La fachada atlántica, como puerta de ingreso alternativa de la colonización humana de América del Sur durante la transición Pleistoceno/Holoceno

July 6, 2017 | Autor: Laura Miotti | Categoría: The peopling of the Americas
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Descripción

La fachada atlántica, como puerta de ingreso alternativa de la colonización humana de América del Sur durante la transición Pleistoceno/Holoceno Laura L. Miotti División Arqueología, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata, Argentina

“…the path of our evolution turned aside from the common primate course by going to the sea.” (Sauer, 1962:45)1 A la memoria de “Papo”, que sin ser uno de los “Primeros”, allá por 1927 cruzó el Atlántico y formó en Argentina su terruño

Resumen América del Sur fue durante mucho tiempo un continente isla y si bien durante la última gran glaciación ya estaba unido a América Central, continúa hasta el presente siendo un continente netamente marítimo, rodeado por los océanos Pacífico, Atlántico y el mar Caribe. Durante la transición Pleistoceno-Holoceno (ca. 13– 8.5 ka ap) las condiciones climáticas y ambientales fueron profundas y altamente cambiantes, las mismas involucraron sensibles cambios en los niveles del mar, acompañados con breves pero dramáticos episodios de expansiones glaciarias, que se conocen como el Episodio de Enfriamiento Reverso Antártico. Este evento registrado en diferentes sectores de Patagonia, Andes centrales, Amazonia, y Puna de Atacama, sería equivalente al Younger Dryas (11-10 ka ap) del hemisferio Norte. Este cuadro paleoambiental sugiere diferencias mayores entre ambos hemisferios en cuanto a la disponibilidad espacial y de recursos para las primeras ocupaciones humanas del Nuevo Mundo. En este marco es que el modelo de las adaptaciones acuáticas cobra mayor sentido como herramienta teórica para reevaluar las proposiciones vigentes sobre la colonización humana de América del Sur. En este trabajo se discuten las implicancias interpretativas del modelo de adaptaciones acuáticas junto con la información arqueológica, paleoambiental y cronológica de Sudamérica con el fin de presentar una alternativa acerca del ingreso y la dispersión en el último sector del planeta colonizado por los humanos. Especial atención merecrá la información producida en el Cono Sur de Sudamérica.

E

n trabajos previos se observó que la particularidad paleontológica y geológica respecto de la evolución independiente de las especies nativas y los ambientes de América del Sur como un “continente isla”, podía ser una respuesta a la variabilidad arqueológica mucho más marcada para el momento de colonización humana que en América del Norte (ver Miotti, Miotti, L. L. 2006. La fachada atlántica, como puerta de ingreso alternativa de la colonización humana de América del Sur durante la transición Pleistoceno/Holoceno. Pp. 155-188, in: 2° Simposio Internacional del Hombre Temprano en América (J. C. Jiménez López et al., eds.). Instituto Nacional de Antropología e Historia, México. 198 pp.

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1989-98:15; Miotti, 2003 y bibliografía allí citada). La forma triangular, con el mayor aguzamiento en las altas latitudes del sur, la angosta conexión terrestre con América Central y del Norte, identifican a América del Sur con una alta influencia marítima. Esta configuración actual que resulta por un lado de su forma y del aislamiento geográfico respecto del hemisferio norte y de otros continentes, tiene su origen en la tectónica de placas. Dichos procesos de corrimientos mantuvieron desconectada a América del Sur del hemisferio norte hasta hace tres millones de años, cuando surge el puente terrestre de Panamá (Simpson, 1964:59; Webb y Marshall, 1980; Cione et al., 2003). Sin embargo, esta angosta faja terrestre actuó como un filtro para la dispersión de especies vegetales y animales del norte y del sur. En este sentido, y dada su mayor cercanía y conexión previa con África, Sur de Asia y Australia, la fauna y flora de América del Sur se han visto evolutivamente más relacionadas con dichos continentes que con la biota de América del Norte. Estas evoluciones casi independientes de las Américas sumadas a la mayor incidencia marina en América del Sur, con mayor representación en las latitudes medias a altas, acentúan aún más las diferencias ambientales y ecológicas de ambos hemisferios. A pesar que durante el máximo avance de la última gran glaciación (en adelante LGM) del Pleistoceno final, América del Sur, al igual que los demás continentes tuvo mayor cantidad de terrenos emergidos de la superficie marina, la característica de ser un hemi continente marítimo parece haberse mantenido (Carlini y Ton, 2000). Estas diferencias de continentalidad en las configuraciones ecológicas de ambos hemisferios, permiten inferir una mayor variabilidad ambiental y menor incidencia de los procesos de la última gran glaciación en Sudamérica respecto de Norteamérica. Durante la transición Pleis toceno-Holoceno las oscilantes condiciones climáticas y ambientales fueron profundas y repentinas en toda la tierra, pero en lo que hace a la colonización humana de América y por lo expresado arriba, ambos hemicontinentes fueron afectados en forma diferente. Una de las principales causas de las continuas y profundas fluctuaciones climáticas se debió a la expansión y contracción de los hielos continentales. El peso de las masas de hielo continental, a modo de gran casquete en el norte y como glaciares de montaña en el Sur fueron tal vez la principal causa de la expansión diferencial de las líneas de costas en momentos de avances glaciarios (figura 1). En términos generales los procesos de enfriamiento dieron por resultado una mayor continentalidad, mayor

Figura 1. Mapa de América tomado de Paterson (1973:242) 156 del artículo de Dillehay (1991).

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aridización - con corrimientos de las estructuras vegetacionales, eventos de mayor contracción de selvas y bosques y cambios zoogeográficos congruentes con estas reestructuraciones ecológicas. Sin embargo en América del Sur la glaciación de montaña, circunscripta al sector Andino produjo un efecto menos severo en la periferia que el registrado en América del Norte, donde los dos grandes mantos (Lauréntico y Cordillerano) cubrieron durante el LGM todo el actual territorio de Canadá. Esta gran diferencia de extensión y volumen de los glaciares fue lo que a su vez resaltó más la menor continentalidad mayor variabilidad ambiental y biogeográfica de América del Sur por sobre América del Norte (cuadro 1) y puede haber beneficiado a un poblamiento más fluido en el subcontinente austral, debido a la mayor oferta de territorios disponibles para la ocupación humana. Cuadro 1. Comparación del LGM en América del Norte y del Sur. América del Norte Manto Lauréntico 30 millones de km2 Younger Dryas 11.2 – 10.2 ka ap

Megaprocesos durante el LGM

América del Sur

Superficie cubierta por el hielo

Manto Patagónico 1 millón de km2 Frío reverso Antártico, Huelmo/Mascardi 11.4 – 10 ka ap



Descenso promedio de las temperaturas Desaguaderos de hielo endicado 15 14C ka ap Cobertura y diversidad vegetacional Terrenos y líneas de costa expuestas

Lóbulo Missoula 21 millones m3 xseg + Baja Menor

Evento final de avance

Lóbulo largo argentino 500 miles m3 xseg + Alta Mayor

En estos términos, la inestabilidad ambiental propia del último pulso glaciario se manifiesta con señales muy fuertes y homogéneas en el Hemisferio Norte y débiles y heterogéneas en el Hemisferio Sur. La homogeneidad de los ambientes, principalmente áridos y continentales se registra con altas resoluciones espaciales y estratigráficas de los depósitos de loess y “Black Mats” del Younger Dryas (en adelante YD), la extinción masiva de la megafauna pleistocénica y la multiplicación de los sitios arqueológicos paleoindios a partir de un ambiente homogéneo y amplio de estepas periglaciarias, reflejos de la máxima aridez del YD. De este modo, es comprensible que la mayor variabilidad paleoambiental y arqueológica sudamericana haya sido interpretada comúnmente como “anomalía” a los modelos estandar de la colonización humana formulados para América del Norte y teleproyectados al proceso de poblamiento de América del Sur. Este telón de fondo paleoambiental, es importante porque pone al hemicontinente Sudamericano en un pie de equivalencia con otro “continente isla”, como es Australia, con el cual las diferencias en la magnitud de los procesos se achican. Las semejanzas espacioambientales, como valiosa herramienta heurística para el planteo del poblamiento humano, ya fueron consideradas de modo similar por Beaton (1991) en su presentación de las formas de

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colonización de continentes isla, para lo cual dicho autor comparó el poblamiento humano de Australia y América. Este modelo junto con el de las adaptaciones acuáticas formulado por Erlandson (2001 y bibliografía allí citada), son los que sirvieron de marco para buscar respuestas más adecuadas al actual y complejo panorama arqueológico de la colonización humana en América del Sur. A partir de aquí, los objetivos del trabajo son presentar ejemplos de alta resolución de los cambios de continentalidad y la variabilidad de las ocupaciones humanas en América del Sur durante la transición Pleistoceno/Holoceno. Esto se cubrirá sobre la base al análisis de los datos paleoambientales disponibles de pulsos glaciarios, distribución de las masas glaciarias, paleobiología y fluctuaciones del nivel del mar para luego cruzar esta información con la arqueológica y presenar un modelo de la colonización de América del Sur y su relación con los ambientes acuáticos. En este marco se discuten las evidencias arqueológicas de las costas atlántica y pacífica en relación con la variabilidad de cuencas fluviales y lacustres a ambos lados de la dorsal de Los Andes (Miotti, 2003; Miotti y Salemme, 2003; Borrero, 2004) La meta final es entonces formular un modelo alternativo de la colonización humana intentando responder a las cuatro preguntas básicas que guiaron este estudio: Desde dónde llegaron los primeros sudamericanos? Cuándo se habría comenzado este proceso de colonización? Cómo resolvieron sus modos de vida en ambientes tan variados e inestables cambiantes? (movilidades, subsistencia, tecnologías) Cuales podrían haber sido las rutas, y las puertas de entrada teniendo en cuenta las barreras y áreas filtro ecológico-geográficas? (Los Andes, los desiertos, las selvas) Los ambientes acuáticos

El modelo de la colonización humana, de los distintos continentes a partir de ambientes acuáticos es entendido en el sentido de Erlandson (2001). En este marco no sólo los litorales marítimos son ambientes acuáticos, sino también aquellos lugares donde el agua dulce, permite establecer un hábitat humano capaz de proveer a los pobladores del “recurso crítico” además de una variada gama de recursos que comúnmente se aglutinan en torno al mismo. El supuesto de base de este modelo de las adaptaciones acuáticas es que el agua potable es el recurso crítico ya que sin él los humanos no podrían sobrevivir por más de cuarenta y ocho horas en un lugar cualquiera del planeta. Ahora bien, si el primer recurso que una población tiene en mente para la exploración y/o asentamiento en un territorio nuevo es la disponibilidad de agua potable, entonces porqué priorizar al litoral marítimo como uno de los ambientes acuáticos importantes para el poblamiento? En este caso la respuesta puede darse a partir de dos características fundamentales de estos ambientes. Las costas marinas ofrecen un camino claro entre la tierra y el mar, sin contar los beneficios de la combinación de recursos de subsistencia terrestres y marítimos de estos litorales. La segunda, es que en este camino es donde desaguan los ríos que sí contienen agua potable. Esta conjunción de características puede haber sido una causa fuerte para no apartarse de las costas al principio de la exploración, sino más bien seguirlas. Luego, si consideramos aquellos ambientes que dieron las bases de las primeras ocupaciones humanas en América del Sur, el último de los continentes en ser explorado y

