La Felicidad en Aristóteles iluminado por Sto.Tomás y San Agustin

July 14, 2017 | Autor: P. Perazzo | Categoría: Philosophy, Happiness, Filosofía, Ética
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Descripción

Facultad de teología Pontificea y Civil de Lima
Tesina de Bachillerato









La Felicidad
del paradigma aristotélico al
pensamiento agustino-tomista







Pablo Augusto Perazzo
Lima, enero de 2007



























Deseo de Felicidad
"Las bienaventuranzas responden al deseo natural de felicidad. Este deseo
es de origen divino: Dios lo ha puesto en el corazón del hombre a fin de
atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer: «Ciertamente todos
nosotros queremos vivir felices, y en el género humano no hay nadie que no
dé su asentimiento a esta proposición incluso antes de que sea plenamente
enunciada» (San Agustín)"
(Catecismo de la Iglesia Católica, 1718)





ÍNDICE

Introducción ......……………………………..………. 4
1. Visiones distorsionadas acerca de la Felicidad …..... 8
2. La vida contemplativa y la felicidad .……………… 20
3. El Camino de la Virtud ….…….……………………. 31
Conclusión …………………………………………. 38
Bibliografía …………………………………………. 41





















Introducción


¿Quién no quiere ser feliz? Basta hacer una encuesta para confirmar
que todos los seres humanos queremos ser felices. Es algo propio del hombre
la búsqueda de la felicidad. Todos nacemos con un anhelo interior y
profundo de felicidad. Sin embargo, si hacemos otra encuesta y preguntamos
cuántos son realmente felices, descubriremos tristemente que no todos lo
son; que algunos no son todo lo feliz que les gustaría ser; algunos incluso
dirían que no se puede ser feliz. Queriendo ser infinitamente felices, nos
confrontamos con nuestras limitaciones, nuestra contingencia, nuestras
dudas y muchas veces la ignorancia. Es impresionante como somos seres
finitos y contingentes, pero poseemos en nuestro interior un anhelo
infinito que clama por la felicidad.


Son distintas las actitudes y posturas que se vive frente a esa
pregunta. Muchos ni se preguntan, viven en la superficialidad de la
existencia; otros se preguntan pero no tienen el coraje de aventurarse a
responder a esa pregunta o se creen incapaces de alcanzarla y se contentan
con "pasarla bien"; otros se arriesgan pero se cansan en el camino,
sucumbiendo ante ese reto; algunos, infelizmente, creen que no se puede ser
feliz; también hay aquellos que creen que sólo se puede ser feliz por
ratos; finalmente, hay de los que logran responder afirmativamente a la
enunciada interrogante.


En este breve trabajo vamos a recurrir a un filósofo que se preguntó
en serio por el problema de la felicidad, y elaboró una respuesta a la
altura de esa inquietud. Sí es posible ser feliz. Aristóteles lo demuestra
de una manera clara y contundente. Sí se puede ser feliz. Es la experiencia
de muchas personas que se tomaron en serio la vida. Que buscaron su propia
realización personal. Para ello vamos a centrarnos en el primer libro de la
Ética a Nicómaco, en el que Aristóteles trata específicamente el tema de la
felicidad como el Bien último del hombre. Además, para profundizar algunas
propuestas de Aristóteles vamos a recurrir al pensamiento cristiano de
Santo Tomás y San Agustín con el fin de enriquecer el trabajo y ofrecer una
postura más profunda al tema de la felicidad. Es importante tener en cuenta
que ese será nuestro marco teórico, puesto que el tema de la felicidad
puede dar pie a muchas reflexiones. Además vamos a valernos de distintos
comentarios que nos ayudarán a profundizar el tema propuesto.


La pregunta por la felicidad es muy antigua. Pensadores como Sócrates,
Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca han mostrado como se puede ser feliz.
Por medio de este trabajo queremos descubrir como el hombre puede alcanzar
la felicidad. Como las personas que creen que no existe la felicidad están
equivocadas. Como las personas que creen que sólo se puede ser feliz por
ratos o los que creen que la felicidad esta en el placer o sentimiento
agradable también están equivocadas. La felicidad, según Aristóteles, es la
realización plena de lo más noble del ser humano que es el alma racional,
dirigida por la virtud más excelente. La postura cristiana, expresada en
Santo Tomás y San Agustín completan esa definición y dicen que lo más
elevado del hombre es en última instancia la contemplación espiritual,
descubriendo en Dios el único capaz de saciar nuestros anhelos más
profundos.


Aristóteles sigue siendo hoy en día una respuesta actual, pues el
hombre sigue siendo el mismo. Vivimos en un mundo que se ha desarrollado
muchísimo, un mundo donde el cambio parece darse cada vez más rápido. No
obstante estos profundos cambios que ha sufrido nuestro mundo a lo largo de
los siglos, el ser humano continua siendo el mismo. Con las mismas
inquietudes, los mismos anhelos, angustias, las mismas tristezas y
alegrías. La misma búsqueda por la felicidad. Por eso un pensador de la
talla de Aristóteles iluminado además por San Agustín o Santo Tomás puede
dar una respuesta que satisfaga nuestro hambre de felicidad.


La inquietud por escribir sobre la felicidad me ha surgido hace muchos
años atrás, motivado por muchas conversaciones que tuve con viejos amigos y
muchas personas con las que me fui cruzando a lo largo de mi vida.
Conversaciones en las que descubría una aproximación muchas veces
equivocadas al tema. Conversaciones en las que me daba cuenta que muchas
veces las personas ya habían desistido de buscar la felicidad, creyendo ser
algo imposible en esta vida. A todo esto le sumo mi propio anhelo por ser
realmente feliz. Por lo tanto, movido por estas experiencias personales,
constaté la importancia y urgencia de escribir sobre el tema.


El trabajo se desarrolla en tres capítulos. En el primero veremos
algunas visiones equivocadas de la felicidad. En el segundo capítulo
profundizaremos en el verdadero significado de la felicidad y como hacemos
para ser felices. Finalmente en el tercer capítulo hablaremos un poco sobre
las virtudes como el modo de vida que nos permitirá alcanzar la felicidad.
He tratado de escribir este pequeño trabajo con una carga existencial, a
fin de interpelar a los lectores, llevándolos a que cuestionen su propia
vida. La felicidad es un tema muy apelante, que nos toca a todos. ¿Cómo ser
felices? Es una pregunta que cada uno debe hacerse y esforzarse por
responder si es que quiere dar un verdadero sentido a su vida.





















1. Visiones distorsionadas acerca de la felicidad


«Todas las artes, todas las indagaciones metódicas del espíritu, lo
mismo que todos nuestros actos y todas nuestras determinaciones morales,
tienen al parecer siempre por mira algún bien que deseamos conseguir, y por
esta razón ha sido exactamente definido el bien, cuando se ha dicho que es
el objeto de todas nuestras aspiraciones»[1]


Aristóteles nos deja claro que nuestros actos están siempre dirigidos
al bien. Sin embargo vemos que muchas veces las personas no se encaminan al
bien. Efectivamente, nuestras acciones siempre se encaminan al bien, aunque
muchas veces objetivamente no elegimos el bien. Lo que pasa es que el mal
muchas veces "se viste" de bien. Es decir, el mal objetivo aparece como un
bien subjetivo. Pongamos un ejemplo. Un drogadicto… ¿Por qué usa las
drogas? Cree que la droga le va a traer un bien. Lo va a ayudar de alguna
manera, ya sea porque tiene problemas, ya sea porque no quiere enfrentar
alguna situación complicada, ya sea simplemente porque quiere sentirse
bien. Objetivamente la droga es algo malo, pero el individuo la consume
creyendo alcanzar un "bien".


