión de un tiempo indeterminado, es decir, en otro presente, y por la actualización que otros sujetos subversivos hacen de lo pasado. De esta primera consideración, se desprende la segunda pregunta, que es, obviamente, la pregunta por eso que llamamos ‘sujeto subversivo’ (mureniano). Vale aclarar: ¿cómo se constituye la subjetividad crítico-subversiva? De la lectura de los comentaristas de la obra ensayística de Murena, rescatamos, para esbozar una respuesta, aquellos tres verbos que dieron título a la sección 3: minar, desgastar, percudir la superficie homogénea del presente. Esa es, en principio, la prescripción que haría efectiva la subversión. El intelectual ha de trabajar oyendo lo que los discursos epocales sostienen respecto de su tiempo y lugar habitados para poder introducir la corrosión que habrá de fructificar en un presente otro, incidiendo indirecta y tangencialmente. Respecto de la forma institucional que esos discursos adoptan, el intelectual subversivo (¿es concebible una subjetividad subversiva en la intelectualidad?) deberá mantenerse distanciado. Su compromiso no comercia con instituciones, corrientes o escuelas de pensamiento, sino que escapa de ellas. Su compromiso es negativo por deseo expreso de incidencia en el presente. He aquí otro aporte para la sumaria caracterización de la labor del intelectual subversivo que esbozamos en estas páginas: no será orgánico a ninguna institución, sino a un tiempo por venir. ¿Un tiempo deseado? ¿Estamos, entonces, frente a una erótica del presente? ¿Un deseo constitutivo de porvenir, una forma de intervención modelada para su exhumación futura? ¿Es posible ser orgánico a lo aúnno-acaecido? ¿No es demasiado grande la indeterminación de eso aún-no-acaecido para generar pregnancia? La dimensión ética de la apuesta mureniana al movimiento oblicuo del hombre de letras, se juega en la tensión entre una forma de vida religiosa (en tanto rea-

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lización de una multiplicidad de acciones que preparan para a una redención im-posible) y otra política, que busca la instauración de una diferencia que, en la deriva de las corrientes del río del tiempo, modifique al menos uno de los presentes posibles.

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Anacronismo y crítica en José M. Aricó -Guillermo Ricca[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected])

Intentaré sostener aquí algunas conjeturas como parte de un ensayo de lectura que enmarco en la herencia de lo que podría llamarse filosofía política latinoamericana, si es que tal cosa existe; al menos yo quisiera que exista. Una primera aproximación muestra en Aricó una huella difícil de identificar pero que por su modalidad contrafáctica tiene aires de familia con cierto romanticismo a contrapelo no ajeno al espectro marxista, en el modo de concebir la disolución de los límites entre cultura y política. En consecuencia, le es propio a ese discurso el emplazamiento de una praxis refractaria respecto a las pretensiones disciplinarias de la dirigencia comunista en materia cultural y disolvente de la vanguardia instituida en las organizaciones de izquierda por la reificación de la forma partido. En un registro menos contextual y más filosófico cabe interrogarse por los alcances de esa posición una vez derrotadas las insurgencias que Pasado y Presente contribuyó a encender. ¿Hay una posición de sujeto en los contornos difusos de las intervenciones de Aricó? ¿Podemos pensar nuestras emancipaciones y nuestras prácticas político culturales en cierto reflejo desplazado de aquéllas? ¿O sólo cabe que nos guíe un interés académico de museo por aquel pasado que ya no es nuestro presente? Las intervenciones de Aricó en Pasado y Presente ¿contribuyen a pensar de manera situada una subjetividad política en nuestra época? En suma: ¿Qué hacer con esa herencia? Utilizando una figura propuesta por Jacques Rancière, nuestra lectura indagará en ciertas escenas de escritura con el propósito de dibujar un posible contorno de las cuestiones que enunciamos más arriba: “Yo identifico una escena en cuanto que constituye una diferencia en una situación—afirma Ranciére—y, al mismo tiempo crea una homogeneidad transversal con respecto a la jerarquía de los discursos y a las contextualizaciones históricas”1. No se trata aquí de negar el valor de las aproximaciones contextuales, sino de poner bajo borradura las garantías del método. En las lecturas siempre operan plusvalías semióticas y apropiaciones que producen su re escritura. La emergencia de Pasado y Presente y del discurso de Aricó en esos años, en medio de otras acciones desplegadas con intensidad disidente por otros grupos—La Rosa Blindada, también Fichas y Cuestiones de Filosofía, ´por mencionar sólo algunas de un amplio espectro de revistas que se conciben como intervención política desde la cultura—es parte de un contexto similar: el de la crisis de los lugares de enunciación supuestamente legítimos en la cultura de izquierdas: las dirigencias partidarias, las ortodoxias doctrinarias, los demarcadores de la objetividad de la teoría…etc. Pero el modo de tratar con la crisis por parte de Aricó habita una tensión que no es asunto de transición histórica sino de apropiación de palabras de otro, palabras que no le estaban destinadas, apropiación indebida, para configurar un momento crítico, como espero mostrar. Momento crítico que en su propia genealogía insiste en su no cumplimiento, en su no clausura y, por lo tanto, en su dispersión potencialmente emergente, o dicho en términos de Jacques Rancière: en la “novedad de lo anacrónico”2. Si es posible identificar resonancias de otras voces y de otras temporalidades en el discurso de Aricó, o de su propia enunciación en algunos discursos que piensan la política en el presente, aquí interesan menos sus gra1 2

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Jacques Ranciére, El Método de la igualdad, Buenos Aires, 2014, Nueva Visión, p 99. Jacques Rancière, Los nombres de la historia, Buenos Aires, 1997, Nueva Visión, p 42.

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máticas de producción, las condiciones de posibilidad que lo explicarían de manera determinada, que la reflexión en torno al modo complejo como se reparten esas temporalidades en las geografías textuales y políticas. Ciertamente que ese reparto de las temporalidades introduce rupturas en los modos de la percepción y en las subjetividades de la época. Por esto, no es de ninguna manera marginal a los momentos de crítica la presencia de cierto anacronismo. Se ha dicho que Pasado y Presente fue una intervención anacrónica: muchos de los aportes de la revista referían otro tiempo como esquema para su propia enunciación: frente al inmovilismo y fatalismo de la II Internacional, Gramsci y sus compañeros del bienio rojo turinés despliegan la estrategia izquierdista en un abanico táctico de acciones y discurso, consejos de fábrica y publicaciones periódicas; espectro dirigido a unificar a la clase obrera del norte industrial con el campesinado pobre del mediodía italiano. La invitación de Aricó a “buscar en las revistas el desarrollo del espíritu público de un país”3, es un índice de su modo de repetir Gramsci, y también de diferirlo; marca de su manera de traducir un lenguaje político haciendo uso de su inestabilidad de origen [el propio Gramsci se queja, en las Cartas de la cárceldel carácter provisorio de sus notas en los Cuadernos, de las dificultades para entregarse a una investigación fur ewig]; marca de una invención de nociones no ancladas a una identidad ya prefijada y normada para su enunciación doctrinaria sino, más bien dirigidas a blandir ese lenguaje como herramienta crítica, como elemento punzante para abrir todo lo solapado en la ortodoxia y en la disciplina del Partido: todo lo enmudecido que la voz de una nueva generación quiere poder decir. Esa búsqueda entrela novedad del kiosco y las fuentes primarias del marxismo es síntoma del abandono de otras canteras: no hay maestros a quiénes acudir ni instituciones que animen la vida intelectual de los militantes. Frente a una filosofía de la historia que obliga a segmentar el porvenir,Aricó despliega el recurso a la cita, al fragmento, al montaje, como interrupción de esa filosofía. Momento moderno y metapolítico: radicalización de las subjetividades, intensificación de cualquier práctica y pensamiento ante al agotamiento e inmovilismo de los supuestos lugares objetivos de la política4. Este momento crítico también incluía su propio callejón oscuro, una negatividad que se revelaría como inasible para cualquier pretendida “astucia de la razón”, expresión hegeliana con la que Aricó abre su texto programático en el editorial del primer número de Pasado y Presente. De todos modos, interesa aquí volver sobre el cómo de la emergencia de lo nuevo frente a la norma que reparte las voces y los asentimientos, la palabra legítima y el silencio de la escucha. Dicho de otro modo: ¿cómo opera la estrategia que esquiva los límites de lo decible para decir lo inaudible en una cultura política? Si la primera escena nos muestra un texto a medio camino entre el manifiesto y el ensayo de interpretación, el recurso a la voz de otro, al eco de su enunciación se transforma así en disputa por la legitimidad de un discurso. El “grupo que tiende a manifestar una voluntad compartida”5, como Aricó describe a ese sujeto, prontamente asume la tarea de la “crónica que se transforma en historia”. Este desplazamiento es una toma por asalto al lugar que Gramsci concede a la historia de un partido político en los Cuadernos de la cárcel. Aricó sustituye partido por grupo para luego concederle extensión generacional. Una nueva generación con la que nos sentimos identificados, dice Aricó, una nueva generación que reivindica para sí, desde el marxismo militante, el nuevo tono nacional la referencia a Contorno es explícita en la misma escena del editorial que 3 4 5

José Aricó, “Pasado y Presente” en Pasado y Presente, n°1, Córdoba, Abril-Junio de 1963, p 1. Cf. Bruno Bosteels, “Travesías del fantasma: Pequeña metapolítica del 68 en México” en El marxismo en América Latina, nuevos caminos hacia el comunismo, La Paz, 2013, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, pp. 29-79. José M. Arico, op.cit, p 1.

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abre Pasado y Presente. No era en modo alguno indolente la utilización del enfoque generacional. Una larga historia sedimenta ese uso en las rebeldías cordobesas. Pero no tiene caso buscar ese rastro en Deodoro Roca o en Saúl Taborda, fuentes a las que Aricó volverá después, en las postrimerías de los ochenta. La marca remite a cierta fenomenología de la experiencia comunista a la que era propicio el marxismo italiano de posguerra. En Cuadernos de cultura, en el contexto de cierta renovación cultural propiciada por Héctor Agosti en el universo del comunismo argentino, entre los números 14 y 17 se publica el “Examen de Conciencia de un Comunista” de Fabrizio Onofri, texto del cual Aricó extrae el tópico generacional, según su propia afirmación en La cola del diablo6. No es un detalle menor que el derrotero de Onofri terminara en la expulsión del partido, también en los sesenta, después de haber desplegado una intensa actividad cultural desde el comité de propaganda del PCI y en editoriales afines al PCI como Einaudi o Feltrinelli. Es Onofri quien plantea desde el comienzo de su ensayo la dialéctica viejos/jóvenes. Pero no deja de ser llamativo que Aricó haya subrayado en el ejemplar de Cuadernos de Cultura el párrafo en el que el italiano da cuenta del rechazo y el disgusto de los jóvenes ante la pobreza de la cultura socialista y comunista que heredaron. También subraya Aricó en ese texto y lo traslada sin comillas a su editorial, el riesgo de transformismo que acecha a los jóvenes de extracción pequeño burguesa, el peligro de la crisis de regresión, en palabras de Gramsi. El tercer elemento que trafica la lectura de Aricó es el carácter político de la práctica intelectual y cultural: “Un humanismo que reivindica a la política como la más elevada forma de actividad del hombre”, dice allí Aricó; el texto de Onofri se debate largamente sobre el tema en su capítulo V. Aricó radicaliza la apuesta de Agosti: no era suficiente hacer circular la palabra de Onofri, una voz crítica que rechazaba la pasividad del PCI en beneficio de un marxismo crítico que asomaba en las primeras formulaciones en los márgenes de la cultura comunista italiana, era necesario traducir Onofri, re escribirlo haciendo un uso impropio del discurso y la retórica de otro, al decir de Ranciére, para escandir así la línea oficial del partido, abrir huecos en una atmósfera asfixiante en materia cultural y pasiva en términos políticos, como atestiguaba para Aricó, la observación externa del hecho peronista, en el caso del PCA. Cabe interrogarse si hay otra forma material de hacer lugar para que una voz nueva sea escuchada. Asimismo, no deja de ser sintomática de cierta contradicción esta identificación con Onofri: un intelectual radicalmente antifascista que reconoce en sus memorias, la presencia de cierto “risentimento aristocrático” manifestado en un rechazo “per tutto quanto di plebeo aveva nel regime facista”. Contradicción en la que Aricó se moverá con oscilaciones y vaivenes a lo largo de su trayectoria: la valoración de las formas impropias de lo popular, no subsumibles en ningún finalismo de las formas sociales y, asimismo, su convicción prolongada de la necesidad de los intelectuales para soldar un nuevo bloque histórico de fuerzas. El tema recurrente en Aricó de la marcha de los intelectuales hacia el pueblo, del paso del saber al comprender, a su vez, la cuestión devla diferencia entre proyecto de transformación y sujeto de transformación. Pregunta o problema que nunca encuentra en él una resolución satisfactoria. Pero, volviendo a la operación de lectura de Aricó, puede decirse que el modo que tiene de tratar los textos es el de asignarles un tipo de productividad que excede sus contextos inmediatos o sus destinaciones primarias. Es como si la aproximación que hace Aricó de una vasta textualidad que va del joven Marx avContorno; de Lenin a Gramsci y a Mariátegui y más allá, fuera el entramado de un manojo de relaciones de producción en las cuáles se sabe 6

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José M. Aricó, La cola del diablo, itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, 2005, Siglo XXI, p 66.

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que hay que dar una lucha para poner las cosas a favor de quien lee. Esa lucha no es sino una lectura que re rescribe. Es desde allí que debe ser entendida, a mi criterio, la respuesta que Aricó da a esta pregunta en el editorial del número 1 de Pasado yvPresente: ¿Cuál debe ser nuestra actitud hacia el pasado? “no sólo teórica, sino fundamentalmente política en el más amplio sentido de la palabra”7, responde. Esa política ampliada se resuelve en Aricó, tempranamente y se intensifica con los años esa resolución, como historicidad contrafáctica, como nuevo reparto de las temporalidades. Si el recurso anacrónico cabe en la crítica del presente, es porque nunca el pasado se realiza totalmente en el presente8, dice Aricó en ese mismo texto. Es ese resto, irreductible a esquemas evolutivos o a un finalismo segmentable el que permite vislumbrar otras fuerzas que pugnan por abrirse camino en el movimiento real y que abren perspectivas críticas. Lo que es, podría ser de otro modo. Las fuerzas capaces de hacer lo que puede ser de otro modo, nunca están totalmente perdidas ni anuladas para Aricó. En ese sentido la apuesta por la condición obrera como figura que antagoniza la alienación es anacrónica porque alude la experiencia turinesa de los consejos de fábrica, pero es crítica y política porque intriga la lucha contra la burocracia sindical y contra la integración frigeriana, intriga que se intensificará a partir de 1965 cuando, agotada la experiencia del EGP, Pasado y Presente vuelva al postulado de la centralidad de la fábrica. Del mismo modo, la afirmación que dice que las revistas “cumplen en la sociedad un papel semejante al del Estado o los partidos políticos”9 es casi una paráfrasis de la polémica de Lenin en torno a Iskra, la prensa que hegemonizó al movimiento revolucionario ruso en el exilio. Que no se trata sólo de un recurso de legitimación ideológica sino de disputa de un lugar de enunciación es lo que parece decir la afirmación que postula a la revista no sólo como centro de acción organizadora de la cultura sino también “como centro de elaboración y homogeneización de la ideología de un bloque histórico”10. Es decir: sustituir al partido introduciendo otro reparto de las voces y de los tiempos. La reacción de Cuadernos de Cultura hace foco, no en vano, en el sin partidismo de esta estrategia y la lee como un ataque a la vanguardia de la clase que representa el PC. En la ortodoxia, el tiempo es siempre la coartada de lo prohibido: mejor esperar tiempos más propicios. Puede decirse que el recurso al anacronismo como esquema de intervención es, para Aricó, una manera de introducir en la teoría el tiempo de la acción. Esta apuesta se mantiene en su trayectoria; no es un episodio de su momento revolucionario…y si bien Aricó ataca en ese texto el perfil modernista de otras publicaciones a las que sólo parece interesarles estar en sintonía con la última moda europea, en ese nuevo reparto que introduce Pasado yPresente hay un gesto modernista: la revista es un collage o un montaje nada homogéneo ni en términos ideológicos ni en términos políticos. Y ese gesto es modernista porque rechaza el concepto de política como práctica específica y postula la potencial intensificación de cualquier práctica. Como Jacques Rancière no deja de recordar en un puñado de textos, esa interrupción tiene también la forma de lo impropio que es, a su vez, la impronta, el pathos de la crítica, que no necesita ajustarse a un saber normativo, a una ciencia, para tomar la palabra. Los cultores del cientificismo no dejarán de ver aquí un exceso de “papeleo deformante” que “invade abusivamente el tiempo perdido” —en el caso de la historiografía—o de una palabra sin sustento, apropiación fragmentaria de la enunciación de otro. El nuevo ser hablante es nuevo porque se supone, no sólo que no debería decir eso que dice sino que no debería 7 8 9 10

José M. Aricó, op.cit, p 4. Ibid, p 7. Ibid, p 9 Ibid, p 9

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hablar: “El desorden de la política es estrictamente idéntico a un desorden del saber”, dice Rancière. [En este sentido, la reacción oficial contra Pasado yPresente es una llamada al orden—pronunciada por Agosti desde las páginas de Cuadernos de Cultura--, con acusaciones de “infantil extremismo”, “estridentes parrafadas” o “acné izquierdizante”]. Sed contra, el reverso del reparto de la palabra y del silencio, de la enunciación y la escucha disciplinada, es la diferencia que habilita a los seres hablantes a ser algo más que meros seres parlantes: “Todo acontecimiento, en los seres hablantes, está ligado a un exceso de la palabra bajo la forma específica de un desplazamiento del decir: una apropiación ‘fuera de verdad’ de la palabra de otro […] impropiedad de la expresión que es también una superposición indebida de los tiempos. El acontecimiento presenta la novedad de lo anacrónico”11. En una memoria de los sesenta publicada en Italia, en 1987, a propósito de los 20 años del asesinato del Che, Aricó afirma: la opción por entonces, para nosotros,era “ora o mai” (ahora o nunca). ¿De qué está hecho ese ahora? De un pasado no consumado, de un pasado interrumpido. Esa es su forma de considerar políticamente el pasado: traer esa postergación y esa interrupción al presente para, a su vez, interrumpir la transición histórica (las etapas de la ortodoxia) o la fe en el progreso, propia de la integración desarrollista. Crítica del presente por la emergencia inesperada de un pasado negado, sepultado. A pesar de todas las apelaciones al historicismo absoluto de Gramsci, la estrategia discursiva de Aricó parece desplegarse en otra dirección. De algún modo, traer esos pasados que habitan la memoria castigada del sujeto revolucionario, es una manera de espacializar la temporalidad vivida como presente continuo, de re situarla en un contexto insospechado, no previsto. Ahora bien, dijimos que esta operación no es episódica. No podemos dedicarle aquí toda la atención que merecería, tan sólo mencionemos otras dos escenas. Una de ellas, a mediados de los años ochenta, trae una página olvidada o solapada de la memoria del sujeto popular en la década del veinte y postula el origen común de las dos corrientes de la izquierda latinoamericana: marxismo y populismo. ¿Con qué fin? Aricó cita allí las Tesis de Benjamin para decir que no ha de darse por pedido lo que alguna vez aconteció. La otra escena es una clase en la UBA, en la cátedra de María Teresa Gramuglio, sobre los populistas rusos. Allí Aricó reconstruye de manera muy plástica la marcha de los intelectuales hacia el pueblo, la experiencia de los narodniki rusos, para decir que esa imagen puede hoy mover a risa, pero que no hay que descartarla porque en la historia, nunca nada se pierde del todo (Benjamin, una vez más). En ambos contextos se trata de una suerte de lección a contrapelo para el presente de la cultura de izquierdas. En este sentido, si bien Aricó se mueve en el espectro de todo aquello que Murena desprecia—como no deja de mostrar la lectura de Joaquin Vázquez--, lo hace contra eso mismo que Murena denuncia: el doctrinarismo, el alineamiento ciego con la izquierda “objetiva”, con una filosofía de la historia. A diferencia del a cronismo subversivo y marginal de Murena, Aricó cree que entre el nihilismo y el caos, para utilizar aquí dos metáforas de Murena, hay un camino político cultural, que es el de la crítica, el de la configuración de una cultura crítica. Aun cuando los límites entre armas de la crítica y crítica de las armas fueran transitados sin mediación en los años incandescentes, esa apuesta sobrevive en Aricó a la derrota de la lucha armada como índice metapolítico de una subjetividad socialista.

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Jacques Rancière, op.cit, p 42.

1ras. Jornadas Nacionales de Historiografía

Coexistencia de temporalidades y anacronismos en América Latina Representaciones en la novela Concierto Barroco, de Alejo Carpentier -Anahí Mazzoni[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected])

Presentación La coexistencia de temporalidades que caracteriza a nuestra América es una dimensión de la compleja pregunta por la identidad cultural y por las expectativas de emancipación que la misma supone, por el hecho de ser un elemento clave de la historia vivida en esta parte del mundo que atraviesa nuestras identificaciones culturales pero que también da cuenta de nuevas formas de organización política y acontecer histórico. Coexisten en este continente temporalidades mestizas, plurales, anacrónicas. No solamente conviven diferentes modos de vivir el tiempo, sino que también resulta problemático delimitar un tiempo histórico único, un presente no dislocado, un futuro capaz de reunir las diversas teleologías y escatologías. Los anacronismos funcionan como punto desde dónde preguntarse no sólo por el sentido cultural del tiempo sino también por la narración de la historia, por una poética del saber (Rancière). Si la literatura es una forma de antropología especulativa (Saer), la filosofía latinoamericana sabe que su pensamiento ha de ser buscado en las formas de la literatura en un proceso de ampliación metodológica de sus tramas textuales. La obra de Alejo Carpentier, con su particular poética de las temporalidades mixtas y del anacronismo, ha sido y es trabajada desde la categoría que implica la temporalidad no sólo por sus críticos literarios, sino también por él mismo en su teorización de la literatura. Por un lado, la historia emerge como elemento novelable para el escritor, dándole a la obra una densidad e intervención de gran fertilidad para su lectura crítica. Esto implica el análisis de la introducción de elementos, tiempos, personajes y hechos históricos así como la búsqueda de efectos de documentación, de intervención en la realidad. Por otro lado, es particularmente trabajada también la temporalidad como característica propia de la narración. Las decisiones del autor dan lugar a efectos de fuerte resonancia estilística que se tensionan con su referencialidad histórica. La obra, de este modo, funciona como una intersección en la que política, cultura e historicidad se encuentran para dar cuenta de la compleja construcción de la subjetividad latinoamericana. Es en este punto que se nutre la presente investigación a partir de la hipótesis que plantea la coexistencia de temporalidades y los anacronismos en la novela de Alejo Carpentier, abordada en este caso a partir de Concierto Barroco.

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Hay una preocupación, que mantiene el impulso de la investigación, en torno a la identidad cultural latinoamericana. De aquí que sea planteada la coexistencia de temporalidades como la llave de una de las puertas que pueden articular una reflexión al respecto. La tensión es mantenida por una preocupación que tiene un origen ético-político: la pregunta por las temporalidades nace del ejercicio de tratar de imaginar un futuro en América Latina, y de la cuestión acerca de si semejante programa de pensamiento es posible. El punto clave aquí resulta de la tematización de la intersubjetividad como constitutiva del proceso de conocimiento y de la búsqueda de una reflexión localizada en orden a comprender cómo cada sociedad va construyendo su propia interculturalidad y las condiciones en las cuales realizarla. ¿De dónde partir entonces una pregunta por el tiempo en términos de futuro político situado? Como inicial principio metodológico, desde la reflexión movilizante: “La investigación busca desestabilizar nuestras nociones, nuestros saberes, nuestras creencias y las de otros”1 Otra tensión surge, cuando se trata de pensar algo llamado “identidad cultural latinoamericana”. El concepto compuesto planteado vive bajo la permanente sospecha de estar en un terreno problemático. Primero, al equiparar o tratar de poner juntas identidad y cultura; y segundo, al intentar pensar a América Latina como un bloque, si se quiere, como un objeto de estudio, como una unidad donde pudiese detenerse la mirada. La identidad, por su parte, tiene su propia historia y complejidad. No entraré en detalle allí, pero sí mantendré presente la tensión deconstructiva que sólo sostiene vivo a este concepto bajo la marca de su tachadura y dada la necesidad de su uso. Así, mínimamente podemos hablar de identificaciones en permanente construcción en el juego que articula sujetos y prácticas discursivas. La identidad, las identificaciones, funcionan allí como fronteras, es decir, como una acción en proceso que siempre parte de la diferencia, del afuera constitutivo. Ahora bien, no pueden pensarse sino en la tensión de su construcción en el ámbito de actos de poder situados, específicos, dónde la exclusión es su elemento constitutivo más revelador: “Precisamente porque las identidades se construyen dentro del discurso y no fuera de él, debemos considerarlas producidas en ámbitos históricos e institucionales específicos en el interior de formaciones y prácticas discursivas específicas, mediante estrategias enunciativas específicas. Por otra parte, emergen en el juego de modalidades específicas de poder y, por ello, son más un producto de la marcación de la diferencia y la exclusión que signo de una unidad idéntica y naturalmente constituida”2. Sólo en ese revés la identidad puede ser leída, y puede ser pensada en la dinámica de poder donde el sujeto, en permanente construcción dice y adhiere, al mismo tiempo que es dicho e interpelado. En relación a la identidad aparece ligado el concepto de cultura. Será tomado éste último, en su sentido más netamente antropológico, como todo aquello que puede decirsehumano. Ahora bien, no debe pensarse que un manto de ingenuidad mantiene quieta a esta definición. Justamente, se mueve en la dinámica que despierta considerar que cultura no es lo que funciona como adorno interesante, externo del acontecer humano, sino más bien la trama histórica en la cual, conflictivamente, se dan los choques de poder dónde los sentidos comunes y hábitos se juegan. Así,“la cultura no es un anexo o una esfera interesante, sino la trama donde se producen disputas cruciales sobre las desigualdades, sus legitimidades y las posibilidades de transformación.”3. La forma de pensar los conflictos sociales, y las resoluciones que van surgiendo, no sólo provienen de ideologías claramente formuladas, sino también de ideas muy poderosas que, sin estar explicitadas, constituyen los marcos de percepción y significación. Es, entonces, en la cultura, dónde vive el entramado de po1 2 3

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Alejandro Grimson, Los límites de la cultura, Buenos Aires, 2011, Siglo veintiuno editores, p. 99 Stuart Hall, Cuestiones de identidad cultural, Buenos Aires, 2003, Amorrortu, p. 18. Alejandro Grimson, Los límites de la cultura, Buenos Aires, 2011, Siglo veintiuno editores, p. 41

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lítica, poder, legitimidad y desigualdad, en pugnas para nada armoniosas y mucho menos decorativas. Lo que agrega una pregunta más al planteo general es la conjunción que trata de unir cultura con identidad, y que además pretende pensar a un tipo de identidad adjetivado por el concepto de cultura. Es, de hecho, un problema al interior de la antropología (disciplina especialmente invitada a esta investigación), y tratado con agudeza por Alejandro Grimson en su libro Los límites de la cultura. Allí, el antropólogo trata de pensar esta cuestión en directa tensión con la urgencia ético-política que plantea, más allá de las discusiones tan difundidas entre lo que él a grandes rasgos llama esencialismo y posmodernismo. En esos términos, hay una gran afirmación, a saber, la que indica que “las culturas son más híbridas que las identificaciones”4, cuya potencialidad política permite complejizar la mirada en dirección opuesta al absolutismo, (y que luego será clave para pensar en y desde América Latina): “sólo los fundamentalistas querrían, como la dictadura militar argentina durante la guerra de Malvinas –que prohibió los Beatles porque consideraba que escuchar música británica era una posición bélica-, hacer coincidir las fronteras de la cultura con las de la identidad”5. En una primera instancia, puede pensarse a la cultura como aquellos significados que tienen un arraigo más fuerte, un sedimento dado por las prácticas y creencias, que son vividas, por lo general, como determinaciones. En cambio, la identidad se encuentra ligada a los intereses que generan pertenencias a colectivos o grupos. Es decir, de lo que se trata es de “diferenciar las categorías de pertenencia por una parte, y las tramas de prácticas y significados por la otra”6. Dicho esto, surge una nueva incomodidad, la que le da un tono algo esencialista a estas aparentes definiciones de identidad y cultura ¿por qué aún con las herramientas deconstructivas con las que contamos seguir pensando el concepto de cultura? En principio cabe decir, porque sus límites son un problema teórico y político. Pero también cabe hacer el ejercicio etnográfico de suponer que, si bien no hay algo así como una homogeneidad en los rasgos culturales que den lugar a fronteras precisas, tampoco los significados se distribuyen azarosamente. La heterogeneidad, las diferencias en la dinámica entre tramas culturales e identificaciones, son aquí puestas en juego en su carácter situado y contingente. La propuesta conceptual apunta a concebir configuraciones culturales dónde quedan en relieve tanto los movimientos en los significados culturales, las tramas espaciales, el diálogo con las identificaciones; como las coyunturas donde el poder, la desigualdad y la jerarquización toman protagonismo. La heterogeneidad existe como tal en tanto hay una relación, por decirlo de algún modo, entre las partes, y en tanto que tiene una lógica, dispositivos que articulan y dan sentido a la relación (y que son fuertemente disputados). A su vez, aún en las oposiciones hay una trama simbólica común (que las vuelve tales) que da cuenta de la configuración, un horizonte de inteligibilidad. Y, por último hay un marco político, histórico y cambiante pero siempre presente que trata de desarrollar fronteras de lo posible en términos culturales. Eso, a modo de proceso, se configura con otra red, a saber, la de las identificaciones, donde los sujetos se piensan a sí mismos, en relación a los otros pero a través de categorías disponibles cuya potencia identificatoria radica su relevancia social y de alterización. Entonces, se experimentará aquí este concepto de configuración cultural como “espacio en el cual, a través de hegemonías siempre con riesgos de erosión y de socavamiento, se instituyen los términos de la disputa social y política. Como habitantes de múltiples configuraciones culturales, somos constituidos y nos posicionamos ante poderes disímiles y cambiantes. Poderes que, al igual que sus lenguajes y sus simbologías, son la 4 5 6

Alejandro Grimson, op.cit, p. 64. Ibid, p. 64 Ibid, p. 130

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objetivación de acciones humanas históricamente situadas”7. Así, se pone a prueba el abandono del concepto compuesto de identidad cultural, para pensar en términos de configuraciones culturales que mantienen una compleja relación con tramas identitarias heterogéneas. Es evidente que no es determinante la relación entre las configuraciones culturales y los territorios que habitan, entonces ¿puede pensarse a América Latina como un territorio cultural? No habría tal espacio, sino más bien una heterotopía para toda conceptualización en torno a la cultura. Sin embargo, algunos elementos reúnen, configuran: marcos compartidos (aún marcos de heterogeneidad), campos de posibilidad, representaciones hegemónicas, conflictos o modos de poder comunes; que van socavándose, cambiando pero configurados en un escenario. América Latina no es una esencia, claro está. La discusión por la heterogeneidad que la constituye ha pasado por diferentes etapas en términos de programas políticos o ideológicos. Lo que aquí se propone, entonces, es una elección de categoría en pos de su potencialidad política y cultural. Se piensa desde la posible vinculación de las heterogeneidades en un marco de articulación regional, pero que parta y siempre vuelva a los contextos concretos, a los grupos sociales, a los significados vivos. Funcionará así como hegemónica la idea de una configuración cultural latinoamericana, pero este término siempre estará en tensión: “quién, para quién, en qué contexto y por qué serán preguntas necesarias”8. ¿Por qué leer obras literarias? Porque tienen potencialidad como relatos. Porque conforman, como producto de la comunidad letrada, parte interesada en la construcción de la hegemonía de discursos dentro de las configuraciones culturales(y, en este sentido, siempre queda abierta la pregunta en relación a su fuerza heurística); Porque si bien no se tomará aquí como un lugar privilegiado en la cultura, es sin embargo uno más, que, como todos sus elementos condensa la compleja trama, de aquí su valor y profundidad en términos antropológicos. Porque dejarlas afuera de las verdades con la que juegan y dibujan mundos implicaría un desperdicio de experiencia. Porque quizás puedan ser un vehículo más para la narrativa de la contradicción. Es así que trataremos de pensar, en un montaje de tiempos heterogéneosque forman anacronismos(Didi-Huberman), como universal hegemónico en términos epistemológicos. Caminará a América Latina, y, en este caso leerá una obra literaria.

2. Alejo Carpentier, nace en Suiza en 1904 y muere en Francia en 1980, pero se nacionaliza en Cuba, viviendo allí y en otros países de Latinoamérica buena parte de su vida. Este movimiento, acompañado de una imponente erudición, dan marca a su obra. Este letrado es entonces europeo, hasta a veces eurocéntrico, pero descentrado permanentemente por los movimientos desestabilizantes que tuvieron lugar en la América Latina de estos años. Músico y sobre todo estudioso de la música se entera que Vivaldi había escrito una ópera cuyo único registro es su nombre: Moctezuma. Este evento invita a la escritura. El mismo Carpentier, en una entrevista realizada tiempo antes de la publicación de la novela Concierto Barroco se refiere a la misma como una especulación un poco vertiginosa sobre el tiempo, sobre los siglos. Se publica en 1974 con un especial diseño editorial de estética barroca, lleno de ilustraciones donde la búsqueda de la heterogeneidad era la marca de su efecto. Se da un encuentro entre el barroco, lo real maravilloso y la historia de un modo muy 7 8

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Alejandro Grimson, op.cit., p. 194. Ibid, p. 249

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particular en esta obra, y con cierto camino de búsqueda de identificaciones en vistas a América Latina. Así es considerada ésta, como ontológicamente barroca desde dónde se la mire. Es ella la que además permite pensar lo real maravilloso no sólo como un estilo literario aislado, sino más bien como un modo de contar la historia ineludible para esta parte del mundo. Lo insólito, lo fuera de lo esperable, lo fuera de época y lugar, no es un aditivo exótico, es la condición bajo la cual registramos la vida en América Latina. Y de aquí el perfil fuertemente crítico para abordar el tercer elemento que viene al encuentro: la historia. Así es que, varios elementos de la novela, confluyen en una constante disrupción del tiempo lineal. Cambios y simultaneidades cronológicas, referencias a personajes históricos, obras literarias y musicales, que se encuentran en épocas que no son las propias. Referencia al tiempo mítico, y al tiempo religioso de la eternidad. Leer Concierto Barroco es un vértigo dónde convergen espacios geográficos concretos, lo mismo que personajes propios de la historia, (sobre todo de la música), y dónde se cuentan y re-cuentan otras obras de arte en un mosaico de heterogeneidades culturalistas y eruditas. Hay, sin embargo, una historia narrada en la novela. Un mexicano, llamado primero el Amo, luego el Mexicano, para terminar siendo el Indiano, emprende un viaje cuya primera escala es Cuba. Allí pierde a su criado indígena (quien muere), y encuentra un nuevo criado, negro, cubano, llamado Filomeno. Es con él con quien aborda el viaje a Europa, dónde son parte del estreno de la obra Montezuma de Vivaldi, para terminar en un concierto de Armstrong. Pueden mencionarse varios saltos temporales, usos del anacronismo y efectos de temporalidades yuxtapuestas. En el capítulo VI, por ejemplo, se da el primer salto temporal en términos cronológicos. Éste ocurre cuando Antonio Vivaldi y Jorge Federico Haendel (exactamente así son nombrados en la obra) ambos músicos del siglo XVIII, desayunan con el Indiano y Filomeno en un cementerio del siglo XIX (el San Michele, en Venecia), conversando ante la lápida de Stravinski, compositor que murió en el año 1971. Hablan de éste último como de alguien del pasado, haciendo comentarios que dan cuenta de la vida y obras que efectivamente hizo el músico en una época posterior: — “IGOR STRAVINSKY” —dijo, deletreando.—“Es cierto —dijo el sajón, deletreando a su vez—: Quiso descansar en este cementerio.” —“Buen músico —dijo Antonio—, pero muy anticuado, a veces, en sus propósitos. Se inspiraba en los temas de siempre: Apolo, Orfeo, Perséfona — ¿hasta cuándo?”—“Conozco su “Oedipus Rex” —dijo el sajón—: Algunos opinan que en el final de su primer acto — “¡Gloria, gloria, gloria, Oedipusuxor!” suena a música mía.”—“Pero... ¿cómo pudo tener la rara idea de escribir una cantata profana sobre un texto en latín?” —dijo Antonio. — “También tocaron su “Canticum Sacrum” en San Marcos —dijo Jorge Federico—: Ahí se oyen melismas de un estilo medieval que hemos dejado atrás hace muchísimo tiempo.”—“Es que esos maestros que llaman avanzados se preocupan tremendamente por saber lo que hicieron los músicos del pasado —y hasta tratan, a veces, de remozar sus estilos. En eso, nosotros somos más modernos. A mí se me importa un carajo saber cómo eran las óperas, los conciertos, de hace cien años. Yo hago lo mío, según mi real saber y entender, y basta.”9 En el espacio de la muerte, se anula la cronología. Es allí donde el Indiano cuenta a sus interlocutores la historia de lo acontecido con Moctezuma, allí en su México natal. Permanentemente se hallan en la obra juegos temporales de este tipo. Sin embargo, quisiera centrarme particularmente en un Capítulo, el VII, dónde además es tematizada la 9

Alejo Carpentier, Concierto Barroco, Madrid, 2011, Akal, p. 206.

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cuestión que une a historia con fábula en el diálogo mismo de los personajes y en la situación narrada. Cabe empezar diciendo que el capítulo en cuanto a su referencialidad histórica ocurre veintitrés años más tarde, aunque el Indiano se refiere a los sucesos anteriores como “anoche, antenoche, o ante-ante-anteanochísima, o no se cuándo”10. Carpentier pone claramente en punto crítico la relación entre historia y verdad. Una nueva ficción entra en la novela cuando el Indiano y Filomeno asisten al ensayo general de la ópera Montezuma, de su amigo Vivaldi. Con matices de ironía y humor asisten a una historia catalogada de falsa por el Indiano. Éste se encuentra con dioses, personajes, caracterizaciones y hechos que no se corresponden con su versión de la historia. Indignado, acude al autor con su reclamo: “¡Falso, falso, falso; todo falso!” —grita. Y gritando “falso, falso, falso, todo falso”, corre hacia el preste pelirrojo, que termina de doblar sus partituras secándose el sudor con un gran pañuelo a cuadros.—“¿Falso... qué?” pregunta, atónito, el músico. — “Todo. Ese final es una estupidez. La Historia...”—“La ópera no es cosa de historiadores.” — “Pero... Nunca hubo tal emperatriz de México, ni tuvo Montezuma hija alguna que se casara con un español.”—“Un momento, un momento —dice Antonio, con repentina irritación—: El poeta Alvise Giusti, autor de este “drama para música”, estudió la crónica de Solís, que en mucha estima tiene, por documentada y fidedigna, el bibliotecario mayor de la Marciana. Y ahí se habla de la Emperatriz, sí señor, mujer digna, animosa y valiente.”—“Nunca he visto eso.”—“Capítulo XXV de la Quinta Parte. Y también se dice, en la Parte Cuarta, que “dos o tres hijas” de Montezuma se casaron con españoles. Así que, una más, una menos...”—“¿Y ese dios Uchilibos?”—“Yo no tengo la culpa de que tengan ustedes unos dioses con nombres imposibles. Los mismos Conquistadores, tratando de remedar el habla mexicana, lo llamaban “Huchilobos” o algo por el estilo.”—“Ya caigo: se trataba de Huitzilopochtli.”—“¿Y usted cree que hay modo de cantar “eso”? Todo, en la crónica de Solís, es trabalenguas.”11 Claro es Vivaldi, la ópera no es cosa de historiadores, a lo cual luego agregará “lo que cuenta aquí es la ilusión poética”. Sin embargo, en su argumento cita las fidedignas crónicas que funcionaron allí como fuentes, para terminar diciendo:“ En América, todo es fábula: cuentos de Eldorados y Potosíes, ciudades fantasmas, esponjas que hablan, carneros de vellocino rojo, Amazonas con una teta menos, y Orejones que se nutren de jesuitas”12. El arte, parece presentarse como autónomo, de aquí que la ópera no sea materia de historiadores, como indica Vivaldi. Sin embargo, al mismo tiempo, se vuelven ficticias las crónicas que hablan de la conquista, dándole a lo que funcionaría como documento histórico un carácter dudoso, un perfil de construcción fabulosa. La verdad no va de la mano de la historia, sino de la manipulación ideológica, es sobre esta discusión donde nos coloca esta escena. El Indiano se indigna ante esta situación, cómo puede quedar para la posteridad una versión tal de algo que él siente, sin embargo, conocer en su realidad más íntima. El arte podrá ser autónomo, pero no deja de indignarle su potencialidad como documento histórico, al fin de cuentas se habla de su Montezuma. Queda de relieve así, el poder de la enunciación y la relación de éste con el saber. En este embrollo es que la historia de América Latina tiene el lugar de una fábula, por un lado por desconocida (por víctima de las historias oficiales); por otro lado, por real maravillosa diría Carpentier. La fábula, así, irrumpe con la verdad de la historia, mientras que ésta, inversamente, busca descalificar a la fábula, terreno de lo irracional: “—“Según el Preste Antonio, todo lo “de allá” es fábula.”—“De fábulas 10 11 12

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Ibid, p. 215 Alejo Carpentier, op.cit., p. 219 Ibid, p. 221

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se alimenta la Gran Historia, no te olvides de ello. Fábula parece lo nuestro a las gentes “de acá” porque han perdido el sentido de lo fabuloso. Llaman “fabuloso” cuanto es remoto, irracional, situado en el ayer —marcó el indiano una pausa—: No entienden que lo fabuloso está en el futuro. Todo futuro es fabuloso”13 Por otra parte, algo interesante ocurre, con el personaje del Amo a lo largo de la narración, que habla también de una historia. La clave quizás más visible está en cómo su nombre va mutando, pasa de ser “el Amo”, a ser “el Mexicano”, para terminar siendo “el Indiano” (perteneciente o relativo a las indias occidentales, en el sentido que más tarde tendrá la palabra criollo). El movimiento de esa identificación se va dando por decirlo de algún modo, naturalmente, a lo largo de los sucesos relatados. Algunos indicios permiten dar cuenta de un sentido en esta trayectoria identitaria: vemos cómo al principio, cuando llega a Europa, el personaje sufre una primera desilusión: “Nieto de gente nacida entre Colmenar de Oreja y Villamarnique del Tajo y que, por lo mismo, habían contado maravillas de los lugares dejados atrás, imaginábase el Amo que Madrid era otra cosa. Triste, deslucida y pobre le parecía esa ciudad, después de haber crecido entre las platas y tezontles de México”14 Creía, como hijo de españoles, que había allí algo más. Sin embargo, encuentra a su México natal como más bello e interesante, no sólo en relación al espacio, la arquitectura, la comida, los olores, el ambiente, sino también en relación a su gente. Es aquí, cuando se da un primer movimiento de identificación que se irá profundizando a lo largo de la obra. En un viaje a lo que el Amo creía que era su tierra (la de sus antepasados) se encuentra con un movimiento inverso que le da un “nosotros” ubicado “allá” en América, desde el cual mirar a los “otros”, los europeos. Así es que se va transformando en Mexicano, y se vuelve más que nunca Indiano, ante las escenas irónicas de la obra Moctezuma: “Y sin embargo hoy, esta tarde, hace un momento, me ocurrió algo muy raro: mientras más iba corriendo la música de Vivaldi y me dejaba llevar por las peripecias de la acción que ilustraba, más era mi deseo de que triunfaran los mexicanos, en anhelo de un imposible desenlace, pues mejor que nadie podía saber yo, nacido allá, cómo ocurrieron las cosas”15. El juego temporal muestra al paso del tiempo como una construcción identitaria que no parte de un origen unívoco y puro, sino que, por lo contrario encuentra en el futuro, en ese futuro que es fábula, a la identidad latinoamericana como un resultado inesperado. Pero al mismo tiempo, lo hace desde un pasado remoto con el cual el personaje termina identificándose al sentirse actor de lo que es una obra de ficción (la ópera) a la cual además considera una mentira. Ficción y mentira no son lo mismo en el ámbito de la ópera. Pero sí son, en su relación, el juego clave para unir varios puntos temporales que logran dar un margen de identificaciones para este hombre nacido en México, hijo de españoles, que se siente Moctezuma. Las identificaciones van más allá del tiempo, son anacrónicas, pero también surgen de la lucha por el discurso, por el lugar de enunciación que delimita las verdades. Luego el Indiano vuelve “a lo suyo”, a México, así lo expresa, un tanto decepcionado. Pero allí, también queda Filomeno (quien se queda en Europa), en un lugar particular al expresar su visión del tiempo. No sólo enuncia un futuro de los mases en revolución (grupo del cual queda excluido el Indiano) sino que habla de ajustar cuentas “a cabrones” para lo cual no habría que esperar Fin de los Tiempos: 13 14

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Alejo Carpentier, op.cit., p.226 Ibid, p.183

Ibid, p. 225 213

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“—“Para que ésos se acaben habrá que esperar el Fin de los Tiempos” —dijo el indiano.—“Es raro —dijo el negro—: Siempre oigo hablar del Fin de los Tiempos. ¿Por qué no se habla, mejor, del Comienzo de los Tiempos?”— “Ése, será el Día de la Resurrección” —dijo el indiano.—“No tengo tiempo para esperar tanto tiempo” —dijo el negro... La aguja grande del reloj de entrevías saltó el segundo que lo separaba de las 8 p.m. El tren comenzó a deslizarse casi imperceptiblemente, hacia la noche. — “¡Adiós!”—“¿Hasta cuándo?” — “¿Hasta mañana?”—“O hasta ayer...” —dijo el negro”16 El tiempo no para, el futuro es inmediato, palpable; es la revolución, y está representado por un negro americano quien es el protagonista de un posible próximo capítulo. Se introduce así, al final de la novela: la última gran escena musical, un nuevo concierto barroco, donde estalla junto a la cronología, el choque cultural, cuando Armstrong irrumpe con su trompeta llevándonos al tiempo de la escritura de la novela. La única realidad es el tiempo. Ahora bien, tiempo lineal, tiempo circular y diversos tiempos yuxtapuestos, las tres visiones confluyen en este Concierto Barroco. Todas las épocas son coetáneas, pero no por un exotismo estilístico, tampoco por una arbitrariedad instalada ideológicamente, así las vive Latinoamérica, eso expresa Carpentier en algunas entrevistas. Claramente se ve en esta obra como la dinámica de las identificaciones, el juego con la verdad de la historia y la visión fábula-revolución (puesta en un futuro que es inmediato), hablan desde una lógica que encuentra efectos de realidad en lo maravilloso. Y lo hace corriéndose del discurso que se dice verdadero, para hacerlo desde la literatura. Discontinuidad y dispersión son los movimientos clave, que, desde un irónico uso del anacronismo cuentan una historia que debería ser transposición del pasado (el relato del estreno de la ópera de Vivaldi), pero termina siendo una real afirmación del presente latinoamericano. Paradójicamente, una afirmación tal termina sucediendo lejos, y no en cualquier lugar, sino en tierra del conquistador. Estamos, sin duda, ante una contundente crítica de la historia que la despoja de la seguridad que le brinda su ficticia linealidad y su fe en algo llamado progreso. Al mismo tiempo que asisitimos a una dislocación el espacio, o mejor dicho los espacios dónde se juega esa historia múltiple, descentralizando las identificaciones. Con lengua colonizada, erudición europea y una búsqueda de identidades, Carpentier fagocita toda la realidad para proponer su lugar de enunciación como crítica de la historia, señalando la injusticia de su discurso. Dice Ángel Rama que la obra literaria lleva a los elementos sobre los que trata a otro lugar, reclasificándolos “dentro de casilleros diferentes que responden a demandas también diferentes”17. Concierto Barroco, reclama para sí, como fruto de la comunidad letrada de América Latina, un estatuto de enunciación que todo el tiempo busca trascender los límites de la pura ficción. El pasado se presenta como fábula, el presente como asunto inmediato de los hombres (como bien se ve en las palabras de Filomeno en el Capítulo VII), y el futuro es barroco, es revolución pero también es fábula, en tanto representa lo impensado. El futuro es invención política, podría decirse eventualmente, sobre todo si pensamos que la irrupción artística es una acción política y se constituye en acontecimiento en tanto, como lo dice Ranciere, presenta la novedad de lo anacrónico, lo dicho fuera de lugar. Como sea, pasado, presente y futuro, son los tres inescindibles, se mezclan, se confunden, aunque permanentemente trazan marcos claros: los de las identificaciones. Si consideramos a la obra como una voz a ser etnográficamente escuchada podemos ver con el Indiano y sus palabras finales como, una identidad que parece una enredada mezcla, gana, sin embargo en la propia visión un claro “nosotros” frente a “los otros”. Al mismo tiempo que resulta interesante como ese nosotros se re-construye permanentemente con los otros. 16 17 214

Alejo Carpentier, op.cit., p. 229 Ángel Rama, La ciudad letrada, Montevideo, 1998, Arca, p. 72.

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Consideraciones finales Se mantienen en tensión y bajo signos de pregunta tanto la mención de América Latina como configuración cultural que puede ser tematizada; así como la coexistencia de temporalidades como llave si se quiere, hermenéutica, para pensarla, para producir conocimiento, para generar problemáticas fructíferas. Puede plantearse así como proyecto hegemónico en términos teóricos, cuya profundidad y efectividad radicará en tanto no elimine el conflicto, sino más bien alise la arena para su desarrollo. Si bien la coexistencia de temporalidades es, en algún punto, universalizable, se plantea y mantiene como herramienta especialmente interesante para pensar desde este lado del mundo. Ahora bien, hablamos de herramienta, pero manteniéndola des-esencializada, viéndola como proceso abierto y como proceso político. Estamos pensando la lectura de la obra literaria como un ejercicio de tomar la historia a contrapelo, tal como lo planteaba Benjamin, para con ello abordar de alguna manera a la historicidad como problema. Eso implica, por lo menos, dos movimientos; uno, el de la actualidad permanente del acontecimiento literario; por otro lado, el de la pregunta acerca de si pueden ser las obras literarias un modo en que el pasado llega a nosotros, o, mejor dicho, si pueden funcionar en tanto emergencias de pasado como hechos de memoria, es decir, como hecho psíquico vivo. Una dialéctica tal implica entonces a la obra literaria como punto de encuentro para varias disciplinas en este caso para pensar un problema, el de las temporalidades. Pero a su vez, plantea nuevas preguntas hacia adentro de esas disciplinas, como es el caso de la historia, en su intento de abordar el tiempo pero de pensarse en esa acción desde una poética del saber que ponga en relieve la legitimidad y las formas del propio discurso. Pregunta también interesante al interior de la filosofía y del pensamiento latinoamericano a la hora de re-pensarnos como discurso, como relato, como poética del saber. Una pregunta general ha llevado a una respuesta particular: una obra literaria de gran magnitud. Sobre todo, inagotable. Por ende, mucho queda allí por hacer. La lectura de Concierto Barroco tiene como efecto el encuentro con el acontecimiento. Sobre todo, si estamos pensando en la obra literaria como relato y como objeto de estudio antropológico, este trabajo propondría la vuelta, el giro, el vaciamiento, el encuentro con los sucesos, que, en este caso, en un encuentro con la obra, permita que sea la realidad de la novela la que, como Grimson sugiere, “cocine” la teoría y de marco y profundidad a nuestras preocupaciones políticas.

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El realismo político en Rosas Una propuesta de análisis desde la historia conceptual y la historiografía -Brizuela, Oscar Esteban Brizuela y René Javier Galván[Universidad Nacional de Santiago del Estero] ([email protected] - [email protected])

INTRODUCCIÓN “No fumo, no tomo rapé, vino ni licor alguno, no asisto a comidas, no hago visitas, ni las recibo, no paseo, ni asisto a teatros, ni a diversiones de clase alguna. Mi ropa es la de un hombre común. Mis manos y mi cara son bien quemadas y bien acreditan cuál y cómo es mi trabajo diario incesante, para en algo ayudarme. Mi comida es un pedazo de carne asada, y mi mate. Nada más”. Juan Manuel de Rosas a Josefa Gómez, 7 de julio de 1864. En este trabajo nos ubicamos frente a un objeto de estudio harto frecuentado: Juan Manuel de Rosas. Está claro que es uno de los personajes de nuestra historia que más atención recibió por parte de historiadores profesionales y divulgadores. No dudamos en proponer que fue el caudillo más importante del siglo XIX. Pero además de ser un personaje sobre el que se escribió mucho, el análisis de su figura nos lleva a un tema no menos frecuentado por la historiografía: el caudillismo. El fenómeno del caudillismo ha despertado innumerables polémicas, la mayoría de las veces desde posturas antagónicas como las planteadas por la visión defendida por los padres de la historiografía argentina, Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López –especialmente egativa la mirada de este último- frente a la corriente revisionista de los años treinta del siglo XX (Cataruzza y Eujanian, 2003). Ahora bien, entre los aportes más novedosos en relación con el caudillismo está el volumen compilado por Ricardo Salvatore y Noemí Goldman (1998) en el que después de hacer un minucioso repaso histórico de las concepciones del caudillismo desde Sarmiento en adelante, se presentan una serie de trabajos que ofrecen nuevas perspectivas del tema que claramente se proponen ir más allá de la dicotomía “historia oficial” versus “revisionismo”. Por lo tanto, teniendo en cuenta que nuestro objeto de estudio es un personaje (Rosas) sumamente estudiado, cuya figura remite a un tema (el caudillismo) igualmente abordado, resulta en principio desafiante saber qué aportes se pueden realizar en este campo. Sin embargo, conviene hacer dos acotaciones. Por lo general el período que más se analizó de Rosas es el de sus años en el poder (1829-1852) cuando se transformó en el líder político más importante de ese país en formación. Sin embargo aquí nos concentramos en otro período: el de su tiempo de retiro y exilio (1852-1877). Y lo hacemos desde un enfoque no muy transitado: el realismo político. En relación con su pensamiento y sus escritos en el exilio queremos hacer algunas consideraciones de naturaleza historiográfica y luego desarrollar en qué aspectos el pensamiento de Rosas –transparentado en sus cartas desde exilio particularmente las que envía a Josefa

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Gómez (Raed, 1972)- se corresponde con los principios del realismo político. De modo que nos proponemos un particular cruce entre historiografía y teoría política, pero quisiéramos también tener presente los aportes de la historia conceptual que nos ayudan a no caer en anacronismos históricos en materia de vocabulario político a la hora de analizar el epistolario rosista.

Contrapuntos historiográficos Durante su vida política Juan Manuel de Rosas le dio un valor fundamental a las cartas. Al referirse a los años de su segunda etapa en el poder (1835-1852) dice Marcela Ternavasio: “Durante esos años, Rosas pasó más tiempo haciendo uso de la pluma que del caballo, administrando la obediencia no solo desde el Fuerte sino también desde el despacho de su residencia” (2005: 33). Pues si en sus años de apogeo en el Río de la Plata su práctica habitual fue la escritura de epístolas, mucho más lo sería en su etapa de exiliado en Inglaterra. Pero lo que nos interesa aquí es indagar en el valor político de esas cartas, o mejor dicho en lo que plantean algunos historiadores al respecto ¿Puede servirnos ese epistolario para profundizar en las ideas políticas del caudillo? Según Arturo Sampay (1973), Rosas, alejado de las urgencias de la política práctica se habría dedicado en la soledad del exilio a elaborar un sistema de ideas coherente alimentándose de su presunta erudición. Se abocó, sostiene este autor, a especular sobre política ostentando sus lecturas. Con magistral ironía Tulio Halperin Donghi (2005) dice que si realmente fuera así, si en sus cartas desde Southampton pudiera comprobarse un cuerpo de ideas políticas coherentemente sistematizadas, pues, dice, esas cartas aun no nos han llegado. Porque esas cartas en realidad, según el autor de Revolución y Guerra, están atravesadas por la pasión que le infunde la reflexión acerca de su experiencia de estar en la cima del poder, y nada más desaconsejable que alejarse de la mesura para pensar los años de gloria. Los “apasionados soliloquios del anciano desterrado” dice Halperin, están lejos de ser la expresión del cuerpo notable de un lúcido pensamiento reaccionario, como lo plantea Sampay (2005: 66). También Halperin nos recuerda que ningún pensamiento político alcanza coherencia para que sea posible una sola lectura de él. Es cierto. Y los riesgos se agravan en este caso, porque, insiste el gran historiador argentino, Rosas no era un pensador político “sino un político que gustaba de reflexionar sobre las condiciones y objetivos de su tarea” (2005: 63). En el mismo sentido que la valoración halperiniana, la historiadora Marcela Ternavasio sostiene que las cartas desde Inglaterra del caudillo contienen solamente “reflexiones poco sistemáticas” que difícilmente puedan alcanzar el estatus de pensamiento político. Está claro que Rosas no era un lector agudo. El mismo lo confiesa en sus misivas cuando dice que le cuesta concentrarse para una lectura sostenida de libros, aun cuando hacía el intento. Por lo tanto, en lo que sigue nos basamos en esta postura que ve en el caudillo a un político que reflexiona a través de sus epístolas, pero que en su contenido solo podemos encontrar atisbos de ideas que de manera conjunta nos dan alguna aproximación al universo de un hombre que ejerció el poder y que después lo perdió.

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El realismo político como herramienta de análisis Para abordar el discurso de Rosas y su impacto en la historiografía, como ya se ha mencionado, el análisis de este trabajo se ha centrado en el realismo político. El politólogo italiano Pier Paolo Portinaro ha desarrollado en su obra El realismo político (2007) los principales fundamentos y núcleos teóricos de esta noción política. Uno de los primeros puntos la ambigüedad del realismo político como expresión. En este caso motivado en buena parte por encontrarse en una zona gris entre el arte y la ciencia emparentada con el positivismo. Más allá de las variantes y la expansión semántica del realismo político, Portinaro realiza una definición basada en dos dimensiones. La primera de ellas es la descriptiva: el realismo viene a ser una suerte de paradigma epistemológico al que le corresponde una concepción de la política como lucha por el poder (con violencia al extremo si es necesario) y la concepción del Estado como instrumento para imponer el orden. La otra dimensión corresponde con una articulación prescriptiva en la que el realismo debe entenderse como un instinto que tiende a la autoconservación del Estado como sujeto colectivo mediante una tecnología del poder que posibilita el arte de gobierno para mantener cierto equilibrio ante situaciones de desigualdad, hostilidad y escasez de recursos. Estas dos dimensiones brindan las líneas de análisis sobre el discurso político del Rosas exiliado. En primer lugar en la dimensión epistemológica debe considerarse “una concepción conflictivista de lo político, una concepción estratégica de la política y una concepción técnica del Estado (Portinaro, 2007:32)”. Lo político concebido como conflictivo está indicando que el conflicto es inherente al espacio político, y que no hubo ni habrá ordenamiento ni sistema institucional que pueda superarlo o solucionarlo. La política como estrategia en el sentido de no estar orientada por valores sustantivos, sino por el éxito. Finalmente, el Estado como concepción técnica es visto como un conjunto de relaciones de fuerza sobre el que inciden cuestiones secundarias como lo jurídico, lo justo y los valores. En cuanto a la dimensión prescriptiva el realismo es utilizado como un recurso estratégico de gobierno, como un arte para gobernar y conseguir el orden y la seguridad colectiva.

Rosas en el exilio: un realista fuera del poder Hay en el realismo político una característica distintiva que es preciso develar. Mientras que las concepciones filosóficas de la política se movilizan para imponer modelos útiles a la práctica del político, el realismo es una praxiología que 1) interpreta situaciones, 2) elabora máximas para la acción y 3) formula previsiones en base a la experiencia. Sin embargo, por más pergaminos de experiencia que el político pudiera ostentar los preceptos al servicio de la política tienen sus límites. En parte porque los destinatarios son numerosos y variados, lo que lleva al político a un terreno de los imponderables y las contradicciones de lo real. Un espacio que no puede controlar. Aquí se encuentran dos tipos de realistas contrapuestos entre sí: uno de carácter “puro”, que se expresa a través de la reflexión, y otro “práctico”, cuya expresión es el precepto. Si pudiéramos separar a estos con fines analíticos, el primero de estos se encargaría de reflexionar y analizar situaciones, mientras que el segundo se sentiría seguro al llevar adelante estrategias defensivas y ofensivas. El realismo no puede liberarse de las cadenas de la ambigüedad entre ciencia y arte política.

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¿Por qué esta ambigüedad? Para entenderla es necesaria una mirada analítica que considere una situación biográfica-psicológica: “El realismo es una actitud que surge de la experiencia de la praxis política, es la concepción de la política que tienen los no filósofos, los que piensan la política, sino los políticos, los que concretamente la hacen. O aquellos que la han hecho (Portinaro, 2007:25).” Aquí se realiza una distinción entre el realismo que acompaña a quien goza del ejercicio del poder y el realismo que se desarrolla en la amargura que acompaña las reflexiones de quien ha perdido el poder. En este punto surge el realismo en su máxima expresión: en ese encuentro entre la perspectiva del actor y la del espectador. Es profusa la bibliografía sobre el pensamiento y la acción política de Rosas durante su estancia en el gobierno (Sampay, 1975 y Myers, 1995 entre otros). En estos autores encontramos la reflexión y la acción del Rosas “actor”. Del político involucrado en las lógicas del poder y que no puede despegarse de ellas para emprender estrategias a largo plazo. En este Rosas prevalece el optimismo del actor político que goza del poder. Pero en este trabajo interesa el Rosas exiliado. El que ya puede analizarse a la luz de ese encuentro entre el actor político optimista que ha gozado de las mieles del poder durante décadas y la melancolía pesimista del espectador ahora alejado de la acción. La pérdida del poder permite apartarse de las cuestiones urgentes del gobierno para dedicarse a la reflexión política. No es casual que Tucídides y Maquiavelo (quizás los máximos referentes del realismo occidental) hayan elaborado sus reflexiones cuando perdieron el poder. Desde luego Rosas se encuentra lejos de la reflexión y la producción de estos autores pero en sus cartas es posible encontrar algunos pensamientos propios del realista que supo ostentar el poder y que obligado por el derrotero político se encuentra fuera de él.

Las cartas de Rosas ante los núcleos teóricos del realismo Hemos dicho que para explorar la correspondencia entre la tradición del realismo político y las ideas de Rosas ya fuera del poder (post res perditas), utilizaremos las cartas desde el exilio. Pero alguna parte del epistolario de su etapa anterior (1829-1852) también nos servirá para ver cuánto se modificó (o no) su modo de entender el accionar político. Ahora bien, leer las cartas de Rosas desde el exilio es una experiencia particular. Nos recuerda a un exquisito ensayo del filósofo Tomás Abraham en el que indaga en la literatura del escritor argentino Cesar Aira. Allí dice que leer a Aira es como ir a pescar. Puede pasar mucho tiempo sin que suceda absolutamente nada, hasta que, de golpe, un pez muerde el anzuelo y nos despertamos exaltados del tedio en que estuvimos sumergidos (Abraham, 2004). Algo así se experimenta con estas cartas. Rosas se explaya mucho en cuestiones domésticas, en detalles menores (el largo de su barba o de sus patillas, la preparación de remedios caseros), se detiene en contar minuciosamente sus penurias económicas, hasta que, de pronto, aparece alguna idea que nos resulta reveladora de su universo político. De los múltiples componentes del realismo político como ciencia o como arte de gobierno interesa a los fines analíticos en este trabajo los núcleos teóricos. Portinaro elabora el núcleo teórico del realismo enfocado en cuatro presupuestos fundamentales: “a) la realidad política es conflicto, b) el conflicto se gobierna con la fuerza; c) el conflicto produce orden y forma a través de d) la instauración de jerarquías y mandos (Portinaro, 2007:30)”. Otro autor que centra su análisis en el realismo político y elabora los núcleos teóricos y

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presupuestos fundamentales de esta tradición es Oro Tapia (2013). En primer lugar, destaca una concepción pesimista y trágica de la naturaleza humana. Luego, la necesidad del equilibrio de poder para llegar a un orden de paz. En tercer lugar la afirmación de la autonomía de la política como una esfera diferenciada con su propia lógica y con las consiguientes tensiones entre la política y la moral; y por último la constatación del conflicto como inherente a los sujetos individuales y colectivos. Al analizar la correspondencia de Rosas a su embajadora Josefa Gómez, lo haremos a la luz de los núcleos y fundamentos elaborados por Oro Tapia. En primer término, entonces, está la cuestión de la concepción pesimista del ser humano. Observamos al respecto una continuidad entre su etapa de gobernante y su etapa de exiliado. Está siempre esa desconfianza hacia la naturaleza de las personas. Nadie parece ser confiable, porque la maldad está enquistada. Por supuesto que esas posturas cobran aún más fuerza en la soledad de Inglaterra, ya que desde la derrota en Caseros pudo comprobar cuán solo y traicionado puede ser alguien al momento de dejar el poder. En ese sentido su confiscación de bienes en Buenos Aires será un tema permanente de sus misivas. “Digo esto puesto que aún sigo estudiando lo que somos los hombres. Su ferocidad y de todo cuanto malo somos capaces. No se fie v. de ninguno, ni de mí, porque ninguno hay bueno”. (Carta del 17 de diciembre de 1865, en Raed, 1972:69). Rosas habla en repetidas ocasiones de “la ferocidad de los hombres”. Pero no solo habla de los otros, de sus enemigos, de quienes lo traicionaron. No son “ellos” solo los malos. Le dice a Josefa que también desconfíe de él mismo, porque no hay bueno ni siquiera uno. El segundo núcleo teórico habla de la necesidad del orden y el equilibrio. Y Rosas le teme a un fantasma: el de la anarquía. Para el caudillo no hay peligro más grande que ese. De modo que en el contexto en que todavía en Argentina se levantan algunos caudillos federales (Felipe Varela, por ejemplo, en 1867) Rosas se preocupa por las consecuencias que pueden traer esas agitaciones. “Muchas veces hemos juzgado, y lamentado también, la agitación de los espíritus aspirantes. (…) La desorganización es completa. No hay pueblo: estamos disueltos. La discordia nos conduce a la perdición. No es tiempo de pensar en partidos, ni en aspiraciones, por más nobles que, sean, ni de lucir talentos”, dice Rosas. Luego insiste en que se necesita habilidad para manejar a los hombres divergentes, a los díscolos y rebeldes. “En más de cincuenta años de revolución, en esas Repúblicas, hemos podido ver la marcha de la enfermedad política, que se llama revolución, cuyo término es la descomposición del cuerpo social (Carta del 5 de agosto de 1868, en Raed, 1972: 105). Para el Restaurador de las Leyes, el orden era su obsesión y la revolución el enemigo a vencer, la “enfermedad” a curar. Razón por la cual Halperín Donghi sostiene que lo que intentó Rosas en sus años de gobernador de Buenos Aires fue encauzar la revolución para asegurar el orden burgués. Porque el desorden, para el Rosas exiliado como para el anterior, era el peligro mayor. El tema de la discrepancia entre la política y la moral se puede considerar como el tema recurrente del realismo político. La política tiene sus leyes con las que resulta oportuno no intervenir (Portinaro, 2007: 60). Aquí estamos hablando precisamente del tercer punto que mencionamos: la autonomía de la política. En ese sentido, para ilustrar cómo funciona en el universo mental de Rosas esa autonomía, queremos destacar su recurrencia a la invocación de Dios. Se repite en sus cartas la mención de la infalible justicia de Dios (carta del 7 de marzo de 1867, en Raed, 1972: 88). Sostiene, en otra misiva, que “la justicia de Dios está más alta que la soberbia de los hom-

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bres” (carta del 19 de enero de 1870, en Raed, 1979:149). En todo momento Rosas confía en que cuenta con la protección del Ser Supremo. “El origen de toda la verdad y fuente de felicidad del género humano, está en la revelación divina. La historia política y material del mundo es una corroboración sucesiva y constante de la verdad de las Divinas Escrituras, que pasa de edad en edad”. Y agrega: “La filosofía política y moral se extraviaría confusamente sin la luz inefable de la fe y el fervor de la caridad cristiana.” (Carta a Guillermo Brent, del 11 de febrero de 1846, en Ternavasio, 2005: 193 y 194). Por su parte, en comunicación con otro caudillo, dice durante su primera gobernación: “Antes de ser federales, éramos cristianos, y es preciso que no olvidemos nuestros antiguos compromisos con Dios” (carta a Estanislao López, del 3 de febrero de 1831, en Ternavasio, 2005: 94). Para Rosas la historia del mundo está guiada por la voluntad de Dios. El dirige el devenir de todo, hasta aquello que sucede en política ¿Pero cuánto influyen estos principios en su accionar? Lo cierto es que a la hora de actuar políticamente, desaparece cualquier inhibición que proviniera de sus concepciones cristianas. A la hora de aplastar opositores no se hace ningún planteo de procedencia cristiana que le indique lo contrario de lo que él ha decidido hacer. ¿Por qué? Porque la política tiene su propia lógica, sus reglas que son intrínsecas de esta esfera, por lo que no hay planteos de tipo moral ya que no caben esas objeciones. Sería absurdo traer a cuento el amor al prójimo proclamado por Jesús en una lucha facciosa, por ejemplo entre unitarios y federales o entre gobierno nacional frente a caudillos sediciosos, porque las lógicas de accionar de ambas esferas (la esfera individual regida por el cristianismo frente a la esfera política) son totalmente diferentes. Son universos separados. Las reglas de un universo no se inmiscuyen en el otro. Y en cuarto lugar la constatación del conflicto como inherente a los sujetos individuales y colectivos. Para el realismo y para Rosas, la política es conflicto. Y el conflicto se gobierna con la fuerza, porque además, el conflicto produce orden a través de la instauración de jerarquías y mando, tal como lo entiende Portinaro (2007). Y el caudillo exiliado lo entiende exactamente igual.

Reflexiones a modo de conclusiones provisorias “Es preciso que lo que yo lea sea muy interesante, o muy importante, o muy necesario, para que pueda continuar leyendo sin dormirme, una, dos o más horas. Por eso es que he leído tan pocos libros durante mi vida. He leído muchísimo, acaso más que nadie, pero ha sido lo más en cartas oficios, y demás manuscritos” Juan Manuel de Rosas a José Maria Roxas y Patrón, 3 de octubre de 1862 Como una primera aproximación al realismo político en Rosas podemos encontrar algunos puntos para continuar ampliando la tarea de investigación. La principal pretensión de este trabajo es develar en el Rosas exiliado los núcleos centrales del realismo político. Desafío mayúsculo este, pues Rosas en su exilio no escribió textos sistematizados donde exprese sus reflexiones políticas. El análisis de sus cartas nos reveló a un Rosas que no era sistematizado en cuanto a la lectura de textos en general. En este sentido, nos queda como elemento a analizar con mayor profundidad cuáles eran sus lecturas sobre cuestiones políticas.

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Aunque tenemos su correspondencia como fuente, esta se encuentra plagada de referencias cotidianas. Esta situación demanda un alto grado de análisis e interpretación en cada referencia política en las cartas, evitando caer en anacronismos conceptuales. Pero estas cartas gozan de una gran virtud: son cartas de un Rosas mucho más genuino que las enviadas durante su estancia en el poder. El Rosas exiliado no pretende nada y a la vez nada tiene que perder como para dedicarse a escribir con finalidades políticas. Por otro lado encontramos en el realismo político una herramienta novedosa para el abordaje de los epistolarios. En este sentido, si bien el trabajo de Portinaro es amplio y abarca muchos aspectos del realismo, los fundamentos y núcleos de Oro Tapia han resultado más prácticos al momento de realizar el abordaje. Esto bien puede responder a que los núcleos señalados por Portinaro son más aplicables al realista durante el ejercicio del poder por el alto nivel de pragmatismo de los mismos. Los núcleos de Oro Tapia tienen cualidades más generales que permiten una mayor versatilidad para el análisis, tanto para el realista que ejerce el poder como para quien lo ha perdido. Este cruce del realista “puro” y el realista “práctico” que propone Portinaro se encuentra claramente plasmado en Rosas. La melancolía y el pesimismo invaden cada referencia política del exiliado pues padece el rol de espectador luego de décadas de acción y optimismo con el ejercicio del poder. De modo tal que en este cruce entre aportes de la historiografía con la teoría política hemos intentado aproximarnos a la figura de aquel caudillo que terminó solitario en el exilio pero que durante décadas fue el líder político más importante de la Argentina.

Bibliografía ABRAHAM, Tomás (2004). Fricciones. Buenos Aires: Sudamericana. CHIARAMONTE, José Carlos (2013). Los Usos Políticos de la Historia. Buenos Aires: Sudamericana. CATTARUZZA, Alejandro- EUJANIAN, Alejandro (2003). Políticas de la historia. Argentina 1860-1960. Madrid-Buenos Aires: Alianza Editorial. GOLDMAN, Noemí y SALVATORE, Ricardo (Comp.) (1998). Caudillismos Rioplatenses. Nuevas miradas a un viejo problema, Buenos Aires: Eudeba. HALPERIN DONGHI, Tulio (2005). El revisionismo histórico argentino como visión decadentista de la historia nacional. Buenos Aires: Siglo Veintiuno. MYERS, Jorge (1995) Orden y virtud, el discurso republicano en el régimen rosista. Buenos Aires: Universidad Nacional de Quilmes. ORO TAPIA, Luis (2013). El concepto de realismo político. Santiago de Chile: Ril Editores. PORTINARO, Pier Paolo (2007). El Realismo Político. Buenos Aires: Nueva Visión. TERNAVASIO, Marcela (2005). Correspondencia de Juan Manuel de Rosas. Buenos Aires: Eudeba. RAED, José (1972). Rosas. Cartas confidenciales a su embajadora Josefa Gómez. 1853-1875. Buenos Aires: Humus Editorial. SAMPAY, Arturo (1975) Las ideas políticas de Rosas. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina.

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Hacia una conceptualización del «campo historiográfico» argentino Analizando los criterios metodológicos de los grandes teóricos -Agustín Rojas [Universidad Nacional de Córdoba/CONICET] ([email protected])

Introducción En este trabajo pretendemos visibilizar el marco analítico/y o conceptual para un abordaje específico de la historiografía argentina partiendo del análisis de autores claves en la temática. Fernando Devoto, Nora Pagano y Alejandro Cattaruzza son doctores en Historia, docentes de la Universidad de Buenos Aires y autores de escritos imprescindibles que determinaron la labor académica acerca de cómo definir “lo propiamente historiográfico” frente a otras hermenéuticas aleatorias. El análisis de la escritura de la historia comprende, pues, un instrumental teórico y una “intuición intelectual” adecuada con el fin de concederle inteligibilidad a las principales líneas interpretativas del discurso histórico como un bien simbólico heterogéneo entre los grupos sociales. Cada historiógrafo se enfrenta siempre ante la dificultad de optar por un enfoque: ya sea estricto, más flexible o totalizador, dentro de los márgenes permitidos por la supuesta perspectiva adoptada. Por ello la selección del objeto de estudio, la definición del campo historiográfico, en definitiva: qué historias ingresan en el mismo y qué se excluye, cuáles son las narrativas legítimas e ilegítimas, la operación intelectual como actividad disciplinar, constituyen una labor teórica imprescindible. Para la construcción de taxonomías en la labor investigativa los autores resolvieron, no sin dificultades, una conceptualización personal aclarando desde el principio la opción coherente. Por último, concluiremos cuáles son algunas dificultades de los investigadores contemporáneos para abordar ese concepto más de una vez difícilmente visible denominado “campo historiográfico”. El historiador posicionado en un lugar social, es propicio a las influencias externas tanto en la selección del tópico configurador, los esquemas conceptuales y valores éticos-profesionales, afectando tanto una operación intelectual científica o no profesional. Las diversas variables explicativas sociales conforman el contexto de producción en el cual se insertan las obras de los historiadores, en relación al factor institucional y el clima político, sumándose la dinámica propia del denominado campo intelectual1. Resulta de fundamental im1

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Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano en De Sarmiento a la vanguardia utilizaron el concepto campo intelectual previendo que “Este concepto, extremadamente útil para aprehender la constitución y el funcionamiento de las élites intelectuales y su cultura en las sociedades burguesas, nos pareció más comprensivo que el de profesionalización para dar cuenta de los procesos de modernización de la figura y la condición social del escritor argentino en las primeras décadas de este siglo. No obstante, un conocimiento menos genérico de algunos momentos del proceso literario nacional nos volvió más precavidos con respecto al carácter demasiado sistemático del concepto de campo intelectual”. Por otro lado, Silvia Sigal en Intelectuales y poder en Argentina. La década del ’70, rastrea el problema de la relación entre los productores culturales y el poder político, detallado la debilidad de las institu-

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portancia reconstruir los “escenarios intelectuales” donde participaron los historiadores evidenciando un clima institucional bastante frágil para su contención2. La deuda con la sociología resulta visible. En relación al campo, definido por Pierre Bourdieu como espacio donde confluyen relaciones sociales mediante intereses y recursos específicos entre posiciones objetivas3, resulta de interés examinar su ajuste al prolífico y complejo territorio de las prácticas historiográficas. Es en el campo donde se despliegan las competencias del “juego” y los actores proyectan su illusio: cada capital es eficaz de acuerdo al tipo de campo que determina propiamente el valor. ¿Cómo construye el historiógrafo su campo historiográfico? ¿En qué medida es mesurable aplicar la teoría bourdiana? Analizaremos dichas perspectivas en las compilaciones de Fernando Devoto, Nora Pagano y Alejandro Cattaruzza tratando de responder, a su vez, los siguientes interrogantes: ¿qué advertencias surgieren los autores para abordar estos estudios? ¿Qué atribuciones existen en las caracterizaciones de cada movimiento historiográfico? ¿Existe una epistemología crítica del campo historiográfico?

Los límites: el campo historiográfico desde la perspectiva de Fernando Devoto y Nora Pagano

Tomaré aquí como base de análisis Historia de la historiografía argentina (2009) elaborado por Fernando Devoto en colaboración de Nora Pagano representando una novedosa “síntesis” de historiografía argentina. Integra, además, investigaciones en equipos de trabajo pertenecientes al “Programa de Investigaciones sobre Historiografía Argentina” del Instituto Emilio Ravignani. Incorporé también otros trabajos dirigidos principalmente por Devoto4. En sus “prólogos” o “estudios preliminares” reside gran parte de su opción interpretativa cercana a una “historia de las ideas” asumiendo de esta manera el carácter general de cada compilación. Fernando Devoto y Nora Pagano, ambos docentes de la cátedra Teoría e historia de la historiografía de Filosofía y Letras en la Universidad de Buenos Aires, concibieron la ardua tarea de realizar un trabajo abarcando las investigaciones de los propios autores y la de muchos colegas académicos. Es posible advertir también en las páginas de Historia de la historiografía argentina la labor de múltiples investigadores académicos argentinos. El propósito, además de concretar la tan reclamada divulgación científica, consistió en ofrecer un panorama “amplio” interpretativo acerca de obras de historiadores argentinos discriminadas según criterios conducentes.

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No obstante, fueron claramente conscientes que aspirar a una “síntesis” de tal magciones y los intelectuales afectados por la fragilidad de sus espacios. Por lo tanto aporta el concepto de “campos culturales periféricos”, remitiendo a conflictos políticos que desvirtuaron las jerarquías culturales clásicas. Ver: SARLO, Beatriz y ALTAMIRANO, Carlos. Ensayos argentinos.De Sarmiento a la vanguardia. Ariel.1983. p.9; SIGAL, Silvia. Intelectuales y poder en Argentina. La década del ’70. Siglo XXI. 2002. pp. 3-17 DEVOTO, Fernando; PAGANO, Nora: Historia de la historiografía argentina. Sudamericana. 2009 pp.9-10 WACQUANT, Loic. El propósito de la sociología reflexiva Siglo XXI. 2005.pp.131-135 Nos referimos a: DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora(Coord.) La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay, Biblios, Buenos Aires, 2004; DEVOTO, Fernando (Coord.) La historiografía Argentina en el siglo XX,2006, Editores de América Latina, Buenos Aires; DEVOTO, Fernando (Direc.)Historiadores, ensayistas y gran público. La historiografía argentina 1990-2010, 2010, Biblios, Buenos Aires.

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nitud resultaría una “tarea tan atrayente como problemática”5. El siglo XX exhibe características inteligibles más estables, el siglo XIX –antes de Mitre, claro está- presenta un territorio presuntamente árido incluyendo imágenes del pasado bastante variables y fragmentarias, registros históricos, crónicas y textos de erudición dispares, sin una normativización efectiva de los saberes. Por lo tanto, la primera preocupación es concernir cuál es el punto de partida que otorgue aquella coherencia que la interpretación historiográfica requiere. No es casualidad, entonces, que los autores miren su proyecto a través de aquel lúcido y precoz intento de Rómulo Carbia, en 1925. Si bien el propósito de este historiador de la Nueva Escuela Histórica fue circunscribir a su propia generación de profesionales entre las grandes corrientes de la historia de la historiografía, Devoto y Pagano con intenciones diferentes obtienen de él algunos criterios de vertebración para la construcción de su relato. Rómulo Carbia, en Historia de la historiografía Argentina, concretó el esfuerzo de definir y clasificar la producción de carácter histórico a partir de las siguientes taxonomías: los “cronistas”, “filósofos de la historia”, los “eruditos y críticos”, por último, donde Bartolomé Mitre juega un papel paternalista. Las grandes escuelas –la suya– se destacaban frente a los “géneros menores” simplificando entonces el espacio protohistoriográfico provincial llamándole de las “crónicas provinciales”6. Devoto y Pagano continúan, al igual que Carbia, en la historia erudita-documental de Bartolomé Mitre7. Pero también incluyen como historiadores a los “positivistas” descartados como “ensayistas”. El esfuerzo interpretativo de Devoto y Pagano se dirige a explicar un proceso de autonomización de la historia profesional consolidándose, con interrupciones autoritarias, hasta ofrecer un panorama de “estabilización” en el 20008. Además, invita a no pensar estos fenómenos como locales sino insertarlos en el contexto internacional admitiendo rasgos de una “historiografía occidental”. Una vez planteadas las dificultades para adoptar los “límites” en su plan de trabajo, los autores determinan cuáles serán los criterios óptimos utilizados. Primero seleccionan que su mirada estará puesta no en los autores o en su lugar de enunciación, sino enla operación. Descartan con fundamentos el estudio de las imágenes del pasado argumentando lo siguiente: “¿Por qué no incluir a pintores, escultores, urbanistas, cineastas, músicos, que en su trabajo plasmaban o consagraban, implícita o explícitamente, una imagen del pasado? Llegados a este punto, se percibe claramente la imposibilidad de escribir un libro de esa naturaleza. No sería además una historia de la historiografía sino más bien una historia de la cultura argentina o, incluso, una historia argentina, tout court”9. Explican que en las culturas occidentales, la distinción entre el historiador y otros ciudadanos fue “siempre clara”. Según su perspectiva, la ambigüedad se produce siempre en los “márgenes” pero nunca entre los “géneros”. En realidad, de acuerdo a este enfoque 5 6 7

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DEVOTO, Fernando; PAGANO, Nora: Historia de la historiografía argentina. Op. Cit. p.7 QUIÑÓNEZ, Gabriela: Prólogo. En: Historia y Sociedad. SUÁREZ, Teresa y TEDESCHI, Sonia (Comp.). Edición UNL. Santa Fe. 2009 pp.5-6 El investigador Fabio Wasserman rastrea el espacio protohistoriográfico referido por Devoto y Pagano, teniendo por objetivo “describir y analizar algunas características y de los contenidos de esas representaciones del pasado (…)”. Ante la existencia pues de un discurso histórico, letrados como el Deán Funes y Pedro Lozano pertenecen como objetos de análisis al estudio de imágenes más que de relatos estrictamente históricos o historiográficos. Ver: WASSERMAN, Fabio. De Funes a Mitre. Representaciones de la Revolución de Mayo a la política y la cultura rioplatense. En: Prismas. N°5. Buenos Aires. 2001p.58 DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora:Historia de la historiografía argentina. Op. Cit. p.9 Ibíd. p.8

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la tensión fluctuaría entre historia y ficción10 más apropiadamente debido a las narrativas ensayísticas o meramente eruditas que se ocuparon también de construir el saber histórico. La anterior explicitación hace referencia a las propuestas de Marc Bloch y Arnaldo Momigliano, ambos coincidentes en que “la historiografía moderna (…) era el resultado de una convergencia entre un conjunto de esquemas generales de interpretación del pasado y una serie de técnicas o instrumentos para operar con los restos de ese pasado”11. ¿Cuál sería el registro expuesto como válido? Los “restos escritos” representan, entonces, la base experimental indispensable para la intervención investigadora. Por lo cual significa una reminiscencia de aquella idea cientificista que admite la unión entre la crítica interna del texto (dato objetivo) según la hermenéutica. De acuerdo a esta delimitación los registros alternativos de historia dudosamente podrían incorporarse, tales son los casos de registros discursivos como conferencias, canciones folclóricas, discursos, etc. Pueden, quizá, entenderse en tanto “representaciones del pasado”, aunque nunca aproximarse a las cualidades intrínsecas de la trama textual histórica. El criterio de la “calidad” –entendiendo producciones regladas bajo el control científico o resueltas en erudición– es expuesto en segundo término. Rescatando una cita del irónico Paul Groussac acerca de la interpretación de la cultura argentina realizada por el escritor Ricardo Rojas, presentan una distinción elemental que promueve no escasos obstáculos. Tal criterio exhibe una naturaleza polémica en cuanto al lugar o posición social desde el cual concibamos el oficio del historiador. Desde el siglo XIX en adelante las pretensiones del historicismo alemán y posteriormente el positivismo francés, ambicionaron la construcción de la historia como ciencia sin volverse aún un canon hegemónico. La escritura de la historia en Argentina antes, e incluso después, del proceso de profesionalización12 ofreció un panorama diverso donde los registros escritos de la disciplina apuntaron a realidades espistémicas disímiles. Sin embargo, lejos de recluirse en las estructuras universitarias, la ebullición de “historias” en el siglo XX acompañó los procesos políticos, crisis institucionales y el conflicto social. ¿Quiénes son los auténticos historiadores? Devoto y Pagano consideran historiadores a los “profesionales”, revisionistas y neorrevisionistas, sobre todo aquellos que han alcanzado un grado mayor de aceptación social o lograron, en determinados períodos, ocupar instituciones de enseñanza. La dificultad estriba en que muchas veces no existió un margen de claridad entre estas expresiones intelectuales como en los siguientes ejemplos: historiadores de izquierda académicos (Sergio Bagú), historiadores académicos y filo revisionistas (Diego Luis Molinari), historiadores tradicionales con ciertos matices heterodoxos (Enrique Barba), polemistas que jamás operaron como investigadores pero difundieron versiones historiográficas neorrevisionistas (Arturo Jauretche). En Historia de la historiografía argentina la opción de conceder una delimitación por tradiciones historiográficas, por supuesto contextualizándolas en el clima político vigente, re10

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La tensión entre historia y ficción fue un colorario clásico en la disciplina. Ranke y el historicismo alemán intentaron, mediante la cientificidad del saber histórico, desprender la tradición filosófica y literaria. La reacción de la comunidad de historiadores contra el giro lingüístico escondía el desconocimiento de que ficción es entendida como mentira, mientras que la verdad es construida y representada mediante la narración. Ver: WITHE, Hayden. El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica. Paidós. 1992. pp.19-20 DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora:Historia de la historiografía argentina.Op. Cit. p.8 En Argentina, la profesionalización de la historia comenzó a través de un proceso lento pero persistente referido, principalmente, a “historiadores-juristas” que participando de una tradición intelectual denominada Nueva Escuela Histórica en las primeras décadas del s. XX, intentarán normativizar las prácticas investigativas percibidas de manuales franceses y alemanes.

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sultó una opción eficiente para los fines propuestos13. La periodización clásica política a priori por hitos (1930-1943-1955-1966-1976-1983) no siempre es la correcta para observar las grandes continuidades que las tradiciones manifiestan trascendiendo las vicisitudes institucionales: golpes de estado, aperturas políticas y culturales, etc. Los últimos criterios constituyen el recorte temporal –desde Mitre hasta la década de1960 – y la opción por elegir únicamente autores argentinos, dato no menor teniendo en cuenta autores extranjeros célebres que investigaron cuestiones locales. Ahora bien, si estas tradiciones corresponden a grupos con intereses intelectuales a veces no vinculables: la pregunta ¿cómo reunir las narrativas sobre el mismo objeto? se responde entendiendo que lo importante es identificar la unidad teórica-metodológica o programática de las interpretaciones más que el aspecto del tópico. El problema es parcialmente resuelto mediante una distinción conceptual: la “historiografía militante” y la “historiografía académica” que divide así territorios culturales singulares. La relación estrecha entre historia y política, en el primer caso, y la desconfianza de dicho vínculo en el segundo, marca la diferencia. En La historiografía académica y militante en Argentina y Uruguay, Devoto y otros investigadores analizan la relación entre estas narrativas desde 1956 a 1983 intentando comprender el contexto social convulsionado del siglo XX. Pero identificar las “operaciones historiográficas” –en el decir de Michel de Certeau– no es tarea sencilla frente a la heterogeneidad de procesos escriturales y lugares sociales que producen un conocimiento histórico. Cómo construir analíticamente un “campo”, con agentes que dominan prácticas normativas y ciertos capitales diferentes constituye, en parte, el dilema. La perspectiva focaultiana de Certeau consiste concebir la operación del historiador como una práctica que presupone un lugar social de producción, una narración y un aspecto técnico de oficio. El concepto remite generalmente a instituciones como las académicas o corporativas, donde las prácticas son regulares y estandarizadas. En la lectura de Historia de la historiografía argentina pareciera consentir el objetivo de explicar la consolidación de la autonomía del campo de la historia profesional según paradigmas valorativos científicos. A partir de los cuales realiza un juicio valorativo de las demás corrientes historiográficas conectándose a aspectos cualitativos. La producción basada en el género ensayístico de los “historiadores militantes”, es diferenciada de la heurística sofisticada –cuya calidad es óptima– de los “historiadores profesionales”. De tal modo, el “divulgador” de historias Félix Luna es identificado por Nora Pagano más bien como “ensayista” y no historiador pese a que su libro El ‘45 representa uno de los primeros intentos álgidos de acercarse al pasado reciente. Otro ejemplo, que otorga quizá más claridad, consiste en el espacio que fuera concedido en los artículos de Devoto y sus compilaciones a los historiadores de la renovación –páginas laudatorias a la labor de Halperín Donghi– mientras que sucesores de la Nueva Escuela Histórica como Ricardo Caillet-Bois, Ernesto Maeder o Carlos S.A. Segreti fueran, proporcionalmente, menos indagados dentro de un conjunto de análisis general. Este criterio permite que los historiadores que ocupaban una posición marginal en el mundo académico de los años ’50 y ’60, reconocida por los mismos autores, merecieron un tratamiento diferencial. La justificación reside principalmente en el análisis de aspectos cualitativos perceptibles en los textos de los autores. Puesto como excepción, el polemista Arturo Jauretche es resaltado entre otros de su corriente porque sus “aperturas contrastan fuertemente con la cerrazón y hostilidad de Hernández Arregui (…) de un Ramos o un Puiggrós”14. El autor se “distingue” ya que utiliza algunas 13

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Omar Acha realizó un emprendimiento similar: Histórica crítica de la historiografía argentina (2009), alusión a la reedición de la obra de Rómulo Carbia en 1940, distingue conceptualmente por capítulos las complejas narrativas socialistas, anarquistas, comunistas, otras izquierdas etc. El calificativo de “crítica”, en este caso, alude a las interpretaciones vigentes “incapaces” de indagar las izquierdas. DEVOTO, Fernando. Reflexiones en torno de la izquierda nacional y la historiografía argentina.

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referencias a Marc Bloch e incluso aproximaciones a las teorías sociológicas de Gino Germani en Elmedio pelo en la sociedad argentina. En efecto, Devoto realiza matizaciones entre los “historiadores militantes” en su enfoque a partir de señalar diferencias escriturales: entre Fermín Chávez y un Rodolfo Puiggrós, e incluso en el terreno de la divulgación entre Ortega Peña y Abelardo Ramos, por ejemplo. Otra vez Devoto y Pagano hacen un uso eficaz de la crítica halperidoniana a los revisionistas: aquella que se vincula a las lecturas forzadas de fuentes o ausencia de archivística, debilidad heurística, sesgo político o ideológico de las interpretaciones que perjudican los resultados de la investigación15. “La actitud de éstos [historiadores militantes] dan a ese conjunto de reflexiones un aire de época que si políticamente correspondía a los años ‘60 metodológicamente seguía detenida en los 30”16, concluye Devoto. En fin, se trata de una crítica basada en el paradigma académico-científico, en tanto que algunos revisionistas presumen poder prescindir de estas normatividades proponiéndose en ciertos casos posturas “antintelectualistas”, o, en general, “antiacadémicas”. Ahora bien, el estudio de la obra de los autores no recibe un tratamiento aislado. En el prólogo de Historiografía académica y militante, Devoto y Pagano sostienen conjuntamente que “Aún si los historiadores académicos intentan mantenerse alejados de aquellos ámbitos externos y se centran en los problemas y en los temas que emergen del puro desarrollo de una actividad que aspira a tener un funcionamiento de ciencia “normal”, el mundo exterior no deja de irrumpir en ella”17. Devoto lo ejemplifica en su estudio sobre la renovación cuando Halperín Donghi señala en su capítulo “barbarización del estilo político” en Revolución y Guerra, ya que éste tendría un clivaje vivencial en la inestabilidad y violencia institucional de los años ’60. En el prefacio de Historia de la historiografía argentina en el siglo XX, Devoto sostiene que en la elección temática no debe primar un enfoque institucional puesto que aunque los debates sobre el pasado “escondan disputas de poder y demasiado a menudo estrategias de otro tipo (y aún enconos personales) no puede reducirse a ello. Existe algo más allá que son las ideas históricas (…) sustentadas en tradiciones intelectuales, lecturas, modelos de referencia”18 . En conclusión, al abstenerse a indagar el consumo social de imágenes históricas en un período dado, la comprensión de la escritura de la historia reconoce un límite preciso: la crítica interna del texto anexado precisiones sobre el contexto de producción, especialmente la institución que construye el discurso. Sólo a partir de la intertextualidad es posible reconstruir esquemas de análisis y el historiador es un sujeto producido o asimilado al discurso textual. Si concebimos el planteo de un “campo historiográfico” a partir de esta perspectiva, se perfilarían narrativas diferenciadas cualitativamente destacándose, desde luego, los historiadores de la Nueva Escuela Histórica en su etapa inicial –fundamentalmente R. Levene y E. Ravignani– y los “renovadores” especialmente las “figuras de excepción”: José Luis Romero y Tulio Halperín Donghi, entre los más excelsos. Por último, entre los “historiadores militantes” Devoto procede a distinguirlos entre aquellos que conservan una erudición considerable –Vicente Sierra y Julio Cattaruzza, por ejemplo– que contrasta con sus metodologías y teorías “inapropiadas”.

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En: La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay. Biblios. 2004. p.130 DONGHI, Tulio Halperín. El revisionismo histórico argentino. Siglo XXI. 1971.p. 12 DEVOTO, Fernando. Reflexiones en torno de la izquierda nacional y la historiografía argentina Op. Cit. p.131 DEVOTO, Fernando; PAGANO, Nora. Historia de la historiografía argentina Op. Cit. pp.9-10 DEVOTO, Fernando. Estudio Preliminar. En: DEVOTO, Fernando (Comp.) Historia de la historiografía argentina en el siglo XX. Editores de América Latina.2006. p.6

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Las imágenes como representaciones historiográficas de una cultura: la propuesta de Alejandro Cattaruzza El trabajo Políticas de la historia, publicado en 2003 como resultado de trabajos anteriores de Alejandro Cattaruzza y Alejandro Eujanian, resulta de gran interés ya que aborda la historiografía desde enfoques de análisis que se aproximan a nuevas categorías teóricas. Analizaremos especialmente el capítulo Por una historia de la historia, donde Cattaruzza avanza hacia una problematización acerca de cómo abordar el objeto de la historia de la historiografía argentina. El propósito es tan antiguo, plantea el autor, que necesitó con el tiempo de mayores precisiones, pues “la pregunta acerca de qué era lo que habían tenido en común actividades intelectuales desarrolladas en sociedades y climas culturales tan diversos, obtenía una respuesta francamente desalentadora: la mera inquietud por conocer el pasado”19. Las diversas prácticas constituían en verdad un problema epistémico difícil de interpretar. El siglo XIX fue el caldo de cultivo de historiadores universalmente reconocidos que establecieron las bases científicas de la disciplina haciendo hincapié en “estabilizar” la actividad intelectual mediante un “método”: Bernheim, Seignobos, Dilthey, entre otros20. La significatividad de los manuales constituye el puntapié de una tradición científica. Pero las concreciones sobre una teoría de la historia, o bien una historia de la historiografía, aun permanecían siendo dispares todavía adentrando el siglo XX. Así como Devoto recurre a figuras de prestigio como Marc Bloch o Momigliano, justificando sus aportes y delimitando el panorama, Cattaruzza traza una conexión crítica con Benedetto Croce y su publicación Teoría e historia de la historiografía de 1915. El punto fundamental de la herencia cocreana, asegura, es “aquella distinción entre historia e historiografía (…) mientras que Jacques Le Goff recuperaba unas reflexiones de Croce filtradas por los textos de Momigliano y el propio Cantimori”21. El idealismo del pensador italiano estableció la base marginal de una teoría de la historia cercana a la filosofía. Además de Benedetto Croce, los historiadores Robin Collingwood y Ernest Bernheim también influyeron en la escritura de la historia hispanoamericana, siendo sus obras principales The idea of History (1946) y Lehrbuch der historischem methode und der geschichtsphilosophie(1889)22. El campo historiográfico suscita incógnitas correspondientes a su abordaje. El propósito del autor en el capítulo puede resumirse en los siguientes términos: “(…) se esbozan algunos puntos de partida para la reconsideración de un conjunto de problemas de la historia de la historiografía argentina del siglo XX. Ellos resultan de la aplicación de una propuesta más general, expuesta en el último apartado, cuyo núcleo es la idea de que resulta imprescindible el análisis de los problemas de la construcción de imágenes sociales del pasado”23. Cattaruzza se basa en los supuestos nuevos avances teóricos sobre esta “área de estudios”. Se sostiene, a diferencia del estricto criterio de Devoto, en un panorama más amplio desde el cual abordar el objeto de estudio que trasciende la producción escrita y “parece comenzar a abarcar hoy productos intelectuales, discursos, ideas, imágenes, instituciones, operaciones realizadas por el Estado a través de sus aparatos, en particular, el escolar”24. 19 20 21 22 23 24

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CATTARUZZA, Alejandro. “Por una historia de la historia” En: CATTARUZZA, A. y EUJANIAN, A. Políticas de la historia. Alianza Editorial. 2003. p.191 Ibíd. p.186 Ibíd. p.189 Ibíd. p.190 Ibíd. p.187 Ibíd. p.195

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Aquí adquiere el matiz una reminiscencia focaulteana, puesto que el autor citará La arqueología del saber como obra para aproximarse a las formaciones discursivas de una época y la construcción del saber. La escritura de la historia comprende para Cattaruzza numerosas prácticas que confluyen en la construcción de imaginarios sociales diversos. Dicho de otro modo, la historiografía argentina en el siglo XX acompañó un dinámico y complejo proceso cultural creador de “imágenes del pasado”, que fluctuaron obedeciendo a diferentes factores. El marco teórico debería ampliarse, según la propuesta, recobrando numerosas disciplinas que sirvan al análisis de los discursos y prácticas. Asume la tarea de integrar a la historiografía elementos correspondientes a la teoría literaria contemporánea25. Es decir, a partir de los aportes de Roland Barthes –en particular, La muerte del autor– permite conferir que la significación del discurso excede al autor. Es famosa su referencia a que un texto escrito ya no pertenece a su autor, sino a la cultura en su totalidad y al lector como receptor. Una serie extensa de ideas, imágenes y conceptos, remiten a intertextualidades profundas, arraigadas en el imaginario social. Otra vez intenta realizar una síntesis acerca de qué implica este nuevo y singular abordaje, apuntando al siguiente análisis: “Las condiciones de producción y la constitución del discurso acerca del pasado; la relación entre los productos de la historia profesional y el mercado de bienes culturales; la organización de los “lugares de la memoria colectiva”, los aspectos institucionales que impactan en la producción historiográfica y las conexiones que esas particularidades institucionales sostienen con los demás sectores del mundo cultural y científico”26. En efecto, se observa cierta ductilidad en la definición del objeto si tenemos en cuenta los criterios precisos de Devoto y Pagano. Introduce elementos que afectaron la producción escrita e inclusive los perfiles intelectuales de historiadores. Cattaruzza desdeña de la posibilidad de aproximarse a contextos internacionales. Más bien, en su análisis, es posible abordar “áreas culturales” estables y sólidas de espacios nacionales. El autor se encamina también a los aportes de la sociología de Pierre Bourdieu en tanto la historia y el pasado implican un consumo de “bienes simbólicos”, resultando de fundamental interés la explicación social mediante los escenarios intelectuales, pero es claro al advertir que “no se trata de subsumir a un posible “campo historiográfico” en algunos de los modelos ofrecidos por el sociólogo francés, sea el campo intelectual, sea el científico”27. En realidad, el autor intenta demostrar el esfuerzo inútil que implicaría reducir el objeto de estudio a “las instituciones dedicadas a la investigación, a la enseñanza y a la difusión especializada de historia constituyendo precisamente un campo”28. La utilización conceptual de “campo” como sistema de posiciones objetivas con reglas de juego específicas, obligaría a excluir un sin número de historiadores e instituciones. Sólo sería viable, en este caso, el campo académico por gozar de un estatus epistémico científico bien reglado. Procede entonces a manifestar la complejidad de abordar el perfil de los historiadores en un clima complejo como el siglo XX, cuando las imágenes históricas que circulaban y las prácticas de oficio eran tan diferentes entre sí. Muchos historiadores del siglo XX no se consideraban simplemente técnicos portadores de un oficio, sino intelectuales involucrados en la sociedad con posiciones políticas e incluso académicos como José Luis Romero reconocían sus condiciones militantes. Aquí Cattaruzza introduce una cuestión que en el enfo25 26 27 28

Ibíd. p.208 Ibíd. p.194 Ibíd. p.201 Ibíd. p.201

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que de Devoto tiene una jerarquía menor: el “público o lectores” como consumidores de la producción escrita y las imágenes sociales29. La “huella del lector” y el “lector anhelado”, citando a Humberto Eco, ambicionan adquirir perspectivas teóricas enriquecedoras. Observamos una apertura y la intención de abrir un debate sumando al trabajo del investigador los “discursos del pasado” producidos por los historiadores y otros actores sobre el pasado –lo cual evidencia que los historiadores académicos o no jamás detentaron el monopolio de la disciplina–, los escenarios intelectuales, el “mundo de los lectores” y las operaciones30. Ampliar el estudio y análisis involucra acercarse a otras áreas, creando fragilidades en los márgenes desde luego. Devoto y Pagano serían críticos sobre este punto afirmando que se encuentra próximo de una “historia de la cultura”31. Sin embargo, Cattaruzza reconoce ampliamente en su propuesta la utilidad de una imbricación entre la historiografía con la historia cultural, historia de las ideas, historia intelectual, el análisis de los discursos, mentalidades, etc.32. El autor se fundamenta en que el diálogo sería prolífico siempre y cuando se tomen sólo algunos de los planteos. El ejemplo que sugiere es cómo el peronismo proscripto adoptó como propio los discursos revisionistas antiliberales vulgarizando los relatos y creando imágenes sociales del pasado. ¿Cómo analizar esas prácticas ateniéndose a los criterios estrictamente croceanos? El análisis de la producción del conocimiento histórico, en la perspectiva aquí analizada, es precisa al destacar su “gran distancia de aquel objeto de estudio que Croce había atribuido a la historia de la historiografía: el pensamiento histórico, expresado en la obra de los grandes autores y concebido como idéntico al objeto de la historia de la filosofía”33. Para Cataruzza partir de la superación del análisis exclusivo de las tramas argumentales de las obras es el punta pié de su propuesta. De esta forma los historiadores son actores intelectuales que proyectaron sus prácticas en escenarios dispersos, antagónicos inclusive, anhelando sentidos muy diferentes. Por lo cual proponer o reunir a los discursos en un campo historiográfico perfectamente definido resulta una alterativa frágil. Circunscribirse a la producción académica limitaría por supuesto el análisis, puesto que “La interrogación debe ser, en nuestra opinión, sobre los modos en que una sociedad intenta dar cuenta de su pasado, inventándolo, investigándolo científicamente o aboliéndolo”34. En Políticas de la historia el estudio sobre los revisionistas empeña no sólo los registros escritos de los autores, sino los elementos generales que surgen de los escenarios intelectuales donde intervenían: el “mundo cultural” y su vínculo con la política. Los trabajos del investigador proponen desarrollar los puntos anteriores en obras como Los usos del pasado. La historia y las política argentinas en discusión, 1910-1945 (2007). El propósito allí es un examen de las políticas de reconstrucción de imágenes e interpretaciones del pasado, sumándose sus intentos de difundirlas al conjunto social, entre el Centenario y sus conmemoraciones hasta la emergencia del peronismo.

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Si bien Fernando Devoto analiza el discurso escrito historiográfico en relación a las editoriales y sus características particulares, no se introduce en el universo de la recepción social. Las editoriales permiten explicar la selección bibliográfica y la característica interna de la obra: los revisionistas y renovadores producen sus discursos por diferentes vías editoriales. CATARUZZA, Alejandro. Por una historia de la historia. Op. Cit. p.206 DEVOTO, Fernando; PAGANO, Nora: Historia de la historiografía argentina. Op. Cit. p.8 CATARUZZA, Alejandro. Por una historia de la historia. Op. Cit. p. 207 Ibíd. Ibíd. p.213

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Conclusiones Las interrogaciones realizadas por los autores para problematizar y así delimitar el “campo historiográfico”, gestaron en ellos posiciones no opuestas sino diferentes. Por un lado, encuentro una postura tradicional, en los textos de Fernando Devoto y Nora Pagano cercana a la clásica “historia de las ideas” puesto enfoque restringe el espacio de las narrativas históricas apuntando al análisis de la “operación” situándola en el contexto social de producción, sin interesarse por los mecanismos sociales de producción de las ideas y su recepción35. Valiéndose de un análisis hermenéutico exhaustivo, la interpretación emana del “pensamiento histórico” o “discurso histórico” según la intertextualidad y, en menor medida, el lugar social de producción. En este sentido, el texto u “obra” en tanto instrumento y estrategia de comunicación, el vínculo institucional y sus procedimientos instrumentales, abarcan casi por completo la significación. José María Rosa, José Luis Romero, José Carlos Chiaramonte, Enrique Barba, entre los aceptados como historiadores, son analizados más bien por sus características escriturales que por su condición de intelectuales referenciales de la cultura histórica. Hasta el propio José Luis Romero recibe una aclaratoria estricta donde se lo especifica, en determinados momentos, más como “intelectual progresista” que historiador. El concepto “historiografía militante”, al conferirse como entelequia teórica del investigador, no obstante debe tomarse con ciertas precauciones. Si bien los historiadores elaboramos construcciones teóricas-metodológicas para otorgar inteligibilidad al objeto, es necesario no subestimar las categorías utilizadas por los intelectuales con el fin de no ignorar lo que Pierre Bourdieu entendió como los principios de visión y división que los agentes aplican al mundo objetivo36. Por lo tanto es legítimo preguntarse: ¿hasta qué punto es útil amparar el análisis interpretativo exclusivamente desde los valores científicos? ¿Cuáles serían entonces las herramientas adecuadas para comprender sus operaciones intelectuales tratándose de una actividad, al menos retóricamente, despreciativa del capital simbólico académico y su legitimidad? Al no expresar demasiado interés en indagar el consumo social de los discursos –pues implicaría acercarse a las “imágenes”- limita el análisis en cuanto que la significación no reside únicamente en la obra del autor sino en la recepción social, que es la que reinterpreta el discurso permanentemente. Roger Chartier resalta que “las obras no poseen un sentido estable, universal, petrificado. Están investidas de significados plurales y móviles, están construidas en la negociación de sentido entre una proposición y una recepción (…) las expectativas de los públicos que se adueñan”37. En Historiadores, ensayistas y gran público, pese a la promesa del título, sólo Nora Pagano logra el objetivo en su análisis sobre la historiografía “postransicional”, cuando intenta apelar “al público” examinando las editoriales y el nombre de las publicaciones diferenciadas según el carácter divulgativo38, pero sin ir más lejos del discurso escrito de la historiografía académica y la Academia Nacional de la Historia. Las percepciones son de un público que no consume una historia tributaria de la 35 36 37 38

ALTAMIRANO, Carlos, Para un programa de historia intelectual y otros ensayos.Buenos Aires.Siglo XXI, 2005. p.12. WACQUANT, Loic. Hacia una praxeología social: la estructura y la lógica de la sociología de Bourdieu Siglo XXI. 2005. p.36 CHARTIER, Roger. La historia hoy en día: desafíos, propuestas. En: Anales de Historia Antigua y Medieval ‘En homenaje al Profesor José Luis Romero’. Volumen 28. Buenos Aires.1995 p.6 PAGANO, Nora. La historiografía reciente. En: Historiadores, ensayistas y gran público. La historiografía argentina 1990-2010. Biblios. 2010

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historiografía erudita, sino las periféricas y mediocres “imágenes” de la ensayística. Devoto justifica este trabajo reiterando la “compleja relación” de la “historiografía profesional” con la “mala historiografía”39. Entender que el lenguaje ensayístico-binario de Ramos y posteriormente el relato decadentista de Marcos Aguinis implicaría analizar estrategias escriturales ajenas a las reglas internas del oficio del historiador científico y su compromiso con otra expresividad en el leguaje reflejada en el binomio texto/público. El foco de atención, en Devoto y Pagano, que privilegia el análisis de la historiografía académica frente a otras producciones, estima dos cosas: primero intentar explicar la autonomía en el campo de profesionalización del saber histórico en siglo XX, mediante las dificultades de consolidación del campo científico, los nuevos paradigmas teóricos y metodológicos atravesando las crisis institucionales; en segundo lugar, desde mi opinión, una cuestión subjetiva en relación a la filiación que los autores manifiestan casi explícitamente hacia los artífices de la historiografía renovadora con la cual se sienten herederos legítimos: José Luis Romero, Tulio Halperín Donghi y José Carlos Chiaramonte. Desconocer, en definitiva, la posición objetiva en el campo intelectual de los historiadores, impediría identificar el marco de preferencias. La participación de Fernando Devoto y Luis Alberto Romero en la reforma educativa de 1993, en tensión con las concepciones del historiador tradicional Carlos S.A. Segreti, es un ejemplo de enfrentamientos historiográficos en la segunda mitad del s. XX. La propuesta heterodoxa, por otro lado, de Alejandro Cattaruzza busca expandir el objeto de estudio tradicionalmente adjudicado a la historia de la historiografía. Basándose en los avances y la propia metamorfosis de las ciencias sociales, sugiere aceptar “algunos aportes” de las Letras, la semiótica, la historia cultural y política, entre otras disciplinas, para la compresión abarcativa de los discursos. Las imágenes ocupan aquí un protagonismo en tanto se relacionan a la inteligibilidad simbólica del pasado como representación social. Los márgenes pierden claridad a menudo, asumiendo la teoría un carácter flexible, pero se enriquece el análisis con nuevas dimensiones: donde Devoto observa una producción cualitativamente deplorable, Cattaruzza dispone de un registro adecuado para aplicar los “usos del pasado”. Los autores no pueden evitar manifestarse con respecto al concepto de Michel de Certeau: la “operación historiográfica” constituye una quimera teórica desde la cual posicionarse según el marco teórico disponible en cada caso. Devoto y Pagano, justifican sus criterios pues “presenta la ventaja de aludir a la operación historiográfica y no al lugar de enunciación”40. En cambio, Cattaruzza sostiene que atenerse a la operación –el lugar social, la disciplina, el texto- implicaría acotar el estudio a una institución o un conjunto de estas41. Un investigador que logró un esquema equilibrado resulta ser Omar Acha, quien en el bosquejo de su Historia crítica de la historiografía argentina. Las izquierdas en el siglo XX (2009) exhibió un panorama desalentador frente a las principales líneas interpretativas vigentes: “La construcción de la historia universitaria después de 1984 opera una metamorfosis del ciclo romereano, por lo que se priva de un escrutinio real del pasado historiográfico inmediato. Ese mundo pretérito (…) es remitido al arcaísmo (la Nueva Escuela y el revisionismo) (…) He allí la razón de la ausencia de una obra integral de la historia de la historiografía en veinticinco años de desarrollo profesional. Para escribirla, es decir, para construir 39 40 41

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DEVOTO, Fernando. Prefacio. En: DEVOTO, Fernando (Comp.)Historiadores, ensayistas y gran público.1995. p.13 DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora: Prólogo. En: Historia de la historiografía argentina. p.8 CATARUZZA, Alejandro. Por una historia de la historia. Op. Cit. p.202

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ese historia de la historiografía argentina hacía falta una perspectiva crítica”42. Destacamos este autor porque en sus indagaciones sobre las “izquierdas argentinas” proyecta un criterio eficaz de combinación entre ambas propuestas teóricas. Ateniéndose a las operaciones escritas de los autores, equilibrando un análisis entre los “consagrados” tardíos como Milcíades Peña y autores cuyos aspectos cualitativos son muy diferentes tales como Osvaldo Bayer excluyendo el aspecto peyorativo en la referencia. Si nos atenemos al concepto de Bourdieu el “campo” como sistema abarcativo para todos los historiadores, careceríamos muchas veces de factibilidad en cuanto que no existe competencia, ni reconocimiento entre pares, con intereses e illusio diferentes según el uso del capital intelectual. También es necesaria la referencia del sociológico cuando reconoce en no confundir la teoría artificiosa con las prácticas tangibles de los actores43. Los revisionistas, lejos de rechazar insertarse en las universidades públicas, aprovecharon las intervenciones para obtener puestos laborales -1943, 1966 y 1973- pero no creían necesario la aceptación del canon erudito, es decir, sus reglas internas y la recepción crítica del público académico. Rodolfo Puiggrós, a pesar de ocupar en 1973 el rectorado de la Universidad Nacional de Buenos Aires, rehuyó de la crítica de su obra por parte de la comunidad científica. En este caso específico, la legitimidad se hallaba en la praxis política justificando la instrumentalización de la historia en las “luchas” sociales del presente y la aceptación del “mito cohesionador” de las multitudes. En el terreno espontáneo de la imaginería y la memoria histórica, el relato en clave épica, binario y esquemático, servía de canalizador para muchos revisionistas. Era el escenario de la militancia y su público los espacios que otorgaban sentido a esa producción, no en vano en clave ensayística y polémica. Tampoco corresponde, en mi parecer, la adopción bourdiana en Las reglas del Arte para analizar las posturas “antiintelectualistas” de los revisionistas, refiriéndose a reacciones de intelectuales de segunda categoría, pues no hubo articulaciones con instituciones generando una disputa auténtica por el monopolio de la “verdad histórica”44. La dificultad de homologar en un esquema interpretativo a los vectores del legado de la tradición erudita y la tradición ensayística termina por ofrecer un panorama, en realidad, donde no existe una comunidad de pares sino descalificaciones mutuas provenientes de actores con diversas trayectorias e inserciones institucionales, profesiones, intereses, creencias, etc. La definición de “campo cultural periférico”, utilizada por Sigal, es valiosa en cuanto permite trasladar críticamente la teoría bourdiana sosteniendo: “(…) la actividad cultural en sociedades periféricas remite a instancias de consagración externas (…) Este proceso de retroalimentación, a su vez, influye sobre las relaciones entre poder y cultura en la medida en que la vacilante legitimidad de las instituciones culturales ante los intelectuales mismos las hace vulnerables a las intervenciones del poder político”45. Teniendo en cuenta estas líneas de análisis, una construcción rígida del campo historiográfico con criterios unilaterales inhabilita a indagar otros fenómenos que conciernen a la resignificación del discurso inicial y las prácticas historiográficas en su conjunto, tal como expresa Roger Chartier: “Producidas en una esfera específica, en un campo que tiene sus reglas, sus convenciones, sus jerarquías, las obras se escapan y adquieren densidad al peregrinar, a veces en la muy larga duración, a través del mundo social”46.

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ACHA, Omar. Historia crítica de la historiografía argentina. Las izquierdas en el siglo XX. Buenos Aires. Prometeo. 2009. p.14 BOURDIEU, Pierre. Las reglas del Arte. París. Anagrama. 1995. p.86 SIGAL, Silvia. Intelectuales y poder en Argentina. La década del ’70. Op. Cit. pp.63-64 Ibíd. p.15 CHARTIER, Roger. La historia hoy en día: desafíos, propuestas. Op. Cit. p.8

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Bibliografía ACHA, Omar. Historia crítica de la historiografía argentina. Las izquierdas en el siglo XX. Buenos Aires. Prometeo. 2009. ALTAMIRANO, Carlos, Para un programa de historia intelectual y otros ensayos. Buenos Aires. Siglo XXI. 2005. BOURDIEU, Pierre. Las reglas del Arte. Tesis y estructura del campo literario. París. Anagrama.1995 CATTARUZZA, Alejandro y EUJANIAN, Alejandro. Políticas de la historia. Alianza Editorial. 2003. CHARTIER, Roger. La historia hoy en día: desafíos, propuestas. En: Anales de Historia Antigua y Medieval ‘En homenaje al Profesor José Luis Romero’. Volumen 28. Buenos Aires.1995 DEVOTO, Fernando (Comp.) La historiografía argentina en el siglo XX. Editores de América Latina.2006. DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora. (Edit.). La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay. Biblios. 2004 DEVOTO, Fernando; PAGANO, Nora: Historia de la historiografía argentina. Sudamericana. 2009 DONGHI, Tulio Halperín. El revisionismo histórico argentino. Siglo XXI. 1970 QUIÑÓNEZ, Gabriela: Prólogo. En: Historia y Sociedad. SUÁREZ, Teresa y TEDESCHI, Sonia (Comp.). Edición UNL. Santa Fe. 2009 SARLO, Beatriz y ALTAMIRANO, Carlos. Ensayos argentinos. De Sarmiento a la vanguardia. Ariel.1983. SIGAL, Silvia. Intelectuales y poder en Argentina. La década del ’60. Siglo XXI. 2002. WACQUANT, Loic. El propósito de la sociología reflexiva Siglo XXI. 2005. WACQUANT, Loic. Hacia una praxeología social: la estructura y la lógica de la sociología de Bourdieu. Siglo XXI. 2005 WASSERMAN, Fabio. De Funes a Mitre. Reconstrucciones de la Revolución de Mayo a la política y la cultura rioplatense. En Prismas. Revista de Historia Intelectual. N° 5, 2001. WITHE, Hayden. El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica. Paidós, Barcelona, 1992.

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Por una “historia de la historia” en clave intelectual y discursiva La construcción de un ethos historiográfico en “El marxismo olvidado en la Argentina” de Horacio Tarcus -Juan Pablo Giordano[Centro de Estudios de los Discursos Sociales (CEDiS), Facultad de Humanidades y Ciencias Universidad Nacional del Litoral] (el_gi [email protected])

Introducción La concepción de la historiografía como un espacio discursivo o discurso disciplinar particular, que englobaría sus propios géneros discursivos (en el contexto general de los discursos científico-académicos) ha tenido poca repercusión en la reflexión historiográfica; ello nos implica la necesidad de legitimar un modo de aproximación y de hacer investigativo en el que confluyen preocupaciones historiográficas y perspectivas de análisis discursivo. ¿Qué antecedentes dentro de la historiografía podríamos tener en cuenta para validar nuestro enfoque? Ya hace más de una década, Alejandro Cattaruzza (2003) invitaba a adoptar un programa de investigación historiográfica que considerara como objeto de una “historia de la historia” a los modos diversos y multiformes en que una sociedad intenta dar cuenta de su pasado. Según el autor, la aproximación a la producción, circulación, consumo y apropiación de bienes simbólicos referidos al pasado de una sociedad, en contextos culturales consolidados, implica abarcar entramados específicos de instancias sociales (institucionalizaciones disciplinares, aparatos estatales, actores políticos, medios masivos de comunicación, prácticas culturales colectivas), las cuales originan múltiples series documentales (textos de historiadores profesionales, obras de ficción, manuales, películas, canciones, planes de estudio, volantes políticos, documentos partidarios, resoluciones estatales, etc.). Para el análisis de las mismas, Cattaruzza contempla las posibilidades abiertas por la aplicación del análisis del discurso (tal como se ha desarrollado en el espacio de la denominada “historia intelectual”) a los textos que refieren al pasado: por una parte, habilitaría a los historiadores a tomar nota de las opacidades y complejidades de los textos que analizan y producen; por otra, les permitiría visibilizar prácticas materiales desplegadas en la conjunción entre el mundo del texto y el mundo del lector, generalmente tras las huellas textuales que figuran un lector modelo posible (2003: 206-209). Teniendo en cuenta estos aportes y sugerencias, intentaremos precisar algunas herramientas de análisis específicamente discursivas vinculadas a una “historia de la historia” en clave de historia intelectual. Siguiendo los planteos de Carlos Altamirano (2005; 2012/13) consideramos que la historia intelectual se interesa en el papel de las representaciones en la vida histórica, y cuyo objeto son ideas y lenguajes ideológicos, obras de pensamiento y producciones simbólicas (accesible como hechos de discurso, elaborados de acuerdo con ciertos lenguajes y fijados en diversos soportes materiales) inmersas en y trabajadas desde experiencias históricas colectivas. Sus modos de indagación contemplan, como momentos

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inescindibles de un objeto híbrido, la indagación crítica sobre discursos, conceptos y categorías del pensamiento histórico-social (trazando sus trayectorias, redefiniciones, tensiones internas y desplazamientos referenciales- conceptuales), atendiendo tanto al análisis intrínseco de sus significaciones y de los soportes materiales en que se han producido o circulado, cuanto a los abordajes socio-biográficos de redes y vínculos que entraman la vida intelectual (“formaciones intelectuales”, grupos generacionales, élites culturales, colectivos editoriales, redes intelectuales, constelaciones de afinidades electivas, etc.). Una de las puertas de acceso a la problemática que elegimos es la teoría de géneros y registros que opera dentro de la lingüística sistémico-funcional (Martin y Rose, 2008), dado que, en ella, el género discursivo1 es tematizado como un proceso/acción social que se realiza por medio del lenguaje, en situaciones particulares entre ciertos participantes y con fines específicos. El foco puesto en el género discursivo para pensar la escritura de la Historia, contempla la ventaja de incluir simultáneamente las perspectivas de análisis centradas en las estructuras lingüísticas, en los contenidos y en las variación individual creativa (estilo), permitiendo ir de lo micro-discursivo (patrones textuales) a lo social (prácticas situadas de representación).

Perspectiva analítica y criterios de selección de corpus Para introducirnos en un primer análisis, aproximativo, sobre la factura argumentativa de los textos historiográficos, hemos desarrollado una serie de operatorias analíticas preliminares sobre un texto representativo del discurso historiográfico: se trata de El marxismo olvidado en la Argentina (1996), de Horacio Tarcus. Siguiendo el modelo estratificado del contexto y del lenguaje propuesto por la lingüística sistémico-funcional (cf. Ghío y Fernández, 2008; Rose y Martin, 2012), pautamos el análisis en los siguientes pasos: a) reflexión sobre contextos de uso y posibles propósitos a alcanzar en la circulación del género; b) deconstrucción del ejemplar elegido; c) reconstrucción y reformulación del texto analizado. Este análisis se despliega en un corpus construido sobre un recorte operado al interior del texto de Tarcus, tomando del mismo los siguientes paratextos2: Título, Dedicatoria, Epígrafe, “Prólogo” (escrito por Michael Lowy), y “Des/agradecimientos”. Entre los antecedentes que, dentro de la historiografía, podríamos tener en cuenta para validar este enfoque paratextual, encontramos la indagación de Gerárd Noiriel (1997) quien, enfocándose en la contradicción que los historiadores franceses enfrentan desde 1880 con la profesionalización disciplinar (conciliar la producción de conocimiento científico con la responsabilidad cívica de enriquecer la memoria colectiva), se interesa por la forma en que los historiadores presentan sus trabajos en los libros de divulgación; para ello, repara en la función que cumplen tapas, contratapas, cuartas de cubiertas, prólogos, etc., en el discurso editorial de la colección “Universo Histórico” (UH), de editorial Seuil (1970-1993). Según da a entender este autor, en la edición y publicación de obras de divulgación histórica se

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Por género discursivo nos referimos al uso de enunciados concretos y singulares, pertenecientes a la relación entre participantes de esferas específicas de la actividad social. Todo género discursivo se completa por su orientación hacia un destinatario, por lo que permite articular el carácter individual del enunciado con el valor social que supone toda función comunicativa (Bajtín, 2008). Entendemos por paratextos a las marcas gráficas que dan cuerpo al texto -haciendo a la forma en que éste se presenta a la vista-, transformándolo en libro, fascículo u otro formato. Cf. Alvarado (2006).

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presenta una vinculación directa de la escritura histórica3 con la memoria del auditorio al que apunta (prefigurado como masivo), en un momento específico del saber y del poder en el campo historiográfico (sobre todo en relación a las condiciones de desarrollo profesional y académico de la disciplina). Así, Noiriel intenta demostrar cómo los paratextos de la colección UH exhiben una codificación de la disciplina y del auditorio relacionada a ciertas políticas de divulgación presentes en el estado del campo historiográfico francés. El criterio de selección del corpus obedece a dos hipótesis de base: 1°) El abordaje a partir de paratextos involucra afrontar los modos en que los lectores extraen de éstos indicaciones de lectura que les permitan atribuir el texto a un género discursivo determinado (historiográfico, en el caso que nos ocupa). Normalmente, el marco composicional del texto no se introduce en el mismo, sino que señala sus límites; esto permite al texto activar los mecanismos de selección de sus destinatarios, codificados bajo una imagen del auditorio. En cambio, la introducción del marco en el texto desplaza la atención de los destinatarios del mensaje (el contenido comunicado) al código (el conjunto de conocimientos compartidos que se activan en el intercambio comunicativo) (cf. Lotman, 1996). 2°) Los paratextos son el espacio textual privilegiado en el que se construyen las posiciones valorativas de los interlocutores del discurso, expresando, negociando y naturalizando

determinadas posiciones intersubjetivas e ideológicas (White, 2000), proveyendo elementos metadiscursivos que permitan enfocarnos en una función clave del discurso historiográfico: la construcción de una voz autoral o persona, pensada en términos de una defensa del rostro social que les permita a los miembros plenos de la comunidad historiográfica “hacerse un nombre”, un ethos o imagen de sí mismo (en los términos de la retórica clásica) a través del discurso y dentro de la disciplina, con la consiguiente posibilidad de acumular y reformular capital simbólico e incidir en las prácticas de escritura, lectura, investigación y comunicación al interior del campo historiográfico (cf. Becker, 2011; Costa y Mozejko, 2009). ESTRATEGIAS OPERATORIAS Y ANÁLISIS

Contexto de situación: Actividad social relevante para el texto: ¿en qué contexto social organizado se produce el texto? ¿qué propósitos se pueden alcanzar con su puesta en circulación? En este punto también es importante que tengamos un panorama sobre las condiciones del campo historiográfico al momento de la publicación del libro de Tarcus. Si nos remitimos a la bibliografía relativa a la historiografía del período (mediados de la década de 1990), se consolida un proceso de profesionalización desarrollado en instituciones académicas, las cuales ofrecen nuevas esferas de prácticas comunes a los productores historiográficos: cátedras universitarias, centros de investigación, publicaciones especializadas. A partir de la normalización institucional iniciada en 1983-84, el estado asume en forma estable y duradera los procesos de nombramiento y evaluación que sustentan a la comunidad historiadora en la sociedad argentina, garantizando la autonomía que habilita a la comunidad historiadora otorgarse sus propias normas de cientificidad; esto deriva en la construcción 3

Siguiendo la lectura que Noiriel hace de la obra de Michel de Certeau, por escritura histórica entendemos una práctica científica que, en un espacio social, articula saber (las normas de cientificidad propias de la investigación histórica), memoria (la difusión de este saber entre el “gran público”) y poder (los procesos de nombramiento y evaluación que sustentan a la comunidad historiadora en el mundo social).

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de un campo profesional denso, con normas, problemas y marcos conceptuales propios, y con la posibilidad de desarrollar la carrera de docencia e investigación dentro de las universidades nacionales, ahora económicamente más segura en contraposición a la inestabilidad institucional de períodos precedentes (Romero, 1996; Pagano, 2010). En cuanto a la difusión del saber entre el gran público, desde fines de los ’80 y principios de los ’90 se da un estrechamiento de filas en torno a figuras historiográficas del ámbito universitario, fuertemente relacionadas con una industria editorial concentrada en grandes grupos económicos4. Paralelamente, la profesionalización disciplinar historiográfica, conllevó un “olvido sintomático” de aquellos discursos historiográficos conformados en un contexto de expresión (aproximadamente 1966-1976) caracterizado por una relación inescindible entre historia y política (englobada bajo el rótulo de historiografía militante5), que consagraba una pérdida de especificidad de los diferentes discursos intelectuales frente a los “grandes temas” (peronismo, modernización, dependencia, revolución...) en los que la intelectualidad universitaria y de izquierda inscribían sus prácticas de representación. Recuperar esta “gramática de producción” en un discurso histórico (en el contexto de una lógica de constitución de un espacio historiográfico diferenciado, como era el imperante a mediados de los ‘90) mostraría una “reincidencia” en la pérdida de autonomía disciplinar frente a la memoria y al poder político, mas este punto de vista parece invisibilizar el creciente peso del poder del Estado (reconfigurando el complejo científico-tecnológico en el marco de las políticas neoconservadoras de “reformas del estado”) y del mercado (bajo la especie de grandes corporaciones editoriales) en este modo peculiar de escritura histórica. En este espacio de condiciones, debemos insertar la trayectoria de Horacio Tarcus6. Resulta relevante repasar siquiera brevemente su trayectoria en tanto agente inscripto en un espacio social específico: introducir estas distinciones debe prevenirnos de considerar a Tarcus como un sujeto portador de propiedades eficientes dadas desde un inicio y para siempre. Vale decir: el Tarcus que publica y habla en 1996 o 1998 no es el de 2002, ni el de 2007, dado que ha ido invirtiendo, reconvirtiendo y gestionando los diferentes capitales acumulados en su práctica desplegada en el tiempo y en un espacio. Si cotejamos una entrevista en la que hace repaso de su itinerario vital (en Trímboli, 1998: 251-256), a apenas dos años de la publicación de El marxismo olvidado..., observaremos que el acento estará puesto en hitos de índole marcadamente política e intelectual: su comienzo como militante político -“característico”, pero con “rasgos atípicos” por su formación teórica previa, al decir del propio entrevistado (: 252)- en la agrupación trotskista Política Obrera a los 19 años, en el contexto universitario de fines de 1975 y los inicios de la última dictadura militar; la ruptura en 1978 con esta agrupación y el inicio de un proyecto -“en el que, de algún modo, todavía sigo embarcado” (: 253)- de publicación de revistas culturales que apuntaran al agrupamiento de colectivos “resistentes” en torno a labores editoriales, proponiendo el debate teórico y crítico en torno a las diferentes concepciones políticas de las izquierdas; el 4

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Cf. la caracterización crítica que ofrece Campione (2002: 130-134; 211-212) de Luis Alberto Romero como “guía y operador cultural” de la difusión masiva -en alianza con Multimedios Clarín y las editoriales Sudamericana y FCE- de una historiografía marcadamente universitaria. En Devoto y Pagano (2004: 9), se realiza la siguiente distinción entre historiografía académica e historiografía militante: “los ritmos de la historiografía académica son diferentes de los de la militante, escrita, a menudo pero no siempre, para ser consumida en el mismo momento en que es producida”: vale decir, la historia militante es concebida como insumo necesario de la acción política en el presente. Siguiendo a Pierre Bourdieu (1994: 82), entendemos la trayectoria como la serie de posiciones sucesivamente ocupadas por un mismo agente en un espacio en sí mismo en movimiento y sometido a incesantes transformaciones.

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primer viaje cultural o de estudios al exterior en 1983, con el advenimiento de la democracia. A esta tarea como animador cultural -fundador de la editorial El Cielo por Asalto en 1990, junto con Horacio González y otros intelectuales; director de las revistas Praxis (fines de los’80), El Cielo por Asalto (1990-1994) y El Rodaballo (1994-2003)- debemos sumar su labor como archivista y coleccionista, desde 1973, de libros, revistas y folletos publicados por el amplio espectro de la izquierda argentina; este inmenso acervo documental recogido por Tarcus dio origen en 1998 al CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina), el mayor centro de documentación de izquierdas de América latina, del cual el mismo Tarcus será fundador y director. Si prestamos atención a la inserción institucional académica de Tarcus al momento de publicar El Marxismo olvidado..., lo hallaremos en un rol docente y una posición inicialmente marginal dentro de los centros de producción historiográfica dominantes: “Desde hace diez años [1988] enseño en la Universidad de Buenos Aires: Teoría del Estado en Sociología y, desde hace cinco [1993], Historia de Rusia en la carrera de Historia” (en Trímboli, 1998: 256). Relación entre participantes en un contexto determinado: ¿quiénes son los que participan de la comunicación? ¿qué grado de formalidad o informalidad se plantea en el texto? ¿qué relación mantiene con su destinatario (familiaridad, afectividad, autoridad, etc.) ? La relación entre los participantes está estrechamente ligada a los tropos o figuraciones elegidos, los cuales funcionan como medio que organizan una retórica y modelan un ethos. Podría decirse que las voces autorales (Horacio Tarcus, y Michael Lowy en el prólogo) se mueven en un registro de figuras lingüísticas que calificaríamos de vindicación, es decir, una defensa de quien el autor considera que se ha injuriado, calumniado u olvidado injustamente7; al mismo tiempo, la persona que vindica intenta recuperar lo que le pertenece. Esto se advierte ya desde el mismo título de la obra: “El marxismo olvidado en la Argentina” (¿por qué “olvidado”, quiénes han olvidado?), recuperado al momento de la publicación por el enunciador Tarcus quien, por implicación, marca una filiación con esta herencia redescubierta, así como por la intertextualidad manifiesta8 entre el título del libro y otras obras precedentes del “prologuista/maestro”9. Cabe preguntarse cuál será la economía de pasaje entre la nominalización “marxismo”, general y con pretensiones de universalización, y los “marxistas” encarnados por los individuos Frondizi y Peña. Rol del lenguaje en un contexto determinado: ¿Qué recursos utiliza para construir formalmente el texto? Esto último lo veremos a través de los diferentes paratextos seleccionados:

Dedicatoria (p. 7): ¿Qué opciones léxicas y discursivas selecciona, entre otras posibles? ¿Qué valores interpersona-

7 La contraparte simétrica de la vindicación sería la invectiva, discurso o escrito violento e injurioso de carácter ético contra personas o grupos sociales. 8 Por intertextualidad nos referimos a la inserción de las representaciones textuales en cadenas de discursos que le anteceden y a las cuales responde, y en las que el texto se desenvuelve pasando por transformaciones predecibles o creativas, estableciendo un modo de relación entre, por lo menos, dos textos, a partir de la “inclusión” de uno en otro en forma de cita, de alusión o de reminiscencia. 9 “Finalmente, quiero dejar constancia de la deuda intelectual que, desde el título mismo de este libro, contraje con Michael Lowy quien, a pesar de la distancia, ha sido para mí, desde hace veinte años, un maestro, en el viejo sentido del término.” (Tarcus, 1996: 16, destacado nuestro). El título en cuestión es: Michael Lowy (1978): El marxismo olvidado. Barcelona: Fontamara (citado por Tarcus en p. 17, nota 1). 241

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les, experienciales y expresivos priman en la dedicatoria? La dedicatoria inicia con dos frases: “A la memoria de mi padre, / Cayetano Paglione (1912­1980)”, lo cual introduce un desfasaje: si el padre memorado es de apellido Paglione, ¿por qué el autor se apellida Tarcus? Este detalle (el uso de seudónimos) nos lleva a pensar en qué espacios es habitual esta práctica lingüística: la tradición de los seudónimos en América Latina se desplaza de su uso estético por parte de escritores en un inicio, hacia el uso que militantes políticos e intelectuales y periodistas críticos le dieron luego, con fines de resguardo personal. En lo expresivo priman los significados afectivos, connotados por la cercanía paterna y la domesticidad (“de cuyos labios escuché”, “en la mesa familiar”), mechados con valores experienciales relacionados a la iniciación prístina (“por primera vez”, “los rudimentos”, “los primeros libros”) en el mundo más vasto del “socialismo”. Los lexemas “mesa familiar” y “biblioteca” refieren a la dimensión experiencial de ciertas prácticas que valoriza por habilitar un acceso al conocimiento de “esta trama” de la investigación (con resonancia de acción artesanal) y del socialismo, omitiendo otras (por ejemplo, la academia), reforzada por el empleo de los tiempos verbales: de los pretéritos perfectos simples “escuché” y “descubrí”, que muestran una acción concluida en el pasado (echando a andar la investigación en la escena primigenia, familiar), pasa a la perífrasis verbal del gerundio “me fueron llevando”, que funciona aquí demostrando una acción en proceso, continuada en el tiempo presente.

Epígrafe (p. 9): ¿Qué imagen del auditorio codifica, cómo permite al texto seleccionar a los destinatarios de su mensaje (contenido comunicado)? ¿Qué conjunto de conocimientos compartidos (código) se activan en el intercambio comunicativo? El epígrafe es la VI Tesis de filosofía de la historia, de Walter Benjamin; este autor ha sido codificado en innumerables ocasiones como “marxista heterodoxo”, pensador que trama su obra “a contrapelo” de las corrientes marxistas vinculadas a la III Internacional, con vetas libertarias y místico-religiosas. Los ámbitos de circulación predominantes de las Tesis de Benjamin hacen suponer la existencia de un ground interpretativo compartido tanto, y principalmente, por intelectuales y militantes de izquierda (comunista, socialista libertaria), cuanto por estudiantes y profesionales de la historia que entran en contacto con estos textos desde los primeros momentos de su formación académica, en las cátedras de Teoría y Filosofía de la Historia (e incluso, a veces, dentro de “gramáticas de recepción” heterogéneas e inesperadas)10. ¿Qué dominio de la experiencia sobre-denomina? ¿Cuáles son las palabras impugnadas ideológicamente, y qué campos de sentido diferencian? Los campos lexicales predominantes11 se van enlazando en una suerte de secuencia en

10 Recuerdo una clase de ADH en la cual analizamos estos paratextos y, ante mi pregunta sobre quién era Walter Benjamin, un alumno respondió: “uno de los padres de los estudios culturales”; indagando el por qué de esta apreciación, constaté que la primera referencia que este alumno tenía de Benjamin provenía de su cursado en la asignatura “Sociología de la cultura”, en donde este autor es incluido y referido a partir de sus textos “La obra de arte en la época de su reproductibildad técnica” y “Pequeña historia de la fotografía”. 11 Siguiendo a Fairclough, podemos observar que en el vocabulario se codifican las diferentes ideologías que presentan diferentes textos en sus representaciones del mundo; es por esto, que “en algunos 242

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la que “pasado/recuerdo/patrimonio/tradición” se encuentra en “peligro” (palabra reiterada cuatro veces en la cita), e introduce un sujeto de la acción nombrado alternativamente como “historiador” y como “materialismo histórico”, encargado de ciertas tareas: “articular históricamente el pasado”, “adueñarse de un recuerdo (...) en el instante de peligro”, “fijar la imagen del pasado”, “arrancar la tradición al conformismo”, “encender en el pasado la chispa de la esperanza”. Ahora bien, el antagonista discursivo impugnado por el “historiador materialista” aparece nominado como “clase dominante”, “conformismo” y “enemigo”, y es quien introduce el “peligro” porque “avasalla” y “convierte en (su) instrumento” a la tradición. Este campo lexical parece inducir a una prescripción del rol del historiador: amén de indiferenciar sujeto histórico-observador-objeto (“el peligro amenaza tanto al patrimonio de la tradición como a aquellos que reciben tal patrimonio”), apela a una imagen inusual (religiosa escatológica) en contextos académicos normalizados institucionales, para definir sus tareas: “El Mesías viene no sólo como Redentor, sino también como vencedor del Anticristo”. La fuerte polarización en clave agonista y mesiánica cierra con una frase cargada de emotividad: “Sólo tiene derecho a encender en el pasado la chispa de la esperanza aquel historiador traspasado por la idea de que ni siquiera los muertos están a salvo del enemigo, si este vence. Y este enemigo no ha dejado de vencer”. Así, esta frase parece funcionar tanto como enlace cohesivo respecto al título del libro, cuanto como advertencia dirigida al público-lector ideal de la obra: Tarcus es “aquel historiador” que se “adueña del recuerdo” del “marxismo olvidado”, de “los muertos” Silvio Frondizi y Milcíades Peña, arrancándolos al “enemigo” del “conformismo”, “encendiendo la esperanza” en una lucha que aun continúa en el presente.

“Prólogo” (pp. 11-12): ¿Qué funciones cumple el prólogo? Si bien el prólogo cumple la función de informar al lector sobre aquello que va a leer a continuación en el cuerpo del texto, las funciones entrelazadas que parecen predominar son las de valorizar el texto y justificar a quien lo ha escrito. En este sentido, la enumeración instaurada por el primer párrafo de Lowy es asertiva y concluyente (“Es este un libro importante. Por su objeto y por su método. Por su calidad intelectual y política. Por sacar de la noche del olvido una herencia revolucionaria de una increíble riqueza y actualidad, contribuyendo así a una renovación de la historiografía marxista en la Argentina”; p. 11, destacado nuestro), en la cual, siguiendo a Peter White (2000), los recursos evaluativos implicados son fundamentalmente los de actitud, bajo la subcategoría de la apreciación (actitudes de evaluación de productos y procesos); la subcategoría del juicio (actitudes institucionalizadas referidas a las personas) tiene un rango menor pero significativo: “Un peligro contra el cual lucharon con todas su fuerzas, y que le costó la vida a Silvio Frondizi, asesinado por los fascistas en 1974” (pp. 11-12). Los recursos de compromiso (el posicionamiento de la voz del enunciador en el texto producido) se visibilizan hacia al final del prólogo: “Durante años envié a Silvio Frondizi nuestras publicaciones y en cambio -un cambio muy desigual-, él me mandó regularmente sus principales libros. El descubrimiento de este pequeño tesoro cultural argentino provocó en mí una impresión profunda y duradera. Aprendí muchísimo con esos libros (...)” (p. 12, destacado nuestro); nuevamente, se aprecia una estrategia de filiación que fusiona sujeto histórico-observador-objeto. casos, lo que resulta ideológicamente significativo de un texto es su vocabulario per se” (Ghio y Fernández, 2002: 11). Asimismo, el modo en que las palabras co-ocurren, se “colocan” en el discurso ofrece un esquema ideológicamente específico para orientar la lectura de un texto.

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Vale decir también que la larga trayectoria de Lowy como historiador de las corrientes marxistas heterodoxas (calificadas como “abiertas, humanistas y revolucionarias”) confiere un capital simbólico y una fuerza ineludible a sus apreciaciones sobre la obra de Tarcus, aunque se halle casi omitida en el prólogo: un lector novato sólo encontrará referida su antología El marxismo en América Latina de 1980. ¿Qué recursos utiliza el prologuista para valorizar el texto? En un inicio, el segundo párrafo prácticamente glosa la tesis benjaminiana del epígrafe, incrementando así la cohesión entre enunciados paratextuales y contribuyendo al cierre semántico- ideológico de la investigación emprendida por Tarcus como “una historia a contrapelo”, en un horizonte político emancipatorio de los oprimidos. De allí que se infiera una utilidad social de esta historia del marxismo olvidado en Argentina. En cuanto a criterios del mundo científico, Lowy destaca varios aspectos, empleando el recurso evaluativo de la gradación12: la ruptura con el sentido común político e historiográfico, destacando la innovación tanto en el objeto (“Gracias al libro de Horacio Tarcus, ya no será posible seguir ignorando el aporte de Silvio Frondizi y Milcíades Peña a la elaboración de un marxismo latinoamericano abierto”; p.11) como en su modo de interpretación (“El marxismo de ambos [...] es trágico”; “La categoría del peligro ocupa un lugar central en su visión trágica del mundo”, ibíd.); el principio de generalización (resaltar el interés general de un estudio particular): “Un marxismo a la vez profundamente argentino -por sus temas, su objeto, sus preocupaciones centrales- y universal por su método y su internacionalismo socialista” (ibíd.); la reducción de la distancia temporal que separa el mundo estudiado del universo del potencial lector, poniendo en relación el pasado estudiado con el mundo actual (además de brindar otros indicios sobre el contexto relevante para el texto): “Pero este libro no es sólo un estudio del pasado. El habla también del presente y del futuro. Porque hoy, más que nunca hasta ahora, algunos de los temas centrales de la obra de los dos marxistas trágicos están en el orden del día: la integración mundial del capitalismo, la búsqueda de un paradigma socialista fuera de los marcos del ‘pretendido’ socialismo real, o la crítica radical del peronismo” (p. 12).

“Des/agradecimientos” (pp. 13-16): Convenciones y restricciones del género: ¿Qué opciones lingüísticas se disponen para plantear el título de esta sección? ¿Qué implica la opción elegida por el enunciador respecto al contexto de situación? ¿Qué relación establecen los “des/agradecimientos” entre el enunciador individual y un posible enunciador colectivo (“nosotros”)? Aquí encontramos el rasgo más notorio de “desajuste” o “anomalía” respecto a las expectativas del género, pues la opción lingüística habitual para nombrar esta sección es la de “Agradecimientos”, y en la cual los autores exhiben su red de relaciones con aquellos miembros e instituciones de la comunidad académica que estimularon y contribuyeron (jerarquizándolo) al texto presentado. Si bien no carece de estos agradecimientos (que pueblan la última página de la sección), Tarcus enuncia una argumentación contrafáctica vía el empleo de cláusulas que coordinan, de manera aditiva, vocablos o frases que denotan negación, precedidas y seguidas de otras igualmente negativas13: “Pero a diferencia de las presenta12 13

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La gradación refiere a los valores por medio de los cuales los hablantes regulan el grado de intensidad (fuerza) de sus evaluaciones, que pueden estar amplificadas o disminuidas, y gradúan (desdibujando o agudizando) su alcance (foco) (White, 2000). Esta estructura de la cláusula se reitera en el primer párrafo de la p. 14: “No me propuse encarar esta investigación para deslindar las posturas políticas ‘incorrectas’ de las ‘correctas’,

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ciones habituales, el autor no desea dejar constancia de su agradecimiento a la Fundación Ford, ni a la Fundación Guggenheim, ni a la Fundación Ebert, por el financiamiento de la investigación, que por otra parte jamás solicitó. El autor tampoco desea agradecer a la Universidad de Essex, ni a la Universidad de París, ni a universidad alguna del extranjero por la cálida acogida recibida en una pasantía que nunca realizó.” (p. 13, destacado nuestro). De esta manera, el sarcasmo (forma de agredir al adversario mediante una burla mordaz y cruel, mostrándose en apariencia condescendiente y favorable con sus supuestos para maltratarlos y criticarlos) posiciona al enunciador como Oponente argumentativo que discute y se distancia de un Adversario discursivo que, implícitamente, propone una doxa sobre el deber-ser de cualquier investigación historiográfica aceptable, y aceptada, por una comunidad historiadora que rige sus prácticas por marcos institucionales (financiamiento, becas, pasantías) que aquí aparecen denostados: es decir, toma al Adversario/Proponente como objeto de clasificaciones o categorizaciones (en el sentido etimológico de kategoresthai: acusar públicamente). En la cláusula analizada, el uso inicial del adversativo (“Pero a diferencia de las presentaciones habituales”; p. 13, destacado nuestro) marca el distanciamiento de las convenciones genéricas y al mismo tiempo, enlazado con cláusulas negativas posteriores, fungen como marcas de identidad estilística con pretensiones de individualización: “Para terminar, siendo además fiel a mi estilo, debo decir que tampoco quiero agradecer la paciencia y la tolerancia que mi mujer, Silvia Feeney, y mi hijo Lucas, jamás tuvieron mientras duró el trabajo de redacción (...)” (p. 16, destacado nuestro), aunque ésta aparece mediada por el tropo de la ironía, en el que la naturaleza problemática del lenguaje ha sido reconocida y se distancia de la literalidad del enunciado. ¿Qué relaciones significativas se establecen entre las palabras “investigación”, “independencia”, “académico” y “político”? ¿Con qué representaciones y prácticas se relaciona la metáfora del “rompecabezas”?