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colonizado, es razonable que los litorales marítimos con los ríos y otras fuentes de agua dulce hayan sido buenos candidatos para comenzar la búsqueda de alternativas al paradigma de un poblamiento netamente terrestre de cazadores especializados en la megafauna gregaria, que desde Hrdlicka hasta nuestros días ha primado en la arqueología americana (Hrdlicka, 1918; Wormington, 1957; Müller Beck, 1969; Martín, 1973, 1984; Dincauze, 1993; Fiedel, 2000; Haynes, 2003; Kelly, 2003, entre los principales defensores de la teoría). Como se expresó arriba el concepto de ambientes acuáticos no se limita únicamente a los litorales marítimos, sino que incluye una variada gama de paisajes de cuencas (surgentes y acuíferos, lagunas, lagos, arroyos, ríos, estuarios y pantanos). Desde una perspectiva ecológica, los ambientes acuáticos, o cuencas en el espacio regional y micro regional, son aquellos sectores que concentran la mayor variedad y abundancia biológica, mientras que las zonas de divisorias de cuencas son las que dispersan y separan esta variedad. Por esta razón, las chances de hallar una biodiversidad y abundancias taxonómicas mayores en los yacimientos arqueológicos y paleontológicos de cuencas es mucho mayor que en las zonas de divisorias. Esta situación para el estudio del pasado en general y las distribuciones del registro arqueológico en particular, acarrea asimismo un sesgo documental importante que es indispensable marcar en los trabajos. Sin embargo y por prejuicios generados por el paradigma del “cazador terrestre” como supuesto de base a la colonización humana americana, los ambientes acuáticos no fueron considerados por ejemplo dentro de los diez grandes hábitats que Gamble (1994 y 1998) jerarquizó como principales para la exploración y expansión de los humanos en la Tierra. Lo cual se debe en parte a una percepción arqueológica que en América se inicia con las ideas de pobreza de recursos que ofrecerían las costas marinas (Hule, 1907) y que luego se reforzará con toda la gama de posiciones que sostiene que las mejores oportunidades para el poblamiento americano habría que buscarlas en los habitats terrestres, plagados de grandes mamíferos que habrían sido la base de la subsistencia humana hacia fines del Pleistoceno y que por otro lado habrían sido la continuación del ecosistema del mamut en el viejo mundo (Matthews, 1976; Agenboard, 1984; Soffer, 1993, entre muchos otros). De este modo y conociendo los sesgos de distribución de recursos entre cuencas e intercuencas o divisorias ¿Cuál habría sido entonces el rol jugado por el litoral marino para el poblamiento de América del Sur, ya que el mar si bien ofrece recursos alimenticios importantes, ofrece el agua potable en forma discontinua? El rol de los litorales marítimos es importante en la historia de la colonización de los continentes porque son rutas entre la tierra y el agua y en este sentido minimiza el riesgo de la exploración, pero además muchos ambientes acuáticos con agua dulce, como las desembocaduras de ríos, lagos, lagunas, estuarios y pantanos con surgentes de agua dulce asociados a estas costas marinas permitirían comenzar a explorar tierra adentro los continentes desde los litorales. Su importancia en este modelo se debe entonces a que son buenos indicadores para ampliar la exploración de nuevos territorios hacia el interior de los continentes ya que, por un lado contienen los recursos principales para la alimentación y por otro, estas cuencas son otras rutas seguras para los desplazamientos sin perder de vista el recurso crítico. La productividad de los ambientes marítimos ha sido ampliamente discutida en la historia de la antropología y la arqueología desde el siglo XIX, pero por lo dicho más arriba,

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desde el punto de vista ecológico estos ambientes son ecotonos y es ampliamente aceptado el concepto de ecotono como zona concentradora de biodiversidad, y especialmente en relación a ambientes áridos. En estos términos estos ambientes acuáticos deben haber sido preferenciados por los humanos debido a la productividad y diversidad de los recursos y porque la misma siempre establece un corredor más seguro de movilidad entre un borde y un interior continental, para ir y volver desde los lugares de origen. Un último punto a destacar es la ubicación excéntrica con que la cordillera de Los Andes, como gran divisoria de cuencas oceánicas, recorre de norte a sur al subcontinente. Esta configuración da por resultado una dilatada extensión de tierra, con ramificadas y extensas redes de drenaje en el este y unas muy cortas, transversales y muy poco ramificadas cuencas fluviales, al oeste. La implicancia de esta disparidad hidrológica a partir de la ubicación de Los Andes será retomada más adelante. América hace 18 000 años Glaciares y líneas de costa

Como se adelantó en la introducción, estos dos aspectos ambientales son de suma importancia para poder interpretar la información arqueológica y producir un modelo que, interconenctando las perspectivas paleoecológicas y la de la acción social, ofrezca una solución más abarcativa de la colonización humana de América del Sur. Presentar el “escenario de llegada” es importante entonces porque de él obtendremos suficiente información sobre las grandes diferencias que el megaproceso de la LGM –establecido en 20-18 ka ap como el máximo expansivo- y los cambios del Tardiglacial (15-10 ka ap) produjeron en América del Norte y en América del Sur. De los datos resumidos en el cuadro 1, se puede afirmar que en ambas Américas se registraron los pulsos de avance glaciario que ocasionaron hacia 15-13 y 11.5 y 10 ka ap en América del Sur y 15-12.8 y 11.2-10.2 ka ap, en América del Norte (Hajdas et al., 2003) oscilaciones ambientales temporalmente breves, pero profundas por los cambios paleoecológicos regionales. Esto dará como resultado un panorama de alta inestabilidad ambiental y señales regionales aparentemente contradictorias, lo que sugiere que las diferencias entre los registros de cuencas y divisorias, sumados a la alta variabilidad ambiental de América del Sur parezcan “anomalías”. Este parecer pero no ser, se debe a la reacción particular de cada ecosistema ante los cambios repentinos del clima, lo cual es una capacidad de cambio intrínseca de cada ecosistema, que en el caso de ser humanos ya agregan capacidades de reacción diferentes a los no humanos. Otros aspectos importantes de la última gran glaciación que deben ser tenidos en cuenta para el poblamiento humano, además de la sincronía o diacronía de los avances y retrocesos glaciarios es el de la evaluación de la distribución geográfica y la magnitud de las masas glaciarias y sus concomitantes fluctuaciones del nivel del mar. En el hemisferio norte el manto de hielos del LGM se ubicó casi en las puertas de entrada al continente, y su espesor y dimensiones obliteraron todo lo que es el actual territorio de Canadá. En Sudamérica particularmente el englazamiento tuvo una distribución mucho más reducida, su mayor extensión se registró en el extremo más austral, es decir donde el arribo de los primeros grupos

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humanos habría sido supuestamente el último de los lugares del Nuevo Mundo en ser alcanzado, explorado y colonizado (figuras 1, 2 y 3 y cuadro 1). Por otra parte, estas diferencias repercutieron en los contornos de las antiguas costas marinas, las cuales tuvieron exposiciones variables debido a otro factor importante, la orografía. Tanto las Rocallosas en el norte, como Los Andes en el sur, se recuestan sobre la costa pacífica, dando pendientes muy empinadas sobre esta costa y pendientes mucho más suaves y llanuras más extensas hacia el este. Esta configuración da por resultado plataformas submarinas que generalmente son de pendiente muy abrupta en el Pacífico y llanuras submarinas muy extensas y poco profundas sobre el Atlántico. De este modo las líneas de costa del Atlántico se desplazaron varios cientos de kilómetros hacia el este, mientras que en el Pacífico la exposición de llanuras costeras fue mucho más reducida. Las fuertes señales del Younger Dryas de Norteamérica

Las “Black mats” (BMs) por su gran continuidad espacial y resolución temporal son las señales fuertes del evento húmedo del Younger Dryas Chronozone (YDC) Norteamericano, aforado entre el 11 y 10 ka ap. Estas “esterillas negras” (YDBMs) correspondiente al interestadial Allerød, son un fuerte sello del Loess subyacente que forma la matriz sedimentaria de los primeros contextos Clovis (ca. 11.6 ka ap en Bonnichsen, 1991; Haynes, 2002) y que representa a los momentos de máximo avance y mayor aridez del hemisferio norte (Dolukhanov, 1996; Haynes, 2003). La Geocronología de más de 50 localidades del oeste desde Arizona a Canadá revelan que las YDBMs contienen las evidencias más tempranas de sitios post-Clovis. Las mismas corresponden al Inter-Allerød y separan los eventos más áridos registrados para el LGM y tardío glacial, de los cuales en el primero, Bølling/Allerød o Middle Dryas de Rusia -12-11.8 ka ap- (Dolukhanov, 1996), correspondería a los registros de última aparición de la Fauna Rancho La Brea del Pleistoceno superior y que como se verá en el capítulo siguiente habrían sido equivalentes ecológicas a la Fauna de la Formación Luján de la región Pampeana (Tonni et al., 1999, 2003). Asimismo en este particular ambiente árido y frío, que se corresponde con el ecosistema o “Estepa del Mamut” (Müller Beck, 1969), se habría producido el arribo de los primeros grupos de colonos del Nuevo Mundo -cazadoresrecolectores mongoloides, que desarrollaron la tecnología Clovis americana (Ver discusión en Soffer, 1993). La supuesta homogeneidad paleoecológica de la “estepa del mamut” fue teleproyectada desde América del Norte hacia toda América del Sur, con lo cual el paradigma “Clovis los Primeros” alcanzó hacia las décadas de los ’70 y ’80 gran hegemonía académica y extra-académica (Gnecco, 2003; Miotti 2003a y bibliografía allí citada). Sin embargo ya a principios de los ’70 la información arqueológica y paleoambiental suramericana indicaba anomalías al modelo de poblamiento y Alan Bryan, como principal defensor de este modelo circumpacífico, con poblaciones procedente de América del Sur, lo ponía de manifiesto en dos grandes obras en donde se sintetizan además de los datos originales su modelo que privilegia la variabilidad ambiental y de las estrategias adaptativas humanas para lograr el poblamiento de las Américas. Asimismo el modelo aproxima la ruta circumpacífica que habrían tomado las primeras poblaciones que partieron del sudeste asiático (Bryan, 1973, 1978, 1986). Estas ideas fueron desde entonces un desafiío permanente para el modelo del “cazador de megafauna”,

