\"La explotación protohistórica del estaño en el Cerro de San Cristóbal de Logrosán (Cáceres)\". XV Congreso Internacional sobre Patrimonio Geológico y Minero. XIX Sesión Científica de la SEDPGYM. Logrosán, 2014. 2016, pp. 63-86

June 13, 2017 | Autor: I. Pavón Soldevila | Categoría: Prehistoric Archaeology, Archaeomineralogy, Protohistoric Iberian Peninsula
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XV CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE PATRIMONIO GEOLÓGICO Y MINERO. XIX SESIÓN CIENTÍFICA DE SEDPGYM. LOGROSÁN, 2014. ISBN 978-84-693-1675-7. Pp. 63-86.

LA EXPLOTACIÓN PROTOHISTÓRICA DEL ESTAÑO EN EL CERRO DE SAN CRISTÓBAL DE LOGROSÁN (CÁCERES) THE PROTOHISTORIC EXPLOITATION OF TIN IN THE CERRO DE SAN CRISTOBAL DE LOGROSÁN (CÁCERES) A. RODRÍGUEZ DÍAZ1; I. PAVÓN SOLDEVILA2; D. M. DUQUE ESPINO3; M. A. HUNT ORTIZ4 (1) Área de Prehistoria, Universidad de Extremadura, [email protected] (2) Área de Prehistoria, Universidad de Extremadura, [email protected] (3) Área de Prehistoria, Universidad de Extremadura, [email protected] (4) ARQUEOPRO, Estudio de Arqueología y Patrimonio Histórico, [email protected] RESUMEN: En esta ponencia se sintetizarán los resultados obtenidos en los estudios arqueológicos y arqueomineros desarrollados en el Cerro de San Cristóbal (Logrosán, Cáceres) entre 1998 y 2002. Dichos trabajos, promovidos por Craig Merideth hasta su repentino fallecimiento en 2005, permitieron identificar un asentamiento minero-metalúrgico especializado en la explotación de la casiterita en época protohistórica. A pesar de las severas alteraciones provocadas por las explotaciones de los años cincuenta del siglo XX, se documentaron trazas de labores antiguas, restos de cabañas de planta oval y abundante material arqueológico de diversa naturaleza (cerámicas, piezas líticas y metálicas, etc.). A partir de todo ello se ha llegado a proponer la probable cadena operativa del beneficio de la casiterita en este lugar durante el tránsito Bronce Final-Orientalizante (siglos IX/VIII-VII/VI a.C.). La gestión e integración del mineral en las relaciones Tajo-Guadiana y en los circuitos atlántico-mediterráneos confluyentes en el Suroeste ibérico parecen justificar, entre otras razones, la pronta imbricación del actual territorio extremeño en Tartessos. Por último, se avanzarán también los resultados de las últimas actuaciones realizadas en 2013 en San Cristóbal, encaminadas, por un lado, a profundizar en el conocimiento de su ocupación protohistórica y de otras de cronología posterior (medieval y moderna); y, por otro, a potenciar su valor patrimonial tras su declaración como geositio dentro del Geoparque Villuercas-Ibores-Jara. PALABRAS CLAVE: Casiterita, Minería, Metalurgia, Tartessos, Geoparque Villuercas-Ibores-Jara. ABSTRACT: In this paper the results obtained by the archaeological and archaeo-mining studies carried out in the Cerro de San Cristóbal (Logrosán, Cáceres) between 1998 and 2002 are presented. These works, promoted by Craig Merideth until his sudden death in 2005, allowed to identify a Protohistoric miningmetallurgical settlement specialized in the exploitation of cassiterite. Despite severe impact of the mining exploitation of the 20th century, in the 1950 decade, remains of old mining works and oval huts were documented, together with abundant archaeological related material of diverse type (hand made pottery, lithic and metal objects, etc.). From all that data, an hypothetical operational chain for the use of cassiterite in this site during the transition of the Late Bronze Age/Orientalizing period (9 th/8th-7th/6th centuries BC) has been proposed. The management and integration of the tin mineral in the TagusGuadiana relationships and jn the Atlantic-Mediterranean trade networks coinciding in the South-Western Iberia seem to justify, among other reasons, the early interaction of the current Extremadura territory with Tartessos. Finally, the preliminary results of the recent archaeological work, carried out in 2013 in Cerro de San Cristóbal will be summarized. This campaign was aimed, firstly, to obtain a deeper knowledge on the Protohistoric site and on other identified settlements of later chronology (Medieval and Modern) and, also, to increase its patrimonial values after the declaration of the Cerro de San Cristóbal as a Geosite within the Villuercas-Ibores-Jara Geopark. KEYWORDS: Cassiterite, Mining, Metallurgy, Tartessos, Villuercas-Ibores-Jara Geopark.