Santo Tomás comentando este punto hace la siguiente afirmación que
ayuda a entender la aparente contradicción: «No hay que detenerse en que
algunos apetecen el mal. Porque no lo apetecen, sino bajo la razón de bien,
es decir en cuanto lo estiman como un bien. De esta manera, su intención
por sí misma se dirige al bien, pero por accidente cae sobre el mal.»[2]


Por eso decimos que la ética de Aristóteles es francamente
teleológica. Es decir, nuestras acciones siempre están encaminadas a un
bien. Esta opinión presupone que hay en el hombre unas tendencias
implantadas por la naturaleza. Es la famosa eudemonía griega. Postura moral
según la cual el hombre siempre se dirige al bien. La ética griega es
siempre una ética de bienes. ¿Qué es la eudemonía? Esto lo vamos a ver más
adelante.


Hay algunos bienes que son buscados en vista de otro bien más
importante. Por ejemplo, un estudiante de medicina busca sacarse buenas
notas en sus exámenes. Pero este bien está en vistas a formarse bien y
llegar a ser un buen médico. Ser un buen médico no es un bien absoluto,
sino que esta en vistas a poder servir mejor a las personas. Pero no
podemos seguir esta cadena hacia el infinito, sino que debe existir un bien
último. Querido por si mismo y no en vistas de otro bien.

«Si en todos nuestros actos hay un fin definitivo que quisiéramos
conseguir por sí mismo, y en su vista aspirar a todo lo demás; y si, por
otra parte, en nuestras determinaciones no podemos remontarnos sin cesar a
un nuevo motivo, lo cual equivaldría a perderse en el infinito y hacer
todos nuestros deseos perfectamente estériles y vanos, es claro que el fin
común de todas nuestras aspiraciones será el bien, el bien supremo (…) el
conocimiento de este fin último tiene que ser de la mayor importancia»[3]


Santo Tomás clarifica esta opinión de Aristóteles diciendo lo
siguiente:


«La principal, dice que algún fin es tal que por él queremos otras
cosas y a él lo queremos por sí mismo no por alguna otra. Tal fin no sólo
es bueno, sino que es óptimo. Salta a la vista porque siempre el fin, en
razón del cual se buscan otros fines, es el principal, como dijo. Es
necesario que exista algún fin semejante. Luego, en las cosas humanas, hay
algún fin que es bueno a la vez que óptimo.

Hay una segunda razón que conduce a un imposible y es la siguiente: un
fin puede ser deseado en razón de otro fin, como dijo. Luego, hay que
llegar a algún fin que no es deseado por otro, o no. Si es así, se ha
logrado lo que se busca. Si por el contrario no se ha encontrado algún fin
de este tipo, debe seguirse que todo fin es deseado por otro fin. De esta
manera, es necesario proceder al infinito. Pero es imposible que en los
fines se proceda al infinito. Luego, es necesario que exista algún fin que
no sea deseado por otro fin.

De esta manera es necesario que exista algún fin último por el cual todo lo
demás sea deseado y él mismo no sea deseado en razón de otro. Así, es
necesario que exista algún fin óptimo de los asuntos humanos.»[4]

La pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué es ese Bien absoluto?
Debemos intentar definirlo, aunque no sea más que haciendo de él un
sencillo bosquejo. El conocimiento de este fin último es de la mayor
importancia. Para eso debemos ver primero de qué ciencia y de qué arte
forma parte. «Como el conocimiento del mejor fin es necesario para la vida
humana es preciso saber cuál es este mejor fin y a qué ciencia especulativa
o práctica le concierne considerarlo.»[5]


Para alcanzar ese Bien supremo Aristóteles recurre a la ciencia
soberana, a la ciencia que sea la más fundamental de todas. Ésta es la
ciencia política. El fin de la política es alcanzar ese bien supremo del
hombre. Todas las demás ciencias están subordinadas a la política. Santo
Tomás en su comentario a Aristóteles esta de acuerdo en que la política es
la ciencia que mejor trata acerca del bien del hombre:

«El mejor fin pertenece a la ciencia principal y más arquitectónica,
como resulta claro por lo dicho. Expresó que, bajo la ciencia o arte que se
refiere al fin, está contenido lo que es en razón del fin. Por eso,
corresponde que el último fin pertenezca a la ciencia principal, en cuanto
versa sobre el principal fin; y más arquitectónica, en cuanto enseña a las
demás lo que corresponde hacer. Ahora bien, la ciencia política parece ser
así, es decir, la principal y la más arquitectónica. Luego, le pertenece
considerar el mejor fin.»[6]


Antes de seguir adelante debemos clarificar qué entendían los griegos
en la época de Aristóteles por política. Es una filosofía de las cosas del
hombre. Es la ciencia que abarca la actividad moral de los hombres
considerados como individuos o como ciudadanos. Se subdivide en ética y en
política propiamente dicha, que es teoría del Estado.[7] Se entiende el
valor que da Aristóteles al Estado teniendo en cuenta la importancia que
tenía la Polis y su inferencia en la vida de los hombres en la Grecia
antigua.


El Bien último del hombre debe ser el bien del Estado. Es más, la
preocupación primordial se dirige al bien del Estado. Procurar el bien del
Estado parece cosa más acabada y más grande, pero Aristóteles en la medida
que avanza en su Ética dirige su estudio a la ciencia ética individual.
Pero esto no presenta mayores problemas puesto que tanto para el individuo
como para el Estado el Bien último es el mismo.

«En efecto, Aristóteles distingue entre la felicidad que el hombre
puede encontrar en la vida política, en la vida activa (es la dicha que
proporciona la práctica de la virtud en la ciudad), y el goce filosófico
que corresponde a la teoría, es decir, a un tipo de vida consagrada por
completo a la actividad del entendimiento»[8]


De hecho, la dicha filosófica se encuentra en la vida según el
entendimiento, viviendo la virtud más elevada del hombre, que corresponde a
la mente. Por eso el filósofo, según Aristóteles, es quien mejor puede
alcanzar la felicidad, y es quien puede enseñar otros a vivir la felicidad.


Para todo esto debemos tener en vista un presupuesto filosófico muy
importante que nos permite sostener todo este sistema. Aristóteles estaba
tratando de la naturaleza humana en cuanto tal, fundaba su ética en las
características universales de esa naturaleza. Hay una constante universal
en la naturaleza humana, que se repite en todos y permite hablar de un
mismo Bien para todos. Estamos hablando de una Naturaleza humana
universal.[9]


Santo Tomás, siguiendo un comentario de Aristóteles, hace una
precisión interesante sobre quienes se pueden dedicar a ejercer la
política. Puesto que es una ciencia de las cosas del hombre, el hombre que
se dedique a ella debe ser ya un hombre maduro. La juventud tiene todavía
poca experiencia de vida, y además se deja muchas veces llevar por las
pasiones, mientras que la política exige ordenarse según la razón.