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procedente y dependiente de ecosistemas equivalentes a la Estepa del Mamut de Eurasia y desde donde habrían procedido los primeros grupos mongoloides que poblaron América (Martin, 1973, 1984). El modelo de Bryan (1973, 1978, 1986) tuvo repercusión inmediata en los autores sudamericanos, aunque fue mucho más heterogénea su aceptación para los investigadores norteamericanos. Sin embargo dentro del Modelo de Bryan los pulsos de avance glaciario como los de los Dryas no fue de gravitante importancia como lo fue para el modelo de Martin, en el cual sí, era necesario un escenario de estepa abierta para que los cazadores de megafauna avanzaran hacia el sur. Las disonantes señales del YDC en América del Sur

En los últimos años se ha ido consolidando la aceptación que los dos últimos episodios de enfriamiento sudamericano del LGM tienen sus equivalentes en los Older y Younger Dryas del Norte (Tonni et al., 1999, 2003; Rabassa y Clapperton, 1990; Hajdas et al., 2003; Clapperton, 1993, entre otros). Sin embargo las particularidades y distribución de la glaciación y de los océanos en el hemisferio sur generan señales más débiles, puntuales y disonantes respecto del hemisferio norte. Para muchos (principalmente los defensores de la teoría Clovis los Primeros) parecen ser una anomalía más de la recuperación e interpretación de los datos paleoambientales de América del Sur y no una cuestión de variabilidad paleoambiental y paleoecológica a escala hemicontinental. Por lo tanto y aparentemente, son más confiables señales del hemisferio norte para dichos episodios, las cuales luego se utilizan de un modo azaroso para interpretar los contextos arqueológicos australes. A continuación se presentan dos ejemplos de las fluctuaciones de eventos del pulso glaciario austral de alta resolución temporal y de datos multiproxy de América del Sur (Coronato et al., 1999; Tonni et al., 1999, 2003; Heusser y Rabassa, 1987; Rabassa y Clapperton, 1990; Clapperton, 1993; Zárate, 1999; Bujalesky et al., 2001; Hajdas et al., 2003, entre los principales). El LGM en Atacama

Entre el 11.5 y 10 ka ap, en América del Sur y en otros sectores, como Australia se registran datos confiables de un pico de avance glaciario y que en microambientes especiales como los acuáticos (cuencas lacustres y fluviales, con la formación de paleosuelos locales) de las latitudes medias y altas, así como en zonas subtropicales y tropicales podría coincidir con un descenso de las temperaturas y un aumento de la humedad efectiva. Este evento con registros tan variables se conoce como el Episodio de frío reverso Antártico y su discontinuidad continental puede deberse a la disparidad de muestreos en los dis tintos ambientes, a una real concentración de la humedad efectiva en aquellos ambientes definidos como acuáticos o a ambas, no obstante cualquiera sea(n) la(s) causas, lo concreto es que su señal es espacialmente discontinua, puntual (a escala microrregional) y está asociada siempre a zona de cuencas. Esta controvertida y variada información del avance glaciario durante la transición Pleistoceno/Holoceno marca asimismo una serie de desfasajes temporo-espaciales que hacen ver el poblamiento sudamericano en un cuadro mucho más complejo de paleoambientes.

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Atacama, que fue interpretado como un puerto de arribo con numerosas ocupaciones Paleoindias/Arcaicas tempranas (Núñez et al., 1994; Betancourt, 2003) es en la actualidad un extenso desierto; en este ámbito se registraron los datos paleo climáticos más completos de la transición Pleistoceno/Holoceno (Betancourt, 2003). En la actualidad la estación húmeda es allí el verano, pero la máxima humedad veraniega es registrada para el lapso 11.5 y 9.6 ka ap. En aquellos momentos la vegetación perenne invadió áreas que hoy son un desierto absoluto y donde se dan la mayoría de los sitios arqueológicos de primeros americanos (Núñez et al., 1994). En este sentido las fechas serían coincidentes con un ambiente que es totalmente incongruente con el de una zona glacial o periglacial, y que es el registrado en los depósitos de los loess del climax de la aridez en las grandes planicies de Norteamérica, desde Arizona al sur, hasta Canadá. Este YDC sin embargo tiene un breve periodo de aumento de la humedad, el cual está representado por las Black mats (YDBMs) y que se intercalan al siguiente periodo seco. El LGM en Patagonia

El segundo ejemplo procede de datos de Patagonia y corresponde a una extensa secuencia de cambios desde el estadío isotópico OIS 2, o LGM, al que le sucede el tardigalcial (15-10 ka ap) con dos pulsos de enfriamiento destacables que serían equivalentes al OD (Older Dryas) y al YD del hemisferio norte. Para el YD existiría el registro patagónico indica un desacople temporal de unos 550 años calendáricos de antelación en el Cono Sur. Este evento conocido como Episodio de frío Reverso Antártico, tiene una alta resolución temporal en base a gran cantidad de fechados radiocarbónicos y datos polínicos obtenidos por Hajdas y colaboradores en las secuencias estratigráficas de los lagos Huelmo y Mascardi (figura 4 de Hajdas et al., 2003:74). Los numerosos fechados radiocarbónicos por AMS de la secuencia de Huelmo ubica al avance de este lóbulo en 11.5-10.2 ka ap; mientras que en el lago Mascardi se ubica en 11.2 -9.8 ka ap (Hajdas et al., 2003). Este evento de Frío Reverso en Tierra del Fuego y en la meseta patagónica austral tiene otras localidades clave: Taiquemo, Puerto Eden y Harberton (Coronato et al., 1999; Heusser y Rabassa, 1987; Rabassa y Clapperton, 1990) y la dispersión de fechados sería coincidente con la de Hajdas et al., 2003). La señal que genera este episodio austral es baja por lo puntual de su manifestación espacial, frente a la alta visibilidad regional del evento YDBMs en América del Norte. Con los datos de Atacama y de Patagonia se sugiere que los dos reavances glaciarios posteriores al LGM tuvieron lugar durante el Tardío Glacial en Sudamérica (15-10 14 C ka ap) y que ambos son relacionables al Older y Younger Dryas del hemisferio norte. La inestabilidad climática de la Transición Pleistoceno/Holoceno fue tomando una tendencia similar a la actual que se comienza a reflejar recién a partir de 8 14 C ka ap, y que se mantendrá durante el Holoceno (Miotti y Salemme, 1999; Carlini y Tonni, 2000, entre otros). Teniendo como trasfondo este panorama paleoambiental y paleoecológico es entonces esperable que hasta el momento las señales de los pulsos glaciarios y de los movimientos de las paleocostas tengan configuraciones muy distintas en ambos hemicontinentes y en ambos litorales océanicos. Estos registros temporales de mayor humedad en el mismo período que en América del Norte se registran los máximos picos de aridez y que parecen coincidir con el arribo de los primeros colonos al continente, representa una anomalía para algunos

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investigadores norteamericanos pero en realidad desde una perspectiva regional, puede ser interpretado como un desfasaje temporal importante o un sesgo de muestreo, favorecido por la mayor variabilidad micro ambiental , en el sentido dado más arriba a la expectativa de biodiversidad y concentración de materiales de una cuenca en los niveles de base y las divisorias o intercuencas para los mismos momentos. En cualquiera de los casos igualmente lo que demuestra esta disonancia es que los procesos de pulsos de aridez y humedad hacia la transición Pleistoceno/Holoceno sucedieron igualmente en América del Sur, aunque posiblemente desacoplados temporal y espacialmente a los de América del Norte. Por lo tanto estos avances glaciarios que pueden haber impactado más sobre las poblaciones de Norteamérica no fueron una limitante para que los primeros humanos colonizaran los diferentes hábitats en América del Norte, durante la mayor expansión de la aridez ni la de América del Sur con condiciones más atemperadas y mayor disponibilidad de ambientes acuáticos, aun en momentos de la mayor continentalidad. La evolución de las faunas

Durante la transición Pleistoceno/Holoceno (15 a 8 ka ap) la fauna de América del Sur fue equivalente ecológica de la de América del Norte, sin embargo por lo expresado en la introducción de este trabajo respecto del aislamiento geográfico, se observan grandes diferencias a niveles taxonómicos específicos, y en muchos casos genéricos entre ambos hemisferios. Esto puede deberse en parte a que el istmo de Panamá, emergido hace 3 millones de años, actuó de filtro para el flujo de poblaciones de animales en ambos sentidos de migración y por lo tanto favoreció una dispersión selectiva, con las posteriores evoluciones independientes de las especies autóctonas y migrantes en ambos hemisferios. Este proceso de dispersión y especiación duró hasta aproximadamente el 15 ka ap, época en que comienza el retroceso numérico de las poblaciones de megamamíferos y con ello se inicia un nuevo proceso de extinciones masivas del Pleistoceno. Esta tendencia decreciente de las poblaciones de megamamíferos continuó durante la transición Pleistoceno/Holoceno, coincidiendo asimismo con el retroceso glaciario y sus últimos dos reavances (OD y YD), siendo estos pulsos los que configuraron en parte, un escalonamiento en la extinción de las distintas especies (Alberdi et al., 1995; Carlini y Tonni, 2000; Miotti et al., 1999; Miotti, 2003; Miotti y Salemme, 1999; 2004). Por otra parte la especiación de la fauna tuvo un rasgo que terminó de acentuar el proceso y el mismo se relaciona con la cordillera de los Andes. Uno de los ejemplos más claros de este proceso se observa en el grupo de los proboscidios, los cuales son inmigrantes del Viejo Mundo, pasando en el Plioceno Superior por Bering a América del Norte y luego a América del Sur. Los representantes que ingresan primero a América del Norte son los géneros Mammut y Mastodon (Osborn, 1936, en Alberdi y Prado, 1995); los primeros no pasan a América del Sur y su extinción en el norte es una de las primeras, coincidiendo con el final de la “era Clovis”, lo cual no indica según Gary Haynes (2002) que los foragers hayan sido la causa del exterminio de ambos géneros, las causas del mismo habría que buscarlas en lo que este autor denomina “eco-catastrophes with major ripple effects on floral and faunal comunities” (Haynes, 2002:391). Los mastodontes inmigrantes en América del Sur corresponden a la Familia Gomphoteriidae y dentro de ella dos grandes grupos que tanto arqueológica como