Vocabulario:

Hemos juzgado estas palabras como lexemas clave, porque advertimos que ofrecen un vocabulario inmerso en entornos de unidades léxicas, entramadas significativamente, que delimitan el ethos deseado para el enunciador de este texto. Por ejemplo, en la caracterización que hace de su tarea: “Más bien quiere [el autor] dejar testimonio de las difíciles condiciones de trabajo que encuentra un investigador independiente en la Argentina de hoy” (p. 13, destacado nuestro). La independencia aparece como condición de una investigación deseada, impregnada de un sentido de intelectual individual, capaz del pensamiento crítico, y que por ello preserva la distancia (semántica y temporal) con los otros lexemas: “Todos sus exponentes han sido pensadores independientes, en el pleno sentido del término: de las clases dominantes, de las organizaciones políticas hegemónicas, y aun de las instituciones universitarias. Hoy, en tiempos en que la investigación se ha acotado dentro de estrictos marcos institucionales (...), nos produce una mezcla de extrañeza y admiración aquel espíritu independiente con que esos hombres casi solitarios, pensadores a contracorriente, sin ningún respaldo institucional, a menudo hostigados por las propias organizaciones de la izquierda, proyectaron y emprendieron gigantescos esfuerzos de investigación’’ (ibíd., destacado nuestro). Así lo político, mediado por la independencia, se disocia de las organizaciones partidarias establecidas en el ámbito de izquierdas (nominados como stalinistas, populistas y troskistas) y se torna una operación intelectual que guarda una relación instrumental con lo académico: “Quiero dejar constancia del hecho de que la motivación original de esta tesis, presentada para acceder a la licenciatura en historia en la Universidad ni determinar el punto preciso hasta el que una corriente es legítima y a partir de la cual se ‘desvía’ de la senda justa.” (destacado nuestro). Más abajo continúan los ejemplos.

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de Buenos Aires, no fue académica sino política. Su punto de partida fue un ajuste de cuentas con mi propia tradición de pensamiento, la trotskista, y la necesidad de un balance de los alcances y los límites de esta corriente me fue conduciendo, casi sin darme cuenta, a los umbrales de esta investigación” (ibíd., destacado nuestro). En cuanto al vocablo rompecabezas, metaforiza por analogía al objeto de su investigación y a las acciones necesarias para llevarla a cabo, lo que en el mismo inicio de los “Des/ agradecimientos” se refuerza con un argumento por el respeto (que apela a una autoridad reconocida en el campo específico): “Theda Skocpol señaló, al presentar Los Estados y las revoluciones sociales, que al ‘elaborar y reelaborar el argumento de este libro durante los últimos años me ha parecido, a menudo, una interminable lucha solitaria con un gigantesco rompecabezas’. No encuentro palabras más ajustadas en momentos de presentar el mío.” (p. 13, negritas en el original). La medida de la tarea (“interminable lucha solitaria”, denotanto un individuo aislado y carente de soportes institucionales) esta dada por un rompecabezas “gigantesco” (como también lo eran los “esfuerzos de investigación” de esos “hombres casi solitarios” Frondizi y Peña), que evoca una totalidad a completar, sólo presente a través de fragmentos dispersos u ocultos, y que demanda una tarea artesanal (como se señalará más abajo), paciente y prolongada de recolección documental: “Fue necesario, por lo tanto, un largo trabajo de rompecabezas, de recolección de publicaciones a través de préstamos o donaciones de particulares y de compras de ejemplares sueltos en librerías de viejo. (...) El armado del rompecabezas, me temo, dista de ser todo lo completo que hubiese deseado.” (p. 14, destacados nuestros).

Auto-representación explícita: ¿A través de qué opciones discursivas el enunciador intenta elaborar una representación discursiva de sí mismo? ¿Qué competencias y capacidades plantea, que refuercen la probabilidad de alcanzar influencia en el destinatario? Fundamentalmente, el yo narrador se autoincluye en el linaje de la tradición investigada y valorada: “Mi metodología de trabajo, queriendo ser fiel a su objeto de estudio, buscó nutrirse en esta tradición libertaria y en su espíritu independiente. (...) Demás está decir que buceando en la vida y la obra de estos marxistas olvidados he intentado comprender muchos problemas aún vigentes de la teoría y de la política, de la historia de mi país y de mi condición de intelectual de izquierdas” (pp. 13-14). Esta autoconstrucción se apoya en competencias específicas tales como la amplia búsqueda y compulsa de documentos escritos (“trabajé durante años en un proyecto de recolección de revistas y periódicos políticos que hoy constituyen un verdadero archivo de la izquierda argentina. Además, en la medida de mis posibilidades, consulté archivos en el extranjero”; p. 15) y orales (cf. los “recuerdos”, “testimonios” y “debates” mencionados en la p. 16), de las que se desprende una obra evaluada y sancionada positivamente por jueces competentes: “Horacio González y Alfredo Pucciarelli me hicieron sugestivos comentarios tras una ponencia en que presenté algunas de mis ideas (...) José Sazbón fue un exigente y estimulante padrino de tesis (...). El tribunal que constituyeron Sazbón, Oscar Terán y Luis Alberto Romero fue sumamente generoso en la evaluación (...)” (ibíd.).

Auto-representación implícita: ¿Qué estructuras textuales generan inferencias sobre el rol del

enunciador?

Podemos advertir que en el texto subyacen implícitos diferentes géneros y formaciones discursivas. Por una parte, la opción por una formación discursiva histórica que, condensándose en torno al género biográfico, conjuga el relato de la vida de los individuos Frondizi y Peña con un proceso general (el “laborioso e intrincado itinerario que recorrió cierta tradición olvidada del pensamiento marxista argentino para abrirse camino frente a las otras tradiciones del pensamiento de izquierdas”, p. 13), y le otorga al enunciador el rol de

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historiador. Esto se complementa con el establecimiento de un género que, a modo de hilo conductor, organiza la historia-biografía en clave de tragedia, tal como es explicitado por M. Lowy en el Prólogo: “El marxismo de ambos (...) es trágico, no sólo por las circunstancias dramáticas de su muerte (...), sino también por su conciencia aguda de las catástrofes que amenazan a los trabajadores, a los oprimidos, a la humanidad.” (p. 11, destacado en el original). Por otra parte, la epopeya, en la cual se narran las hazañas de un héroe arquetípico, que encarna las virtudes más valiosas de un colectivo, que tiene un objetivo concreto y que ha de superar, mediante su propio esfuerzo, una serie de obstáculos para alcanzarlo: “Soy consciente también de los límites y de los costos de la independencia. La opción por el modelo en desuso del intelectual-artesano no es gratuita, y mucho menos en los tiempos de la globalización. En primer lugar, los costos de tiempo: alternando con la docencia y la labor editorial, el trabajo de investigación se hizo más prolongado y discontinuo de lo que hubiese querido” (p. 14, destacado nuestro). El enunciador se configura así como capaz de instaurar un modelo que define y promueve una identidad particular y, en este caso, estas vetas textuales lo emparentan con el género manifiesto: un escrito en el que se dan a conocer determinados valores que serán interpretados en el espacio público, donde se juega el carácter de su circulación y recepción; de esta manera, su importancia social se relaciona con la conformación e identificación de un grupo determinado (Mangone y Warley, 1992).

Consideraciones finales Esta ponencia intenta ser un conjunto de notas de trabajo, con el propósito de relevar diferentes inscripciones o elementos textuales que conforman un ethos historiográfico determinado, a la vez que fortalecen y brindan credibilidad a los enunciados del autor/enunciador; lejos está de ser exhaustiva en su registro o exclusiva en su enfoque y, por sobre todo, debe ser pensada como un conjunto flexible de herramientas para obrar sobre materiales determinados. En este sentido, las operatorias realizadas sobre los paratextos abren una serie de interrogantes que hacen al trabajo de recepción en el que se involucran los lectores al abordar el libro en su integridad material: ¿qué hipótesis de lectura nos sugieren para lo que sigue del libro? ¿Qué efectos ilocutivos (lo que se hace al decir algo) promueven? ¿Qué efectos perlocutivos (lo que se espera lograr como consecuencia de haber dicho lo que se dijo) pretende alcanzar en los destinatarios? Si nos enfocamos sólo en los contenidos (como pareciera ser la perspectiva de abordaje habitual de estos textos), la construcción y puesta en acto de objetos y enfoques presentados parecieran sedimentar las principales hipótesis de lectura. Mas la escritura de la historia es inescindible del lugar desde donde se la escribe: los actos ilocucionarios puestos en juego en la construcción de una voz autoral (expresar y evidenciar un modo de anudamiento particular entre ciencia y política en la historia, solicitando la aprobación del mismo o desaprobando ethos alternativos) apuntan al efecto perlocutivo de persuadir o convencer al potencial lector de que asuma estos recursos lingüísticos como opciones discursivas válidas para gestionar las prácticas en espacios sociales específicos, como es el caso de la historia (cf. Costa y Mozejko, 2009). Al decir de Howard Becker (2011: cap. 2), para recabar autoridad en los ámbitos académicos todos asumimos un cierto personaje o estilo en nuestros escritos (de un variado repertorio, asociado generalmente a las figuras de los “maestros” en cada campo) con el cual pretendemos ser identificados y a través del cual pretendemos ser argumentativamen-

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te persuasivos. La relevancia de instaurar un estilo capaz de jugar con las convenciones genéricas implica “hacerse un nombre” entre pares-concurrentes, y que asimismo se convierta en referencia para aquellos miembros novatos que desean, ellos también, gestionar sus prácticas en espacios académicos y políticos. Tal parece ser la estrategia enunciativa del autor Tarcus y, en mayor o menor medida, de todos aquellos que producimos, circulamos y consumimos textos en instituciones académicas. Por ello, es interesante que practiquemos el extrañamiento (“jugar otro juego del lenguaje”, parafraseando a Wittgenstein) que nos permita observar y generar reflexividad sobre los propósitos prácticos que anidan en nuestros textos. Una buena estrategia de control puede resultar la lectura en recepción de la obra analizada, plasmadas en reseñas (género característico para describir, evaluar y criticar obras de interés para quienes se desempeñan en áreas específicas), ensayadas por lectores que poseen “nombre propio” y que exhiben aceptación o rechazo a los supuestos enunciados por Tarcus. En cuanto a las reseñas “confirmatorias”, resulta ejemplar la proporcionada por Néstor Kohan (1996), también historiador de las tradiciones de izquierda argentinas y latinoamericanas en clave política, con una semántica de la “resistencia/sobrevivencia” y del “rescate” de los “vencidos” (amén de la crítica a las corporaciones burocráticas de la academia y de los partidos de izquierda) que se plasma en un escrito apologético de un tono similar a la obra reseñada. Más interesante se torna la reseña de Carlos Correas (1999), quien vertirá las armas retóricas del sarcasmo para atacar el ethos exhibido en el libro de Tarcus: “El marxismo olvidado en la Argentina (...) es un libro francamente removedor. Por un lado conmueve que el autor declare que ha vivido la impaciencia y los reclamos de su mujer y de su hijo durante la afanosa redacción, y, por el otro, que se trate de una tesis que ha sido evaluada generosamente por un adoquinado tribunal en trío. Así, el autor nos inquieta: se confiesa y nos comunica vértigos del todo amorosos, propios de emisiones radiales de las cuatro de la mañana, cuando los desvanecimientos se intensan” (: 91). La mofa de Correas invierte la epopeya del historiadormilitante-artesano en un patetismo que alcanza, incluso, a las categorías centrales postuladas por Tarcus, como es el caso de la concepción trágica de su historia: “Pero la concepción de ‘lo trágico’ que hallamos en este libro no es la griega, desde luego, sino la de Tarcus, tan sugestiva como aquélla, aunque, para mi sensibilidad y mi entendimento, demasiado próxima al patetismo, al extremo de confundirse con éste. Era, empero, lo esperable en este libro, tan sobrecargado de infelicidades, si bien matizadas” (: 92). En suma: el sarcasmo de Correas opera un extrañamiento que nos habilita a lecturas alternativas posibles, más allá de las pretendidas por el enunciador-autor. Para finalizar esta ponencia en un sentido prospectivo, resta señalar que, para obtener resultados más sólidos y diacrónicos, acordes a la historicidad de nuestro objeto, debemos extendernos en la observación de la trayectoria del agente-enunciador luego de la publicación analizada, así como atender a las continuidades y mutaciones de los recursos discursivos y argumentativos que el mismo empleare en los paratextos de sus obras historiográficas posteriores. Respecto de la trayectoria de Tarcus, podemos señalar un pronunciado acercamiento a posiciones prominentes en el espacio de producción historiográfica, en su faz investigativa (en 2002 alcanza el grado de Doctor en Historia por la UNLP y accede a la carrera de investigador independiente del CONICET; en 2003 recibe la beca Guggenheim para concretar un diccionario biográfico de la izquierda argentina), docente (profesor en la Facultad de Filosofía y Letras-UBA, en la Facultad de Humanidades-UNLP y en el IDAES/UNSAM, e invitado en universidades del extranjero) e institucional (desde 2010, el CeDInCI se constituye en unidad académica de la Universidad Nacional de San Martín, desde donde se organiza, junto con el Centro de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes,

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el 2° Congreso de Historia Intelectual de América Latina en 2014); asimismo desempeña funciones públicas haciendo valer su capital como archivista (en 2006 fue Subdirector de la Biblioteca Nacional, cargo al que renunció mediante una sonada polémica con su Director, y ex-compañero de proyecto editorial, Horacio González). En cuanto a las publicaciones periódicas animadas por Tarcus, Políticas de la Memoria (anuario del CeDInCI que dirige desde 1998) ocupa hoy un lugar central en el ámbito de la historia intelectual argentina; asimismo, desde 2008 Tarcus es editor y miembro del colectivo editorial de Crítica y Emancipación, revista de ciencias sociales dependiente del Secretariado Ejecutivo de CLACSO. Esta trayectoria ha sido acompañada por la publicación de obras que se han vuelto referentes de la historia intelectual en Argentina: Mariátegui en la Argentina o las políticas culturales de Samuel Glusberg (2002), Diccionario biográfico de la izquierda argentina (2007a), Marx en la Argentina (2007b) y Cartas de una hermandad (2009). De ellas, apenas señalaremos algunos indicios paratextuales con esperanza de profundizar el análisis en próximas indagaciones. Por ejemplo, en el “Prefacio” de Mariátegui en la Argentina (Tarcus, 2002: 7-11) podemos apreciar algunas continuidades respecto a El marxismo olvidado...: la auto-representación del enunciador involucrado personalmente en la investigación como coleccionista/rescatista, la competencia basada en la búsqueda y compulsa documental, la epopeya del intelectual-artesano por vencer los obstáculos del conocer, “rastreando pistas”, recolectando testimonios personales “vívidos” y conectando fondos documentales dispersos, en aras de reconstruir la “trama” de un nuevo “rompecabezas” (vocablos que reaparecen reforzando metafóricamente la auto-representación). Sin embargo, los cambios son significativos: las referencias de agradecimiento a una comunidad académica e institucional consolidada, la desaparición de un tono polémico y de un adversario discursivo, la exclusión de expresiones relativas a la “independencia” y la “política” vinculadas a la tarea de investigación, ofrecen una valorización del texto más acorde con una obra estrictamente académica, justificada con apreciaciones vertidas por el propio autor: “En cuanto a su método, el presente es, antes que un libro de historia de ideas, un libro de historia intelectual’ (2002: 7). Si hemos de reparar en la “Introducción” al Diccionario biográfico..., el párrafo final con sus reconocimientos y agradecimientos valoriza lo que en 1996 (: 13) era anatema, matizado por vínculos que integran al autor con el mundo académico, intelectual y editorial dominante: “Esta obra no se hubiera concretado sin el apoyo que le brindó Ricardo Piglia al postular el proyecto para la Beca Guggenheim, la generosa evaluación que del mismo hicieron Tulio Halperín Donghi, Sandra McGee Deutsch y Michael Lowy, los consejos siempre sabios de Adolfo Gilly y la confianza que desde el inicio le brindó mi editora Mercedes Güiraldes” (2007a: XXX). Cabría plantear un par de preguntas contrafácticas para agilizar la reflexión: ¿cómo se reeditaría El marxismo olvidado en la Argentina en el contexto de la actual trayectoria de Tarcus? ¿Suprimiendo, reformulando o agregando comentarios moderadores a sus “Des/agradecimientos”?

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La perspectiva histórica de Eduardo B. Astesano Comunismo, peronismo y revisionismo histórico -Julio Stortini[Facultad de Filosofía y Letras – Universidad de Buenos Aires y Depto. de Ciencias Sociales – Universidad Nacional de Luján] ([email protected])

Introducción La convergencia entre el revisionismo histórico y el peronismo después de su derrocamiento ha sido destacada en numerosas oportunidades. Si bien durante el gobierno del general Juan D. Perón algunos funcionarios y militantes peronistas habían adherido a una interpretación revisionista del pasado (y lo propio había ocurrido con autores revisionistas convertidos al peronismo), es cierto también que, sobre todo a partir de 1955, una serie de ensayistas, historiadores y publicistas desbrozó el camino para que ese movimiento político asumiera la visión revisionista de la historia argentina. Es de notar que, sin embargo, ese revisionismo histórico ya no se ajustaba exactamente al canon rosista consolidado desde fines de los años ’30, sino que vio renovados sus cuadros y sus interpretaciones -incluso en el propio Instituto “Juan M. de Rosas”- con autores que formaron parte de la corriente que se ha denominado genéricamente “izquierda nacional”. Entre ellos se puede nombrar a Rodolfo Puiggrós, Eduardo B. Astesano, Jorge A. Ramos, Juan J. Hernández Arregui, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde. Junto con José M. Rosa y Fermín Chávez, partícipes de la renovación del revisionismo más clásico, construyeron relatos que procuraban indagar el pasado desde diversas claves interpretativas y teóricas e intervenir en el debate sobre el presente. Esta corriente fue nutrida en sus orígenes por intelectuales marxistas que provenían tanto del trotskismo como del partido Comunista aunque no en forma exclusiva. Su perspectiva histórica se enfrentó con la historiografía liberal y con el revisionismo rosista de la época, incorporando una matriz de análisis materialista que los llevaba a indagar en la estructura económica y social de la Argentina y América Latina en clave antiimperialista. Con el objeto de reconstruir uno entre los diversos mecanismos que permitieron allanar la convergencia entre el peronismo y la interpretación revisionista de la historia se ha elegido, entre aquéllos que mediaron en dicho proceso, a una figura cuya producción ha sido poco abordada. Es el caso de Eduardo B. Astesano, militante comunista de trayectoria similar a la de Rodolfo Puiggrós quien, sin abandonar el marco teórico marxista, se acercó progresivamente al peronismo y más tarde al revisionismo. En esta ponencia se analiza la producción de Astesano entre fines de los años ’30 y mediados de los años ‘60, para indagar de que manera el autor giró desde una posición comunista ortodoxa respecto del pasado argentino hacia otra que le acercó al peronismo y al revisionismo histórico. En esa convergencia colaboró que Astesano pusiera el foco en ciertos tópicos: el desarrollo capitalista temprano de la Argentina, el papel histórico de los sectores populares, la figura de Rosas, el imperialismo, el rol del Estado y la industrialización del país.

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Izquierda nacional, izquierda peronista, marxismo nacional Eduardo B. Astesano ha sido encuadrado dentro de la llamada “izquierda nacional”. Juan J. Hernández Arregui quien se ha atribuido la paternidad del término pretendía designar a un conjunto de autores que aplicaban la teoría marxista al análisis de las características económicas, culturales e históricas concretas de un país dependiente y que adherían a la lucha de las masas contra el imperialismo a nivel nacional, latinoamericano y mundial. Entre sus integrantes mencionaba a Rodolfo Puiggrós, Eduardo B. Astesano, Juan C. Esteban, John W. Cooke, Esteban Rey, Jorge E. Spilimbergo, Silvio Frondizi, Ismael Viñas y al que consideraba más influyente, Jorge A. Ramos.1 Por su parte, otro autor como Norberto Galasso encontraba las raíces de la izquierda nacional en Manuel Ugarte, Alfredo Palacios y Liborio Justo. Para él, era un socialismo enraizado en su realidad y en sus tradiciones que postulaba una Revolución Nacional y que estaba dispuesto a luchar junto aese movimiento nacional por la liberación representando a los intereses de los trabajadores.2 Omar Acha, por su parte, señala que la emergencia de fenómenos populistas y antiimperialistas en América Latina llevó a diferentes respuestas de la izquierda, entre ellas la izquierda nacional. En el caso argentino ésta se definía por una aproximación crítica al peronismo en tanto alianza nacional-popular antiimperialista que impulsaba transformaciones progresivas en materia económica y social que atacaban el carácter semicolonial del país. El proyecto de la izquierda nacional consistía en organizar un partido que representara a la clase obrera y la condujera al socialismo a partir de esa etapa de transición que constituía el peronismo. Acha diferencia esta perspectiva de la llamada “izquierda peronista” (encarnada por Ortega Peña, Duhalde y Hernández Arregui) en tanto ésta asumía la integración plena al proyecto policlasista peronista y al liderazgo de Perón, preservando en todo caso al marxismo como un arma ideológica contra los elementos reaccionarios del peronismo. 3 Más allá de definiciones y clasificaciones que se basan en buena medida en un criterio político, estas diferencias no eran estáticas y evolucionaron con el proceso político, lo que dificulta una delimitación clara entre estas vertientes de izquierda. Es el caso de Astesano, quien se fue situando en un punto de tensión no definitivamente resuelto entre su matriz teórica marxista y su adhesión al peronismo primero en forma crítica y más tarde plenamente. Ello se reflejó, además, en su itinerario historiográfico y en cómo pretendió articular las contradicciones principales y secundarias entre la cuestión nacional, la perspectiva clasista y la lucha antiimperialista. 1 2

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Juan J. Hernández Arregui, La formación de la conciencia nacional (1930-1960), Buenos Aires, Hachea, 1960, pp. 485-486. N. Galasso, La izquierda nacional y el F.I.P., Buenos Aires, CEAL, 1983, pp. 24 y 90-91. Incluye en esta corriente a Ramos, Puiggrós, Astesano, Rey, Spilimbergo y Hernández Arregui. Más recientemente, M. GoebelLa Argentina partida: Nacionalismos y políticas de la historia, Buenos Aires, Prometeo, 2013, pp. 130-156, incluye bajo izquierda nacional, marxismo nacionalista o nacionalismo de izquierda el mismo elenco a los que suma a Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde. Entre otros autores que se detienen sobre esta corriente, F. Devoto, “Reflexiones en torno de la izquierda nacional y la historiografía argentina”, en F. Devoto y N. Pagano (eds.), La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay, Buenos Aires, Biblos, 2004. A. Methol Ferré, “A. Ramos creador de la izquierda nacional” y E. Mignone, “Informe sobre la izquierda nacional, en A. Methol Ferre, La izquierda nacional, Buenos Aires, Coyoacán,1961. C. Altamirano, “Una, dos, tres izquierdas ante el hecho peronista (1946-1955)” y “Peronismo y cultura de izquierda en la Argentina (1955-1965)”, en Peronismo y cultura de izquierda, Buenos Aires, Temas Grupo Editorial, 2001. O. Acha, Historia crítica de la historiografía argentina, V.1: Las izquierdas en el siglo XX, Buenos Aires, Prometeo, pp. 203-208 y 303-304.

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Comunismo Eduardo B. Astesano (1913-1991), oriundo de Córdoba pero afincado desde temprano en la provincia de Santa Fe, se recibió de abogado en la Universidad del Litoral. En la década de 1930 se afilió al partido Comunista y participó en diversos emprendimientos junto a Rodolfo Puiggrós, compañero de itinerario político e ideológico. 4 En esos años ‘30 y primeros ’40 la izquierda desplegó una intensa actividad antifascista a través de diversas organizaciones y publicaciones. En el partido Comunista se fue delineando, en el clima de la nueva estrategia de alianzas con partidos progresistas, una mayor preocupación por el análisis cultural como en el caso de Héctor Agosti y en el campo de la historia a través de Rodolfo Puiggrós. Esta producción permitió articular una perspectiva del pasado de solidez mayor, alineada con la interpretación liberal en la reivindicación del legado democrático y progresista de Mayo y de los héroes como Moreno, Echeverría, Rivadavia, Sarmiento, Alberdi y Mitre, aunque señalando el carácter semicolonial de la Argentina y de los países latinoamericanos con predominio de relaciones feudales y sometidos al imperialismo.5 En esos años, Astesano publicó diversos artículos de corte histórico y mantuvo una polémica sobre la Revolución de Mayo con Alberto D. Faleroni, miembro del partido Aprista Argentino. Allí, Astesano rechazaba el argumento de que la revolución hubiera sido traicionada por una aristocracia feudal que había obrado en favor de sus privilegios y analizaba las clases sociales en la colonia sosteniendo, a diferencia de Faleroni, su existencia pese a que dichas clases no estuviesen perfectamente definidas. Por otro lado, impugnaba el uso que su contrincante hacía de Lenin y Bujarin cuando afirmaba que no había revolución sin teoría revolucionaria. Para Astesano este argumento sólo se podía aplicar al movimiento proletario contemporáneo por lo que la Revolución de Mayo había sido sin duda una revolución. También le discutía a Faleroni el uso del concepto de imperialismo para inicios del siglo XIX, las características destructoras del feudalismo español en América Latina y la negación delstatus científico de la Historia. Por otra parte, Astesano participó en las revistas Argumentos y Orientación, donde publicó artículos sobre la economía del litoral en la época colonial que anticipaban aspectos de su primer libro de carácter histórico Contenido social de la Revolución de Mayo.6 4 5 6

Una síntesis de su biografía se encuentra en H. Tarcus, Diccionario biográfico de la izquierda argentina. De los anarquistas a la ‘nueva izquierda’, 1870-1976, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 30-31. Véase, O. Acha, op. cit.; O. Acha, La nación futura. Rodolfo Puiggrós en las encrucijadas argentinas del siglo XX, Buenos Aires, EUDEBA, 2006; J. Myers, “Rodolfo Puiggrós, historiador marxista-leninista: el momento de Argumentos”, en Prismas. Revista de historia intelectual, nº 6, 2000. Los artículos del debate son: E. B. Artesano (sic), “Contribución al estudio de la Revolución de Mayo”, y “Contribución… Aclaraciones a una contrarréplica”, en Claridad. Revista de Arte, Crítica y Letras, Ciencias Sociales y Política, a. XVI, nº 315 y 317, julio y septiembre de 1937, respectivamente. A. D. Faleroni, “La verdad sobre nuestra Revolución de Mayo”, “Valor histórico de la Revolución de Mayo. Contrarréplica al artículo de Eduardo B. Artesano (sic) ‘Contribución …” y “Alrededor de nuestro pasado histórico. Poniendo punto final a una polémica”, en Claridad…, a. XV-XVI, nº 313, 317 y 318 de mayo, septiembre y octubre de 1937, respectivamente. Los artículos de Argumentos son: “Don Domingo Cullen, comerciante progresista”, en Argumentos, a. 1, nº 9, julio de 1939, pp. 21-26 e “Instrumentos de la producción y el transporte empleados en el litoral argentino en la época colonial”, en Argumentos, a. 1, nº 3, enero de 1939, pp. 269-277. Esta revista era dirigida por Puiggrós. Para el partido Aprista Argentino, véase, L. Sessa, “ ‘Semillas en tierras estériles’. La recepción del APRA en la Argentina de mediados de la década de los treinta”, en Sociohistórica/Cuadernos del CISH, segundo semestre de 2011, pp. 131-161.

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En este libro el autor elaboró un esquema sobre la historiografía de Mayo que seguía los trabajos de Rómulo Carbia, aunque le criticaba orientar su análisis en función del aspecto metodológico y de las rencillas entre escuelas e historiadores.7Astesano ponía énfasis en el “medio histórico”, es decir, el clima social y las condiciones materiales en que se desarrollaba su tarea (archivos, asociaciones, cátedras, salarios, etc.), el clima mental y la influencia de la tradición historiográfica. También operaban sobre el historiador prejuicios sociales y tradiciones, como su propia experiencia como político, militar, jurista o religioso. Astesano reclamaba una historia social integral, que abordara todos los aspectos que ni la historia erudita con su foco en lo político, ni la interpretación económica unilateral (como la de Jacinto Oddone) podía ofrecer. Pese a que creía que la Nueva Escuela Histórica había superado parte de estos límites le reprochaba la ausencia de un criterio unificado sobre el pasado. Por ejemplo, criticaba a Ricardo Levene por padecer de un evolucionismo simplista que ignoraba la evolución dialéctica y la correlación de fuerzas y clases y rescataba a Diego L. Molinari que combinaba lo estático y lo dinámico, lo social y lo individual y dónde lo económico ocupaba el lugar adecuado dentro del conjunto de la actividad humana. 8Significativamente no mencionaba al revisionismo histórico al que la revista Argumentos había atacado duramente. Al Instituto de Investigaciones Históricas “Juan M. de Rosas” (en adelante IIHJMR), fundado en 1938,9lo consideraba parte de una ofensiva reaccionaria dada la filiación derechista de casi todos sus miembros. El autor del artículo sostenía que su rechazo a los valores democráticos y liberales encubrían un fascismo que intentaba pasar como un movimiento con raíz histórica nacional. Además, su antiimperialismo era falso ya que pretendía facilitar la penetración política y económica del fascismo europeo. Por su parte, el IIHJMR no dudó en contraatacar a través de diversos artículos. En uno de ellos, Vicente D. Sierra criticaba la obra de Rodolfo Puiggrós y la de Eduardo B. Astesano ya que entendía que era parte de una ofensiva que pretendía dar carácter científico a “todas las mentiras difundidas por las derechas sobre la historia nacional”. 10 En Contenido…, Astesano planteaba la lucha entre fuerzas estáticas encarnadas en la sociedad virreinal frente a las revolucionarias, dinámicas, que al destruir las formas feudales de la colonia daban paso a una nueva sociedad a partir de Mayo. El autor analizaba las clases dirigentes y trabajadoras, el medio físico, la tecnología, las instituciones económicas y el estado colonial en forma analítica, no cronológica. Astesano establecía módicas referencias teóricas sin traducir explícitamente la matriz marxista de su mirada. Pese a ello, 7 8

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E. B. Astesano, Contenido social de la Revolución de Mayo. La sociedad virreinal, tomo primero, Buenos Aires, Problemas, 1941.En un segundo tomo, no publicado finalmente, anunciaba el análisis del derecho, la psicología social y el pensamiento dominante. Rescataba el valor de la publicación de la Historia de la Nación Argentina de la Academia Nacional de la Historia pero señalaba un defecto orgánico producto de esa diversidad interpretativa y la falta de ponderación de los temas tratados, además de otras ausencias (por ejemplo, las técnicas e instituciones económicas coloniales) y errores como analizar las clases sociales como castas. En Argumentos se había creado una sección de historia argentina que propugnaba su estudio desde el punto de vista del proletariado en aras de superar lo que consideraban una historiografía elaborada en función de los intereses de las clases dominantes. Véanse“Historia Argentina. Nuestras intenciones”, Argumentos. Revista mensual de Estudios Sociales, a. 1, nº 1, pp. 95-95 y C. Cabral (?), “Historia Argentina. Plan para el estudio de la historia colonial argentina”, en Argumentos… a.1, nº 2, diciembre de 1938, pp. 183-185; C. Cabral, “Historia Argentina. El Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas”, en Argumentos..., a. 1, nº 4, febrero de 1939, pp. 359-364. C. Steffens Soler, “Reacción comunista contra el Instituto de Investigaciones Históricas Juan M. de Rosas – La nacionalidad – Un ministro y un miembro del Consejo Nacional de Educación”, en RevistaIIHJM, nº 2-3, agosto de 1939, pp. 130-149. V. D. Sierra, “Rosas, el marxismo y la historia contemporánea”, en RIIHJMR, nº 5, julio de 1940, pp. 123-141 y V. D. Sierra, “El historicismo ‘científico’ al servicio del antirrosismo”, en RIIHJMR, nº 10, julio-agosto de 1942, pp. 53-74. La cita corresponde a este último artículo.

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su análisis partía de una concepción materialista cuando señalaba que toda investigación histórica debía partir lógicamente de las necesidades “fundamentales” de la sociedad y de cómo satisfacerlas. El análisis económico-social de Astesano se iniciaba con la estancia colonial, la producción de cueros y su intercambio por productos manufacturados europeos. Astesano consideraba que la ganadería y la estancia colonial, en particular, se constituían en los ejes por los cuales se comprendía el régimen social de la colonia para principios del siglo XIX. A partir de 1810 nacía la estancia moderna con la intensificación de la venta de carne salada que exigía otra tecnología. Analizaba también la manufactura colonial -básicamente saladeros y jabonerías, pero las consideraba como una excepción dado que predominaba el taller artesanal. La manufactura recién se desarrollaría después de Mayo al romperse las trabas feudales. 11 Astesano enfatizaba el papel dominante del capital comercial (sobre todo el monopolista) sobre la producción agrícola-ganadera. A esa burguesía comercial dedicada al comercio local e internacional, al contrabando y al tráfico de esclavos, le otorgaba un carácter progresista. Después de 1810 estaría destinada a dominar la política argentina dados sus vínculos con los ingleses a partir de las invasiones y, definitivamente, luego de Mayo. En la lucha contra el monopolio español, reconocía en Manuel Belgrano y en Mariano Moreno los grandes hombres de Mayo y, una vez rotas las trabas feudales, en Rivadavia , al gobernante progresista. De Juan Manuel de Rosas, señalaba su habilidad para apropiarse de tierras y dominar la producción saladera y el comercio del tasajo. En base a este poder económico había podido establecer su dictadura y consolidar el latifundio en gran escala. Con respecto a las clases trabajadoras (artesanos, campesinos, gauchos, esclavos, indios) consideraba que habían estado excluidos de los acontecimientos políticos y sólo Mayo los había despertado de su letargo político. El gaucho había existido al margen de la economía feudal hasta que con Rosas había sido incorporado al trabajo de estancias y saladeros. Astesano sostenía que los conflictos que se daban en la sociedad colonial eran por cuestiones de clase y no raciales. En función del papel que jugaba cada agregado social en la producción se enfrentaban artesanos blancos y esclavos, españoles y extranjeros, monopolistas españoles y comerciantes excluidos, estancieros y gauchos e indios. Era una sociedad caracterizada por una base inmensa de productores directos desposeídos bajo el control de los grandes estancieros y comerciantes. En este contexto, el estado colonial era visto como el instrumento de los intereses de los grupos económicos y políticos dominantes a través del ejercicio de la violencia social. Astesano sostenía una visión dinámica del Estado, en cuanto a su relativa autonomía y como producto de la correlación de clases en cada momento histórico. Pese a lo indicado, en este libro Astesano no lograba precisar conceptualmente con claridad el sistema productivo colonial y la nueva etapa que se abría con la Revolución de Mayo. Las referencias a las formas y trabas feudales aludían a los inconvenientes del intercambio de bienes provocados por el monopolio español o a una economía mayormente circunscripta a un mercado local y regulado que impedía el progreso y desarrollo productivo manufacturero, más que a las relaciones de producción.12 Esta obra fue la más importante durante su permanencia en el partido. Posteriormente, publicó dos artículos en Orientación, destacándose el relativo al análisis de los aconteci11

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El libro tiene numerosas citas de periódicos, relatos de viajeros, memorias, biografías, repertorios documentales. Además de sus referentes Juan Álvarez, Diego L. Molinari, Emilio Coni y Rodolfo Puiggrós, se apoyaba en Vicente F. López, Paul Groussac, Ricardo Levene, Ricardo Caillet-Bois, Rómulo Zabala y Enrique de Gandía, Juan A. García, Sergio Bagú y José Ingenieros, entre otros. E. B. Astesano, Contenido …, op. cit., pp. 37, 141, 161, 162, 222.

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mientos militares del período 1806-1810. Para Astesano, éstos habían generado una clara conciencia democrática en el pueblo que había entrado en el escenario político a través de la organización de la milicia que terminaría imponiendo el nuevo gobierno de 1810.13

Peronismo En 1946 la irrupción del peronismo generó un cisma interno en el partido Comunista que llevó a la expulsión de Puiggrós, Astesano y un grupo de obreros ferroviarios en Buenos Aires. En una primera etapa, los disidentes conformaron el Movimiento Pro Congreso Extraordinario (1947-1948) y luego el Movimiento Obrero Comunista (1949-1956), cuyo órgano fue el periódico Clase Obrera (1947-1956) dirigido por Puiggrós, donde participaron además de Astesano, Reinaldo Frigerio, Próspero Malvestitti, Juan Vigo y Oscar Masotta. Los expulsados criticaban a la dirigencia (Víctor Codovilla, Rodolfo Ghioldi) mantener un enfrentamiento con Juan D. Perón que hacía persistir al partido en una posición que ignoraba el apoyo prestado por la clase obrera al gobierno electo.14Por el contrario, el grupo disidente planteaba el apoyo a un gobierno que expresaba los intereses de una burguesía nacional industrialista y la lucha contra el imperialismo en un país semicolonial. Durante el gobierno peronista, Astesano fue asesor de la Federación Gremial del Comercio e Industria de Rosario que representaba a pequeños y medianos empresarios y dirigió su revista. Publicó en ella algunos artículos y editoriales que anticipaban y reproducían sus libros publicados en esta época, además de otros específicos sobre convenios colectivos de trabajo y el fuero laboral, las funciones del Banco Central, la industria textil, la industria pesada y la participación del Estado en la economía.15 Al mismo tiempo participó en el Instituto de Estudios Económicos y Sociales (en adelante, IEES) que dirigía Juan Unamuno y colaboró en su periódico Argentina de Hoy (1951-1955) que apoyó al peronismo desde una posición de izquierda. En este instituto, propiciado y financiado por el gobierno se reunieron socialistas y comunistas que mantuvieron contactos frecuentes con Perón en los que intervino Astesano.16 El instituto se proponía una tarea técnica y político-ideológica de apoyo al gobierno, tanto en el estudio de problemas económicos y sociales concretos que promovieran la independencia económica conducida por el Estado, como en el de la fundamentación del camino al socialismo. En 1949 Astesano publicó la Historia de la Independencia Económica. En la primera parte realizaba una síntesis de la evolución económica desde el “precapitalismo colonial” hasta la génesis del capitalismo agropecuario. En la segunda, analizaba el desarrollo industrial 13

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E. B. Astesano, “El Saavedra ‘liberal’ del Doctor R. Levene”, enOrientación, a. V, nº 213, 24 de julio de 1941, p. 7. E. B. Astesano, “Aspectos militares de la Revolución de Mayo”, en Orientación, a. VII, nº 296, 20 de mayo de 1943, pp. 5-6.Orientación era dirigida por Ernesto Giúdici y colaboraban Rodolfo Puiggrós, Aníbal Ponce, Luis V. Sommi, Rodolfo Ghioldi, Victorio Codovilla, Juan J. Real y Paulino González Alberdi. Véase,C. Altamirano, “Una, dos, tres izquierdas…”, op.cit., pp. 22-26; Acha, Historia crítica...,op. cit., pp. 173-175 y 217-223 y La nación…, op. cit.;S. Amaral, “Peronismo y marxismo en los años fríos: Rodolfo Puiggrós y el Movimiento Obrero Comunista, 1947-1955”, en Investigaciones y ensayos, nº 50, Academia Nacional de la Historia, 2000. Véase, S. Simonassi, “El Peronismo y la ‘burguesía nacional’ desde la perspectiva de Eduardo Astesano”, en Naveg@mérica. Revista electrónica, Asociación Española de Americanistas, nº 12, 2014, pp. 1-20. Véase, C. M. Herrera, “Socialismo y ‘revolución nacional’ en el primer peronismo. El Instituto de Estudios Económicos y Sociales”, E.I.A.L, v. 20, nº 2, 2009, pp. 89-113.

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y la formación de una conciencia industrialista hasta llegar a los años peronistas. Definía al libro como una historia política de la industria argentina conformada por una serie de etapas progresivas. Con un fuerte sesgo economicista abordaba las variables económicas clásicas como producción, productividad, innovaciones tecnológicas, ciclos, comercio, papel del capital extranjero, sin apelar mayormente en su explicación a los cambios políticos y sociales ocurridos en el país.17En general, Astesano seguía los lineamientos señalados en 1941 aunque había una mayor rigurosidad en lo conceptual. El precapitalismo colonial era definido como un sistema derivado del feudalismo español caracterizado por una economía doméstica basada en la producción familiar y la mano de obra indígena y esclava que producía para las propias necesidades en ausencia casi de mercados. Pese a que la Revolución de Mayo había abierto la economía cerrada de tipo precapitalista al mercado internacional y no obstante las tentativas teóricas y legislativas de Belgrano, Moreno y Rivadavia para desarrollar la actividad agrícola, el desarrollo de las manufacturas regionales y atraer capital extranjero. Astesano sostenía que sólo se había desplegado la producción ganadera del litoral, base económica que había llevado a Rosas al poder. Definía sin matices su posición frente a Rosas: su “dictadura” había frenado el impulso renovador de la burguesía mercantil al detener la formación del mercado interno y la eliminación de formas precapitalistas de producción. El progreso había quedado reducido así a los ganaderos y saladeristas porteños mientras el resto del país había vuelto a sus formas coloniales. Astesano convertía el período rosista en un paréntesis después del cual se retomaba la “dirección progresista” bajoJusto J. de Urquiza, apoyado por el Interior y más tarde por Bartolomé Mitre desde Buenos Aires.18 Después de Caseros, el desarrollo económico se completaba con la colonización agrícola que se había desenvuelto en términos capitalistas a través del arrendamiento y el asalariado y había permitido que la Argentina se insertara en el mercado mundial de cereales. A ello se sumaba la unificación del mercado interno por el ferrocarril que había eliminado la economía doméstica y artesanal del interior y a los caudillos, su expresión política, acelerando el proceso de “formación de la nación argentina” bajo el control de Buenos Aires. Astesano encontraba revolucionarios los cambios producidos por el liberalismo plasmado en la Constitución de 1853,en el Código Civil y en otras normas que daban seguridad legal a las transacciones y contratos y suprimían formas jurídicas feudales de origen español. Un tanto contradictoriamente, sin embargo, Astesano sostenía que para 1875 todavía persistían formas agrícolas y artesanales precapitalistas, pese a que el comercio había empujado el desarrollo manufacturero y fabril de industrias básicas como saladeros, barracas y la producción de vinos, yerba y azúcar. Para el autor existía un equilibrio entre formas feudales y capitalistas. Las manufacturas, primera expresión del capitalismo, habían quedado atadas a la burguesía porteña y a los ganaderos en Buenos Aires y a algunas provin17

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E. B. Astesano, Historia de la independencia económica. Aporte a la formación de una conciencia industrial argentina, Buenos Aires, El Ateneo, 1949. Astesano utilizaba una amplia bibliografía ya citada en su libro anterior, además de libros de viajeros, memorias, autobiografías, debates parlamentarios, discursos en cámaras empresariales y monografías sobre industrias. El libro incorporaba un apéndice con cuadros estadísticos de población, consumo, número de establecimientos, mano de obra y energía utilizados en la industria. En el mismo texto se hallan curvas de consumo y producción, mapas ferroviarios, mineros y energéticos. Carlos Pellegrini ilustraba la tapa del libro dado que se rescataban sus ideas acerca de la protección de la industria. Para esta época, Astesano también publica desde una perspectiva técnica, Teoría y práctica sobre zona económica argentina, Rosario, Editorial Rosario S. A., 1950. Astesano adhería a las tesis de Puiggrós en La herencia que Rosas dejó al país, cuando criticaba al Restaurador la defensa de una economía pastoril, mantener formas arcaicas de producción y de relaciones de clases y rechazar el capital extranjero transformador.

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cias del Interior y convivían con el amplio artesanado independiente y la pequeña economía agraria, residuos del sistema feudal. Hacia fines del siglo XIX para Astesano se había producido la mecanización fabril producto de la competencia internacional. El autor describía desde una perspectiva tecnológica-progresista, trapiches, molinos, bodegas, frigoríficos y talleres mecánicos. Pero más que el proceso de industrialización, a Astesano le interesaba rastrear los orígenes de una conciencia industrialista y los hallaba en Carlos Pellegrini, a quien citaba largamente. Él había iniciado la defensa del proteccionismo industrial en el debate sobre la ley de aduanas de 1875 y había sido continuado por otros, como el presidente de la Unión Industrial Argentina, Luis Colombo y por miembros del Ejército como el general Enrique Mosconi. Ahora esa defensa era encarnada por el gobierno peronista - alianza entre el Ejército, la burguesía industrial y la clase obrera-que, mediante la política de nacionalizaciones, el control de cambios y el monopolio del comercio exterior, estaba enfrentando al capital agropecuario en alianza con los intereses británicos ya la presión financiera internacional estadounidense que intentaba ahogar el desarrollo independiente de América Latina. Si en estos años, Astesano todavía no había modificado su perspectiva histórica, políticamente sí consolidó su acercamiento al peronismo, lo que derivaría finalmente en una transformación de su mirada sobre el pasado en clave nacional y antiimperialista.19Si en Historia de la Independencia Económica, Astesano había definido al gobierno peronista como impulsor de la independencia nacional a través de las políticas económicas emprendidas, dos años más tarde, definía esa experiencia como “revolución nacional”. Para entender este fenómeno político, Astesano incorporaba algunos aspectos teóricos que proporcionaban los escritos de Mao Tsé Tung.20Para Astesano, China era un ejemplo de revolución nacional y modelo para los países semicoloniales en lucha contra el imperialismo. Esa fase presocialista había sido definida por Mao como “revolución de nueva democracia”, en definitiva, parte de una revolución socialista proletaria mundial que se había iniciado en 1917. Según Mao, no importaba que clases participaran en la revolución siempre que se opusieran al imperialismo. Por ende, Astesano entendía que la Revolución Justicialista formaba parte del frente socialista revolucionario contra el frente capitalista contrarrevolucionario e imperialista. El autor no tenía dudas de que el movimiento justi19

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Esto se refleja en diversos artículos de su autoría como “Las dos concepciones del nacionalismo”, “Nacionalismo burgués, pero revolucionario” y “Qué es la nación”, en Clase obrera. Órgano del Movimiento Obrero Comunista, nº 47, pp. 5-6, nº 51, p. 4 y nº 55, pp. 11-13 de enero, mayo y setiembre de 1955 y en “Una concepción reaccionaria : ‘América Latina: un país’”, en Ibidem, nº 49, marzo de 1955, p. 14, donde a diferencia de Jorge A. Ramos, autor de dicho libro, Astesano reconocía la existencia de comunidades previamente constituidas durante el período de dominio español. Por lo tanto, rechazaba la tesis de balcanización de una pretendida Nación Sudamericana (inexistente por la falta de vínculos económicos sólidos), producto de la acción imperialista, que se daría recién en la segunda mitad del siglo XIX. Astesano aceptaba la posibilidad de proyectos de unidad económica o un estado multinacional pero siempre que se reconocieran las diferencias nacionales. La respuesta de J. A. Ramos, en “La unidad latinoamericana vista por E. B. Astesano”, en Izquierda, nº 2, septiembre de 1955, reproducido en J. A. Ramos, Entre pólvoras y chimangos. Las mejores y más filosas polémicas del Colorado, Buenos Aires, Octubre, 2014, pp. 202-210. E. B. Astesano, Ensayo sobre el Justicialismo a la luz del Materialismo Histórico (del 4 de Junio al IIº Plan Quinquenal), Rosario, ed. del Autor, 1953. Véase S. Amaral, “Una ‘interpretación maoísta del peronismo’: Eduardo Astesano y la revolución de la nueva democracia”, en Universidad del CEMA, Serie Documento de trabajo nº279, diciembre 2004. www.ucema.edu.ar/publicaciones. En realidad, si bien los conceptos de Mao ordenan el ensayo, estos convivían con citas de Marx, Engels, Stalin y Sweezy. Astesano, por otra parte, rechazaba la necesidad de una reforma agraria y de luchar contra el latifundio y citaba el caso chino dentro de un conjunto de diversas experiencias revolucionarias como las de Bolivia, Irán y Egipto.

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cialista por su composición de clase (proletarios, militares, pequeña burguesía y burguesía industrial) y por sus objetivos políticos y económicos antiimperialistas debía considerarse como parte de un movimiento más general al socialismo que luchaba por la autodeterminación nacional. Aquí encontraba su lugar la teoría marxista, ya que ésta debía colaborar en el desarrollo de la doctrina justicialista y dotarla de una lógica revolucionaria dada la complejidad de un proceso donde se confrontaban intereses, ideas y sentimientos de diferentes clases sociales. Ello permitiría al “conductor político” llevar el rumbo dentro de la “marea de contradicciones” y de aspectos reaccionarios en materia política e ideológica que Astesano no se preocupaba en señalar. Esa revolución nacional incluía actores como el Ejército, cuyo papel no había sido ajeno a las preocupaciones comunistas y que tampoco lo era ahora para Astesano quien ponía especial énfasis en su rol industrializador y en su unidad con el pueblo, específicamente con la clase obrera. Frente a una burguesía industrial dividida y sin un partido político, el Ejército se había convertido en el sector más fuerte de la burguesía nacional. En esta conjunción de fuerzas destacaba la importancia que Astesano le otorgaba a la figura de Juan D. Perón y al mito de Eva Perón al haber unido la lucha por la liberación nacional con la organización y elevación del nivel de vida de los trabajadores.21Astesano -apoyándose en Engels- sostenía que en equilibrio inestable, Ejército y clase obrera eran las fuerzas motoras de la revolución. Pero la clase revolucionaria por excelencia seguía siendo para Astesano el proletariado. En la etapa de la Nueva Democracia era legítimo el beneficio capitalista para asegurar la unidad y la lucha antiimperialista pero era la clase obrera la que debía impedir que el capital privado, nacional o extranjero dominara la vida nacional. Bajo esta armonía social, propugnada por el peronismo, se hallaba la contradicción de clases. En la interpretación política de Astesano, ésto ponía en tensión la cuestión de clase, con el papel de un Estado industrialista y con el liderazgo de Perón que, según el propio autor, promovía la liberación nacional; era la disyuntiva entre las contradicciones principales y secundarias. Astesano explicaba que el Estado en la Nueva Democracia había destruido el aparato de explotación capitalista exterior mediante las nacionalizaciones y la creación de agencias gubernamentales diversas como el I.A.P.I., el Banco de Crédito Industrial y el Banco Central. Esta “Economía de Estado” era diferente a otros casos nacionales ya que en éstos se tendía a mantener el viejo sistema de producción agraria de tipo semifeudal que sería transformado por la revolución agraria y la formación de un capitalismo pequeño burgués agropecuario. En la Argentina no era necesaria una reforma agraria como en China, Egipto, Irán o Bolivia. Astesano insistía en la necesidad de una revolución industrial pesada como lo había señalado Stalin para la Unión Soviética. ¿Cómo acompañar desde la izquierda este proceso? El autor no aclaraba si era necesario construir un partido político que llevara a los trabajadores al socialismo y tampoco cómo llegar concretamente a esa meta. En todo caso, parecía proponer un soporte teórico crítico que acompañara ese proceso cuya conducción la delegaba al movimiento y gobierno peronista. Integrándose o no al peronismo, la opción clasista de Astesano apuntaba a fortalecer a la clase obrera constituyéndose en su guía teórica en pos de alcanzar una “economía social” para luego encaminarse al socialismo.22 21 22

Astesano sehabía reunido con ambos como miembro del IEES. El impacto que ambos le habían producido le habían llevado a abandonar los últimos prejuicios y apoyar sin reservas las nacionalizaciones, la reforma constitucional y la reelección. E. B. Astesano, Ensayo …, op. cit., p. 11. Astesano publicó poco después su aporte teórico: Carlos Marx, El Capital, tomo 1. Síntesis y adaptación a la economía argentina, Buenos Aires, Clase obrera, 1955. Prólogo de R. Puiggrós. Aquí Astesano va intercalando en los capítulos referidos a la producción de plusvalía, división del trabajo, acumulación originaria, etc., el proceso económico-social argentino, basándose sobre todo en su libro

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Dos años antes, en 1951, Astesano había publicado un libro sobre San Martín.23 Además de sintetizar los aspectos generales que caracterizaban el sistema productivo de principios del siglo XIX, expuesto en sus libros anteriores, el autor realizaba una serie de consideraciones sobre la figura de San Martín y los efectos económicos de su estrategia. Astesano enfatizaba lo que denominaba la “función rectora del héroe”, rescatando los méritos ya señalados por diversos autores y agregándole su capacidad organizativa que había impulsado diversas actividades económicas en todo el país. Astesano sostenía que existían dos caminos hacia el desarrollo capitalista. Uno era el dependiente, basado en un estado prescindente y en el librecambio, complemento del desarrollo industrial británico. El otro, el independiente, pretendía organizarse alrededor de algunas ramas fabriles sostenidas por un estado proteccionista. El Ejército de San Martín, afirmaba el autor, se convertía en el lejano origen de la independencia económica alcanzada con Perón. ¿Por qué? Porque San Martín había cumplido el mismo papel progresista de Napoleón en Europa: destruir el “fraccionamiento feudal” generando una revolución económica y la integración del mercado sudamericano con el apoyo de la manufactura inglesa. Astesano consideraba que esta alianza había sido necesaria y progresista ya que había permitido romper el molde colonial por la falta de capitales y mano de obra, aunque en una relación de subordinación con el capital inglés. San Martín, a diferencia de Napoléon, había organizado un ejército en un país semidesértico, sin industria y en base a la producción ganadera. Las necesidades militares habían impulsado la transformación -aunque efímera- de los sectores artesanales en manufactureros en diversas provincias para proveer vestuario, aperos, armas y municiones.24 Una década después, en 1961, Astesano publicó una selección del libro de San Martín. Lo parcialmente novedoso de esta publicación era el último capítulo Una gran operación capitalista. Para Astesano, San Martín había utilizado una serie de fuerzas económicas en una operación militar capitalista donde se fundían los intereses del capital extranjero y los de las burguesías portuaria, ganadera y del Interior. Sin escatimar los términos, afirmaba que la gesta sanmartiniana había resultado una “verdadera revolución burguesa de tipo intervencionista” donde toda la sociedad se había puesto bajo su conducción al servicio de un “Estado revolucionario” para lograr la liberación nacional.25

Revisionismo Histórico Caído el gobierno del general Perón, Astesano fue detenido en 1956 al quedar vinculado con el levantamiento del general Juan José Valle. En los años siguientes profundizará su acercamiento al peronismo y al revisionismo dirigiendo la publicación Columnas del Nacionalismo Marxista (1957) y más tarde, en 1963-1964, el periódico Relevo y colaborando en otras publicaciones. Además de la reedición del libro sobre San Martín indicada, publicó el

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Historia de la independencia económica. E. B. Astesano, La movilización económica en los ejércitos sanmartinianos, Buenos Aires, El Ateneo, 1951. Era el resultado de un trabajo presentado en el Congreso Nacional de Historia del Libertador General San Martín realizado en Mendoza el año anterior. Para ello había recurrido a más de dos centenares de documentos que transcribía largamente en esta obra. Además, incorporabaun apéndice con documentación económica. También resaltaba su concepción jacobina al asumir decisiones radicales como, por ejemplo, las confiscaciones y la incorporación forzosa de esclavos a fin de armar a su ejército. San Martín y el origen del capitalismo en la Argentina, Buenos Aires, Coyoacán, 1961, pp. 59-61. Coyoacán era dirigida por Jorge A. Ramos.

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que tal vez fuera su libro más difundido, Rosas. Bases del nacionalismo popular (1960), y más tarde, Martín Fierro y la justicia social (1963) y La lucha de clases en la historia argentina, 15151964 (1964). En estos primeros años de proscripción del peronismo se abrió para toda la izquierda una serie de expectativas y desafíos en cuanto a su relación con el peronismo, con la clase obrera y con la misma interpretación del fenómeno peronista. Esto se manifestó sobre todo en la producción de autores como Puiggrós, Ramos y Hernández Arregui, que intentaron dar cuenta del fenómeno peronista pero también del pasado argentino y de cómo se engarzaba con el presente.26En este clima, Astesano participó en emprendimientos como la publicación Columnas del Nacionalismo Marxista que, como decía Fermín Chávez, se podía inscribir en una intensa actividad periodística clandestina y semiclandestina que luchaba contra la línea Mayo-Caseros y el colonialismo.27 Esa efímera publicación reflejaba los vínculos y diálogos entre intelectuales de distinta procedencia ideológica que la caída del peronismo había fomentado, pero que la dinámica política tensaría a futuro. La publicación tenía un carácter eminentemente político, reflejo de la coyuntura de 1957, momento en el que el gobierno provisional del general Pedro E. Aramburu había convocado a elecciones para una Convención Constituyente que debía confirmar la derogación de la Constitución de 1949 y revisar la de 1853.Desde la publicación se hacía un llamamiento a consolidar un Frente Nacional basado en los sectores populares y nacionales que enfrentara al gobierno. No obstante, desde un punto de vista clasista, se planteaba que la hegemonía social y política le correspondía a la clase obrera y al partido peronista. 28 La dirección de la revista en manos de Astesano se transparentaba en artículos sobre la defensa de la industria pesada, la función del Ejército en materia económica, el nacionalismo económico y cultural, todos temas que le habían preocupado anteriormente. Astesano publicó en Columnas dos artículos en los cuales analizaba los diferentes tipos de nacionalismo que habían caracterizado nuestra historia y señalaba la necesidad de volver a recomponer la unidad entre las fuerzas armadas, la clase obrera y ahora también la clase media para conformar el nuevo movimiento de liberación nacional.29 El artículo más importante versaba sobre Juan M. de Rosas, donde Astesano reconsideraba positivamente su papel no sólo como propulsor de la expansión ganadera capitalista sino también como luchador por la independencia contra la burguesía mercantil y el capital europeo, contradiciendoe l carácter retrógrado que le había adjudicado en su libro de 26 27

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Véase, C. Altamirano, “Peronismo y cultura…”, op. cit. También, M. E. García Moral, “Izquierda nacional, peronismo de izquierda y usos del pasado”, ponencia disponible en www. jornadasdesociologia2015.sociales.uba.ar. F. Chávez, “Introducción”, en Columnas del Nacionalismo Marxista. Avanzada del Frente de Liberación Nacional, Martín Coronado, El Calafate ed., 2001 (edición facsimilar).De esta revista se publicaron tres números entre mediados de julio y principios de septiembre de 1957. Entre las firmas figuraban marxistas nacionalistas, antiguos revisionistas y militantes peronistas: Fermín Chávez, Juan P. Oliver, Antonio Castro, John W. Cooke, Elías Castelnuovo, Juan M. Vigo y Victorio Belavita. Estos dos últimos habían pertenecido al Movimiento Obrero Comunista. En la revista se reflejaba la dinámica internacional ligada a los procesos de descolonización y a las luchas del Tercer Mundo. Aparecían textos de Gamal A. Nasser, sobre la Bolivia del Movimiento Nacionalista Revolucionario y escritos de dirigentes comunistas como Wladislaw Gomulka y Ales Bebler acerca de la relación del socialismo con la cuestión nacional. “Frente nacional”, en Columnas..., op.cit.,a. 1, nº 2, 4 de agosto de 1957, pp. 30-32 y “Juntos… pero no entreverados”, en Columnas…, op. cit.,a. 1, nº 3, 1º de septiembre de 1957, pp. 31-32. E. B. Astesano, “Origen histórico del nacionalismo popular”,en Columnas…, op. cit., a. 1, nº 1, 14 de julio de 1957, pp. 5-7 y “De la unidad de pueblo y ejército”, en Columnas…, op. cit., a. 1, nº 2, 4 de agosto de 1957, pp. 13-14.

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1949.30 El libro que Astesano publicó poco después sobre Rosas tuvo como inspiración la biografía sobre el Restaurador de Manuel Gálvez, que había leído estando en prisión, y la obra de José M. Rosa. El autor convertía a Rosas en el mejor ejemplo de los empresarios especuladores que “marcharon a la conquista capitalista de la campaña” al controlar buena parte de los intereses comerciales y productivos del litoral y al usar el poder político “para forjar las leyes económicas naturales de la acumulación capitalista”. Una vez más, Astesano reiteraba una vez más su análisis del proceso que había llevado de la vieja estancia colonial a formas desarrolladas de capitalismo a través de la valorización creciente de ganados y tierras vinculada a la demanda del mercado mundial, pero ahora bajo un ropaje conceptual más elaborado: acumulación originaria del ganado y la tierra, renta absoluta de la tierra, plusvalía, ley del desarrollo desigual, etc.31 Astesano señalaba que la necesidad colectiva creciente de imponer un nuevo orden político, militar y económico había hecho que las miradas se dirigieran a quien había logrado un orden semi-militarizado en la campaña logrando convertir a la estancia en una empresa productiva de primera magnitud. Así, se había implantado una dictadura (a veces hablaba de tiranía, otras de dictadura popular o progresista) en el plano político haciéndose necesaria la violencia como “factor de progreso social y de cohesión nacional“. Además, con la ley de Aduanas de 1835, Rosas había reconstruido la unidad económica del país empalmando el desarrollo capitalista ganadero con el fabril de Buenos Aires y del Interior, con un programa que rescataba parcialmente los intereses de la pequeña burguesía mercantil y manufacturera de todo el país en un “federalismo nacionalista de proteccionismo aduanero”.32 Rosas había encarnado así, “el segundo movimiento de liberación nacional” contra las potencias europeas que pretendían controlar nuestro desarrollo capitalista. Aquí Astesano, alineado con los tópicos del revisionismo tradicional, recurría al legado del sable de San Martín y a la Vuelta de Obligado para señalar la línea histórica que unía a San Martin (primera etapa de liberación) con un Rosas enfrentado a la alianza de Gran Bretaña y Francia con la burguesía mercantil del litoral. En el libro se trataba de determinar las características de la revolución popular en la Argentina dentro de las revoluciones nacionales y populares burguesas en el período de ascenso capitalista. Astesano rastreaba esa revolución popular en tres momentos: las Invasiones Inglesas con la creación de la milicia urbana y su papel central en las jornadas de Mayo, las montoneras, producto del conflicto Interior-Buenos Aires y del desarrollo desigual que había destruido el sistema productivo tradicional, y el régimen de Rosas que había contado con el apoyo de los gauchos y de la plebe urbana. Estos procesos de lucha política y militar habían generado la alianza entre las dos fuerzas nacionales: el Pueblo y el Ejército. En ellas, los sectores populares (“pueblo en armas”) no habían podido actuar como una clase independiente con su propio programa y habían quedado subordinados a la burguesía, a diferencia de las revoluciones populares del siglo XX, en las que la clase obrera había intentado lograr la hegemonía del proceso. 30 31

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E. B. Astesano, “Rosas y la revolución burguesa”, en Columnas,…, op. cit., a. 1, nº 3, 1º de septiembre de 1957, pp. 1-8. Rosas. Bases del Nacionalismo Popular, Buenos Aires, A. Peña Lillo, 1960. El año anterior la editorial lo publicitaba con el título de Rosas el Primer Capitalista Argentino. El político como hombre de empresa.A posteriori, el autor consideró que, al haber privilegiado una mirada nacional, este libro lo había incorporado al revisionismo histórico. E. B. Astesano, Nacionalismo histórico o Materialismo histórico, Buenos Aires, Pleamar, 1972, p. 208. E. B. Astesano, Rosas, op. cit., pp. 46 y 51. Respecto de la ley de Aduanas, el autor seguía la interpretación de J. M. Rosa en Defensa y pérdida de nuestra independencia económica.

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El autor transitaba así la tensa cuerda entre una interpretación clasista y una que pretendía poner en su centro la cuestión nacional, entre un Rosas como resultado de condiciones objetivas y el líder todopoderoso que proponía el revisionismo clásico. Entre un Rosas, expresión de la burguesía ganadera a otro que encabezaba un movimiento popular, nacional y antiimperialista. Se podría afirmar que los diferentes perfiles que adoptaba Rosas en este libro, por lo menos indirectamente, le permitían al lector terminar de construir la línea San Martín-Rosas-Perón, contrapuesta a la de Mayo-Caseros. Para esta misma época, Astesano dice haberse incorporado al Instituto de Investigaciones Históricas “Juan M. de Rosas”. Si bien no es claro que lo haya hecho formalmente, dictó la conferencia “Marxistas unitarios en la interpretación de Juan Manuel de Rosas” y participó en el consejo de redacción de la publicación Revisión dirigida por Alberto Mondragón y conformado por Fermín Chávez, Alberto Contreras, Ramón Doll, Juan P. Oliver, José M. Rosa y Alberto Ezcurra Medrano, entre otros.33Algunos revisionistas señalaban su desconfianza con respecto a autores de izquierda que adoptaban algunas de sus propias tesis. Para Enrique Mayochi, el revisionismo tenía una matriz católica a diferencia de la puramente economicista. Coincidía con él Jorge Ramallo, quien sostenía que algunos marxistas habían evolucionado en su consideración sobre Rosas a medida que se acercaban al peronismo, pero con un análisis “materialista y ateo, despojado de toda inspiración superior y trascendente”.34 Evidentemente, el tono del libro sobre Rosas, con citas de Marx, Ingenieros y Puiggrós no llamaba al entusiasmo a muchos revisionistas. Por otro lado, la visión democrática de Rosas que Gálvez había elaborado y que Astesano seguía, había sido cuestionada hacía tiempo por otros. No obstante, otros intelectuales próximos al revisionismo como Arturo Jauretche daban la bienvenida a los autores de la izquierda nacional por aportar análisis económicos y sociales que la historia oficial no había abordado y que incluso algunos revisionistas habían descuidado. Opinaba que no había que alarmarse con su heterodoxia ya que todo aporte a la formación de una política nacional debía ser bien recibido más allá de disidencias parciales.35 Así como los libros sobre Rosas y San Martín en los años 1960-1961 podrían ser inscriptos en el clima de época desarrollista –aunque las ideas de Astesano sobre el desarrollo industrial eran anteriores- las publicaciones que siguieron se podrían considerar fruto de un clima de confrontación social creciente producto del fracaso político y económico del frondizismo, de la continuidad de la proscripción del peronismo y del accionar de las organizaciones sindicales contra el gobierno de Arturo Illia.36 33 34

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La conferencia fue reseñada brevemente en la revista de la institución. Se indicaba que el expositor había señalado la errónea interpretación marxista sobre Rosas y sobre el carácter feudal de su gobierno. “Conferencias”, enRIIHJMR, nº 19, primer trimestre de 1959, p. 111. E. Undiano (E. M. Mayochi), “Ramos y el revisionismo marxista. Crítica a Historia política del Ejército Argentino, de J. A. Ramos”, p. 317, y M. Naddeo (J. M. Ramallo), “Rosas y la ‘Izquierda Nacional’ ”, pp. 317-318, en RIIHJMR, nº 22, julio-diciembre, 1960. Este último decía que la izquierda nacional “comprendió el significado de Rosas y su arraigo popular y quiere penetrar en el proletariado en el marco de la lucha por la liberación nacional como etapa intermedia entre el capitalismo y el ‘colectivismo internacional’ “ A. Jauretche,Política nacional y revisionismo histórico, Avellaneda, A. Peña Lillo, 1959, pp. 35 y 4849. Entre 1963 y 1964, Astesano dirigió el periódico quincenal Relevo, donde se publicaban mensajes de Perón, aparecían artículos firmados por Andrés Framini, el padre Hernán Benítez y Arturo Jauretche. Era una publicación donde se reflejaba la actualidad política y se ponía especial atención a la reorganización del partido Justicialista. Así como se aprobaba la anulación de los contratos petroleros por el

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En este contexto, en 1963 Astesano publicó su libro sobre el Martín Fierro. En forma retrospectiva consideraba que esta obra completaba la correspondencia de sus libros con los tres principios de la doctrina justicialista. El título de su libro de 1949 Historia de la independencia económica, era transparente. El libro dedicado a San Martín correspondía a la lucha por la soberanía política y el principio de la justicia social era el eje de este último ensayo sobre el poema gauchesco.37 Astesano sostenía que José Hernández, a través de su poema, reflejaba la idiosincrasia argentina, el pasado criollo y al gaucho perseguido. Astesano remarcaba la continuidad entre el espíritu nacional y popular del Martín Fierro, el que había gestado el 17 de octubre y el que operaba en el presente: “Nuestra ‘Democracia Social’ síntesis ahora de las ambiciones e ideales de montoneras ciudadanas que se expresan en forma masiva en acciones electorales y huelguísticas, será necesariamente sistematizada en la escala de valores éticos que el ‘Martín Fierro’ recogió como síntesis final del ser nacional… porque el espíritu revolucionario, nacionalista y popular que encierra el ‘Martín Fierro, constituye la base sobre la que construiremos la Nueva Argentina, Soberana, Independiente y Justa”38 Astesano había mostrado con anterioridad cómo la estancia capitalista había generado la compraventa de la fuerza de trabajo, surgiendo allí el primer grupo de la clase obrera rural libre de ataduras “pequeño burguesas o comunistas sobre el uso de la tierra y los ganados”. El gaucho dejaba de ser el pequeño productor independiente para convertirse en generador de plusvalía al convertirse en un asalariado. El autor intentaba señalar el pasaje de la subordinación al trabajo y al orden impuesto por la burguesía ganadera a la insubordinación revolucionaria posterior a Caseros. Si bien el gaucho había sido desposeído de la tierra conservaba su usufructo además de ser propietario de una tropilla y majada que le otorgaba cierta autonomía. A partir de Caseros, sometido a la violencia especuladora capitalista, había perdido total y definitivamente su libertad y bienes. El Martín Fierro, era para Astesano, el primer poema del movimiento obrero ya que los peones se reconocían con orgullo como asalariados. La época de Rosas se convertía en un “paraíso perdido” ya que se había logrado un “verdadero pacto social dentro de un proceso de expansión económico”.39 Señalaba así la diferencia entre el bienestar de esta época, muy superior al gozado por los obreros británicos contemporáneos, y la etapa posterior a Caseros cuando se había iniciado una lucha de clases que había exterminado al gaucho como tipo social a través de las levas para la frontera y otras formas de represión política y social.

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gobierno de Illia, se lo hacía también con el plan de lucha de la C.G.T. contra el mismo gobierno. Se reclamaba el control y planificación por parte del Estado, el desarrollo de la industria pesada y la alianza entre Ejército y Pueblo. También se advertía sobre que el capitalismo estaba perdiendo terreno con respecto al desarrollo económico de los países socialistas. Véanse, por ejemplo, los editoriales “Un partido para hacer la Revolución Nacional”, “Contra el hambre y el desempleo” y “Una revolución antiimperialista por el camino nacional” en Relevo, nº 16, 17 y 18 de las segundas quincenas de enero, febrero y marzo de 1964, respectivamente. Martín Fierro y la justicia social. Primer Manifiesto Revolucionario del Movimiento Obrero Argentino,Buenos Aires, Relevo, 1963. Formaba parte de la serie “Hacia la revolución nacional”. La editorial Relevo era dirigida por Astesano. La referencia a las tres banderas del peronismo figura en la entrevista que le hiciera D. Arcomano, “El camino de un nacional”, en CREAR en la Cultura Nacional, nº 12, enero/marzo de 1983. En Columnas…, op. cit.El libro se apoyaba básicamente en lecturas de autores revisionistas, como Elías Giménez Vega, Pedro de Paoli, Raúl Roux, Osvaldo Guglielmino y J. J. Hernández Arregui, además de Leopoldo Lugones, Ezequiel Martínez Estrada y otros textos de Hernández. E. B. Astesano, Martín Fierro, op. cit., p. 8. Ibidem, pp. 69 y 71.

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Las argumentaciones de Astesano eran cada vez más osadas. No sólo parecía confundir una obra literaria con la realidad rural sino que, basándose en el poema, proyectaba en Hernández una caracterización del gaucho que resultaba insostenible para su época. Así, Fierro y Cruz se convertían en agitadores sociales de la clase obrera rural que se refugiaban “en la militancia política ilegal del matreraje” cantando en pulperías (“comité público u organización sindical”) su mensaje contra la injusticia social. Incluso sugería que los personajes parecían querer organizar un movimiento político de los trabajadores rurales. Sostenía que Hernández, a partir de su propia experiencia en los fogones criollos, había volcado en sus personajes las consignas organizativas para la “acción política subversiva futura” llamando a la unión de gauchos contra las clases dirigentes. Hernández había descubierto la “potencialidad revolucionaria” del gaucho y “a ellos dirige su mensaje de rebeldía y de agitación social”. En definitiva, su obra era un verdadero “Manifiesto de la Liberación Social”, según la opinión de Astesano.40 Al año siguiente, Astesano publicó un breve ensayo donde reiteraba sus análisis sobre el desarrollo capitalista en el Río de la Plata pero incorporaba como novedad iniciarlo con una etapa previa que denominaba “comunismo indígena”, aspecto que profundizaría en la década siguiente.41Había tres sistemas comunistas: la región dominada por los Incas, la región guaraní y las tribus dispersas de la pampa y de la Patagonia. Con la llegada de los españoles se había iniciado una guerra social que había impuesto un nuevo orden. Éste ya era capitalista, se inscribía dentro de la expansión comercial europea y había impuesto un régimen basado en la esclavitud indígena y luego africana que había disparado diversas rebeliones, la primera forma de “lucha de nuestra clase trabajadora”. Para el proceso posterior, repetía lo formulado en sus libros anteriores hasta llegar al 17 de octubre de 1945 cuando había estallado la fuerza popular que expresaba las luchas emprendidas por los indígenas, gauchos, caudillos y “criollos agringados” de Yrigoyen, que encarnaban las tendencias anticapitalistas de los trabajadores argentinos. Más que nada, el ensayo se destacaba por la radicalización conceptual de Astesano. No sólo reforzaba la línea histórica San Martín-Rosas-Perón, sino también el vínculo entre las luchas de “liberación social” indígenas, las del proletariado rural del siglo XIX , las urbanas del siglo XX y las luchas sociales de la década de 1960.El libro fue recibido con escepticismo en las filas revisionistas. Le criticaban sus esquemas marxistas rígidos y el uso de conceptos forzados como “proletariado indígena”, “plan socialista de operaciones” de Moreno, “capitalismo de Estado sanmartiniano”, etc. 42Este fue su último libro de la década. Habría que esperar a la próxima para encontrar a un Astesano comprometido con otras búsquedas teóricas.

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Ibidem, pp. 82 y 107-114.Si antes la revolución china había sido fuente de inspiración, ahora lo era la revolución cubana. Astesanoseñalaba que en el poema, esos gauchos que se habían refugiado en la sierra (posiblemente Sierra de la Ventana) la habían convertido ennuestra “‘Sierra Maestra’ de gauchos en insurrección”.Incluso le otorgaba al poema un poder premonitorio al plantear que en el futuro vendría un caudillo trayendo el bienestar y la justicia. Se refería a los versos que dicen: “Tiene el gaucho que aguantar/Hasta que se lo trague el oyo/O hasta que venga algún criollo/ En esta tierra a mandar. En Ibidem, p. 99. E. B. Astesano, La lucha de clases en la historia argentina (1515-1964), Buenos Aires, Pampa y cielo, 1964. Revisor, “Crítica bibliográfica”, en Revisión, 2ª época,a. II, nº 8,1964, p. 7. La publicación aparecía ahora como órgano oficial del Instituto “Juan M. de Rosas”.Tiempo más tarde, Jauretche, advertía a Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Duhalde sobre los límites del análisis clasista, que era importante pero supeditado a la cuestión nacional que era la clave interpretativa fundamental. R. Ortega Peña y E. Duhalde, Felipe Varela contra el Imperio Británico, Buenos Aires, Sudestada, 1966, pp. 233-238.

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Consideración final En el marco de la efervescencia política y social de los primeros años de la década de 1970 la producción de Astesano cobró nuevo vigor. En 1972 y 1973 aparecieron dos obras donde criticaba a la historiografía europea construida sobre una escala de valores basada en la dicotomía civilización y barbarie.43Para el autor, esta imagen había contaminado la historiografía liberal y marxista del Tercer Mundo mientras que las corrientes revisionistas, si bien habían recuperado las tradiciones y los actores ignorados o rechazados por aquéllas, lo habían hecho desde una perspectiva nacionalista y provinciana. En un nuevo giro, Astesano proponía un revisionismo tercermundista o universalismo periférico que permitiera integrar el pasado de estas culturas superando los marcos nacionales. Esta nueva perspectiva haría descubrir, por ejemplo, una antigua estructura socialista común en dichas civilizaciones. Así, se daría un nuevo orden a los acontecimientos mundiales que permitiría articular el socialismo antiguo y el moderno “separados y unidos violentamente por una revolución burguesa”. 44 Ambos libros eran complementarios. Uno abordaba las características económico-sociales y políticas de la civilización socialista del Tercer Mundo y luego la disrupción producto de su conquista por el capitalismo europeo y, el otro, era la aplicación de esa concepción al ámbito americano y al caso argentino.45 Astesano proponía también una alternativa al materialismo histórico y a la primacía de la lucha de clases en la interpretación histórica y del presente. Para él, había llegado la hora de superar la contradicción entre la perspectiva marxista clasista y el idealismo histórico adoptado por los revisionismos y por “doctrinas revolucionarias como el nasserismo y el justicialismo”. Es lo que llamaba el “Nacionalismo Histórico”, una rama del materialismo dialéctico, pero que ponía el eje en la lucha entre naciones y en la dialéctica metrópoli-colonia. El Nacionalismo Histórico apuntaba a clarificar la conciencia del pasado, mientras que el Socialismo Nacional pretendía articular un “internacionalismo liberador tercermundista que busca la socialización mundial de los medios de producción”. Eran dos aspectos de una nueva ideología revolucionaria que Astesano les proponía a los jóvenes militantes de estos primeros años ’70 donde, según su entender, el mundo avanzaba al socialismo como sistema superior de vida civilizada.46 En esta ponencia se ha tratado de señalar las etapas del periplo intelectual y político de Astesano desde su militancia en el partido Comunista hasta los inicios de la década de 1970 cuando inició un nuevo recorrido teórico e historiográfico. La convergencia primero hacia el peronismo y más tarde hacia el revisionismo, hizo modificar algunas de las líneas directrices de la obra de Astesano. Pese a que en este proceso ella mantuvo un sólido anclaje en 43

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Nacionalismo histórico o materialismo histórico, Buenos Aires, Pleamar, 1972 e Historia socialista de América, Buenos Aires, Relevo, 1973. Además, en 1973 se publicó una recopilación de sus obras de los años ’60:E. B. Astesano, Bases históricas de la doctrina nacional. San Martín, Rosas y el Martín Fierro, Buenos Aires, EUDEBA, 1973. Colección “Historia de las luchas sociales del pueblo argentino”. Este libro volvió a ser reeditado en el año 2015 por la misma editorial en la colección “Los libros son nuestros”, que reúne aquéllos que fueron destruidos por la dictadura militar en 1977. E. B. Astesano, Nacionalismo …, op. cit., p. 148. El ensayo sobre la lucha de clases en la Argentina publicado en 1964, aparecía incorporado bajo el título de Historia socialista de la Argentina en el libro citado,Historia socialista de América. Se habían cambiado algunos subtítulos, por ejemplo: Del capitalismo a la democracia social había pasado a ser Del capitalismo al socialismo nacional. La “Democracia Social” Justicialista ahora era El Socialismo Nacional Justicialista. E. B. Astesano, Nacionalismo…, op. cit., p. 205-206.

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el análisis económico y clasista, sufrió una fuerte fricción con la pretensión de adoptar una perspectiva donde lo nacional y popular adquiriera un peso mayor en la interpretación del pasado argentino. El cambio de opinión sobre Juan M. de Rosas, por ejemplo, demostraba su preocupación por otros aspectos del proceso histórico que desbordaban problemáticamente la visión de sus primeros tiempos. Sin embargo, si algo distinguió al autor durante toda su trayectoria fue su militancia en indagar en el pasado las claves que ayudarían a recorrer el camino de la liberación nacional y social en el presente.

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“Un recurso vital para sortear los peligros del presente” La Historia en manos de Ramón Doll -Gisela Rocío Tello[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected])

Introducción1 Esta ponencia pretende aproximarse al pensamiento historiográfico de Ramón Doll. Este personaje presenta el desafío de su análisis debido a las escasas producciones referidas a él. De allí la necesidad, en esta primera instancia, de incursionar sobre que se escribió para posteriormente analizar partes de su obra. Es así que el trabajo se estructura en secciones. La primera sección parte de una breve contextualización histórica de la Argentina década de 1930, contexto particular donde aparece el Revisionismo y donde se inscribe la perspectiva de Doll. Luego se toman como referencias fundamentales a autores como Cataruzza, Rosa, Stortini, Quatrocchi-Woisson, Croce y Devoto quienes brindan ideas y conceptos para abordar este trabajo. La segunda sección expone y analiza concretamente los escritos de Doll denominados “Las Recomposiciones Históricas”. Sobre esta selección se busca puntualizar sobre las conceptualizaciones históricas, entender qué piensa de la historia. Cabe aclarar que esta presentación es una incursión que sólo analiza algunas partes de la producción de Doll. Es decir, no pretende ser un trabajo exhaustivo sino que indaga sobre algunos aspectos del pensamiento del autor.

Textos y contextos: Revisionismo Histórico y Ensayismo En Argentina para septiembre de 1930, con el golpe de estado cívico-militar que derroca al Presidente Yrigoyen se inicia un proceso a menudo denominado como “Década Infame”, haciendo alusión a la compleja encrucijada compleja del país ya que, tras finalizar la crisis económica del sistema capitalista, la política nacional estaba fuertemente marcada por la corrupción y el fraude de la clase dirigente. Por otra parte, había un permanente reordenamiento en el mundo intelectual que pasaba a cuestionar, entre otros tópicos, los relatos de la historia oficial. En este contexto, a nivel historiográfico, hizo aparición el llamado Revisionismo Histórico. Para poder comprender esta manifestación, los aportes del historiador Alejandro Cattaruzza resultan claves. En uno de sus estudios remarca que muchas veces al revisionismo se lo ha utilizado para explicar realidades diferentes pero que considera que lo más correcto sería definirlo como movimiento intelectual nacido en los prolegómenos de la experiencia Uriburista hasta la firma del Tratado Roca-Runciman y fuertemente vinculado con los 1

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La autora es estudiante del Profesorado y la Licenciatura en Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Río Cuarto.

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grupos nacionalistas. Por otra parte, el autor manifiesta que dicho revisionismo fue menos conflictivo y marginal de lo supuesto ya que se pudo instalar cómodamente dentro de los circuitos de las altas elites argentinas. Además, muestra que este revisionismo inicial estaba inserto en un escenario político complejo e inestable, de allí que difícilmente pueda definirse como movimiento homogéneo y preciso.2 Dichas ideas permiten comprender las particularidades de este primer revisionismo. Ayudan a pensar sobre cómo las inestabilidades de una época impactan en las fluctuaciones a nivel de las ideas. También hacen reflexionar sobre las conexiones entre intelectuales y el lugar de poder que ocupan dentro de la sociedad, entender al revisionismo histórico como parte de la “alta cultura argentina” es clave para ubicar el ambiente en el que se desarrollaba Ramón Doll. Sobre este punto, sería interesante profundizar en otro momento sobre los vínculos que estableció Doll con las élites del país ya que, como su prosa fue tan inquisitiva, se ganó muchos enemigos. Tema a tratar en otra oportunidad. Desde otro plano, una perspectiva que ofrece conceptos interesantes para la construcción de esta exploración y para entender el alcance del ensayo es la que ofrece Nicolás Rosa. El autor afirma que el ensayo muchas veces ha quedado apartado de las reflexiones y ha sido marginado, juzgado por su carácter ligero e inconsistente, que no brinda pruebas ni razones, pero para el autor, es la prueba más certera de la escritura y que su desarrollo, retórico, conjetural y dubitativo, da apertura a muchas voces generando un espacio para múltiples interpretaciones. “La escritura aquí dialoga como quién dice intertextualmente. El triunfo de la letra es salvaje más allá de lo que digan los manuales. El sujeto se revela no tanto en la escritura sino en las voces que despierta el texto y en las voces que recorta el lector, represor monofónico de la polifonía. Y en esa lucha, el ensayo es el intento de recobrar la polifonía del texto desertando quizás el significado e incluso de un sentido cristalizado: hacer del texto una insubordinación vocal y abrirse a las múltiples interpretaciones.”3 Estas interesantes ideas permiten interiorizarse sobre el alcance del ensayo como modo particular de escritura, entender su carácter específico, su naturaleza propia, forma de escritura común a todos revisionistas del momento. Esto constituye un buen disparador para la comprensión de la obra de Doll ya que, justamente, éste autor mantiene estas características: su escritura intempestiva hace uso de la denominada Stroncatura o crítica dura que en una lectura fugaz dejan desconcertado y abrumando a un lector desprevenido.

Doll en la mirada de analistas contemporáneos Como exponente este primer revisionismo histórico de la década del treinta, Ramón Doll, abogado nacido en La Plata en 1894, resulta un personaje inquietante. En la búsqueda de datos y referencias, fue fundamental incursionar sobre aportes que han avanzado sobre este intelectual y que de hecho no son abundantes. El historiador Julio Stortini efectuó un análisis valioso sobre Doll. El investigador parte considerando algunas ideas que tenía Doll sobre la historia argentina, afirmando que: “Doll fue uno de los primeros en denunciar de forma categórica la incapaci2 3

Cf. Cattaruzza, A. (1993): “Algunas reflexiones sobre el revisionismo histórico.” En: Devoto, F. (Comp): La historiografía Argentina en el siglo XX (I).Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. Pág.115. Rosa, N. (2003): “La sinrazón del ensayo.” En Rosa, Nicolás (Comp.): Historia del ensayo argentino. Alianza Editorial. Madrid-Buenos Aires.Pág.15.

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dad de la inteligencia argentina para interpretar la realidad nacional. Para Doll, la historia argentina era una historia de la defección de la inteligencia del país y había que hacer una historia de la traición de esa inteligencia a la tierra y a las masas gauchas y gringas. Consideraba que la “historia de la inteligencia se convertía en la historia de la abdicación, del ausentismo, del egoísmo y del anti-argentinismo unida a una oligarquía patricia que hace de gendarme, mantiene la paz, la roba y se divierte.” 4 Dicha incomprensión de la realidad argentina por parte de los intelectuales llevaba a una separación tajante entre el mundo del saber y el de la política. Por otra parte, Stortini manifiesta que Doll repudiaba la dicotomía civilización-barbarie, exponiendo más bien un enfrentamiento entre una tendencia oligarquía urbana, unitaria y mercantilista contra otra tendencia federal, popular, vinculada a la tierra y con fuerte desconfianza hacia al extranjero y al intelectual. Por otra parte, el autor marca con claridad los cambios en los discursos de Doll considerando que hacia 1930 el eje explicativo en los ensayos de Doll era la separación entre mundo intelectual y realidad, mientras que en los años posteriores ese eje se trasladó incorporando un elemento nuevo: el enemigo extranjero. Allí de algún modo se filtró en Doll un componente racial que anteriormente no había expuesto. Nuevamente, refiriéndose a las interpretaciones históricas que construía Doll, Stortini expone que muchas veces el carácter batallador en Doll le impedía ir hacia un nivel más profundo de investigación. Sin embargo, más allá de estas limitaciones, para el investigador, Doll pudo definir la función de la historia: “Una verdad histórica no es precisamente una conclusión objetiva y científica sobre los hechos sociales, sino una conclusión que produzca efectos históricos, crear nuevos móviles en la voluntad de los hombres, concertados a un fin que consideren más justo. La verdad histórica debe estar al servicio de la política, modo de realizar la justicia.”5 Además, Stortini sostienen que Doll rechazaba entender la historia argentina según parámetros europeos, como oscilación entre reacción y revolución, sino más bien como oscilación entre nacionalismo y europeísmo. Finalizando el autor concluye elaborando una especial caracterización de la figura de Doll: “Ramón Doll encarnó una trayectoria particular dentro del movimiento nacionalista que impide los encasillamientos estrictos. Esta trayectoria que derivó en posiciones muchas veces extremas y reaccionarias creemos que no permiten convertirlo en una víctima del orden oligárquico que lo habría empujado a ese posicionamiento. En todo caso la guerra había exacerbado un combate ideológico presente en los años anteriores que puso a Doll como a tantos otros frente a una gama de opciones políticas dentro de las cuales la democrática liberal era una posible y en la Argentina no necesariamente la más apetecible. Pese a ello, supo mantener cierta coherencia y continuidad en sus planteos críticos. El aporte de Doll al acervo nacionalista fue pionero en la denuncia de la defección de los intelectuales y en señalar los instrumentos locales al servicio del capital extranjero que habían impedido alcanzar al país su destino.” 6 Este análisis fue muy sugerente y motivador ya que fue a partir de su lectura que nacieron las inquietudes por explorar y comprender sobre este intelectual controversial. Otro análisis que ha de mencionarse brevemente es el elaborado por Diana Quatrocchi-Woisson. 4 5 6

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Stortini; J. (2008): Contra hidras, piratas y traidores. Los combates de Ramón Doll. En: V Jornadas Nacionales Espacio, Memoria e Identidad. Rosario Argentina. Pág. 3 Doll en Stortini: Pág. 10 Stortini, Pág. 14.

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Ella expone otros aspectos a considerar de la obra de Doll. En cuanto a la forma de escribir y el interés por la historia considera que Doll tenía una gran severidad, que fue de algún modo el “Enfant Terrible” de la crítica, y que el interés por la historia fue inicial en los ensayos, evidente desde las primeras publicaciones. Sin embargo, remarca que ir tan contracorriente de la cultura establecida le hizo valer muchos enemigos, su rechazo a la intelectualidad argentina de algún modo hizo que quedara definitivamente aislado. La autora también elabora una caracterización de Doll que se podría contraponer con la anteriormente desarrollada. Allí expone: “Las etiquetas no son elementos que convengan a su personalidad. Doll era un hombre de pensamiento paradójico y la sociedad argentina soportaba mal estos ejercicios intelectuales. Encontró la posibilidad de expresar su pensamiento en un movimiento que no era un partido político y que se caracterizaba por su aspecto de nebulosa. La situación política internacional y la situación argentina lo llevaban a un compromiso práctico que termina por superarlo, obligándolo a simplificar. El drama de Doll fue el de un hombre que ambicionó la originalidad y la libertad pero que vivió en una época y en una sociedad donde tales veleidades podían difícilmente prosperar.7 Dicha imagen de Doll como “víctima” del momento histórico contrasta con la propuesta por Stortini quien no cree en el supuesto de que Doll fuese empujado por el orden oligárquico. Temas y discusiones sobre los cuales sería oportuno continuar profundizando en otro momento. Por su parte, la investigación de Marcela Croce es referencia inexorable. La autora considera que los trabajos de carácter más críticos de Doll van desde fines de la presidencia de Yrigoyen hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, momento este último donde Doll escribe “Acerca de una Política Nacional” (1939), publicado en la Editorial Difusión, en una colección de orientación católica dirigida por el padre Castellani donde la mayoría de los textos eran de sacerdotes.8 Aclara que Doll no se unió explícitamente a ningún grupo nacionalista pero que sí mantuvo relaciones con los hermanos Irazusta, a quienes destacaba por su “planteamiento argentino con método argentino” y con quienes hacia 1938 organizó el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Croce menciona que las comparaciones desmedidas fueron constantes en los ensayos de Doll y que en el plano de las influencias teóricas la referencia para Doll fueron las ideas de Maurras, como extremo opuesto Marx quien era valorado negativamente. Tal vez, estos últimos aspectos no estén directamente relacionados con el nudo central de esta exploración, que es la búsqueda de las ideas que Doll tenía sobre historia, sin embargo son importantes, muestran que las lecturas que mantenía en esos momentos, dejan al descubierto las influencias teóricas, sus propios modelos de intelectuales. Por otra parte, Croce considera que el recurso a la esencia fue una tradición en Doll y que dicha recurrencia al esencialismo lo condujeron a un posicionamiento irracional, propio de un nacionalismo cada vez más exacerbado. De este modo, para la autora, dos fueron los temas dominantes en los ensayos políticos de Doll: la denigración al judío y la exaltación a Rosas, y la intersección entre ambos lo facilitaba la cuestión nacional, el judío sintetiza lo antinacional así como Rosas encarna lo nacional por excelencia. 7 8

Ídem, pág. 176 Cf. Croce, M. (2002): “Víctimas de la policía: Los ensayos críticos de Ramón Doll. Un policía intelectual en la década infame”. En: Rosa Nicolás (Comp.): Historia del ensayo argentino. Alianza Editorial. Madrid-Buenos Aires. Pág. 239

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Luego la autora concluye refiriéndose a Doll de la siguiente manera: “Sus ensayos políticos, sus críticas literarias, sus artículos periodísticos, sus juicios extremistas son variantes discursivas para una práctica uniforme de adoctrinamiento nacionalista. Si la virulencia de la década del treinta se atenúa luego en su producción no es porque se haya aquietado su afán catequístico sino porque la dirección del Instituto Juan Manuel de Rosas reclama otro tipo de trabajo, mas metódico, más propenso a la organización que a la desestructuración, con un ejercicio de la polémica que se esforzara en apuntalar la nueva corriente del revisionismo histórico que en derribar irónicamente la cada vez más endeble historiografía oficial.”9 Reflexionar sobre la práctica de adoctrinamiento nacionalista y sobre el contenido antisemitista en los ensayos de Doll necesitaría una consideración más detenida. Allí se encuentra Doll en su fase prejuiciosa que le quita riqueza a sus críticas mordaces. Finalmente, para ir redondeando sobre los aportes de los autores, un historiador que desde una mirada diferente pensada desde el lugar de los legados de Doll a la historia revisionista es Fernando Devoto. El autor considera que el principal legado de Doll al revisionismo histórico fue brindar un estilo ingenioso y procaz, el llamado “arte de insultar” o mejor dicho de injuriar. Por otra parte, planeta que Doll no supo sostener una congruencia entre el relato histórico y el conjunto de conocimientos disponibles sobre un pasado, ya que para Devoto, Doll no creía en la verdad histórica, por lo tanto, por su misma inconsistencia, sus obras no fueron tan trascendentes.10 Esta ideas introducen otro aspecto a considerar, la cuestión de la verdad histórica, que como Devoto lo deja expuesto para Doll sólo tenía sentido si estaba en función de la política y de la justicia. Aspecto polémico y aún vigente en cualquier discusión sobre el tema. Si se aplica la idea de reflexionar sobre el nivel de congruencia entre “el relato histórico con el conjunto de conocimientos disponibles sobre un pasado”, Doll hace agua por todos lados ya que en sus ensayos no están sostenidos en una consulta detenida de documentación histórica, sino más bien son construcciones dispersa sobre lo que opinaba de distintos aspectos de la realidad pasada y presente. Más allá de estas observaciones críticas de Devoto, en esta ponencia si se consideran textos ricos para analizar y problematizar. Estos antecedentes de investigadores expuestos, ofrecen, desde distintos puntos de vista, análisis que fortalecen la construcción de esta configuración sobre la figura de Ramón Doll. Son referencias ineludibles para rastrear sobre idea de la historia que sostenía Doll. Algunas más críticas que otras, de distinto calibre, todas aportaron a esta exploración.

Las “Recomposiciones Históricas” de Ramón Doll La obra Acerca de una política Nacional, escrita hacia 1939, como recopilación de artículos de carácter ensayísticos, es compleja. Está compuesta por diferentes apartados de párrafos breves que recopilan de manera abrumadora e intempestiva distintas temáticas. Devoto la caracteriza como una “miscelánea” y no habría otra manera más artera de definirla. Son notas dispersas mantienen coherencia pero se presentan, como el mismo prologuista Julio Irazusta lo menciona, fragmentarias, desordenadas y desiguales. 11 9 10 11

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Ídem, Pág. 258 Cf. Devoto, F. (2010): “El revisionismo histórico”. En: Devoto, F. y Pagano, N. Historia de la historiografía Argentina. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. Pág. 237 Cf. Prólogo de Irazusta al ensayo en Doll (1939): En: Acerca de una política nacional. Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino. Ediciones Dictio. Buenos Aires. Pág. 11

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En la totalidad del libro, Doll va confrontando en diferentes direcciones: contra la prensa, contra el poder judicial y contra los intelectuales. Luego hace un ataque hacia distintas figuras de renombre del momento como: Leopoldo Lugones, Aníbal Ponce, Emilio Troise, De la Torre, Yrigoyen, etc. De este modo, constantemente en una sucesión de títulos, emite juicios intelectuales duros. Para Norberto Galasso este libro fue el más político pero a su vez el más desparejo, donde según este pensador se mezclan los aportes a una conciencia nacional como también asertos reaccionarios.12 El capítulo quinto, que es específicamente tenido en cuanta aquí, Doll elabora sus propias Recomposiciones Históricas. La selección de este fragmento se fundamenta en la idea profundizar en dichas ideas. Muchos aspectos de sus ensayos se relacionan de algún modo con referencias históricas, pero en ésta sección específicamente es donde el autor manifestó de modo explícito sus interpretaciones históricas, proponiendo dos ejercicios que a continuación se exponen.

Una defensa de Rosas como creador de un Estado En dicha defensa Doll inicia su exposición considerando las dinámicas históricas y plantea que el siglo XIX europeo, con su línea de quiebres entre acciones y reacciones frente a la revolución francesa, fue tomado como modelo explicativo para el resto de las naciones. Pero para Doll dicha no tuvo nada que ver con la propia en la historia argentina, que sin embargo, fue esquematizada de este modo por la clase intelectual autóctona pero europeizada. De este modo, para Doll, el conflicto aquí es de otro calibre: “Nada más evidente que nuestra historia posee un flujo y reflujo de distinta naturaleza y dirección; que la dinámica de nuestra política no oscila de la reacción a la revolución. Oscila del nacionalismo al europeísmo; el poder no ha salido y vuelto de manos de los conservadores a los avanzados sino de las clases autóctonas, arraigadas, afirmadas en la tierra, a las clases europeizadas vueltas de espalda a la nación. Las oligarquías liberales representan la acción europeizante, contra la reacción americana y nacional; en vez de despotismo contra libertad, aquí la lucha es entre América y Europa y ambas contendientes por igual se pagan la libertad y despotismo cuando convenga al triunfo. En este contexto los historiadores de Rosas se colocaron antiparras europeas para enjuiciarlo.”13 Luego elabora una mención favorable del trabajo de Julio Irazusta remarcando que su obra sobre Rosas, fue para la historia argentina una revolución copernicana, ya que considera que Irazusta puso de manifiesto con claridad las diferencias esenciales entre Rosas y sus vencedores: “Mientras el restaurador estaba dotado de esa sensibilidad territorial que hace de un estadista un hombre siempre alerta y celoso de las fronteras de la patria, los proscriptos trataron toda su vida de negociar provincias con el extranjero. El primero consideraba una nación completa y con existencia plena; el segundo consideraba que la nación había que hacerla, que no había nación. La Historia oficial no ha salido de una crónica sobre el avance de la civilización en la barbarie.”14 Aquí ya se empieza a visualizar el ataque a la historia oficial que había denostado a 12 13 14

Cf. Galasso, N. (1989): “Ramón Doll: Socialismo o Fascismo.” Pág. 111 Doll, R. (1939): “Recomposiciones Históricas” En: Acerca de una política nacional. Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino. Ediciones Dictio. Buenos Aires..: Pág. 141 Ídem, Pág. 144

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Rosas. Posteriormente, hace una comparación entre 1838 a 1938, al cumplirse el centenario de la invasión anglofrancesa detenida por Rosas. Allí Doll compara la situación de la intelectualidad argentina de la década de 1930 a la de los unitarios de un siglo atrás. La problemática de la opresión extranjera está en el centro sus reflexiones: “Cuando el contraalmirante Leblanc a principios del año 1838 da orden de bloquear el Rio de la Plata puede decirse que comienza una década, la más peligrosa, la más llena de riesgos, que haya podido vivir nuestra nacionalidad. Una vacilación hubiera terminado con nuestra soberanía para siempre. Y el riesgo fue doblemente grave en cuanto a la intervención francesa se acopló luego la inglesa. También a principios de 1938, el país empieza a sentir el peso brutal de la opresión extranjera, esta vez en forma de endeudamiento económico y de enajenación espiritual. El Estado argentino nacionaliza los ferrocarriles o las instalaciones petroleras pero no para el país, sino para los extranjeros”15 Esta similitud de dos momentos históricos oprimidos por fuerzas extranjeras muestra el uso político del pasado que hace Doll. Es decir, se retrotrae a las políticas exteriores llevadas por Rosas para contraponerlas con las políticas vigentes en ese momento. Luego se refiere a la historia, nudo central para esta ponencia ya que es allí donde se encuentra claramente definida su idea de la historia. Afirma Doll: “El temor, la patriótica indignación, la santa ira, provocada por los que quieren destruirnos siempre, nos devolvió a la Historia nacional, a la verdadera, a la que refiere cuáles fueron nuestras dignidades; no a la otra, a la Historia oficial, que sólo habla de nuestras humillaciones y nuestros baldones. […] En presencia del peligro, la historia deja de ser una cháchara insulsa de académicos papeleros que se reúnen para contar chisme de alcoba de los personajes y sus queridas; ni es un mero regodeo estético de intelectuales; ni siquiera una ilustración coloreada de propaganda doctrinaria para justificar la Tiranía o para cohonestar la Democracia. En presencia del peligro, la historia es un recurso para sortearlo, es un elemento vital, es una manera de vivir para salvarse. El hombre escudriña y luego intuye el pasado, reviviéndolo con su propio patetismo y no reverencia sino lo que le sirve como inspiración para protegerse de los enemigos presentes.” 16 Sobre este núcleo quisiera detenerme brevemente. Doll polariza dos modelos de la historia contrapuestos. Esta idea, un poco maniquea, de alguna manera cae en un lugar común y no permite ver matices. Además, pensar la historia como actividad vital dispara hacia otras direcciones vinculadas a la filosofía de la historia. Cuestiones muy profundas quedan expuestas en esta cita que tal vez debieran replantearse. Más adelante, continúa Doll con su defensa de la figura de Rosas pero agrega un nuevo elemento, una mirada crítica sobre la figura de Mitre como contracara de la figura de Rosas. Aquí también de algún modo construye modelos opuestos como forma de ir desbaratando historia oficial. En cuanto a Rosas manifiesta: “Nadie puede asegurar que Rosas corporice tal o cual sistema político. La derecha rosista puede decir que Rosas es un argumento para la instalación de un gobierno fuerte. La izquierda rosista puede afirmar que Rosas es una encarnación del sistema democrático ¿Acaso un jefe político de masas o un grupo oligárquico no pueden igualmente salvar o vender a la nación en un momento determinado? Pero Rosas no se pagó de sistema alguno y se sirvió de todos los elementos sociales cuando con ellos podía realizar los grandes fines del Estado. Apoyado en una oligarquía de hacendados o en las masas populares, su obra está ahí, defendiendoel país contra la destrucción, 15 16

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Ídem, Pág. 150 Ídem, Pág. 152

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la muerte o la anarquía. Déspota o no, Rosas es el auténtico y esforzado defensor de los intereses argentinos. 17 En cuanto a Mitre expone: “Por medio de una Dictadura militar en lo político y un Despotismo intelectual sin precedentes en la confección de la Historia, los “proscriptos” desconocen brutalmente veinte o más años del progreso argentino y decretan la mutilación de una etapa en la que ocurrieron acontecimientos decisivos. Bartolomé Mitre es el brazo ejecutor de esa extraña resección histórica y durante su presidencia, la civilización entró como un malón al interior del país, destruyó los cuadros donde se tejía la urdimbre delicada de una cultura original y arrasó los centros provincianos custodios de tradición argentina. […] El gobierno de Rosas fue radiado de la Historia, se lo consideró un salto atrás, una involución. Ahora bien, tiempos nuevos han venido y la conciencia política e histórica es muy distinta y muchos argentinos han llegado a comprender que la rehabilitación histórica de Rosas debe tener por fundamento su no participación ni complicidad de ninguna especie en la Constitución de 1853, instrumento extranjerizante que ha sido la herramienta de la enajenación nacional. […] No se trata de invitarlo a Rosas a participar del festín de 1853 y de incorporarlo al Panteón haciéndole un lugar junto a Sarmiento, Mitre y Urquiza. Por el contrario, los blasones de Rosas son completamente distintos.”18 Llama la atención aquí la referencia a la conciencia histórica y política, esa inquietud en Doll por remarcar su antimitrismo. Según palabras de Galasso, esta crítica a Mitre lo ubica a Doll en “una posición singular” dentro del mismo revisionismo ya que, mientras comparte con sus compañeros del Instituto la veneración por Rosas, su antimitrismo militante lo deslinda de ellos, quienes mantendrán durante muchos años, ese cuidadoso respeto por Mitre. 19

Recomendación de libros, despertando algunas voces y argumentos Avanzando en las “Recomposiciones Históricas”, Doll puntualiza sobre ciertas obras. En estas recomendaciones recupera ciertas voces, ciertos relatos y no otros. En cuanto a esto, es muy pertinente la observación de Devoto, quien plantea que la habilidad y especialidad de Doll eran los comentarios bibliográficos donde manifestaba su rechazo hacia el mundo intelectual argentino. En esta situación, no va ser donde muestre justamente su rechazo sino por el contrario sus afinidades intelectuales. 20 En principio parte nombrando el trabajo del coronel Juan Lucio Cernadas. Su libro es valorado como un excelente esquema político militar, como libro clave para cualquier jefe político y también como revolución copernicana, esta vez en el campo de las teorizaciones vinculadas a las políticas estatales. 21 Para Doll el trabajo del coronel es un tratado histórico de las relaciones entre estrategia y la política, donde queda definida la política de Estado como actividad que convierte en realidad las aspiraciones nacionales y al el jefe de estado como órgano supremo natural de 17 18 19 20 21

Ídem, Pag.153 Ídem, Pág. 156 Cf. Galasso, N.: Pág. 112 Devoto F.: Pág. 237 Cf. Cernadas, J. L.: “Estrategia Nacional y Política de Estado”. Obra sin fechar en Doll. Este coronel prologó en 1931 al joven capitán Perón.

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coordinación. En este sentido, Doll se pregunta: “¿Tenemos Estado en su acepción propia, es decir, órgano redistribuidor de los bienes morales y materiales de la nación? La contestación es negativa. Desde 1853 en adelante, fue la voluntad determinada por el equipo de desterrados que se posesionaron del comando de la nación que el Estado no fuera tal sino una especie de gerencia o agencia local de grandes empresas financieras y organizaciones internacional, cuyo objeto era destruir los países católicos. Continúa:[…] La diferencia entre Rosas y Mitre no es otra. Todo el gobierno de Rosas es una adecuación constante de la política a la estrategia. No inventó enemigos, sus enemigos fueron los naturales, es decir, los brasileños, el imperialismo europeo, y todos ellos fueron vencidos. Rosas era la jefatura política, adaptada a la naturaleza del terreno, a las fuerzas reales del país, a su estructura militar. La jefatura política de Mitre se apoyaba en fuerzas foráneas, en las finanzas extranjeras, en alianza con un enemigo como el Brasil. De ahí sus dificultades y las desastrosas consecuencias de la guerra del Paraguay.” 22 Nuevamente aquí se visualiza la construcción de modelos opuestos. Doll utiliza argumentos de Cernadas para fundamentar y contraponer liderazgos políticos. Lo que no queda claro es si éstas contraposiciones fueron también planteadas por Cernadas, ya que en ningún momento se trascribe textualmente al mismo, por lo tanto se produce una confusión entre las voces Doll y Cernadas.

Luego, en una segunda recomendación, Doll alude a la obra de Ricardo Font Ezcurra. Se refiere a su libro como perfecta reconstrucción de la situación argentina, que fortalece, con buen anclaje documental, la crítica a los proscriptos unitarios en complicidad con agentes internacionales.23 En este sentido puntualiza: “Font Ezcurra reconstruye en cinco capítulos, que son cada uno una verdadera lápida contra los desterrados unitarios, la situación de nuestro país. La Argentina rodeada por una conjuración internacional en la que cuentan Francia, Inglaterra, la Confederación peruboliviana, Brasil y Chile. Y, alentando cada una de esas intervenciones diplomáticas, un traidor, un intrigante o un libelista, que pluma en mano ofrecía a los extranjeros los más jugosos trozos de la soberanía. Es la Comisión Argentina formada por los Florencio Varela, los Valentín Alsina, los Salvador Maria del Carril, quienes lograron el conflicto con Francia e intentaron que el conflicto no tuviera arreglo. Es en Chile, la otra Comisión, donde figuran el general Las Heras, Domingo Faustino Sarmiento, José L. Calle.”24 En este sentido, focaliza sobre la critica que elabora Ezcurra sobre los proscriptospara él mismo utilizarla y direccionar la crítica hacia otra figura de renombre del mundo intelectual como lo fue Ricardo Rojas, sostenedor según Doll de esa falsa historia oficial. En esta contraposición de algún modo construye también su idea acerca de los intelectuales. Se pregunta: “¿Es cierto que los “proscriptos” de Ricardo Rojas eran los hombres más inteligentes, los optimates, los miembros más conspicuos de las clases cultas? He aquí uno de los tantos mitos de nuestra Historia. Los proscriptos no parecen ser, no son de ninguna manera inteligentes y sí intelectuales, que no es precisamente lo mismo. Constituyeron esa clase de gente semiilustrada, semiletrada, generalmente de destino frustrado, que puede 22 23 24

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Doll, R.: Pág. 159 Cf. Font Ezcurra, R. (1938): “La Unidad Nacional”. Personaje ferviente defensor del revisionismo, y quien mantuvo lazos familiares con Rosas y con la tradición federal. Doll, Pág.163

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ser un regular periodista o un mediocre literato. Tal gente suele desarraigarse fácilmente, pues como vive allí donde tenga una pluma y una plana en blanco que llenar, se cambia de país con muchas más comodidad que un propietario, un industrial y hasta un obrero mismo. Nada deforma tanto la mentalidad de un semiletrado como el destierro; y si vuelve al país y toma el comando de la nación, todas las calamidades son posibles. El intelectual desterrado termina por perder el sentido de la realidad nacional; la patria se desdibuja en lejanía y su variedad fenoménica se eclipsa entre las brumas de alguna teoría o sistema filosófico de moda. Lo tremendo no fue que los “proscriptos” se auxiliarán con los extranjeros; lo grave, lo siniestro, fue que siempre ofrecieron territorios, y, cuando no territorios, renunciamiento de los atributos esenciales del estado para controlar y vigilar las concesiones ofrecidas en cambio del auxilio exterior. Una cosa es que un bando beligerante que ha recurrido al auxilio de una nación extranjera pague la ayuda con los interese que correspondan pero muy distinta es que le someta la soberanía y la dignidad nacional.”25 Esta cita se trae a colación porque da muestra sobre como entendía a los intelectuales en condición de destierro. Ideas polémicas sobre las cuelas se podría extender en otra ocasión. Terminando con estas recomendaciones, la tercera alude a las obras del teniente coronel Evaristo Ramírez Juárez. En este sentido Doll señala que dichos estudios explicitan con precisión de detalles tácticos el conflicto que sostuvo la Confederación rosista con Francia e Inglaterra quienes buscaban colonizar territorios del Rio de la Plata. 26 Se puede observar que en estas recomendaciones bibliográficas, Doll no hace más que utilizarlas para apoyar sus propios argumentos. En este sentido, la selección que hizo no fue ingenua, manifiestan lecturas que defendía. Finalizando ya su exposición, Doll retoma su defensa sobre el accionar de Rosas frente a las invasiones francesas de 1838, declara: “Nuestra Historia oficial considera que todos los sucesos de la época de Rosas tienen escasa significación. Sin embargo, el bloqueo francés de 1838 es un acontecimiento grávido de consecuencias y de enseñanzas para nuestra época. Rosas defendió la soberanía argentina dentro de estrictos procedimientos diplomáticos. Los vencedores de Caseros parecieron complacerse en hacer de nuestro país un verdadero campo de concentración para los fracasados; y los extranjeros gozaron de un verdadero régimen de capitulaciones que los colocó en situación excepcional respeto al criollo. El bloqueo francés le enajenó a Rosas la enemistad de una gran parte de los ganaderos de la provincia. Pero cuando un verdadero jefe de Estado gobierna una nación no puede contemplar los intereses de un gremio sino los altos intereses de toda la sociedad. [...] Hoy sufrimos los males de una política inmigratoria antinacional. El conflicto de Rosas con Francia era el resultado de una directiva previsora, había un estilo. No debíamos haberla olvidado por la que prevaleció en 1853, que nos condujo a la colonia, a la factoría, al endeudamiento.”27 De esta manera, tanto la defensa de Rosas como sus recomendaciones, Doll no hace más que utilizar argumentos prestados del pasado, para ubicar, posicionar, comparar y contraponer ideas políticas de su presente.

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Ídem, Pág. 165 Ramírez Juárez, E: “Conflictos diplomáticos y militares en el Rio de la Plata 1842-1845” y “Las banderas del combate de la Vuelta de Obligado”. Obras también sin fechar por Doll.

Doll. Pág. 171

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Algunas consideraciones finales Esta ponencia buscó aproximarse al pensamiento historiográfico de Ramón Doll. En principio se visualizó el contexto de la Década Infame como clima político particularmente crítico, donde el golpe de estado que se había proclamado con fuerte contenido nacionalista, fue desviándose hacia el conservadurismo, objeto de denuncias en los ensayos de Doll. Luego se observó que éstos presentan una permanente reconceptualización del pasado con un abordaje especial de las circunstancias contemporáneas. La idea de “re-escribir” la historia argentina, a partir de un desbaratamiento de la historia oficial como parte del programa revisionista, generó la creación de modelos contrapuestos en el pasado para compararlos con los modelos políticos del momento. Es decir, en los escritos de Doll se constató la contraposición entre la figura de Rosas con la de Mitre y la comparación entre épocas distintas con análoga situación en cuanto a la opresión extranjera (1838-1938). En cuanto a los aportes expuestos por los autores, se puedo reflexionar en distintos planos. Por una parte, Alejandro Cataruzza permitió comprender este primer Revisionismo de principios de la década de 1930 como movimiento intelectual menos confrontativo y marginal, que utilizó a la historia para argumentar planteos políticos sin considerar un análisis crítico en relación a las fuentes. En el caso de los ensayos de Doll, en ningún momento se hace mención a documentos históricos, sólo apunta citas cuando hace recomendaciones de libros. Desde otro lugar, Nicolás Rosa ayudó a conocer la particularidad del ensayo como modo de escritura de carácter conjetural, como expresión del desarrollo de las ideas en movimiento que no generan certezas sino dudas e inquietudes, característica que precisamente definen los ensayos de Ramón Doll. Por su parte, tanto Julio Stortini, Diana Quatrocchi, Marcela Croce y Fernando Devoto, desde diferentes planos, brindaron ideas y argumentos para esta exploración. Mostraron otras aristas que también resultan importantes considerar y que a continuación se sintetizan. La escritura de Doll mantuvo una forma incisiva e implacable. En ella se observar ambigüedades, propias de un pensamiento visceral, insolente e irónico pero con un fuerte y coherente ejercicio de la crítica. Sus ensayos fragmentarios, expresados en una sucesión de títulos de repetición permanente, evidencian un énfasis en el juicio intelectual con gran capacidad de impacto. Con respecto a los cambios en los discursos de Doll, que no se manifiestan explícitamente en las “Recomposiciones Históricas” pero si en otros fragmentos de sus ensayos, muestran las tensiones ideológicas y políticas del período de entreguerras. Es decir, su inicial acercamiento socialista fue abandonado al tomar partido por las fuerzas franquistas en la Guerra Civil Española. Sin embargo, como todos los autores coinciden, no fue el único intelectual que cambió sus convicciones políticas, lo cual no niegan la existencia de una línea de pensamiento coherente. En referencia a sus ideas sobre los intelectuales, sus artículos se esforzaron por describir una Argentina desmembrada, con una fuerte separación entre pueblo e intelectuales. Había en Doll una obsesión por definir a los intelectuales contemporáneos y un esfuerzo permanente por exponer sus diferencias. Sin embargo, sus comentarios no se recortaron sólo a combatir ideas sino también a señalar afinidades. En este sentido, por una parte, sus críticas duras a la “élite iluminada”, creadores y defensores de la Constitución de 1853, no se limitaron a las funciones políticas de éstos, sino también a su preferencia por el exilio

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frente a otras formas de resistencia. Para Doll estas resistencias estaban en el compromiso y no en la deserción como habían hecho los “proscriptos” definidos por él como “semiletrados desterrados”. Por otra parte, sus afinidades fueron los hermanos Irazusta, Ricardo Font Ezcurra coronel Juan Lucio Cernadas y coronel Evaristo Ramírez Juárez. Todos los nombrados estuvieron de alguna manera vinculados con el pensamiento nacionalista de Doll. En relación con las debilidades en la argumentación de Doll, pueden señalarse muchas: el anacronismo en las comparaciones, la falta de heurística, etc. pero la más compleja se mostró en la recaída racista que oscureció su discurso y le quitó la gracia de la ironía y el sagacidad de la crítica. Para concluir, retomando la idea inicial que motivo la realización de esta ponencia: bucear sobre las conceptualizaciones que Doll tenía de la historia, se puede decir, que este autor sostuvo un posicionamiento particular sobre la misma. Pensó a la historia como un elemento vital, como un recurso para librarse de los peligros de su presente, hizo un uso político de ella, lo que se manifestó en sus “Recomposiciones Históricas”. En este ensayo, tanto en la defensa permanente y excesiva de la figura de Rosas, contrapunto de la figura de Mitre y los intelectuales desterrados, hacia quienes desprecia profundamente, como en sus recomendaciones bibliográficas, se evidencia una utilización de ejemplos sacados del pasado para ubicarlos como modelos en el presente. De este modo, queda claro que las preocupaciones de Doll fueron eminentemente políticas y la historia sólo una herramienta auxiliar para la defensa de sus argumentos. Ramón Doll fue un intelectual, fragmentario y oscilante que, a consecuencias de sus punzantes escritos, tuvo múltiples confrontaciones las cuales lo fueron aislando paulatinamente del mundo intelectual contemporáneo. Interpretar sus escritos no resultó tarea simple pero si atrapante. En esta oportunidad, sólo se buscaron las interpretaciones históricas de Doll, el análisis de su escritura y la reconstrucción de su itinerario. Justamente, los autores consultados se interrogan sobre dicho itinerario y se preguntan si el mismo fue evolución o involución intelectual. Por lo pronto se puede considerar la idea de un itinerario heterodoxo y complejo. Resta profundizar sobre si fue víctima o no del sistema político del momento. Difícil debate que implicaría reflexionar profundamente hasta qué punto están determinados los pensadores por las épocas en las que les toca vivir.

Fuente DOLL, Ramón (1939): “Recomposiciones Históricas” En: Acerca de una política nacional. Biblioteca del Pensamiento Nacionalista Argentino. Ediciones Dictio. Buenos Aires.

Bibliografía CATTARUZZA, Alejandro (1993): “Algunas reflexiones sobre el revisionismo histórico.” En: Devoto, F. (Comp): La historiografía argentina en el siglo XX (I).Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. CROCE, Marcela (2002): “Víctimas de la policía: Los ensayos críticos de Ramón Doll. Un policía intelectual en la década infame”. En: Rosa Nicolás (Comp.): Historia del ensayo argentino. Alianza Editorial. Madrid-Buenos Aires.

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DEVOTO, Fernando (2010): “El revisionismo histórico”. En: Devoto, F. y Pagano, N. Historia de la historiografía Argentina. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. GALASSO, Norberto (1989): Ramón Doll: Socialismo o Fascismo. Biblioteca Política Argentina del Centro Editor de América Latina. Buenos Aires. QUATTROCCHI -WOISSON, Diana (1995): “La historia refugio y la historia barricada, en los combatientes de la pluma y de los archivos”. En: Los males de la memoria. Historia y política en Argentina. Emecé. Buenos Aires. ROSA, Nicolás (2003): “La sinrazón del ensayo.” En Rosa, Nicolás (Comp.): Historia del ensayo argentino. Alianza Editorial. Madrid-Buenos Aires. STORTINI; Julio (2008): “Contra hidras, piratas y traidores. Los combates de Ramón Doll”. En: V Jornadas Nacionales Espacio, Memoria e Identidad. Rosario Argentina.

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Milcíades Peña y la voluntad de hacer una historia a martillazos Apuntes sobre el problema de la dependencia, de la Independencia a Caseros -Laura Scopetta y Pablo Torres[Universidad Nacional de Rosario] ([email protected] - [email protected])

Introducción “Desde luego, los custodios de la historia oficial consideran que esta interpretación del movimiento de mayo es “la más aviesa a que puede someterse el mismo” y resulta “inevitablemente desmedradora del gran anhelo emancipador”. Es, efectivamente, tan aviesa y desmedradora para las leyendas escolares como puede ser un alfiletazo para un globo, pero no es nuestra la culpa de que la historia oficial sea un gigantesco globo”. (Milcíades Peña, “Antes de Mayo ”) Si Nietzsche propugnaba filosofar a martillazos, podemos atrevernos a afirmar que Peña auguraba lo mismo para la historia. La tarea del historiador se alza frente a él como un trabajo de demolición. La escritura de una nueva historia, en consonancia con las urgencias que su tiempo le reclaman, sólo puede existir a condición de un meticuloso trabajo de destrucción que la preceda. El deseo, o más bien esa necesidad de levantar, de construir la nueva, la otra historia, convive, se funde en él con el afán destructor de aquel que se aboca a roer los cimientos, a derribar mitos, a descoser verdades. La historia que nos propone Peña rompe con las formas tradicionales, se evade de ellas, se sale de ellas. Sus escritos no hacen concesiones a lo apolíneo; lejos están de expresarse en un tono prudente, monocorde. La ironía, el sarcasmo, la metáfora, o el adjetivo mordaz, fungen como las herramientas de las que se sirve para desmarcarse de lo dado, de lo tradicional; ofician como el cincel, la gubia, el trépano, el esmeril que le permiten penetrar en los marmóreos argumentos, en el pétreo sentido común, sobre los que se ha erigido -a su juicio- la historia misma de la nación argentina. En la concepción de la historia de Peña cabrillea un trabajo de enjuiciamiento. Reclama para sí un papel de fiscal y juez de la historia. Será a él a quien le toque exponer a juicio, poner sobre la picota los proyectos de nación que se sucedieron y los hombres y las clases que los encarnaron. Pero no sólo son esos hombres del pasado los que se doblarán en el estrado; desfilarán además por él aquellos -sean liberales, comunistas o revisionistasque también han intentado descifrarlo. A cada análisis de Peña le sobreviene una sentencia inapelable. Parece como si no hubiera pregunta o argumento que haga mella sobre los bordes graníticos de ese veredicto. Es este mismo halo de juicio, el que deja filtrar en las páginas de su “Historia del pueblo argentino” un aire espeso, por momentos electrizante, que dota a sus argumentos y reflexiones de un cariz dramático. Lo inapelable de esas sentencias transmite la sensación de que la historia de Peña no se pregunta, sino que afirma. La fuerza de sus aseveraciones radica en su empeño constante por derrumbar el sentido común y los mitos a partir de los cuales se habría construido la

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historia nacional. Para nuestro autor, “la gloria del pasado es uno de los mitos que cada clase dominante cultiva con tanto amor como el de la imbatibilidad de su ejército”1. La historia de Peña trata de develar, de desocultar lo que liberales, revisionistas y comunistas no pueden ni quieren mostrar. Pareciera que sólo se permite la pregunta o la duda a la hora de evaluar los juicios históricos esgrimidos por estas corrientes. A esa pregunta le sigue siempre una respuesta contundente, certera, fulminante. ¿Pero, realmente, la historia de Peña está desprovista de preguntas? ¿Realmente posee una relación tan reñida, tan difícil, con la pregunta? Si nos proponemos transitar sus escritos históricos, comenzamos a desconfiar de que en su imaginación histórica esté ausente el ejercicio de la interrogación. Si Marx fue -al igual que Nietzsche y Freud, según Ricoeur- uno de los grandes maestros de la sospecha, creemos que éste, como tantos otros espíritus de Marx, viven y se representan en la obra de Milcíades Peña. La sospecha actúa en su obra como la “pregunta originaria” que lo obliga a ensayar una nueva interpretación de la historia. Para Milcíades, el oficio del historiador, la tarea del historiador, no descansa estricta o primariamente en husmear arcanos fondos documentales, o perderse en los subsuelos de esa añeja grafía acumulada que pretende contener la sabia del pasado, ser la materia prima del historiador. De lo que se trata es de interpretar. El historiador habilita algo nuevo principalmente cuando interpreta, cuando lee de manera novedosa los signos que acecharon a los personajes de su historia, cuando desgarra el contexto, cuando disecciona hasta la última partícula los distintos proyectos que se alzaron tratando de construir una nación. Cuando polemiza, la nueva interpretación no descansa en la puesta en juego de un nuevo fondo documental; sino en la tarea decodificadora realizada por el historiador, descubriendo los signos, intentando exhumar las claves de ese brumoso pasado, recuperando las astillas de silencio inscriptas en el cuerpo de la interpretación ajena. El historiador es, ante todo, un interpretador, no un acopiador de restos del pasado. Este gesto se percibe como una persistencia en su propuesta, hallable tanto en su “Historia del pueblo argentino” como en la tarea emprendida en “Fichas de investigación económica y social” . Cuando se entrevera en un debate, -y la historia de Peña es un sinfín de debates- su arma es la misma fuente sobre la que su contrincante ha montado su argumento; Peña la toma, la desmenuza, la descuartiza, la atraviesa desde distintos ángulos, la perfora por distintos costados, sentando las bases de lo que será una original y novísima interpretación. A contramano de considerar a la letra escuálida, al adjetivo desgarbado, o a la frase raquítica, como criterios de seriedad en sí mismos a la hora de ensayar una escritura de la historia, Milcíades se permite jugar, “recaer” en los recovecos de un lenguaje florido. Aquí nos encontramos nuevamente ante otro de los espíritus de Marx. Del Marx historiador del “18 Brumario” y de “Las luchas de clases en Francia”, de aquel que no sacrifica la belleza en la cruz de la seriedad, de aquel que -a pesar del drama contenido en lo narrado, del empeño puesto por lograr la precisión del análisis alcanzado- sigue apostando por hermanar la estética con la profundidad, el ademán literario con la coherencia política e interpretativa. Es en este mismo sentido que Peña no renuncia a la belleza en pos de la seriedad, sino que las busca fundir en una misma apuesta. Su escritura reviste una suerte de estética, que se desmarca de la aridez que presenta una historia académica que, desde hacía tiempo, venía intentando desentenderse de su antigua relación con la literatura. ¿Cómo opera sobre “Historia del pueblo argentino” el calificativo de “militante”? ¿Pende como un lastre, como una carga? ¿Esta condición actúa como un inhabilitante en la imaginación histórica de Peña? ¿O es, por el contrario, el elemento potenciador, la fuer1

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Peña, Milcíades “Antes de Mayo”, Ed. Más Acá, Rosario, 2009, p. 81.

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za primaria, que dota de sentido a su monumental empresa intelectual? Toda su obra se enmarca en un proyecto político, hasta su obra de demolición descansa en una cuestión programática. Cada análisis, cada aseveración o conclusión a la que arriba constituye o quiere ser, de por sí, una tesis política encaminada a pensar una estrategia de lucha que deberían asumir lo que él entiende por las fuerzas revolucionarias. En su obra, la tarea del historiador se inscribe en el propio cuerpo de la tarea militante. Es en el seno mismo de la vida partidaria y militante donde Milcíades Peña comienza a realizar sus primeras entradas furtivas al campo de la historia argentina. Será Tarcus quien nos advierta sobre los peligros que se ciñen para quien no haga foco en las rispideces, en las contradicciones, en las contrariedades que supone la relación entre la militancia y la escritura de la historia. Tarcus insiste en la tirantez que caracterizó la relación entre el autor de “Historia del pueblo argentino” y las derivas partidarias que fue recorriendo. Sin embargo, el ejemplo de Peña, para este autor no rasga ningún horizonte en la discusión en torno a la figura del intelectual con respecto a la organización política, sino que viene a confirmar lo que ya sería una estipulación que no admite variaciones, una ley de hierro eximida de los avatares de la contingencia, una certeza acorazada que corta de cuajo la posibilidad de otro tipo de relación por venir. Cuando historiza la relación entre las organizaciones de izquierda y los intelectuales en Argentina, con sus intercambios contradictorios, sus préstamos desconfiados y sus encuentros provisorios, aquello que recoge, lejos de ser esperanzador o de propugnar si quiera la posibilidad de pensar otro modelo, no hace sino realzar -a través de ejemplos paradigmáticos e incontrastables- la tesis de esa incomodidad irresuelta, de esa desconfianza irreductible entre la organización y la tarea intelectual2. En el transcurso de “El marxismo olvidado... ”, la atiesada relación mantenida entre Milcíades Peña y la organización brilla en sus idas y venidas. Pero la notoriedad de este historiador auto­didacta es su incomodidad también con el mundo de lo inorgánico, que se manifiesta en el vínculo complejo montado con Silvio Frondizi y con cierto espíritu de la universidad. A pesar de su inorganicidad, el modelo que sigue reivindicando Peña en su tragedia es el del intelectual orgánico. La paradoja que Tarcus señala es justamente esa: en Peña se condensa la figura de un intelectual dispuesto a aceptar las “disciplinas” de un partido que cada vez se le vuelve más difícil de hallar. De alguna manera, esta paradoja sintetiza la metáfora de un Peña desgarrado, incómodo; un intelectual que deambula entre sus mundos conocidos, un paria para el cual no existe geografía política en donde recalar; el militante desheredado, el intelectual dislocado. Pero a ese intelectual paria, que avanza en soledad en un territorio inhóspito, que ya ni siquiera cuenta con el cúmulo de certezas brindadas por el partido, los problemas y preocupaciones que lo siguen asediando son aquellos mismos que había fraguado en los años de militancia. Peña rompe con el partido, pero no con la forma de concebir y plantearse la tarea intelectual. Por los temas, los ademanes, los interlocutores o los núcleos problemáticos que maneja, toda su indagación histórica se recorta en una constelación de urgencias políticas. En su obra nunca se trata sólo de una preocupación cognitiva, no es un mero deseo de desenterrar verdades; sus búsquedas históricas, básicamente, se anudan, se funden a una preocupación política3. Peña era un defensor acérrimo de la máxima alberdia2

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Para profundizar acerca de la relación entre la vida política de Milcíades Peña y su rol como historiador, ver Camarero, Hernán “El período formativo de un intelectual: Milcíades Peña”, en Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, N° 3, Año II, septiembre 2013, Buenos Aires, pp. 9-33. Es interesante prestar atención a este artículo, en tanto que arroja una serie de hipótesis que permiten poner en cuestión algunos de los trazos interpretativos arrojados por Horacio Tarcus. ‘Fichas de investigación económica y social’ constituye, desde nuestro punto de vista, un ejemplo de cómo, alejado de la militancia, Milcíades Peña sigue concibiendo la tarea intelectual desde los marcos aprehendidos en su trayecto militante. Tanto las temáticas, los debates, como las formas que se expre-

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na que sostenía que “la falsa historia es el origen de la falsa política”; se aferraba a ella como un condenado a muerte lo hace al escapulario que pende de su cuello. Tarcus realiza, además, un aporte medular a la hora de pensar las señas particulares que reviste la imaginación histórica de Milcíades Peña. En ella constata lo que denomina una concepción trágica de la historia argentina, la cual se le presenta como un despliegue de distintas situaciones o momentos en los que se hace carne la imposibilidad de hallar una salida hacia adelante, de encontrar una solución superadora capaz de arrancar al país, a la nación, de las ciénagas del atraso, de la dependencia. Esa tragedia se manifiesta en la inhabilidad estructural de las clases dominantes para elaborar un proyecto nacional, como así también en la incapacidad histórica de las clases subalternas para levantar un proyecto político-económico propio. El halo que impregna toda la obra de Milcíades Peña, ese ethos trágico que lo desgarra, no puede dejar de pensarse en tanto que Peña es un sujeto político activo, un hombre perforado, atravesado, violentado por las acrobacias de la política argentina, por los vaivenes infinitos del discurso político y la ausencia crónica de un proyecto de nación que remueva de una vez y para siempre las indignas huellas del atraso.

I La cuestión de la dependencia sobrevuela al ras como una constante en la obra de Peña; la dependencia es una acechanza permanente en el recorrido histórico que nos propone. Si bien no adquiere un desarrollo sistemático, se torna omnipresente en sus escritos; es una indagación recurrente, que a veces se manifiesta casi como un susurro, como una advertencia, como un leve atisbo, o como el problema a resolver. La discusión en torno a la dependencia ha tenido una presencia temprana en el campo intelectual argentino y latinoamericano. Si en sus inicios caló más hondo en los ámbitos militantes, con el tiempo irá también envolviendo a las discusiones académicas. Será a partir de las décadas del ’60 y ’70, a partir de los debates que abrió, que suscitó ese sismo político que surcó a América el primero de enero de 1959, que la temática de la dependencia comenzará a filtrarse en un sinfín de ámbitos y lugares4. Las lecturas que se comienzan a fraguar en América sobre este tema ya no quieren ni pretender ser una traducción lineal de la teoría del imperialismo de Lenin, sino que empiezan a reclamar la obligación de pensar las especificidades de América Latina, las particularidades de cada país, lo que supone cincelar una nueva apuesta no sólo en el campo teórico sino también en la misma praxis política. Esa presencia permanente del problema de la dependencia a lo largo de toda la propuesta de Milcíades Peña se descubre en cada uno de los entresijos de su trayecto por la historia del pueblo argentino; pero hay una variedad de momentos en los que este problema se agiganta, se ensancha, se robustece, transformándose en una viga estructurante del relato, de las preguntas que se lanzan sobre el pasado y de la tarea apremiante del presente. Si la cuestión de la dependencia adquiere ese peso gravitante en la interpretación histórica con la que nos convida es porque se trata de uno de los elementos que le permite descompartimentar el tiempo histórico, dotar al pasado de su carga de presente y hundir, hincar en 4

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san en ‘Fichas’ provienen de las napas profundas de la militancia política. En ese contexto salen a la luz algunas obras claves referidas a esta temática, en donde muchas veces se da un entrecruzamiento entre la práctica militancia y la producción universitaria. En 1969 se publican por primera vez “Dependencia y desarrollo en América Latina” de Enzo Faletto y Fernando Henrique Cardoso y “El subdesarrollo y la revolución” de Ruy Mauro Marini. Entre 1971 y 1973 aparecen otros trabajos de estos autores: “Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes (Argentina y Brasil) ” (Cardoso) y “Dialéctica de la dependencia” (Marini).

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el ahora las preguntas lacerantes e irresueltas que se venían arrastrando desde el fondo de los tiempos. Resolver la cuestión de la dependencia sigue siendo un debate y una tarea que estimula los roces entre pasado, presente y futuro. Cuando trae a los distintos personajes históricos -siempre en su rol de fiscal- los desprovee de los laudos del pasado, los sacude de la quietud del mármol, los convida con las urgencias irresueltas del presente y les refriega la actualidad del problema de la dependencia. Rosas, que no había podido gozar de los favores dispensados por el tiempo ni hallar la tranquilidad de recostarse en el panteón nacional, tampoco escapa al trabajo de juicio que despliega Peña. Lo que varía, en función de las coordenadas en que se está dando el debate en torno a la figura de Rosas, es el tipo y la orientación de las preguntas, que se direccionan a determinar en cuánto ha contribuido o no a perfilar un desarrollo autónomo de la nación. Así, en franca confrontación con liberales, revisionistas y comunistas, Peña inscribe en el tronco de la discusión una nueva gama de preguntas, que permita iluminar otras zonas del pasado y del debate político actual. Desde su visión, carece de sentido tironear la experiencia rosista entre los polos de “autoritarismo” y “libertad”, porque en la “sexta década del siglo XX, a más de un siglo de caído Rosas, la Argentina no enfrenta el problema de ‘democracia o dictadura’, sino en cuanto aspecto muy secundario y derivado de otra cuestión crucial: ¿independencia nacional o subordinación colonial?” . Pero, además, el problema de la dependencia gana terreno en la “Historia del pueblo argentino” ya que se convierte en uno de los puntales para los objetivos que se había propuesto Peña: demoler los planteos teóricos del Partido Comunista y de la izquierda nacional, sobre todo en lo tocante a la posibilidad de existencia de una burguesía nacional que arrastre a la nación de los pantanales del atraso.

II “¿No escribí, en este mediodía de soledad y británico, o antes, en algún mediodía de sol y silencio, cuando la sombra del destierro caía, implacable, como una trampa de espasmos y lágrimas sobre mi corazón, que tengo sobrado derecho a que se reflexione acerca de mí, de lo que fue y de lo que es Juan Manuel de Rosas? ” (Andrés Rivera, “Elfarmer”) Si en “Antes de Mayo” la imaginación de Peña venía atribulada por la pregunta por el carácter de la revolución y la independencia; en “El paraíso terrateniente” se verá conmovida, sacudida, por el problema de la “nación” y el “progreso”. Estas dos nociones son vertebradoras de su relato histórico, insumos de su apuesta, desvelos de su vida política. Si algo constata en la trama rugosa de la historia argentina es la dificultad, la imposibilidad de que “nación” y “progreso” se fundan en un proceso de alquimia, se encuentren en comunión para parir a la nación independiente y desarrollada, que tanto obnubila al joven historiador trotskista. La revolución de Mayo había sido percibida, desde su mirada, como un corte, una cesura de peso que habilitaba nuevos tiempos, que hacía emerger las nuevas fuerzas sociales que habrían de contornear y esculpir los ribetes del nuevo drama nacional. A partir de las guerras de independencia se desatan las fuerzas centrífugas que teñirán la vida política y social de estas latitudes durante buena parte del siglo XIX. Los escenarios del drama serán representados y metaforizados como la encarnación y la armadura de las distintas fuerzas sociales en pugna. Durante el siglo XIX, la geografía argentina habla, cobra vida; cada una de sus partes defiende los modismos de su lengua y los gestos de su terruño. Así, un Buenos Aires atildado, novísimo y sensible a los gritos de su época, se batirá en la arena con un Interior orgulloso, noble, atávico. Mientras, el Litoral seguirá debatiéndose acongojado, compelido por sus necesidades, conveniencias y beneficios, pendulando entre

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la alianza porteña o su encuadre con el Interior. La tragedia histórica de ese momento se articulaba, en la retina de Peña, en torno a dos ingentes polos, cada uno con gravedades sociales disímiles y campos de atracción precisamente demarcados. Uno de los polos se estructuraba en torno a Buenos Aires, y hundía sus raíces sociales en la burguesía comercial y en la añeja clase terrateniente porteña. A éste lo obsesionaba, lo movilizaba, la sola idea de exportar los productos de su ganadería y abrir el territorio para la circulación de los productos extranjeros. El librecambio y la configuración y consolidación de un mercado nacional se le imponían al frente porteño como una necesidad vital e irrenunciable. El otro espacio se recortaba entre la ancha y lábil geografía del Interior, y hallaba en los terratenientes empobrecidos, en los propulsores de una industria artesanal y en las masas pauperizadas -arrinconadas y carcomidas en sus formas de vida, en sus formas habituales de sustento, por el avance prepotente del modelo que proponía Buenos Aires- a sus más conspicuos y enconados representantes. En el campo de batalla de la política de esos tiempos, cada una de estas geografías, cada uno de estos polos, alzan en alto, en vuelo, una de las manías que daban forma y sustento a la imaginación histórica de Milcíades Peña. Las que se enfrentan son dos opciones, que no hallarán solución, salida progresiva alguna: “la nación sin progreso” contra “el progreso sin nación”. El progreso es entendido como el desarrollo de las fuerzas productivas, vinculado a la expansión de una producción industrial que permee y atraviese todas las instancias de la vida social; una industria que sea propulsora de una “cultura moderna”, noción que Peña recuperará de los ensayos y vaticinios del viejo jefe del Ejército Rojo . La noción de “progreso” en Peña fue tanto una apertura como un silicio, una presencia permanente que lastimó y laceró el cuerpo entero de su obra. Por momentos parece que el progreso es el ritmo vital, el demiurgo de la historia. Es el filo de este concepto el que le permitió convertirse en un avezado cartógrafo que bosquejara como pocos la realidad y las posibilidades de las clases dominantes argentinas, complejizando ciertas lecturas, reconociendo las líneas de fractura, las fallas que cortaban el campo de la burguesía argentina, para evadirse, así, de cierta visión maniquea contenida en aquella lógica que había caracterizado a gran parte del revisionismo y de la izquierda nacional, compuesta de movimientos de ataque y defensa con el único objetivo de construir, de amurallar un nuevo panteón nacional. Pero también la noción de “progreso” como una de las pilastras que sostiene su relato, le impuso límites precisos, que recortaron la gama de preguntas y cercenaron la vocación por ciertas búsquedas, obturando las chances de entablar un diálogo con los vencidos, de dirigirles un gesto cómplice, de tener para con ellos un ademán de comprensión y rescate. En Peña, la idea de “progreso” aparece como criterio a la hora de juzgar, de evaluar un determinado proyecto de nación. Sin embargo, no es deudor de la ilusión de un progreso histórico que se desarrolle de manera ineluctable, sino que por el contrario, lo que encuentra en la historia argentina es el recurrente drama de que el progreso no ha tenido lugar5. ¿Cómo se abre, entonces, el concepto de “nación”? La “nación” se compone y estructura a partir de una suma de elementos que, más allá de su heterogeneidad y de sus disimetrías, se articulan y se encastran sobre un aspecto nodal: la creación y defensa de un proyecto político y económico autónomo. ¿Cuáles son esos elementos que integran el rompecabezas fallido de la nación? Una pieza central será la posibilidad de conformar y estructurar de manera plena un mercado interno, que sea osamenta, columna vertebral de 5

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Es interesante constatar cómo la noción de progreso cobra una gran vitalidad en sus escritos históricos y, a la vez, cómo en su “Introducción al marxismo” esta categoría está nimbada por un halo de desconfianza permanente. Para profundizar en este tema, véase Acha, Omar “Nacionalismo y progreso histórico en Milcíades Peña”, en http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-23/nacionalismo-y-progreso-historico-en-milciades-pena.

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aquel esfuerzo. Por otra parte, la vinculación plena de una clase al mundo de la producción, que sea capaz de fundir en ese arraigo, en ese anclaje, su concepción del mundo, su modo de vida (aspecto que resalta de los grupos terratenientes, ya que en la Argentina de ese momento, la actividad en las estancias y los saladeros era la única forma productiva que se orientaba en sentido capitalista), oficia como otro de los rasgos constitutivos de un proyecto nacional. Pero la nación adquiere, también, un sentido más llano, más simple, que es el de representar a la mayoría del país. Así, en la batalla entablada entre Buenos Aires y el Interior, este último aparece como la encarnadura de lo “nacional”, no por sus capacidades económicas, sino por erigirse como el representante de los anhelos democráticos de un pueblo aturdido por ese sonido marcial y de fanfarria que arroja a cada paso la arremetida -ineluctable, para Peña- de aquello que en estas geografías comenzaba a ser nombrado como el “capital”. La fatalidad que constata es que ninguna de las fuerzas sociales en pugna, ninguna de las clases que buscan fraguar los contornos y las aristas de un proyecto de país, adquiere o conjuga en sí misma esa sumatoria de elementos que para Milcíades Peña constituyen la nación. Acá se trasluce la agudeza de este historiador, de este incansable y sagaz polemista, corriéndose de las fronteras trazadas por los historiadores comunistas, que veían en la urdiembre liberal el cordón umbilical de la nación; o por la izquierda nacional (y en algunos aspectos también por el revisionismo), siempre presta a ungir, en el debate histórico, al sector que simboliza las raíces y los zumos secretos de la nación. Aun compelido y desesperado por pensar la nación, en su travesía por ese desierto, no cede ante lo que considera espejismos, y avanza firme escrutando lo que no fue. Así, cada sector que invoca reúne en sí mismo un aspecto parcial de lo que sería la nación; aporta al horizonte de ese proyecto de manera fragmentaria, inacabada, extemporánea. La burguesía comercial porteña representa esa voluntad de arrasar con cualquier vestigio de localismo, regando las simientes para lo que podría haber sido la configuración de un gran mercado nacional. En cambio, los terratenientes de Buenos Aires y del Litoral son la expresión más acabada de una clase fundida y arraigada con una producción orientada en sentido capitalista y con miras al mercado mundial. Por último, ese variopinto y disímil paisaje que es el interior aporta el elemento democrático, la voluntad engrosada por la fuerza de las mayorías. Pero ninguna clase podrá resolver el enigma del rompecabezas de la nación argentina; ese rompecabezas, inclusive para el momento en que él escribe, no ha hallado solución alguna. La tragedia vuelve a estallar, vuelve a hacer estragos en la imaginación histórica de Peña: “no existían clases capaces de realizar esta tarea, y ahí estuvo la tragedia, en el sentido hegeliano del término. El Interior, con su retrasada industria artesanal, era la nación estancada, la nación sin progreso moderno, sin acumulación de capital. Buenos Aires era la acumulación capitalista, el progreso, pero a espaldas e incluso contra la nación. Unos intereses tendían hacia la nación sin progreso, otros hacia el progreso sin nación. Hacia cualquier lado que se inclinara la balanza, el resultado iba a ser supeditar el país a la gran potencia capitalista de entonces”6. En el arco de tiempo que se dibuja entre Mayo y Caseros, Peña centra su lupa, reposa y aguza su mirada, sobre las figuras de Rivadavia y Rosas; dos rostros, dos efigies, que condensan fenómenos históricos mucho más vastos. Son estos dos arquetipos los que le van a permitir volver a hundir, en el cuerpo de su obra, las astillas dispersas del problema de la dependencia, ya que sus gobiernos, sus políticas y su tiempo, estuvieron signados, en gran medida, por la relación que montaron con el capital extranjero. Más allá de las diferencias, matices y entuertos entre estos dos personajes -Rivadavia como representante de la burguesía comercial porteña y Rosas como el abanderado de los estancieros y del federalismo bonaerenses- sus gobiernos estuvieron atravesados por la presencia problemática, a la vez que necesaria, del capital británico en el Río de la Plata. De esta simbiosis problemática, tan 6

Peña, Milcíades, “El paraíso terrateniente”, Ed. Montevideo, Buenos Aires, 2008, p. 76.

