LA EXPERIENCIA DE DIOS EN TIEMPOS DE SU AUSENCIA

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Descripción

LA EXPERIENCIA DE DIOS EN TIEMPOS DE SU AUSENCIA
José Manuel Santiago Melián
Profesor de Filosofía del ISTIC

Vivimos inmersos en una crisis económica, de la que tanto se habla. También suele afirmarse que esa crisis está relacionada con una crisis moral, de valores, de sentido de la vida. No lejos de esta perspectiva, muchos se refieren a una crisis de fe, a un vacío espiritual, a una ausencia de Dios, como características destacadas de nuestra época. En concreto, esa sensación de "ausencia de Dios" está relacionada con la impresión de que Él no interviene en nuestra vida, o no se deja notar, o no se le considera necesario, o incluso –en el peor de los casos- ni siquiera existe. Como afirma Gabriel Amengual, el desafío del presente se llama nihilismo o vacío: la llamada "muerte de Dios" (propiciada por Nietzsche), la negación o el cuestionamiento del Misterio, de un sentido vital trascendente. Ahora bien, hemos podido constatar que ese nihilismo no sólo ha afectado a la necesidad sentida de Dios, sino también a todos los sustitutos propuestos por diversos pensadores: la humanidad, la razón, los fines últimos y absolutos, los ideales, etc. Por tanto, van "muriendo" o desapareciendo los conceptos de ser humano –por ende, el humanismo-, de razón y las distintas utopías.
Frente a esta situación (debida en gran parte al triunfo de las ideas postmodernas y a la progresiva secularización vivida en el mundo occidental), los creyentes debemos apostar por la religión como religión –y no sólo como conjunto de valores éticos-, es decir, volver a la fuente de la vida espiritual: la experiencia religiosa. El nihilismo, pues, nos plantea el desafío de la evangelización o, como solemos decir ahora, de la nueva evangelización: presentar y transmitir el mensaje de Jesucristo de manera espontánea y gozosa, a partir de la propia vivencia. Es imprescindible proponer la experiencia religiosa personal, el retorno a la Fuente original y originaria, dadora de valores. Ahora bien, esta vuelta a Dios no implica manipularlo y ponerlo a nuestro servicio, sino una apertura limpia al Misterio que está siempre amorosamente presente en nuestra vida y en nuestra historia, aunque de un modo elusivo o inaprehensible. En definitiva, en tiempos de la ausencia de Dios sentimos también la "nostalgia de Infinito". Veamos, pues, cómo sería posible esa experiencia religiosa, más en concreto experiencia cristiana, en estos momentos.
Para nuestro propósito recurrimos a un gran teólogo del siglo XX, el sacerdote y jesuita alemán Karl Rahner (1904-1984). Nos consta que, desde 1973 hasta el final de su vida, reflexionaba sobre una "invernada de la fe" que estaba afectando a la Iglesia contemporánea, como lo manifestó en varias conversaciones mantenidas en esos años con diversos interlocutores. Ya entonces pensaba en cómo vivir "la fe en tiempos de invierno", es decir, marcados por el decaimiento de la práctica religiosa y del empuje evangelizador en muchísimos católicos. Por nuestra parte, situados en pleno siglo XXI, casi cuarenta años después de esa reflexión profética, cuando hemos constatado que la gravedad de la situación es incluso bastante mayor en extensión y en intensidad que la referida por Rahner, haremos bien en prestarle atención. En efecto, hoy en día se percibe con fuerza ese vacío espiritual antes aludido, al que, ciertamente, muchos buscan alternativas de distinto valor y alcance. Según Rahner, ese vacío espiritual y esa "fe invernal", empobrecida, con escaso sentido vivencial y testimonial, se relacionan en gran medida con la ausencia de la mística en su seno. Así, Rahner considera que se ha reducido demasiado la doctrina cristiana a sus aspectos morales derivados, en detrimento de su raíz mística. Frente a ese peligro, estaba convencido de que llegaría un "futuro místico", como refleja su famosa frase: "el cristiano del futuro o será un 'místico', es decir, una persona que ha 'experimentado' algo, o no será cristiano".