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paleontológicamente se registran en diferentes ambientes. Los Stegomastodon, que siguieron lo que Webb en 1978 denominó “corredor de llanura o del Este” (Alberdi y Prado, 1995:286) con una distribución atlántica que va desde Colombia hasta el sur de la provincia de Buenos Aires y coincide con ambientes más boscosos, húmedos y cerrados, mientras que las especies de Cuvieronius, de menor tamaño que los anteriores se dispersaron siguiendo “La ruta de los Andes (que) era una vía más directa Norte-Sur y proporcionaba una mayor uniformidad de ambientes no boscosos en comparación con la ruta del Este.” (Alberdi y Prado, 1995:286). Su registro más austral es en el sitio Monte Verde, en el Sur de Chile. Los más tempranos en arribar a Suramérica, durante el Plioceno y Pleistoceno temprano parecen haber sido los Cuvieronius, siendo asimismo los de desaparición más temprana, hacia el 13-12.5 ka ap (Alberdi y Prado, 1995), mientras que los de la vertiente atlántica ingresan recién a partir del Pleistoceno medio y parecen haber sobrevivido hasta el comienzo del episodio de frío reverso antártico (11.5 ka ap). Estas diferencias de última aparición de ambos géneros se puede deber a que los Stegomastodon habrían ocupado zonas más cálidas y húmedas, mientras que los Cuvieronius se habrían dispersado por zonas más frías a templadas y secas. De este modo mientras que en sitios arqueológicos norteamericanos son detectados Mammuthus (mamutes) y Mastodon (mastodontes), ambos de ambientes abiertos, secos y fríos a templados, en América del Sur se registran especies de los géneros Cuvieronius y Stegomastodon (mastodontes) que se dispersaron en ambientes tropicales y templados. Otro caso similar, y con diferencias temporales entre la primera y la última aparición de las distintas especies es el de los équidos. Los géneros inmigrantes desde América del Norte son Hippidiformes y Equidaes, y al igual que los mastodontes tuvieron distribuciones diferenciales de ámbitos montañosos y de planicies, alcanzando a dispersarse hasta latitudes tan australes como Tierra del Fuego. El registro más austral es el sitio Tres Arroyos, en Tierra del Fuego y el sitio de última aparición de representantes de esta Familia es El Ceibo en la provincia de Santa Cruz, con 9.5 ka ap (Alberdi y Prado, 1995b; Alberdi et al., 2001; Cardich, 2003; Massone, 2003). La evidencia arqueológica

A más de un siglo de debate académico, la evidencia arqueológica de América del Sur continúa siendo paradójica para construir modelos del poblamiento americano si se acepta que dicho proceso comenzó por el Norte y sólo por vía terrestre (Fiedel, 2000; Kelly, 2003). Un análisis crítico de la distribución espacio-temporal y contextual de los sitios más antiguos, confirma –en el sentido de Adovasio (1993:199) “The Ones that Will Not Go Away…” los que no desaparecerán2 - que mucha información procedente de nuevas investigaciones e incluso, de aquellas olvidadas como Taima Taima, Tagua Tagua, Tibitó o El Abra, permiten sugerir que la paradoja es tan sólo aparente. El porqué es bastante simple, la diversidad paleoambiental y arqueológica sudamericana y la profundidad temporal de confiables sitios no encaja en el modelo Clovis los Primeros, por el contrario gran parte de la información desde el LGM hasta la transición Pleistoceno/Holoceno es una verdadera anomalía para la linealidad norte-sur y los demás supuestos de base como son la necesidad de ambientes terrestres de estepas abiertas que permitan la caza especializada de megafauna, esto a su vez ligado a tecnologías muy

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específicas que se relacionen con la Clovis de América del Norte. Estos supuestos son los que constriñen las alternativas y han producido un estancamiento de modelos para Sudamérica. Si se acepta la información sudamericana ya no como una serie de anomalías de datos, sino como señales diferentes de las de Norteamérica, entonces si, producir otros modelos alternativos sobre diversidad de vías de ingreso, heterogeneidad de la movilidad (no siempre en avance hacia el sur) y modos de vida de las poblaciones es posible para deconstruir la paradoja. A partir de aquí los casos que se tomarán son tan sólo algunos de los muchos de Sudamérica cuyas características compartidas son las de haber sido lugares ocupados durante la transición Pleistoceno/Holoceno, que tienen señales de complejidades sociales y/o económicas más alta que lo imaginado hasta ahora para los primeros colonos y que tal vez lo más destacable es que todos ellos correspondieron a antiguos hábitats acuáticos. En estos términos, la información utilizada puede parecer un recorte arbitrario, pero el sesgo mismo ya viene dado desde que sabemos que la evidencia que aquí se citará ha sido descartada y/o olvidada por no ajustarse al modelo estándar. Sin embargo es correcto adelantar que gran parte de estas localidades fueron y continúan siendo contempladas en el modelo de poblamiento circumpacífico (Bryan, 1978) y si bien se comparte el mismo en muchos aspectos como la diversidad paleoambiental, la flexibilidad adaptativa de las poblaciones inmigrantes, la ruta circumpacífica como vía de ingreso, algunos otros de los que son propuestos aquí creo que pueden enriquecer al mismo y contener mayor cantidad de información disponible actualmente para América del Sur. Las localidades consideradas están sobre las actuales líneas de costas o en las cercanías de los ríos que desaguan en los litorales marinos, incluso ha sido considerada aquella información de ambientes subacuáticos, por lo tanto tomando en cuenta los hundimientos que las costas marinas experimentaron después del LGM, es altamente probable que varios yacimientos, tan o más antiguos que los conocidos, se encuentren en la actualidad bajo el agua de las plataformas continentales. En otros casos las localidades más antiguas se encuentran en zonas muy áridas de tierra adentro, donde en la actualidad, y a lo largo de casi todo el Holoceno el agua parece haber sido un recurso crítico. Este es el caso, por ejemplo de localidades como Piedra Museo, ubicada en el medio de la estepa patagónica, a 80 km de la actual línea de costas y en el borde de un bajo salitroso. Sin embargo la reconstrucción paleoambiental de esta localidad sugiere que las primeras ocupaciones humanas acontecieron en estos abrigos rocosos entre 13 y 10 ka ap, cuando ese salitral era un gran lago pleistocénico (Miotti, 1992, 1996; Miotti et al., 1999, 2003). Este sitio, como tantos otros del interior del continente coincide entonces con lo que más arriba se ha considerado un ambiente acuático, el cual estuvo relacionado a una serie de tributarios de la antigua gran cuenca del río Deseado y que hoy son parte de una red relictual de cañadones con aguas temporarias (Panza, 1982 en Miotti, [1989]1998). Los casos como Piedra Museo son numerosos en América del Sur; otros ejemplos de paleocuencas lacustres/palustres son La Moderna (Politis, 1984; Politis et al., 2003) Tagua Tagua (Núñez et al., 1994), Taima Taima (Ochsenius y Gruhn, 1979) y Tequendama (Correal Urrego y Van der Hammen, 1977) (ver figura 2 o mapa con sitios arqueológicos en Miotti et al., 2003:4-5) y asimismo una gran cantidad de sitios paleoindios de Norteamérica estudiados por Willig (1991) y Johnson (1991), entre otros muchos. Estas localidades permiten sugerir que

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las primeras ocupaciones humanas del continente se habrían dado en estrecha relación con los habitats acuáticos, tanto fluviales, marítimos o lacustres. La hipótesis de que gran parte de los lugares de primera colonización puedan estar en las plataformas submarinas, que estuvieron emergidas hacia finales del Pleistoceno se está contrastando positivamente con confiable evidencia procedente de cuevas sumergidas de las regiones kársticas, de las costas de La Florida (Dunbar 1991) y las bien documentadas localidades de Quintana Roo, en la plataforma continental del Caribe mexicano, presentadas en el 2º Simposio Internacional “El Hombre Temprano en América” (González González y Rojas Sandoval 2004). Los referentes arqueológicos se caracterizan a continuación y en la figura 2. En esta última se pueden observar además localidades tratadas en trabajos previos (Miotti, 2003a; Miotti y Salemme, 2003; Miotti et al., 2003a). Por lo expresado en el capítulo 3 la cordillera de Los Andes será la zona clave para presentar la información arqueológica de las dos vertientes oceánicas ya que la misma es considerada la divisoria mayor entre los ambientes acuáticos del Pacífico y el Atlántico junto con el Mar Caribe. Esta cadena montañosa, la cual debe haberse comportado para el LGM y durante la transición Pleistoceno/Holoceno como un área filtro y aún como barrera ecológicofisiográfica no sólo para la biota, sino también para las poblaciones humanas que estarían ingresando a América del Sur (Alberdi y Prado, 1995; Miotti, 2003a; Borrero, 2004). Al este de los Andes: la vertiente Atlántica-Caribeña

Uno de los principales sitios del norte es Taima Taima. Su ubicación geográfica en la costa caribeña del norte de Venezuela, con contextos arqueológicos en confiable posición estratigráfica y fechados radiocarbónicos que alcanzan los 13 ka ap, mantiene el soporte, a más de 3 décadas

Figura 2. Distribución geográfica de los sitios arqueológicos de América del Sur y las grandes cuencas fluviales y lacustres entre12 y 10 ka AP (radiocarbónicos)