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urgente como inevitable, Peña extraerá una de sus acostumbradas sentencias, uno de sus habituales e irrebatibles latigazos históricos, que ilustran de manera tan diáfana la relación entre las clases acomodadas porteñas y el capital inglés: “La acción de Inglaterra tendía, desde luego, a reforzar la política de la oligarquía porteña en el sentido de acelerar la acumulación capitalista a expensas del resto del país. (...) Asegurar las condiciones del comercio, de su comercio, era también el propósito de la oligarquía porteña. Contra la anarquía y la montonera, contra las industrias del interior y el gaucho, por la acumulación capitalista -la “civilización”- tal era el programa en el que coincidían la oligarquía porteña e Inglaterra, contra la mayoría del país”7. Pero el halo de fatalidad, el sonido certero de lo ineluctable acecha siempre a la “Historia del pueblo argentino”, como esas aves de rapiña que sobrevuelan en círculos infinitos sobre la fiera malherida. Peña acoraza su certidumbre de que era la misma fisonomía que adquiría el desarrollo del capitalismo en la Argentina -un capitalismo comercial, atrasado, agropecuario y semi-colonial- la que aseguraba una subordinación inexorable. Sin embargo, aunque en esta idea, en esta certeza, se perciban los hedores rancios de cierto fatalismo; en este caso, su tono ineluctable no trasluce una indulgencia solapada, no se convierte en un fallo absolutorio, no exime de pecados a estos personajes históricos, a las clases que representaron y a los proyectos de país que esgrimieron. La historia de la primera mitad del siglo XIX se cifra, se escribe en los entretelones de las luchas mudas o abiertas sostenidas por federales y unitarios. Pero en las zonas de emergencia, en los campos de batalla, en sus retaguardias, estas dos tendencias, estas dos fuerzas irreductibles también supieron labrar espacios de encuentro y diálogo posible. Nuestro autor prestará especial énfasis y atención a sus diferencias, a sus distintos libretos, a sus proclamas de batalla. Pero en ningún momento descuidará, o sacrificará el ejercicio de pensar cuáles fueron las zonas de confluencia, los tratos, las componendas, donde estas dos tendencias se echaron a reposar. Los puntos cardinales de la discusión no se centran en cuál era la mejor forma de gobierno y de organización política que debía adoptar el país; no es esto lo que para Peña anima y arrincona las discusiones entre unitarios y federales. Son cuestiones más mundanas, más rayanas, más prosaicas las que atizan el fuego de los debates y enfrentamientos entre unitarios y federales. La discusión, entonces, quedará articulada en torno a los “hondos intereses económicos” que separaban a estos sectores. Pero en esta explicación no hará gala de deterninismos económicos; muy por el contrario, se mostrará extremadamente perceptivo a la hora de pensar los disímiles sectores sociales que cobijaron estas facciones. Si el unitarismo era la expresión más acabada de la burguesía comercial porteña; el federalismo, en cambio, poseía una sustancia, una estructura social mucho más heteróclita y diversa. Acá conviven, bajo intereses dispares, y sobre puntos de acuerdo, los estancieros bonaerenses, los terratenientes arruinados del interior y los propietarios de una industria en crisis, con -y esto es uno de los rasgos más singulares del federalismo- una amplia mayoría popular, que contiene a las masas del interior y de la campaña bonaerense. Tampoco aquí, o en las orillas del federalismo rioplatense, este joven militante e historiador hallará las aguas mansas de la concordia; en este “frente” se dibujan amplias e irrevocables diferencias, una franja de acuerdos improbables, cuya imposibilidad radicaba en que las mismas miras y objetivos del federalismo porteño y del interior no podían terminar de cuajar nunca, debido a que si el segundo se aprestaba a amurallar su estructura económicosocial de la marejada capitalista, el primero no podía dejar de reivindicar -al igual que su contrincante, el unitarismo porteño- su potestad para arrodillar a las provincias y colocar al país en la senda inexorable del desarrollo capitalista. En última instancia, “ambas clases eran porteñas y claramente capitalistas. Ambas coincidían en que Buenos Aires explotara al resto del país desde su puerto privilegiado. Las dos coincidían también en afianzar la acumulación capitalista, 7

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Peña, Milcíades, íbid., p. 82-83.

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proletarizando al gaucho y consolidando la propiedad de la tierra. Ambas coincidían también en mantener excelentes relaciones con Inglaterra. Por eso, la oposición de los estancieros contra Rivadavia no les impidió coincidir con varios aspectos de su política”8. Si bien Peña vislumbra ciertos puentes, ciertas líneas de continuidad entre las políticas de Rivadavia y de Rosas, le reconoce al proyecto de este último, por el peso mismo de los acontecimientos, un carácter más nacional, que descansa en su actitud más favorable al desarrollo del capital local que, para ese momento, se asentaba sobre la actividad productiva básica del país, es decir, el binomio estancia-saladero. Más allá de esto, Peña no dejará las preguntas que se le pueden hacer al rosismo flotando en el tintero, no amainará su voluntad de arrojar los dardos contra las certezas y afirmaciones con que la historiografía argentina, en sus más disímiles variantes, había ido tallando la efigie de don Juan Manuel. Y de ese estado de cuestionamiento permanente, emergerá desde el fondo de la historia una pregunta central para enrostrarle al rosismo. ¿Realmente, Rosas se había erigido como un defensor acérrimo de la soberanía nacional? Frente a esta pregunta, la respuesta es no; Rosas ni quería ni podía constituirse en el baluarte de la independencia nacional. Desde que Peña radiografía los contornos y la osamenta de la nación bajo la púdica, celosa y recatada dictadura rosista, desde ese mismo momento, es capaz de columbrar cuáles son los significados y los estrechos márgenes de esa nación; porque, en última instancia, la nación para Rosas era el “enfeudamiento de todas las provincias a un amo y señor, era el gobierno indiscutido de los estancieros de Buenos Aires, sobre todas las clases y regiones del país, en beneficio, claro está, del ‘minotauro estancieril porteño ’” . Pero esto no se debía a la estrechez política o a la falta de voluntad personal, sino más bien a una cuestión estructural. Los distintos sectores de las clases dominantes se configuraban y se alimentaban, en mayor o menor medida, de esa relación de dependencia con respecto al capital extranjero; ninguno vislumbraba ni en el más remoto de sus horizontes el impulso a un proceso de desarrollo industrial autónomo. Esta postración, esta incapacidad forzada, descansaba, en última instancia, para Peña, en las mismas características del desarrollo capitalista rioplatense. Fuese cual el fuese el sector de las clases dominantes que tuviese preponderancia, los rasgos y los trazos que adquiriría el capitalismo en estas zonas, no podía ser sino el atraso, el subdesarrollo y la dependencia semi-colonial. Pero en todo momento, Milcíades Peña es plenamente consciente de que el gobierno rosista ha sabido construir, ha sabido ganar, un margen de independencia relativa frente a las potencias extranjeras. Un margen, un espacio de autonomía que ni Rivadavia ni la burguesía porteña habían percibido ni en el más transparente de sus sueños. Desde un primer momento, reivindica la acción de Rosas contra el bloqueo francés, porque avizora allí un retazo de afirmación de la soberanía, encuentra allí la irrenunciable voluntad de una clase -en este caso los terratenientes porteños, clase plenamente vinculada a la producción- a reivindicar su derecho a perpetuar sus privilegios, a honrar su posición. La cuestión muda, el talante de las preguntas se transforma, sin embargo, a la hora de interrogarse acerca de la relación entre el rosismo y el capital inglés. Si Rosas había sido tan casto y tan puro para la vida ciudadana, tan apegado a las buenas y malas costumbres de la religión a la hora de ejercer e imponer el poder, ¿por qué, entonces, no se comportará de la misma manera, ni será tan sensible a las presiones morales al momento de sus roces, coqueteos y encuentros furtivos con la vieja Inglaterra? En esta relación, para Peña, hay poco o nada de reivindicable. No parece haber, aquí, lugar alguno para un gesto de soberbia nacional, para ningún pataleo patrio, para ningún atisbo de autonomía por parte de don Juan Manuel. 8

El rosismo marca y sintetiza una estación clave en la tortuosa y compleja génesis del Peña, Milcíades, íbid, p. 90.

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capitalismo argentino, que Peña cincelará con vocación y paciencia de orfebre. En esa amplia parábola, el gobierno del Restaurador es un punto de inflexión en lo que hace a las formas de acumulación de capital. Son una variedad de razones las que lo arriman y empujan a esta conclusión. El primer aspecto es el hecho de que por primera vez los destinos políticos y económicos de estos territorios se hallan bajo la égida férrea de una clase enteramente fundida y arraigada al sector más dinámico y productivo de la economía que, además, se exime a sí mismo del pago de ciertos impuestos -en detrimento del Estado-, lo que potencia y realza sus posibilidades de acumulación. Otro aspecto que volverá al gobierno de don Juan Manuel una sala ineludible, una exposición permanente en el museo del capitalismo argentino será la llamada “Campaña del Desierto” de 1833-1834, que marcará la liquidación y sometimiento del indio, la adquisición de nuevas tierras y la consiguiente ampliación de la frontera productiva. Pero si algo le deparó un sitial indiscutido en las frías salas de este museo, fue la política de sojuzgamiento del gaucho, proletarizándolo en las estancias, conchabándolo como peón, fijándolo a la tierra, privándolo de sus modos de vida, sacrificándolo como carne de cañón del ejército de línea. Aquí, otra vez despunta su finura de juicio, la honda sagacidad política que este pensador implacable derrama en cada cruce, en cada duelo que sostiene. Lo que termina poniéndose en cuestión, aunque sea a manera de roce, de caricia, es esta idea de largo arraigo en la cultura política argentina, según la cual es la tradición liberal la que carga con el pecado, con la mácula de haber sido la principal y única responsable del exterminio del gaucho; Peña insistirá que el gaucho de los “patriarcas” federales no es más que un peón abatido, un rebelde cansado o una pieza de museo, si se lo compara con sus antepasados cimarrones. Para principios de la década de 1850, la maqueta de acumulación capitalista diseñada bajo el gobierno de Rosas comenzaba a demostrarse anticuada, a trasuntar los signos de un extenuamiento avanzado. Ese modelo que tantos suspiros les había arrancado y que tantos anhelos les había creado, dejaba de resultar atractivo a los ojos y al paladar de los terratenientes porteños y del litoral, en un momento en que el ensanchamiento del mercado mundial empezaba a convidarlos con nuevas y prometedoras esperanzas. Si la experiencia rosista fue “una dictadura con apoyo popular”, ¿cómo se organizó y se delimitó ese entramado social? Si bien el rosismo expresó la conjunción de una vastedad de sectores sociales, que incluía a los terratenientes del interior y a las masas populares de la campaña bonaerense, su columna vertebral se estructuró bajo la hegemonía inapelable de los estancieros porteños. Si en aquella clase residía la fortaleza del rosismo, también allí se descubría su talón de Aquiles. La dinámica política y económica creada bajo la dictadura del Restaurador, que antes había posibilitado un proceso de desarrollo y de acumulación capitalista, ahora se volvía una malla de acero, un chaleco de fuerza -en palabras de Peña- que se extendía, asfixiando las posibilidades y las potencialidades de las mismas clases sociales a las que había cobijado. Otra vez, el lúcido ensayista cede ante las tentaciones de lo ineluctable y, así, la caída de Rosas es leída como la consecuencia lógica y necesaria del curso natural de los acontecimientos. La alianza hecha de crin, cuero, carne y osamenta que había congregado a los terratenientes porteños, del litoral y del interior se desgajaba por las mismas presiones y tendencias del mercado mundial, por la voluntad de los estancieros porteños de ampliar sus márgenes de posibilidades y por el deseo y la necesidad de los terratenientes del litoral de abandonar su papel secundario, subordinado y lateral en el reparto político y económico que confeccionaban las clases dominantes rioplatenses. Pero la historia también se hace de paradojas; está atravesada, cortada por ellas. Así, los sectores beneficiados por el rosismo, investidos con los ropajes de Brutus y Judas, serán los que extiendan la mano traicionera

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sobre la figura del Restaurador. El esquema de poder que se abre después de 1852, después del sismo de Caseros, encontrará en los otrora defensores de la púdica dictadura rosista, a sus piezas fundamentales, sus órganos vitales, sus nervios centrales. Mientras tanto, serán las masas populares -quienes habían sido sometidas al celo y la rigurosidad del orden de don Juan Manuel- las que acudirán a su último llamado, las que lo acompañarán aun después de sabida su derrota.

IV “Este es también el modo de pensar del marxismo vulgar, del marxismo de los burócratas que quieren convertir el pensamiento marxista en un diccionario donde está clasificado todo lo que es verdadero y todo lo que es falso, todo lo que hay que conocer y todo lo que no hay que conocer ”. (Milcíades Peña, “Introducción al pensamiento de Marx”) ¿Qué queda? ¿Qué resta? Esta es la pregunta elemental, urgente, que asalta a cualquiera que recorra las páginas de “Historia del pueblo argentino”. ¿Qué queda en pie? ¿Qué hay para recuperar, si es que hay algo para recuperar? ¿Qué se puede preservar de ese campo de ruinas que es el pasado? ¿Qué exhumar? Son estos los agudos interrogantes que emergen desde el fondo, una vez que Peña concluye su ambicioso proyecto de demolición. Quien se halle frente a “Historia del pueblo argentino” con la pretensión de recuperar algo, de reinventar algo de ese pasado, de convocar y congregar a los espectros de otrora, al remanente de fuerza que todavía hay en ellos, para que con su pálida vitalidad acorralen nuestro presente, tendrá que armarse de paciencia para cardar los restos, para descorrer las capas de sedimento, para analizar los detritos que han quedado después de los derrumbes sucesivos a los que Milcíades Peña había expuesto a los pilares que sostenían la historia argentina. Cierta vocación de arqueólogo tendrá que poseer quien busque salvar algo entre las ruinas, rescatar algún objeto precioso, una reliquia (sea un personaje, sea un proyecto de nación, sea un ademán de soberanía, sea un combate de los sectores subalternos) entre los vestigios arrojados por la tarea demoledora del historiador. Pareciera que la historia argentina debería ser escrita desde cero; que la narración de ese pasado reclama un nuevo alumbramiento, exige otros partos más dolorosos. Pero en ese proceso de demolición al que son sometidos los personajes y los proyectos que éstos encarnaron, Peña se expone, corre el riesgo de quedar entrampado en la misma lógica de destrucción. Si la historiografía liberal había anclado el presente y su porvenir en Mayo y en Caseros y el revisionismo había hallado el limo primigenio de la nación en los caudillos y las masas del Interior, ¿dónde anclar las intenciones de Milcíades Peña? El pasado como cantera de experiencias y derrotas de los sectores desafiantes, que puede contribuir a insuflar, a henchir la voluntad de los desafiantes del presente, queda casi vedado en su relato. En sus escritos históricos hay escasas posibilidades de rescate de las tradiciones de lucha del pueblo argentino, escasos modelos que recuperar y pocos gestos y aspectos capaces de tensar las urgencias del presente. Por momentos, su mismo enfoque, su mismo proyecto recorta la posibilidad misma de que las clases desafiantes entablen una batalla por la historia, por su significado, por el sentido mismo de ella. “Historia del pueblo argentino”: este título necesita ser orillado a la sombra de una pregunta. ¿Cómo aparece el pueblo en esa historia? ¿Qué forma y ademanes toma en esa narración? Las clases subalternas se hacen presentes en todo el relato histórico urdido por Peña, pero esa presencia destila siempre una voluntad anémica. Su aparición es casi espectral; por momentos parece que fueran la sombra misma de las clases dominantes. Son

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siempre parte de esa historia que no fue, juzgadas en función de su incapacidad histórica para levantar un proyecto alternativo. Omar Acha, con sus reflexiones, ilumina un flanco de esta respuesta e insiste en que parte de la explicación se halla en la concepción misma de Peña en torno a las relaciones entre las clases sociales, centrada en la existencia de dos clases fundamentales. Siguiendo las huellas de este razonamiento, si la clase desafiante no es una clase fundamental, portadora de un nuevo orden social, entonces carece de toda perspectiva histórica, obligada a girar siempre en el limbo de la retaguardia de la historia9. A caballo de esta concepción, a Peña se le pierden los matices, se le borronean las reconfiguraciones, transformaciones y movimientos que se desarrollan dentro de ese todo no homogéneo que son las clases subalternas, perdiendo de vista lo que Gramsci considera como una de las características esenciales y fundamentales de la historia de estas clases, o sea, su carácter disgregado, episódico, fragmentario y discontinuo, en tanto que, a diferencia de las clases dominantes, todavía no han logrado su unidad histórica10. Solamente incluirlas en la narración histórica, ponerlas en el centro de la escena, incrustarlas en el drama humano en el momento en que éstas son capaces de aportar y sostener un nuevo orden social, es quedar, en parte, obligado a fotografiar momentos únicos, acontecimientos de extrema singularidad. En pocas palabras, asumir el riesgo de quedar confinado a construir una “historia de la excepción”. Pero estaríamos faltando a la justicia si no remarcáramos que la perspectiva de una “historia desde abajo” no constituía en ese momento siquiera un horizonte imaginado en la labor de los historiadores, una geografía posible hacia donde los lectores de lo pasado se dispusieran a peregrinar. “Historia del pueblo argentino” es una infaltable “carta de navegación” para quienes se presten y pretendan escrutar la trayectoria y la singladura de las clases dominantes argentinas, el tortuoso camino hacia la conformación del Estado y los variados proyectos político-económicos donde naufragaron las ansias de soberanía de una nación11. Si su tono y su imaginación histórica adquieren esta forma, se debe en gran parte a que los mundos de lo pretérito no son los sitios donde hallar el mito que centellee con su brillo las posibilidades de nuestro presente. Más bien, la historia, analizada de manera ruda, es la simple posibilidad de comprender esa sociedad a la que se pretende transformar. Es ese el objetivo de Peña, donde se hace carne y toma cuerpo, otra vez, la sentencia alberdiana de que la falsa historia es la base de la falsa política. Cuando Peña intenta desentrañar el itinerario de los distintos proyectos de nación y los sectores que los han encarnado, trata de desovillar lo que él entiende como las tramas profundas de la historia argentina. Peña no se contenta o no admite recalar en lo que para él representa el proscenio de la historia, entendiendo por esto, sobre todo, lo político, lo ideológico, lo cultural. Por eso, insiste en descender hasta llegar al oráculo que vaticinará el real significado de los procesos: el dato duro que se cifra en lo económico-social. ¿Aquí no se descubre un contraste entre el marxismo desplegado en sus escritos históricos y el de su “Introducción al marxismo”, centrado en el concepto de alienación y nutrido de una grilla de lecturas que atentaban contra la ortodoxia? No creemos hallarnos frente a un hombre o una obra desdoblada, sino más bien frente a un intelectual lacerado y desgarrado por sus itinerarios de vida, por las mil y una contradicciones que tensan y pueblan el campo fértil del marxismo. Estos dos trabajos son dos caras o dos momentos de un ambicioso proyecto 9 10 11

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Acha, Omar “Nacionalismo y progreso histórico en Milcíades Peña”, http://www.herramienta.com.ar/revista-herramienta-n-23/nacionalismo-v-progreso-historico-en-milciades-pena. Gramsci, Antonio “Apuntes sobre la historia de las clases subalternas. Criterios de método” en “Escritos políticos. (1917-1933)”, Ed. Siglo XXI, México, 1998. Una de las hipótesis de lectura de Omar Acha es precisamente la de una construcción de una historia desde arriba. Véase Acha, Omar “Historia crítica de la historiografía argentina. Las izquierdas en el siglo XX”, Ed.Prometeo, Buenos Aires, 2009.

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que supone revisar la historia, reformular el marxismo, ponerse en sintonía con los intentos de renovación del mismo. Mientras “Introducción al Marxismo” constituye un esfuerzo por volcar al cuerpo de la militancia un cúmulo infinito de preguntas, un intento por enredarla y obligarla a transitar por los laberintos teóricos bosquejados por Marx; “Historia del Pueblo Argentino” pretende ser un amasijo de certezas, una batería de argumentos preparada y dispuesta para bombardear y desgastar las posiciones enemigas. Tanto la escritura como la vida misma de Milcíades Peña guardan un carácter urgente; su obra es el sedimento de un sinfín de reyertas histórico-políticas a las que se brindó sin reparos ni ningún tipo de miramientos; es el resultado de una búsqueda desenfrenada, desesperada, dictada por las urgencias inclementes de la política, ese terreno que, sin lugar a dudas, es el imperio de la contingencia. Muchas de las críticas que pueden surgir a la hora de evaluar, tasar, aquilatar su obra, deben ser pensadas a la luz de las coyunturas históricas, de las necesidades políticas y en el contexto de un amplio debate dentro del espectro de la izquierda. Ciertas generalizaciones, ciertas omisiones son, en gran medida, hijas de esas urgencias, de esos apuros, de las necesidades de esos combates. Pero este argumento no es para nosotros una vindicación de los rigores fríos de la ciencia, no es una ponderación del método como amuleto que resguarda por sí solo la calidad de lo producido. Pensar e intentar escribir la historia atento y sensible a las necesidades y a los quehaceres de la política, a la vez que lo lleva a rozarse con ciertas generalizaciones, también le abre un horizonte interpretativo, una capacidad de lectura, una agudeza y precisión de juicio, difícil de rastrear, de hallar en los arcones de una pretendida historia atemperada. Así, nuestro tono crítico hacia Peña no se relaciona con una impugnación contra los aportes del marxismo a la historiografía ni contra su obra, ni tampoco pretende achacarle los desbordes de su lengua crispada, las exuberancias de esa lírica socarrona, atravesada por todas las interjecciones que exige el discurso militante. Más bien, es el intento por poner en juego, por recuperar el ejercicio de la pregunta, el valor de la crítica, como un elemento fundamental para levantar una historia abierta que haga del conformismo un blanco, de lo inmóvil un objetivo y de la búsqueda permanente su opción.

Bibliografía Acha, Omar “Nacionalismo y progreso histórico en Milcíades Peña”, en http://www.herramienta. com.ar/revista-herramienta-n-23/nacionalismo-y-progreso-historico-en-milciades-pena. Acha, Omar “Historia crítica de la historiografía argentina. Las izquierdas en el siglo XX”, Ed. Prometeo, Buenos Aires, 2009. Camarero, Hernán “El período formativo de un intelectual: Milcíades Peña”, en Archivos de historia del movimiento obrero y la izquierda, N° 3, Año II, septiembre 2013, Buenos Aires, pp. 9-33. Flores Galindo, Alberto “La agonía de Mariátegui. La polémica con la Komintern”, ED. Desco. Centro de Estudios y Promoción del Desarrollo, Lima, 1980. Gramsci, Antonio “Escritospolíticos. (1917-1933)”, Ed. Siglo XXI, México, 1998. Mariátegui, José Carlos “Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana”, Ed. Amauta, Lima, 1989. Peña, Milcíades “Fichas de investigación económica y social”, Ediciones Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2014. Peña, Milcíades “Antes de Mayo”, Ed. Más Acá, Rosario, 2009. Peña, Milcíades “Introducción al pensamiento de Marx”, Ed. Último Recurso, Rosario, 2008. Peña, Milcíades “El paraíso terrateniente”, en “Historia del pueblo argentino”, Ed. Emecé, Buenos Aires, 2012, p. 116. Tarcus Horacio, “El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña”, Ed. El cielo por asalto, Buenos Aires, 1996. 293

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Arturo Jauretche y el revisionismo histórico Notas sobre una relación -Juan Manuel Romero[Universidad de Buenos Aires/CONICET] ([email protected])

Introducción En 1959, la editorial de Arturo Peña Lillo publicó en su colección La Siringa el breve Pensamiento nacional y revisionismo histórico, de Arturo Jauretche. El libro estaba construido sobre la base de sendas conferencias que al autor había pronunciado poco antes en la sede central del Instituto Juan Manuel de Rosas, la principal institución revisionista, y en una de sus filiales en Junín. Jauretche ofrecía allí una reflexión acerca de las relaciones entre política e historia, y sobre las posiciones que debía asumir el revisionismo histórico, una corriente intelectual a la que reconocía haber “llegado tarde”. Aunque la producción intelectual de Jauretche no estuvo directamente orientada a la investigación histórica, en su etapa de mayor productividad como escritor, el período posterior al golpe de 1955, estrechó relaciones con algunas figuras del revisionismo y dio cuenta de ellas en sus textos. Sin embargo, como lo revelaba el libro de 1959, esas coincidencias eran en verdad recientes. La trayectoria político-intelectual de Jauretche había transcurrido hasta entonces por un camino distinto al de los revisionistas. En este artículo propongo considerar las relaciones de Jauretche con el revisionismo en dos momentos fundamentales. En primer lugar, analizo su trayectoria juvenil hasta el comienzo de su participación en la agrupación FORJA y contrasto las ideas este grupo con aquellas del revisionismo surgido en la década de 1930. En segundo lugar, me dedico al momento inicial de la etapa abierta con el golpe cívico militar de 1955. Destaco allí el modo en que los caminos del revisionismo y de Jauretche coincidieron, en un contexto renovado por la aparición de un nuevo público lector y por los nuevos diálogos que el revisionismo estableció con el peronismo y con la llamada “izquierda nacional”.

El joven Jauretche: ¿una trayectoria intelectual típica? Sabemos relativamente poco de los años de juventud de Jauretche. La información disponible, recogida por sus biógrafos, proviene fundamentalmente de sus propios testimonios en entrevistas y en algunos textos autobiográficos dispersos. Nacido en Lincoln en 1901, Arturo Jauretche era el mayor de los diez hijos de Pedro Jauretche y Angélica Vidaguren, descendiente de vascos franceses, el padre, y de vascos españoles, la madre. Su familia paterna había llegado a la región hacia 1882 y se había establecido en General Pinto, un pueblo lindante con Lincoln. La inmigración vasca en la pampa y el litoral argentinos fue relativamente temprana (el abuelo de Jauretche había entrado al país promediando la década de 1860, es decir, antes de la gran oleada de inmigrantes españoles e italianos de las últimas décadas del siglo XIX) y esto contribuyó a que los miembros de esa colectividad lo-

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graran una significativa inserción e integración con las elites locales. Tanto el padre de Jauretche como su tío, Martín, habían accedido a ser propietarios de quintas y oficiaban como funcionarios municipales (su tío fue presidente del Consejo Escolar, concejal y juez de paz y su padre era secretario del Concejo Deliberante) y representantes del Partido Conservador local. Su madre, por otra parte, era maestra en una de las escuelas locales. Sus años formativos se desenvolvieron allí, en el marco de la militancia conservadora de provincias, entre Lincoln, Chivilcoy y algunos viajes a Buenos Aires, para participar por ejemplo de las campañas de agitación aliadófilas que acompañaron los debates suscitados durante los años de la Gran Guerra. Jauretche coincidía generacionalmente con los jóvenes intelectuales que en los años veinte poblarían el campo de las vanguardias literarias porteñas, algunos de los cuales integraron luego las filas del revisionismo histórico. Ernesto Palacio, por ejemplo, había nacido en 1900, y Julio Irazusta, en 1899. Palacio (y en menor medida también Irazusta) sería luego colaborador de la revista Martín Fierro, en la que comenzó a despuntar otra figura, Jorge Luis Borges, nacido también en 1899. Los jóvenes martinfierristas elaboraron una versión local de las estéticas vanguardistas europeas. A ellas les añadían la pretensión de renovar una tradición criollista que se encontraba en parte asociada al nacionalismo cultural de intelectuales de la generación anterior, contra cuyos principales representantes –las figuras ya consagradas de Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas y Manuel Gálvez– los jóvenes de la “nueva sensibilidad” dirigieron irónicos ataques. Estos distintos grupos tenían, sin embargo, algunos rasgos comunes. Tanto los escritores de la generación previa como los jóvenes de Martín Fierro provenían de familias tradicionales de origen criollo, empobrecidas, en algunos casos, pero de las que sus hijos heredaron un considerable capital cultural. Como se vio, en lo que respecta a sus orígenes, el caso de Jauretche es diferente. Aunque tampoco coincidía con la figura clásica del hijo de inmigrantes (a la que podían estar asociados los escritores de izquierda del grupo de Boedo, como Álvaro Yunque, Leónidas Barletta y César Tiempo), provenía de una familia de clases medias de provincia de origen migratorio. Sin viaje iniciático por Europa (el habitual grand tour de los jóvenes de la elite), el joven de Lincoln llegó a Buenos Aires en 1920 y emprendió estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires –institución por la que pasaron también los mencionados Palacio e Irazusta–. Ese recorrido lo puso en contacto con otro de los frentes intelectuales destacados entre los grupos de su generación: la militancia de la Reforma Universitaria. Con origen en Córdoba, en 1918, la Reforma Universitaria inauguró otro de los espacios de militancia cultural juvenil de los años veinte. Conectada por sus elencos y por ideas compartidas con la actividad de las vanguardias literarias, expresaba sin embargo las demandas de cambios pedagógicos e institucionales en la educación superior. En este sentido, el reformismo respondía sobre todo a los intereses de los sectores medios, que veían en el sistema universitario y en el camino de la profesionalización una vía de ascenso social que ofrecía algunas garantías. A pesar de tratarse de un grupo heterogéneo, el de los jóvenes reformistas respondía a algunos patrones comunes, que explican en parte las tendencias generales del movimiento. Pertenecían en su mayoría a las clases medias urbanas y rurales, y en una proporción considerable eran hijos o nietos de inmigrantes. Compartían, por lo tanto, las aspiraciones de ascenso que la aventura migratoria de sus padres en la Argentina les había habilitado como posibilidad. La experiencia en la militancia reformista fue fundamental, sin embargo, para toda una

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generación que hizo allí sus primeras armas en el activismo político y cultural, y que formaría parte de los elencos dirigentes del país en las décadas siguientes. Jauretche estrechó vínculos con los círculos reformistas durante su paso por la Facultad de Derecho de Buenos Aires. Aunque las relaciones entre los jóvenes universitarios y el radicalismo eran fluidas, las figuras de mayor renombre dentro de aquellos espacios se encontraban asociadas mayormente a diferentes expresiones de la izquierda, en especial al Partido Socialista. Jauretche se encontró pronto entre quienes seguían al joven líder reformista Julio V. González –nacido en 1899, hijo del ministro riojano del roquismo Joaquín V. González–, a Carlos Sánchez Viamonte o a Arturo Orzábal Quintana, y se asoció a empresas como la de la Unión Latinoamericana (ULA), apadrinada por José Ingenieros y dirigida por Alfredo Palacios. Fundada en 1924, en torno al grupo que publicaba el boletín Renovación, la ULA se dedicó, hasta su disolución en 1930, a la tarea de la propaganda antiimperialista. En 1927, la ULA sufrió un desprendimiento, cuando un grupo liderado por Arturo Orzábal Quintana fundó la Alianza Continental. Esa nueva organización se diferenció del espacio de Palacios al apoyar las campañas en favor de la nacionalización del petróleo que fueron el centro de los debates públicos durante la campaña de Hipólito Yrigoyen en 1927. Arturo Jauretche siguió a Orzábal Quintana luego de la división y formó parte de la Alianza Continental. En sus testimonios autobiográficos, el autor del Manual de zonceras argentinas pretendió disminuir la importancia de aquella experiencia militante en círculos vinculados a la izquierda tradicional. A partir de su crítica a la orientación antiimperialista antiestadounidense de Palacios y la Unión Latinoamericana –ingenua, a sus ojos, frente al verdadero problema del imperialismo económico inglés– y a la composición social de sus elencos, Jauretche dio a entender que su inscripción en el radicalismo yrigoyenista implicaba una ruptura con aquel otro momento inicial. Según su propia versión, fueron las noticias acerca de la Revolución mexicana, su contacto con los militantes del Partido Aprista Peruano (APRA) y su amistad con el santiagueño Homero Manzione (1907-1951) –conocido por su pseudónimo: Manzi- los elementos que lo ayudaron a romper con los viejos esquemas y a consolidar su acercamiento al yrigoyenismo (Jauretche, 1964 y 2002). Quizás sea posible, sin embargo, poner el foco sobre las líneas de continuidad que esa idea de ruptura oculta, aunque solo parcialmente. En primer lugar, la evidencia indica que existió cierta superposición entre su participación en las actividades del movimiento reformista y su ingreso al radicalismo. En efecto, algunos de los jóvenes que protagonizaban la protesta en los claustros universitarios militaban también en las filas del partido del gobierno. Allí estaban por ejemplo Gabriel del Mazo (1898-1969), Homero Guglielmini (1903-1968) y el citado Manzi, quien participa junto a Jauretche de una toma de la Facultad de Derecho –apoyada por profesores como Alfredo Palacios y por el rector de la UBA, Ricardo Rojas–, en una fecha tan tardía como 1929.1 Asimismo, la Alianza Continental contaba, como presidente honorario, con la figura del general Alonso Baldrich, junto a Manuel Ugarte. De todos modos, Jauretche, vinculado todavía con aquellas redes universitarias, intervino activamente en la vida partidaria del radicalismo desde las elecciones provinciales de 1926 y, luego, durante la campaña presidencial de 1927. En ese año viajó a distintas provincias para cumplir tareas en la preparación de las elecciones, sirviéndose seguramente de algunos de los saberes adquiridos en su experiencia como dirigente juvenil del conservadurismo. En segundo lugar, resulta sencillo identificar en su trayectoria de los años veinte aque1

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El Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho se encontraba controlado por la agrupación Partido Unión Reformista Centro Izquierda, en la que participaban Manzi, Guglielmini y Jauretche, junto a Eduardo Howard, Miguel Zavala Ortiz y José María Rosa (Rodríguez, 2003).

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llos temas que, en diversos registros autobiográficos, Jauretche asociaba a su “despertar intelectual”. Así, la Revolución mexicana de 1910 fue -–junto a la Revolución rusa– una fuente constante de inspiración en los discursos americanistas del reformismo. La misma ULA ubicaba su origen simbólico en la fecha de un discurso pronunciado por Ingenieros durante un banquete celebrado en honor de José Vasconcelos, una de las figuras intelectuales más destacadas de aquella Revolución, ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México y, por entonces, en enero de 1923, secretario de Instrucción Pública del gobierno de Obregón. Más aún, el México de Lázaro Cárdenas será un motivo de reflexión constante en los años treinta, tanto en zonas de la izquierda argentina como en los distintos frentes del radicalismo –basta comprobar el lugar que le dedicaban al tema publicaciones como Claridad o Hechos e Ideas–. También el modelo que el APRA de Víctor Raúl Haya de la Torre parece haber provisto a FORJA puede rastrearse incluso en esos días de militancia universitaria. La misma agrupación peruana había nacido en 1927, a partir de las derivas del reformismo en aquel país, y se convirtió pronto en una fuerza política de escala nacional. Como otras figuras del movimiento, Del Mazo tenía una relación estrecha con Haya de la Torre y participaba de las redes latinoamericanas del aprismo. Además, como es sabido, la consigna de batalla “solo FORJA salvará al país” remedaba la fórmula “solo el APRA salvará al Perú”, utilizada por los militantes peruanos. En suma, a la idea de una “conversión” al radicalismo yrigoyenista, que habría implicado la ruptura con sus etapas juveniles, puede oponérsele otra, en la que aquella trayectoria inicial en el movimiento reformista y en las izquierdas inscribió una marca perdurable y diseñó, al menos en parte, el recorrido de Jauretche en los años treinta. Pruebas de esa continuidad serían la permanencia de algunos de los temas centrales del ideario reformista en su prédica posterior y el modo en que las redes intelectuales y políticas en las que se encontró inserto pueden identificarse en aquella experiencia de militancia universitaria.

FORJA y el revisionismo en la escena de los años treinta En el tránsito a la nueva década, las apuestas de Jauretche parecen haberse dirigido sobre todo al terreno de la política. Participó de las conspiraciones radicales contra el gobierno de Justo y, desde 1935, se dedicó intensamente a las tareas de organización de FORJA, nacido como un grupo disidente de la Unión Cívica Radical (UCR). Resulta presumible, en realidad, que su llegada a la Facultad de Derecho de Buenos Aires –desde finales del siglo XIX, una de las principales instituciones de reclutamiento para las elites dirigentes– tuviera que ver con esas expectativas familiares y personales de hacer una carrera en la política. Como vimos, en los años veinte, Jauretche tuvo cierta inserción en la política universitaria, pero no parece haberse involucrado en los emprendimientos intelectuales del período. A diferencia de quien sería uno de sus principales socios intelectuales, Raúl Scalabrini Ortiz (1898-1959), Jauretche no escribió en revistas como Martín Fierro ni publicó novelas, ensayos o poesías. En rigor, su participación en el frente reformista también parece relegarlo a un modesto segundo plano. En ese sentido, tampoco forma parte de los elencos dirigentes del movimiento, y no fue una firma reconocida en las publicaciones de aquellas agrupaciones en las que tuvo participación, como el boletín Renovación, que publicaba la ULA, o las revistas Sagitario e Inicial, asociadas también a esas empresas. Sin embargo, más allá de sus peculiaridades, su trayectoria puede ser contrastada con provecho con la de los principales referentes de lo que, hacia fines de la década de 1930,

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comenzó a ser llamado revisionismo histórico. Como es sabido, las discusiones acerca del lugar de Juan Manuel de Rosas en el pasado argentino tenían un lugar ganado en la cultura argentina desde finales del siglo XIX. En los años treinta, sin embargo, comenzó a organizarse un movimiento en torno de estos temas, conformado por figuras del mundo intelectual y político, continuidad en parte del activismo juvenil de los nacionalistas de años anteriores. Ese proceso tuvo algunos momentos claves. En 1934, por ejemplo, se organizó una Junta de homenaje y repatriación de los restos de Rosas, que tuvo cierta repercusión en la gran prensa y en la opinión pública. En el mismo año, los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta publicaban un breve libro considerado luego como fundacional de la corriente, La Argentina y el imperialismo británico, en el que denunciaban el Pacto Roca-Runciman, firmado por el gobierno en 1933. A mediados de 1938 –el mismo año en que la Junta de Historia y Numismática fundada por Bartolomé Mitre se convirtió en la Academia Nacional de la Historia–, finalmente, se creó el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, la más importante de las instituciones del revisionismo (Cattaruzza, 2009). El revisionismo de los años treinta, entonces, propuso una interpretación del pasado nacional fundada en la crítica de la tradición liberal y la reconsideración de la figura de Rosas. Desde esa perspectiva, atacaban el rol de lo que llamaban “la historia oficial”, elaborada por los vencedores de Caseros y vigente en la escuela y las principales instituciones de la historiografía, y denunciaban la existencia de un complot del silencio sobre la visión revisionista. Dos de sus principales plumas fueron los mencionados Julio Irazusta y Ernesto Palacio. Como se dijo, Palacio e Irazusta pasaron por la experiencia vanguardista de Martín Fierro y, como Jauretche, por las aulas de la Facultad de Derecho. Sin embargo, hacia fines de la década de 1920, ellos se orientaron a una aventura política diferente: figuraron entre los principales animadores de La Nueva República, un “órgano del nacionalismo argentino” fundado en 1927. La prédica de La Nueva República, inspirada en la derecha conservadora española y francesa, se definió rápidamente por el ataque feroz al gobierno de Yrigoyen, a través de una clave marcadamente elitista y antidemocrática, y se convirtió en uno de los principales bastiones de apoyo al golpe de Uriburu. Otros miembros del Instituto Rosas tenían recorridos similares. Por ejemplo, Juan Pablo Oliver (1906-1985) y José María Rosa (1906-1991) provenían de familias patricias, integradas a los principales círculos sociales de la elite, con participación en los gobiernos conservadores. Si bien no habían transitado por las vanguardias literarias, ambos tuvieron también su formación en derecho y adhirieron al movimiento del General Uriburu (Rosa llegó a ser su funcionario en la provincia de Santa Fe). Si se recorta el perfil de Jauretche contra el de ese conjunto, pueden observarse algunas diferencias. En principio, su compromiso con el yrigoyenismo debió haberlo alejado de las opciones nacionalistas más radicalizadas que, como la de los hombres de La Nueva República, tenían en el ataque al viejo caudillo radical uno de sus núcleos principales. El nieto de vascos no compartía además el perfil social del grupo, ni era dueño de un capital cultural que lo habilitara a moverse con comodidad por los principales circuitos vanguardistas. Sus estudios fueron por cierto irregulares, quizás impulsando más su opción por una carrera política construida con otras armas. Por otra parte, aunque ya entrados los años treinta los vínculos entre el revisionismo y el radicalismo no fueron extraños, hacia el interior de este último seguía siendo dominante la tradición liberal-republicana. Desde finales de la década de 1920, la asociación entre Rosas e Yrigoyen había sido utilizada como arma de denuesto contra los partidarios de “el peludo”, que combatían a su vez esa imagen reivindicando el lugar de la UCR en la línea “Mayo-

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Caseros”. Quizás eso permita explicar que la primera publicación de Jauretche, de 1934 –un año, como se dijo, de cierta significación para el revisionismo–, haya sido un poema con explícitas referencias a las revueltas antirrosistas. El paso de los libres narraba en estrofas, al modo de la épica de género gauchesco, la última de las rebeliones radicales, de diciembre de 1933, lanzada pocos meses después de la muerte del viejo caudillo. Jauretche escribió en la prisión los versos que fueron publicados por la editorial Boina Blanca: Vienen de todos los puntos, / porteños y provincianos; / de nuevo se encuentran juntos/ para luchar, los hermanos / que al juramento son fieles / que prestaron de gurises: / “¡Sean eternos los laureles!” / el himno patrio les dice, / y como en Maipo y Caseros / el deber les da conchavo: / ¡Ni argentinos ni extranjeros / podrán tenerlos de esclavos! (Jauretche, 1934).2 La edición original contaba además con un elogioso prólogo de Jorge Luis Borges, quien destacaba el carácter romántico de un levantamiento destinado al fracaso, aproximándolo a la tradición criolla del duelo y del culto al coraje, que fue uno de los temas centrales de su obra. Según Jauretche se ocupó de aclarar luego, su poema le había llegado a Borges, a que aún no conocía, a través de Manzi, a quien le había pedido su opinión para publicarlo. En su juventud, Borges no había sido extraño a los círculos yrigoyenistas: había participado en 1927, junto a Macedonio Fernández, del Comité Yrigoyenista de Intelectuales Jóvenes, que apoyaba la candidatura del líder. Por otra parte, la reivindicación de cierto criollismo se encontraba en el centro de sus ideas estéticas de aquella etapa. El prólogo concluía con la incorporación de Jauretche a una tradición de poetas guerreros en la que figuraban el “también conspirador” José Hernández e Hilario Ascasubi, quien, no casualmente, había combatido a Rosas. Desde algunas perspectivas, sin embargo, las ideas de FORJA pueden aparecer emparentadas con las consignas más generales asociadas al revisionismo. Fundada en 1935 por un grupo de “radicales fuertes” disidentes de la conducción alvearista del partido –entre los que se contaban Luis Dellepiane, Manuel Ortiz Pereyra, Homero Manzi y Gabriel Del Mazo–, Jauretche fue uno de los principales animadores y organizadores de la agrupación. En sus cuadernos, los forjistas publicaron proclamas y manifiestos programáticos, compendios del pensamiento de Yrigoyen, un conjunto de ensayos en los que se denunciaban las políticas del gobierno conservador hacia los servicios públicos y, asociados con estos, algunas interpretaciones históricas que ponían el foco en la acción del imperialismo inglés en el Río de la Plata. Aunque se supone que Jauretche fue el autor de las consignas centrales del forjismo, en cambio, no estuvo a cargo de los artículos que aparecieron en los Cuadernos de FORJA. Encabezadas por la frase “Somos una Argentina colonial; queremos ser una Argentina Libre”, las declaraciones del grupo interpretaban la historia nacional y sudamericana como la de “una lucha permanente del pueblo por la Soberanía Popular, para la realización de los fines emancipadores de la República Argentina, contra las oligarquías como agentes virreinales de los imperialismos políticos, económicos y culturales” y atribuían a la UCR el 2

Los versos fueron eliminados por Jauretche en ediciones posteriores, acompañados por una nota aclaratoria en la que los adjudicaba a su ignorancia de entonces, pues todavía no había descubierto el revisionismo.

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rol central en aquella tarea de liberación. (1938). La principal pluma de FORJA fue Scalabrini Ortiz, quien no adhirió formalmente a la agrupación, puesto que hasta 1940 fue considerada como un requisito la previa afiliación al partido radical. Scalabrini, hijo de un prestigioso intelectual italiano, sí había tenido una participación activa en los ambientes literarios de los años veinte: se asoció con los martinfierristas, practicó el periodismo en distintos medios, y su libro de 1931, El hombre que está solo y espera, se había convertido en un importante éxito editorial. Tenía vínculos estrechos, por lo tanto, con figuras del mundo de las letras que pasaron luego al revisionismo, por ejemplo, Julio Irazusta, con quien sostuvo una amistad duradera. Sin embargo, no participó orgánicamente de la movilización nacionalista, con la que guardaba distancias que hizo explícitas en la prensa, y no se integró nunca a los circuitos formales del revisionismo –el Instituto, la revista, sus conferencias–. De todos modos, puede afirmarse que existió un clima de ideas compartido entre la denuncia revisionista de una historia falsificada y las proclamas antiimperialistas de FORJA. Los artículos de Scalabrini Ortiz contenían una denuncia explícita de la penetración del capital inglés, una crítica a la organización del país desde 1853 y argumentaban la escisión entre un país “real” y un país “irreal”. En una edición posterior que reunía esa colección de artículos, el mismo Scalabrini Ortiz consideraba su labor como una “modesta molécula de ese movimiento de realismo nacionalista” (1940: 31). Pero no debería olvidarse que tanto el antiimperialismo como la noción de un país real que yacía detrás de un velo de engaños fueron temas extendidos en la literatura de los años treinta, y no solo en el nacionalismo. Eran compartidos también por distintas ramas de la izquierda y por intelectuales liberales. En ese sentido, FORJA, con sus peculiaridades, se comprende mejor dentro del universo de expresiones del radicalismo, en aquel difícil contexto que supuso para esa fuerza la segunda mitad de la década del treinta. Y si bien es posible encontrar los rasgos en los que coincidió con algunas nociones extendidas del revisionismo, por entonces en formación, vale la pena también señalar sus diferencias. La de FORJA fue, en sus orígenes, una empresa partidaria del radicalismo. Las denuncias que articulaban en su prédica se correspondían bien con una tradición que identificaba al radicalismo con el pueblo y a su vez con la nación. Más aún, la reivindicación del rol histórico de Yrigoyen y la interpretación de su legado constituían uno de los núcleos aglutinantes del grupo. No aparecía, en cambio, ningún intento de asociación entre su figura y la de Rosas. El Cuaderno nº 2, cuyo centro era una selección de Del Mazo dedicada al pensamiento de Yrigoyen, contenía una imagen desplegada en la que la figura de San Martín encontraba continuidad en la del ex presidente, dispuesta sobre un mapa del continente americano donde se libraba la lucha entre el imperialismo y el pueblo, representado allí por la imagen del gaucho. En otras ocasiones aparecían también rastros del lugar que para el radicalismo continuaba teniendo el panteón liberal de figuras. Una foto de fines de los treinta muestra una reunión de forjistas en el Club Social y Deportivo Lamadrid del barrio de La Boca. Jauretche, sentado en el centro, encabeza a un nutrido grupo de hombres. Detrás de ellos se levantan tres retratos: Mariano Moreno, San Martín y Rivadavia.3 Si bien compartían temas e ideas con el movimiento nacionalista, los forjistas se encargaban de diferenciarse de este. Así, en 1941, la sección del pueblo de Forjando del pueblo de Rojas, encabezaba sus páginas con la habitual leyenda: “No hay más Nacionalismo que el Radical; no hay más radicalismo que FORJA”. (Forjando, 1941) Como es sabido, parte de la dirigencia forjista apoyó el golpe de 1943 y participó luego 3

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Archivo del Museo Arturo Jauretche, Banco Provincia de Buenos Aires.

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de los gobiernos peronistas. Junto a sus compañeros, Jauretche estuvo cerca del gobernador de la provincia de Buenos Aires, Domingo Mercante, y fue durante su gestión presidente del Banco Provincia. Mantuvo en esa etapa su perfil de hombre político. Solo más tarde se dedicó a construir su carrera de escritor, aliado ya a nuevas corrientes intelectuales en las que el revisionismo tendría una importante participación.

Los “sesenta”: zona de reunión La caída del peronismo en 1955, y el período de persecución política que inició el gobierno de la Revolución Libertadora, produjeron una importante reconfiguración de los alineamientos políticos e intelectuales. La plasticidad ideológica de la época se hizo evidente en las nuevas alianzas que comenzaron a surgir del encuentro y el cruce de tradiciones diferentes. Mientras una importante franja de las izquierdas comenzó un acercamiento al peronismo y, a través de este, al nacionalismo, algunos nacionalistas acompañaron ese movimiento con un corrimiento en el sentido inverso. Que la coyuntura política era la que agrupaba ahora a tradiciones distintas se hacía evidente, por ejemplo, en las páginas de Columnas del nacionalismo marxista. En el artículo inaugural, de julio de 1957, Fermín Chávez saludaba el nuevo aire, que sería además un signo del nuevo tiempo: Cuando los compañeros iniciadores de esta empresa cultural que es Columnas del nacionalismo marxista me solicitaron una colaboración, sabiendo de antemano que yo no era marxista, tuve la sensación de que algo importante había sucedido en nuestro país en estos últimos años y que ese algo importante estaba afectando de una manera particular y determinada a las jóvenes generaciones de argentinos (Chávez, 1957). La respuesta al interrogante sobre las posibilidades de reunir al amparo de un mismo programa a esas dos tradiciones estaba, según Chávez, “en la realidad misma de nuestro proceso político-cultural”. En ese río revuelto, el revisionismo encontró canales de acceso a un público nuevo y ampliado. Previamente, en los años peronistas, el grupo de hombres reunidos en torno del Instituto Juan Manuel de Rosas había sostenido relaciones ambivalentes con el gobierno. Más allá de la diversidad de posiciones que podían dividir a sus miembros, el peronismo en el poder no hizo suyo el discurso histórico del revisionismo, y mantuvo, en ese sentido, la continuidad de ideas e imágenes más tradicionales. Fue recién en los años de proscripción cuando los lazos entre aquel movimiento político y los revisionistas se estrecharon definitivamente. La Revolución Libertadora publicitó intensamente la asociación entre Rosas y Perón, utilizando fórmulas como “la segunda tiranía” o “el tirano depuesto”, a la vez que el dictador Lonardi se imaginó representando el rol de Urquiza y reivindicó la continuidad entre el golpe y la tradición de Mayo y Caseros. En este contexto, diversas publicaciones semiclandestinas del peronismo, como El líder, Mayoría, y Palabra Argentina, en las que participaban revisionistas y nacionalistas, comenzaron a utilizar esas asociaciones invirtiendo su sentido político. Revisionismo y peronismo se convertían por entonces en aliados frente a un enemigo común (Goebel, 2012; Stortini, 2004). El Instituto Rosas, cerrado luego del golpe de 1955, estrechó, desde su reapertura en 1958, su relación con los sindicatos peronistas, que serían a partir de entonces una de sus principales fuentes de financiamiento. Además, como es sabido, en Los Vendepatria, publicado en Caracas en 1957, el mismo Perón reivindicó en un breve pasaje su asociación con la imagen de Rosas: “La dictadura ha invocado la ‘Línea Mayo-Caseros’ que manifiesta seguir.

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Es indudable que su confesión es real. Ellos, como Álzaga, Liniers, Alvear, los enemigos de Rosas, etc., tienen su línea indiscutible: la de la traición a la patria” (1974). Caseros, argumentaba Perón, reforzando la identificación, no significaba la derrota de una “concepción política sino la circunstancial de un hombre. Se triunfó militarmente sobre un gobernante (Rosas), pero se reinició al país en el camino de la tragedia que aquél conjurara” (1974: 222). La efectividad de la asociación resultaba evidente. Quizás con ella en mente, un año más tarde, José María Rosa publicaba en Madrid La caída de Rosas, libro en el que había trabajado durante su exilio uruguayo. También en 1957, y desde Montevideo, Atilio García Mellid, un antiguo forjista, publicó Proceso al liberalismo argentino. En 1946 el autor se había incorporado formalmente al revisionismo, tras afiliarse al Instituto y escribir Caudillos y montoneras en la historia argentina, libro en el que reivindicaba una tradición que unía a las figuras de Rosas, Yrigoyen y Perón. El liberalismo estaba ahora asociado a la dureza de la dictadura, y eso era evidente también en la virulencia de sus críticos. Ello puede percibirse, por ejemplo, en Los profetas del odio (1957), con el que Jauretche, refugiado asimismo en la otra orilla del Río de la Plata, comenzaba una prolífica y exitosa etapa de producción intelectual. Los profetas… era un amargo ajuste de cuentas con la intelligentsia liberal argentina, “los intelectuales tipo ‘MayoCaseros’”, sintomático del modo en que habían cambiado las relaciones en ese ambiente. Entre las figuras discutidas aparecía sin embargo la de un antiguo revisionista, Julio Irazusta, quien poco antes había editado su Perón y la crisis argentina, en el que proclamaba la “oportunidad de un termidor” y reivindicaba la deuda contraída con “los héroes caídos o triunfantes en la revolución que derrocó el incalificable e increíble régimen de Perón” (1956: 9). Jauretche desplegaba en su libro un estilo polémico, irónico y agudo, que había madurado largamente en intervenciones hasta entonces fragmentarias en la prensa. Aparecían allí, además, los primeros signos de su acercamiento al revisionismo. En aquel contexto, mientras junto a Scalabrini Ortiz comenzaba a colaborar con el frondizismo desde la revista Qué…, encontró nuevos compañeros de trinchera. Las redes de la resistencia y el exilio lo habían acercado a figuras como José María Rosa y al ensayista uruguayo Alberto Methol Ferré. Quizás debiera a este último su contacto con las ideas de Jorge Abelardo Ramos, una de las figuras fundadoras de la “izquierda nacional”, que tenía desde hacía ya algunos años una relación con el oriental. En 1957 Ramos publicó la que sería su obra principal, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, y Jauretche celebró su aparición en una reseña. El artículo comenzaba con la crítica de un homenaje a Alberdi, que había sido comentado por La Prensa y que parecía al autor expresión del falseamiento al que había sido sometida la historia nacional. Jauretche suscribía ya la recuperación que algunos revisionistas hacían de Alberdi –en especial de sus obras tardías y póstumas–, en cuanto crítico del mitrismo, y se apoyaba para ello en la obra de Ramos. Este era, a sus ojos: el ensayo más agudo que ha producido el revisionismo histórico, sin desmerecer el libro de Ernesto Palacio, cuya finalidad es más didáctica que interpretativa. No es el libro de un investigador, ni de un historiógrafo; pero es un libro de síntesis, que ordena los materiales y extrae las conclusiones.4 Jauretche destacaba especialmente el acierto que suponía incorporar a Julio Argentino Roca a la “línea nacional” y la comprensión de las contradicciones del radicalismo, encarnadas en las diferencias entre Alem e Yrigoyen. Consideraba además que “el instrumental 4

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El artículo citaba también, aunque sin comentarlos, los libros Proceso al liberalismo argentino, de su antiguo conmilitón García Mellid, e Historia crítica de los partidos políticos, de Rodolfo Puigróss.

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marxista” facilitaba a Ramos la comprensión de la economía rosista y, en especial, de la Ley de Aduanas que defendía al “proletariado del interior” y encarnaba “un primer ensayo de coordinación y equilibrio entre intereses nacionales afines”. Pero señalaba también como virtud que a Ramos, siendo marxista, “la estimación de los valores económicos no le hace perder visión de la incidencia del genio personal y los valores de la cultura en el proceso”. El encomio historiográfico del aporte de la izquierda nacional concluía sin embargo con una consideración más matizada de sus posiciones políticas. La interpretación de Ramos de la etapa contemporánea era para Jauretche menos adecuada, y criticaba en especial su “insistencia en el planteo clasista”, cuando la estrategia indicaba en realidad la conveniencia de “la concurrencia de todos los sectores progresistas de la sociedad argentina”. El siguiente trabajo de Jauretche hacía explícita la influencia de sus nuevas relaciones y lecturas. En Ejército y política, de 1958, aparecían ideas sobre la “geopolítica” americana, tributarias de las preocupaciones de Methol Ferré, integradas con algunas imágenes del pasado argentino deudoras de las obras de Rosa y de Ramos. La historia argentina que aparecía allí era la de un desarrollo, desde la independencia hasta el presente, de dos tendencias contrapuestas: la “política nacional” y la “política ideológica”, asociadas además a las aspiraciones de una “patria grande”, la primera, y de una “patria chica”, la segunda. En ese marco aparecía ya, en una versión temprana, la crítica de Jauretche a la idea sarmientina sobre los problemas de la extensión territorial (“el mal que aqueja a la Argentina es su extensión”), que diez años más tarde utilizaría en su célebre Manual de zonceras argentinas (1968). En dicho recorrido, Rosas era vindicado como realizador de una política nacional, a la vez que, siguiendo ideas que aparecían en José María Rosa, su derrota en Caseros era interpretada como el triunfo de la “política nacional” brasileña. Como sería habitual en las historias del “neorrevisionismo” y de la “izquierda nacional”, el análisis de Jauretche abordaba críticamente la era liberal, un período sobre el que el primer revisionismo no solía avanzar. Sarmiento y Mitre aparecían en ese marco como centro de las críticas, identificados con la política de “falsificación de la historia”, es decir, el uso partidario y propagandístico de la historia y la apelación a la mentira, de la cual “Mitre hizo una disciplina científica”. Roca, por otra parte, aparecía considerado favorablemente, en sintonía con la versión de Ramos, por sus políticas de frontera y por los esbozos de proteccionismo económico en el interior del país. Yrigoyen, por último, representaba una continuidad con esos comienzos de “política nacional”, y los conservadores de los años treinta, un retorno de la oligarquía. Aunque el nombre de Perón no aparecía en el texto, los párrafos finales de la sección histórica del libro recuperaban la conexión entre pasado y presente: La historia de los días recientes es la misma que acabamos de referir. Pónganse unos nombres en el lugar de otros; a veces son los mismos. [...] Póngase 1945 donde dice 1916; las líneas históricas son las mismas. Esto lo ha visto quien ha querido verlo. Lo ha oído quien ha querido oír. Feliz nuestra generación que vio después de 1943 los días de la PATRIA GRANDE, que no pudieron ver sus padres. [...] Frente al nuevo Caseros poco importa la historia menuda de los días inmediatos. [...] Ya los argentinos no pueden ser confundidos por el mitrismo [...] Porque ahora el país sabe qué significa Caseros. Ayer y hoy (Jauretche, 1976: 124).

Política nacional y revisionismo histórico En 1958, Jauretche ofreció dos conferencias para el Instituto Juan Manuel de Rosas, que

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en aquel año se reorganizaba y retomaba actividades. El editor Arturo Peña Lillo presenció la exposición en Buenos Aires y propuso publicarla, lo que sucedería finalmente en la colección La Siringa de su editorial, con el título de Política nacional y revisionismo histórico (1959). Más que de un libro de historia, se trataba de una reflexión acerca de las relaciones entre historia y política, acompañadas por algunas indicaciones de orden programático, con las que el autor pretendía señalar caminos posibles para el revisionismo histórico en la nueva etapa que se abría. Jauretche consideraba el revisionismo, al que reconocía haber llegado tarde, como una parte fundamental del “pensamiento nacional”. A sus ojos, la “historia verdadera” era necesaria si se quería elaborar una política nacional realista y efectiva. En consecuencia, la “falsificación” de la historia a la que había sido sometido el país era producto de una política pensada y ejecutada para impedir esa misma realización. Dicha falsificación había sido elaborada por “combatientes” –Jauretche pensaba aquí en Mitre y Sarmiento–, miembros de las minorías intelectuales. El modo en que se debilitaban las fronteras entre historia y política era tanto una marca de la tradición revisionista como un signo de los nuevos tiempos. Sin embargo, agregando un énfasis singular a las viejas denuncias revisionistas, Jauretche ponía el foco no ya en la fuente de aquellas versiones ahora discutidas, sino en sus mecanismos de reproducción. “En el caso argentino –señalaba– no ha jugado sino en mínima parte la ecuación personal de los historiadores, el error voluntario o involuntario personal”. El fenómeno verdaderamente relevante era en cambio “una deformación transmitida de generación en generación, durante un proceso secular [...] una sistemática de la historia concebida después de Caseros” que suponía, además, todo “un mecanismo de la prensa, del libro de la cátedra, de la escuela, de todos los medios de formación del pensamiento” (Jauretche, 1959: 6-7). Esa operación, la implantación de una “dictadura del pensamiento”, era para Jauretche el resultado de “una exigencia de la estructura económica”. Según su perspectiva, la inserción de la Argentina en la división internacional del trabajo había promovido un modelo que servía a los intereses del imperialismo británico, propugnando la desintegración territorial y la extenuación de las economías del interior y centrándose en una producción agrícola y ganadera. Ese modelo productivo habría tenido como consecuencias la obstaculización del desarrollo industrial, y la formación de una reducida clase terrateniente y de una pequeña clase media. Esos lineamientos generales de su interpretación sobre lo que llamaba “la estructura” económica y social argentina se contrastaban, además, en algunos pasajes breves, con los casos de Alemania y, principalmente, de Estados Unidos, que servían así como ejemplos virtuosos de desarrollo económico nacional. Eran, en efecto, las transformaciones económicas de la era liberal las que para el ensayista permitían explicar el triunfo de la “historia falsificada”. Recurriendo libremente a las reflexiones de Marc Bloch sobre las tradiciones orales en medios rurales y la construcción y transmisión de memorias sociales, Jauretche argumentaba que la nueva sociedad de origen migratorio, implantada en el suelo argentino, había quebrado las conexiones con el pasado. Ajenos a la memoria de aquella sociedad criolla, cuyo recuerdo sobrevivía solo en algunas zonas del interior menos impactadas por la modernización, los hijos de los inmigrantes se habían podido formar solo a través de un saber libresco, artificial e impostado: “Prácticamente no hay abuelos en el hogar argentino del pueblo” (ibíd.:21). Hasta el paisaje, argumentaba, se había modificado artificialmente, al reemplazar en la toponimia los nombres de la tradición por nuevas referencias en las que desaparecía la relación que ataba la denominación a los sitios históricos. En aquellos quiebres radicaban para Jauretche las razones que permitían explicar las

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posiciones políticas de la izquierda –caracterizada como “epifenómeno de la oligarquía”– y del sindicalismo “tradicionales” ante el yrigoyenismo y el peronismo. Esa propuesta remitía una vez más a la que Ramos había presentado en Revolución y contrarrevolución... Pero en sus singulares inflexiones conceptuales parecían resonar también los ecos de la interpretación que Gino Germani había comenzado a publicar poco antes. El sociólogo italiano había presentado por primera vez, en un artículo de 1956, los lineamientos principales de lo que sería su explicación de la adhesión popular al peronismo. Según proponía allí, las migraciones internas del período anterior a la aparición de ese movimiento habían cambiado la composición social del movimiento obrero. Eran por esto los “trabajadores nuevos”, de origen rural, llegados a Buenos Aires desde las provincias del interior, y ajenos a las tradiciones ideológicas del movimiento sindical, quienes se habían mostrado sensibles al proyecto autoritario del peronismo (Germani, 1956). Vistas en conjunto, se hacen patentes los puntos en común entre las dos interpretaciones. En efecto, la versión que en trazos más gruesos presentaba Jauretche coincidía con la del italiano en sus claves principales. Como enfrentándola a un espejo, producía, sin embargo, una inversión de los sentidos y las valoraciones presentes en aquella.5 Este plano de la argumentación de Pensamiento nacional… fundamentaba así los principales ejes de su lectura del revisionismo. En efecto, para Jauretche, la trayectoria de los grupos sociales que constituían la estructura económica del país permitía explicar también sus cambiantes relaciones con el pasado nacional. Se trataba, para Jauretche, de una situación paradójica, puesto que había sido una corriente del nacionalismo “antipopular” –es decir, el revisionismo rosista de los años treinta– la que había comprendido en primer lugar “el fenómeno histórico argentino”, mientras que “aquel sector del pensamiento que vive en permanente declamación de pueblo, se atiene a los mitos históricos de la oligarquía, o sea del anti-pueblo” (Jauretche, 1959: 46). Al explicar las razones de estos posicionamientos, Jauretche vinculaba esa mejor comprensión de los revisionistas con: su contacto más directo con el país y su pasado, por su entronque familiar y por la influencia de una tradición cultural, religiosa histórica, por excepción sobreviviente en algunos individuos de la clase dirigente, culturalmente no afrancesados y económicamente no anglicanizados (ibíd.: 47). Era el origen criollo y tradicional de los miembros del revisionismo lo que les había permitido el contacto con una tradición nacional verdadera e incontaminada. Reconocía de ese modo el rol de los revisionistas como pioneros en el combate contra la historia oficial. Pero si a ellos se debía la demostración de la falsedad de la “historia escrita”, habían sido en cambio las transformaciones sociales de las últimas décadas las que probaron definitivamente la inadecuación de aquellas tradiciones ideológicas. Así, aunque tanto el yrigoyenismo como el peronismo habían pecado por no proponer una política de la historia, la “nueva realidad” que esas corrientes políticas habían engendrado era, sin embargo, “el factor decisivo del triunfo de la revisión histórica” (ibíd.: 34). En esa nueva etapa, lo social y lo económico predominaban sobre lo político, y quedaba para una nueva generación de historiadores acompañar esos cambios ampliando el terreno de trabajo histórico. Jauretche se mostraba aquí perceptivo de las limitaciones de la historiografía revisionista, que había replicado en sus líneas generales los modelos propuestos por las corrientes históricas que pretendían discutir. El revisionismo, argumentaba recurriendo a la dialéctica, había funcionado como antítesis de la tesis de la historia oficial. En el momento presente, por lo tanto, debía ser superado por una nueva síntesis. Saludaba por eso la llegada de un 5

La versión de Jauretche carecía, por supuesto, del andamiaje instrumental de la sociología científica, un registro con el que luego discutiría explícitamente en El medio pelo en la sociedad argentina.

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nuevo aire desde la izquierda nacional, que parecía entonces poder renovar los viejos enfoques otorgando mayor atención a las dimensiones socioeconómicas de la historia argentina. Parte de ese trabajo, creía, lo habían iniciado los forjistas, a través del énfasis de Scalabrini Ortiz en los temas económicos, y algunos revisionistas –como Rosa y Oliver– también orientados en ese sentido. Por su parte, a Juan José Hernández Arregui y a Ramos les reconocía las innovaciones que habían hecho en los terrenos cultural y social, respectivamente, mientras otros continuaban practicando la vieja historia. En su característico estilo, la reflexión de Jauretche vinculaba originalmente las condiciones históricas del país con las interpretaciones de su pasado. Señalaba, además, con agudeza los límites de las viejas historias, a la vez que sugería las nuevas direcciones que a sus ojos podía encarar el revisionismo. La obra fue reeditada once años más tarde, en 1970, con algunas pocas modificaciones y ampliaciones. Esa segunda edición conserva el optimismo con el que Jauretche acompañaba su llamado a la renovación del revisionismo. En el curso de aquella década turbulenta, esa corriente había cosechado, sin dudas, un éxito significativo. Resultaría difícil, sin embargo, sostener que ella había avanzado por los caminos que nuestro autor indicaba. El mismo Jauretche no pareció advertir los límites impuestos a esa renovación deseada por su propia convicción de que la historia tenía por único fin el de navegar las aguas de la política. Era esa, sin embargo, una convicción muy propia de la época.

Bibliografía “Declaración aprobada en la Asamblea Constituyente del 29 de junio de 1935”, en: Cuadernos de FORJA, nº 4, Buenos Aires, septiembre de 1938. CATTARUZZA, Alejandro, “El revisionismo en los años treinta. Entre la historia, la cultura y la política”, en: Celina Manzoni (dir.), Rupturas. Historia crítica de la literatura argentina, vol. 7, Buenos Aires, Emecé, 2009. CHÁVEZ, Fermín, “Nacionalismo y marxismo”, en: Columnas del nacionalismo marxista, año 1, nº 1, 14 de julio de 1957, Buenos Aires, pp 1-4. Forjando, Rojas, octubre de 1941. GALASSO, Norberto, Jauretche. Biografía de un argentino, Buenos Aires, Homo Sapiens, 1997. GARCÍA MELLID, Atilio, Proceso al liberalismo argentino, Buenos Aires, Theoria, 1957. ---, Montoneras y caudillos en la historia argentina, Buenos Aires, Recuperación nacional, 1946. GERMANI, Gino, “La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo”, en: Cursos y conferencias, nº 272, 1956. GOEBEL, Michael, La Argentina partida. Nacionalismos y políticas de la historia, Buenos Aires, Prometeo, 2013. IRAZUSTA, Julio, Perón y la crisis argentina, Buenos Aires, La Voz del Plata, 1956. JAURETCHE, Arturo, El paso de los libres, Buenos Aires, Ed. Boina Blanca, 1934. ---, Los profetas del odio, Buenos Aires, Trafac, 1957a. ---, “Glorificaron un Hernández, un Alberdi, un Urquiza despojados de todo sentido nacional”, Qué sucedió en siete días, nº 149, Buenos Aires, 25 de septiembre de 1957b. ---, Ejército y política, Buenos Aires, Peña Lillo, 1976. ---, Política nacional y revisionismo histórico, Buenos Aires, Peña Lillo, 1959. ---, Filo, contrafilo y punta, Buenos Aires, Juárez Editor, 1964. ---, Manual de zonceras argentinas, Buenos Aires, Peña Lillo, 1968. PERÓN, Juan Domingo, Los vendepatria. Pruebas de una traición, Buenos Aires, Freeland, 1974 [1957]. RAMOS, Jorge Abelardo, Revolución y contrarrevolución en la Argentina, Buenos Aires, Amerindia, 1957.

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RODRÍGUEZ, Fernando Diego, “INICIAL. El frente estético-ideológico de la nueva generación”, en: “Inicial”. Revista de la nueva generación (1923-1927), Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2003. ROSA, José María, La Caída de Rosas: el imperio de Brasil y la Confederación Argentina, 1843-1851, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1958. SCALABRINI ORTIZ, Raúl, Política británica en el Río de la Plata, Buenos Aires, Reconquista, 1940. STORTINI, Julio, “Polémicas y crisis en el revisionismo argentino: el caso del Instituto de Investigaciones históricas ‘Juan Manuel de Rosas’ (1955-1971)”, en: DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora, La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay, Buenos Aires, Biblos, 2004.

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Vicente Sierra discute a Rodolfo Puiggrós Oposición política e historiográfica desde la revista del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”, 1940-1942. -Paolo Sebastián Cucco y Pamela Rita Moreno[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected][email protected])

Introducción1 “El llamado materialismo histórico Constituye una postura intelectual sumamente interesante. Nos molestan los que hablan de ella Sin haberse enterado honradamente en qué consiste” Vicente Sierra (1940) El revisionismo histórico identifica en la Argentina a un grupo de intelectuales que interpelado por el conflicto institucional e ideológica de los años 30’, comenzó a bucear en el pasado argentino en búsqueda de las razones históricas de esa crisis del espíritu colectivo que se manifestaba en la doble esfera de lo político y de lo económico2. Con el objetivo de crear una “contra-historia” y desafiando a la tradición liberal, que había servido “como instrumento de legitimación para entregar al país a los intereses extranjeros”, los revisionistas buscaron alcanzar una mayor presencia en el campo de la cultura y del pensamiento político a través de la crítica literaria, el ensayo y la reflexión histórica y sobre su presente. En ese sentido el periodismo y la actividad literaria se convirtieron en instrumentos ideales para la divulgación de las ideas y para la militancia política3. En un intento por volver del olvido a quienes habían luchado por la defensa de la tradición, de la unidad y de la soberanía nacional, los revisionistas reivindicaron a Rosas como figura emblemática. En función de esa operación, en el año 1939, apareció la revista “Juan Manuel de Rosas”, editada por el Instituto de investigaciones homónimo, y destinada a constituirse en un espacio privilegiado en la difusión de las representaciones del pasado contra-históricas. En este trabajo exploratorio, focalizamos el análisis en las intervenciones de Vicente D. Sierra en el espacio de la mencionada revista. Particularmente, el historiador formulaba una férrea oposición al marxismo, delineando como objetos de oposición al referente intelectual e historiográfico del PC, Rodolfo Puiggrós y a su obra, La herencia que Rosas dejo al país (1940). Mediante una exploración de la bibliografía pertinente, ofrecemos un análisis de los términos en que Sierra argumenta, confronta y da curso a una representación de la época rosista capaz de resolver la afrenta de la visión comunista. Para ello tendremos en cuenta 1 2 3

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Los autores son estudiantes del Profesorado y Licenciatura de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Río Cuarto. En: STORTINI, Julio. “Polémicas y crisis en el Revisionismo Argentino: El caso de Instituto “Juan Manuel de Rosas” (1955 - 1971). En: DEVOTO, Fernando, PAGANO, Nora: La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay. Biblos, Buenos Aires, 2004. Ibídem.

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las críticas y aportes que se explicitan en trabajos de Devoto Fernando y Pagano Nora Diana Quattrocchi y Julio Stortini.

El Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” y el proceso de consolidación del revisionismo Al momento de la creación de la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas” la situación a nivel mundial y nacional se encontraba envuelta en grandes tensiones, en ese momento el sistema capitalista trataba de superar la depresión económica de 1929 y los países europeos se encontraban envueltos en una disyuntiva que los encaminaba a la Segunda Guerra Mundial. En este contexto, la Argentina sufría las consecuencias del mundo europeo, y trataba de recuperarse de la crisis económica, social y política debido al debilitamiento del modelo agro-exportador y los conflictos institucionales que habían significado la intervención de los sectores militares en la vida política del país. Según Devoto (2010), es en este contexto, hacia finales de la década de 1930, el momento en el cual el revisionismo fue particularmente prolífico en sus iniciativas y en su producción historiográfica, en las cuales se destacan intelectuales como Ricardo Ezcurra, Ernesto Palacio, Manuel Gálvez, Scalabrini Ortiz, Julio y Rodolfo Irazusta, José María Rosa y Vicente Sierra. También ese momento, nos dicen Devoto (2010), coincidió con un mayor impacto en la opinión pública de los temas propuestos por el revisionismo vinculados con la expansión de las distintas vertientes del nacionalismo y del integrismo católico, cuyos numerosos órganos periodísticos, proveían nuevos medios para su difusión. Bajo esta coyuntura, también hay que tener en cuenta las contiendas ideológicas en el escenario local e internacional. En el primero, el revisionismo trataba de impugnar el orden político presente y a las corrientes historiográficas liberales, representadas por la Academia Nacional de la Historia, encabezada por Ricardo Levene, que en ese momento tenían un estrecho vínculo con el poder de turno. A consecuencia de ello, el revisionismo se orientaba a una ruptura más decidida, al menos con la historia académica, objeto ahora no solo de críticas interpretativas sino de mala fe, ocultamiento o falsificación deliberada4. En tanto que en el contexto internacional la discusión ideológica se da en el plano de la Guerra Civil Española y con la polarización fascismo – antifascismo. Con ello, lo que se buscaba en el nacional catolicismo era una nueva opción anti moderna a contraponer al liberalismo y el marxismo y, a la vez, alejada del neopaganismo nazista5. Ante esta situación, el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas trató de “encontrar a los responsables de las desdichas presentes, ya que el rostro del mundo se modifica radicalmente y la Argentina intentaba (¿en vano?) Adaptarse a una realidad que parecía superarla completamente”6. Para ello, se necesitó construir una visión de la historia que fuera en contra de la llamada “historia oficial” y posicionarse como una contrapartida institucional al fin de crear una conciencia histórica de los argentinos bajo el espíritu de confrontación, tanto en 4 5 6

DEVOTO, Fernando: “El revisionismo histórico”. En: DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora: Historia de la Historiografía Argentina. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2010. y Pagano (2010), p. 238. Ibídem, p. 261 STORTINI, Julio. “Polémicas y crisis en el Revisionismo Argentino: El caso de Instituto “Juan Manuel de Rosas” (1955 - 1971). En: DEVOTO, Fernando, PAGANO, Nora: La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay. Biblos, Buenos Aires, 2004. p. 100.

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el plano ideológico como el político. De tal manera que, a comienzos de 1939 se publicó la Revista “Juan Manuel de Rosas” a fin de exaltar la figura del mismo “como garante del orden contra la anarquía, respetuoso de las jerarquías y de la religión, administrador honesto y sobre todo un gobernante dotado de una extremada sensibilidad para entender la realidad. Rosas había impedido la disgregación del país y había logrado solidificar la soberanía nacional frente a los embates de las potencias imperialistas”7. En tal sentido, lo que se propone la revista es estudiar la época de Rosas para ilustrar convicciones doctrinarias sobre formas de gobierno, el ideario político de aquella generación y el conjunto de operaciones y soluciones de orden práctico que hacen del gobierno de Rosas un modelo de realismo y de sagacidad política, ya que los intelectuales que formaban parte de la revista pretendían poner de manifiesto “una diferencia sensible entre Rosas y sus adversarios, en cuanto al modo de entender y defender los intereses nacionales”8.Así, la figura de Rosas es tomada como referencia para encontrar una salida a la problemática que atravesaba el país en esos momentos. Según Quattrocchi-Woisson , es en este escenario donde se inicia la primera etapa del revisionismo histórico (1938 - 1943). La misma atribuye que “Los miembros del Instituto son nacionalistas convencidos – y muchos de ellos católicos militantes – pero el punto común es su preocupación por las cuestiones históricas (…)los que se reúnen en el Instituto Juan Manuel de Rosas creen posible elaborar una respuesta nacional a la crisis, haciendo abstracción de los modelos europeos (…) Frente a la situación nacional, sus posiciones son un poco menos uniformes, manifiestan retrospectivamente interés por Yrigoyen y repudian la política del “fraude político””9 Ahora bien, en palabras de Stortini (2006) también se pueden encontrar diversas manifestaciones en contra de la izquierda, ya que en ellos observaban una actitud política y de perspectiva histórica idéntica a los liberales argentinos. En este sentido, “a los comunistas se los acusaba de mirar el país desde la teoría de Marx propiciando las soluciones que podía aportar la “ciencia soviética” pero desconociendo la historia de la nación y de la realidad colonial que aplastaba a la Argentina. Superar esto último, decían, implicaba apelar a una mística patriótica algo que parecía herético para los marxistas”10 Por ello tomaremos a Vicente D. Sierra, uno de los intelectuales influyentes de la primera etapa de la historiografía revisionista, en su crítica sistemática a la visión marxista sobre la historia argentina.

Vicente Sierra y su deslegitimación a Puiggrós a través del Marxismo Vicente Dionisio Sierra nace en Buenos Aires el 9 de enero de 1893 y muere un 29 de julio de 1982, a los 89 años. Con el tiempo es profesor de enseñanza secundaria, escritor e 7 8 9 10

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STORTINI, Julio: “Los orígenes de una empresa historiográfica: el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (1938 - 1943)”. En: DEVOTO, Fernando (Comp.): La historiografía Argentina en el Siglo XX. Editores de América Latina, Buenos Aires, 2006. p. 163. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año I, Nº 1, Buenos Aires, 1939. p. 6. QUATTROCCHI – WOISSON, Diana.:. Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina. Emecé, Buenos Aires, 1995. p. 172. STORTINI, Julio. “Los orígenes de una empresa historiográfica: el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (1938 - 1943)”. En: DEVOTO, Fernando (Comp.): La historiografía Argentina en el Siglo XX. Editores de América Latina, Buenos Aires, 2006. p. 170.

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historiador y participó en la creación de la Revista Idea en 1915. En ese mismo año hace sus primeros pasos en la Revista De Filosofía dirigida por José Ingenieros, publicando artículos bajo una mirada marxista. A finales de la década del ´10 se inserta en el Colegio Novecentista, acercándose al catolicismo y realizando críticas hacia el positivismo, pero su interés hacia la historia se profundiza en su participación en el Instituto Juan Manuel de Rosas, donde critica a la historiografía marxista argentina. Entre 1946 y 1947 reemplazara a Ravignani como Director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Ciudad de Buenos Aires, ese mismo año se hace cargo también de la Secretaria de Salud Pública, Abastecimiento y Limpieza de la Ciudad de Buenos Aires, además de esto fue director Nacional de Transporte11. En 1950, Sierra publica la obra llamada “Historia de las Ideas Políticas Argentinas” escrita desde una perspectiva católica y revisionista, que según Quatrocchi (1995) “es el primer panorama de conjunto del pasado argentino hecho por una pluma revisionista”. Posteriormente en 1956 publica otra obra de 12 tomos llamada “Historia Argentina”. Tras el derrocamiento de Perón, entre los años 1960 y 1966 fue designado presidente de la Junta de Historia Eclesiástica. Ya adentrada la década del ´70, con el regreso del peronismo reemplazo a Jorge Luis Borges como Director de la Biblioteca Nacional hasta 197612. En este abordaje, lo que nos interesa es analizar dos escritos de este autor, uno de 1940 y otro de 1942 en la Revista Juan Manuel de Rosas, el primero bajo el título “Rosas, el marxismo y la política contemporánea” y el segundo bajo el título “Historicismo científico al servicio del antirosismo” en donde manifiesta una posición defensiva para con Rosas utilizando al marxismo para deslegitimar las posturas antirosistas de Puiggrós. Como primer paso de este análisis debemos remarcar la posición de este autor con respecto a los grupos clasificados como izquierda, que cuentan, según Sierra (1940), “con adeptos de mentalidad burguesa”, manejado por factores extremistas, en especial el comunismo, que en sus orígenes revolucionarios se han transformado en una posición dogmática. Ante este escenario lo que deja bien en claro es que no se posiciona como uno más de los que temen ni menosprecian al comunismo, sino que al contrario lo que intenta es mantener una postura crítica fuera del dogma que está fuertemente arraigado por afuera de lo expresado por Marx. En tal sentido, lo que manifiesta Sierra es que “el comunismo es un conjunto de fórmulas sin fuerzas revolucionarias bajo la llamada doctrina de interpretación materialista de la historia (…) bajo el control de aquella estúpida ley en virtud de la cual la humanidad marcharía constantemente siguiendo determinadas normas a las que llama progreso.”13. Para el cumplimiento de esa ley, Sierra sostiene que el comunismo adopta una actitud oportunista, ya que acepta defender la democracia liberal y el desarrollo capitalistico (sic) de los pueblos. Es decir que una teoría política – social nacida como reacción al capitalismo acepta sostener al sistema contra el cual lucha, abandonando sus viejos ideales internacionalistas, reflejando la crisis intelectual y política de la Segunda Internacional, que “antes solo reconocían la humanidad, ahora ya reconocen las nacionalidades”14. Según Vicente Sierra (1940), en la Argentina se advierte que Juan Manuel de Rosas aparece como un obstáculo difícil de salvar en la interpretación de los estudios históricos en el marco de la teoría marxista, incluso, la propia Revolución de Mayo, necesita ser falseada 11 12 13 14

CF: http://revisionistasdesanmatin.blogspot.com.ar/search/label/Sierra%20Vicente%20D. Ibidem SIERRA, Vicente: “Rosas, el marxismo y la política contemporánea”. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año II, Nº 5, Buenos Aires, 1940 pp. 123-124 Ibídem. p. 125

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para que sirviera a esos fines, según el autor, con la dialéctica marxista, no hay nada imposible en la historia, ya que sirve para probar cualquier tesis formulada a priori, útil para cualquier menester. Para ello, Sierra trata de explicar la Revolución de Mayo desde su propia perspectiva. Tal eventualidad surge a consecuencia del juego de la política nacional y mundial de aquel momento, lo cual lo lleva a sostener que no es una revolución antihispánica la de 1810. Por el contrario, considera que en su inicio es netamente hispánica, porque en aquellas horas lo único antihispánico fue “la corrompida corte de Fernando VII”15, como saldo del afrancesamiento de los mejores hombres de la España de los siglos anteriores. Sierra expone que, sin embargo, ya se había producido la Revolución Francesa, que, por ser burguesa, era democrática. Según Sierra, como se condiciona lo democrático a lo liberal, así como hoy se condiciona lo democrático a la ley electoral, no se comprende la existencia de lo democrático fuera de los esquemas de la Revolución Francesa, por lo cual la de Mayo tiene que ser forzosamente burguesa y demo-liberal, y Rosas, por lógica antidemocrático por haber sido antiliberal. Por lo tanto, el autor supone que Puiggrós considera antidemocrático al levantamiento de las masas, a las que esa política había empobrecido hasta la miseria, y demócratas a todo aquello que contribuía a exprimir las últimas reservas del país, creando una clase dirigente desprendida del proceso de producción. “Ni Moreno, ni Rivadavia fueron demócratas, sino burgueses liberales con espíritu de clase”16. Además, lo que sucede, continua, es la apertura del puerto, no a las mercaderías, sino a los capitales extranjeros, por consiguiente Sierra niega la acusación de Puiggrós hacia las masas de resistirse al régimen capitalistico (sic), cuando en realidad, alega, se resistían a ser más explotadas por el régimen del capital inglés que lo que habían sido por el español.

El “contradictorio análisis de Puiggrós” Sierra encuentra sintetizadas muchas contradicciones en la obra de uno de los referentes más importantes del Partido Comunista de la época, Rodolfo Puiggrós. Para el historiador revisionista, Puiggrós se inspira en las directivas del orden político del momento que el comunismo imponía sobre las “izquierdas” y que veían a Rosas como una reacción ultramontana y fascista, “que penetra ya en el terreno de las más puras y auténticas burradas” 17. En este plano, Puiggrós es considerado por Sierra como uno de “los más típicos ejemplos de la desorientación que reina en importantes sectores de la sociedad argentina, que por miedo a ideologías extrañas, no tienen temor en falsificar las propias; sin comprender que sólo la desvirtuación de lo nacional puede entregarnos en manos de lo extraño” 18, por lo tanto, cree que Puiggrós, al igual que todos los “izquierdistas”, defienden la idea de que para transformar al capitalismo en fuerza económico liberadora de pueblos como el nuestro, se necesita de capitales foráneos para su desarrollo. En este contexto, Sierra apunta a que Marx, principal referente teórico de Puiggrós y los 15 16 17 18

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SIERRA, Vicente. “Rosas, el marxismo y la política contemporánea”. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año II, Nº 5, Buenos Aires, 1940. p.140 SIERRA, Vicente. “Historicismo científico al servicio del antirosismo”. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año IV, Nº 9, Buenos Aires, 1942. p. 60 SIERRA, Vicente: “Rosas, el marxismo y la política contemporánea”. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año II, Nº 5, Buenos Aires, 1940. p. 126. Ibídem, p. 127.

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“izquierdistas”, “no formulo una teoría”, sino que “su interpretación de la historia se centra en una intuición dialéctica” que luego se transformó en una “construcción metafísica”. “Esto trajo como consecuencia la difusión de obras como la de Puiggrós, en la que el marxismo dialecto no es más que una metafísica presuntamente marxista”19 .Lo expuesto, lo lleva a manifestar además que: “la contradicción que surge de una posición ideológica comunista, o comunistoide (sic), y una defensa del capitalismo como sistema económico, está condicionada a un hecho simple: el comunismo es una consecuencia del capitalismo, no una superación, y es así como una de sus fórmulas expresa que sólo cuando los pueblos han alcanzado el máximo de desarrollo de su etapa capitalistica están en condiciones de llegar a la socialista, como resultado de las contradicciones que nacen en el seno de la sociedad capitalista que crea, para su subsistencia, el proletariado que habrá de destruirla”20. Esta observación le permite a Sierra sostener que, en la Argentina, una de las directivas de la izquierda sea apresurar la industrialización nacional no con un fin patriótico, sino como una táctica para que estallen las contradicciones capitalistas y llegar así al comunismo. Ante esta situación el escritor, trata de ejemplificar dicha situación a través de palabras de Puiggrós en La herencia que Rosas dejo al país, donde Rosas es el enemigo porque detuvo el desarrollo de la capitalización argentina, retardando aquella ruptura entre el capital industrial y los terratenientes que Marx habría formulado. En contrapartida, Vicente Sierra plantea que Rosas fue un hombre de su época, que hasta por sus propios intereses económicos debía aspirar a un desarrollo capitalista del país, pero no traduciéndose en una pérdida de la independencia nacional, de tal manera es imposible pensar en el momento una industrialización forzada debido al predominio de la economía agraria. Por lo tanto para Sierra, “los comunistas prefieren un país de proletarios a uno agrario”21.

Interpretaciones sobre el capitalismo y el progreso del país Lo primero que se advierte del trabajo de Puiggrós, dice Sierra, es que se refiere al capitalismo como una unidad que no debe ser discriminada, debido a que después de Caseros, a pesar que el capital extranjero tuvo libre entrada en el país, no se ha producido esa “explotación racional del suelo y del subsuelo, porque es un error creer que el capitalismo es siempre instrumento de producción, ya que es esencialmente un instrumento de dominio y de lucro, y para Creer que el capital foráneo es dominar y lucrar, no siempre lo que importa es producir”22. una fuerza de progreso es, para el autor, una afirmación indefendible en la realidad de la historia, si el país puede aspirar al desarrollo racional de ciertas actividades productivas, es porque el gran capitalismo internacional, o por lo menos lo que de él aun tambalea, unido al comunismo, tiene algo más que hacer que evitar que los argentinos se industrialicen. En estos términos, lo que se trata de remarcar, es que el capitalismo ha sido fuerza de progreso allí donde ha sido nacional, es decir, allí donde se ha podido crear, primero una acumulación primaria, que permitiera levantar manufactura por la fuerza de expansión propia del sistema. Para Sierra, la creación de una manufactura interna nacional no pudo ser posible gracias a la importación de mercaderías extranjeras, haciendo imposible la génesis del capitalismo industrial y transformando al país en una colonia. La consecuencia de 19 20 21 22

Ibídem, p. 130. Ibídem. Ibídem, p. 138. SIERRA, Vicente: “Historicismo científico al servicio del antirosismo”. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año IV, Nº 9, Buenos Aires, 1942. p. 56

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dicha eventualidad fue en su lectura el vaciamiento de las reservas de los fondos públicos, surgiendo así la deuda del Estado. En tal sentido, la pregunta del autor, es la siguiente “¿Favorecieron al país, las deudas y los empréstitos de Rivadavia o favorecieron la acumulación capitalista de Inglaterra? La respuesta, por notoria, es obvia”23. En dicha estructura, Sierra acusa a Puiggrós de ser un escritor que presume ser marxista y sostiene que el latifundio conspira contra el desarrollo capitalistico (sic). Para dejar esto en evidencia, retoma a Marx y afirma: “la pequeña propiedad presupone que la gran mayoría de la población es rural y, además, que predomina el trabajo individual sobre el social; es, pues, imposible en esas condiciones el enriquecimiento y desarrollo material e ideológico de la reproducción (…) el latifundio reduce la producción rural a un mínimo, decreciente, oponiéndole una población industrial creciente, concentrada en las ciudades, la gran industrial y la agricultura industrializada actúan conjuntamente”24. Con esto a lo que apunta Sierra es que si en el actual momento argentino se reeducara a los obreros para las labores rurales y se distribuyeran todos los latifundios, la industria urbana se quedaría sin mano de obra, y el país retrocedería a una economía primaria de tipo pastoril. Por poco que Puiggrós conozca de problemas sociales, dice el revisionista, sabe que esto es exacto, pero como necesita decir lo contrario, lo dice, y entonces resulta que Rosas, que justamente es el más acabado ejemplo, en su momento, de un explotador en grande de la ganadería y de la agricultura, y además industrial de su propia producción, resulta que, por ser latifundista, por ser gran productor, atenta contra el desarrollo capitalistico (sic) del país. En definitiva Sierra sostiene: “que se quiere aplicar a la Argentina los esquemas teóricos obtenidos de la revolución agraria que en Europa fue sucedida por la era manufacturera, olvidando que en el viejo mundo existía un mundo agrario, determinado en las parcelas, mientras que en América solo era real la existencia de posibilidades trabajando inmensos campos, en un tarea extensiva que había que comenzar quitando esas tierras al salvaje que las detentaba. Hacer progresar al país era batir al indio y entregar sus tierras a la labranza o a la cría. Esto hizo Rosas”25. En relación a lo expuesto anteriormente, Sierra manifiesta que Puiggrós termina confundiendo “sistema capitalista de producción” con “sistema capitalista de explotación colonial e imperialista”, y que saluda como elementos de progreso a los capitales monopolísticos, ajenos, a toda explotación racional del suelo o del subsuelo de Hispanoamérica. En síntesis, para Sierra no es el latifundio rosista el que les preocupa, sino la repercusión del patriotismo de Rosas en las actuales masas argentinas. A su parecer los “izquierdistas” sienten que hay vientos de fronda; que el país aspira a recuperarse a sí mismo, y que si alguna figura del pasado puede presidir esa acción, ella no es de Moreno, ni la de Rivadavia. Podría haber sido para Sierra, la de San Martín, pero como este como no fue político, se habilita a Rosas.

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Ibídem, p. 59. Ibídem, p. 64.

Ibídem. p. 65

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Consideraciones finales Para finalizar con el presente trabajo podemos afirmar que las intervemciones de Vicente Sierra en la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas son testimonios de una época marcada por una confrontación política e intelectual debida a la crisis ideológica e institucional de la coyuntura. En este contexto, Vicente Sierra buscó asignar una mirada interpretativa y política particular sobre el pasado argentino, utilizando una contra-historia para impugnar la perspectiva histórica desde la teoría marxista, desde la que Puiggrós explicaba acontecimientos del pasado ocurridos en el país. Para ello, necesitó confrontar hechos y conceptos que se encolumnaran dentro de una conciencia histórica que le garantizara un determinada política, es decir, brindando una solución de orden práctico a través de un imaginario impulsor de una convicción doctrinaria. Lo dicho anteriormente, trasferido a nuestro análisis, se soslaya dentro de la construcción de un ideario político confrontativo donde la izquierda era funcional, en el análisis aplicado de los hechos, a la perspectiva histórica de los ideales liberales del momento. En este sentido, Sierra desde una mirada teórica, política y social, buscó de demostrar que la perspectiva teórica en la cual se encolumnaba Puiggrós era un marxismo dialectico que consideró no más que una “metafísica presuntamente marxista”. En este escenario, la figura de Rosas iba a ser determinante, ya que, a través de él, se planteaban diversos objetos de análisis en los cuales se oponen las diferentes apreciaciones conceptuales, sobre los hechos del pasado, en clave marxista, de Sierra y Puiggrós. Si bien, cuestiones como la Revolución de Mayo; la política social y económica rivadaviana; la distribución de la tierra; la Industrialización; el capital internacional; la deuda externa; y la Batalla de Caseros, fueron puntos en los cuales se cimentó la defensa doctrinaria de este revisionista, la finalidad de Vicente Sierra fue la demostrar que no era el modelo político – económico del gobierno de Rosas lo que le preocupaba esencialmente a Puiggrós, sino la repercusión de la construcción patriótica en torno a Rosas hacia las masas populares.

Fuentes INSTITUTO DE INVESTIGACIONES HISTÓRICAS JUAN MANUEL DE ROSAS: “Declaración de principios”. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año I, Nº 1, Buenos Aires, 1939. SIERRA, Vicente. “Rosas, el marxismo y la politica contemporánea”. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año II, Nº 5, Buenos Aires, 1940. SIERRA, Vicente. “Historicismo científico al servicio del antirosismo”. En: Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Año IV, Nº 9, Buenos Aires, 1942.

Bibliografía DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora. Historia de la Historiografía Argentina. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 2010. QUATTROCCHI – WOISON, Diana. Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina. Emecé, Buenos Aires, 1995. STORTINI, Julio. “Los orígenes de una empresa historiográfica: el Instituto de Investigaciones Histó-

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ricas Juan Manuel de Rosas (1938 - 1943)”. En: DEVOTO, Fernando (Comp.): La historiografía Argentina en el Siglo XX. Editores de América Latina, Buenos Aires, 2006. STORTINI, Julio. “Polémicas y crisis en el Revisionismo Argentino: El caso de Instituto “Juan Manuel de Rosas” (1955 - 1971). En: DEVOTO, Fernando, PAGANO, Nora: La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay. Biblos, Buenos Aires, 2004.

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“Destruyendo leyendas y calumnias” Eduardo T. Corvalán Posse, lecturas a partir de sus intervenciones en la revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (1940-1941) -Federico Nahuel Barros[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected])

Introducción1 El siguiente trabajo pretende realizar un estudio exploratorio de las intervenciones del intelectual Eduardo T. Corvalán Posse, dentro del grupo revisionista, específicamente, en el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (IIHJMR). Para ello se cuentan con tres artículos publicados en la revista entre los años 1940 y 1941 y con su libro Rosas y la Verdad Histórica. Destruyendo leyendas y calumnias editado y publicado en 1940 por la Editorial del Renacimiento Argentino y auspiciado por el IIHJMR. Es del interés de este trabajo entender la filiación del intelectual con el Instituto, debido a que no se cuenta hasta el momento información acerca de su biografía personal. Se entiende que ésta pertenencia institucional puede dar sentido e información para realizar un análisis acabado cuando no existen referencias o información acerca del autor por fuera del Instituto. Posteriormente se intentará realizar una lectura de los abordajes metodológicos e interpretativos que Corvalán Posse emplea a lo largo de su trabajo, así como los debates y críticas que éste mantiene con la historiografía que lo antecede. Del mismo modo, sepondrá a la vista el estilo y la forma en que el autor exponía sus ideas, mediante un estilo agresivo y denunciatorio.

Una corriente historiográfica con un vigor inagotable En el agitado clima político-ideológico de los años ‘30 se dan conocer una serie de ensayos y textos históricos que venían a cuestionar las visiones construidas sobre el pasado por la historiografía nacional. Estos estudios fueron realizados por un grupo de intelectuales, políticos y militares preocupados por la situación política del momento. La gran mayoría de ellos abrevaban en la ideología de un nacionalismo conservador y católico con fuertes tintes fascistas. Este conjunto de pensadores buscaría en el pasado las herramientas para su disputa ideológica y política del presente. No existeconsenso un uniforme entre los estudiosos del revisionismo en cuanto la definición y naturaleza de la experiencia revisionista. Resulta interesante ver como Fernando Devoto2 concibe el fenómeno revisionista: éste “solo puede ser entendido en una dinámica temporal, a la vez como una secuencia de etapas y como una tradición acumulativa de rasgos, problemas y elementos identificato1 2

El autor es estudiante del Profesorado y la Licenciatura en Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Río Cuarto. DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora. Historia de la historiografía argentina. Sudamericana. Buenos Aires. 2010, pp. 202-203.

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rios” y describe la manera en que éste se desarrolla “a la manera de un rio correntoso, las sucesivas épocas revisionistas se dilatan, se contraen, se formulan, se combinan con diferentes contextos políticos y culturales y la vez sedimentan en un conjunto de motivos y lugares de memoria que sirven a los partícipes para identificarse”. Existe un entendimiento común dentro de la historiografía argentina para situar el surgimiento del revisionismo en el año 1934, con la aparición de la famosa obra de del hermanos Irazusta La Argentina y el imperialismo británico. La cual determinó los objetivos de la empresa revisionista así como también marco un estilo ensayístico de denuncia de las posteriores producciones. Igualmente relevante es la formación de la Comisión Pro Repatriación de los Restos de Rosas. Posteriormente, en el año 1938 en Buenos Aires tiene lugar la fundación del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, institución que nucleó al conjunto de escritores revisionistas y desde donde se publicó la revista de dicho instituto a partir de 1939. Este instituto se crea como un espacio con una doble forma, de una contra-academia, en reacción o acompasando al Instituto de investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofías y Letras de la UBA y de una contra-memoria, en contraposición con la historiografía liberal y sus construcciones históricas.3 A partir de estos hechos fundantes, el revisionismo histórico argentino pasara a ser una de las corrientes historiográficas con peso en el campo político y en las luchas por los sentidos del pasado y la memoria. Su influencia y vigor, en algunos momentos menguados, tanto en el campo de la cultura como en el de la política, continúan hasta el presente.

Un Lugar: El Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas Para comenzar a hablar acerca del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas (IIHJMR) y de su influencia en cuanto a contexto de producción de la obra de E.T Corvalán Posse, se tendrán en cuenta los aportes del historiador francés Michel De Certeau y su concepto de Operación Historiográfica. De Certeau la comprende como una relación entre un “lugar” y unos “procedimientos”. De esta forma la esfera social –lugar- que se genera y reproduce en torno a determinadas instituciones es la que de alguna forma condicionaría las producciones que de ella provengan: “Toda investigación historiográfica se articula en una esfera de producción socioeconómica, política y cultural. Implica un ámbito de elaboración que las determinaciones que le son propias circunscriben”.4 Las instituciones posibilitan la producción y difusión de las producciones historiográficas pero al mismo tiempo “prohíben” cierto tipo de discursos: “Tal es la doble función del lugar, del ámbito. Posibilita ciertas investigaciones, gracias a coyunturas y problemáticas comunes. Pero imposibilita otras”, de este modo “la investigación queda circunscrita por el ámbito que define una conexión de lo posible y lo imposible”.5 En la declaración de los principios del IIHJMR, publicados en el primer número de la revista, es posible ver bajo qué criterios se establecerán los objetivos de la empresa revisionista. Con este manifiesto se construía un enemigo historiográfico y se reivindicaba a la figura del “Restaurador” con una finalidad específica, la de remarcar su patriotismo y su 3 4 5

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QUATTROCCHI-WOISSON, Diana. Los Males de la Memoria. Emecé. Buenos Aires. 1995, p.164. DE CERTEAU, Michel.“La operación histórica”. En: PERUS, Francois (Comp.) Historia y literatura. Instituto Mora, México, 2011, p. 33. Ibídem.

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lucha por la soberanía: “Frente a la experiencia iniciada en el 53 cuyos frutos advierte nuestra época, Rosas se presenta nuevamente a la conciencia pública argentina como el hombre de un destino frustrado por una conspiración de intereses y de fuerzas anti-nacionales. El deber patriótico de retomar ese destino, implica el de estudiar a fondo la época en que fueran jalonadas sus primeras y más geniales directivas”6 También es posible observar por medio de la revista del institutocómo, la esfera social posibilitaba y al mismo tiempo imposibilitaba ciertas prácticas que ordenaran bajo una misma lógica las producciones del instituto: “Como al organizarnos en esta Asociación no nos proponemos estudiar la época de Rosas para ilustrar convicciones doctrinarias sobre formas de gobierno, quedara fuera de nuestro alcance el cotejo entre el ideario político de aquella generación y el conjunto de operaciones y soluciones de orden práctico que hacen del gobierno de Rosas un modelo de realismo y sagacidad política.”7 Entender el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas como un lugar, permite comprender la filiación de Eduardo T. Corvalán Posse con el grupo revisionista y su influencia en cuanto a las temáticas, periodizaciones y enfoques que el autor maneja a lo largo de su obra, así como la selección documental y la selección de referentes, tanto positiva como negativamente. Se entiende que sería imposible realizar un análisis acabado de este intelectual, sin tener en cuenta las conexiones con el instituto, ya que no se han encontrado referencias de Corvalán Posse por fuera de dicha institución y menos aún sobre biografía personal. Por lo tanto, el siguiente análisis parte de una lectura de Corvalán Posse a partir de su pertenencia a un determinado grupo y espacio socio-político e historiográfico.

Verdad y falsificación en Corvalán Posse Si bien Halperin Donghi, considera que en el Revisionismo se da una singlar relación “entre la validez de una reconstrucción histórica como empresa de conocimiento del pasado y su validez como inspiradora de una visión adecuada de los problemas del presente”, siendo dominante siempre la segunda por sobre la primera.8 Se puede observar que, para el caso en estudio, que esta relación se invierte o por lo menos pretende. Es posible establecer un eje ordenador de la intervención de Corvalán Posse en torno a lo que considera “la verdad” en contra de una falsificación propuesta por los historiadores que le precedieron , la búsqueda de esta verdad posibilitaría una nueva lectura en torno a la figura de Rosas. Es factible observar un esfuerzo intelectual, por parte del autor, por lograr un esclarecimiento en cuanto a las acciones del restaurador, que estarían cubiertas de “leyendas” y falsas interpretaciones, producto de un ocultamiento sistemático e intencional por parte de la historiografía consagrada luego de la Batalla de Caseros. En cuanto a un rasgo característico, y que de alguna forma aleja a Corvalán Posse del grupo de revisionistas del IIHJMR, podríamos destacar que en su obra no se perfila hacia el presente de una forma directa. No existen referencias concretas a cuestiones o aconte6 7 8

“DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 1. Año I Buenos Aires. 1939. (p. 6) Ibídem. HALPERIN DONGHI, Tulio. El revisionismo histórico argentino. Siglo XXI. Buenos Aires. 1970, p. 25.

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cimientos políticos contemporáneas a la obra. Solo es posible observar testimonios acerca de un ocultamiento sistemático que produce una “ceguera en las juventudes argentinas”, juventudes que están de alguna forma desarraigadas de todo sentimiento patriótico. Pero contradictoriamente, lo que no puede percibirse es la consecuencia de esa ceguera y esta falta de patriotismo. Es decir que, por un lado enaltece el sentimiento patriótico, y por otro, nohacemanifiestos los aportes y beneficios que tendría para la sociedad contemporánea al autor, el fomento de tales ideales: “Asciende a miles el número de los argentinos que se han educado odiando a Rosas desde la infancia y que se aferran por costumbre y pereza intelectual al seudo juicio histórico dejado a la posteridad por los implacables enemigos del dictador,(…) Son igualmente miles y miles los que no tienen de Rosas más conocimientos que aquel que les ha proporcionado la lectura de novelones tan tendenciosos y calumniadores (…)Y son también miles y miles los que ignoran por completo su obra nacionalista, patriótica y diplomática, que prueba la argentinidad de Rosas y la escasa o ninguna de la mayoría de sus enemigos, casi todos “traidores” a la patria por su alianza con los extranjeros (…)”9 En cambio, una característica que se puede observar a lo largo de toda su intervención, y que es un rasgo común dentro del grupo revisionista de la revista del IIHJM, es ésta crítica a la operación perpetrada por los“que solo tienen lengua para condenar a Rosas”, operación que ocultaría el verdadero espíritu y obra de Rosas, y que es finalmente, trabajo de la empresa revisionista romper con lo construido hasta el momento: “Es tan grande la leyenda y son tantos los cuentos y las fabulas que sobre la personalidad de Rosas han tejido sus adversarios políticos y los escritores que lo combatieron sin escrúpulos de ninguna especie que no se me escapa que la tarea que significa destruir la primera y acabar con los otros, demandará –sin duda alguna- muchos, muchísimos años.”10 Es evidente el esfuerzo por impugnar el panteón liberal de héroes nacionales, sobre todo los personajes que participaron del pasado histórico nacional a partir de la década de 1820 en adelante. Este voluntad extrema es la que lleva, de alguna forma, a generar una especie de estudio fragmentario, donde se abordan diferentes temáticas tales como: Rosas y sus decretos para establecer el 9 de julio como día festivo, la cuestión del sable que el General San Martín deja en herencia a Rosas, la cuestión de asesinato de los Maza y su posterior traslado y enterramiento. El único eje organizador que puede rastrearse, es éste tesón por reivindicar la figura del restaurador y dejar en evidencia las “calumnias” y “mentiras”. La intencionalidad final de este esfuerzo interpretativo es el de colocar a Rosas como uno de estos héroes nacionales, y no la de generar una visión alternativa global del pasado nacional. Halperin Donghi explica la operación revisionista de la siguiente manera: “su indagación se orienta, antes que a elaborar una imagen acabada del pasado nacional, a construir con elementos que suponen verdaderos, pero que son confesadamente fragmentarios, una versión histórica alternativa de la tradicional que la impugne allí donde esta ha alcanzado, si no sus mayores conquistas teóricas, su mayor eficacia practica: en la creación de un Panteón de los Héroes propuestos a la imitación de las generaciones presentes. Introducir a Rosas en ese panteón, demostrar la dudosa venerabilidad de los alojados en él desde el más antiguo, son tareas que no suponen un repensamiento sistemático del pasado nacional y que sin embargo prometen, resultados eficaces en cuanto a la destrucción de una cierta tradición 9 10

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CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. Rosas y la Verdad Histórica. Destruyendo leyendas y calumnias. Editorial del renacimiento argentino. Buenos Aires. 1940. (p. 10) Ibídem, p. 9.

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político-ideológica.”11 En esta férrea voluntad por impugnar el Panteón liberal, son claros los ataques sobre las interpretaciones de losintelectuales de la Generación del ´37 y sus herederos historiográficos, contemporáneos a Posse. Estos “historiadores” y escritores “amantes de la verdad histórica”12, serían los responsables de una interpretación falsificada del periodo rosista, que llevaría a “dejar a la posteridad una leyenda espeluznante sobre Rosas y su época”.13 A partir de esta “leyenda” se fundaría el Panteón que consagraría a los enemigos de Rosas, personajes que en su accionar, estaríasiempre presente la falta de patriotismo y cumplirían con la condición de ser casi“todos “traidores” a la patria por su alianza con los extranjeros”:14 “Por eso, el relato de esas verdades, hace temblar a los detractores de Rosas. A aquellos que afirman que “las ideas no se matan” y solicitan “que no se publiquen las nuestras”. “Que se castigue a los que las difunden”, so pretexto de que desprestigiemos a los próceres”15 En cuanto a quienes escribieron sobre el periodo rosista, intelectuales de la Generación del 37 y sus herederos historiográficos, existe una referencia constante por parte del autor al posicionamiento profesional de estos, los “falsificadores” de la historia nacional. Corvalán Posse los caracteriza mediante el uso de diferentes adjetivos tales como: “Novelistas e historiadores”; “escritores amantes de la verdad histórica”; los “MAESTROS” o “el gran propagandista”, para referirse a Sarmiento. Así mismo, puede leerse una crítica en cuanto al lugar social y cultural en el cual estos intelectuales se formaron y ejercen su profesión. Las universidades son, para Corvalán Posse, espacios en donde se produce y reproduce una falsificación y un ocultamiento sistemático de la verdad acerca de Rosas y su tiempo. Existe un claro ataque a las interpretaciones de los historiadores de la corriente liberal, como Vicente Fidel López, aunque no es tan claro cuando de Bartolomé Mitre se trata. También arremete contra los historiadores positivistas de principios del siglo XX, como Ramos Mejía. Corvalán Posse siempre explicitará en sus escritos la pertenencia intelectual de éstos historiadores y aclara antes de citarlos: “como dice el historiador antirosista (…)”. En este mismo sentido, puede leerse un fuerte embate contra los ensayos políticos de José Rivera Indarte, como lo fueron sus famosas “tablas de sangre”. Así como también contra las novelas de José Mármoly Juan María Gutiérrez y caracteriza las producciones de estos como “novelones (…) tendenciosos y calumniadores”16. En contraposición, no es posible encontrar referencias y criticas explicitas a los historiadores de la Nueva Escuela Histórica, es quizás por la naturaleza de estos estudios y su discurso profesional y académico, que se aleja del discurso panfletístisco y militante de las corrientes historiográficas anteriores. Tampoco se encuentran alusiones a la llamada “historia oficial”, expresión a la cual otros revisionistas hacen mención. Con lo que si puede tropezar el lector en los pasajes de Corvalán Posse es con la referencia y filiación de éste con los precursores del revisionismo en la Argentina: Salidas y Quesada. Son citados a lo largo del texto con la finalidad de reforzar sus argumentaciones por medio de sus interpretaciones, 11 12 13 14 15 16

HALPERIN DONGHI, Tulio, Op. Cit., pp. 26-27. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. “Rosas, las confiscaciones y lo que ocultan sus detractores”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 6. Año II. Buenos Aires. 1940, p. 81. Ibídem, p. 41. Ibídem, p. 10. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. “Como “civilizaban” los enemigos de Rosas”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 8. Año III. Buenos Aires. 1941, p. 66. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. Rosas y la Verdad Histórica. Destruyendo leyendas y calumnias. Editorial del renacimiento argentino. Buenos Aires. 1940, p. 10.

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o bien por el uso de documentos compilados por estos. Por otra parte, es posible observar en el desarrollo de las argumentaciones de Corvalán Posse, abundantesreferencias hacia los caudillos Lavalle, Paz y Lamadrid, y los reiterados ataques de éstos contra el restaurador. Los actos y memorias de estos personajes, citados a través de sus epístolas, son evocados con un claro objetivo operatorio sobre el pasado. Este objetivo, no es más ni menos, que el de demostrar la contradicción existente entre el verdadero accionar de los personajes y la construcción histórica falsificada que se les ha legado a las generaciones posteriores. Corvalán Posse describe y relata, de una forma muy bien documentada, los acontecimientos en los cuales los caudillos unitarios se desempeñaron. Su objetivo es el de presentar su perfil “bárbaro” y “tiránico”, y así demostrar que sus crímenes durante las guerras civiles y su desempeño corrupto en el gobierno, son de una gravedad mayor a las que se le adjudicaron a Rosas. Legitima, por medio de esta comparación, las acciones del restaurador, y justifica el porqué de ese tipo de prácticas, entendidas por el autor, comunes en la época y practicadas por ambos bandos. De este modo, según el intelectual revisionista, solo fue por medio de una “falsificación sistemática” del pasado que los unitarios pasaron a la historia “como víctimas inocentes: verdadero cordero pascual perseguido por el lobo horrendo, que se llamaba Rosas.”17. En este sentido, el autor denuncia laoperaciónque silenció las conductas más nefastas de los unitarios y por la cual a los historiadores “La tinta nunca les alcanza para citarlas. Se les rompe la pluma o pierden la memoria como por arte de encantamiento cuando tropiezan”18 con éstas. Con respecto a esta manipulación del pasado, aclara: “Que los federales cometieron excesos, no es preciso decirlo: a una época extraordinaria debían fatalmente corresponder hechos extraordinarios. Pero si es necesario expresarlo, y repetirlo bien alto, que los santos unitarios también cometieron, - y los aconsejaban – aunque la “historia” o mejor dicho, la novela escrita por los vencedores de Caseros solo tengan lengua para los de los primeros y silencio para los de los segundos”19 De esta forma, el autor considera que las confiscaciones de bienes y tierras, la malversación de fondos públicos, los fusilamientos y degüellos, fueron prácticas comunes para la época pero son solo adjudicadas a los federales y a Rosas, por medio de una clara maniobra de ocultamiento. En palabras de Corvalán Posse: “De Rosas existe el interés de hacernos conocer –desde la niñez- sus errores, pero aumentados y desfigurados; de sus buenas acciones, el propósito de callarlas o de restarles importancia.”20 En el marco de las ideas expuestas, un rasgo que se considera de importancia para el análisis de la intervención de Corvalán Posse dentro del Revisionismo, es la selección documental que el autorpresenta. Resulta de algún modo interesante y hasta sorprendente, que el historiador cite escritos de personajes declaradamente antirosistas para fundamentar sus argumentaciones. Estos textos son citados como un método de esclarecimiento de los acontecimientos que se ciñen sobre la figura de Rosas, y no para realizar una crítica de sus interpretaciones y denunciar su falsedad. Este tipo de ejercicio es practicado en reiteradas ocasiones con los escritos de Sarmiento, sobre todo de cartas posteriores a su periodo de militancia política en oposición a Rosas. Si bien el autor caracteriza a Sarmiento como el “más grande propagandista” del antirosismo, cita reiteradas veces sus cartas y memorias, y 17 18 19 20

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CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. “Rosas, las confiscaciones y lo que ocultan sus detractores”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 6. Año II. Buenos Aires. 1940, p. 87. Ibídem, p. 90. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. “Cómo “civilizaban” los enemigos de Rosas”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 8. Año III. Buenos Aires. 1941, p. 64. Ibídem, p. 66.

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las considera como una fuente histórica con un alto nivel de objetividad y veracidad: “Acudimos una vez más –para probarlo y demostrarlo- a las fuentes de los enemigos políticos de Rosas. Y será Sarmiento, el detractor de Rosas, el encargado de confirmar y robustecer nuestros argumentos.”21 De esta forma, Corvalán Posse se jacta de enaltecer la figura del Restaurador e iluminar aspectos de su pasado utilizando documentos escritos por sus propios detractores, como el mismo lo explica: “Hemos de apelar –como siempre lo hacemos- al testimonio de enemigos de Rosas para que no se crea que la pasión nos guía o que inventamos algo.”22. Este procedimiento es realizado reiteradas veces a lo largo de su intervención. De este modo son traídos, a la argumentación, documentos de otros opositores al Restaurador como: el gobernador Ferré, el gobernador Urquiza, el coronel Chilavert, el general Necochea, el general Paz, el general Lavalle o el general Lamadrid. Asípresenta el autor sus conclusiones a partir de este tipo de fuentes: “Después de leerse los documentos de un neutral como el general don José de San Martin en la lucha política entre unitarios y federales; de Urquiza que lo derroco en Caseros y de un enemigo como lo fue el coronel Chilavert, ¿puede negarse, por pasión o por odio, el patriotismo del Brigadier General don Juan Manuel de Rosas? ¿Puede siquiera ponerse en duda? ”23 En este sentido, otro de los intelectuales y políticos argentinos que el historiador revisionista convoca para proseguir con su tarea de divulgación histórica, es a Juan Bautista Alberdi. Específicamente transcribe una serie de epístolas de Alberdi, compiladas por Adolfo Salidas, que habían sido enviadas a Rosas durante el destierro de ése último. Resulta llamativo que Corvalán Posse evoque la figura de un personaje que durante el rosismo militaba en las filas opositoras y “apoyo activamente el bloqueo anglo-francés y la intervención de Francia en la lucha contra Rosas”.24 El autor argumenta la utilización de dichas fuentes advirtiendo el viraje ideológico del intelectual posterior a la Caída de Rosas de la siguiente manera: “Estamos convencidos que quienes lean con provecho las cartas de Alberdi que demuestran la evolución sobre el discutido y hasta hoy calumniado personaje, sorprendidas quedaran al enterarse de su contenido y comprobar cómo Alberdi, de opositor de Rosas durante su gobierno, pasó a ser su admirador cuando éste se encontraba desterrado en Southampton”25 Posteriormente el autor aclara, y advierte, acerca de la importancia heurística de las epístolas y de por qué fueron éstas ocultadas: “Es muy lógico que las cartas de Alberdi no hayan tenido la divulgación que las mismas se merecen, pues, aparte de los aludidos conceptos favorables a Rosas, hay en ellas alusiones dirigidas a otros personajes de nuestra titulada “historia”, que no quedan del todo bien parados en los pedestales de sus prematuras estatuas”26 21 22 23 24 25 26

CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. Rosas y la Verdad Histórica. Destruyendo leyendas y calumnias. Editorial del renacimiento argentino. Buenos Aires. 1940, p. 55. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. “Rosas, las confiscaciones y lo que ocultan sus detractores”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 6. Año II. Buenos Aires. 1940, p. 88. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. “El patriotismo de Rosas”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 5. Año II. Buenos Aires. 1940, p. 94. TERÁN, Oscar. Historia de las ideas en la argentina. Diez lecciones iniciales, 1810-1980. Siglo XXI. Buenos Aires. 2008, p. 107. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. Rosas y la Verdad Histórica. Destruyendo leyendas y calumnias. Editorial del renacimiento argentino. Buenos Aires. 1940, p. 49. Ibídem.

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Las misivas citadas por Corvalán Posse, imbuidas del clima político del momento, dejan en claro las críticas de Alberdi hacia la figura con mayor peso en el país, Bartolomé Mitre. Que, como aclara Alberdi, éste “no es tonto en madejar con sus disertaciones históricas”27 los acontecimientos del pasado, generando así una un relato hostil a Rosas. Denuncia los “ultrajes” perpetrados hacia la figura del Restaurador en el diario “La Nación”, como también denuncia la situación de “anarquía” y “guerra civil” que vive el país bajo “el poder fantasmagórico que Mitre ha organizado bajo el nombre de gobierno nacional.”28 y se pregunta Alberdi:

“cuando yo veo a la Nación sin Gobierno y a su frente esa mentira ridícula de Gobierno yo le preguntaría al general Urquiza: ¿Para qué volteó usted al general Rosas? ¿No dijo usted que era para organizar y constituir un Gobierno Nacional Regular? ¿Lo que hoy existe es un Gobierno regular?29 Es así como, por medio de estas evocaciones, el historiador revisionista se apoya en un discurso autorizado como es el de Sarmiento y Alberdi, para atacar al arco ideológico e historiográfico liberal y sus construcciones sobre el pasado. De esta forma, golpea desde adentro, referenciándose en algunos de sus máximos exponentes, a la corriente política que construyo sobre la base de “leyendas y calumnias” un panteón de héroes nacionales y ocultó sistemáticamente la obra política del Restaurador de las leyes. Corvalán Posse se vale en su discurso del estilo romántico, que estos intelectuales adoptaban, amparándose en su ideología antiilustrada que tanto el romanticismo como el revisionismo compartían. Así es como el romanticismo, exaltará a las figuras de los “hombres grandes”, “valorará lo auténtico, lo propio, lo idiosincrático, es decir, lo original y distintivo de cada cultura”.30Del mismo modo,el revisionismo también practicó este tipo de operación e interpretación, en este caso, con Juan Manuel de Rosas. En relación con este tipo de prácticas, son numerosas las evocaciones a la figura del General San Martin y por sobre todo las aprobaciones y elogios que este tuvo para con el gobierno y la figura de Rosas. Por medio de esta maniobra, es posible establecer un análisis en cuanto a los usos historiográficos y políticos de la figura del “Libertador”. Es posible observar como Corvalán Posse recurre a la representación histórica encarnada en la persona de San Martin, representación construida y legitimada desde la historiografía liberal, para fortalecer su argumentación. De esta forma, la veracidad y objetividad de su relato reposa sobre una autoridad “neutral” como la del “Libertador”, pero al mismo tiempo, adhiere a una construcción del pasado edificada por sus enemigos historiográficos. Es posible leer a partir de esta maniobra intelectual, sobre qué periodoexiste una pugna historiográfica por el pasado nacional.Para los revisionistas y en este caso para Corvalán Posse, los sentidos del pasado que se disputan, son los construidos en torno al período 1820-1853. Por estos motivos es que la intervención historiográfica del autor, como ya se ha hecho mención, no busca un replanteamiento global de la historia nacional y la construcción de un nuevo relato, sino un esclarecimiento y una relectura del periodo rosista, para que finalmente, en palabras del autor: “Siga cayendo, pues, la venda de la ignorancia que cubría los ojos de los que solo bebieron para apagar su sed de verdad el agua de la “historia” en el cántaro de los libros y novelones unitarios, y que tomaron como historia 27 28 29 30

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Ibídem, p. 53. Ibídem, p. 64. Ibídem, p. 68. TERÁN, Oscar, Op. Cit., pp. 61-65.

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las falsas leyendas dejadas a la posteridad por sus ocasionales vencedores”31

Consideraciones finales Después de haber realizado un recorrido por los escritos de Eduardo T. Corvalán Posse y haber expuesto sus principales interpretaciones, podemos observar como a través de un estilo agresivo, cargado de ironías y denuncias, se elabora al mismo tiempo, un discurso fehacientegracias a su apoyatura documental y sus citas de referencia, y en clara correspondencia con los cánones de la escritura histórica de la época. De este modo el autor construye un relato cargado de emotividad y fanatismo militante, por el cual buscará enaltecer la figura de Rosas, destruyendo así las leyendas y calumnias que sobre él se construyeron. Por otro lado, podemos ver la clara pretensión de posicionar al Restaurador dentro del panteón nacional de héroes, así como también, la de destituir de éste a sus adversarios políticos. Con esta finalidad a lo largo de toda su intervención se puede leer constantemente alusiones Rosas y de su patriotismo y su la defensa de la soberanía. En ningún momento aparecen menciones a los sistemas de organización política a cuestiones económicas del rosismo. Todas estas consideraciones son las que marcan fuertemente la filiación y los puntos en común de Corvalán Posse con elInstituto de Investigaciones Históricas juan Manuel. Se podrían establecer claras diferencias y singularidades del autor para con su espacio social. De este modo, podemos ver cómo, si bien sus producciones son textos cargados de un lenguaje político, no existe una clara referencia hacia acontecimientos políticos del presente, así como tampoco existe un diagnóstico de las consecuencias de la ceguera de la juventud argentina, provocada por la falsificación y ocultamiento de la verdadera historia, que tantas veces menciona. En contraposición, existe una preocupación constante por la verdad y por presentarla a los ojos del lector de un modo convincente y veraz. En este sentido, también se pueden caracterizar sus singularidades en cuanto al uso que Corvalán Posse hace de las fuentes. Su relato se va amparando en la palabra autorizada, mediante la cita constante, de personajes importantes de la historia nacional contemporáneos a Rosas.Pero lo que resulta distintivo es el uso de referentes tanto “neutrales”, como lo era San Martín, así como también de “opositores”, como los intelectuales de la generación del 37. Por lo tanto, Corvalán Posse con la finalidad de elaborar un discurso veraz y legítimo, que sirva al mismo tiempo para engrandecer a Rosas y menoscabar el prestigio del relato histórico liberal, debe ampararse bajo la autoridad de los principales referentes políticos-ideológicos de la corriente historiográfica que intenta desprestigiar y de algunas de sus edificaciones históricas, como lo es para el caso de San Martin. Finalmente y para terminar, podría decirse que la intervención de Corvalán Posse dentro del grupo revisionista no busca una visión global alternativa de la historia argentina, por el contrario, lo que intenta hacer es intercambiar ciertas piezas del rompecabezas del pasado nacional, construido por la historiografía liberal, para sustituirlas por otras, las construidas por el revisionismo.

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CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. Rosas y la Verdad Histórica. Destruyendo leyendas y calumnias. Editorial del renacimiento argentino. Buenos Aires. 1940, p. 55.

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Fuentes: a) Libros: CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. Rosas y la Verdad Histórica. Destruyendo leyendas y calumnias. Editorial del renacimiento argentino. Buenos Aires. 1940. b) Artículos de la Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas: “DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 1. Año I Buenos Aires. 1939. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. “El patriotismo de Rosas”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 5. Año II. Buenos Aires. 1940. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. “Rosas, las confiscaciones y lo que ocultan sus detractores”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 6. Año II. Buenos Aires. 1940. CORVALÁN POSSE, Eduardo. T. “Como “civilizaban” los enemigos de Rosas”. Revista del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. Número 8. Año III Buenos Aires. 1941

Bibliografía DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora. Historia de la historiografía argentina. Sudamericana. Buenos Aires. 2010. DE CERTEAU, Michel. “La operación histórica”. En: PERUS, Francois (Comp.) Historia y literatura. Instituto Mora, México, 2011. HALPERIN DONGHI, Tulio. El revisionismo histórico argentino. Siglo XXI. Buenos Aires. 1970. QUATTROCCHI-WOISSON, Diana. Los Males de la Memoria. Emecé. Buenos Aires. 1995. TERÁN, Oscar. Historia de las ideas en la Argentina. Diez lecciones iniciales, 1810-1980. Siglo XXI. Buenos Aires. 2008.

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Un carácter bifronte sobre la historiografía Rómulo D. Carbia -Johanna Natalí Bertorello[Universidad Nacional de Salta] ([email protected])

Biografía Rómulo D. Carbia (Buenos Aires, 15 de septiembre de 1885 - 1 de junio de 1944) fue un historiador argentino. Estudió en la Universidad Pontificia de Buenos Aires. Posteriormente entraría en el círculo que se reunió en torno a David Peña, director del diario La Prensa, que incluía a personas como Mario Bravo, Emilio Becher, Lorenzo Fernández, Emilio Ravignani, Alberto Tena, José Ingenieros, Antonio Montevaro y Diego Fernández Espiro. De octubre de 1906 a junio de 1911, Carbia trabajó de redactor para el diario, donde demostró sus dotes para el trabajo histórico. Posteriormente se dirigió a Europa. En Sevilla impartió conferencias sobre la leyenda negra en el Ateneo y en el Instituto Ibero-Americano, cuyo director en la época era Rafael Labra. En Alemania entró en contacto con Franz Streicher. Regresó a Argentina en 1915, siendo nombrado ese mismo año director de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, cargo que mantendría hasta su muerte. Durante su dirección, la biblioteca pasó de 17.000 documentos a casi 70.000, además de mejorar la catalogación y ordenación. Sus primeras publicaciones en cuestiones históricas fueron una contribución para el Manual de Historia de la Civilización Argentina, donde superaba el tradicional reduccionismo histórico bonaerense, para tratar la historia de todo el territorio argentino, y La Historia crítica de la historiografía argentina. Fue nombrado profesor en la Universidad Nacional de La Plata y en 1929 recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. También fue director interino entre 1931 y 1932 de la sección de Historia del Instituto Nacional del Profesorado de Secundaria. En 1933 viajó de nuevo a Sevilla. Allí solicitó el título de Doctor en Historia Americana por la Universidad de Sevilla, que le fue concedido con la tesis titulada La crónica oficial de la Indias Occidentales, defendida el 7 de diciembre de 1933. El tribunal estuvo formado por Jorge Guillén, José María Ots Capdeguí, Juan de Mata Carriazo, Juan Tamayo y José de la Peña, que votaron unánimemente a favor. Después de conseguido el título y estudiar extensamente la documentación del Archivo de Indias. Volvió a Sevilla en 1935, como delegado de la Universidad Nacional de La Plata y ponente en el XXVI Congreso Internacional de Americanistas, presidido por Gregorio Marañón. En 1935 había sido reconocido mundialmente como un historiador y americanista de talla. Fue miembro de la Societé des Americanistes de París; miembro correspondiente del Instituto de Historia del Uruguay, de las Academias de Historia y Geografía de Santiago de Chile, de la de Historia de Santo Domingo y de la Geographical Society de Nueva York; comendador de la Orden de Isabel la Católica y miembro del Consejo Científico de la Sociedad Científica Argentina. Sin embargo, por razones de independencia de criterio, no quiso formar parte de la Academia Nacional de Historia de Argentina. De carácter fuerte y un tanto rudo, era muy exigente, sobre todo consigo mismo. Su ecuanimidad le ganó desafectos y le llevó a mediar en numerosas disputas. Profundamente

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católico, practicante, se definía como, Rómulo D. Carbia [...] un americano que tiene el doble orgullo de su condición de creyente y de su rancio abolengo español. Rómulo D. Carbia, Historia de la leyenda negra hispano-américana (1943)

Introducción Se puede ubicar el surgimiento y consolidación de la historiografía erudita argentina en la segunda mitad del siglo XIX. La erudición presenta particularidades específicas en cada contexto en el que tuvo lugar. En argentina, la expresión “historiografía erudita” aparece literalmente consignada a mediados de la década de 1920 en la Historia de la Historiografía argentina de Rómulo Carbia (1925), obra que podría considerarse el primer intento por dar cuenta de las características que los estudios históricos asumieron en nuestro país. A partir de la combinación de perspectivas genética y taxonómica, el autor va a distinguir dos tradiciones historiográficas centrales: “filosofante” y “erudita”. La primera contaba entre sus representantes a Vicente Fidel y Lucio Vicente López así como a José Manuel Estrada; la segunda, por su parte encontraba en Bartolomé Mitre su principal referente, anticipado por Luis Domínguez, continuado por Paul Groussac y fundamentalmente por la Nueva Escuela Histórica, tradición que el mismo Carbia integraba junto a otros noveles historiadores. El carácter bifronte que Carbia atribuye a la historiográfica nacional encuentra su fundamento más lejano en la recepción del debate que protagonizaron Mitre y López entre 1881 – 1882. Por otro lado, Carbia expresa que en su escrito quiere referirse al concretado en la situación actual de la ciencia histórica. Afirmando que en ésta “se concilia la erudición profunda y exhaustiva, con la discriminación que dinamiza la visión del pretérito y pone vida en sus construcciones, de por si inanimadas”1

La Nueva Escuela Histórica Carbia denomina escuela en el sentido de que tratará a cerca de la proclamación de la necesidad de filosofar la historia. Esto comienza con José Manuel Estrada2 que suma al modo guizotniano de exponer la historia. Lo cual abrió un nuevo horizonte en la historiografía nacional de la Argentina. Teniendo como primer persecutor a Lucio Vicente López, exponiendo de manera oral sus lecciones que luego fueron dadas a la estampa, escritas rápidamente y su objeto de llenar la falta de un tacto adecuado a la naturaleza de la materia. Produciéndose así, como consecuencia, una marcada bifurcación de la tendencia a la que él pertenecía. Por otro lado, un mejoramiento de la escuela tuvo que ver con el propósito de explicar el fenómeno histórico americano como parte integrante del todo universal. López ve a América como un reflejo de España, y ésta, a su vez, de la actividad del mundo europeo. Por lo que aborda su tarea haciendo un paralelismo entre la historia de la Península y la del Río 1 2

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Rómulo Carbia (1939) Historia critica de la historiografía argentina. Desde sus orígenes en el siglo XVI. La PlataRepública Argentina. Pág. 139 José Manuel Estrada nació, en Bs As, el 13 de julio de 1842 y falleció, en el Paraguay, el 17 de septiembre de 1894.

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de la Plata, con la intención de establecer similitudes entre personajes y sucesos de ambos lugares. Cabe aclarar que desde 1845 el deseo de filosofar el conocimiento del pretérito se fue modelando mediante estudios posteriores. Por un lado, Thierry que completo en López el modo de Tucidides. Por otro lado, Buckle que dio más amplitud a su credo guizotniano. Finalmente, Taine barnizo de modernismo su producción historiográfica. Es importante resaltar que en la obra “Historia Argentina” López hace hincapié en el periodo colonial hispano-americano como un fenómeno paralelo al español y europeo en general, en el que considera a las colonias como parte integrante de la monarquía. Estableciendo, así, por primera vez, la idea de proceso y concatenación en lo colonial, desechando el concepto que presentaba la Revolución como un fenómeno sin sentido y sin génesis. También hay que tener en cuenta que López tuvo un solo continuador en relación al tema de la historiografía argentina, que algunas veces estuvo de una manera paralela, nos referimos a Mariano A. Pelliza, con el que la escuela de la historiografía filosófica abandona la tentativa de estudiar en conjunto el pasado nacional; y comienza a darle importancia a los ensayistas fragmentarios. Por tanto con Palliza finaliza el ciclo que ha iniciado Estrada, y lo hace con un rasgo de franca decadencia: “Palliza se lanzó a la empresa de su historia, precisamente cuando Mitre tenia abierta ya la senda que conduciría, tiempos y variantes por medio, a la nueva escuela histórica en cuyo apogeo vivimos. Y fue esta, en realidad, la que logro impedir el desarrollo de la progenie patológica de una historiografía que si alcanzo a ser brillante con Estrada, podía fácilmente degenerar en el palabrerío huero de que hacia clara denuncia la producción de Palliza”3. De manera paralela a la filosofía de la historia, se fue desarrollando la escuela de la historiografía erudita en la que se pueden advertir distintos momentos que serían como sus respectivas etapas o edades progresivas. La primera, en sus comienzos fue oscura y simplista, repudiada por ser inútil y plebeya en la época del apogeo guizotniano. A pesar de ello, logro imponerse poco a poco hasta triunfar por completo en las diversas tendencias historiográficas predominantes en Argentina. Con lo cual, logro manifestarse como una necesidad vital para la existencia lógica de la misma tendencia a la que combatía, de manera tácita, con la revelación de lo que verdaderamente fue el pasado. La segunda etapa o edad es una de la más netamente vertebral, puesto que la primera tuvo el solo carácter de las cosas precursora. A ésta etapa le interesa un perfeccionamiento copulador, que la llena completamente la obra historiográfica de Bartolomé Mitre, debido a que el credo de él se basaba en la proclamación realizada sobre la correlación, la armonía, el significado, el movimiento y hasta el colorido de los hechos históricos que debían influir directa y exclusivamente en la construcción erudita, utilizando documentos inéditos, bibliografía depurada por la crítica y elementos testimoniales por la tradición. En cuanto a lo que Mitre proclamaba no se pudo llegar a concluir el ciclo de la historiografía erudita, que debía llegar todavía a lo que es la nueva escuela. También se debe tener en cuenta lo que llego a afirmar Carbia sobre Mitre, en cuanto a que el segundo no tuvo una idea clara a cerca del proceso histórico, ya que (al estar embanderado en el culto de héroe) no fue capaz de sacarle a su apartado erudito el provecho que en la actualidad le extraen las disciplinas historiográficas. Por lo que lo ha indicado como 3

Rómulo Carbia (1939) Historia critica de la historiografía argentina. Desde sus orígenes en el siglo XVI. La PlataRepública Argentina. Pág. 160

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uno de los arquetipos primitivos y lo ha señalado como bonificador de sus antecesores en la tendencia. El momento constituido por la tercera etapa de la historiografía erudita fue la polémica entre Mitre y López que tuvo como resultado la orientación de los estudiosos hacia la investigación en los archivos. Por tanto, el que logro completar con piezas inéditas desconocidas lo que ya se había pesquisado en los archivos de la Argentina fue un heurística de nombre Madero que preparo el advenimiento de la cuarte etapa de la historiografía erudita, iniciada por Paul Groussac como precursor y por donde se encaminará la nueva escuela histórica. Para ir finalizando, hay que hacer alusión a “la diferencia básica que se advierte entre Groussac y la nueva escuela, es forma y de fondo. En cuanto a lo primero, son sus excesos irónicos y los devaneos de su híper-erudición innecesaria, aquello que lo distancia de sus continuadores y, en cierto sentido, discípulos; y en cuanto a lo segundo, la discrepancia entre ambos radica en la cuestión rigurosamente técnica del concepto serial y de la universalidad del fenómeno histórico”4. En relación a los documentos, es interesante destacar que para Groussac la verdad histórica se puede como no encontrar en los documentos inéditos porque éstos son solamente depositarios de una verdad interior, que no se encuentra en la periferia, sino que hay que recorrer el camino de la crítica para poder reconocerla. Por lo mismo, Groussac, en 1907, proclama la importancia de los documentos fehacientes y debidamente discutidos. Me gustaría traer a colación la afirmación de Carbia para cerrar el tema abordado en este escrito. “La nueva escuela que le vino a suceder, y de cuyos métodos se mofo, postula una reconstrucción histórica americana, y en particular argentina, a base de pesquisas documentales y bibliografías realizadas de acuerdo con los más estrictos métodos de Bernheim, seriando los hechos, estableciendo los procesos con el concepto de la universalidad de los fenómenos históricos y haciendo revivir el pasado, sin que la forma literaria obedezca a la preocupación única de lo estético. Por esto, es que hay que destacar la nueva escuela inicia una serie diferente en la historia de la historiografía actual, a pesar de que se sabe y se reconoce su procedencia de una antigua tendencia erudita. En última instancia, es preciso hacer hincapié que la nueva escuela, desde sus comienzos, reacciona en contra del infundado criterio de autoridad, y marcha con la necesidad de buscar una cumplida intelección del pretérito, con afán similar al del último tercio del siglo XVIII que caracterizo al periodo iluminista. Por eso conviene esperar a que sea posible la visión, de acuerdo a la perspectiva del tiempo, para que se pueda pronunciar de manera adecuada a cerca de lo que significa la nueva escuela, y, también, las nuevas florescencias que se están gestando en su entorno.

Conclusión A lo largo del trabajo se puede apreciar que la construcción de una historiografía erudita fue el producto de un desarrollo gestado en medio de las cambiantes condiciones de 4

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Rómulo Carbia (1939) Historia critica de la historiografía argentina. Desde sus orígenes en el siglo XVI. La Plata República Argentina. Pág. 173-174.

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posibilidad que tuvieron lugar durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del siguiente; tales condiciones alimentaron los modos de abordaje e interpretaciones del pasado e hicieron de él un objeto digno de atención. Por otro lado, no hay que olvidar a los diversos itinerarios que pueden sintetizarse en: la gradual y relativa diferenciación que la narración histórica fue adoptando respecto del relato literario, del género biográfico – autobiográfico, memorialístico, la tradición oral y del discurso periodístico.

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La Historia Argentina desde la política y la militancia de José Hernández Arregui, en sus obras Imperialismo y Cultura y La Formación de la Conciencia Nacional -Tomás Argüello[IFDC- San Luis] ([email protected])

Introducción El trabajo pretende vislumbrar la interpretación de Hernández Arregui sobre la historia argentina, utilizando como base sus obras “Imperialismo y Cultura” y la “La formación de la conciencia Nacional”. El objetivo es tratar de desentrañar su visión del pasado nacional y cómo éste está ligado a dos variables: la ideología política del autor y el contexto histórico en el cual surgen estas obras. Ante el rumbo autoritario tomado por el antiperonismo gobernante alternativamente después del ‘55, un sector intelectual comienza a gestar una relectura del peronismo: como un proceso histórico en la lucha de las masas. Grupo en el que confluyen intelectuales provenientes de diferentes sectores, con la característica común que extraen conceptos teóricos del marxismo para interpretar al peronismo como proceso revolucionario. A su vez el contexto les otorga ciertas características, son textos cargados de una visión ideológica y política que intentan una defensa del peronismo e interpelan al lector para que adhiera a sus postulaciones. Las obras de Hernández Arregui analizadas en este trabajo son un claro ejemplo. Están claramente marcadas y delimitadas por el contexto histórico en la que se escriben y por la postura ideológica-política del autor. Estas características dan lugar al desarrollo de una particular visión de la historia argentina para deslegitimar el discurso político de los sectores anti peronistas que llevan adelante y sustentan el golpe de 1955. De esta forma primero se hace una introducción respecto al contexto histórico general. Luego se completa con un recorrido de la vida política e intelectual de Hernández Arregui, rescatando los aspectos biográficos que resultan importantes para avizorar ciertos elementos que contribuyen al análisis que se plantea. Por último, se sintetiza y sistematiza los datos que proveen sobre la historia argentina, que tienen claramente una linealidad progresiva que expresa, teleológicamente, un desenlace en el peronismo como expresión máxima de las reivindicaciones históricas de esas luchas populares.

Contexto histórico de las obras Después del golpe del 1955 en Argentina, se abre un proceso de inestabilidad política que se cierra en 1973 con regreso de Perón al gobierno. Según Portantiero esta inestabilidad se debe a una “crisis de hegemonía”, donde el comportamiento de los principales actores sociales entre 1955 y 1973, habría estado motivado por la lógica de un empate político que se articulaba a su vez con un poder económico compartido, que se desplazaba de la burgue-

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sía agraria a la burguesía industrial coyunturalmente.1 En el ámbito político, la exclusión del peronismo del plano electoral y legal introdujo una disyunción entre la sociedad y el funcionamiento de la política real, que derivó en un “sistema político dual”. A este se le sumaba un problema que afectaba al frente antiperonista con motivo de dos controversias que se daban en su interior: la primera en torno al rol del gobierno en la erradicación del peronismo, que iba del “integracionismo” al “gorilismo”. La otra controversia estaba vinculada al modelo socioeconómico a aplicar y admitía tres posiciones divergentes: la del ‘populismo reformista’, la ‘desarrollista’ y la ‘liberal’. Estas divergencias se expresaron en la división del radicalismo, entre Radicalismo del Pueblo y Radicalismo Intransigente. Por otro lado los liberales, que no contaban con un caudal electoral considerable, se vieron forzados por elegir entre los dos radicalismos, hasta 1966 que optaron por una posición antidemocrática.2 En el ámbito de la intelectualidad la caída del gobierno peronista, abrió un escenario de renovación especialmente en la Universidad de Buenos Aires con la emergencia de las disciplinas sociales modernas, en donde se destacan Gino Germani en la sociología y José Luis Romero en la historia.3 En esta coyuntura, proliferará la Resistencia peronista entre 1956 y 1960 caracterizado por masivas e inorgánicas prácticas combativas de la militancia, antecedente inmediato del cual “montoneros y la juventud radicalizada extrajeron muchas ideas y consignas que enarbolaron”.4 Conjuntamente a la actitud autoritaria tomada por los sectores militares antiperonistas, abrió paso a una “vertiginosa relectura del peronismo”, que contrasto con las visiones de la franja liberal y socialista, representada por la revista Sur que seguía manteniendo su visión del peronismo como un fenómeno accidental y pasajero. Pero también este grupo alcanzó a ser fisurado con nuevos posicionamientos en esta discusión. Claro ejemplo de ello es “El otro rostro del peronismo” de Ernesto Sábato y también “¿Qué es esto?” De Martínez Estrada.5 Por otro lado en el campo de la Izquierda, Norberto Galasso, en un debate con Roberto Ferrero,6 remarca que se realizaba una reinterpretación variable, centrada en la crítica contra los partidos e intelectuales que no supieron interpretar el 17 de octubre de 1945.7 1

Portantiero, “Economía y política en la crisis argentina (1958-73)”, en: Ansaldi, W. y Moreno, J. Estado y sociedad en el pensamiento nacional. Buenos Aires, Cántaro, 1989; pp. 301-346. 2 Cavarozzi, M. “Autoritarismo y Democracia (1955-1996)” Ed. Arial. La dinámica sindical que se desata a raíz del golpe del ’55 afectará directamente a la política y todos los ámbitos de la sociedad de la época. Al respecto véase James, D. 2003 “Sindicatos, Burócratas y movilización” En James, D. (director) Nueva historia argentina. Violencia, proscripción y autoritarismo, 19551976, Sudamericana. 3 Spinelli. “La Renovación Historiográfica en la Argentina y el análisis de la política del siglo XX, 1955-1966.” En Devoto, F. La Historiografía argentina en el siglo XX. Centro Editor de América Latina. 1994. También véase Sarlo B. 2001. “La Batalla de las Ideas” Ed. EMECE.; Ansaldi W. “De Historia y sociologia: la metafora de la tortilla”. En: JORRAT, Jorge. R., SAUTU, Ruth: Después de Germani. Paidós, Buenos Aires, 1992. 4 Lanusse, L. 2005 . “Montoneros el mito de sus 12 fundadores”. Ed. Vergara. Pág. 50. Véase también Guillespie, R. 2008 “Solados de Perón. Historia crítica sobre los Montoneros” Ed. Sudamericana. 5 Terán, O. Nuestros Años sesenta. La formación de la nueva izquierda intelectual en argentina. 19561966. Ed. Punto Sur. 1991. veasé tambien Neiburg, F. “Los intelectuales y la invención del peronismo. Estudios de antropología social y cultural”. Ed. Alianza. 1998. 6 Veasé debate Norberto Galasso- Roberto Ferrero. “Miradas al sur”. En http://www.discepolo.org.ar 7 Postura que si se destaca a J.A. Ramos uno de los fundadores de la “Izquierda Nacional”, con R.

