La fama justa de Famagusta (www.queaprendemoshoy.com [2 de julio de 2015])

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Descripción

La fama justa de Famagusta Toda la culpa es de Dios, o sea, de Zeus. A Él debemos la apertura de la caja de los truenos al encapricharse de la princesa fenicia Europa y, transformándose en toro, raptarla para poseerla en la isla de Creta. De entonces a esta parte, Occidente y Oriente han estado enfrentados en un continuum de ataques y venganzas que llega hasta hoy. Pero igual que el Señor del Olimpo cambia de fisonomía cuando le place, también es capaz de mutar su nombre. Ora Cristo, ora Alá…Ora cruzada, ora yihad…los efímeros mortales han combatido durante siglos en nombre de Dios para su perverso y mayor solaz: ver cómo se extermina la raza humana. Al hilo de lo anterior y por tenerlo muy reciente, hoy voy a narrarles un capítulo de esta ya cansina historia. Concretamente algunos sucesos acontecidos hace 443 años en Chipre… Tras la caída de la ortodoxa Constantinopla en 1453, se hizo patente que el pujante Imperio Otomano era algo más que un molesto furúnculo en las apoltronadas posaderas de la cristiandad católica europea. La pugna territorial por la hegemonía del comercio con Oriente -revestida una vez más de las piadosas y bufas ínfulas de la guerra santa- no tardó en estallar. Los caballeros de la orden de San Juan perdieron Rodas tras el asedio turco (1-0). Poco después, los mismos contrincantes se volvieron a ver las caras en Malta, pero con resultado opuesto (1-1). Selim II buscó el desempate en Chipre. Dicen las malas lenguas que este sultán, al que se conoce como ‘el Borrachín’, quiso tomar la isla sólo porque allí se producía su vino favorito, el Commandaría (“un vino de reyes, el rey de los vinos”, Ricardo Corazón de León dixit). Sea en nombre de Alá, o de la sangre de Cristo, pronto comenzaron los combates una vez que los otomanos desembarcaron en la isla de Afrodita, en junio de 1570, dispuestos a ensanchar sus dominios. Desde hacía un siglo, Chipre representaba el bastión más oriental de los negocios de Venecia y ésta, antigua social mercantil de la Sublime Puerta, decidió plantar cara al invasor: una cosa es pagar obediente tributo con tal de enriquecerse (aunque esto exasperase al Papa) y otra perder un imperio comercial sin decir ni ma che cosa… Casi en un desfile militar, los turcos se hicieron con el territorio en un santiamén ante la mirada satisfecha de una población grecochipriota harta de los católicos abusos administrativos de la Serenísima. A excepción de Nicosia -Niccolò Dandolo, su gobernador, fue decapitado- la práctica totalidad de la isla capituló sin apenas resistencia. Tan sólo restaba tomar una plaza más y la cuna del cobre sería turca.

Sin embargo las cosas no iban a ser tan fáciles como hasta entonces. Los venecianos decidieron combatir al extranjero en el último reducto que allí conservaban: Famagusta.

La entrada al llamado ‘Castillo de Othello’ -o, siendo más prosaicos, el gran bastión noreste de la muralla- aún esta defendida apotropaicamente por el León de san Marcos, símbolo de la ciudad de los canales. Durante el periodo comprendido entre 1505 y 1508, fue la residencia de Cristoforo Moro, Gobernador de Chipre, cuya figura, quizá, inspirase la celosa tragedia de Shakespeare. Del pérfido Yago y la signora Desdémona nadie supo decirme…

Al mando de este boyante puerto fortificado se hallaba el corajudo capitán Marcantonio Bragadino, quien a comienzos de septiembre de aquel mismo año recibió como carta de presentación de Lala Mustafá Pasha la cabeza de su homólogo en la capital de la isla. La disyuntiva era clara. El de la República de San Marcos no se arredró ante el envite y ordenó a su guarnición parapetarse tras los gruesos muros para hacer frente al sitio al que iban a someterles. Los venecianos contaban con un impresionante perímetro mural tras el que sentirse seguros. Las murallas de Famagusta, dotadas de un amplio foso ante los tres costados que no daban al mar, tenían todos los refinamientos de la nueva poliorcética surgida tras la aparición de la pólvora en el campo de batalla: macizos lienzos ataludados jalonados de torres circulares y baluartes con troneras. El que quisiera la plaza ¡habría de pelearla!