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INTRODUCCIÓN El Cerro de San Cristóbal de Logrosán (Cáceres) va asentándose paulatinamente en la historiografía de la escurridiza explotación del estaño en la protohistoria peninsular y, en particular, del Suroeste tartésico. Es de justicia reconocer en todo ello los trabajos precursores de V. Sos Baynat (1977) y C. Merideth (1998a-c) que, aunque separados en el tiempo, son recordados conjuntamente en el espacio de este congreso. Nuestra contribución a tan merecido homenaje a ambos sintetizará los resultados obtenidos en los estudios arqueológicos y arqueomineros realizados en este lugar entre 1998-2002 y 2013 –deudores y continuadores de los iniciados por C. Merideth y, en parte, ya avanzados en otros foros (Rodríguez et al., 2001, 2013 y e.p.)–, así como su integración en los vigentes proyectos de difusión del patrimonio geominero de esta comarca (Minas de Logrosán y Geoparque Villuercas-Ibores-Jara) (Chicharro et al., 2011).

EL CERRO DE SAN CRISTÓBAL: APROXIMACIÓN GEOGRÁFICA Y GEOLÓGICA Aunque de sobra conocido, es obligado recordar que el Cerro de San Cristóbal es una imponente elevación alargada, de orientación N65E con dos cotas máximas de 679 y 684 m separadas por un falso llano, que sobresale en el paisaje alomado y adehesado dominante desde el sur-suroeste de la serranía de las Villuercas hasta el valle del Guadiana. En días claros, desde su cima se divisan amplias panorámicas del entorno en todas direcciones, salvo hacia el Norte y Nordeste, donde la vista choca contra las sierras de Guadalupe, Poyales y Pimpollar, en las que despuntan picos con alturas superiores a las de San Cristóbal. Dicha barrera montañosa, que marca la divisoria de aguas Tajo-Guadiana, dibuja un amplio arco entre Zorita y Cañamero que conforma una suerte de fondo de saco, en cuyo centro se alza el Cerro de San Cristóbal. La edafología dominante en estos contornos se vincula a suelos moderadamente ácidos, muy pobres en bases y con un contenido discreto en materia orgánica, lo que limita su uso a la alimentación del ganado en régimen de dehesa o a cultivos cerealistas para su consumo en verde (García, 1995; García y López, 2002). Solo el valle del Ruecas atesora cierto potencial agrario. Así mismo, dicho río puede considerarse la principal referencia hidrográfica y caminera de la zona, ya que nace en las inmediaciones de Cañamero, discurre a poco menos de 4 km al este de Logrosán y desagua en el 64

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Guadiana, cerca de Medellín, a unos 50 km al suroeste. Podría decirse, por tanto, que se trata del eje principal de comunicación natural entre esta zona limítrofe de la cuenca del Tajo y el valle del Guadiana. Todo ello confiere al Cerro de San Cristóbal un notable potencial geoestratégico que, junto a su relativa proximidad a ciertos puntos de paso obligado hacia Las Villuercas amén del corredor Este-Oeste, bien podrían justificar en parte las ruinas de ocupaciones de diferentes épocas detectadas en diversos sectores de su cima. Entre ellas, destacamos los restos de la denominada citania de Logrosán (Roso de Luna, 1901) en el extremo oriental de esta elevación. Si de interés resulta el significado estratégico que confiere la geomorfología y la biogeografía de este lugar, no es menor el que le otorga el potencial de su subsuelo, fundamento de su interés arqueominero. Aunque también muy conocido (Sos Baynat, 1967; Chicharro et al., 2011: 48, con bibliografía específica) y sintetizado recientemente por nosotros (Rodríguez et al., 2013: 97), es oportuno referir que el Cerro de San Cristóbal es un relieve residual de un paisaje modelado durante el Mesozoico, conformado en esencia por un gran stock granítico (Figura 1,A). Éste tiene poco más de 2 km2, una forma groseramente elipsoidal en dirección N65E y mide 2,6 km por 1 km. En su interior contiene mineralizaciones estanníferas asociadas a filones de cuarzo de hasta 0,70 m de anchura, direcciones N30E o N50E y pendientes de 70° Oeste. Dichos filones dibujan haces más o menos próximos entre sí, separados por espacios completamente estériles, que se agrupan en cuatro conjuntos de 20 a 50 m de anchura y entre 100 y 500 m de longitud. La mayor parte de estas evidencias se concentran en la mitad occidental del macizo, la misma donde se localiza la mayor densidad de restos protohistóricos, si bien se reconocen también filones de menor entidad en la zona oriental del cerro. La mineralización en casiterita se encuentra sobre todo en el interior de los filones pero puede estar también disgregada en el greisen de la alteración hidrotermal (Rossi, 1975). Las asociaciones minerales que se encuentran en los filones son: casiterita ± arsenopirita ± estannina y como accesorios calcopirita ± molibdenita ± pirrotina ± bismutina ± bismuto nativo ± pirita ± esfalerita en una ganga de cuarzo con ± moscovita y turmalina (Rossi, 1975; Moreno et al., 2004; Locutura y Alcalde, 2006). La presencia de wolframita es excepcional (Rossi, 1975; Gumiel y Arribas, 1990).

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Figura 1. A) Esquema geológico de San Cristóbal; B) Zonación y localización de los sondeos.