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de su excavación, de que el lugar fue ocupado por los primeros grupos humanos que ingresaron a América del Sur y asimismo permite imaginar una mayor complejidad de movimientos migratorios iniciales hacia fines del Pleistoceno en Sudamérica. El sitio fue investigado por un equipo interdisciplinario en la década del ’70 (Ochsenius y Gruhn, 1979) y fue interpretado como un antiguo locus de matanza de proboscídeos, caballos, gliptodontes y otras especies pleistocénicas a orillas de un antiguo pantano. La región de Coro, donde se ubica Taima Taima, fue desde el Pleistoceno final un cinturón árido peri-marítimo. Esta faja se ubica entre la cadena montañosa de la costa y la Sierra de San Lu is. El gran fallamiento de este sector produjo que en el mismo afloren paleodunas y surgentes o acuíferos, relictos de lagunas pericosteras que se alimentaron de precipitaciones y de aguas suberráneas de los arroyos de la adyacente Sierra de San Luis hacia el interior del continente (figura 1 en Ochsenius en Ochsenius y Gruhn, 1979:16). Esta zona se conoce también como corredor atlántico, y si bien su fisiografía es de ambiente árido a semiárido cálido, presenta parches de sabanas, cerrados y refugios de selva en las laderas de las sierra que lo delimitan. La presencia de un acuífero relictual a 1 km de Taima Taima es lo que habría sido por ascensos de la freática, un humedal al cual acudían los animales que luego eran cazados en esos pantanos por los primeros habitantes del Pleistoceno final. La estratigrafía de Taima Taima refleja la tendencia a una creciente aridez de la zona desde el Pleistoceno final, por lo tanto las cuatro unidades del perfil principal del sitio son de tipo eólico, aunque en los casos de los contextos arqueológicos de mayor antigüedad se presentan arenas y arcillas grises a negras, debido a la mayor concentración de ambientes pantanosos que son los lugares con la mayor cantidad de humedad de la cuenca, y por lo tanto habrían sido una atracción para animales y humanos. Los contextos más antiguos de este sitio se ubican en las unidades III y IV (Bryan:41-52 en Ocshenius y Gruhn 1979). La Unidad estratigráfica III de arcilla negra, es la que contiene el contexto arqueológico más tardío, donde se asocian instrumentos líticos y restos de mastodontes (Gomphoteriidae), caballos pleistocénicos (Hippidion y Equus) y gliptodontes (Paractoherium; Glossotherium); los fechados radiocarbónicos van desde 10 140 + 90 a 9 650 + 80 ap (Bryan y Gruhn:55 en Ochsenius y Gruhn 1979), el mismo fue interpretado como la segunda ocupación de los cazadores, donde habrían realizado actividades de matanza de megafauna a orillas del antiguo pantano pleistocénico. La Unidad I de Arena gris es la más antigua ocupación del sitio y concentra restos de mastodontes como Stegomastodon y Haplomastodon y de caballos (Equus), muchos de cuyos materiales óseos presentan huellas de corte; los fechados radiocarbónicos de esta primera ocupación del sitio van entre 13 390 + 130 – 12 660 + 120 ap (Bryan y Gruhn:55 en Ochsenius y Gruhn, 1979). Otros sitios importantes que representarían a estrategias de cazadores-recolectores en este sector norte de América del Sur lo constituyen los sitios de la sabana de Bogotá, El Abra, Tequendama y Tibitó (Correal Urrego y Van der Hammen, 1977; Correal Urrego, 1986). Los abrigos rocosos I y II de Tequendama se ubican al borde de una antigua cuenca lacustre hoy seca, cuyas primeras ocupaciones humanas se encuentran en la base de arcillas

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lacustres. En estos abrigos además de conjntos artefactuales y evidencias de ocupaciones habitacionales de usos múltiples se hallaron desde las primeras ocupaciones 21 enterratorios humanos en Tequendama I (TI) y 5 más en Tequendama II. Por lo menos dos de los enterratorios de TI corresponden a la zona de ocupación 1 definida por Correal Urrego y Van der Hammen (1977) como la más antigua y que se habría dado entre el 11 y 10 ka ap. Ocho enterratorios de TI fueron asignados a la zona de ocupación 2 que va de los 9.5 a 7.5 ka ap y de ellos uno presenta como ajuar funerario un caracol marino. Los restantes enterratorios corresponden a la zona de ocupación 3, que iría del 7 al 6 ka ap. En Tibitó y El Abra los fechados son más antiguos con 11 740 ± 110 años 14 C ap y 12 460 ± 160 años 14 C ap respectivamente (Correal Urrego, 1986:115). Estas fechas coinciden con el final del estadial El Abra, el cual sería equivalente al OD (Correal Urrego y Van der Hammen, 1977). El clima de esos momentos frío y más seco que hacia 12.5 ka ap denotaría una vegetación de subpáramo y bosquecitos bajos con áreas abiertas. En estos sitios, al igual que en Taima Taima, se habría producido la cacería de mastodontes y algunas otras especies pleistocénicas. Es importante destacar igualmente que los tres sitios se relacionan con antiguos ambientes lacustres. Un ejemplo diferente a los dos anteriores, en cuanto a paisaje arqueológico interpretado como agrilocalidades (sensu Rindos, 1984; Gnecco, 2000, 2003) funcionando hacia fines del Pleistoceno en la selva de alta montaña de Colombia, estaría avalando la alta variabilidad de tecnologías y apropiación de los recursos –definida por controles culturales más que ecológicos-, complejidades socioeconómicas y simbólicas que implican además un alto conocimiento del ambiente con movilidades grupales restringidas o territoriales y no direccionales (Gnecco, 2003). Las localidades básicas para esta propuesta de una colonización humana de la América tropical mucho más compleja y variada del uso de los espacios selváticos, de lo imaginado son en Colombia, San Isidro y Peña Roja, con fechados de ca. 10 ka ap y este mismo autor destaca que esto se repite de modo parecido para la zona de Monte Alegre, en la Amazonia Brasileña alrededor de 11.5 ka ap (Roosvelt, 1996; Gnecco, 2003). En su interpretación Gnecco coincide en que las señales paleoecológicas y arqueológicas del poblamiento de las selvas del norte de Suramérica, sumado los conceptos de agrilocalidad, sumado al de una marcada territorialidad y manipulación cultural de los ambientes y recursos van en contra del estereotipo del cazador móvil, direccional, extintor de megafauna y constreñido a una ecología de sabanas graminosas abiertas. De este modo la variabilidad resta poder explicativo al modelo de un ingreso único de sociedades cazadoras-recolectoras nómades y sin “territorialidad” siguiendo a los megamamíferos (recursos) como la única posibilidad que hayan sido los colonizadores exitosos, altamente especializados y expansivos de todo el Nuevo Mundo. Este es realmente un modelo esencialista y reduccionista de las decisiones culturales por sobre las potenciales ecológicas de los ambientes (determinismo ecológico). En la propuesta de Gnecco, la intervención de la naturaleza por parte de los primeros colonos de fines del Pleistoceno se manifiesta en la manipulación de los recursos de los bosques tropicales, sin que ello implique necesariamente domesticación, es un argumento fuerte, ya que aquí no importa como se distribuyan y estructuren los recursos, sino que está presente el conocimiento humano afinado de los distintos microambientes para

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Gnecco, al igual que el concepto expresado por Dillehay de las “protohouseholds” para el sur de Chile (1997) y las que recientemente descubriera en la costa peruana (Dillehay et al., 2003), encuentra en estas agrilocalidades de las cuencas de los ríos Cauca y Magdalena, que los cazadores-recolectores hacia el 10 ka ap ya tenían unas estructuraciones espaciales de huertos donde se procesarían sistemáticamente semillas de Persea y Marantha, con lo cual y a juzgar por los instrumentos de molienda con residuos de Marantha sugieren la co-evolución de plantas y humanos, que llevó a la creación de asentamientos semipermanentes aldeanos relacionados con parches de huertos silvestres en la floresta tropical. Estas agrilocalidades habrían funcionado como nodos sociales, posiblemente de mayor permanencia temporal en cada uno de los mismos, debido a la característica de cuidado de esas especies vegetales y para cuyo asentamiento se habría necesitado de un acondicionamiento de las áreas de huerto, así como una mayor estructuración de los espacios habitacionales y de procesamiento de los vegetales. En estos términos y relacionando esta forma de ocupación de un ambiente selvático con modos de vida tan diferentes a los de los cazadores-recolectores de alta movilidad, se está sugiriendo también que hacia el 10 ka ap la selva no fue una barrera ecológica para el poblamiento Pleistocénico del hemicontinente y que para esos momentos ya era un ambiente perfectamente conocido y utilizado por los grupos humanos quienes tomaron un camino diferente al de los cazadores-recolectores de grandes animales. Si bien estas poblaciones habrían tenido un componente en su dieta proveniente de la caza de animales selváticos, los datos de las agrilocalidades indican asimismo que el proceso de intensificación de los recursos ya habría comenzado en el Pleistoceno final en algunos sectores de América del Sur. Ahora se continuará con casos de estudio que permiten jalonar la ocupación humana de las latitudes medias desde la antigua línea de costa atlántica hacia el oeste, hasta alcanzar la cordillera por el flanco este. En este caso se engloba una variada y sólida información arqueológica y paleoambiental que por contar con numerosas publicaciones sólo se darán las principales características. Esta región va entre las Cuencas del Quareim con los sitios de Pay Paso y del Plata Cerro de los Burros (Flegenheimer et al., 2003; Suárez y López Mass, 2003) hasta las Sierras de Tandilla (Mazzanti, 2003; Flegenheimer, 2003; Flegenheimer et al., 2003) y en la llanura interserrana con Paso Otero 5 (Martínez, 1999; Holliday et al., 2003), La Moderna (Politis, 1984; Politis et al., 2003) y Arroyo Seco 2 (Politis, 1984; Steele et al., 2001). Lo más importante es que las primeras ocupaciones humanas con cacería de megamamíferos, se habrían dado en esta región para el 12.3 ka ap en Arroyo Seco 2 donde además gran cantidad de enterratorios humanos fueron exhumados, aunque las fechas más antiguas de los mismos oscila en los 8 ka ap (Politis y Madrid, 2001; Politis et al., 2004). La variabilidad artefactual de toda la región es grande, pero se destaca que hacia el 11 ka ap la circulación humana de materias primas entre el norte de Uruguay y la zona de Tandilla habría sido importante entre los grupos cazadores-recolectores, quienes fundamentalmente buscaron rocas con calidades específicas, aunque sus lugares de origen hayan estado a cientos de km de distancia, para la confección de algunas de las puntas cola de pez, que en toda la región fueron comunes entre el 11 – 10 ka ap. Todos los emplazamientos de esta vasta región entre las cuencas del Quareim y el Quequén Grande con el Arroyo Claromecó coinciden asimismo con ambientes acuáticos fluviales y