«He aquí por qué la juventud es poco a propósito para hacer un estudio
serio de la política, puesto que no tiene experiencia de las cosas de la
vida (…) sólo escucha la voz de sus pasiones»[10]. «El joven no tiene un
conocimiento de lo que atañe a la ciencia moral, que se conoce, sobre todo,
por la experiencia. Por su corta edad, no tiene experiencia de las acciones
de la vida humana. Por tanto, es claro que el joven no es un adecuado
oyente de la ciencia política».[11]


Hasta aquí estamos de acuerdo que todos buscamos y ordenamos nuestra
vida en vistas a un Bien último. ¿Cuál es ese bien que es objeto de la
política? Tanto el vulgo como las personas ilustradas llaman a este bien
supremo felicidad. La eudemonía. Vivir bien, obrar bien es sinónimo de ser
dichoso. Todos los seres humanos quieren ser felices. Basta hacer una
encuesta para constatar que la felicidad es el bien que todos quieren
alcanzar. El bien que se quiere en si mismo, no en vistas a otro bien
superior. Una siguiente pregunta, que Aristóteles no se hace, pero que me
parece importante también es cuán feliz uno quiere ser. Obviamente queremos
ser todo lo feliz que sea posible, quisiéramos que no haya un límite para
la felicidad. Por lo tanto estamos hablando de una felicidad que sea
infinita. El hombre tiene necesidad de infinito. Esa es la experiencia
básica a la que puede llegar todo ser humano que logra acceder a su
auténtica dimensión interior.[12]


San Agustín en su diálogo de Beata Vita, conversando con su madre se
pregunta si todos quieren ser felices. Y completa el diálogo diciendo que
son felices los que poseen cuanto quieren. Si quieren un bien y lo poseen,
entonces son felices. Si quieren males, aunque los alcancen, serán
desgraciados.

«-¿Todos queremos ser felices?
Apenas había dicho esto, todos lo aprobaron unánimemente.
-¿Y os parece bienaventurado el que no tiene lo que desea?
-No –dijeron todos.
-¿Y será feliz el que posee todo cuanto quiere?
Entonces la madre respondió:
-Si desea bienes y los tiene, sí; pero si desea males, aunque los
alcance, es un desgraciado.»[13]


El problema que nos toca ahora es definir la naturaleza y esencia de
la felicidad. Si bien tanto el vulgo como los sabios quieren ser felices,
se distancian muchísimo en la idea que tienen sobre la felicidad. Unos la
colocan en las cosas visibles, como el placer, la riqueza, los honores.[14]
Esto es lo que nuestra cultura actual, con toda su carga de anti valores,
enseña al hombre como modelo de felicidad: el tener, el poseer placer y el
poder. En la teología cristiana también se habla de esas tres maneras
equivocadas como el hombre busca ser feliz. Se conocen como la triple
concupiscencia.[15] Falsos diocesillos que sólo llevan al hombre por
caminos del error, alejándolo de la verdadera felicidad. Soy consciente que
al abordar este tema estoy entrando en el terreno de la teología, pero me
parece interesante notar como la propuesta aristotélica sirve de fundamento
para la creencia cristiana. Síntesis lograda por los primeros padres de la
Iglesia, que buscaron esa relación entre la filosofía aristotélica y la fe
cristiana.


«El placer, la riqueza, los honores» no hacen más que desorientar la
razón humana, confundiendo nuestra inteligencia y poniendo nuestros anhelos
más profundos de felicidad en ilusiones baratas, que engañan los hombres
que se dejan llevar por la propaganda barata de la cultura actual.


Algunos perciben la necesidad de infinito de la que hablábamos
anteriormente, pero se lanzan a la búsqueda de sucedáneos, de sustitutos
para satisfacer ese vacío de infinito. Son los falsos diocesillos, las
concupiscencias, cuya pretensión es colmar el hambre interior del ser
humano, pero sólo traen un creciente pesimismo al que se engaña y va tras
ellos.[16] Santo Tomás corrobora esta postura teológica de la triple
concupiscencia diciendo lo siguiente: «Algunos estiman que la felicidad
está en algunos bienes sensibles, como el avaro en las riquezas, el
intemperante en los placeres y el ambicioso en los honores.»[17]


La opinión de un mismo individuo se complica muchas veces dependiendo
de su estado; el enfermo, cree que la felicidad es la salud; pobre, que es
la riqueza; el ignorante, admira a los que hablan de la felicidad de modo
pomposo. Es decir, depende mucho de la circunstancia personal de cada uno.
Acordémonos que hasta aquí estamos discurriendo las visiones equivocadas,
según la opinión del vulgo, que se tiene de la felicidad. «Indagar todas
las opiniones sobre esta materia sería un trabajo bastante inútil, así nos
limitaremos a las más conocidas y divulgadas.»[18]


Aristóteles distingue tres géneros de vida: el vulgo que busca el
placer. La mayor parte vive así como esclavos, anhelando el tipo de vida de
los que están en el poder, los cuales se exceden en los goces del placer,
como Sardanápalo[19]. Después la vida política o pública, y por último, la
vida contemplativa e intelectual.


La mayoría de las personas considera que la felicidad consiste en el
placer y en el goce. Pero una vida dedicada a los placeres es una vida que
hace semejante a los esclavos y es una existencia digna de las bestias.[20]
"Digna de la bestias" pues son los animales los que se mueven y guían por
el placer que les trae determinadas cosas. No se rigen por la razón –
puesto que no la tienen – sino por sus impulsos instintivos, guiados por el
placer sensual. Por eso, el hombre que se deja llevar por sus impulsos
sensuales se compara a una bestia salvaje. Aunque esto suene duro,
infelizmente es como muchas personas hoy en día viven.


La postura cristiana sobre la búsqueda del placer por el placer encaja
perfectamente con la visión de Aristóteles. Véase este comentario que hace
Santo Tomas:

«Ha de considerarse que la vida placentera que pone el fin en el
placer del sentido, necesariamente debe poner el fin en los más grandes
placeres, los que siguen a las operaciones naturales, aquellas por las
cuales se conserva la naturaleza: en el individuo, el alimento y la bebida;
y en la especie, la unión sexual. Pero estos deleites son comunes a los
hombres y a los animales. De ahí que todos los hombres que ponen el fin en
estos placeres se parezcan enteramente a los animales, eligiendo la vida en
la que toman parte las bestias lo mismo que nosotros. Luego, si en esto
consistiera la felicidad del hombre, por la misma razón, las bestias serían
felices disfrutando del placer de la comida y del coito. Por tanto, si la
felicidad es un bien propio del hombre, es imposible que consista en esos
placeres.»[21]


En este género de vida también encajarían los que creen que la
felicidad es aquello que me hace "sentirme bien". Es decir, soy feliz si
hago lo que me hace sentirme bien. La felicidad así es un sentimiento,
depende de mi gusto o disgusto. Hago lo que me gusta y dejo de hacer lo que
no me gusta. El problema de guiarse por lo que me gusta o hace sentirme
bien es que no siempre mi sentimiento o gusto personal está orientado a la
verdadera felicidad.


El segundo tipo de vida es la política o pública, de los que ponen la
felicidad en la gloria, porque es el fin más habitual de la vida política.
Pero la felicidad comprendida de esta manera es una cosa más superficial y
menos sólida. «La gloria y los honores pertenecen más bien a los que
dispensan que al que los recibe, mientras que el bien (…) es una cosa por
completo personal»[22] Estos buscan una aprobación y reconocimiento de su
propia virtud. Así la virtud esta sobre la gloria, la virtud es el
verdadero fin del hombre. Pero la virtud misma es evidentemente incompleta
cuando es sola.


En tercer lugar esta la vida contemplativa e intelectual, que será
profundizada en el siguiente capítulo y nos llevará a la idea verdadera de
felicidad. Pero Aristóteles no concluye aquí. Habla de un cuarto tipo de
vida: los que sólo buscan enriquecerse. El que pone su felicidad en las
riquezas no es más que un infeliz, pues la riqueza no es el bien que
nosotros buscamos. No es más que una cosa útil para alcanzar otros bienes
que no son ella.[23] «…buscamos la felicidad como un bien que no es buscado
en razón de otro bien. Pero el dinero es buscado en razón de otra cosa
porque tiene razón de bien útil. Luego, la felicidad no consiste en el
dinero.»[24] Este estilo de vida es un estado ampliamente difundido en la
sociedad actual. El materialismo y consumismo profundamente enraizados en
nuestra cultura hacen que las personas vivan para el dinero. Busquen a
todas costas acumular riquezas, creyendo que así serán felices.