A todo ello debe sumarse la constatación, aproximadamente a 1 km al sur, de formaciones coluvio-aluvionares resultantes de la erosión del cerro que han generado placeres detríticos con concentraciones ricas en casiterita y oro objeto de labores en época histórica.

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No obstante, las explotaciones históricas más conocidas e intensas en el Cerro de San Cristóbal fueron las realizadas bajo la dirección de V. Sos Baynat entre 1950-1962. Las propias palabras de V. Sos dan fe del alcance de aquellos trabajos y de su preocupación por rescatar de entre las tierras restos arqueológicos de diferentes épocas: Durante estos años de actividades se removieron y se lavaron millares de metros cúbicos de rocas trituradas procedentes de las entrañas de la sierra (…) Ante tan exagerado trasiego de suelo, fueron innumerables las ocasiones en que aparecieron objetos enterrados, muchas veces carentes de interés retrospectivo, pero otras veces poseedores de un indiscutible interés arqueológico. Los hallazgos se produjeron esporádicamente, espaciados, y en condiciones muy dispares (…), unas veces en mal estado, por deterioro natural; otras, lamentablemente, dañados al excavar (Sos Baynat, 1977: 261). Como buen conocedor del mundo prehistórico (Sos Paradinas, 2013: 63-66), situó dichos restos entre el Neolítico Final y la Edad del Bronce, relacionando de forma intuitiva el mayor auge de la explotación de la casiterita en Logrosán con el gran período del florecimiento de Tartesos (Sos Baynat, 1977: 279). Igualmente apostilló que dichas relaciones debieron de canalizarse por vías naturales de fácil acceso, aprovechando las cuencas de los ríos Ginjal, Grande, Ruecas, Guadiana..., a Andalucía. La localidad debió quedar despoblada a la caída de la explotación del estaño y llegada, más o menos tardía, de la cultura del hierro (Sos Baynat, 1977: 282). Tales consideraciones, sin embargo, prácticamente pasarían desapercibidas para la historiografía arqueológica posterior, hasta que quince años después fueran retomadas en el contexto de la intervención iniciada en este enclave por C. Merideth. TRABAJOS ARQUEOLÓGICOS Y ARQUEOMINEROS EN LOGROSÁN: 1992-2002 y 2013 De modo resumido puede decirse que, por razones diversas, la investigación arqueominera y arqueológica liderada por C. Merideth se desarrolló de un modo discontinuo en los periodos 1992-1996, 1998 y 2000-2002. Tras su repentino fallecimiento en 2005, los trabajos en el Cerro de San Cristóbal se han retomado en 2013 con la pretensión de culminar la labor iniciada por dicho investigador e integrar los resultados en los proyectos vigentes sobre el patrimonio arqueológico y geominero en la comarca (Minas de Logrosán y Geoparque Villuercas-Ibores-Jara). 67

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A partir de la revisión de los materiales publicados por Sos Baynat, los primeros trabajos de campo de Merideth en Logrosán (1992-1996) formaron parte de sus prospecciones en más de 40 yacimientos estanníferos del medio oeste peninsular, repartidos por las provincias españolas de Salamanca, Cáceres y Badajoz, y las comarcas portuguesas de Beiras y Alentejo; una concienzuda labor que, pese a sus magros resultados, sirvió para resaltar el potencial del Cerro de San Cristóbal y asentar sobre el mismo el estudio del estaño en tiempos prehistóricos (Merideth, 1998-a: 51-66; 135 y 161; 1998-b: 77). La precisa cartografía de bocaminas y de hallazgos diversos de tipología protohistórica generada, a escala 1:500, a partir de la prospección del sector occidental de San Cristóbal le llevó a establecer ocho sectores (A-H) en una superficie aproximada de 7,5 ha (Figura 1,B). Dicha distribución y sectorización de restos fue la base para acometer en 1998 los primeros sondeos en este enclave, ya en colaboración el Área de Prehistoria de la Universidad de Extremadura, uno de cuyos miembros –dicho sea de paso– también por entonces había reconocido el interés de Logrosán en su estudio sobre el poblamiento del Bronce Final entre el Tajo y Guadiana extremeños (Pavón, 1998). Los trabajos consistieron en tres cortes (1-3) de pequeñas dimensiones localizados en los sectores A, F y E, respectivamente, que permitieron pulsar la arrasada estratigrafía del sitio y la constatación parcial de cabañas de planta oval asociadas a evidencias minerometalúrgicas encuadradas en el tránsito Bronce Final-Orientalizante. Así mismo se limpiaron las minas A y B, situadas en los sectores H y B, en ese orden, que confirmaron su cronología moderna si bien con algunos indicios de labores antiguas (Rodríguez et al., 2001). Con idénticos criterios estratigráficos, en gran parte determinados por los reducidos espacios intactos entre el caótico panorama dejado por la explotación de los años cincuenta, los trabajos arqueológicos efectuados entre 20002002 continuaron valorando mediante la limpieza de otras minas (C-F) y reducidos sondeos (4-12) distribuidos por diferentes sectores (Figura 1, B). Básicamente los resultados obtenidos confirmaron las informaciones conocidas de la primera campaña. El único espacio excavado en área fue el inmediato al Corte 1, donde pudo documentarse una cabaña protohistórica casi completa, superpuesta a su vez a las huellas de minería antigua descubiertas en 1998. Prácticamente en este punto quedaría bruscamente interrumpida, tres años después, la etapa de Merideth en Logrosán. 68