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Esta “ceguera del 45 de la izquierda, reactivó una serie de ideologemas de la tradición populista. Uno de ellos remitía a la imagen de intelectuales colocados siempre a espaldas del pueblo”8. Otro tema que se retomará será la dicotomía de una falaz historia oficial y otra verdadera ocultada por los vencedores. Aquí se articulará con el revisionismo histórico que nutrirá a esa nueva izquierda. En esta visión de la historia argentina se destacará Hernández Arregui quien “en un par de best seller de la época (“Imperialismo y Cultura” y “La Formación de la Conciencia Nacional”) realizó el cruce entre marxismo y nacionalismo”9. Contrastando la “historiografía de la izquierda nacional” con el “revisionismo histórico clásico”, Devoto señala que este contexto intelectual le permite a esta corriente empezar a ocupar un lugar central en los debates de la Izquierda Argentina. Período de persecución que creará condiciones para una interlocución importante de los intelectuales marxistas con los nacionalistas que “puede verse como uno de los tanto expedientes tácticos que la situación política exigía”.10 En este sector intelectual es en donde comienza a tomar forma una “nueva izquierda”. Con una espectacular expansión del marxismo dentro de los ámbitos académicos y no académicos y el desarrollo de un antiimperialismo ligado a los movimientos de descolonización de la posguerra.11 En este marco debemos insertar los escritos de Arregui, como ensayos que reflejan una posición histórica, ampliamente ligada a la situación política de la época y a la formación ideológica del autor. Autor que influirá no sólo en el peronismo de izquierda, sino que su prestigio y su influencia ejercieron especialmente sobre las generaciones jóvenes de la pequeña burguesía intelectual y universitaria, cuyas experiencias políticas interiores habían transitado por los carriles del nacionalismo, el cristianismo o la izquierda marxista12. “Quienes además necesitaban fundamentaciones y argumentos legitimadores, por un lado, de su adscripción al movimiento peronista y, por el otro, desarrollos de izquierda que lo presentaran como el único camino viable hacia el socialismo en la Argentina.”13

Síntesis biográfica política e intelectual de Hernández Arregui En este apartado se busca indagar en la biografía de Arregui destacando los sucesos que marcan su desempeño político e ideológico. Resulta importante señalar que su participación política comenzó desde temprano, cuando siendo adolescente se acercó al radicalismo

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Puiggros, que había escrito un libro fundamental para la relectura del peronismo -“Historia crítica de los partidos políticos argentinos”. Galasso, N. “La larga lucha de los argentinos y cómo la cuentan las diversas corrientes historiográficas”. Ediciones del Pensamiento Nacional. 2006 Terán, O. 2008 “Ideas Intelectuales en la Argentina, 1880-1989”.En Terán, O. (Coord.) Ideas en el siglo. Intelectuales y cultura en el siglo XX latinoamericano. Ed. Siglo XXI . Pág. 73 Terán 2008 op cit.. Véase también. Casalla, M. “La izquierda Nacional y el peronismo. Spilimbergo y Hernández Arregui”. En MOVIMIENTO. Año 3. N° 25. octubre 2007. Boletín del Instituto de Altos Estudios Juan Perón. Devoto, F. “Reflexiones en torno de izquierda nacional y la izquierda nacional y la historiografía argentina”. En Devoto, F. Pagano, N. (Editores) “La historiografía académica y la historiografía militante en Argentina y Uruguay”. Ed. Biblos. 2004. Pág. 21 Terán 1991 Op cit. Berger, E. 2000. “sobre método y estética de la reflexión social, la sociología en el pensamiento de J. J. Hernández Arregui”. En Gonzales, H. (Comp.) Historia crítica de la sociología argentina. Ed. COLIHUE. Buenos Aires. Sarlo, B. 1974. “Hernández Arregui: Historia, Cultura y Política” En Revista Los Libros: para una crítica política de la cultura. Nº 38. Noviembre/diciembre Ed. Integral.Pp. 3

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con una gran simpatía por Irigoyen. Reconocerá luego en una carta en 1954: “Mi iniciación política, siendo un adolescente, data de poco después de 1930 donde abrace la causa antiimperialista y anti conservadora que no he abandonado ni abandonare jamás”.14 Estando afiliado al partido Radical, avanza en la carrera de derecho hasta 1933 cuando muere su madre y debe abandonar los estudios en segundo año debiendo afrontar el duro ámbito del desempleo, cuestión que lo marcará profundamente. Decide dirigirse a Villa María donde se encuentra su tío que lo ayuda económicamente. Gracias a este tío, “fervoroso dirigente radical”, toma contacto con el sabattinismo y obtiene un trabajo en la biblioteca Rivadavia, que le permite asistir a las conferencias dictadas allí y traba relación con Raúl Taborda, radical de izquierda. Por esa época cuando Sabattini gana la gobernación en plena “década infame”, incursiona en la literatura. Arregui pasa a desempeñarse como secretario de la Universidad Popular “Víctor Mercante”. Siguiendo atentamente el accionar de gobierno provincial que se coloca con lo mejor de la tradición radical, el celoso código ético con que se desenvuelve Sabattini lo deslumbra.15 Alrededor de 1938 se instala en la Capital de Córdoba, donde estudia filosofia. Allí se relacionara con José Cafasso, vinculado estrechamente a FORJA y por otro lado también con Esteban Rey, uno de los fundadores del partido trotskista de Córdoba. Pero lo más significativo será su asiduo contacto con el profesor Rodolfo Mondolfo, por el común interés sobre la filosofía griega, pero éste lo ingresa a la visión que rescata al Marx humanista, libertador del hombre, en el momento en que el marxismo ha sido osificado por el stalinismo. “Este apartamiento del marxismo congelado que difunden los manuales de la URSS, le permitirá, luego vincularlo dialécticamente a la cuestión nacional”.16 Su acercamiento a las ideas de FORJA se explicita en un artículo que escribe para una revista radical que tituló, “los libros que critica oficial calla”, comentando la aparición de “Política británica en el Rio de la Plata” de Scalabrini Ortiz , en donde “señala la existencia de una aparato cultural organizado por la clase dominante para silenciar las verdades que cuestionan el orden semi-colonial, es decir, avanza ya en el tema que desarrollara en “Imperialismo y Cultura”.17 Además marca su diferencia con Scalabrini Ortiz desde una perspectiva marxista, diciendo que al libro le falta insertar su análisis en el fenómeno imperialista. Publica habitualmente en Nueva Generación (revista radical) artículos que giran permanentemente sobre el anti imperialismo y una concepción latinoamericana. Desde la cual fundamenta su posicionamiento neutralista frente a la II Guerra, contra el nazismo pero también contra el imperialismo de Inglaterra.18 Ya en 1943 es designado Secretario Administrativo del Partido Radical, comité Córdoba. A su vez ese año alcanza el título de Doctor en filosofía. Después de las malas elecciones del Radicalismo, en 1946, publica junto a Cafasso un documento refutando el comunicado en donde la U.C.R. trata de explicar las causas de la derrota. 14 15 16 17 18

Galasso, N. 1986 “J.J. Hernández Arregui: del peronismo al socialismo”. Ediciones del pensamiento nacional. Ídem. Idem. Pp. 23. Al mismo tiempo que trabaja en el boletín oficial de la provincia, puesto logrado por su injerencia en el partido, en 1940 comienza su carrera docente en diferentes colegios. Idem. Pp. 24 Del mismo modo escribe en la revista Debate, donde se relaciona con periodistas y adquiere experiencia suficiente para dirigir poco después, dos periódicos de la corriente sabattinista: “Doctrina Radical” y “La Libertad”.

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En 1947, habiendo renunciado al partido Radical, a través de una carta que le envía a Illia, se suma plenamente a la gestión peronista a través de Jauretche y es designado Director de Estadística y Censo en el gobierno de la provincia de Buenos Aires. Establecido en la Capital Federal, tomara un contacto aun más fluido con los integrantes del grupo FORJA, principalmente con Scalabrini Ortiz. A su vez ese año, ingresa como docente en la Universidad de la Plata y es encargado de redactar varios discursos para el gobernador Mercante. Empero durante estos años tanto en la Universidad como en la administración pública se siente cuestionado y perseguido “siendo acusado de infiltrado, de hombre que profesa ideologías foráneas”19. De esta persecución es ejemplo un informe de la CIDE; donde se lo acusa como infiltrado, “adicto al viejo régimen”. Por esto se recluye aun más de la participación política, pero mantiene un programa de crítica literaria en Radio del Estado.20 Respecto al conflicto de Perón con la Iglesia, planteara su posición en una carta enviada al director de la revista Dinámica Social, “la ofensiva clerical que todos conocemos y que ha contado con el apoyo exterior y la adhesión interna de determinados sectores reaccionarios que se incorporaron al movimiento en los orígenes, no es casual. En el 43, los unía más que la lucha anti imperialista, el miedo al comunismo internacional de posguerra”21 . Marca también su diferencia con este sector que él identifica dentro del peronismo, diferenciándose por completo del “Instituto Juan Manuel de Rosas”. A los cuales les comunica, enviándole una carta a José María Rosa, que no participa “de la admiración que tan esforzados defensores como ustedes, le profesan a Juan Manuel de Rosas” y da su propia opinión “abrigo dudas sobre la glorificación de que le ha hecho objeto el revisionismo histórico porque: 1) la historia y afirmación de la clase terrateniente argentina esta inseparablemente unida a su nombre y 2) porque a pesar de su patriótica defensa de la nacionalidad no todos los aspectos de su política internacional, están totalmente esclarecidos… Mas importantes que Don Juan Manuel de Rosas son para mí… las figuras de Facundo Quiroga y José G. Artigas”.22 Poco tiempo después del golpe del ‘55, Arregui pierde todas sus cátedras. Es detenido en varias oportunidades. La noche del levantamiento del General Valle, es detenido y pasa un mes en la brigada de San Martin donde presencia las torturas a otros detenidos. “Asistí a las torturas de esos hombres humildes, incluso a los brutales castigos a los que fue sometida una joven mujer. Esas cosas no se olvidan”23

La visión de la historia argentina presente en las obras En el prefacio a la primera edición de Imperialismo y Cultura24, se puede observar una visión de la historia argentina: el pasado está directamente interrelacionado con una explicación del presente. Así en esta obra su reflexión inicia por tratar de cómo el golpe del 55 provoco una conmoción tal que puede medirse por el antagonismo irreconciliable entre intelectuales. Antagonismo que Arregui aborda desde la diferencia en la interpretación de 19 ídem. Pág. 54 20 Igualmente no se aleja del acontecer nacional participando, en 1954, junto a Cooke, Puiggros, Abelardo Ramos, Manuel Gálvez y otros, en la comisión de homenaje a Manuel Ugarte, para repatriar sus restos al país. 21 Ídem pág. 65 22 Ídem pág. 66 23 Hernández Arregui, J.J. “Imperialismo y cultura” Ed. Plus Ultra. 1973. Arregui declara esto en el prefacio a la segunda edición de Imperialismo y Cultura. 24 La obra que se trabaja aquí corresponde a la segunda edición publicada en 1973 por la Editorial Plus Ultra en la ciudad de Buenos Aires. De aquí en más a fin de agilizar la lectura se citará como IyC.

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la historia argentina dividida en la “tendencia nacionalista agrupada alrededor de la figura de Juan Manuel de Rosas, y la liberal alrededor de Mayo y Caseros”25 . La Formación de la Conciencia Nacional,26 dedicada a Scalabrini Ortiz y “a todos los jóvenes obreros y estudiantes argentinos caídos en la lucha de Liberación”27, catalogada como la obra más importante de toda su producción, explicita claramente lo que es el concepto de Izquierda Nacional. 28 De esta forma casi toda la obra gira en torno al recorrido de la historia argentina a través de dos ejes: la Izquierda Antinacional y el Nacionalismo Oligárquico. En la primera parte del libro, se señala como la oligarquía consolidada a partir de la independencia y el sometimiento del caudillismo federal, se vuelca por un proyecto agroexportador y a la incorporación de mano de obra europea que reemplazase a la nativa, ligada conceptualmente a la imagen del ‘gaucho vago’. En cuanto a la Izquierda Antinacional, realiza un recorrido histórico del partido Comunista y el Partido Socialista en argentina. Ambos desde sus orígenes están aislados del pueblo y orientados por las directivas de sus respectivos partidos europeos. Otra de las temáticas transversales a la obra será el papel del “intelectual antiperonista”. Como un sector directamente ligado a la clase media urbana, dependen del orden económico y por tanto de la oligarquía. Así aunque se declaren comunistas o socialistas, su mentalidad está europeizada por su educación que ha sido dominada por las ideas de la enseñanza oligárquica. Finalmente el capítulo IV, está dedicado directamente a FORJA, como decantando en esta organización todas las fuerzas juveniles populares que venían desencantadas de los distintos espacios políticos que no los representaban. En este caso desde el radicalismopartido de masas, que ha dejado de lado los preceptos del Yrigoyenismo verdadero cuerpo popular del partido. Este proceso, continua con el peronismo. El cual el 17 de octubre pone a las fuerzas sociales en el nuevo plano. En Fin se presenta al peronismo como la confluencia de las fuerzas populares de la historia, coartadas por el golpe de Estado de 1955. Es un proceso lineal progresivo, guiado por las fuerzas de la historia que inevitablemente llevarán al predominio del proletariado por sobre las demás clases sociales. A fin de representar esta lectura de la historia en los textos de este pensador, se demarcan algunos conceptos en forma de apartado que permiten seguir un recorrido de la historia Argentina.

1- La independencia

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I y C. pág. 16 La obra aquí trabajada corresponde también a la editada por Plus Ultra, en 197......y es la segunda edición. De aquí en adelante es FCN. FCN p 15. Iñiguez, C. “Hernández Arregui. Intelectual peronista. Pensar el nacionalismo popular desde el marxismo”. Ed. Siglo XXI. 2007. Señala ese autor también que es una obra con una gran amplitud y variedad de bibliografía citada, si bien lo hace de forma desordenada, sin citar las ediciones, que claramente denota el interés y concentración que le demandó. Más aún teniendo en cuenta que fue editado diez años después, luego de que sus editores convencieran a Hernández Arregui de que había rondando una gran cantidad de obras piratas, resumidas arbitrariamente, que conspiraban para el buen entendimiento de sus ideas.

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Si bien el autor trata de darle una explicación a todo el proceso de independencia americano se centra principalmente en Argentina. El concepto de Nación en Hernández Arregui, ronda en la nación de Hispanoamérica, que remonta su origen a un pasado lejano difícil de datar, durante el cual señala que hay dos vertientes culturales que conviven y se desarrollan, la americana indígena y la española, que se encuentran en el momento de la conquista española de América para, a partir de allí, confluir en una nueva realidad cultural que se materializa en la nación hispanoamericana.29 Arregui presenta los movimientos emancipadores como fomentados por las potencias extranjeras principalmente Inglaterra interesadas en la caída del imperio español. Pero no reduce su análisis solo a causas externas sino que también agrega que en mayor medida aun fueron reacciones autóctonas de contenidos americanos.30 En si el proceso se explica en una contradicción que deviene desde que España introdujo en América formar explotaciones feudales en una época en el que el feudalismo tenía en clara decadencia. Cuando España intenta introducir métodos liberales en el comercio a fin de conservar las colonias la consecuencias fue inversa al propósito buscado. “Así el monopolio español, ruina de la metrópoli, apuntalo a las aristocracias españolas nativas, y el tratado de Utrecht, no es más que el reflejo diplomático del eclipse económico de España y el ascenso de las aristocracias coloniales”31 En la FCN, trabaja la idea en torno a desligar la Independencia de una cierta raíz espiritual católica española de los criollos, que los llevó a enfrentarse con los intentos del liberalismo de apoderarse de estas colonias. Sino que “Carlos III es el último, e inútil, intento de salvar al imperio español en su declinación, de situar a España en condiciones de competir en la Europa moderna”32. Pero no fue el liberal Carlos III el que fracasó sino la nación española carente de una burguesía revolucionaria. Entre esas causas, junto a la la rapacidad de esa nobleza, que en la explotación de las colonias americanas creyó que podía enfrentar a países cuyo poderío avasallante se asentaba no en el oro extraído de ultramar sino en la producción manufacturera en gran escala. Las aristocracias americanas se inician con la explotación del indio en las minas. Y de esta explotación vivió residualmente la nobleza española, no sólo rapaz, sino holgazana. Otro sector de esa aristocracia vivió del contrabando y del comercio de esclavos en connubio con los intereses extranjeros. La oposición entre criollos y peninsulares no se explica por razones espirituales. Son antagonismos económicos dentro de una misma clase. Cando la oligarquía patricia se unió por el comercio a Inglaterra, a pesar de su limpia ascendencia española, la famosa hidalguía de prosapia hispánica se convirtió en mil maneras de vender la patria. La defensa de nuestra herencia cultural, que es hispánica, nada tiene que ver con estas beaterías ultramontanas tan falsas como los mitos liberales. En I y C, describe como las formas atrasadas de la economía colonial, convenían ampliamente a Inglaterra, pues como productora de manufacturas se aseguraban un mercado para insertarlas y para proveerse de materias primas. A esto se agrega que por los intereses del imperialismo en la organización política de los nacientes Estados “la idea de una confederación hispanoamericana sustentada por Bolívar y San Martin, estaba condenada al fracaso por la presión de Inglaterra y Estados Unidos en complicidad con las nacientes aristocracias terratenientes interesadas en intensificar el intercambio comercial sin modificar el

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Piñeiro Iñiguez. Op. Cit. I y C. Pág 289 I y C. pág. 290 FCN pág. 36

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antiguo sistema productivo heredado de España”33. Nace así una Hispanoamérica dependiente económicamente de las potencias extranjeras que ya para mediados del XIX “el libre comercio es sustituido por la exportación en masa de capitales…La era imperialista ha comenzado”34 En este contexto la clase terrateniente se convierte en futuro enajenado para el país. El progreso, es factor de atraso por el hecho de que las oligarquías vernáculas son meras usufructuarias de un sistema económico mundial adverso al desarrollo económico de los países de Hispanoamérica. En Buenos Aires como ciudad portuaria confluyen las ideas liberales que se expresan en un rechazo a todo lo español de la burguesía bonaerense. Empero por sus orígenes coloniales se producen cuestiones contradictorias que se expresaran en el gobierno de Rosas. Por este origen particular de las clases dominantes de la Argentina, postula que la estancia- como factor económico- se convierte “en el punto inicial y terminal de la historia”.

2. Rosas Rosas se erige como el centro de disputa de estas fracciones rivales nacidas ambas de una cultura enajenada (el revisionismo rosista como expresión del nacionalismo reaccionario hispanista y el mitrismo de la burguesía liberal pro-inglesa) ambas a “espaldas a las potencias colectivas que contienen en su seno el provenir argentino”35 Explica toda la historia nacional, desde 1810 hasta la caída de Rosas como “la lucha del interior contra la burguesía comercial porteña ligada a la clase de los hacendados bonaerenses”36 Para Arregui, Rivadavia y Rosas contribuyen por igual a la “conformación y dominio de la clase gobernante” que reflejan la evolución económica de la clase terrateniente argentina. Donde el gobierno de Rosas, con una “política de equilibrio entre la débil y tributaria economía del interior y la creciente centralización administrativa de Buenos Aires”. Pero todo este proceso está ligado a la estrategia mundial de Inglaterra: “la historia argentina posterior a 1810 se engrana a esta transformación evolutiva de la economía interna de Inglaterra y a su creciente poderío como primera potencia comercial y naval del planeta”37. Es decir, el proceso de independencia se explica en gran parte, por la estrategia inglesa, que genera una estrategia histórica que consiste en ligar al interés extranjero las rentas de las oligarquías nativas, “asociada a una simultánea y agresiva política espiritual de descrédito hacia todo lo español”.38 En este proceso se explica la disputa entre federales y unitarios. En donde el “separatismo económico y político de Buenos Aires tiene raíces lejanas”39. En 1815 Buenos Aires acepta la separación de las provincias porque con esta segregación aprovecha sus ventajas de posición y recursos. En este sentido Rosas mantiene el monopolio porteño en todo su vigor cuando, con el argumento de que el pueblo no está preparado para la convivencia, se niega a la organización constitucional. Esta es la victoria de la clase terrateniente y “el drama inconcluso del país”. Arremete de esta forma contra la línea mitrista y la nacionalista; en donde el trabajo de José Maria 33 34 35 36 37

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I y C. Pág. 290 I y C. Pág 291 I y C pág. 16 I y C. pág 17 Idem. Pág. 19 Ídem. Ídem.

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Rosa sobre “El trust saladeril” al cual defiende como pilar de la economía nacional del Rosismo, es el germen del comercio de carnes controlado por Inglaterra. Quizás, dice Arregui, el encono contra Rosas por parte de la oligarquía sea tal vez para disimular este hecho. Desarrolla entonces para diferenciarse de ambas posturas, su propia visión sobre la figura de Rosas. “En Rosas debe verse al país en proceso, colocado en el intervalo fluido del pasado hispánico y las ideas de Mayo. Pero en tanto hacendado bonaerense centra sus negocios en Buenos Aires y los ensambla inevitablemente al a burguesía mercantil”40. Así Rosas es federal en tanto provinciano de la campaña bonaerense y unitaria como porteño. En su conducción nacional proteccionista confluyen los intereses de la oligarquía ganadera y comercial bonaerense con el interior artesanal. Pero será ésta contradicción de carácter dual que le impide satisfacer “en tanto ganadero bonaerense a las provincias del litoral y por sus relaciones con la burguesía comercial porteña a los estado mediterráneos condenados a una economía artesanal”.41 Esta época de Rosas considerada como “intermedio entre el pre capitalismo y la producción capitalista que avanza”, explica ‘Caseros’ en donde “la lucha no es contra la tiranía sino contra la Oligarquía portuario ganadera”. Así mismo la “oligarquía liberal” debe agradecer a Rosas haber creado las bases modernas de la ganadería argentina y las herramientas políticas de la hegemonía de Buenos Aires. Arregui admite la popularidad de Rosas en las masas y la explica por esta particularidad su proteccionismo económico, donde favorece a los intereses ganaderos y al interior artesanal que coincide con la forma de vida de la población rural “elemental y autosufuciente” arraigada al pasado colonial. “Entre el gauchaje y el estanciero hay puntos de contacto con las costumbres y una solidaridad de sentimientos, fundada en parte, en la lucha contra el indio”.42 Para los sectores bajos, las ideas de la Europa liberal progresista como “revolución técnica y política del capitalismo” trasplantada a la Argentina “significaban los instrumentos que preparen la ruina y la opresión de las poblaciones nativas”. El ingresar a la economía mundial exige formas de explotación más avanzadas y convertir a la población autóctona en obra barata. Punto importante en el análisis de Arregui, porque la oposición a estas políticas liberales genera el caudillaje federal. “El Federalismo más que el ideal político del interior, es una actitud desesperada de defensa….frente a la brutal voluntad histórica de una minoría que se siente capacitada para organizar el país a su servicio y moderarlo a su imagen”.43 En la FCN, desarrolla esta idea sobre Rosas, analizando este Nacionalismo Oligárquico. Dice al respecto que se puede ver claramente esta dualidad de Rosas en la facilidad con que después de Caseros las provincias fueron dominadas, prueba que la economía rosista no había apuntalado las estructuras sociales del interior. Buenos Aires entraba aceleradamente en el régimen del comercio y la producción capitalista, el interior permanecía inmovilizado en las formas atrasadas del artesanado y no de la industria manufacturera. Fue la penetración extranjera lo que Rosas retardó, y no justifica la tesis de que Juan Manuel de Rosas haya protegido al interior con criterio nacional. El interior nunca fue rosista. La caída de Rosas se explica así por la fuerza de una oligarquía que basa su poder en las formas de acumulación capitalista atada al imperialismo británico, que se va constituyendo 40 41 42 43

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Ídem. Pág. 21 Ídem. Pág. 22 Ídem. Pág. 23 Ídem. Pp. 24

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como nacional y encuentra en Roca su máxima expresión, amparada a su vez en la constitución de 1853. Constitución que es “federal en su forma”44, de hecho es la consagración jurídica del unitarismo económico. Dirá en la FCN, que Rosas, cayó no porque el suyo fuese un gobierno por encima de las clases, sino porque la clase a que pertenecía veía con codicia su vinculación con Inglaterra como más remuneradora que un comercio hasta entonces intermedio entre mercado interno y el internacional. Esa clase ganadera ya integrada, en primer término por Rosas mismo, prefirió en un momento de su expansión sacrificar el país a sus intereses. Si Rosas se opusieron al bloqueo anglo-francés, no sólo lo hizo como argentino, sino como provinciano, pues no ignoraba que el interior se levantaría en armas contra el extranjero y que las consecuencias de estos levantamientos podían hacer peligrar la hegemonía de Buenos Aires. La clase de hacendados que apoyaban a Rosas, se hacen mitristas en consonancia con sus beneficios económicos de la mano del capital británico. Expresión de progreso y expansión de este sector, son los ferrocariles. Por esto para Arregui “Mitre es un momento, como Rivadavia, Rosas y Roca, del desarrollo y expansión de la burguesía nacional y de nuestro comercio de exportación dependiente, cada vez en mayor grado, de la economía mundial.”45 La importancia de Mitre es que en su momento la clase terrateniente se convierte en nacional, la afluencia de provincianos como Sarmiento y Avellaneda testimonia la unificación. “La historia nacional será, desde entonces, la lucha entre tendencias populares de las grandes masas políticas y la maquina opresora de la clase terrateniente.”46

3. El Radicalismo Otro elemento que permite un seguimiento de la historia Argentina es el Radicalismo. El cual es entendido como un movimiento popular y democrático pero que envuelve contradicciones internas entre sus componentes: las masas (una especie de clase media baja urbana y rural) representadas por Irigoyen, una pequeña burguesía que no logra desprenderse de sus aspiraciones de ascendencia social y trata de desligarse lo más posible de lo popular, expresado principalmente por los intelectuales que provienen de esta clase que “encarnan…la conciencia nacional que medita en sí misma, (Ingenieros, Galvez, Almafuerte, Rojas, Joaquín V. Gonzáles) y un sector oligárquico, representado por el Alvearismo y la Unión Democrática. Así es definido “como movimiento político de la pequeña burguesía de origen inmigrante y de las difusas intento de consolidar una cultura de raíz nacional.”47 En Imperialismo y Cultura Brevemente, sin hacer un análisis más desarrollado y descriptivo explica la caída de Irigoyen por cuatro causas: La crisis del ’30; La ancianidad de Irigoyen; Debilitamiento del partido por las propias contradicciones; Fricción imperialista Anglo-yanqui por el petróleo. Lo más importante a señalar en estos puntos es que sirven para sustentar el paralelismo que se expresa en la figura de Irigoyen con Perón. Principalmente respecto a las fuerzas que realizan el golpe y las que festejan su caída.

4. El nacionalismo 44 45 46 47

IyC. Pp 23 IyC. Pp. 24-25 Idem. Pp. 27 FCN pp 91

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En ambas obras aquí analizadas, se parte de este punto para explicar, tanto al radicalismo y al peronismo. Entonces en Imperialismo y Cultura hablará del “Nacionalismo Moderno” ligado al ámbito cultural, al cual entiende como un fenómeno mundial expresado en el fascismo italiano y fortalecido de la crisis del capitalismo de 1929. En Argentina, este tipo de nacionalismo, surge en las postrimerias de 1928 y se afirma después del ’30, con la teoría de las “elites conductoras” que ve a la clase gobernante como un poder que no ha estado a la altura de su responsabilidad histórica. “La iniciación del movimiento coincide con su odio clasista inconfundible contra Irigoyen”48. Para Arregui es esencialmente reaccionario al temor del comunismo, tiene rasgos propios y cumple una misión histórica: 1) Es un antiliberal que apoya su crítica en la tradicional posición antimodernista de la Iglesia y las encíclicas papales. 2) Es aristocrático e hispanista. 3) Es antibritánico, al menos en sus orígenes. 4) Es antimarxista, y ésta es, en última instancia, su razón de ser. Empero resalta lo rescatable de este conjunto de intelectuales es esa “reacción pretérita contra Inglaterra”. Pero también marca cómo después de 1945 “retornan gradualmente al conservatismo y se desnuda su contradicción con el gobierno de la revolución de masas”49. En la FCN desde un análisis más político y social sobre el nacionalismo, reconoce dos periodos históricos distintos. Uno será el nacionalismo antes de 1930, con una influencia marcadamente liberal, antipopular y contradictoriamente con su liberalismo, profascista. En éste, unido directamente al partido Conservador, se destaca la juventud con un carácter netamente fascista. “Dios, Patria y Hogar” es el lema que lo convoca como reacción antidemocrática frente a las masas trabajadoras. Pero con el correr del gobierno de Uriburu y luego el de Justo, lentamente irá aflorando una decepción en la juventud y en los intelectuales que habían apoyado el golpe, principalmente en torno a la incapacidad de este sector dirigente de sostener una gobernabilidad y de ejercer un sometimiento tan marcado hacía Inglaterra. La entrega del país, enlazada a la crisis ganadera, el fraude político convertido en sistema, ese sentimiento de malestar en las multitudes obreras, sumado a la situación internacional en donde había un fuerte crecimiento de la Rusia bolchevique, produce una “ruptura espiritual de la juventud con sus padres”50

El peronismo Durante la época del treinta se reinstala el gobierno de una minoría oligárquica distante del pueblo. Con un estilo de vida cada vez más aislado de lo que Arregui considera como la historia que avanza: “inmigración, industria, proletariado”. Pero “la clase dominante adopta una actitud distante, fundada en el desprecio y crea la teoría de las minorías selectas”51 Esta es la explicación del peronismo. Como “conciencia histórica del país [que] se apoya en las masas, en los sectores avanzados de la burguesía industrial y en los grupos intelectuales con conciencia nacional que se oponen a la entrega”.52 Este proceso es la consecuencia 48 49 50 51 52

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I yC. Pp. 28 Idem. Pp. 27 FCN pp. 105 I y C. pp. 34 Ídem.

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inevitable de la transformación operada en la economía. Proceso violento que responde a la magnitud de las fuerzas que se enfrentan, “en la prosaica y grandiosa pugna de estos pueblos por la vida histórica”53 El movimiento revolucionario de 1943, de complejas raíces ideológicas, desemboca en la explosión popular del ’17 de octubre de 1945. Hito fundamental para la historia del país. Su explicación la encuentra en un proceso de industrialización en marcha desde la primera Guerra Mundial, que da origen al proletariado organizado. Esas masas decepcionadas del socialismo, del comunismo y del radicalismo, no tenían ningún compromiso ni identificación política, lugar que ocupará Perón. “El 17 de octubre es la gigantesca voluntad política de la clase obrera.”54 Así la identificación con Perón por parte del pueblo, no fue obra de la demagogia sino de las condiciones históricas. Tal revolución política lleva a la recuperación económica nacional y a la elevación del nivel de vida; a su vez resultado de la toma de conciencia histórica de las masas. En la FCN, trabajará sobre este movimiento en el capitulo V, denominado “PERÓN, EL ASCENSO DE LAS MASAS Y LA DEGRADACIÓN DE LAS IZQUIERDAS”. Marcando así desde el titulo la misma lectura realizada en I y C. El origen del peronismo debe buscarse en el golpe militar del 4 de junio, que es anticomunista, antioligárquico y antiliberal. Debía definirse ineludiblemente en un sentido reaccionario o popular. Perón comprendió la transformación que se había operado en el país. Mientras las fuerzas políticas de la vieja Argentina se polarizaban alrededor de la democracia formal incumplida, desafió el potencial económico coligado de los intereses imperialistas, de los grandes diarios, de la burguesía mercantil de Buenos Aires, de la mayoría de la intelectualidad y apeló a los sectores populares decepcionados del radicalismo, a los estratos más castigados de la clase media, a las peonadas del interior que habían votado bajo la despótica voluntad del caudillo a radicales o conservadores, pero sobre todo, al proletariado industrial de las ciudades. El sentimiento de que el capital extranjero era la causa de todos los males era generalizado en la oficialidad la composición social del Ejército, cuyos oficiales no pertenecen a las clases altas, favoreció esta mejor comprensión, en sus cuadro de oficiales, de la fuerza que anidaba en el pueblo, y explica en parte, por qué el Ejército no tiró contra los obreros en octubre de 1945. Desarrolla extensamente este periodo del gobierno peronista en torno a la utilización de los índices económicos y cómo sobre estos va a trabajar su política nacional industrialista, en torno a la idea de la intervención del Estado. Comenzando así la nacionalización de economía que devino en una prosperidad de la que todos participaron y que ha convertido al país en algo enteramente distinto a lo que fue antes de 1943. Siguiendo en esta profundización de las políticas peronistas, analiza la nacionalización de los servicios públicos y los beneficios que estos trajeron para la sociedad. Finalizando con una enumeración detallada de cómo el gobierno peronista logró prácticamente la independencia de la economía. Por eso la revolución que derrocó a Perón tuvo por objeto retrotraer al país a su antigua situación agropecuaria, transferir la riqueza nacional al sector ganadero y agrario, disminuir el consumo interno, bajar el precio de la mano de obra al servicio del capital colonizador y aplastar al movimiento sindical organizado. Pero este movimiento tendrá contradicciones internas, la burguesía industrial se opone gradualmente a las conquistas sociales, sin saber que “mataba a la gallina de los huevos de 53 54

Ídem. Pp. 36 Idém.

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oro”. El mayor error de la rebelión fue dejar intacto el poder económico de la oligarquía, lo cual le permitió replegarse a esperar una situación internacional favorable cuestión que se da después de la segunda Guerra Mundial cuando Inglaterra quiere recuperar viejos mercados. De esta forma termina explicando el golpe del ’55. Con el apoyo de la Iglesia (temerosa a la radicalización de las masas) de los partidos políticos superados históricamente desde su alejamiento del pueblo en las elecciones de 1946, de la clase media y principalmente de los intelectuales que confundieron a los estudiantes, “la burguesía terrateniente aliada al imperialismo británico asestó el golpe a la Revolución popular, debilitada anteriormente por sus contradicciones ideológicas originarias, por la falta de un partido revolucionario…tanto como por la oposición final coincidente con aquellas fuerzas contra revolucionarias, de una burguesía industrial políticamente incompetente, advenediza en el orden económico y sin clara conciencia nacional de su función histórica”55

Consideraciones finales Después de la caída del peronismo, se abre un periodo de inestabilidad política. Ante el rumbo tomado por el gobierno de Aramburu, comienza a gestarse una relectura del peronismo, que se nutre principalmente de una corriente de intelectuales que habían apoyado al peronismo con cierta particularidad: tomando a éste movimiento político como un proceso histórico en la lucha de las masas. Así provenientes de diferentes sectores, del revisionismo, del irigoyenismo o del marxismo, convergerán distintos intelectuales en su adhesión al peronismo y en la aplicación de elementos del marxismo en su análisis. La situación contextual en que esto se produce le otorga la característica particular: son textos cargados de una visión ideológica y política que intentan una defensa del peronismo e interpelar al lector para que adhiera a la visión expuesta por ellos. Las obras aquí analizadas de Hernández Arregui son un claro ejemplo. En ellas se encuentra una particular visión de la historia argentina. La cuales relacionan el contexto histórico en el que se escriben y en la postura ideológica política del autor, en el sentido en Arregui utiliza esta interpretación de la historia para atacar a los sectores opositores al peronismo, como antinacionales. Fundamentando que tal movimiento es la única forma de expresión de las fuerzas nacionales dadas las características del desarrollo histórico de Argentina. Es decir en esta visión de la historia se puede observar una intención de posicionar al peronismo como la verdadera expresión nacional, porque es consecuencia de la lucha histórica que ha mantenido el pueblo por la liberación nacional. Se encuentra, además presente una concepción marxista, a través de la importancia determinante que Arregui le otorga al imperialismo,- principalmente en “Imperialismo y Cultura”- entendido como predominio del capitalismo financiero que intenta ser monopólico. Asimismo por sus consideraciones respecto a la cultura que refleja la ideología de la clase dominante, ampliamente condicionada por la estructura económica. Como se expone en el trabajo la formación marxista será determinante en la interpretación de Arregui sobre el peronismo y en si en toda la historia argentina, como proceso dialectico progresivo del proletariado nacional. Aunque su temprana adhesión al irigoye55

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Iy C. p. 200-201

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nismo, de donde resalta su representatividad popular y su acercamiento al grupo FORJA hará que rechace la lectura ortodoxa del marxismo europeizado en donde el concepto de Nación era un elemento reaccionario.

Fuentes: Hernández Arregui, J.J. 1973. “Imperialismo y cultura” Ed. Plus Ultra. Buenos Aires. Hernández Arregui, J.J. 1974. “La formación de la conciencia Nacional” Ed. Plus Ultra. Buenos Aires.

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Las experiencias de militancia en el Partido Comunista en los sesenta-setenta como espacios de constitución identitaria -Paola Bonvillani[Universidad Nacional de Córdoba - CONICET] ([email protected])

Introducción1 La ponencia propone reflexionar acerca de los modos a partir de los cuales las experiencias de militancia en el Partido Comunista Argentino (PCA) -durante las décadas del sesenta-setenta- emergieron como espacios de construcción identitaria. Preguntarse por los procesos de constitución identitaria conduce inevitablemente a explicitar las concepciones sociológicas y antropológicas que informan sobre la conformación del sujeto. En tal sentido, se presenta un panorama general de distintos enfoques que se han aproximado a la cuestión identitaria, para luego enmarcar el uso de categorías analíticas fértiles en la construcción de un posicionamiento sobre dicha cuestión2. A modo de avance, aquí se rechazan las posturas más radicales, las cuales plantean la disolución identitaria y el “fin de la historia”, y en cambio, se recogen aquellas teorizaciones moderadas que permiten a la vez re-encontrar algún sujeto capaz de agencia, sin retornar a la existencia de una identidad esencial y universal. Asimismo, se abordan algunas dimensiones propias de la cultura política comunista, necesarias para pensarlas maneras como lo cultural moduló la constitución de los sujetos militantes, e incidió en sus prácticas dentro del campo de las fuerzas de izquierda de aquellos años. Finalmente, la estrategia metodológica se sustenta en la triangulación de diversos materiales empíricos. Así, se combina el análisis de documentos partidarios oficiales con el objetivo de analizar las dimensiones prescriptivas de las prácticas de militancia, junto con los testimonios orales elaborados a partir de entrevistas en profundidad. Consideramos fundamental la inclusión de estos testimonios en tanto permiten articular significados subjetivos de experiencias personales y prácticas sociales. Ciertamente, en ellos se movilizan y activan procesos de subjetivación política en los que el propio proyecto de vida evocado, se encuentra fuertemente marcado por su militancia política3.

Breve recorrido conceptual por la categoría identidad

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Esta ponencia forma parte del proyecto de investigación para la carrera de doctorado en Historia, denominado Memoria, identidad y cultura política de militantes comunistas: Una mirada desde Córdoba, 1966-1973, desarrollado bajo la dirección de la Dra. Marta Philp. En este trabajo se han seleccionado aquellas perspectivas más significativas en orden a las preguntas que se buscan responder, aunque se advierte que se está lejos de recuperar la totalidad de visiones existentes sobre el tema. Se realizan entrevistas centradas en aquellas experiencias de militancia vividas durante un período histórico concreto. Optamos por un diseño multivocal atendiendo a nuestra posición teórica sobre el objeto de estudio, es decir, una noción de la identidad como proceso de construcción social que, por lo tanto, requiere la articulación de diversas voces.

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La noción de identidad ha sido tratada históricamente desde diversas disciplinas a través de una multiplicidad de miradas4. Su emergencia debe entenderse como requerida para fijar algunos rasgos principales de la concepción hegemónica del sujeto en la modernidad5. En tal sentido, la mayor parte de las investigaciones sobre el problema del sujeto toman como referente la obra de René Descartes. Por lo tanto, si bien la caracterización del “sujeto cartesiano” es ampliamente conocida y extensamente difundida, es oportuno resumir algunos rasgos básicos. Entre las ideas que dieron fundamento ideológico a la modernidad, se destaca la creencia en una esencia o naturaleza universal del hombre: la razón. Mediante el uso de su razón el hombre puede conocer el mundo exterior, ser dueño de sí mismo y conducir su propia historia. De este modo, el racionalismo se articuló íntimamente a una concepción “esencialista” del sujeto, como dotado de un conjunto de atributos “dados”, preexistentes, que permanecen iguales, continuos e idénticos a sí mismos, a lo largo de su existencia. Ese esencialismo tuvo enormes efectos en la naciente ciencia moderna, en tanto se basó en la búsqueda de fundamentos seguros e invariantes para el conocimiento, esto es, universales y constantes a-históricas. Para alcanzarlos, la razón científica procede reduciendo las diferencias, anulándolas de manera de poder integrarlas en categorías que, al unificar, finalmente niegan la pluralidad. Al respecto, Ibáñez Gracia (1996) sostiene: “El discurso de la modernidad es un discurso totalizante, un discurso que se presenta como válido para todos, para todo, en todos los tiempos. Es un discurso a partir del cual se puede -esta es la pretensión, en todo caso- formular respuestas para todo o por lo menos indicar hacia dónde hay que buscar las respuestas” (p. 66). Sin embargo, ya en el siglo XX esta perspectiva de sujeto fue puesta en duda desde diversos ámbitos académicos: “El debate modernidad/posmodernidad iniciado en los 80 en torno al “fracaso” de los ideales de la ilustración, había abierto camino a un potente replanteo teórico de los fundamentos del universalismo que no solamente comprendía a la política, a los grandes sujetos colectivos cuya muerte se anunciaba (el pueblo, la clase, el partido, la revolución…) sino también a los “grandes relatos” legitimantes de la ciencia, el arte, la filosofía.” (Arfuch; 2002: 21-22). Ahora bien, más allá de los debates postmodernos en torno a la necesidad y la vigencia de la identidad en tanto categoría, coincidimos con Hall (2003) en que la noción es fundamental, pues, sin ella, ciertas cuestiones clave no pueden pensarse en absoluto, aunque ya no puede entenderse a la vieja usanza6. 4 5

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La Filosofía la ha abordado desde diversas perspectivas y en distintos contextos históricos, siendo la Psicología y el Psicoanálisis desde el siglo XIX, los que le otorgaron un lugar preponderante en el estudio de los procesos individuales. Dentro de la historia de las ciencias sociales la modernidad se comprende como un periodo de larga duración que se extiende desde el siglo XV al XX, en el que las revoluciones -en tanto transformaciones irruptivas en torno a las relaciones de dominación-, cobran un significado innovador: allí están incluidos grandes hitos como la revolución francesa, la revolución industrial, la revolución Copérnico-Galileana, la revolución rusa, entre otros (Lagorio; 2012). Si bien es innegable que la modernidad nace en Europa, no podemos concebirla como un fenómeno exclusivamente europeo. Desde el punto de vista de su desarrollo histórico, la modernidad es un proceso complejo de incorporación y recontextualización de sus dimensiones en diferentes espacios. Compartimos con Larraín (1997) cuando afirma que América Latina tiene una manera específica de estar en la modernidad: “Por eso nuestra modernidad no es exactamente la misma modernidad europea; es una mezcla, es híbrida, es fruto de un proceso de mediación que tiene su propia trayectoria; no es ni puramente endógena ni puramente impuesta…” (p. 315). Dentro del amplio y complejo campo de las aproximaciones postmodernas, podríamos distinguir entre posiciones más radicales que plantean la disolución identitaria y la muerte del “sujeto” debido a la variedad de experiencias que atraviesan los sujetos en el marco de las enormes transformaciones socio-económicas y culturales de los últimos tiempos; y aquellas

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Un elemento común a la mayoría de las corrientes críticas de la noción moderna de identidad, refuta la lógica binaria que la instituye a partir de la diferencia y piensa al “otro” sometiéndolo a los propios modelos de identidad, o excluyéndolo. En tal sentido, siguiendo la nueva aproximación al concepto propuesta por Hall (2010), la identidad se construye como un proceso dinámico, relacional y dialógico que se desenvuelve siempre en relación a un “otro” que transmite al sujeto los valores, significados y símbolos de los mundos que habita7. La identidad, entonces, se va configurando a partir de procesos de negociación en los cuales se pone en juego la percepción de la alteridad como reconocimiento intersubjetivo (Taylor; 1993). En efecto, el proceso de constitución de las identidades remite a una serie de prácticas de diferenciación y marcación de un ‘nosotros’ con respecto a unos ‘otros’. Por tanto, la identidad nunca estará determinada en sí misma, más bien, identidad y diferencia deben pensarse como procesos mutuamente constitutivos. En palabras de Hall (2003), la identidad “ (…) sólo puede construirse a través de la relación con el Otro, la relación con lo que él no es, con lo que justamente le falta, con lo que se ha denominado su afuera constitutivo” (p.18).Lo anterior nos permite pensar las implicancias comprendidas en los procesos identitarios constituidos bajo la racionalidad moderna, tal el caso de la identidad comunista.

La identidad comunista y su “afuera constitutivo” A pesar de los cambios en la estructura social, en la perspectiva cultural y en el debate de ideas tanto a nivel local como mundial producidos durante el periodo abordado aquí, las formulaciones ideológicas, teóricas y políticas más codificadas del marxismo-leninismo, se volvieron incuestionables e impusieron fuertes límites a las interpretaciones sobre la sociedad y sus modalidades de cambio. En efecto, desde mediados de la década del treinta y sobre todo luego, en el contexto de la Guerra Fría, el PCA le asignó primacía a la Unión Soviética, identificó casi sin matices los intereses de ésta con los del socialismo a nivel mundial y consecuentemente encaminó todos sus esfuerzos a contribuir al triunfo soviético contra el bloque capitalista. Son ilustrativas las palabras de un militante en este sentido: “(…)nosotros pensábamos en la Unión Soviética como el faro luminoso sin saber lo que realmente objetivamente pasaba en la Unión Soviética, te das cuenta?(…) cuando fuimos, hace muchos años (…)a la Unión Soviética, yo poco mas, bajo del avión y beso la tierra (…) vos te reís pero era así (…) era así, era un sentimiento (…)”(L. Y. 3-7-2015).Los recuerdos evocados por el militante permiten sostener que en las imágenes del futuro posible y deseable que el comunismo local proyectó, el ejemplo de la Unión Soviética se presentó como modelo de organización social, al confirmar la certeza del futuro socialista de la humanidad. En tal sentido, el marxismo representó uno de los discursos o metanarrativas propias de la modernidad (Lyotard; 1994) ya que contenía un proyecto de futuro social que, al basarse en los supuestos de universalidad y progreso

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más moderadas que retoman y producen nuevas síntesis de autores que criticaron la identidad, aún dentro de la modernidad. Respecto a los debates sobre el tema se puede citar el trabajo de Brubaker, Rogers y Frederick Cooper (2001): “Más allá de ‘identidad’”, Apuntes de investigacióndel CECyP, N° 7, Buenos Aires, pp. 30-67. Advirtiendo sus diferencias y matices, diversos autores consideran que la identidad es una manifestación relacional. Al respecto podemos citar a Cuche, Denys (1999): La noción de cultura en las ciencias sociales, Buenos Aires, Nueva Visión; Taylor, Charles (1996): Las fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna, Paidós, Barcelona; Hall, Stuart (2003): “¿Quién necesita ‘identidad’?”, en Stuart Hall y Paul du Gay, Cuestiones de identidad cultural, Buenos Aires, Amorrortu, pp. 13-39; Bauman, Zygmunt (2003): “De peregrino a turista, o una breve historia de la identidad”, en Stuart Hall y Paul du Gay, Cuestiones de identidad cultural, Buenos Aires, Amorrortu, pp. 40-68; Goffman, Erving (2001): La presentación de la persona en la vida cotidiana, Buenos Aires, Amorrortu; Arfuch, Leonor (2002): Identidades, sujetos y subjetividades, Buenos Aires, Prometeo.

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histórico, se presentaba como propuesta normativa para el mundo8. Cuando a través de los testimonios se evocan vivencias pasadas, ese “(…) pasado que se rememora y se olvida es activado en un presente y en función de expectativas futuras”(Jelin; 2002:18). Para el caso de nuestro entrevistado, se podría sostener que los recuerdos de la época en que militó le otorgan una valoración positiva a la misma, aunque su memoria está fuertemente marcada por una lectura del presente signada por la evidencia del frustrado proyecto del socialismo real: “(…) después todos descubrimos, pero mucho tiempo después, que las premisas de la Unión Soviética no podían trasladarse mecánicamente a cada país (…) la Unión Soviética quería defender una cosa monolítica, y nosotros realmente creímos en eso” (L. Y. 28-82010). El monolitismo al que alude el militante hace referencia a la plena confianza que el comunismo local depositaba en la interpretación que la Unión Soviética hacia de la teoría marxista en tanto instrumento que ofrecía respuestas totales a los problemas de la humanidad. La siguiente cita da cuenta que la certeza de la infabilidad de la teoría marxistaleninista, implicó extrapolarla a todos los escenarios y tiempos como medio para alcanzar la emancipación: “El materialismo dialéctico eleva al ser humano permitiéndole descubrir e interpretar la realidad que lo rodea, descubrir las leyes de la naturaleza y de la sociedad, transformar ambas” (González Alberdi, 1974: 19). Asimismo, las representaciones comunistas referentes a las posibilidades humanas de acceso a la verdad mediante el uso de la razón y los procedimientos de la evidencia empírica, se hacen presentes en los recuerdos de la militancia, en los cuales se tiende a rechazar la legitimación teológica de las creencias que predestinarían la historia personal y social: “(…) si hay o no hay un Dios, no lo sé, para mí no, porque no lo he visto nunca, ni se me ha aparecido ni nada, bueno, que hay un ser supremo no lo sé tampoco porque tampoco lo he visto (…) no es que soy totalmente atea, que yo no creo en nada, yo no creo en las vírgenes, no creo en Dios (…) yo creo en la gente, que te hace bien y que te hace mal (…)la vida misma te va indicando ¡¿cómo podes pensar que alguien puede matar a alguien porque sí!? ¡¿o pegarle a alguien porque sí?! (...) yo pasé por la cárcel, entonces sé lo que es (…) por eso te digo: !¡¿Y adónde esta Dios!?” (R. N. 10-8-2015). Si bien a principios de los sesenta el PCA había experimentado un verdadero auge de su influencia -al representar la principal fuerza en el campo de la izquierda argentina- a lo largo de esa década perdió progresivamente el “monopolio” del marxismo. En efecto, los años analizados aquí se caracterizaron por el creciente proceso de protesta social y conflictividad política, originados a partir de la resistencia a la proscripción del peronismo y del ambiente revolucionario posterior a la Revolución Cubana. En este contexto, se produjo la progresiva aparición del heterogéneo conglomerado de fuerzas sociales y políticas que ha sido denominado “nueva izquierda” (Tortti; 2006), en cuyo imaginario político la idea de la revolución junto a la discusión en torno a la opción por la lucha armada fueron tópicos centrales. Estas agrupaciones se constituyeron en oposición, tanto a la orientación ideológica, como a las estrategias de acción del PCA, las cuales fueron fuertemente criticadas por considerarse propias de una tendencia reformista que desvirtuó y abandonó los principios revolucionarios del marxismo. En efecto, fiel a su línea pro-soviética, el comunismo adoptó la estrategia de la “vía pacífica” para la transición al socialismo. El concepto -elaborado por el Partido Comunista de la Unión Soviética en su vigésimo congreso celebrado en 1956-, 8

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Dentro de los autores posmodernos, Jean-Francois Lyotard es quien de forma más categórica ha definido lo que se ha dado en llamar la condición posmoderna, según la cual se advierte en el final de la historia el fin de los grandes relatos, o metarrelatos, es decir el cristiano, el ilustrado, el marxista y el idealista, que guiaron la época moderna.

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caracterizaba la línea política que los partidos comunistas debían seguir en las áreas periféricas del mundo capitalista. Significaba básicamente negar la vía insurreccional de masas para conquistar el poder y proponía, como contrapartida, formas parlamentarias-electorales como métodos de lucha del proletariado. Esta nueva orientación consistía en ganar progresivamente la mayoría en el Parlamento para dictar leyes que cambiaran paulatinamente el carácter de clase del Estado, utilizando para ello, la clase obrera como elemento de presión contra los partidos burgueses. En virtud de esta línea oficial, la cúpula dirigente se opuso a ciertos grupos internos -provenientes especialmente del ámbito juvenil- que se inclinaron por las teorías de la lucha armada, en tanto consideró que pretendían aplicar un “voluntarismo revolucionario” prescindente de las masas. Resulta interesante citar aquí el informe presentado por Victorio Codovilla -cuadro máximo de la dirigencia nacional- al XII Congreso Nacional reunido en 1963, en el que esgrimió los fundamentos del programa aprobado. A contracorriente del cada vez más eminente debate interno, la dirigencia se complacía en definir al comunista como “(…) un partido ideológicamente fuerte (…) actuando en el marco de una exacta armonía donde los viejos militantes se funden a los nuevos y les transmiten sus experiencias (…). El partido se presenta férreamente unido alrededor de su Comité Central y de su línea política. Esto se debe a que el Comité Central ha inspirado siempre su actividad en los principios inmortales del marxismoleninismo y a que ha combatido cualquier conato de desviación revisionista y oportunista o de desviación izquierdista y dogmática” (Codovilla; 1963: 12-17). La cita resulta de interés en tanto permite abordar algunas cuestiones. En principio se advierte que compartir una identidad colectiva implica también a veces la necesidad de “obedecer” sus prescripciones normativas, a partir de la imposición de jerarquías. Por consiguiente, pueden existir divergencias y hasta contradicciones entre miembros de un mismo grupo. En efecto, las características del marxismo, enfatizadas en la versión estalinista, representaron una matriz sustancial, un corpus de ideas-fuerza para la militancia comunista, que impusieron fuertes límites a la participación y al debate y acentuaron el verticalismo, el burocratismo y la arbitrariedad de las decisiones de los organismos superiores sobre las estructuras partidarias inferiores. En consecuencia, cuando el disenso superaba los límites de la tolerancia permitida, muchas veces conducía al alejamiento o a la expulsión del partido. Al respecto, en una serie de intercambios epistolares, un militante recuerda con nostalgia la expulsión de su amigo en una reunión celebrada en su propia casa: “Ese día nos dejamos llevar por el estalinismo de la dirección, lo sé y me arrepiento. Pero podías habernos librado de esa experiencia (…) si te hubieras ido (…) sin necesidad de plantearle al PC totalmente “otra” línea ¿Para qué? ¿Pensabas que el PC se iba orientar en esa línea guevarista por la discusión contigo?” (C. S.; 2009)9. Por otra parte, las palabras del dirigente dan cuenta que las pretensiones de universalidad del comunismo conllevaron la subyugación del “otro”. Así, la discusión fue monopolizada por aquellos que decían hablar en nombre de la razón universal, quedando silenciados los grupos marginales porque la revolución no resistiría los debates y desacuerdos: “(…) vos adentro discutías todo y había debates fuertes sobre distintas posiciones políticas, una vez resuelto eso (…) se aplicaba lo que la mayoría planteaba, eso era el centralismo democrático, es decir, yo me tenía que bancar, pero vos te tenías que bancar si perdía tu posición ¿Porqué? Porque se concebía que el partido tenía que prepararse para la revolución y en la revolución nadie podía discutir(…) si no, perdías(…)”(A. G. 9-9-2010). Desde la perspectiva propuesta por Foucault (1988) se puede pensar que el marxismo, como disciplina científica, en su versión estalinista, representa “(…)una forma de poder que se ejerce sobre 9

Agradezco la confianza de C. S., quien generosamente compartió conmigo la carta enviada a un ex militante comunista.

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la vida cotidiana inmediata, que clasifica a los individuos en categorías, los designa por su propia individualidad, los ata a su propia identidad, les impone una ley de verdad que deben reconocer y que los otros deben reconocer en ellos. Es una forma de poder que transforma a los individuos en sujetos” (p. 7). Ciertamente, las experiencias de militancia en el comunismo emergieron como espacios de construcción identitarias según la lógica dicotómica de oposición: la identidad comunista se piensa como “grado cero” o la norma que representa lo esperable, satisfactorio, correcto. Por lo tanto, lo que se aleja de dicha identidad, se concibe como lo negativo, lo desviado, lo anormal. Lo anterior se advierte en la intención del PCA de “educar” a aquellos militantes -sobre todo de extracción juvenil- “desviados”, de manera que retornen a lo que se entiende que es el “verdadero” camino revolucionario: “Queremos afirmar (…) que cuando criticamos sus concepciones y sus prácticas como “aventureras”, lo hacemos (…) seguros de que la experiencia de la vida habrá de colocarlos finalmente en el auténtico accionar revolucionario” (Agosti; 1969: 253). Asimismo, la definición y clasificación de lo correcto y “lo desviado”, se expresa a partir de ciertas “prácticas divisorias”: quien se aparta de la norma debe ser corregido o expulsado.Al respecto, se puede mencionar la activa tarea de la Comisión de Control, cuya finalidad era velar por la pureza y la fidelidad de la militancia. Esporádicamente este organismo editaba folletos que expresaban, por un lado, la preocupación oficial por las llamadas “desviaciones” de algunos militantes -luego de evidenciarse conductas sospechosas o ideas “extrañas” a las normas partidarias-, y por otro, la necesaria educación de los afiliados en el espíritu de vigilancia revolucionaria. Por ejemplo, se definía la calidad de buen militante, no tanto por su compromiso y voluntad, sino “(…) a través del grado de (…) asimilación de la línea política y táctica del Partido y de su decisión y consecuencia en la aplicación de la misma, del grado de su propensión, no a poner de relieve sus ideas personales o “extrañas”, sino las ideas del Partido, elaboradas colectivamente” (Comisión Nacional de Educación; 1960: 41).

La identidad como sutura o “¿Qué es la vida de un revolucionario?” Las identidades son construcciones históricas sometidas a los contextos en los que se constituyen, contextos que pueden cambiar y por lo tanto alterar o producir desplazamientos en los contenidos de la identidad (Hobsbawm; 1996). De hecho, en el contexto de una particular coyuntura política y social que atravesaba Argentina en los años sesenta -caracterizada por el estancamiento económico, la recurrencia de gobiernos dictatoriales y semiconstitucionales y la creciente movilización popular-, algunos sectores de la izquierda, desilusionados por la democracia liberal, introdujeron una idea y una práctica de la revolución como equivalente de transformación social radical, y la apelación a la violencia armada como estrategia privilegiada para la consecución de las transformaciones sociales(Calveiro; 2005).El desarrollo de estos nuevos agrupamientos -que surgieron como “competidores” del comunismo dentro del arco político de la izquierda-, fue determinante en los conflictos que atravesó el partido durante aquellos años, cuando la crítica al estalinismo y a la burocracia local se hizo cada vez más generalizada entre algunos sectores de la propia militancia. Aunque el partido apoyaba oficialmente los logros de la Revolución Cubana, caracterizó la experiencia como “excepcional”, pues no creía posible aplicar la vía de la lucha armada en Argentina (Campione; 2002). Ciertamente, el PCA tendía a considerar a la acción armada alejada de las necesidades, prácticas y condiciones reales del movimiento obrero y popular, o más aún, de servir objetivamente a los intereses de la derecha en cuanto a desencadenar políticas reaccionarias. Al respecto se afirmaba: “(…) es preciso tener en cuenta que la lucha armada no puede empeñarse si no se ha creado una situación revolucionaria directa. Y en lo que respecta a nuestro país, si bien se puede afirmar que está madurando una situación revolucionaria, no existen aún las condiciones subjetivas para asegurar el triunfo de la revolución” (Resoluciones

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y declaraciones; 1965: 40). Dichas estrategias de acción mantenidas hasta el momento por el comunismo, fueron fuertemente criticadas por estos sectores de la llamada “Nueva Izquierda” o “izquierda revolucionaria”, las cuales fueron tachadas de reformistas y “tibias”. En relación a la “lucha gris” que representaba la militancia en el PCA para algunos grupos de la llamada “izquierda revolucionaria”, el partido afirmaba: “El programa de la revolución (…)no supone un movimiento súbito y puro, ni una postergación de los combates cotidianos por las reivindicaciones del pueblo hasta que llegue el momento de la culminación triunfante de la revolución (…)establece un vínculo estrecho entre las tareas cotidianas y el objetivo revolucionario de la toma del poder (…). No se nos escapa que en sectores de la izquierda pequeñoburguesa, propicios a desdeñar la “lucha gris” de todos los días como un largo y rutinario camino fatigante, impacientes soluciones catastróficas y a veces hasta mitológicas, actúan muchas personas honradas, y sobre todo muchos jóvenes sinceramente revolucionarios (…)”(Agosti; 1969: 252). Entre aquellos sectores de las fuerzas de izquierda que discutían sobre el carácter de la revolución olas vías, y las formas o escenarios de lucha para la conquista del poder, los libros Guerra de guerrillas (1961), de Ernesto Guevara, y ¿Revolución en la revolución? (1967) de Regis Debray, fueron textos muy difundidos. Básicamente en ellos se planteaba que en países dependientes como los de América Latina el terreno de la lucha armada debía ser fundamentalmente el campo y que de la violencia armada nacerían las condiciones subjetivas necesarias para desatar la revolución. Así, la llamada concepción foquista tendió a desarrollar una práctica y una concepción militarista de la política, lo cual se evidencia en las ideas de Debray cuando afirmaba: “hoy en América Latina, una línea política que no pueda expresarse en el plano de sus efectos en una línea militar coherente y precisa no puede ser tenida por revolucionaria” (1967:19). En consecuencia, la primacía de lo militar sobre lo político y del campo sobre las zonas urbanas como escenario de la lucha, cuestionaban al proletariado como sujeto de la revolución y consecuentemente la posición de vanguardia revolucionaria autoproclamada por el propio PCA. Podría afirmarse que las críticas lanzadas por la Nueva Izquierda se articulan con aquel planteo según el cual, la emancipación de los sujetos -concebida según estos grupos a partir de la lucha armada-, sólo se alcanzaría si rompen con la estructura, lo cual, para el caso de los militantes comunistas, implicaría que estos solo lograrían constituirse en sujetos, si escapan de las imposiciones normativas y del escaso margen de acción que habilita el partido. Ahora bien, ¿La emancipación, como modo de constituirse en sujeto, implica luchar por la revolución socialista a través de la vía armada o se puede albergar la posibilidad de subjetivación también mediante pequeños gestos cotidianos? A modo de respuesta, vale la pena recuperar la reflexión de un militante sobre su padre, dirigente del PCA local: “¿qué es la vida de un revolucionario? Yo no sé (…) mi viejo luchó por la revolución como pudo, a su manera, como la concibió (…) cuando a él lo detienen en el año ´76 (…) movilizaba (…) un documento en donde denunciaba abiertamente el asesinato de unos camaradas a manos del ejército (…) ¡tenías que salir en el 77 a denunciar eso! (...) mi viejo tuvo actitudes muy valientes, en el momento que tenés que tenerlas, no después, y le valió cuatro años de cárcel (…) y yo me eduqué así, hay cosas que yo no entiendo (…) que ponen en tela de juicio ¿qué es, en definitiva, qué es el compromiso?” (R. G. 2-4-2014). Advertir que la constitución identitaria en el comunismo se configuró bajo la racionalidad moderna, no supone analizarla en términos de universales. Al contrario, la identidad requiere ampliarse más allá de la noción moderna, abandonando la posición normativa, de la lógica de lo uno, a partir de la cual se determinaría cuán creativa o fugada (y jugada) es la práctica del sujeto que investigamos al compararla con líneas de fuga universales, como las

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revoluciones. En palabras de Deleuze (1990): “Lo uno, el todo, lo verdadero, el objeto, el sujeto no son universales, sino que son procesos (…) inmanentes a un determinado dispositivo (…) no hay universalidad de un sujeto fundador o de una razón por excelencia que permita juzgar los dispositivos” (p. 158). En virtud de esta disposición investigativa, consideramos que la respuesta al interrogante “¿qué es el compromiso?” se relaciona a criterios inmanentes del “aquí y ahora”, es decir, el compromiso revolucionario depende de las condiciones de posibilidad propias de la época en que se produjeron dichas prácticas. Para analizar los procesos de constitución identitaria de la militancia comunista, resulta apropiado pensar al comunismo como dispositivo, esto es, una construcción de lectura para interpretar una realidad concreta, como lo conceptualiza Foucault10. Según Deleuze (1990) los dispositivos constituyen a los sujetos inscribiendo en sus cuerpos un modo y una forma de ser, y como tales, se conciben como un conjunto de líneas de fuerza o sujeción -maquinas para hacer ver y para hacer hablar- que configuran una forma fija de vivir o experimentar. Sin embargo, las líneas de fuerza -que constituyen al sujeto de modo pasivo- implican la posibilidad de fuga, de recusación de la sujeción, de experimentar otras formas de vivir. En sintonía con esta perspectiva, la identidad que se constituye dentro de este dispositivo, puede considerarse como punto de sutura (Hall; 2003), como una articulación entre dos procesos: el de sujeción -los discursos y las prácticas que se tienen respecto de la posición que se ocupa en el espacio social-, y el de subjetivación -aquellos que conducen a aceptar, modificar o rechazar estas locaciones o posicionamiento de sujeto-.Entonces, constituirse en sujeto puede pensarse como una línea de fuga dentro del dispositivo y por ello, no está desconectado de los procesos de sujeción11. A pesar que los nuevos grupos de la izquierda armada caracterizaban las prácticas de la militancia comunista como deslucidas, poco gloriosas o poco “revolucionarias” -si entendemos a estas solo como acciones de lucha y enfrentamientos violentos, en los que se juega la vida en cada momento-, estas formaron parte del proceso de subjetivación de estos militantes. De hecho, si bien ciertas prácticas partidarias vinculadas a la incorporación disciplinada de las pautas sociales comunistas podrían pensarse como procesos de sujeción, también debemos pensar que en el marco de la sociedad global y en el momento histórico analizado, estar sujeto a los mandatos y lineamientos del comunismo, implicaría, al mismo tiempo, constituirse sujeto, al formar parte de un proyecto de cambio social, de emancipación hacia el socialismo. Esta “forma comunista” de habitar el mundo -sensible ante las injusticias de la sociedad capitalista-se diferenciaría de aquellas subjetividades producidas por el orden social instituido que configura a los sujetos como agentes pasivos, apáticos y acríticos frente a las relaciones de explotación. En el siguiente fragmento de una entrevista, lo anterior se hace presente:”los comunistas tenemos una visión distinta del mundo (…) cuesta después, porque nosotros vivimos en un mundo que es distinto y sabemos que puede haber un mundo mejor, hay otra gente que vive en este mundo, que es así y así debe ser y nadie se cuestiona nada (…)”(J. T. 18-07-2012) 10

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Al respecto Foucault afirma “lo que trato de situar bajo ese nombre es, en primer lugar, un conjunto decididamente heterogéneo que compone discursos, instituciones, instalaciones arquitectónicas, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, las proposiciones filosóficas, morales, filantrópicas (…). El dispositivo es la red que puede establecerse entre estos elementos” (Foucault; 1991:128). Somos conscientes que al mencionar los procesos de constitución del sujeto hacemos referencia a su configuración subjetiva. No es nuestro interés abordar aquí la subjetividad como categoría teórica-lo cual implicaría incluir el análisis de sus dimensiones cognitivas, emotivas y corporales-, sino mas bien la identidad, entendiendo que esta representa una forma o espacio específico de subjetividad que puede ser pensada básicamente como un conjunto de significaciones acerca de sí y que refiere también a un sentido de pertenencia o identificación colectiva, en tanto dichas significaciones sólo pueden ser construidas a partir de la relación social.

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En virtud de lo anterior, se debe incorporar en el análisis de la constitución de la identidad de un sujeto, la dimensión del futuro, esto es, el desarrollo de un proyecto colectivo que opera como horizonte de futuro, anticipación del porvenir y causa del movimiento. En este sentido, ciertos significados constituidos grupalmente les permitieron dar sentido a su experiencia militante y enlazar su historia individual dentro de un proyecto colectivo pleno de aspiraciones igualitarias: “(…) América Latina vivía un momento revolucionario (...) el mundo marchaba hacia una nueva situación, entonces (…) todos soñábamos y nos preparábamos para eso y por otra parte, nosotros, en esa época (…) y en el presente, queremos cambiar la sociedad, no queremos esta sociedad” (A. G.; 9-9-2010).

A modo de cierre provisorio

Me has dado la fraternidad hacia el que no conozco. Me has agregado la fuerza de todos los que viven. Me has vuelto a dar la patria como en un nacimiento. Me has dado la libertad que no tiene el solitario. Me enseñaste a encender la bondad, como el fuego. Me diste la rectitud que necesita el árbol. Me enseñaste a ver la unidad y la diferencia de los hombres. Me mostraste cómo el dolor de un ser ha muerto en la victoria de todos. Me enseñaste a dormir en las camas duras de mis hermanos. Me hiciste construir sobre la realidad como sobre una roca. Me hiciste adversario del malvado y muro del frenético. Me has hecho ver la claridad del mundo y la posibilidad de la alegría. Me has hecho indestructible porque contigo no termino en mí mismo. “A mi partido”, Pablo Neruda; s/d. En esta ponencia se pretendió reflexionar sobre los modos en que la experiencia de militancia en un colectivo político y un tiempo histórico específico configuró la identidad de las personas que vivieron dicha experiencia. En tal sentido, a través del análisis de documentos escritos y entrevistas a militantes, abordamos la experiencia de militancia en el comunismo a partir de la premisa que entiende la constitución identitaria como proceso en el que operan lógicas de disciplinamiento y sujeción, tales como la exaltación de los principios del marxismo-leninismo, pero también líneas de fuga o subjetivación más creativas. Una imagen ampliamente difundida sobre el PCA, lo presenta como una “maquina de disciplinamiento” que controla los más mínimos aspectos de la vida del militante. Sin embargo, sostener que el partido sólo posibilitaba el camino de la subordinación o la expulsión, supone una concepción del sujeto social como receptor pasivo de dicho intento normativo. Desde la perspectiva aquí abordada, en cambio, se entiende que la construcción de la identidad comunista puede ser pensada como un espacio de tensión entre los intentos partidarios de dotarla de unos límites precisos, y la apropiación, recreación o impugnación de tales imposiciones por la militancia. En virtud de lo anterior, para analizar los procesos de subjetivación de los militantes comunistas se debe operar con cierta forma de comprensión que podría denominarse “la lógica del “y””, de manera de plantear la tensión entre la norma y lo “otro”. Por lo tanto, en lo que respecta al PCA, en lugar de apelar a un análisis dicotómico que concibe al partido como un espacio de imposición normativa -y que implica

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para el sujeto la resignación pasiva o su salida, su ruptura con él-, se interpreta como dispositivo en el que ciertas líneas de fuerza condicionan pero en el que también se habilitan líneas de fuga o espacios de posibilidad, de creatividad. Por otra parte, el análisis del proceso de constitución identitaria de los militantes comunistas “setentistas” no debe perder de vista que sus formulaciones ideológicas, teóricas y políticas, sus costumbres, sus estilos de participación y sobre todo su fiel adhesión a los principios del marxismo-leninismo, enmarcan a este partido político dentro del tradicional paradigma político propio de la modernidad. Por lo tanto, a pesar de las fuertes críticas provenientes de diversos sectores intelectuales, ante los efectos perversos del proyecto moderno, y sobre todo ante los crímenes perpetrados por el régimen estalinista en nombre de la emancipación socialista de la humanidad, se considera que nuestra investigación debe estar regida por una actitud comprensiva y sobre todo respetuosa de los valores y sentidos que estas personas le atribuyen a su militancia. En efecto, el poema de Neruda da cuenta del sentido que tuvieron las diversas experiencias de sujetos que, plenos de aspiraciones y visiones igualitarias, soñaron transformar el mundo, y por ello lucharon contra un orden opresivo y desigual. Se trata de cuestiones que hoy pueden parecer algo utópicas, sin embargo durante aquellos años aparecían como posibles e imprescindibles.

Fuentes Editas Agosti, Héctor, P. (1969): “La revolución que propiciamos. Informe ante el XIII Congreso sobre el programa del Partido Comunista”, Nueva Era, N° 3, Abril, Buenos Aires. Codovilla, Victorio (1963): “Por la acción de masas hacia la conquista del poder. Informe del Comité Central sobre el primer punto del orden del día.”, XII Congreso Nacional Programa del Partido Comunista, Editorial Anteo, Buenos Aires. Comisión Nacional de Educación del Partido Comunista (1960): Carpeta del educador. Número dedicado al 43º aniversario del Partido Comunista de la Argentina, Nº 12, S/D, Buenos Aires. Comité central del Partido Comunista Argentino (1965): “Resoluciones y declaraciones del Partido Comunista de la Argentina: 1963-1964”, Editorial Anteo, Buenos Aires. Debray, Regis (1967): ¿Revolución en la revolución?, Editorial Casa de las Américas, La Habana. González Alberdi, Paulino (1974): “¿Porqué se ataca al marxismo?”, Nueva Era, N° 3, Abril, Buenos Aires. Inéditas - A. G. Entrevista realizada el 9 de Septiembre de 2010, en la ciudad de Córdoba. Entrevistadora: Paola Bonvillani. - L. Y. Entrevistas realizadas el 21 de Abril de 2009 y el 28 de Agosto de 2010, 3 de Julio de 2015 en la ciudad de Córdoba. Entrevistadora: Paola Bonvillani. - R. G. Entrevista realizada el 2 de Abril de 2014, en la ciudad de Córdoba. Entrevistadoras: Andrea y Paola Bonvillani. - C. S. (2009): Carta enviada a J. D., Agosto, Santiago del Estero. - R. N. Entrevistas realizadas el 27 de Mayo y 10 de Agosto de 2015, en la ciudad de Córdoba. Entrevistadora: Paola Bonvillani. - J. T. Entrevista realizadas el 18 de Julio de 2012, en la ciudad de Córdoba. Entrevistadora: Paola Bonvillani

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Historia intelectual y nuevos sujetos Risieri Frondizi, Darcy Ribeiro y su preocupación por el rol de las universidades en la cultura latinoamericana -Daniela M. Wagner[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected] ; [email protected])

Introducción La crisis paradigmática del último tercio del siglo XX, ha dado lugar a repensar las formas y especialidades dentro de la Historia, entre ellas, la nueva historia intelectual surge como un espacio que tiende a visibilizarse con cierta autonomía e ir más allá de las fronteras disciplinares ocupándose de las ideas, del estudio de las corrientes de opinión, de las tendencias literarias, de la historia social de esas ideas y de la historia cultural. Asimismo la renovación de la historia intelectual exige clarificar su objeto de estudio, los intelectuales, tanto por cuestiones epistemológicas como sociohistóricas, pues paralelamente al fin del optimismo científico, se proclamó el fin de la historia, de las utopías y con ellas el fin de los intelectuales (Said, 2007). Sin embargo, existen trabajos (Dosse, 2006; Altamirano, 2008; entre otros) que vinculan la crisis de los intelectuales al cuestionamiento de la validez universal del modelo del intelectual comprometido construido por la tradición cultural francesa. Además postulan la necesidad de avanzar en estudios comparativos y en la investigación empírica a los fines de rescatar las diferentes configuraciones culturales de los intelectuales que puedan existir según los diversos contextos. En este marco, la presente ponencia aborda los planteos de Risieri Frondizi y Darcy Ribeiro respecto a la función de las universidades en la cultura latinoamericana. Se trata de dos intelectuales procedentes de la filosofía y de la antropología respectivamente, que se destacaron no solo como teóricos de la cultura contemporánea sino también sobre cuestiones universitarias, como gestores y partícipes directos de procesos de transformación del modelo universitario vigente en la Argentina y Brasil del último cuarto del siglo XX. Asimismo las obras de Frondizi y Ribeiro consideradas en esta ponencia, serán abordadas desde el enfoque de la nueva historia intelectual y leídas en perspectiva comparada a los fines de rescatar coincidencias, diferencias y especificidades en los planteos de aquellos en relación a sus contextos histórico-culturales nacionales e internacionales.

La renovación historiográfica y la nueva historia intelectual El agotamiento de las formas historiográficas que habían alcanzado su máximo esplendor, durante la segunda posguerra, comenzaron a ser cuestionados en el último cuarto del siglo XX, dando lugar a una serie de revisiones y renovaciones dentro de la historiografía contemporánea (Fontana, 2001).

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De esta manera, frente a los grandes modelos teóricos para estudiar los procesos históricos de masas, postulados entre otros, por el estructural funcionalismo, el marxismo estructuralista -con énfasis en el determinismo económico- y el cuantitativismo, comenzaron a cobrar fuerza los enfoques centrados en la cultura (Aróstegui, 1995; Iggers, 1998). Los enfoques culturalistas se han desarrollado desde diferentes perspectivas teóricas. Por un lado, pueden mencionarse el marxismo culturalista que otorga centralidad a la cultura y a la experiencia de los sujetos para explicar los procesos de dominación social1, y la microhistoria italiana atenta al estudio de la relación entre cultura popular –cultura de élite y a la resistencia de los sujetos frente a la estructura2. Ambas perspectivas tienen un fuerte compromiso con la historia de los grupos subalternos y en general con los grupos olvidados o no considerados por las historias dominantes. Por otro lado, los enfoques que genéricamente se reconocen como representativos de la nueva historia cultural, han centrado su preocupación en la indagación de nuevos temas, especialmente los vinculados a la construcción simbólica de la realidad, la mediación de los lenguajes como formas de captación del mundo por parte del sujeto individual o colectivo (Aróstegui, 1995: 162). Además valiéndose de los aportes de la antropología simbólica es frecuente encontrar temas como el niño, la familia, la sexualidad, el amor o la idea de la muerte, de la belleza y del terreno de las representaciones en la historia cultural practicada por autores franceses, alemanes y estadounidenses3. Las perspectivas de renovación historiográficas comentadas hasta aquí se vinculan con el mundo académico desarrollado en los centros de producción teórica más representativos de la cultura de Occidente; pero a la par de ellos, han prosperado los estudios poscoloniales, es decir, los estudios históricos, antropológicos, literarios y culturales en general surgidos en las áreas otrora colonizadas por los europeos -Asia, África, Oceanía, América Latina- y cuyo objetivo es la visibilización de las variadas maneras de actuar del imperialismo europeo, la reivindicación de la cultura autóctona y el cuestionamiento del modelo lineal de la historia del progreso, porque presentaba a las culturas extraeuropeas como dormidas hasta el momento en que la colonización europea introdujo en ellas la dinámica de la modernización. Igualmente cuestionan las formas de escritura de la historia porque dificultan la integración de los grupos subalternos e instrumentalizan las “voces de aquellos” impidiendo conocer sus discontinuidades y diversidad4 También en América Latina existen importantes antecedentes de estudios que han llamado la atención respecto del papel de la cultura y de los intelectuales en la superación de los problemas estructurales de Latinoamérica5; e inspirados en Gramsci, cuestionaron la concepción ilustrada de los intelectuales que ha estado presente durante gran parte del siglo XX, tanto en autores liberales como de izquierda (Devoto y Pagano, 2009: 301)

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Un referente clave en este sentido han sido las obras del historiador inglés Edwuard Thompson, La Formación de la Clase obrera en Inglaterra (1964) y Costumbres en común (1991) Por ejemplo, el estudio de Carlo Ginzburg (1976) El queso y los gusanos. Ver BURKE, P. (1993). Formas de Hacer Historia. Ed. Alianza. Madrid. Ver Wagner, D (2012) “La Historia Regional como aproximación a la “historia de todos”. Una experiencia desde la diversidad de testimonios”. En Cronía Revista de Investigación de la Facultad de Ciencias Humanas. UniRío editora. U.N.R.C. ISSN 1514-2140. pp. 379-396. Allí se analizan los planteos, entre otros de la escuela de Subaltern studies de Ranajit Ghua con sede en la India y de Carlo Ginzburg respecto a la inclusión de los grupos subalternos en la historiografía reciente. Héctor Agosti, José Aricó y Juan Carlos Portantiero, quienes fundaron en la ciudad de Córboba, Argentina, en 1952 Pasado y Presente. Revista de Ideología y Cultura. Esta revista continuó publicándose hasta la década de 1980 en México debido al exilio de varios de sus autores.

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Más recientemente Carlos Altamirano, Jorge Myers, Oscar Terán, Elías Palti6, entre otros, han desarrollado trabajos que consideran a los intelectuales como los expertos en el manejo de la palabra –escrita u oral-, es decir, los expertos en el manejo de los recursos simbólicos. Sujetos que acceden a divulgar su pensamiento y a quienes el poder político –desde la colonia a nuestros días- les reconoce el poder de las ideas. De igual manera, los ubican vinculados a las élites culturales insertas en circunstancias sociales y políticas determinadas, de allí que se los “considere como una bisagra entre las metrópolis culturales y las tradiciones locales, tanto en el dominio de las ideas como de la política” (Pinedo 2011: 32) En general estos autores, impulsan una concepción denunciativa respecto a los intelectuales, la cual queda al descubierto cuando Altamirano expresa que “la literatura y el pensamiento siempre han estado al servicio de los debates políticos, al hacerse cargo de la historia, y de los conflictos culturales, en los diversos procesos de modernización” (En Pinedo, 2011: 33) En síntesis, en medio de la crisis generalizada de los modelos explicativos construidos por las ciencias sociales, del cuestionamiento de sus fundamentos teórico-ideológicos y del impacto del giro lingüístico, la nueva historia intelectual emerge como (…) un abanico de herramientas y modos de aproximación que proponen dar posibles respuestas a las encrucijadas anteriores (…) intenta reconstruir un objeto de estudio puesto en jaque, estableciendo modelos teóricos que se proyectan hacia diferentes niveles de análisis en las construcciones de sentidos y condiciones del pensamiento del hombre. (Di Pascale, 2011:87) Dentro esta amplitud y falta de consenso ante qué es y cómo definir a la nueva historia intelectual, Polgovsky Ezcurra (2010) considera que hay por lo menos dos maneras de concebirla. Una, en sentido restrictivo, como la historia de formas discursivas de pensamiento: “su estudio supone la adopción de una perspectiva de análisis atenta al lenguaje con el cual se expresan el pensamiento, la cultura o las ideas y [al mismo tiempo] a las condiciones histórico-sociales, institucionales y materiales dentro de las cuales –y con las cuales-se producen” (Polgovsky Ezcurra, 2010:2) En esta línea, Mariano Di Pascale (2011) identifica tres tradiciones y ofrece una síntesis respecto de los que cada una propone. Por ejemplo, en Francia se ha desarrollado una historia intelectual circunscripta al análisis lingüístico, siguiendo a autores como Barthes, Derrida, Sausure, Foucault, se ha enfatizado en la coherencia interna de los discursos y sus recursos linguísticos; la tradición anglosajona (escuela de Cambridge) propone una aproximación al pensamiento político en su contexto histórico a partir del estudio de textos claves de la política y en Alemania, la historia conceptual (surgida del terreno exclusivamente historiográfico) de Reinhart Koselleck pretende el análisis del pensamiento en larga duración a través de la identificación de conceptos claves. Otra manera de concebir la historia intelectual es en sentido amplio. Esto es, incluyendo a la historia cultural, la historia de los intelectuales, la historia de las ideas políticas, la historia conceptual, entre otras; pues no es posible estudiar las ideas, los discursos y conceptos fuera de situación. Además Carlos Altamirano agrega que la historia intelectual (…) debe entenderse como un campo de estudios abiertos, no una disciplina o subdisciplina de la historia. En consecuencia, la historia intelectual se define dentro de los parámetros de la ciencia histórica, pero su objeto de estudio mismo, se encuentra en un límite, reviste y considera necesariamente 6

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Son autores argentinos pero sus trabajos tienen una orientación tanto local como continental, América Latina (Pinedo, 2011:31)

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la articulación con otras ciencias humanas (Altamirano, 2005:10) También en Inglaterra (escuela de Birmingan) y en los Estados Unidos se han desarrollado estudios de historia cultural desde una concepción amplia, aunque con mayor énfasis en los proceso culturales y menos en la historia intelectual; en cambio en Alemania pueden citarse como antecedentes los estudios sobre las industrias culturales en el siglo XX de la Escuela de Frankfurt y con una impronta hermenéutica para el tratamiento de la historia intelectual. Mientras que en Francia esta última, se resignificará como reacción frente a la historia de las mentalidades de los Annales y al impacto del giro culturalista. Las concepciones restringidas y amplias de la historia intelectual presentes en las investigaciones de autores latinoamericanos muestran la integración de la historiografía de la región con el proceso de renovación conceptual que, desde los años ’70, se viene desarrollando en Europa Continental y en el mundo anglosajón.

El lugar de los intelectuales en la nueva historia intelectual Especialmente las historiografías que adhieren a la concepción amplia de la historia intelectual han planteado la vuelta a los intelectuales como parte del proceso de recuperación de los sujetos en la historia. Recuperación que se constituye en “reacción frente a la ausencia del componente histórico y social en el análisis de los pensamientos” (Di Pascale 2011: 82) La historia de los intelectuales se ocupa de los protagonistas y la nueva historia intelectual pretende reemplazar a la tradicional historia de las ideas que se contentaba con presentar una historia lineal de las ideas, circunscripta solo a la esfera del pensamiento –filosófico o científico- y que exponía cronológicamente, casi como una genealogía, el juego de influencias de un autor sobre otro. Según François Dosse la historia intelectual tiene como intención que “se expresen al mismo tiempo las obras, sus autores y el contexto que las ha visto nacer” (Dosse, 2006: 14) Asimismo para Altamirano (…) “una historia de los intelectuales no puede reducirse a (ni confundirse con) una historia de las ideas. Aunque se alimente de ellas (…) no solo los textos, sino el ejercicio mismo de pensar y escribir textos en tal o cual momento histórico resultan mejor comprendidos sino hacemos abstracción de sus condiciones de existencia” (Altamirano, 2008:21) Retomando la historiografía europea reciente, quizás sea en Francia donde más se ha trabajado por analizar la relación entre la historia de los intelectuales y la historia intelectual, como también, por implantar una concepción amplia, desde la teoría y la metodología, que fundamente el desarrollo de este campo de estudios. En este sentido Dosse, critica los enfoques de los historiadores de la tercera generación de Annales en general y más recientemente los trabajos de Chartier7 por considerar que estudian los imaginarios sociales y las prácticas que los producen para captar la mediación simbólica y la forma como los individuos organizan la realidad social, “planteando una concepción estática de un contexto que funciona demasiado a menudo como un cuadro rígido y una fuente de explicaciones mecánicas” (Dosse, 2006:135) 7

Por el contrario, rescata los planteos de Louis quien -en los años de 1950- sostenía Entre los trabajos de Chartier vinculados con la historia cultural e intelectual pueden citarse El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural (1992) Gedisa Buenos Aires; Chartier, R y Burguiere, A Diccionario de Ciencias Históricas. (1986) Paris.

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que el mundo de los intelectuales debía abordarse “como una realidad sociológica” y lamentaba que se dejara de lado “el fondo histórico, la situación social, la dimensión cultural”. Además Bodin y Touchard insistían en que la historia de los intelectuales pasa por un estudio preciso de la función y evolución de las estructuras universitarias8. También destaca la propuesta de Jean François Sirinelli (1986) respecto a una aproximación geográfica, sociológica y a la vez ideológica de los intelectuales. La misma prioriza tres elementos, lugares, medios y redes de sociabilidad, a los fines de investigar la estructuración del medio intelectual, su modo de funcionamiento y su relación con la política y con la cultura9. Además, el mismo François Dosse en su trabajo La marcha de las ideas. Historia de los intelectuales, historia cultural (2006) manifiesta su adhesión a la concepción amplia de la historia intelectual y su preocupación por recuperar la historia de los intelectuales para “clarificar lo que se entiende cuando se invoca a esa figura que, paradójicamente, acumula un poder de fascinación y de oprobio” (Dosse, 2006: 11) En la misma obra el historiador francés sostiene que en todas las sociedades han existido sujetos con hábitos de escribas, de poetas, de sabios o de eruditos, pero no han sido considerados y calificados como intelectuales. Por el contrario “la noción de intelectual es polisémica, reviste concepciones diferentes según los períodos y las áreas de civilización” (Dosse, 2006: 20).

Situándose en Occidente, Dosse sostiene que (…) modernidad, autonomía, republicanismo, intervención en los asuntos públicos y producción de bienes relacionados con lo simbólico, son algunos de los rasgos que fueron configurando al intelectual francés del S. XVIII. La difusión de esta representación fue tal –conjuntamente con la noción francesa de cultura y civilización10- que hasta bien entrado el S.XX, llegó a plantearse en términos de modelo universal (Dosse, 2006:23)

Finalmente Dosse alienta los estudios comparativos sobre los intelectuales que se vienen desarrollando en diferentes países, como los del Grupo de Investigación sobre Historia de los Intelectuales (GRHI) en Francia o los de Thomas Bender para América del Norte. Dichos estudios comparten la hipótesis planteada por Marie Christine Granjon11 respecto a: “la existencia no solo de configuraciones nacionales diferentes –que involucrarían en general a los países latinos con los otros-, sino también la presencia de variaciones importantes respecto del modo de ser intelectual, hacia el interior de las configuraciones nacionales y en función de diferentes períodos” (Dosse, 2006: 90) 8 9 10

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Sobre América Latina, Dosse (2006) opina que ha ofrecido un buen terreno para la Bodin, L y Touchard, J (1959) “Los intelectuales de la sociedad francesa contemporánea” en Revista Francesa de Ciencia Política. Este es el artículo que rescata Dosse (2006: 44) Pascal, O y Sirinelli, F (1986) Los intelectuales en Francia del affaire Dreyfus a nuestros días Desde el S XVIII la expresión cultura comenzó a ser empleaba en singular, reflejando el universalismo y el humanismo de los filósofos franceses; pues la cultura es algo “propio del Hombre (con mayúscula), más allá de las distinciones de pueblos y de clases”. Por la misma época, el progreso individual al que aludía la cultura, se hará extensivo a un progreso colectivo que comenzó a ser designado como civilización. La civilización es un proceso también universal que incumbe a todos los pueblos de la humanidad (Cuche, 2002:12) Marie C Granjon es una de las principales integrantes del GRHI, con sede en el Instituto de Historia del Tiempo Presente, de París. Ver Wagner, D (2014) Historia Intelectual e historia de los intelectuales: perspectivas y debates en la historiografía latinoamericana. Ponencia presentada V Congreso Interoceánico de Estudios Sociales. UNCuyo.

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transferencia cultural del modelo del intelectual francés comprometido; tanto si se observa la participación de aquel en el proceso de independencia, como en sus protestas contra las dictaduras militares. Sin embargo, en América Latina desde hace poco más de una década vienen multiplicándose los estudios comparativos y a la vez desmitificadores de la figura del intelectual, Polgovsky Ezcurra (2010) menciona varias iniciativas en ese sentido. Entre ellas, el grupo de la Universidad de Quilmes en Argentina, dirigido por Carlos Altamirano y que desde 1997 edita Prismas, revista especializada en historia intelectual; desde el Colegio de México los seminarios de Horacio Crespo, Carlos Marichal y Guillermo Palacios sobre la misma temática; en Brasil los estudios de Murillo de Carvalho destinados al desarrollo de la disciplina y desde la Universidad de Santiago de Chile, los aportes de Eduardo Devés Valdés a través de sus textos sobre el pensamiento latinoamericano en el siglo XX12. Además estas iniciativas promueven la creación de espacios de discusión como congresos especializados, foros, grupos de trabajo y publicaciones colectivas. Entre los foros, destaca el “Ibero-ideas” como espacio colaboración entre investigadores de la historia intelectual de distintos países de América Latina; el grupo de trabajo dirigido por Cancino, Klegel y Leonzo13 con su publicación colectiva “Nuevas perspectivas teóricas y metodológicas de la historia intelectual en América Latina”; también la obra colectiva sobre “Historia de los Intelectuales en América Latina” con dos volúmenes dirigida y editada por Carlos Altamirano y Jorge Myers14. Estos esfuerzos han surgido como una manera de dar respuestas a la inexistencia de una historia general de los intelectuales para América Latina y a la necesidad de encontrar temas transversales a las sociedades, las culturas, los marcos políticos nacionales que permitan “sin traicionar la particularidad de cada uno de esos espacios, hacer visibles y comprensibles las convergencias y diferencias entre las comunidades intelectuales, sean del área latinoamericana o ajenas al subcontinente” (Altamirano, 2008: 25)

La nueva expertise, la universidad como lugar común: los casos de Risieri Frondizi y Darcy Ribeiro En el contexto de los estudios comparativos sobre los intelectuales, la reflexión acerca del lugar de la Universidad en la cultura latinoamericana puede constituirse en un tema transversal, que permite mirar una etapa particular en la historia de los intelectuales del subcontinente y a la vez, rescatar la trayectoria del filósofo y educador argentino Risieri Frondizi (1910-1985) y del antropólogo, educador y político brasileño Darcy Ribeiro (1922 -1997). 12 13 14

En esta instancia, el estudio de los autores se circunscribe a las siguientes obras:

Devés Valdés, E (2000) El pensamiento latinoamericano en el siglo XX. Entre la modernización y la identidad. Del Ariel de Rodó a la CEPAL, 1900 -1950, Tomo I; y Desde la CEPAL al Neoliberalismo (1950-1990), Biblos – DIBAM, Buenos Aires-Santiago, Tomo II. Polgovsky, 2010:9 ALTAMIRANO, Carlos (2008) (Director) Historia de los Intelectuales en América Latina. La ciudad letrada, de la conquista al modernismo. Vol I Jorge Myers (editor) y ALTAMIRANO, Carlos (2010) (Director) Historia de los Intelectuales en América Latina. Los avatares de la “ciudad letrada” en el siglo XX. Vol. II. Buenos Aires. Katz Editores.

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• Risieri Frondizi (1971) La Universidad en un mundo de tensiones. Misión de las Universidades en América Latina. Paidós. Bs. As. • Darcy Ribeiro (1975) A universidade necessária. Paz e Terra. Rio de Janeiro [2ª edición revisada y ampliada] El interés por abordar estas obras y a sus autores radica en la de posibilidad de contribuir al desarrollo de estudios que, desde la historia intelectual, analizan el rol de los intelectuales en la historia latinoamericana reciente. En este sentido son muy sugerentes, los planteos de Carlos Altamirano respecto a la “nueva intelligentsia” (2010) o de Alejandro Blanco sobre “la nueva élite intelectual” para referirse a los practicantes de las ciencias sociales, especialmente de la sociología y la antropología, desde mediados del siglo XX en adelante. (…) una nueva clase de productores de cultura, la de los científicos sociales, detentadores de una competencia intelectual y técnica exclusiva y autorrepresentados como una élite intelectual moderna, hacía su ingreso a la vida pública e intelectual de las sociedades de América Latina (Blanco, 2010: 606) Tanto Blanco como Altamirano acuerdan que los integrantes de esta nueva élite compartían una visión de las ciencias sociales como ciencias empíricas y el rechazo hacia las formas del ensayismo y de la filosofía social que las había precedido. Asimismo la formación y adiestramiento en la nueva expertise requerían de sedes académicas, porque desde un principio estos saberes estuvieron integrados en redes institucionales: universidades, organismos internacionales, redes profesionales, de publicaciones, entre otras. En este marco deben ubicarse las obras y las actividades públicas desarrolladas por Risieri Frondizi, en el terreno de la educación superior, y Darcy Ribeiro, en el de la educación en general, como en el ámbito político de su país. Comenzando por los orígenes de ambos autores, cabe mencionar que desde el interior de sus respectivos países (provincia de Misiones, Frondizi y de Minas Gerais, Ribeiro) tuvieron que emigrar a las grandes ciudades para acceder a estudios superiores. En Buenos Aires, Risieri se graduó como profesor en filosofía en el Instituto Nacional del Profesorado en 1935, mientras que Darcy se graduó en 1946 en etnología, por la Facultad de Sociología y Política de la Universidad de San Pablo.������������������������������������������������� Durante sus primeros años de ejercicio de la Profesión Frondizi retorna al interior del país y en 1937 funda el Departamento de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán que posteriormente se convirtió en la Facultad homónima, permaneciendo allí hasta 1946, momento en que fue declarado cesante y comenzaron los años de exilio. Una vez graduado, Ribeiro inmediatamente ingresa en el Servicio de Protección de los Indios hasta 1957. En ese período se dedicó al estudio de los indígenas del Brasil hasta entonces poco conocidos; fue consultor sobre ese tema en la Unesco y en la OIT. Impulsó la creación del Parque Nacional del Xingu; del Museo del Indio con sede en Río de Janeiro y en 1955 organizó el primer curso de posgrado sobre Antropología Cultural. Luego vinieron los años en el exterior. Al respecto Jorge Myers (2008) considera que las migraciones de los escritores han respondido a las expulsiones y exilios provocados por la coyuntura política de los países latinoamericanos, por un lado; y a las decisiones personales y espontáneas por el otro. En este último caso, los motivos solían reducirse a “la estrechez económica y/o la estrechez intelectual de la tierra de origen” (Myers, 2008:41) En el caso de Risieri Frondizi las estancias en el exterior fueron por razones de perfeccionamiento, accediendo por medio de becas, a universidades estadounidenses -Harvard (1936-1937) y Michigan (1943-1944)- y en 1950 se doctoró en Filosofía en la Universidad Au-

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tónoma de México. Pero la mayor parte de su carrera padeció situaciones de exilio provocadas por el establecimiento de gobiernos autoritarios y partidarios de la censura ideológica (el peronismo en 1946 y el golpe militar de 1966). Por su parte, Darcy Ribeiro luego de una activa participación en distintas esferas del Ministerio de Educación brasileño, debió exiliarse tras el golpe militar de 1964. Sin embargo, durante el exilio ambos autores desarrollaron una intensa actividad académica e intelectual; por ejemplo, Frondizi se radicó en Venezuela donde fundó la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Central de Venezuela, fue profesor invitado en varias universidades norteamericanas, donde se formó en el pensamiento filosófico de habla inglesa. También integró asociaciones internacionales como el Instituto Internacional de Filosofía de París, fue presidente de la Unión de Universidades de América Latina (1959-1962) y miembro del comité ejecutivo de la Sociedad Internacional de Filosofía. En el exilio Ribeiro recorrió varios países de América Latina, asesorando a distintos gobiernos (Salvador Allende en Chile, Velazco Alvarado en Perú) particularmente sobre reformas universitaria. También desarrolló una intensa actividad académica dictando clases en universidades latinoamericanas, fundando centros de estudios -Centro de Estudios de Participación Popular en Lima (Perú)- e investigando sobre lo que el mismo denominó Antropología de la civilización. Retomando el estudio de Alejandro Blanco, sobre los científicos sociales en el cono sur, es interesante rescatar sus apreciaciones respecto a que aquellos, “procuraron deliberadamente distinguirse de los grupos intelectuales tradicionales sobre la base de la afirmación de un nuevo patrón de trabajo intelectual regido por un conjunto de normas, procedimientos, valores y criterios académicos y científicos de validación” (Blanco, 2010: 616-617) Y desde un punto de vista sociológico explica que la mayoría realizaba la actividad intelectual como un fin en sí mismo, es decir, había una dedicación completa a la docencia e investigación. En consecuencia, la universidad cobra relevancia como “el espacio de sociabilidad intelectual, la instancia decisiva de reconocimiento del mérito científico e intelectual, en fin, el horizonte último de sus expectativas y el centro de su vida personal (afectiva y profesional)” (Blanco, 2010: 617) Como ya se viene comentando, Risieri Frondizi y Darcy Ribeiro dedicaron grandes esfuerzos a fundar facultades, redes de intercambio entre académicos y coronaron sus carreras académico-políticas, respectivamente, con la modernización de la Universidad de Buenos Aires, a fines de los años ’50 y por la misma época la concreción del Proyecto Universidad de Brasilia.

Risieri Frondizi y Darcy Ribeiro: la Universidad como centro de sus preocupaciones y ocupaciones Como rector de la UBA (1957-1961), Risieri Frondizi impulsó un amplio proceso de modernización institucional que involucró cambios en la estructura administrativa de la universidad, innovaciones en el ámbito académico y científico, expansión edilicia, la difusión de conocimientos a través de la edición de miles de libros por la recientemente creada editorial universitaria (EUDEBA) y las actividades de extensión científico-cultural en la comunidad. Pese a que esta modernización quedó circunscripta a una pocas universidades y/o facultades en el país, “se iniciaba un cambio en la función histórica de la universidad: tra-

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dicionalmente formadora de los cuadros del Estado, reproductora de las desigualdades sociales y la desarticulación institucional, comenzaría a ser pensada como instrumento para el desarrollo, integrada al medio, a las instituciones, a la producción y a la sociedad” (Pérez Lindo, 1985: 93). El golpe de Estado de 1966 interrumpiría el proceso de transformación de las universidades y Risieri Frondizi nuevamente se vio obligado a ausentarse del país. Desde la universidad de Texas en Austin (1969-70), escribió buena parte de La universidad en un mundo de tensiones. Misión de las universidades en América latina y finalmente permaneció hasta 1979 -año en que se jubila- en la Universidad de Southern Illinois dedicándose a la filosofía latinoamericana. En el prólogo Frondizi expresa que su obra está basa en la experiencia de haber conocido y trabajado en universidades de Europa y Estados Unidos y en su desempeño como docente, decano y rector. A partir de ello expone la tesis central (…) nuestras universidades deben convertirse en uno de los factores principales de transformación radical de las antiguas estructuras económicas, sociales, políticas y culturales de nuestra América. Para que esto sea posible deben antes experimentar un cambio interior intenso y profundo. Renovar los fines, modernizar los métodos de enseñanza, impulsar la investigación científica, desechar viejos hábitos y actitudes, elevar su rendimiento y cambiar sus estructuras arcaicas. Y ante todo, aprender a auscultar las necesidades del contorno social y ponerse a su servicio (Frondizi, 1971:11). El párrafo anterior sintetiza la defensa que el autor realiza, a lo largo del libro, respecto a la necesidad de transformar el perfil de la universidad, es decir, trascender el mero profesionalismo y ofrecer una formación integral tanto en ciencia y tecnología como en cultura. También la defensa del fortalecimiento de la universidad desde sus formas de organización y dotación de recursos materiales, para volverla un lugar donde docentes y estudiantes pudieran concentrarse exclusivamente en la formación e investigación; por ejemplo, entre otras acciones, el establecimiento de mayores dedicaciones para los profesores y el incremento de becas para los estudiantes. Solo una transformación planificada de la universidad la habilitaría para cumplir de modo eficiente con sus diferentes misiones: cultural, científica, profesional y social. Sin embargo, todas ellas debían integrarse en función de convertir a la universidad en “factor de aceleración del desarrollo nacional” (Frondizi, 1971: 41) Leyendo los acontecimientos de su época, Risieri reflexionaba que en América latina sobrevendría un cambio radical que puede ser violento o resultado de un proceso de aceleración ¿qué debe hacer la Universidad? ¿ser agente o espectador? Y a ello respondía: “salvo momentos de excepción, la universidad latinoamericana ha servido escasamente a la sociedad que la mantiene. (…) La universidad es estéril porque no ha logrado aún el maridaje de la ciencia y la tecnología con las necesidades del país” (Frondizi, 1971: 13). Esta falta de cuestionamiento por parte de los universitarios, Frondizi la atribuye al descuido de la formación cultural. Para él “La cultura es conjunto de ideas, creencias, actitudes y valores desde el cual se vive y se juzga (…) no es información enciclopédica recitada –enseñada de memoria; es una aspiración, es sensibilidad, es la posibilidad de elaborar juicios propios y fundados” (Frondizi, 1971: 45) A su criterio, la carencia en la formación cultural se agudiza más en las facultades profesionales, aunque no exclusivamente, porque priorizaban la formación profesional–técnica y enseñaban todos los contenidos (incluidos culturales) desconectados de la experiencia de

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vida. Esta preocupación por la relación entre la teoría filosófica, la filosofía de la educación y la ética en relación a una praxis, a un estilo de vida, fue una preocupación permanente en la carrera y obra de Frondizi (Gracia y Millán Zaibert, 2004). Considerando ahora el libro de Darcy Ribeiro, A universidade necessária (1975) es posible sostener que se trata de un doble compendio, tanto de las conferencias y textos que su autor elaboró en sus años de su exilio, sobre la función de la universidad en la cultura Latinoamericana; como una explicitación de la experiencia de aquel como miembro del grupo de intelectuales que tuvo a su cargo el diseño del proyecto de la universidad de Brasilia, inaugurada en 1961. Luego de ocupar el rectorado en la mencionada universidad, Darcy Ribeiro saltó a la arena política de su país, primero como Ministro de Educación y Cultura y luego como Ministro Jefe de la Casa Civil del gobierno progresista de João Goulart. En tanto que el golpe militar de 1964 sería el responsable de su exilio y desvirtuaría el espíritu de la transformación universitaria por él iniciada. Esta transformación respondía a un profundo descontento con nuestra universidad tal cual es, “descontento con su connivencia con las fuerzas responsables de la dependencia y el atraso de América Latina, (…) “con la mediocridad de su desempeño cultural y científico. Y (…) por su irresponsabilidad frente a los problemas de los pueblos que la mantienen.” (Ribeiro, 1975:3) En el prólogo del libro el autor expresa que el objetivo del mismo es contribuir al debate que se estaba dando en el mundo sobre el papel de la universidad en la civilización emergente y su lugar en la lucha contra el subdesarrollo. Igualmente en las primeras páginas de la obra deja entrever que para él, la civilización emergente representaba el contexto histórico de su tiempo, caracterizado por la complejidad de las relaciones políticas y culturales entre los pueblos, por la expansión de la economía capitalista basada en la valorización de la ciencia, la tecnología y la educación. Y en ese marco se jugaban las posibilidades y más aún, la decisión de los pueblos –los periféricos especialmente- por emprender la lucha por la superación del subdesarrollo. Por eso Ribeiro elogiaba las iniciativas y transcendencia del debate desde los ámbitos de las discusiones intramuros de filósofos y pedagogos para interesar y movilizar a todos. Este debate “cuestiona tanto la estructura interna de la universidad como el carácter de la sociedad en la que está inserta, indagándose como operan ambas para reproducir el mundo en que vivimos, tal cual es”. (Ribeiro, 1975:5) De este modo, “transfigurar la universidad [significa] que no sea más la guardia del saber organizado a ser transmitido como información, adiestramiento y disciplina, e incapaz de utilizar sus propios recursos intelectuales para debatir la responsabilidad ética de la ciencia y de la técnica por ella mismo cultivada y de reformular el orden social” (Ribeiro, 1975:7) La urgencia de la reformulación teórica de la universidad se fundamentaba por lo menos en dos amenazas. La primera, para Darcy Ribeiro, estaba vinculada a la colonización cultural que se reeditaba a través de las iniciativas de modernización por reflejo. Estas suponían la incorporación de ciertos perfeccionamientos e innovaciones, a los fines de volver a las universidades más eficientes y aproximarlas a las casas de estudio de los países más desarrollados. Esta perspectiva, según el autor, haría que la universidad siga cumpliendo su papel tradicional (…) “inconciente de sí misma y de la sociedad a la que sirve. Desde el punto de vista social, seguiría vigente el modelo de naciones bajo dominio neocolonial”. (Ribeiro,

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1975: 25) La segunda amenaza estaba constituida por el riesgo de crecimiento espontáneo y anárquico del sistema universitario. Ello ocasionado por las características del contexto histórico, la masificación de las universidades, la escasez de recursos económicos, la presión de los sectores populares por el acceso a la educación superior, entre otras. Como respuesta a ambas amenazas un grupo de intelectuales brasileños, bajo la coordinación de Ribeiro, elaboró el Proyecto de la Universidad de Brasilia, concebida como Proyecto Nacional de la Intelectualidad Brasileña. El desarrollo del mismo fue planificado por etapas, pues implicaba un cambio radical en la organización administrativa de la universidad, la profundización del cogobierno y la superación del profesionalismo, para consolidar la investigación y una fuerte articulación de ésta con los problemas nacionales. De este modo para Riberio y su grupo, la vía para la transfiguración de la universidad era la del desenvolvimiento autónomo. Es decir, una perspectiva que tiende a cuestionar la perpetuación de las instituciones sociales al servicio del neocolonialismo, entre ellas, las universidades: Pretende transfigurar la universidad como un paso en la transformación de la sociedad, a fin de eliminar la situación de proletariado externo [y volver] a la dignidad de pueblo para sí, señor del comando de su destino y dispuesto a integrarse a la civilización emergente como nación autónoma. (Ribeiro, 1975:26) Para el logro de esta empresa era necesario comenzar por la intelectualidad brasileña, Helor de Alencar –principal colaborador de Ribeiro- declaraba en la Asamblea Mundial de Educación (México, 1964) (…) recusar la torre de marfil y a la condición de santo, que hacen del intelectual tradicional un hombre fuera de su espacio y de su tiempo. Todos ellos [los intelectuales] se comprometían con el destino de más de cuarenta millones de brasileños analfabetos y miserables, por quien se sentían en parte responsables (…) todos estaban empeñados en edificar la nación efectivamente libre y emancipada que el pueblo brasileño estaba históricamente llamado a construir. (En Ribeiro, 1975: 272) Finalmente, Darcy Ribeiro concluía que la universidad necesaria no podía surgir de un modelo genérico a completar, sino que debía construirse a partir del análisis de los errores y contradicciones de las estructuras universitarias preexistentes y superarlos desde una visión eminentemente brasilera de los problemas educativos y universitarios. De allí la necesidad de crear una “masa crítica mínima que torne autosuficiente y creativo el desarrollo nacional, que tenga las cualidades necesarias para ser admitido en la comunidad internacional científica [e] independencia en los criterios que fije para conducir la universidad por los caminos de servir a su propio pueblo y no a intereses alejados” (Ribeiro, 1975:43)

Comentarios finales La presente ponencia ha brindado la posibilidad de hacer un recorrido por las propuestas historiográficas recientes a nivel internacional y profundizar especialmente en los planteos de la nueva historia intelectual. La renovación de esta última justifica la necesidad de recuperar a sus protagonistas principales, los intelectuales.

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Los intelectuales concebidos como los expertos en el manejo de los recursos simbólicos, especialmente de la palabra escrita o la retórica de la oralidad, pero fundamentalmente como sujetos que vivieron en determinados contextos históricos y como tal participaron de los distintos problemas, conflictos y utopías de su época. Por otra parte la consideración de los intelectuales en relación a su contexto permite desmitificar el modelo del intelectual comprometido exclusivamente con la arena política, para develar diferentes configuraciones de aquellos según los tiempos, los espacios y las tradiciones culturales. De esta manera, la presente ponencia ha querido sumarse a los estudios que vienen desarrollándose en América Latina con la finalidad de construir una historia más complejizada y diversificada de los intelectuales. Con este propósito se trabajó sobre algunos aspectos que involucraron la trayectoria, las acciones y los pensamientos de Risieri Frondizi y Darcy Ribeiro. Ambos se desempeñaron y tuvieron un profundo conocimiento de la problemática educativa, particularmente universitaria, en la Argentina y el Brasil contemporáneos. Vistos desde la historia intelectual tradicional, no provenían exclusivamente del mundo de la política, ni escribieron grandes tratados filosóficos, científicos, ni discursos impactantes retóricos destinados a esclarecer a la opinión pública. Por el contrario desde las nuevas perspectivas de la historia intelectual y de la historia de los intelectuales, Frondizi y Ribeiro, pueden ser considerados como emergentes de una nueva configuración del intelectual en América Latina. Configuración que se fundamentaba en una nueva expertise, es decir, en una manera nueva de ejercer el oficio de intelectual. Oficio que se ejercía a partir de los principios y métodos establecidos por la ciencia y la técnica modernas y que dejaba atrás la reflexión especulativa y filosófica. También dejaba de lado, al ensayo como medio de expresión tradicional de los hombres de letras y en su lugar ganaban espacio los textos y publicaciones académico-científicas abundantes en terminologías especializadas y llenas de referencias a pruebas empíricas o a reconocidas autoridades del saber. Los representantes de esta nueva expertise, en este caso Frondizi y Ribeiro, no solo llevaron adelante acciones en pro de institucionalizar mediante la creación de cátedras, centros de investigación, redes académicas y publicaciones, las áreas de conocimiento en las que se habían formado, la filosofía y la antropología; sino que centraron su interés en la transformación y fortalecimiento de la institución que a su criterio era el centro donde se congregaban los nuevos intelectuales y el centro de producción y actualización del conocimiento científico, es decir, la Universidad. Ambos autores coincidieron en sus escritos sobre la urgencia de modernizar o transfigurar la Universidad como vía para incidir en un cambio mayor, el de las estructuras políticas y económicas de la sociedad en que vivían. Por otra parte, se sumaron al debate vigente por entonces en el conjunto de las ciencias sociales respecto a la necesidad de América Latina de superar el subdesarrollo, la pobreza y demás situaciones generadas a partir de su situación de región periférica. Tanto en Frondizi como en Ribeiro hay una coincidencia en cuanto a que el camino para alcanzar el desarrollo económico, social y cultural latinoamericano era a través de los aportes de la investigación científica, la innovación técnica, la educación y la articulación entre los diferentes sectores de la sociedad -Estado, Universidades, sindicatos, empresarios y organismos internacionales- en pro de solucionar los problemas nacionales. 369

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Este planteo llevó a cuestionar el rol de la Universidad en la cultura latinoamericana y en este punto hay una diferencia importante en el pensamiento de ambos autores. Mientras Risieri Frondizi defendió la reforma integral de la universidad o modernización institucional, no descartando el apoyo y financiamiento de organismos internacionales; Darcy Ribeiro profundizó el análisis de la injerencia de la intelectualidad brasileña en la construcción de un modelo determinado de universidad y de sociedad. Sobre esto último Ribeiro llamó la atención acerca de la necesidad de transfigurar la universidad a partir del rescate de la cultura nacional; una cultura eminentemente brasileña que no negaba su articulación con el mundo pero que debía asumirla críticamente. Este rescate era inevitable a los fines de develar los contenidos de recolonización cultural que traían consigo las políticas de modernización y así alcanzar el desarrollo autónomo.

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T(le)erán -Juan Manuel Testa[Universidad Nacional de Río Cuarto / CONICET] ([email protected])

Preludio Las inquietudes que nos motivaron a emprender una reflexión primero y luego una composición textual que lleva por título: “Leer Terán” –aunque expresado de una manera menos lineal-, se centran en los efectos de la lectura como creadora de mundos, en la dimensión performativa de un texto de Oscar Terán,“Nuestros años sesentas1”. Susreiteradas lecturas se acumularon estratigráficamente en las producciones de los historiadores dedicados a la recomposición de la cultura, las ideas y sus intelectuales, transformándose de alguna manera, en un locus interpretativo cuasi atemporal. Toda reflexión, aunque se precie de mínima, parte de un estado de inconformidad con respecto a un presente específico. Nuestra incomodidad puede expresarse en una pregunta inicial: ¿Porqué seguimos pensando a los intelectuales en los mismos términos que lo hizo Terán? Sobre dicha problematización podríamos elaborar una serie de respuestas, lo suficientemente amplias y a su vez lo suficientemente extremas, como pueden ser: a) seguimos haciéndolo porque es sencillo; b) lo hacemos porque nos asegura cierto éxito académico debido al peso que tiene la autoridad de Terán en el campo de la historiografía; c)lo pensamos de esa manera porque hasta este momento no se nos había ocurrido reflexionar tal problemática; d) porque pensamos que los conceptos son ideas sin tiempo. O, en todo caso, una respuesta d), que expresa la conjetura desde la que partiremos, sería que mayoritariamente las lecturas sobre “Nuestros años sesentas” han canonizado un texto expresando sus potencias descriptivas sin prestar demasiada atención a su condición dialógica, en sentido Bajtiniano2, y su ubicación en una cadena discursiva determinada. Desde esta perspectiva, podemos decir que pensamos los intelectuales como lo hacía Terán, porque al leer sus textos, nos convertimos en un potencial participante de una cadena discursiva que hoy nos convoca, ya que, tanto nosotros como Terán, no somos un Adán, ni siquiera en su carácter de desterrado. El texto en sí, aspira pretenciosamente a seguir un estilo conjetural e indiciario,como propone Carlo Ginzburg3, en efecto, recomponer un objeto determinado -avanzando desde las conjeturas- a partir de las huellas que puedan rastrearse en fragmentos, sean estos documentales, textuales, pictóricos, entre otros. Rastreamoslos indicios que nos permiten sostener nuestros argumentos, en un corpus documental determinado,compuesto por intervenciones de Oscar Terán en revistas político-culturales, como así también otras contribuciones relacionadas que aparecieron en esos mismos espacios. 1 2 3

De “Nuestros años sesentas” reconocemos tres ediciones: la primera en 1991 por Punto Sur; en 1993 lo editó el Cielo por asalto y en 2013 Siglo XXI Editores. Bajtín, M. Estética de la creación verbal. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 1998 Ginzburg, C. Mitos, emblemas e indicios. Prometeo. Rosario. 2012.

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Tomamos “Nuestros años sesentas” como centro y desde allíbuscamos los artículos escritos por Oscar Terán en revistas, ya que, las mismas nos otorgan la posibilidad de recomponer las distintas intervenciones en un debate. Las revistas, como sostiene Martina Garategaray,pueden ser definidas como laboratorio de ideas, ámbitos de sociabilidad, soporte de itinerarios personales, lugares relevantes de legitimación política y cultural4 y además como materialización de un estado de debates en un momento determinado y le otorgamos prioridad por sobre aquellos trabajos extensos que fueron editados como libros. Con el mismo criterio, rescatamos algunos artículos posteriores a la primera edición del libro. La estructura del texto está inspirada en formas musicales clásicas, por eso se compone con un preludio, una parte central dividida en dos acápites y una coda. Los argumentos se encadenaron de tal manera que exprese las evidencias, de forma bastante fiel, del recorrido de nuestras lecturas, desde el acercamiento a “Nuestros años sesentas”, la posterior recomposición de la cadena dialógica y algunas reflexiones finales.

Terán y sus advertencias Al percibirel título completo del texto de Oscar Terán en cuestión, podemos leer que “Nuestros años sesentas” se encuentra acompañado por un subtítulo que sugiere más de lo que dice: La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Además de este dato, en el afán por revisar algunos elementos contingentes del texto, podemos observar con nitidez –porque se encuentra sobre un fondo blanco y escrito en mayúscula de manera diferente en la portada de la edición de 2013- la inscripción“edición definitiva”, carácter que seguramente se deba a la inclusión de un estudio preliminar realizado por Hugo Vezzetti y un apéndice que agrega a la edición la conversación entre Oscar Terán y Silvia Sigal que fue publicada en la Revista Puntos de Vista en 1992. ¿Porque nos detenemos en estos dos elementos? De algún modo porque estamos frente a elementos que nos definen condiciones en cuanto a la lectura del texto. Con respecto al subtítulo, queremos poner el énfasis en la concepción de “formación” que se expresa allí. De alguna manera, aunque no figure como referencia bibliográfica en el texto, podemos ver una alusión, tal vez elíptica, al libro de E.P. Thompson “La formación de la clase obrera en Inglaterra” del año 1963, traducido al español en 1989 por la editorial Crítica. Hay en el texto de Terán, o en la concepción del mismo, una utilizaciónsimilar de “formación” a la del libro de Thompson, quien señala en el prefacio a la primera edición, escrito en 1962: formación porque es un proceso activo que debe tanto a la acción como al condicionamiento5. Mientras que al segundo elemento, la “edicióndefinitiva”, le otorgamos el peso de una operación editorial que si bien es entendible en el contexto de la edición en tanto industria cultual, nos alerta de que por el momento no pueden incorporarse a la misma otras lecturas, que este es el formato, de alguna manera, final.

Pero debemos volver a la expresión de Thompson y buscar las acciones y los 4 5

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Garategaray, M. “Democracia, intelectuales y política. Punto de Vista, Unidos y la Ciudad Futura en la transición política e ideológica de la década de los ´80”. En Estudios. N° 29. 2013. pp 54. Thompson, E.P. “Prefacio”. En Thompson, E.P. Obra Esencial. Crítica, Barcelona. 2002. Pp. 13.

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condicionamientos en esa formación que puede leerse en “Nuestros años sesenta”.

Para ello, nos remitiremos al texto en sí, a las “advertencias”, el primer capítulo del libro que no se presenta como un prefacio, ni expresa ese acto de habla anterior o previo a un texto, sino que advierte al lector de la existencia de un estado motivacional puntual y de una práctica de escritura determinada por ese estado. En las primeras páginas Terán advierte, y es conveniente tomar este párrafo textualmente, a pesar de su extensión: “En los capítulos que siguen se trata, en suma, de unos actores intelectuales constituidos por una coyuntura histórica6, por una colocación institucional y social, y por una discursividad. Si este último aspecto ha resultado privilegiado, se debe en parte a que esta indagación decidió destacar este sesgo desde el orden de las razones, y no por suponer que semejante perspectiva coincida únivocamente con su jerarquía de determinación en el orden de lo real. empero, no pocas veces me ha sorprendido la ambigua sensación de estar en rigor observando más bien a un conjunto de ideas que se apoderaron de unos hombres y, al hacerlos creer lo que creyeron, los hicieron ser lo que fueron”.7 Vemos en este párrafo la expresión de una tensión entre acción y condicionamientos que trataremos de profundizar. Sobre la noción de acción no hay un margen demasiado amplio para la reflexión en el sentido que el párrafo la supone: los hicieron ser los que fueron. En cuanto a los condicionamientos podemos avanzar en algunas líneas. Podemos encontrar al menos tres condicionamientos posibles, uno propio de quien escribe, de su contexto de escritura, que trataremos en el próximo acápite. Los otros dos, ligados al texto y a una distinción histórica incluida dentro de una tradición de pensamiento, el marxismo.

Cuando Terán objetiviza su “ambigua sensación” al percibir que un conjunto de ideas se apoderaron de unos hombres, está volviéndose sobre la tradición teórico-crítica, porque aunque en estaciones posteriores busqueligar tal formulación con aquella de los primeros párrafos del XVIII Brumario de Luis Bonaparte: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidos por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado”8, claramente los condicionamientos de Thompson o las circunstancias para Marx no son las mismas que para Terán, quien encuentra su eje de lectura en un conjunto de creencias y valores capaces de organizar mundos de una notable densidad9. Hay claramente aquí un proceso de alejamiento de una concepción materialista de la historia, porque la tensión entre acción y condicionamientos, lo que es lo mismo a la relación entre sujeto y contexto no sólo se determina por el contexto sino que se determina fatalmente por un contexto de creencias y valores, o simplemente de ideas concebidas como “pasiones ideológicas”. Este punto en sí, podría llevarnos varias páginas de reflexión, que no realizaremos aquí porque sería alejarnos de nuestros objetivos. 6 7 8 9

El resaltado es nuestro Terán, O. Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina.Siglo XXI editores. Buenos Aires. 2013. Pp. 45. Marx, K. El XVIII Brumario de Luis Bonaparte. Fundación Federico Engels, Madrid, 2003. Pp. 13 Terán, O. Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Siglo XXI editores. Buenos Aires. 2013.Pp 45-46

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Pero, ¿qué intención tiene llegar hasta aquí, o leer un texto desde aquí, o sea sin leerlo internamente? Tiene múltiples intenciones, pero la primordial es realizar algo poco novedoso que es comprender un texto en su contexto, tomando este último como la cadena de enunciados que lo preceden y que se derivan de allí. Entonces comenzamos a hilvanar el próximo acápite centrado en un trabajo de recomposiciónde esa cadena de enunciados con el fin de lograr comprender el proceso de cambio de un intelectual de izquierda, a la luz de sus debates y diálogos, y como sus modificaciones afectaron su escritura. Porque, y aquí pronunciamos una de nuestras conjeturas:“Nuestros años sesentas”, no sólo manifiesta internamente la tensión entre acción y condicionamientos sino que también la expresa externamente, ya que se coloca entre la historia y la memoria, y a partir de la problematización de sus márgenes podemos comprender el estado de discusión previo y una reformulación de un perfil intelectual personal y a la vez generacional. En efecto, como responde E. P. Thompson en una entrevista que puede leerse en Tradición, revuelta y consciencia de clase, cuando le consultan por las motivaciones que lo llevaron a escribir “La Formación de la clase obrera en Inglaterra”: “Las reflexiones que median entre una obra artística o intelectual, nunca son una y la misma”10. Esos márgenes son expresados con claridad en el capítulo “Final” del libro. Del que podemos rescatar dos párrafos o parte de ellos, con el fin de dar conclusión a esta primera parte. Sostiene Terán: “En rigor, las páginas que acaban de leerse han tratado probablemente en vano de mantener una distancia pudorosa con acontecimientos y discursos constitutivos de mi propio perfil no sólo intelectual.”, además agrega, “entre el homenaje y el exorcismo, varias veces a lo largo de los últimos años retom[é] y abandon[é] este ensayo (…) porque en el entramado de su construcción me resultaba difícil distinguir lo que formaba parte de mis propias pasiones respecto de aquello que –se supone- debía ser la resultante más descarnada de mi oficio intelectual”.11 Cabe concluir este apartado con una reflexión de Marx, que hace referencia de cierto modo, a la reconstitución de una subjetividad “destruida” por los efectos de las derrotas revolucionarias. Señala Marx: “La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado…”12 Aquí volvemos a la idea de condicionamientos de Thompson, para sugerir que “la experiencia de la derrota revolucionaria” condiciona fuertemente el texto de Terán y uno de los momentos determinantes de su contexto de enunciación, es decir, hay un hilo rojo entre 1976 y 1991, así como de 1991 con 1955, que trasciende el texto y que podremos comprender mejor en el próximo acápite.

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Thompson, E.P. Tradición, revuelta y consciencia de clases. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial. Editorial Crítica, Barcelona. 1984.Pp. 295 Terán, O. Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Siglo XXI editores. Buenos Aires. 2013.Pp 245 Marx, K. XIII Brumario de Luis Bonaparte. Fundación Federico Engels. Madrid. 2003.Pp. 13.

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Cadenas I Existe, y de cierto modo se torna imposible no explicitarlo, la tentación metafísica por la búsqueda de los orígenes, de hallar el o los acontecimientos en el que se desata una cadena causal. Pero reconocemos también, como lo hemos hecho en la introducción de este artículo, que por más que tengamos evidencias para sostener que algunos acontecimientos, especialmente aquellos que podemos analizar desde la perspectiva de los enunciados, se remontan específicamente a un momento. Está claro que el mito de los orígenes no ha sido plenamente resuelto en la práctica del oficio del historiador, ya que de alguna manera logra filtrarse entre nuestros postulados dejando entrever sus huellas. Este tramo del texto, pretendiendo evitar esa tendencia, se sostiene teóricamente en Bajtin, en sus ideas de enunciado, dialogicidad y polifonía13. Retomamos la idea que veniamos sosteniendo desde los primeros párrafos: “Nuestros años sesentas” es un eslabón en una cadena dialógica determinada que puede rastrearse en evidencias textuales desde algunos años antes de su publicación y que se mantiene hasta nuestros días, convirtiéndose así nuestro propio trabajo en otra estación más de ese encadenamiento. Procedimentalmente centrar nuestra mirada en la cadena de diálogos no debe hacernos perder de vista el contexto, ahora entendido como condiciones, externas e internas de posibilidades para una enunciación determinada. Un artículo de Emilio De Ípola publicado en la revista Puntos de Vista en el año 1997, va articular de alguna manera, las directrices de un debate que para el momento en el que escribe eso, está bastante resuelto, pero que logra representar en toda su significatividad. De Ípola encuentra que los años ochenta fueron epicentro de un conjunto de cuestionamos que de forma fragmentaria y a los efectos prácticos insuficiente, se volvieron sobre el discurso heroico y eufórico de los sesenta y más aún su “traducción práctica” en los setenta14. La intervención relata y problematiza una escena en el patio de la Facultad de Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires, mientras De Ípola se dirigía hacia el aula que tenía asignada para dar clases. La narración se asienta sobre una triangulación entre: cruzar el patio, observar los carteles de las agrupaciones estudiantiles y volverse sobre una experiencia generacional y unos debates específicos. Esta particular construcción conviertea este artículo en una estación interesante desde la que podemos comenzar a rastrear las huellas de esta cadena dialógica. En el artículo recuerda el carácter desgarrador que tuvo para unos pocos ese proceso de cuestionamientos, mientras que para la mayoría –en la que se incluye- esa revisión fue una suerte de expediente indoloro –aunque no exento de altibajos, contramarchas y confrontaciones a veces ásperas, que condujo al despojo de algunas creencias que, en distintos niveles, habían sido fervorosamente las nuestras15. (25) De Ípola sostiene que se trató de “un conjunto encadenado y complejo de movimientos críti13 14 15

Pueden ampliarse estas concepciones en: Voloshinov, V.N. El marxismo y la filosofía del lenguaje. Alianza Editorial. Madrid. 1992. Y, Bajtín, M. Estética de la creación verbal. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 1998. Pp. 281-284. De Ípola, E. “Un Legado Trunco”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año XX. N° 58. Agosto de 1997 Pp. 25-27. De Ípola, E. “Un Legado Trunco”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año XX. N° 58. Agosto de 1997 Pp. 25.

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cos que afectó a núcleos fuertes de significaciones culturales y políticas”16. (26) Esta afirmación nos permite ver lo complejo de nuestra propuesta de análisis. En efecto, “Nuestros años sesentas” es una estación en una cadena discursiva que está integrada por intervenciones realizadas en un tiempo determinado –que genéricamente podemos llamar los ochenta- por los mismos sujetos que según “Nuestros años sesentas” son construidos por una conjunto de creencias, valores e ideas que los hicieron ser lo que fueron y, que al momento de intervenir en esa cadena buscan, si no despojarse de ese acervo, por lo menos limitar su influencia. Esos ochentas –para utilizar la estilística de Terán cuando pluraliza los sesentas, demasiado genéricos, conforman el contexto de enunciación.Son los que,construyen y se sostienen en la experiencia de la derrota, la situación de exilio, la puesta en crisis del marxismo y el acercamiento a una posición social-demócrata de un conjunto de intelectuales de izquierda que se reconocían hasta el momento en la tradición del marxismo. Cabe preguntarse entonces: ¿De quiénes fueron “nuestros” años ochentas? La pregunta, que responde casi literalmente a la primer advertencia de Terán en el texto que estamos analizando se transforma, desde unos años a esta parte como objeto de reflexión histórica e historiográfica. En esta línea podemos encontrar estudios de Martina Garategaray, Marcelo Starcembaum, Jimena Montaña17, entre otros investigadores que recomponen dicho proceso. Estos ochentas, son nuestros ochentas porque así denominamos al contexto de enunciación de esa cadena que nos precede y de la que formamos parte, y no sólo por eso, sino porque sólo a condición de reconocer su trascendencia podemos objetivar sus huellas en nuestro pensamiento. Estos largos ochentas, podemos rastrearlos desde 1979 en la intervención de Aricó en el primer número de Controversia, en 1985 en un artículo de Beatriz Sarlo y también podemos ver sus marcas en las expresiones de DeÍpola en 1997 y en las de Oscar Terán en el quinto número de la revista Lucha Armada del año 2006. Es decir, esos ochentas, también son nuestros, porque no se limitan a la clásica división en décadas, ni responden a esa estructurada división del tiempo. Son nuestros, porque en definitiva son la marca de la derrota corporizada en debates, en prácticas intelectuales y en composición de formas intelectuales que más se asocian con la comunidad científica Habermasiana, que con las nociones de compromiso y revolución previa. II Presentaremos a continuación una serie de intervenciones -las mismas que De Ípola caracterizó de fragmentarias- que hemos podido rastrear siguiendo las huellas de la expresión de Oscar Terán en las “advertencias”. Siguiendo esos hilos, intentaremos reconstruir 16 17

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De Ípola, E. “Un Legado Trunco”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año XX. N° 58. Agosto de 1997 Pp. 26. Pueden consultarse: Garategaray, M. “Democracia, intelectuales y política. Punto de Vista, Unidos y la Ciudad Futura en la transición política e ideológica de la década de los ´80”. En Estudios. N° 29. 2013. Pp. 53-72; Starcembaum, M. “Historia, política y responsabilidad: Óscar Terán y la autocrítica entre los intelectuales de izquierda en Argentina. En Historia de las ideas, estudios de la memoria. N° 51-52. Enero-junio/ Julio-diciembre de 2012. Pp. 143-170; Montaña, M. J. “Consideraciones en torno a la metamorfosis del intelectual latinoamericano en los años noventa”. En Questión. Revista especializada en Periodismo y Comunicación. Vol. 1, N° 40. Octubre-diciembre 2013. Pp. 127-141.

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las instancias previas de un estado de debate que podemos encontrar explicitado en “Nuestros años sesentas”. En su mayoría, estos debates tienen su centro en dos revistas: Controversia18 y Punto de Vista, las que, de algún modo, nuclearon a intelectuales que luego de sostener en el tiempo sus afinidades electivas a través de la participaciones constantes en espacios de producción y sociabilidad, componen, lo que podemos designar como familia intelectual. La selección de los artículos tuvo pretensiones de exhaustividad pero, no por eso, deja de ser una selección y tiene su grado de arbitrariedad implícito. Los ochentas, en el sentido que lo estamos utilizando, se expresan con claridad a partir del primer número de la revista Controversia, en la que, José Aricó presenta un artículo con el título “La crisis del marxismo”. Esto desata un debate que se continúa en los números siguientes de dicha publicación. Aricó se pregunta si no habrá llegado la hora de una reflexión del marxismo. Esta profunda interpelación expresa no sólo un estado de malestar sino una agenda futura. Conviene aquí soportar la carga de un texto que recurra ampliamente a las citas que utilizar un sistema de parafraseo que tal vez obture las interpretaciones. Aricó se pregunta: “¿No es hora ya de que los marxistas acepten los riesgos de una polémica que se les impone más allá de sus recatadas perplejidades o de sus obtusas resistencias? ¿No ha llegado el momento de comenzar a deshacer un enredo que amenaza conducir a una situación sin salida?”19. Esta pregunta, contiene en sí misma una respuesta, y otra pregunta que podrá verse a lo largo de las próximas intervenciones. ¿Puede llamase socialistas a las sociedades surgidas de la aparente destrucción del capitalismo?20 La presentación de Aricó antecede un artículo de Paramio y Reverte titulado:Razones para una contraofensiva. En esta intervención, los autores plantean que el marxismo se encuentra en crisis, pero la misma es de carácter teórico y ha sido temporalmente aplazada. Que el marxismo en crisis es aquel con el que siempre relacionamos, de manera restrictiva, el término, es decir: el marxismo revolucionario, mientras que el reformista se encuentra en un gran momento.Atribuye algunas causas, aunque no determinantes,a una crisis mayor de la cultura y los valores occidentales que afectan también al marxismo.Sostienen que: “esta crisis tiene un doble origen: de una parte, la refutación histórica de algunas de las tesis que en su momento definieron a este marxismo revolucionario frente al reformista; de otra, la desvalorización ideológica de las sociedades y organizaciones que llegaron a identificarse con ese marxismo revolucionario”21. Además, esta crisis del marxismo expresaría la perdida de potencialidad movilizadora del pensamiento marxista y su imposibilidad para ofrecer visiones verosímiles (y deseables) del futuro.22 En el número dos-tres de Controversia, Oscar del Barco responde a este artículo señalando, en primer lugar, que al otorgar el carácter de teórica a la crisis del marxismo, se corre el 18

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Es una publicación de los exiliados argentinos en México dirigida por Jorge Tula que nuclea a la mesa peronista y la mesa socialista. Su consejo editorial está conformado en la mayor parte de su recorrido por: José Aricó, Sergio Bufano, Rubén Sergio Caletti, Nicolás Casullo, Ricardo Nudelman, Juan Carlos Portantiero, Héctor Schmucler y Oscar Terán. En el número siete se incorpora Carlos Abalo. Aricó, J. “Crisis del marxismo. Presentación”. En Controversia. Año I. N° 1. 1979. Pp. 13. Aricó, J. “Crisis del marxismo. Presentación”. En Controversia. Año I. N° 1. 1979. Pp. 13. Paramio, L. y Reverte. “Razones para una contraofensiva”. En Controversia. Año I. N° 1. 1979. Pp. 14. Paramio, L. y Reverte. “Razones para una contraofensiva”. En Controversia. Año I. N° 1. 1979. Pp. 14.

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riesgo de esfumar su raíz fundamentalmente política23. Para polemizar con la caracterización teórica que Paramio y Reverte realizan de la crisis, Del Barco retoma la escisión entre teoría y praxis, y argumenta que la reconversión del marxismo en una teoría constituye una de las causas de la crisis. Desde allí cimenta su posición en este debate que luego profundizará con siguiente afirmación: “El marxismo, según mi criterio, no es una teoría que acompaña a la práctica, que está al servicio de la práctica, ni tampoco es un “arma” del proletariado, sino que más bien debe determinarse como formas (teóricas) de ser de las clases y sectores de clases explotadas24, desplazándose así por lo tanto el problema del estatuto y el origen es la teoría”25. Y luego continúa su razonamiento: “Si el marxismo, como pienso, es el conjunto de formas teóricas que van adquiriendo en su proceso las prácticas revolucionarias, entonces la crisis no puede ser sino una crisis política, vale decir morfológica, y donde el acto de marcar una predominancia o un “origen” se funda en la propia práctica. Para decirlo claramente: se trata de la crisis de la II y la III Internacional, del reformismo y del bolchevismo –leninismo”26. En síntesis, para Del Barco, no hay teoría por fuera de las prácticas revolucionaria, sino que este conjunto de formas teóricas que se adquieren en esas prácticas son eminentemente políticas, es por ello que sostiene que la crisis es “política”, por lo tanto es la expresión de la toma de conciencia del fracaso de un tipo de práctica política27. Esta discusión no se agota en estas dos intervenciones sino que abren una cadena en la que interactúan diversos sujetos. En el número cinco de Controversia, Paramio y Reverte responden a Del Barco en un Crisis del marxismo. El marxismo y el minotauro. Respuesta a Oscar del Barco28, que obtiene su contestación en el número seis de la misma revista. En el número siete de Controversias encontramos la primera intervención de Oscar Terán en esta cadena dialógica. En el artículo De socialismos, marxismos y naciones, podemos encontrar algunas huellas que luego podrán entre-leerse en próximos textos delautor, especialmente en “Nuestros años sesentas”. Esta intervención comienza con unos epígrafes centrales en la estructuración de los argumentos, el primero de ellos sobre la ronda de las madres de plaza de mayo reclamando por la suerte de sus hijos; el segundo alude a un paro de ocho mil trabajadores marítimos y, el tercero referencia la opinión benevolente de un mandatario chino sobre la presidencia de Videla. El inicio y el final de la contribución de Terán son formidables ya que resumen toda una posición a lo largo del texto: 23 24 25 26 27 28

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Del Barco, O. “Respuesta a Paramio y Reverte. Observaciones sobre la crisis del marxismo”. EnControversia. Año I. N° 2. 1979. Pp. 12. El resaltado es nuestro Del Barco, O. “Respuesta a Paramio y Reverte. Observaciones sobre la crisis del marxismo”. En Controversia. Año I. N° 2. 1979. Pp. 12. Del Barco, O. “Respuesta a Paramio y Reverte. Observaciones sobre la crisis del marxismo”. EnControversia. Año I. N° 2. 1979. Pp. 12. Del Barco, O. “Respuesta a Paramio y Reverte. Observaciones sobre la crisis del marxismo”. EnControversia. Año I. N° 2. 1979. Pp. 13. Paramio, L. y Reverte. “Crisis del marxismo. El marxismo y el minotauro. Respuesta a Oscar del Barco”.EnControversia. Año II. N° 5. 1980

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“… lo más evidente parece ser que, apretujados ante el doble apoyo concitado por la dictadura de parte de las dos potencias dominantes en el comunismo internacional, la historia se ha empeñado en colocar a la izquierda argentina en una situación donde la profunda relativización de parámetros exteriores se ha tornado una necesidad ineludible. Ante esta retirada de los modelos sagrados que tantas veces nos fascinaron con la fuerza con que la luna atrae a las mareas, ¿qué nos queda? ¿la patria?...29” El final de su enunciado permite interrelacionarel comienzo con la estructuración interna, en la que de podemos notar una entonación cercana al Trotsky de la “Revolución Traicionada30”. Terán comienza a encontrar en la derrota algunos rasgos inesperados que se sintetizan en dos epígrafes, el primero y el tercero y en la pregunta: ¿En qué antología del horror político sintetizar, sobre la misma geografía, los hechos referidos en los epígrafes que acaban de leerse?31 Continúa tejiendo su urdimbre, sosteniendo que aún si reconocemos estos “aspectos negativos del socialismo”, los mismos no deben ser atribuibles a las ideas de Marx. Pero quehay cierto marxismo, que prefiere leer sacralizadamente sus textosaobservar el mundo que está disolviéndose a sus pies32.. En síntesis, Terán cuestiona qué socialismo es posible imaginar,cómo efectivamente tiende a pensarse más allá de la implementación de técnicas eficaces para la consecución de la acumulación forzada dentro de un régimen de redistribución cualitativamente superior de los bienes económicos, pero que se revela incapaz de la edificación de una nueva cultura33. Luego de esta intervención, el debate sobre la “crisis del marxismo” va perdiendo su lugar central en Controversia, que sigue reflexionando sobre el marxismo, pero corriéndose hacia una versión más reformista-europeizada, por lo menos, hasta los últimos tres números. De esta trilogía podemos rescatar cuatro intervenciones que ligadas a esta cadena. A las dos primeras no les daremos mayor trascendencia, pero las nombramos. Las mismas se encuentran dentro de un dossier dedicado a la “democracia como problema” y corresponden a José Aricó: Ni cinismo, ni utopía34 y a Oscar Del Barco: Desde el fragor del mundo35, una carta dirigida a Jorge Tula. Los dos textos a los que le dedicaremos nuestra atención se encuentran en los dos últimos números, el primero de ellos de Héctor Schmucler: Apuntes e interrogantes para reflexionar la políticay el segundo de ellos, es de Oscar Terán y constituye una posición central en su pensamiento ya que sostiene posiciones profundas, hasta tal punto que podríamos hallar ahí uno de los puntos de quiebre en su trayectoria. Héctor Schmucler asume que los acontecimientos de los últimos años han provocado modificaciones sustanciales en las “creencias”36 que teníamos sobre la sociedad y su transformación37. Esta posición es trascendente en nuestra estructuración porque hasta entonces el de29

Terán, O. “De socialismos, marxismos y naciones”. En Controversia. Año II. N° 7. 1980. Pp. 21.

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Terán, O. “De socialismos, marxismos y naciones”. En Controversia. Año II. N° 7. 1980. Pp.20. Terán, O. “De socialismos, marxismos y naciones”. En Controversia. Año II. N° 7. 1980. Pp. 20. Terán, O. “De socialismos, marxismos y naciones”. En Controversia. Año II. N° 7. 1980. Pp. 20.

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Del Barco, O. “Desde el fragor del mundo”. En Controversia. Año II. N° 9-10. 1980 Las comillas son nuestras Schmucler, H. “Apuntes e interrogantes para reflexionar sobre política”. En Controversia. Año III. N°

30 Trotsky, L. La revolución traicionada y otros escritos.CEIP León Trotsky-Museo Casa León Trotsky-IPS. 2014

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Aricó, J.“Ni cinismo ni utopía”. En Controversia. Año II. N° 9-10. 1980

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bate venía traduciendo en texto, un malestar con el marxismo, en tanto teoría y praxis, pero ahora la crisis pone al marxismo como una idea, que implica un contenido teórico y práctico seguramente, pero que es objeto de creencia. Además, aunque aquí no hayamos hecho mayor referencia, el autor concibe un nosotros explicitado, con lo cual la crisis ya no está fuera, sino que se expresa en una manifestación de esas “creencias” sobre la sociedad y su transformación por parte de un conjunto de sujetos delimitado. Este texto es central en esta cadena, porque luego vamos a ver sus apropiaciones tanto en Terán como en Beatriz Sarlo, ya que retoma y refuerza la pregunta de Aricó que dio inicio a los debates en Controversia, genera significantes perdurables y, porque define las condiciones para pensar el problema desde ese momento, 1981, hasta el presente. Por ello decidimos incluir los párrafos que continúan de manera textual, sólo nos remitiremos a resaltar algunas definiciones: “En una lectura discretamente atenta de los números de Controversia publicados hasta ahora es posible reconocer dos lenguajes que se reiteran: el de la audacia de la abstracción y el de la vejez de ciertos postulados políticos38. ¿Podríamos haber hecho otra cosa? ¿En qué medida han influido en nosotros la percepción de que lo tautológico es tranquilizante y por lo tanto se vuelve aceptable, creíble? La inquietud que genera nombrar lo que los hábitos culturales y las limitaciones ideológicas han reprimido ¿no nos ha empujado a repetir pasadas retóricas, a reandar caminos transitados, aunque a veces se cambien los decorados de los linderos? Cuánta imaginación nos hemos negado porque parece reñida con la solemnidad de las demostraciones “científicas”? ¿Cuánta realidad, en definitiva, ha pasado intocada a nuestro lado porque nuestros modelos mentales previos no ofrecían el lugar preciso para otorgarles existencia?39”(…) “¿Qué es el socialismo sino el “realmente existente” o la utopía donde la subjetividad de los hombres encuentra las formas de satisfacción de los deseos?”40 Todos los eslabones que vienen después lo hacen desde esta lógica. El último artículo, el de Oscar Terán, da inicio de esta misma manera: “… lo que está en el fondo de la cuestión no es si estos hombres de la crisis que somos nosotros pueden formular un llamado a la esperanza que nadie les reclama, sino, al menos, pueden articular una mínima comprensión de la realidad sin reiterar los viejos esquemas que produjimos –y nos produjeron41- en la década sublime y mentirosa de los sesenta”42. (17) Dicho procedimiento implica para Terán, una redefinición del marxismo, ya que la ineficaz interpretación primariamente economicista¸ la huidiza cuestión de la última instancia43, señala el lugar de un enigma. La cuestión de la última instancia va a generar nuevos eslabones en esta cadena dialógi38 39 40 41 42 43

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11-12. 1981Pp. 15. El resaltado es nuestro Schmucler, H. “Apuntes e interrogantes para reflexionar sobre política”. En Controversia. Año III. N° 11-12. 1981 Pp. 15. Schmucler, H. “Apuntes e interrogantes para reflexionar sobre política”. En Controversia. Año III. N° 11-12. 1981 Pp. 15. El resaltado es nuestro Terán, O. “Algún marxismo, ciertas morales, otras muertes”.En Controversia. Año III. N° 14. 1981. Pp. 17 Terán, O. “Algún marxismo, ciertas morales, otras muertes”.En Controversia. Año III. N° 14. 1981. Pp. 17

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ca con una discusión entre Terán y Sazbón en la revista Puntos de Vista. Terán, buscando evitar el elemento totalizador dentro del marxismo propone que sea tomado como una “caja de herramientas”: “como un conjunto de instrumentos que aún pueden servir para el ejercicio de las luchas y la comprensión de lo real debería plantearse en sus límites el tema de aquella remoralización de la política de que hace pocos años hablara Habermas, tarea íntimamente vinculada con el ideal de un socialismo democrático y por ende con la descentralización de los poderes”44. Y, nuevamente como en su intervención anterior, el final del artículo es extremadamente esclarecedor de lo que vendrá y, es nuevamente una decisión reproducirlo casi en su totalidad: “… quisiera preguntarme: qué valen ciertos valores, costumbres y orgullos nacionales después de La Perla y los demás campos de tortura y exterminio argentinos. Al leer los testimonios que rescatan una parte ínfima pero visceral de ese escarnio, uno se pregunta cómo se ve la Argentina desde la perspectiva de uno de esos mataderos donde toda la dignidad humana parece haberse refugiado en unos cuerpos doloridos y alucinados a los que hoy algunos sólo quieren concederlos –otra vez- el derecho a la palabra o al silencio- a las pobres palabras que emiten o retienen como el sentido mismo de sus vidas- si han permanecido “incólumes” ante el enigma, sin darnos cuenta de que el enemigo también éramos nosotros, es decir, nuestros propios sueños y la ignorancia de las fuerzas reales que motorizan los cambios sociales45. Es preciso, entonces, no analizar el terrorismo –ese espacio de restitución ilusoria de lo privado en el mundo de la transparencia burguesa- desde el amoralismo de la política, para no recaer en esa afirmación del consejo directivo de la UOM –que otras fuerzas políticas argentinas comparten- donde, colocándola en el mismo nivel de enfrentamiento con el lopezrreguismo, se estampa –como un ayudamemorias para militares desagradecidos- que “hemos sido principales protagonistas de la victoria sobre la subversión”. ¿Cómo puede escribirse eso cuando dicha derrota implicó la muerte no sólo de utopías, sino de miles de cuerpo triturados de quienes protendieron erróneamente a construir un mundo más digno también para aquellos que hoy reclaman su porción en el festín de la victoria?46” ¿Cuántos elementos de estos debates podemos advertir en “Nuestros años sesentas”? ¿Es viable seguir leyéndolo sólo por su aporte al campo de la historiografía, es decir, por su aporte científico? Estas dos preguntas cierran la etapa en la que los diálogos se desarrollaban en Controversias. Luego del retorno de los exiliados en México y de que los mismos se incorporaran a Punto de Vista, la cadena dialógica continúa en esa revista, de la que también rescataremos, al igual que lo hicimos hasta el momento, una serie de artículos en los que podemos hallar rastros que nos permitan afirmar el carácter de eslabón que tiene “Nuestros años sesentas”.