El asedio turco se inició en septiembre con el bloqueo marítimo y la circunvalación por tierra mediante un muro paralelo que no tardó en artillarse. Cientos, sino miles de cañones comenzaron a batir las defensas venecianas día y noche, mientras que los ingenieros dirigían la zapa destinada a socavar las estructuras y abrir una brecha por donde asaltar la ciudad. Con el advenimiento del invierno la intensidad del asedio mermó e incluso los sitiados pudieron recibir algunos refuerzos y provisiones en un momento de distracción del bloqueo. Sin embargo, la espera hasta la primavera dotó a los turcos de renovadas energías y reanudaron las hostilidades con un feroz arrojo. Bragadino, ante el desgaste al que eran sometidos y los cada vez más menguantes víveres, expulsó a todos los civiles que no estuviesen en condiciones de luchar quedándose sólo con 7.000 hombres…para hacer frente a más de 100.000. Hasta el día de su inevitable rendición oteó en vano el horizonte a la espera de unos prometidos refuerzos que nunca llegaron. Pero antes de aquel final permítanme que les narre una bravata que he oído contar a los orgullosos turcos que hoy día enseñan las ‘impenetrables’ murallas de Famagusta conquistadas por sus aguerridos ancestros: parece ser que la puerta del bastión del Arsenal, al sureste de las murallas, estaba provista de una rueda dotada de grandes cuchillas que impedía cualquier intento de traspase (para revestir el relato de mayor épica atribuyen la hechura del macabro invento al mismísimo Leonardo). Y en estas estamos cuando un valiente bey otomano, visto que la cosa no avanzaba, decidió subirse a la grupa de un caballo y, al puro estilo de Marco Curcio en el Foro de Roma, se inmoló contra el artilugio destruyéndolo… ¡afortunado él, que aún descabezado, pudo seguir combatiendo a los infieles, a lo Sleepy Hollow, hasta su definitiva muerte! Hoy el baluarte lleva su nombre -Cambulat-, y en él se halla un pequeño museo y hasta su tumba, la cual es objeto de veneración por parte de los peregrinos que hasta allí acuden a honrar la sacrificada temeridad de este héroe del siglo XVI. Habíamos dejado a Bragadino en la estacada por parte de la Santa Liga. Tras nueve meses de asedio la puerta de Limasol cayó y los turcos entraron a sangre y fuego en Famagusta. A fin de parar la carnicería, el 1 de agosto de 1571 el capitán veneciano no tuvo más remedio que rendir la plaza izando una bandera blanca sobre los muros del bastión Rivettina.

Un acalorado grupo de estudiantes de Historia posa junto a su sufrido profesor ante la puerta de tierra que vio alzar la señal de rendición veneciana.

Cuatro días después abandonaba la fortificación para entregar las llaves de la misma a Lala Mustafá Pasha. Al principio, el italiano obtuvo de su rival una oferta honrosa de rendición. Tal vez, admirado por su arrojo, permitió a los de la Serenísima conservar la vida y trasladarse a Creta escoltados. Más cuando el turco preguntó a su oponente por la suerte que habían corrido algunos peregrinos musulmanes que tenía retenidos intramuros…todo se truncó. Quizá cegados por el odio y ante la inevitable rendición masacraron a todos los rehenes quedándose sin piezas de negociación. Lala Mustafá ordenó asesinar a todos los venecianos reservándole un final más aciago a su líder: en primer lugar cortó él mismo una oreja a Bragadino e hizo que sus esbirros hicieran lo propio con la otra al igual que con su nariz. Después le sumergieron en agua salada para agudizar su agonía. Más tarde, enjaulado, le aplicarían hierros al rojo y someterían al flagelo. El 17 de agosto, cuando se transformó la vieja catedral de san Nicolás en mezquita, obligaron al mutilado a acarrear piedras y arena a lo largo de todo el perímetro amurallado de la ciudad. De rodillas tuvo que besar el suelo que el Pasha pisaba justo antes de izarle sobre una verga de la nave capitana para que admirase la ciudad que se empeñó en defender. Pero su calvario aún no concluiría hasta que fuese conducido a la plaza principal de Famagusta y, ante los pies del templo gótico de los Lusignan, le hicieran ‘un Marsias’ en vida. Su carne fue descuartizada y expuesta en distintos puntos de la muralla.