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En fechas recientes, en 2013, a raíz de la declaración del Cerro de San Cristóbal como geositio del Geoparque Villuercas-Jara-Ibores, incorporado desde 2011 a las Redes Europea y Global de Geoparques de la UNESCO (Chicharro et al., 2011), se han retomado los trabajos arqueológicos en este enclave. Dichos trabajos han pretendido, a un tiempo, ampliar la información conocida sobre la ocupación protohistórica de este yacimiento (cortes 17 y 18, sectores A y E) y pulsar, en su sector oriental, el potencial arqueológico y patrimonial de sus ruinas históricas1. En este sentido, puede anticiparse la constatación de una fortificación islámica y una ermita de época moderna, cuyo estudio y recuperación exige una planificación específica a medio y largo plazo. LA OCUPACIÓN PROTOHISTÓRICA: METALÚRGICOS Y RESTOS DE CABAÑAS

RASTROS

MINERO-

Al margen de una difusa ocupación de finales del Neolítico (?) identificada en 1998 como Logrosán I sobre un discreto repertorio de cerámicas modeladas ocasionalmente decoradas con motivos de punto en raya (Rodríguez et al., 2001: 121-122), la fase ocupacional más intensa de este sector occidental del Cerro de San Cristóbal, Logrosán II, se encuadra entre el Bronce Final-Orientalizante. En función de la tipología de los primeros materiales catalogados, la cronología estimada se situó entre los siglos IX/VIII-VII/VI a.C. (Rodríguez et al., 2001: 124), si bien sus inicios podrían remontarse a comienzos del siglo IX a.C. (e incluso antes en fechas calibradas) a tenor de los registros conocidos del ámbito portugués (Vilaça, 1995; Berrocal y Silva, 2010). En términos generales, puede decirse que las cerámicas son en su práctica totalidad a mano, destacando los recipientes cuidados-semicuidados (cuencos, copas y cazuelas carenadas) similares a los propios del mundo tartésico (Ruiz, 1995). Así mismo sobresalen los recientes hallazgos de una veintena piezas con incrustaciones metálicas que, diferencias interpretativas al margen, se consideran originarias del valle medio del Guadalquivir y se inscriben en contextos del Bronce Final Precolonial, con perduraciones hasta comienzos del Hierro I (Torres, 2001: 277-278). En Extremadura, 1

Bajo la dirección científica de A. Rodríguez Díaz, los trabajos de campo fueron dirigidos por M. A. Hunt Ortiz, que contó como equipo permanente con los arqueólogos J. Vázquez Paz y J. M. Márquez Gallardo, incorporándose posteriormente J. Rodríguez Mellado. Estos trabajos fueron financiados por el Ayuntamiento de Logrosán, a cuya su alcaldesa, Dª Isabel Villa Naharro, agradecemos su implicación en el proyecto. Así mimo reconocemos la colaboración prestada por los miembros del Museo Minas de Logrosán y por los trabajadores municipales que participaron en la excavación.

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el único punto donde, hasta ahora, se han detectado estos singulares recipientes es Medellín, atribuyéndolos a niveles del Bronce Final I (siglos XIII-XII a.C. –cal–) (Jiménez y Guerra, 2012: 88-91). Mención aparte merecerían algunos bordes quizá torneados, tipológicamente próximos a ánforas de inspiración fenicia que, de ser así, prolongarían la vida de este yacimiento hasta inicios de la Edad del Hierro. A este periodo transicional de comienzos del I milenio a.C. parece corresponder la mayoría de los rastros minero-metalúrgicos y restos habitacionales registrados hasta hoy en este enclave, descartándose un posible beneficio de la casiterita en la fase Logrosán I. Sin olvidar las expresivas referencias de Sos Baynat a escorias, vestigios de labores antiguas de cronología incierta a notable profundidad e incluso a fragmentos de oro (Sos Baynat, 1977: 270-272, 274 y lám. VIII a-e)2, los restos de actividad minerometalúrgica se esparcen literalmente por toda la superficie del área estudiada. Sin embargo, las evidencias constatadas en los sondeos excavados se limitan a una corta nómina de elementos descontextualizados y de indicios directos. Entre los primeros, cabría referir la aparición de algunas muestras minerales de arsenopirita y casiterita en el Corte 3 (Rodríguez et al., 2001: 48-49); y de restos arqueometalúrgicos (mineral de estaño, goterones, objetos metálicos de base cobre) e instrumental lítico diverso (percutores y un mortero) documentados en los cortes 18 y 17 (Rodríguez et al., e.p.). Por su parte, entre los indicios directos, se encuentran posibles huellas de actividad extractiva realizada con útiles líticos recuperados en la Mina A (Rodríguez et al., 2001: 97 y 105); trazas similares a las anteriores se detectaron en la Mina D (Merideth, 2002: 2) y posibles evidencias de labores en veta junto a un fragmento grande de casiterita se registraron en el Corte 6-6A (Merideth, 2001, 2). Así mismo, en el Corte 9, se documentó un filón de cuarzo con pequeñas cantidades de malaquita (Merideth, 2002: 3). En términos comparativos, el registro más claro en este sentido fue el obtenido en el Corte 1 abierto en 1998 en el sector A, consistente en vetas o filones de cuarzo con casiterita reconocidas en el fondo de una trinchera o rafa de perfil en U, cuyas dimensiones eran 0,70 m de ancho por 0,40 m de profundidad. En sus paredes laterales se observaron marcas horizontales de mazas de piedra, muy diferentes de las señales de 2