Hasta aquí hemos desarrollado como la felicidad puede entenderse
equivocadamente como el placer, la gloria u honores, y las riquezas. Falta
ahora desarrollar la felicidad de aquellos que creen alcanzarla por la
inteligencia o contemplación y verificar si esto nos trae o no la verdadera
felicidad. Pero esto lo vamos a verificar en el próximo capítulo.





















2. La vida contemplativa y la felicidad


¿Cuál es el Bien último del hombre? ¿Cuál es el Bien al que todo los
hombres quieren llegar? ¿Qué es lo que todos los seres humanos quieren
vivir? El hombre por naturaleza quiere ser feliz. Desde el relato del
Génesis el hombre y la mujer ya tenían el anhelo por alcanzar la
sabiduría[25]. Ya Sócrates, entre los primeros filósofos griegos buscaba la
virtud y la enseñaba a tiempo y destiempo[26]. Recordémonos también el
pasaje del joven rico, en los tiempos de Jesús, con su famosa pregunta:
"Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?"[27]
Pregunta que manifiesta el profundo anhelo que tenía ese joven por ser
feliz.

«Pero el bien supremo debe ser una cosa perfecta y definitiva. Por
consiguiente, si existe una sola y única cosa que sea definitiva y
perfecta, precisamente es el bien que buscamos; y si hay muchas cosas de
este género la más definitiva entre ellas será el bien. Mas en nuestro
concepto, el bien, que debe buscarse por sí mismo, es más definitivo que el
que se busca en vista de otro bien, y el bien que no debe buscarse nunca en
vista de otro bien es más definitivo que estos bienes que se buscan a la
vez por sí mismos y a causa de este bien superior; en una palabra, lo
perfecto, lo definitivo, lo completo, es lo que es eternamente apetecible
en sí, y que no lo es jamás en vista de un objeto distinto de él. He aquí
precisamente el carácter que parece tener la felicidad»[28]


La felicidad es ciertamente una cosa definitiva, perfecta, y que se
basta a sí misma, puesto que es el fin de todos los actos posibles del
hombre. El Bien último y lo que todos los seres humanos buscan es la
felicidad. El honor, el placer, las riquezas, la ciencia, la virtud, se
buscan en vistas a la felicidad. Santo Tomás está plenamente de acuerdo con
Aristóteles en este punto: «Este fin último del hombre se llama bien humano
y es la felicidad.»[29] La diferencia, como veremos más adelante, viene a
ser en el modo como se alcanza esa felicidad. San Agustín también trata de
describir y aproximarse al tema de la felicidad:


«-Qué debe buscar, pues, el hombre para alcanzar su dicha?
(…)
-Luego - dije yo- ha de ser una cosa permanente y segura,
independiente de la suerte, no sujeta a las vicisitudes de la vida.
Pues lo pasajero y mortal no podemos poseerlo a nuestro talante, ni al
tiempo que nos plazca.»[30]


Santo Tomás ofrece algunas características de la felicidad. En primer
lugar es un fin que se busca, en vista del cual se hace todo lo demás; es
perfecta y definitiva que no se busca en vista a otro bien, sino en si
misma. «Tal parece ser la felicidad, a la cual nunca la elegimos por otra,
sino siempre por ella misma(…) A la felicidad nadie la elige por eso, ni
por alguna otra cosa. De lo cual se desprende que la felicidad es el más
perfecto de los bienes y, en consecuencia, es el fin último y el
mejor.»[31]; basta para hacer la vida aceptable; es el fin de todos los
actos del hombre. Pero no podemos quedarnos aquí. Es necesario profundizar
y conocer mejor su naturaleza. «El medio más seguro de alcanzar esta
completa noción es saber cuál es la obra propia del hombre»[32]. «Así se
desprende que el bien final de algo debe buscarse en su operación. Por
tanto, si hay alguna operación propia del hombre, es necesario que, en esa
operación propia, consista su bien final, que es la felicidad. Así, el
género de la felicidad es ser una operación propia del hombre.»[33]


Así como para el músico y todo artista el bien esta en la obra
especial que realizan, en igual forma el hombre debe encontrar el bien en
su obra propia. Debemos buscar cuál es la obra propia del hombre. Es decir,
cuál es la obra que caracteriza el ser humano de modo excelente. En otras
palabras, de que manera el ser humano se realiza, se despliega, hace lo que
está llamado por su identidad.


El bien del hombre sólo consistirá en la «obra» que es peculiar de él,
es decir, en la obra que él y sólo él sabe desarrollar, así como, en
general, el bien de cada una de las cosas consiste en la obra que es
peculiar de tal cosa. La obra del ojo es ver, la del oído es oír. ¿Cuál es
la obra del hombre? No puede ser el simple vivir, puesto que el vivir es
propio asimismo de todos los seres vegetales. Se trata de la dimensión
biológica que el hombre comparte con todos los seres vivos. Tampoco puede
ser el sentir, puesto que el sentir es común de todos los animales. Sólo
queda, pues, que la obra peculiar del hombre sea la de la razón y la
actividad del alma según la razón. El verdadero bien del hombre, pues,
consiste en esta «obra» o «actividad» de la razón, y más precisamente, en
la explicación y actuación perfecta de esta actividad. Ésta es, pues, la
virtud del hombre y aquí deberá buscarse la felicidad.[34] Ahora, estamos
hablando de la virtud del hombre. Implica las virtudes intelectuales y
morales. Esta respuesta está en perfecta armonía con la concepción
típicamente helénica de la areté. La actividad intelectual es la virtud del
hombre. Es lo propio del ser humano, que sólo él posee. Así la felicidad se
define como la actividad del alma dirigida por la virtud, y la virtud más
elevada. Además, todo esto debe ser realizado una vida entera, pues «una
golondrina sola no hace verano». Es decir, un solo día de felicidad no
basta para hacer un hombre feliz.


El cuidado del alma ya era una preocupación que venía de Sócrates y
sigue siendo prioridad para Aristóteles. Sin embargo Aristóteles considera
también indispensable disponer de suficientes bienes externos y de medios
de fortuna, aunque éstos sólos no pueden proporcionar la felicidad. En
otras palabras, los bienes externos y la fortuna pueden ayudar a que seamos
felices, pero no son esencial para ello. Lo importante es desarrollar el
alma por medio de la virtud. Además, toda esta experiencia puede ir
acompañada del placer. En este sentido, el placer no es algo malo, sino que
acompaña un acto virtuoso. El problema sería poner al placer como el fin de
nuestras acciones. Esto sería caer en un hedonismo, es decir, una búsqueda
desordenada del placer sensual.


Esta felicidad debe ser universal. Es decir, al alcance de todos.
Todos los seres humanos tienen la capacidad para ser felices. «Y añado, que
la felicidad es en cierta manera accesible a todos, porque no hay hombre a
quien no sea posible alcanzar la felicidad, mediante cierto estudio y los
debidos cuidados, a menos que la Naturaleza le haya hecho completamente
incapaz de toda virtud.»[35]


Estamos de acuerdo, entonces, que para ser felices debemos aprender a
desarrollar las capacidades intelectuales. Sin embargo nosotros no nacemos
sabiendo como desarrollar nuestra inteligencia. Para ello es fundamental la
idea de educación. La paideia. Este aspecto de la educación era fundamental
para la sociedad helénica. Y debería ser una educación en virtud, entendida
como una "disposición estable para obrar bien, adquirida a la luz de la
razón y teniendo la voluntad por sujeto inmediato".[36]

«El tema esencial de la historia de la educación griega es más bien el
concepto de areté, que se remonta a los tiempos más antiguos. El castellano
actual no ofrece un equivalente exacto de la palabra. La palabra "virtud"
en su acepción no atenuada por el uso puramente moral, como expresión del
más alto ideal caballeresco unido a una conducta cortesana y selecta y el
heroísmo guerrero, expresaría acaso el sentido de la palabra griega. (…) En
el concepto de la areté se concentra el ideal educador de este periodo en
su forma más pura.»[37]


Entonces, para ser feliz la persona debe aprender y educarse en la
virtud para vivir coherentemente con su alma racional. Su alma racional es
lo que identifica al ser humano. Tristemente vemos como hay muchos que se
hacen esclavos de los placeres más bajos del cuerpo, o están a merced de
sus sentimientos o emociones. Sólo el que aprende a vivir de acuerdo al
nivel más alto de su naturaleza – que es el alma – puede vivir la
felicidad.