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lacustres, y en un solo caso con áreas de ecotono fluviomarítimo, como es Cerro de los Burros (Meneghin, 2004). A la misma latitud, pero sobre el flanco este de Los Andes Mendocinos es importante nombrar dos sitios, Agua de La Cueva, en el norte (García, 2003) y Abrigo Arroyo Malo 3, en el sur, al pie del nevado El Sosneado (Neme, 2002). El primero de los abrigos se encuentra en un área de precordillera cuya cercanía a una fuente de agua parece que fue el anclaje para los primeros grupos que entre el 11 y 9 ka ap se movilizaran a estas alturas en busca de materias primas y recursos de caza. Sin embargo algunos instrumentos de obsidiana parecen indicar el intercambio de materias primas locales entre los cazadores-recolectores. El segundo caso se trata de un abrigo rocoso en la alta cordillera al borde de una laguna, zona que aun hoy es utilizada por los pastores de chivos sólo en épocas de primavera y verano. Luego la mayor parte del año el lugar queda aislado por la nieve. Esta característica sumada a que las primeras ocupaciones aquí son de ca. 9 ka ap, sugieren que estos ambientes, al igual que otros de altas latitudes como los del Río Pinturas, Abrigo Baño Nuevo de la Cueva, CCP7 y Chorrillo Malo (Civalero y Franco 2003; Mena et al 2003) hayan sido alcanzados por los colonos recién después del 10 ka ap (Miotti, 2003a; Miotti y Salemme, 2003; Borrero, 2004). Las paleocuencas de las mesetas patagónicas El ejemplo considerado para este acápite es el de Piedra Museo. La razón principal para su selección es que se trata de una localidad con alta resolución de información cultural, paleoamiental y cronológica para este sector de la meseta (Miotti, 2003; Miotti y Salemme, 2003; Borrero, 2004 y bibliografía allí citada) Piedra Museo es una localidad integrada por una serie de aleros rocosos abiertos en un pequeño afloramiento de coquina marina prejurásica a orillas de un paleolago. La misma se encuentra actualmente emplazada a unos 80 km de la costa atlántica, en una zona relictual de zanjones que en épocas Pleistocénicas fueron tributarios de la cuenca del río Deseado. Algunos de los aleros de la localidad Piedra Museo presentan evidencias de pictografías y petroglifos, los cuales han sido descriptos en varios trabajos previos (De Aparicio, 1933; Miotti, 1991, Miotti et al., 1999 y bibliografía allí citada). Lo importante de estas manifestaciones artísticas es que en las localidades donde también se documentan petroglifos de similares complejidades de motivos su emplazamiento está directamente relacionado con ambientes acuáticos de tipo lagunar y/o lacustre y fluvial. Coincidiendo asimismo con lo que habrían sido locus de cacerías de guanacos. El Abrigo AEP1, donde fueron realizadas las principales excavaciones de Piedra Museo, se abre hacia el lago pleistocénico y sus contextos arqueológicos de primeras ocupaciones, indican que en el mismo se desarrollaron actividades de procesamiento primario de las presas posiblemente cazadas a orillas de ese cuerpo de agua. Entre las principales especies cazadas y con claras evidencias de haber sido trozadas por los primeros pobladores del área, hace más de 10 500 años, se hallaron Hippidion saldiasi (caballo pleistocénico); Lama gracilis (camélido extinguido de un rango intermedio entre los

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guanacos y las vicuñas) y Mylodon sp. Asimismo fueron hallados en estos niveles numerosos restos de aves de tamaño mediano y dos géneros de grandes aves corredoras, de las cuales uno hoy se encuentra en latitudes más septentrionales (Rhea americana) y la otra es el ñandú que actualmente existe en la Patagonia (Pterocnemia pennata). Este reemplazo ecológico sería un indicador más de los profundos cambios ambientales de la región, con tendencias a condiciones más erémicas desde la transición Pleistoceno/Holoceno hacia el Holoceno. Los restos óseos de Hippidion saldiasi presentan claras huellas de corte y la fecha radiocarbónica obtenida en uno de ellos es de 10 925 + 65 ap 11 ka ap. También se encontraron marcas de corte en huesos largos de Lama gracilis con fechados que se distribuyen entre 12.8 y 11 ka ap (Miotti et al., 1999; Alberdi et al., 2001; Miotti, 2003a; Miotti y Salemme, 2004). La producción de tecnología lítica demuestra desde las primeras ocupaciones el manejo de técnicas de extracción uni y bifaciales y los artefactos formales, así como el estudio de sus filos sugieren que la mayor parte de los mismos fueron utilizados para tareas de corte de carne y cuero (Miotti y Cattáneo, 2003). Dos únicos fragmentos de pedúnculo de puntas cola de pez (PCP) fueron halladas en estos contextos pleistocénicos (Miotti, 1992; Miotti et al., 1999) y corresponden al grupo de PCP con acanaladura en ambas caras. Al oeste de los Andes: la vertiente Pacífica De este sector se detallan también sólo algunos de los datos más paradigmáticos y por lo tanto de mayor impacto para este trabajo, destacando que detallar todos los disponibles daría para un artículo aparte (ver por ej. Kelly, 2003; Miotti, 2003a y bibliografía allí citada). El primero en mencionar se ubica en la península Santa Elena (Ecuador), es la localidad Las Vegas (Stother et al., 2003). Esta localidad es importante desde varios puntos de vista, sus fechados ubican a las primeras ocupaciones humanas en esta zona de manglares entre 10.8 ka ap y 10.5 ka ap, luego seguirían otras ocupaciones de 10.5 – 8 ka ap y otras más tardías de 8 – 4 ka ap. Las mismas parecen comenzar con una adaptación de cazadores-recolectores de amplio espectro, en el cual se incluirían recursos marinos, de estuario y terrestres. Pero además el sitio OG80 de la localidad marcaría una estructuración del espacio altamente definido, con lugares netamente domésticos y zonas de cementerio; esta jerarquización se ampliaría a la vez con una heterogeneidad de ajuares y enterratorios por lo que se sugiere para los primeros momentos de ocupación, que los asentamientos prolongados de tipo aldeano se habrían dado en estos manglares (ecotonos) con fuertes diferencias sociales. Una vez más se destaca que el uso de un ambiente netamente acuático sigue siendo la constante de los tempranos asentamientos humanos. Otro ejemplo que muestra para fines del Pleistoceno final unas estrategias de uso del espacio y la complejidad social muy diversa se presenta en los recientes hallazgos de la costa Peruana norte (Dillehay et al., 2003). En esta árida costa de los valles costeros de Zaña y Jequetepeque se han hallado estructuras arquitectónicas de planta circular, con paredes de piedra que denotarían la agregación social en proto-aldeas (“protohouseholds”) que habrían funcionado como tal entre 10.2 y 8.3 ka ap (Dillehay et al., 2003).

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Los yacimientos arqueológicos de la Sierra Peruana en la vertiente pacífica como Lauricocha (Cardich, 2003); Telarmachay (Lavallée, 1985); Pachamachay (Rick, 1987) son ampliamente conocidos en la bibliografía y sus ocupaciones más tempranas comienzan entre 10 y 9.5 ka ap. Todas corresponden a cazadores-recolectores de camélidos y cérvidos de las punas. En la vertiente pacífica tres localidades más interesan destacar aquí, son de norte a sur: La cuenca de Tagua Tagua, el sitio Monte Verde y Baño Nuevo de la Cueva. El primero corresponde a un locus de matanza a orillas de un paleolago pleistocénico de especies netamente pleistocénicas como Haplomastodon, Hippidion y camélidos; este contexto fue fechado en 11 380 14 C ap y esta fauna con claras marcas de trozamiento está asociada a puntas de proyectil pedunculadas cola de pez y cuchillos unifaciales (Núñez Atencio et al., 1994; y ver discusión en Miotti, 2003a, 2004). Luego de esta ocupación el lago se fue colmatando hecho que se evidencia por los estratos de diatomeas que sellan el contexto arqueológico. Hoy Tagua Tagua es una extensa planicie circular rodeada de cerros, en la cual se encuentran numerosos campos de cultivo de legumbres. Este cambio radical se debe además a que el antiguo relicto de lago que existió hasta principios de siglo XX fue drenado por los agricultores de la zona para ampliar sus campos de cultivo y de él lo único que queda es un estrecho canal con una represa que es el que reparte el agua entre los campos de cultivo. Monte Verde, tan conocido como discutido en el ámbito académico, es asimismo un excelente ejemplo de variabilidad ecológica y adaptativa; su ubicación en un fondo de valle (Arroyo Chinchihuapi) al pie de Los Andes y a escasos 50 km del Pacífico, con contextos arqueológicos que indican que hace unos 12.5 ka ap los primeros pobladores construyeron una aldea (posiblemente temporaria) a orillas de ese arroyo en medio de lo que se conoce como selva valdiviana y su estrategia de captura de los recursos estaba basada fundamentalmente en la recolección de productos vegetales del bosque andino, aunque completado con el consumo de carne de megamamíferos pleistocénicos como proboscidios de la especie Cuvieronius hyodon, hacen de esta localidad otro importante punto de referencia para ser considerado en este modelo de poblamiento (Dillehay, 1997; Mario Pino, 2003). Por último, se considera un nuevo dato para armar el modelo y que es de reciente publicación en la literatura americana; se trata del sitio Baño Nuevo de la Cueva, ubicado en la región de Aisen en el sur de Chile (Mena et al., 2003). En este abrigo rocoso se han hallado enterratorios humanos cuyas características craneomorfológicas los ubican como de filiación mongoloide, sus fechados dan una antigüedad de ca. 9 ka ap, aunque Mena y colaboradores sostienen que estas fechas serían de mínima y asumen que podrían corresponder a fechas más tempranas ya que asimismo estos contextos contienen oscículos dérmicos de Mylodon, los cuales fueron fechados en 11 480 ± 70 ap (CAMS-32685 in Mena et al., 2003). Consideraciones finales y modelos propuesto Expansión humana La transición Pleistoceno/Holoceno fue un período sumamente inestable marcado por gran variabilidad del contenido de 14 C atmosférico. Durante esos mo mentos hubo mayor

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continentalidad y dos pulsaciones de intensificación de las condiciones frías que influyeron en la biota y las poblaciones humanas inmigrantes a América del Sur. De este modo el episodio de Frío Antártico Reverso registrado con alta resolución en Patagonia y en Atacama, así como en otros sectores de la región pampeana, Cordillera de Los Andes y Amazonía fue el equivalente del YDC del Hemisferio Norte. La menor potencia de su señal en América del Sur es debida a la mayor influencia marítima y la menor influencia de los procesos glaciarios, que tuvieron lugar en este hemisferio, donde además los episodios fríos, originados en el polo Sur, afectan en mayor proporción a la parte más austral, pero a su vez la de mayor influencia marítima del continente, y donde habrían llegado las poblaciones humanas en último término. Durante esta transición (15 – 8.5 14 C ka ap) se dio el último gran proceso de extinciones masivas de megamamíferos, sin embargo el mismo habría sido escalonado, dependiendo de las características etológicas y ecológicas de las especies afectadas por los profundos cambios climáticos y la inestabilidad ambiental. Para estos momentos las costas de la vertiente atlántica habrían estado mucho más al Este de lo que están en la actualidad y si se convalida la hipótesis de una ruta de poblamiento por este lado de Sudamérica es altamente problable entonces que los lugares de ocupación más antigua estén todavía bajo el agua y esperando investigación. La importancia de la vertiente Atlántica para el modelo de colonización de Sudamérica Los contextos arqueológicos que se han caracterizado, si bien son un exiguo muestreo de toda la evidencia disponible en Sudamérica y que, como se dijo adelante, se encuentra condensada al menos en dos volúmenes de reciente aparición (Miotti y Salemme, 2003; Miotti et al., 2003) y una sección especial de una revista periódica (Politis y Gnecco, 2004), la misma es suficientemente confiable y diagnóstica para avalar un modelo alternativo de colonización de este hemi continente. Por eso en este punto se hace importante destacar cuatro aspectos que no deberían soslayarse del debate para la fundación de nuevas alternativas sobre el tema. El primero es comparar lo comparable y con esto me refiero a no comparar fechados radiocarbónicos calibrados contra no calibrados. Esto se debe a que en los dos últimos años se ha comprobado tanto en los títulos como en los contenidos de publicaciones acerca de primeros americanos en Norteamérica, una vasta serie de fechas nuevas para las ocupaciones Clovis de Norteamérica y donde se plantea que en realidad el poblamiento Clovis habría comenzado dos mil años antes de lo considerado hasta ahora (11.6 ka ap en Bonnichsen, 1991 y bibliografía allí citada). Dichos fechados, lejos de ser unos 2000 años más antiguos que los que se manejaban hasta ahora, tienen que ver con la recalibración (estadística) y su normalización a años calendáricos. De esta recalibración resulta que debido a las fuertes y repentinas oscilaciones de concentración de carbono isotópico, principalmente durante la transición Pleistoceno/Holoceno, las fechas radiocarbónicas que caen en este intervalo temporal sufren un desfasaje de unos 1 500 a 2 000 años más antiguos si se las normaliza con la curva de fechados radiocarbónicos calibrada a años calendáricos y que se proyectó sólo para el hemisferio norte del planeta. Esta es la principal razón de la confusión introducida en los últimos años. Las publicaciones señalan que Clovis tiene nuevos registros de fechados para Norteamérica, que llevan el poblamiento de estos “grupos de cazadores especializados en megafauna pleistocénica” a aparecer en escena