No se han encontrado evidencias de este tipo en los trabajos recientes. No obstante, los testimonios de antiguos mineros que trabajaron en el Cerro de San Cristóbal en los años cincuenta constatan la aparición de algunas pepitas de oro en las labores de minería y acopio de la casiterita.

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los picos de hierro perceptibles en el inmediato pozo minero de los años cincuenta descubierto en la mitad occidental de este mismo sondeo. Dicha trinchera apareció colmatada por completo de una tierra con abundantes restos de cuarzo machacado, cubiertos a su vez por otro estrato de tierra grisácea asociado –tras las excavaciones en área de 2000-2002– a un empedrado situado a la entrada de una cabaña de planta oval (v. infra). El material de dicho nivel consistió en numerosos fragmentos cerámicos del Bronce Final, de tipología evolucionada, y un fragmento de crisol de mango perforado, comparable a los del tipo H de Tylecote (1976), con adherencias metalúrgicas, cuya metalografía permitió proponer un particular modo de empleo de la casiterita en su aleación con el cobre, que comentaremos más adelante (Rodríguez et al., 2001: 18). Por último, cabría referir el hallazgo en el Corte 3, excavado aquel mismo año de 1998, de un molino barquiforme con restos de casiterita entre dos arcos de sendas cabañas de piedras hincadas muy arrasadas (Rodríguez et al., 2001: 52-55).

Figura 2. Cabaña del Corte 1 (1998 y 2000-02) (a partir de B. Craddock).

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En conexión con esto último, puede decirse que los restos de estructuras habitacionales documentados hasta el momento corresponden exclusivamente a cabañas de planta oval de proporciones diversas, delimitadas por lastras hincadas. Como es sabido, se trata de un modelo de vivienda característico en la región extremeña, y en general en el sur peninsular, durante el tránsito Bronce Final-Orientalizante (Izquierdo, 1998; Enríquez et al., 2001; Rodríguez et al., 2001: 124-125; Delgado, 2005). Además del referido hallazgo del Corte 3 y otro posterior en el Corte 7 (Merideth, 2001: 3), hemos de destacar en este mismo espacio englobado en 2013 en el Corte 18, la aparición de una cabaña completa, de planta elíptica e idénticas características constructivas, con 4,80 m de longitud, 3,20 m de anchura y una superficie aproximada de 13 m2. Dicha cabaña quedó finalmente centrada en el espacio excavado, en el que se integran otros restos similares junto al perfil oeste del sondeo y los descubiertos en 1998 en su flanco norte (Rodríguez et al., e.p.). Dentro de este apartado, la información más completa al respecto procede sin duda de la ampliación del Corte 1 realizada en las campañas de 2000-2002 (Figura 2). En un espacio protegido entre canchales graníticos situado en el extremo suroccidental del sector A, se documentó una cabaña, no muy bien conservada, de planta oval y una zona exterior de probable actividad metalúrgica. Esta cabaña estaba orientada en sentido NE-SO y, como las restantes descubiertas, delimitada en su perímetro por lastras o piedras hincadas. En sentido longitudinal medía 6,80 m y la anchura máxima estimada fue de 4,40 m. Su entrada se abría al SO, y estaba precedida por el ya referido empedrado exterior. En su interior pudieron observarse un hogar y varios pies de poste en posición excéntrica, así como cerámicas, dos concentraciones de cuarzo machacado, percutores de piedras empleados en buena lógica para su trituración y algunos fragmentos de molinos barquiformes muy probablemente utilizados en la molturación del mineral. Al exterior, aparecieron numerosas pellas de barro –quizá relacionadas con el manteado de légamo del entramado vegetal de la cabaña–, un hogar y un posible horno, un molino, un crisol hemisférico y un molde de fundición. Todo ello, en su conjunto, nos ha permitido definir una propuesta de cadena operativa para el beneficio de la casiterita en este yacimiento minero-metalúrgico del Suroeste interior.