Infelizmente hay muchos seres que sólo viven para la pasión y no
pueden escuchar la voz de la razón. ¿Cómo se puede disuadir a un hombre que
está en tal disposición? Sólo cede a la fuerza. Aquí entra la reflexión que
hacíamos al principio sobre la política. La educación de los jóvenes y sus
trabajos es preciso arreglarlos mediante a la ley. En una palabra, es
preciso que la ley siga al hombre durante toda su existencia, porque la
mayoría de ellos obedecen más la necesidad que a la razón, más a los
castigos que al honor.[38] Únicamente la ley posee una fuerza coercitiva
igual a la de la necesidad, porque es expresión de la sabiduría y de la
inteligencia. «Cuando se quiere mejorar a los hombres cuidándose de ellos,
ya se trate de una multitud o de un corto número, es preciso procurar
hacerse legislador, puesto que sólo por medio de las leyes se perfecciona
la humanidad»[39]


Aristóteles considera que es la ciudad, mediante sus leyes, la que
debe preocuparse por el perfeccionamiento del hombre. Por eso es el
político quien se preocupa por la felicidad de los ciudadanos. La filosofía
ayuda a que los legisladores conduzcan bien la ciudad.[40]


Entonces, lo ideal sería que la persona fuera capaz de vivir según su
alma racional, y por medio de la virtud orientarse según la razón, que es
la capacidad más elevada del hombre. Sin embargo muchos no lo hacen. Es ahí
donde tiene que ejercerse la ley con el fin de orientar por medio de la
fuerza aquellos que por su propia voluntad no se rigen por la razón.


Hagamos una breve recapitulación de la teoría de la felicidad.[41] La
felicidad es el fin de todos los actos del hombre. No es una simple manera
de ser puramente pasiva. Es decir, se trata de un ejercicio que exige un
esfuerzo personal. Es preciso suponer más bien un acto de cierta especie.
No cualquier tipo de actos, sino los que se eligen y que se desean por si
mismos, y no entre los que se buscan en vista de otros. La felicidad no
debe tener necesidad de otra cosa, debe bastarse a si misma por completo.
Estos actos deben ser hechos conforme a la virtud. Estas acciones buenas
tienen su origen en la virtud y la inteligencia. Esas son las acciones
verdaderamente buenas y dignas de ser amadas y que están en la mira del
hombre virtuoso. La vida dichosa es la vida conforme a la virtud. Y esta
vida es seria y laboriosa; no la constituyen las vanas diversiones. Las
cosas serias están en general muy por encima de las gracias y de las
burlas, y el acto de la mejor parte de nosotros, o de lo mejor del hombre
se considera siempre como el acto más serio.


Avancemos un poco más. Aristóteles, un poco más adelante, introduce la
idea de la contemplación. Como la virtud de la mejor parte de nuestro ser.
El entendimiento y la contemplación. Esta contemplación se refiere a una
calidad espiritual que tiene el ser humano. Es la participación de la
realidad divina. En otras palabras, se trata de contemplar lo divino. Esto
es lo más noble y virtuoso del ser humano. Recordemos cuando decíamos que
la felicidad es un anhelo infinito. Por lo tanto lo divino es lo único
capaz de saciar esa nostalgia de infinito. Esta idea esbozada por
Aristóteles encuentra su plenitud en el pensamiento cristiano, que
introduce la idea de Dios como elemento fundamental para alcanzar la
felicidad.

«Quizá esta vida tan digna sea superior a las fuerzas del hombre, o
por lo menos si puede el hombre vivir de esta suerte, no es como hombre,
sino en tanto que hay en él un algo divino. Y tanto cuanto este principio
divino está por encima del compuesto a que él está unido, otro tanto el
acto de este principio es superior a cualquier otro acto. Pero el
entendimiento es algo divino con relación al resto del hombre (…) es
preciso que el hombre se inmortalice tanto cuanto sea posible, y que haga
un esfuerzo por vivir conforme al principio más noble de todos los que le
constituyen.»[42]


En la actividad de la contemplación intelectual el hombre alcanza el
vértice de sus posibilidades y actualiza cuanto de más elevado hay en él.
La felicidad de la vida contemplativa conduce de alguna forma más allá de
lo puramente humano; nos pone, por decirlo así, en contacto con la
divinidad, y esta vida sólo puede ser contemplativa.[43]


Ahora bien, ¿Cuáles son los objetos que Aristóteles considera propios
de la contemplación teórica? Los objetos inmutables de la metafísica. Y el
objeto más excelso de la metafísica es Dios. Esta actitud religiosa aparece
más explícita en otro libro de Aristóteles: la Ética a Eudemo y en el
capítulo XII de la Metafísica. Esta doctrina acerca de la contemplación
espiritual influyó mucho en todo el pensamiento posterior, especialmente en
los filósofos cristianos, que la encontraron muy acomodable a sus
fines.[44]


Como decíamos, el cristianismo se vale de este razonamiento de
Aristóteles y desarrolla su propia categorización de la felicidad. Remarca
mucho más la necesidad de Dios, como camino para la felicidad, mientras que
Aristóteles se quedaba más en el esfuerzo puramente humano por alcanzar la
felicidad.

«El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el
hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer al
hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad y la dicha
que no cesa de buscar.»[45] Y fue así como lo explicó San Agustin, quien
decía: «Cuando llegue a adherirme a ti con todas las fuerzas de mi ser no
tendré ya ni dolores ni trabajos; mi vida será en verdad viva, llena de
ti»[46]


La contemplación de Dios como fuente de la felicidad es una idea que
aparece implícita en el pensamiento de Aristóteles expresado en la "Ética a
Nicómaco". Él pone un énfasis en la actividad del alma racional y la virtud
como camino para ser feliz, dejando abierta la puerta para la reflexión en
torno a Dios como objeto de la contemplación espiritual, que es la
actividad más elevada del alma racional. Aspecto que es plenamente
desarrollada por el cristianismo. Aquí vale la pena hacer una referencia a
San Agustín, en su libro DE BEATA VITA, en el que defiende lo siguiente:
la vida feliz consiste en el perfecto conocimiento de Dios. No consiste,
pues, la felicidad en la posesión y disfrute de ningún bien creado y
transitorio, sino del Bien absoluto y perfecto.