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Terán, O. “Algún marxismo, ciertas morales, otras muertes”.En Controversia. Año III. N° 14. 1981. Pp. 17 El resaltado es nuestro Terán, O. “Algún marxismo, ciertas morales, otras muertes”.En Controversia. Año III. N° 14. 1981. Pp 18.

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III La cadena dialógica que venimos recomponiendo desde las intervenciones realizadas en la revista Controversia, tiene también su momento en Punto de Vista, especialmente entre 1983 y 1985, años de los que retomaremos cuatro artículos. El primero de ellos es de Oscar Terán y se encuentra en el número diecisiete de la revista, en la que interviene en dos momentos con distintas intencionalidades. Nosotros nos ocuparemos de la segunda, una reseña sobre un libro colectivo sobre derecho jurídico del año 1982. Su contribución lleva un título sugerente que se instala como puente entre la herencia de la revista Controversia en la discusión sobre la crisis del marxismo y el inicio de una participación sostenida en otra publicación en la que intervendrán los miembros de la mesa socialista en México que integraban dicha revista. ¿Adiós a la última instancia?47Es una participación corta que mediante una construcción textual inteligente puede sintetizar tres años de debate y comenzar a marcar una tesitura en cuanto a la revisión del marxismo. No es menor el dato de que, como señalamos anteriormente, la “huidiza última instancia” y su carácter enigmático haya funcionado a la vez como colofón y como apertura de un mismo debate. Queremos hacer notar con esto que esta cadena dialógica sobre la que venimos insistiendo desde los inicios del texto no se sustenta ni en espacios y tiempos determinados, sino que trasciende esas dimensiones y es colocada en la escena por los mismos sujetos y casi de la misma forma. No nos detendremos tanto en el artículo en sí, sino en la operación de sentidos que genera un párrafo en especial, que referenciamos casi textualmente: “si la renuencia hacia la “última instancia” que practican de hecho muchos de los textos contenidos en el libro que comentamos denunciara una justa insatisfacción respecto de esa metafísica de lo infraestructural que acecha al marxismo como el felino a su presa, ¿no habrá llegado también para el pensamiento argentino de izquierda la oportunidad de reclamar el derecho al postmarxismo48?”49 Nos detendremos en la pregunta de Terán y sus semejanzas y diferencias con el inicio del debate en Controversia en el que Aricó se preguntaba si no habrá llegado el momento de que los marxistas argentinos acepten los riesgos de una polémica más allá de sus obtusas resistencias. Claramente en las dos preguntas hay una intención finalista y en cierto punto teleológica, y una lectura que intuye un presente maduro para aceptar que hay que atravesar un estado en pos de llegar a otro y que de cierta forma, según expresa Terán, eso implicaría la renuncia a la “última instancia”, es decir, a toda posibilidad de determinismo aunque este fuera, valga la redundancia en última instancia. Terán enroca la categoría “marxistas argentinos” de Aricó, por “pensamiento argentino de izquierda”, situación que nos deja ver por lo menos dos movimientos: el primero es el pleno pasaje al plano de las ideas de lo que antes era entre otras cosas, una opción teóricopolítica; el segundo es la inclusión del problema de la nación en su enunciado, cabe recordar que este último movimientoapareció recurrentemente en los textos de Controversia y 47 48 49

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Terán, O. “¿Adiós a la última instancia?”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VI. N° 17. 1983. El resaltado es nuestro Terán, O. “¿Adiós a la última instancia?”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VI. N° 17. 1983. Pp. 47

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en otras construcciones de Terán, como por ejemplo, los estudios sobre Aníbal Ponce o José Ingenieros. Otra diferencia, tal vez la mayor, entre las dos preguntas y entre los dos momentos, es el anuncio del derecho al postmarxismo, darle entidad a ese estado, a esa “forma teórica” parafraseando a Del Barco, sin “última instancia”. Esa es la mayor operación de sentido, porque mientras que Aricó y los debates de Controversia -graficándolo en términos clásicos- se preocupan por la transición, Terán se atreve a proponer un momento diferente, en el que el desafío se encuentra entrazar las márgenes del postmarxismo. En el número diecinueve, correspondiente a diciembre de 1983, a pocos días del triunfo de Raúl Alfonsín, José Sazbón50 interviene en este debate respondiéndole a Oscar Terán. Sazbón descompone la argumentación de manera analítica y enumera el orden con el que se estructura el texto: 1. La “última instancia” es desechable la agobian su notoriedad, su misterio, su ineficacia. 2. La “última instancia” constituye un cerco insuperable para un marxismo no metafísico. 3. Luego, quien desee eludir la metafísica (“también” el pensamiento argentino de izquierda) debe quebrar esa tradición insidiosa e instalarse del otro lado de la coupure: en el “postmarxismo”.51 Pone en evidencia la existencia de debates preexistentes y la tendencia a ocultar, o por lo menos mantener en la sobra, pactos de lecturas ominosos referidos a la crisis del marxismo y, acusa a Terán de preferir un relativismo de los descentramientos indefinidamente estancos antes que “una recaída en “esa metafísica de lo infraestructural” –es decir, la última instancia hecha sistema y opio intelectual- que, “acecha al marxismo como el felino a su presa””52. En el número veinte de la misma publicación, Terán retoma el debate con un título nuevamente sugerente: Una polémica postergada: la crisis del marxismo53. Allí, exterioriza una serie de marcas que tendrán un impacto profundo en la concepción de “Nuestros años sesentas”, al poner en duda toda la tradición del marxismo y su capacidad explicativa a lo largo de su historia como tal. Pero como nuestro interés no está puesto en el debate en sí, sino en la reconstrucción de la cadena dialógica y de qué manera las huellas de algunos eslabones trascienden en los demás, hemos decidido referenciar un párrafo completo y no dedicarnos a profundizar los argumentos que recorren el artículo. Sostiene Terán: “… si el marxismo fue para alguno de nosotros, durante años, un modo de decir “no”, un hilo con el que se tejía la tela de nuestras rebeldías ante las injusticias sociales y un estado de cosas que nos resultaba intolerable, hoy, acosado por la práctica de Estados y partidos autoritarios que lo reclaman como su ideología oficial, y cuestionado por los funestos errores promovidos por el deseo de revolución en nuestro país, es preciso que ingrese en un arreglo de cuentas en donde nuestras responsabilida50 51 52 53

Sazbón, J. “Derecho a réplica: Una invitación al postmarxismo”. EnPunto de Vista. Revista de Cultura. Año VI. N° 19. 1983. Sazbón, J. “Derecho a réplica: Una invitación al postmarxismo”. EnPunto de Vista. Revista de Cultura. Año VI. N° 19. 1983. Pp.36. Sazbón, J. “Derecho a réplica: Una invitación al postmarxismo”. EnPunto de Vista. Revista de Cultura. Año VI. N° 19. 1983.Pp. 36-37 Terán, O. “Una polémica postergada: la crisis del marxismo”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VII. N° 20. 1984.

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des difícilmente podrían exagerarse54”55. Una contribución de Beatriz Sarlo es el cuarto artículo elegido.Intelectuales, escisión o mímesis56 es una programática político-intelectual publicada en pocas páginas.Se encuentra en el número veinticinco de la revista Punto de Vista de 1985. En escasas páginas, Sarlo realiza una aguda re-lectura del pasado en la que opone la “acción” a la “razón crítica”.Ese binarismo le permite sentenciar que, “ni en el peronismo ni en los partidos de izquierda revolucionaria se podía actuar y pensar al mismo tiempo”57, lo que marca toda una clara reinvención de la relación entre intelectuales y política. Luego de esta lectura binaria de la realidad pasada, va a mencionar reiteradamente una figura clave: “intelectuales que protagonizaron los momentos cruciales”, sobre los que va a marcar una programática precisa y contundente que puntualizaremos de manera gráfica: “los intelectuales que protagonizaron los momentos cruciales de los últimos años no necesariamente deben convertirse a la estética del fragmento o iniciarse en la práctica del escepticismo con la misma pasión con que se entregaron a la perspectiva revolucionaria. [deberían evitar] quedar petrificados en la contemplación de nuestro pasado, ya sea bajo la forma del momento revolucionario derrotado o de la equivocación monstruosa de la cual nada puede extraerse. Es decir, contemplar el pasado como lo que puede ser un futuro deseable o como el error absoluto. [sentir] alivio frente a esta pérdida de referentes, en la medida en que la crisis de los referentes políticos se constituye en condición de una mayor indeterminación de sus propias posiciones frente a lo político, para decirlo brevemente, en condición de ejercicio de su libertad. repensar las relaciones entre cultura, ideología y política, como relaciones gobernadas por una tensión ineliminable que es la clave de la dinámica cultural, en la medida en que la cultura y política son instancias disimétricas y, por regla general, no homológicas. Se trataría, entonces, de pensar al intelectual como sujeto atravesado por esta tensión y no como subordinado a las legalidades de una u otra instancia, listo para sacrificar en una de ellas lo que defendería en la otra”58. Consideramos que la mejor manera de cerrar este apartado es con una pregunta que al menos sea, algo más que una expresión de conjeturas: ¿Podemos acaso, seguir sin ver las huellas destacadas en estos textos,como parte de las “advertencias” de Terán?

IV El siguiente eslabón en este debate es “Nuestros años sesentas”. Ahora avanzaremos en una lectura del “apéndice”, en esta misma clave. Este capítulo es la reproducción de un panel que se realizó en el Club de Cultura Socia54 55 56 57 58

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El resaltado es nuestro Terán, O. “Una polémica postergada: la crisis del marxismo”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VII. N° 20. 1984. Pp. 20. Sarlo, B. “Intelectuales:¿escisión o mímesis?”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VII. N° 25. 1985. Sarlo, B. “Intelectuales:¿escisión o mímesis?”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VII. N° 25. 1985. Pp. 4. Sarlo, B. “Intelectuales:¿escisión o mímesis?”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VII. N° 25. 1985. Pp. 4-6.

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lista con motivos de poner en debate a Oscar Terán y Silvia Sigal, quienes habían publicado libros sobre un objeto semejante en 1991. Punto de Vista reprodujo en su número cuarenta y dos, del año 1992, la totalidad de las presentaciones y la editorial Siglo XXI se encargó de incluirlo en esta edición definitiva. Rescatamos de este debate dos pasajes en los que interviene Oscar Terán. El primero de ellos señalando el segundo momento de profundo cambio en su trayectoria personal, que es la incorporación a lo que Silvia Sigal llama “partido cubano”59. Allí destaca el año 1975,momento en el que descubre, de manera muy confusa que las ideologías también son mortales y que para él y no tan sólo para él “el hilo de los días se había cortado”60 y de 1976 comoel año de la derrota. Párrafos más abajo, encontramos dos afirmaciones que nuevamente reiteran su convencimiento en algunos planteos: “verifi[qué] una vez más que el pensamiento siempre llega tarde”61 y“creo también que pocas veces como en esos años se pudo percibir el salvajismo de las pasiones ideológicas: un conjunto de ideas que estructuraron un conjunto de sujetos y los hicieron ser lo que fueron”62. Sobre las dificultades en su trabajo, Terán sostiene que le interesó volver a ver lo visto, y a leer lo leído, con la enorme dificultad de que ese que ahora leía ya era otroy busca en Todorov las bases de una práctica que se encuentra en las márgenes entre la historia y la memoria. Comenta: “un texto de Todorov me sugirió algo acerca de este problema; se refiere a tres figuras sociales que tienen una diferente relación con su objeto: el científico, que pone la mayor distancia entre su subjetividad y el objeto que considera: el político, que carece de toda distancia y aplasta sus pasiones sobre el objeto, el intelectual, que tiene que mantener una distancia con el objeto, pero como su objeto son pasiones y tragedias no puede evitar tener una relación pasional”63. Hay además, otros eslabones en la cadena, en los que podemos seguir rastreando huellas. La estación Foucault64 en el número cuarenta y cinco de Punto de Vista y Pensar el pasado65, en el número cincuenta y ocho de la misma revista. En este último texto se pregunta sobre la relación entre juicios, justicia e historia y continúa una reflexión de largo aliento, volviéndose sobre la relación entre los fines o los finales, en el sentido Hegeliano y sus sentidos para reinterpretar el pasado, para concluir con una afirmación sobre los setenta: “si se trata de pensar los setentas incluyendo la derrota como dato 59 60 61 62 63 64 65

Terán, O. y Sigal. “Los intelectuales frente a la política”. En Terán, O. Nuestros Años Sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 2013. Pp. 274. Terán, O. y Sigal. “Los intelectuales frente a la política”. En Terán, O. Nuestros Años Sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 2013. Pp. 274-276 Terán, O. y Sigal. “Los intelectuales frente a la política”. En Terán, O. Nuestros Años Sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 2013. Pp. 274 Terán, O. y Sigal. “Los intelectuales frente a la política”. En Terán, O. Nuestros Años Sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 2013. Pp. 275 Terán, O. y Sigal. “Los intelectuales frente a la política”. En Terán, O. Nuestros Años Sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 2013. Pp. 277 Terán, O. “La estación Foucault”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año XVI. N° 45. 1993. Terán, O. “Pensar el pasado” En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año XX. N°58. 1997.

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definitorio, la situación de esta reflexión es aún más compleja, porque a la debacle político-militar se le superpuso la crisis de la idea misma de revolución y aun del propio marxismo”66. Y el último eslabón al que nos referiremos, es a una intervención del año 2006 en la Revista Lucha Armada: La década del setenta. La violencia de las ideas. Allí sostiene su concepción de sujetos configurados por ideas, en este caso: concepciones con fuertes tendencias totalizadoras, cuando no integristas.Introduce el problema de las consecuencias no queridas de los actos, en efecto, para los setenta: ¿cómo pensar la responsabilidad de quienes quisieron un mundo mejor y resultaron uno de los metales mortales que se fundieron sin residuo en la caldera del diablo de la política argentina? Postula la responsabilidad sobre las ideas por las que nos dejamos atrapar y de la interrelación compleja y a veces bizarra entre ideas y acciones humanas CODA Este movimiento que se inicia con la intención de reflexionar los mundos que reiteradamente fueron creándose en nosotros por las lecturas recurrentes de “Nuestros años sesentas”, tuvo sus límites problemáticos cuando las distancias entre lo asumido como existente -debido a la verosimilitud del relato de Terán- y la repetición de la historia esta vez como farsa67, no podían ya sostener la tensión en un eje central de nuestra tarea: la relación entre intelectuales de izquierda y política. El procedimiento esencial para poner en duda nuestros mundos de sentidos, fue asumir que los mismos no son sólo nuestros, sino que allí encontramos una multiplicidad de voces y la que más sonaba era la de Oscar Terán, situación que no es ilógica. El primer paso, en este camino, lo dimos inspirados en la crítica de Ginzburg al abordaje que Skinner realiza de Utopía de Tomas Moro, al que cataloga como una obra de Filosofía Política.Ginzburg sostiene que ese libro es un árbol de otro bosque68. De ningún modo podemos afirmar lo mismo para el caso de “Nuestros años sesentas”, porque no tenemos las evidencias suficientes.Pero, siasegurar que esa metáfora nos sirvió para poner en dudas si ese árbol correspondía a ese bosque. Es decir, ¿ese texto que hemos leído y ha formado innumerables mundos en nosotros, es un texto de historia o sólo eso? Desde allí, comenzamos a objetivar esos mundos que se expresaban en nuestras miradas sobre los intelectuales entre 1996 y 2012, reflexionando: si el texto que mayoritariamente había pre-figurado nuestras miradas no era solamente una “historia” o como Terán sostiene: una “historia de las ideas” sino que es más que eso, ya que se trata de una “operación histórica” para “intervenir” en un debate sobre la crisis del marxismo, que por esa sola condición, es una “operación teórico-política” y que a su vez, el sujeto que se encarga de reconstruir esa historia exterioriza los condicionamientos de esa operación y coloca su tarea en los límites de la una tarea científica y una intelectual. En ese momento pudimos reconocer que las relaciones entre intelectuales y política presentes en nuestros mundos no podían seguir esas vías de comprensión, sin por lo menos, que debíamos reflexionar al respecto. 66 67 68

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Terán, O. “Pensar el pasado”.En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año XX. N°58. 1997. Pp. 2. Marx, K. El XVIII Brumario de Luis Bonaparte. Fundación Federico Engels. Madrid. 2003. Pp. 10. Ginzburg, C. “Ninguna isla es una isla”. En Historia, Antropología y Fuentes Orales. N° 35. Utopía y Contrautopía. 2006. Pp. 6.

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El paso siguiente, ha sido el que puede leerse en este trabajo. Reconocer la dimensión performativa de “Nuestros años sesentas”, asumir una tarea de “descanonización” del mismo a partir de las nociones de Bajtín de enunciado, dialogicidad y polifonía, colocando el peso en su participación en una cadena dialógica, equiparando allí la “operación histórica” con la “operación teórico-política”. En ese recorrido reflexivo-textual, hemos buscado las huellas presentes en los eslabones de la cadena de enunciados que se expresan en las “advertencias” y el “final” de la obra de Terán y, de algún modo esos indicios nos han llevado, a que en reiterados pasajes de nuestra escritura hayamos afirmado nuestra conjetura inicial: que nuestra concepción de los intelectuales es semejante a la de Terán porque al pertenecer a la misma cadena de discusión sus enunciados penetraron el tiempo y generaron significaciones profundas, aunque las mismas se encuentran en un contexto limitado, deben ser necesariamente respondidas porque, nuevamente trayendo a colación a Ginzburg: ninguna isla es una isla.

Referencias bibliográficas Aricó, J. “Crisis del marxismo. Presentación”. En Controversia. Año I. N° 1. 1979. Aricó, J.“Ni cinismo ni utopía”. En Controversia. Año II. N° 9-10. 1980 Bajtín, M. Estética de la creación verbal. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 1998. Del Barco, O. “Respuesta a Paramio y Reverte. Observaciones sobre la crisis del marxismo”. En Controversia. Año I. N° 2. 1979. Del Barco, O. “Desde el fragor del mundo”. En Controversia. Año II. N° 9-10. 1980 De Ípola, E. “Un Legado Trunco”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año XX. N° 58. Agosto de 1997 Garategaray, M. “Democracia, intelectuales y política. Punto de Vista, Unidos y la Ciudad Futura en la transición política e ideológica de la década de los ´80”. En Estudios. N° 29. 2013. Ginzburg, C. “Ninguna isla es una isla”. En Historia, Antropología y Fuentes Orales. N° 35. Utopía y Contrautopía. 2006. Pp. 6. Ginzburg, C. Mitos, emblemas e indicios. Prometeo. Rosario. 2012 Marx, K. El XVIII Brumario de Luis Bonaparte. Fundación Federico Engels, Madrid, 2003. Montaña, M. J. “Consideraciones en torno a la metamorfosis del intelectual latinoamericano en los años noventa”. En Questión. Revista especializada en Periodismo y Comunicación. Vol. 1, N° 40. Octubre-diciembre 2013 Paramio, L. y Reverte. “Razones para una contraofensiva”. En Controversia. Año I. N° 1. 1979. Paramio, L. y Reverte. “Crisis del marxismo. El marxismo y el minotauro. Respuesta a Oscar del Barco”. En Controversia. Año II. N° 5. 1980 Sarlo, B. “Intelectuales: ¿escisión o mímesis?”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VII. N° 25. 1985 Sazbón, J. “Derecho a réplica: Una invitación al postmarxismo”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VI. N° 19. 1983. Schmucler, H. “Apuntes e interrogantes para reflexionar sobre política”. En Controversia. Año III. N° 11-12. 1981 Starcembaum, M. “Historia, política y responsabilidad: Óscar Terán y la autocrítica entre los intelectuales de izquierda en Argentina. En Historia de las ideas, estudios de la memoria. N° 51-52. Enero-junio/ Julio-diciembre de 2012. Terán, O. “De socialismos, marxismos y naciones”. En Controversia. Año II. N° 7. 1980. Pp. 21. Terán, O. “Algún marxismo, ciertas morales, otras muertes”.En Controversia. Año III. N° 14. 1981. Terán, O. “¿Adiós a la última instancia?”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año VI. N° 17. 1983 Terán, O. “Una polémica postergada: la crisis del marxismo”. En Punto de Vista. Revista de Cultura.

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Año VII. N° 20. 1984. Terán, O. “La estación Foucault”. En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año XVI. N° 45. 1993. Terán, O. “Pensar el pasado” En Punto de Vista. Revista de Cultura. Año XX. N° 58. 1997 Terán, O. Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Siglo XXI editores. Buenos Aires. 2013. Terán, O. y Sigal. “Los intelectuales frente a la política”. En Terán, O. Nuestros Años Sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Siglo XXI Editores. Buenos Aires. 2013. Thompson, E.P. Tradición, revuelta y consciencia de clases. Estudios sobre la crisis de la sociedad preindustrial. Editorial Crítica, Barcelona. 1984. Thompson, E.P. “Prefacio”. En Thompson, E.P. Obra Esencial. Crítica, Barcelona. 2002. Trotsky, L. La revolución traicionada y otros escritos. CEIP León Trotsky-Museo Casa León Trotsky-IPS. 2014 Voloshinov, V.N. El marxismo y la filosofía del lenguaje. Alianza Editorial. Madrid. 1992.

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Historiografía de una experiencia del Interior Acerca de la Revista de Ideología y Cultura, Pasado y Presente (Córdoba, 1963-1965) -Verónica Cecilia Roumec[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected] - [email protected])

Palabras iniciales1 Esta ponencia referencia acerca de la periodización que nos presentan Oscar Terán y Claudia Gilman para poder repensar y problematizar acerca de los años sesentas, contexto histórico en el que la Nueva Izquierda Argentina triangulada en tensiones, posibilitó la emergencia de revistas culturales en espacios fronterizos a los circuitos culturales predominantes en ese momento, donde la revista cordobesa se presenta, en ese sentido, cómo una clara referencia. Se intentará dar cuenta acerca de que se escribió, cómo se escribió y desde dónde se escribió sobre “Pasado y Presente”, su impronta y las nuevas lecturas que posibilita.

Notas para una aproximación (acerca de los antecedentes historiográficos para los “Años Sesentas y Pasado y Presente”) Los años sesentas se presentan a los estudiosos de las Ciencias Sociales en general y, a los historiadores en particular, como un objeto de estudio sobre el cual es preciso realizar algunas consideraciones. Éstas se entienden como necesarias y pertinentes, en cuanto resultan ser una orientación que permite avanzar en la temática que se pretende dar cuenta: reconocer distintas miradas, interpretaciones y problemáticas sobre los años sesentas, contexto históricoque posibilitala emergencia de lo que va a denominarse “Nueva Izquierda Argentina”, en la que se sostiene y fundamenta la inscripción de la revista de Ideología y Cultura “Pasado yPresente”2. En tal sentido, es preciso mencionar que se acuerda con Oscar Terán [1991] y Claudia Gilman (2003) acerca de la diversidad y amplitud que encierran los “años sesentas” porque habilitan múltiples interpretaciones y líneas de análisis que lejos de clausurar los abordajes en investigación, continúan hoy, presentando a los investigadores desafíos quese revitalizan en nuevas problemáticas proponiendo re-lecturas y/o nuevos interrogantes que devienen de una complejización, que inicial, se transforma: la temporalidad y los alcances de los años sesentas. Los años sesenta presentan importantes y notables antecedentes historiográficos; entre 1 2

Esta temática con algunas modificaciones ya ha sido desarrollada en el “I Taller de Encuentro e Intercambios sobre Memoria, Política y Género en el campo de la Historia y las Ciencias Sociales”, Río Cuarto, Noviembre de 2014. Solamente se considerará la primera etapa, comúnmente conocida como la etapa cordobesa.

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ellos el abordaje realizado por Oscar Terán [1991](2013)3 constituye una doble guía inicial; al permitir por un lado indagar sobre los años sesentas y por otro, al posibilitar el surgimiento de nuevas miradas. Entre los estudios más contemporáneos, pueden citarse los aportes de Silvia Sigal (2002), Claudia Gilman (2003)4 siendo los más recientes, los de Pablo Ponza (2007; 2010)5. Estos autores nos presentan desde lo teórico-metodológico e historiográfico, a los años sesentas en todas sus posibles dimensiones de estudio: literaria, política e ideológica, intelectual, trayecto de los discursos sociales y de los múltiples leguajes, pensamientos e ideas, mercados y revistas culturales, la vía armada; entre otros. Aunque no agotan las miradas sobre los sesentas, cada una de estas investigaciones diferenciadas y específicas, coinciden en reflejar que los años sesentas estuvieron impresos deun importante desarrollo de la revisión y la crítica que interpeló distintas estructuras que, mirada por las “nuevas generaciones, ” se presentaron como obsoletas e incapaces para explicar la realidad social. En relación al objeto de estudio al que se hace referencia – la revista de Ideología y Cultura- es preciso dar cuenta de la existencia de importantes antecedentes historiográficos que, analizado por distintos autores y desde distintas disciplinas- la Literatura y la Filosofía, entre otras- nos permite reconocer lo trascendente de esta empresa cultural y escrituraria (Teran:2013)6. Al respecto, se mencionan algunas referencias: Omar Acha (2014); Raúl Burgos; Horacio Crespo (1997)7. A propósito de consignar antecedentes historiográficos, resulta oportuno mencionar que José “Pancho” Aricó8, uno de los animadores de la revista también ha sido considerado. Así, los “años sesentas” pueden ser entendidos como un punto de inflexión para el proceso histórico latinoamericano y argentino. Se sostiene que la principal característica de esta época fue la “Combatividad”, que se presentó bajo una doble modalidad: la vía armada y la discursiva, siendo esta última la que adquirió -a nuestro criterio- mayor notoriedad, alcance e influencia para la evolución y desarrollo de pensamientos y construcciones discursivas siendo un claro emergente de ello, la revista cordobesa de Ideología y Cultura “Pasado y Presente” (1963-1965).

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Terán, Oscar [1991] “Nuestros Años Sesenta”. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Edición definitiva, Siglo XXI Editores, Buenos Aires,(2013) Sigal, Silva “Intelectuales y poder en la década del sesenta”, Puntosur, 1991, Buenos Aires.Gilman, Claudia “Entre la Pluma y el Fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario enAmérica Latina”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2003 Ponza, Pablo; “Los sesenta-setenta: intelectuales, revolución, libros e ideas” En Revista deEscuela de Historia Nº 6, Salta, enero/diciembre, 2007. “Intelectuales y violencia política (1955-1973); Ponza Pablo;“Historia intelectual, discursos políticos y concepciones de lucha armada en la Argentina de los sesenta-setenta”, Córdoba, Babel editorial, 2010. Cfr. Terán, Oscar. Op. Cit. p. 43. Acha, Omar “Releer Pasado y Presente: ¿por qué, desde dónde y para qué? En Dossier: 50 años de Pasado y Presente. Historia Intelectual, perspectivas y legados en Prismas, Revista dehistoria intelectual, Nº 18, pp. 239-242, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires. Burgos, Raúl “Los Gramscianos Argentinos”. Cultura y política en la experiencia de Pasado y Presente, Siglo XXI Editores, 2004 Buenos Aires. Crespo, Horacio “Córdoba, Pasado y Presente yla obra de José Aricó. Una guía de aproximación” En Prismas, Revista de historia intelectual Nº 1, 1997, pp. 139-146, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Aires; entre otros aportes. Sería en extenso dar cuenta de la bibliografía que considera a José María Aricó. A tal efecto sólo se mencionará a la obra de Raúl Burgos, Op. Cit. infiere la producción de José Aricó como una continuación del proyecto sesentista “Pasado y Presente”.

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¿Una temporalidad para los años sesentas? ¿Desde qué perspectiva de análisis es posible plantear una temporalidad para los años sesentas? Los aportes de Oscar Terán [1991] (2013) y Claudia Gilman (2003) posibilitan una mirada que supone y habilita la complementariedad desde cierta integralidad. Se coincide con el planteamiento de Gilman cuando define a los años sesentas/setentas9 como una “época”. Para esta autora “… una época se define como un campo de lo que es públicamente decible y aceptable – que goza de las más amplia legitimidad y escucha- en cierto momento de la historia, más que como un lapso temporal fechado por puros acontecimientos, determinado como un mero recurso adeventa…” (Gilman: 2003: 36). La autora nos propone una conceptualización de temporalidad que busca problematizar los tiempos en la Historia y de esa manera, conduciría a los historiadores a reconsiderar la temporalidad con la que trabajan o al menos, repensar nuevas. La pretensión de Gilman, es avanzar en ladeconstrucción y desnaturalización de esta categoría analítica y proponer otra que permita ciertamente, reconocer la manifestación de una “épocahistórica”, eneste caso, la época de los sesentas. Para ello, la noción de Temporalidad es planteada en función de la identificación de ciertas características que permiten observar continuidades de un cierto recorte arbitrario del tiempo. Ésta es construida y analizada a partir de considerar densidad; peso específico y, límites temporales más o menos definidos de los acontecimientos y procesos históricos quepermiten identificar una característica de contínuum desde fines de los años 50s a mediados de los años 70s: rebeldía, contestación, denuncia, crítica y la convicción profunda en la “Revolución” que provocaría el “cambio” en todos los órdenes a través del interés creciente que adquirirá la política como vehículo hacia la transformación. A mediados de los años ‘70s se asiste a una contracción, en palabras de la autora, “… referirme al surgimiento y eclipse de estas nociones…” (Gilman: 2003: 37) para determinar el fin de una “época”. ¿Cuál es la temporalidad (periodización) que refiere Oscar Terán [1991] [(2013)] cuando aborda los años sesentas? Y pregunta“… ¿De quién son ‘nuestros’ estos años sesentas? ¿Cuál es el “nosotros”?...” (Terán: 2013: 43). La periodización que este autorproponees precisa y acotada en variables históricas, -tiempo y espacio- comprende un decenio cuya principal característica desde el punto de vista político estuvo marcado por el quiebre al orden democrático en nuestro país, el interregno entre las denominadas “Revoluciones Libertadora y Argentina”: 1955-1966. Durante este deceniose fue conformando un universo y horizonte discursivoque posibilitó la concreción de una cosmovisión en torno “… de las ideas que circula al interior del universo de los intelectuales…” (Terán: 2013:43). Este universo diseñó y condensó fronteras que flexibles permitió, a ciertos grupos de intelectuales poder llevar a cabo una “empresa escrituraria” 10 que pretendía dar cuenta de intereses y problemáticas que se presentaron como afines y, que versaron en intentar comprender la realidad nacional después del periodo que se abrió con la caída del gobierno de Juan Perón, ciclo que se cierra según el autor, con el golpe de Estado llevado a cabo por Onganía11.

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Aunque la autora considera al período Sesenta/Setenta como un solo bloque temporal que desarrollará en extenso en el capítulo 1 de su obra, aquí solo aquí se considerará la noción de “Época” que propone. Cfr. Terán, Oscar. Ibídem, p. 43. En el “Estudio Preliminar” a la obra de Terán, Hugo Vezzetti manifestará que será el propio autor, años después, el que reconsiderará la hipótesis para su obra, finalizando los años sesentas en 1969 cuando la radicalización optará por la vía armada marcando un claro y decisivo giro. Cfr. Terán. Ibídem, p. 37.

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Donde la Izquierda Argentina empieza a re-pensarse a sí misma. ‘La época’ comprendida entre 1956 a 1966 y, con una mirada que partió inicialmente, de la influencia de la Filosofía en su “versión sartreana” de acuerdo a Terán [1991](20113); empezaba a construir un corpus que desde nuevos marcos explicativos de la mano de la “renovación” historiográfica, epistemológica y sociológica, posibilitaba un lento reconocimiento de aquellas ideas que empezaban a circular en el seno del mundo de los intelectuales argentinos: intentar comprender un pasado que, no tan próximo no habían podido llegar a percibir en su totalidad, básicamente, nos estamos refiriendo al fenómeno peronista. En este proceso que Carlos Altamirano (2001)12 ha denominado como “una empresa revisionista”13, participaron intelectuales y partidos políticos: “…En la trama de los discursos de izquierda de esos años circularía también –a veces paralelamente, a veces mezclado con el marxismo que extraía esquemas y argumentos del leninismo o del trotskismo- lo que podríamos llamar un neomarxismo de y para intelectuales…” (Altamirano: 2001:67) Se iniciaba así un lento camino en la que las distintas estructuras –políticas y partidarias, aunque no las únicas- empezaron a resquebrajar parte de sus cimientos y la izquierda argentina no pudo escapar a ello. El giro que se produjo a partir del XX Congreso del PCUS en 1956 -que le siguió a la muerte de Stalin- mostró signos de contradicción. En palabras de Terán “…la intervención soviética de fines de ese mismo año en Hungría arrojó mensajes al menos confusos aún para los más predispuestos a aceptar como buenas aquellas autocríticas…” (Terán: 2013: 147). Así, en este contexto de incomprensión, al interior de la anquilosada estructura del seno partidario del partido comunista argentino, se empiezan a observar intentos de “renovación” a partir de proponer nuevas re-lecturas del marxismo que fue acompañada de una autocrítica14: la identificación que la dirigencia partidariahabía hecho delperonismo entendiéndolo como una versión doméstica del fascismo y a los “descamisados”- “cabecitas negras” con el “lupem proletariado” junto al surgimiento de nuevos protagonistas que “levantaron” sus voces díscolas, originaron un proceso que permite dar cuenta que desde fines de los años cincuenta y durante todos los sesentas, la izquierda argentina empieza a repensarse a sí misma en clivaje político y discursivo en “…esta tensión entre modernidad y tradicionalismo…” (Terán: 2013: 129). En este sentido, la figura de Héctor Agosti15 puede ser pensada como un punto de inflexión. Con la introducción y la propuesta de lectura de un marxismo “desconocido” como el de Antonio Gramsci, Agosti propició “una aparente renovación de la cultura y del partido comunista”. Según Massholder (2011), Héctor Agosti ya había iniciado un tempra12 13 14

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Cfr. Altamirano, Carlos; Peronismo y cultura de izquierda, Temas Grupo Editorial SRL, Buenos Aires. Cfr. Altamirano. Op. Cit. p. 59. En este sentido, es oportuno señalar la mirada que hizo Rodolfo Puiggrós acerca de los desaciertos en los que la izquierda tradicional argentina se había inmerso. Para este intelectual y ex comunista, desde suorigen,la izquierda siempre desde una mirada extranjerizante, nunca había podido dar cuenta de la realidad nacional, ni siquiera desde sus primeros teóricos, señalando a Justo. Ese a su entender, había sido el mayor de los pecados. Es preciso también referir que Aricó (1999) en su última producción, “La Hipótesis de Justo” propone una revisión de los supuestos de Puiggrós. Cfr. Aricó, José María; “La Hipótesis de Justo”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 1999. Para un mayor detalle, véase los aportes realizados por parte de Alexia Masholder al respecto en el que se observa una posición distante a la que ofrece Raúl Burgos. Cfr. Massholder, Alexia “La llegada de Gramsci a la Argentina. Una relectura sobre Héctor P. Agosti”. Disponible en http://dx.doi. org/10.5209/rev_FOIN.2011.v11.37008. P. 46.

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no acercamiento al pensamiento de Antonio Gramsci en su obra “El Hombre Prisionero” de 1938 y con “Echeverría” en 1951 donde había algunas categorías analíticas del marxismo versión italiana de manera explícita. Al frente de Cuadernos de Cultura16, Agosti llevó adelante importantes avances que dieron cuenta de las influencias de los escritos de Antonio Gramsci17 , que se materializaron cuando en torno a su figura se produjo el acercamiento de un grupo de jóvenes, Juan Carlos Portantiero18, Oscar del Barco y José Aricó, intelectuales y universitarios – no fue el caso del último- entre otros, quienes durante cuatro años se introdujeron en la lectura del pensamiento gramsciano. Este ingreso significó la consideración de la concepción de la praxis, el historicismo, humanismo en el marxismo y la noción del voluntarismo nos manifestará Oscar Terán [1991] (2013). El eco de Gramsci en estos jóvenes que, impregnados con el espíritu de la revolución en experiencia cubana y, con una fuerte convicción del “sentimiento de la injusticia”,tuvo consecuencias inesperadas. Se empezaba a sellar unaincompatibilidad que emergió, siguiendo a Sebastián Malecki (2009) desde una nueva “frontera” geográfica: la “Turín” de Latinoamérica”, la mediterránea y rebelde, Córdoba.

Armas para el “combate”. A propósito de las revista culturales. De esta tensión que devino en la principal característica que fue señalada por Oscar Terán y que operó en el campo de lo político-cultural, emergerá otro proceso que, con fuerte impacto avanzará por la senda paralela: la radicalización a la que asistirá la intelectualidad por los años sesentas. Ésta terminará constituyendo, el último vértice de esta tensión ya presente a mediados de los años cincuenta entre tradicionalismo y modernidad. Esta “nueva” tensión en clave cultural y político quedó triangulada: tradicionalismomodernidad-radicalización. La presencia de las revistas culturales, emergerá como una de las partes de esa visibilidad de la radicalización; la otra será la lucha armada. Las revistas culturales como productos que documentan los distintos momentos del mundo de la cultura, permitieron dar cuenta de la convergencia de diversos proyectos y trayectorias de colectivos e individuos que compartían preocupaciones en común (Beigel: 2003)19 Para Horacio Tarcus20 las revistaspueden ser consideradas como una de lasformas más pragmáticas, programáticas, visibles y privilegiadas que asumen los actores del campo de la cultura cuando deciden ahondar cierto tipo de “….militancia cultural (…) porque 16 17 18

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De ahora en más C.C. Massholder en relación a la importancia de la figura de Héctor Agosti como el gran impulsor de las ideas en Gramsci al interior del partido comunista argentino. Quien habría conocido a Héctor Agosti a comienzos de los años cincuenta en la Casa de la Cultura Argentina a propósito de la publicación del libro sobre Echeverría. En relación a la ocasión del encuentro entre Portantiero y Aricó, el primero señala que no recuerda bien el momento ni la fecha del acontecimiento pero que se hicieron amigos y fue el propio Aricó el que le propuso a Portantiero la posibilidad de editar una revista en la que ambos coincidieron en su nombre: Pasado y Presente. Cfr. Massholder, Op. Cit, p. 51-52. Para una mayor aproximación a esta temática, véase Beigel, Fernanda, Las revistas culturales como documentos de la cultura latinoamericana” En Utopía y Praxis, Año 8, Nº 20, marzo, 2003; CESA-FCES, Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela; pp. 105-115. Disponible www.redalyc.uaemex. mex/pdf/7279/27902002.pdf A diferencia de Beigel, Tarcus circunscribe su análisis a las revistas culturales argentinas. Cfr. Tarcus, Horacio “Catálogo de Revistas Culturales Argentinas” (1890-2006) En Ce.D.In.Ci Centro de Documentacióne Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina, Buenos Aires, 2007. Disponible en www.cedinci.org/catalogos/intro_CCA.pdf

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las revistas han sido (y siguen siendo) los vehículos privilegiados a través de los cuales se expresan los colectivos humanos, ya sean políticos, literarios, artísticos, científicos o filosóficos. Las revistas expresan a un grupo, le dan cohesión y contribuyen a forjar su identidad…” (Tarcus: 2007: 3) De acuerdo a la taxonomía para las revistas culturales propuestas por este autor, se sostiene que “Pasado y Presente” puede ser concebida como “contrahegemónica” ya que al postular nuevos tópicos desautorizó voces 21del pasado e imprimió una genealogía diferenciada: Gramsci.

Cuando la “discursividad es incómoda y la paciencia se agota”: hacia la ruptura con el PCA. 1962 fue el año clave que terminó germinando una “impaciencia” de larga data y que devino en ruptura. “ (..)…aun cuando el informe de Codovilla buscó aggiornar las posiciones de los comunistas respecto a los temas candentes de la hora (acercarse al neoperonismo; y “saludar y apoyar” al proceso revolucionario cubano), subyacía una discrepancia vinculada a dos conceptos centrales de la época: “revolución” y“democracia”…” (Prado Acosta: 2013: 69) La lectura de Antonio Gramsci, el eclipse que irradiaba la Revolución Cubana, la proscripción del peronismo y la “traición” de Frondizi, fue una combinación que, explosiva, fue leído por estos jóvenes en clave política: estaban dadas las condiciones materiales para llevar adelante la revolución. El artículo de Oscar del Barco “Notas sobre AntonioGramsci y el problema dela objetividad” para ser publicado en el número 59 de fines de 1962 en C.C, terminarán agotando la “paciencia de los viejos” y aumentó la “impaciencia de los jóvenes”. Protagonizando un fuerte debate y con posiciones encontradas, la nota de Del Barco obturaba en parte, la modernización de la estructura partidaria a la aspirabaAgosti conel ingreso de la línea marxista versión italiana. Gramsci fue, al mismo tiempo, su propio límite22. Raúl Burgos sostiene que la publicación de la nota de Del Barco puede ser entendida como un signo de la “apertura” que propiciaba Agosti desde los C.C o bien, como un “…ajuste de las cuentas con las posiciones gramscianas embutidas en los textos publicados por el propio PCA, para disgusto de los guardianes ideológicos del partido…” (Burgos: 2004:56). Desde la dirigencia partidaria se decidió que en el siguiente número de C.C se redactaría una respuesta al escrito de Del Barco23 En tal sentido, Aricó es categórico: “…la redacción de una respuesta en la que se explicite la ‘posición’ de la comisión, que en este caso equivalía a la del partido (¡sic!) sobre el tema…” (…) “…Detrás del debate sobre la poética realista, o sobre el carácter del inmanentismo gramsciano en su vinculación con el marxismo, había en realidad un cuestionamiento de la política comunista en su conjunto. Tanto nosotros, como ellos, lo sabíamos, pero nadie estaba dispuesto a poner las cartas sobre la mesa…” (Aricó: [1987] 2005: 84:85).

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Aunque el autor no utiliza esta categoría sino la de descalificación, se entiende que para el caso que nos ocupa, la emergencia de la revista Pasado y Presente, ésta no descalifica sino por el contrario, desautoriza voces. Para un mayor detalle en relación a la taxonomía, véase Tarcus. Op. Cit. pp. 2-3 Este aspecto es analizado en profundidad por Adriana Petra “El momento peninsular. La cultura italiana de posguerra y los intelectuales comunistas argentinos” En Revista Izquierdas, año 3, número 8, 2010, p. 4. Disponible en http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3394257 Los encargados del escrito serían Raúl Sierra y Raúl Oliva, publicación que sería publicado en el número 63 de C.C. Para un mayor detalle, véase Raúl Burgos, Op. Cit. p. 58.

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Expulsos… Hacia una Historiografía del Interior… Nacida “…bajo el signo del cuestionamiento de las interpretaciones legadas por la izquierda tradicional…” (Altamirano: 2001: 59) “Pasado y Presente”puede ser concebida como una segunda etapa de “continuidad en la ruptura” en el seno delPCA24. Con una circulación trimestral, Oscar del Barco y Aníbal Arcondo asumieron la dirección de esta empresa ideológica que fue financiada originalmente, por el PCA. El editorial redactado por José Aricó, manifestaba claramente la toma de posición asumida y, terminó sellando el destino de estos jóvenes:“… En la gestación de una revista de culturasiempre hay algo de designio histórico, de ‘astucia de la razón’. Algo así como una fuerza inmanente que nos impulsa a plasmar cosas que roen en nuestro interior y que tenemos urgente necesidad de objetivar…” (…) “…Pasado y Presente intenta iniciar la reconstrucción de la realidad que nos envuelve, partiendo de las exigencias planteadas por una nuevageneración con la que nos sentimos identificados. Lo que no significa negar o desconocer lo hecho hasta elpresente, sino incorporar al análisis esa urgente y poderosa instancia que nos impulsa en forma permanente a rehacer la experiencia de los otros, a construir nuestras propias perspectivas…” (Pasado y Presente: 1963: 1). ¿Qué era aquello que roía en los pensamientos de los integrantes de Pasado y Presente que tenía la necesidad de ser manifestado? Y ¿Por qué la urgencia de rehacer la experiencia de los otros?, ¿Quiénes son los otros? Todos estos interrogantes denotan, en una primera instancia, el intento por parte de los miembros de la revista de constituirse como una empresa que pretendiera dar cuenta de la necesidad de repensar y reconstruir los discursos sociales acerca de la realidad nacional a partir de la toma de posición que puede entenderse como crítica: “...(…) Esta es en el fondo la preocupación que anima a los redactores de Pasado y Presente (…) Que no caiga en el enciclopedismo erudito y estéril y que para ello tenga siempre presente su función de arma de combate… (…) nacida de la convicción profunda de que la autonomía y la originalidad del marxismo se expresa también en su capacidad de comprender las exigencias a las que responden las otras concepciones del mundo. No es abroquelándose en la defensa de las posiciones preconstituidas cómo se avanza en la búsqueda de la verdad…” (Pasado y Presente: 1963:16-17) El grupo, inicialmente conformado por un núcleo pequeño de tres intelectuales, encontró, nos comentan James Brennan y Mónica Gordillo (2008), el apoyo de los estudiantes universitarios a través de la presencia del presidente de la FUC, Abraham Kozak. De matriz gramsciana, el primer número de la revista se agotó con rapidez (Petra: 2014) y significó, la expulsión de todo el grupo partícipe25. En el primer número se observa una fuerte presencia de artículos filosóficos y políticos contabilizando un total de doce y con fuerte influencia italiana. A partir de 1964con el 24

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Siguiendo la posición que formularon Fernando Devoto y Nora Pagano cuando mencionan la expulsión que sufrieron Rodolfo Puiggrós, Juan José Real y Eduardo Astesano cuando a mediados de los años cincuenta, inician un camino que los colocará próximos al peronismo como un primer proceso de ruptura. Véase Capítulo 5 Historiografía de las izquierdas En Historia de la HistoriografíaArgentina, Editorial Sudamericana, 2009, Buenos Aires. La respuesta de parte de la dirigencia partidaria fue publicada en el número 59 de C.C un mes después de aparecida la revista. El PCA daba por concluido la “polémica” que había desatado Oscar del Barco con su escrito sobre Gramsci e instaba a éstos a un examen de autocrítica. Burgos al respecto nos ilustra: “… El camarada del Barco insiste en una seria de tesis, mucha de ellas tomadas de Gramsci, de Gruppi y otros marxistas, como así también adopta postulaciones y argumentos de filósofos comoJ.P.Sartre, M. Merleau Ponty, H. Lèbrevre, que sostienen posiciones reconocidamente revisionistas… “(…) De todos modos estamos convencidos de que una autocrítica militante, necesaria hoy más que nunca, ha de ser un medio eficaz para aumentar la unidad ideológica en el seno de nuestro partido…” (Burgos: 2004:59). Burgos, Ibídem. La reflexión a la que apelaba el PCA nunca se realizó.

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número 2-3- se observa la continuidad de artículos de carácter filosófico y político pero se advierte “un giro”26: la inclusión de pensadores y filósofos franceses y latinoamericanos. Se entiende que el año 1964 es clave ya que permite identificar un “tímido acercamiento matizado” al EGP que financió el número 2-327. Cada una de sus páginas de los nueve números de la revista reflejó enunciados e inquietudes de la época, “lo decible –lo narrable y opinable” (Angenot: 2010:21) La urgencia por dar respuestas desde un tiempo presente hundía sus raíces en un pasado. La disciplina histórica resultó ser el vehículo: “era preciso conocer para llevar adelante “la Revolución”.

Cuando el Pasado es un eterno Presente… Han pasado ya cincuenta años de la primera publicación de la Revista de Ideología y Cultura “Pasado y Presente” y todavía hoy, sigue convocando a distintos cientistas sociales a seguir releyéndola, a seguir re-escribiéndola. En tal sentido, como nos comentara Omar Acha (2014) repensar sobre la revista, implica reflexionar sobre algunas cuestiones fundamentales: ¿qué se escribió, cómo se escribió y desde dónde se escribió acerca de Pasado y Presente? En su interior todavía circulan, escurridizamente, universos y juegos de lenguaje a los que se ha prestado poca atención, paradójicamente, la disciplina histórica, aquí y en esta instancia tiene, todavía, a más de cincuenta años, mucho por decir.

Bibliografía Acha, Omar “Releer Pasado y Presente: ¿por qué, desde dónde y para qué? En Dossier: 50 años de Pasado y Presente. Historia Intelectual, perspectivas y legados en Prismas, Revista dehistoria intelectual, Nº 18, pp. 239-242, Universidad Nacional de Quilmes, Buenos Altamirano, Carlos “Peronismo y cultura de izquierda”, Temas Grupo Editorial SRL, Buenos Aires, 2001. Angenot, Marc “El discurso social”. Los límites históricos de la pensable y lo decible, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2010. Aricó, José María [1987] “La Cola del Diablo”. Itinerario de Gramsci en América Latina; Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2005. Beigel, Fernanda, Las revistas culturales como documentos de la cultura latinoamericana” En Utopía y Praxis, Año 8, Nº 20, marzo, 2003; CESA-FCES, Universidad del Zulia, Maracaibo, Venezuela Disponible www.redalyc.uaemex.mex/pdf/7279/27902002.pdf Brennan, James y Mónica Gordillo “Córdoba Rebelde. El Cordobazo, el clasismo y la movilización sindical”, Ediciones de la Campana, La Plata, 2008, Devoto, Fernando y Nora Pagano “Historia de la Historiografía Argentina, Editorial Sudamericana, 2009, Buenos Aires. Gilman, Claudia “Entre la Pluma y el Fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario enAmé26 27

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Giro que permitió el acercamiento al primer foco guerrillero del país, el EGP cuya base logística estuvo en la ciudad de Salta y que habría financiado parte de la publicación del segundo número de la revista. Un mayor detalle, Cfr. Burgos, Ibídem, pp. 83-85. Al respecto, comentará Gabriel Rot “(…) -Masetti apoyará económicamente el proyecto de la revista Pasado y Presente-, Del Barco recuerda una creciente tirantez entre ellos...” Cfr. Rot, Gabriel [2000] “Los orígenes perdidos de la guerrilla en la Argentina”, Waldhuter Editores, Buenos Aires, 2010, pp.194-196.

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rica Latina”, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2003. Massholder, Alexia“La llegada de Gramsci a la Argentina. Una relectura sobre Héctor P. Agosti”. Disponible en http://dx.doi.org/10.5209/rev_FOIN.2011.v11.37008. Malecki, Juan Sebastián “Aricó. Pensador de Fronteras” En Pterodáctilo. Revista de arte, literatura, lingüística y cultura. Departament of Spanish and Portuguese. The University of Texas and Austin, Spring 2009, número 6, pp. 1-23. Disponible en http://pterodactilo.com/numero6/ files/2009/04/malecki_arico.pdf Pasado y Presente.Revista Trimestral de Ideología y Cultura, Córdoba, 1963. Petra, Adriana “El momento peninsular. La cultura italiana de posguerra y los intelectuales comunistas argentinos” en Revista Izquierdas, año 3, número 8, 2010, p. 4. Disponible en http:// dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3394257 Prado Acosta, Laura “Sobre lo “viejo” y lo “nuevo”: el Partido Comunista argentino y su conflicto con la Nueva Izquierda en los años sesenta En A Contracorriente. Una revista de historia social y literatura de América Latina,Vol. 11, No. 1, Fall 2013, 63-85 Disponible en http:// acontracorriente.chass.ncsu.edu/index.php/acontracorriente/article/view/716 Rot, Gabriel [2000] “Los orígenes perdidos de la guerrilla en la Argentina”, Waldhuter Editores Actualis, Buenos Aires, 2010. Tarcus, Horacio “Catálogo de Revistas Culturales Argentinas” (1890-2006) En Ce.D.In.Ci Centro de Documentacióne Investigación de la Cultura de Izquierdas en la Argentina, Buenos Aires, 2007. Disponible en www.cedinci.org/catalogos/intro_CCA.pdf Terán, Oscar [1991] “Nuestros Años Sesenta”. La formación de la nueva izquierda intelectual argentina. Edición definitiva, Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2013.

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La negritud colonial y de la etapa independentista en la historiografía sanluiseña del siglo XX -Cintia Martínez y Fernando Aguirre[IFDC-Villa Mercedes] ([email protected])

Introducción “Nosotros los puntanos, los hombres de la Punta de los Venados fuimos en la Historia, entramos en la Historia venciendo el silencio de los siglos e integrando el proceso histórico universal” (Hugo Fourcade “San Luis, urbe heroica, denodada e invicta”) El presente avance de investigación indaga las diferentes visiones que la historiografía sanluiseña ha tenido sobre la negritud en la historia de San Luís desde cuatro exponentes: Juan W. Gez, Urbano J. Nuñez, Víctor Saá y Hugo Fourcade. Estos historiadores trabajaron en distintas épocas durante el siglo XX y tuvieron diferencias respecto a las interpretaciones sobre las distintas variables que incidieron en el desarrollo histórico de la provincia pero manifestaron en sus escritos un orgullo por la tierra donde ejercieron su profesión. En este sentido el historiador Hugo Fourcade conceptualizaba a la historiografía sanluiseña como constituida por todo lo que se ha escrito acerca de los fenómenos históricos que tuvieron por escenario la parcialidad geográfica de la puntanidad, inseparablemente unida al resto del país y de la cual ellos hicieron su principal campo de estudio, sin profundizar ni indagar sobre elementos propios de la historia regional, exceptuando menciones a la región cuyana. En el proceso de construcción de la identidad histórica de la Argentina y específicamente de la provincia de San Luis se ha producido a lo largo de los años un proceso de ocultamiento fenotípico y cultural de los negros (hombres y mujeres), tanto en la historia positivista como en el revisionismo lo que, a la larga, ha contribuido a la invisibilidad tanto de ellos mismos como de los pueblos originarios, que sólo aparecen mencionados de manera anecdótica y superficial por estos historiadores que si bien no fueron contemporáneos compartieron la misma visión sobre estos “otros” en la historia, ocultando su protagonismo en la construcción histórica que hizo del estereotipo “nación de raza blanca y de cultura occidental y cristiana” un elemento clave de la identidad sanluiseña. Entendemos a la negritud como el conjunto de las expresiones culturales, artísticas, folclóricas, religiosas y políticas de los negros como identidad cultural que ha sido negado y/o ocultado en la historia tanto a nivel nacional como específicamente en la provincia. El marco temporal sobre el que se hará la indagación sobre la negritud abarcará el proceso histórico colonial y de la etapa independentista, ya que posteriormente están invisibilizados totalmente en los trabajos de los historiadores.

Juan W. Gez, el primer historiador y cronista sanluiseño Juan Wenceslao Gez nació en San Luis el 28 de setiembre de 1865 y falleció en Buenos

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Aires el 17 de mayo de 1932 y fue el primer historiador provincial, un autodidacta que habiendo hecho sus estudios superiores en la ciudad de Buenos Aires en la que se recibió de profesor ejerció distintos cargos docentes en la provincia de San Luis. Su obra cumbre “La Historia de la Provincia de San Luis” en dos tomos, publicada en 1916 fue encomendada por ley de la legislatura provincial, para contar con una obra histórica provincial1. En el prólogo dejaba en claro desde el principio su visión liberal respecto a la historia: Como argentino y como educador, he estado siempre de parte de las nobles causas de mi patria; del lado de los ciudadanos reconocidamente más cultos y sinceros; de parte de la causa civilizadora, con el orden y la moral; con los ideales permanentes de la libertad y los legítimos anhelos del pueblo. Así, pues, no es extraño que fulmine la tiranía y el caudillismo, grandes rémoras de la verdadera democracia y de la cultura colectiva, porque se han opuesto constantemente a la vida institucional y a la vida civilizada2. Es importante resaltar esto ya que será parte de la crítica feroz de otros historiadores ante la invisibilización de la época rosista. Respecto al método por el cuál encaraba su práctica historiográfica, aunque su base de sustentación era eminentemente documental en una provincia que hasta el día de hoy adolece de la falta de organización de sus archivos, se remitía mucho en sus análisis a los relatos orales de la tradición familiar3. Su hija y colaboradora relata que: “en las frecuentes visitas que desde niño realizaba Juan Wenceslao a casa de sus parientes, pudo contemplar con ojos asombrados los testimonios materiales que habían acompañado en las cruzadas libertadoras a su tío abuelo Jacinto Roque Pérez y al Coronel José Cecilio Lucio Lucero, esposo de María del Tránsito Pérez, hija del primero; uniformes, medallas, diplomas de grados militares, numerosos papeles y correspondencia (que más tarde le sirvieron de documentación). A todo ello se agregaban los vívidos relatos de los familiares que los habían conocido y otras tradiciones. Este respeto y afecto por tan notables personajes, en aquel ambiente hogareño, influyó notablemente en su afición a la historia, y, ya hombre, en sus propósitos de revivir la memoria de tantos puntanos ilustres que bien merecían este recuerdo de la posteridad”4 Respecto a la presencia de población negra durante la etapa colonial en la jurisdicción de la provincia de San Luis Gez sostiene que los primeros esclavos en llegar a este territorio fueron propiedad de los Jesuitas, que se establecieron en la ciudad y los utilizaron para tareas fundamentalmente en la estancia ganadera que administraron hasta su expulsión por orden del rey Carlos III en 17675. En su apartado sobre las “clases sociales” durante la 1

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Esta obra se escribió a raíz de la Ley Nº 405, dictada por la Legislatura de la Provincia siendo Presidente de la misma el Dr. Alberto Arancibia Rodríguez, el día 27 de julio de 1910, por la que se disponía que el P.E. encargase a una persona de probada preparación histórica y literaria para que escriba la Historia de la Provincia, bajo un plan y un método didáctico. La Ley fue promulgada el 29 de julio del mismo año, por decreto del Gobernador Dr. Adolfo Rodríguez Saá, suscribiendo como Ministro de Gobierno el Dr. José S. Domínguez. La obra se encomendó al profesor Juan W. Gez, por decreto del 7 de diciembre de 1910. Gez, Juan Wenceslao (1916): Historia de la Provincia de San Luis. Página 11. Fourcade sostiene que “la inclusión de Gez (en la historia) está justificada toda vez que “los cronistas tuvieron un objetivo, el de narrar” aunque no utilizaran iguales procedimientos ni “contaran con el mismo herramentaje erudito” y no todos obedecieran a similares tendencias criteriológicas”, pudiéndose contar entre ellos “pragmáticos y banderizos” como “honestos expositores de lo que tenían por verdad. Fourcade, Hugo (1979): La historiografía sanluiseña en la época de Rosas. Página 7 y 8. Gez de Gómes, María Estela (1972): Juan Wenceslao Gez, un maestro de cuño patricio. Página 28. Gez sostiene que “Del prolijo inventario que hizo de sus bienes don Vicente Becerra, a cuyo cargo estuvo la administración de las temporalidades durante varios años, consta que, fuera de las propiedades raíces, ya enumeradas, tenían gran cantidad de ganado de toda especie, cuarenta y dos esclavos

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colonia en San Luis se expresa de esta manera sobre la población negra: Los jesuitas trajeron de Mendoza, en 1753, los primeros negros para el trabajo de sus estancias. Y eran los únicos que los tuvieron entonces, pues su precio era subido para los recursos generales y, además, casi la totalidad de sus habitantes se dedicaban a la ganadería. El mulato es raro en las poblaciones puntanas, porque el negro vivió aislado y la tuberculosis hizo fácil presa de su organismo, debilitado por el rudo trabajo y minado por el frío intenso de la comarca6. Aunque lógicamente no podía invisibilizarlos totalmente, se nota la influencia del pensamiento liberal y una reivindicación velada del colonialismo, viéndolos de esa manera en la misma categoría de bienes del inventario de venta de bienes eclesiásticos, como una rareza propia de la riqueza acumulada de los Jesuitas. Como “rareza” en palabras de Gez, él reproduce el cuadro de tasación de los esclavos en remate judicial7. Respecto a su interpretación sobre la negritud en la etapa independentista vuelve a caer en la misma lógica de equipararlos a “objetos” funcionales a la “gesta independentista”, transcribiendo el pedido del Gobernador José de San Martín desde Mendoza. Gez lo narra de la siguiente manera: En el mes de octubre (de 1814) se tenían ya listos 42 hombres sanos, fuertes y aptos para el servicio militar, los cuales fueron entregados al teniente gobernador. En el acta que se labró con ese motivo, consta que la comisión continuaría su tarea en el resto de la Provincia, de donde se obtuvieron otros más, con los cuales se formó el contingente de esclavos libertos que marcharon a Mendoza (…). Y San Martín siguió pidiendo a Dupuy: vengan los otros negros libertos, vengan las mulas y caballos y cien cosas más, todas de carácter de urgentes. Y allá fueron una partida de 400 caballos, 300 reses y 400 arrobas de charqui. Poco después, el tropero Francisco Martínez llevó 381 ponchos de lana y 1.553 varas de picote, mientras los telares criollos continuaban día y noche la noble tarea de vestir a las tropas8.

Víctor Saá y la visión del revisionismo nacionalista hispanista Víctor Saá nació en San Luís, el 26 de julio de 1897 y muere en la misma Provincia el 13 de septiembre de 1982. De profesión Maestro Normal. Creó el “Ateneo de la Juventud J.C. Lafinur” en 1932) y dirigió y publicó en la Revista “Ideas”, órgano del Ateneo, desde 1932 hasta 1937. En 1969 interviene en la fundación de la Junta de Historia de San Luís la que preside hasta 1979. Fue un prolífico historiador autodidacta y conferencista y ponente en varios Congresos. Con su obra historiográfica se inicia el revisionismo provincial y la crítica feróz de su predecesor Juan W. Gez, haciendo hincapié en el reconocimiento del papel cumplido por Juan Manuel de Rosas durante el periodo en el cuál ejerció su dominación sobre la tasados en 6.846 pesos, y ornamentos, vasos sagrados y joyas de gran valor destinadas al culto”. Gez, Juan Wenceslao (1916). Op. Cit. Página 41. 6 Gez, Juan Wenceslao (1916). Ibid. Página 55. 7 “Una negra nombrada Candelaria, de más de 60 años y enferma……$40 2- Un negro llamado Antonio, de 50 años………………………………….$150 3- Una negra, su mujer, de más de 30 años………………………………$162 4- Una negrita de pecho, hija de la anterior………………………………..$77 Y sigue…”. Gez, Juan Wenceslao (1916). Ibid. Página 55. 8 Gez, Juan Wenceslao (1916). Ibid. Página 93.

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Confederación Argentina, etapa histórica totalmente eliminada en el análisis de Gez, salvo en las etapas de confrontación con los unitarios. Sobre Víctor Saá, Margarita Ferra de Bartol sostiene acertadamente que “adscripto a la corriente del nacionalismo de raíz hispánica, elaboró una aguda crítica del “dogmatismopositivista” de historiadores que, como Gez, habían olvidado entre otras cuestiones los aspectos institucionales y religiosos que hacían al campo vivo y complejo de la historia9”, en un breve resumen de sus inclinaciones ideológicas a la hora de ahondar sobre la historia sanluiseña. Caponneto plantea que Víctor Saá ahonda en el pueblo y la región, la gesta y la modulación anímica del hombre arraigado en el terruño10, y agregamos, en el que la iglesia católica tiene una influencia decisiva en la mentalidad sanluiseña. Su obra fundamental “La psicología del puntano” es decisiva para entender su forma de construir el relato histórico11, y su visión sobre el papel de la población negra. En el apartado sobre “Mestizos, negros y mulatos” nos explica en forma terminante: Si el aporte mestizo en nuestra población resulta ínfimo ateniéndonos a los datos precedentes, el factor negro se reduce a proporciones tan insignificantes, que podemos afirmar su total inexistencia. Las estadísticas más serias que entre nosotros no son anteriores a 1869, no descomponen la población atendiendo a su valor étnico, en blancos, mestizos, negros y mulatos12. Al igual que Gez considera que los Jesuitas son los primeros y únicos propietarios de esclavos durante la etapa colonial y la posterior etapa independentista, y que su influencia es prácticamente nula en términos sociales y étnicos, ya que reivindica a la población sanluiseña como descendiente casi en su totalidad de los primeros conquistadores españoles, desconociendo cualquier influencia del mestizaje, ya que no considera importante ni social ni numéricamente a la población originaria, sustraída por los encomenderos mendocinos y de Santiago de Chile. Respecto a la negritud y citando como autoridad en el tema al historiador católico Dr Alonso de Solorzano y Velazco de su Historia Eclesiástica de Cuyo, Saá concluye diciendo que: “Desde mediados del siglo XVII “dominó” en Cuyo el elemento criollo. Al referirse a los negros establece su condición pero no determina la proporción en que se encontraban mezclados con los otros factores étnicos esenciales de la población. Resulta sí de sus referencias que en esta parte de 9

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Ferra de Bartol, Margarita: “Historiografía de Cuyo”, en: “Historiografía Argentina -1958-1988. Una evaluación crítica de la producción histórica argentina”, Buenos Aires, Comité Internacional de Ciencias Históricas-Comité Argentino, 1990. Página 111. Citado de: Arcomano, Domingo: En la era del cartoneo de la historia. Revista El Escarmiento Digital. http://www.elescarmiento.com.ar/memorial Caponetto, Antonio: “Los críticos del revisionismo Histórico”, Buenos Aires, Instituto Bibliográfico ‘Antonio Zinny’, 2006, T. II pp. 615. Citado de: Arcomano, Domingo: En la era del cartoneo de la historia. Revista El Escarmiento Digital. http://www.elescarmiento.com.ar/memorial En el apartado “Los conquistadores”, Víctor Saá deja en claro su visión social del Puntano: “Al desarrollar este tema quiero expresar claramente que no pierdo de vista dos antecedentes fundamentales que explican y dan sentido al descubrimiento, luego a la conquista y por fin a la población de América por los españoles. 1º) Que Castilla es quien realiza la proeza. 2º) Que la fe es el resorte poderoso que impulsa a los conquistadores; único factor que ha dado sentido nacional al español, convirtiendo a España en nación misionera. Estamos, pues, en presencia del primer y principal factor étnico: el español castellano (…) De las tres provincias de Cuyo, San Luis es la que menos influencia indígena revela. Así lo ha comprobado la documentación colonial, que se refiere a la existencia de los indios, y al fracaso de las encomiendas y reducciones; la antropología con sus últimas conclusiones referentes al desplazamiento y exterminio por los ranqueles de los indios de la región montañosa de San Luis”. Saá, Víctor: La psicología del puntano. Página 19. Saá, Víctor: La psicología del puntano. Op. Cit. Página 33.

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América su número era inferior y su consideración social más humana”13.

Urbano J. Nuñez y la segunda historia provincial Urbano Joaquín Núñez fue un historiador autodidacta nacido el 25 de mayo de 1916 en Bahía Blanca y que falleció en 1980 en San Luis. Desde 1953 residía en la ciudad de San Luis. Fue Fundador de la Asociación Cultural Sanmartiniana de San Luis y Secretario Fundador de la Junta de Historia de San Luis. Desde 1962, hasta su fallecimiento se desempeñó como Director del Archivo Histórico de la Provincia. En 1980 se publicó póstumamente la segunda edición de su libro más reconocido “La Historia de San Luis”. Alfredo Saá Alric sostiene que la obra de Nuñez: “Para nosotros los puntanos, constituye al presente, un tratado de fundamental importancia; por el lapso abarcado, su cronología, la síntesis estructural lograda y el magistral cientificismo puesto de manifiesto en el desapasionado tratamiento de los hechos históricos14” Aparte de lo expuesto por Saá Alric, la orientación ideológica de Nuñez se adscribe dentro del catolicismo, pero con elementos liberales y nacionalistas en el discurso histórico. En el trabajo de Nuñez sobre la provincia se produce un avance significativo respecto a la obra de Gez, ampliando el corpus documental y corrigiendo muchos “errores” que por falta de fuentes o “invención” eran muy comunes en la obra anteriormente mencionada. Respecto al papel de la población negra en nuestro territorio hay diferencias sustanciales respecto a lo sostenido tanto por Gez como por Víctor Saá, sobre todo en lo referente al peso demográfico, pero también socialmente. En el capítulo sobre ganadería en la época colonial Nuñez sostiene: Los peones –raíz del gauchaje- llegaban de todos los rumbos. A los camperos de la Punta, venidos de los senderos y rincones de Guascara, de Pancarta, de la Isla, del Potrero, de Guanacopampa, se agregaban pardos esclavos, mozos de las Corrientes, indios de los valles cordobeses y otros que, entre revuelos de lazos y mugidos de vacas guanpadas, habrán hecho nacer aquel interrogante famoso: “¿De qué pago será criollo?15” Tal afirmación refutaría de este modo las afirmaciones de Saá sobre la preeminencia absoluta del tipo blanco europeo en estas tierras, por lo menos en lo referido a la mano de obra rural, la actividad por excelencia de la jurisdicción de San Luis. Tal vez para evitar seguir ahondando en temas desarrollados con anterioridad, Urbano Nuñez no refuta ni amplía lo sostenido por Gez sobre los esclavos en posesión de los Jesuitas, pero al referirse a la población al momento del estallido del proceso revolucionario dice: “…diremos que la población total de San Luis y la campaña alcanzaba a 16.878 habitantes, de los cuales 7.813 eran varones y 9.065 mujeres. En total general se hallaba formado por las siguientes clases: españoles americanos, 10.890; españoles europeos, 25; indios, 4.491; negros, 1.47216.” En este sentido, los datos proporcionados por Nuñez rompen con la idea de la “inexistencia” planteada por Saá y le da un porcentaje nada despreciable en la sociedad sanluiseña, aunque sólo nombrándolos y no dándoles ninguna entidad social, salvo en lo referente 13 14 15 16

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Saá, Víctor: La psicología del puntano. Ibid. Página 34. Saá Alric, Alfredo: Introducción en: Nuñez, Urbano J. (1996): Antología de Historia. Nuñez, Urbano J.: Historia de San Luis. Página 112. Nuñez, Urbano J.: Historia de San Luis. Op. Cit. Página 118.

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a la campaña de San Martín, ya que su condición de miembro de la Asociación Sanmartiniana lo lleva a darles un “protagonismo” a ciertos miembros de la población negra, en su calidad de soldados: “San Luis, que lo había dado todo -la afirmación es de Víctor Saá y se basa en documentos irrefutables – dio también un puñado de esclavos: apenas treinta negros, eficaces y fieles artesanos que empuñaron las armas libertarias para rubricar el sacrificio de una tierra donde todo era posible: desde gloriarse en la miseria hasta salir, de la mano de Dios, a comenzar de nuevo”17.

Hugo Arnaldo Fourcade, la historia de los cuatro siglos de puntanidad Nació en la ciudad de San Luis, el 2 de Abril de 1924. Fue Maestro Normal Nacional y Profesor de Enseñanza Secundaria Normal y Especial en Pedagogía y Filosofía.

Ejerció la docencia universitaria en la Facultad de Ciencias de la Educación dependiente de la Universidad Nacional de Cuyo primero y la Universidad Nacional de San Luis, desde 1948 hasta 1985. Se desempeñó también como Director de la Escuela Normal Juan Pascual Pringles desde 1962 hasta su retiro en 1985. En el medio universitario inició una extensa y continuada labor como conferencista, haciendo conocer su pensamiento referido a temas literarios, históricos y pedagógicos en casi todas las ciudades y pueblos de San Luis y en gran parte de las capitales provinciales argentinas y hasta en el extranjero. Fue miembro fundador de la Sociedad Argentina de Escritores y colaborador de su revista “Virorco” desde que ésta apareció en 1965. En los últimos veinte años de su vida presidió la Asociación Sanmartiniana y la Junta de Historia de San Luis. Por su labor en instituciones culturales ha obtenido numerosas distinciones y reconocimientos honoríficos. Pocos son los libros que ha logrado editar, aunque corresponde mencionar “San Luis urbe heroica, denodada e invicta”, “Historia e historiografía de Pringles”, “La señora Feliza, mi madre”, entre muchos otros opúsculos y artículos aparecidos en revistas, diarios y periódicos de la provincia y el país. En el año 2000 obtuvo la beca provincial Arte Siglo XXI para escribir su libro “Vida y Pasión Poética y Prosística de Antonio Esteban Agüero”, editado en 2005 por Editorial Dunken. Hugo Arnaldo Fourcade falleció en la ciudad de San Luis el 26 de agosto de 2010. A lo largo de toda su extensa obra, el Prof. Fourcade ha mantenido la misma coherencia ideológica, siempre se consideró un defensor convencido de la Conquista española, de la “labor evangelizadora y salvadora” de la Iglesia Católica y de la identidad puntana como el resultado de la mezcla hispánica con el indígena, determinado por el espacio físico. Un párrafo de su obra: “San Luis, urbe heroica, denodada e invicta” (1994) así lo expresa: Esa nacionalidad que viene desde el origen, desde 1594 para nosotros, esa nacionalidad que nace aquí o en cualquier otro sitio del Imperio Español, reconoce la confluencia de tres factores: la presencia hispánica o si se quiere hispanoamericana, el aporte indígena y el medio natural. La mezcla de sangre entre el blanco y el aborigen que dará lugar a esa experiencia increíblemente poderosa del mestizaje cuanto el influjo del medio natural tuvieron siempre carácter accidental, lo sustancial y permanente es, a nuestro juicio, la estirpe, la raíz y el linaje europeo y posible de negar y que pasó, mediante ascendientes y progenitores, a nosotros, con dos notas constitucionales que nos caracterizan: el catolicismo integral que profesamos y el

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Nuñez, Urbano J.: Historia de San Luis. Ibid. Página 197.

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idioma español o castellano que hablamos18. Como hemos podido comprobar en sus obras analizadas, nunca hizo mención a los negros como otro elemento clave en la conformación de la identidad puntana. Asimismo, en otras de sus obras, que en este caso, compartió autoría con Víctor Saá y otros historiadores, denominada:”Cuatro Siglos de San Luis” (1994) en el Tomo I. Cap. V “Los primeros tiempos”, cuando describe como estaba conformada la sociedad puntana de las primeras décadas posteriores a la fundación, solo se limita a mencionar la escasa cantidad de esclavos negros que habitaban las tierras puntanas para ejemplificar la situación de escasez y pobreza en que se encontraba la naciente población. Fuera de que el mercado local carecía de atractivos para el comercio negrero, no existían laboreos mineros, nuestros encomenderos eran indudablemente pobres, no podían competir con los interesados en el negocio de la trata de negros radicados en el Perú, Alto Perú y Chile. Pero había más, porque nuestros estancieros no estaban en condiciones de discutir precios ni con los encomenderos mendocinos o sanjuaninos; razón por la cual nuestro medio social, en Cuyo, es el que denota la más baja confluencia del negro19. Continuando con nuestra indagación, en esta obra nos encontramos con un párrafo que nos resulta esclarecedor ya que nos permite entender de que manera historiadores como Fourcade y Saá justificaban la “desaparición” de los negros de la historia de nuestra provincia. Y el avenimiento de nuestros negros fue inmediato, ya que los propios amos estimularon y declararon su Libertad, circunstancia ésta que los unió más lealmente a la familia que integraban sin que se pudiera anotar la existencia de negros cimarrones como en otras jurisdicciones. Las mismas artesanías lo contaron como hábiles aprendices o maestros y como fueron pocos, pronto se diluyeron a punto tal, que sus vestigios difícilmente se pueden rastrear en nuestro medio, induciendo a pensar que no concurrieron a la integración de nuestra comunidad original20. Incluso Fourcade y Saá llegan a explicar y “justificar” los motivos por los cuales los esclavos negros llegaron a estas tierras y que el “trato humanitario” que recibieron hizo que con el tiempo “se diluyeran en el medio” ¿Qué significará esto? ¿Los esclavos negros, se esfumaron en las brumas del tiempo porque los trataban bien?. No sabemos precisar que significan estas palabras llenas de altruismo, pero absolutamente alejadas de la verdadera terrible realidad que sufrieron los esclavos negros en América. El párrafo que a continuación citamos nos confirma lo expresado en este trabajo hasta este momento. Hay dos razones fundamentales que explican la presencia del negro en Hispanoamérica, y que el alumno debe conocer: Primero la necesidad económica y vital de encontrar un reemplazante útil e indispensable del aborigen en trance de extinción por diversas causas. Y segunda, la imposición de tratados internacionales que obligaron a España tanto bajo los Austria como durante el gobierno de la dinastía Borbón, a otorgar permisos temporáneos, o a conceder derecho de Asiento o mercado de negros a tratantes que generalmente eran ingleses, franceses u holandeses. Puede asegurarse entonces que el negro está presente en nuestra comunidad desde fines del siglo XVI; presencia exigua que la fe común de nuestro pueblo indujo a hu18 19 20

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Fourcade, Hugo (1994). “Urbe heroica, denodada e invicta”. San Luis. Saá, Víctor, Fourcade, Hugo y otros (1994):”Cuatro Siglos de San Luis”. San Luis. Tomo I. Cap. V “Los primeros tiempos” página 63 Saá, Víctor, Fourcade, Hugo y otros. Idem. Página 64.

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manizar en el trato y en la justa consideración y que terminó por diluirse en nuestro medio social21.

Conclusiones De acuerdo con Omer Freixa22 podemos concluir que actualmente se insiste en que “no hay negros” en la Argentina. Ese lema se repite sin mayor fundamento, pero detrás de esa aseveración reproducida hasta en la enseñanza escolar está un relato histórico que delimitó sus horizontes de pertenencia y excluyó a los que no debían formar parte del discurso, entre ellos los afroargentinos, que ingresaron en la categoría del desaparecido. Siguiendo a Freixa podemos agregar que lo que se hizo con el negro en Argentina equivale a un “genocidio discursivo”, que responde a una construcción del poder y muestra el resultado final pergeñado por la élite política argentina, con discurso negador de la alteridad. Para la élite, la mejor forma de protegerse contra elementos considerados peligrosos es la negación discursiva del colectivo afroargentino o “invisibilización” del actor negro en la historia oficial Argentina. La construcción de un Estado-Nación es un proceso material que también adquirió forma de relato histórico. En la Argentina, el orden del relato se centró en la pureza racial más que en el mestizaje. La pureza racial, tan en boga a fines del siglo XIX y comienzos del XX, produjo un exceso de “purismo”. De esa marca narrativa proviene la teoría famosa del “crisol de razas”, pregonada por los gobernantes durante el aluvión inmigratorio. La amalgama armónica de los recién llegados con los poco presentes daría lugar a la fundición de una nueva ciudadanía, sin diversidad, o más bien homogénea, que no afrontó problemas étnicos, porque los negros argentinos fueron lisa y llanamente aislados y silenciados. Incluso se fue un poco más lejos: se dijo que estaban extintos. El ex presidente argentino Domingo F. Sarmiento, observó en 1883 que el negro, como elemento social, había desaparecido y quedaban solo unos pocos individuos. El negro fue borrado ideológicamente primero y luego, de forma material, del imaginario nacional. Si entendemos a la negritud como el conjunto de las características culturales y sociales que se atribuyen a la raza negra, el problema afroargentino estriba en su no reconocimiento y la eliminación de su representación en la configuración del imaginario nacional y de la narrativa resultante. Las visiones que enceguecen el aporte de este actor social tienden a confinar su presencia al pasado colonial y subrayan su ausencia actual para reforzar el mito de la extinción. La historiografía sanluiseña es una fiel representante de esta negación discursiva.

Bibliografía Libros Fourcade, Hugo (1979): La historiografía sanluiseña en la época de Rosas. San Luis. Fourcade, Hugo (1994). “Urbe heroica, denodada e invicta”. San Luis. Gez, Juan Wenceslao (1916): Historia de la Provincia de San Luis. Buenos Aires. Reedición 1996. Gez de Gómes, María Estela (1972): Juan Wenceslao Gez, un maestro de cuño patricio. 21 Saá, Víctor, Fourcade, Hugo y otros. Idem. Página 65 22 “Mejor no hablar de ciertas cosas”: la negritud en Argentina - Omer Freixa http://www.omerfreixa.com.ar/mejor-no-hablar-de-ciertas-cosas-la-negritud-en-argentina/

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Nuñez, Urbano J. (1996): Antología de Historia. San luis Libros. Nuñez, Urbano J. y Duval Vacca (1967): Historia de San Luis. Editorial San Luis Libros. Reedición 2011. Saá, Víctor: La psicología del puntano (1937). Reedición 1992. Saá, Víctor, Hugo Fourcade y otros (1994):”Cuatro Siglos de San Luis”. San Luis. Tomo I. Cap. V “Los primeros tiempos”. Artículos: Arcomano, Domingo: En la era del cartoneo de la historia. Revista El Escarmiento Digital. Año II, Vol. N°12. Diciembre/Enero de 2008. http://www.elescarmiento.com.ar/memorial Omer, Freixa: Mejor no hablar de ciertas cosas”: la negritud en Argentina. http://www.omerfreixa. com.ar/mejor-no-hablar-de-ciertas-cosas-la-negritud-en-argentina/

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Historiografía de Salta en la primera mitad del siglo XX Algunas reflexiones sobre la construcción de identidades -Luz del Sol Sánchez[Universidad Nacional de Salta] ([email protected])

Introducción El objetivo de este trabajo es analizarla construcción de identidades en el desarrollo de la historiografía de Salta durante primera mitad del siglo XX. En este período sobresalen las obras de dos historiadores salteños; los abogados Bernardo Frías (1866-1930) y su discípulo Atilio Cornejo (1899- 1985). Bernardo Frías escribió “Historia del General Martín Miguel de Güemes y de la provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina” iniciando en nuestra provincia la línea historiográfica propuesta por Bartolomé Mitre y Vicente López, y las “Tradiciones Históricas” publicadas entre 1923 y 1930 las siete primeras. “La “Memoria descriptiva de Salta (1889), de Manuel Solá; los ensayos críticos sobre Salta de Joaquín Castellanos (1901) y de Moisés Oliva (1910), la obra literaria de Juan Carlos Dávalos y la “Historia de Güemes” y las “Tradiciones Históricas” de Frías, contribuyeron a una cierta fundación intelectual de Salta”1 Frías escribió en un momento en que una vertiente de la historiografía del interior estuvo relacionada con la Junta de Historia y Numismática y la Escuela Histórica Platense. La historia local, provincial y regional era realizada por aficionados representantes del poder político agrupados en organizaciones asociativas que seguían la propuesta metodológica d e la Junta de Historia y Numismática. Aunque los trabajos de Atilio Cornejo son numerosos, solamente consideraremos su mayor aporte historiográfico; “Historia de Güemes” publicada por primera vez en 1946 por la Academia Nacional de la Historia y luego reeditada dos veces. Así como los autores consagrados por la historiografía nacional consumaron para el país una conciencia nacional, primero Bernardo Frías y luego Atilio Cornejo construyeron para la provincia una conciencia histórica que le permitió relacionar una imagen del pasado revolucionario e independentista con el momento de la producción historiográfica. En las obras se hace visible un discurso histórico que tiende a exaltar el pasado provincial y a su caudillo, el General Martín Miguel Juan de la Mata Güemes, por su contribución a la historia argentina. Para aproximarnos a algunas respuestas recurrimos al Complejo de Archivo y Bibliotecas de la Provincia de Salta.

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Caro Figueroa, Gregorio (1913): Introducción a las Tradiciones Históricas, en Frías Bernardo (1913) “Tradiciones Históricas”. Edición de la Universidad Católica de Salta y la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta. Pág. 15.

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La “Historia del General Güemes” El abogado José Manuel Bernardo Frías, heredero de un capital socio cultural y económico importante, nació el 12 de agosto de 1866 en Salta y murió en la misma provincia el 17 de setiembre de 1930. Su vida y trayectoria intelectual y política transitó entre los siglos XIX y XX. Desempeñó cargos en el gobierno de la provincia, desarrolló actividades en su estudio de derecho y fue miembro correspondiente de la Junta de Historia y Numismática Americana2. Fue un “profesional de la historia, disciplina a la que se consagró cuando tenía 30 años ya la que dedicó los 34 años restantes de su vida. Esa condición se apoyó en un arduo trabajo de archivos”3. Bernardo Frías escribió en un momento en que una vertiente de la historiografía del interior estuvo relacionada con la Junta y la Escuela Histórica Platense. La historia local, provincial y regional era realizada por aficionados, clérigos, coleccionistas, abogados o representantes del poder político agrupados en organizaciones asociativas que tenían como modelo la organización de la Junta. Frías cobró importancia en la producción historiográfica a partir de la publicación de su obra “Historia del General Güemes y de la provincia de Salta, o sea de la independencia argentina”. En el Discurso Preliminar de la obra el autor manifestó su objetivo; “Vamos a escribir la historia del hombre y la historia de un pueblo cuyo paso por la vida ha quedado marcado por huella de inextinguible luz.”4 El primer tomo fue publicado en 1902 por el director del diario “El Cívico5” de Salta, con el título de “Historia de General Martín Güemes y de la provincia de Salta 1810 a 1832, o sea de la Revolución” y se le agregó “o sea de la Revolución de 1810”. Escrobió Frías; “el primer tomo lo escribí en el término de diez meses, y convine con el director de “El Cívico”, don Eustaquio Alderete, en su impresión, dándole el producto de la venta en pago”6. Esta primera parte de la obra recibió buenos comentarios en “El Diario”, de Buenos Aires que en sus titulares publicó; “Salta y Güemes, historia del tiempo heroico”7. Mientras que “La Nación8” de Buenos Aires, periódico en el que era colaborador, además de dar aliento a la obra y a su autor, anticipaba que la obra completa constaría de diez tomos. Asimismo, Bartolomé Mitre reconoció la obra como un nuevo aporte “ofrecido a la historia patria”, y Joaquín V. González la colocó al lado de las contribuciones del propio Mitre y de Vicente Fidel López. Asimismo, para Ricardo Rojas, parte del valor de la “Historia de Güemes” proviene de la originalidad de “la perspectiva geográfica en que los hechos han sido contemplados”9. 2

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En octubre de 1915, Martiniano Leguizamón presentó a la Junta “un proyecto en el que proponía la incorporación de siete escritores regionales que con su trabajo de investigación salvaban de la destrucción infinidad de documentos de archivos provinciales y realizaban una obra útil y realmente patriótica que los hacía dignos de alabanza pública”. Uno de ellos era Bernardo Frías. Ver: Ravina Aurora ((1995): Nuevos proyectos, nuevos miembros, nuevos tiempos, en “La Junta de Historia y Numismática Americana y el movimiento historiográfico en la Argentina. (1893-1938). Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia. Caro Figueroa Gregorio (2013): Obra citada. Página. 19. Frías Bernardo (1971): “Historia del General Martín Miguel de Güemes y de la provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina”. Depalma. Buenos Aires. T I. Pág. 1. “El Cívico” fundado en 1891, fue un diario de tendencia radical que se adquiría por suscripción. Frías, Bernardo (1971): Obra citada. T I. Ibidem. “La Nación”, diario fundado en Buenos aires en 1870 por Bartolomé Mitre Caro Figueroa, Gregorio (1970). “Historia de la gente decente del norte argentino. De Güemes a Patrón Costa”. Ed. Mar Dulce. Buenos Aires.

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En vida de Frías sólo se publicaron los tres primeros tomos de la obra completa, el primero con 466 páginas, está dedicado a la época colonial o Antiguo Régimen. Estudia la organización política, la sociedad, la religión, la instrucción pública, el sistema económico en Salta y de España antes de 1810, para continuar con los antecedentes y la Revolución de Mayo hasta el pronunciamiento de Salta, reconociendo a Güemes como el genio militar de la guerra de independencia en la frontera norte del Virreinato del Río de la Plata. El segundo tomo con 674 páginas hace referencia a las expediciones al interior de Ocampo y Balcarce; los realistas del Perú; las actuaciones militares en el Alto Perú y la Batalla de Salta en 1813. El tercero con 820 páginas continúa con las actuaciones militares en el Alto Perú y Cuzco, el conflicto con Jujuy, el accionar militar de Güemes con San Martín y Belgrano. Los tomos tres, cuatro y cinco son los que se ocupan de la actuación militar de Güemes. El índice del tomo cuatro fue publicado por el Instituto San Felipe y Santiago, comprende diez capítulos y comienza con los hechos ocurridos desde 1817, con la actuación del General La Serna en el Alto Perú, las campañas de Salta y Jujuy. Destaca el accionar y la organización del ejército de Güemes y la conducta de Belgrano y San Martín. El tomo cinco, de nueve capítulos hace referencia al año 1820 o de la disolución nacional, la administración de Güemes, la tiranía y la oposición a Güemes y la expedición al Alto Perú. El tomo seis trata de la Patria Vieja y la Patria Nueva y la lucha de las facciones, la actuación de San Martín en el Alto Perú y la política salteña. El tomo siete estudia el Congreso de 1825, el conflicto con Brasil, la política salteña, la capitalización de Buenos Aires, la constitución y caída del régimen nacional. Mientras que el último tomo contiene seis capítulos referentes a la paz federal y la reacción unitaria, la Liga del Interior, gobernadores de Salta y la organización nacional. La primera edición completa de la “Historia del General Martín Güemes y de la provincia de Salta, o sea de la independencia argentina” fue transcripta en el escritorio de su discípulo, Atilio Cornejo y publicada con el apoyo financiero de la Fundación Michel Torino, en Buenos Aires, entre 1971 y 1976 por ediciones Depalma, en coincidencia con el sesquicentenario de la muerte de Güemes. Además del trabajo heurístico basado en el trabajo de documentos oficiales, periódicos, papeles y cartas de las antiguas familias salteñas, Frías recoge el testimonio oral de los últimos protagonistas de la guerra gaucha y de sus descendientes. Las notas bibliográficas y las diversas fuentes se trascriben como aparecen en las fuentes, aunque en muchos casos no constan las referencias a pie de página, ni los datos completos de los libros.

Las “Tradiciones Históricas” Después de 21 años de la primera publicación de “Historia del General Güemes”, Frías publicó las “Tradiciones10 históricas” retomando las “cosas pequeñas”, que no pudieron estar en la “Historia del General Güemes”. Desde una concepción historiográfica tradicional, el autor sostenía que “forman, pues, la colección de cuanto digno de memoria hemos halla10

La palabra tradición proviene del sustantivo latino “traditio” que a su vez deriva de “tradere”; entregar. Una tradición es la herencia cultural que se transmite de generación en generación e incluye valores, creencias, costumbres y diversas expresiones sociales que se difunden a través de la palabra. Se considera que la tradición se renueva constantemente para ser útil a la comunidad que la produce, sin embargo la visión conservadora ve en ella elementos que permanecen inalterables en el tiempo.

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do en nuestras investigaciones, y que se refieren tanto a los sucesos originales de los días que fueron, como a las costumbres públicas, sociales y privadas de nuestros antepasados”11. Las “Tradiciones Históricas” publicadas entre 1923 y 1930 fueron siete y, posteriormente, entre 1976 y 1978, se sumaron desde la décima a la decimoséptima tradición. Algunos de los hechos, aunque son los mismos de “Historia del General Martín Güemes”, quedan atados a la “tradición” porque el autor los utiliza en el marco de un relato literario atractivo que rescata en todas sus facetas a Salta hispánica. “El Bernardo Frías de las Tradiciones Históricas, desciende por línea directa del madrileño mariano José de Larra (1809-1837) y del limeño Ricardo Palma (1833- 1919). Los críticos de su época lo compararon con los chilenos Del Solar Martín y Amunátegui; los mejicanos Vicente Riba Palacios y Luis González Obregón y con el argentino Pastor S. Obligado”12 Afirmó García Pinto que “el título adoptado por Frías, el tono a veces humorístico y desenfadado indica cierto diálogo con el género literario creado por Ricardo Palma en sus célebres “Tradiciones Peruanas”13. El tradicionista, escritor y periodista peruano Ricardo Palma (1833-1919), es autor de las “Tradiciones Peruanas” publicadas a partir de 1863 como suplemento de revistas y periódicos. Según Palma, “la tradición” es una mezcla de historia y ficción, en este caso sustentada en el uso de documentos consultados en los archivos bibliotecarios, ya que Palma fue por muchos años el director de la Biblioteca Nacional del Perú. “En la tradición los escritores románticos encontraron asidero para reflejar un anhelo de síntesis de un pasado construido un tanto a su imagen y semejanza y también el deseo popular de volcarse en el placer imaginativo e informativo de un mundo americano que le había pertenecido”14. En Hispanoamérica, este romanticismo se encontró relacionado con el patriotismo y la independencia. Sostuvo Estuardo Núñez que Ricardo Palma contribuyó considerablemente a la expansión de la especie “tradición” por todo el ámbito hispanoamericano, como por ejemplo “la argentina Juana Manuela Gorritti, con quien mantuvo un contacto directo”15 . Asimismo, una enumeración de autores y de obras demostró la expansión de la corriente “tradicionista” en América Latina y el impacto que produjo Palma entre las generaciones posteriores; como Justo Pastor Obligado, Bernardo Frías, Escandón Lassaga, Pedro M. Obligado, Florencio Escardó.

Construyendo identidades En el desarrollo de la historiografía local, los intelectuales16 fueron construyendo este11 12 13 14 15 16

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Frías Bernardo (1971): “Tradiciones históricas”. Michel Torino. Salta.. Tr. 1, Pág. 6. Caro Figueroa, Gregorio (2013): Obra citada. Pág. 20. Frías, Bernardo (1976): “Tradiciones Históricas”, Tr 10. Pág. 10. Estuardo Núñez (1980): “El impacto de Ricardo Palma en América Latina”. Ponencia para el XVII Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana. Pág. 2. Ibidem. Pág. 5. Antonio Gramsci dice que “el modo de ser del nuevo intelectual consiste en su participación activa en la vida práctica, como constructor, organizador, persuasivo permanentemente (…) a partir de la técnica trabajo llega a la técnica ciencia y a la concepción humanística histórica, sin la cual se es “especialista” y no se llega a ser “dirigente” (especialista + político”. Para el autor, el límite que admite el término intelectual está en el conjunto del sistema de relaciones en que esas actividades se hallan en el complejo de las relaciones sociales. Ver: Gramsci, Antonio (2012): “Los intelectuales y la organización de la cultura”. Nueva Visión. Buenos Aires.

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reotipos, representaciones e identidades que se nutrieron de la cotidianeidad. Dice Altamirano que los intelectuales son personas por lo general conectas entre sí en instituciones, círculos, revistas, movimientos, que tienen su arena en el campo de la cultura. Como otras élites culturales, su ocupación distintiva es producir y transmitir mensajes relativo a lo verdadero, se trate de valores centrales en la sociedad o del significado de su historia17. El medio de diálogo que sostienen los intelectuales con el público es el texto impreso. Sobre Frías, la profesora Eulalia Figueroa Solá escribió que “encontramos (…) una escritura llena de pasión y patriotismo, una pluma ágil que describe lugares, persona y acontecimientos en un tono coloquial”18. Los textos que los intelectuales como Bernardo Frías escribieron, circularon y circulan, desarrollando intereses afines a las identidades locales. En este sentido, para García Canclini19 más que identidad, hay identidades y pertenencias múltiples que dan lugar a culturas híbridas, en las que coexisten culturas étnicas y nuevas tecnologías, formas de producción artesanal e industrial, lo tradicional y lo moderno, lo popular y lo culto, lo local y lo extranjero. Se construye a lo largo de la vida. En el mismo sentido, para Rivera Vela20 la identidad puede transformarse continuamente y se caracteriza por la diversidad, el predominio y el cambio. Está “relacionada con las normas y comportamientos del grupo humano”, permite marcar diferencias al relacionarse con otros individuos y puede variar a lo largo de la vida del individuo y según las circunstancias y las propias experiencias. “No existe sujeto individual o colectivo sea persona, clase social, pueblo o nación que no tenga identidad propia”21.Las representaciones e identidades que los historiadores construyen en sus discursos historiográficos conforman representaciones del pasado que trascienden los grupos sociales y se convierte en una historia compartida, en un pasado común. La tradición historiográfica iniciada por Frías en Salta, nos permite analizar el diálogo que mantuvo el historiador salteño con las obras “Historia de Belgrano y de la independencia argentina” (1857) y “La historia de San Martín y la emancipación americana” (1887, 1888,1890), de Bartolomé Mitre e “Historia de la República Argentina“, de Vicente Fidel López, (1883-1893) publicada en diez tomos. Así como los autores consagrados por la historiografía nacional consumaron para el país una conciencia nacional, Frías construyó para la provincia una conciencia histórica que le permitió relacionar una imagen del pasado revolucionario e independentista con su presente, porque “estaba en los hados que si bien a Buenos Aires le correspondía el honor y la gloria de la iniciativa, estaban reservados a la provincia de Salta la gloria y el honor de recogerla y salvar la independencia”22. La meta de Frías fue reivindicar al héroe y a su pueblo en el lugar y grupo social al que él mismo pertenecía analizando la participación y accionar de diversas familias en la guerra de independencia, afirmando la identidad local y 17 18

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Altamirano Carlos (2008): “Historia de los intelectuales en América Latina”. Katz. Buenos Aires. Pág. 14. Extractado de “tres autores salteños”, en “El 25 de mayo en la mirada de historiadores salteños”. Salta. EUCASA. BTU. 2010: 7-8. Ver en Bernardo Frías (2013): “Tradiciones Históricas”, publicación realizada por la Universidad Católica de Salta y la Secretaría de Cultura de la Provincia de Salta. García Canclini, Néstor (1995): “Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización”. Grijalbo. México. Rivera Vela, Enrique (2009): Comprendiendo la identidad cultural en, Rivera Vela, Enrique (2009): “La interculturalidad como principio étnico para el desarrollo de nuestros pueblos”. Imp. Angelograf. Perú. Pág. 37. Dieterich, Heinz (2000): “Identidad Nacional y Globalización. La tercera vía”. Nuestro Tiempo. México. Pág. 140. Frías Bernardo (1971): “Tradiciones históricas”. Michel Torino. Salta.. Tr. 1, Pág. 5.

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“relegando a un lugar secundario a Jujuy”23. La obra “Historia del General Martín Miguel de Güemes y de la provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina” está centrada en la figura del héroe, para Frías el General Güemes encarna las características de un genio militar que realiza una hazaña extraordinaria, contribuyendo de esta manera a la formación de un imaginario salteño centrado en un héroe que garantiza la homogeneidad de de la identidad de la provincia que, “más que ser el héroe de Salta es el héroe de la Nación”. Para Frías, Güemes poseía las virtudes de un héroe porque fue el genio de una hazaña militar extraordinaria, digna de elogiar. Escribió Frías que “San Martín, Bolívar y Güemes, formaron por la magnitud de la obra realizada, por su enlace y conexión tan intima, tan firme e inseparable, la trípode gloriosa sobre que descansa por los siglos el augusto edificio de la independencia americana”24.De este modo el autor colocó a Güemes en el mismo lugar que a San Martín, una figura consagrada por la historiografía liberal e instaurada como el “Padre de la Patria” y fundador de la Nación. Haciendo referencia a un escrito realizado por López25 Frías afirmó que “Martín Miguel Juan de la Mata era el nombre con que aquel joven y activísimo oficial aparecía inscrito en los libros bautismales de la catedral de Salta. Los suyos, su pueblo y en su tiempo, sólo lo conocieron con el nombre de Martín Güemes; con él debe pasar a la historia. Era hijo de casa noble, de raza pura española y su familia era contada entre las más distinguidas de Salta (…) Por su traje, por sus gustos, por sus inclinaciones, Güemes era entonces el tipo especial del joven aristócrata americano, que guardaba todos los gustos y costumbres de su tiempo”26. En la línea del “género reivindicatorio”, Frías se encargó de construir una “salteñidad” que se basó en la defensa del héroe gaucho que privilegió los intereses patriotas a costa de su propia vida. En relación a las familias de origen español de la clase “noble y aristocrática” que llegaron a la provincia durante la colonia sostuvo Frías; “la mayoría de esta noble inmigración que recibía el vecindario de Salta fue, como lo atestiguan los apellidos de las antiguas familias y las viejas ejecutorias de linaje, de la nobleza castellana y vascongada, que es la población española más honorable y fuerte (…)27. Retomando a Vicente Fidel López concluye que “Salta era una de las ciudades más cultas y la de trato más distinguido y fino de todo el virreinato”. Escribió en un momento intelectual signado por lo que López llamó “la tradición contemporánea” que reivindica al testigo privilegiado y romántico de una historia que era la de su propia vida, como lo señala su discípulo Atilio Cornejo en la biografía “El doctor Bernardo Frías”28. Aunque la “Historia del General Güemes” es la reivindicación del héroe, termina siendo la legitimación de una clase, ya que el autor escribe sobre la edad de oro de la sociedad salteña, ubicada en las últimas décadas del dominio colonial29 en relación con 23 24 25 26 27 28

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Marchionni, Marcelo (2006): Historias provinciales, locales y regionales. Reflexiones acerca de la construcción de los espacios para la interpretación de los procesos históricos en Salta y el NOA, en CD I Jornadas Internacionales de Historiografía Regional. Resistencia. Pág. 3. Frías Bernardo (1971): Obra citada. Tr. 1. XXXVII Sobre la educación distinguida y esmerada de Güemes hace referencia el Dr. Vicente López en sus estudios sobre la Revolución Argentina. Citado por Bernardo Frías en: Frías: 1971; 504 – 5, T1. Frías, Bernardo (1971): Obra citada. T I. Pág. 504-505. Ibídem. Pág. 29. Ibídem. XXI-XLIII

Marchionni, Marcelo (2006): Obra citada. Pág. 2.

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las guerras de independencia, en las cuales algunas de estas familias30 apoyaron la causa resignificando así su importancia en el proceso histórico. La conciencia del pasado constituye para Frías un componente de su presente, de sus relaciones sociales, tradiciones familiares y sistema de valores. La investigación del historiador se inscribe en su propia concepción del mundo y de la vida, de su cultura, de su tiempo y reflejó además la clase social a la que pertenece recurriendo a la documentación familiar. “Recibió la tradición oral de personajes actuantes en los hechos reales; y la volcó en su pluma, llevando así a las generaciones futuras la crónica veraz de las generaciones pasadas.”31 . En las “Tradiciones” el discurso de Frías se torna irónico aunque en la argumentación del autor resalta la capacidad de persuasión para legitimar la clase social y la “raza” española32 de la que era partícipe, mediante la reivindicación de Güemes en la historia y el patriotismo del pueblo del que participaba “particularmente” la aristocracia salteña. Asimismo, construyó para la provincia una conciencia histórica que le permitió relacionar una imagen del pasado revolucionario e independentista con su presente, porque “estaba en los hados que si bien a Buenos Aires le correspondía el honor y la gloria de la iniciativa, estaban reservados a la provincia de Salta la gloria y el honor de recogerla y salvar la independencia”33. Agregó Frías que “todas las clases sociales, todos los rangos y jerarquías se pronunciaron por la revolución con un entusiasmo y una decisión insuperables”34. Sostiene Caro Figueroa, que en este período la invocación de la sangre hispana era la base de las interpretaciones nacionalistas. La clase dirigente se identificaba con el gaucho propietario que aparecía como “arquetipo de toda una relación paternalista entre el patrón y el servidor. (…) Se le reconocen ciertas virtudes de la hidalguía hispana, donde la palabra empeñada es la regla moral que rige la vida de ambos. (…) El desprecio vomitivo hacia el mulato, se complementa con la subestimación del coya a quien atribuyen “instintos primarios y una gran inferioridad psicológica” Sobre el coya pesa el cargo de una amistad traicionera y taimada35. En cuanto a la sociedad, Frías escribió que, “todas las cosas de la creación, los seres se dividen en tres clases: 1) La superior o distinguida, formada por españoles nativos “limpios de sangre”, que ostentan la condición de hidalgos y por los hijos de éstos nacidos en América; 2) la media o de segundo pelo conformada por pequeños comerciantes y artesanos; 3) la baja integrada por esclavos negros y mulatos diversos”36 Con respecto a las mujeres, Bernardo Frías abunda en detalles. Escribióque las de la elite 30

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Afirma Frías que “formaban el núcleo del noble vecindario de Salta las casas de Gorriti, de Gurruchaga, de Hoyos, de Castellanos, de Arias, de Quiroz, de Güemes, de Medeiros, de Torres, de Puch, de Tejada, de Aramburu, de Otero, de Salas, de Tineo, de Moldes, de Ormechea, de Isasmendi, de Zenarruza, de Arenales, de Alberro, de Gorostiaga, de Zuviría, de Archondo, de Ibazeta, de Zavala, de Palacios, de Rioja, y algunas de ellas conservando como herencia nobiliaria de sus antepasados, posesiones en España, llamadas mayorazgos, y de cuyas rentas y señorío disfrutaron hasta 1810, época en que la revolución trastornó todo, en las que se puede contar las casas de Uriburu y de don Manuel de Frías, entre otras, por ejemplo” (Frías: 1971; 98, T1). Ibidem. XXV Ernesto Palacio escribió “La historia falsificada” (1938), ensayo en el cual criticaba duramente la historia oficial, sostenía que la genealogía de la identidad argentina, provenía de la raza hispánica, a la que los nacionalistas atribuyeron la vocación misional y la base constructora de la nacionalidad argentina. Con este argumento rechazaba los discursos que relacionaban la identidad criolla con los pueblos indígenas y consecuentemente la fusión de culturas con otros inmigrantes europeos. Frías, Bernardo (1971: Obra citada. T1. Pág. 5. Ibidem. Pág. 484. Caro Figueroa, Gregorio (1970). Obra citada. Pág. 205-206. Caro Figueora, Gregorio (2013): Obra citada. Pág. 23.

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desempeñaron con heroísmo funciones tradicionalmente atribuidas a los hombres y reconoció que las mujeres populares fueron elementos claves en la colaboración del ejército patriota. Ponderó el rol y las virtudes de las damas de la elite nombrándolas y describiéndolas en detalle, mientras que las mujeres populares sólo fueron nombradas en forma generalizada (coyas, sirvientas, indias, negras, mestizas, mamitas). Sus apellidos se perdieron en la memoria, pues no representaban el sector social que se deseaba reivindicar como patriota o denunciar como realista. Con nostalgia, Frías escribía sobre la “memorable y famosa” Salta colonial, decía que “de Salta no queda más que el nombre”37, debido a los cambios políticos y socio económicos operados, “Lo que es hoy casi todo ha cambiado”.

Atilio Cornejo y el reforzamiento de identidades Según Caro Figueroa, en la década de 1940, en las provincias del interior, como Salta, la clase dirigente se identificaba con el gaucho propietario que aparecía como arquetipo de toda una relación paternalista entre el patrón y el servidor. La sociedad veía en el gaucho al individuo “modesto”, “cortés” y “sencillo” y le reconocía ciertas virtudes de la hidalguía hispana, donde la palabra empeñada era la regla moral que regía la vida38. Las investigaciones que realizó Atilio Cornejo fueron publicadas por la Academia Nacional de la Historia, donde Cornejo fue primero Académico Correspondiente y luego Académico de Número debido a su preocupación por la historia de Salta, y por el Instituto San Felipe y Santiago, del que fue socio fundador; también publicó en el Instituto “Salteño de Cultura Hispánica” y en el “Instituto Güemesiano”. Sus trabajos abordan la historia de Salta durante el período comprendido entre 1821 y 1862; entre ellos podemos mencionar “Apuntes Históricos sobre Salta” en 1934, “San Martín y Salta” en 1951, “Contribución a la Historia de la Propiedad Inmobiliaria de Salta en la Época Virreinal” en 1945, “Salta 18621930”, “Abogados de Salta (Datos biográficos) en 1970, “Güemes. El caudillo en el medio geográfico, económico y socio cultural” en 1971, e innumerables ensayos. Como dijimos anteriormente, su obra más importante fue “Historia de Güemes”, editada por primera vez en 1944 y reeditada en 1971 y en 1983. Consta de catorce capítulos que tratan sobre la genealogía de la familia de Güemes, su vida, su formación militar y su participación en la guerra por la independencia en la frontera norte del Virreinato del Río de la Plata. En la obra, Cornejo recuperó el accionar de Güemes, ya que considera que Güemes es “el caudillo de la Patria, de la Revolución, de la independencia Americana”, su ejército está compuesto por “gauchos honrados y valientes” que no son asesinos, “sino de los tiranos que quieren esclavizarlos”39. El interés del autor se basa en la reivindicación de la figura de Güemes como héroe y de las familias que lo acompañaron en la guerra de independencia. Para Cornejo “es Güemes el caudillo de la Patria, de la Revolución, de la Independencia Americana”. En la misma, el autor confiesa que “el tema es superior a mis fuerzas, y el honor de exponerlos superior a mis merecimientos o condiciones. Con todo, afronto la responsabilidad, sin otro móvil que el patriotismo y mi admiración por la figura máxima del Norte Argentino”40.

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Frías, Bernardo (1971): Obra citada. Tr. 1. Pág. 15. Caro Figueroa, Gregorio (1970). Obra citada. T. 1. Pág. 205-206 Cornejo, Atilio (1983), “Historia de Güemes”. Agrup. Tradicionalista Gauchos de Salta. Pág. 159161. Ibídem. Pág. 171.

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En el exhaustivo trabajo heurístico41 realizado por Cornejo se observa una fuerte influencia de Bartolomé Mitre y de su maestro Bernardo Frías cuya obra “Historia del General Güemes” es citada reiteradamente. También se remite a la obra de Mitre; “Historia de Belgrano”, donde el historiador bonaerense dice que Salta fue una de las primeras provincias que respondió al grito revolucionario de Buenos Aires y que “el caudillaje de Güemes en Salta, era como en todos sus vicios, una fuerza viva al servicio de la revolución, y tal como era había que admitirla, so pena de perderla o ponerla en contra”42. Asimismo le recrimina43 la falta de generosidad con la memoria de Güemes, quien “traza la frontera norte de la Nación con su espada” y cuestiona por qué no puede el nombre de Güemes estar al lado de Bolívar.”. Sostiene Cornejo que aunque “son odiosas las comparaciones y peligrosos lo paralelos, no es menos cierto que un nombre al lado de otro no significa usurpación de los primeros puestos de la historia, sino justicia en la inmortalidad.”44. Para la descripción física del héroe, que no se aleja de la propuesta de Frías, Cornejo rescata una importante cita de Juana Manuela Gorriti, de quien afirma que es “la eximia escritora salteña (…) tan ligada a la familia de Güemes no solamente por los vínculos de amistad de su padre, sino también los familiares”45. La segunda edición ampliada y corregida por el autor de la “Historia de Güemes” fue publicada en 1971 por Artes Gráficas de Salta, gracias a la gestión de la Agrupación Gauchos de Güemes y del apoyo económico de la firma Michel Torino. En la investigación de Cornejo que consta de 366 páginas e incluye bibliografía y repositorios documentales, el estudio del pasado se apoya en la evidencia empírica que prioriza la selección e interpretación de los documentos. Dice Colmenares que “investigador probo y minucioso, Atilio Cornejo sólo afirma lo que tiene capacidad de probar”46. Sobre la obra de su maestro, el historiador Oscar Colmenares, discípulo de Cornejo, dice que Roberto Levillier se refirió a la “Historia de Güemes”, como “el libro más notable del doctor Atilio Cornejo (…) faltaban en la época de Mitre, Vélez Sarfield, Bernardo Frías, Vicente López y muchos otros, documentos que el doctor Cornejo descubrió y con los cuales perfeccionó considerablemente el conocimiento de las finalidades del caudillo” (Colmenares: 1974; 19). La obra rescata la vida y la actividad política y militar de Güemes cumpliendo “una misión nacional. Más aún: Americana”47.

Conclusiones Este trabajo tuvo como propósito indagar sobre la construcción de identidades en la producción historiográfica salteña de la primera mitad del siglo XX. Para ello analizamos las obras de Bernardo Frías; “Historia del General Güemes y de la provincia de Salta, o sea de la provincia de Salta” y las “Tradiciones Históricas” e “Historia de Güemes”, escrita por su discípulo Atilio Cornejo. La elección de las mismas se debe a que fueron referente 41 42 43 44 45 46 47

El trabajo de Cornejo que tiene como base el uso de oficios, cartas, decretos, instrucciones, despachos, que son transcriptos por el autor a modo de cita en la obra. Cornejo, Atilio (1983): Obra citada. Pág. 147. Para argumentar se vale de una extensa cita tomada de “Estudios históricos de la revolución argentina. Belgrano y Güemes”, escrita por Mitre y publicada en 1864. Ibídem. Pág. 147-149. Cornejo, Atilio (1983): Obra citada. Pág. 154. Colmenares, Oscar (1974): 2Atilio Cornejo, historiador de Salta”. Instituto Salteño de Cultura Hispánica. Pág. 17. Ibídem.

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del historicismo romántico que se desarrolló en Salta en un momento en que la provincia precisaba de elementos que permitieran su individualización con respecto a la Nación, lo que fue conformando rasgos de identidad local. En este sentido, procuramos enfocar el problema analizando la escritura de la historia y de las tradiciones salteñas en relación a las identidades locales. Frías escribió en un periodo en el que preocupaba la disolución del ser nacional que algunos ubicaban en la sociedad criolla y otros en la ruptura de la filiación con España. Los intelectuales aristocráticos signados por el catolicismo hispánico consideraban que se estaba iniciando la debilitación racial de la originaria población “autóctona criolla” debido al predominio del componente inmigratorio en la sociedad. En la invocación de la sangre hispana como la base de las interpretaciones de la identidad de Salta, el autor destacó la belleza tangible en los cuerpos femeninos de las damas salteñas como si nuestra ciudad hubiera estado poblada solamente por españoles o sus descendientes. Visto retrospectivamente el discurso historiográfico de Frías respondió al género reivindicatorio de las historias provinciales de comienzos del siglo pasado, en él Martín Miguel de Güemes se convirtió en el héroe de nuestra provincia. En este momento de acuerdo a las ideas que circulaban, la identidad salteña encontró su base principal en el ser gaucho, como prototipo de hombre criollo, trabajador del campo y honesto, en contraposición y desmedro del indio. Asimismo hubo familias que fueron reivindicadas con el héroe gaucho mientras que otras denunciadas por su falta de apoyo a la causa patriótica y una minoría que fue reconciliada con la historia. Finalmente, cabe aclarar que el discípulo de Frías, Atilio Cornejo no introdujo innovaciones en la producción historiográfica salteña. Como representante de la Nueva Escuela Histórica continuó los lineamentos de la forma de hacer historia tradicional.

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Devoto Fernando (2010): “Historiadores, ensayistas y gran público. La historiografía argentina 19902010”.Biblos. Buenos Aires. Estuardo Núñez (1980):”El impacto de Ricardo Palma en América Latina”. Ponencia para el XVII Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana. Estuardo Núñez (1989.): “Viajeros hispanoamericanos”. Biblioteca Ayacucho. Figueroa Solá, Eulalia (1982): Aportes para el estudio de la historiografía de Salta, en “Actas I Jornadas de Historia de Salta”. Complejo Museo Histórico del Norte. Asociación Amigos del Cabildo. Salta. Gramsci, Antonio (2012): “Los intelectuales y la organización de la cultura”. Nueva Visión. Buenos Aires. Marchionni, Marcelo (2006): Historias provinciales, locales y regionales. Reflexiones acerca de la construcción de los espacios para la interpretación de los procesos históricos en Salta y el NOA, en CD “Actas I Jornadas Internacionales de Historiografía Regional”. Resistencia. Mata de López, Sara (2002): La guerra de independencia en Salta y la emergencia de nuevas relaciones de poder, en “Revista Andes”. Nº 13. CEPIHA. Universidad Nacional de Salta. Mata de López, Sara (2003): Historia local, historia regional e historia nacional. ¿Una historia posible?, en “Revista 2. Escuela de Historia”. Año 2, Vol. 1, Nº 2. Conferencia. Facultad de Humanidades. Universidad Nacional de Salta. Mata de López, Sara (2008): “Los gauchos de Güemes. Guerras de Independencia y conflicto social”. Sudamericana. Argentina. Villagrán, Andrea (2010): “El general gaucho”. Historia y representaciones sociales en el proceso de construcción del héroe Güemes, en Alvarez Leguizamón, Sonia (comp): “Poder y salteñidad. Saberes, políticas y representaciones sociales”. CEPIHA. Facultad de Humanidades. Universidad Nacional de Salta.

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Salta y la Nación a comienzos del siglo XIX Un análisis en clave historiográfica -María Fernanda Justiniano y María ElinaTejerina[Universidad Nacional de Salta] ([email protected])

Las viejas lecturas de la historiografía salteña sobre los procesos decimonónicos nacieron amarradas al “mito de los orígenes” y con él a la convicción de que la Revolución fue el “germen de la nación argentina”. Esta concepción fue compartida por Bernardo Frías, quien es reconocido como el mayor referente de la producción histórica local. El título de su principal obra Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina refleja este aserto.1 El nombre de esta publicación, encargada a Frías por el gobierno provincial en 1913, resume dos marcas que atravesaron y moldearon la escritura salteña de la historia hasta la renovación historiográfica de los años de 1980: La lucha contra Mitre historiador, quien había puesto a Güemes en el lugar de bárbaro caudillo y la certeza de que Salta tenía una misión histórica en el destino nacional.2 La exposición histórica de los hechos de mayo de 1810 en la Provincia estuvo en manos de varones pertenecientes a la elite local quienes dejaron en su prosa los trazos culturales propios de sus respectivos orígenes.3 De este modo, la comunidad política imaginada y construida por las elites locales, triunfadoras del proceso revolucionario convirtió a la memoria de elaborada por la elite local en historia oficial de Salta. En menos de un siglo, los lazos profundos que unían a este espacio con el extremo Norte del novísimo Virreinato del Río de la Plata habían sido olvidados. Salta dejó ser conceptualizada como una zona de tránsito hacia el Alto Perú y se convirtió en zona de frontera.4 Güemes, en tanto, fue capturado por el relato épico oficial como el defensor de la frontera norte de la patria, la cual había dejado de llamarse Provincias Unidas en Sud-América para 1

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La obra cambia de nombre. El primer tomo se edita por primera vez en 1902 y el título era Historia de Martín Güemes y de la Provincia de Salta. Recién en su publicación póstuma toma el nombre definitivo citado en párrafos anteriores. El texto de Frías se convertirá en un texto fundante de la historiografía regional. La mayoría de los trabajos e investigaciones posteriormente publicados sobre Güemes y la revolución tomarán a Frías tanto para corroborar como también para contraponer otras interpretaciones. El gobierno de Robustiano Patrón Costas le confió a Frías en 1913 la tarea de sistematizar la obra del general Martín Miguel de Güemes y de posicionar su figura como héroe provincial y nacional. Así tomó forma una de las producciones más importantes de la historiografía salteña: Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina, que dejó sistematizados conocimientos sobre la economía, la política y la sociedad durante la primera mitad del siglo XIX. Frías tuvo la posibilidad de incursionar en archivos oficiales y particulares, como así de contar con testimonios orales de testigos de los hechos y sus descendientes En, Atilio Cornejo, “Personalidad y Misión Histórica de Salta”, Boletín del Instituto de San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta, nº 30, (1939). Puede profundizarse este aspecto en María Fernanda Justiniano, Identidades de elite en la consolidación de las marcas identitarias del Estado nación argentino de fines del siglo xix, artículo presentado en el marco del VI ciclo de Posdoctorado del CEA, 2009. Luis Oscar Colmenares, Martín Güemes. El héroe mártir, (España: Ciudad Argentina, 1999).

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denominarse República Argentina.5 Una realidad bifronte y antagónica fue construida alrededor de los sucesos acaecidos el 25 de mayo de 1810 en Buenos Aires. Según el relato oficial los protagonistas de los sucesos de mayo manifestaron desde los inicios las intenciones de continuar bajo el dominio del imperio español, unos, o de romper con él y formar una entidad política nueva, otros. Esta lectura paulatinamente ocultó o no dejó oír otras voces del pasado como tampoco otros proyectos políticos. Progresivamente, la historia oficial de la Nación fue olvidándose en las argumentaciones sobre la revolución de acontecimientos como los de Chuquisaca, Potosí, La Paz, ocurridos entre mayo y julio de 1809. La producción histórica salteña, en cambio, aunque los recuperó para la memoria no pudo integrarlos al gran relato nacional. Miembros de la elite local habían participado de estos primeros intentos de establecer una Junta y un gobierno exclusivamente americano y Salta fue la tierra elegida por algunos exiliados una vez que fueron sofocados. Aunque Frías, no los ubica como antecedentes explicativos de los hechos de Buenos Aires, toma distancia de las interpretaciones hegemónicas de su tiempo. Para el historiador salteño el modo violento en el que fueron castigados y reprimidos habría despertado el odio público que rodeó al “virrey de Buenos Aires”. “Convencidos están los historiadores, y entre ellos escritores muy graves, que fue la separación de Liniers la causa más poderosa, si no la verdadera, de la pérdida de las colonias por España. Por lo que a nosotros respecta, se nos antoja pensar que la causa de la revolución sólo estaba en el sistema gubernativo empleado para las colonias y en aquella política dura y tenaz seguida en ellas por sus virreyes y demás autoridades. La separación de Liniers, si con ella no hubiera ido también la de su política, no hubiera servido ni a precipitar siquiera los sucesos que se consumaron después”.6 La relación entre los acontecimientos del Alto Perú y Buenos Aires también fue observada por el historiador y abogado salteño Atilio Cornejo7, quien echó más tierra sobre el mito de la Sociedad de los Siete, ya derribado por Juan Canter en 1941.8 Un nuevo argumento se sumaba y enfrentaba a las interpretaciones de los historiadores salteños con la historia de Mitre. Para Cornejo, “fueron Gurruchaga y Moldes los auténticos precursores de la Independencia en el Norte argentino y en el Alto Perú”.9 El historiador no pudo escapar en esta frase a su concepción decimonónica de la historia. Tampoco pudo superar la naturalización de una concepción de un espacio fragmentado por los límites nacionales, aunque tales divi5 6 7 8

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Acta de la Independencia de las Provincias Unidas en Sud-América (En línea), 9 de julio de 1816. Bernardo Frías, Historia del General…, cit., Tomo I, p. 409. Atilio Cornejo, “Trascendencia de las Revoluciones de Chuquisaca y La Paz en 1809 en la Historia del Norte Argentino”, en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, Vol. XXX, (1959). La Sociedad de los Siete se refiere al grupo integrado por Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Juan José Castelli, Juan Martín de Pueyrredón, Mariano Moreno, Hipólito Vieytes y Nicolás Rodríguez Peña que reunido en la jabonería de Vieytes o en la casa de Rodríguez Peña preparó la destitución del virrey Cisneros. La veracidad de la existencia de la Sociedad de los Siete fue puesta en duda por Juan Canter. En Juan Canter, “Las Sociedades Secretas y Literarias”, en Academia Nacional de la Historia T VI, (Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia, 1941), Capítulo X. En tanto Atilio Cornejo responsabiliza a Bartolomé Mitre por su canonización e instauración como verdad consagrada. En Atilio Cornejo, Historia de Francisco de Gurruchaga, T.II, (Salta: Instituto San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta, 1978), p. 52. Atilio Cornejo, Historia de Francisco de Gurruchaga, T.II, (Salta: Instituto San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta, 1978), p. 60.

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siones fueran el resultado de los sucesos que relata. La idea de que Salta tenía una misión histórica en la construcción de los destinos de la Nación estuvo presente en la escritura de los historiadores locales, y no sólo en ellos.10 Cornejo, convencido de que el guión de la revolución había sido escrito por los revolucionarios en España, encontraba entre sus autores más notables a los hermanos Gurruchaga, a Moldes y a Juan Martín de Pueyrredón. Al decir de Bernardo Frías, éstos junto a Bolívar, San Martín, Zapiola, Balcarce, O’Higginss y Pueyrredón habían estado en contacto con Francisco Miranda en Cádiz, en 1807, al celebrarse la junta que reunía a los principales conjurados: …De la entrevista resultó acordado que partiera Moldes –con cuyo genio emprendedor tenían todos singular confianza– con destino a Buenos Aires a levantar la insurrección por la independencia de los pueblos del Plata. En esto, la presencia de Miranda fue descubierta y tuvo que huir, proscrito y perseguido como se hallaba desde años atrás. Pero razones de mayor conveniencia que se tuvieron en cuenta, hicieron variar este lado del plan, cambiando el emisario y sustituyéndolo por Pueyrredón, más conocido en Buenos Aires, mientras Moldes quedaba en España, a preparar mayores elementos en Europa”.11 La historiografía local rescató a Juan Martín de Pueyrredón como precursor de la Independencia en Buenos Aires. La revolución, de este modo, se presentaba en distintos espacios con diferentes protagonistas. Los actores de la época convertidos en fuentes por Frías y Cornejo ya lo habían entendido así. También habían advertido sobre el rol que le cupo a Salta en el destino nacional que ellos intentaban forjar. El flamante gobernador Martín Miguel de Güemes encabezó las firmas de una comunicación oficial dirigida al Director Supremo, General José Rondeau, el 11 de mayo de 1815, en la cual el gobernador, los congresales municipales y los diputados afirmaban: “La provincia de Salta, que había sido la primera en unirse al sistema de justicia promovido el 25 de Mayo por la heroica Buenos Aires, era preciso se manifestase siempre celosa para sostener sus derechos contra toda especie de tiránica dominación; mas esta propia Provincia jamás era capaz de prescindir de admitir un plan que cediese en beneficio universal de las Provincias Unidas”. Salta, agrega, guardará la más perfecta unión con ésa siempre que se cumpla la condición “de que, si en el término de cinco meses no se realizase el Congreso en el lugar intermedio que se designase, quedará esta Provincia en el propio hécho, libre de la sujeción al Gobierno Provisorio establecido y en una total independencia provincial. Este es un efecto propio del celo de todo buen ciudadano que procure y aspire a la común felicidad; un remedio preservativo para cortar en lo sucesivo los males que acabamos de sufrir por una horrorosa fracción que había minado los cimientos de nuestra libertad”.12 Al momento de firmar esta misiva, Güemes había sido reconocido por los Cabildos de Jujuy, Tarija y OránEn su exposición ante el Congreso Nacional acerca de sus servicios 10

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Armando Bazán, Historia del Noroeste (Buenos Aires: Plus Ultra, 1986) y Armando Bazán, El Noroeste y la Argentina contemporánea (Buenos Aires: Plus Ultra, 1992). Armando Raúl Bazán (1986,1992) buscó reinterpretar el rol del Noroeste en el proceso histórico nacional, a través de la búsqueda de las conexiones vitales del proceso histórico regional con los desarrollos nacionales y la valorización de las contribuciones de las provincias y sus hombres en los acontecimientos de la historia argentina Bernardo Frías, Francisco de Gurruchaga, (Buenos Aires: Secretaría de Estado de Marina, 1961), 20. Atilio Cornejo, “Salta y el Congreso de Tucumán. Trabajo y Comunicaciones, 15, 135-159. En Memoria Académcia. Disponible en: http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revista/pr.1026.pdf

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a la causa pública, José de Moldes participaba de esta concepción de una única revolución, una sola causa, sostenida por los pueblos y sus respectivos referentes. Frustrados así todos mis designios, y después de hacer el gasto propio de más de tres mil pesos, me reembarqué para Cádiz, con ánimo de trasladarme a esta capital, como efectivamente lo verifiqué, desembarcando en ella el 7 de enero de 1809. A pocos días el mayor Terrada me condujo a una quinta extramuros, donde encontré varios americanos que me dijeron trataban de la independencia; y yo instruyéndoles de lo que favorecían las circunstancias respecto del Estado de España, de lo que les di clara noticia, me comprometí a propagar en todos los pueblos de mi tránsito, y servir con mi persona. Así que en Córdoba lo practiqué con don Tomás Allende, de donde fui desterrado por el gobernador Concha. En Santiago del Estero lo traté con don Francisco Borges, en Tucumán con don Nicolás Laguna, en Salta insinué a sus habitantes más considerados, en la Paz lo hice con don Clemente Díaz Medina, en Cochabamba con don Mariano de Medina, tesorero de aquella ciudad; omitiendo los de Chile y Lima para no comprometerlos infructuosamente, todos sujetos de opinión en sus respectivos pueblos, y que obraron a favor de la causa tan pronto como les fue posible, justamente en un tiempo en que no teníamos más patria, ejército, ni garante que el pescuezo. Así fue que el 25 de mayo, día en que hizo la revolución Buenos Aires, me hallaba cerca de Córdoba, caminando para ésta a seguir una instancia sobre una prisión y desafuero que había sufrido por cuarenta y un días, de resultas de haber sido sorprendida mi comunicación en Cochabamba, según consta de documentos públicos que conservo, así como de todo lo demás que en adelante expondré.13 Una línea semejante a la de Moldes sostuvo Juan Ignacio Gorriti al oponerse al proyecto de ley de erigir en la ahora Plaza 25 de Mayo de Buenos Aires un monumento “a los autores de la revolución en el memorable 25 de mayo de 1810”.14 Al respecto interrogaba Gorriti sobre cómo se determinaría quiénes tendrían el alto honor, qué sucesos y qué hombres deberían reconocerse con el calificativo de autores y a quiénes como los primeros. En sus respuestas se observan aquellas ideas recuperadas posteriormente por la historiografía local respecto de la existencia de una relación causal entre las revoluciones del Alto Perú y la de Mayo. En el discurso del legislador salteño no estuvieron ausentes preguntas clásicas de la escritura histórica sobre revoluciones como cuándo se inician, cómo deben considerarse aquellos sucesos que no son exitosos, qué hechos deben ser considerados una revolución. Yo no he dicho que no niego el mérito de los que el 25 de mayo de 1810 sostuvieron con su energía la causa de la América; pero conviene examinar los quilates de ese mérito porque, si es injusto que el verdadero mérito quede olvidado, es ridículo que un mérito cualquiera se premie como un heroísmo. El legislador, para consagrar monumentos a la posteridad, debe penetrar en la oscuridad de los tiempos y juzgar hoy como pensaría entonces. Son ciertamente dignos de la gratitud de la Nación los que en esos días se combinaron, persuadieron a los comandantes, hablaron en nombre del pueblo, etc. Pero en primer lugar, este mérito ha recibido realce porque fue coronado del suceso; más que el no lo habría sido, si no hubiera encontrado por todas partes cooperadores celosos que sin estar concertados, concurrieron en su auxilio y segundaron eficazmente sus esfuerzos. No veo razón 13 14

José de Moldes, “Exposición del Coronel don José de Moldes acerca de sus servicios a la causa pública”, Bernardo Frías, Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta o sea de la Independencia argentina,T. I, (Buenos Aires: Depalma, 1971), 529. El discurso fue pronunciado por Gorriti ante el Congreso Constituyente de la República durante la noche del 31 de diciembre de 1826. El proyecto era de autoría del Ejecutivo y, aunque fue aprobado, nunca se ejecutó.

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por qué hayan aquellos de ser coronados como héroes y olvidados estos otros. Si es por haber sido los primeros, hágase justicia. Los paceños, en tal caso, merecen la preferencia. Si ellos fueron desgraciados, sus esfuerzos y su resolución no dejaron de ser grandes, ni su consagración por la causa de la libertad es menos digna de gratitud. Si es por haber tenido suceso, extiéndase el mérito y la recompensa a los que vinieron a completar los resultados felices. Sí, el valor, yo no vacilo en decirlo, lo encuentro mayor en los que en diferentes puntos del virreinato osaron pronunciarse a favor de las innovaciones hechas en esta capital. Los que aquí obraban estaban con las espaldas resguardadas; la fuerza estaba por ellos. El virrey, su cautivo, era una fiera sin uñas ni colmillos. La Audiencia también estaba bajo su férula. No dependía sino de ellos oprimirlos con el peso del poder real que poseían, en vez de que en los otros puntos, los que osaron pronunciarse por la Junta estaban bajo el influjo de un poder absoluto, expuestos a las venganzas de unos tiranos que podían disponer de su vida y de su fortuna. En efecto, ¿no se vieron numerosas víctimas de su patriotismo conducidas al cadalso en todas partes, excepto en Buenos Aires? Es, luego evidente que fueron mayores los peligros en todos los demás puntos que aquí; por consiguiente, que se necesitó más energía y magnanimidad para adoptar la causa de la revolución que para iniciarla aquí. Sería, pues, todo junto ridículo e injusto, un monumento que consagrase la memoria de hechos menos heroicos, cuando se echara en olvido lo que tiene más derecho al título de heroísmo.15 La misión histórica de Salta en la construcción del Estado durante y después de la revolución también estuvo presente en los testimonios dejados por estos protagonistas de los sucesos. José Moldes en la Exposición citada se manifestó convencido de que la resolución heroica de Salta de declarar su apoyo a Buenos Aires permitió el desenlace exitoso del proceso revolucionario. Fundaba su afirmación en el temprano reconocimiento de la autoridad de la Junta realizado por el Cabildo de Salta.16 Una opinión semejante dejó en sus Memorias el virrey del Perú José Fernando de Abascal y Sousa, al expresar que Salta se declaró abiertamente por los porteños.17 A fines de los años de 1970, Cornejo y otros historiadores del interior estaban convencidos de que los hechos de mayo de 1810 habían sido mirados y contemplados desde Buenos Aires.18La historiografía salteña, como se expresó en páginas anteriores, no pudo o no supo articular o integrar sus argumentos en el gran relato nacional. Paulatinamente, estos rasgos que caracterizaron la escritura de la historia local se difuminaron. Dos décadas después, Luis Oscar Colmenares, en su obra Martín Güemes. El héroe mártir, no recurrió a las argumentaciones sostenidas y defendidas por Cornejo o Frías. Asumió como suya la historia oficial nacional. No se encuentra en este libro mención alguna de los sucesos de Chuquisaca, Potosí y La Paz ni del papel que les cupo en los hechos revolucionarios a sus coterráneos Francisco de Gurruchaga y José de Moldes. En consonancia con la línea tradicional, citó como antecedentes de los hechos de mayo las invasiones inglesas a 15

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Juan Ignacio Gorriti, “Discurso del doctor Juan Ignacio Gorriti sobre quiénes deben ser considerados como verdaderos autores de la Revolución del 25 de mayo de 1810”, en Bernardo Frías, Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta o sea de la Independencia Argentina”, (Buenos Aires: Depalma, 1971), 521-527. La Gaceta, 23 de julio de 1810. Citado por Atilio Cornejo, Historia de Francisco…, 324. Atilio Cornejo, Historia de Francisco…, 324.

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Buenos Aires en 1806 y 1807 y la formación de la Junta de Sevilla. La noticia de la disolución de la Junta Central de Sevilla y la designación por ésta, antes de disolverse, de un Consejo de Regencia, llegó a Buenos Aires alrededor del 15 de mayo por medio de unas publicaciones inglesas. El virrey dio una proclama el día 18, comunicando lo ocurrido y recomendando calma. Los criollos, encabezados por Cornelio Saavedra y Juan José Castelli, sostuvieron que Cisneros, designado por la Junta Central, había cesado en sus funciones al disolverse la misma. La respuesta del virrey fue convocar a Cabildo Abierto para tratar la cuestión, y éste se reunió el 22 de mayo. No tenía otro recurso, pues desde las invasiones inglesas las fuerzas criollas predominaban sobre las peninsulares.19 Estas exposiciones históricas amarradas en una concepción tradicional de la práctica historiográfica no se hicieron eco de las innovaciones que impulsaban Annales y el marxismo británico, allende el Atlántico. La renovación vino de las nuevas producciones de historiadores de la Universidad Nacional de Salta, que asimilaron en su escritura los vertiginosos cambios en los modos de historiar. Tras la dictadura la exposición histórica salteña se hizo más económica y social. En una línea renovada de investigación se sitúan, especialmente, los trabajos de Sara Mata que integraron las premisas de los nuevos modos de historiar. Sus preocupaciones estuvieron orientadas a dilucidar las bases económicas y sociales de aquellos que habían quedado olvidados bajo el epíteto de las montoneras de Guëmes. En opinión de Sara Mata, no debería extrañar que la mayor parte de estos milicianos rurales fueran campesinos y peones del Valle de Lerma y de la región de la Frontera, ya que estas zonas contaban, para esta época, con importantes estancias ganaderas y haciendas azucareras. Además, el hecho de constituir el camino obligado que unía a la ciudad de Salta con Tucumán al Sur y Jujuy al Norte le otorgaba a esta zona un rol de mayor importancia política, económica y demográfica.20 Con los impulsos de la ciencia histórica europea y en un contexto político caracterizado por la vuelta a la democracia, la producción histórica salteña renunció a sus marcas originarias. Annales y la dinámica de la propia historiografía argentina introdujeron la preocupación por el espacio. Las nuevas conceptualizaciones sobre la región nutrieron los nuevos aportes frente a las viejas versiones que desconocían los procesos de cambio social, y plantearon la necesidad de desdoblar el abordaje, al diferenciar una concepción de la espacialidad que se correspondía con el orden natural y otra que tenía como correlato al orden social. Esta tendencia, conforme a la cual el espacio es condicionante pero no determinante de los procesos sociales, planteó la inexistencia de procesos puramente sociales y concibió lo espacial como un producto socialmente construido.21 Los diversos estudios concordaron, de un modo u 19 20 21

Luis Colmenares, Martín Güemes. El héroe mártir, (Madrid: Ciudad Argentina, 1999), 26. Sara Mata, “Tierra en Armas. Salta en la Revolución”, en Persistencias y cambios: Salta y el Noroeste argentino- 1770-1840,comp. de Sara Mata (Rosario: Prehistoria, 1999), 163. En esta línea se ubicaron las contribuciones de Eric Van Young (1987) y José Luis Coraggio (1987). Este último puso de relieve la estrecha relación existente entre las formas espaciales y las estructuras sociales en directa vinculación con los modos de organización del poder. Mabel Manzanal y Alejandro Rofman (1989) introdujeron la categoría de complejos territoriales, en base a la cual advirtieron que sobre el espacio hay flujos y subsistemas a través de los cuales es posible conocer cómo una determinada sociedad se apropia del espacio y se reproduce. Sergio Boisier (1988,1992) diferenció la lógica de los territorios de la lógica de los sectores y Noemí Girbal-Blacha (1997) hizo notar que la comprensión de una socioeconomía regional exige una contextualización espacial e histórica a nivel socioeconómico nacional para redefinir, incluso, la propia delimitación regional.

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otro, en que el desarrollo nacional se reproduce, con sus particularidades específicas, en cada una de las regiones y subespacios que lo integran. Pese a sus distintos matices, estas contribuciones teórico-metodológicas coincidieron en resaltar la dimensión política contenida en el concepto de región, cuyos vínculos suelen ser contradictorios en relación con los procesos históricos globales. La tesis de Carlos SempatAssadourian se constituyó en un hito explicativo que marcó la dirección de una gran para de la producción histórica de América Latina. Recordemos que sus aportes renovaron las perspectivas teóricas construidas hasta entonces sobre la economía colonial. Assadourian abandonó el estudio de las sociedades coloniales a partir de la relación unívoca metrópoli-colonias y se enfocó en las dinámicas internas de la economía colonial, en la circulación mercantil.22 De este modo, el centro minero de Potosí adquirió envergadura para explicar la estructuración de un espacio económico, a partir de la articulación de circuitos mercantiles dominados por productos producidos en el propio espacio peruano.23 Este espacio peruano fue el área económica que se identificó con la economía y el comercio de la región de la América andina. A través de su eje Lima-Potosí, conectó a una importante red de economías especializadas que ofrecían sus productos en mercados internos regionales.24 En esta línea explicativa se inscribió la producción histórica salteña que abandonó la concepción de frontera de un espacio político cuyo epicentro era Buenos Aires para proponer la de integración de Salta a un espacio mercantil cuyo eje articulador es el centro minero potosino. En este sentido, Sara Mata afirmó: Desde épocas tempranas los excedentes de la región se comercializaron en el Alto Perú, sobre todo en Potosí. En el espacio mercantil andino, Salta cumplió un rol de una estación de tránsito particular importancia por sus ferias de mulas y sus campos de invernada. En el siglo XVII, y cuando todavía el comercio mular no poseía la envergadura e importancia que alcanzaría a fines del período colonial, Salta ya era un centro mercantil que se diferenciaba de las otras ciudades del Tucumán.25 […] En estas circunstancias la ciudad de Salta se convirtió en el eje de tres circuitos mercantiles claramente definidos. El más importante era el de Buenos Aires-Perú: por el que circulaban los efectos de Castilla, los esclavos, la yerba mate y las mulas que en retorno producían dinero en efectivo, tejidos altoperuanos y lana de vicuña. Otro más restringido espacialmente, comprendía las regiones productoras de vino y aguardiente como La Rioja, San Juan y Catamarca. Los ponchos cordobeses formaban también parte del mismo. Los comerciantes que lo transitaban o que remitían con arrieros sus productos a los apoderados en Salta componían un interesante sector 22

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Con estos aportes Assadourian desmoronó la construcción marxista estaliniana de la historia que había establecido que “la doctrina oficial de los partidos comunistas latinoamericanos continuará sosteniendo la tesis de carácter feudal o semifeudal de la economía colonial del continente y de su actual sobrevivencia”, (publicado en la revista Kommunist de Moscú). Cfr. ARISMENDI, Rodney, “Problemas de una revolución continental”, en Recherches Internationales a la Lumiére du Marxisme, nº 32, julio-agosto de 1962, pp. 31-34. En Löwy Michael, (Comp.), El Marxismo en América Latina, desde 1909 hasta nuestros días, (1ª ed. en francés, 1980). Santiago de Chile, LOM, 2007, pp. 265-268. Carlos Sempat Assadourian, El sistema de la economía colonial. Mercado interno. Regiones y espacios económicos, (Perú: IEP, 1982). Guillermo Bravo, “Comercio y mercados en América Andina en el último siglo colonial”, en Margarita Garrido (Ed), Historia de América Andina: El sistema colonial tardío, volumen 3, (Quito: Universidad Andina Simón Bolívar, 2001), 126 y ss. Sara Mata, Tierra y poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas de la independencia, (Sevilla: Diputación de Sevilla, 2000), 40.

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medio urbano, que es necesario analizar más detenidamente. Finalmente, en el circuito mercantil Santiago de Chile-Mendoza-Salta-Alto Perú participaban comerciantes de Buenos Aires junto con otros residentes en Salta. Por él transitaban efectos de la tierra provenientes de Chile y aguardiente y pasas de uva de San Juan, junto con tejidos altoperuanos y efectos de Castilla. Concluye: La importancia de la ciudad de Salta en los circuitos mercantiles surandinos se constata a través del proceso de urbanización que en ella se advierte y que difiere del resto de las ciudades de la Gobernación del Tucumán.26 Las producciones historiográficas locales reflejan, el utillaje teórico conceptual contrastado con las fuentes incorporadas en el análisis, en los mapas que acompañan las respectivas exposiciones históricas. Así, Bernardo Frías propone un mapa de la Intendencia de Salta que no puede escapar de los límites de las actuales provincias y países. La representación cartográfica de la Intendencia d Salta del Tucumán, sus límites, sus ciudades y sus villa estuvo a cargo de Gregorio Romero Sosa y Delia Bellalba. Aunque, tanto el título como las referencias nos remiten a una jurisdicción política colonial, el mapa se realizó sobre los límites de las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán y Santiago del Estero. Sara Mata, en tanto, incorpora una cartografía de Álvaro Jara, que representa a Salta como centro mercantil entre Buenos Aires y el Perú. En la confección de este mapa se eludieron todas las referencias a límites y divisiones políticas de países o provincias. Mapa 1: “Mapa de la Intendencia de Salta, historiografía tradicional”

Fuente: Bernardo Frías, Historia del General Martín Güemes y de la Provincia de Salta, o sea de la Independencia Argentina, (Buenos Aires: Ediciones Depalma, 1971), 66.

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Sara Mata, Tierra y poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas de la independencia, (Sevilla: Diputación de Sevilla, 2000), 46.

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Mapa 2: “Salta como centro mercantil, historiografía renovada”

Fuente: Sara Mata, Tierra y poder en Salta. El noroeste argentino en vísperas de la independencia, (Sevilla: Diputación de Sevilla, 2000), 43

Además de aquello revelado por las representaciones cartográficas utilizadas, los títulos de los libros de Frías y Mata también constituyen evidencia de un cambio de concepción sobre la práctica historiográfica y sobre la función social de la Historia. El primero comparte las preocupaciones cívicas de su época de crear vínculos de pertenencia, a Salta y a la Nación, como así también de resaltar el rol histórico que le cupo a Salta y al General Martín Miguel de Güemes, en la independencia Argentina, en confrontación con la historia de Mitre. En tanto, el segundo entiende que la historia es analítica y pretende mostrar la dinámica del poder en Salta y la base económica que lo sustenta, de allí su nombre. Aunque, es dable señalar, que el título también hace referencia al Noroeste argentino, espacio reconocido por Frías en la cartografía utilizada. Al igual que éste, también alude a la independencia, aunque no como objeto de estudio sino como delimitación temporal. Se debe resaltar que en el título del libro de Mata la palabra provincia está ausente y se hace presente el término Noroeste. Este último dato es indicativo de la irrupción de la región como categoría de análisis en la práctica historiográfica. En los años de mil novecientos noventa se afirmó en la historiografía argentina la idea de estrechez que presentaban los espacios provinciales para explicar determinados procesos. Los historiadores influidos por las herramientas del posibilismo geográfico asieron el concepto de región para los estudios. Se entendía que la región, en tanto categoría analítica, no tiene una existencia real era una construcción intelectual definida siempre en relación a un todo que la comprende y del cual forma parte. La región entendida, ante todo, como un espacio existencial y organizado que revela identidades culturales y traduce lógicas de distribución económica y del poder político.27 En la producción histórica de Argentina hubo una explosión de estudios regionales. A 27

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Justiniano, María Fernanda, “Salta a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Una realidad, múltiples espacios”, en Sara Mata y Nidia Areces (Coord), Historia Regional. Estudios de casos y reflexiones teóricas, (Salta: Edunsa, 2006), 229-248.

