La feminización de la toponimia del Iberá

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Descripción

Boletín de los Esteros n°32. Marzo de 2017.Publicación gratuita editada por Conservation Land Trust con la colaboración de distintas ONG e instituciones que trabajan en la Reserva Natural del Iberá

La feminización de la toponimia del Iberá
Cuando hablamos de toponimia, nos referimos al significado de los nombres propios del lugar. Nombrar es un hecho cultural de gran importancia, ya que tiene significados sociales, políticos y económicos, y puede incluso generar o ser la consecuencia de un cambio en el hábitat. Este es el caso particularmente en una zona de difícil acceso como es el Iberá.
Iberá, primeramente, fue tierra de lagunas. En 1527, Gaboto señaló que en la zona de nuestro interés habitaban indios Caracarás y Timbúes, y Luis Ramírez, integrante de la expedición de Gaboto, menciona también a los Mepenes. En casi todos los casos, nos encontramos hablando de nombres puestos por los guaraníes, es decir que no fueron determinados por los propios indígenas pertenecientes a estos grupos. La mayoría de estos pueden ser caracterizadas como pertenecientes a varios troncos lingüísticos, y tanto se los podía vincular a los guaycurúes como a los charrúas; quizás a ambos. Sin embargo, este no es el caso respecto de los indios Caracarás. Según Reyes, la etimología de la palabra Caracará viene de cárcaras o Charcas del Perú. Este autor vincula el nombre con el río Carcarañá y con la palabra nán, camino en quichua. Carcara-ña refiere entonces el camino de los cárcaras, los que se supone que migraron provenientes de esas zonas en busca de mejores tierras. La escasa información que tenemos de ellos es apenas funcional para interpretar por qué posteriormente le dieron su nombre a la laguna: evidentemente, eran una fuerte presencia en la zona. Ruy Díaz de Guzman apunta que hacia 1536 hubo una gran matanza de indios caracarás, acción que se debió al Capitán Francisco Ruíz quien, según Díaz de Guzman, "propuso determinadamente dar sobre los indios Caracarás sin más razón que decir favorecían a unos indios rebelados contra los españoles. Dio en ellos una madrugada y quemándoles sus ranchos mató gran cantidad y prendiendo mucha suma de mujeres y demás chusma lo repartió todo entre los soldados". El hábitat de los caracarás fue caracterizado en un mapa hecho por Ruy de Guzmán como tierra de lagunas, y en ese momento, no había aún un nombre para este lugar.
En el siglo XVII, ya se la conocía como la laguna de los caracarás. Hubo un adelantamiento del ingreso de los españoles al sistema, en lo que consistió la fundación de Santa Lucía, y algo que según algunos historiadores se produjo en el río Mepene en 1615. La organización de este pueblo se originó con indios guaraníes y aparentemente, su cacique le aportaría el nombre de Astos. El río Mepene pasó entonces a denominarse por extensión río de los Astores, y sólo bastante más tarde sería designado como río Santa Lucía. En un mapa jesuítico, que Furlong data de 1632, aparece la designación "río de los Astores" y "la laguna de Caracarás". En él, la laguna sólo se encuentra unida al río Corrientes, faltando aún la conexión con el Miriñay. Sabemos que estos indios caracarás todavía existían en 1638, y a estos se les atribuye, junto a los mepenes y guayquirarós, la destrucción del pueblo de Santa Lucía y la muerte del sacerdote jesuita Pedro de Espinosa. Al año siguiente, muchos de ellos fueron muertos por los españoles.
Hacia el siglo XVIII, los jesuitas ya la llamaban laguna del Yberá o laguna resplandeciente. Desde nuestro punto de vista, la denominación procede de Jasy (deidad guaraní, masculina-femenina) y en su cristianización, a través de la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Jasy, porque la luna trae la luz entre las tinieblas originarias, y la Virgen María porque en sus esculturas aparece la luna en cuarto creciente en la peana: "Ella es hermosa como la luna (Apocalipsis 12,1)". Con esto, se piensa que fueron los jesuitas quienes aportaron la denominación. Estos recorrieron la zona y produjeron varios mapas, ya que pretendían intervenir en el sistema de aguas, y en 1719 la Compañía de Jesús intentó concretar su visión del Iberá como facilitador del transporte de cargas. El padre provincial Juan Bautista de Zea encargó a un ingenioso español llamado Alonso Texero, artillero en el fuerte de Buenos Aires, para que procurase con su habilidad abrir paso por el itú, arrecife o salto de Apipé, permitiendo así el paso de embarcaciones de todo calado. A su vez, se le pidió que mirase si por arriba del itu era factible dar un brazo de comunicación del río Paraná a las cabezadas del río Corrientes, y que de ser posible, lo abriera, con el objetivo de hacer más corto el trayecto entre el Alto Paraná y el Paraná Medio. A su vez, a mediados del siglo XVIII, los jesuitas se asientan en el Iberá, y cerca de 1745, la Compañía de Jesús empezó a explotar la estancia de Rincón de Luna. Esta lengua de tierra, rodeada de los arroyos Batel y Batelito, tenía un nombre perfectamente representativo de su lugar de pertenencia. El tema del resplandor de la luna en el agua es permanente en las lagunas y esteros del sistema. En el cuarto del padre Fernando Alles, quien se encontraba a cargo de la estancia ya nombrada, fueron encontrados muchos libros, entre ellos un Lunario, obra del Padre Buenaventura Suarez, el cual nos permite entrever la racionalidad con la cual se dedicó este sacerdote a su trabajo en el establecimiento. Este libro, escrito entre 1733 y 1737, determinaba la fecha exacta de los eclipses. La luna, durante este fenómeno y sus distintas fases, tiene una fuerza magnética que influye en la prolongación del período de gestación y la frecuencia del celo de las vacas, estableciendo períodos alternados de actividad y descanso en los fluidos orgánicos de los animales; por lo que de un animal en celo se decía que estaba "enlunado". Esta estancia era por esto el lugar era privilegiado para criar animales, y existían tres rincones hechos a propósito por la naturaleza para facilitarla organización de las reses.
Hacia 1777, en el período pos jesuítico, se terminan de conformar los asentamientos rurales de los pueblos misioneros alrededor de la laguna del Iberá. Están los puestos de estancias llamados San Gerónimo, San Xavier, San Francisco Solano, San Agustín y Asunción ubicados al oeste del río Aguapey, y el camino que los enlaza lleva hasta el pueblo de San Roque, configurándose en el mapa de Corrientes un recorrido transversal del Iberá al sur de la laguna.
Por Norberto Levinton, arquitecto y doctor en historia. Se ha especializado en el tema de la influencia de los jesuitas y franciscanos en la conformación espacial y cultural de la Mesopotamia. Ha escrito artículos y libros sobre su especialidad.

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