«Concluyamos, pues, que quien desea ser feliz debe procurarse bienes
permanente, que no le puedan ser arrebatados por ningún revés de la
fortuna.
Ya hace rato que estamos en posesión de esa verdad – dijo Trigecio.
¿Dios os parece eterno y siempre permanente?
Tan cierto es eso – observó Licencio – que no merece ni preguntarse.
Los otros, con piadosa devoción, estuvieron de acuerdo.
Luego es feliz el que posee a Dios.
(…)
Nada nos resta- continué yo – sino averiguar quiénes tienen a Dios,
porque ellos son los verdaderamente dichosos.»[47]


Ahora, averiguar quienes poseen a Dios lo dejamos para el siguiente
capítulo, cuando veamos como la virtud, según Aristóteles, es el camino
para la felicidad. De lo dicho hasta aquí podemos concluir, basándonos en
Aristóteles pero llevando nuestra definición a plenitud con el
cristianismo, que el ser humano es un ser abierto al encuentro con Dios.
Necesita de Dios para alcanzar su propia felicidad. «Así pues, el ser
humano es teologal. Se trata de una nota de su realidad más profunda, y que
cualifica su humanidad».[48]


Aristóteles menciona lo divino como el clímax de la contemplación
intelectual. Pero es el cristianismo con toda su reflexión religiosa que
demostrará como sólo Dios es capaz de saciar la nostalgia de infinito que
anida en lo profundo del corazón humano. Sólo Él puede colmar la sed de
felicidad que llevamos dentro.[49] La meta de la vida humana sólo es
colmada con el encuentro con Dios. Pierre Hadot afirma: «Esta forma de vida
representa la forma más elevada de la felicidad humana, pero al mismo
tiempo podemos decir que esta dicha es sobrehumana: "el hombre no viviría
de esta manera en cuanto hombre, sino en cuanto que hay algo divino en
él".»[50]


La dimensión espiritual es lo más esencial en el hombre. Es algo
divino que está en el hombre. Esta dimensión, aunque la tenemos en nuestro
interior, trasciende el propio hombre. Por lo tanto, sólo Dios es capaz de
saciar el anhelo que brota desde el interior.





















3. El Camino de la Virtud

«La felicidad es cierta actividad del alma conforme a la virtud (…) el
cuidado principal de la política es formar el alma de los ciudadanos y
enseñarles, mejorándolos, la práctica de todas las virtudes.»[51]


No es la fortuna la que decide la felicidad; no es un efecto del azar,
sino un resultado de nuestros esfuerzos por medio de actos virtuosos. Por
lo tanto, se hace necesario explorar el ámbito de las virtudes, con el fin
de descubrir como debemos vivir para alcanzar la felicidad. Es cierto, la
felicidad es una actividad del alma, de modo más perfecto la contemplación.
Pero esto hay que vivirlo por medio de la virtud. No cualquier virtud, sino
las virtudes del alma.


Entre todos los hábitos virtuosos, los que hacen más honor al hombre
son también los más durables. Es decir, las virtudes más excelentes son las
más durables y llevan al hombre a que persevere en la felicidad. De esa
manera las personas evidentemente no se olvidan jamás de practicarlas. En
otras palabras, la vivencia de la virtud debe ser algo constante. La
persona debe perseverar en la virtud con el fin de ser constantemente
feliz. Acordémonos, como hablábamos antes, que "una golondrina no hace
verano". La felicidad es una actividad del alma que debe permanecer en el
tiempo. Debe manifestarse durante una vida entera, y no sólo en breves
períodos.[52]


El hombre verdaderamente virtuoso es capaz de sufrir todos los azares
de la fortuna sin perder nada de su dignidad; es capaz de sacar el mejor
provecho de las distintas vicisitudes y circunstancias difíciles. Puesto
que para llegar a eso tiene que esforzarse en alcanzar la virtud, y eso
implica tiempo y dedicación, los infortunios difícilmente le arrancarán su
felicidad.[53] Por esto decimos que la felicidad esa algo inalienable.

«Puesto que la felicidad, según nuestra definición, es cierta
actividad del alma dirigida por la virtud perfecta, debemos estudiar la
virtud. Éste será un medio rápido de comprender mejor la felicidad
misma.»[54]

«Ha dicho que la felicidad es cierta actividad según la virtud
perfecta. Entonces, conociendo la virtud, podremos considerar mejor la
felicidad. De allí que precisamente en el libro décimo, una vez
determinadas todas las virtudes, complete el tratado de la felicidad. Por
tanto, como esta ciencia busca principalmente el bien humano que es la
felicidad, en consecuencia le compete el estudio de la virtud.»[55]


¿Cómo se forma la virtud? ¿Cómo se desarrolla la virtud? Empezamos por
hacer actos que son virtuosos objetivamente, sin tener, empero, un
conocimiento reflexivo de esos actos y sin elegirlos deliberadamente como
buenos, sino sólo por una disposición habitual. A un niño, por ejemplo, sus
padres le enseñan a decir la verdad, y el niño lo hace sin saber en
principio que esta haciendo algo bueno. Pero las sucesivas verdades que
vaya diciendo, como acciones buenas que son, le irán formando gradualmente
ese buen hábito, y a medida que avance el proceso educativo, el niño
llegará a comprender que el decir la verdad es bueno de suyo, y escogerá el
decirla por lo que en sí misma tiene de bien. Para ese entonces ya tendrá
el hábito virtuoso para decir la verdad. Así será ya virtuoso en este
aspecto. La virtud es una disposición que se ha desenvuelto a partir de una
capacidad mediante el ejercicio apropiado de esta capacidad o facultad.[56]


"Virtud" viene del latín "virtus". Podemos tener una aproximación
metafísica: "cualidad que perfecciona intrínsecamente una facultad y
condiciona su buen ejercicio"; o moral: "disposición estable para obrar
bien, adquirida a la luz de la razón y teniendo la voluntad por sujeto
inmediato".[57] La felicidad se define como la actividad del alma según la
virtud. Por lo tanto cualquier profundización ulterior del concepto de
«virtud» depende del ahondamiento del concepto de alma, puesto que se trata
de las virtudes propias del alma.


Aristóteles hace primero una división en dos partes del alma: la una
dotada de razón, y la otra que está privada de ella.[58] En la parte no
racional el ser humano comparte cierta facultad con los demás seres vivos:
la facultad vegetativa. Parte del alma que se encarga de la alimentación y
el desarrollo vital de la persona. Como se ve esta la comparte con los
animales y la vegetales, hasta los gérmenes y los embriones. Entonces esta
no es parte peculiar del hombre. Por lo tanto no encontraremos aquí una
virtud especialmente humana. «Al lado de esta primera facultad aparece
también en el alma otra naturaleza, que es igualmente irracional, pero que,
sin embargo, puede participar hasta cierto punto de la razón»[59] Esta
parte puede guiarse por la razón, así como oponerse a ella. Algunas veces
hace caso a la razón, mientras que otras se dirige en sentido opuesto al
que pide su razón. A esta parte le llama Aristóteles la parte apasionada, y
más generalmente la parte instintiva, que participa de la razón hasta
cierto punto en el sentido de que puede escuchar la razón y obedecerla. En
esta parte del alma corresponden las virtudes que se llaman morales:
generosidad y templanza. La otra parte del alma es la racional. En ella
encontramos la virtudes intelectuales: ciencia, ingenio, prudencia.


Algunos autores hablan por eso que el alma se divide en tres
partes[60]. Dos irracionales: vegetativa y alma sensitiva, y otra racional,
el alma intelectiva. Cada una tiene una virtud o excelencia especial. La
virtud humana propiamente dicha es aquella en la que interviene la
actividad de la razón. Teniendo en cuenta lo dicho en el párrafo anterior
podemos concluir que las virtudes intelectuales o dianoéticas – que
pertenecen al alma racional - y las morales o éticas – que pertenecen a la
parte no racional, pero que, sin embargo, puede participar hasta cierto
punto de la razón - son propias y únicamente del ser humano.


