La falta de descanso de las momias de Utrera

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Miércoles, 26 de abril de 2017



La falta de descanso de las momias de Utrera

Por José Manuel Pedrosa

En la iglesia parroquial de Santiago el Mayor del pueblo sevillano de Utrera pueden ser contempladas todavía, erguidas, con las miradas algo extraviadas, codos contra codos, y dentro de un armario-vitrina, tres cuerpos momificados. De uno de ellos se dice que es una mujer embarazada, con un feto dentro de su vientre.
No ha sido averiguado, que sepamos, en qué tiempos vivieron y murieron las personas que acabaron convirtiéndose en momias, aunque una noticia que fue publicada en el diario La Esperanza del 7 de diciembre de 1848 (p. 4) podría sugerir que el depósito de los cadáveres, para su momificación, en una de las bóvedas de la parroquia tenía el rango de costumbre intencionada:

De Utrera escriben el 28 del pasado lo siguiente: sucede en Utrera un fenómeno tan raro que llama la atención de los naturales y extranjeros, de los sabios e ignorantes. Consiste en que todos los cadáveres que se colocan en una de las bóvedas de la parroquia de Santiago se secan al cabo de cierto tiempo de una manera tal que como cuando se enterraron, conservan su natural forma, sus cabellos, barba, uñas, dientes, etc. Estas momias dejan traslucir las entrañas, que se ven tan perfectamente secas como el exterior, pudiéndose conducir a todas partes sin cuidado de que se deshagan ni desmejoren en un cabello: tan adheridas y fuertes quedan todas sus partes.

Las momias de Utrera conocieron, como si no tuvieran ya suficiente desgracia, días convulsos en aquellas décadas centrales del siglo xix en que se hicieron notar los efectos de sucesivas desamortizaciones, más los conflictos, que tantas veces degeneraron en alborotos, entre clericales y anticlericales. Una carta muy extensa y farragosa que fue publicada por El Clamor Público del 27 de marzo de 1849 (p. 4) recogía las quejas de un tal «L. S.», partidario del clero, que se quejaba de que el corregidor de Utrera había obrado con complacencia, o por lo menos con indiferencia, al permitir que fueran enterradas de modo prácticamente clandestino las momias. ¿Habría visto con gusto el tal corregidor, presuntamente liberal, cómo se privaba de una sabrosa fuente de ingresos, por las visitas, a curas y sacristanes?:

Que las momias fueron enterradas a cencerros tapados, y sin que siquiera lo supiese el cura de Santiago, parece cierto; pero entre esto y que el corregidor hubiera cumplido su deber reclamando contra semejante atentado en cuanto se hizo público en toda la provincia, hay la inmensa distancia que lo separa a él de las autoridades que son verdaderamente celosas por los intereses de su pueblo. ¿Puede reputarse bastante disculpa para que haya dejado de cumplir tan sagrada obligación, el ridículo temor de provocar un conflicto con la autoridad eclesiástica, cuya opinión en el particular no era conocida y que no dudamos habría cooperado al buen éxito, porque su ilustración es muy notoria? ¿No había un jefe superior político a quien darle cuenta del suceso para que adoptara las disposiciones que estimase oportunas a conservar una preciosidad que no tiene igual en todo el reino?

Es muy difícil recuperar, tan a posteriori, la secuencia de las inhumaciones, exhumaciones y zarandeos de las momias a las que en Utrera tocó vivir (valga la paradoja) tiempos tan revueltos. La Regeneración del 17 de septiembre de 1869 (p. 3) dio cuenta de este enorme desaguisado, que fue perpetrado en el atormentado año que siguió al triunfo de la Gloriosa, la revolución que destronó a la reina Isabel II en septiembre de 1868 y abrió la puerta a un gran auge de las acciones anticlericales:

Apenas pasa día sin que los periódicos nos den cuenta de escenas tristísimas que prueban la rápida marcha hacia la barbarie que llevan las gentes tocadas del espíritu destructor del liberalismo.
No ha muchos días El Pensamiento, en un largo artículo, denunciaba los escándalos que están cometiendo las turbas en el suntuoso monasterio del Escorial. Hoy vemos en El Oriente de Sevilla el relato de otro hecho indigno de todo pueblo civilizado. Dice así nuestro colega:
Un amigo nuestro que acaba de venir de Utrera nos refiere que, según le informaron en la parroquia de Santiago, el día de Nuestra Señora de Consolación se presentaron algunos feriantes a hora en que se había cerrado la bóveda que contiene las momias, exigiendo que se abriese; y como se les contestase que se había ido a comer el que tenía las llaves, intentaron derribar la puerta. Trajeron la llave y las turbas entraron y cometieron horribles profanaciones, llevando su ferocidad al punto de cortar cabezas de distintos cadáveres y cambiárselas, para divertirse con tan inocente entretenimiento.
¿Tiene noticia el gobierno de este escandaloso hecho? ¿Qué disposiciones ha tomado? ¿Ha procesado a los profanadores? Los periódicos ministeriales, que tanto trabajan por incensar a la Gloriosa y sus hombres, deben probarnos que estos no alientan ni siquiera con la impunidad de tan execrables violaciones, que colocan a España al nivel de la Cafrería. Sepamos, pues, lo que se ha hecho con los profanadores de Utrera, aunque mucho tememos que haya sido dejarlos como estaban y calificarlos de buenos liberales.

La noticia es, además de francamente macabra, casi surrealista, y deja más cabos sueltos que atados. ¿Es que las momias eran exhibidas con un horario regular de atención al público? ¿Tantos visitantes atraían? ¿Eran quienes perpetraron aquellas profanaciones simples «feriantes» gamberros, o se trataba más bien de liberales exaltados?
Muchísimas más preguntas que certezas. Lo que sabemos acerca de las momias de Utrera ha estado envuelto siempre en penumbras, por cuanto el pueblo de Utrera se ha mostrado dispuesto a sumar rumores y misterios a todo lo que tuviera que ver con sus entrañables convecinas, a las que no sería inexacto dar el título de familiares. Esto es lo que afirmaba El Pabellón Nacional del 24 de julio de 1875 (p. 3):

Escriben de Utrera manifestándonos que se están efectuando algunas obras en las bóvedas de la iglesia de Santiago, y que hay el propósito de dar en ellas colocación conveniente a las 25 momias que allí existen.
También corre el rumor por el expresado pueblo de que las momias van a ser vestidas con trajes nuevos, cosa que nos resistimos a creer porque gran parte de su mérito consiste en el buen estado de conservación de parte de sus vestidos.

Tampoco nosotros sabemos, con lo revueltos que anduvieron aquellos tiempos, si dar crédito o si no dárselo al rumor, aunque hubiera sido chocante ver a las momias vestidas con atavíos a la moda. La noticia sugiere, en cualquier caso, que en torno a su exhibición pudo haber un auténtico negocio (de ahí la conveniencia de adecentarlas un poco), aunque seguramente no tan populoso como el que hoy se da en torno al Museo de las Momias de Guanajuato, que es uno de los más visitados de México.
En los inicios del siglo xx las pasiones políticas se habían enfriado tanto que un tal «F. de Asís Pastor», autor de un artículo que llevó el título de «Utrera, artístico e industrial», que publicó El Liberal del 14 de junio de 1914 (p. 3), pudo dar una información mucho más desapasionada, y que sigue sugiriendo que las momias eran exhibidas, puesto que se encontraban metidas en vitrinas, ante visitantes y turistas. Eso sí, las «varias momias» mencionadas en 1914 no eran ya las «25» que citaba alguna crónica anterior, lo que es indicativo de que muchas se irían quedando por el camino:

La particularidad que ha hecho notable a esta iglesia es la propiedad que tiene en sus bóvedas inferiores para momificar los cadáveres que en ellas se depositaban, existiendo en la actualidad y en vitrinas varias momias en perfecto estado de conservación.

Las momias de Utrera tienen ya hasta novela: la que les ha dedicado, en 2013, el escritor Francisco J. Naranjo Benavides, natural del pueblo: el thrillerLas momias de Santiago el Mayor. Quién sabe si no tendrán algún día su película o su serie de televisión. Ojalá no sean del género zombi.


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