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americana 2000 años antes (por ejemplo Fiedel, 2004). Por otra parte, la heterogeneidad de las publicaciones con fechados radiocarbónicos calibrados y sin calibrar del hemisferio sur es creciente. De todos modos la publicación de fechados radiocarbónicos calibrados del hemisferio Sur no es bien visto por muchos investigadores, ya que argumentan que la curva de calibración fue confeccionada sólo para el hemisferio norte y toda calibración del hemisferio sur, tomando como eje a dicha curva, puede tener un error grande. En este sentido aconsejan no calibrar los fechados del sur. El cuestionamiento es entonces si tal como está planteado el problema de los fechados para ambos hemisferios es correcto comparar fechados radiocarbónicos calibrados del hemisferio norte contra no calibrados para el hemisferio sur. La respuesta, a mi entender es no puesto que, se están comparando fechas no estimadas con los mismos parámetros metodológicos. Habría que dejar para más delante dichas comparaciones, cuando se disponga de soluciones que pueden ser con la confección de una curva calibrada para el hemisferio sur y se pueda comprobar de este modo el defasaje o no que pueda existir con la curva del hemisferio norte. De ahí en adelante las comparaciones de fechados calibrados tendrán lógica metodológica, sino todo continuará siendo una especulación sin base. Por lo tanto se deberían continuar comparando los fechados del norte y del sur en años radiocarbónicos solamente y utilizar la comparación entre años calendáricos y radiocarbónicos tan sólo como un ejemplo para ver como oscilan los mismos, dentro del mismo hemisferio. El segundo tema a tener muy en cuenta es que los dos enfriamientos posteriores al LGM, y correspondientes al Tardiglacial (Dryas del Norte y Episodio de Frío Reverso Antártico) se dieron en ambos continentes y más o menos fueron sincrónicos, pero sus intensidades y afectaciones en los paleoambientes, líneas de costa y por supuesto en el proceso de colonización humana fueron diferentes en alto grado. El tercer punto se refiere a una agenda que enfatice en el análisis más profundo de la evidencia arqueológica de la vertiente atlántica y la revalorización de los contextos arqueológicos de sitios que, como los tratados aquí del norte de América del Sur han sido literalmente olvidados en los modelos de poblamiento y que continúan siendo una sólida referencia empírica e interpretativa. Por último, es esperable dejar de percibir la selva como un ecosistema desventajoso para las primeras ocupaciones humanas. De hecho los contextos de Peña Roja, San Isidro y los de Monte Alegre en ambientes selváticos, así como los de Monte Verde, en la selva valdiv iana del sur de Figura 3. Principales modelos de poblamiento Chile indican que para fines del Pleistoceno tardío, en propuestos para Sudamérica: A. Modelo terrestre sectores boscosos y selváticos se habrían dado lineal Norte – Sur guiado por la cordillera de Los asentamientos con mayores grados de intervención humana Andes, B. Modelo siguiendo el borde Circum Pacífico, C. Modelo de poblamiento centrípeto en dichos ecosistemas –al punto de transformación de dichos ramificado para Sudamérica, ingresando desde los litorales marítimos y siguiendo hacia el interior las grandes cuencas fluviales.

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paisajes en territorios con áreas domésticas y económicas destacables, sólo aceptadas hasta entonces para sociedades agrícolas del Holoceno-. El desvanecimiento del supuesto hasta ahora para los primeros grupos de cazadores-recolectores inmigran-tes del Pleistoceno final, con noma-dismos lentos y poca capacidad de cambio de los ecosistemas es total-mente cambiado a partir de estos ejemplos, los cuales debilitan el de-terminismo ecológico y consolidan el concepto de sociedades cazadoras-recolectoras más complejas y no homogéneas para el poblamiento ini-cial. Esta evidencia permite sugerir que la selva ya no sería una barrera ecológica que limitaría los modelos de poblamiento, sino más bien serían ambientes que permiten ampliar el espectro de posibilidades y manipulación de los ambientes por parte de los grupos pioneros. En estos términos y con los argumentos presentados aquí se infiere entonces: El proceso de colonización humana habría comenzado en América del Sur hacia fines del LGM (18/15 ka ap) y comienzos del tardiglacial (13 ka ap), esto indica no sólo una profundidad temporal mayor a la supuesta dentro de los modelos de cazadores terrestres como el del avance de poblaciones Clovis desde América del Norte (figura 3), sino también, ingresos múltiples de grupos poblacionales, con estrategias de ocupación de los distintos ambientes muy variadas y altamente flexibles. Esta hipótesis implica la consideración del ingreso humano de muy diversas características somáticas y culturales y en un proceso multidireccional. El poblamiento no fue ajeno a los pulsos de enfriamiento que se corresponderían con los enfriamientos del Tardiglacial, sin embargo el efecto de menor continentalidad de América del Sur, las características de glaciaciones puntuales limitadas a los sectores más altos y los más australes de la cordillera de Los Andes durante el máximo englazamiento, habrían tenido repercusiones mucho menores que las que afectaron a las poblaciones inmigrantes en el hemisferio norte. Por otra parte la evidencia arqueológica y paleoambiental de la vertiente atlántica indica mayores antigüedades, mayor variabilidad y mayor cantidad de sitios que en la vertiente pacífica (cuadro 2). Mientras que en la vertiente atlántica se dispone de información confiable superior a los 11 ka ap por lo menos para diez localidades, en la vertiente pacífica sólo tres presentan estas características (cuadro 2). Monte Verde que con antigüedad ocupacional de 12.5 ka ap ya tendría evidencias de ocupación humana con un fuerte énfasis en el manejo cultural de los recursos del bosque andino –similar a la evidencia arqueológica de la selva Colombiana- y que se interpreta como un conocimiento muy acabado de dichos ambientes boscosos, lo cual implica que la ecología no necesariamente debió ser estepa abierta para permitir la colonización humana. Los agentes humanos por un acopio de conocimiento pueden haber optado por el despliegue de estrategias muy diferentes de aprovechamiento de los recursos disponibles y aun de aquellos no disponibles en la región, tales como intercambios a larga distancia, redes de comunicación social más compleja, con alianzas que excederían el sistema de parentescos de la familia nuclear, la fusión y fisión de bandas, etc. Sin embargo, aun así y asumiendo que el asentamiento de Monte Verde haya procedido de una corriente migratoria del borde Pacífico, y distinta a la que produjo el poblamiento inicial al Este de Los Andes, siguiendo el litoral Atlántico, es en esta última ruta donde se observan evidencias de mayor variabilidad arqueológica que permite inferir un

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poblamiento oriental más antiguo, más independiente (debido a la gran ramificación de los ríos de la vertiente atlántica) y por lo tanto con segregaciones y desarrollos culturales más variados (cuadro 2 y figura 3). La recurrencia de fechados más antiguos hacia los ambiente acuáticos del Atlántico respecto de los fechados del Pacífico y los cercanos a los flancos de Los Andes (cuadro 2) permite sugerir que el movimiento de ocupación del espacio habría sido desde varios puntos, partiendo desde las líneas de costa marítimas hacia el interior, y que esos puntos de ingreso desde la costa, habrían sido las desembocaduras de las grandes cuencas fluviales que nacen en el corazón del continente o en Los Andes y desaguan en ambos océanos. Esta forma de colonización desde múltiples puertas de acceso hacia el interior del “continente isla” es la que conceptualizo como poblamiento centrípeto ramificado (figura 3), con más ramificaciones incluso de la vertiente atlántico caribeña, que de la Pacífica. Esta selectividad de los ingresos parece recurrente en todo el hemisferio, no obstante la hipótesis de un poblamiento netamente terrestre a través del Istmo de Panamá, siguiendo los corredores internos de sabanas abiertas no debe ser descartado como alternativa, ya que el mismo no es excluyente con parte de la evidencia en Suramérica, la cual si bien está en el interior del subcontinente, es más Cuadro 2. Relaciones entre la evidencia arqueológica de la vertiente atlántica y pacífica. Sitios Arqueológicos Taima Taima El Abra, Tibitó, Tequendame San Isidro, Peña Roja Monte Alegre Pay Paso 1 Cerro de los Burros Tixi, Los Pinos, Amalia 2* El Sobrero, La China Paso Otero 5* Arroye Seco 2* La Moderna Agua de la Cueva Arroyo Malo Piedra Museo Los Toldos

Vertiente Atlántica Ambiente Acuático

Acuíferos en Llanura costera Paleolago en Llanura de Bogotá, Río Magdalena Medio Alto Río Cauca entre cordilleras Centrasl y Occidental Bajo Río Amazonas Ríos Cuareim y Uruguay

Las Vegas 0G80

Playa de Manglar

700 del Mar Caribe

Zaña y Jequetepeque

Valles y pampas altas costeras

5-35 del Pacífico

100 del Pacífico y 550 del Caribe

Lauricocha

Laguna en alta Puna andina

180 del Pacífico

300 del Atlántico 300 del Atlántico

Telarmachay Quebrada de Los Burros Quebrada Tacahuay Salares Chilenos, región Arica Tagua Tagua