Empecemos primero el examen de las virtudes éticas. Estas se forman a
través de la costumbre. Por naturaleza tenemos la potencia de formarlas y,
mediante el ejercicio, esta potencia se hace actualidad. Por ejemplo,
realizando actos justos, nos vamos volviendo justos y la virtud se va
volviendo un hábito, que nos hará más fácil obrar según la virtud de la
justicia. Las virtudes éticas se aprenden y con el tiempo se vuelven
hábito. Así las adquirimos, pero ¿en qué consisten? ¿Cuál es su naturaleza?
Aquí entra la famosa teoría del "medio término", la "justa proporción". Es
la vía media entre dos excesos. La virtud ética es, pues, la posición media
entre dos extremos de la pasión, uno de los cuales lo es por defecto y el
otro por exceso. Ahora, no se ha de tomar la doctrina del "medio" como a
una exaltación de la mediocridad en la vida moral, pues en cuanto entra en
juego la excelencia, la virtud es un extremo: sólo con relación a su
esencia y a su definición es un "medio"[61] Con relación a la dimensión
ontológica, es un medio; con relación a la dimensión axiológica, es una
excelencia, un extremo.


Veamos ahora las virtudes intelectuales o dianoéticas. Por encima de
las virtudes éticas se encuentran las que son características de la parte
más elevada del alma, son las virtudes de la razón. El alma racional tiene
dos partes, una que conoce las cosas contingentes y la otra que conoce las
cosas inmutables. «Estas dos partes del alma racional son la razón práctica
y la razón teorética, y las respectivas virtudes son las formas perfectas
con las que se aprehende la verdad práctica y la teorética.»[62] La virtud
de la razón práctica es la phronesis (prudencia) mientras que la virtud de
la razón teorética es la sophia (sabiduría).[63]


La prudencia consiste en dirigir correctamente la vida del hombre,
distinguir entre lo bueno y lo malo. Ayuda a deliberar correctamente acerca
de los verdaderos fines del hombre, señalando los adecuados medios para
alcanzar esos fines. Por lo tanto esta virtud dianoética de la prudencia
esta relacionada con las virtudes éticas. Para ser virtuosos es necesario
poseer la prudencia, y para ser prudente son necesarias las virtudes
éticas.[64] Eso es así puesto que las virtudes éticas permiten al individuo
esclarecer cual es el recto obrar dependiendo de las circunstancias, y con
esa base la prudencia puede distinguir lo bueno o malo y dirigir así
rectamente nuestra vida. Mientras la prudencia considera todo lo referente
al hombre, la sabiduría contempla lo que está por encima del hombre.
Considera las cosas divinas. Por medio de la virtud de la sabiduría el ser
humano puede discernir lo que esta de acuerdo a la realidad divina y así
regirse la vida por ello. Este es el camino cristiano, que ya se ve
esbozado en el pensamiento aristotélico. Entonces, es la sabiduría la que
permite al hombre habitualmente contemplar a Dios, y en esa medida
satisfacer sus anhelos más profundos de una felicidad infinita. Esta es la
máxima perfección de la actividad del alma. Para esto fue creado el ser
humano, para vivir y obrar según Dios. En esto radica la felicidad.

«La sabiduría es la plenitud. Es así que en la plenitud hay medida.
Luego la medida del alma está en la sabiduría.(…) La sabiduría es la
moderación del ánimo, por la que conserva un equilibrio, sin derramarse
demasiado ni encogerse más de lo que pide la plenitud.(…) Mas cuando el
alma, habiendo hallado la sabiduría, la hace objeto de su contemplación;
cuando, para decirlo con palabras de este niño, se mantiene unida a ella e,
insensible a la seducción de las cosas vanas, no mira sus apariencias
engañosas, cuyo peso y atracción suele apartar y derribar de Dios, entonces
no teme la inmoderación , la indigencia y la desdicha. El hombre dichoso,
pues, tiene su moderación o sabiduría. Más ¿cuál ha de ser la sabiduría
digna de este nombre sino la de Dios?»[65]


San Agustín luego averigua quiénes tienen a Dios, porque como ya
vimos, según la tradición cristiana, que complementa la postura de
Aristóteles, los que contemplan o poseen a Dios son realmente dichosos, son
felices. El santo de Hipona da tres posibilidades: los que viven bien; el
que cumple su voluntad en todo; y el que tiene el alma limpia del espíritu
impuro.

«Nada nos resta –continué yo- sino averiguar quiénes tienen a Dios…
Tiene a Dios el que vive bien –opinó Licencio.
Posee a Dios el que cumple su voluntad en todo – dijo Trigecio, con
aplauso de
astidiano.
El más pequeñuelo de todos dijo:
A Dios posee el que tiene el alma limpia del espíritu impuro.
La madre aplaudió a todos, pero sobre todo al niño.»[66]





















Conclusión


Me parece que lo dicho hasta aquí permite abordar el tema de la
felicidad con mucha riqueza, partiendo de las reflexiones de Aristóteles en
su "Ética a Nicomáco" y enriqueciendo su aproximación con las reflexiones
cristianas de Santo Tomás y San Agustín. En el trabajo hemos buscado
profundizar en las visiones equivocadas de la felicidad, que nos llevan a
ponerla en cosas como el tener riquezas, buscar placeres banales o poner
nuestra confianza en los honores y fama. También hemos visto como la
verdadera naturaleza de la felicidad es la actividad propia del hombre,
según la virtud más excelente; y finalmente como es necesario orientar
nuestras acciones según la vivencia de las virtudes, como el camino
concreto para alcanzar la verdadera felicidad.


Espero que este trabajo permita a los lectores descubrir pistas para
alcanzar la felicidad. Para dirigir su vida según una recta comprensión de
su propia naturaleza. Saber qué es la felicidad es fundamental para poder
vivirla. Sólo se puede amar y vivir lo que se conoce. Por lo tanto,
profundizar en el tema de la felicidad nos permite amar y querer en verdad
ser felices.


Pienso que un primer paso es tomar conciencia que todos los seres
humanos queremos ser felices. Luego descubrir que ese anhelo sólo se puede
colmar con una realidad infinita. Es decir, los seres humanos queremos ser
felices, queremos una felicidad que no tenga límites. Una felicidad que sea
infinita. El hombre sólo se satisface en la medida que encuentre aquello
que sacie sus hambres interiores y que viva de acuerdo a su naturaleza más
profunda.


Es por eso que la actividad más noble del alma lo remite a una
dimensión racional, que tiene su cumbre en la contemplación de las
realidades divinas, tema abordado ampliamente por el cristianismo, y
permite al hombre satisfacer sus anhelos más profundos. Sólo aquellos que
sean coherentes con esas necesidades interiores fundamentales serán capaces
de alcanzar la verdadera felicidad. Por lo tanto, valiéndome de Santo Tomás
y San Agustín, puedo afirmar que sólo Dios puede responder a la actividad
más noble del alma según la virtud más excelente de la sabiduría.
Contemplar y adecuar nuestra vida a Dios nos abre a una vida llena de
sentido, que colma nuestras expectativas más profundas.


Lo que debemos preguntarnos es que tanto estoy siendo fiel a esa
realidad personal. Cuánto estoy dispuesto a arriesgar para caminar por el
sendero de la felicidad. Cuánto esfuerzo estoy listo para emprender.
Alcanzar la felicidad no es algo fácil, pero esta en juego nuestra propia
vida. ¡Si es posible ser felices! Hay que anunciarlo a todos los hombres.
Tenemos que vivirlo en primera persona.


Invito a todos a que no tengan miedo. No tengan miedo de aventurarse y
emprender el camino de la verdadera felicidad. Muchas son las personas que
se han acostumbrado a vivir en la tristeza o la amargura. Que se
acostumbraron a tener bajos horizontes. No tengamos miedo de ser felices. A
ser realmente felices.