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la par, se configuró la historia regional como un modo de historiar que tenía sus orígenes en estas latitudes. En la provincia, Guillermo Madrazo28 y Sara Mata fueron propulsores de esta renovación historiográfica y dirigieron su preocupación al estudio del comercio y sus circuitos durante la etapa colonial y la primera mitad del siglo XIX. Con estos desarrollos el concepto de región comenzó a mostrarse como una categoría analítica clave para desentrañar el pasado histórico. En la década de los ‘90 la historia regional tomó forma como género historiográfico deudor de la historia económica practicada en la década de 1960. Carlos Assadourian, Heraclio Bonilla, Antonio Mitre y TristanPlatt superaron la estrechez de las visiones de las “historias nacionales” y pusieron el énfasis en los circuitos y estrategias mercantiles de la región de los Andes meridionales. En contraposición a la postura que sostenía que el espacio económico colonial se había desintegrado por la depresión minera, la penetración del comercio inglés y los cambios derivados del nuevo orden político republicano, los citados investigadores advirtieron que la plata de Potosí continuó inyectando vida a una amplia región económica de la que formaban parte las poblaciones del Norte argentino. Las localidades salteñas, tucumanas y jujeñas articuladas al hinterland minero, en particular, comerciaron con Bolivia hasta 1860. La amplia difusión de la moneda potosina en la región a partir de 1840, como sostuvo Antonio Mitre, contribuyó a incrementar el comercio con Bolivia y Chile frente al de Buenos Aires, en donde circulaba la moneda fiduciaria. Recién después de 1880 este espacio regional se subordinaría a la economía de exportación a medida en que los circuitos mercantiles de raigambre colonial entraron en crisis.29 En esta línea, Viviana Conti señaló que las transacciones comerciales de Salta y Jujuy se reacomodaron entre 1840 y 1870 y advirtió que el litoral pacífico se convirtió para esta región en una opción frente al puerto de Buenos Aires. Durante esos treinta años el esquema de circulación comercial en que se insertaron los negocios salto-jujeños se mantendría relativamente “aislado” del litoral atlántico.30 A fines del siglo XIX asnos y ovinos fueron, en términos cuantitativos, las exportaciones más importantes del Norte argentino a Bolivia. Entre tanto, el ganado vacuno de Salta se colocó en el Norte chileno, que se hallaba en pleno auge salitrero por esos años. Más allá de los volúmenes exportados, muchas de estas ventas al exterior dejaban escasos márgenes de ganancias a la elite local.31 Los artículos mencionadosabrevan interrogantes mayores de la economía latinoamericana que se preguntan sobre cuándo ésta fracasó, en comparación con los países europeos y Estados Unidos y si la independencia política de la región tuvo relación con estos desarrollos divergentes32 o fue acaso la herencia colonial de los nuevos países.33 Además, se inscriben en problemas más amplios referidos a la conformación de un espacio rioplatense 28 29 30 31 32 33

Guillermo Madrazo, “El comercio regional en el siglo XIX. La situación de Salta y Jujuy”, Andes Nº 7, (1994): 221-249. Antonio Mitre, El monedero de los Andes. Región económica y moneda boliviana en el S XIX, (La Paz: Hisbol, 1986), 47-80. Viviana Conti, “Circuitos mercantiles, medios de pago y estrategias en Salta y Jujuy (1820-1852)”, en María Alejandra Irigoin y Roberto Schmit, La desintegración de la economía colonial, (Buenos Aires: Biblos, 2003), 117 y 126. Erick Langer y Viviana Conti, “Circuitos comerciales tradicionales y cambio económico en los Andes meridionales (1830-1930)”, Desarrollo Económico, V31 Nº 121, (abril-junio 1991): 107. Jorge Gelman, “Senderos que se bifurcan. Las economías de América Latina luego de las independencias”, en Luis Bértola y Pablo Gerchunoff, Institucionalidad y desarrollo económico en América Latina, (Santiago de Chile: CEPAL, 2010), 19 y ss. Luis Bértola y Pablo Gerchunoff, “Introducción”, en Luis Bértola y Pablo Gerchunoff, Institucionalidad y desarrollo económico en América Latina, (Santiago de Chile: CEPAL, 2010), 11 y ss.

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articulado por Buenos Aires, a cuándo se produce la consecuente reorientación atlántica de las economías del Norte argentino34 y al porqué de las desigualdades continental, regionales y provinciales. La revolución de 1810 y la nueva división internacional del trabajo que promovía la revolución industrial del Norte atlántico europeo habrían sido, a juicio de Jorge Gelman, el punto de bifurcación entre las economías de las provincias del interior y de Buenos Aires y el Litoral, de la nueva entidad política llamada Provincias Unidas de Sud América. De esta manera, el signo de los tiempos es la divergencia regional y la generación de una Argentina macrocefálica, con un Buenos Aires que pasa con rapidez a concentrar lo principal de la riqueza del territorio y cada vez más de su población. Y si bien el desarrollo futuro corregirá parcialmente algunos de estos rasgos, se perfila aquí uno central que parece ya irreversible.35 Las producciones históricas de los últimos años confirman esta línea planteada por Gelman. La orientación atlántica de la economía salteña habría sido en tiempos más tempranos, sin que ello signifique el abandono de los mercados tradicionales. Los actores locales, rescatados por María Fernanda Justiniano, califican a la actividad comercial salteña de mediados del siglo XIX como “bastante activa”. El análisis de los datos del informe censal de 1865 le permite resaltar el papel que adquiere Buenos Aires como proveedor de mercaderías generales. Por esos años, según se advierte, los intereses económicos de los salteños oscilaban entre el Pacífico y el Atlántico. Los indicadores del censo permiten inferir que la reorientación hacia el Este de la economía provincial era una realidad que los hombres y mujeres de la época percibían cada vez con mayor nitidez. Esta situación tuvo su correlato con los proyectos políticos de Estado que las elites dirigentes apoyaron desde Salta.36 Este dinamismo observado por los protagonistas de la economía salteña de la época contrasta notablemente con la situación de miseria descrita por el gobernador Arenales en 1825 y con el crecimiento de la riqueza de la ciudad y la campaña Buenos Aires entre 1839 y 1855. Jorge Gelman señala que durante estos años ambas superaron rápidamente la crisis que habían sufrido en los momentos inmediatos a la revolución, al punto que podría afirmarse que multiplicaron ocho o nueve veces los índices de riqueza per cápita de Tucumán, Salta y Jujuy. Jorge Gelman entiende que estas divergencias de los desarrollo no puede explicarse porlas características de la estructura institucional heredada de la colonia o por políticas económicas determinadas. Al respecto, expresa: Pero, por los datos que tenemos hasta ahora, pareciera que el dispar desempeño económico de las regiones argentinas en este largo periodo que sigue a la crisis del orden colonial se explica en gran medida por la disímil dotación de recursos y especialmente la ubicación geográfica de los mismos en una etapa en la que la tracción del mercado viene sobre todo del Atlántico y los mercados interiores desfallecen. Es verdad también que el control de 34

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Conti y Langer entienden que en la última década del siglo XIX se percibió la reorientación económica regional del Noroeste argentino hacia Buenos Aires, con el despegue de la industria azucarera y el avance de la red ferroviaria que conectó al puerto con Tucumán en 1876. Erick Langer y Viviana Conti, “Circuitos comerciales tradicionales y cambio económico en los Andes meridionales (1830-1930)”, Desarrollo Económico, V31 Nº 121, (abril-junio 1991): 102-103. Jorge Gelman, “Cambio económico y desigualdad. La revolución y las economías ríoplatenses”, Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani nº 33 (ene/dic 2011). María Fernanda Justiniano, Entramados del poder. Salta y la nación en el siglo XIX. (Buenos Aires: UNQui, 2010), 142.

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la aduana por parte de las autoridades de Buenos Aires era un factor adicional, que permite entender la rapidez y eficacia de ciertas políticas como la expansión de su frontera en los inicios del siglo XIX en esta provincia, mientras que las otras lo hacen con grandes dificultades.37 Una perspectiva diferente de análisis desarrollan Fernando Jumar y Viviana Conti, para quienes los cambios producidos por el liberalismo económico y la emergencia de los estados provinciales dieron pie a diversos experimentos de organización político-institucional en donde el factor de conflicto estuvo centrado en políticas económicas. Ponen en duda el papel de polo gravitante de Buenos Aires y entienden que se integró a un espacio económico polarizado, a partir de una posible conformación de un espacio económico porteño. Aseveran que fue la fuerza de los objetivos económicos de su sector dirigente el que le permitió aplicar un proteccionismo selectivo, que le rindió económica y militarmente. Desde esta línea argumentativa Jumar y Conti, entienden que: Al respecto se observan en este trabajo los intereses no siempre complementarios de los poderosos porteños y de las elites salto-jujeñas. En tanto que estos últimos podrían alcanzar sus objetivos económicos articulando de modo durable sus relaciones económicas en una media luna que vinculaba Perú, Bolivia y Chile, mientras que los de Buenos Aires necesitaban que la articulación sea primordialmente con su río. La rearticulación salto-jujeña de los años 1830-1840 se mantuvo, aunque Buenos Aires intentase quebrarla durante el rosismo, a lo que se llegaría finalmente en pleno período de la organización nacional argentina, cuando se operaron cambios en el mercado y en la tecnología, que tornaron económicamente beneficioso para Salta y Jujuy el nexo con el Atlántico, como los nuevos ramales ferroviarios, la crisis de 1873 que golpea antes en Valparaíso y la llegada de una paz durable en el circuito interno.38 Un enfoque diferente es el de María Fernanda Justiniano, quien sostiene que la situación de miseria económica y provisionalidad política incidió para que desde la temprana etapa independiente la elite salteña se aferrara a los designios y a la protección política tejidos desde Buenos Aires, capital desde 1776 del Virreinato del Río de la Plata, del cual dependía desde 1782 la Intendencia de Salta del Tucumán. La aceptación de la luego fracasada Constitución de 1819 y la elección de senadores para el nuevo Congreso nacional fueron muestras de este estado de la relación. Pese a que no había tenido representantes en el Congreso Constituyente, Salta fue una de las pocas provincias del Interior que aceptó la nueva carta magna, mientras que Santa Fe y Entre Ríos no sólo rechazaron el documento sino que le declararon la guerra al Directorio.39 Si, Martín Güemes, miembro de la Patria Vieja, junto a los miembros del Cabildo de Salta, juró la Constitución de las Provincias Unidas de Sud-América en 1819, José Antonio Álvarez de Arenales, miembro de la Patria Nueva, intervino en la Constitución de la República Argentina de 1826. Vale agregar que ambas cartas magnas privilegiaron proyectos centralistas que colisionaron con las autonomías de las provincias. El mayor de los hermanos Gorriti, Juan Ignacio, también opositor al sistema de Güemes, representó a Salta en el Congreso Constituyente de 1826 y apoyó la Constitución que surgió de esa convención. Otra manifestación de respaldo al Gobierno de Buenos Aires y a las 37 38 39

Jorge Gelman (Coord.), El mapa de la desigualdad en la Argentina del siglo XIX, (Buenos Aires: prohistoria, 2011), 22. Fernando Jumar y Viviana Conti, “El impacto de la independencia en las articulaciones y desarticulaciones regionales: ensayo comparativo entre la región río de la plata y la región salto-jujeña”, Revista Estudios del ISHiR, Número 2, (2012). María Fernanda Justiniano, Entramados…, ob. cit., 192

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tendencias centralistas fue el voto que Gorriti brindó, al año siguiente, a favor de la declaración de la guerra al Imperio del Brasil. Incluso cuando el grupo opositor encabezado por Dionisio Puch, cuñado de Güemes, y por el menor de los Gorriti, José Francisco, derrocó al gobernador Arenales, tampoco se abandonó esta concepción imaginada que se plasmó en las acciones de la dirigencia salteña por encima de todos sus antagonismos.40 La elite salteña que dirigió los destinos de la provincia y de la insurgencia, por encima de sus propias luchas facciosas, imaginaba una comunidad política semejante con los grupos dirigentes porteños. La relación política de Güemes con Buenos Aires es observada de un modo semejante por Sara Mata, al analizar la relación del gobernador Martín Miguel de Güemes con las autoridades de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Güemes, en su correspondencia con las autoridades de las Provincias Unidas del Río de la Plata, se manifestó siempre a favor de la unidad de las mismas y no cuestionó el liderazgo de Buenos Aires, pero sus acciones y resoluciones alimentaron los temores de Buenos Aires, de las vecinas ciudades de Jujuy y Tucumán, y de la élite de Salta acerca de sus deseos de hegemonía política. Los principales interesados en Salta por mantenerse vinculados a Buenos Aires fueron los terratenientes salteños con quienes el Ejército Auxiliar del Perú contrajo una importante deuda en dinero y que aspiraban a que la misma fuera reconocida y abonada.41 Este apoyo permanente de los grupos de elite salteños al proyecto político porteño fue ya había sido observado por Bernardo Frías, quien expresó: fue cosa notable que de todas las provincias que componían la nación, resultaba ser Salta la única que no rompiera la subordinación a las autoridades supremas constituidas.42 Ahora bien las respuestas exploratorias sobre por qué, pese a sus vínculos económicos con el eje Lima-Potosí la elite salteña apoyó el proyecto político de Buenos Aires no son coincidentes. Frías, como sé expresó en las páginas iniciales de esta ponencia encontró las respuestas en los testimonios de la propia elite protagonista. Francisco de Zuviría, es un ejemplo de esta aseveración. En el discurso que diera, junto a su informe sobre el Acuerdo de San Nicolás de los Arroyos, expresó convencido: … No, Señores; la provincia de Salta no quiere ni puede desmentir sus antecedentes gloriosos. En la paz y en la guerra siempre se ha sacrificado por el bien de toda la nación, sin que jamás una sola vez se haya opuesto al voto de ella, ni a la mayoría de las demás provincias de la Unión. Sí, Señores, yo os lo aseguro con toda nuestra historia a datar del año 1810 hasta la fecha. La provincia de Salta jamás se ha manchado con ningún escándolo contra poder alguno nacional, ni con un solo voto emitido contra una idea que tendiese a organización nacional bajo cualquier forma, ni jamás ha instruido a sus diputados con otro artículo preceptivo que con el de subordinación a la mayoría numérica, porque en ella supone residir la mayoría numérica de luces, de prudencia, de patriotismo, etc., etc.Esta ha sido su política invariable.43 Sara Mata, en cambio, entiende que las disidencias con Buenos Aires se atemperaron por la existencia de una crecida deuda a favor de los vecinos de Salta, resultado de las 40 41 42 43

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María Fernanda Justiniano, Entramados…, ob. cit., 218. Sara Mata, “Salta y la guerra de independencia”, Anuario de Historia de América Latina nº 41 (2004):244-246. Bernardo Frías, Historia del General Martín Güemes, T IV, 487. Facundo de Zuviría, Selección de escritosSelección de Escritos y Discursos, (Buenos Aires: Ediciones Jackson, s/f),110-120.

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ventas de ganado, mulas y otros pertrechos realizadas para proveer al ejército durante los primeros seis años de la revolución.44 Incluso la autora califica de paradójica la situación de vínculos fortalecidos con el Alto Perú y de intensificación de relaciones con Buenos Aires. En tanto, con los utillajes de la historia fiscal María Fernanda Justiniano procura explicar por qué la elite salteña optó por participar y defender la comunidad política imaginada por la elite porteña, pese a los profundos vínculos económicos, sociales, políticos que la unían con la Lima virreinal. En concordancia con la propuesta de Regina Grafe y Alejandra Irigoin45, afirma que las elites revolucionarias defendieron sus intereses fiscales, cada ciudad con caja principal constituyó una provincia, ya sea por el decreto de Gervasio Posadas o por decisión de sus grupos dirigentes. Visto desde esta perspectiva, era Buenos Aires y sus posibilidades fiscales la que podía asegurar la viabilidad de un proyecto político revolucionario. Sin embargo, aclara que en 1810 no toda la sociedad salteña participaba de tales pretensiones emancipadoras.46

A modo de cierre Esperamos con el recorrido historiográfico expuesto haber contribuido a los objetivos propuestos. Vale agregar que las posiciones rescatadas en esta ponencia están en continuo diálogo con el desarrollo de la ciencia histórica a nivel global, aunque esos puentes no lo hiciéramos explícitos en el texto. Queda claro, que existen consensos generales, pero que existen disensos a la hora de explicar determinados procesos y que muchos de los actuales problemas, fueron ya planteados por la primera historiografía local, aunque con otros utillajes. No hay acuerdo sobre concebir el espacio ríoplatense, sobre cuándo, cómo y en qué grado se reorientó la economía salto-jujeña y salteña hacia el atlántico. Tampoco tenemos consensos para explicar por qué Salta apoyó el proyecto porteño y fue una provincia que le dio su apoyo permanente.

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Sara Mata, “Salta y la guerra de independencia”, Anuario de Historia de América Latina nº 41 (2004):244-245. Regina Grafe y María Alejandra Irigoin, The Spanish Empire and its legacy.Fiscal Redistributionand Political Conflict in colonial and post-colonial Spanish America”, en línea,Working Papers of the Global Economic History Network (GEHN) Nº 23/06, 40. María Fernanda Justiniano, “Aportes para comprender desde una perspectiva fiscal la formación de lasProvincias Unidas de Sudamérica Salta en tiempos de revolución y guerra (1810-1820)”, en H-globalcorporaciones. URL:http://hglobalycorporaciones.files.wordpress.com/2011/10/justiniano-ensayo. pd. Consulta 30 de mayo de 2013. .

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Lecturas omitidas en la crítica historiográfica provincial El caso de las dos “historias” en Bernardo Frías -Rubén Emilio Correa y Marta Elizabeth Pérez[Universidad Nacional de Salta] ([email protected] - [email protected])

Planteo del problema Es necesario aclarar que la presente ponencia es parte de un trabajo más amplio de investigación sobre la historia de la historiografía en Salta, por lo tanto, hemos realizado un recorte de la totalidad del trabajo para presentar una muestra significativa de la perspectiva teórica y metodológica de la tarea que venimos realizando en el marco de una nueva convocatoria de proyectos de Investigación en el marco del Consejo de Investigación de la Universidad Nacional de Salta. En las últimas décadas se ha producido, entre los intelectuales de Salta, un creciente interés por la producción histórica de Bernardo Frías (1866-1930), en particular sobre dos de sus trabajos: “Historia del General Martín Güemes y de la provincia de Salta o sea de la Independencia Argentina” (en adelante HGG) y las “Tradiciones Históricas” (TH). Estas últimas publicadas originariamente en siete tomos entre 1923 a 1930 fueron reunidas en un solo volumen editado por la Secretaria de Cultura de la Provincia y la Universidad Católica de Salta en el año 2013. La edición contiene un estudio introductorio realizado por el ensayista sobre temas históricos y periodista Gregorio Caro Figueroa, hombre de una extensa trayectoria intelectual, puesta en relieve desde su polémica publicación de juventud “Historia de la Gente Decente en el Norte Argentino. De Güemes a Patrón Costas” (1970) Gregorio Caro Figueroa, a cuarenta y cinco años de este trabajo, nos entrega una mirada más reflexiva sobre la primera producción histórica sistemática de quien muchos han considerado como el “primer historiador de Salta”. A partir de la indagación de la obra “Introducción a las Tradiciones Salteñas” de Caro Figueroa y la pesquisa realizada sobre un conjunto de estudios recientes advertimos que una buena parte de ellos no provienen del trabajo de historiadores con formación profesional, sino de investigadores que pertenecen a otras disciplinas, tales como la antropología, el análisis socio-crítico de los discursos, los enfoques “descoloniales”, la ensayística de polémica histórica y el periodismo local. Varios de estos trabajos, están preocupados por los usos del pasado y la configuración de identidades y representaciones sociales construidas por el discurso histórico, que en el caso de Frías –según estos investigadores- contribuye a “legitimar” a los grupos locales de poder, además de otorgarle los fundamentos necesarios para prolongar una imagen “autorreferencial” permitiéndoles, articular pasado, presente y futuro, consolidando las relaciones de dominación desde el “antiguo régimen colonial” hasta nuestros días.

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La construcción de los mitos fundantes de las identidades provinciales y nacionales, el proceso de construcción de la imagen del héroe, las estrategias de inserción en los grandes relatos nacionales, en las redes institucionales, la representación de la sociedad donde perduran algunas marcas del antiguo orden estamental, son algunos los tópicos compartidos por estos estudios, que transitan por el filo del anacronismo. En el caso de la producción histórica académica, son escasos los trabajos sobre la obra de Bernardo Frías, la mayoría (salvo la producción en curso de nuestra colega Luz Sánchez) eluden el análisis historiográfico para concentrarse en los mismos temas que preocupan a los investigadores de las otras disciplinas sociales: la construcción de identidades, las representaciones del pasado proyectadas al presente, el problema de la memoria familiar y su vinculación con la historia local y nacional, la permanencia de las imágenes y los símbolos del poder de clase que reconocen su origen en el discurso histórico de Frías. En todos los casos, sean estudios históricos o no, realizan el mismo recorrido intentando recrear el medio social en el que Frías produce su obra, pero iluminados por la premisa que los discursos producen realidades que anticipan el sentido histórico de la construcción social y más aún, constituyen el basamento de un “sentido común historiográfico”. Tanta contundencia argumental ha ejecutado en juicio sumario a Frías sentenciándolo como responsable del origen de las representaciones del poder de clase que lograron sobrevivir hasta el presente. Este “proceso” realizado a un Frías “fuente obligada” de todos los historiadores entusiasmados por el estudio del siglo XIX en Salta tiene que poderadvertir acerca de la “violencia simbólica” del “colonialismo europeo” y de las relaciones de “poder- saber” que contiene el discurso histórico del autor. Teniendo en nuestras manos el mismo material con el cual trabajaron quienes nos precedieron en la tarea, ¿qué podemos aportar de nuevo bajo el riesgo de repetir lo que ya está dicho? ¿Puede un hombre como Frías a partir de sus escritos recoger los datos del pasado, reflejar e interpretar toda una época en el tránsito entre dos siglos y anticipar el futuro? Parados en el mismo umbral de incertidumbre y salvando la diferencia de talento, nos dimos cuenta que nos estábamos repitiendo las mismas preguntas que LucienFebvre tratando de comprender a Rebelais y su época. Recordamos entonces, la prescriptiva de su método “cada civilización posee un conjunto de utensillos (valga la palabra) mentales; más todavía, a cada época de una misma civilización, a cada progreso, ya de las técnicas ya de la ciencias que la caracteriza, se renueva ese conjunto de utensillos y se hace algo más desarrollado para determinadas aplicaciones y algo menos para otras…Ese conjunto mental valido para la civilización que supo forjarlo, tiene valor para la época que lo aplica; pero no sirve para la eternidad, ni para toda la humanidad, si siquiera para el limitado curso de una evolución interna de civilización” (Febvre, 1959: 122) Si cada época se “forja mentalmente su universo” y la “historia es hija de su tiempo” ¿cómo no tener en cuenta estos elementos para ordenar los testimonios que nos permitan comprender la época de Frías, no de un hombre, sinola de los hombres que intentamos aprender? Un segundo elemento ronda en nuestro trabajo, que debe a Febvre en su estrategia metodológica: “historiador no es el que sabe, sino el que investiga y por tanto, el que discute las soluciones obtenidas y el que, cuando hace falta, revisa los antiguos procesos…”, cuando hace falta repite Febvre,“…¿no es decir siempre?, No hagamos como si las conclusiones de los historiadores no estuvieran bajo la gravitación de lo contingente”. (Febvre, 1959: 1) Si lo contingente de las afirmaciones nos permite revisarlas bajo el tono de otra mirada que da por sentado que en historia nada es definitivo, entonces trataremos primero de ordenar los testimonios de la época, sean laudatorios, críticos o escépticos de los aportes historiográficos de Frías y evaluar qué proyección pudo tener en el espacio nacional.

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Luego, convocaremos a los historiadores recientes para dar cuenta de algunas de sus afirmaciones y conclusiones más discutibles. Finalmente, sentaremos de nuevo en nuestra mesa de trabajo a Frías con el objetivo comprender y hacer comprensiblelas coordenadas que componen una época y analizar las posibles estrategiasde producción histórica que dispuso Frías. Para interpretar las dos obras de Frías nos serviremos de las herramientas que brinda como disciplina la retórica y la argumentaciónintentando identificar en la producción discursivalas figuras y tropos que nos permitan advertir los recursos disponibles en función de la formación intelectual adquirida en la época.

Intelectuales contemporáneos a Frías. Testimonios y condena En abril de 1902 Bernardo Frías daba a luz el primer tomo de la HGG editada en la imprenta de El Diario El Cívico, dirigido por aquellos tiempos por José Eustaquio Alderete, un hombre apasionado por la literatura y la historia. Maestro formado en la Escuela Normal de Tucumán que además de ejercer la docencia en la escuela pública y en la privada que había fundado, fue uno de los dirigentes más importantes del desorganizado y tumultuoso partido radical salteño. Alderete compartía la redacción del diarioEl Cívicocon otros inquietos intelectuales locales algunos fundadores del radicalismo salteño como el Dr. Domingo Güemes (nieto del M.M. de Güemes y principal aportante de documentación para el trabajo de Frías), Jesús Plazaola, Dr. Damián Torino, Dr. Pío Saravia y el Sr. Juan Güemes (Correa y otros, 2003: 111). Con el entusiasmo de “cambio desiglo” y con la percepción que Salta ingresaba por la puerta del desarrollo de la “cultura y la ilustración” tal como lo había anunciado un pomposo artículo del 24 de marzo de 1900 titulado “Reinado de las Letras. Elementos de Cultura”, El Cívico había arriesgado una expansión comercial adquiriendo nuevas máquinas para poder competir con otros cinco periódicos locales. Las mejoras tecnológicas sostenidas por un número regular de suscriptores (161 en 1901) alcanzaban para cubrir el 30% del presupuesto total del diario, a lo cual había que agregar una buena agenda de profesionales, artesanos y comerciantes que publicitaban sus servicios en el diario y los eventuales avisos de Gobierno. No es objeto de este trabajo pero puede advertirse a partir delos datos de los suscriptores y anunciantes que aparecen ordenados por actividades y rubros en una página del diario publicada el 7 de abril de 1901, el limitado “universo” de lectores, pero la diversidad de sujetos que participaban en la producción y circulación de la empresa cultural emprendida por la fracción política a cargo de la dirección del diario. Hacia 1902 un acuerdo de El Cívico con el gobierno de Ángel Zerda permitió iniciar la publicación del Tomo I de la HGG, a través de los aporte encubierto del Gobierno como pagode suscripciones destinadas a caer en el olvido yque sólo servirían para financiar una parte de los gastos de la publicación, el resto de la inversión debía ser recuperada a partir de la venta del libro. Era un riesgo que la redacción del diario estaba dispuesta a asumir para empezar una operación cultural de más amplio alcance (Correa y otros, 2003: 113). Hay que advertir que es año de 1902, Bernardo Frías se incorporó a la Legislatura como diputado provincial integrando la fuerza Partidos Unidos conformada por los hombres que

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respondían al gobernador AngelZerda y una fracción radical que optó por un acuerdo con el oficialismo, mientras otros, entre esos José Eustaquio Alderete, Juan Güemes y Pio Saravía optaban por la confrontación contra el “gobierno de familia”. El Cívico, como los otros periódicos mantenía un vínculo comercial estrecho con las publicaciones porteñas reproduciendo en sus páginas como cables o repórter de noticias provenientes de estos periódicos, al mismo tiempo que las hojas porteñas publicaban noticias de las provincias suministradas por los contactos con colegas locales. Este no es un dato menor y puede servir para explicar lo que Atilio Cornejo nos relata en el trabajo de presentación del tomo I de la HGG, re editada en 6 volúmenes preparada por la Fundación Michel Torino en 1971. Allí, Cornejo recogiendo el propio relato de Frías y los artículos periodísticos de la época nos señala la estrategia comercial y de posicionamiento intelectual de la figura de Frías hábilmente preparada desde Salta, previa a la publicación de HGG, “El Diario de Buenos Aires decía: Salta y Güemes, historia del tiempo heroico. El doctor Bernardo Frías, conocido intelectual salteño, da cima a una obra de aliento que merece atraer sobre ella la simpatía, el aplauso y el apoyo decidido de todos los hombres cultos del país, ya sean profesionales de las letras, ya simples lectores de cosas interesantes, gustadores del trabajo ajeno. Se trata de una Historia del General Güemes y de la provincia de Salta, cuyo primer tomo saldráa la luz el 15 del próximo abril” ¿Cuál era la base del artículo periodístico?. Un “resumen ¡¡¡ si un resumen!!! capitular del primer volumen que tenemos a la vista auspician prestigiosamente el noble trabajo emprendido, habiendo esperar una obra útil, sana, entusiasta y veraz, interesante como novela de la evolución del régimen colonial(resaltado nuestro) que en Salta marcó huellas singularmente profundas…trabajo… encauzado dentro de la moderna manera de hacer historia… ”. (Cornejo, 1971: XXIX). Cornejo aporta más datos sobre la estrategia urdida desde Salta. El diario La Nación también recibió un resumen del tomo I y un redactor comentó: “Un trabajo de gran aliento se ha empezado en la imprenta de El Cívico de Salta. Nos referimos a la Historia del general don Martin de Güemes...que el doctor Bernardo Frías ha emprendido, habiendo ya entregado a la imprenta los originales del primer tomo, que es parte preliminar de los diez que contará la obra…Tenemos a la vista los sumarios detallados de las materias que comprende el primer volumen…habiéndose reunido documentos inéditos de gran interés histórico encontrados en los archivos oficiales de Salta y en los particulares de la familia Güemes…El doctor Bernardo Frías , autor de este trabajo, es bien conocido en Salta como hombre de letras, consagrado por completo a trabajos de carácter histórico… ”(Cornejo, 1971: XXX). Mientras el redactor del primer diario para incentivar las expectativas de los futuros lectores, sin temor se refería a la obra como un relato sano y verídico que podía ser leído por un público selecto como una amena novela del pasado colonial salteño. En el caso del periodista del diario La Nación, parecía que la mirada estaba puesta en las expectativas que generaba una obra histórica sustentada en documentos inéditos producidas por un hombre ya conocido en el campo de las letras. En ninguno de los dos artículos periodísticos sobre el“resumen y el índice” del libro, la producción de Frías fueanalizada como un aporte de las provincias en la construcción de un relato integralacerca de la historia nacional y la nacionalidad, temascentrales de la historiografía modelada por Mitre, López de amplia difusión entre los grupos intelectuales del interior. En todo caso la obra fue leída como un aporte al conocimiento en profundidad de la “patria chica” y el papel que había jugado Güemes y el pueblo de Salta en la vasta empresa de la emancipación nacional.

La carta que le envía Mitre a Frías el 4 de febrero de 1903 respondiendo al envió del pri-

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mer tomo, es sumamente formal y escueta. En ella saluda al “compatriota”comprometiéndose a leer con atención el libro y felicitándolo pues, decía la misiva, “ha correspondido usted a las esperanzas públicas” de condensar los antecedentes históricos de la Provincia. Yagradeciendo los conceptos vertidos por Frías en su honor, le desea suerte en la patriótica tarea. (Cornejo 1971: XXXI). En los años posteriores, deterioradas las relaciones con los radicales de El Cívico la búsqueda de recurso para publicar el segundo volumen de HGG fue canalizado por el Congreso de la Nación aprovechando que Fríasya no era un desconocido intelectual del interior. En 1907 el proyecto de los legisladores salteños para que el Estado financie la publicación fue tratado en la Cámara de Senadores, Joaquín V. González el informante de la propuesta no perdió la oportunidad de golpear sobre la matriz porteña y optimista del modelo erudito del siglo XIX para afirmar que la República Argentina “aún no tiene una historia general completa” con lo cual el compromiso del Estado debía ser el de fomentar este tipo de “publicaciones parciales” referidas a “determinadas épocas, regiones y personajes de importancia en los acontecimientos históricos”.(Cornejo, 1971: XXXI). Sin embargo, estos no fueron los argumentos para aprobar la ley que financiaría el segundo tomo de la HGG en vísperas del Centenario de la Revolución de Mayo, sino la “pobreza” del autor que había dedicado su vida a la investigación histórica, postergando la atención de su estudio de abogado y sostenido casi íntegramente por la docencia en la escuela Normal y el colegio Nacional. En 1911 se publicó el tercer tomo también en Buenos Aires, mientras Frías reforzaba su trabajo para terminar la obra en 1918, sin lograr publicar los volúmenes que faltaban. No obstante, su prestigio se había extendido por la “república de las letras” a nivel nacional más que local. Frías buscó como se las arreglaba para publicar ya no solo enlos diarios parroquiales sino también en los periódicos porteños. Incluso consignan algunos estudios,que 1912 llegó hasta Salta un periodista de la Revista Quincenal Fray Mocho-desprendimiento de la Revista Caras y Caretas- que desde su creación había incorporado un sección dedicada a las noticias culturales y políticas del interior. En la oportunidad y ante una entrevista realizada al periodista de la Revista, Alberto Tena, éstellegaba a la conclusión de que en Salta “la obra de Frías pasaba inadvertida ‘porque la historia aquí es una materia que no preocupa mayormente” (Caro Figueroa; 2013: 20). En 1915, el reconocimiento llegó nuevamente desde Buenos Aires y de la mano del proceso de paulatina institucionalización de la práctica historiográfica a través de la cual se levantaban las voces de una nueva generación que lentamente desplazaba, hasta casi por cuestiones biológicas a la anterior. Tulio HalperinDonghi daba por descontado que hacia la década del Centenario la historiografía nacida en el siglo pasado estaba agotada y nada novedoso podía entregar a la práctica histórica. Con matices también existe cierto consenso en la historiografía actual por considerar que un nuevo proceso se inicia en la historia de la historiografía durante la segunda década del siglo XX a partir del crecimiento y los cambios en la sociedad argentina verificados en el desarrollo del sistema educativo, la apertura de nuevas universidades, la creciente demanda y circulación de bienes culturales que retroalimentaron el proceso de institucionalización del ejercicio de la docencia y la investigación científica. (Eujanian; 2003: 69) En esta transición el debate sobre las necesidades de cambio también se había instalado paulatinamente en la Junta de Historia y Numismática Americana creada en 1893 como Junta de Numismática Americana y que en 1896 incorporó entre sus actividades a la His-

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toria. En 1902 manteniendo el carácter de asociación privada, los socios fundadores acordaron darse un estatuto pararegulara el funcionamiento interno de un organismo cuyas actividades de asesoramiento gubernamental se incrementaba con la cercanía de las conmemoraciones del Centenario. Incluso llegaron a pensar en tramitar la personería jurídica para la institución. De esta manera se fue consolidado la denominación de Junta de Historia y Numismática Americana, donde esta última actividad (Numismàtica) comenzó a quedar relegada cobrando mayor interés las actividades históricas. Junto a este proceso de normalización de la Junta, también comenzaron las tensiones entre los viejos y nuevos asociados en la conformación de las comisiones directivas y las disputas por la incorporación de nuevos miembros (asociados y correspondientes)cuyo número fuefijado rígidamente por el Estatuto aprobado en 1902. Hacia 1911, uno de los temas candentes fue la discusión para ampliar los miembros asociados y correspondientes a los efectos de incorporar a los intelectuales de provincia, sin que hubiera avance en este sentido. En octubre de 1915 Martiniano Leguizamón en reunión de Junta solicitó la incorporación de siete“escritores regionales” que con su trabajo de investigación salvaban de la destrucción infinidad de documentos de archivos provinciales y realizaban una obra útil y realmente patriótica,que los hacía dignos de pública alabanza.se trataba de Martín Ruiz Moreno, entrerriano a quien Legizamón reconocía como su maestro, de Bernardo Frias, salteño, Juan B. Terán y Ricardo JaimesFreyre, tucumanos, Juan Alvarez, entrerrriano, Pablo Cabrera y Juan B. González, cordobeses. Leguizamón saludo la decisión de la Junta sosteniendo que con esto “ensancharíamos … el radio de expansión de nuestra institución y no es aventurado imaginar los beneficios que se obtendrían si logramos despertar con estos estímulos, en otros espíritus, la afición a los estudios históricos y el culto a la tradición”(Ravina 1995: 78). Si bien la Junta paulatinamente abrió sus puertas no sólo a los intelectuales de provincia, también fue importante la apertura de algunas de sus sesiones a un público más amplio pero rigurosamente seleccionado a través del sistema de invitaciones con un número fijo de tres invitados por miembro asociado. Otras iniciativas proyectadas por los más jóvenes (entre ellos Luis María Torres, Ricardo Levene, Carlos Correa Luna, David Peña, Antonio Dellepiane y Ricardo Rojas, la mayoría de ellos adherentes a la N.E.H.), referidas a un plan de publicaciones de una Historia Integral de la Argentina y un Boletín periódico para comunicar las actividades de la Junta, fracasaron. La tensión entre el antiguo régimen historiográfico donde había predominado una historia genealógica bajo la autoridad de los “grandes historiadores” fue dando paso gradualmente a la historia científica (Eujanian, 2003: 70) pregonada por esta nueva generación de historiadores, que también fueron ocupando los espacios académicos en las distintas universidades, manteniendo su preocupación por garantizarse las relaciones con el poder político. Bernardo Frías no estaba muy lejos en términos de edad de esta generación (49 años en 1915), pero en términos historiográficos varios integrantes de la N.E.H lo notificaron que los separaban un abismo. En su afán de tomar distancia y abrir un espacio propio Ricardo Rojas fue uno de los primero en descargar un juicio crítico sobre la obra de Bernardo Frías para colocarla del

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lado del antiguo régimen historiográfico. En 1922 había señalado que para escribir LA ARGENTINIDAD. Ensayo histórico sobre nuestra conciencia nacional en la gesta de la emancipación (1810-1816), había recurrido a todas las obras históricas consagradas, desde Mitre que miraba las historia de la independencia argentina desde Buenos Aires, al igual que “la de López y su escuela” , puso frente a ellas las de cada provincia y citaba para el norte los trabajos de Carrillo en Jujuy; Frías en Salta, Gez en San Luis, entre otras. Justificaba su preferencia a reconstruir la historia desde las intendencias y en particular desde las intendencias del Norte, “porque es el núcleo histórico más antiguo de nuestra nacionalidad” (R. Rojas, 1922:11). En 1927 Ricardo Rojas dirá: “La obra de Frías –aunque deformada por cierto apasionado localismo y aunque escrita con cierta despreocupación estética – es valiosa contribución al acervo de nuestra historia nacional por las minuciosas noticias y numerosos documentos que contiene sobre la Salta prerevolucionaria (Cornejo, 1971: XXXVI). Más claro en vincularlo con el antiguo régimen historiográfico fue Rómulo Carbíaque en 1925 en su Historia crítica de la historiografía, re editada en 1939 dentro de la colección Biblioteca de Humanidades impulsada por Ricardo Levene. En este trabajo tendiente a autolegitimar al nuevo régimen historiográfico Carbia no dudo en calificar a la obra de Frías como la reaparición del “modo historiográfico en el que Mitre fuera arquetipo. La influencia del maestro sobre la progenie es visible e innegable…”. Interesante aclarar que Atilio Cornejo hasta aquí publica la opinión de Carbia en su trabajo incorporado como introducción en la re edición de la HGG en 1971 y omite lo critica de Carbia“…Frías trata de presentarnos en derrededor de Güemes, el cuadro de Salta en el periodo 1810-1821, y abre su obra –siguiendo a Mitre- con un esbozo de la era colonial trabajada sin orden ni erudición, y echando mano a ese repudiable sofisma que envuelve sin distingo, a los tres siglos de la dominación española en la socorrida y confusa expresión de ‘en aquella época’...Frías manifiesta que su libro es: la historia de un hombre y la historia de un pueblo. El escritor salteño, en realidad, no mejora los procedimientos técnicos que ya tenía muy en uso la historiografía croníquistica y se reduce a narrar, sin mucho cuidado de lo que preceptúa la crítica” y más categóricamente condena a Frías por el primer tomo, señalando que no estaba a la altura del tema y de los “progresos historiográficos advertidos por entonces en el país” (Carbia, 1939: 205) Carbia ubica a la HGG de Frías dentro de las “Crónicas biográficas, género donde Mitre descolló” y a las TH como parte del “material erudito” y dentro de ellos a un tipo de narración que caracteriza como Tradicionesconformadas por un grupo de “relatores sinceros de las leyendas y tradiciones populares” (Carbia; 1939: 358)

La Academia contemporánea reabre el expediente Frías Desde la óptica de la nueva historia de la historiografía nos interesa iniciar esta nueva etapa analizando los objetivos que se propusieron algunos investigadores tratando de descentralizar la mirada predominante generada desde los grandes centros académicos para recobrar el análisis del desarrollo historiográfico argentino desde los espacios socio-político del interior del país. Tomaremos como ejemplo dos trabajos, uno de carácter individual, realizado por Pablo Buchbinder que aborda las historiografías provinciales como estrategia el análisis de las concepciones del pasado nacional y provincial en las producciones de un grupo de siete historiadores, entre los que se encuentra Bernardo Frías. Buchbinder recorta el periodo de estudio a los años 1900-1930.

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Como “primera aproximación” a este tipo de producciones provinciales, tal como lo aclara Buchbinderintento sistematizar el estudio en torno a cuatro núcleos problemáticos a través de los cuales buscó identificar las interpretaciones presentes en los historiadores de las provincias seleccionadas: el pasado colonial; la revolución, independencia y el rol de los actores provinciales; el caudillismo y la autonomía provincial; y la historiografía provincial ante la figura de Juan Manuel de Rosas. El ejercicio de comparación, en nuestro criterio, solo le permitió formular un conjunto de generalidades que pueden orientar nuevas investigaciones. Observaciones que quedan plasmadas a lo largo del trabajo y en la conclusión. Entre ellas, que la historiografía provincial de las tres primeras décadas del siglo XX “no muestra unidad de criterio, ni convergencia en la conformación de una imagen del pasado”. Analizadas las causas de tal dispersión de criterio, respondió que pueden obedecer parcialmente, por un lado, a la formación de los historiadores analizados y por otro lado, a la propia historia de la comunidad en que están insertos. Como ejemplo señaló que no resulta raro que Bernardo Frias de una provincia ligada al Alto Perú haya construido su relato sobre la base de la defensa de una sociedad fundada en la desigualdad social o que el cordobés Julio Rodríguez, elaborase una obra centrada en la reivindicación de la iglesia durante el proceso de conquista. Todos los trabajos expresan el impacto de los procesos de profesionalización de la historia y el examen minucioso y crítico de la documentación. Todos mantienen un diálogo con las obras mayores, pero insisten en que no existe una historia nacional sin el adecuado conocimiento de la historia provincial y sin la reivindicación de los hombres de provincia que lucharon por la independencia. Cada trabajo reviste particular importancia por el aporte de documentación desconocida a la fecha. Buchbinder incorpora una aclaración sobre el contexto de producción para evaluar la reivindicación que realiza la mayoría de la tradición hispánica frente al cosmopolitismo y algunos miembros de la elite y las nuevas formas y valores culturales que arriban al país con la inmigración. El segundo trabajo es un aporte colectivo que compone el Dossier_ El pasado de las provincias. Actores, prácticas e instituciones en la construcción de identidades y representaciones en los pasados provinciales en la Argentina entre la segunda mitad del XIX y la entreguerra. Publicado en la página de historiapolítica,com, reúne una serie de once trabajos heterogéneos en temáticas, perspectivas y periodos abordados que testimonian, en alguna medida el estado actual de la historia de la historiografía argentina. En la presentación del Dossier, Eujanian pasa en limpio la renovación de la historiografía argentina de las últimas décadas a partir de la recepción de nuevas herramientas, enfoques, conceptos y problemas que afectaron a la historia cultural e intelectual en su conjunto, abandonando las perspectivas genealógicas e historizantes y desplazando el análisis de los textos canónicos y de los autores consagrados al estudio de las prácticas, los actores, las instituciones dedicadas a producir y difundir la representaciones sociales presentes en cada espacio. Eujanian incorpora la figura de operadores culturales (M. de Certeau) para caracterizar a quienes desde el campo de la historia articulan discursos, lenguajes y relaciones de todo tipo para difundir los relatos identitarios elaborados desde las elites y los sectores populares. Allí es importante el papel de los estados provinciales financiando y legitimando las operaciones culturales que inciden en la sociedad civil. Bernardo Frías, deducimos es uno de estos operadores culturales que promueven conmemoraciones, organizan museo, etc; financiados o vinculados con el poder a través de lazos

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de parentescos, intereses profesionales y económicos. La mayoría de ellos, señala Eujanian, trataron de acortar distancia con las elites porteñas y fueron promovidos como miembros de número o correspondientes en la Junta de Historia y Numismática Americana. Ninguno pretendía re escribir o cuestionar el relato nacional cristalizado, solo recuperar aquello que había sido olvidado o injustamente valorado en esos relatos. Las provincias no contaban con manuales de historia provincial que le permitieran una visión alternativa. Varios factores concurrían para explicar esta situación: falta de recursos financieros, desinterés político, inconveniencia que determinada información circulara alterando la convivencia entre las elites, Eujanian deja presentado el trabajo de la investigadora Andrea Villagrán que analizará la ampliación de usos del pasado que a partir de la década del ’20 contribuye, en un proceso de cuatro etapas, a la construcción de Güemes como héroe salteño y como estrategia de identificación de los sectores populares con los intereses de la elite, coronando el discurso de autorepresentación de la elite a la cual contribuyen de especial manera Bernardo Frías y Juan Carlos Leguizamón. El extenso trabajo de Villagrán con formación disciplinar en antropología, combina una estrategia metodológica que abreva en los aportes de P. Bourdieu sobre el uso del lenguaje y el poder de las palabras para hacer cosas. También está presente en su trabajo la propuesta de Michel de Certeau para quien la historia es un discurso constituido por el acto interpretativo de los hechos a partir de una tarea de ordenar, clasificar y seleccionar, por lo tanto la historia es el producto de una construcción historiográfica. La historia pensada en las sociedades modernas como el relevo de los mitos primitivos para explicar los orígenes, sin embargo, fue ineficaz para suprimirlos. Justamente, las historias nacionales han sido hasta aquí las grandes constructoras de mitos y héroes patrios. Si Bernardo Frías apropiándose del modelo mitrista incorporó a Güemes al panteón de héroes nacionales, le cabe a Juan Carlos Dávalos con sus escritos, entre ellos “Tierra en armas” haber comenzado con la metamorfosis de Güemes hasta encarnar el tipo de mestizo ideal. Completaron la tarea los discípulos de Frías, entre ellos Atilio Cornejo, los familiares ilustrados y las instituciones históricas que llegaron hasta elaborar un retrato oficial de Güemes, coronando la construcción del mito las estatuaria conmemorativa y las asociaciones civiles que fortalecieron la convocatoria popular. En la misma dirección, pero esta vez desde un punto de vista etnográfico en diálogo con la historia, en el año 2010 Andrea Villagrán y Estela Vásquez, ambas antropólogas publicaron en la Revista Andes el trabajo “Salta, principios de siglo XX”, en donde abordaron la obra de Frías de las primeras décadas del XX e incorporaron al análisis el libro de Carlos Ibarguren “La historia que he vivido, 1877-1956” publicado en 1954. Advertidas de la separación temporal entre uno y otro autor concluyen que fueron contemporáneos y comparten una manera de representar los episodios históricos desde la mirada de un grupo de dirigentes salteños de la época y que tienen vigencia en la actualidad. Las autoras a los fines analíticos constituyen un análisis por separado de cada obra para reconstruir los contextos de producción en Frías e Ibarguren. En el caso de Frìas señalan la ausencia total de especializaciones ni desarrollo de instituciones historiográficas, Cuando analizan el lugar de enunciación del discurso histórico de éste afirman que se aproxima al de un notable, quienes de un modo indistinto pueden escribir una novela, una nota de prensa, cuentos, relatos del pasado y todos ellos de manera indiferenciada sirven para acrecen-

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tar sus signos de distinción. Siguiendo a Jorge Myers, dirán que estos intelectuales serán los expertos en el manejo de la palabra escrita, dotados de una autoridad persuasiva para lograr efectos sobre el mundo social. El extenso alegato termina afirmando que para Frías el pasado colectivo es la descripción pormenorizada de la forma de vida de las familias decentes, construyendo categorías clasificatorias con criterio racistas, propio de la época, de las personas y las cosas, para luego invisibilizarlas a través de una versión institucionalizadas del pasado. En el año 2011 un conjunto de investigadores de la Universidad Nacional de Salta publican un libro “Travesía discursivas: representaciones identitarias en Salta (Siglo XVIII-XXI) compilación a cargo de Sara Mata y Zulma Palermo, de los ocho trabajos que integran la compilación, cinco se refieren a Bernardo Frías que es caracterizado como “fundador de la historia local”, como legitimador de los “derechos de cuna, criterio racializado y clasista que según las compiladoras persiste a comienzos del siglo XX”.(Mata y Palermo;2011:199) El conjunto de los trabajos tienen el objetivo según lo enunciado por Mata y Palermo de explicitar las estructuras de sometimiento y sujeción colonial que aún persisten” y además buscan “…generar procesos de descolonización epistémica entendiendo que para ello es imprescindible reactivar las formas por las que el poder colonial ejerció su control y su dominio … Así, “… de los documentos a los relatos de ficción y a las letras de la canción popular parecería haber distancias insalvables, sin embargo, es ineludible advertir que esos materiales son producciones discursivas que construyen sentidos(…)y diversas formas de definición identitaria…(Mata y Palermo;2011:196)” Para reafirmar lo dicho, y otorgando mayor fuerza al argumento, más adelante sostienen; “…porque- y es otra convicción hoy generalizada- no analizamos hechos( es imposible reconstruir lo real del pasado) sino los discursos producidos sobre los hechos y el lugar de enunciación de los sujetos que los generaron …”(Mata y Palermo;2011:198) Este enunciado nos interroga sobre cómo justificar desde tal afirmación que la escritura de Bernardo Frías generó hechos concretos de poder- saber y cómo los mismos persisten hasta la actualidad. Por otro lado, y a modo de ilustración, en el artículo “Memoria e Historia. Representaciones del pasado en Salta, fines del siglo XIX y principios del siglo XX”, Quiñones y Chaile se proponen estudiar cómo se consolidaron visones canonizadas de la historia local que fueron de vital importancia para la constitución de una identidad salteña. Para ello, analizan las narrativas de Bernardo Frías y el sacerdote Julián Toscano, que según las autoras son referentes ineludibles para un estudio de la historiografía salteña de la época, y sostienen “…. Estos intelectuales forman parte de los gobiernos- tanto civil como eclesiástico- de las redes familiares de poder, de los hábitos y normas propios de un sector de la sociedad que se siente dueño del proceso histórico y construye imágenes del pasado destinadas a perdurar por largo tiempo…”(Mata y Palermo;2011:105) En éste caso, el problema se presenta a la hora de intentar explicar que ambas narraciones pertenecen a hombres que persiguen el mismo objetivo, al parecer hay un deslizamiento de dimensiones de análisis. Sobre todo si tomamos en cuenta, para no forzar relaciones e interpretaciones, que Bernardo Frías pone de manifiesto en forma permanente en sus obras una crítica a ciertos representantes del poder eclesiástico y más aún, muestra su profunda molestia con el obispo Linares- con el cual trabajaba Julián Toscano- por haber introducido modificaciones en la novena del Señor del Milagro acusando a los religiosos de mal gusto y poca inteligencia.(Véase más adelante la cita correspondiente a TH;3013:67)

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Frías interrogado sobre el fin de época, la ironía y el sarcasmo Demasiado centrados los últimos trabajos analizados, en la crítica simplista encubierta de una sofisticación académica que en muchos casos encubre la carga valorativa, sea desde una ideología o de una perspectiva teórica honesta intelectualmente, paulatinamente es posible observar, señala Gregorio Caro Figueroa, como fueron escapando de estos análisis los elementos de una crítica social de Frías no sólo en relación al pasado que estudiaba, sino como trasladaba a través de la ironía y el sarcasmo construido a través de un lenguaje organizado retóricamente. En una retórica clásica propia de la formación de su generación. Un análisis comparativo de la organización discursiva de las TH y la HGG permiten realizar una serie de observaciones, entre ellas, que claramente existen tópicos comunes en ambas obras referidos a la organización de la sociedad en clase principal, “gente decente”los ”dones” , “clase intermedia”- los “decentones” y “clase baja”-“los artesanos” y “los canallas”. En ambas obras hay una organización retórica del texto cuya forma dispositiva y elocutiva se caracterizapor recurrir argumentalmente a mecanismos de amplificación, tomando cada uno de los tópicos a tratar: clase decente, medio pelo, plebe para presentarlos desde todos los aspectos posibles–raza, espacio físico y social que ocupan, tipo de vestimenta, de casas en las que habitan, educación que poseían, participación en las luchas políticas, etc-. La enumeración presentada bajo subtítulos ofrece la sensación de cierta unidad de los aspectos diversos que se tratan. No obstante esta similitud general, la organización discursiva de las TH se encuentra articulada de modo talque logra, en la mayoría de los casos, producir un impacto estético acompañado del asombro y la risa en la medida que se coloca al lector en la situación de llenar los espacios vacíos y los implícitos con los que Frías juega permanentemente. En este texto hay unsignificativo predominio del uso de figuras retóricas que permiten añadir mayor fuerza a los argumentos, tales como la prosopopeya, la ironía, el énfasis, la epifonema, las elipsis, los adagios y los tropos, en especial la metáfora, muestra clara de la formación en retórica clásica a la que aludíamos en líneas anteriores. Las observaciones previas permiten centrar la mirada en los elementos comunes que contienen, aun cuando el propioBernardo Frías intentaba diferenciarlas diciendo; ”… desde temprano sentí una marcada inclinación por la literatura y como generalmente sucede en la primera juventud me di a componer versos (…) desde entonces cultivo los dos géneros de estilo que he empleado en mis trabajos literarios: el grave de la historia de Güemes, por ejemplo y el festivo e irónico en las Tradiciones históricas. Buenas o malas estas producciones de las que no puedo ser juez para declararlo, me corresponde decir, sin embargo, que en literatura me he formado solo…” (HGG, 1971: XXVIII) Ahora bien: ¿En qué consiste tal diferenciación? ¿En el estilo o en la finalidad que las obras perseguían? El estilo “grave” con el cual Frías caracteriza la escritura de la HGGsin embargo, contiene una organización discursiva con una marca no solo descriptiva, hay una configuración retórica que se evidencia tanto en la organización textual como en el uso de valoraciones, de figuras y de tropos. Ante ello, nos preguntamos ¿qué quería decir Frías con el término grave? ¿Lo grave equivale a no valorativo? ¿Lo grave equivale a lo verdadero ¿ Lo grave es lo contrario a verosímil? El propio autor parece responder a estos interrogantes cuando dice “…En historia no se miente porque es la cátedra de la verdad, de lo que fue y ya no existe. Y como la que escribimos son tradiciones históricas y no históricas novelas, tenemos el derecho de exigir fe en nuestra palabra,

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crédito en nuestra pluma y respeto, mucho respeto en nuestro cuento…” (TH; 2013:7076-707)Podría interpretarse que la primera parte refiere a la HGG por el tono grave y verdadero, y la segunda a lo verosímil, lo factible de ser creído de la TH. No obstante y como no podía ser de otro modo, el que escribe es la misma persona y a menudo el estilo de escritura se entrecruza, no puede mantenerse dual, sobrio, grave, verdadero, científico versus, festivo, irónico y verosímil cuando lo que intenta es describir y explicar los mismos tópicos sobre la base de idénticos documentos. A modo de ilustración tomemos las palabras de Frías en HGG cuando sostiene que el gran drama de la revolución se inicia en 1810 y se apaga en 1834 donde aparece “… un nuevo enemigo asaltado de la civilización y de los principios de la revolución culta, salido como el lobo hambriento del desierto- la barbarie- desafiaba y vencía a la postre, a la revolución heroica y gloriosa que había triunfado de los leones españoles resaltado nuestro Se habría una nueva era…” (HGG; 1971:2) Puede observarse cómo aparece en este párrafo dos metáforas asociadas, el enemigo, la barbarie, lobo hambriento, y revolución culta que derrota al león y al lobo al mismo tiempo. Para continuar con otras series de metáforas biologicistas siempre presentadas de modo encadenadas, para fundamentar el sentido mismo de la obra que escribe: es necesario el conocimiento de los acontecimientos del pasado para comprender nuestro presente. Así el argumento puede reconstruirse de modo tal que el conocimiento del pasado puede compararse conlas raíces del árbol- pasado-, con un rayo o luz – presente- , con el fruto-futuro, dice Frías; “…. Que es el estudio de los pasados sucesos para presentarlos al conocimiento del presente y del futuro como enseñanza y ejemplo descubriendo sus raíces, sus ramas, sus frutos, sus sombras y su terreno y la savia que le diera cuerpo y madurez, debe arrancar desde aquel su fondo oscuro razón y causa de su explosión porque las revoluciones no nacen como el rayo del seno tranquilo de las nubes, son el fruto de un cúmulo de excesos y de crímenes acopiados en largos años de injusticias y ultrajes. Y no se puede conocer ni llegar a comprender una época ni la razón y justicia de estos grandes trastornos sociales, sin conocer su civilización, sus costumbres, sus tradiciones, sus creencias, sus sentimientos, sus instituciones, su actividad, su cultura y hasta sus sueños y dolores (…) para conocer es menester estudiarla desde sus fuentes profundizarla y comprenderla y juzgarla para explicarse así la razón de sus esfuerzos y la justicia de sus actos…” Para rematar con un adagio: Es importante recuperar los archivos y las tradiciones de lo contrario de Salta ya no quedará más que el nombre. Resaltado nuestro (HGG; 1971: 13-15) De la misma manera ese “tono grave” da paso a la ironía cuando describe la actitud de don José Ignacio de Gorriti, gobernador de Salta en 1828, en ocasión de una audiencia otorgada al general Urdidinea de la Paz. La crónica citada construye de manera elíptica el pensamiento de Gorriti en torno al “coya”, en la narración se describe la situación en la cual frente a la presencia de Urdidinea, Gorriti pregunta; “¿viene solo?” .Ante una respuesta afirmativa, vuelve a preguntar; “fíjese usted si viene solo, no puede venir solo” y ante una nueva respuesta afirmativa y sin mediar más palabras colocó en la sala tres asientos y dijo “hagan pasar a los tres”. Ante tan extraño comportamiento y la pregunta de sus colaboradores respondió (…) porque el coya nunca está solo, siempre hay tres personas: la mentira, la mala fe y el coya… ”resaltado nuestro (HGG; 1971:104) En las TH hay grandes espacios destinados ala descripción histórica que asume por momentos un tono irónico caracterizado por introducir, por lo general, con astucia y disimulo una crítica a las acciones y las creencias de los hombres que intervienen en la narración. Así por ejemplo, al referirse a la ubicación de los santos en la catedral, indica que San José se ubicaba a la derecha, al medio la Virgen del Milagro y a la izquierda San Ignacio y utilizando como figura discursiva la prosopopeya para dotar de “ vida” a los santos y la

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virgen, dice “ …Fue sobre estos dos santos, el uno judío y el otro español, y a ambos constados de la virgen del milagro, que fue ubicada la pareja de los patronos, separados así por la Virgen como para que no se tomasen a palos pues uno y otro estaban armados con garrotes…”resaltado nuestro (TH; 2013:46) Al adentrarse en la Historia del Señor del Milagro narra cómo Hernando de Lerma y el Obispo Victoria son conducidos a España para comparecer ante el rey, otorgando a ambos personajes solo dos cualidades, el primero fundar la ciudad de Salta y el segundo enviar de regalo a la ciudad la imagen del Señor del Milagro. En ésta oportunidad remata la frase con una hipérbole que asociada a una metáfora pondera la acción en un doble sentido; “… la imagen del Señor del Milagro que tanto y tanto ha servido para el sentimiento piadoso de sus fieles y para pasto fecundísimo de nuestra pretensiosa pluma...”resaltado nuestro (TH; 2013:47) Es interesante además observar cómo el tono de la escritura pasa de la tercera a la primera persona involucrándose a menudo como protagonista. Tal es el caso del enfado que le produjo las modificaciones realizadas a la novena en honor a la Virgen del Milagro- realizada en 1790 por Francisco Javier Fernández- y que según Frías se asemeja “…por sus aproximaciones a una pieza literaria…”, de gran elocuencia y poder persuasivo. La estética retórica de la pieza no obstante, sostiene Frías, fue eliminada por los agregados de una oración para cada día realizados a fines del siglo XIX. En éste caso, utiliza la figura dialéctica de la graduación y va introduciendo una a una las críticas para reafirmar el despropósito de la modificación ”… compuesta con un detestable gusto(…) que para leerlas ni menos para rezarlas dan ganas(…) que lluvias de infiernos en lo poco que va de la primera oración! van apuntados tres y todavía sigue el cuarto(…) Pero es observable todavía la fealdad intrínseca de sus pensamientos a las veces más irrespetuosos que vulgares y feos: os amo, bondad infinita, os amo , oh mi tesoro, mi todo, lo único que le falta decir es, mi ricura, mi churito o(…)para más coya achalay mi vidita( …) Nada sorprenderá que el buen obispo Linares hubiera tragado la herejía de un bostezo sin darse cuenta de lo feo de su enormidad que al fin y al cabo era un hombre sencillo candoroso y sin espíritu, sin mayores luces…”(TH; 2013: 67) Por otro lado, el uso político tanto de la Virgen del Milagro como del Señor del Milagro aparecen a lo largo del extenso capítulo dedicado en las TH para narrar su historia, quizás a esto obedezca el subtítulo que irónicamente expresa “sin que le falte un pelo”. Así, describe el pleito de las vírgenes que se origina a partir de que Belgrano nombra a la virgen de las Mercedes como patrona del ejercito de la Patria y las realistas indignadas ante el hecho, acuerdan proclamar a la Virgen del Milagro como protectora de la causa del rey, “…hubo pues una Virgen patriota y una virgen realista… ” (TH; 2013:70).Además, describe en tono irónico cómo en 1861 siendo el gobernador de Salta José María Tood al tener que ausentarse de la ciudad, con el temor a una revolución en su contra, deja al mando de gobierno de Salta al Señor del Milagro, diciendo“… deposito en manos del Señor del Milagro este bastón que simboliza la autoridad del gobierno de la provincia que mis ciudadanos pusieron en las mías. Desde hoy hasta mi vuelta le encomiendo el cuidado de la paz, el orden y el bien de mi pueblo” Y mediante una prosopopeya muy bien lograda continua enunciando”…¡que contentas quedaron las señoras! ¡Ya tenían al Señor del Milagro como gobernador ¡(…) y Todd decía para sus adentros ¡que me hagan ahora la revolución! ¡Que se la hagan al Señor del Milagro!....”resaltado nuestro (TH 2013:106). Cuando analizamos ambas obras, en lo relativo a la descripción de la sociedad y los personajes de Salta, el estilo de escritura tiene un carácter descriptivo, no exento de valoraciones y categorizaciones propias de la época. Veamos la similitud que aparece en el tratamiento de estos tópicos. En relación a la sociedad colonial, en las TH, Frías sostiene “… deben distinguirse tres épocas en la dominación española: la primera es la época de la conquista (…)

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la segunda es la verdaderamente colonial, silenciosa, miserable sufrida y oscura y la tercera y final de todas ellas la constituye el tiempo transcurrido entre Carlos III hasta principios de la revolución…” (TH; 2013; 331)Al evaluar la época “verdaderamente colonial” como un periodo de escasesy de grandes dificultades económicas y a la manera de sorda crítica a las damas pertenecientes a la denominada “clase decente” del período, dice; “…Las damas encumbradas y de mayor riquezas reinas como lo eran del hogar, eran generalmente la más mezquinas. A veces el pollo se servía para el amo y la ama, la prole quedaba contemplando (TH; 2013: 343) Con Carlos III, para Frías se originó una segunda inmigración europea, sobre todo de nobles quienes venían a América como dueños de la tierra, a comandar las milicias, a ser los administradores del gobierno y para acumular fortunas. En éste contexto, la inmigración de los nobles es muy superior a la de la plebe. Y nuevamente introduce solapadamente la crítica; “…la América propiedad de la clase aristocrática y de suyo poderosa, se había tomado todo en ella, sin dejar más que escasas migajas para la plebe…” (TH; 2013: 353) Y continúa con la evaluación de la época y su acumulación de riqueza, expresando hiperbólicamente; “… Formaronsé ya por el año 1800(…) fortunas colosales que producía aquel floreciente comercio desde hacía cosa de treinta años (…)el terciopelo de seda(…)ropaje de ceremonia de los señores de la alta y distinguida sociedad. Hebillas de oro en los zapatos, anillos y botones (…) adornaban sus personas (…). Así daban ganas de vivir. Cantidad de esclavos servían todas las necesidades de la familia, hasta el extremo de formar orquestas o pequeñas bandas de música particulares…”resaltado nuestro(TH; 2013:372) En relación a la descripción de la clase alta de la sociedad, la gente decente, es caracterizada mediante una sucesión de epítetos que logran el efecto enaltecedor que se atribuye a la clase de la que se quiere dar cuenta;”…Todas las virtudes preconizadas en España como símbolos y expresiones de la sangre azul, conservaron en América su invariable representación: la delicadeza y dignidad personal, el amor más generoso y desintegrado por la patria, el espíritu de justicia y de verdad en sus actos, la rectitud en la conducta pública todo lo cual constituía el honor del caballero(…) Por esto fue llamada con el título de clase decente esto es, la de la gente limpia, limpia en su origen y limpia en su conducta, sin mancha que infamara la limpieza de su nombre…” resaltado nuestro (TH; 2013:377) . En la HGG la descripción es realizada de modo similar, aunque el acento se coloca en el poder económico y político que esta clase detenta. En ella, puede leerse: “…la gente decente (…) gozaba de cuanto importaba, de mando, dirección o lucimiento social (…) todas las corporaciones, como el gremio de abogados, los claustros universitarios, los colegios médicos, el coro de las catedrales, los cabildos (…) exigían en sus estatutos para sus miembros la precisa condición de limpieza de sangre, como se llamaba entonces a la pureza de la raza…”resaltado nuestro (HGG; 1971:70) Veamos cómo se presenta describe en ambas obras la segunda clase social, en las TH sostiene, “…La segunda clase social ocupaba el lugar medio entre la clase noble y distinguida y la clase baja. Era formada por todos los españoles que habían llegado a américa, no pertenecientes a la nobleza. Se los llamaba los decentones y también gente de segundo pelo (…) Vivían relacionados afectuosamente con las grandes familias nobles…”resaltado es nuestro (2013:378) En laHGG, puede observarse cómo se introduce con sutiliza la ironía para describir cómo los decentones eran fruto de ciertos caprichos de la gente decente;”…Flotaba al pie de esta parte distinguida de la sociedad otra clase intermedia, nacida de los caprichos (…) de nuestra antigua población. Era lo que en España constituía la plebe y que en América había alcanzado el rango de línea superior (…)llegó (…) a formarla clase ligeramente acomodada de los barrios pobres y alegres. Era por consiguiente, la masa de decentones de la ciudad que aunque por su linaje (…) no llegaban casi nunca a trepar y mezclarse con la clase superior, eran bien (…) considerados por el elemento noble y distinguido…” (HGG; 1971:78).

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El espacio destinado en TH para describir la tercera clase, la plebe es el más extenso de la organización textual del tópico dedicado a la sociedad colonial. “…La plebe era quien formaba la clase baja, la canalla como a veces también se la llamaba. Era el conglomerado y amasijo de todas las clases viles de la sociedad. Se dividían en negros o mulatos, en libertos, que eran aquellos que habían obtenido de sus amos la libertad y que multiplicándose con el correr del tiempo, formaban lo más numeroso de la población (…) Como en todas las cosas, la plebe también contenía sus divisiones.Algunos de sus individuos lograban un respetable posición pecuniaria y social (…) eran los sastres, carpinteros, plateros, talabarteros que por la calidad de su oficio estaban en un plano más elevado que el zapatero, el blanqueador, el herrero (…)Estos hombres formaban la cabeza del gremio de los artesanos llamados de tal porque en sus manos se hallaban entregadas las artes menores desde la sastrería hasta el herraje de mulas (…) Pero el elemento inferior de la plebe constituía una verdadera desdicha. Los mulatos y negros que la formaban, pobres, miserables, sin instrucción ninguna, vivían casi como animales (…) si ganaba en la semana su dinero, lo invertía en aguardiente desde la noche del sábado hasta la mañana del lunes, pagando la infeliz mujer sus pobres criaturas cuando volvía loco de alcohol al hogar todas sus torpezas y crueldades… ”resaltado nuestro (TH2013:379) Y en laHGGpuede observarse el mismo tipo de descripción cargada de valoraciones negativas como en la TH; “…Pudiera dividírsela en tres porciones, dado el desarrollo de su figuración social: la de los artesanos acomodados, la de los pobres diablos y la de los esclavos…”y en referencia a los dos últimos dice que eran “…fruto del desorden, hijos de la miseria(…) holgazanes, pendencieros, lo ganado en la semana lo perdían el día de la fiesta durmiendo el lunes y martes el sueño de la embriaguez (…)pasaban la vida miserablemente…” Para terminar afirmando casi con alivio:”… Hoy han desaparecido…” (HGG1971:79-80) En relación a laurbanización y en torno a la amplificación que en términos generales estructura el texto retórico, tanto de las TH como HGG, hay una descripción dela ubicación de los barrios según los espacios atribuidos en la ciudad.Estos elementos parecen conformar el patrón de organización urbana según lo descrito por Frías; donde el espacio de abajo se encuentra ocupado por la plebe y el espacio de arriba por los decentones, mientras que al medio y al centro se encuentran los lugares de residencia de la gente decente. Dice Frías”… la ciudad no pasaba de diez cuadras(…) se dividía la muy pretensiosa en cuatro barrios; el central que rodeaba la plaza(…) seguía el Barrio de Abajo, de la Merced, dos cuadras hacia el poniente, daba comienzo a su vez y seguía el Barrio de Arriba(…)El Barrio de Abajo era poblado con abundancia por negros y mulatos que, conjuntamente con su emancipación habían recibido por lo común del amo generoso una casa para gente pobre(…) En el Barrio de Arriba (…) habían acudido a sembrar sus hogares los cholos, al lado de las familias de segundo pelo, de escasos recursos y que tenían por lo mismo vinculaciones de más consideración con el elemento aristocrático del centro…”resaltado nuestro (TH; 2013:530-531) Por otra parte, donde se puede evidenciar un discurso mucho más directo y en tono desafiante es en relación a los sacerdotes. Al hablar de la educación en manos de los frailes en las Tradiciones dice;”…Dios libre a la sociedad de tener un gobierno dirigido por la influencia de los frailes. Forman gremios o sectas y como tales llevan a la dirección del Estado, odios y persecuciones contra sus rivales, ven para la religión ofensa y peligros en todas partes y a fin de salvarla de naufragios y derrumbamientos comienzan a cerrar las puertas, todas las puestas, para que al último no quede más que la del convento. Esta clase de preocupados no conviene al gobierno de los pueblos. Ni clerecía ni masonería, ni logias lautarinas ni carbonarias, ni anarquismo ni socialismo, porque son no más que tiranías organizadas…” Para terminar con un adagio “… Si hemos de sacar la cuenta digamos que bueno, muy bueno es ser religioso, pero malo, muy malo ser clerical y honor muy bueno es ser liberal, pero malo el ser sectario…” resaltado nuestro(TH; 2013: 549-50)

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A manera de conclusión Concluido este largo proceso de testimonio e interpelación a quienes de una u otra manera han juzgado la obra de Bernardo Frías con los utillajes mentales de la época que les tocó vivir; nos preguntamos ¡si los mismos podrán advertir, el riesgo del desplazamiento de sentidos que puede producir teorías que respondiendo a inquietudes del presente intentan forzar las lecturas del pasado?, proyectando sus intereses políticos e institucionales en función de los espacios académicos que ocupan y de las posibilidades de orientar las lecturas de quienes hoy están en proceso de formación intelectual, realizando operaciones que canonizan ciertas representaciones que ellos mismos dicen develar. Sin duda, estamos en un momento crítico del desarrollo de la historia de la historiografía donde dos tendencias están en pugna, una a la homogenización de discursos, prácticas, posicionamientos institucionales, y otra que tiende a la fragmentación y la especialización cada vez más cerrada en si misma volviendo contradictoria la noción de especialización, en el sentido de que ella debe abrir nuevas puertas para el conocimiento, no cerrarlas. En este trabajo quisimos demostrar de qué forma se obstaculiza la posibilidad de descubrir ante lo que parce más obvio, la mirada crítica de un hombre, hijo de su tiempo, que convive con la incertidumbre de una época que se va sin saber o al menos comprender plenamente que es lo que se aproxima. Configurar sobre esa incertidumbre las certezas de las afirmaciones del presente, nos parece, un tanto temerario. Volvemos a LucienFabvre, “no es historiador el que conoce, sino el que investiga”. Y el que investiga, nunca tiene certezas plenas.

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construcción del héroe Güemes”. Villagrán Andrea y Vázquez Estela (2010) “Salta, Principios del siglo XX” .En Revista Andes Nº 21. Salta. Universidad Nacional de Salta.

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Los usos del pasado y la historia en la provincia de Corrientes La gobernación de Benjamín González, 1925 -1929 -Juan Manuel Arnaiz[Universidad Nacional del Nordeste] ([email protected])

Introducción En las primeras décadas del siglo XX, la provincia de Corrientes haexperimentado una emergencia de la memoria colectiva, mediante la cual distintos grupos sociales y políticos intentaron afianzar su posición en el presente reforzando sus relaciones con el pasado. Este fenómeno ha tomado diferentes formas, que se manifiestan en el establecimiento de las versiones oficiales de la historia, el reclamo por la recuperación de un pasado que se considera ha sido ocultado o tergiversado, conflictos en torno a sitios y lugares simbólicos, la proliferación de museos, la preocupación por la preservación del patrimonio cultural, las vinculaciones con intelectuales e historiadores de diversas provincias, regiones e incluso países limítrofes, la construcción de representaciones, compartidas o en conflicto, acerca del pasado particular o en común, entre otras (Leoni de Rosciani, 2005). Este proceso coincide con el que se produce a nivel nacional en la primera mitad del siglo XX, en un vasto movimiento de construcción del pasado en relación a la noción de patria y nación, materializado en monumentos, instituciones como museos, recordaciones y homenajes de los próceres, así como también la elaboración de legitimación de una identidad basada en la apelación a un pasado patrio, puesto que “el recuerdo venerado y cariñoso de nuestros próceres y sus obra inmortal, denuncia la existencia de un pueblo capaz de agitarse con la memoria de sus glorias cívicas” (Bertoni, 2001: 101). Así, en el camino para reencauzar el presente y establecer un puente, un vínculo emocional con aquel pasado, se buscó la forma más adecuada para que estos héroes y epopeyas recreadas se encarnasen en la sociedad. Cronológicamente, nos centramos en la gestión del Dr. Benjamín González como gobernador de la provincia de Corrientes entre 1925 y 1929, que se caracterizará por un gran interés por diferentes aspectos de la cultura, a partir de conmemoraciones y homenajes tendientes a reivindicar ciertos hechos y personajes provinciales, y la instauración de ciertas instituciones, fundamentado por la permanencia de ciertos discursos de revalorización del pasado. Sin embargo, este interés por el pasado significaráalgo más que un intento por evocar la historia y la tradición provincial, sino queservirá como estrategia de legitimación del poder de la elite dominante del periodo.Hayden White destaca “el grado en el que la historiografía sirve al sistema de domesticación y disciplinamiento de la sociedad”, a través de la educación y la conmemoración, por ejemplo, ya que “su función ha sido, las más de las veces, disciplinar y adaptar la memoria ciudadana del pasado a lo que un grupo dominante en el poder exige de sus ‘sujetos’” (White, 2002:14). Es así que la historia será concebida, ciertamente, como un instrumento de la política, que posibilitará la validación de la actuación política presente en función del pasado (Leoni

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de Rosciani, 1996). Por esa razón, las variables políticas existentes, nos ayudan a identificar tanto la construcción como la utilización de las diversas estrategias de usos del pasado. Finalmente será necesario determinar las distintas representaciones del pasado que se ofrecieron y cuáles y de qué manera se impusieron a lo largo del período abordado, frente al problema de integrar y lograr que se identificaran con un mismo colectivo, grupos e individuos diversos. De esta forma, observar de que manera esa construcción y utilización de representaciones del pasado cumplen, como dijimos anteriormente, una función de legitimación de las prácticas políticas del presente y por ello, se convierten en uno de los tantos espacios de disputa política.

Contexto político y social de la vida correntina hacia los primeros años del siglo XX Es importante destacar algunos rasgos particulares de la sociedad correntina de principios de siglo XX, fundamentales para la comprensión del devenir histórico de la provincia, que estará caracterizada por entramados y conflictos producto de prácticas políticas propias de este período. A fines del siglo XIX, Manuel Florencio Mantilla realiza una descripción de la sociedad correntina distinguiendo la existencia de tres sectores sociales: “alta sociedad”, “sociedad nueva” y “masa popular” (Quiñónez, 2007). Según esta distinción, la primera se caracterizaba por conservar “las antiguas costumbres españolas”, la segunda, prefería “las innovaciones del modernismo ligero que fomenta la ostentación y los placeres fugaces, con descuido de conveniencias permanentes del orden social” y finalmente, la masa popular se manifestaba “...blanda en ideas, propósitos y dirección templadas..., carente de vicios, ...laboriosa y guapa para cualquier trabajo” (Quiñónez,2007:16).Para Mantilla la “alta sociedad” era el sector formado por el patriciado correntino que se consideraba con derecho a ocupar la cúspide de la estructura social. Este sector conformado por familias de pretensiones aristocráticas, defensoras de sus tradiciones, manejó el aparato institucional del municipio y la provincia. El largo proceso de configuración de este sector social contribuyó en la formación de un conjunto de rasgos identitarios, que si bien lo asemejaban a otros patriciados provincianos, constituidos a través de procesos semejantes, también le aportaba caracteres distintivos (Solís Carnicer, 2006). El periodo de finales del siglo XIX y principios del XX estará marcado por la congruencia y la formación de una elite dirigente conformada por el viejo patriciado y una “sociedad nueva”1. Sus miembros compartirán intereses económicos, estilos de vida, ideas, proyectos y valores, donde la ostentación será en un rasgo distintivo de las familias de mayor poder económico. Esta elite dirigente correntina será influida por los ideales liberales y positivistas reinantes en el país a finales del siglo XIX. Los hombres destacados formarán parte de las distintas Comisiones Directivas de los Clubes Sociales Del Progreso, Social y Jockey Club, de las Asociaciones gremiales como los “Círculos de Obreros” (tanto laico como católico), y de las Asociaciones Católicas como “Conferencia San Vicente de Paul”, “Hermandad del Santísimo” y “Tercera Orden Franciscana”(Solís Carnicer, 2006). En el ámbito de la política encontramos tres fuerzas políticas en pugna. Por un lado, se encuentran los liberales; por otro lado, los autonomistas; y por último, los radicales. No 1

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Sector social que aparecerá a finales del siglo XIX, constituido por familias de reciente arraigo en la sociedad, aportaban nuevos valores de estimación social, como el éxito económico obtenido por actividades comerciales e industriales, constituyendo “una burguesía empresaria”: Quiñónez M. Gabriela.2007: 17pp

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obstante, los que van a dominar la escena política correntina son los representantes de los dos primeros grupos. Estos dos partidos de origen conservador en apariencias similares, presentaban algunas diferencias. Los autonomistas, representaban “a la elite local, aunque [...] con ribetes populistas” (Balestra y Ossona, 1983) y “a los liberales se les reconoce, en general, el haber gobernado con más respeto por las libertades cívicas” (Córdova Alsina, 1970). Es necesario aclarar que a principios del siglo XX el partido liberal se encontraba a su vez, dividido en tres facciones: mantillistas2, martinistas3 y mitristas4. Por último, encontramos al partido radical que surgirá en la provincia a fines del siglo XIX como un desprendimiento del partido liberal. Gran parte de los hombres que habían militado en el liberalismo ‘mantillista’ se organizaron como Partido Radical (Harvey, 1999). El escenario político nacional, con la sanción de la Ley Sáenz Peña 1912, la reforma electoral que significó el sufragio secreto, universal y obligatorio, generando una ampliación en el plano electoral y sobre todo con la llegada de la UCR al gobierno, favoreció al fortalecimiento del partido radical provincial. Precedentemente era común ver a hijos militando en el partido de sus padres (Liberal o Autonomista), situación que cambiará con la irrupción de la Unión Cívica Radical en el espacio político provincial, que llevo a la adhesión a distintos partidos de miembros de una misma familia (Solís Carnicer, 2006). El surgimiento del radicalismo en la provincia provocó una reacción de parte de los otros partidos, obligando a los dirigentes de los partidos conservadores a buscar y proponer nuevas formas de hacer política. De esta manera, surgió la denominada “Política del Acuerdo” como uno de los medios más efectivos para seguir manteniendo el predominio político provincial llevado a cabo por los miembros del partido autonomista y del partido liberal a través de la firma de pactos entre ambas facciones del conservadurismo. Precisamente, la formalización de la política del acuerdo vino a reglamentar una práctica ya conocida entre autonomistas y liberales. No obstante, pese a los intentos de preservar el pacto no lograron mantenerse por largo tiempo, y en 1915 quebró por primera vez y en 1927 por segunda. Sin embargo, podemos decir que detrás del aparente fracaso de esta práctica, esta estrategia política logró alcanzar los fines que buscaban ambos partidos pues consiguieron, a partir del sistema electoral, hacerse con el gobierno durante toda esta etapa. Este objetivo se cumplió, si observamos el resultado de los comicios del período 1912- 1930, donde en todas las elecciones a gobernador practicadas, incluso la que se realizó después de una intervención radical5, resultó ganadora una fórmula conservadora con un representante de cada partido (Solís Carnicer, 2010). De esta forma, la política del acuerdo adquirió una nueva dimensión marcando una ruptura con la práctica tradicional de los acuerdos, propia de los partidos de notables, para institucionalizarse acorde a los nuevos tiempos y a las exigencias de transparencia política que imponía el nuevo clima de ideas de los años del Centenario de mayo (Solís Carnicer, 2010). En síntesis podemos afirmar que Corrientes mantuvo en los partidos tradicionales de principios del siglo XX el “liberalismo de estilo conservador”, caracterizado por un difuso liberalismo político y económico conjugado con una marcada resistencia a aceptar los cambios introducidos por la instauración de la democracia tanto en el marco nacional, como provincial (Solís Carnicer, 2000).

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Quienes adherían a las ideas de Manuel Florencio Mantilla Aquellos que seguían Juan Esteban Martínez Llamados así a los seguidores de Bartolomé Mitre Intervención Federal: José M. Giuffra 1918 -1919

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Gestión Benjamín González 1925 - 1929 En agosto de 1925 se reunió la Convención autonomista, con el objetivo de intentar reconocer de manera definitiva la candidatura del Dr. Vidal, pero este rechazó todas las oportunidades en las que fuera propuesta. Frente a esto y en medio de este clima de incertidumbre el Dr. Félix María Gómez propuso que se aceptara la renuncia a la candidatura del presidente del partido y sugiere el nombre del Dr. Benjamín González, que fue proclamado por unanimidad. No obstante, se sostenía que Dr. González, no era una figura política de relevancia, no era un candidato consagrado, ya que el nombre de Vidal hacía imposible el debate de otra candidatura, por ello el voto de la convención fue la adhesión al pensamiento político de Vidal (Solís Carnicer, 1999). Por el lado, de los liberales, que debía elegir un vice-gobernador, el candidato resultó ser finalmente el Sr. Erasmo Martínez, (en una votación que debió realizarse 6 veces por no obtener los dos tercios necesarios para el triunfo, hasta que en la 6ª votación obtuvo 72 contra 10). De esta manera, los miembros de cada partido buscaron entre sus primeras figuras aquellas que pudiesen ser garantía para el partido aliado y “prenda de felicidad y progreso a la provincia” (Gómez, 1931: 300). A pesar de los conflictos, a las idas y vueltas entre los partidos conservadores Autonomistas y Liberales, el Pacto se impuso y en las elecciones de 1925, se consagró la formula Benjamín González (autonomista) – Erasmo Martínez (liberal) frente al binomio Raúl G Torrent - Claudio Canceló, del partido radical (Castello, 2008: 198). Benjamín González, se hizo popular por ser un distinguido medico, que vivió mucho tiempo en Capital Federal, pero que nunca perdió contacto con su provincia. Su gobierno se caracterizará por una acción dinámica y constructiva6. Este dinamismo se pudo reflejar en el fomento a la cultura y la educación, materializado con la creación de escuelas, bibliotecas y museos. Tambienen el mejoramiento en la calidad de vida de los ciudadanos en lo que se refiere a higiene y bienestar social formando centros asistenciales en todo el territorio provincial. Además intentará estimular el desarrollo de industrias, obras públicas, vialidad, puertos, así como también los estudios científicos. Es por eso que Félix Gómez afirma “el gobernador Dr. González presidio un periodo fecundo, de progreso en las cosas y en las instituciones” (Gómez, 1931: 304). Durante su periodo a cargo del gobierno, Gonzálezdetectó ciertos problemas en la administración de la dirección provincial. Según entendía, […] existían oficinas para circular y proveer los expedientes y no para satisfacer necesidades generales o aconsejar en los acuerdos de gobierno. Lo que era un medio de gobierno se había convertido en fin del gobierno mismo [...] por lo tanto un gobierno dinámico invierte el procedimiento, las cosas se hacen y luego el expediente registra la licitud del acto, sin que en ningún momento la honradez del funcionario se viese sospechada […] (Gómez, 1931: 306). Por esa razón, interpretando la necesidad los actos de los gobernantes, dispuso la creación de las memorias anuales de los Ministros y un archivo que en que se transcribiesen todas lasleyes, acuerdos, decretos y resoluciones que se dictaran. Esta obra que contiene, rigurosamente numerado, de acuerdo a los originales, todo cuanto proveyó como gobernante hasta el fin de su mandato se titulo “Gobernación González” y es un compendio de VII tomos. Esto permitió tener un registro de todo lo que se realizaba en la provincia. Se llevaron a cabo más de 80 obras públicas en la región, inaugurándose muchas y otras 6

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Gez, Juan W. (Un Maestro de Cuño Patricio) Recopilación, ordenamiento y anotaciones por María Estela Gez de Gómez Año 1972.

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quedaron en ejecución. En palabras de Castello, fue“una tarea de gobierno sin prisa, pero sin pausa” (Castello, 2008: 197).

Difusión de la historia: Historia oficial La historiografía correntina a lo largo del siglo XX se insertará en el campo de una historia política en la cual las elites que protagonizan el discurso historiográfico encarnarán los mismos ideales (políticos, ideológicos, culturales) que defiende el historiador. La historia es considerada, básicamente, un instrumento de la política, ya que posibilitará la validación o rectificación de la actuación política presente en función del pasado (Leoni de Rosciani, 1996). Cuando, a mediados del siglo XIX, comenzaba el desarrollo de la historiografía nacional (en relación a las luchas de independencia y a la formación del estado argentino), los historiadores correntinos buscaron brindar estudios desde la perspectiva de la provincia. Los dirigentes políticos de esta época, mantendrán un interés importante por la educación de la historia y el pasado, por eso será común ver en discursos como el de BenjamínGonzález, que el objetivo que perseguía su gobierno era “destacar […] todo aquello significante al culto al pasado […] convencido que la tradición y el conocimiento de la historia regional robustecen los caracteres de la ciudadanía” (Gómez, 1931: 309). En este contexto historiográfico provincial se consagran algunos historiadores como Hernán Félix Gómez(1888-1945), Wenceslao Domínguez (1898-1984) y Valerio Bonastre(1881-1949), que desde sus posiciones partidarias particulares y susenfoques históricos de Corrientes, intentaronreflejar la contribución de la provincia en la organización política del país, delineando una perspectiva correntina de la historia argentina. Estos historiadores correntinos de las primeras décadas del siglo XX, se insertarán entre los denominados autores “provincialistas”, caracterizados por su revisionismo moderado, con el fin de demostrar la relevancia de la provincia en el ámbito nacional (Leoni de Rosciani, 1996). Destacamos en este aspecto la figura deHernánFélixGómezpues su contribución, en la problemática de la inserción de Corrientes en el esquema político contemporáneo, se hallará en estrecha vinculación con sus ideas y actividades políticas y educativas, del periodo abordado. Gómezformado en un seno conservador, autocalificado liberal, defenderá principios como la democracia, la libertad, la igualdad y la soberanía popular, y realizará una constante prédica a favor de la tradición, y con un sentido pragmático, buscará adecuación a las nuevas realidades. La presencia de estos aspectos dispares y, a veces contradictorios en su pensamiento, en el que se combinan elementos conservadores, liberales y nacionalistas dificulta su encuadre ideológico y plantea la necesidad de analizar los matices que se esconden bajo el rótulo de “conservadurismo provincial”(Leoni de Rosciani, 1996). La década de 1920,fue quizás la etapa más fecunda de su trayectoria,relacionado con su cercanía al gobierno deGonzález. Su accionaren el terreno de la educación y la enseñanza de la historia en la provincia, lo convertirán en una de las piezas fundamentales del gobierno provincial.Gómez, en sus intentos por recuperar la historia provincial, se mostrará también preocupado por la educación, afirmando que la enseñanza de la historia debía ser algo más que impartir una crónica regional, de por sí necesaria para afirmar el vínculo del niño con su medio, pero insuficiente para cumplir con los altos fines reservados al conocimiento histórico. Formulará como objetivo básico para la enseñanza, el rescate de la tradición, medio para afianzar la conciencia nacional, el respeto a las instituciones establecidas y a los grupos dirigentes, fortalecer la personalidad provincial y lograr el desarrollo económico.

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Por otra parte, ese vínculo con el gobierno provincial le permitirá obtener beneficios, pues será la misma Imprenta del Estado7la que se encargará de la publicación de sus trabajos. De esta forma, con el objetivo de aclarar el desarrollo social y político de Corrientes hará publicar por la imprenta estataluna“Historiade  laProvincia de Corrientes”  (1928-1929), cuya división en tres tomos corresponde a una propuesta de periodización: “Desde la fundación de la ciudad de Corrientes a  la Revolución  de Mayo”; “Desde  la Revolución  de Mayo al Tratado del Cuadrilátero” y “Desde el Tratado del Cuadrilátero a Pago Largo”. Completará el análisis de todo el proceso histórico correntino con otras obras como “Vida pública del doctor Juan Pujol (1922); Los últimos sesenta años de democracia y gobierno en la Provincia de Corrientes (1931); Ñaembé (1937); La victoria de Caá Guazú (1942); Toledo el bravo; Crónica de las guerras civiles y del período oligárquico (1944).No obstante, también tendrá en sus manos la redacción de documentos y escritos estatales como “La gobernación González” VII tomos” o “Divisiones y subdivisiones Administrativas, jurídicas y municipales”, entre otras, ratificando su rol fundamental, como historiador o agente oficialista del gobierno de Benjamín González. La figura de Hernán Gómez en este periodo es central, sus obras reflejan la política llevada acabo por el estado provincial de esos años, dado que muchas de las decisiones tomadas por el gobierno en temas vinculados a la educación y la historia, parecen inspiradas por aquél.Tal es así, que será por iniciativa del mismo Gómez, que se llevaráa cabo que la reivindicación de determinadas personalidades y personajes de la provincia, con el objetivo de acrecentar la importancia de la región y su relevancia histórica, destacando el papel de la provincia en la concreción de las ideas fundantes de la nación.Esterelato histórico construido por el historiador, servirá como argumento alas políticas de reivindicación de la elite dirigente. Por esa razón, Gómez tendrá un papel esencial en la difusión de la historia y su cercanía a la esfera política lo convertirá en una figura de la política provincial de estos años. En síntesis podemos identificar la implicancia política de Hernán Gómez, muy vinculado con los principales referentes del partido autonomista. Esto nos hace recordar el papel que desempeño Florencio Mantilla8(1853-1909) en el siglo XIX, donde estuvo relacionado con los referentes del partido liberal de esa época. Estos intelectuales cada uno desde su posición,construyó un discurso destinado a legitimar a su partido, al que consideraban coherente con los principios que los correntinos habían sostenido en el pasado, y reivindicaban a su provincia aludiendo la trascendencia de su contribución histórica9.

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El gobierno provincial, siguiendo la iniciativa lleva adelante por el ex gobernador Juan R. Vidal en 1913, había logrado concentrar reactivar los talleres gráficos o imprenta del estado, sustituyendo su tipografía con maquinas linotipos, impresoras modernas y talleres completo de encuadernación y rayado. Gómez, 1931. pp. 311 Manuel Florencio Mantilla (1853 - 1909), jurisconsulto, escritor, filósofo, historiador y por sobre todas las cosas un político de nivel superlativo. Autor de “Crónica Histórica de Corrientes”, una de las obras más importantes del glorioso pasado correntino. Entre las obras históricas de Manuel Florencio Mantilla podemos mencionar Estudios Biográficos de Patriotas Correntinos (1884), Bibliografía periodística de la Provincia de Corrientes (1887), Plácido Mártinez (1887), Narraciones históricas (1888), Historia del General San Martín por Bartolomé Mitre (1889), Páginas Históricas (1890), La resistencia popular de Corrientes en 1878 (1891), Premios militares de la República Argentina (1892), Crónica Histórica de la Provincia de Corrientes (1928-1929). Sin embargo es necesario tener en cuenta que ambos historiadores se inscriben en momentos muy diferentes. Hernán Gómez escribe en un contexto historiográfico nacional muy diferente del que correspondió a la actuación de Mantilla, caracterizado fundamentalmente por intentos de revisión realizados en el marco de tolerancia que ofrecía el consenso liberal, la profesionalización de la disciplina, el acceso a fuentes documentales de los archivos provinciales, la consolidación de instituciones vinculadas a la investigación y divulgación de la historia, y la comunicación entre historiadores de todo el país.

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Representaciones del pasado: Monumentos y Conmemoraciones El contexto historiográfico provincial, preocupado por larevalorización del pasado, generará iniciativas dirigidas a recordar a determinados personajes de la provincia. El gobierno de González dispondrá la determinación de los monumentos y lugares históricos en el territorio provincial, destacando a héroes provinciales, ubicándolos en un lugar de preeminencia en la historia provincial. Los monumentos pueden ser considerados como aquellos objetos que ponen en relación el pasado con el futuro, y conlleva algo de trascendente, y por lo tanto, de permanente en sí mismo que los hace particularmente útiles y utilizables (Ballart, 1997: 35). De esta manera, se recordará a los médicos que trabajaron durante la epidemia de fiebre amarilla de 187110, colocando en el centro de la plaza La Cruz, en la ciudad de Corrientes, un monumento al Dr. José R. Vidal11y pequeños murales que homenajeaban a los “Héroes Civiles” que dieron sus vidas durante la epidemia de esta enfermedad. Además se reservará el nombre del mismo José Ramón Vidal al Hospital de aislamiento en la capital. Originalmente el lugar destinado al hospital, eraun depósito de materiales explosivos; una vez trasladado el depósito, con subsidio nacional se creó la denominada “Casa de Aislamiento”, dependiente del “Consejo de Higiene” (rector de la Salud Pública de esa época). Finalmente el  23 de septiembre de 1926 el Senado y la Cámara de Diputados de la Provincia de Corrientes sancionaron la Ley Provincial 54012, en la cual se impone el nombre del benemérito médico correntino “Dr. José Ramón Vidal”, en homenaje de gratitud del pueblo de Corrientes a la memoria de tan esclarecido filántropo, que en cumplimiento de su deber profesional durante la epidemia falleció víctima del flagelo de la fiebre amarilla en 1871. Sin embargo, este homenaje tiene un alto contenido político y si se quiere reivindicador. Si bien JoséRamón Vidal es recordado por su gran desempeño en la medicina, perteneció al partido autonomista lo que le permitió introducirse en la política provincial de esos años. En 1864 ocupó el cargo de diputado provincial y un año más tarde llegara a la vice gobernación de la provincia. Entre 1862 y 1871 ocupara el cargo de Senador Nacional por la provincia de Corrientes. Por esa razón, Gómez (1942) menciona que el monumento en homenaje a JoséRamón Vidal tenía por objetivo destacar su dedicación profesional como médico, pero también “recordarlo por su acción en la vida política de la provincia” Posteriormente,se llevaría cabo el homenaje al “Tambor de Tacuarí”13, inaugurando en 10

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Las epidemias de  fiebre amarilla  de 1871 se cree que habría provenido de Asunción del Paraguay, portada por los soldados argentinos que regresaban de la Guerra de la Triple Alianza; ya que se había propagado en la ciudad de Corrientes., llegando hasta Buenos Aires, dejando un saldo de 500 fallecimientos diarios, reduciendo la población a menos de la tercera parte. José Ramón Vidal 1821 - 1871 se recibió de médico en Buenos Aires en 1849.Al regresar a Corrientes ejerció la profesión y también la actividad política. Fue Senador Nacional por la Provincia de Corrientes, por el Partido Político “Demócrata Nacional”, con Nº de Orden 55 en el Período Legal 22/07/1862 al 30/04/1871, aunque el Período Real fue del 28/05/1868 al 30/04/1871. Fue el reemplazo de Juan Eusebio Torrent. Completa el periodo de Pedro Ferré Fue diputado provincial y presidente de la convención provincial constituyente. Fue vicegobernador de la provincia, pero el más destacado aspecto de su vida fue su abnegación en el ejercicio de su profesión. Ley 540: Designa al Hospital de Aislamiento en construcción, en esta Capital con el nombre del médico correntino Dr. José Ramón Vidal. Motivos Fechas: de Sanción: 23/09/1926; de Promulgación: 28/09/ 1926. Gómez, Hernán Félix. Monumentos y Lugares Históricos de Corrientes. Buenos Aires 1942. pp. 68 El  tambor de Tacuarí, encarnado en Pedro Ríos, forma parte de los héroes que la Provincia de Corrientes dio a la Patria. Pedro Ríos fue un niño nacido en Yaguareté-Corá, que significa “corral de tigres” en guaraní, actual ciudad de Concepción, que con tan solo 12 años acompañó a Belgrano en la Expedición

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el centro de la Plaza 25 de Mayo de la localidad de Concepción una estatua del Niño Héroe. No obstante, esta fue el resultado de la petición popular de los docentes de la escuela de Concepción, que solicitaban un homenaje que se venía postergando. La estatua es una réplica de la existente en el Colegio Militar de la Nación, fue una obra del escultor Luis Perlotti14. La escultura está montada sobre un pedestal de mampostería y tiene una placa homenaje del Círculo Militar, con la siguiente inscripción: “El Círculo Militar al Tambor Pedro Ríos, Muerto en el Combate de Tacuarí -9 de marzo de 1811” (Gómez, 1944: 68). Sin embargo, el caso más emblemático será el homenaje al general San Martín. El estado provincial, buscando instalar ala provincia en un lugar predominante en la formación del estado nacional frente al centralismo de Buenos Aires, impulsará la reivindicación de la figura del General San Martín como héroe correntino, preocupándose por la preservación de la memoria histórica y la difusión provincial. En 1926 se declaró el feriado del 17 de agosto por primera vez, y se organizó el primer homenaje de carácter oficial.El gobernador Benjamín González, en su discurso sostenía que “nacido el Gral. San Martín en Corrientes, ella debe ser la primera provincia argentina que debe tributar el homenaje de gratitud y glorificación hacia el libertador con la rememoración de la fecha de su muerte”15. En la iglesia catedral, donde se realizó el tedeum, se levantó el altar de la patria, obra del artista Adolfo Mors. Finalizado el oficio religioso, las tropas marcharon a plaza Mayo, seguidas por las delegaciones portadoras de coronas, las autoridades provinciales, un grupo de damas, escuelas y sociedades extranjeras. Finalmente, en los años venideros, se seguirían repitiendo estos actos. (Leoni, Quiñónez, 2001:24). En este caso en particular, observamos todo un movimiento generado en torno a la figura de San Martín generado por laprovincia en torno al contexto de su lucha por la reivindicación de la historia provincial. Encontramos, una vez más a esa la elite correntinaluchando por defender sus tradiciones, persiguiendo el reconocimiento en el ámbito nacional y ratificando la importancia de la provincia como entidad autónoma y como factor clave en el proceso de organización institucional argentino.La clase dirigente construirá y sostendrá un discurso reivindicador de San Martin, fomentando una tradición sanmartiniana en toda la provincia, intentando preservar la memoria histórica de la provincia, colocándola en un lugar de preeminencia en torno a la construcción de historia nacional. Por esa razón, sostenemos que todos los monumentos públicos, las conmemoraciones, los peregrinajes, la reconstrucción de tradiciones orales y la determinación de lugares de memoria fuerondistintas herramientas que la clase dirigente correntina utilizó con el objeti-

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al Paraguay, dando muestras de valentía y patriotismo. Aunque sus datos son muy pocos y difusos, la referencia a su edad se desprende de los escritos de un oficial del ejército belgraniano,  el general Celestino Vidal, quien había tenido más contactos con Pedro Ríos. Lamentablemente en cumplimiento de esas funciones en pleno desarrollo de las operaciones bélicas, fue alcanzado por dos proyectiles de fusil en el pecho, cayendo herido de gravedad y falleciendo minutos después, con heroísmo en el campo de batalla. Es por eso que “El tambor de Tacuarí”, Pedro Ríos, forma parte de la constelación de héroes que nuestra región dio a la Patria, símbolo fundamental de la historia provincial. Luis Perlotti nació el 23 de junio de 1890, de padre zapatero y madre modista. Al morir ésta en 1899 y para contribuir a la economía familiar, trabajó como peón en varias fábricas, entre ellas la cristalería Rigolleau. Luego pasó a una ebanistería, donde aprendió el oficio, al tiempo que asistía a los cursos nocturnos de dibujo en Unione e Benevolenza y a los talleres de la Asociación Estímulo de Bellas Artes, donde preparó su ingreso a la Academia Nacional. Allí tuvo como maestros a Pío Collivadino, Pablo Ripamonti y, en escultura, a Lucio Correa Morales. Realizó pequeñas obras y bustos por encargo, entre ellos “El tambor de Tacuarí” y un par de efigies de Sarmiento encargadas por el Colegio Militar y la Escuela Naval. http://www.museoperlotti.buenosaires.gob.ar/perlotti_historia.htm   Véase Gobierno de la Provincia de Corrientes: Homenaje a San Martín. Actos conmemorativos realizados con motivo de la celebración del 76º aniversario del fallecimiento del General don José de San Martín, Corrientes, 1927

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vo de manipular el pasado a fin de que sirviesen a sus intereses en el presente.

Custodia y Conservación del pasado: creación de museos y bibliotecas Estas iniciativas de recuperación y reivindicación de determinados acontecimientos históricos, se institucionalizarán con la conformación de diferentes museos y bibliotecas en la provincia, que tendrán por objetivos preservar y albergar objetos significantes del pasado y la naturaleza de la región. El gobierno provincial procuró promover la formación de instituciones que hicieran […] honor a Corrientes, y que demuestren objetivamente su gran tesoro histórico, estético, industrial, comercial, geológico y minero.16”. En 1927 se creará el Museo Colonial y de Bellas Artes de la provincia,17 con el objetivo de desarrollar el gusto estético y difundir las Bellas Artes en todo el territorio provincial. Se solicitará la colaboración de la Comisión Nacional de Bellas Artes y el obispado de la provincia, para que proporcionaran materiales necesarios para el establecimiento del museo. Su sede desde los años veinte fue la “Casona de Gobernadores” que fue original­mente construida como residencia de la familia Torrent y por su importancia, más adelante será de­clarado Monumento Histórico Provincial por Ley 5091/96. Una vez establecido el museo, ira haciéndose de distintos objetos y formando sus salas de exhibición. De esta forma, en la primera de sus salas, la denominada de las “Banderas y Escudos” encontramos la bandera de la batalla de Caá Guazú (1841) y el Escudo de la primera casa de Gobierno (1826) junto a retratos de personalidades vinculadas a la historia provin­cial. Un elemento destacado en la misma es una vitrina que contenía medallas y monedas de dis­tintos períodos exhibidos en forma desordenada y en muchos casos superpuestas. En la sala dedicada a las Luchas Civiles la colección se iniciacon una evocación de la funda­ción de la ciudad que dio origen a la provincia, se destaca un cuadro con la figura de Juan Torres de Vera y Aragón y la obra que recuerda el milagro de la Cruz, hechos sostenido por la tradición, que es conmemorado cada 3 de mayo y que se haconvertido desde el siglo XIX en la principal fiesta cívica de la ciudad. Así, se exhibieron piezas y objetos que pretendían representar momentos destacados del largo proceso de la historia correntina que iban desde los tiempos coloniales hasta la consolidación del esta­do provincial en 1821 (Núñez Camelino, 2013) Posteriormente, siguiendo esa intención de conservación y protección del pasado de la provincia, y a partir de la donación realizada por Carlos Madariaga de un sable perteneciente a Joaquín Madariaga18, se creará la sección Histórica o Museo histórico19, con el fin de que el estado provincial pudiera custodiar tan “importante reliquia del pasado, de un valor incalculable” (Gómez, 1942). Este hecho es particularmente destacable, pues nos da la pauta de que relato histórico pregonaba el museo. A través del homenaje a la figura de Joaquín Madariaga así como también de otro líderes políticos como los hermanos Ángel20 16 17 18 19 20

La Gobernación González Tomo II. pp. 37. La Gobernación González. tomo II. Acuerdo nº 132 – 29 - III – 1927. Joaquín Madariaga, nació en la provincia de Corrientes, 1799, militar y político argentino, gobernador de la provincia de Corrientes, líder de la resistencia de esa provincia contra el gobierno nacional de Juan Manuel de Rosas. La Gobernación González. tomo II. Acuerdo nº 154 – 4 – V – 1927. Ángel Fernández Blanco (1778 – 1851) fue un hacendado y militar argentino, de destacada actuación durante la segunda década del siglo XIX en la provincia de Corrientes. Más tarde, ante la amenaza de ataques desde el Paraguay, junto al capitán Añasco formaron una milicia provincial de 3000 hombres, que permaneció en la capital y las costas del río Paraná. Parte de esas tropas se unieron posteriormente al sitio de Montevideo; las que quedaron en la capital fueron la fuerza decisiva en Corrientes hasta la declaración de esa provincia por el partido federal de José Artigas. Se unió al grupo antiartiguista de

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y Juan José Fernández Blanco21, Pedro Ferré�, Genaro Berón de Astrada22, el museo adhería al discurso histórico vigente desde el último tercio del siglo XIX que exalta la actua­ción de Corrientes en el proceso de organización nación bajo el lema “Patria, Libertad y Constitu­ ción” y pone el acento en la lucha contra el régi­men de Rosas.Finalmente el Museo Histórico quedará conformado por cerca de 1500 objetos y 3098 li­bros, revistas y fotografías, la colección era extremadamente variada en cuanto a tipo de objetos y materiales, que iban de monedas a pianos, pasando por armas, imaginería y banderas. Más tarde, se sanción la creación del Museo de Historia Natural de la provincia, a partir de la exposición de minerales, tierra y agua a partir de las colecciones de los doctores Bonarelli y Longobardi y todos los objetos existentes en el Museo didáctico situado en la escuela Centenario. Este museo didáctico fue fundado por Valentín Aguilar en 1920 con la colaboración del Presidente del Consejo Superior de Educación, el cual pasó a denominarse posteriormente “Museo Regional de la provincia”23. Para este periodo el museo ya contaba con una gran cantidad de piezas y objetos heterogéneos, fruto de donaciones, compra y recolección en los distintos punto de la provincia.El 10 de junio de 1927, Valentín Aguilar eleva junto a su informe anual, una serie de sugerencias de planificación y organización del Museo Regional de la provincia, entendiendo que era preciso realizar una reorganización de las colecciones del museo ordenándolas según sus especialidades. La gran cantidad de objetos de todo tipo, y la necesidad de organizar de manera sistemática las distintas colecciones, llevo al director del Museo Regional, Valentín Aguilar,de tomar la decisión de proponer la creación de un museo que fuera específicamente de Historia Natural, colocando todos aquellos objetos, teniendo en cuenta la disciplina a la que pertenecía. De esta forma, se lleva a cabo la creación de un museo que albergara todas las piezas y objetos pertenecientes a la Ciencias Naturales en un solo local24. La institución planteaba que su objetivo principal era acrecentar, estudiar, con­servar y exhibir colecciones representativas de las ciencias naturales. Es así que más tardes surge el Museo de Historia Natural de la provincia. (Con las piezas y objetos que inicialmente se encontraban en el Museo Regional, junto con otras 21

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Genaro Perugorría. Juan José Fernández Blanco (1778 - 1825) militar y político argentino, primer gobernador de la provincia de Corrientes después de que ésta recuperara la autonomía tras la disolución de la República de Entre Ríos. Luchó contra las invasiones inglesas como capitán de la Compañía de Cazadores Correntinos, único cuerpo que representaba a una provincia en particular. Desde 1815 se unió al grupo artiguista, sin lucimiento especial. Rescató a su hermano de la prisión en que lo había puesto José Artigas, pero no tuvo problemas con éste ni con Francisco Ramírez. Firmó el Tratado del Cuadrilátero con Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires y fue un firme aliado del gobernador porteño Martín Rodríguez. En diciembre de 1824 fue reemplazado por su sucesor Pedro Ferré, del cual fue delegado en dos oportunidades. Desde entonces fue inspector de armas de la provincia, y tuvo una destacada actuación en la defensa contra algunos ataques de los indígenas del Chaco y de Misiones. Juan Genaro Berón de Astrada (1801 - 1839) fue un político y militar argentino, que gobernó la provincia de Corrientes en oposición al régimen de Juan Manuel de Rosas. Organizó la guarnición de Curuzú Cuatiá y fue encargado de la vigilancia de la frontera este de su provincia. Su estrecha relación con el ex-gobernador Pedro Ferré y sus dotes de mando le permitieron acceder al cargo de gobernador muy joven, en 1837, tras la muerte del gobernador federal Rafael León de Atienza. Posteriormente firmó un tratado de alianza con los emigrados unitarios de Montevideo y con el general Rivera. Éste forzó la renuncia al gobierno del general Oribe, mientras Berón organizaba un ejército provincial de unos 5.000 hombres, cerca de Curuzú Cuatiá, en el sur de la provincia. Casi sin oficiales experimentados, enfrentó al gobernador entrerriano Pascual Echagüe en la batalla de Pago Largo. Este contó con la participación clave del entonces coronel Justo José de Urquiza, que lo derrotó completamente en una cruenta batalla, en la que resultaron muertos varios oficiales y muchos cientos de soldados. Finalmente muere al frente de las tropas correntinas en la batalla de Pago Largo en 1839. Museo fundado por Valentín Aguilar en 1920. Llamado también “Museo Regional de la provincia”. Memorias del Museo Regional de la Provincia de Corrientes 1928. Informe de 1927 de Valentín Aguilar En: Memorias del Museo Regional dela Provincia

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que arribarían a la institución años después) Este nuevo museo tenía una exposición de especímenes se dividían en nueve ambientes donde las colecciones agrupadas sistemáticamente, para comprender la compleja organización de los seres vivos. Entre sus colecciones destacarse la entomológica, de gran valor por su cantidad, variedad y singularidad. Los vertebra­dos, se exhibían en varias salas comenzando por la fauna ictícola. También se encuentran representa­dos los Anfibios y Reptiles. Una de las más impor­tantes colecciones era la de Aves, reales exponentes de los diferentes ambientes de la región. Las secciones de Mineralogía y Geolo­gía comprendían numerosa cantidad de rocas y mi­nerales del país y particularmente de la provincia. Por último, la sección Paleontología estaba integrada por interesantes piezas fósiles y calcos, de espe­cies cuaternarias que habitaron esta región hasta hace l0.000 años aproximadamente. (Núñez Camelino, 2013) Por otro lado, también se crearán bibliotecas en la ciudad, entre ellas la Biblioteca del Poder Ejecutivo de la provincia y la de la Legislatura (Gómez, 1931). Asimismo el mismo Benjamín González ordenará la donación de su biblioteca privada y una importante colección de obras de Medicina a la Biblioteca de la Dirección de salubridad, otorgando trabajos de laboratorio de Química y Bacteriología. (Castello, 2008: 195). Como podemos observamos todas los objetos y piezas depositados en las distintas instituciones obedecen a una historia y un pasado determinado, al pasado de un sector en particular, que intenta apropiase en forma diferente y desigual de la herencia culturalde la provincia, y se configurarán en cada caso, como operaciones de rescate del pasado, estrechamente relacionadas con determinadas renegociaciones políticas del presente. En síntesis estos establecimientos servirán a la política como instrumentos de conservación del pasado, siendo custodios de una historia construida por y para la legitimación de una clase particular, la elite dirigente. Elida Blasco, en su trabajo a cerca la formación de los museos históricos en este periodo, los define como aquellos lugares que “exhiben los objetos siguiendo un orden determinado, constituyendo un “relato” del pasado que hace “olvidar” determinadas imágenes y “realzan” otras con una finalidad determinada. Es decir, intentan poner en escena o representar a la manera de una pieza teatral una memoria del pasado elaborada a través de diversos relatos historiográficos. (Blasco, 2011)

Consideraciones Finales El gobierno de Benjamín González, un periodo en el cual se observaron, sin duda,diversos hechos que marcaron el devenir político e histórico de la provincia de Corrientes. Desde la perspectiva política destacamos su llegada a la primera magistratura de la mano del denominado pacto, sellado entre los partidos provinciales tradicionales, Autonomistas y Liberales, signado por encuentros y desencuentros entre los distintos actores. Dentro de su gestión de gobierno, lo que consideramos bisagra fue su gran interés por la revalorización delpasado de la provincia, manifestándolo en todos y cada uno de los proyectos llevados a cabo durante su mandato, desde la construcción de grandes monumentos para homenajear a personalidades relevantes de la provincia, hasta la consolidación de instituciones que sirvieran para la conservación de la historia y la cultura provincial. Se consagrarán historiadores provinciales como Hernán Félix Gómez que trabajaran intensamente, preocupados por la recuperación del pasado como así también por la edu-

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cación, ocupando un lugar predominante en la difusión de la historia de esta época.En el caso de Hernán Gómez observamos su gran relación con el gobierno correntino, y el apoyo del estado provincial a este, manifestado en la publicación de obras y compilaciones documentales,a partir de la imprenta estatal, ganándose el apelativo de“historiador oficial” del gobernador Benjamín González. De esta manera, Gómezmarcará la agenda de gobierno en relación a las políticas de uso del pasado emprendidas por la gestión del gobernador correntino, entendiendo a la historia como un repertorio de ejemplos para las generaciones presentes. (Leoni de Rosciani, 1996). Este contexto de producción generó un relato histórico que, en todo momento, parece ser escrito con la finalidad de servir de argumento a las políticas de reivindicación o legitimación de las elites dirigentes25. Por esa razón, este vínculoentre la política y su interés por el pasado, sugiere una maniobra de los grupos dirigentes provinciales que fueron intentando adaptarse a las nuevas realidades que planteaba el contexto político. Tomamos el caso de la fundación del Museo Histórico,que a partir de los objetos que exhibía, adhirió a un relato histórico propio del siglo XIX. destacando la personalidad histórica de Corrientes, que arrancaba en el período colonial, sin que esto implique una discusión con la noción de la preexistencia de la Nación postulada por Bartolomé Mitre, y sobre todo la exaltación de la lucha de Corrientes contra Ro­sas en ese contexto. Por esa razón, Núñez Camelino (2013) habla de un museo con una fuerte impronta decimonónica, con una linealidad cronológica que refleja una periodización basada en hitos po­líticos, que nos habla permanentemente de la elite dirigente y deja entrever una noción restringida de pueblo: “el pue­blo es la élite, el grupo gobernante y las familias principales”. De esta manera, dicha noción invisibilizó a los secto­res populares marginándolos de la historia y principalmente de la política. En definitiva, podemos afirmar que la utilización del pasado se hará en función de la necesidad de exaltar el aporte de la provincia, ligadoa la clase dirigente. Los personajes y episodios destacados, a través de las directivas oficiales orientadas a la conmemoración, instituciones culturales, objetos conmemorativos, registros, archivos, instauración de feriados, monumentos, influyeron fuertemente en lo que debió ser recordado y olvidado. En el caso del monumento a José Ramón Vidal, que será homenajeado por su accionar como médico en la epidemia de fiebre amarilla de 1871. Este homenaje estará cargado de una connotación política, puesto que José R. Vidal era miembro del partido autonomista provincial (coincidentemente con el partido que estaba en el poder en esa época). De esta forma, sin dejar de valorar su desempeño en como médico en aquella ocasión, se recordaba también su militancia dentro del partido y la política provincial. Por último, logramos identificar la construcción y utilización de un discurso por parte de la clase dirigente de la provincia, como instrumento para el reposicionamiento de la elite local en un esquema político – institucional adverso a las expectativas de participación que había generado su actuación en el pasado. Este discurso se sostenía desde un generalizado sentimiento de postergación que afectaba a los miembros de esta elite dirigente. Con el objetivo de fortalecer una tradición sanmartiniana en la provincia, la elite intelectual instalala figura del general José deSan Martín, máximo héroe nacional, intentando imponer, con relativo éxito, su condiciónde correntino, y ubicándolo al frente de un panteón de héroes locales, enfatizando la imagen de un SanMartín correntino, antes que americano. De esta forma, las distintas representaciones del pasado trabajadas a lo largo del trabajo, 25

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fueron impuestas por la elite dirigente para legitimar su poder político, y actuarán como hilos conductores del devenir futuro de la provincia.

Bibliografía Ballart, Josep. El patrimonio histórico y arqueológico: valor y uso. Ed. Ariel. España. 1997 Blasco, María Elida (2011) Una museo para la colonia. El Museo Histórico y Colonial de Luján. 19181930. Rosario: Prohistoria Ediciones. Castello, Antonio (2008) Novísima Historia de Corrientes, corregida y aumentada. Tomo II. 1ª Ed. Corrientes: Moglia Ediciones. Balestra, Ricardo R. y Ossona, Jorge L. (1983) Que son los partidos provinciales. Buenos Aires: Sudamericana. Cordova Alsina, Ernesto (1970) Juan Ramón Vidal. El ‘Rubicha’ de Corrientes. En: Todo es Historia. N°40. Buenos Aires. pp. 9-23. Gómez, Hernán Félix (1922) Instituciones de la provincia de Corrientes. Buenos Aires: J. Lajouane & Cía. Gómez, Hernán Félix (1931) Los últimos sesenta años de democracia y gobierno en la provincia de Corrientes. 1870-1931. Gómez, Hernán Félix (1942) Monumentos y Lugares Históricos de Corrientes. Buenos Aires. Gómez, Hernán Félix (1944). La ciudad de Corrientes. Turismo, Economía, Información, Historia y Geografía. Editorial Corrientes Harvey, Ricardo (2000) “El régimen electoral como factor de supervivencia de los partidos tradicionales en la provincia de Corrientes”. En: XIX Encuentro de Geohistoria Regional (1999, 9 al 10 de septiembre) / UNNE, Secretaria General de Extensión Universitaria, Corrientes. pp. 269-283 Leoni de Rosciani, María Silvia y Quiñonez, María Gabriela. Combates por la memoria. La elite dirigente correntina y la invención de una tradición sanmartiniana.Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) Resistencia, Argentina. Anuario de Estudios Americano. Leoni de Rosciani, María Silvia (1996)“El Aporte de Hernán Félix Gómez a la Historia y la Historiografía del Nordeste” en Folia Histórica del Nordeste, núm. 12, 1996, pp. 5-99. Disponible en URL: http://solocorrientes.blogspot.com.ar/2010/03/corrientes-en-el-contexto-regional-una. html Núñez Camelino, María; Quiñonez, María Gabriela y Salas, María del Pilar. (2013). “Las Representaciones del pasado, el rescate de la memoria y su presentación los Museos de Corrientes”. Cuadernos del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano - Series Especiales Nº1 (3). ISSN 2362-1958 Quiñonez, María Gabriela. Contexto de producción, Representaciones del pasado e Historiografía en1880 - 1940. Disponible en URL: http://historiapolitica.com/datos/biblioteca/pasadoprov_ quinones.pdf Quiñónez, María G. (2007) La elite, la ciudad y las prácticas sociales. Corrientes entre 1880 y 1930. Corrientes: Moglia Ediciones, 2007. Solís Carnicer, María del Mar (2010) “Autonomistas, liberales y radicales en Corrientes Actores, prácticas e identidades políticas en conflicto (1909-1930)”. Prohistoria vol.13 Rosario ene. /jun. Solís Carnicer, María del Mar (1999) La política Durante el Gobierno de Benjamín González (1925 – 1929). Revista Nordeste 2da. Época Nº10. 1999 Solís Carnicer, María del Mar (2000) “La elite política en Corrientes frente a la Argentina del sufragio universal (1912-1930)”. Disponible en URL http://cdn.fee.tche.br/jornadas/1/s11a8.pdf 22/08/2014 Solís Carnicer, María del Mar (2006) La cultura política en Corrientes, Partidos, Elecciones y Practicas Electorales. (1909- 1930). Tesis de Doctorado. Mendoza, Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Filosofía y Letras. [Citado el 14 agosto, 2014] Disponible en URL: http://bdigital.

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uncu.edu.ar/objetos_digitales/2756/solscarnicerculturapolticacorrientes.pdf Fuentes Consultadas Archivo General de la Provincia de Corrientes (AGPC): -Aguilar, Valentín (1928) El Museo Regional de la provincia de Corrientes. De 1920 a 1927. Corrientes: Imprenta del Estado. - Correspondencia oficial 1919 - 1920, 1921- 1922 -Gobernación González (leyes, acuerdos y resoluciones) 1925- 1929. 7 tomos. Compilación a cargo de Hernán Gómez.

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Historiografía de género en la Provincia de San Juan, entre las realizaciones del Encuentro Nacional de Mujeres (1997- 2013) Ediciones sanjuaninas sobre la Historia de las Mujeres -Hernán Videla[CIN- UNSJ. Instituto de Investigaciones de Historia Regional y Argentina “Héctor D. Arias”] ([email protected])

Palabras iniciales La preocupación por los estudios de género en la actualidad se ha tornado una cuestión de discusión académica en el ámbito de las Ciencias Sociales, donde la Historia ha realizado valiosos aportes especialmente en su aplicación a investigaciones fácticas. En muchos de ellos se promueve el empleo de la categoría de género, como un factor propio de las relaciones sociales basadas en la diferenciación sexual y a su vez como la modalidad básica de esas relaciones de poder. Ahora bien, los estudios propios del campo historiográfico, en los que se reflexione acerca de enfoques de índole teórico- metodológico en torno al género, se caracterizan por su insuficiencia cuantitativa, del mismo modo que aquellos dedicados al análisis de las producciones acerca de las investigaciones específicas y concretas que hayan sido construidas a partir de dicha categoría1. Dicha particularidad no es exclusiva de los ámbitos más reconocidos de creación científica y divulgación académica, sino que también es plenamente compartida por aquellos espacios “periféricos” de investigación. Justificamos nuestro trabajo a partir de esta realidad y de la conciencia plena de procurar iniciar una tarea historiográfica en el contexto actual de la Provincia de San Juan, que posibilite, no solo el reconocimiento a la genialidad creativa de grandes autores y autoras, sino que desde la curiosidad implícita en la tarea científica, permita también presentar la diversidad en los modos de representación del pasado2, en nuestro caso de las mujeres. En tal sentido, consideramos que este tipo de trabajos historiográficos necesariamente requieren de cierto diseño metodológico consistente en una serie de normas que son explicitadas sintéticamente por Carlos Rama en la selección rigurosa a partir de un criterio pre- establecido de las obras a analizar, teniendo en cuenta las circunstancias de los autores que las escribieron3 y la significatividad que en su conjunto les podamos atribuir. La decisión de enfatizar en los estudios sobre las mujeres desde una óptica historiográfica se ajusta a las demandas feministas de la sociedad actual, que pretende reflejarse más igualitaria, en tanto deconstructora de los cánones falocentricos de la ciencia occidental que consideraba a la mujer en inferioridad de condiciones y excluida de la acción protagónica de la Historia4. Es que justamente, consideramos con Charles- Oliver Carbonell que “una sociedad no se descubre jamás tan bien como cuando proyecta tras de sí su propia 1 2 3 4

Al igual que las investigaciones que desde la categoría analítica de género profundicen en trabajos alrededor de las masculinidades, ya sea conceptualmente como en estudios histórico- factico. CARBONELL, Charles- Oliver (1986). La historiografía. México: Fondo de Cultura Económica. P.7 RAMA, Carlos. (1981). La historiografía como conciencia histórica. Barcelona: Montesinos. P. 9 LAGUNAS, Cecilia. (1996). “Historia y género, algunas consideraciones sobre la historiografía feminista.” La Aljaba. 1 (1).

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imagen”5 por medio de la Historiografía, entendida como el mejor testimonio sobre el pasado. En coincidencia con él, el ya clásico pero siempre memorable Carlos Rama sostiene que “los pueblos toman conciencia de sí mismos, o mejor dicho de su pasado, usando la historiografía”6 cuyas investigaciones no pueden resultarnos indiferentes pues son “obras que surgen en los pueblos de nuestra cultura”7 y posibilitan su transformación. Más aun, cuando según este último, la historiografía no es otra cosa que la “presentación cronológica que tenga en cuenta el desarrollo del pasado cultural, su inserción en el mundo político social”8 o mejor dicho “como el conjunto de escritos históricos desde una perspectiva determinada sobre un tema específico”9, en el presente, una óptica de los estudios de género sobre la Historia de las Mujeres. Al respecto, Cecilia Lagunas establece un claro nexo entre la lucha política feminista y su inserción en la historiografía, puesto que: “…la necesidad, básica en el presente de lograr la concientización de la mujer para impulsar el logro se sus derechos —con la consiguiente emancipación de la subordinación del varón y de la sociedad patriarcal— deviene en el plano historiográfico en un planteo central: los conflictos entre la experiencia histórica de las mujeres y su sistemática exclusión de la interpretación de esa experiencia, se resuelve en el presente (…) superando la sociedad patriarcal” Entiéndase como medios legítimos de la reivindicación feminista para la igualdad de géneros en sociedad actual10 a la integración de las mujeres como sujetos activos de la historia, y la revalorización de los esfuerzos historiográficos en reivindicar esa posición. Es así que decidimos abordar, en San Juan, cronológicamente el periodo reciente comprendido por los dieciséis años entre 1997 y 2013, es decir, entre las realizaciones en tal provincia del XII y el XXVIII Encuentro Nacional de Mujeres, máximo evento de representación de la lucha y los debates feministas argentinos, o en sus palabras el “espacio donde todas tenemos cosas para decir, ideas para compartir, posiciones para discutir”11 donde las mujeres, a pesar de las ediciones del encuentro y del paso de los años “llegan dispuestas a debatir en el marco del respeto, la democracia, la diversidad (…). Porque todas decimos presente para el debate, para escuchar a la otra, para consensuar”12 Hemos presentado, de este modo, nuestro trabajo ““Historiografía de género en la Provincia de San Juan entre las realizaciones del Encuentro Nacional de Mujeres (19972013): ediciones sanjuaninas sobre la Historia de las Mujeres” el cual surgió del problema “¿Cómo podemos comprender cuales fueron los aportes más significativos respecto a la Historia de las Mujeres, en el ámbito académico de San Juan en el periodo 1997- 2013?”. Para su ejecución, el proceso de selección de las obras estará definido por las variables determinadas de lugar de edición, en la época señalada, y la especificidad historiográfica, a saber: relevamiento de trabajos publicados en San Juan, sobre la Historia de las Mujeres que expliciten en sus marcos referenciales o temáticos filiación con la teoría de género, provenientes académicamente de instituciones afines a la disciplina historiográfica,entre 1997 y 2013. 5 6 7 8 9 10 11 12

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Una vez recabadas esas ediciones, se procederá al registro en el presente informe CARBONELL, Charles- Oliver. (1986). Op. Cit. P. 8. RAMA, Carlos. (1981). Op. Cit. P. 10 Ibídem. Supra Ídem. P. 8 RAMOS ESCANDON, Carmen. (1999). “Historiografía, apuntes para una definición en femenino”. Debate feminista. 10 (20). P. 131 LAGUNAS, Cecilia. (1996). Op. Cit. P. 3 CONCLUSIONES. XII Encuentro Nacional de Mujeres. San Juan, 1997. P. 2 CONCLUSIONES. XVIII Encuentro Nacional de Mujeres. San Juan, 2013. P. 5

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teniendo en cuentasu perfil abstracto- conceptual/ concreto- aplicado, la configuración técnico- metodológica interna de cada registro y la tipología heurística que lo sustenta. Para ello, tendremos en cuenta una clasificación propuesta por Julio Aróstegui13, que organiza el material según su (a) naturaleza historiográfica, en trabajos de aporte teórico o investigaciones de abordaje de un objeto concreto14; (b) enfoque metodológico de las técnicas empleadas, en cualitativas, cuantitativas o mixtas15; (c) taxonomía de fuentes16: dependiendo del criterio previo, en materiales y culturales; y seriales, según la valoración otorgada por las mismas autoras.Entonces los objetivos que operacionalizarán la investigación, en la búsqueda de la comprensión de los aportes de los documentos registrados, serán uno general “Identificar la producción historiográfica de las mujeres en San Juan (1997- 2013)” y otros tantos específicos a saber “Reconocer las perspectivas técnico- metodológicas de las obras seleccionadas”; “Distinguir heurísticamente las categorías de testimonios empleados en los trabajos” y “Sintetizar brevemente las temáticas expuestas por las autoras”.

Aproximación a la Historiografía reciente de las Mujeres en San Juan y a una memoria de los “Encuentro Nacional de Mujeres” en la Provincia. A pesar de que el periodo de tiempo seleccionado supera ampliamente una década, entre fines del siglo XX y principios del siglo XXI, la totalidad del material se ajusta a dos compendios de publicaciones, ambos asociados a la editorial de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de San Juan, en donde funcionan los principales centros de estudios historiográficos de la Provincia: el Instituto de Investigaciones de Historia Regional y Argentina “Héctor D. Arias” y el Departamento de Historia. Por un lado encontramos una compilación17 más antigua de trabajos bajo la dirección de Celia López, y por el otro una serie de publicaciones hemerográficas18 recientes de regularidad anual dirigidos por Graciela Gómez y Gladys Miranda. En el primer caso, hallamos una totalidad de los trabajos, seis por cierto, netamente vinculados a la Historia de las Mujeres, mientras que en el segundo dicho campo es sólo uno de los tantos que se abordan en los diversos artículos que lo componen, de los que se seleccionaron los trece que estipulan en sus líneas temático- conceptuales, alguna relación teórica con el área señalada. Desde un punto de vista más amplio podemos decir que la totalidad de los trabajos abordan desde el plano conceptual hasta los estudios de casos, el rol protagónico de las mujeres sanjuaninas en distintas épocas, analizado y descripto a su vez por las mujeres sanjuaninas, de hoy en día, aunque “Mujeres rescatadas del olvido” se aboca más a aquellas de épocas más remotas, desde el siglo XVIII a la década de 1930, mientras que “Memoria, voces e imágenes” está dedicada a trabajos de Historia Reciente, esto es, desde la década de 1940 hasta la actualidad. Es por ello que podemos decir que la promoción de estudios historiográficos de género se ha intensificado en los últimos tiempos, especialmente desde la segunda década del siglo XXI en San Juan. A propósito en esta Provincia, hacia el año 2012 13 14 15 16 17 18

ARÓSTEGUI, Julio. (1995). La investigación histórica: teoría y método. Barcelona. Crítica. Los aportes de dicha obra serán empleados a modo de guía, adaptable al relevamiento realizado y al carácter y la extensión de este informe. Ibídem Supra. P. 45- 50 Ídem. P. 408- 410 Íd. P. 382 LÓPEZ, Celia. (Dir.) (2001). Mujeres rescatadas del olvido. San Juan: Papiro. GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). Memoria, voces, imágenes. San Juan: Editorial de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes. Publicaciones y volúmenes anuales, 2010 a 2013, 1° a 4° respectivamente.

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se realizaron las XI Jornadas Nacionales de Historia de Género y el VI Congreso Iberoamericano de Estudios de Género bajo los auspicios de Universidad Nacional de San Juan y de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes. Las conclusiones de dicho evento no fueron tenidas en cuenta por diversos motivos. Entre ellos podemos mencionar, la variedad y extensión de las investigaciones allí presentadas, que excedían los estudios historiográficos de las mujeres, propios de la Provincia de San Juan donde se debían editar, realizados por sanjuaninas sobre sanjuaninas. Es decir que no cumplían los criterios de exclusividad que pretende nuestro trabajo y que debido a las dimensiones del presente informe no podríamos profundizar en ellos. Resulta necesario mencionar que en relación a los eventos académicos o sociales ligados al movimiento feminista, siempre de corte político, es muy posible que su fuerte injerencia en la Provincia haya dejado profundas huellas en la memoria las autoras de la producción de trabajos de género y estudios históricos sobre las mujeres particularmente. Al respecto, en el XII Encuentro Nacional de Mujeres de San Juan en 1997 ya se entendía, en las conclusiones de las que participaron ciertas sanjuaninas19 según se encuentra registrado, que una revisión del concepto de género provocaba malestar porque ponía en duda el rol estereotipado socialmente de las mujeres, sobre todo desde un punto de vista histórico20. Además se proponía que “se trabaje con perspectiva de género en todo proceso educativo”21 y académico que abarque las producciones mediáticas, científicas y sociales. Cinco años después de la realización de dicho evento se editaba el primer trabajo específico sobre Historia de las Mujeres en San Juan. Por su parte, al momento de la ejecución sanjuanina del XXVIII Encuentro Nacional de Mujeres, en 2013, ya habían sido publicados tres volúmenes con artículos sobre la Historia reciente de las Mujeres sanjuaninas y estaba en marcha una cuarta edición. En esta oportunidad, el taller de “Mujer y estudios de género” fue más amplio y se desarrolló en tres subtalleres, que concluyeron en “generar redes que favorezcan el acceso a la información y a la formación en perspectiva de género”22 porque es sumamente “importante que los lugares de reflexión y construcción de la perspectiva de género no queden aislados”23 sino que tiendan a articularse con estudios territoriales en conjunto con distintas organizaciones24, especialmente las académicas y educativas.

Organización de los estudios históricos de las mujeres en el San Juan reciente. A continuación presentamos de forma ordenada según los criterios antes establecidos todas y cada una de las obras que fueron oportunamente relevadas, registradas y analizadas. Vale la pena destacar que, a los fines especificados, solamente se hará una breve referencia al contenido temático de cada una de ellas. 1. Obras teóricas: se incluyen en ésta sección aquellos trabajos cuyas metas fueran la de construir aproximaciones conceptuales a la problemática25, partiendo de fuentes bibliográficas, que en el lenguaje de la Metodología se la Investigación Social se 19 20 21 22 23 24 25

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Entre porteñas, bonaerenses, chaqueñas, santafecinas y pampeanas, ibíd. infra. CONCLUSIONES. XII Encuentro Nacional de Mujeres. San Juan, 1997. Taller N° 30 “Mujer y Estudios de Género”. Subtaller N° 1. P. 113 Ibidem. Supra. Subtaller N°2. P. 114 CONCLUSIONES. XVIII Encuentro Nacional de Mujeres. San Juan, 2013. Taller N° 43 “Mujer y estudios de Género”. Subtaller N° 1. P. 143. Ibídem. Supra Subtaller N° 2. P. 144. Ídem P. 145. ARÓSTEGUI, Julio. (1995). Op. Cit. P. 44

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condicen con la categoría de investigación “pura”. Una vez analizados se infirió que en su conjunto se trata de los informes minoritarios de todo el relevamiento y su abordaje es netamente cualitativo, en cuanto a las técnicas empleadas (observación documental) y a las fuentes utilizadas: escritas y bibliográficas. 1.1. ‹‹Introducción››26 al libro de Ana Fanchin, Fabiana García, María Maurín, y Patricia Sánchez, constituye ensayo del estado de la cuestión de los estudios de género a nivel latinoamericano que a su vez sirve de presentación de las obras de las historiadoras, todas asociadas a la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de San Juan. 1.2. ‹‹Una mirada sobre el género››27 es un profundo estudio acerca de la categoría de género y su aplicación a nociones desde las más abstractas y amplias como la otredad y los estudios de las mujeres hasta situaciones particulares tales como la historia de las mujeres y su situación en la sociedad argentina en lo que consideran “el despertar del feminismo”. 2. Obras aplicadas: integradas por investigaciones que trascienden los análisis sobre el estado- del- arte, y que pesquisan sobre una problemática social específica de la Historia de las Mujeres en tiempo y espacio determinados28. 2.1. Con fuentes escritas y técnicas mixtas: se trata de estudios que se caracterizan por haber empleado técnicas cualitativas y mensurables indistintamente29, y que acudieron a testimonios de naturaleza escrita, a pesar de su diverso origen (oficiales, eclesiásticas, hemerográficas) y soporte (digital, prensa, actas estatales y religiosas). 2.1.1. ‹‹Sostén familiar en tiempos difíciles: mujeres propietarias y productoras en San Juan en la primera mitad del siglo XIX››30 indaga acerca de las mujeres trabajadoras que habitaron espacios urbanos y rurales en San Juan, a comienzos de la época decimonónica, especialmente “…sus actitudes y comportamientos frente a las adversidades y conflictos cotidianos que debieron sortear en su diario trajín…”31 2.1.2. ‹‹Mujeres y vida material en San Juan del setecientos››32. Su temática principal es la participación de las mujeres en el mercado local sanjuanino a fines del siglo XVIII y se concluye en que “las habilidades que desarrollaron en el transcurso de sus existencias, tanto como para acrecentar sus caudales o simplemente sobrevivir son muestras de sus capacidades adaptativas…”33. 2.1.3. ‹‹Una problemática actual: las niñas madres››34 trabaja desde diversas perspectivas el fenómeno del embarazo adolescente, poniendo énfasis en las cuestiones legales, psicológicas y educativas de las mujeres jóvenes y afirman, con considerable compromiso, desde una óptica de género que “el embarazo en la adolescencia es un impacto de considerable magnitud en la vida de los jóvenes, en su salud, en la del su hijo, su pareja, su familia, el ambiente y la comunidad en su conjunto…”35 26 27 28 29 30 31 32 33 34 35

LÓPEZ, Celia. (Dir.) (2001).Op. Cit. Pp. 11- 15 Peñaloza, Patricia &Rodríguez, Analía. “Una mirada sobre el género” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2010). Memoria, voces, imágenes. 1 (1). Pp. 41- 47. AROSTEGUI, Julio. (1995). Op. Cit. P.352 Ibidem. Supra P. 410. Sánchez, Patricia. “Sostén familiar en tiempos difíciles: mujeres propietarias y productoras en San Juan en la primera mitad del S. XIX” en LÓPEZ, Celia. (Dir.) (2001). Op. Cit. P. 47- 66. LÓPEZ, Celia. (Dir.) (2001). Op. Cit. P. 187- 188. Fanchín, Ana. “Mujeres y vida material en San Juan del setecientos” en LÓPEZ, Celia. (Dir.) (2001). Op. Cit. P. 19- 44. Ibídem. Supra P. 42 Biral, Alejanda & Moreno, Dora “Una problemática actual: las niñas madres” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2010). Memoria, voces, imágenes. 1 (1). P. 48- 50 Ibídem Supra P. 48

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2.2. Con fuentes orales y técnicas cualitativas: informes que se destacan por el uso heurístico, único o compartido, de testimonios de carácter oral36, así como de estrategias y herramientas técnico- metodológicas exclusivamente cualitativas37. 2.2.1. Excluyentemente con fuentes orales: compuestos por testimonios verbales- orales señalados por las autoras como las únicas fuentes que se problematizaron en sus respectivos trabajos. 2.2.1.1. ‹‹Aliviando los males del prójimo: voces de las benefactoras cuyanas de principios del siglo XX››38 tiene como metas afinar el oído, rescatar analizando esas voces argentinas de cuyanas que “han superado el silencio de cien años para hablarnos de su dedicación a la caridad y la beneficencia…”39 2.2.1.2.‹‹Mujer y violencia en la Provincia de San Juan››40 inspecciona la problemática de la violencia de género desde dos variables, por un lado la posición de la mujer en el ámbito doméstico y por el otro, el marco legal en vigencia. Determina el ascenso de denuncias por parte de mujeres y las formas de reacción por parte del gobierno41. 2.2.1.3.‹‹Esther Pezoa de Schneider, guardiana de la memoria››42 infiere desde la Historia de Vida de una mujer valiente, que asumió el activismo por los Derechos Humanos en plena dictadura militar, poniendo su cuerpo en la lucha de “Las Madres de Plaza de Mayo”, puesto que “el espíritu de lucha fue la bandera de Esther durante toda su vida, orgullosa a pesar de sus penas, exhibe sus cicatrices de batallas, con la certeza de que, igual que su hija, nunca se rindió…”43 2.2.1.4. ‹‹San Juan e le donne italiana››44 se dedica a profundizar el marco de las últimas oleadas inmigratorias europeas (décadas de 1940 a 1960) de nuestra Historia Argentina Contemporánea, y considera que siendo de origen italiano, “las mujeres inmigrantes fueron formadoras de tradiciones y costumbres que se asentaron en nuestra tierra sin embargo tuvieron que realizar un enorme esfuerzo de adaptación personal”45. 2.2.1.5.‹‹Recorriendo espacios de cotidianidad sanjuanina pre- terremoto del ’44 a través del testimonio oral de una mujer: Margarita Roldán de Miranda››46. Desde el testimonio de una informante clave se propone apelar a la memoria a fin de “…recuperar la cotidianidad de los sanjuaninos”47. Incorpora de esta forma a los protagonistas “sin voz” 36 37 38

39 40 41 42 43 44 45 46 47

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AROSTEGUI, Julio. (1995). Op. Cit. P. 382. La taxonomía heurística completa según el autor seria “fuentes cualitativas, culturales, verbales, orales” Ibídem. Supra P. 404. Maurin, Maria “Aliviando los males del prójimo: voces de benefactoras cuyanas de principios del siglo XX” en LOPEZ, Celia. (dir.) (2001). Op. Cit. Pp. 151- 186.

Ibídem Supra. P. 152

Lazzarini, Liliana & Gómez, Graciela “Mujer y violencia en la Provincia de San Juan” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2010). Memoria, voces, imágenes. 1 (1). Pp. 51- 56. Ibídem Supra. P. 56. Respecto a la numeración explícita de la página, en realidad hace referencia a la N° 56, a pesar que la tipografía de la fuente seleccionada indique, erróneamente, el N° 46. Peñaloza, Patricia “Esther Pezoa de Schneider, guardiana de la memoria” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2011). Memoria, voces, imágenes. 2 (2). Pp. 74- 83 Ibídem Supra. P. 82 Peñaloza, Patricia & Lazzarini, Liliana “San Juan e le donne Italiana” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2012). Memoria, voces, imágenes. 3 (3). Pp.43- 51. Ibídem Supra. P. 51 Miranda, Gladys, “Recorriendo espacios de cotidianidad sanjuanina pre- terremoto del ’44 a través del testimonio oral de una mujer: Margarita Roldán de Miranda” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2012). Memoria, voces, imágenes. 3 (3). Pp. 43- 51. Ibidem Supra P. 27

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en las historia, las actrices de su devenir. 2.2.1.6. ‹‹Mujer, política y generaciones: Emar Acosta y Rosalía Garro››48 es un informe en el que “…se analizaran los procesos históricos sanjuaninos del Siglo XX en su vinculación con la participación activa de la mujer en la política y su relación con la generación a la que perteneció”. Para lo cual se tomaran los casos de dos legisladoras sanjuaninas, vinculadas a su modo con las luchas de género.49 2.2.1.7.‹‹Mujer: de la casa al trabajo, del trabajo a la casa. El camino de una Mujer››50. A partir de la Microhistoria y de la Historia de la Vida Cotidiana las autoras abordan el “caso de una mirada traslada al mundo laboral de una mujer de época Carmen Mateo que se entremezclo en un relato digno de compartir”51 en el que “…se deja traslucir, los cambios y permanencias vividas por las mujeres que fluctuaban entre la inserción en un ámbito laboral ‘formal’ y lo socialmente marcado por mandatos a los cuales resultaba todavía difícil de eludir en San Juan de mediados de siglo.”52. 2.2.1.8.‹‹Mujeres originarias, defensoras de sus derechos››53. Por medio de un enfoque antropológico, el único artículo escrito sólo por varones, señala la lucha de los Pueblos Originarios como un derrotero antiguo que se extiende hasta la actualidad, haciendo énfasis en la legislación que los protege, su situación presente y el accionar femenino en las comunidades. Insisten en que “las mujeres (…) son las verdaderas protagonistas de esa lucha eterna por los derechos, ser mujer no es un impedimento para poder luchar hasta el final”54. 2.2.2.Combinación de fuentes orales con otra tipología de testimonios materiales: están compuestas por testimonios orales y demás documentos verbales escritos de diferente origen. 2.2.2.1.En articulación con documentación oficial proveniente de repositorios estatales: 2.2.2.1.1. ‹‹Gertrude y Christine: dos británicas anónimas en Argentina››55 se enmarca dentro de la Historia de la vida cotidiana e “indaga acerca de la vida de dos mujeres británicas profesionales en el contexto de la minería sanjuanina de principios del siglo XX”56. Se descubre que ambas procuraron en sus años de juventud ser económicamente independientes de sus familias, dedicándose 48 49

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Biral, Alejandra; Rodríguez, Analía & Ochoa, Sebastián. “Mujer, policía y generaciones: Emar Acosta & Rosalía Garro” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2012). Memoria, voces, imágenes. 3 (3). Pp. 69- 75. Una de ellas Emar Acosta, aunque riojana la primera latinoamericana en alcanzar un escaño legislativo, en la Provincia de San Juan. La otra, Rosalía Garro, repudiada públicamente por feministas en el XII Encuentro Nacional de Mujeres (San Juan, 1997) al haber sido “agraviadas por sus injurias” con los “ataques más insólitos e injustos” según consta en la solicitada en el Diario de Cuyo el 20 de Junio de 1997, adjunta en el CONCLUSIONES. XII Encuentro Nacional de Mujeres. San Juan, 1997. Pp. 3- 4. Olivares, Carolina; Ferrer, Rosa & Bustos, Luciana “Mujer: de la casa al trabajo, del trabajo a la casa. El camino de una Mujer” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2013). Memoria, voces, imágenes. 4 (4). Pp. 5- 12. Ibídem Supra. P. 5 Ídem. P. 12 Ceballos, Francisco & Salazar, Alejandro “Mujeres originarias, defensoras de sus derechos” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2013). Memoria, voces, imágenes. 4 (4). Pp. 35- 39. Ibidem Supra. P. 36 Benavidez, Mabel “Gertrude y Christine: dos británicas anónimas en Argentina” en LOPEZ, Celia. (Dir.) (2001). Op. Cit. Pp. 69- 114. Ibidem supra. P. 189.

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según sus intenciones y gustos a actividades profesionales con “…cierto grado de instrucción y desarrollo intelectual que les permitiera ingresar con alguna ventaja al mundo del trabajo…”57 sanjuanino. 2.2.2.1.2. ‹‹Violencia verbal contra la mujer a través de un estudio de casos››58. Un artículo que parte de las proposiciones teóricas acerca de la violencia de género, sus categorías y aproximaciones conceptuales para aplicarlo al caso específico de una mujer en la actualidad, en el que se “expone la cruda realidad a la cual se enfrentan no solo Natalia, sino todo un universo de mujeres que son objeto de violencia de género…”59. 2.2.2.2. En articulación con documentación periodística disponible en fondos hemerográficos materiales y digitales. 2.2.2.2.1.‹‹Historia de vida a través del testimonio de una madre de Malvinas››60. Por medio de la Historia de Vida, como metodología, “se recata el testimonio de una madre de uno de los veintitrés sanjuaninos que murieron en esta guerra: Agustín Hugo Montaño…” quien como otras mujeres que perdieron a sus hijos logro transformar la muerte en una lucha por la vida.61 2.2.2.2.2. ‹‹La difuntita del desierto, leyenda de una madre coraje››62 constituye una trabajo que investiga acerca del fenómeno místico de la Difunta Correa, reconstruyendo la leyenda desde la posición de especialistas en la matera, adentrándose en la ubicación del santuario popular en el Departamento de Caucete, los rituales que se realizan en su honor, la posición de la Iglesia Católica, y su resignificacion como mujer, como madre y como esposa, desde el sentir y expresar de sus fieles.63 2.2.2.2.3. ‹‹Las mujeres en el orden cantonista: género, política y cultura en el San Juan de los años ‘20››64 está orientada “…a explorar, a través de entrevistas en profundidad, las condiciones históricas de la participación política de las mujeres en la Provincia de San Juan, a partir de la reforma constitucional [de 1927], las significaciones atribuidas a dicha habilitación, el contexto social y cultural que las contiene además de su inserción en el proyecto global del movimiento dirigente”65

A modo de conclusión Finalmente llegamos al balance de este informe, de manera ampliamente satisfactoria, 57 58 59 60 61 62 63 64 65

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Idem. P. 105. Lazzarini, Liliana. “Violencia verbal contra la mujer a través de un estudio de casos” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2011). Memoria, voces, imágenes. 2 (2). Pp. 84-88. Ibídem Supra. P. 88 Biral, Alejandra & Rodríguez, Analia “Historia de vida a través del testimonio de una madre de Malvinas” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2011). Memoria, voces, imágenes. 2 (2). Pp. 64- 73 Ibidem Supra. P. 72 Miranda, Silvia “La difuntita del desierto, leyenda de una madre coraje” en GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2012). Memoria, voces, imágenes. 3 (3). Pp. 15- 25 Ibídem supra. P. 20. García, Fabiana “Las mujeres en el orden cantonista. género, política y cultura en el San Juan de los años ‘20” en LÓPEZ, Celia. (Dir.) (2001). Op. Cit. Pp. 118- 147. Ibídem. Supra. P. 191.