Valle Puna andina Valle costero, lomas Valle costero Laguna y valles de Puna andina Paleolago al pie de cordillera P aleolago en terraza marina Arroyo Chinchihuapi Río en Aisen

150 del Pacífico 1-10 del Pacífico

Seno Última Esperanza Seno Última Esperanza

10 del Pacífico

Cerro del Río de La Plata Arroyos Sierra La Vigilancia Arroyos Sierras Tandilia

20 del Atlántico 40 del Atlántico

Río Quequén Grande

50 del Atlántico

Arroyo y paleolaguna, llanura interserrana Paleolaguna de llanura

60 del Atlántico

Valle Alto Río Mendoza Precordillera Valle Alto Río Atuel, Cordillera de altura Paleolago cuenca Río Deseado Valle de Meseta, Río

80 del Atlántico

Sitios Arqueológicos

Vertiente Pacífica Ambiente Acuático

Distancia al litoral marítimo (km) 9 del Mar Caribe

Quereo, El Membrillo Monte Verde II

200 del Atlántico

Baño Nuevo de la Cueva 1200 del Atlántico Cueva del Medio 1000 del Atlántico Cueva Lago Sofía

Distancia al litoral marítimo (km) 1-4 del Pacífico

1-10 del Pacífico 30-100 del Pacífico 35 del Pacífico 2 del Pacífico 50 del Pacífico 60 del Pacífico

10 del Pacífico

80 del Atlántico 120 del Atlántico

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Tres Tetas Casa del Minero 1 Arroyo Feo CCP 7 Chorrillo Malo Fell Tres Arroyos

Deseado Valle de Meseta Paleolago de Meseta Arroyo Afluente Río Pinturas Lago Belgrano en Cordillera Lago Roca en Cordillera Cuenca Magallánica Arroyo, Sierra Carmen Silva

200 del Atlántico 170 del Atlántico 360 del Atlántico 450 del Atlántico 350 del Atlántico 110 del Atlántico 40 del Atlántico

* Estas distancias al litoral marítimo fueron tomadas de Bonomo (2004). Los nombres en negritas indican las localidades que superan los 11 000 años radiocarbónicos ap.

congruente con el modelo de poblamiento centrípeto ramificado debido a que se relaciona siempre con ambientes acuáticos en estrecha relación con las grandes cuencas de ambas vertientes (figura 3). Es asimismo importante continuar reconociendo que la vertiente pacífica fue otra gran puerta de ingreso al subcontinente. La exploración y colonización de este territorio es considerado un proceso lento pero no con ritmos constantes, sino que el mismo implicaría avances y retrocesos de las poblaciones, desocupación de algunas áreas y re-colonización de la misma y territorialidades definidas culturalmente. Los factores de la diferencial rapidez de colonización no debe centrarse exclusivamente en la búsqueda de ambientes acuáticos que serían los parches minimizadores del riesgo “falta de agua” durante la exploración de un nuevo terreno, sino que hay que tener en cuenta la red de comunicaciones sociales y las experiencias culturales acumuladas, que implicarían otras estrategias de movilidad de los primeros grupos inmigrantes, los que en base a las diferentes formas de construcciones antropogénicas de los paisajes nuevos podrían haber adoptado ritmos de avance más rápidos o más lentos, pero definidos por cuestiones netamente culturales, que se apartan del tremendo peso teórico del reduccionismo ecológico que marcaron a los modelos que se basaron sólo en la estructura de distribución de los recursos y no por la diferencial apropiación y manipulación cultural de los mismos. Las líneas de costa marinas actuarían no sólo como rutas más seguras con orientaciones entre el mar y el continente, sino además como fuente de recursos mixtos y donde encontrarían su nivel de base las grandes cuencas fluviales con disponibilidad de agua potable y una ruta costera la cual podía seguirse a pie y/o con la ayuda de embarcaciones que permitieran los traslados sin perder nunca de vista la línea del continente. América del Sur fue la última masa continental en ser explorada y colonizada por los humanos; su logro fue un complejo y lento proceso para el cual las distintas poblaciones inmigrantes diseñaron múltiples estrategias de movilidad, subsistencia y tecnologías. Sin embargo es importante destacar que para el 11.5 ka ap las poblaciones humanas ya habían alcanzado el extremo austral de Patagonia y el conocimiento que denotan en casi todo el continente respecto de los distintos ambientes se manifiesta con una alta variabilidad arqueológica y con altos grados de comunicación social para, al menos, el intercambio de materias primas, y bienes extra regionales, que no siempre tienen que ver con alimento o tecnología, sino con cuestiones ideacionales y conocimiento acumulado(Flegenheimer et al., 2003; Gnecco, 2003; Miotti, 1994, 1995).

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En las latitudes altas y medias, a ambos lados de los Andes existen evidencias confiables de ocupación humana para más de 12 ka ap. Sin embargo la información al este de la cordillera es mucho mayor que al oeste. A la Patagonia, extremo austral del continente, los humanos parecen haber arribado unos 500 a 1 000 años después que a las latitudes medias como Monte Verde sobre el golfo de Ancud en el Pacífico y Arroyo Seco 2, en la llanura interserrana bonaerense, sobre el mar Argentino. Esto si no se consideran válidos los fechados de 12.6 ka ap de Los Toldos y el de 12.9 ka ap de Piedra Museo; el primero considerado poco confiable por el desvío estándar (± 600 años) y por la inseguridad de las formas de extracción de la muestra. El segundo es a nuestro entender más discutible ya que si bien se trata de un solo fechado de esa antigüedad, el resto cae en el rango de los 11 ka ap para la primera ocupación humana del sitio (Miotti et al., 1999, 2003b), el mismo no es descartado y se esperan nuevos fechados para contrastar esta ocupación. Estos rangos avalan asimismo la lenta exploración y expansión, ya que los 2000 km en la porción relativamente más angosta del subcontinente (comparado con el Norte y Centro de Sudamérica) se concretaron en unos 1 000 años. La Patagonia no es la excepción del mismo proceso lento y centrípeto, desde las costas marítimas hacia el interior, remontando los ríos y utilizando las cuencas lagunares y lacustres como lugares para el afianzamiento humano. Para aquí se reafirma lo de trabajos previos que dos habrían sido las etapas evolutivas a grandes rasgos. La de colonización inicial entre 13-11 ka ap (Miotti y Salemme, 1999) o de exploración en el sentido de Borrero (1990) y el segundo momento que se definió como de colonización avanzada, entre 10.5-9 ka ap (Miotti y Salemme, 1999) o etapa de colonización (Borrero, 1990). Conclusiones

–La colonización de América del Sur habría sido similar a la de otro continente isla como es Australia, con una expansión humana lenta a escala subcontinental y variable a escalas regionales y microrregionales, esto combinado con el carácter multivectorial de tipo centrípeto desde las costas marítimas hacia el interior. Las vías de acceso al corazón del continente, así como los principales medios de comunicación social habrían sido los sistemas de grandes colectores fluviales y sus tributarios. En este punto entonces las extensas y ramificadas cuencas de la vertiente atlántica se ven como puertas de acceso mayores para la dispersión de las poblaciones inmigrantes. –La costa Pacífica y Atlántica podrían haber sido dos portales independientes de ingreso. –La Fachada Atlántica con extensas redes de drenaje y cuencas costeras tales como Magdalena-Cauca, Orinoco, Amazonas, del Plata, Negro, Colorado, Chubut, Deseado, Chalía, Santa Cruz and Chico se convertirían en mejores accesos para el interior que los cortos ríos de la vertiente Pacífica. –Los Andes, como barrera semipermeable a las poblaciones humanas habría propiciado procesos de colonización independientes en ambas vertientes, por lo menos hasta el 9 ka ap, cuando se supone que gran parte de los terrenos de altas montañas ceden en cantidad de hielo y

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habrían permitido el acceso humano y su traspaso. La extensión de las cuencas a ambos lados de esta cordillera con un estrecho territorio al oeste (vertiente pacífica) habría permitido una colonización más lineal de este sector hacia el sur, y asimismo las dispersiones habrían sido menos ramificadas y potencialmente menos diversas. Agenda para la Fachada Atlántica

Hasta ahora la fachada atlántica no ha sido considerada significativa para el poblamiento de América del Sur. Tal vez los arqueólogos subestimaron su importancia debido al fuerte peso teórico y empírico hasta hace cinco años atrás ejercido por el poblamiento circumpacífico (Bryan, 1978) y por el modelo Clovis los primeros (Ver síntesis en Kelly, 2003). Sin embargo debería prestarse atención a esta nueva alternativa debido a: 1) Los máximos movimientos de ascenso y descenso de las costas en el Atlántico durante los últimos 20 ka AP han variado entre 1 000 km a 100 km mar adentro, desde la línea de costa actual del borde circum-atlántico, donde las planicies son vastas y se extienden con poca pendiente debajo de la plataforma submarina. 2) La mayor disponibilidad de territorios emergidos al este de Los Andes hacia el Atlántico respecto del estrecho territorio al oeste de la cordille ra hasta el borde Pacífico, aún para la época del LGM y sus dos pulsos de mayor intensidad glaciaria del tardiglacial (Older y Younger Dryas, en sus episodios equivalentes del sur). 3) Las más vastas y extensas cuencas fluviales del Atlántico, frente a los cortos y poco ramificados valles fluviales que cortan transversalmente la línea costera la vertiente pacífica. Y cuyas cabeceras se encuentran en la cordillera de Los Andes, generalmente a menos de 100 km de las desembocaduras de los mismos en el mar. 4) Los puntos 2 y 3 cobran verdadera importancia en este análisis porque se considera en el modelo centrípeto ramificado de poblamiento que los ríos serían vías más seguras de acceso al interior del continente, además de ser vías de comunicación social. Agradecimientos Los Dres. José C. Jiménez; Silvia González, José A. Pompa y Padilla y Francisco Ortiz Pedraza, otorgaron subsidios para mi participación y presentación de este trabajo en II Simposio Internacional El Hombre Temprano en América (México D.F. 2004). La investigación fue subsidiada a través de proyectos PIP-CONICET# 2704 y PICT -ANPCyT# 12387. Patricia Madrid, Natalia Carden y Darío Hermo, leyeron el primer manuscrito y me brindaron valiosos comentarios para mejorarlo. Mónica Salemme y Jorge Rabassa hicieron aportes en los temas específicos. Sin embargo a ninguna de estas instituciones y colegas deben cargarse responsabilidades de las ideas aquí propuestas, las mismas corren por cuenta de la autora. Notas

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“...el camino de nuestra evolución se apartó del curso normal de los primates cuando tomamos hacia el mar” Traducción libre de la autora 2 traducción libre de la autora

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