Bibliografía

1. Aristóteles, Obras Selectas, Moral a Nicómaco, El Ateneo, 1966,
Argentina
2. Tomás de Aquino, Comentario a la Ética a Nicómaco, Eunsa, 2001, España
3. San Agustín, De la Vida Feliz
4. Giovanni Reale, Introducción a Aristóteles, Herder, 1992, España
5. Frederick Copleston, Historia de la Filosofía,1, Ariel, 1944, España
6. Pierre Hadot,¿Qué es la Filosofía Antigua?, FCE, 1998, México
7. Werner Jaeger, Paideia, FCE, 1995, México
8. R.Simon, Moral, Herder, 1987, España
9. Regis Jolivet, Diccionario de Filosofía, Club de Lectores, 1989,
Argentina
10. Catecismo de la Iglesia Católica
11. Luis Fernando Figari, Nostalgia de Infinito, Fondo Editorial, 2002,
Perú
12. San Agustín, Las Confesiones, San Pablo, 1998, España
-----------------------
[1] Ética a Nicómaco, libro I, cap.1, parr.1
[2] Tomás de Aquino, Coment. a la Ética a Nicómaco, pág.62, 2
[3] Ética a Nicómaco, libro I, cap.1, parr.3
[4] Tomás de Aquino, Coment. A la Ética a Nicómaco, pág.65, 9
[5] Tomás de Aquino, Coment. A la Ética a Nicómaco, pág.66, 11
[6] Tomás de Aquino, Comentar. A la Ética a Nicómaco, pág.66, 12
[7] G.Reale, Introducción a Aristóteles, p.97, parr.1
[8] Pierre Hadot, Qué es la Filosofía Antigua, pag.91
[9] F.Copleston, Historia de la Filosofía v.I, p.333, parr.1
[10] Ética a Nicómaco, libro I, cap.1, parr.8
[11] Tomás de Aquino, Coment. A la Ética de Nicómaco, pág.70, 19
[12] Luis Fernando Figari, Nostalgia de Infinito, pag.19
[13] San Agustín, De Beata Vita, cap.2, 10
[14] Ética a Nicómaco, libro I, cap.2, parr.1
[15] «En sentido etimológico, la "concupiscencia" puede designar toda forma
vehemente de deseo humano. La teología cristiana le ha dado el sentido
particular de un movimiento del apetito sensible que contraría la obra de
la razón humana. El apóstol san Pablo la identifica con la lucha que la
"carne" sostiene contra el "espíritu". Procede de la desobediencia del
primer pecado. Desordena las facultades morales del hombre, y, sin ser una
falta en sí misma, le inclina a cometer pecados.» (C.E.C, 2515) Es
interesante notar según esta definición que estos deseos contrarían "la
obra de la razón humana", pues la felicidad verdadera, según veremos más
adelante, es justamente una actividad de la recta razón.
[16] Luis Fernando Figari, Nostalgia de Infinito, pag.21
[17] Tomás de Aquino, Coment. A la Ética a Nicomáco, pág. 72, 24
[18] Ética a Nicómaco, libro I, cap.2, parr.2
[19] Assurbanipal, rey de Asiria (669-627 a.C.), último de sus grandes
gobernantes, es conocido también como Sardanápalo, tal y como lo nombraron
las fuentes griegas. Heredó un gran reino que abarcaba desde el norte de
Egipto hasta Persia. Hacia el 652 a.C. extendió su dominio hasta el sur de
Egipto y el oeste de Anatolia. (Biblioteca de Consulta Microsoft ® Encarta
® 2005. © 1993-2004 Microsoft Corporation)
[20] G.Reale, Introducción a Aristóteles, p.99, parr.1
[21] Tomás de Aquino, Coment. A la Ética a Nicómaco, pág.76, 31
[22] Ética a Nicómaco, libro I, cap.2, parr.6
[23] Ética a Nicómaco, libro I, cap.2, parr.8
[24] Tomás de Aquino, Coment. A la Ética a Nicómaco, pág.78, 42
[25] «Y como viese la mujer que el árbol era bueno para comer, apetecible a
la vista y excelente para lograr sabiduría, tomó de su fruto y comió…»(Gen
3, 6) Obviamente este relato muestra una opción equivocada de la mujer, no
obstante puede percibirse como quería alcanzar algo bueno, apetecible, la
sabiduría.
[26] "Tratando de persuadir a cada uno de vosotros que debe mirar por si y
buscar la virtud y la sabiduría, antes que andar procurando sus intereses
particulares, y que ha de mirar más por la ciudad misma que por los
intereses de ella, y que éste es el orden que debe observar en todas sus
acciones"(Apol., 36) «Tal era la "misión" de Sócrates, la que él
consideraba que le había sido impuesta por el dios de Delfos: estimular a
los hombres a que se cuidaran de su posesión más noble, de su alma, y
tratasen de adquirir la sabiduría y la virtud.» (Historia de la Filosofía,
F.Copleston v.I, pag.120, parr.1)
[27] Mr 10, 17/ Mt 19, 16/ Lc 18, 18
[28] Ética a Nicómaco, libro I, Cap.IV, parr.4
[29] Tomás de Aquino, Coment. A la Ética a Nicómaco, pág.88, 63
[30] San Agustín, De Beta Vita, cap.2, 11
[31] Tomás de Aquino, Coment. A la Ética a Nicómaco, pág.89, 64
[32] Ética a Nicómaco, libro I, Cap.IV, parr.7
[33] Tomás de Aquino, Coment. A la Ética a Nicómaco, pág.91, 68
[34] G.Reale, Introducción a Aristóteles, pag.100, parr.3
[35] Ética a Nicómaco, libro I, cap.VII, parr.1
[36] Regis Jolivet, Diccionario de Filosofía, definición de virtud.
[37] W.Jaeger, Paideia, pag.20-21
[38] Ética a Nicómaco, libro X, cap.X, parr.2
[39] Ética a Nicómaco, libro X, cap.X, parr.7
[40] Pierre Hadot, Qué es la Filosofía Antigua, pag.104
[41] Ética a Nicómaco, libro X, cap.VI
[42] Ética a Nicómaco, libro X, Cap.VII, parr.4
[43] G.Reale, Introducción a Aristóteles, pag.107-108
[44] F.Copleston, Historia de la Filosofía v.I, pag.348-349
[45] Catecismo de la Iglesia Católica, 27
[46] San Agustin, Las Confesiones, 10, 28, 39
[47] San Agustín, De Beata Vita, cap.2, 11-12
[48] Luis Fernando Figari, Nostalgia de Infinito, pag.13
[49] Idem, pag.35
[50] Pierre Hadot, Qué es la Filosofía Antigua, pag.92
[51] Ética Nicómaco, libro I, cap.VII, parr.2
[52] F.Copleston, Historia de la Filosofia v.I, pag.334, parr.2
[53] Ética Nicómaco, libro I, cap.VIII, parr.4
[54] Ética Nicómaco, libro I, cap.XI, parr.1
[55] Tomás de Aquino, Comet. A la Ética a Nicómaco, pág.120, 138
[56] F.Copleston, Historia de la Filosofia v.I, pag.335, parr.3
[57] R.Jolivet, Diccionario de Filosofía, pag.186
[58] Ética a Nicómaco, Libro I, cap.XI, parr.4
[59] Ética a Nicómaco, Libro I, cap.XI, parr.6
[60] G.Reale, Introducción a Aristóteles, pag.102, parr.2
[61] F.Copleston, Historia de la Filosofía v.I, pag.336, parr.2
[62] G.Reale, Introducción a Aristóteles, pág.106
[63] R.Simon, Moral, pag.332-333
[64] G.Reale, Introducción a Aristóteles, pág.107
[65] San Agustín, De Beta Vita, cap.4, 33-34
[66] San Agustin, De Beta Vita, cap. 2, 12
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