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y luego de un exhaustivo trabajo de crítica y organización historiográfica de las fuentes seleccionadas, su contraste interno y respecto a la teoría respectiva. En primer lugar, quisiéramos reflexionar sobre los contrastes de diversidad conceptual y temática que supone la Historia de las Mujeres, en los que“… los análisis han revelado ángulos representacionales y escudriñado prácticas discursivas y textualidades que se refieren tanto a la vida doméstica como a los muy variados palcos públicos”66. En tal sentido, el género se muestra como una categoría rebelde que deconstuye la idea de unicidad del hombre, e incluso de la eterna sumisión femenina al ámbito doméstico, poniendo “en tela de juicio las convicciones fundamentalistas de que existe una naturaleza, única inamovible y más allá del tiempo y del espacio”67. En segundo lugar, y en tanto respuestas a los interrogantes iniciales vale la pena decir que se puede comprender los principales aportes de la Historia de las Mujeres en el ámbito académico sanjuanino reciente (1997- 2013) desde distintas perspectivas, que se ajustan con los diferentes objetivos. Desde el punto de vista técnico- metodológico se destacan las contribuciones de enfoques cualitativos bien puros o bien combinados, en notable detrimento de las técnicas cuantitativas o seriables68; desde el plano heurístico los testimonios que más son problematizados, son aquellos de naturaleza oral69 de forma exclusiva, seguidos por trabajos que los combinan con fuentes escritas y en menor proporción aquellos que se orientan a fuentes exclusivamente escritas70. Acerca de las temáticas abordadas, excepto los trabajos teóricos claramente minoritarios, el resto de los estudios aplicados para “comprender a las mujeres, en su tiempo en su momento”71 en contextos diferentes son de considerable diversidad, en cuanto a problemas y ejes temporales, puesto que los objetos/ sujetos/actores o mejor dicho “actrices” de todos ellos fueron las sanjuaninas en sus espacio y circunstanciassanjuaninas,tradicionalmente “las grandes ausentes de los registros del pasado”72 No podemos plantear tales resultados sin introducirnos en las relaciones entre ellos, algunas de las cuales pueden ser aunque sea ligeramente esbozadas en estas líneas. Obviamente que los trabajos que se dedicaron a estudios más antiguos como los del siglo XVIII y principios del siglo XIX, no pudieron acceder más que a fuentes escritas y oficiales, y las temáticas rondaron los asuntos económicos y político- gubernamentales, que afectaron la vida de las mujeres. En cambio los trabajos de épocas más recientes, que son los que como a nivel nacional se imponen,73 tuvieron una mayor amplitud en cuanto a fuentes disponibles y técnicas para emplear, en la que se destaca sin lugar la Historia Oral74 que se torna revolucionaria, más aun en combinación con la nueva perspectiva de la Historia de las Mujeres, y haciendo cada vez más evidente el compromiso social de los historiadores y las historiadores. También descubrimos que la inmensa mayoría de quienes se dedicaron a escribir los artículos como quienes estuvieron a cargo de su dirección siempre fueron mujeres, com66 67 68 69 70 71 72 73 74

BARRANCOS, Dora. (2004). “Historia, Historiografía y género, notas para la memoria de sus vínculos en la Argentina” La Aljaba. 9 (9). P. 65 RAMOS ESCANDON, Carmen. (1999). Op. Cit. P. 138. AROSTEGUI, Julio. (1995). Op.Cit. P. 428 Ibídem Supra. P. 382: Culturales- verbales- orales. Ídem Supra: culturales- verbales- escritas. RAMOS ESCANDON, Carmen. (1999). Op. Cit. P.157 RAMOS ESCANDON, Celia. (1999). Op. Cit. P. 141. BARRANCOS, Dora. (2004). Op. Cit. P. 64 Id. P. 422: Existen discusiones acerca del carácter de la Historia Oral en cuanto técnica de investigación, enfoque temático, metodología social , perspectiva historiográfica, método historiográfico, los cuales exceden los propósitos del presente.

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prometidas con las luchas de género. Pero hubieron también quienes comprendieron que para construir una Historia que nos integre a todos y todas no es solo necesario el esfuerzo femenino sino que también se precisa de la responsabilidad de los varones, que también realizaron sus enriquecedores aportes. Se torna menester un reconocimiento a todos y todas, quienes incursionan en el campo de la Historia de las Mujeres y a las personas que lo consolidaron en estos últimos años permitiendo que muchas de las demandas feministas de San Juan fueron escuchadas, al menos, en ese ámbito académico que otrora les dio la espalda75. Con esta revisión de su estado- del- arte, quisimos humildemente brindar nuestro esfuerzo para revalorar aquellamemoriatanto reciente como así también más pretérita, seguros de que somos cada vez más quienes pretendemos que esta palabra sea un camino para la construcción una sociedad más justa, puesto que nuestra historiografía de las mujeres tiene el desafío de alterar radicalmente nuestra Historia, y en este sentido su implementación no puede servir para integrar solamente a un sector humano76.

Bibliografía ARÓSTEGUI, Julio. (1995). La investigación histórica: teoría y método. Barcelona. Crítica. BARRANCOS, Dora. (2004). “Historia, Historiografía y género, notas para la memoria de sus vínculos en la Argentina” La Aljaba. 9 (9). CARBONELL, Charles- Oliver. (1986). La historiografía. México: Fondo de Cultura Económica. CONCLUSIONES. XII Encuentro Nacional de Mujeres. San Juan, 1997. CONCLUSIONES. XVIII Encuentro Nacional de Mujeres. San Juan, 2013. GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2010). Memoria, voces, imágenes. 1 (1). GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2011). Memoria, voces, imágenes. 2 (2). GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2012). Memoria, voces, imágenes. 3 (3). GÓMEZ, Graciela; MIRANDA, Gladys. (Dir.). (2013). Memoria, voces, imágenes. 4 (4). LAGUNAS, Cecilia. (1996). “Historia y género, algunas consideraciones sobre la historiografía feminista.” La Aljaba. 1 (1). LÓPEZ, Celia. (Dir.) (2001). Mujeres rescatadas del olvido. San Juan: Papiro. RAMA, Carlos. (1981). La historiografía como conciencia histórica. Barcelona: Montesinos. RAMOS ESCANDON, Carmen. (1999). “Historiografía, apuntes para una definición en femenino”. Debate feminista. 10 (20).

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Cuando el Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de San Juan, se arrogó el derecho de evaluar éticamente a las feministas de la organización del XII Encuentro Nacional de Mujeres (7, 8 y 9 de Junio de 1997), negándose a ceder las instalaciones académicas, según lo convenido, conforme consta en la solicitada del 20 de Junio de 1997 del Diario de Cuyo, de acuerdo al anexo de las CONCLUSIONES. XII Encuentro Nacional de Mujeres. San Juan, 1997.P. 4 BARRANCOS, Dora. (2004). Op. Cit. P. 66

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La Revista del Archivo La red americanista en el NOA (1925-1930) -Héctor Daniel Guzmán[Universidad Nacional de Santiago del Estero/Escuela de Innovaciones Proyecto Historia de las ideas en el NOA] ([email protected])

1. Esta ponencia trata el caso de un historiador santiagueño Andrés Figueroa y su actividad dentro de la red americanista en los años veinte que alcanzó a todo el continente americano. Trataremos de identificar su política cultural y el papel que la historia tuvo en ella, la inserción de Santiago del Estero a través de ella en la red identitaria andina, y su ubicación entre los organizadores culturales en Santiago del Estero. El supuesto que manejamos es que Andrés Figueroa como el resto de sus pares del NOA, en los años veinte se movilizaron hacia una búsqueda identitaria que confronto con la establecida en Buenos Aires, y encontraron en la historia un baluarte de sus ideas. Las fuentes que estamos trabajando se centran en la revista que dirigía Figueroa, y en el epistolario que se encuentra en el Archivo de la Biblioteca Sarmiento. Este trabajo es un avance y forma parte del Proyecto Historia de las ideas en el NOA que se desarrolla en la Universidad Nacional de Santiago del Estero. Los estudios de “Alejandro Catttaruza”(Cattaruza, 2007: 101) sobre el uso de la historia en la construcción de la identidad nacional, nos muestra la acción del estado en determinados momentos de nuestra historia. Y con nuestro estudio, indagaremos sobre lo que paso en el NOA, en el momento en que la historia tuvo un rol central en los debates identitarios en las provincias. 2. Andrés Figueroa, nació en 1867, en Villa Quebrachos, departamento Sumampa, realizó sus estudios en Córdoba, volvió y se dedicó a la política que pasó por varios cargos gubernamentales, culminando su carrera de militante y convirtiéndose en historiador en 1916. Figueroa en 1904 fue intendente de la ciudad Capital de Santiago del Estero, y en 1911 preside la Comisión Homenaje al Gral. San Martín, que culminaría en un monumento en su homenaje. Y es en esta coordenada que comienza la historia a convertirse en política cultural para el citado historiador. Pues, Andrés Figueroa en 1916 asume como director del Archivo General de la Provincia, y al año siguiente ya comienza su producción historiográfica en el diario “El Liberal”. Pareciera que 1916 es un año en que Figueroa forma parte de una generación liberal que comienza a lograr algunos de sus objetivos, que venían gestándose desde fines del siglo anterior. Los firmantes del acta de fundación de la Biblioteca 9 de julio, entre los que se encuentra “Figueroa”,1 revelan a un grupo que cerraba filas detrás de su proyecto cultural. El mundo cultural de Figueroa, eran los docentes del Colegio Nacional, miembros de la Sociedad Sarmiento, elite política liberal, y una figura aglutinante como Antenor Alvarez que había forjado una unidad que se haría pedazos con la creciente influencia del radicalismo. En 1918 con Alvarez, y muchos de sus amigos liberales, forman la filial de la Asociación Nacional de Boy Scouts, y con ello le dieron a esta organización “patriota”2, una tendencia nacionalista que iba de la mano con la intensa actividad que el movimiento obrero registraba en ese momento en la provincia. Esta proximidad con el nacionalismo era una respuesta de la elite gobernante, frente el ascenso del radicalismo como 1 2

Alvarez, Antenor (1916), Biblioteca 9 de julio, Santiago del Estero, p. 21. Alvarez, Antenor (1918), Siempre listos por la patria, Osés, Santiago del Estero,p.3.

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antagonista político, que comenzaba a amenazar los espacios sociales de un conservadorismo en retirada. En este tramo Figueroa vivió el traspaso de un liberalismo moderado a un patriotismo civil que lo acercó decididamente a la historia. Figueroa en 1917 tuvo relaciones cercanas con el Museo histórico Nacional, y de esa manera sostuvo que había que defender los lugares históricos de nuestra capital, como el templo de San Fransisco, discípulo de “Adolfo Carranza”3, su idea era formar museos de ese tipo en la provincia. Y por otro lado lanzó una política de rescatar nombres de la gesta independentista, comenzó a bucear sobre la participación de soldados locales en la citada lucha, y su trayectoria lo llevo a conformar un estudio de los sectores populares que habían ingresado al ejército en aquella época. Luego se centro en la elite intelectual de la independencia como “Pedro Fransisco de Uriarte”4, y de allí retrocedió hacia el tiempo colonial, para explorar las problemáticas sociales que tuvo la sociedad de aquella época, destacando las epidemias de “paludismo”5 que sufría la capital en ese entonces. Más allá de su posición aguirrista, lo que Figueroa mostraba que algunos problemas que Santiago enfrentaba en el siglo XX, era una cuestión estructural, y en ese sentido hacía de la historia un espacio vital para sus políticas sociales. En 1917 el “Archivo”6 a su cargo estaba en plena organización y la sección colonial comenzó a mostrar los primeros resultados de recuperación de documentos que le brindaron a Figueroa una base para escribir su historia local. Y en ese punto la prensa fue un medio de pregonar su trabajo de investigador y de organizador. En 1918 Facundo López uno de los primeros encargados de realizar biografías para El Liberal, describe a Figueroa, como un escritor, y destaca en su escritura una tendencia a resaltar a los “quichuas”7en nuestra historia nacional. Desde esa perspectiva Figueroa ya estaba plegado al indigenismo desde sus inicios como historiador. En 1918 en la revista “Ariel”, en diarios locales, y nacionales despliega sus artículos sobre historia colonial, y el siglo XIX en Santiago del Estero, culminando su política historiográfica con la aparición de la revista del Archivo de Santiago del Estero, publicación que se extendió de 1924 a 1930, ofreciendo al investigador “una muy valiosa colección de documentos”(Ledesma,43:16). Andrés Figueroa lector de Vicente Fidel López, en 1919 fue promotor de la celebración de los 100 años de la autonomía santiagueña. Pues consideraba que el estado federal provincial, descansaba sobre “un grupo de patriotas santiagueños3” (El Liberal, 1919:5) que llevaron adelante esta gesta y que injustamente estaban olvidados por los historiadores locales. De esta manera el papel de Ibarra tuvo en Figueroa otro significado, valorar la tarea del caudillo en la defensa de los intereses de la provincia. Esta política de recuperar a Ibarra en la historia local fue reflejado en varios artículos que publicó en El Liberal.Esta política historiográfica desarrollada por Andrés Figueroa en Santiago, fue completada por la proyección que le dio a la historia local a nivel nacional. Su primer debate histórico se desarrollo en el diario La Nación en 1920, una publicación de los consagrados de la historia nacional.En el citado periódico Ricardo Rojas había publicado en folletín “Genealogía de Belgrano”, artículo que provocó el comentario del historiador José Ignacio Olmedo, que analiza la postura de Rojas sobre la estirpe materna del prócer, a la que postula oriunda de la provincia de Santiago, a la cuál Olmedo agrega otros datos que viene a completar la tarea de Rojas. Estamos en un período en que la importancia de la fuente es vital para sustentar un trabajo histórico, y en esta línea Andrés Figueroa publicó también en “La Nación”, un ar3 4 5 6 7

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3.Figueroa, Andrés (1917), Sargento Mayor Graduado: Don Luis Beltrán Martinez, en El Liberal, 15/2, p.4. 4.Figueroa, Andrés (1917), Pedro Fransisco de Uriarte, en El Liberal, 17/3, p.5. Figueroa, Andrés (1917), Santiago colonial, en El Liberal, 17/4, p.3. Figueroa, Andrés (1917), Santiago colonial, en El Liberal, 21/12, p.4. López, Facundo (1918), Semblanzas del día, en El Liberal, 2/9, p.3.

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tículo para agregar más datos documentales a la citada temática. Haciendo alusión a los documentos que se encuentran “en el Archivo de Santiago del Estero” (La Nación, 1920:5), logró de esta manera participar en un dialogo entre historiadores en un medio nacional prestigioso, sustentar aún el trabajo de Rojas, y de esta manera difundir la historia local e insertarla en la nacional. Y en este punto, Andrés Figueroa logro su objetivo pues su reconocimiento a nivel nacional, por su trabajo en el Archivo y sus investigaciones, llegaron desde los distintos espacios historiográficos. Su publicación en la revista de la Universidad Nacional de Córdoba en 1921, le valió el reconocimiento de sus colegas de la Docta que estaban también encaminados en darle al interior una identidad historiográfica. En la revista “Síntesis” de Buenos Aires en 1928 se comentó su trabajo “Linajes santiagueños”8, definiendo a nuestro historiador como una de las pocas personas que en nuestro país cultivan con la seriedad debida la ciencia histórica, y destacando su labor en el Archivo provincial. Al año siguiente la “Revista americana de Buenos Aires”, elogió a la “Revista del Archivo”, por el “interesante material”9 que ofrece en sus páginas a los lectores, este emprendimiento surgido en 1924, le sirvió para armar su agenda de investigación histórica para Santiago que lo llevó a explorar la época colonial y el período independiente. La revista dirigida por Andrés Figueroa aumento su prestigio cuando fue comentada por la revista porteña, “Crítica jurídica, histórica, política y literaria”, medio de la Nueva Escuela, la cual consideró a la publicación santiagueña muy importante por la “nutrida colección de documentos”10 de la época colonial e independiente. 2. Producto del periodo de “guerras mundiales” (Chang Rodriguez, 2009:103), el indigenismo andino en los veinte era una revisión de la identidad cultural, en el plano de crisis de la civilización occidental burguesa. En este sentido se entiende la rápida expansión de estas ideas por todo el continente, y la recepción del incario adaptado a las distintas realidades provinciales. La preocupación por la “identidad nacional” (Sciona, 2013:116) fue un elemento crucial en la recepción del indigenismo como un camino que podía dar algunas respuestas, de este período son las búsquedas arqueológicas, los estudios folklóricos, y la recuperación de las industrias nativas, que en el caso de la Argentina, se vería en confrontación con la idea del gaucho como la base de la nacionalidad portuaria. Los gobiernos radicales con su política centralista más Yrigoyen que Alvear, provocaron que las elites de las provincias se alinearan detrás de las autonomías provinciales, y la resistencia al “porteñismo” (Caterina, 2001:17), permitió una coyuntura favorable a las ideas identitarias locales. Y por otro lado hubo no sólo movilidad social, sino “movilización” (Marcaída, 2012:101) política de sectores menos favorecidos, por lo tanto esta coyuntura debió causar temor en las elites que comenzaron a abrazar el nacionalismo desde vertientes integracionistas. En ese plano los viajes y las cartas comenzaron a diseñar una red de intelectuales americanistas que hicieron de América y España, una unidad basada en la fluida comunicación. Está claro que el Perú comenzó a competir con Madrid, como epicentros de los movimientos culturales. Andrés Figueroa en los años veinte se unió a varios colegas de la prensa, y la política, y en octubre de 1924 fundaron la sociedad cultural “Incahuasi”, cuyo amauta principal fue Baltasar Olaechea y Alcorta, otro historiador como Figueroa, y varios profesionales y docentes del Colegio Nacional. También tuvo su brazo femenino, y era una filial de la organización porteña, que buscaba revalorizar la cultura del incario. Esta organización cuyos integrantes tenían un distintivo en sus ropas, se encargo de difundir el indigenismo en nuestro ambiente. Figueroa que tenía una mirada continental le pareció que su revista de historia sería el mejor canal para establecer una posición sobre la identidad regional. En el 8 9 10

Síntesis Nº9, Buenos Aires, 1928, p.361. Revista Americana de Buenos Aires Nº65, 1929, p. 118. Crítica jurídica, histórica, política y literaria Nº42, Buenos Aires, 1928, p.106.

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momento de concretar la propuesta del grupo de Figueroa, en el NOA Tucumán fue el punto de reunión de toda la región desde 1914 año en que comenzó a funcionar su “universidad” (Martinez Zuccardi, 2012:22), y mucho antes con la Sociedad Sarmiento, de tal manera que su vida cultural se nutrió de muchos letrados de otras provincias del NOA. Tanto Juan B. Terán, como Ricardo Rojas motorizaron un “nacionalismo cultural”11 cuyas bases estaban en la región, y las ondas expansivas de este proyecto encontraron muchos seguidores en Santiago del Estero.Todos estos intelectuales militaban en la idea de unir la región con el país, y las naciones latinoamericanas, esto los acerco al movimiento hispanoamericano iniciado en el congreso americanista de 1921 realizado en Sevilla, y que tuvo en la Unión Iberoamericana su brazo institucional en Argentina. Si nos ubicamos en la realidad de la profesión del historiador, estamos en un período y aún más en las provincias, donde el número de profesionales de la historia era “reducido” (Cattaruza,y Eujanian, 2003:131) o directamente inexistente, por lo que el rol de los historiadores era llevado adelante por personajes de la prensa, abogados, médicos, y otros tipos de figuras que no correspondían con los requisitos universitarios que en aquel momento la Nueva Escuela defendía a ultranza. Otra cuestión a anotar en el momento que trabaja Figueroa, es el papel de Emilio Ravignani interesado en que los Archivos de las provincias estén funcionando como piedra clave de las investigaciones que estaba impulsando el “Instituto de historia” (Reyna Berrotaran, 2013:33) de la UBA. Es en ese momento en que tanto Tucumán, como Santiago del Estero, llevan adelante un proceso de recuperación de “repositorios” (Bazan, 2000:79) para el desarrollo de una historia regional. Figueroa cuando inicia su escritura de la historia santiagueña lo comienza por la “prensa” (Tenti, 1995:28), porque no sólo buscaba difundir entre la elite letrada las fuentes que fue encontrando en su meticuloso trabajo de archivo, sino que tenía el objetivo de que el lector no especializado se pusiese en contacto con datos de la propia historia local. La otra realidad era que no había un medio, ni instituciones donde los historiadores santiagueños mostraran el fruto de sus investigaciones. Por lo tanto Figueroa es el primer historiador santiagueño que ordeno la “historia” (Alen Lascano, 2008:23) local en base a documentos, y esto le valió un reconocimiento de sus colegas de otras provincias. En 1920 con la salida de su publicación sobre Ibarra, este historiador liberal sorprende con su juicio objetivo sobre el caudillo. Había leído los libros de Carranza, Cárcano, Zinny, y Frías que tocaban el Ibarrismo, y reconocía la “habilidad”12 de Ibarra para mantener la provincia fuera de las sangrientas matanzas que asolaron estas tierras en la época de guerra civil entre unitarios y federales. Figueroa sostiene que la verdadera fecha de la autonomía local era el 27 de abril de 1820, y con ello salía a corregir errores de sus pares de otras provincias, y con ello también le daba un lugar en la historiografía regional a Santiago, pues estaba contendiendo con historias escritas desde afuera. Pero para Figueroa a pesar de su ubicación de Ibarra como hombre de su época, deja bien en claro que fue un tirano, que subyugo a su pueblo, y en donde los hombres ilustrados le sirvieron por miedo a las represalias. El material del Archivo le hizo profundizar sus estudios sobre el tiempo de Ibarra, que recién saldrían a la luz después de su fallecimiento en 1930. En este nuevo estudio sobre Ibarra, resalta las influencias de Ravignani que estaba impulsando las investigaciones en red con los historiadores del interior. Por eso Figueroa explora la relación de Ibarra con 11

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Martinez Zuccardi, Soledad (2012), El norte como instrumento de equilibrio nacional.Juan B. Terán, Ricardo Rojas y la Universidad de Tucumán, en Laguarda, Paula,y Fiorucci,Flavia (eds.), Intelectuales,cultura y política en espacios regionalaes de Argentina (siglo XX), Prohistoria, Rosario, p.32. Figueroa, Andrés (1920), La autonomía de Santiago del Estero y sus fundadores, Molinari, Santiago del Estero, p.8.

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Rosas, y los caudillos de otras “provincias”13. En 1924 sus trabajos en el Archivo de Tucumán, y Santiago lo lleva a publicar un libro sobre la fundación de Santiago del Estero. En ese entonces seguía a Roberto Levillier, quien con su colección de documentos sobre el norte colonial, le permitió a Figueroa cerrar los rompecabezas que estuvo armando en su Archuvo. Y más tarde Pablo Cabrera en Córdoba, y Ricardo Freyre en Tucumán, le suministraron más información para sostener la defensa de Aguirre como fundador de Santiago del Estero. Para nuestro estudio la actuación de los “indios”14 es permanente en esta historia, pues Figueroa quiere dejar claro la resistencia de estos a la conquista española, y en este sentido, destaca su rebelión ante las injusticias sufridas por los hispanos, su estrategia, y su organización para la guerra. Y con esta obra Figueroa abría el debate con tucumanos, cordobeses, y porteños, sobre el papel de la conquista en Santiago del Estero, y su impacto en la región.

En 1925 Figueroa desde su revista estaba difundiendo el problema del quichua en Santiago del Estero, y exploraba el tema de los “pueblos indios”15, y con ello su americanismo fue sostenido por una agenda nueva para la historia de Santiago del Estero, porque era la primera vez que la problemática del indio estaba presente en la escritura del pasado local. En 1926 sus escritos sobre Ibarra son una constante, en este caso subrayando la diferencia de la política con los intelectuales, poniendo como ejemplo la persecución de “Gondra”16 por el caudillo. Podemos conectar esta preocupación de Figueroa sobre el caudillismo en los años veinte, como una constante de los liberales que desconfiaban de los radicales y su democracia de masas. Su evolución de la Unión Cívica Nacional a la democracia progresista en esos años, se debe a su militante liberalismo que siempre lo acompaño como núcleo central de sus ideas. Si seguimos lo que fueron las reseñas en una de las revistas de la Nueva Escuela lo que fue su revista del Archivo, notaremos algunos rasgos de la ubicación de Figueroa como historiador. Alberto Palomeque reconocía en 1926 el avance “en su camino”17 de Figueroa, y en esa línea rescata la difusión de investigadores como el Padre Guillermo Furlong, la publicación de las actas del Cabildo de Santiago del Estero, y artículos sobre el quichua de Clotilde Matto de Turner, La revista de Palomeque estaba sintetizando el programa de Figueroa en 1926, por un lado recuperación de la historia colonial e independentista de Santiago del Estero, en segundo lugar integrarse a los estudios del pasado de la región, y por último un americanismo andino que lo acercó a sus pares del norte. Está última política americanista se mantuvo hasta 1928 según Palomeque, donde Figueroa siguiendo al padre Mossi, relacionaba al quichua local con el del “Cuzco”18, una cuestión que lo acerco mucho al indigenismo. Si gracias a las reseñas de Palomeque sabemos que en 1929 Figueroa tiene bien clara su 13 14 15 16 17 18

Figueroa, Andrés (1942), Los papeles de Ibarra, Molinari, Santiago del Estero.p.16. Figueroa, Andrés (1924), Santiago del Estero, tierra de promisión, Rosso y Cía., Santiago del Estero, p.85. Palomeque, Alberto (1925), La Revista del Archivo de Santiago del Estero, en Crítica jurídica, histórica, política, y literaria Nº17, Buenos Aires, p.254. Figueroa, Andrés (1926), Entre Don Felipe Ibarra y Manuel López, en Cumbre Nº17, Tucumán, p.5. Palomeque, Alberto (1926), La Revista del Archivo de Santiago del Estero, en Crítica jurídica, histórica, política, y literaria Nº35, Buenos Aires, p.371. Palomeque, Alberto (1928), La Revista del Archivo de Santiago del Estero, en Crítica jurídica, histórica, política, y literaria Nº42, Buenos Aires, p.108.

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obra que debía alcanzar época colonial, independencia, y guerras civiles, y nada menciona sobre la historia de los pueblos prehispánicos, y se sorprende a Palomeque de las fuentes que Figueroa propone para mirar nuestra historia local. Las mismas van desde testamentos, mercedes, “actas de elecciones de funcionarios consulares”19, y lista de bienes que pertenecieron a miembros de la clase alta. 3. La idea de publicar siempre estuvo presente en Figueroa, comenzó a difundir sus trabajos en el archivo en 1917 a través de “El Liberal”20, y cuando logro que el estado se interesase en su obra, lanzo 500 ejemplares a la calle, y si es un número exagerado para Santiago del Estero, tal cantidad estaba pensada, para que su revista llegue a todos los confines de América, y así lo hizo, pues el citado medio circulo gracias a la red americanista. Para Palomeque hay todo un “pensamiento”21 en esta empresa. La revista del Archivo de Andrés Figueroa, se propuso difundir el indigenismo. Figueroa quien era muy conocido en la prensa nacional, y entre los historiadores que en ese momento estaban constituyendo sus archivos en las provincias, lanzo su revista, quien sería un instrumento de la política cultural de Incahuasi. Figueroa que fue un maestro de la juventud liberal santiagueña, en 1925 se puso en contacto con la revista del Archivo nacional del Perú, esta conexión lo impulso a publicar a Clotilde Matto de Turner, una de las primeras mujeres intelectuales peruanas en luchar por él indigenismo. Figueroa estaba interesado en el quichua, y Matto de Turner había trabajado en esa dirección. “Vocabulario quichua” (Matto de Turner, 1926:147), la primera publicación de Matto de Turner, lo conecto a la red de estudios de quichua que en ese momento impulsaron algunos americanistas. Figueroa conocía los estudios del padre Mossi, y del boliviano José David Barrios, y estaba convencido que el quichua santiagueño era el que aproximaba al del Cuzco. La resistencia del quichua en “Santiago del Estero” (Figueroa, 1927:135), para Figueroa era clave para entender las relaciones del norte con el mundo andino, una idea común en muchos intelectuales del NOA, que en ese momento buscaban las raíces de su unidad cultural. Figueroa integro a su revista con los americanistas de todo el mundo, y ayudo a que se difunda la reserva cultural de Santiago del Estero, y para el tema que nos interesa se contacto con quichuistas de Nueva York, que estaban estudiando el quichua en el Perú. Y en 1926 estrecho lazos con la Junta de historia y Numismática, una institución que estaba habitada por nacionalistas, como “Martiniano Leguizamón”22 que lo invito a integrarse a la misma. Esta cercanía con los nacionalistas culturales de Buenos Aires, lo acerco al grupo “La Cumbre”23 de Tucumán, donde Incahuasi tuvo otro espacio para difundir su ideario. La tarea de Figueroa en su revista atrajo a muchos jóvenes a integrarse a su grupo, entre ellos Horacio Rava, que comento en la misma “El meteorito del Chaco”, obra de Antenor Alvarez, que para Rava era muy importante por su “significado cultural”24 para Santiago del Estero, una línea de pensamiento que compartió Incahuasi con La Brasa. En esa línea Figueroa se intereso por la arqueología y por eso estaba al tanto de la tarea de los 19

Palomeque, Alberto (1929), La Revista del Archivo de Santiago del Estero, en Crítica jurídica, histórica, política, y literaria Nº65, Buenos Aires, p.118. 20 Alen Lascano, Luis (2006); Un maestro de nuestra historia, en El Liberal, Santiago del Estero, p.18. 21 Palomeque, Alberto (1924), La Revista del Archivo de Santiago del Estero, en Crítica jurídica, histórica, política, y literaria Nº11, Buenos Aires, p.241. 22 Carta de Martiniano Leguizamón a Andrés Figueroa, Buenos Aires, 17/7/26, en Revista del Archivo Nº22, Santiago del Estero, 1930, p. 76. 23 Guzmán, Daniel (2014), Historia crítica de la historiografía. Santiago del Estero. 1882-1990, Bellas Alas, Santiago del Estero, p.38. 24 Rava, Horacio (1927), El Meteorito del Chaco, en Revista del Archivo Nº11, Santiago del Estero, p. 147.

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“Wagner”25 en Santiago del Estero, y era evidente que París también lo estaba, por ello el interés de seguir las excavaciones de los Wagner, y el envió de especialistas que visitarían la provincia. En 1928 la revista del Archivo se une a La Brasa para apoyar en la difusión de los trabajos de los Wagner, y especialmente porque estos descubrimientos demostraban la existencia de una cultura anterior a la “incasica” (Wagner,1928:65), y con ello Santiago del Estero se presentaba como un centro americanista que podría competir con el Cuzco. Otro frente de Incahuasi fue la Asociación Damas Patricias, grupo nacionalista a nivel nacional que tuvo su filial en Santiago del Estero. Incahuasi organizo homenajes a Raimundo Linaro, y Agustina Palacio de Libarona, en 1925, y en consonancia con la intendencia municipal en 1926 al filólogo “Miguel Angel Mossi”.26 Todos los eventos se realizaron en el Colegio Nacional, sede de la agrupación. Los homenajes americanistas se organizaron en conjunto con el grupo de Tucumán, como el centenario a Bolivia. Baltasar Olaechea y Alcorta amauta de Incahuasi y de la Liga Patriótica argentina sección local, fue el nexo con Tucumán, donde Ernesto Padilla, siempre estuvo viniendo a Santiago del Estero a dar conferencias y discursos en estos actos. La red de este grupo llegaba hasta Córdoba, donde existió una filial, y movilizó a mujeres que sirvieron para estrechar lazos de pertenencia entre los nacionalistas de las provincias.

4. Notas Finales Andrés Figueroa encontró en la historia su instrumento para unir a los intelectuales americanistas de Santiago del Estero, y desde allí relacionarse con sus colegas del NOA, y con los americanistas de todo el país. Su revista fue el vehículo por el cual todo un grupo de letrados santiagueños estrecharon lazos con otros grupos continentales, destacando su ligazón a los indigenistas del Perú. La política de Figueroa estaba centrada en mostrar la importancia del elemento cultural e histórico indígena en el territorio santiagueño, por eso apoyo todos los emprendimientos en esa línea. Este es un campo poco explorado aún, y con este inicio de sondeo de la obra del citado historiador santiagueño nos adentramos en la relación historia e identidad nacional. Una cuestión en las provincias que tuvo una orientación particular según el suelo donde se desarrollo, pues cada una tuvo en los veinte una mírada regional. Que entendemos fue coyuntural debido a la emergencia de nuevas fuerzas políticas y sociales, y a la situación económica que vivió cada región en el periodo estudiado. En los veinte toda la región norte pensó una propuesta identitaria desde la historia que confrontase con el portuario, y esto fue producto de una alianza entre indigenistas e hispanistas, que recibieron el apoyo de las elites políticas que favorecieron estos proyectos historiográficos.

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25 Carta de Francisco de Aparicio a Andrés Figueroa, París, 1927, en Revista del Archivo Nº22, Santiago del Estero, 1930, p. 80. 26 Carta de la Intendencia Municipal a la Biblioteca Sarmiento, 2/11/26.

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La figura del héroe nacional en el discurso cinematográfico San Martín en Nuestra tierra de paz (1939) -Daniel Carmelo Scarcella[Universidad Nacional de Córdoba] ([email protected])

Introducción Esta ponencia pretende reflexionar acerca de la figura de San Martín en el cine argentino, específicamente en el filme de Arturo S. Mom: Nuestra tierra de paz (1939). Partiendo de la idea de que los discursos que representan a los héroes nacionales ponen en circulación valores y proponen modos que, dignos de ser imitados, enuncian el “cómo deberíamos ser” de cada nación (Mozejko, 1995/1996: 82). Entonces, el análisis del héroe nacional nos permitiría hacer conjeturas acerca del modelo de nación y de identidad nacional que proponen estos discursos. Es decir, queremos relacionar (como plantea Verón) sentido y sociedad. Apuntamos a través del análisis de los discursos sociales al estudio de la construcción social de lo real (Verón, 1987: 126). La ponencia se centra en un fenómeno que, a falta de mejor nombre, hemos denominado el Sanmartinismo, y consiste en una serie de discursos contemporáneos al largometraje que, producidos desde distintos lugares de enunciación, tendían a enaltecer la figura de San Martín en tanto héroe nacional. Nos encontraremos con una representación del héroe, tanto en los discursos de “el sanmartinismo” como en el filme, que hace hincapié en el aspecto militar y que de esta manera busca legitimar, en el extratexto, el hacer castrense de quienes en ese momento dirigen el país.

1. “El Sanmartinismo” como gramática de producción Nuestra tierra de paz se rueda en 1938 y se estrena al año siguiente. Es casi el final de la década del 30, también conocida como la “Década infame” signada por el autoritarismo, los fraudes electorales y una crisis económica que acarrea el empobrecimiento de vastos sectores sociales1. A partir del golpe de estado encabezado por Uriburu el 6 de septiembre de 1930, las fuerzas armadas asumen roles protagónicos en el escenario político al interior 1 Algunos de los acontecimientos más importantes, entre los que han contado a la hora de calificar a la década como infame son, además del golpe de Estado del año 30: un alzamiento castrense en 1931 al mando del coronel Gregorio Pomar en Corrientes reclamando el retorno a la normalidad institucional. Levantamientos armados de la UCR en este caso, con Justo como presidente, reclamaban la normalidad del sistema de participación de los partidos políticos. Repetidos fraudes electorales en la presidencia de Justo como en las elecciones legislativas del año 1935 y las presidenciales en 1937. Las discusiones en el Senado y las denuncias de Lisandro de la Torre sobre el accionar de los frigoríficos que involucró a miembros del gobierno y culminó con el asesinato del senador Enzo Bordabehere en el mismo Senado de la Nación en 1935, lo cual obligó a la renuncia del ministro de Hacienda, Federico Pinedo y de Agricultura, Luis Duhau. A este escándalo se le sumaron otros, como las presiones británicas para obtener el control del sistema de transporte urbano en Buenos Aires, por citar alguno.

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del cual buscan definir su lugar. A estos fines, pero también a los contrarios, la figura de San Martín les resulta sumamente provechosa. A principios de los años veinte, por ejemplo, un conjunto de militares desafectos del yrigoyenismo comienzan a organizarse para impedir lo que consideraban la intromisión de las fuerzas armadas en el terreno de lo político: una logia de capitanes y otra de jefes, ambas llamadas “San Martín”, trabajan en este sentido. Pero, la figura del héroe nacional no solo es mentada en el nombre de ambas organizaciones sino que además es apropiada en las “Bases” de las Logias como el ejemplo a imitar, en tanto modelo de profesionalismo militar que supo evitar la propagación del “mal” de la política manteniéndose apartado de ella. El objetivo de las logias es controlar el Círculo Militar e impulsar la candidatura de Justo como Ministro de Guerra (Hourcade, 1998: 75). En 1930, Uriburu derrocó a Yrigoyen y, aunque el golpe de Estado es exitoso, hubo un sector de las Fuerzas Armadas que se manifestó en desacuerdo con una intervención tan tajante en la política. A esta línea de pensamiento la encabezaba el General Justo, que pretendía intervenir militarmente la presidencia pero pasar inmediatamente a un mando civil. Uriburu, en cambio, defendió un liderazgo a manos de las fuerzas armadas: en el curso de su gobierno intentó aprobar una constitución de carácter fascista, en la que no había representación por partidos sino por corporaciones, entre ellas la militar. A este respecto señala Eduardo Hourcade: …la figura de San Martín ha venido a convertirse en un tipo de modelo militar que esconde la paradoja de proponer una política “anti-política” defendiendo un tipo de autonomía profesional que, por la vía del rechazo a las orientaciones que fijaba el poder ejecutivo, comenzaba a ocupar un lugar en el sistema político. (Hourcade, 1998: 76). El autor plantea que en los años treinta se desarrolla una gran producción de discursos para enaltecer, aún más, la figura de San Martín como héroe nacional. A este fenómeno discursivo lo denomina “el sanmartinismo”, al que entiende como un proyecto de formación de conciencia controlado principalmente por el Estado Nacional (Hourcade, 1998: 73): “El impulso que recibe [el sanmartinismo] desde el Estado y las Fuerzas Armadas resulta funcional a una coyuntura novedosa de la experiencia argentina caracterizada por el ingreso de los militares a la arena política, una presencia que, en adelante, no hará sino dilatarse (Hourcade, 1998: 87). Siempre según Hourcade, los discursos más representativos del Sanmartinismo son: • La biografía de José Pacífico Otero sobre San Martín: Historia del Libertador General Don José de San Martín. Publicada en Bruselas en 1932. • El discurso de fundación del Instituto Sanmartiniano de José Pacífico Otero, 5 de abril de 1933. • Las distintas revistas del mismo instituto como San Martín –que se llamará Boletín después de 1937– y la Revista del Suboficial. • El decreto que declara como día patrio el 17 de agosto de 1933 por el aniversario de la muerte de José de San Martín. • La biografía sobre el héroe de Ricardo Rojas: El santo de la espada (1933)2. Desde la perspectiva que adoptamos, Nuestra tierra de paz forma parte de esta gran producción discursiva en torno al héroe. Sin embargo, y en la medida en que ella es posterior 2 Otro discurso que el autor considera importante para pensar el Sanmartinismo es El santo de la espada (1933) de Ricardo Rojas que propone un San Martín “opuesto” al de Otero, y a una visión militar, se representa al héroe como un “asceta protector”, un santo laico de un espíritu ciudadano y democrático (Hourcade, 1998: 87, 84). Texto que retomaremos en el discurso audiovisual homónimo.

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a los textos arriba mencionados (recordemos que la película se estrena y se produce casi a finales de la década), se nos presenta como formando parte de las condiciones de reconocimiento de todos ellos. En otros términos, el Sanmartinismo señalado por Hourcade formaría una parte importante de las condiciones de producción del filme que nos interesa. Ahora bien, como hemos podido observar la mayoría de los discursos consignados en la lista anterior están ligados al Instituto Sanmartiniano cuyo rol en la gestación del Sanmartinismo fue particularmente importante. Es por esto que a los fines de considerar las condiciones de producción del filme, nos centraremos en los trabajos publicados en el principal órgano de difusión que tuvo la institución, la revista San Martín aparecida entre 1933 y 1937. Entre ellos nos interesan especialmente los de José Pacífico Otero –historiador especializado en el estudio de San Martín y presidente del instituto en su primer periodo– y los del coronel Manuel A. Rodríguez, Ministro de Guerra durante la presidencia de Agustín P. Justo, es decir desde 1932 y hasta su fallecimiento en 1937. Nos detendremos en dos aspectos o, mejor, en dos construcciones que nos resultan especialmente relevantes a los fines de nuestro análisis: una atañe al Sanmartinismo en tanto que doctrina; la otra a la figura de San Martín en tanto héroe militar antes que civil. En el primer capítulo de la revista San Martín (1933), el propio Otero escribe algunas afirmaciones sobre lo que es el Sanmartinismo: Por qué todo argentino debe ser sanmartiniano. 1º porque el Sanmartinismo trasunta una nueva doctrina que emerge de la bondad y la perennidad de la patria; 2º porque el Sanmartinismo se remonta en sus causas primeras a los orígenes de la nacionalidad, estudia y analiza esta nacionalidad en el cuadro histórico que se gestó y desarrolló la patria; 5ºporque el Sanmartinismo es una doctrina política de virtualidad trascendente, lo que permite que el corazón de los argentinos se vuelque por igual en la patria del pasado, del presente y del porvenir (Pacífico Otero en Hourcade, 1998: 78).



Podríamos entender esta cita como la declaración de una doctrina por parte del enunciador: en el título le propone al enunciatario un programa narrativo que sería entrar en conjunción con el Sanmartinismo y con una modalidad particular: la del deber. Adherir al Sanmartinismo se presenta como un mandato, que implicaría ser como San Martín. El segundo aspecto que hemos anticipado, nos lleva a detenernos en el discurso del Ministro de Guerra Manuel Rodríguez que afirmaba lo siguiente sobre San Martín: …la enfermiza sensiblería modernista de algunos ha dado en estos últimos tiempos en presentar al general San Martín en ese instante de su existencia como despojado de sus condiciones de soldado y cediendo solamente a un sentimiento “civilista”, según ellos. Mala escuela para un pueblo, mala, sobre todo para la juventud. Tergiversar la verdad equivale a entronizar la mentira. (Manuel Rodríguez, 1934: 3)

El enunciador estima que quienes piensan a San Martín como un héroe civil poseen una “enfermiza sensiblería modernista”. En este caso, podemos entender a la sensiblería como un estado pasional que San Martín suscita en aquellos sujetos que despojan al héroe de ciertos atributos (atributos que a nivel de sintaxis actancial supone ciertos haceres vinculados a la esfera de lo militar). Esos sujetos son (des)calificados como sensibles o sensi-

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bleros, es decir como afectados por el estado pasional cuyo carácter negativo reposa en el calificativo enfermiza. La sensiblería es definida por la R.A.E como un “sentimentalismo exagerado, trivial o fingido”, y si tenemos en cuenta que se está discutiendo la construcción de San Martín como héroe, esta es claramente una manera de desautorizar el saber de este otro enunciador. Por último, el lexema “modernista” especifica al actor “algunos” dentro de una corriente literaria y artística, otro argumento para desacreditar el saber de este otro enunciador, ya que el estudio de la figura de San Martín se insertaría en una formación discursiva como la de la Historia y no la de la literatura. Nuestra hipótesis sobre Nuestra tierra de paz, es que nos encontramos con una gramática de producción castrense cuyas huellas pueden ser advertidas en la construcción que el enunciador realiza del héroe. Se trata, en efecto, de un enunciador que representa a un San Martín “estatuario y monumental”, que encarna valores social y culturalmente incuestionables estrechamente vinculados a su hacer como militar. En este sentido, entendemos que el sanmartinismo funciona como una gramática de producción que hace posible la emergencia del filme cuyo análisis abordamos en las páginas que siguen. A estos fines nos centraremos en el modo como se construye el personaje del héroe nacional.

2. El militar: el que hizo la Patria

El filme comienza con la siguiente leyenda: ….evocación cinematográfica de algunos pasajes de la vida del Libertador y de la Revolución de Mayo, ha sido realizada con el apoyo de un grupo de residentes franceses que la presentan como un homenaje de gratitud a la Argentina en nombre de todos aquellos que aman a esta generosa tierra tanto como a su propia patria.

En base a lo citado, podemos inferir que uno de los propósitos más importantes del filme, es realizar un homenaje. En este sentido, lo primero que se nos muestra es una estatua del general San Martín en contrapicado: la estatua ocupa toda la pantalla, parece gigante, es majestuosa. En la plaza podemos observar un grupo de granaderos en formación alrededor del monumento, y ciudadanos que se van acercando para la celebración: los hombres de traje, las mujeres con vestidos, es una fiesta. Uno de los granaderos se aproxima a la estatua, se inclina y deposita a sus pies una corona de flores. Más que una simple celebración u homenaje, es un ritual cívico. Esta fiesta transcurre en la plaza “San Martín” de un barrio de la ciudad de Buenos Aires. Es 17 de agosto y se realiza el acto por el aniversario de la muerte del héroe. Una niña observa la celebración desde su ventana y le pregunta en francés a su padre la razón de la fiesta. Aquí comienza el diálogo entre padre e hija sobre quién era San Martín. El padre, un francés residente en la Argentina, comenzará a narrar la historia, ya que la niña le ha pedido con gran entusiasmo que le cuente la vida del protagonista. En una habitación repleta de libros y bustos de intelectuales, el padre señala primeramente un gran mapa de Francia para indicar el lugar donde San Martín vivió gran parte de su vida y finalmente falleció, y luego uno de Argentina para mostrar dónde había nacido. Un padre amoroso le va contar a su hija –a la cual felicita cuando recuerda fechas, etc. – la historia de dónde nacieron ella y su Libertador. El tono y el lugar que asume el enunciador es, pues, pedagógico3. 3

Esto lo podemos relacionar con la presencia del componente didáctico que plantea Verón (1987a) en el discurso político. Este componente refiere a la modalidad del saber: a través de su uso el enunciador no evalúa o describe una coyuntura sino que formula una verdad universal. Las marcas de subjetividad

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La narración de la vida de San Martín comienza por su bautismo, lo que es significativo, el protagonista nace cuando nace a la vida cristiana. La escena se compone de la siguiente manera: un clérigo vestido completamente de blanco, el padre de San Martín a la izquierda y la madre a la derecha sosteniendo al bebé. En ese marco, el sacerdote dice: “José de San Martín, yo te bautizo”4. Mientras el religioso termina de decir sus palabras, el cuadro familiar es sustituido por un plano general del río Uruguay, un sol naciente, y se escucha música de trompetas como sonido extradiegético. Pareciera que el sol guardara una relación metafórica con San Martín: esta representación del amanecer y el bautismo del niño, no implica cualquier nacimiento, sino el nacimiento de un héroe5. Y si tenemos en cuenta a San Martín como un sujeto de estado que es puesto en conjunción con la religión católica a través del sacerdote, podemos inferir la presencia de un superdestinador que sería Dios y el bautismo como instancia del contrato, lo que nos permitiría plantear que la lucha por la independencia del héroe en su futuro es una tarea divina. En el filme se narra la semana de Mayo hasta la muerte de Mariano Moreno. Secuencia que no analizaremos, ya que no tiene como sujeto de la acción a San Martín, sino el personaje mencionado anteriormente6. La representación de la Buenos Aires revolucionaria se puede pensar como secuencia explicativa del espacio en el que héroe realizará parte de su gesta libertadora. Al momento de la muerte de Moreno en el mar, aparecen tres leyendas que dicen: “Constitución, Libertad, Democracia”. Estos son los valores por los que luchó y murió el político, que también sirven para introducir a San Martín en la historia. Comienza entonces la acción de San Martín para la liberación. Será quien tome el estandarte de Moreno (Eurasquin, 2008: 139). Estas leyendas podemos plantearlas como marcas explícitas de la enunciación, que sirven para guiar al enunciatario en la lectura del filme. Los lexemas “libertad, constitución, y democracia”, los pensamos como valores asignables al enunciador. Volviendo a nuestra hipótesis sobre el Sanmartinismo, en el discurso de Otero encontramos también valores similares: Hora tan lúgubre y razones de tan hondo valer nos llevan a buscar una sombra tutelar y auspiciosa en don José de San Martín… debe ser motivo de estudio y de veneración para todo corazón argentino. Nuestro deber en estos momentos –momentos de desconcierto, momentos de caos, momentos de angustiosa desesperación… (Pacífico Otero, 1933: 616, 617) La democracia incolora y turbulenta de la hora presente tiene este episodio –episodio que podemos clasificar de alvearista cuyano– un ejemplo aleccionador. Los que atacan a nuestro militarismo ignoran o suponen ignorar, del enunciador en este caso son poco frecuentes, éste enuncia de un plano intemporal de la verdad (Verón, 1987a: 20). No es un dato menor que al narrar una ficción de la historia argentina asociada a la vida militar de San Martín el enunciador utilice este componente, ya que no debe argumentar o legitimar su relato de la guerra de la independencia, puesto que lo presenta como “verdadero”. 4 Además de ser el único discurso del corpus que narra su vida desde niño, es el único filme que representa el bautismo, lo que contribuye a la construcción de San Martín no solo como militar sino además como militar católico 5 La importancia otorgada a lo católico por el enunciador en el filme es considerable, ya que, el bautismo de San Martín tiene un doble sentido, como cristiano y como héroe. José Pacífico Otero en el Círculo Militar entabla la relación entre San Martín y lo religioso: “Esta filosofía exige el respeto sagrado a la patria, a la familia y la religión, trilogía que la demagogia reinante convierte en blanco de sus tiros y enconos. Hora tan lúgubre y razones de tan hondo valer nos llevan a buscar una sombra tutelar y auspiciosa en José de San Martín.” (José Pacífico Otero, 1933: 616, 617) 6 Para un análisis de esta parte del film ver: “José de San Martín: mito en imágenes del Padre de la Patria” en Eurasquin (2008: 136-140).

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que el genio militar hizo a la patria… (Pacífico Otero, 1933ª: 813) Según las palabras de Otero, el presente de enunciación es descripto como una hora lúgubre, con una democracia incolora y turbulenta, o sea, el sistema democrático se presenta como algo a recuperar y/o cambiar. Lo importante a resaltar es el medio que se propone para lograrlo: a través de San Martín, y sin olvidar que fueron sus capacidades militares las que construyeron la patria. El presente de enunciación del filme es el año 1938, cinco años después de la conferencia del historiador. Podemos inferir que para ambos enunciadores, tanto en 1933 como en el 1938, la democracia se presenta como un objeto de valor que debe pasar por un proceso de transformación y que tiene a los militares como principales agentes de ese cambio. La reaparición de San Martín en el relato es su juramento a la masonería en Londres. En la instancia de su adhesión a las logias, San Martín se encuentra en un recinto oscuro, rodeado de personas con los ojos vendados y ante un tribunal cuya vestimenta exhibe símbolos de carácter masónico. El juramento es un diálogo con quien preside este tribunal: [PRESIDENTE:] ¿Qué es la obra de la liberación americana? [SAN MARTÍN:] Es sagrada. [PRESIDENTE:] ¿Qué vale más que la vida? [SAN MARTÍN:] La libertad. [PRESIDENTE:] ¡Juradlo! [SAN MARTÍN:] Yo, José de San Martín, juro consagrar mi vida a la independencia sudamericana. El nuevo miembro de la orden jura en un tono solemne, seguro, tenaz, y su cuerpo parece inmutable. Este juramento funciona como un deber-hacer de la logia a San Martín. Esta instancia es importante, ya que se nos revela el programa narrativo de base del héroe: la independencia sudamericana. La libertad pasa a ser un valor existencial, esto es, un valor equivalente al de la vida misma.

2.1 El héroe de bronce La narración continúa en Buenos Aires, los miembros del triunvirato –Pueyrredón, Paso, Chiclana–, debaten sobre el estado débil del Ejército del Norte y sobre la falta de oficiales. El doctor Chiclana cita a un “joven teniente coronel recién llegado de España”, el abogado lee su foja de servicio que lo refiere como un militar con “coraje, organización, y desinterés”. San Martín es citado a las once y cinco minutos antes ya está entrando al Cabildo. En esa circunstancia se encuentra con los soldados de guardia, algunos de ellos en situaciones reprochables: uno, por ejemplo, está durmiendo con su espada tirada. San Martín lo interpela preguntándole dónde está su sable, pero el soldado, sin inmutarse, continúa con su siesta. El recién llegado ve a otro soldado y a un sargento, tan borrachos que apenas pueden articular sus palabras y mantenerse despiertos. Por último, el protagonista ve a otro coqueteando con una mujer. Las acciones de los soldados le producen fastidio y continúa camino para encontrarse con las autoridades del gobierno. San Martín está por entrar al salón del triunviro, la cámara hace un primer plano de un reloj que marca las once horas para señalar la puntualidad como atributo del personaje. Las autoridades le preguntan si se haría cargo del ejército, pero éste le responde que no hay ni

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ejército ni regimiento, refiriéndose al estado lamentable de las fuerzas armadas. Los miembros les responden que es severo, San Martín les responde que es justo. Por último, Don José promete formar un regimiento modelo en seis meses y que si no cumple su promesa, renunciará a su cargo. Estas dos últimas escenas, nos sirve para describir parcialmente algunas características del héroe: desaprueba la vagancia, la borrachera, y el flirteo, es preciso, disciplinado, tiene coraje, desinterés y seguridad en sus capacidades militares. Pacífico Otero en su trabajo sobre “La ciencia y la ética militar de San Martín” define la disciplina de los granaderos de la siguiente forma: …integrada por la juventud valerosa de la época y en la cual el código del honor compartía sus dictados con el código del coraje, de la disciplina y de la hidalguía. La cartilla militar de este regimiento nos dice que San Martín concedió cierta preferencia a todo lo prohibitivo. Prohibió así la ebriedad, la cobardía, la trampa, la murmuración y el agravio a la mujer. Un granadero, en el concepto sanmartiniano, debía ser valiente y al mismo tiempo un granadero debía ser un argentino sin mácula; esto por lo que se refiere a su parte moral. (Pacífico Otero, 1933ª: 789) Frente a la afirmativa de San Martín de formar un regimiento, el Coronel Pueyrredón le dice: “desde ya tiene mando”. Al salir del recinto, se encuentra nuevamente con los soldados de guardia. Los dos borrachos hacen el esfuerzo de ponerse de pie y realizar el saludo marcial-; el que estaba durmiendo, también lo hace: toma su sable e infla el pecho. La cámara hace un plano medio de San Martín con el uniforme en perfectas condiciones, su mano en el sable y mirando al frente sin pestañear: los soldados lo observan con asombro. La única diferencia de San Martín, antes y después de hablar con el triunvirato es el reconocimiento de su grado militar. Este cambio que opera San Martín no será solamente en los guardias del Cabildo sino en todos los soldados que estén bajo su mando. Después de la escena anteriormente relatada, la cámara hace un plano medio de un soldado andrajoso, con su uniforme sucio, el pelo que desborda por el sombrero, tomando mate y apoyado en una carreta (figura 1) e inmediatamente después, con un redoble de tambor de fondo, observamos al mismo actor en posición de firme con el uniforme impoluto y reluciente, con el sable listo, aseado, ya es un “Granadero de San Martín” (figura 2).

Figura 1

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Figura 2

Seguido a esto, podemos observar ejercicios militares realizados por el cuerpo militar, los soldados actúan con organización y disciplina: el héroe cumplió su promesa. La escena termina mostrando a un San Martín erguido en su caballo muy similar a la posición de los distintos monumentos hechos en todo el mundo en homenaje al héroe (figura 3).



Figura 3

Las transformaciones que opera San Martín en sus soldados se presentan a través de dos modalidades, por el lado de la moral y la buena conducta militar –el rechazo al alcoholismo, al ser mujeriego, sucio, vago, etc. – se presenta a través del reconocimiento y admiración de éstos al héroe, es decir, querer-ser como San Martín, como sería el caso de los soldados de la guardia o el citado con las imágenes. La otra modalidad, es por la imposición de un deber-hacer de San Martín a sus granaderos de toda una serie de programas narrativos relacionados con la adquisición de sus competencias como tales (el entrenamiento militar en sí). Ahora bien, estas transformaciones que realiza el héroe, si en un primer momento están más ligadas al parecer soldados (aseados, con el traje en buenas condiciones, sobrios), en un segundo momento están en adquirir competencias propias del rol temático. Por último aparece la adquisición de valores. En la batalla de San Lorenzo el sargento Cabral que yace

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en los brazos de Baigorria dice: “Muero contento hemos batido al enemigo”. Después de esto, mientras un oficial pasa revista a los soldados, al momento de nombrar al caído, todos los Granaderos gritan al unísono: “Murió por la Patria”. El hecho de que Cabral “muera contento” y sin expresiones de dolor, sino al contrario, de alegría, como así el clamor fervoroso de los soldados en honor al caído, nos permite plantear, que aquellos que pasaron por el entrenamiento de San Martín, realizaron un cambio en sus valores existenciales, ya que la vida pasa a ser un valor subordinado al servicio de la Patria. Además, al realizar el programa narrativo de derrotar al enemigo, Cabral se acerca más a la realización del programa narrativo de base: obtener la libertad de América, un valor que como se recordará vale tanto como la vida. En este sentido, desaparecen los semas negativos de la muerte, y todavía más, el sujeto pasa a ser un sujeto de pasiones positivas (“muere contento”).

2.1.1 El héroe militar-político San Martín está en su escritorio y recibe a un soldado que fue castigado por razones de moral, el problema no es especificado, pero el Coronel sabe que se trata sobre una mujer, la hacen pasar y está con un bebé en brazos, le pregunta si él es el padre, éste se sorprende, San Martín le pregunta exclamativamente “¡¿Sí o no?!”. El soldado responde que sí, el nuevo gobernador de Cuyo le otorga tres días para casarse y le dice al subordinado mientras se retira: “Yo seré el padrino de ese futuro granadero”. El soldado entonces se siente halagado y responde sorprendido: “¡Mi Coronel!”. San Martín además de ejercer cierta autoridad condescendiente con sus soldados, también lo hace con los hijos de ellos, él será el padrino de uno, con lo cual, por otra parte, ya le otorga un mandato a ese niño: ser un granadero. Kohan en el análisis de la biografía de San Martín según la versión de Mitre señala lo siguiente: Esta paternidad, ejercida en el ámbito de los cuarteles, se intensifica hasta hacer de San Martín algo más que un padre, hasta hacer de él un Padre Creador, que puede dar un nombre y así dar el ser: ‘Por último daba a cada soldado un nombre de guerra, por el cual únicamente debía responder y así les daba el ser, les inoculaba el espíritu y los bautizaba.’ (HSM, I, 33) (Kohan, 2005: 77) En otra escena, también mientras está trabajando como gobernador, recibe a un teniente del ejército que solicita hablar con “el señor Don José de San Martín, no con el General San Martín”, éste acepta el pedido del oficial, y el teniente le confiesa que perdió en el juego el dinero para pagarle a la tropa, le ruega a San Martín que le dé un trabajo como peón en su chacra hasta devolver la deuda. San Martín saca de su propio dinero, se lo entrega al oficial y le dice que guarde el más profundo secreto porque “si el General San Martín se entera algo de lo sucedido lo mandará a fusilar”. Este episodio nos permite observar, que a pesar de que San Martín es disciplinado y con valores inquebrantables también puede ser benevolente y considerado, aunque debemos resaltar que estos rasgos de San Martín aparecen en su rol temático de civil, y no de militar, él estaba actuando “como Don” no como General. Nuestra hipótesis sobre la caracterización del héroe que mencionamos al principio del capítulo, es que el filme representa un personaje “estatuario y monumental” que encarna valores social y culturalmente incuestionables como puede ser la disciplina, el coraje, la organización, el desinterés, el ingenio, el sentido del deber moral, todos ellos concomitantes al rechazo de antivalores como la vagancia y el alcoholismo. También están sus atributos físicos que hemos mencionado: la disciplina que se desprende desde su cuerpo inmutable, sus ojos que no parpadean, su seriedad y parquedad constantes, en fin, tanto en el ser como

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en el hacer, San Martín parece los monumentos broncíneos que representa, como si la estatua hubiera tomado vida7.

2.2 El héroe como profeta Otro de los rasgos que destacan en la construcción del personaje es la importancia de lo católico en la caracterización del héroe. Unas páginas antes planteamos que el nacimiento como héroe de San Martín era a partir de su bautismo y no de su nacimiento. Además de esto, el héroe aparecerá caracterizado como aquel que comprende a Dios. En una de las escenas previas al cruce de la cordillera, San Martín se acerca a la maestranza a cargo de Fray Luis Beltrán, para observar cómo avanza la fragua de los cañones: [FRAY LUIS:] es una fortaleza. [Refiriéndose al cañón] [SAN MARTÍN:] tiraremos hasta el cielo, entonces. [FRAY LUIS:] Dios le perdone mi General, ya estoy perdiendo mi paraíso al fabricar esto. [SAN MARTÍN:] Dios perdonará, Fray Luis, cuando conozca nuestra misión. [FRAY LUIS:] ya la conoce Dios, mi General, y conoce también mi destino. En el diálogo citado podemos observar que el saber de San Martín se sitúa incluso en niveles metafísicos, él sabe lo que piensa Dios, o mejor dicho, él sabe que los valores de Dios están con la lucha por la independencia y no con la monarquía. En este sentido, podría hipotetizarse como hemos dicho anteriormente que Dios sería el destinador del programa narrativo de la lucha por la independencia. La idea de San Martín como aquel que interpreta los designios divinos también la encontramos en los discursos de Otero: A las 15 horas se recordará por las trompetas del Regimiento de Granaderos a Caballo el momento supremo de su agonía. Esos clarines resonarán en la Plaza de Mayo, pero resonarán al mismo tiempo en todos los ámbitos de la patria y aun de América y permitirán que evoquemos en toda la excelsitud de su tránsito a aquel que cual otro Moisés, desde la cumbre de su Sinaí, contempló sin poder cerrar en ella sus ojos en la tierra prometida. (Pacífico Otero, 1936: 3). Entonces, San Martín aparece caracterizado por el enunciador con el sema de lo divino, como aquel que sabe lo que sabe Dios o, si le asignamos un rol temático, como un profeta. Uno de los programas narrativos que se desprenden del rol temático de profeta o que cabe esperar de ese rol es poner en conjunción al pueblo con el mensaje de Dios, en este caso, el mensaje católico. El día anterior al cruce de los Andes, San Martín y su ejército jurarán a la bandera y se consagrarán a la Virgen. La escena transcurre en una iglesia, San Martín deposita un bastón en el brazo de la Virgen, y vemos ascender la figura al techo del recinto, unos miembros del clero bendicen la bandera con agua bendita y por último dos Granaderos hacen disparar un cañón. San Martín hace jurar la bandera a los soldados diciéndoles: 7

La representación de un San Martín “broncíneo” o como una “estatua viviente” no es nueva: Kohan la encuentra en las narraciones de Gutiérrez, Sarmiento y Mitre que tratan sobre el héroe: “Dice Mitre: San Martín, como la estatua de sus fuerzas equilibradas, era alto, robusto y bien distribuido de sus miembros” (HSM, I, 90). (…) “…y extendiendo el brazo hacia la Cuesta nueva, en la actitud en que lo representa su estatua ecuestre, gritó a su ayudante de campo, Alvárez Condarco”. Por una extraña inversión en el tiempo y en el orden de la representación, San Martín parece ser quien representa a las estatuas, y no las estatuas las que lo representan a él.” (Kohan, 2005: 60)

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“Soldados, esta es la primera bandera independiente que se bendice en América. Soldados, jurad sostenerla muriendo en su defensa como yo lo juro”. Este ritual tiene una particularidad: es un programa narrativo en el que el ejército se consagra a la Virgen y le otorga la vida a la Patria. Si con anterioridad mencionamos que para los soldados el valor existencial de la vida pasaba a estar subordinado a la lucha por la libertad de la Patria, esta no es cualquier patria sino que es una católica. En la representación del cruce de los Andes, podemos ver cómo el ejército va atravesando la cordillera, por ríos, montañas heladas, grandes pendientes. En estas escenas se monta de fondo en distintas oportunidades el rostro de San Martín y, en otras, la de la primera bandera bendecida. La superposición de planos (el rostro de San Martín en primer plano sobre otro plano general que muestra el paisaje de la cordillera) sugiere que el cruce de los Andes habría sido una empresa individual del héroe en beneficio de la Patria (cuya representación metafórica se confía a la bandera).

2.3 Los sacrificios de San Martín Después de la victoria de Chacabuco, San Martín escribe su informe de la batalla. Con una mayor iluminación en la pantalla resalta una palabra de la carta, y San Martín en voz alta, con la mirada perdida, con la expresión de algo anhelado, repite la palabra: “Gloria, la Gloria”, y se le aparece una figura femenina flotando en el aire, algo angelical, que lo tienta con el poder y la fama. Él, agarrándose el pecho con la mano derecha, y frunciendo el ceño le responde: “No, yo lucho por la libertad, no por mí ¡Déjame! No, esa no es mi misión ¡Déjame! ¡Déjame!”. Una de las virtudes que se resalta en este caso es la negativa a un reconocimiento individual (pese a que la suya habría sido una empresa individual) de un Destinador justiciero que lo sancionara positivamente; como buen héroe, San Martín es uno que actúa a favor de un beneficio colectivo. También en este punto, el filme se hace eco de otros discursos/textos que circulaban por la época y que construyen una representación similar a ésta, entre ellos, ciertas producciones del Instituto Nacional Sanmartiniano. En este caso tomamos un discurso del Ministro de Guerra que afirma lo siguiente sobre el héroe nacional: Esa es la verdad. Llegó hasta el supremo sacrificio de la gloria y de la fama, porque ese patriota era soldado. Es menester adentrarse en su psicología de soldado para apreciar ese acto en todo su valor. …se sacrificaba a sí mismo, eliminaba a su propia persona, para que la causa de la libertad de América, la santa causa por él perseguida, triunfara en los campos de batalla y se impusiera para siempre. (Revista del Suboficial Nº 189, 1934: 4) La renuncia a la gloria no fue su único sacrificio: hacia el final de la historia, la cámara hace un plano general de la cordillera de los Andes sobre el cual se deja leer una leyenda que dice “Guayaquil, San Martín hace el sacrificio supremo de su vida.”. En la famosa reunión secreta entre Bolívar y San Martín, éste aparece con un traje militar blanco, con su cabello canoso y dándole consejos al otro Libertador sobre el peligro de la gloria. La escena construye, pues, un San Martín que, llegando al final de su carrera militar, aparece como más sabio (por eso puede dar consejo) y como impoluto, no tentado por la gloria (según sugiere la vestimenta blanca). En las condiciones de producción del filme también encontramos la caracterización de San Martín como más sabio que su par: El que se había negado a la guerra civil de sus compatriotas, en modo alguno podía

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prestarse a la que se habría producido fatalmente en un choque de él con Bolívar. Todo esto, vale decir, un peligro trágico y escandaloso a la vez –ya que habría sido un escándalo para el mundo el duelo a muerte entre los dos más excelsos libertadores que tenía América-, lo obligó a inmolarse… (Pacífico Otero, 1933ª: 819) Si el Padre de la Patria de la Argentina no liberó tantos territorios como su par, la estrategia discursiva empleada para ponerlo al mismo nivel que Bolívar, es caracterizarlo con una superioridad moral. Kohan en su análisis de las biografías sobre San Martín llega a la misma conclusión que la planteada: …es Bolívar, quien acaba preponderando sobre San Martín, y lo relega. Los relatos de su vida resuelven este problema mediante la enfática postulación de la superioridad moral de San Martín…San Martín, resulta así un héroe de renunciamientos, o el héroe de los renunciamientos. Porque renuncia a la gloria supera a Bolívar. (Kohan, 2005: 129, 130)

3. El sueño del Libertador Al cabo de de la famosa entrevista en Guayaquil, se narra el viaje de San Martín para ver a su difunta esposa y su posterior exilio. La siguiente escena ya representa al protagonista en Boulogne Sur Mer, anciano, sentado en una silla, sin nada que hacer, recordando su vida como militar en América. Luego de eso, la cámara con un plano general lo enfoca acostado, otra vez vestido de blanco, al lado de su hija Remedios y del marido de ésta. San Martín está por morir y dirá sus últimas palabras, su último deseo: Buenos Aires, mi América, todavía luchas. Hubiera deseado verla cumplir el luminoso destino, por el cual, lo he sacrificado todo. Veo la Patria…a las glorias falsas de sangre y dominación opone la suya, la única gloria, la que yo siempre quise para ella, los hombres felices en el trabajo, la libertada, la paz. Cuando San Martín termina de decir estas palabras, vuelve a recostarse en su lecho y fallece., Así termina la historia del héroe y el film regresa al relato marco. El padre, el narrador del nivel metadiegético, consolando a la niña, le dice que no llore porque ahora Argentina es un país “grande y bello”. Volvemos al presente de la enunciación y la cámara comienza a mostrar imágenes del país actual: paisajes naturales como el Perito Moreno o las Cataratas del Iguazú, imágenes de la ciudad de Buenos Aires, de barcos mercantes y de industrias, de ganado, de personas trabajando en las viñas, pero también de aviones militares que surcan el cielo, de desfiles militares, de barcos disparando sus cañones. Una serie de leyendas acompañan estas imágenes: “en espléndido progreso”, “Fuerte para su defensa”, “cumple el sueño de su Libertador”, “es tierra de Trabajo y Paz”. A propósito de esta última leyenda bien vale señalar su vinculación con el título y, en último caso, los lugares diferenciales del texto en que se alude a la paz en tanto objeto de valor. En efecto, la paz es un valor puesto en circulación en el texto empezando por el título del filme. Cómo será de importante en tanto objeto de valor que la referencia a ella en un lugar privilegiado como el título ocupa el lugar que en otros filmes está reservado al nombre del héroe o los epítetos a él atribuidos. Que Argentina (Buenos Aires) alcance la paz es el último deseo de San Martín antes de fallecer y es la última leyenda montada en la imagen que representa los logros de los militares. Desde luego (y siempre teniendo en cuenta la participación financiera del Estado en la producción del filme) no es casual que un gobierno militar signado por el autoritarismo político, el fraude electoral y ciertos episodios no tan aislados de violencia proponga la paz

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como un valor con el cual el “pueblo argentino” ha entrado conjunción gracias al hacer de los militares. Es justo en este punto donde podemos pensar la apropiación del héroe nacional y la representación de un país en progreso y en armonía no sólo para legitimar su hacer militar sino también como una estrategia para disipar dudas si las hubiere sobre su legitimidad como gobierno. Nos parece interesante señalar que en los dos momentos en que el enunciador narra desde su presente, al principio y al final de la historia, son los militares los personajes con mayor jerarquía. En el inicio del filme son ellos los que rinden el homenaje y los civiles los que acompañan, y en el final son los que aparecen en los desfiles o demostrando su eficacia armamentística. Y si en el texto nos encontramos con una gramática de producción castrense no es para nada aventurado pensar que el propio filme funciona como una instancia de legitimación para un hacer militar que, por lo demás, requiere de ella, en la medida en que, en el extratexto, se trata de un actor social que ha suspendido los derechos constitucionales, ha derrocado al gobierno elegido por el pueblo, ha violentado las instancias de sufragio, etc. A una conclusión similar llega Rodríguez y López en su trabajo Un país de película: Dicha perspectiva [la del filme] asocia la Nación al Ejército, siendo este sostén, responsable y garante del destino de grandeza de la Argentina. Esta forma de recordar el pasado desplaza el eje de los “patriotas” hacia los “militares”, quienes en esta versión habrían hecho la historia. Así, Nuestra tierra de paz exalta el accionar del ejército y se alinea con la ideología de los gobiernos posteriores al primer golpe de Estado de nuestra historia, proyectando en ese pasado elementos provenientes del nacionalismo católico y militar en boga en las clases dominantes del momento. (Rodríguez y López, 2009: 34) En Nuestra tierra de paz San Martín es representado desde un lugar de enunciación “militar”. Al nivel de lo ideológico lo encontramos –siempre fragmentariamente–, en discursos producidos en la década del ’30 en torno al Instituto Nacional Sanmartiniano, con enunciadores que plantean un nacionalismo católico y militar a través de la figura del héroe. San Martín es caracterizado por el enunciador con una ética rígida, como un profeta, como el que puede crear ejércitos en disciplina y moral, como el que llevó adelante la revolución, la lucha por la independencia, y como el que hizo la patria. También en el filme, el enunciador caracteriza al héroe como estrictamente militar, en parte, para legitimar el hacer de los militares. Y si en un pasado fue el héroe militar el que hizo la patria y el que supo representar la argentinidad, en el presente de la enunciación es el ejército el que ha cumplido el sueño del Libertador. De hecho, en ese fragmento del filme en que el enunciador describe su presente de enunciación a través de la caracterización de la Argentina como un país en progreso que cumple “el sueño del Libertador”, nos encontramos con el componente descriptivo (Verón, 1987a). En este caso, la modalidad de la descripción utilizada por el enunciador ofrece una lectura del pasado y una lectura de la situación actual. Tanto la presencia del componente didáctico que señalamos anteriormente, como la del descriptivo, nos sirven para precisar algunas operaciones discursivas que contribuyen a presentar como verosímil el enunciado para que el destinatario entre en conjunción con éste. Entre esas operaciones hay que contar la construcción de un pasado (que se presenta como una verdad universal) en el que San Martín es construido como el héroe militar que “forjó la Patria” pero cuyo hacer quedó inconcluso, en la medida en que no alcanzó a poner aquella en conjunción con la paz. Ello contrasta con un presente en que los militares, émulos y herederos de San Martín, habrían continuado y concluido ese programa narrativo que en el pasado había quedado abierto.

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Hacia una “memoria de la política” en la Escuela de Filosofía (FFyH‐UNC) Algunos indicios sobre los cambios en las prácticas políticas y disciplinares durante la transición a la democracia -Carolina Alejandra Favaccio[Facultad de Filosofía y Humanidades-UNC] ([email protected])

Introducción El presente trabajo tiene como propósitos, de un lado, poner en discusión el marco comprensivo que hemos sugerido para la reconstrucción del objeto en cuestión y; de otro, presentar algunas consideraciones que a modo de “diagnóstico” han surgido de nuestra investigación en ciernes. Dicha indagación se ajusta a los requerimientos específicos de la convocatoria realizada en forma conjunta por la Escuela de Filosofía y el CIFFyH (UNC) destinada a recuperar la “Historia institucional de la Escuela de Filosofía, en el período 1983-1993”1, con énfasis especial en la reconstrucción de la “memoria colectiva” de sus principales actores. Esta aclaración, lejos de ser ociosa, es necesaria ya que entendemos que los mismos términos de esa propuesta nos colocan en una situación de tensión y problematización en torno a los alcances de la democratización2 en el ámbito universitario, habidas cuentas que el principal sustrato de esa ponderación parte de la memoria de sus actores. Esta situación nos condujo al planteamiento de una serie de recaudos teórico – metodológicos que, en el curso de la exploración misma, vuelven una y otra vez a doblegarnos por la densidad misma de un objeto des- conocido. En este sentido, aclaramos que sobre el proceso en particular no se registran trabajos historiográficos ni productos filosóficos que operen como base de nuestra indagación. Así las cosas, la presentación de los obstáculos no debe ser leída en clave de una imposibilidad sino, antes bien, de una preocupación que requiere la mirada y la crítica de quienes piensan problemáticas afines. Por esta razón quizá llana - que incluso nos llevó a dudar de la pertinencia de esta presentación- nos propusimos dar a conocer algunas cuestiones del trayecto recorrido con la clara expectativa de recibir todas las observaciones que resulten necesarias para llevar delante de un modo cauteloso nuestro trabajo. 1

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Temática sugerida en la convocatoria realizada por el CIFFyH y la Escuela de Filosofìa, UNC, mayo de 2014. El proyecto elaborado de manera conjunta con el Dr. César Marchesino fue aprobado para su realización en el período julio – diciembre de 2014 (Resolución del HCD Nº 876, 4/7/2014) y recientemente renovado para su finalización en el período agosto 2015 – enero 2016 (Resolución del HCD Nº 946, 28/7/2015). En el presente texto, las palabras en cursiva son conceptos que queremos destacar y, las expresiones en cursivas y entre comillas son citas de autores mencionados en lo inmediato o en nota a pie de página.

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De hecho, la forma ensayística de este escrito se ajusta a la deriva de nuestras incertidumbres a la vez que permite darle a nuestras reflexiones la soltura propia de una historia que se está haciendo.

Primera aproximación al problema La propuesta de la convocatoria antes citada establecía un corte temporal que, en primera instancia, nos resultó problemático. En efecto, la década 1983 -1993, encierra desde una perspectiva histórica una serie de procesos políticos, sociales, económicos y culturales atravesados -al menos- por una doble discontinuidad: por un lado, el fin de la dictadura cívico- militar instaurada desde 1976 y el subsiguiente retorno a la democracia y; por otro, el desmantelamiento de esa experiencia transicional a partir de la “crisis” del proyecto político alfonsinista3, del impacto económico/social derivado del Consenso de Washington4 y del deterioro de la fuerza de la ley frente a los “poderes de hecho” con la promulgación de las Leyes de Punto Final y Obediencia Debida5. Tales cortes, a su vez, enmarcan cierta unidad histórica corrientemente denominada transición democrática, cuya dinámica social es altamente conflictiva. En este contexto, la década indicada pierde consistencia y optamos por un corte político más orgánico (19831989) que, su vez, encierra otra serie de desfasajes tanto en el plano político- universitario, como en el de los saberes académicos. En relación con lo anterior, establecimos algunas consideraciones preliminares que oficiaran como marco comprensivo del recorte y abordaje de nuestro problema. A continuación, nos referimos a ellas brevemente. Sin lugar a dudas, la denominada transición democrática alude a un contexto sobre el que pesa la fuerza de una determinación conceptual e historiográfica que, sin embargo, no puede obliterar la densidad misma del proceso abierto tras el fin del terrorismo de Estado. Como ha sido señalado en diversos trabajos6, por una “torsión de la memoria histórica”, los vaivenes de ese momento han sido caracterizados con un exceso de optimismo respecto de la pronta “superación de la experiencia dictatorial”7. Este reparo que puede resultar obvio, en muchas ocasiones cae en el olvido y su efecto de sentido frecuente sustenta un conjunto de representaciones que asocian el retorno democrático con la democratización real de la sociedad. Éstas, en última instancia, inhiben la indagación sistemática y profunda de la genealogía de aquellas significaciones que conforman el imaginario colectivo que oficia de soporte a la mencionada transición. A propósito de esto, la delimitación de nuestro “problema” pone énfasis en la reconstrucción de una memoria de la política a partir de los cambios institucionales y filosófico-conceptuales operados en 3 QUIROGA, H. 2005. La reconstrucción de la democracia argentina, en: SURIANO J. (Dir.) Nueva Historia Argentina. Dictadura y democracia (1976- 2001), Sudamericana, Bs. As. 4 ROFMAN, A.2005, Las transformaciones regionales, en: SURIANO op. cit. 5 GONZALEZ BOMBAL, I. 2004. La figura de la desaparición en la refundación del Estado de Derecho, en: NOVARO ,M. Y PALERMO, V. (Comps.): La historia reciente. Argentina en democracia, Edhasa, Bs. As. 6 Nos referimos fundamentalmente a los trabajos compilados en: NOVARO. M. Y PALERMO, V. (Comps.). 2004. La historia reciente. Argentina en democracia, Edhasa, Bs. As. y en: LIDA, C., CRESPO, H., YANKELEVICH, P. (Comps.) 2007. Argentina 1976, estudios en torno al golpe de Estado, FFCE, México. 7 NOVARO. M., PALERMO, V.2004. Introducción. Las ideas de la época, entre la invención de una tradición y el eterno retorno de la crisis, en: NOVARO. M. Y PALERMO, V. (Comps.), op. Cit.

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la Escuela de Filosofía entre los años 1983 y 1989. Consiguientemente -en el sentido durkheimiano- procuramos realizar un doble atajo que nos exige reconocer la extrañeza de esa porción de mundo social que investigamos – la Escuela de Filosofía- y admitir, en tanto acto ético- intelectual, las dificultades propias de una indagación relativa a nuestra historia reciente. Como es conocido, este campo relativamente nuevo de exploración se encuentra atravesado por una serie de recaudos referidos tanto a la proximidad del “objeto” como, al carácter fuertemente “testimonial” del corpus documental que lo hace posible. En tal sentido, partimos de una situación presente donde repercuten los efectos de lo que sin lugar a dudas constituyó un desafío epocal: la recuperación democrática de la Universidad en todas sus escalas, reparación trabajosa que excedía con creces las formulaciones legales. Por cierto, más allá de la Ley Nª 23.068 que a comienzos de 1984 ordenaba el restablecimiento de los Estatutos Universitarios vigentes hasta 1966; como señala Marta Philp8, la real “normalización de la Universidad” implicaba una re- creación de todo lo devastado por la dictadura cívico- militar. Los Estatutos restituidos enmarcaban un accidentado proceso de recuperaciones múltiples: los derechos docentes y estudiantiles; el ingreso irrestricto a la Universidad, los Centros de Estudiantes; el co-gobierno; los concursos y la reincorporación de los docentes cesanteados; la reapertura de carreras; la libertad de cátedra; entre otras. A su vez, el ritmo de esta recuperación, quedaba enlazado a un contexto económico- social que exhibía los efectos más terribles de la política económica instrumentada por Martínez de Hoz. Dicho de otro modo, quienes asumían la Universidad en la dimensión instituyente de un espacio social que había sido arrasado, se encontraban atravesados por una desolación específica a la que había que sumarle no sólo la “experiencia del espanto” sino, también, el desmantelamiento de la economía nacional producto de un modelo de acumulación des -industrializador y sujeto a la intermediación financiera. Entonces, si claramente la dinámica de las transformaciones culturales en general mal puede desentenderse de las otras dinámicas sociales, sería falaz suponer que comprenderíamos cabalmente la democratización de la FFyH-UNC sólo describiendo las prácticas de sus actores institucionales. De acuerdo con esas reservas nos propusimos conocer un fragmento del imaginario colectivo de los diversos actores comprometidos en la recuperación democrática de la Escuela de Filosofía a los fines de elaborar un diagnóstico que –ulteriormente- nos permita re -dimensionar dicho problema a la luz de significaciones más amplias. La reconstrucción de ese proceso, aunque situado en el retorno democrático, no puede dejar de problematizar el grado de arraigo democrático en una sociedad que, salvo expresiones políticas radicalizadas e intelectuales críticas ha mostrado claramente su carácter pretoriano9.Evadir esta problematización implicaría desconocer la inercia de las prácticas no democráticas dando por sentado que es suficiente un cambio del sistema de gobierno para garantizar la erradicación y superación de las mismas. Esta constatación que ha justificado seriamente un conjunto de tesis historiográficas referidas a las condiciones que dieron lugar al establecimiento de un poder concentracionario10 en Argentina; al mismo tiempo visibiliza la intensidad de los esfuerzos realizados para “recuperar” la democracia. En el plano de la política, la modernización democrática se ha visto atravesada por el corsé fatídico de las accidentadas relaciones entre Estado y sociedad civil PHILP, M. 2013.La dictadura cívico- militar de 1976 y la transición democrática, en: Facultades de la UNC.1854- 2011. Saberes, procesos políticos e institucionales, Edit. UNC, Cba. 9 QUIROGA, H. 2005. El tiempo del proceso, en: SURIANO, op. cit. 10 CALVEIRO, P. 2006. Poder y desaparición, los campos de concentración en Argentina, Puñaladas, Bs. As. 8

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– sea por la tendencia corporativa de los partidos políticos tradicionales, sea por la ineficaz re-estructuración económica del período alfonsinista, entre otras causas- al tiempo que, en el plano de la cultura tampoco fue llano el derrotero. En tal sentido, la recuperación cultural como apuesta de la transición democrática no sólo tenía que reconstruir lo arrasado por la censura, el control ideológico, el destierro y asesinato de referentes políticos/ sociales/ intelectuales, sino que, también, tenía que proponer a la sociedad marcos de comprensión sobre un pasado reciente de modo tal que el “Nunca más” arraigara, por decirlo genéricamente, en el imaginario colectivo. Es conocido que las intensas políticas de la memoria recientes, sin lugar a dudas, exhiben una búsqueda genuina de “Verdad y Justicia” pero, al mismo tiempo, dan cuenta de las dificultades habidas desde el Juicio a las Juntas (1985) hasta la gestión singular de Néstor Kirchner (2004). Sin lugar a dudas, es necesario reconocer que el tiempo político de la recuperación democrática, no dialoga invariablemente con su tiempo cultural y, en esta medida, lo que resulta evidente es el vértigo transformador en el plano de las prácticas intelectuales. Sobre ese trasfondo, se torna impensable cualquier intento de despolitización del sabio11 y -pese a la continuidad de aires tanto “cientificistas” como “relativistas”- emerge con fuerza la institución del saber, como lugar social de producción articulado a condiciones históricas objetivas. En este marco, entendemos que todos los espacios destinados a la producción de saberes se encuentran necesariamente politizados; que esa politización puede tender a conservar o a transformar y, que una memoria de la política12 puede devolvernos una narrativa que -al reconfigurar el pasado- lo “colonice configurado por las agendas sociales del presente”13. Ahora bien, destacamos que una indagación que coloca como tópico central una memoria de la política no solo contempla los relatos por medio de los cuales quienes fueron contemporáneos de un período “(…) construyen el recuerdo de ese pasado político, narran sus experiencias y articulan, de manera polémica, pasado, presente y futuro (…)”14 sino, también, las “representaciones” de la política de quienes no siendo contemporáneos abonan en esa construcción desde recuerdos, testimonios y fuentes. Entendemos, entonces, que aquéllas memorias y éstas memorias de otras memorias pueden funcionar como un eje interpretativo sobre el cual reconocer, desde una mirada genealógica15, una historia del pasado en cuestión atenta, justamente a las discontinuidades en el plano de las prácticas discursivas y no discursivas. En este marco singular una genealogía lleva inscripta la necesidad de concebir las relaciones entre ambos dominios atendiendo a las tecnologías / dispositivos resultantes una vez consumado el vínculo entre “saber, verdad y poder”. Complementariamente, entendemos que toda transformación en el campo histórico-social implica la creación y recreación de nuevas significaciones acordes al constante proceso de institucionalización. De allí que una cabal reconstrucción del entramado de significaciones sociales es la condición necesaria para comprensión de cualquier fenómeno social que se pretenda elucidar. Asimismo, indicamos que una memoria de la política se anuda siempre con las condicio11 12 13 14 15

DE CERTEAU, Michel. 1993. La escritura de la Historia, Editorial Universidad Iberoamericana, México. RABOTNIKOF, N. 2008. Memoria y política a treinta años del golpe, en: LIDA, CRESPO, YANKELEVICH (comp.), op. Cit. ROTKER, S. 2006. Cautivas, olvido y memoria en Argentina, Ariel, Bs. As. RABOTNIKOF, N. op. Cit, p. 260. Sobre la perspectiva genealógica, en entre otros, Cfr: FOUCAULT, Michel. 1993. La genealogía del racismo, Editorial Altamira, Montevideo.

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nes de posibilidad que abren políticas de la memoria situadas históricamente. En este marco, es evidente que las formas de operar sobre el pasado han variado desde el retorno de la democracia y, consecuentemente, se han construido diversas “ofertas de sentido” sobre nuestro pasado reciente. Esas políticas de la memoria se consolidan por medio de las oficiales pero, también, desde el accionar de distintos actores del espacio público y, en este caso fundamentalmente, hacen posible la emergencia de una memoria de la política colectiva. A modo de ejemplo, el Acto de Agradecimiento a los Docentes de la FFyH cesanteados por motivos políticos entre 1974 – 198316 realizado el último 3 de noviembre de manera conjunta por el Decanato de FFyH, el Programa de Derechos Humanos, docentes, no docentes, estudiantes y egresados; es un acto de política de memoria que articula una memoria de la política, que allí mismo se consolida17. Conforme con lo anterior, ocupa un lugar central el recuerdo del pasado político referido a la transición democrática que construyen en “tiempo presente” los distintos actores de la Escuela de Filosofía. Este acceso testimonial se complementa, desde luego, con la serie de documentos pertinentes que permitan conocer tanto la organización estrictamente institucional de la Escuela; como el tipo de formación académica y los espacios de producción propiciados en ese marco.

Metodología y avances iniciales El estudio de los cambios acaecidos en la Escuela de Filosofía (UNC), durante el período de transición democrática, desde una perspectiva teórico- genealógica implica el registro y la descripción, en el dominio de las prácticas sociales no discursivas, de una serie de enunciados políticos/científicos cuyos objetos y/o conceptos condicionan distintas experiencias “individuales” en tanto ellos forman un campo estratégico de referencia para el funcionamiento de otros discursos y prácticas sociales18. En este sentido y considerando nuestro corpus documental (Entrevistas a miembros referenciales del cuerpo docente; directivos, consejeros, alumnos, egresados y personal no docente; Actas y Reglamentaciones que regulan las actividades de la Dirección de Escuela, el Consejo Asesor de Filosofía, Actas y Resoluciones Decanales, Actas y Resoluciones emitidas por el Consejo Superior atinentes; Planes de Estudios años 1978 y 1986, Programas de las materias estipuladas en el último Programa, Actas del Congreso de Filosofía de 1987; Publicaciones especializadas - Revista Nombres – Documentos relativos a las Jornadas de Epistemología e Historia de la Ciencia-), es preciso aclarar que para definir la identidad de los enunciados que lo conforman tendremos en cuenta el campo de utilización del discurso filosófico y de sus significaciones dentro del espacio académico - político, de modo de construir una serie – enunciativa- que permita dar sentido a la discontinuidad en las prácticas 16 17

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Acto de agradecimiento a los Docentes de la FFyH cesanteados por motivos políticos entre 1974 – 1983, Resolución Decanal Nª1514/ 2014, UNC. El artículo 1ª de la citada Resolución establece: “Convocar a los docentes cesanteados por razones políticas entre 1974 y 1983, que se detallan en el Anexo I de la presente Resolución, a un acto de agradecimiento por parte de quienes actualmente disfrutamos de una universidad democrática (…) con la convicción de que sólo el conocimiento y el reconocimiento de la historia protagonizada por las personas y las ideas que nos han traído hasta aquí procura la lucidez necesaria para advertir las tareas que debemos emprender, un trabajo constante de memoria, un diálogo incesante entre memoria y política, entre el legado de lo que fue y lo que pretende para nuestro presente”. Subrayado nuestro. Sobre la noción de enunciado como función, Cfr.: FOUCAULT, Michel. 1995. La arqueología del saber, Editorial Siglo XXI, México.

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académicas durante el retorno democrático. Conforme a lo anterior y de acuerdo con el eje de análisis que hemos sugerido, primero, nos proponemos realizar un relevamiento y fichaje de los documentos relativos al funcionamiento político – institucional de la Escuela de Filosofía, para analizar la función / significación que se les adjudica a los enunciados filosóficos en relación con las prácticas –políticas- no discursivas que éstos regulan. Sobre esta aproximación, si se quiere más articulada con una historia institucional, las fuentes trabajadas al momento19 nos permiten distinguir dos etapas en la transformación de las prácticas políticas de la Escuela post- dictadura que, a su vez, se enmarcan en los ritmos zigzagueantes del proceso de “normalización” de las Universidades Nacionales. En nuestro caso, la raigambre necesariamente política de los saberes dictados en la FFyH parece condicionar claramente la celeridad de la trasformación. En este sentido, entre 1983 y 1986 e incluso 1987, la tarea en pos del proceso de democratización de autoridades, docentes y alumnos tiene que lidiar en lo cotidiano con cierta resistencia de quienes representan en términos políticos y académicos la herencia de la dictadura. Luego del cambio de Plan de Estudios en el año 1986 notamos posibilidades de transformación más reales, al tiempo que el protagonismo de docentes y alumnos guarda cierta coherencia ideológica respecto de aquello que hay que desestabilizar (la herencia). Esto, sin lugar a dudas, no opaca la emergencia de conflictos entre dichos actores, conflictos movilizados por una discusión que retoma cierto clima intelectual dentro de los ámbitos académicos durante la transición. En este sentido, Cecilia Lesgard20 señala que la democracia en tanto concepto y expectativa políticos establece las principales coordenadas del debate ideológico en el ámbito académico. Así la misma idea de transición democrática se constituye en valor límite que, a su vez, re- ordena las discusiones en pares antinómicos, por cierto nada nuevos. En este marco, las cuestiones políticas parecen responder, de un lado, a la dupla “democracia- revolución” y, de otro, al par “democracia- autoritarismo”. Traemos estas reflexiones a colación, ya que entendemos que dentro de ámbitos académicos politizados casi por definición, la experiencia de la “tragedia política” que se sintetizó con la última dictadura, invariablemente proponía tales tópicos de discusión –incluso- como ejercicio incipiente de una memoria de la política. Al respecto, el registro y análisis –inacabado- de algunas entrevistas realizadas a docentes y alumnos de la Escuela de Filosofía que estuvieron en los comienzos de la transición nos permite arriesgar que el mencionado marco de debates –explícita o implícitamente- atravesaba la dinámica política de la institución en cuestiones relativas a su gobierno o a la reestructuración del Plan de Estudios. Sobre esta cuestión en particular, asimismo, llama la atención cierta tendencia dominante en las discusiones de los docentes más afines al díptico democracia- autoritarismo, mientras que en los alumnos –sobre todo lo comprometidos con la reforma del Plan- la línea de las discusiones parece inclinarse hacia la tensión entre democracia y revolución. Aclaramos que estas consideraciones son estrictamente aproximativas ya que no hemos completado el registro, lectura y análisis del corpus antes mencionado. Por último, señalamos que para la indagación sobre los cambios producidos en el dominio filosófico – académico, luego del relevamiento y fichaje de los documentos que le son propios ya mencionados, estudiaremos la función / significación que adquieren los enunciados políticos en relación con las prácticas – académicas – no discursivas que éstos regulan. 19 Resoluciones del Honorable Consejo Directivo correspondientes al período 1982-1992, Correspondencias entre las autoridades de la Escuela y de Decanato, Notas de docentes dirigidas a la Dirección de la Escuela de Filosofía, Fondo: Consejo Directivo de la FFYH – Dirección Escuela de Filosofía, FFYH-UNC. 20 LESGARD, C. 2003. Usos de la transición en democracia. Ensayo, ciencia y política en los ’80, Homosapiens, Rosario.

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En este sentido puede resultar provechoso para la investigación que se viene desarrollando leer la mencionada discusión en torno de la modificación del plan de estudios, por un lado, como un campo de transformaciones de significaciones centrales del imaginario colectivo respecto al lugar de la filosofía, y por el otro, como una estrategia de aquellos que impulsaban el denominado proceso de transición. En el primer caso, el rediseño curricular evidencia un claro desplazamiento que va de la concepción de la filosofía como corpus teórico que sustenta la concepción político institucional típicamente autoritaria de la época dictatorial hacia una filosofía entendida como una práctica eminentemente democrática que tiene como eje central la problematización de lo instituido. En el segundo caso, la efectiva transformación del Plan de estudios implicaba una clara batalla en el campo académico en la cual los partidarios de la democratización y los herederos de la dictadura disputaron una serie de capitales que resultó en la retirada paulatina y repliegue de los segundos hasta su total desplazamiento de la escena académico-institucional. Un primer análisis comparativo de la estructura curricular del plan estudio saliente y del entrante evidencia los aspectos antes mencionados.

A modo de cierre En la medida en que nuestra investigación está en proceso, es costoso establecer alguna consideración final. En todo caso, apostamos a que la presente comunicación funcione como posibilidad real de problematización habidas cuentas de la inmediatez y los rasgos densos de nuestro campo de análisis. En relación con ello, lo que resulta evidente es la complejidad que reviste dotar de sentido esa memoria de la política, esa complejidad se enlaza no solo con los alcances de todo relato sino, también, con el peso determinante de las preocupaciones políticas presentes.

Fuentes (generales): Fuentes inéditas. Repositorios. ARCHIVO GENERAL E HISTORICO DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE CORDOBA Actas de Sesiones del Honorable Consejo Superior correspondientes al período 1982-1989 Resoluciones del Honorable Consejo Superior correspondientes al período 1982-1989. OTROS FONDOS: (CONSEJO DIRECTIVO DE LA FFYH – DIRECCIÓN ESCUELA DE FILOSOFIA) Actas de Sesiones del Honorable Consejo Directivo correspondientes al período 1982-1989 Resoluciones del Honorable Consejo Directivo correspondientes al período 1982-1989. Actas de Sesiones del Consejo de Escuela correspondientes al período 1982-1989. Planes de Estudios años 1978 y 1986. Programas. Fuentes editas: Revista Nombres, Editorial de la UNC,: 1991 y ss. Actas de las Jornadas de Epistemología e Historia de la Ciencia: 1989 y ss. Actas del Congreso de Filosofía (1987) Fuentes orales: Entrevistas a los distintos actores institucionales (docentes, alumnos, no docentes).

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Bibliografía: BOURDIEU, P., “Campo de poder, campo intelectual y habitus de clase, en Campo de poder, campo intelectual, Montressor, 2002. CALVEIRO, P. 2006, Poder y desaparición, los campos de concentración en Argentina, Puñaladas, Bs. As. CASTORIADIS, C., 1993. “Los intelectuales y la historia” y “Poder, política, autonomía” en El ������� mundo fragmentado, Nordan, Montevideo. CASTORIADIS, C., 1998. El ascenso de la insignificancia, Ediciones Cátedra S.A., Madrid. DE CERTEAU, Michel. 1993. La escritura de la Historia. Editorial Universidad Iberoamericana. México. FOUCAULT, Michel. 1995. La arqueología del saber. Editorial Siglo XXI. México. FOUCAULT, Michel. 1993. La genealogía del racismo. Editorial Altamira. Montevideo. FOUCAULT, Michel. 1991. Saber y verdad. Editorial La piqueta. Madrid. FOUCAULT, Michel. 1979. “Los intelectuales y el poder” en Microfísica de poder, Ediciones de la Piqueta, Madrid. JELIN, E., 2005. Los derechos humanos: entre el Estado y la sociedad, en SURIANO, J. (Dir.) Nueva Historia Argentina. Dictadura y democracia (1976- 2001), Sudamericana, Bs. As. LESGARD, C. 2003. Usos de la transición en democracia. Ensayo, ciencia y política en los ’80, Homosapiens, Rosario. NOVARO, M. Y PALERMO, V. (Comps.): La historia reciente. Argentina en democracia, Edhasa, Bs. As. PHILP, M. 2013.La dictadura cívico- militar de 1976 y la transición democrática, en: Facultades de la UNC.1854- 2011. Saberes, procesos políticos e institucionales, Edit. UNC, Còrdoba. QUIROGA, H. 2005. El tiempo del proceso, en: SURIANO, op. cit. QUIROGA, H. 2005. La reconstrucción de la democracia argentina, en: SURIANO op. cit. RABOTNIKOF, N. 2008. Memoria y política a treinta años del golpe, en: LIDA, CRESPO, YANKELEVICH (comp.), Argentina 1976, estudios en torno al golpe de Estado, FFCE, México. ROFMAN, A.2005, Las transformaciones regionales, en: SURIANO op. cit. ROTKER, S. 2006. Cautivas, olvido y memoria en Argentina, Ariel, Bs. As.

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Abordaje teórico sobre “Generación” y “Relaciones Intergeneracionales” desde las Ciencias Sociales -Mónica Analí Re y Ruth Ramallo[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected] - [email protected])

Introducción La presente ponencia intenta debatir acerca del término “Generación”, sus definiciones, significados, categorías y conceptos, así como sus métodos y técnicas, capaces de proporcionar, como en este caso, unmarco teórico que permita el acercamiento fundamental a las Relaciones Intergeneracionales en el Mundo Laboral en el marco de la Sociología, la Historia y las perspectivas teóricas postmodernas. Por un lado, en la sociología, el concepto de generación, se encuentra relacionado con la idea de duración común, es decir, como elaboración del tiempo.Por otro lado, desde la perspectiva de la sociología relacional, Donati (1999) propone una nueva definición de generación como“el conjunto de personas que comparten una relación, aquélla que liga su colocación en la descendencia propia de la esfera familiar-parental con la posición definida en la esfera social con base en la edad social”. Desde las perspectivas teóricas postmodernas, el autor Vander Ven (1999)apunta que toda teoría intergeneracional debería ser sensible a los conceptos de género y de conocimiento emancipatorio conectados con la categoría del poder y con los procesos de empoderamiento (empowerment). Lo dicho anteriormente, se complementa con la idea de Zygmunt Bauman, (2007) quien considera que existe una coincidencia y superposición de las generaciones. Aquí, aparece el concepto de conciencia generacional, el cual posee dos componentes principales: la historicidad y su vínculo estrecho con la dimensión de la experiencia. En ese orden, incluso, se usan las “generaciones” en las relaciones laborales, la psicología del trabajo y la administración de personal para detectar las virtudes o los vicios de tal o cual generación. Así se estudió cada generacióndesde una visión pluridimensional para identificar redes sociales y territoriales (en el campo de la vida social, desde el campo laboral, desde el campo de las trayectorias particulares, y desde el campo de la dinámica intra-extrafamiliar).De esta manera, se construye el eje analítico de los grupos generacionales mujeres (jóvenes y adultas) comoun objeto de estudio. Para lo cual se formulan las siguientes preguntas: • ¿En cada generación en el mundo laboral de mujeres jóvenes cómo se plantean las transferencias de recursos económicos, sociales y culturales, para poder generar bienestar y desarrollo de un territorio? • ¿En el mundo laboral existe poder entre una generación y otra que conlleve algunos obstáculos intergeneracionales? O más bien beneficios? • ¿Cómo se construye la identidad colectiva e individual en cada generación? Existe alguna relación entre identidad individual y colectiva entre generacione? Cuáles son las experiencias comunes que relatan lo sujetos ¿Qué aspectos comparten y cuáles se diferencian de esas experiencias?

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a. Historiando el concepto de “Generación” La historia del siglo XX puede verse como una sucesión de diversas generaciones de jóvenes que irrumpen en la escena pública como protagonistas de las reformas, las revoluciones, la guerra, la paz, el amor, la droga y la globalización. La adolescencia fue inventada en la era industrial, pero no se democratizó hasta 1900, donde la escuela, el mercado, la familia, el servicio militar, las asociaciones juveniles y el mundo del ocio, permitieron que surgiera una nueva generación consciente de crear una cultura propia y diferente a la generación adulta. Desde las ciencias sociales, la noción de generación se desarrolló en tres momentos históricos: en el período entreguerras, se formularon las bases filosóficas en torno a la noción de relieve generacional, sucesión y coexistencia generacional. Durante los años 60, la edad de la protesta, se fundó una teoría entorno a la noción de vacío generacional, sobre la teoría del conflicto; y desde los años 90, con la aparición de la sociedad en red, aparece una nueva teoría que revoluciona la noción de lapso generacional en la que los jóvenes son más expertos que la generación anterior en una innovación clave para la sociedad digital.

b. El concepto de generación en el pensamiento sociológico: Comte, Dilthey, Mannheim y Abrams Los inicios de la sociología, comienza con la idea de Comte (1830-1857) quien planteó una concepción mecánica y exteriorizada del tiempo de las generaciones. Esta teoría se insertó completamente en el positivismo y respondió al empeño por identificar un espacio de tiempo cuantitativo y objetivamente mensurable como referente para la linealidad del progreso. Sobre la base del vínculo postulado entre progreso y la sucesión de las generaciones, Comte, sostenía que el ritmo de las anteriores se podía calcular simplemente midiendo el tiempo medio necesario para la sustitución de una generación, en la vida pública. Además, apuntaba que el progreso es el resultado del equilibrio entre los cambios producidos por las nuevas generaciones y la estabilidad mantenida por las generaciones anteriores. La idea central en Comte es la objetividad histórica en continuidad. El progreso que se identifica con las nuevas generaciones no significa la devaluación del pasado sino la biologizacion del tiempo social ya que, al igual que el organismo humano, el organismo social también está sujeto a deterioro. Sin embargo, las piezas se pueden reemplazar fácilmente: las nuevas generaciones reemplazarán a las anteriores. Además, Comte propone una ley general sobre el ritmo de la historia en la que las leyes biológicas, en relación con la duración media de la vida y la sucesión de las generaciones, marcan la objetividad de este ritmo. En este sentido, apunta que un conflicto entre generaciones solamente puede surgir si la duración de la vida humana se alarga excesivamente, impidiendo a las nuevas generaciones y su instinto de innovación para encontrar su espacio de expresión. El segundo enfoque histórico-romántico, encabezado porDiltheyenfatizaba la estrecha relación que se obtiene, en términos cualitativos, entre los ritmos de la historia y los ritmos de las generaciones. Lo que más importa es la calidad de los vínculos que unen a los componentes de una generación. En este sentido, argumentó que la cuestión de las generacio-

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nes requería del análisis de un tiempo de experiencia mensurable solamente en términos cualitativos. Para Dilthey, a diferencia de Comte, la sucesión de las generaciones no tiene importancia. Él sostenía que las generaciones eran definibles en términos de relaciones de contemporaneidad y consistían en grupos de gente sujetos en sus años de mayor maleabilidad a influencias históricas intelectuales, sociales, políticas comunes.Así, la generación consistía en personas que compartían el mismo conjunto de experiencias, la misma ‘calidad de tiempo’. Por lo tanto, la formación de las generaciones se basaba en una temporalidad concreta constituida de acontecimientos y experiencias compartidos en las que las experiencias situadas históricamente determinaban la pertenencia a una generación constituyendo la existencia humana. Esta visión solamente se puede comprender si se tiene en cuenta una interpretación más amplia sobre la temporalidad ya que la misma contrastó el tiempo humano, concreto y continuo con el tiempo abstracto y discontinuo de la naturaleza. Postulaba que la continuidad del anterior derivaba de la capacidad de la mente humana, que a diferencia de la naturaleza poseía conciencia temporal para trascender el tiempo que transcurría y para acumular acontecimientos individuales en un todo homogéneo y coherente. El tercer análisis, el de Mannheim fue un punto de inflexión en la historia sociológica del concepto de las generaciones. Tuvo un doble objetivo: por una parte, distanciarse del positivismo y de sus enfoques biológicos de las generaciones; y por otra, desmarcarse de la línea romántico-historicista. Su preocupación general era incluir a las generaciones en su investigación sobre las bases sociales y existenciales del conocimiento en relación con los procesos del cambio histórico-social. En este contexto, Mannheim consideraba las generaciones como dimensiones analíticas útiles para el estudio, tanto de las dinámicas del cambio social como para los ‘estilos de pensamiento’ y la actitud de la época. Esos eran los productos específicos, capaces de producir cambio social, de la colisión entre el tiempo biográfico y el tiempo histórico. Al mismo tiempo, las generaciones podían considerarse el resultado de las discontinuidades históricas, y por tanto, del cambio.Se intentaba mostrar la conexión entre tiempos individuales y tiempos sociales, una relación crucial en el enfoque generacional. Este lapso de tiempo correspondía a la duración media de la vida productiva de un individuo.Es decir, desde esta perspectiva, lo que configuraba una generación no era compartir la fecha de nacimiento, la situación de la generación, como algo “solamente potencial” (Mannheim, 1952), sino que era parte del proceso histórico que los jóvenes de igual edad-clase compartían. Hay dos componentes fundamentales en ese compartir de los cuales surge el vínculo generacional; por una parte, la presencia de acontecimientos que rompen la continuidad histórica y marcan un antes y un después en la vida colectiva; y por otra, el hecho de que estas discontinuidades son experimentadas por miembros de un grupo de edad.Las unidades generacionales, a su vez, elaboran ese vínculo de formas distintas de acuerdo con los grupos concretos a los que pertenecen sus miembros. El cuarto enfoque lo impone el sociólogo inglés Philip Abrams (1982) quien desarrolló, profundizó y expandió la noción histórico-social de Mennheimrelacionándola con la noción de identidad. Su intención era profundizar la precisa correspondencia entre el tiempo individual y el tiempo social, revelando su incorporación al registro de la historia. Lo central era la convicción de que la individualidad y la sociedad se construían socialmente haciéndose necesario analizar sus interconexiones y, simultáneamente, sus intercambios a

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lo largo del tiempo. Por otro lado, Abrams definió identidad como la conciencia del entretejido de la historia de vida individual con la historia social. En este sentido, se cuestionaba sobre ¿qué forma toma esta interrelación entre identidad y generación? Por lo tanto, el teórico argumentaba que el sentido sociológico es el período de tiempo durante el cual una identidad se construye sobre la base de los recursos y significados que socialmente e históricamente se encuentran disponibles. Es así como las nuevas generaciones crean nuevas identidades y nuevas posibilidades de acción.

c. Las generaciones como el concepto clave en la Historia: Ortega y Gasset, Marías y Aranguren En 1923, Ortega y Gasset (1883-1955) consideraban que la idea de las generaciones, compartían la misma sensibilidad vital, opuesta a la generación previa y a la posterior. El autor se formó como pensador liberal en la escuela alemana y tuvo un gran impacto en América Latina; defendió la democracia de la Segunda República; fue el intelectual español más importante de la primera mitad del siglo veinte, formando diversas generaciones de pensadores. La idea de generación se consideraba «el concepto más importante de la historia» (Ortega y Gasset, 1883-1955). El autor luchaba contra la influencia de la revolución soviética y del fascismo, y se convirtió en paradigma de la fuerza regeneradora de los jóvenes. La juventud reemplazaba al proletariado como sujeto emergente y la sucesión generacional reemplazaba la lucha de clases como motor de cambio.Más tarde, el filósofo desarrolló un «Método histórico de las generaciones» que permitiría entender el curso de la historia partiendo de la idea del relieve generacional que tenía lugar cada quince años. En España, la teoría de Ortega y Gasset fue desarrollada por sus discípulos durante el régimen de Franco, aunque su aplicación tuvo lugar en el mundo de la creación artística y literaria. El historiador Pedro Laín Entralgo publicó en 1945 Las generaciones en la historia, Por otra parte, en 1949, el filósofo Julián Marías publicó El método histórico de las Generaciones, donde comparaba la contribución de Ortega y Gasset con la de otros pensadores previos (Comte, Mill, Ferrari, Dilthey, Ranke) y contemporáneos (Mentré, Pinder, Petersen, Mannheim, Croce y Huizinga, entre otros). Es significativo que ambos libros se publicaran en medio de la posguerra, en los tiempos más difíciles del régimen de Franco. Era una forma velada de evitar la discusión del conflicto social, pero al mismo tiempo permitía abrir el debate al pensamiento sociológico internacional. En 1960, el filósofo José L. López Aranguren publicó un ensayo titulado «La juventud europea». Aunque afectara a la juventud de los sesenta, de hecho se refería a la juventud de la posguerra española; la generación que llegó a la madurez entre 1945 y 1960. El texto está en la línea de pensamiento de Ortega y Gasset, a quien Aranguren conoció siendo estudiante. El autor no se quedó en la reflexión filosófica abstracta sino que pasó al área de la realidad social e histórica, con información empírica fruto de los primeros estudios sobre juventud basados en encuestas de opinión, y también en su conocimiento directo como profesor cristiano y universitario disidente, lo que ahora denominaríamos su trabajo de campo.Eso le llevó a postular el cierre de la brecha entre la minoría y la masa, y a criticar los quince años como tempo generacional, haciendo un uso heterodoxo de la noción de generación, que

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irá desapareciendo en favor de una visión más compleja de la diversidad de la cosa juvenil En 1989, Marías publicó Generaciones y constelaciones, en la cual, además de sistematizar el método analítico de las generaciones, reflexiona sobre el llamado vacío generacional posterior a 1968. Su idea se debería aplicarse solamente a las generaciones decisivas en términos de Ortega y Gasset; es decir, los que marcan un punto de inflexión: «Creo que este fenómeno no afecta a las generaciones en rigor, sino a la edad: podríamos llamarlo vacío de edad. La distancia extraordinaria se refiere a la fase juvenil de cualquier generación, no a la generación entera, quienes una vez se ha ido la juventud, no vuelven a ser ni particularmente innovadores ni diferentes» Desde los sesenta, la teoría de las generaciones abandonó el pensamiento sociológico por considerarse conservadora y anticuada, y se substituyó por teorías neomarxistas que consideraban “(…)a la juventud como una nueva clase (…)” (Campany, 1968) y se centraban en “(…) la revolución cultural de los jóvenes (…) (De Miguel, 1972). A partir de 1985, el concepto de generación ha sido redescubierto por las nuevas generaciones de investigadores sobre juventud. De esta manera, se demuestra que la importancia de la teoría de las generaciones sigue tan vigente como siempre, a pesar de que todavía no ha generado una actualización de sus bases teóricas y metodológicas.

d. Discusiones que profundizan el concepto de las generaciones: desde la conciencia generacional hacia la genealogía. Actualmente, se ha impuesto en Italia una concepción genealógica de generación definida en términos de descendencia. Aparece, el concepto de conciencia generacionalasumiendo una gran importancia por dos razones: por una parte, porque permite interrelacionar el tiempo biográfico, histórico y social, y por la otra, porque permite introducir la dimensión de reflexividad en el análisis de la dinámica generacional y los procesos de cambio social. La referencia a la conciencia generacional puede mostrar cómo la continuidad y la discontinuidad histórico-sociales son procesadas por los individuos y se convierten en las bases para la construcción de los vínculos sociales entre distintas generaciones. Durante los años noventa, este aspecto atrajo especialmente la atención en el Mezzogiorno italiano, una región marcada económica y socialmente por intensos procesos de cambio, pero culturalmente por formas de continuidad. Dentro de este marco, se analizaron, por ejemplo, los cambios biográficos femeninos y las formas en que las mujeres jóvenes del sur mucho más educadas y conscientes de sus recursos, que las anteriores generaciones de mujeres,desarrolló vínculos intergeneracionales en términos de genealogías femeninas (Bell, 1999; Siebert, 1991). El concepto de conciencia generacional tuvo dos componentes principales: el de la historicidad y el vínculo estrecho con la experiencia. El primer componente está relacionado a la habilidad de situarse uno mismo dentro del marco histórico, en base a la conciencia de que existe un pasado y un futuro que se extienden más allá de los límites de la propia existencia y de relacionar la propia vida con la vida de las generaciones previas y de las futuras generaciones.Mientras que las generaciones por sí solas ayudan a estructurar el tiempo social, diferentes generaciones acogen el pasado, presente y futuro colectivos permitiendo que ese vínculo se elabore de forma subjetiva. El segundo componente se refiere a la capacidad de la conciencia generacional para promover un contacto profundo con el tiempo-vida, una dimensión crucial que configura la base del procesado de la experiencia. Este proceso de interpretación del tiempo biográfi-

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co, estimulado por la conciencia generacional, permite el crecimiento propio como entidad única y separada. Esta unicidad se mide, en contraste con el tiempo histórico y sus cambios, tal como se ha incorporado en las generaciones previas, a través por ejemplo, de diferencias/similitudes de mirar el futuro y la construcción de la identidad. En consecuencia, la conciencia generacional enfatiza un enfoque reflexivo que conlleva conciencia de la propia proximidad /distancia de otras generaciones familiares vivas. Donde está presente esta conciencia, las relaciones intergeneracionales se convierten en dominio de elaboración subjetiva. Es decir, ser conscientes del propio tiempo de vida significa pues, ser conscientes de sus relaciones en un espacio más amplio de tiempo. Debido a la mediación afectiva de las relaciones familiares, esta relación con la temporalidad histórica y social,adquiere resonancias personales y el registro de lo experimentado y habla del lenguaje de las emociones. La historia se convierte, así, en memoria colectiva, según Halbwachs (1950) y la memoria colectiva sostiene y potencia la memoria personal. El vínculo entre generación y reflexividad, permite clarificar considerando la naturaleza inconsciente y no intencionada de una parte sustancial de la transmisión intergeneracional. Se le suma el de “memoria distante” cuya autoría es de Isabelle Bertaux-Wiame (1988). Esta teórica, en sus estudios sobre memorias de familia, muestra la existencia de una ‘memoria distante’ de la cual los miembros de la familia son portadores no intencionados. Es una memoria formada no sólo de recuerdos personales, sino también de los que se han transmitido de generaciones previas y que se han convertido en parte integral de los itinerarios del pensamiento de aquellos que los asimilan de forma más o menos consciente. La influencia de esta memoria distante se hace incluso más persistente por la naturaleza afectiva del recuerdo familiar, que constituye su elemento más íntimo. Su acción consolida los vínculos sociales entre los miembros del grupo familiar, cuya cohesión resulta reforzada. Gracias a ello, el recuerdo familiar tiene continuidad entre las generaciones; evita la exacerbación de las diferencias; salvaguarda la unidad del grupo. Además, a través de la afectividad, sostiene el carácter normativo de la transmisión y sostiene las imágenes del mundo que conlleva. La conciencia generacional permite el examen crítico de esta memoria, el cambio de esos contenidos de la oscuridad a la luz. Puede someterse a reflexión, se puede problematizar o quizás rechazar. Ello puede hacerse conscientemente de los criterios de selección en cuya base el recuerdo en cuestión se ha construido y después transmitido.Si el recuerdo familiar colectivo tiende a transmitir una visión desproblematizada del pasado, esa visión puede cuestionarse de forma crítica a través del ejercicio reflexivo. En virtud de esa relación crítica con el recuerdo, la conciencia generacional también favorece el crecimiento de la propia conciencia en tanto persona única y aislada. Pero esta unicidad, mide en relación al tiempo histórico y sus cambios tal como se han incorporado por parte de las diferentes generaciones de la familia.Así, la conciencia generacional conlleva una asunción deliberada de las continuidades y discontinuidades intergeneracionales y la posibilidad de darles forma de base para procesar el tiempo biográfico. La conciencia generacional es una herramienta potente para convertir las diferencias entre generaciones en la base del propio reconocimiento Aunque la conciencia generacional conduce a la comparación con las generaciones previas, ello no significa que se construya contra esas generaciones. Especialmente para las generaciones familiares femeninas, la idea de genealogía, entendida como continuidad cambiante, gana aún más importancia.Las generaciones de abuelas y madres incorporan una edad que las hijas no han vivido; estas últimas exploran los límites de su identidad

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comparando su propio tiempo biográfico con el de otras generaciones femeninas. Además, la memoria familiar, que las abuelas y madres custodian, permite a sus hijas evaluar el camino recorrido por las generaciones de mujeres inmediatamente anteriores a ellas y calibrar la distancia que les queda. Las vidas vividas por otras generaciones de mujeres, y traspasadas a mujeres más jóvenes por medio de historias, recuerdos y experiencias que las hijas han vivido, las conectan al tiempo histórico y social.Miden la proximidad y la distancia, las similitudes y las diferencias en las formas en que se produce el sentido y se construye la subjetividad; se convierten en herramientas para descubrir la unicidad de sus vidas mientras son conscientes de que pertenecen a un mundo compartido: el de la familia.Así, mientras generación y genealogía se construyen a través de la referencia al tiempo, solamente la segunda es una dimensión que puede llamarse incorporada, por la conexión física debido a la descendencia. La relación corporal evita que la forma de la genealogía se pierda en un circuito temporal abstracto, de pérdida de conexión con las vidas de las mujeres de carne y hueso que han experimentado la diferencia de visibilidad y poder entre mujeres y hombres en la vida pública. Pero el aspecto corporal de la genealogía también actúa a otro nivel: el de las diferentes relaciones que las generaciones de mujeres han mantenido con sus cuerpos y con sus códigos simbólicos. Por ejemplo, en el Mezzogiorno italiano, las auto-representaciones de las mujeres jóvenes llevan la huella de los cuerpos silenciados de sus abuelas, de los cuerpos ‘negociados’ de sus madres. Es así como, la dimensión genealógica constituye el marco de referencia en el cual sus identidades se construyen y toma forma su subjetividad. Por lo tanto, la dimensión genealógica implica la conciencia de los cambios biográficos dentro de una pertenencia compartida determinada por la descendencia. Al mismo tiempo, conlleva la necesidad de elaborar de forma subjetiva las diferencias que ocurren. En el enfoque genealógico, la dimensión temporal que forma generaciones en el vértice, entre aspectos colectivos e individuales del tiempo, comprende discontinuidades dentro de una visión que no busca los orígenes sino que busca el movimiento, las interconexiones, las contingencias y las diferencias dentro de un marco de referencia que enfatiza el aspecto incorporado del tiempo.

e.Teorías que respaldan las Relaciones Intergeneracionales y Estado de la Cuestión. Para el abordaje de la concepción del término de generación, resulta indispensable detenerse a mirar algunas claves del mismo debido a la polisemia de su término. Una de ellas, es la del sociólogo italiano Pierpaolo Donati (1999) quien ha realizado un excelente desarrollo de los significados de generación. En principio, explicó cuatro modos básicos para comprender lo que es una generación: a.la generación es como cohorte, un agregado estadístico que remite a una realidad estática, anclada a la cronología de los individuos; b.la generación entendida como grupo de edad y, bajo ciertas condiciones y vínculos; c.la generación como unidad generacional, la cual se trata como grupo de individuos con similares experiencias históricas fuertes que les embarcan en un destino común. d. las generaciones implican relaciones sociales, o mejor, son relaciones sociales, y se necesita comprenderlas a través del tiempo de las relaciones, toma como punto de partida las relaciones sociales familiares, de filiación y parentela. En este sentido, Donati propone una nueva definición de generación, desde la perspectiva de la sociología relacional: “la generación es el conjunto de personas que comparten una

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relación, aquélla que liga su colocación en la descendencia propia de la esfera familiar-parental (esto es: hijo, padre, abuelo, etc.) con la posición definida en la esfera social con base en la ‘edad social’ (es decir, de acuerdo con los grupos de edad: jóvenes, adultos, ancianos, etc.)”. Dicho en términos de estatus y roles: “la constitución de una generación depende de la interacción entre el estatus-rol que es asignado en la familia con base en las relaciones procreativas y el estatus-rol que es atribuido por la sociedad con base en la edad”. Se trata de combinar edad histórica/social y relación de descendencia. (Donati, 1999: 37) Por otro lado, Newman y Smith (1997) comienzan por reconocer que no existe aún una teoría intergeneracional formal y específica que oriente a quienes trabajan en la puesta en práctica de los proyectos intergeneracionales. En consecuencia, proponen interrelacionar teorías ya aceptadas sobre el desarrollo humano como medio para construir el marco teórico que necesita la programación intergeneracional, es decir,“se pueden observar conceptos en el trabajo de destacados teóricos que estudian el desarrollo de las personas mayores y de los niños que, una vez puestos en relación, comparados y vinculados sirven de fundamento de los programas y políticas intergeneracionales.” (Newman y Smith, 1997: 6). Existen otros enfoques que suponen la introducción de mayor complejidad y contingencia a la hora de explicar las relaciones y procesos intergeneracionales. Esto está en línea con las perspectivas teóricas postmodernas. Por ejemplo, desde el punto de vista de Vander Ven, K(1999), toda teoría intergeneracional debería ser sensible a los conceptos de género y de conocimiento emancipatorio, conectados con la categoría del poder y con los procesos de empoderamiento (empowerment). También, entran en juego los recientes trabajos de Valerie S. Kuehne (2003a; 2003b) que ofrece un detallado balance del estado de la investigación y, de la evaluación aplicada a los proyectos intergeneracionales. Según su perspectiva, la conclusión se repite, o sea, “el resultado de los estudios es que los hallazgos son por fuerza provisionales, las conclusiones están débilmente fundamentadas y las recomendaciones a quienes trabajan en la práctica, a otros investigadores y a los encargados de diseñar las políticas son ambiguas” (2003a: 146). En este escenario aparece Zigmun Bauman (2007) quien retoma los escritos sobre generaciones de José Ortega y Gasset. Bauman impone la idea de coincidencia y superposición; es decir, «Los límites que separan las generaciones no están claramente delimitados, no pueden dejar de ser ambiguos y traspasados y, desde luego, no pueden ser ignorados» (Bauman, 2007:373). Desde dicha perspectiva teórica, el término generación se utiliza de diferentes formas, no sólo en la sociología, sino también en la etnología y en la demografía ya que es un término que advierte una pluralidad de significados. En sociología, el concepto de generación, sin considerar los diferentes significados que le atribuyen autores individuales, se encuentra vinculado con la idea de ‘duración común’. En este sentido, la generación como elaboración del tiempo es una categoría relevante en la esfera académica de las investigaciones sobre juventud, aunque los usos y abusos que ha tenido del concepto están relaciona con el contexto europeo y norteamericano a lo largo del siglo veinte. Desde esta perspectiva se comienza a observar en la cultura una imposición de lo que se puede denominar “cultura homogeneizadora”, y “ser jóvenes” es la imagen más codiciada, donde lo que se vende es pensar, vestir, actuar e incluso amoldar nuestro físico a determinados cánones que son los que tienen mayor validez y reconocimiento social. En tanto, las personas adultas son síntomas de la población anciana, como ansiedad, decepción y baja autoestima. En nuestras sociedades, este estereotipo se consolida frente a la concepción tradicional basada en la sabiduría y experiencia.

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Las expectativas actuales relativas al envejecimiento de la población y, en concreto, al aumento del fenómeno de la dependencia nos llevan a reflexionar sobre las situaciones que actualmente y, en un futuro próximo, van a ser un reto ineludible. El aumento de la esperanza de vida, independientemente de ser un importante logro social, lleva consigo el incremento de problemas consecuentes al envejecimiento de la población. Este hecho, unido a la baja natalidad, los problemas para la generación de empleo suficiente y los cambios socio-culturales en el modelo de familia, dibuja un panorama de necesidades crecientes en la provisión de servicios. Así pues, es un deber ineludible de las sociedades, el tener en cuenta a las personas, ahora adultos, que hicieron posible con su trabajo nuestros actuales niveles de calidad de vida. Por otro lado, el afianzamiento de la independencia intergeneracional junto con el mayor número de personas muy mayores ha propiciado la existencia de una creciente cifra de hogares unipersonales entre estas. Si bien es cierto que, los modos de vida independiente y la llamada “intimidad a distancia” constituyen un indicador de competencia y autonomía de este grupo de población, y sobre todo responde a sus deseos, no es menos cierto que, conforme avanza la edad, el hecho de vivir en solitario supone un elemento de riesgo importante que se constituye en persona para institucionalización destacando que la feminización de este grupo, de quienes viven en soledad supera los niveles del 80%. Determinados autores han dado sus opiniones a lo dicho anteriormente. La mayoría de estos estudios centran su enfoque en los análisis de cohortes, agrupando las generaciones por grupos de edad. En los estudios sociológicos actuales de las relaciones intergeneracionales se destaca el papel importante de la familia en las relaciones entre diferentes generaciones, el valor del conocimiento y las experiencias compartidas para superar los estereotipos que interfieren en esas relaciones y la fuerte presencia de los grupos estudiados reclamando un espacio social activo y diferente al de los adultos. Por otro lado, investigadores como Ochaita y Espinoza (1995, pp. 29, 27-46) resaltan el impacto que ha tenido para la familia los cambios sociales, configurando nuevas formas de relaciones intergeneracionales. Ellos postulan que hay una mayor participación de los miembros de la familia en la toma de decisiones y un reparto más equitativo de sus funciones. Los abuelos son los principales agentes del desarrollo cognitivo, afectivo y social de sus nietos/as, así como el de mediadores en los conflictos paterno-filiales cuando ellos llegan a la adolescencia. En el campo de las relaciones intergeneracionales, mediadas por relaciones de poder, sobresalen Moragas (2003) que introduce el concepto de las relaciones intergeneracionales en las sociedades contemporáneas, clarificando el concepto histórico que tales relaciones han tenido desde las revoluciones políticas hasta las revoluciones industriales y visibilizando los desplazamientos del poder en la relaciones intergeneracionales de una sociedad que valora la edad y la experiencia, a otra que destaca la innovación, la juventud y el experimento, consolidándose el prejuicio etario en el siglo XX y volviendo irrelevante lo viejo para la nueva sociedad. Pensadores postmodernos, complementan este proceso histórico al referirse a la doble tendencia que se presenta en las dinámicas sociales y culturales de la modernidad “tardía” o “reflexiva”. Por un lado, a un nuevo proceso de individualización y, por el otro, hacia una nueva institucionalización de las formas de vida, personales y colectivas.Esta doble tendencia permite el acceso a nuevas formas y expresiones de libertad y, al mismo tiempo, aunque en capas y proporciones diferentes, a nuevas relaciones de dependencia y subordinación. Estas dinámicas producen resistencias, acomodaciones diversas y formas mixtas y asimétricas de relación entre la identidad individual y la colectiva, y afectan especialmente

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a las nuevas generaciones. Aparecen en el escenario, las investigaciones sociológicas de Mannheim(1990) y Bourdieu (1988). Estos autores plantean la discusión diferencial de las edades y de los sujetos a partir de las dinámicas sociales que los originan.Para Bourdieu (1988), en la relación de generaciones diferentes, sus conflictos no pueden reducirse a aquello que normalmente se inscribe en los conflictos intergeneracionales, toda vez que tienen por principio la oposición entre valores y los estilos de vida asociados al predominio en el patrimonio del capital económico o del capital cultural padres e hijos y otros de mayor edad, es dado por ladiferencia entre generaciones etarias. Desde esta perspectiva generacional, se relaciona con los estudios sobre lo generacional, una asimetría social que se gestó en un paulatino proceso histórico que tuvo características específicas de acuerdo a cada cultura y al tipo de sociedad en que se daba.Así, en cada cultura y en cada contexto específico, las formas de relaciones que se van estableciendo entre los grupos sociales así mirados, han estado caracterizadas por una condición de poder y control que los mayores poseen respecto de los menores y como éstos, de una u otra forma, reaccionan resistiéndose a la situación, o bien, amoldándose a ella por medio de diversos mecanismos. Desde estas perspectivas de aparecen, se analizan las relaciones intergeneracionales o de comunicación entre adultos-jóvenes, adultos-adultos y jóvenes-jóvenes, revelando la existencia del conflicto comunicativo como desencuentro de códigos o sentidos de vida, desde los mundos de significación y expresión juvenil y la estructura formal de la educación o los códigos culturales de la adultez autoritaria. De esta manera, aparece lo femenino, entendido en término de jóvenes y adultas que viven su cotidianidad en una sociedad inscrita en el adulto-centrismo. Éstas se caracterizan por el transmisionismo, la construcción de normas o reglamentos que desconocen expresiones y derechos de los jóvenes poseyendo sistemas de evaluación arbitrarios; usando la represión como forma de control; y profundizando lógicas autoritarias.

f. La construcción de un objeto de estudio: aproximaciones sobrerelaciones intergeneracionales y el mundo laboral. El mundo laboral, desde la perspectiva de género, prioriza el contexto relacional de los sexos y lo intergeneracional vinculados a sus hogares y a sus propios emprendimientos. Delimitada desde una perspectiva sociocultural, el género, al igual que el trabajo, son una construcción social y cultural que remite a todas las diferencias entre hombres y mujeres; pero es, a la vez, una manera de asumir y significar las relaciones de poder. Los estudios de la sociología interpretativa, la antropología y los estudios de las mujeres aportaron a los supuestos de la historia oral reconstructiva para establecer la evidencia que estas relaciones intergeneracionales están plenas de las riquezas de sus recuerdos, experiencias y trayectorias laborales que los identifican como sujetos activos, individuales y colectivos configurando relaciones más justas e igualitarias atravesadas por las diversidades y las subjetividades. Asimismo, el ascenso de la historia del presente y la historia de las mujeres permeó los cambios historiográficos. Se transformaron, así, en contenido y objeto de la historia desplegando nuevas áreas de investigación que rompieron barreras entre generaciones e instituciones. Esto implicó plantear nuevos temas y problemas en el mundo de lo privado y lo

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simbólico ya que era difícil llegar desde las fuentes escritas. De esta manera, se dio el ascenso al mundo de la Historia de los grupos marginales. Tal es el caso de las mujeres que adquirieron visibilidad propia gracias al movimiento de mujeres del Primer Mundo. En consecuencia, se produjeron una combinación de factores tales como la prosperidad económica, la liberalización social, la disposición de medios anticonceptivos y una discriminación sistémica de las mujeres que trajo una variedad de reformas económicas, sociales y legales. En este marco, se miraron antiguos planteos a la luz de nuevas perspectivas de análisis como el caso de los estudios regionales, que interesaron mirar desde una historia económica nacional más complejizada en el marco de nuevos desarrollos metodológicos y avances empíricos. Las nuevas tendencias de la idea geográfica se apartaron de las concepciones estáticas y, de este modo, plantearon la asimilación de un espacio previamente delimitado, por lo tanto,pasible de observación directa intentando reconstruir las regiones como el resultado complejo de procesos históricos y sociales donde la reducción de la escala de observación y la articulación de los espacios y los tiempos se convirtieron en excelentes caminos para una utilización operativa del concepto. Esto permitió acordar un punto de vista histórico para aproximarse a la región a partir de las formas adoptadas por la estructuración de las relaciones sociales en el tiempo y en el espacio. Los cambios historiográficos, a fines del siglo XX, entendidos tanto como la influencia del capitalismo, como las vinculaciones de la Teoría de Género con el Modelo de Desarrollo, y los cambios Tecnológicos del siglo influyeron decididamente en la historia regional y local que atravesaron los períodos y espacios bajo análisis en el estudio de las relaciones intergeneracionales en el mundo del trabajo. Estos cambios socioeconómicos han tenido un efecto en la organización del espacio mutado la realidad dominante. Se los reconoce como elementos esenciales de transición: este es el caso de la transformación del régimen de acumulación fordista hacia una nueva fase del capitalismo llamada como neofordismo, postfordismo o tercera revolución industrial. En este marco sociocultural, se estudiaron Las Relaciones Intergeneracionales en el Mundo del Trabajo. Para tal fin, fue necesario entrelazar los conceptos de memoria, identidad y territorio/ciudad desde la mirada somera de las ciencias sociales de la Historia del Presente. En este sentido, las relaciones intergeneracionales de mujeres jóvenes y adultas en el mundo laboral permitieron desocultar el espacio contingente en el que las mujeres habían sido social y subjetivamente colocadas, desmontando una pretendida naturalización de la división sexual del trabajo, lo que contribuyó a revisar la exclusión en lo público y su sujeción a lo privado. En esta perspectiva, aparaece Hannah Arendt quien no hace un análisis feminista de esta división entre lo público y lo privado, en cambio Celia Amorós, si bien coincide con las características que Hannah Arendt (2005) plantea que lo público y lo privado constituyen “una invariante estructural que articula las sociedades jerarquizando los espacios: el espacio que se adjudica al hombre y el que se adjudica a la mujer” y que a pesar de las evidentes diferencias históricas esta distribución tiene una característica recurrente: las actividades más valoradas, las que tienen mayor prestigio se realizan prácticamente en todas las sociedades los hombres. Para la distinción entre lo público y lo privado, Nora Rabotnikof, define cuatro discusiones: a) La distinción público-privado que se presenta en el debate sobre las privatizaciones, donde la oposición se entiende como estado-mercado. b) Un segundo campo está en

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relación a lo cívico-político pensado en términos de ciudadanía y participación en oposición a la economía, la familia y las relaciones personales. Esta esfera cívica sería distinta al estado y en algunos casos se relaciona con lo que se denomina sociedad civil. c) Un tercer lugar está referido a las distintas formas de concebir la sociabilidad donde la relación se manifiesta entre la vida en público y la vida en privado. Un aspecto de este campo problemático estaría dado por el proceso social de privatización o individuación o en el sentido más amplio el proceso de civilización, relacionado con los cambios en el canon social de comportamiento y sentimiento. d) Finalmente, estaría la literatura feminista que desde hace varias décadas ha cuestionado tanto la forma tradicional de trazar las esferas como el sentido de la distinción; donde la primera oposición identificó lo privado con el ámbito familiar y doméstico y lo público con el ámbito del mercado y el orden político. En este contexto, las relaciones intergeneracionales de mujeres en el mundo del trabajo actual es un fenómeno que ha contribuido a consolidar un proceso de visibilidad en la organización económica. Los sujetos, las familias y los espacios de interacción de las actividades laborales son los puntos de referencia para comprender, a través del estudio en casos, un componente más de los procesos socioeconómicos. La unidad doméstica se ubica en un nivel de análisis complementario y distinto para dar cuenta de las continuidades y quiebres en el mundo laboral, si se estudian el marco social y colectivo. El grupo doméstico y los roles económicos están en relación con el condicionamiento según el sexo, la edad y las destrezas o la especialización que tengan sus miembros; lo que determina la posibilidad de adaptación a nuevas situaciones de trabajo y empleo. Las mujeres son las que tienen un lazo social en estas estrategias de supervivencia y su organización interna dominada por reglas de organización de grupo; relaciones de mujeres que luchan por reivindicaciones específicas a través de lazos de solidaridad y horizontalidad; sentido comunitario y de relaciones más democráticas. La intensidad horaria del trabajo resulta decisiva como emergente de la relación trabajo doméstico-trabajo extra doméstico, en el caso de las mujeres jóvenes y adultas, parecería indicar que las mujeres se insertan laboralmente, reduciendo su jornada de trabajo extradoméstico en función de responsabilidades domésticas, o articulando la actividad laboral de jornada más extensa al interior de la dinámica de la unidad doméstica. En el marco de la gradación de los niveles de ingresos, las mujeres se presentan sistemáticamente por debajo de los varones, pero es de notar que la mayor disparidad se localiza en la esfera de la inserción asalariada formal/informal al interior del ámbito más típicamente formalizado, es decir, en las unidades económicas del modelo capitalista empresarial de mayor tamaño, especialmente las adultas respecto a las jóvenes. La participación de las mujeres en los distintos agrupamientos en los hogares femeninos pone en evidencia la heterogeneidad interna tanto desde la perspectiva estructural general como desde el enfoque de género. Es al interior de estos dos grandes organizadores, el campo independiente y el asalariado, donde los selectores de la condición de género tienen implicancias más potentes. El perfil de las mujeres insertas en uno y otro ámbito responde a diferencias en cuanto a estructuras etarias, a roles al interior de las unidades domésticas, a niveles educativos, a la intensidad en el ejercicio de la actividad laboral, a los sectores económicos involucrados, a las calificaciones detentadas y a los ingresos derivados de la inserción laboral. Las limitaciones socioeconómicas de las relaciones intergeneracionales en el mundo laboral se deben a las diferentes visiones y acciones generacionales respecto a los problemas vitales que se confrontan a nivel de la cotidianeidad producto de las relaciones micro y macro-estructurales. Algunas de las limitaciones son: a. La escasa integración de la instruc-

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ción y la experiencia social de cada generación con la práctica social cotidiana de los sujetos sociales; b. Las dificultades de la construcción de una identidad individual, grupal, institucional y nacional que pase por la integración cultural dentro de la diversidad y la posibilidad de solución de problemas laborales, como modo de expresión de las potencialidades propias individuales y colectivas de las distintas generaciones.

Elaboración de algunas conclusiones La configuración presentada para las actividades laborales muestra un componente de heterogeneidad. En el campo de la actividad independiente, se distinguen las unidades que enfrentan condiciones de reproducción deficiente, es decir que trabajan sin margen de utilidad y obteniendo ingreso por debajo del nivel de subsistencia; aquellas de reproducción simple, es decir que no existe ganancia pero los ingresos alcanzan a remunerar la fuerza de trabajo, y las de reproducción ampliada, donde se consigue retener un margen que se vuelva a reinvertir en la producción o en ampliar los circuitos de comercialización. La problemática de las mujeres entre las generación jóven y la adulta se centra en las modalidades particulares de inserción y la mujeres de hogares muestra que permanece sostenida por las unidades domésticas en su conjunto. Coexistiendo con los sectores formal e informal de base estructural, persisten inserciones ocupacionales laborales que son resultado de la interacción entre las estrategias laborales de supervivencia de las unidades domésticas y las estrategias empresariales de carácter elusivo de la normativa laboral entre la generación adulta y la jóven. Ello redunda en las inserciones de tiempo determinado y las distintas modalidades de trabajo que nutren el mundo de trabajo de las mujeres. La intensidad horaria del trabajo resulta decisiva como emergente de la relación trabajo doméstico-trabajo extra doméstico, en el caso de las mujeres de la generación jóven en actividades independientes. Parecería indicar que las mujeres de generaciones adultas se insertan laboralmente en la actividad independiente, reduciendo su jornada de trabajo extra-doméstico en función de responsabilidades domésticas, o articulando la actividad laboral de jornada más extensa al interior de la dinámica de la unidad doméstica. La incorporación la generación de las mujeres jóvenes a las actividades independientes, que obedece, muchas veces, a la necesidad de compatibilizar trabajo doméstico y trabajo remunerado, implica, sin embargo, un techo a las posibilidades de crecimiento de la unidad económica, ya que el tiempo que le pueden dedicar es restringido y la operación en el ámbito local limita las posibilidades de crecimiento económico por medio de la ampliación del mercado. Es preciso señalar que el mismo proceso de crisis del empleo operó excluyendo también a las mujeres de generación adulta y, en muchos casos, las reinsertó endeble e innecesariamente, como empleo redundante en unidades económicas que algún miembro de la familia ya venía operando. Este proceso se habría dado especialmente en los microemprendimientos (viandas, comidas, juguetes y artesanía, venta de ropa). Complementariamente, también las reinsertó en empleos asalariados, de baja calidad (empleada de almacén, empleada de guardería, ayudante de cocina). En el marco de la gradación de los niveles de ingresos, las mujeres se presentan sistemáticamente por debajo de los varones, pero es de notar que la mayor disparidad se localiza en la esfera de la inserción asalariada formal/informal al interior del ámbito más típicamente formalizado, es decir, en las unidades económicas del modelo capitalista empresarial de

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mayor tamaño. Los hogares femeninos se presentan concentrados en los estratos bajos de los ingresos familiares, con la particularidad de localizarse en una concentración equivalente en la distribución de los ingresos laborales. Esta característica permite colegir que las inserciones en los trabajos de mujeres, lejos de ser un complemento marginal de los recursos de las unidades domésticas, revisten una centralidad casi exclusiva en las estrategias de supervivencia de las mismas. Todo esto se aadvierte tanto en las mujeres de generaciones adultas como las jóvenes. La participación de las mujeres en los distintos agrupamientos en los hogares femeninos pone en evidencia la heterogeneidad interna, tanto desde la perspectiva estructural general como desde el enfoque de género. Es al interior de estos dos grandes organizadores: el campo independiente y el asalariado, donde los selectores de la condición de género tienen implicancias más potentes. El perfil de las mujeres insertas en uno y otro ámbito responde a diferencias en cuanto a estructuras etarias, a roles al interior de las unidades domésticas, a niveles educativos, a la intensidad en el ejercicio de la actividad laboral, a los sectores económicos involucrados, a las calificaciones detentadas y a los ingresos derivados de la inserción laboral. Las necesidades del trabajo doméstico dependen de las características sociodemográficas de los hogares a los que las mujeres pertenecen y están relacionadas con el status social de las familias: las mujeres de sectores populares tienen que invertir mucho tiempo-trabajo en actividades del hogar para mantener el status de vida de la unidad doméstica y así dar respuesta a las necesidades de manutención con niveles bajos de salario; en tanto, las mujeres del sector medio participan de la actividad económica como respuesta más bien a sus aspiraciones personales. Las motivaciones para la incorporación del trabajo femenino no pueden agotarse en explicaciones monocausales, sea de naturaleza económica, demográfica o cultural. De tal suerte que, en distintos contextos socioeconómicos o aún en diferentes etapas del ciclo de vida, las razones que dan cuenta de la inserción laboral pueden provenir, por ejemplo, tanto de niveles educativos, como de los efectos de las crisis económicas que plantea necesidades de generar nuevos aportes de ingreso, o bien de mutaciones en los comportamientos reproducidos. Si tradicionalmente el mundo del trabajo estaba conformado por los hombres, en la actualidad la inserción de las mujeres es una realidad, las mujeres van adquiriendo más espacios. Algunas razones para esta incorporación son las necesidades de aumentar los ingresos familiares, una toma de conciencia de su autonomía, la pérdida del trabajo por parte del sostén de familia, la constitución de hogares unipersonales. Esos patrones culturales se combinan con actitudes de discriminación, expresada en menos salarios, trabajo en negro y acumulación de funciones dentro y fuera de la unidad doméstica. Estas caracterísitcas se advierte en las generaciones de mujeres adultas en vinculaciçon a la generación de mujeres jóvenes. En tanto, esas mismas pautas culturales se materializan identitariamente en los lazos sociales por la facilidad de ingreso y salidas, a través de las redes locales que actúan como un mecanismo que articula de manera horizontal, en el ámbito de parentesco o de vecindad, y en los vínculos de solidaridad en el mundo de la informalidad. Durante todo el proceso de análisis de la historia de estas mujeres, a través de las entrevistas y las historias de vida, se muestra la convergencia de motivaciones redistribucionistas y económicas, con reclamos sobre la identidad y reclamos valorativos. Tal complementariedad no es el resultado de ensamblar la perspectiva de diferentes mujeres sino que, en el discurso de cada una de ellas, se superponen, se solapan las ausencias, las preocupaciones

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y los modos de interactuar para superar la incertidumbre que los procesos de reestructuración productiva provocan en el ámbito regional y local.

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Autoridad y orden para la escuela El discurso “regenerador” de Miguel Antonio Caro y su incidencia en el sistema escolar Mauricio Puentes Cala [Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected] - [email protected])

Introducción1 La reproducción del “orden” y la “autoridad” como componentes centrales del discurso nacional se materializó abiertamente en los establecimientos educativos bajo una forma específica: la difusión de la moral en tanto “progreso”, y la formación de una razón y consciencia dignas de beatitud eterna; que se hacían extensivas mediante la implementación del dogma cristiano-católico como discurso monopólico y la extrapolación de la doctrina militar como estrategia de amoldamiento y control corporal2; allí ,durante el proceso de enseñanza-aprendizaje se formaba individuos para servir fielmente al “orden”, un orden político-confesional que lastraba consigo todo un proyecto deconstrucción nacional; este acto es, en otras palabras, un asalto de consciencias donde el individuo se transforma en una especie de “centurión piadoso”, un “soldado devoto” cuya existencia se limita a servir a Dios y a la “Patria”; Patria “sublime” que es su terruño natural y que al estar ordenado como nación se constituye en un imperativo filial. Tanto Dios como Patria son dos elementos que se relacionan, en este caso, con la “divina voluntad procreadora” y los pilares tradicionales del orden familiar, es decir, son la representación “per se” del “padre” y de la “madre”, quienes protegen y detentan la autoridad, y, naturalmente, a los que sus “hijos” deben la vida; obligados siempre a mostrar respeto, devoción y obediencia. Esta concepción altamente conservadora que utiliza la dualidad parental, el progreso en clave moral y la razón confesional; como estandartes del orden y la autoridad, en el marco del paradigma civilizatorio; fundamenta el “mito” fundacional de la nación colombiana. Nación entendida – utilizando las palabras de Benedict Anderson – como “una comunidad política imaginada… inherentemente limitada y soberana”3, un artificio político donde la fuerza del discurso hegemónico resume los pareceres particulares en un todo aparentemente homogéneo dentro del cual la mayoría de “iguales” no se conoce, pero vive bajo la imagen superflua de comunión, orden y armonía. Precisamente el nacimiento de la “colombianidad” y de los “colombianos” estriba en el vínculo entre Dios y Patria, el cual permite legitimar las razones del mantenimiento del orden y del fomento del principio de autoridad. Para los mentores del artificio nacional era 1

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Este trabajo constituye una presentación prístina de los “Antecedentes” que hacen parte del proyecto de investigación intitulado: “Escuela y militarismo en Colombia: La reproducción de la doctrina militar en los Colegios de Bucaramanga (1964-1998)”; que se encuentra en proceso de elaboración para optar al título de Magister en Ciencias Sociales. BONILLA, Manuel Antonio. Caro y su obra. resumen de un libro inédito. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional / Imprenta Nacional, 1947, 308 p., pp. 160-161. ANDERSON, Benedict. Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1993, 315 p., p. 23.