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LA POSIBLE CADENA OPERATIVA DE LA CASITERITA EN LOGROSÁN DURANTE EL BRONCE FINAL-ORIENTALIZANTE Aunque ya esbozada por C. Merideth (Rodríguez et al., 2001: 33), la documentación obtenida hasta 2002 nos ha permitido proponer una posible cadena operativa del beneficio de la casiterita en Logrosán en época tartésica (Rodríguez et al., 2013: 102105), dentro de un panorama general en el que la minería del estaño sigue considerándose un verdadero problema (Giumlia-Mair y Lo Schiavo, 2003)3 y donde, además, la investigación arqueometalúrgica y experimental plantea diferentes formas de efectuar la llamada aleación reina (Rovira, 2007: 21-22).

Fig.ura3. Propuesta de la posible cadena operativa del estaño en Logrosán.

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Entre los proyectos actuales sobre el estaño, destacamos el dirigido por Ernst Pernicka (Universidad de Tübingen, Alemania), financiado por el European Research Council, titulado Tin Isotopes and the Sources of Bronze Age Tin in the Old World, representado con algunos de sus miembros en este congreso.

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Siendo conscientes de todo ello, nuestra propuesta se concreta en un proceso con seis pasos principales (Figura 3), que comenzaría con la apertura con martillos y mazas de piedra de rafas o trincheras, siguiendo los filones de cuarzo con mineralización de casiterita probablemente visibles en superficie. Se trata de una conocida técnica extractiva de tradición prehistórica constatada en sitios como Chinflón (Huelva), si bien asociada allí al beneficio del cobre (Pellicer y Hurtado, 1980; Hunt, 2003: 68-74). El segundo paso que contemplamos en este proceso correspondería a la trituración del cuarzo con machacadores de piedra con el fin de extraer la casiterita, según se infiere de los desechos de cuarzo registrados en el interior de la cabaña del Corte 1. A continuación, en tercer lugar, se procedería a la separación del mineral, a sucesivos reafinados y a su molturación en los molinos barquiformes. En este punto destacamos los resultados analíticos del ya mencionado molino encontrado en el Corte 3 entre dos arcos de cabañas ovales en 1998. Dicho análisis reveló en su superficie activa residuos de cobre (Cu), estaño (Sn) y plomo (Pb), como prueba de su utilización en el procesado de minerales (Rodríguez et al., 2001: 168-169). Los desechos generados por todas estas actividades debieron de utilizarse para rellenar las trincheras agotadas o abandonadas, como tuvimos ocasión de comprobar en la registrada en el Corte 1 de 1998; una práctica, dicho sea de paso, relativamente frecuente en contextos mineros. La continuación del proceso en su cuarta fase se vislumbra en los hallazgos de crisoles de barro recuperados en el entorno de la mencionada cabaña del Corte 1. Uno de ellos apareció en 1998 y el otro en 2001 (Merideth, 2002: 2). El análisis metalográfico del primero sirvió a Merideth para reforzar su idea de que la casiterita finamente molida se añadiría directamente al cobre pre-fundido o fundido (Rodríguez et al., 2001: 29-41); una sencilla técnica que fue ya detectada por él en crisoles del poblado del Bronce Final de Alegríos (Merideth, 1998a: 158-160) y del edificio postorientalizante de La Mata (Campanario) (Rodríguez y Ortiz, 1998: 214); y que después se ha advertido también en El Carambolo (Camas) (Hunt et al., 2010: 280). Como en alguna ocasión hemos señalado, S. Rovira comparte con Merideth la idea del empleo directo de la casiterita como método para la obtención de bronce, si bien se muestra más partidario de una fusión conjunta de ambos minerales (co-smelting) que con la adición de casiterita al crisol con cobre refinado fundido (Rovira, 1999: 196). Respecto al cobre, venimos 74

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considerando indistintamente su procedencia de filones relativamente cercanos a San Cristóbal, de lingotes plano-convexos tal vez similares a los encontrados en el poblado coetáneo del Risco (Sierra de Fuentes) (Gómez y Rovira, 2001), o de la reutilización de objetos inservibles –chatarra, como la aparecida en superficie y en excavación– en un proceso que requiere nuevas cantidades de estaño tras un par de refundiciones. Como se recordará, al exterior de la cabaña del Corte 1, además de los crisoles, se documentó una estructura de combustión, cuya implicación en este proceso desconocemos por el momento. La última fase de nuestra cadena operativa admitiría dos posibles opciones no excluyentes entre sí: a) la elaboración de piezas in situ constatada mediante algunos moldes de piedra para fundir barritas o escoplos (Sos Baynat, 1977: 270 y lám. III, fig. 6), hachas y discos (Merideth, 2001: 2; Rodríguez et al., 2013: 104-105), cuya escala de producción –local, comarcal o interregional– resulta hoy por hoy imposible de determinar; y b) la salida del mineral procesado hacia el sur peninsular en función de la ausencia de hornos de reducción del mineral y de escorias, ya que las referidas por Sos (1977: 270-271) –como el mismo apuntó– debieron de ser más bien restos de un caldo de fundición… similares a los goterones de producción registrados en las excavaciones recientes (Rodríguez et al., e.p.). En la línea igualmente señalada por Sos Baynat (1977: 282), la vía natural de salida del mineral, y quizá de algunos objetos metálicos, sería la marcada por el curso del Ruecas hasta alcanzar el poblado protohistórico de Medellín, cuyo papel mediador con el Suroeste tartésico cada vez parece más acreditado (Almagro-Gorbea et al., 2008). Aunque es mucho el camino que queda por recorrer para aquilatar arqueológica y analíticamente esta propuesta y conscientes de las limitaciones aún existentes de los estudios isotópicos y de los elementos traza del estaño para rastrear procedencias y relaciones a media-larga distancia (Rovira, 2007: 24), valgan como posibles pistas a seguir los indicios de Nb –niobio– y Ti –titanio– (Sos Baynat, 1967: 87-89) de la casiterita de Logrosán detectados por los análisis realizados por Merideth (1998-b: 77), los recientes hallazgos de cerámicas con incrustaciones metálicas en Medellín (Jiménez y Guerra, 2012: 88-91) o la lámina de estaño encontrada en niveles precoloniales de Huelva (González de Canales et al., 2004: 150151), entre otras.