La piel desollada se rellenó con paja y fue paseada por las calles para amedrentar a los grecochipriotas: eso es lo que les esperaba, de aquí en adelante, si osaban rebelarse contra sus nuevos amos. Posteriormente, aquellos pútridos despojos se clavaron en el mástil de una embarcación que se dirigió a Estambul haciendo una macabro giro por el Mediterráneo oriental. Pero todavía hay más, al parecer la epidermis fue exhibida con chacota a la entrada del puerto militar de la antigua Bizancio hasta que pocos años después fue robada por un compatriota del despellejado, un tal Girolamo Polidori, quien la llevó a Venecia donde hoy reposa en una capilla del gran panteón de prohombres que representa la basílica de los santos Giovanni y Paolo (o eso cuentan por allí…). Bragadino vendió cara su piel y él mismo pagó su oneroso coste. Momentáneamente Selim II tomaba ventaja (2-1), pero pronto llegaría la revancha. La muerte del capitán veneciano proporcionó un caro -y oportuno- mártir a la causa cristiana y el 7 de octubre de aquel mismo año el empate habría de llegar en las aguas del golfo de Lepanto (2-2). Y así pasaron los siglos. Victorias y derrotas. En el postrer, Churchill fracasó en los Dardanelos pero Lawrence les conquistó Damasco. Y aún no hemos terminado. En 1974, ante la indiferencia de la Unión Europea, Turquía -bajo un pretexto de salvaguarda identitaria (léase, nacionalismo y religión)- ocupó militarmente un tercio de la isla. Años después se proclamó unilateralmente la República del Norte de Chipre, un ‘Estado’ que únicamente ellos reconocen. En el siglo XXI, el Viejo Continente aún sufre la vergüenza de ver sus territorios cercenados por un muro y alambre de espino. El pasado 19 de junio abandoné Famagusta lloviendo. El bochorno y la calima unidos al comienzo del ocaso dotaban a este Belchite cruzado de una anaranjada luz espectral. A falta de un CD con la Caterina Cornaro de Donizetti, para hacer más trágica la despedida solicité al conductor que, tras rodear la batida muralla de tierra, se desviase a la acordonada ciudad fantasma de Varosha donde todo sigue igual desde el 74. Lo último que recuerdo antes del abrazo de Morfeo es la ceñuda mirada que la escultura de Atatürk me lanzó desde una plaza. Al fondo, saliendo del arrasado skyline de la vieja ciudad, la voz del almuédano llamaba a la oración desde el minarete de la gran mezquita. Dos banderas con la media luna flameaban en su portada gótica. Se mecían pesadamente, como mis cansados párpados…

El sicómoro centenario al igual que la portada de la vieja catedral de san Nicolás (hoy la mezquita de Lala Mustafá Pasha) fueron mudos testigos del terrible suplicio de Bragadino en esta plaza. Lamentablemente hoy, allí, nada los recuerda…

A mi profesor de Pintura veneciana -Félix Díaz Moreno-, por regatearme esta gran historia…

Bibliografía. CROWLEY, R., Empires of the Sea: The Final Battle for the Mediterranean, 1521-1580, Faber & Faber, 2008; DELIOLANES, D., “Famogosta. La Mezzaluna contro il Leone”, Storia in rete, 2006. Págs. 48 ss.; MONELLO, G., Accadde a Famagosta, l’assedio turco ad una fortezza veneziana ed il suo sconvolgente finale, Cagliari, Scepsi e Mattana, 2006; ROGERSON, B., The Last Crusaders: East, West, and the Battle for the Center of the World, New York, The Overlook Press, 2011; ROMERO GARCÍA, E., CASAMIÁN MARCO, Ó., Chipre, Barcelona, Laertes, 2012; SIMON, J., The Rough Guide to Cyprus, London, Rough Guides, 2013. Más información. Novela histórica: SALGARI, E., El capitán tormenta.

Ángel Carlos Pérez Aguayo, 2 de julio de 2015. http://queaprendemoshoy.com/la-fama-justa-de-famagusta/

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