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el momento de darle un nombre, una historia, unos atributos y un sentido común al ámbito natural, enseñando a la sociedad los elementos que comparte y que la convierten en un grupo de semejantes; es un intento por introducir los regionalismos y la pluralidad en el plano de la identidad nacional, homogenizante; aprehendiendo en los individuos un sujeto político cohesionador que permita la naturalización del poder y la institucionalización de las facultades soberanas en el Estado. No obstante, para lograr esto se requiere de unos medios; junto a la coerción, las sociabilidades partidistas, la misa, y las comunicaciones orales y escritas, se encuentran las aulas, los claustros y los cuarteles como espacios comunes de formación e instrucción pública. Espacios, que terminan por conjugarse y reconstextualizarse en la “escuela” dando forma a una modalidad que ha pervivido en el tiempo: la educación “draconiana”. A ello obedece la implementación de un modelo providencial y la consecuente reproducción de una doctrina cuasi-militar de fuerte inclinación confesional en las agencias pedagógicas; educar a la saga del orden y del principio de autoridad termina siendo una formación disciplinaria, una instrucción severa, revestida beatitud; donde nada escapa a la linealidad de la condición organizada, todo se forja en favor de la disciplina, la lealtad, la fe y, por su puesto, de nacionalismo y el espíritu patrio. Es así como el presente trabajo busca explorar los conceptos de “autoridad” y “orden” presentes en parte de la obra discursiva de Miguel Antonio Caro, al ser uno de los mayores exponentes e ideólogos del proyecto de construcción nacional esbozado en el programa político de la “Regeneración” a finales del siglo XIX, y reconocer como tales conceptos desde su acepción purista fueron llevados al sistema escolar, en aras de diseñar un contenido específico para que los dispositivos transmisores reprodujeran “adecuadamente” y legitimaran el discurso de la nacionalidad civilizadora e hispanizante.

Hacia la “Regeneración”: la escuela y el discurso de Caro El programa conservador que pretendió retomar la labor de construccional nacional a partir de la centralización político-económica, la rehabilitación decidida de la Iglesia como actor social, la reforma de las instituciones armadas y la refundación de la “escuela” como aparto de injerencia política; fue conocido como la “Regeneración”. Este proyecto político presentaba la “construcción de la autoridad” y el “establecimiento del orden” como criterios elementales e imperativos en el proceso de redificación del Estado-nación. Proceso, ahora encausado por la vía del deseo civilizador, hispanizante y confesional que los letrados y representantes del poder central intentaban consolidar a través de la política de “orden público”, a falta de una generación educada que comprendiera y aceptara adecuadamente el “principio de autoridad”. Todo en respuesta al “impasse” liberal que había sumergido al país – según la visión conservadora – en un complot masónico que ultrajaba la moral cristiana y las creencias católicas, hecho que directa o indirectamente había acarreado un clima de inestabilidad e incertidumbre política que se hizo manifiesto en más de cuarenta rebeliones y levantamientos regionales – sin contar los conflictos residuales – y una guerra de tipo nacional, durante el régimen federal en ciernes4. Precisamente, esta última guerra, fue una confrontación bipartidista que tuvo como trasfondo la pugna por la definición del federalismo y el centralismo como forma imperante de organización estatal, pero su motivación va a estar determinada por la disputa entor4

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TIRADO MEJÍA, Álvaro. El Estado y la política en el siglo XIX. En: Manual de historia de Colombia, t. II. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1979, p. 372.

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no a la fijación del carácter, estilo y contenido (laico o religioso) de la educación pública5. Así pues, una vez en el poder y acuñada la consigna “Regeneración administrativa o catástrofe”, los conservadores acicateados por la renovación del catolicismo europeo y un grupo de liberales consciente de los “excesos libertarios” de la hegemonía liberal, coincidieron en retomar la idea de construir un Estado central y de homogenizar la nación. En este contexto, Miguel Antonio Caro, letrado y representante de la clase política de turno, va a ser una figura fundamental en el sostenimiento político-discursivo y la legitimación del ideario de la Regeneración. Como respetado intelectual, político, jurista y uno de los filólogos más destacados de Hispanoamérica, de la talla de Andrés Bello y Rufino Cuervo, el contenido de su composición escrita va a calar profundamente en el imaginario de diferentes sectores de la sociedad finisecular decimonónica colombiana. Sus argumentos presentados en periódicos, revistas y algunos libros; contribuían a la construcción de una identidad nacional homogenizante e hispanista, fundamentada en un idioma, una “raza” y una religión. Por ende, para él y los demás mentores de este proyecto político el poder central y la nación debían edificarse sobre los pilares representados por la Iglesia, las fuerzas armadas y la educación, siendo el Estado un aparato garante de los marcos del orden y el progreso, así como de la “correcta” orientación de estos pilares ideológicos. La educación, en este caso, ejemplificada en la escuela elemental, va a ser de especial interés para los regeneradores, puesto que esta, al margen de la religión, se reconocía como un poderoso mecanismo de cohesión; ella contribuía a la formación de la opinión pública, a amoldar conductas, a transformar o mantener las desigualdades, transmitir patrones culturales, legitimar sistemas de pensamiento, a configurar sujetos para la “civilización”, en últimas, a crear una nación unitaria. Para Caro el “orden” era “la mejor expresión de la civilización”6, la base estructural para la conservación del Estado7, en el plano político era lo opuesto al caos, a la subversión e insurrección popular y en un sentido más amplio lo contrario a la “descolocación”, esto es, a todo aquello que no concuerde con el estado “natural” u “original” de las cosas. Caro como buen conservador de época era un escéptico del progreso material-utilitario y un creyente acérrimo de las proposiciones teleológicas fundadas en la divinidad. Para él el ser humano era un simple agente sujeto a una ley superior y universal a la que debía subordinarse, un ser resignado desprovisto de intenciones de transformación y abocado a justificar “lo dado”; puesto que la vida estaba predestinada y el orden instaurado por Dios. Cada cosa tenía su lugar y debía conservarlo, ya que los cambios terminaban por eclipsar la realidad, instituyendo ficciones fruto de monumentos mentales. El orden era entonces unidimensional, natural, original e imperativo; pero sobre todo moral8. En tal sentido, la “autoridad” se definía como aquel poder que gobernaba o preservaba el orden, un poder emanado de una “fuente suprema” que no era necesariamente fuerza, sino una manifestación dogmática y armónica de la voluntad cristiana que andaba a la zaga permanente de la regularidad, la 5 6 7

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GONZÁLEZ, Fernán. Guerras civiles y construcción del Estado en el siglo XIX colombiano: Una propuesta de investigación sobre su sentido político. En: Boletín de Historia y Antigüedades, n. 93 (832), ene-mar, 2006, pp. 31-80. MARTÍNEZ, Frédéric. El nacionalismo Cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional en Colombia, 1845-1900. Bogotá: Banco de la República / Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001, 580 p., p. 494. DÍAZ GUEVARA, Héctor Hernán y TÉLLEZ, Henry Harley. Desarrollo de los conceptos de autoridad, orden y libertad en los textos de Miguel Antonio Caro 1871-1886. Tesis de grado para optar al título de Historiador y Archivista. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2014, 190 p., p. 138. CARO, Miguel Antonio. Estudio sobre utilitarismo. Bogotá: Imprenta a cargo de Foción Mantilla, 1869, 316 p., p. 26-27.

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justicia y el bien común. A partir de esta definición de autoridad como principio espiritual, la obediencia deja de ser humillación y la subordinación indignación; allanando el camino para las relaciones civiles y políticas9. El significado que adquirieron estas nociones en el discurso de Caro era demasiado abstracto, sobre todo para una sociedad sumergida en el pragmatismo y gobernada – según la visión conservadora – por el desorden, la anarquía y el pecado. Desde su lógica los regeneradores sabían que difundir esto “en el seno del salvajismo y la barbarie” que imperaba en Colombia, tras el radicalismo liberal, era prácticamente una tarea infructuosa, por ello había que retomar una empresa jamás acabada por España: la conquista y pacificación a través de la cruz y las armas. Una “cruzada nacional” transitoria que se abocaba a la consecución del orden y la autoridad por medio de la Iglesia, el Ejército y la escuela. Tanto el ideario naciente como la nueva concepción del Estado que entrañaba el proyecto regenerador se hallaban supeditados en estas naciones, entorno a las cueles se articulaban los requisitos mínimos para la “salvación nacional”; una salvación redentora y mesiánica que incluía a la religión y a lo militar como factores de primer orden debido a su gran influencia física y moral, y tan útiles – al menos, desde la óptica oficial – a la hora de atacar los problemas de control social, al igual que promover la estabilidad política y el cultivo del espíritu nacional10. En estas circunstancias, el enfoque del sistema escolar sufrió considerables alteraciones, pero, extrañamente, no se abogó por la idea de una escuela nacional unitaria, dejando la educación a manos de particulares. El Estado se limitó a coordinar los contenidos, a supervisar, inspeccionar y reglamentar el trasegar alfabetizador. Ya bien porque no pudo o no quiso, la Regeneración se dedicó a llenar los vacíos que dejó la educación privada11, estimulándola y creando complementariamente una instrucción primaria gratuita, pero no obligatoria. Contrario a lo que se creía la difusión de la nacionalidad, y del orden y el principio de autoridad no se hallaban atados a una intervención y un dominio totalizante del Estado. No se sabe si a razón de un accionar estratégico o ideológico, o por simple decidía o incapacidad, el gobierno central dejó el auspicio de buena parte de la educación en manos de la iniciativa privada, limitándose solo a matizar, cooperar y dirigir el rumbo de la enseñanza12. La concepción que Miguel Antonio Caro tenía sobre el Estado y la educación brinda una explicación más certera sobre esta situación, para él la Iglesia católica era una institución de origen divino, en tanto que el Estado era de origen mundano, una institución fundada por humanos que solo podía ejercer una soberanía limitada; por esta razón, la educación debía estar a cargo de los sabios y de la Iglesia. Más allá de la fervora devoción de Caro, lo cierto es que la religión católica era el común denominador de los colombianos y, además del idioma, el más amplio y reconocido factor compartido entre los ciudadanos. En este sentido, “la Iglesia era la única institución nacional capaz de dar coherencia a esta sociedad desarticulada”, un medio ya aceptado y apropiado que ayudaría a amenizar la idea de “dotar al país de un sistema político más centralizado para permitir el restablecimiento del orden, y neutralizar las oposiciones y los regionalismos”13 que socavaban hasta ese momento la autoridad del poder central. El 9 10 11 12 13

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CARO, Miguel Antonio. Estudios políticos: Primera serie. Bogotá: Instituto Caro & Cuervo, 1990, p. 93. Véase también: SIERRA MEJÍA, Rubén (editor). Miguel Antonio Caro y la cultura de su época. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia – UNAL, 2002, 394 p. SILVA, Renán. “La educación en Colombia. 1980-1930”. En:TIRADO MEJÍA, Álvaro (coord.). Nueva Historia de Colombia IV: Educación, ciencia, luchas de la mujer y vida diaria. Bogotá: Planeta, 1989, 389 p.,p. 67. Ibid., pp. 67-68. Véase también: HELG, Aline. La educación en Colombia, 1918-1957: Una historia social, económica y política. Bogotá: Fondo Editorial CEREC, 1987, 334 p., p. 28. Ibid. Ibid.

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papel unificador de la Iglesia era tan importante para el proyecto de la Regeneración, que en la misma Constitución Política, cuya redacción estuvo a cargo de Caro, se la mencionaba como propia de la Nación y se responsabilizaba a los poderes públicos de su protección y respeto, al ser destacada como un “esencial elemento del orden social”14. Se entiende entonces por qué la tutela de la educación fue entregada a la Iglesia católica, e incluso puede comprenderse las razones de por qué el Estado no decidió representar un rol muy activo en el plano educativo; la concesión de la educación a particulares y al interés privado acarrea una intención fundamental, dar vía libre a las ordenes monásticas e instituciones religiosas para que se apropiaran del sistema escolar, sin que ello condujera a una confrontación directa con el partido liberal o las regiones por lo que sería la imposición de un modelo educativo específico. Así el Estado se aseguró la aceptación masiva del contenido de la enseñanza que organizaba y dirigía en concordancia con Iglesia. Las ordenes monásticas eran de las pocas instituciones en la Colombia de la época con un aparato burocrático doctrinal y organizado, y al ser representantes directas de la Iglesia y difusoras de la religión, gozaban de fuerte ascendencia y respeto social; agregando que tenían una larga experiencia en la enseñanza, una práctica pedagógica probada y recursos materiales y humanos suficientes para desempeñar esta labor15. Así las cosas, convertir la educación en obra de particulares, fue simple y llanamente un eufemismo que maquilló la burda entrega del ámbito escolar a la Iglesia, única institución, hasta ese momento, con la suficiente pericia para asumir esta tarea a cabalidad. Pero subráyese que entregar la educación a la Iglesia no significó un desentendimiento del Estado conservador sobre la misma; por lo regular, las órdenes religiosas proponía la estructura curricular con una fuerte dosis de letras, religión y moral; y los mentores regeneradores supervisaban, aprobaban, auxiliaban y complementaban los contenidos y actividades para el cultivo del orden, el respeto a la autoridad y el sentido nacional. El mismo Concordato firmado entre la Santa Sede y el gobierno colombiano en 1887 reafirmaba la relación entre la Iglesia y el Estado, especificando su accionar conjunto en diferentes ámbitos y garantizando prerrogativas espéciales a la religión católica con una libre intervención en la vida cotidiana de los colombianos16. Cabe agregar que las consecuencias educativas de la Regeneración coincidieron con las reformas hechas al aparato militar y policial colombiano, se reorganizó la Escuela Militar de Cadetes y se creó un centro de formación de Suboficiales de la mano de algunos militares norteamericanos y el personal avenido con las misiones francesas; quedando la alfabetización de la tropa y el afianzamiento moral y religioso de todos los cuerpos en manos de la Iglesia, bajo la modalidad de la instrucción civil regentada por las Capellanías castrenses17. Este vínculo no es aislado, hace parte del programa cohesionador que busca el monopolio de la razón y la fuerza a través de la Iglesia como elemento articulador. Es una lógica que se reproduce en la escuela y en los diferentes mecanismos de instrucción pública, donde los conceptos de orden y autoridad propuestos por Caro se arraigan al paradigma civilizatorio y a la consolidación del mito chovinista, entendido como nacional. En esta medida, Dios y la Patria han encontrado un albergue seguro en la escuela.

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Constitución Política de la República de Colombia de 1886, art. 38. En: Constitución Política de la República de Colombia. Codificación de las disposiciones constitucionales vigentes, hecha por le Ministerio de Gobierno y revisada por el Consejo de Estado, 1886 – 1936. Bogotá: Imprenta Nacional, 1936, p. 80. SILVA, La educación en Colombia… p. 70. HELG, La educación en Colombia, 1918-1957… p. 29. REY ESTEBAN, Mayra Fernanda. La educación militar en Colombia entre 1886 – 1907. En: Revista Historia Crítica, n. 35. Bogotá: UNIANDES, ene. – jun., 2008, pp. 263-294.

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El contenido escolar: orden y la autoridad para el Estado-nación soñado por Caro. La descripción que hace Jorge Morales sobre el ideal de Miguel Antonio Caro es muy diciente para comprender el sentido de su discurso: “[Caro] buscaba que Colombia fuera una nación unitaria donde primaran las tradiciones de carácter europeo especialmente hispánico, con un gobierno centralista muy vinculado con las jerarquías católicas, y sobre todo, donde las heterogeneidades culturales quedaran abolidas, bajo la figura y praxis de un Estado nacional con fuertes símbolos de esa unidad, tales como el himno, la bandera y el escudo patrios, representantes además de una tradición “blanca” de corte clásico, suficientemente vigorosa para dejar fuera de escena, otras tradiciones, portadas por grupos negros y amerindios… pretendía que con el tiempo los legados no europeos y sus resultados quedaran sumidos como un recuerdo en una etapa anterior de inferioridad del pueblo colombiano…”18 Desde esta concepción todo aquello que no era “blanco”, “civilizado” ni se vinculaba directamente a la herencia europea, particularmente hispánica; merecía ser excluido, “barbarizado” y vinculado a un pasado “vergonzoso”, que a partir de ahora debía superarse por la honra del país y la nación. Era una mancha en la historia de Colombia que debía limpiarse y silenciarse por el bien de la unidad nacional y del discurso indentitario común. Discurso que imponía una identidad hegemónica y que mostraba a la diversidad sociocultural como un asunto ilegítimo, una amenaza para el “equilibrio” político y social. Dios y patria como fundamentos de unidad, y orden, autoridad y moral como elementos civilizadores se transforman desde este ideario en reforzadores de la marginalidad, la segregación, discriminación, exclusión y el racismo; como denominadores comunes del sentimiento nacional y el chovinismo patrio19. De esta manera, junto al dogma cristiano-católico que se consolidó con la creación de asignaturas de corte confesional y la introducción de textos escolares de religión, urbanidad y moral en los institutos; florecieron los manuales de historia y literatura que sobreponían la herencia hispánica sobre la indígena y afromestiza20; reproduciendo un discurso y una imagen justificadora de las acciones depredadoras de la conquista y la colonización; acciones, sin las cuales no se hubiera podido salir del salvajismo y barbarie, recibir la “civilización” y las creencias cristianas que junto a la moral muestran el camino hacia el progreso y la redención divina. En otras palabras, desde esta perspectiva, el saqueo y el genocidio llevado a cabo por occidente en el Nuevo Mundo, fue un precio justo y necesario a pagar a cambio de recibir la salvación escrita por Dios en el destino de todos los hombres. Bien lo resaltaba Caro en uno de sus debates sobre la reforma constitucional: “el catolicismo es la religión de Colombia no solo porque los colombianos la profesan, sino por ser 18 19 20

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MORALES, Jorge. Mestizaje, malicia indígena y viveza en la construcción del carácter nacional. En: Revista de Estudios Sociales, n. 1, Bogotá: UNIANDES, agosto, 1998, pp. 39-43. GRACIA, Felipe. Los Hijos de la Madre Patria. El hispanoamericanismo en la construcción de la identidad nacional colombiana durante la Regeneración (1878 – 1900). Zaragoza: Institución “Fernando el Católico” (C.S.I.C), 397 p., p. 13. ACEVEDO TARAZONA, Álvaro y SAMACÁ ALONSO, Gabriel. Manuales escolares y construcción de la nación en Colombia: Siglos XIX y XX. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2013, 310 p.Véase también: HERRERA CORTÉS, Martha Cecilia, PINILLA DÍAZ, Alexis y SUAZA, Luz Marina. Identidad nacional en los textos escolares de ciencias sociales. Colombia 1900 – 1950. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2003, 208 p.; y HENAO, Jesús María y ARRUBLA, Gerardo. Historia de Colombia para la enseñanza secundaria, 3ª ed. Bogotá: Librería Colombiana. Camacho Roldán & Tamayo, 1920, 592 p.

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una religión benemérita de la patria y elemento histórico de la nacionalidad… la religión fue la que trajo la civilización a nuestro suelo, educó a la raza criolla y acompaño a nuestro pueblo como maestro y amigo en todos los tiempos, en prospera y adversa fortuna”21. La Regeneración que contaba con Caro como principal ideólogo emprendió la tarea de crear los fundamentos históricos de la nacionalidad, formando a través del discurso una identidad nacional en la que el pueblo se convertía en un “sujeto colectivo de la historia”22, integrado a un grupo de iguales, pero diferenciado de su clase dominante. La construcción del imaginario de nación se llevaba a cabo entonces – desde este plano – de acuerdo a las ideas de orden y autoridad, fecundas siempre en un espacio y tiempo delimitado. La unidad que se proyectaba, si bien no consentía la alteridad, buscaba una homogenización de las voluntades para adscribirlas a un programa que trazara el rumbo del país hacia el futuro. Y ello requería de una reinvención del pasado, crear una versión de la historia conforme a las necesidades de la Regeneración y su ideario nacional. Resultaba imperativo refundar la patria y que mejor que hacerlo a través de un discurso apologético y hagiográfico, que resaltaba los orígenes “valerosos” y “excelsos” de la nación y el Estado. La emancipación política de España se tomó como un proceso crucial que marcaba un antes y un después; un hito para la memoria nacional y un articulador primigenio de la colombianidad. “La independencia”, rótulo que se asignó a este periodo, se mostraba en diversos manuales, textos y cartillas escolares, como un concierto de luchas legítimas contra la “tiranía”, pero no contra las costumbres y tradiciones hispánicas. Asimismo, aparecía un cuadro amplio de personajes “emblemáticos” cuasi-venerables, Militares que con arrojo y gallardía se habían puesto al frente de las campañas “libertadoras”, los llamados héroes y “mentores de la patria”;tales personajes eran la materialización vívida del honor, la lealtad, la disciplina, la fe y el amor patrio; todos valores inherentes a cualquier ciudadano dentro del mito fundacional de la nación colombiana. A resultas, el Ejercito representaba la fuerza institutora de la Patria y la Iglesia el estado cohesionador por naturaleza, una institución inherente a la condición humana que detentaba los bienes simbólicos de salvación. Aunado a la religión la doctrina militar se abrió paso en la escuela buscando reproducir la marcialidad que marcó el hito independentista y que debía pervivir en la conducta de todos los ciudadanos como factor ordenador. Por lo demás, la autoridad y el orden para Caro estaban en franca oposición a las concepciones utilitaristas y liberales porque envenenaban a la juventud con los “vapores del sensualismo”, “desterrando a Dios de la aulas” y colocando al placer terrenal y la felicidad material como designios máximos del hombre. Esta es una de las razones que explica por qué la fundación del Estado-nación en Colombia no coincide con su inserción decidida en la economía de mercado. Dios y la Patria se anteponían a la ley mundana y la libertad no podía sobreponerse al espiritualismo23. Bajo esta doctrina las escuelas formaron a las generaciones de la Regeneración.

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CARO, Miguel Antonio. Respuesta a la modificación del artículo 35 del proyecto constitucional. Religión católica como religión de la nación. Citado en:SIERRA MEJÍA, Miguel Antonio Caro y la cultura de su época… p. 136; y WILLS OBREGÓN, María Emma. De la nación católica a la nación multicultural: rupturas y desafíos. En: LECHNER, Norbert. Orden y memoria. En: SÁNCHEZ, Gonzalo y WILLS OBREGÓN, María Emma. (comp.). Museo, memoria y Nación. Misión de los museos nacionales para los ciudadanos del futuro. Bogotá: Ministerio de Cultura / Ministerio de Educación / Universidad Nacional / PNUD / ICANH, 1999, 483 p., pp. 387-415. LECHNER, Norbert. Orden y memoria. En: Ibid., p. 68. CARO, Estudio sobre utilitarismo… pp. I, 161, 205.

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A modo de cierre En rigor, las ideas de Caro fueron una fiel radiografía del pensamiento anclado en el catolicismo político decimonónico que no compartía los principios de la autodeterminación, del sistema representativo24, del utilitarismo y no concebía la civilización por fuera de los marcos de la moral, el orden y la homogeneidad. La sociedad era un organismo vivo sin razón ni consciencia, dictaminado por una fuerza suprema, por tanto los individuos no debían interrumpir su progreso, sino nivelar y subsanar su funcionamiento. Al ser la sociedad un organismo todas sus partes debían funcionar coordinada y mecánicamente, en armonía, sin superponerse ni desalinearse. De allí, la importancia del orden y la necesidad de una autoridad rectora; cada cosa tenía su lugar dentro del sistema regular y debía acoplarse en su justa medida a una marcha sincronizada. Una sola religión, una única lengua, una sola “raza”, uniformidad de ideas, centralización política y todo lo que abarca el paradigma nacional, responde a este juego “orgánico-confesional”. Desde esta perspectiva, además de imperar la homogeneidad en los individuos, estos debían ser educados para ser autómatas, “soldados devotos” que defendieran a Dios y a la Patria; “ciudadanos de bien” que protejan la nación, velen por el orden y respeten el principio de autoridad. Bibliografía Fuentes primarias Constitución Política de la República de Colombia. Codificación de las disposiciones constitucionales vigentes, hecha por el Ministerio de Gobierno y revisada por el Consejo de Estado, 1886 – 1936. Bogotá: Imprenta Nacional, 1936. CARO, Miguel Antonio. Estudio sobre utilitarismo. Bogotá: Imprenta a cargo de Foción Mantilla, 1869, 316 p. CARO, Miguel Antonio. Escritos constitucionales y jurídicos. Primera serie. (Compilador, Carlos Valderrama Andrade). Bogotá: Instituto Caro & Cuervo / Biblioteca Colombiana, 1986. CARO, Miguel Antonio. Estudios políticos: Primera serie. Bogotá: Instituto Caro & Cuervo, 1990. Fuentes secundarias ACEVEDO TARAZONA, Álvaro y SAMACÁ ALONSO, Gabriel. Manuales escolares y construcción de la nación en Colombia: Siglos XIX y XX. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2013, 310 p. ANDERSON, Benedict. Comunidades Imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México: Fondo de Cultura Económica, 1993, 315 p. BONILLA, Manuel Antonio. Caro y su obra. Resumen de un libro inédito. Bogotá: Ministerio de Educación Nacional / Imprenta Nacional, 1947, 308 p. DÍAZ GUEVARA, Héctor Hernán y TÉLLEZ, Henry Harley. Desarrollo de los conceptos de autoridad, orden y libertad en los textos de Miguel Antonio Caro 1871-1886. Tesis de grado para optar al título de Historiador y Archivista. Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2014, 190 p. GONZÁLEZ, Fernán. Guerras civiles y construcción del Estado en el siglo XIX colombiano: Una propuesta de investigación sobre su sentido político. En: Boletín de Historia y Antigüedades, 24

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CARO, Miguel Antonio. Escritos constitucionales y jurídicos. Primera serie. (Compilador, Carlos Valderrama Andrade). Bogotá: Instituto Caro & Cuervo / Biblioteca Colombiana, 1986, p. 168-169.

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n. 93 (832), ene-mar, 2006, pp. 31-80. GRACIA, Felipe. Los Hijos de la Madre Patria. El hispanoamericanismo en la construcción de la identidad nacional colombiana durante la Regeneración (1878 – 1900). Zaragoza: Institución “Fernando el Católico” (C.S.I.C), 397 p. HELG, Aline. La educación en Colombia, 1918-1957: Una historia social, económica y política. Bogotá: Fondo Editorial CEREC, 1987, 334 p. HENAO, Jesús María y ARRUBLA, Gerardo. Historia de Colombia para la enseñanza secundaria, 3ª ed. Bogotá: Librería Colombiana. Camacho Roldán & Tamayo, 1920, 592 p. HERRERA CORTÉS, Martha Cecilia, PINILLA DÍAZ, Alexis y SUAZA, Luz Marina. Identidad nacional en los textos escolares de ciencias sociales. Colombia 1900 – 1950. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 2003, 208 p. LECHNER, Norbert. Orden y memoria. En: SÁNCHEZ, Gonzaloy WILLS OBREGÓN, María Emma (comp.). Museo, memoria y Nación. Misión de los museos nacionales para los ciudadanos del futuro. Bogotá: Ministerio de Cultura / Ministerio de Educación / Universidad Nacional / PNUD / ICANH, 1999, 483 p. MARTÍNEZ, Frédéric. El nacionalismo Cosmopolita. La referencia europea en la construcción nacional en Colombia, 1845-1900. Bogotá: Banco de la República / Instituto Francés de Estudios Andinos, 2001, 580 p., p. 494. MORALES, Jorge. Mestizaje, malicia indígena y viveza en la construcción del carácter nacional. En: Revista de Estudios Sociales, n. 1, Bogotá: UNIANDES, agosto, 1998, pp. 39-43. REY ESTEBAN, Mayra Fernanda. La educación militar en Colombia entre 1886 – 1907. En: Revista Historia Crítica, n. 35. Bogotá: UNIANDES, ene. – jun., 2008, pp. 263-294. SIERRA MEJÍA, Rubén (editor). Miguel Antonio Caro y la cultura de su época. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia – UNAL, 2002, 394 p. SILVA, Renán. “La educación en Colombia. 1980-1930”. En: TIRADO MEJÍA, Álvaro (coord.). Nueva Historia de Colombia IV: Educación, ciencia, luchas de la mujer y vida diaria. Bogotá: Planeta, 1989, 389 p. TIRADO MEJÍA, Álvaro. El Estado y la política en el siglo XIX. En: Manual de historia de Colombia, t. II. Bogotá: Instituto Colombiano de Cultura, 1979, p. 372.

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Aportes de los estudios sobre poblaciones indígenas a la historiografía argentina -Graciana Pérez Zavala[Universidad Nacional de Río Cuarto] ([email protected])

Introducción En los últimos 40 años las investigaciones etnohistóricas, de antropología histórica y, en algunos casos, de historia social e historia regional han puesto atención en los vínculos entre hispano-criollos e indígenas desplegados en la Frontera Sur Argentina, extendida desde la Provincia de Buenos Aires hasta la de Mendoza durante los siglos XVIII y XIX. Dichos estudios han complejizado el conocimiento de las sociedades indígenas al explicar tantos sus procesos de etnogénesis como sus vínculos socio-políticos y económicos con las fronteras primero coloniales y luego republicanas. Simultáneamente, han considerado las políticas del Estado argentino para con los indígenas durante su existencia como sociedades soberanas pero también luego de su sometimiento en las expediciones militares de fines de siglo XIX. Esta última perspectiva, que se ha visto desarrollada durante el siglo XXI a partir de las investigaciones de antropólogos e historiadores, problematiza no sólo la pervivencia de colectivos indígenas bajo el modelo de Estado nacional sino también su accionar político durante los siglos XX y XXI. En términos generales, la historiografía dedicada la “historia argentina” ha sido poco receptiva de estos avances conceptuales, metodológicos y de contenido relativos al abordaje de las poblaciones indígenas. En ella aún suele predominar el supuesto de que los procesos que se investigan sobre la historia argentina son de naturaleza diferente a los de la historia indígena como también la presunción de la constante “desaparición” de los últimos según las coyunturas coloniales y republicanas. En este escrito nos interesa problematizar algunos aportes de los estudios sobre poblaciones indígenas a la historiografía argentina. Para ello, primero reseñamos el campo disciplinario en el que se sitúan las investigaciones mencionadas. Posteriormente, efectuamos una escueta síntesis de las principales producciones sobre indígenas relativas a la antigua Frontera Sur Argentina1 pensando en su contribución para la historiografía argentina.

Los estudios sobre poblaciones indígenas: entre la historia social y la etnohistoria En una conferencia ofrecida en 1970, el reconocido historiador inglés Eric Hobsbwm advertía sobre las dificultades de definir a la “historia social”. A Grosso modo, su nombre se empleaba con tres sentidos, a veces coincidentes entre sí. Una primera forma de denominación refería a la historia de las clases pobres o bajas, y más concretamente a la historia de los movimientos de los pobres. Esta perspectiva, que también incluía la historia de las 1

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Cabe aclarar que por cuestiones de espacio, aquí omitimos las investigaciones vinculadas a la historicidad de los indígenas de otras áreas del actual territorio argentino (NOA, Gran Chaco, etc.). También dejamos de lado la historiografía alusiva a los pueblos de indios en tiempos coloniales. En términos generales, la bibliografía referenciada corresponde a la Frontera Sur Argentina durante el siglo XIX.

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ideas y de las organizaciones obreras y socialistas, aún tiene fuerza argumentativa. Una segunda vertiente se vinculaba con el abordaje de diversas actividades humanas habitualmente clasificadas a partir de términos tales como “maneras”, “costumbres” o “vida cotidiana”. Su mirada estaba puesta en la búsqueda de “la visión residual de la historia social”. Finalmente, la denominación de historia social se pensaba en combinación con la “historia económica”. Este enfoque se interesaba en la estructura y los cambios de la sociedad, y especialmente, en la relación entre las clases y los grupos sociales (Hobsbwm 1998:84-85). Hobsbwan (1998:86) continuaba su análisis señalando las dificultades de cada una de estas visiones para producir un campo académico especializado. Sin embargo, esclarecía su pensamiento al indicar que la historia remite al estudio de la totalidad, razón por la cual “la historia social nunca puede ser otra especialización como la historia económica u otras historias con calificativo porque su tema no puede aislarse”. Por el contrario, es necesario preguntarse hasta qué punto el tema de los historiadores “es o debería ser meramente la ciencia de la sociedad en la medida en que se ocupa del pasado” (Hobsbwm 1998:88). En la Argentina, el desarrollo de la historia social presenta variaciones en su enfoque según se considere la influencia teórico-metodológica de los marxistas ingleses o de los representantes de la Escuela de Annales (Francia) de la segunda y tercera generación. Simultáneamente, los avatares políticos, económicos y sociales acontecidos en el país durante el último medio siglo impactaron en las posibilidades de elección de las temáticas de estudio histórico como también en el curso de las líneas de investigación. En forma de balance puede decirse que la historia preocupada por el movimiento obrero y por los “de abajo” tendió a quedar solapada en una diversidad de enfoques vinculados a la discusión sobre la pertinencia del concepto de clase obrera o sectores populares, a los estudios en torno a las condiciones materiales de la existencia, al género, a la etnicidad y a la historia reciente, entre otros tópicos (Campione 2002; Iñigo Carrera 2006; Suriano 2006; Miguez 2008). Si bien en los abordajes actuales de la historia social la etnicidad figura como tema, su lugar remite mayormente a las problemáticas inmigratorias. Las indagaciones sobre indígenas todavía continúan teñidas por la historiografía del siglo XIX y por sus reactualizaciones a lo largo del siglo XX en la que predominó un discurso bélico, de conquista del territorio, culturalista y ahistórico que legitimó el silenciamiento de estas poblaciones2. En este contexto, la etnicidad suele ser entendida como sinónimo de salvaje bárbaro, folklore, supervivencia cultural o inclusive restos arqueológicos. Según Mandrini (2013:12), fue recién a partir del retorno de la democracia, en 1983, cuando comenzó en la Argentina una producción colectiva preocupada por estudiar a tales poblaciones desde una mirada histórica. Este acercamiento a las sociedades indígenas implicó varias rupturas con la historiografía precedente. La primera remite a la relación entre historia y antropología, en cuanto la última había desplegado conceptos y técnicas para el conocimiento de dichas poblaciones, pero con perspectivas generalmente ahistóricas. La segunda está ligada a la búsqueda de los historiadores de extender los límites impuestos por la historiografía nacionalista, que incluía en las demarcaciones físicas y políticas de cada “nación” toda la historia preexistente, entre ella la de los pueblos indígenas. La tercera ruptura, corresponde a la temporalidad, es decir, ¿qué periodización adoptar en la construcción de esa historia indígena? Si bien resulta cómodo emplear la cronología de los períodos 2

El listado de producciones es vasto pero pueden indicarse como representativas para el siglo XIX las obras periodísticas, militares y “científicas” de Olascoaga 1940; Racedo 1940; Prado 1960; Barros 1975, Mansilla 1993; Zeballos 2001; Moreno 2004. En cuanto al siglo XX, sólo por mencionar algunos escritos, se destacan los de raigambre histórico- militar (Ramayon 1921; Raone 1969; García Enciso 1979; Walther 1980) y las producciones de antropólogos tales como Félix Outes y Carlos Bruch 1910; Canals Frau 1953; Casamiquela 1965.

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colonial, republicano o independiente, ella dice poco sobre los procesos de permanencia y cambios que operaron en el interior del mundo indígena (Mandrini 2013:14-16). Pese a estos avances de más de 30 años de labor, la historicidad indígena “no parece haber trascendido más allá del estrecho campo de los especialistas” (Mandrini 2013:12). Es decir, buena parte de la historiografía argentina contemporánea reniega de este colectivo como sujeto histórico y político al entender que su examen es materia de antropólogos y arqueólogos. En consecuencia, perviven las omisiones historiográficas (Bandieri 2006a:206-207). Sin duda, al pensar el recorrido de las producciones sobre indígenas debemos considerar el rol central que las mismas tuvieron (y tienen) dentro de los estudios antropológicos, en particular en el campo disciplinar conocido como etnohistoria. De acuerdo a Viazzo (2003) ella nació a partir de antropólogos e historiadores interesados en superar las distancias epistemológicas, metodológicas y/o temáticas de sus disciplinas de origen: la antropología aportaba teorías, efectuaba trabajos de campo en comunidades vivas y analizaba estructuras, a diferencia de la historia que ofrecía base empírica, remitía a trabajos en archivos y ponía el acento en los acontecimientos. Con el correr de los años, la etnohistoria asumió un matiz interdisciplinario, al pensar las problemáticas de poblaciones indígenas en base a las propuestas de la historia, la antropología, la arqueología y la geografía. Durante el siglo XX existieron estudios sobre poblaciones indígenas de NOA, Pampa, Patagonia y Chaco, inclusive en los años ´60 la obra de John Murra impactó teórica y metodológicamente en el quehacer de arqueólogos e historiadores argentinos. Sin embargo, los lineamientos de la etnohistoria empezaron a aplicarse sistemáticamente durante la década de 1980. En 1985 se fundó la Sección Etnohistoria, dependiente del Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Desde este espacio institucional, Ana María Lorandi y Mercedes del Río (1992:10), manifestaron que la Etnohistoria se ocupaba “del otro social”, según la perspectiva de la etnicidad. Con el paso de los años, Lorandi (1998:1), incluyó en ésta a los “otros” occidentales (españoles, por ejemplo) y a sus mutuos procesos de interacción, adaptación y conflicto. Posteriormente, Lorandi y Wilde (2000:42-43), advirtieron sobre el valor de análisis de la estructura social, política y económica de los grupos indígenas y de los cambios suscitados en ellos como consecuencia de las interacciones con el “estado hegemónico”. En la base de estas últimas posiciones se encuentra la problemática sobre la conveniencia o no de aceptar el giro de la etnohistoria o la antropología histórica, teniendo siempre presente su interacción con otras disciplinas. Así, este tipo de estudios posibilitó a los antropólogos incursionar en temas que tradicionalmente eran patrimonio exclusivo de los historiadores (historia política, instituciones e historia del derecho). De igual modo, los historiadores asimilaron la influencia de la antropología en sus preocupaciones por los rituales, lo simbólico o el parentesco. A ella se agrega el impacto de la literatura –a través del análisis del discurso- y de la historia del arte (Lorandi y Nacuzzi 2007: 282-283). Paralelamente, en su tesis doctoral (2011 [1984]), Martha Bechis puso al descubierto las relaciones entre los Estados argentino y chileno y el mundo indígena del área Araucopampeana-norpatagónica. Su análisis partió de entender que la etnohistoria se interesa por las modificaciones de uno por la presencia del otro. Ésta busca dar cuenta de la dinámica interna de cada una de las sociedades que se relacionan entre sí y, especialmente, procura identificar la influencia de la sociedad blanca en la estructura indígena. Desde este enfoque es posible repensar el lugar que la historiografía de los Estados – Nacionales asignó a los indígenas a la vez que su empleo se justifica porque su objeto de estudio está puesto en el “otro social” en contextos de etnicidad, en los que las relaciones entre las sociedades indígenas e hispanocriollas se explican a partir de condiciones de sometimiento y resistencia

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(Bechis 2008, 2010). En el presente son diversos los espacios académicos que impulsan este tipo de abordaje a través de Universidades Nacionales y Centros Académicos emplazados en casi toda la geografía nacional -Mendoza, San Juan, Tandil, San Miguel de Tucumán, Salta, Jujuy, Catamarca, Córdoba, Río Cuarto, Rosario, Neuquén, Buenos Aires, Bahía Blanca y Quilmes(Lorandi y Nacuzzi 2007:287-288). A los lugares referenciados por las autoras debemos agregar Luján, Santa Rosa de la Pampa, Bariloche y Comodoro Rivadavia. Antes de finalizar esta sección debemos advertir que consideramos que, aún cuando las producciones sobre indígenas suelen situarse específicamente en la historia social o en la etnohistoria, su abordaje requiere de los aportes teórico-metodológicos de ambos campos disciplinarios.

Estudios sobre Frontera Sur e indígenas Las investigaciones de etnohistoriadores e historiadores sociales de las últimas décadas tienen como común denominador la intención de explicar la historicidad de los indígenas a partir de los vínculos gestados en la frontera y, en especial, mediante de las relaciones de éstos con los Estados coloniales y nacionales. Es decir, consideran las políticas del Estados para con los indígenas, a la vez que dan cuenta de la multiplicidad de sus acciones durante los siglos XVIII y XIX. De manera sintética, a continuación desplegamos las principales agendas de investigación y temas de debate3. 1. Se asume la existencia de una “gran frontera” que atravesaba los actuales Estados de Chile, Argentina y Uruguay4, razón por la cual los acontecimientos ocurridos en cada tramo adquieren sentido pleno al considerarse el binomio totalidad/particularidad. En territorio argentino ésta se materializaba en un conjunto de fuertes y fortines extendidos desde las pampas bonaerenses hasta los valles mendocinos que procuraron demarcar el límite de la avanzada territorial de los Estado colonial y nacional ante los indígenas. Si bien se han desarrollado una multiplicidad de conceptualizaciones de frontera, existe cierto consenso en definir a la misma más allá de su demarcación militar; es decir, la frontera implica un territorio ampliado que vincula mediante relaciones económicas, sociales, culturales, jurídicas y políticas, tanto conflictivas como de negociación a la población cristiana con la indígena. Buena parte de estas investigaciones asumen la perspectiva de las relaciones, conflicto y/o fricción interétnica esbozada, primero por Barth (1976), y posteriormente por Cardoso de Oliveira (2007)5. Otro grupo en cambio, parte de los postulados de la historia social e historia regional6. 2. Derivado de la aceptación de la existencia de una frontera territorial, se destacan 3

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En esta síntesis dejamos de lado la extensa producción de estudios sobre la frontera propiamente dicha, los cuales incluyen temas tales como reparto y colonización de tierras, rol de los fuertes, situación de los ejércitos de frontera y guardias nacionales; condiciones de vida en la frontera, características de su población, entre otros temas. La mayoría de los autores (León Solis 1991; Pinto Rodríguez 2000; Quijada 2002; Mandrini 2006; Bandieri 2006b; Bechis, 2008, 2010; Reguera 2013) han centrado la relación entre Argentina y Chile. Por su parte, Tamagnini (2006) ha postulado la inclusión de Uruguay dentro de la “gran frontera” en razón de las similitudes en las políticas empleadas por dicho Estado para con los indígenas. Véase por ejemplo: Nacuzzi 1998; González Coll y Fachinetti 2003; Bechis 2008, 2010; Tamagnini y Pérez Zavala 2010; Ratto 2011; Lazzari 2012; Néspolo 2012; Olmedo 2014. Véase, entre otros, Mandrini 1984, 2006; Mases 2002; Bandieri 2006a; Carbonari 1998.

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las discusiones en torno a la condición jurídica de los indígenas. Desde el punto de vista jurídico, Levaggi (2000) distinguió entre los indígenas libres o soberanos y los indígenas sometidos. Mientras los primeros corresponden a aquellos colectivos que lograron resistir los avances de los españoles y de los hispanocriollos al mantener su soberanía política y territorial hasta fines del siglo XIX, los últimos remiten a aquellos conjuntos indígenas que perdieron dicha condición entre los siglos XVI y XVIII. Dentro de las investigaciones que se ocupan de los primeros existen debates en torno a la pertinencia de considerarlos “naciones” y, si es así, en definir su alcance jurídico en los reclamos contemporáneos. Los estudios sobre la diplomacia (los “tratados de paz”) entre las distintas agrupaciones y los gobiernos coloniales, independentistas, provinciales y nacionales constituyen un punto central en este tipo de abordaje, en razón de que ésta posibilita dimensionar el valor de la política y del poder en situaciones de conflicto, negociación y resistencia7. Estos enfoques ponen en cuestión aquella visión tan arraigada en la historiografía argentina según la cual el accionar indígena se sintetiza en el malón. 3. A partir del reconocimiento de la política de los indígenas, los estudios contemporáneos distinguen entre indígenas “enemigos” (quienes concretaban malones sobre las fronteras), “aliados” (aquellos que estaban ligados a las autoridades coloniales/ republicanas a partir de tratados de paz) y “amigos” (vinculados a las autoridades de frontera por convenios y, generalmente emplazados en tierras definidas por éstas) 8. El acontecer histórico hizo que estas condiciones fueran variables, pudiendo un mismo colectivo representar todas las categorías en su estudio diacrónico y sincrónico. En consecuencia, estas investigaciones ponen en evidencia la participación, directa e indirecta, de los indígenas en las guerras de independencia (tanto argentinas como chilenas), en las guerras entre unitarios y federales, en el accionar de las montoneras provinciales ante el Estado en proceso de consolidación, y finalmente, en las propias acciones militares que llevaron a la conquista del territorio de Pampa y Patagonia. Un corolario de estas miradas es la consideración de la permanente movilización de la población de la frontera a la tierra adentro y viceversa, dando lugar a las categorías de cautivos, rehenes, refugiados, lenguaraces y escribientes9. 4. Otro aspecto de estas investigaciones, que incluye también el trabajo de arqueólogos, se vincula con la complejización de la forma de concebir la economía indígena (vista tradicionalmente como parte del modelo predador). Estos estudios advierten sobre el conocimiento y uso estratégico de todo el territorio pampeano y cordillerano en pos del desarrollo de una economía ganadera (caballar, vacuna, ovina y caprina), que incluía el traslado, la cría, el engorde y la comercialización según las posibilidades geográficas y las épocas del año. Ellas actividades asentaban en infraestructura específica (rastrilladas, represas, jagüeles, etc.) y generaban valor de uso y de cambio a través de los cueros y de los tejidos. Su vinculación con los mercados de las fronteras locales (y a través de estás con los puertos chilenos y peruanos) era continuo a través del clásico malón pero también mediante los racionamientos 7

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Además de Levaggi (2000), abordan la problemática diplomática: Briones y Carrasco 2000; Roulet 2004; Delrio 2005; De Jong 2011; Quijada 2011; Pérez Zavala 2004. La historiografía chilena ha estudiado esta cuestión (Bengoa 1985; Foerster y Vergara 1996; Pinto Rodríguez 2000; Zavala Cepeda 2015). Las producciones de Martha Bechis (compiladas en 2008 y 2010) asumen dicho supuesto, al igual que los trabajos Villar (ed.) 2003; Ratto 2011; Tamagnini y Pérez Zavala 2010; De Jong 2015, entre otros. Véase, entre otros: Fernández 1998; Mandrini (ed.) 2006; Varela y Manara 2006; Vezub 2006; Escolar 2007; Tamagnini y Pérez Zavala 2010; Barbuto y De Jong 2012.

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de los tratados de paz y la comercialización con hacendados. Junto a la economía ganadera, se desplegaron prácticas relacionadas a la extracción de sal, al trabajo en platería y, según las regiones y la periodización, al desarrollo de la agricultura de hortalizas y cereales. Finalmente, estas investigaciones destacan la fuerte dependencia de la economía indígena respecto de las economías nacionales y mundial, en particular a partir del ingreso de bienes manufacturados, de plata (a veces bajo la forma de dinero) y de ganado. A ello se agrega el impacto de los avances parciales de la frontera militar sobre el territorio indígena, que afectaban los campos de boleadas.10 5. Otra línea de investigaciones considera el destino de los indígenas sometidos. Una vez desmanteladas desde el punto de vista militar la Frontera Sur Argentina y la Araucanía Chilena–la periodización varía según el tramo provincial consideradolas poblaciones indígenas quedaron a merced de los procesos de despojo territorial y disciplinamiento estatal. En términos generales, hasta hace 20 años en la historiografía argentina, inclusive en los mismos estudios etnohistóricos, predominaba el supuesto de que el fin de la frontera había implicado la desaparición de los indígenas. Esta presunción está siendo complejizada por las discusiones y evidencias que ponen de manifiesto la pervivencia de indígenas en los territorios ocupados por el Estados argentino y chileno como así también sus estrategias durante dicho proceso subordinación. Se destacan aquí los peregrinajes o itinerarios de los “caciques y sus tribus” ante las sucesivas quita de sus tierras. También emergen como tópicos las políticas gubernamentales, militares, eclesiásticas y del empresariado en torno al control y reparto de los indígenas en función de su valor como mano de obra en ingenios, aserraderos, estancias, ciudades o dentro de la propia fuerza del Ejército y la Marina. Asimismo se debate el alcance de inclusión/exclusión en los procesos de ciudadanía propios de fines del siglo XIX y comienzos del siguiente11. 6. Junto a estos planteos emerge aquel que explica el accionar estatal de fines del siglo XIX sobre los indígenas como parte de una política genocida. Debemos aclarar que en la Argentina, el término “genocidio” empezó a utilizarse con el retorno de la democracia de la mano de las organizaciones indígenas (Delrio y Ramos 2011:10), siendo décadas después discutido por historiadores y antropólogos nucleados en la “Red de Investigadores sobre Genocidio y Política Indígena Argentina (RIG)”12. En 2011, la revista Corpus, publicó un debate sobre la aplicabilidad del concepto de genocidio tanto en relación a las acciones del Estado argentino durante el siglo XIX como en los procesos contemporáneos, en especial durante la última dictadura militar. El mismo estuvo coordinado por Diana Lenton, quien en sus reflexiones finales sintetizó “lo que aquí se discutió no es, en realidad, la ocurrencia del genocidio como proceso histórico, sino hasta dónde nos sirve pensar con estas categorías para explicar lo que pasó y lo que pasa” (Lenton 2011:16). En este punto, el debate continúa abierto. 7. En la base de todos los tópicos reseñados, se ubican las discusiones sobre la forma de conceptualizar a las poblaciones indígenas, tanto en momentos en que eran soberanas como luego de su sometimiento. La primera disputa, aún no saldada tanto 10

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Las obras de Palermo 1989; León Solis 1991 y Mandrini 1933 fueron pioneras en este tópico. A ellas se sumaron, entre otros, los estudios de: Piana 1981; Crivelli 1991; Gotta 1993; Ratto 1994; Tamagnini 1998; Villar y Jiménez 2007; Rojas Lagarde 2004; Curtoni 2007; Alioto 2011; Foerster y Vezub 2011; Tapia 2011; Pérez Zavala 2014. Las tesis doctorales de Mases 2002; Delrio 2005; Nicoletti 2008; Ramos 2010; Salomón Tarquini 2012, Nagy 2014 y Lenton 2014 constituyen las expresiones más acabadas de estas indagaciones. Véase entre otros, los artículos y debates compilados por Bayer, 2010; Lenton et. al, 2011 y Lanata, 2014.

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entre organizaciones indígenas como entre académicos, es sobre la pertinencia de la palabra “indio” o “indígena”, en lugar de “aborígenes”, “Pueblos originarios”, “nativos”. En este escrito asumimos el término indígena porque así son denominados en la documentación de los siglo XVIII- XIX producida en la Frontera Sur y, consecuentemente, porque este vocablo, al tener profundidad histórica, posee valor jurídico en los reclamos contemporáneos. En palabras de Rogelio Guanuco13 (presidente de la AIRA) el gobierno argentino no firmó tratados de paz con “nativos” sino con “indígenas” de determinado cacique o nación. Emplear el término nativos equivale a negar toda historia pasada. En segundo lugar, se sitúa aquella discusión sobre el modo de concebir a las sociedades indígenas durante la época de frontera. Siguiendo un extenso debate de la antropología clásica, las mayores diferencias se plantean entre los que las conciben como sociedades igualitarias y/o con incipientes diferencias (tribus) y los que las entienden como sociedades jerarquizadas con desigual distribución de recursos (jefaturas)14. En cambio, como dijimos previamente, existe consenso en la perspectiva de que los indígenas de Pampa, (Nor) Patagonia y Araucanía compartían prácticas económicas, sociales y culturales que tendían a unificarlos, pese a que sus acciones políticas, en estrecha relación con la dinámica de los Estados argentinos y chilenos, producían el efecto inverso. En las tierras orientales de la Cordillera de los Andes de mediados del siglo XIX era posible identificar a los salineros, los indios de Pincén, los ranqueles, los pehuenches y los manzaneros, entre otros. También existe coincidencia en la complejidad de los procesos de etnogénesis y mestizaje que operaron sobre estas poblaciones15. En tercer lugar, emerge la problemática, escasamente debatida, en torno al modo de conceptualizar la condición, especialmente socio-económica, de los indígenas luego de las expediciones militares de sometimiento de fines del siglo XIX. En base a la premisa de que los indígenas desaparecieron o, en su defecto se mimetizaron en el “crisol de razas” del centenario, la historiografía argentina asumió directamente que sus trayectorias de clase siguieron el mismo camino que los pobladores criollos e inmigrantes europeos. Incluso, como indica Tamagno (2011:1) la historiografía de la década de 1970 concibió como “campesinos” a los sectores que habían sido definidos como “indios” sin discusiones sobre sus implicancias. Esta cuestión también remite al problema de estudiar a tales indígenas a partir de una encrucijada, concebida a veces como oposición, entre la continuidad/disolución de la etnicidad y su conversión en trabajadores despojados de los medios de producción en un mercado de trabajo en formación (“trabajadores estacionales/ trabajadores temporales” o “proletarización itinerante”)16. Al decir de la autora citada, lo ocurrido en el siglo XIX con las poblaciones indígenas no muestra cómo a la diversidad la genera la desigualdad, sino por el contrario, remite a la imposición de la desigualdad, la cual conlleva a negar la diversidad como argumento legitimador de expropiación (Tamagno 2011:2). 13 14 15 16

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Fundamentos explicitados durante un debate sobre esta problemática en el III Vuta Travunche del pueblo ranquel, en Santa Rosa (Provincia de la Pampa, Argentina), 22-25 de noviembre 2014. Bechis (2008, 2010, 2011) es la principal referente de la postura que las concibe como tribus en tanto que Mandrini (1984) abona la posición de las jefaturas. Véase entre otros: Operé 2001; Bocarra 2002; Martínez Sarasola 2005; Bechis 2008; 2010; Aguerre 2009. Para el primer aspecto se destacan las posiciones de Delrio 2015, Escolar 2007, Ramos 2010. En cuanto a la segunda línea se incluyen las investigaciones de Balazote 1999, Salomón Tarquini 2010, Nagy 2014.

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8. Finalmente, debemos apuntar que en las indagaciones sobre la historia indígena se requieren desplegar un abordaje particular a las fuentes. El mismo tiene que ver, por una parte, con las dificultades de disponer de documentos que traten sobre el mundo indígena y, especialmente, que hayan sido producidos por éstos17. Lo constante son la escases y la fragmentación por lo que buena parte de las temáticas sólo pueden ser aprehendidas a partir de “indicios” (Ginzburg 1999), en particular aquellas en donde está ausente la intervención de la sociedad hispano-criolla. Por otra parte, y en estrecha relación a lo expresado, la documentación de frontera está atravesada por el entocentrismo de la última sociedad vehiculizado tanto en la lengua (castellano) en la que fue escrita como en la concepción de mundo que ella impone sobre los indígenas. Estos obstáculos más que pensarse como límites en las investigaciones se asumen como verdaderos desafíos, siendo su mayor expresión el conocimiento logrado sobre la historicidad de las sociedades indígenas en los últimos años.

Para finalizar Un aspecto fundamental en las discusiones historiográficas contemporáneas es su tendencia a la interdisciplinariedad y a los estudios comparativos. Las investigaciones recurren a abordajes provenientes de la historia, la antropología, la lingüística, la arqueología y la geografía, situación que conduce a la complejización permanentemente de los planteos teóricos, metodológicos y relativos al uso de las fuentes. A ello se agrega la consolidación de equipos de investigación de distintas universidades y centros de estudio, abocados al análisis pormenorizado de los diferentes períodos y tramos territoriales en pos de la identificación de cambios y permanencias, como también de particularidades y generalidades en las temáticas estudiadas. En este sentido, consideramos que las investigaciones sobre la Frontera Sur y la historicidad indígena han logrado vincularse entre sí, generando un campo de conocimiento amplio, complejo y crítico. Sin embargo, su producción lejos de buscar dialogar con otros campos de investigación histórica, se concibe y reproduce de manera endógena. En este punto, y de manera muy preliminar, radica nuestro aporte.

Referencias bibliográficas AGUERRE, A.M. 2009 Genealogías de familias tehuelches-araucanas de la Patagonia central y meridional argentina. UBA. Buenos Aires. ALIOTO, S. 2011 Indios y ganado en la frontera. La ruta del río Negro (1750- 1830). Centro de Documentación Patagónica, Universidad Nacional del Sur, Prohistoria, Rosario. BALAZOTE, A. 1999 “Relaciones entre capital y trabajo en grupos mapuche de norpatagonia”. En NAROTZKY S. (Comp.) Antropología y Economía Política. FAAEE. Santiago de Compostela. BANDIERI, S. 2006a “La frontera como construcción social en la Patagonia: síntesis de una experiencia de investigación regional”. Si somos Americanos. Revista de Estudios Transfronterizos. Vol. VIII, N°1: 171-188. BANDIERI, S. 2006b “Viejos espacios, nuevas historias… La Patagonia en la historiografía argentina contemporánea”. L´Ordinaire Latino- Américan, N° 203:203-220. BARROS, A. 1975 Indios, fronteras y seguridad interior. Solar /Hachette. Buenos Aires. BARBUTO, L. 17

Aquí solo mencionamos algunas ediciones de documentación que remite estrictamente a poblaciones indígenas: Hux 2004; Duran 2006; Tamagnini 2011 [1995]; Villar y Jiménez 2011; Zavala Cepeda 2015.

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Aspectos historiográficos y teóricos argentinos en torno al fútbol Las miradas de Eduardo Archetti, Pablo Alabarces y Julio Frydenberg -Maximiliano Martinez[Facultad de Filosofía, Humanidades y Artes; Universidad Nacional de San Juan. Instituto de Formación Docente Continua-San Luis] ([email protected])

Introducción La temática del fútbol, ha sido abordada principalmente desde enfoques deportivos, en artículos de diarios, revistas, radios y televisión y, casi siempre, desde ópticas locales y/o provinciales. Teniendo en cuenta que estos estudios parciales contemplan historias de clubes, historias de campeonatos, campañas, etc. Por otra parte, los estudios académicos se han afrontado de manera mayoritaria desde enfoques sociológicos y antropológicos, faltando la mirada y el análisis de la historia del fútbol en Argentina, el cual constituye una deuda para los historiadores que no han incursionado en esta materia. Este tema se encuentra, por lo general, relacionado a otros tópicos que desde lo cuantitativo interesan por lo estadístico de los torneos, campeonatos y/o transferencia de jugadores. De ahí que con esta propuesta se aborda un objeto de investigación que ha merecido poca atención por parte de los círculos académicos. No sólo de aquellos que se dedican a estudiar la práctica deportiva, como es el caso de la educación física, o como los que se proponen estudiar al hombre en el espacio y en el tiempo, en sus más variadas actividades, como en la Historia. Un gran sector de científicos de las Ciencias Sociales no consideran al deporte como un objeto de estudio que pueda mostrar las representaciones de las relaciones sociales que, fuera de la lógica deportiva, parecen excluyentes, como la competición y la cooperación o el conflicto y la solidaridad. Es justamente, por abrir esta posibilidad de análisis que podemos pensar al deporte como un objeto de la Historiografía.

Algunas perspectivas Sobre el fútbol y el deporte se ha escrito mucho, ya sea desde el periodismo, la literatura o la afición. Entre los escritores de ensayos, artículos o libros pueden citarse autores conocidos públicamente. Basta recordar, por ejemplo, que Juan José Sebreli, conocido ensayista y fundador de la Revista Contorno, escribió en los años 60 un texto muy difundido sobre el fútbol desde una perspectiva sociológica y con una mirada negativa; así como Eduardo Galeano, también conocido ensayista, ha expuesto sus impresiones sobre el mismo tema desde la reflexión, la literatura, con metáforas y recursos estilísticos en una constante exaltación del mismo, pero con una mirada positiva, diversificada y con valoraciones opuestas. Los

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nombres de Juan José Sebreli y de Eduardo Galeano nos hablan de autores conocidos en el medio cultural e intelectual argentino. Vale decir, que el fútbol fue objeto de análisis en el campo de la cultura, en este caso citado de la cultura escrita. El fútbol no es un tema o un objeto de estudio sólo de aficionados, de deportistas o de periodistas deportivos sino que los llamados o autodenominados intelectuales han participado y participan activamente del análisis del mismo. De lo académico, el fútbol y el deporte se convierten en un objeto de estudio, y de manera muy acotada, en los últimos años. Los trabajos pioneros, y claramente reconocidos en el campo científico argentino, fueron los del antropólogo Eduardo Archetti. Científico exiliado en Suecia, que retornaba cada tanto al país para divulgar sus estudios sobre el fútbol, el polo y el boxeo, en universidades y centros de investigaciones, así como la publicación de artículos de sus estudios en revistas académicas , “Desarrollo Económico”, “Revista Prismas”. Archetti se convirtió en la década de 1990 en el gran referente académico sobre la historia del deporte argentino. Eduardo Archetti comparte encuentros científicos con Pablo Alabarces, sociólogo y especialista en estudios culturales, éste lo toma como referente para realizar su doctorado sobre el deporte y el fútbol en la Universidad de Leicester en Inglaterra. Pablo Alabarces, luego de la muerte de Archetti, es una de las figuras más visible y convocada en el campo académico de habla hispana (y por los medios de difusión masiva). Como se puede advertir son investigadores ajenos al campo de la historia los que inician los estudios sobre la historia del fútbol en Argentina, pero también en otras partes. Esto nos impulsa a enfocar nuestra mirada teórica desde el campo de la Antropología y de la Sociología y no sólo sobre el de la Historia. La propia investigación nos obliga a ceñir el análisis al campo específico de la sociología del deporte y del fútbol. A su vez, acotamos los trabajos a ciertos sociólogos internacionales como son Norbert Elias-Eric Dunning y Pierre Bourdieu. El objetivo de este capítulo consiste en indagar las siguientes cuestiones: primero, de qué forma los investigadores del fútbol y del deporte impusieron el tema en el espacio académico, y más específicamente en el campo de la Sociología. Segundo, de qué manera ésto se debe a la política académica, y cómo los estudios del deporte hacen política académica imponiendo el tema del fútbol y del deporte en ese espacio científico. Tercero, cómo se institucionaliza la sociología del deporte y hasta coloniza otros campos, basta recordar que en la carrera de periodismo de la Universidad Nacional de La Plata, existe la cátedra Sociología del Deporte, cuyo titular es Alabarces. Estas cuestiones orientan este trabajo.

La expansión de los estudios sociales y culturales del deporte. El caso de Argentina en los trabajos de Eduardo Archetti, Pablo Alabarces y Julio Frydenberg Eduardo Archetti, el pionero Eduardo Archetti (1943-2005) antropólogo y sociólogo santiagueño es considerado uno de los principales científicos sociales de América Latina, por sus investigaciones en temas relacionados al deporte, la cultura y los imaginarios colectivos. En nuestro caso, el trabajo que nos concierne para nuestro trabajo será el artículo “El Deporte”, presentado en el Tomo IX de la Nueva Historia de la Nación Argentina, coordinada por Miguel Ángel De Marco.

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En “El Deporte”, Eduardo Archetti se sitúa desde el año 1914 para explicar la cantidad de deportes introducidos por los ingleses en la Argentina desde el S XIX hasta el año anteriormente citado. Durante este período pruebas hípicas argentinas fueron reemplazadas por deportes ecuestres británicos, habiendo una “selección de prácticas que hicieron posible la expresión de identidades no sólo masculinas sino de clase”1 Y es aquí donde estos deportes ingleses son afines con la construcción de los estados nacionales y la internacionalización de intercambios culturales. Desde esta perspectiva se podría pensar que los deportes forman parte de una tardía consolidación cultural del Estado Nacional, desde ese intercambio con una potencia con intereses solamente económicos, principio de esta relación, a mediados del S XIX. Aunque, también no hay una consolidación del Estado Argentino, ya que está en una constante construcción desde lo cultural influido por lo que se intenta imponer y las resistencias a esa imposición. La masculinidad es una construcción simbólica moderna, del cuerpo y el alma, de la moralidad y le estructura corporal. Símbolos que deben ser garantizados por el Estado y la sociedad civil. Dos modelos compiten en esta construcción: el de la gimnasia, de influencia prusiano-germano, y el del deporte de equipos, de ascendencia británica. El primero tendrá como centro neurálgico la escuela y el ejército, mientras que el segundo a los espacios públicos y la creación de entidades deportivas, los clubes. Por ende, según Eduardo Archetti, el deporte en la Argentina se podría asociar al desarrollo de las sociedades civiles ya que los clubes generan espacios de autonomía y participación al margen del Estado. El deporte de equipo dentro de estas instituciones permitirá un espacio de movilidad social desde lo simbólico. Lo simbólico será la significación de los deportistas, hombres, con la institución y quizás no con las instituciones del Estado, por una virtual libertad y posibilidad de reconocimiento. Lo “nacional” comenzará a arraigarse fuera de las fronteras de la Argentina, participando directamente en una globalización del deporte; los Juegos Olímpicos primeramente, y luego la intervención en competencias donde comenzamos a ser “los mejores del mundo”. “El deporte pasa a ser así un espejo en donde verse y ser al mismo tiempo, mirado”2. Este comienza a ser un espacio constructivo de imaginarios, símbolos y nuevos héroes, aquí, en el campo deportivo, hay reglas universales y las prácticas son uniformes, donde el resultado impulsa la diferenciación del otro. Lo nuevo y lo tradicional es una hibridez mestiza donde se mezcla lo colectivo y lo individual, lo rural y lo industrial, lo nacional y lo internacional. En la construcción de estos símbolos e imaginarios desde el deporte Archetti se interesa por los deportes colectivos: fútbol y polo y deportes individuales: automovilismo y boxeo. Justamente en estos deportes masculinos, donde lo viril y el coraje son los símbolos constructivos de estas imágenes heroicas, los protagonistas muchas veces son representantes de las clases populares de aquel momento y donde los medios de comunicación como las revistas, diarios y la radio, cumplen un papel decisivo en esa construcción simbólica. Su análisis con referencia al fútbol comienza en el año 1914, cuando Racing Club de Avellaneda3, considerado el primer club eminentemente criollo, obtiene por primera vez el campeonato de primera división. A partir de este momento los clubes británicos como Alumni pierden su peso futbolístico. Esta fecha es la fundación del proceso de criollización4 de un de1 2 3 4

ARCHETTI, Eduardo, El deporte. En: NUEVA HISTORIA DE LA NACIÓN ARGENTINA, Coordinador: Miguel Ángel De Marco. Buenos Aires, Planeta, 2002. Pág. 305 Ibídem, Pág. 306 Ibídem, Pág. 306 Nota: Criollización en Archetti no es nacionalización, sino la conjunción metafórica del término don-

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porte netamente británico. Por lo tanto este hecho conforma un espacio imaginario desde el cual se ajustaran patrones del nacionalismo deportivo argentino; como modelos simbólicos criollos opuestos al británico. Un discurso pensado y puesto en práctica desde la alteridad. Las formas de juego, de comprensión, de práctica y de movimientos en sí, serán el pilar desde donde se construirá este modelo. Durante este proceso, 1914-1983, el deporte argentino y el fútbol, se incorporaron al contexto internacional de competiciones y favorecieron la expansión del tiempo libre a nivel nacional. El deporte, gracias a “los medios de comunicación masiva”5, construyó un conjunto de símbolos, héroes y mitos que se vuelve posible por la popularización del deporte como espectáculo público. “La Argentina exporta cuerpos, caras, gestos y eventos deportivos y a partir de ellos una imagen de lo nacional se construye al mismo tiempo, afuera y adentro”6. Eduardo Archetti busca demostrar la presentación de las prácticas deportivas como base de lo nacional en algo complejo y muchas veces contradictorio que pueden ser tanto individuales como de clase7. El polo es terrateniente, pero practicado en sus principio por los peones de las estancias; el automovilismo burgués pero simbolizado con el campo argentino, los chacareros; el boxeo, supuestamente popular pero ejercido por las clases marginales, el fútbol policlasista, pero originado en la high society comercial británica de finales del S XIX. Durante el período 1914-1955, el Estado se apropia lentamente del deporte, los deportistas y los equipos que representan al país, llegando a su máxima expresión con el Peronismo en el poder, para luego, a partir de 1955 hasta 1978, la relación entre nación y deporte se disipa teniendo algunas preponderancias durante la Revolución Argentina con Valentín Suárez y la federalización del fútbol.

Pablo Alabarces. La Patria desde el fútbol Pablo Alabarces es considerado el científico social más mediático de la Argentina que estudia el fútbol desde el campo académico. La posición que tiene, y ha logrado, en los medios de comunicación masiva ha permitido que el deporte y el fútbol sean un tema de análisis y discusión mucho más popular de lo que se pudiese llegar a pensar. Su principal estudio, “Fútbol y Patria”8, ha sido una de las principales obras desde las que se debe comenzar a estudiar el fútbol en Argentina. Si bien, Pablo Alabarces no fue el primero, recordemos a Archetti, es el referente en el campo y quién, de una manera u otra, impone las pautas de análisis para este tipo de temáticas. El trabajo tiene como principal problemática las maneras en que se había construido y modificado la relación entre el fútbol y las narrativas nacionales en la Argentina a lo largo del S XX. Este análisis marcaba, a fines del S XIX y comienzos del XX, que el papel central que el fútbol había cumplido en los relatos nacionalistas populares se había modificado en la cultura argentina, para pasar a ocupar un lugar distinto, no por eso menos significativo. A partir de allí, el relato nacionalista quedó a cargo solo de los medios de comunicación, que nombraban una representación nacionalista del fútbol sin eco en sus públicos.

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de interactúan la influencia de la inmigración y los habitantes autóctonos de la República Argentina. Ibídem, Pág. 306 Nota: Fuentes en las cuales Archetti cimenta su investigación (Principalmente Diarios y Revistas) Ibídem, Pág. 329 Ibídem, Pág. 330 ALABARCES, Pablo, Fútbol y Patria. Buenos Aires, Prometeo, 2002. Este libro es la adaptación de su tesis doctoral, realizada en la Universidad de Brighton en el año 2001.

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El nacionalismo deportivo es, antes que nada, un género de los medios de comunicación que vieron en él una beta de formación de opinión, construida desde la pasión, dirigida a la sociedad que consume este tipo de información. “Una retórica estable, juegos metafóricos reiterados hasta la saciedad, un repertorio de lugares comunes –entre los que la “pasión” es el principio organizador–; pero además, la relación entre los discursos mediáticos locales y las retóricas globales, en tanto los grandes auspiciantes deben “nacionalizar” –una operación imposible e increíble– sus publicidades globales”9. Los modos en que el nacionalismo deportivo se ha transformado, entonces, en una ruidosa “mercancía” de los medios de comunicación masiva. Los inmigrantes europeos, los migrantes internos y las clases sociales deprimidas económicamente, vieron en este relato integrado “una posibilidad de ascenso social”10. También este discurso permitía la inclusión a una sociedad que basada en aparatos estatales (la escuela) y con relatos de identidad intentaron inventar y mostrar una Argentina moderna. Con el avance neoliberal que se da desde la década de 1970 y el giro hacia la exclusión y marginalización se encuentra una crisis de legitimidad y financiamiento de la escuela pública, que la desplaza como principal símbolo del relato de inclusión estatal y de la cultura del trabajo. “El retiro del Estado ha privado a la población (especialmente a las clases populares) de su cobertura de servicios (educación, salud, agua, electricidad, gas, vivienda) sin la existencia de algún mecanismo compensatorio (alguna cobertura de desempleo)”11. Ante la ausencia de políticas de inclusión las posibilidades de inserción de estas clases encuentran un espacio de identidad e inclusión en el fútbol que solo pide pasión a cambio de pertenencia. “El fútbol, ahora expansivo e indetenible, máquina de capturar sujetos –públicos- e interpretarlos como hinchas, aparece como la única forma posible al parecer de la ciudadanía”12. Alabarces pretende producir hipótesis que interpreten la cultura contemporánea argentina desde el fútbol. Entender “la patria desde el fútbol”. Efectúa un análisis y descripción histórica desde distintas posiciones teóricas. La historia es central en su trabajo y “parece ser que cualquier sociología de la cultura apropiada debe ser una sociología histórica”13. Los teóricos Pierre Bourdieu, Eduardo Archetti y Julio Frydenberg son centrales en la investigación realizada por Pablo Alabarces. Construye su temporalidad desde la formación de un campo deportivo (Bourdieu) argentino a través del tiempo; una identidad nacional vinculada directa o indirectamente a los instrumentos del Estado (Archetti) dentro de ese campo y una periodización parcial de la historia del fútbol argentino (Freydenberg) para enmarcar la construcción de la narrativa y los medios de comunicación masiva en relación con el fútbol. “Las narrativas nacionales futbolísticas tienen distintos enunciadores y en la mayoría de los casos no son estatales en el sentido de que su relación con el Estado es por lo menos discontinua y de una autonomía relativa”14. En la fundación de estas narrativas nacionales, el Estado tuvo un papel preponderante e influyó con pluralidad sobre diferentes aspectos, tanto institucionales públicos como 9 10 11 12 13 14

ALABARCES, Pablo, Peligro de gol. Buenos Aires, CLACSO, 2005. Pág. 24 ALABARCES, Pablo, Fútbol y Patria. Buenos Aires, Prometeo, 2002. Pág. 21 Ibídem, Pág. 21 Ibídem, Pág. 22 Ibídem, Pág. 23 Ibídem, Pág. 201

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privados, la escuela, la radio, el cine, los intelectuales, los clubes etc. Mientras que hoy esa preponderancia y popularidad ha sido tomada por el mercado y los medios de comunicación masiva, principalmente la televisión, “único constructor de una simbólica nacionalidad”15. El Estado neoliberal no construye políticas de inclusión ciudadana, ni incluye a los sectores marginados de la sociedad, pero la televisión, de forma simbólica e imaginaria, si. La televisión profesa la creación de nuevos ciudadanos, pero en realidad crea consumidores. El futbolista, exitoso económicamente, pasa a ser uno de los modelos de ciudadanía que se encaja en la cotidianeidad de la sociedad necesitada de soluciones. Referente de consumo y materialismo que dividen a la sociedad desde una identidad tribal y otra nacional. Esta nueva resignificación de lo nacional, tensionada y contradictoria, no señalan la perduración de un discurso, sino que invisivilizan los problemas. Esta división permite la incorporación de nuevos modelos desde el consumismo. Por eso, el fútbol reúne en este caso todas las características y pasos para ejemplificar este proceso de cambio narrativo y de lucha dentro del campo. En conclusión, para Alabarces, “el fútbol no es una máquina cultural de nacionalidad posmoderna, esa máquina es la televisión”16. El fútbol es tan solo un canal, el más exitoso, de conducción para la construcción de esta nueva narrativa consumista que genera identidad desde nuevas prácticas sociales.

Julio Frydenberg. El fútbol desde la Historia El libro, “Historia social del fútbol. Del amateurismo a la profesionalización” de Julio Frydenberg17, constituye, desde su mirada, uno de los fenómenos medulares de la cultura popular argentina del S XX, capaz de enunciar aspectos tan diversos como las identidades y las prácticas sociales, la conformación de una sociedad de masas o la ampliación de la participación política. Parte de esta primera investigación plantea la necesidad de reconocer y discutir esa presencia de la cultura popular desde el fútbol. El objetivo del libro es revisar el lugar ocupado por el fútbol y el espectáculo del mismo en la conformación de los hábitos, sentimientos, creencias y valores de los sectores populares de la ciudad de Buenos Aires a lo largo de las primeras tres décadas del S XX. En esta línea, se podría decir que el libro trata de mejorar la mirada de aquel proceso a partir de una perspectiva poco explorada, dando cuenta de las formas en que tanto la práctica del nuevo deporte como el emergente del espectáculo futbolístico influyeron sobre la cultura de los sectores populares. El libro, que está basado en su tesis para obtener el título de “Doctor en Historia” dirigido por Juan Suriano, se encuentra ordenado en dos grandes secciones y un breve epílogo, siguiendo un orden cronológico. La primera sección abarca la primera década y media del S XX y analiza los inicios del deporte y los procesos de popularización de su práctica, surgimiento y masificación del espectáculo futbolístico. La segunda sección se ocupa de los cambios ocurridos en la década del veinte, centrándose en las relaciones que se comienzan a dar entre el fútbol y el crecimiento urbano, los 15 16 17

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Ibídem, Pág. 202 Ibídem, Pág. 208 Nota: Es Profesor y Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Es miembro fundador del Área Interdisciplinar de Estudios del Deporte de la Universidad de Buenos Aires.

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barrios; como así también el papel jugado por los medios de comunicación masivos de la época, la institucionalización del fútbol y el análisis del estado de las actitudes y creencias de los jugadores y el público hacia fines de la década del 30 y comienzos de la del 40. Por último, el epílogo sirve como espacio de síntesis y reflexión sobre el trabajo y propone algunas posibles líneas de investigación a futuro. El relato comienza a fines del S XIX, con la introducción del fútbol en el país a través las instituciones educativas inglesas. Frydenberg realiza una revisión por encima y de forma general de este primer momento, para luego pasar a plantear uno de las hipótesis de la investigación: ¿cómo se transformó el fútbol de un evento de poca relevancia en uno tan atractivo? De esta forma una actividad propia, en la década de 1890, de la aristocracia porteña de ascendencia inglesa, se convierte en un fenómeno cultural masivo, que implica una multiperspectividad de ámbitos que genera prácticas y valores de autorepresentación en las clases populares. “La incorporación del fútbol al mundo privado, familiar y cotidiano”18. Es entonces cuando aparece en escena el actor principal de su Historia Social del fútbol: la juventud masculina proveniente de los sectores populares. La popularización del fútbol estará fuertemente ligada a la progresiva y veloz apropiación, según Archetti, del nuevo deporte por parte de un creciente número de jóvenes varones que habitan en la ciudad. Julio Frydenberg usa el término sectores populares19 en contraposición de los sectores dominantes u hegemónicos para intentar una mejor comprensión de un fenómeno como el del fútbol, que atraviesa diversas clases sociales. El fútbol se convierte para las clases populares en uno de los principales canales a través de los cuales producir nuevas formas de expresión e identificación. Formas que se alejan de los tradicionales criterios de clase y de aquellos de origen inmigratorio. Otras de las hipótesis del trabajo plantea que “la popularización de la práctica del fútbol estuvo asociada, fundamentalmente, a los inicios del espectáculo y a la aparición del deporte en los periódicos”20 y aquí es donde hace referencia a la documentación de base, el diario “Critica” de Buenos Aires entre 1903 y 1908, y la revista “El Gráfico”, durante la década 1920, como responsables directos de los nuevos jugadores y que sirvieron como un espacio central para hacer oír sus propias voces. En cuanto a la búsqueda del origen del fútbol en instituciones políticas y la iglesia, utiliza los archivos de los Salesianos (Archivo Colegio Pio IX). Para la investigación de la actividad física, recurre a las guías metódicas del Ejército Argentino así como “El Monitor” de la Educación Común. El eje de la investigación se mantiene en la propia creatividad y acción de esa juventud que crece y se identifica a la par y con el fenómeno del fútbol, en donde el entretenimiento se transforma en una actividad que exige un compromiso emocional y físico. El fútbol despierta en estos jóvenes las pasiones propias de una causa política, convierte sus rivales en “enemigos” y los lleva a involucrarse en una verdadera militancia futbolera. Julio Frydenberg analiza meticulosamente que el fútbol “es mucho más que el resultado de una competencia deportiva, puesto que el fútbol era un compendio de infinitas series de elecciones morales”21.

18 FRYDENBERG, Julio, Historia Social del Fútbol. Del amateurismo a la profesionalización. Buenos Aires, Siglo XXI, 2011. Pág. 18 19 Ibídem, Pág. 45 Ibídem, Pág. 19 20 21 Ibídem, Pág. 20 547

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El modelo inglés del “fair play” involucraría otros valores -como la guapeza, la virilidad, el coraje y, fundamentalmente, el honor-, dando forma a un estilo cultural generacional. Pero el proceso de popularización del fútbol no sucede en el vacío, sino en un escenario real y concreto que es el de una ciudad en vertiginoso crecimiento. Y es sin lugar a dudas en la presentación y el análisis de esa relación, casi simbiótica, que se establece entre el fenómeno futbolístico y la construcción de nuevos espacios urbanos. La hipótesis principal, es que el nuevo deporte constituyó un elemento insoslayable en el proceso de formación de las identidades barriales. Esto fue así gracias a la gran flexibilidad del fútbol, que le permitía articular magistralmente el instante y la excepcionalidad del ritual dominguero con la regularidad y la cotidianeidad de la vida diaria. Pero principalmente porque dio lugar a la aparición del hinchismo, ese fenómeno por el cual el público dejó de ser un simple espectador pasivo y comenzó a sentirse un protagonista activo y de alguna manera, el verdadero dueño del espectáculo. De esta forma, el fútbol fue uno de los ámbitos de creación de un orden simbólico asociado a lo barrial, cristalizado en una cierta noción del estilo de juego y el tipo de jugador propiamente argentinos donde lo esencial y común era la experiencia del mundo pequeño, local y urbano del barrio. “Estos aspectos, sumados al desarrollo urbano, la construcción de grandes estadios y el despegue de la prensa popular deportiva, produjeron el pleno desarrollo del espectáculo futbolístico durante la segunda mitad de la década de 1920. La coronación del proceso ocurrió cuando el jugador pasó del estatus amateur, o mejor del profesionalismo ilegal o “marrón”, a la profesionalización legal”22. Esta profesionalización, permitió el ascenso individual de los jugadores y el único medio posible de escape. Esta necesidad fue percibida por los clubes más poderosos y generó un conflicto en la contratación de los jugadores más talentosos. También, el fútbol y el barrio comenzaron a generar nuevas identidades diferenciando a los iguales desde la horizontalidad23, sin darle importancia a las identidades de clase económica. Julio Frydenberg consigue insertar la historia del fútbol en procesos más amplios que la condicionaron y definieron.

Últimos trabajos Si bien hoy el campo de los estudios culturales sobre el deporte, y el futbol en nuestro caso, se ha ampliado con investigaciones que van desde el análisis de procesos políticos culturales nacionales a través del mismo, el caso de Raanan Rein con sus dos trabajos: “Los bohemios de Villa Crespo” estudio que busca explicar el peso simbólico y representativo de uno de los clubes más importantes de la Capital Federal, Atlanta, para la comunidad israelita, explorando la integración social de inmigrantes semitas y de sus descendientes en la vida cotidiana porteña. Primero, por medio del fútbol estos inmigrantes encuentran la forma de volverse argentinos y luego la pertenencia al club les permitirá mantener sus rasgos culturales desde un nicho familiar simbolizado en el club. Esto permite entender como por medio del futbol ofrece un ejemplo perfecto de la canalización de la afirmación identitaria y integrarse a un colectivo más amplio como lo es el del Estado; y “La cancha peronista”24 que

22 Ibídem, Pág. 261 23 Ibídem, Pág. 271 24 REIN, Rannan, Los bohemios de Villa Crespo. Judíos y fútbol en la Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2012 y REIN, Rannan (Comp), La cancha peronista. Buenos 548

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constituye un importante aporte sobre la influencia del peronismo sobre el fútbol y del fútbol sobre el peronismo en sus dos primeros gobiernos (1946-1955). Sostiene que el primer peronismo representó, en muchos aspectos, una continuidad y no una ruptura en la historia política y social argentina arrojando nueva luz sobre las presiones políticas ejercidas sobre los diversos clubes así como sobre los enfrentamientos internos entre peronistas y antiperonistas. Nos invita a repensar el peronismo y su impacto en la vida cotidiana y la cultura popular, así como el funcionamiento de la sociedad civil y su relación con la esfera estatal. Podemos citar también el estudio del cordobés Franco Reyna “Cuando éramos FOOTBALLERS”25, que intenta esclarecer el impacto del fútbol y de su práctica en la vida social urbana cordobesa de los primeros años del siglo XX. Su investigación, con visos socioculturales, ofrece una mirada a las dimensiones del proceso de modernización de la ciudad y el papel de los clubes dentro del mismo. En este sentido el fútbol ha ido configurando lazos de sociabilidad y criterios de diferenciación en los sujetos, al tiempo que se ha conformado como un campo de disputa por la apropiación del espacio social en una sociedad atravesada por profundas transformaciones, amplios desajustes y una gran movilidad.

Conclusiones Del análisis de los autores anteriormente tratados y que han dado sustento teórico conceptual a este trabajo se puede concluir destacando algunos aspectos que deben ser considerados y/o tenidos en cuenta a la hora de abordar la problemática referida al fútbol: El deporte profesional es un modo de producción y su consumo genera placer. El deporte es placer y se vuelve libre en la cotidianeidad y en lo privado. El deporte crea espacios de lucha entre lo hegemónico y lo popular. El deporte, en este caso el fútbol, se convirtió en elemento de dominación. El fútbol ha sido un dispositivo de representación de las clases populares y menos favorecidas económicamente como un medio de ascenso social. En la Argentina el deporte y el fútbol han sido analizados desde la perspectiva de la identidad, las narrativas y los medios de comunicación masiva. El fútbol en la Argentina es un canal por el cual el mercado, gracias a la televisión, hace creer que forma ciudadanos, pero en realidad crea consumidores. Los investigadores argentinos que han estudiado al deporte, que hacen historia del deporte o del fútbol en la Argentina, solo toman como espacio a Buenos Aires, y de manera tangencial abordan a las provincias de Córdoba y Santa Fe. Resumiendo, el fútbol argentino afianzado como deporte gracias a un complejo proceso que finalizo con la instauración del profesionalismo, se convirtió en una práctica de entretenimiento y espectáculo, producto de la generación de un campo deportivo, donde el mercado tuvo un papel preponderante. La representación, la identidad y el ascenso social, se consolidaron gracias a esto, e influyo directamente en el imaginario social de las diferentes clases que integran la Argentina. Esto nos lleva a pensar que el fútbol, en el campo de lo cultural contemporáneo argen-

Aires, UNSAM Edita, 2015 25 REYNA, Franco, Cuando éramos FOOTBALLERS. Córdoba, CEH, 2011 549

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tino, es sin duda a equivocarnos un importante objeto de estudio y análisis. No sólo por el aspecto plural de su práctica deportiva, sino por los símbolos, representaciones, conductas e intencionalidades que este canaliza. Por último, una construcción histórica que dé cuenta de las deudas con el pasado, reclama la apertura hacia otras miradas para darle un lugar a nuevos objetos de estudio, como el fútbol en este caso, a sus prácticas y a los sentidos que enuncian. Sin renunciar a la construcción propia de las ciencias humanas, que es parte de su responsabilidad, parece necesario abandonar la postura de calificación y jerarquización hegemónica de los saberes, como otra parte de su propia responsabilidad.

Bibliografía ALABARCES, P. Fútbol y patria. Buenos Aires. Prometeo. 2002 ALABARCES, Pablo y FRYDENBERG, Julio, Deporte y Sociedad, Buenos Aires, EUDEBA, 1998 ALABARCES, Pablo, Crónicas del Aguante. Fútbol, violencia y política, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2004 ARCHETTI, Eduardo, El deporte en Argentina (1914-1983) en Trabajo y Sociedad Indagaciones sobre el empleo, la cultura y las prácticas políticas en sociedades segmentadas Nº 7, vol. VI, junio- septiembre de 2005, Santiago del Estero. ARCHETTI, Eduardo, Hibridación, diversidad y generalización en el mundo ideológico del fútbol y el polo. En: Prismas, Revista de Historia Intelectual, Universidad Nacional de Quilmes, 1997 ARCHETTI, Eduardo. Fútbol: imágenes y estereotipos. En: DEVOTO, Fernando. ARLT, Roberto y otros. Hinchas y goles. El fútbol como personaje. Buenos Aires, IMFC, 1993 BOURDIEU, Pierre, El sentido práctico. Madrid, Taurus, 1991 BOURDIEU, Pierre. Sociología e Historia. Madrid, Alianza, 1988 BURKE, Peter. Formas de hacer historia. Madrid, Alianza Universitaria, 1993 BURKE, Peter. La nueva historia socio-cultural. Madrid, Alianza Universitaria, 1993 CHARTIER, Roger, El mundo como representación. Estudios sobre historia cultural. Barcelona, Gedisa, 1992 ELIAS, N y DUNNING, E, Deporte y ocio en el proceso de civilización. Madrid, Fondo de Cultura Económica. 1992 FRYDENBERG, Julio. Historia social del fútbol. Del amateurismo a la profesionalización. Buenos Aires, Siglo XXI, 2011 GEERTZ, Clifford, Conocimiento local. Buenos Aires, Paidos, 1983 GROSSBERG, Lawrence, Estudios Culturales. Teoría, política y práctica. Valencia, Letra Capital, 2010 MANDELL, R. Historia cultural del deporte. Barcelona, Bellaterra. 1986 MURARO, Heriberto, El poder de los medios de comunicación de masas, CEAL, Buenos Aires, 1971 REIN, Rannan (Comp), La cancha peronista. Buenos Aires, UNSAM Edita, 2015 REIN, Rannan, Los bohemios de Villa Crespo. Judíos y fútbol en la Argentina. Buenos Aires, Sudamericana, 2012 REYNA, Franco, Cuando éramos FOOTBALLERS. Córdoba, CEH, 2011 WILLIAMS, Raymond. Marxismo y literatura. Ed. Península, Barcelona, 1980

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Herramientas teóricas para el análisis de la historia agraria jujeña entre los siglos XIX y XX -Nicolás Hernández Aparicio[Facultad de Humanidades - Universidad Nacional de Salta] ([email protected])

El estudio de la propiedad de la tierra y los factores que inciden en la producción agropecuaria del siglo XIX y comienzos del XX para la provincia de Jujuy han alcanzado en mi criterio, menor desarrollo en relación a los debates y diversidad teórica que presentan los estudios sobre el tema para la región central mediterránea y litoral-pampeana. Es notorio que el proceso de desarrollo del capitalismo en el campo ha sido objeto de numerosos debates, lejos de considerar la necesidad de una adecuación mecánica de las realidades agrarias, nos preocupa el estudio en su especificidad del caso jujeño, dentro de un proceso más general, para develar las estructuras de propiedad y el uso de los recursos productivos inherentes a las mismas en espacios no centrales. Desde distintas perspectivas, la realidad agraria pampeana ha sido considerada como un escenario dominado por la gran propiedad y una clase de índole colonial-feudal, analizada tanto por vertientes más clásicas1, como por otras tradiciones dentro de la misma línea teórica pero con enfoques más matizados o adecuados a la realidad pampeana2. Por otro lado, toda una nueva camada de historiadores ha planteado la disyuntiva entre enfoques denominados por ellos como “tradicionales”, que responderían a la lógica analítica propia del denominado “diagnóstico feudal”; frente a unos “renovados”, que destacan el predominio de la pequeña explotación frente a la visión de una pampa latifundista, retomando la tesis de zonas abiertas a la colonización, libres de trabas económicas y humanas3, y que encuentra hoy numerosas expresiones dentro del campo historiográfico4. Todos estos debates son de notable importancia al definir las líneas de análisis en nuestro estudio, centrado en la existencia de diversas prácticas de propiedad, siguiendo la proposición de la autora catalana Rosa Congost5, para dar cuenta de la existencia de diversas forma de acceso a la tenencia de la tierra y no una visión lineal acorde al modelo liberal de una única noción de “propiedad perfecta”. Consideramos que en el caso jujeño, su misma índole geográfica ayudó a desarrollar diferentes formas de apropiación de la renta agraria junto a prácticas de propiedad que, avanzado el siglo XIX y entrando al siglo XX, contenían aún un carácter consuetudinario en algunos casos y de resabios coloniales en otros. El objetivo de esta ponencia es poder dar cuenta de los debates y las herramientas teóricas desarrolladas hasta el momento en la historiografía regional y jujeña, como así también aportes 1 2

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Puiggros, Rodolfo. De la colonia a la revolución; Ed. Leviatán: Bs. As., 1957(4ta ed.); Giberti, Horacio. Historia económica de la ganadería argentina; Hyspamérica: Buenos Aires, 1985 (2da ed.) Azcuy Ameghino, Eduardo. El latifundio y la gran propiedad colonial rioplatense; Fernando García Cambeiro: Bs. As., 1995; Azcuy Ameghino, E. Una historia casi agraria. Hipótesis y problemas para una agenda de investigación sobre los orígenes y desarrollo del capitalismo en Argentina; Ediciones del PIEA: Bs. As., 2011 Halperin Donghi, Tulio. Revolución y guerra; Siglo XXI: México, 1979 Gelman, J, Garavaglia, J.C. y Zebeiro, B. (comp.) Expansión capitalista y transformaciones regionales. Relaciones sociales y empresas agrarias en la Argentina del siglo XIX; Ed. La Colmena: Bs. As., 1999 y Gelman, Jorge “El mundo rural en transición” en Goldman, N. (Dir.) Revolución, República, Confederación (1806-1852); Ed. Sudamericana: Bs. As., 1998 Congost, Rosa. Tierras, leyes, historia. Estudios sobre “La gran obra de la propiedad”; Crítica: Barcelona, 2007

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propios considerados a la luz del análisis empírico. El proceso de investigación sobre lo que denominamos “derecho de aguas”, para hacer referencia a la apropiación privada de un recurso fundamental para la puesta en producción de terrenos agroganaderos, que llevamos adelante en el departamento de Perico del Carmen, entre los años 1866 y 1911, y en otro estudio más amplio en los Valles Centrales jujeños entre 1840 y 1930; nos llevó a reflexionar sobre el uso de las categorías analíticas a emplear en la realidad agraria jujeña, y que, como indicamos en párrafos anteriores, es objeto de un amplio debate dentro de la realidad agraria litoral-pampeana. Pretendemos dar entrada a estas problemáticas haciendo uso de las propuestas teóricas y metodológicas procedentes de la línea de estudios de los derechos de propiedad. Resulta este un campo historiográfico fecundo en el abordaje de otras situaciones históricas del ámbito rural de Jujuy, como los procesos de desamortización de las tierras comunales indígenas y de “perfeccionamiento” de la propiedad territorial6. Pero no ha sido empleado para el estudio de los derechos de agua. Nos resulta sugerente que para tratar el tema debemos hablar de “propiedades”, en el sentido plural, como una opción metodológica, “en este sentido la idea de enfocar los procesos de apropiación y de uso del territorio con un denominador genérico de propiedades, anida en las corrientes críticas tanto de la Historia como del Derecho respecto al tratamiento lineal, uniforme, singular, inmutable y fetichista impuesto por los estudios más clásicos de la propiedad privada de la tierra”.7 Una premisa principal de este enfoque es la necesidad de superar el concepto de “propiedad como idea” para pensar la “propiedad como obra”8, para definirla como una relación social en torno a las cosas, cambiante según las épocas, múltiple y netamente histórica; y ampliando el marco de análisis, que exceda la norma formal, con una pesquisa de las formas cotidianas de acceso y distribución social de los recursos, de las prácticas de uso. En este sentido cobra relieve también el factor cultural, en torno al binomio ley y práctica. Un amplio espectro de temáticas de la historiografía más reciente pesa en el rescate de la acción y la práctica social, con la influyente perspectiva de los estudios culturales. La llamada historia agraria puede tenerse por antonomasia como el estudio de las “costumbres rurales”, por tratarse de sociedades “gobernadas por la costumbre”. Según Fradkin entre las instituciones legales y las prácticas sociales se instaura un espacio de relaciones sociales y de conflictos en el que impera la sombra de arraigadas costumbres.9 Una proposición que nos interesa rescatar es el de las “condiciones de realización de la propiedad”, una expresión también acuñada por Congost que alude a la interrelación entre instituciones creadas por el Estado y prácticas sociales plurales relativas a la propiedad (de cualquier bien).10 Otro principio considerado es el de entender las relaciones de propiedad como relaciones de poder “ello implica tener en cuenta que las leyes de propiedad en tanto producto histórico responden a intereses concretos de grupos sociales; […] que esas decisiones legislativas provocan tensiones y conflictos, y la presión de los sectores sociales desfavorecidos”11. 6 7 8 9 10 11

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Fandos, C. y Teruel, A. Quebrada de Humahuaca. Estudios históricos y antropológicos en torno a las formas de propiedad; Universidad Nacional de Jujuy: Jujuy, 2014 Ibíd. Pp. 7 Congost, Rosa. Tierras, leyes, historia. Estudios sobre “La gran obra de la propiedad”; Crítica: Barcelona, 2007 Fradkin, Raúl. “Entre la ley y la práctica: la costumbre en la campaña bonaerense de la primera mitad del siglo XIX” en Anuario IEHS, N·12, Tandil, 1997 Congost, Rosa. Tierras, leyes, historia. Estudios sobre “La gran obra de la propiedad”; Crítica: Barcelona, 2007. Pp. 20-21 Fandos, C. y Teruel, A. Quebrada de Humahuaca. Estudios históricos y antropológicos en torno a las

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En esta dimensión juega un peso esencial “lo político”, reconociendo “áreas de fricción” y campos de conflicto.12 A la hora de caracterizar la construcción de nociones diferentes de la propiedad debe tenerse en cuenta que en un primer momento la ausencia de una legislación directa permitió a los propietarios legalizar de hechos formas de usurpación de la tierra, avanzando sobre terrenos comunales como así también sobre unidades individuales. Hemos apelado a la noción de “prácticas de propiedad” para analizar el paisaje agrario de los valles centrales jujeños a fines del siglo XIX y comienzos del XX, buscando dar cuenta de la diversidad de formas de “ser propietario” dentro de un espacio concreto, ahora, para lograr ese cometido, creemos que es necesario seguir lo definido por Marx en una carta polemizando con Proudhon sobre la vulgarización del análisis de la propiedad: “A la pregunta ¿qué es la propiedad? Sólo se podía contestar con un análisis crítico de la economía política, que abarcase el conjunto de esas relaciones de propiedad, no en su expresión jurídica, como relaciones volitivas, sino en su forma real, es decir, como relaciones de producción.”13 Enfocar la propiedad como parte de las relaciones de producción, creemos que es central al poner el énfasis en el papel activo que desempeñan los actores en la conformación de la propiedad, en sus condiciones de realización parafraseando a Congost. Hemos especificado que nuestro objeto de investigación es el derecho de aguas, y para encarar su análisis, es necesario combinar aquellos elementos provenientes de la historiografía agraria en lo tocante a la propiedad de la tierra como así también a los recursos hídricos. En ese sentido, la historiografía española ha dado grandes aportes al respecto, y nos aporta un “método” para el análisis de los sistemas de riego, como lo sostiene Pérez Picaso: “En definitiva, se concluyó afirmando la necesidad perentoria de cruzar la información relativa al reparto de la tierra y del agua con la procedente de otro tipo de ámbitos: demográfico, (reparto de la población en la comarca y proximidad de los núcleos urbanos, densidad, situación respecto al proceso de transición demográfica, estructuras familiares…consuetudinario (formas de herencia), económico (tipos de cultivo, riqueza del suelo, movimientos de precios y salarios), tecnológico (caracteres del sistema hídrico, soluciones técnicas más difundidas) y social (procedencia del núcleo de grandes propietarios, nivel y causas de la conflictividad agraria en la zona).”14 Se desprende de estas líneas que el análisis que se pretende realizar no es reduccionista, en el sentido de limitarse a las consideraciones técnicas sobre los sistemas hídricos, ni tampoco ser un estudio economicista sobre la propiedad de la tierra, busca dar cuenta de un complejo proceso político, social y jurídico muy rico, que en la zona se visualiza a través de los conflictos por la apropiación del agua. Cuando nos adentramos en los conflictos por el agua, debemos evitar caer en planteos reduccionistas de considerar a la disputa por el recurso hídrico como un problema solamente de clases opuestas en un falso modelo disyuntivo. Por el contrario, consideramos que la disputa se produce tanto entre clases opuestas como entre fracciones de clase. Pierre Vilar reflexiona sobre esta cuestión:

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formas de propiedad; Universidad Nacional de Jujuy: Jujuy, 2014 Bravo, María Celia. “Especialización azucarera, agua y política en Tucumán (1860-1904) en Travesía, N·1, Segundo semestre de 1998. Pp. 18 Marx, Karl. “Sobre Proudhon. Carta a Schweitzer” en Marx, C. y Engels, F. Obras escogidas. Vol. 2; Ed. Cartago: Buenos Aires, 1957. Pp. 21 Perez Picaso, M. T. “Nuevas perspectivas en el estudio del agua agrícola. La subordinación tecnológica a los modos de gestión” en Historia agraria, 22, Diciembre 2000, Murcia. Pp. 41

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“Mientras los enfrentamientos horizontales implican a individuos o a grupos pertenecientes a la misma clase social, los verticales afectan a clases sociales distintas, definidas por el disfrute y/o del control de los organismos de gestión. En ocasiones, como hemos señalado, ambas formas se superponen: las oligarquías de grandes propietarios o los caciques de turno, que por un lado aglutinan a los regantes de una huerta determinada y defienden sus intereses ante el Estado o en los pleitos con los regadíos inmediatos, por otro gobiernan los heredamientos de acuerdo con sus intereses de clase y especulan con el agua en los espacios donde les es factible hacerlo.”15 El desarrollo del proceso de investigación, en el que afloraban numerosos conflictos en torno a la apropiación del agua como factor de producción, muy vinculado a la diversidad de prácticas de propiedad en el espacio estudiado, nos llevó a la pregunta acerca de la conformación de un entramado de clases sociales hacia el interior de dicha realidad agraria, en donde los trabajos previos habían avanzado muy poco, o si lo habían hecho era en base a adecuaciones mecánicas de otras realidades, sobre todo pampeanas, o realizando aproximaciones, si bien muy valorables, con un criterio cuantitativo al definir a los propietarios como grandes, medianos o pequeños, como es el caso de los trabajos de Gustavo Paz.16 Vale aclarar el porqué de nuestra impugnación a dicha conceptualización teórica, para lo cual nos servimos de un antiguo trabajo de Cardoso y Pérez Brignoli, que dicen que este criterio es: “…básicamente cuantitativo y muy raramente se proveen criterios teóricos para delimitar los cortes entre las distintas categorías de tamaño. En consecuencia, lo más corriente es que con ese criterio sólo se lleguen a determinar categorías estadísticas, relativamente alejadas de la concepción en términos de fracciones de clase.”17 Él porque del uso de la noción de “clase” se desprende del proceso socioeconómico en la totalidad de su entramado, debido a que la situación política de la provincia se encontraba en un período de convulsión, que no era ajeno al problema de la formación del Estado Nacional, que se vinculaba a lo que Ansaldi llama “las dificultades para constituir una clase fundamental capaz de imponer su dirección al conjunto de la sociedad”, para lo cual era imperioso conformar un proceso que va más allá de la mera alianza de clases en torno a la burguesía terrateniente porteña: “La burguesía de Buenos Aires es la primera en alcanzar ese nivel, logrando una base esencial al constituir con los terratenientes del Litoral un bloque histórico regional; bloque cuya hegemonía detenta claramente después de la reunificación de la república en 1861-1862.”18 La configuración de ese bloque histórico, es el que va a determinar la forma de incorporación de las clases dominantes regionales, pero, dada la situación tanto en el litoral-pampeano, como en el resto del país, de que “la clase fundamental es estructuralmente débil, el Estado desempeña un papel privilegiado, aun cuando una y otro se construyen recíprocamente.”19 Dejando sentado la pluralidad de relaciones de producción que lograremos visualizar dentro de la realidad agraria de Jujuy, con desarrollos regionales desiguales, lo mismo po15 16 17 18 19

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Vilar, Pierre. “Presentación” en Pérez Picaso, M. T. y Guy Lemeunier (eds.) Agua y modo de producción; Editorial Crítica: Barcelona, 1990. Pp. 53 Ver Paz, Gustavo. “Las bases agrarias de la dominación de la elite. Tenencia de tierras y sociedad en Jujuy a mediados del siglo XIX” en Anuario IEHS, 19, Tandil, UNCPBA, 2004 o Paz, Gustavo “El roquismo en Jujuy: Notas sobre elite y política, 1880-1910” en Anuario IEHS, 24, UNICEN, 2009 Cardoso, C. y Pérez Brignoli, S. El concepto de clases sociales; Editorial Ayuso: Madrid, 1976. Pp. 91-92 Ansaldi, Waldo. “Estado y sociedad en la Argentina del siglo XIX” en CEAL, Conflictos y procesos de la Historia Argentina contemporánea, Buenos Aires, N· 4, 1988. Pp. 25 Ibíd. Pp. 26

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demos decir de las clases sociales que le son inherentes, por lo que optamos por hablar de “clases en proceso de transición”: “Un aspecto que conviene destacar es el siguiente: en tanto estamos en un proceso de transición, las clases sociales, ellas mismas en constitución (o lo que es igual, también en transición), no son siempre iguales ni están plenamente definidas. De allí la imposibilidad de explicar el complejo proceso de luchas políticas y sociales que lleva a la construcción de la Argentina moderna, en términos de reduccionismo clasista.”20 Nos parece necesario aclarar el porqué de uso de la noción de “clase”, y porque no otra: “El concepto de clase, más allá de sus distintas acepciones, enfatiza lo relacional, supone en su misma definición un necesario vínculo con otros diferentes situados por encima o por debajo de la que se observa, habla de diferencia y antagonismo. Ello está ausente, claro, en la definición de . El concepto subalterno profundiza aún más la diferencia porque incluye abiertamente la existencia de dominación, eso está mucho menos presente en populares, que privilegia la matriz social, el pueblo en el sentido de la mayoría. En todo caso, más que las diferencias, todos remiten a lo mismo, los de abajo.”21 Este aspecto relacional de la noción de clase, creemos que es la única que nos puede permitir comprender con exactitud el complejo entramado de relaciones sociales de los valles jujeños, sobre todo teniendo en cuenta que, al existir diversas prácticas de propiedad, las mismas encaran diversas formas de “ser propietario”. Ahora, esas diversas formas de ser propietario, encarnar diversos mecanismos de producción de la renta agraria. Retomando los análisis de Marx sobre la renta, sabemos cuál es su principio general, más allá de la forma que adopte: “Cualquiera que sea la forma de renta, todos sus tipos tienen en común que la apropiación de la renta es la forma económica en que se realiza la propiedad territorial.”22 La realización de la renta es entonces algún tipo de apropiación de un pedazo de la naturaleza que se ha transformado en propiedad, la cuestión pasa por identificar de qué tipo de propiedad estamos hablando, para así poder determinar el tipo de relaciones de producción dominantes. Ahora bien, nos planteamos enfocar como se fueron tejiendo las relaciones sociales de producción en torno a la existencia de diversas formas de propiedad, tal como lo explica Congost: “Partiremos de la proposición que las relaciones sociales, deben ser observadas desde una pluralidad de ángulos y que su estudio debe estar basado en la hipótesis de su mutabilidad (resaltado nuestro), más allá de los principios legales y de los marcos institucionales.”23 Debemos aclarar que por “hipótesis de mutabilidad” se entiende un proceso por el cual las diversas prácticas de propiedad conviven dentro de una misma situación histórica, y aunque a veces desde el Estado emanaban disposiciones legales tendientes a modificar la estructura de propiedad, en la práctica se continuaban observando derechos diversos. 20 21 22 23

Ansaldi, Waldo. “Estado y sociedad en la Argentina del siglo XIX” en CEAL, Conflictos y procesos de la Historia Argentina contemporánea, Buenos Aires, N· 4, 1988. Pp. 28 Di Meglio, G. y Fradkin, R. “Introducción: Lo popular y la política en el siglo XIX rioplatense” en Di Meglio, G. y Fradkin, R. (comp.) Hacer política: La participación popular en el siglo XIX rioplatense; Bs. As.: Prometeo, 2013. Pp. 9-10 Marx, Karl. El Capital. Crítica de la economía política. Libro tercero. Tomo tercero. Sección sexta. Transformación de la ganancia extraordinaria en renta del suelo; Akal: España, 2012. Pp. 30 Congost, Rosa. Tierras, leyes, historia. Estudios sobre “La gran obra de la propiedad”; Crítica: Barcelona, 2007. Pp. 40

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Una vez aclarados estos elementos precedentes, llegamos a la conclusión que para abordar de una manera precisa las relaciones sociales en torno al derecho de aguas, necesariamente debíamos tomar posición por un enfoque que diera cuenta del complejo entramado de dichas prácticas sociales, de propiedad como hemos preferido denominarlas, y el mismo sólo podía encontrarse dentro de la historia social. Al respecto, tomamos este posicionamiento de los planteos del autor español Pérez Sarrión: “La historia del agua y del regadío no sólo tiene siempre-como se va a ver en el caso analizado- una dimensión política y social esencial, sino que es en sí misma, en tanto que cuestión histórica, una cuestión de alcance social.”24 Es una tendencia común, al menos en la mayoría de los estudios sobre el agua de riego, el enfocar la cuestión como un problema meramente técnico, en lo que hace a la construcción de obras de irrigación, o limitándose a un estudio institucional del problema (la existencia de leyes que regulen su uso), dejando de lado aquel submundo de prácticas concretas, entre la ley y la costumbre parafraseando a Fradkin. Para enfocar nuestro estudio, creemos que es necesario evitar todo tipo de determinismo, no sólo el economicista, sino también el tecnológico, como lo sostiene Pérez Picaso: “La misma apreciación se encuentra en la mayor parte de los estudios hidráulicos, cuyos autores incurren con frecuencia en una especie de determinismo tecnológico de corte positivista, desconociendo las razones que explican ciertas opciones e incluso la existencia de distintas pautas de cambio.”25 Planteadas estas categorías analíticas, que fueron construyéndose al calor del proceso de investigación, surgió el problema de cómo se da su articulación en espacios concretos, en el caso que estudiamos, los valles jujeños. Ya hemos planteado al inicio de esta ponencia el estado de la cuestión en la historiografía para la zona litoral-pampeana, que en Jujuy no tiene tanto desarrollo en lo que a la discusión de estas nociones ataña, pero que creemos que son de importancia fundamental al analizar la articulación social de los espacios agrarios provinciales. En primer lugar, es necesario destacar el profundo desarrollo desigual en la provincia, en donde el capitalismo se ha articulado de formas diversas acorde a las regiones de la provincia que observemos. El “modelo” típico de análisis han sido los valles orientales azucareros, al constituir el punto de articulación y de inserción de Jujuy en el mercado nacional, con la constitución de una clase vinculada al latifundio cañero, pero que no termina de articularse como una burguesía provincial, tal como lo observa Campi: “Al respecto, es destacable que a pocos años del inicio del despegue los tres ingenios azucareros jujeños que se habían modernizado hayan pasado a manos de capitales extrarregionales, por lo que ninguna de las familias tradicionales de esa provincia integrará la burguesía azucarera que emerge del proceso.”26 Ahora bien, así como el análisis de la clase dominante provincial no es algo homogéneo, sino que se construye a retazos, por su fuerte carácter fragmentario27, las clases subal24 25 26 27

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Pérez Sarrión, Guillermo. “Regadíos, política hidráulica y cambio social en Aragón, siglos XV-XVIII” en Pérez Picaso, M. T. y Guy Lemeunier (eds.) Agua y modo de producción; Editorial Crítica: Barcelona, 1990. Pp. 213 Pérez Picaso, M. T. y Guy Lemeunier. “Introducción” en Pérez Picaso, M. T. y Guy Lemeunier (eds.) Agua y modo de producción; Editorial Crítica: Barcelona, 1990. Pp. 24 Campi, Daniel “Economía y sociedad en las provincias del norte” en Lobato, M. (Dir.) El progreso, la modernización y sus límites, Nva. Ha. Arg. Vol. 5; Sudamericana: Buenos Aires, 2000. Pp. 86 Ansaldi, W. “Soñar con Rousseau y despertar con Hobbes. Una introducción al estudio de la formaci-

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ternas presentan una heterogeneidad muy profunda, en donde es preciso volver sobre lo que ya hemos expuesto, sobre las clases en proceso de transición, ya que es necesario dar cuenta del movimiento de las mismas, y no caer en categorizaciones rígidas, definidas de una vez, al encontrarnos en un período muy profundo de cambio en lo que hace a la propiedad de la tierra y las relaciones sociales que le son inherentes. Creemos firmemente que el debate para los espacios litoral-pampeanos y mediterráneos, si bien aportan elementos fundamentales para la comprensión de las realidades agrarias, no son construcciones que puedan fácilmente encontrar aplicabilidad en las zonas extrapampeanas y en las producciones regionales. ¿Con esto invalidamos el uso de las categorías analíticas esgrimidas en dichos espacios? De ninguna manera, sino que reclamamos su historicidad, para poder dar cuenta de un complejo proceso que no es igual que en dichas regiones, y que requiere de un análisis empírico exhaustivo.

Bibliografía Ansaldi, Waldo. “Estado y sociedad en la Argentina del siglo XIX” en CEAL, Conflictos y procesos de la Historia Argentina contemporánea, Buenos Aires, N· 4, 1988 Ansaldi, W. “Soñar con Rousseau y despertar con Hobbes. Una introducción al estudio de la formación del Estado Nacional Argentino” en Ansaldi, W. y Moreno, J.L. Estado y sociedad en el pensamiento nacional; Bs. As.: Ed. Cántaro, 1989 Azcuy Ameghino, Eduardo. El latifundio y la gran propiedad colonial rioplatense; Fernando García Cambeiro: Bs. As., 1995 Azcuy Ameghino, E. Una historia casi agraria. Hipótesis y problemas para una agenda de investigación sobre los orígenes y desarrollo del capitalismo en Argentina; Ediciones del PIEA: Bs. As., 2011 Bravo, María Celia. “Especialización azucarera, agua y política en Tucumán (1860-1904) en Travesía, N·1, Segundo semestre de 1998 Campi, Daniel “Economía y sociedad en las provincias del norte” en Lobato, M. (Dir.) El progreso, la modernización y sus límites, Nva. Ha. Arg. Vol. 5; Sudamericana: Buenos Aires, 2000 Cardoso, C. y Pérez Brignoli, S. El concepto de clases sociales; Editorial Ayuso: Madrid, 1976 Congost, Rosa. Tierras, leyes, historia. Estudios sobre “La gran obra de la propiedad”; Crítica: Barcelona, 2007 Di Meglio, G. y Fradkin, R. “Introducción: Lo popular y la política en el siglo XIX rioplatense” en Di Meglio, G. y Fradkin, R. (comp.) Hacer política: La participación popular en el siglo XIX rioplatense; Bs. As.: Prometeo, 2013 Fandos, C. y Teruel, A. Quebrada de Humahuaca. Estudios históricos y antropológicos en torno a las formas de propiedad; Universidad Nacional de Jujuy: Jujuy, 2014 Fradkin, Raúl. “Entre la ley y la práctica: la costumbre en la campaña bonaerense de la primera mitad del siglo XIX” en Anuario IEHS, N·12, Tandil, 1997 Gelman, Jorge “El mundo rural en transición” en Goldman, N. (Dir.) Revolución, República, Confederación (1806-1852); Ed. Sudamericana: Bs. As., 1998 Gelman, J, Garavaglia, J.C. y Zebeiro, B. (comp.) Expansión capitalista y transformaciones regionales. Relaciones sociales y empresas agrarias en la Argentina del siglo XIX; Ed. La Colmena: Bs. As., 1999 Giberti, Horacio. Historia económica de la ganadería argentina; Hyspamérica: Buenos Aires, 1985 (2da ed.) Halperin Donghi, Tulio. Revolución y guerra; Siglo XXI: México, 1979 ón del Estado Nacional Argentino” en Ansaldi, W. y Moreno, J.L. Estado y sociedad en el pensamiento nacional; Bs. As.: Ed. Cántaro, 1989

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Marx, Karl. El Capital. Crítica de la economía política. Libro tercero. Tomo tercero. Sección sexta. Transformación de la ganancia extraordinaria en renta del suelo; Akal: España, 2012 Marx, Karl. “Sobre Proudhon. Carta a Schweitzer” en Marx, C. y Engels, F. Obras escogidas. Vol. 2; Ed. Cartago: Buenos Aires, 1957 Paz, Gustavo “El roquismo en Jujuy: Notas sobre elite y política, 1880-1910” en Anuario IEHS, 24, UNICEN, 2009 Paz, Gustavo. “Las bases agrarias de la dominación de la elite. Tenencia de tierras y sociedad en Jujuy a mediados del siglo XIX” en Anuario IEHS, 19, Tandil, UNCPBA, 2004 Pérez Sarrión, Guillermo. “Regadíos, política hidráulica y cambio social en Aragón, siglos XV-XVIII” en Pérez Picaso, M. T. y Guy Lemeunier (eds.) Agua y modo de producción; Editorial Crítica: Barcelona, 1990 Pérez Picaso, M. T. y Guy Lemeunier. “Introducción” en Pérez Picaso, M. T. y Guy Lemeunier (eds.) Agua y modo de producción; Editorial Crítica: Barcelona, 1990 Perez Picaso, M. T. “Nuevas perspectivas en el estudio del agua agrícola. La subordinación tecnológica a los modos de gestión” en Historia agraria, 22, Diciembre 2000, Murcia Puiggros, Rodolfo. De la colonia a la revolución; Ed. Leviatán: Bs. As., 1957(4ta ed.) Vilar, Pierre. “Presentación” en Pérez Picaso, M. T. y Guy Lemeunier (eds.) Agua y modo de producción; Editorial Crítica: Barcelona, 1990

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Entre los usos del pasado, del presente y del futuro Pensar el tiempo histórico a partir de los vínculos entre la historia y la política -Camila Tagle[Universidad Nacional de Córdoba] ([email protected])

Introducción El presente trabajo tiene como objetivo explorar teóricamente una noción compleja como la de tiempo histórico, para derivar de allí algunas claves que nos permitan repensar la relaciónentre la historia y la política. El problema de los usos del pasado aparece en el centro de la cuestión, y nos indica otro de los caminos de indagación posible: el de la legitimación del poder. Entendemos que no se dispone de una teoría sistemática o acabada sobre el tema, pero esto, antes que un límite, nos pone frente a un desafío: hacer dialogar aportes clásicos y recientes, rescatar fragmentos diversos que nos permitan formular mejor nuestras preguntas de investigación. En este caso, el ejercicio se presenta como una instancia de un problema mayor, relacionado con el análisis delos usos del pasado en la Argentina actual. Una pregunta por los procesos contemporáneos de construcción delas memorias oficiales dirige, así, por momentos, el recorte efectuado. Desde perspectivas diferentes, Arendt, Koselleck y Hartog nos brindan los puntos de partida para avanzar en el análisis de un problema que no mantiene siempre los mismos contornos, precisamente por estar íntimamente conectado con el plano cambiante de la política. Si las preguntas de los primeros se orientaron a develar las claves de la transformación del tiempo moderno, sería interesante intentar el ejercicio de pensar cuánto de ello pervive en muchas de nuestras sociedades, tensionadas por la conjunción de tres fenómenos en apariencia contradictorios: un “estallido de la temporalidad”, una “fascinación por el futuro” y una “cultura de lo instantáneo”.1Para ello, la propuesta de Hartog constituye un aporte necesario. Sabemos que la continuidad del pasado ya no se explica a partir de la figura del testamento, que “al decir al heredero lo que le pertenecerá por derecho, entrega las posesiones del pasado a un futuro”.2Una vez que se cortó el hilo de aquello que, valga la redundancia, tradicionalmente llamamos tradición, la brecha entre el pasado y el futuro se convirtió en una realidad tangible y compleja, en un hecho de importancia política, favorecido por la “gran oportunidad de mirar al pasado con ojos a los que no oscurece ninguna tradición”.3A dicha oportunidad se le superponen hoy múltiples otras mediaciones, dentro de las cuales elegimos la política, por entenderla portadora de una complejidad fundamental. En relación a ella el pasado dejará de entenderse como mero sustrato de la historia o la historiografía, para pasar a comprenderse como una dimensión constitutiva de la conflictividad propia 1 2 3

CAETANO, G: A propósito de las complejas relaciones entre Historia y memoria: el horizonte democrático y los requerimientos de una “nueva orquestación del tiempo”. ARENDT, H: Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, p.11. Ibidem.

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de lo social, al fomentar imaginarios, legitimar poderes o impulsar la invención de nuevas tradiciones. Las categorías de “espacio de experiencias” y “horizonte de expectativas” acuñadas por Koselleck vuelven a ser útiles para analizar actuales procesos de legitimación política en los que el futuro parece encontrarse en el pasado. Nos interesa, pues, efectuar un recorrido teórico que permita divisar el modo en que historia, memoria, política se constituyeron en los términos fundamentales de una relación que, según cómo se la aborde, aporta elementos centrales, pero disímiles, en las consideraciones respecto al estatus del conocimiento y tiempo histórico y sus vínculos con un campo social más amplio.

Entre el pasado y el futuro; Futuro pasado: acerca de los usos del tiempo histórico La propia expresión “usos del pasado” contiene ya importantes supuestos teóricos y epistemológicos. En efecto, sostener que el pasadopuede ser usado implica asumir algún posicionamiento respecto a qué entendemos por ese pasado, cuáles son los alcances temporales, prácticos y políticos que le otorgamos, qué lugar ocupa la historia en tanto usuaria principal –aunque no exclusiva- de dicho pasado. Implica, como punto de partida, reconocer que ésta no tiene el monopolio sobre aquel, sino que está inmersa en un terreno permanente de conflictos y luchas por la atribución de significados, marcado en gran medida por los ritmos de un presente que no deja de efectuar sus exigencias a un pasado que no pasa. En cada momento presente, las dimensiones temporales del pasado y del futuro se remiten las unas a las otras. Sostiene Huyssen que desde finales del siglo XX es posible observar un deslizamiento significativo en lo que respecta a nuestra experiencia y preocupación política por el tiempo: de los futuros presentes a los pretéritos presentes.4Si la conciencia moderna del tiempo buscaba asegurar un futuro promisorio, la que se instaura a fines del siglo XX implica la tarea –no menos riesgosa- de asumir la responsabilidad por el pasado. Creemos que este deslizamiento es portador de una importante significación política: una nueva relación con la temporalidad constituye un elemento fundamental en la construcción de una nueva política democrática. “¿En qué medida se ha disuelto el antiguo topos en la agitada historia moderna?”5 Koselleck se preguntaba por la vigencia del tópico de lahistoria magistra vitae– aquel que indica que la estructura temporal de la historia pasada limita un espacio continuo de lo que es posible experimentar, no pensando teológicamente, sino de forma práctica-política-desautorizado, según el autor, por una historiografía que lo concebía como una “fórmula ciega que sólo seguía dominando en los prólogos”. Existe, sin embargo, una diferencia entre la mera utilización del lugar común y su efectividad práctica; la longevidad del topos es en sí misma causa suficiente para indagar en sus razones.6 La llegada de la modernidad trajo consigo –en el caso alemán- un reacomodamiento lingüístico que modificó los términos en los quedebía entenderse la expresión.La convivencia de dos palabras que permitían aludir de manera diferenciada a la historia en tanto conexión de acciones pasadas o en su dimensión de “conocimiento sobre” devino en una fusión de significados condensados en un solo término. Quienes quisieron defender la supuesta esencia del topos se inclinaron a decir que la “historia sólo instruye renunciando a 4 5 6

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HUYSSEN, A:En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización. KOSELLECK, R: Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, p.42. Ibidem, p.43.

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la historie”.7¿Cuál de las dos, es, entonces, la historia maestra de vida? Si tenemos en cuenta que nuestro idioma no conoció nunca tal diferenciación, debiéramos pensar que dicha cuestión se mantuvo siempre en la base del problema que nos interesa. Sin desconocer esta ambigüedad ya sabidamente característica, debemos centrar la atención en el concepto de historia que abre a una dimensión de reflexión. Si aceptamos que existe una relación entre la historia y la política, estamos adelantando que la preocupación es por los procesos, siempre conflictivos, de apropiación, construcción y esfuerzos por hacer triunfar, ciertas imágenes de la historia, de las cuales dependerían los futuros que se pretenden construir. La historia que es sólo historia cuando y hasta donde se la conoce, está naturalmente ligada al hombre con mayor fuerza que una historia que sorprende al hombre en su acontecer a modo de destino. Únicamente el concepto de reflexión abre un espacio de acción en el que los hombres se ven obligados a prever la historia, planificarla, producirla, y finalmente, hacerla. Historia no significa ya únicamente relaciones de acontecimientos pasados y el informe de los mismos. Más bien se hace retroceder su significado narrativo y la expresión descubre horizontes de planificación sociales y políticos que apuntan al futuro.8 Si queremos avanzar en la comprensión de los contenidos y fundamentos de las nuevas “experiencias respecto al tiempo” que caracterizan a algunas de nuestras sociedades contemporáneas, es preciso antes recuperar, revisar, o incluso construir categorías o nociones teóricas que nos permitan aprehender en toda su complejidad los alcances de unos fenómenos que presentan múltiples aristas: políticas, historiográficas, epistemológicas, filosóficas. Lo que se presenta a continuación es un intento por hacer dialogar algunos aportes clásicos y otros más recientes referidos a la cuestión del tiempo histórico, que resultan potentes para pensar el problema que nos interesa: el de la relación entre historia y políticaen las sociedades actuales. Pensar el tiempo histórico es pensar en pasado, pero también en presente y futuro; mejor dicho, es pensar en términos de una articulación. Segúncómo se conciba dicha articulación le cabrá, o no, un lugar a la política en tanto proveedora de claves a partir de las cuales interpretar la relación entre los términos. La elección de los autores responde en alguna medida a la creencia de que en cada uno de ellos es posible encontrar pistas que nos permiten pensar políticamente al tiempo, y junto con ello, a la historia. Entendemos que se trata de un paso previo y necesario para poder tener una mejor comprensión de un concepto complejo como el de“usos del pasado”. ¿Hay algo en el “pasado” que hace que éste pueda ser usado? Lo que sigue puede ser leído como un intento de encontrar en los autores respuestas a dicho interrogante. Experiencia y expectativa, regímenes de historicidad, brecha del tiempo: lo que une aestas categorías teóricases una común invitación a concebir al tiempo histórico no como una determinación vacía de contenido, sino como una magnitud que va cambiando con la historia, y cuya modificación se deduce, fundamentalmente,de la cambiante articulación generada por y desde el presente. Una magnitud, además, contenedora de fuerzas que inevitablemente entran en contacto, transforman y son transformadas por las personas. El tiempo, dice Arendt–“observadora perspicaz” de sus roturas, según Hartog9-, no es un continuo ni un flujo de sucesión ininterrumpida; está partido por la mitad allí donde se encuentra el punto de mira del hombre, que no es estrictamente el presente, sino unabrecha

7 8 9

Ibidem, p.52. Ibidem, p.255. HARTOG, F: Regímenes de historicidad, p.23.

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a la que la definición de una postura frente al pasado y al futuro le otorga existencia.10Este corte rompe en etapas lo que de otra forma sería un flujo de temporalidad indiferente; quiebra el continuo del tiempo, hace que las fuerzas se desvíen de su dirección original, si es que existe algo así como una dirección original. Habrá, pues, que interrogar esos momentos, cuando la evidencia del curso del tiempo viene a confundirse, cuando la manera en que se articulan pasado, presente y futuro se torna problemática, cuando el pasado y el futuro entablanuna lucha. Según el planteo de Arendt, la existencia de esa lucha se debe de modo exclusivo a la presencia del hombre, en cuya ausencia las fuerzas del pasado y las del futuro se habrían neutralizado o destruido mutuamente mucho tiempo atrás.11Resulta interesante advertir que no sólo el futuro, sino también el pasado puede ser visto como una fuerza, en contraste con aquellas imágenes que lo presentan como mera cargaque el hombredebe sobrellevar y de cuyo peso muerto las personas pueden, o incluso deben, liberarse en su marcha hacia el futuro. En su calidad de fuerza, “el pasado jamás muere, ni siquiera es pasado”12; no lleva hacia atrás, sino que, en contra de lo que podría esperarse, impulsa hacia delante, es el futuro el que nos lleva hacia el pasado. El poder de la tradición desempeñó históricamente la función de salvar la brecha, de tender un puente entre el pasado y el futuro;al seleccionar y dominar, transmitir, preservar e indicar dónde están los “tesoros” y cuál es su valor. Pero la tradición, sabe Arendt, hace rato que ya no posee su antiguo impulso. La perplejidad que trajo consigo esta ruptura resulta inseparable de –y a la vez compensada por- su conversión en un “hecho de importancia política”.13 Cada nueva generación, en la medida en que se inserte entre el pasado infinito y el futuro infinito, deberá descubrir de nuevo y elaborar con detenimiento ese “espacio intemporal situado dentro del corazón mismo del tiempo”14que ya no puede heredarse.Adquirir experiencia en relación a cómo pensar y cómo moverse en esta brecha, que ahora se nos presenta abierta, se torna así un desafío.En el punto de intersección de ambas fuerzas se conjuga, pues, el presente y futuro político. La elaboración de una postura frente al pasado y al futuro que dé sentido a la brecha adquiere un significado estrictamente político; se convierte en una tarea fundamental para cualquier sociedad (generación) que pretenda situarse respecto al tiempo;construir sentidos de ruptura o continuidad, relaciones temporales que vayan más allá de la mera cronología.Dijimos que la preocupación por los “pretéritos presentes” constituye un rasgo característico de algunas configuraciones políticas actuales -pensemos, al menos, en el caso argentino- que nos habla de una forma particular de concebir la noción de tiempo histórico. Al decir esto estamos presuponiendo que el tiempo no es solamente una variable externa o condición previa de cualquier acción política, sino, antes bien, un objeto de decisión política. Norbert Lechner fue más allá al afirmar que “hacer política implica estructurar el tiempo”.15 Siguiendo el planteo de Koselleck, dicha estructuración dependerá del modo en que, en cada momento determinado, se resuelva la tensión constitutiva que existe entreespacios de experiencia y horizontes de expectativas. Si la elaboración de la brecha del tiempo supone la asunción de un compromiso político respecto al pasado, éste no puede sino estar orientado por expectativas y experiencias que limitan el espectro de aquello que es posible hacer con el tiempo, losmodos en que pasado y futuro pueden entrecruzarse. Se trata de dos categorías que, puestas en relación –casi no podrían concebirse si no es de manera dialécti10 11 12 13 14 15

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ARENDT: Opcit, p.16. Ibidem Ibidem Ibidem, p.20 Ibidem, p.19 LECHNER, N: Los patios interiores de la democracia, p.71.

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ca, polarmente tensa-logran tematizar el tiempo histórico. Según el autor, son incluso adecuadas para intentar “descubrir el tiempo histórico también en el campo de la investigación empírica, pues, enriquecidas en su contenido, dirigen las unidades concretas de acción en la ejecución del movimiento social o político”.16Expresiones que no se investigan como conceptos del lenguaje de las fuentes, tampoco proporcionan una realidad histórica, pero sin embargo pueden “descubrir empíricamente” al tiempo histórico, siempre y cuando sean llenadas de un contenido, siempre variable.Creemos que aquí radica la riqueza del enfoque koselleckeano; una filosofía del tiempo histórico que no se apoya en ningún supuesto de trascendencia sino que parte del problema político que lleva consigo la cuestión. Elaborado para poder pensar la transformación moderna, continúa siendo potente para reflexionar acerca de nuevas experiencias del tiempo. Si “la historia concreta”17se madura a partir de determinadas experiencias y determinadas expectativas, los usos políticosdel pasado no podrían entenderse si no es a raíz de estas categorías. “Los fantasmas retrospectivos tienen por fuerza un límite, pues el pasado posee una reserva de significaciones propias que restringen el espectro de las que es susceptible de recibir y canalizanla libertad de un eventual dador de sentido.”18La reflexión de Pomian tenía una dirección, si se quiere, más ontológica acerca del pasado, sus condiciones de verdad.Pero podemos pensarla aquí en cruce con los conceptos que nos interesa comprender. Espacios de experiencia y horizontes de expectativas representan los límites irrecusables de toda apelación al pasado realizada desde el ámbito de la política, los márgenes necesarios de una reserva de significaciones apoyada en determinadas “cosas que ya no existen” –sean éstas posibilidades cumplidas o erradas-y determinadas“cosas que aún no existen”.19 Las primeras, un pasado presente, es decir, cuyos acontecimientos han sido incorporados y por lo tanto pueden –en algunos casos deben­- ser recordados; las segundas, el futuro hecho presente pero no experimentado, un “todavía-no”que necesita de una experiencia particular para poder ser pensado.Estamos hablando de operaciones concretas, que remiten en todos los casos a la dinámica política y cultural de la que son fruto. Nos obligan a abandonar la concepción del sentido del pasado como “cosa inmutable”20 osusceptible de aprehensiones literales, y del presente como desconectado del pasado, o bien prefigurado por el ayer. Experiencias y expectativas nos remiten igualmente a la parcialidad de las interpretaciones progresivas y circulares del tiempo: “debe haber estructuras de la historia, formales y a largo plazo, que permitan reunir repetidamente las experiencias”.21Sin un mínimo de necesidad de trascendencia de las unidades de experiencia, dice Koselleck, no habría incluso posibilidad alguna para explicaciones últimas –con todo lo provisional que pueda resultar esta formulación-.22 Una vez que encontramos en el tiempo algo más que el “pan cotidiano del historiador”23, se evidencia la naturalización e instrumentalización que hacen de él frecuentemente un objeto impensado, “no por tratarse de algo impensable, sino porque no es pensado”24. Arendt y Koselleck confluyen, finalmente, en una propuesta explícita porpensar el tiempo histórico, que no busca encontrar en él ninguna clase de esencia,sino más bien una relación, 16 17 18 19 20 21 22 23 24

KOSELLECK, R: Opcit, p.336. Ibidem. POMIAN en QUATTROCCHI-WOISSON: Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina,p.323. ARENDT, H: Opcit, p.15. CRENZEL, E: Historia y memoria. Reflexiones desde la investigación, p.5. KOSELLECK, R: Opcit, p.350. KOSELLECK, R: Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, p.42. HARTOG, F:Opcit, p.27. Ibidem.

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contingente, conflictiva y siempre formulada a partir de lo contemporáneo. Nos referimos a la perspectiva de Hartog, más específicamente, a aquellos elementos que hacen de los regímenes de historicidaduna herramienta heurística para el análisis y la crítica de los distintos modos en que las sociedades tratan a su pasado –sus pasados, en ocasiones muy distantes espacial o temporalmente- o se refieren a él. No se trata de una realidad dada, mucho menos directamente observable. Antes bien, hacen referencia a una particular “modalidad de conciencia” de sí misma por parte de una comunidad humana. Los regímenes, pues, se conjugan en plural, así como son diversos los contornos de dichas modalidades. A una diversidad de modos de relacionarse con el tiempo le corresponde una diversidad de regímenes de historicidad, de órdenes que varían de acuerdo con los lugares y los momentos. Habitar el presente implica ponerlo en perspectiva y para ello habrá que establecer vínculos de variable intensidad con el pasado, pero también con el futuro. Qué destruir, qué conservar, qué reconstruir, qué construir y cómo: algunas de las muchas decisiones que involucran una relación explícita con el tiempo.25Sabemos que son parte de la tarea del historiador; nos interesa conocer de qué modo lo son también de la política, asumiendo que el objetivo posee alguna complejidad. Tal como sostiene Hartog, las relaciones que una sociedad mantiene con el tiempo parecieran estar poco sujetas a discusión, resultar apenas negociables.26 Creemos, sin embargo, que detrás de dicha apariencia reside una relaciónnada exenta de tensiones –la de la política y la historia- y una operación –los usos del pasado- que requiere de algunas aproximaciones conceptuales como las que aquí ensayamos para poder ser aprehendida en su complejidad, antes que reducida a algunas de sus aristas quizás más visibles –nos referimos, por ejemplo a posibles reducciones de los usos en “abusos”-. La hipótesis del régimen de historicidad, así como las revisadas anteriormente y contenidas, de algún modo, en el planteo de Hartog,no intenta aprehender mejor el tiempo, los tiempos, o“el todo” del tiempo, sino más bien aquellos momentos que podríamos denominar de crisis del tiempo, cuando las articulaciones entre el pasado, el presente y el futuro dejan de parecer obvias y, quizás gracias a ello, aparece en primer plano la política como constructora de nuevas relaciones. En este sentido, optamos por enfoquesque, sin prescindir de los recursos de inteligibilidadque aporta el reconocimiento braudeliano de la pluralidad del tiempo social (tiempos largos, cortos medianos, superpuestos, imbricados), eligen afrontar el problema desde otro lugar. Un lugar que, a nuestro modo de entender, reintroduce en el tiempo intenciones y problemas que permanecen ausentes en el cásico repertorio de las duraciones. Dice Hartog:“No se puede pasar de un régimen a otro sin periodos de conflicto”.27A la simultaneidad o discontemporaneidad de los hechos se le sobrepone, entonces,otra cuestión: “¿cómo construir un orden político cuando unos exigen la perpetuación de lo existente, otros reivindican la revolución ahora y otros postulan rupturas pactadas?”.28 Enfocar la atención en las formas o modos de articulación del pasado, presente y futuro habilita la formulación de interrogantes que no debieran dejar de formularse en momentos de transformación política o social: ¿De qué manera, variable en función de los lugares, los tiempos y las sociedades, se ponen a funcionar dichas categorías, que son a la vez categorías del pensamiento y la acción?; ¿de qué manera logran hacer posible y perceptible el despliegue de un orden del tiempo?; ¿de qué presente, con miras 25 26 27 28

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Ibidem, p.31. Ibidem, p.19. Ibidem, p.133. LECHNER, N: Opcit, p.81.

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a qué pasado y a qué futuro se trata aquí o allá, ayer y hoy?29

Un “pasado olvidado”, otro “recordado en demasía”, un “futuro que prácticamente hadesaparecido en el horizonte”, “un presente que se consume en forma ininterrumpida en la inmediatez” o bien otro“casi estático, interminable, por no decireterno”, constituyen algunas de las modulaciones propuestas por Hartog, y que esperan ser dotadas de un contenido preciso, historizadas en sus relaciones recíprocas. Si dijimos que el tiempo histórico es producido por la distancia-tensión creada entre espacios de experiencia y horizontes de expectativa; la hipótesis del régimen de historicidad viene a arrojar nuevas luces sobre los tipos de distancia y los modos de tensión. Tiempo, política e historiaen la Argentina contemporánea Este breve recorrido por algunas reflexiones que consideramos significativas acerca del tiempo histórico nos reveló un dato común, sugerido en planteos que no necesariamente comparten los mismos puntos de partida teóricos: existe en el tiempo algo que reclama ser experimentado, asumido, elaborado por las personas y sociedades que con él interactúan. Y esta elaboración adquiere un contenido estrictamente político cuando se trata de pensar el problema en términos colectivos. Al comienzo planteamos que una nueva relación con la temporalidad constituye un elemento fundamental en la construcción de una nueva política democrática. En lo que resta intentaremos aclarar los alcances de esta proposición. Para ello resulta interesante retomar algunos puntos de la propuesta elaborada hace ya tiempo por Norbert Lechner, sin desconocer que sus preocupaciones fueron las de una generación específica: el realismo político proporciona algunas de las claves necesarias para poder dilucidar la relación entre la historia y la política, o más específicamente, entre el tiempo y la democracia. Dice el autor: Entiendo el realismo político como una categoría crítica referida a la construcción de un nuevo orden. La transformación social exige una crítica de lo históricamente dado, pero también del futuro posible (…) He aquí la actualidad del realismo maquiaveliano para nuestros países: vincular a innovación a la duración.”30 Realismo no significa para nosotrosni aceptación conservadora del mundo tal como se nos presenta, ni una teoría de la “naturaleza negativa” del hombre. Significa, sí, la posibilidad de pensar aquello que todavía no existe, a partir de lo que existe: el conflicto, constitutivo por definición de la vida política en comunidad. A los fines que nos interesan y siguiendo el planteo mencionado, el realismo es también una “cuestión de tiempo”31, al menos en un sentido: como conciencia histórica acerca de la efectividad del pasado en el presente; un pasado que no puede ignorarse, pero tampoco asumirse como mera inercia. La “crítica de lo posible” nos remiteentonces a la producción de temporalidades. Ejercer el poder es gobernar el tiempo: el tiempo propio, el de los oponentes y de la sociedad en general; el cronológico pero también el histórico, el de la información, el secreto y la sorpresa, y aquel que sirve como campo de batalla por la construcción de hegemonía y su perdurabilidad. Comenzamos este trabajo con un desafío: poner en diálogo enfoques clásicos y recientes, para asomarnos a una filosofía del tiempo histórico que permita comprender mejor la 29 30 31

HARTOG, F: Opcit, p.39. LECHNER, N: Opcit, p.69. Ibidem, p.72.

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relación entre historia y política. Podemos finalizarlo con otro: de qué manera esta relectura, efectuada a la luz del presente político, puede ser útil para interrogarnos acerca de nuestras actuales formas de relacionarnos con el tiempo. La alternativa entre representaciones del pasado construidas de modo diverso y con objetivos distintos no se reduce hoy a un conflicto entre “la historia y la memoria” (historiadores y testigos o participantes). Coincidimos con Cattaruzza en que los actores y representaciones en juego son muchos más.32 Particularmente, la última década fue testigo de la consolidación del Estado como un usuario central del pasado argentino, y esto nos habla de un cambio importante en las formas de construir representaciones e imaginarios políticos. En tiempos de la llamada “cultura de lo instantáneo”-deudora, en nuestro caso, de un neoliberalismo presentista que invocó al pasado únicamente como aquello contra lo cual debía construirse un nuevo presente- los usos públicos del tiempo históricoparecen al menos interrumpirlo que de otro modo sería un presente continuo.No son sólo imágenes de la historia, entonces, lo que se pone en juego en estas circunstancias. Lo que hace que diferentes actores, en este caso el Estado, entiendan que vale la pena intervenir sobre el pasado es la certeza de que dicha intervención tiene un poder; el de tornar legítimas las posiciones presentes y de influir en las batallas actuales. Ahora bien, la lectura de Hartog nos obliga a agudizar en estos casos la mirada. La memoria, y junto con ella la historia nacional, pueden desempeñar también el lugar de instrumentos presentistas, cuando el pasado es asumido para cosificarlo y no para construir sentidos de proceso.33¿Hasta qué punto, entonces, el kirchnerismo encarna una política de la historia con el objetivo de promover una transformación del presente a la luz del pasado?, ¿Se trata sólo de una función legitimadora, o de un nuevo tipo de encuentro entre pasado, presente y futuro?

Algunas reflexiones finales A lo largo de estas páginas nos propusimos analizar y relacionar algunas claves de lectura propuestas en diferentes momentos por tres autores que tuvieron entre sus varios objetos de estudio al tiempo histórico: Hannah Arendt, Reinhart Koselleck y François Hartog. El objetivo no fue tanto reconstruir en ellos alguna teoría del tiempo, como encontrar pistas que permitan enriquecer el significado y los alcances de otro fenómeno que nos interesa particularmente: los usos del pasado. En este sentido, un interrogante común estructuró el recorrido por cada uno de los planteos: ¿Hay algo en el tiempo que reclame ser usado?;dicho de otra manera, ¿podemos pensar en el tiempo histórico independientemente de sus usos?Las preguntas no admiten respuestas definitivas, aunque sí delimitan ciertas zonas que fueron las transitadas en mayor o menor grado por las propuestas elegidas.El tiempo histórico no es una determinación vacía de contenido; es antes una relación y, en cuanto tal, va cambiando con el transcurso de la propia historia. La figura arendtiana de la brechadel tiempo nos introdujo en el problema.Una brecha que se pareceen ocasiones a cierta idea de vacío, como un escenarioen donde la capacidad creadora de las personas y las sociedades juega un papel relevante en términos políticos, fundamentalmente a partir del momento en que la tradición dejó de desempeñar sus antiguas funciones-guía. Una vez abierta la brecha, será el hombre quien deba presentar batalla a las fuerzas del pasado y del futuro, reapropiarse de aquello que cada una aporta para conjugar un presente político.Con Koselleck vimos que cualquier compromiso respecto al 32 33

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CATTARUZZA, A: Los usos del pasado. La historia y la política Argentina en discusión. HARTOG, F: Opcit, p.153.

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tiempo está orientado por espacios de experiencia y horizontes de expectativas que limitan necesariamente aquello que es posible hacer del y con el tiempo, los modos en que pasado y futuro pueden entrecruzarse. Sabemos que la coordinación de experiencias y expectativas se ha ido desplazando y modificando en el transcurso de la historia, a través de relaciones temporales que van más allá de la mera cronología. Esta tensión es constitutiva del tiempo histórico y por lo tanto deberá ser actualizada cada vez que la articulación entre pasado, presente y futuro deje de parecer evidente. Creemos que la actual coyuntura política argentina constituye un buen momento para poner en juego muchas de las hipótesis transitadas. Para ello, el recorrido efectuado nos lleva a rechazarla idea de una “facticidad del pasado”en tanto portadora de un sentido objetivo, y centrar la atenciónen los procesos, siempre conflictivos, de atribución de significados. El tiempo histórico no puede separarse de las experiencias respecto al tiempo; éstas, a su vez, resultan indisociables de la política.La apuesta de Arendt, finalmente,se mantiene: aprovechar al máximo los “momentos de verdad”; aquellas coyunturas en las que una adecuada elaboración de la tensión entre el pasado y el futuro puede aportar elementos centrales para un proceso de construcción política democrática.

Bibliografía ARENDT, Hannah: Entre el pasado y el futuro. Ocho ejercicios sobre la reflexión política, Península, Barcelona, 1996. CAETANO, Gerardo: “A propósito de las complejas relaciones entre historia y memoria: el horizonte democrático y los requerimientos de una “nueva orquestación del tiempo””, Bol. Inst. Hist. Argent. Am. Dr. Emilio Ravignani [online]. 2011, n.33. CATTARUZZA, Alejandro:Los usos del pasado. La historia y la política argentina en discusión, Sudamericana, Buenos Aires, 2007. CRENZEL, Emilio: “Historia y memoria: reflexiones desde la investigación” en Revista Aletheia, Volumen 1, número 1, Octubre de 2010. GOEBEL, Michael: La Argentina partida. Nacionalismos y políticas de la historia, Prometeo, Buenos Aires, 2012. HARTOG, François: Regímenes de historicidad, Universidad Iberoamericana, México, 2003. HUYSSEN, Andreas: En busca del futuro perdido. Cultura y memoria en tiempos de globalización, FCE, México, 2002. KOSELLECK, Reinhart: Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Paidós, Barcelona, 1993. KOSELLECK, Reinhart: Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, Paidós, Barcelona, 2001.-LECHNER, Norbert: Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, FLACSO, Santiago de Chile, 1998. QUATTROCCHI-WOISSON, Diana: Los males de la memoria. Historia y política en la Argentina, Emecé, Buenos Aires, 1995.

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