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EL CONTEXTO HISTÓRICO: TERRITORIO Y ESTRUCTURA SOCIOPOLÍTICA Desde hace tiempo, venimos planteando la contextualización histórica de la minería del estaño en el Cerro de San Cristóbal a partir de un posible eje Logrosán-Medellín canalizador de las relaciones de complementariedad entre las realidades diversas del Tajo y Guadiana; más pecuaria y minero-metalúrgica la primera, y preferentemente agraria la segunda (Figura 4). En este sentido no está de más recordar que en el entorno inmediato de Logrosán se encuentran hallazgos tan relevantes y conocidos del Bronce Final-Orientalizante como los de Berzocana y Solana de Cabañas.

Figura 4. El eje Logrosán-Medellín y hallazgos diversos del Bronce Final-Orientalizante.

De Berzocana procede el célebre tesoro compuesto por dos torques de oro macizo decoradas con motivos geométricos realizados a buril y la exótica pátera de bronce batido de filiación oriental (Almagro-Gorbea, 1977: 22-24); por su parte, de Solana de Cabañas proviene la no menos conocida estela de guerrero que alumbró la historiografía de estas piezas (Roso de Luna, 1898-b) y que, en esta misma comarca, cuenta con dos nuevos ejemplos asociados al entorno inmediato de Logrosán (Celestino, 2001: 35076

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351). A dichos elementos, verdaderos emblemas de prestigio de este periodo, cabría añadir las relativamente cercanas inscripciones tartésicas de Cañamero y Almoroqui (Madroñera) (Martín, 1999: 92), la primera de ellas aparecida, según testimonio de Juan Gil, en un yacimiento minero junto con un mazo de arenisca quizá utilizado para machacar casiterita. Por su parte, Medellín es un núcleo protohistórico muy divulgado, cuya amplia secuencia ocupacional se remonta al Bronce Final (Almagro-Gorbea, 1977; Jiménez y Guerra, 2012). A partir de dichas bases arqueológicas, interpretamos la interacción entre ambos enclaves desde los denominados modelos de comunidades de paso y puntos de comercio para explicar en el tránsito Bronce Final-Orientalizante el traslado del mineral-metal desde los centros productivos del Tajo al Guadiana y, finalmente, al Suroeste tartésico. Desde esta óptica estimamos que, al menos en un primer momento, el eje Logrosán-Medellín pudo desenvolverse dentro de un marco organizativo asimilable al de comunidades de paso, comparable, en términos generales, al propuesto por R. Vilaça (1995: 412) en la geografía también estannífera de la Beira interior. Una suerte de confederación de jefaturas de igual rango, situadas entre puntos nodales de una estructura política descentralizada según la propuesta trasmitida por K. Kristiansen (2001: 96), controlaría estratégicamente las rutas de intercambio pero no los territorios fuera de ellas. Una red de cariz heterárquico que, en nuestro ámbito de estudio, haría posible la circulación de bienes de prestigio e incluso un trasiego cruzado de cerealmineral/metal entre Medellín y Logrosán que futuros estudios bioarqueológicos deberán contrastar (Rodríguez, 2009: 62-70). En este sentido, aparte de recordar las escasas aptitudes agrarias de los suelos del entorno de Logrosán, el escaso registro arqueobotánico hasta ahora recuperado en las excavaciones –polínico (Hernández, 2006) y antracológico (Duque, en Rodríguez et al., 2013: 98)– atestigua la presencia de formaciones vegetales diversas (encinares, alcornocales, melojares y bosques ribereños integrados en un ambiente de transición meso-supramediterráneo) muy afectadas por la acción antrópica. No sabemos hasta qué punto dicho modelo de intercambio pudo derivar, a partir de la intensificación de las relaciones mediterráneas, hacia un sistema de puntos de comercio, como el que en nuestro caso podría representar Medellín, cuya consolidación como nodo sociopolítico y territorial del valle del Guadiana durante el Orientalizante es bien conocida (Almagro-Gorbea et al., 2008). 77

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En tales coordenadas socioeconómicas y político-ideológicas venimos contemplando el referido eje Logrosán-Medellín y, con mayor incertidumbre, los de Montánchez-Alange y Aliseda-Badajoz como fundamento del posible entramado de intercambios internos que facilitaría, desde fechas tempranas, la integración del actual territorio extremeño como periferia de Tartessos. Un espacio periférico organizado de forma simbiótica e integrado a su vez en un Tartessos estructurado en áreas clave y periferias con rasgos durante un tiempo de un verdadero sistema regional (Aubet, 1990; Pavón, 1999; Rodríguez y Enríquez, 2001). No sabemos con precisión hasta cuándo la casiterita de Logrosán formó parte de todo ello. Sin embargo, como hemos recordado recientemente, su importancia no debió de ser menor por cuanto, mucho tiempo después, algunos textos recordarían aún la procedencia interior del estaño tartésico. Entre ellos, nos quedamos con la Orbis Descriptio de Pseudo-Scimno donde de forma tan expresiva se recogió que la denominada Tartessos era ciudad ilustre, que arrastra el estaño desde la Céltica, así como el oro y cobre en mucha mayor abundancia (González de Canales, 2004: 262). A MODO DE EPÍLOGO: EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO DE SAN CRISTÓBAL

GEOMINERO

Y

El Cerro de San Cristóbal se perfila como un excelente campo de trabajo para la recuperación y puesta en valor del diverso patrimonio natural y cultural que atesora. Su geología y su potencial metalogenético ya han sido reconocidos y formalizados en su declaración como geositio del Geoparque Villuercas-Ibores-Jara y constituye una referencia preferente en el proyecto Minas de Logrosán. La integración en todo ello de su potencial arqueológico y etnocultural dibuja, sin duda, un estimulante horizonte que exigirá no pocos esfuerzos en el corto, medio y largo plazo. Esfuerzos que pasan no solo por importantes inversiones económicas (públicas y privadas), sino sobre todo por un riguroso plan combinado de estudio, recuperación, consolidación y difusión científica y social de este enclave, imbricado en las mencionadas plataformas locales y comarcales. En lo que al registro arqueológico se refiere, los restos protohistóricos aquí expuestos representan el primer testimonio de la minería de la casiterita en una localidad y en una comarca donde las minas han marcado buena parte de su pasado. Sin embargo, como ha quedado expresado en estas páginas y en otras intervenciones de este congreso, el interés histórico del estaño de Logrosán trasciende con mucho la escala local-regional 78

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en la que se enmarca, ya que el problema del estaño constituye uno de los principales ejes investigadores de la prehistoria atlántica y mediterránea. Diríase que es un asunto que atañe a la globalización de los tiempos pre y protohistóricos, calificada a veces de primer mercado común europeo para destacar el alcance de los circuitos comerciales durante el Bronce Final. Pero, siendo relevantes los hallazgos protohistóricos de Logrosán, no debe ni mucho menos ignorarse el potencial de las ruinas descubiertas en 2013 en su extremo oriental. Nos referimos a los restos de una fortificación islámica, cuya datación parece no rebasar el siglo XI, quizá yuxtapuesta a una ocupación romano-republicana, y los de la ermita de San Cristóbal, de probable origen medieval y con referencias documentales de uso hasta al menos siglo XVIII (Roso de Luna, 1898-a: 246). Finalmente, son de obligada mención los restos, aún vivos en la memoria de Logrosán, de la minería de los años cincuenta que volvieron a ocupar, con todo lo que supuso, la parte opuesta del cerro. No hace muchos años, precisamente con el ejemplo de la minería como referencia, reflexionamos sobre el patrimonio arqueológico, las políticas de desarrollo y el turismo cultural a partir de la experiencia adquirida en el edificio de La Mata (Campanario, Badajoz) (Ortiz y Rodríguez, 2004). No fue aquella una reflexión inocente, o al menos no pretendió serla, sobre las posibilidades del patrimonio arqueológico en las estrategias de desarrollo sostenible que, con los años y con desiguales resultados, tanta literatura han generado. En aquella ocasión proponíamos bajo el concepto de Arqueodesarrollo un modelo de gestión y uso del patrimonio arqueológico que concretase de forma efectiva sus posibilidades en el ámbito socioeconómico a partir de cambios esenciales en la propia disciplina a fin de implicarse en los escenarios donde se dilucidan las estrategias encaminadas a mejorar el nivel de renta de las zonas de actuación. Logrosán y su comarca parecen ser un buen escenario para preparar lo que entonces llamamos un cocktail de sabor, color e ingredientes reconocibles y homologables: Arqueología + Economía + Ideología + Cultura. Un patrimonio arqueológico que, investigado, recuperado, consolidado y/o restituido, está destinado a ser usado (Ortiz y Rodríguez, 2004: 646).

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