¿Qué significa esa frase para nosotros?, ¿qué pretende Karl Rahner expresar con ella? En primer lugar, nuestro teólogo declara que la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, que se corresponde con un ambiente religioso generalizado, anterior a la experiencia y a la decisión de cada cristiano. No basta con mantener la educación religiosa habitual hasta ahora, sino que es preciso desarrollar una mistagogía (el arte y la capacidad de ayudar a otros a vivir una experiencia religiosa personal). La mistagogía consiste en enseñar a mantenerse cerca del Dios personal, en hablarle como a un 'Tú', sabiendo que nos dirigimos a Jesús de Nazaret, el Crucificado y Resucitado. Por tanto, la espiritualidad del futuro se caracterizará por la relación personal e inmediata con Dios, ese Dios "incomprensible y silencioso" que no parece responder a nuestras preguntas, y con el que, además, resulta difícil relacionarse en esta sociedad tan secularizada y opuesta a la vivencia cristiana. Sin embargo, ese Misterio, Dios, quiere comunicarse y darse al hombre para que éste pueda dialogar con Él. Por eso es necesaria esa iniciación a la experiencia personal e interior de la fe, que se realiza en la práctica sacramental y posibilita descubrir la presencia de Dios en la vida cotidiana.
Así pues, mística y mistagogía están interrelacionadas, son interdependientes, porque la iniciación cristiana conduce a la experiencia mística, y ésta parte y vive de aquélla. Los cristianos necesitamos mistagogos, es decir, acompañantes que sepan transmitirnos, no tanto la propia vivencia, sino más bien –gracias a ella- el misterio de Dios personal y gratuito. En este sentido, el mistagogo por excelencia es el mismo Jesucristo, que disfruta de una experiencia desbordante del Padre y que la comunica para atraer hacia el Padre a todos los destinatarios de su Palabra. Por eso, la misma teología es una iniciación a la experiencia de la gracia divina en la vida cotidiana. El mismo Rahner, según destacan quienes lo conocieron bien, fue un "místico de lo cotidiano". Siguiendo a S. Ignacio de Loyola, predica la posibilidad de encontrar a Dios en todas las cosas; como decía Sta. Teresa de Jesús, Dios está entre los pucheros. En consecuencia, Rahner no entiende la mística sobre todo desde los raros fenómenos extraordinarios y parapsicológicos, sino como una verdadera experiencia de Dios nacida desde el centro de la existencia diaria.
¿Cómo podemos acceder a esa experiencia de la presencia divina, de la gracia, en medio de la cotidianidad? Rahner nos ofrece respuestas muy valiosas en sus escritos sobre la oración. En ellos explica que lo ordinario, lo que parece más vulgar en el trajín cotidiano, nos descubre la presencia del Dios inabarcable y tantas veces silencioso, pero que nos envuelve y penetra con su ternura, y al que tanto acudimos en las más variadas circunstancias. Rahner nos invita a buscar a Dios en el bullicio de una vida que quizás no es la que elegiríamos, sino la que es. Es necesario, pues, despertar en nosotros la capacidad y la sensibilidad para sentir la presencia divina, su gracia y su trabajo amoroso en la vida cotidiana. Se trata, por tanto, de una mística que desde el corazón de Dios nos devuelve al mundo, para actuar en él según el latido misericordioso de Dios. No nos vale una mística "desencarnada", espiritualista, que nos aleje del mundo ni de los necesitados de cualquier tipo, sino –como se ha afirmado más recientemente- una "mística de ojos abiertos", propia de testigos de un Dios cercano. Recordamos aquí el pensamiento del filósofo Henri Bergson, que consideraba como un criterio fundamental de validez y autenticidad de la experiencia de los místicos su lucidez mental y su extraordinaria capacidad para la acción, para el compromiso social y eclesial.
En nuestra época asistimos a un "estallido" de la mística, manifestado en la gran cantidad de obras sobre estos temas. A menudo esa espiritualidad se vive dentro de los parámetros de la llamada 'New Age' ("Nueva Era"), cuyos riesgos para una correcta interpretación y praxis de la vida cristiana son considerables. Así pues, la mística ha despertado la conciencia de muchos cristianos. Pero en medio de esa explosión mística hay mucha confusión y no todo vale lo mismo. Es necesario saber distinguir la verdadera de la falsa mística. Rahner resaltaba justamente como rasgo del cristiano místico su experiencia de "algo" concreto: Dios como Misterio sagrado, infinito, que se acerca a nuestra vida y se nos entrega de modo desbordante mediante la Encarnación de su Hijo Jesucristo. San Pablo refiere que toda nuestra vida mística se resume en que Dios nos ha llamado a participar en la vida de su Hijo (1 Cor 1, 9). Los grandes místicos insisten en que la mística es la comunión con ese Misterio, la unión de nuestra voluntad con la voluntad divina. Como señala el carmelita P. Luciniano Luis Luis, el místico ha experimentado a "un Dios que ama incondicionalmente", puro Amor y pura Bondad, y lo quiere comunicar de todas las formas posibles. En este sentido, los místicos no nos transmiten una imagen castigadora o amenazante de Dios, sino todo lo contrario.
En conclusión, la mística no encuentra una fórmula más válida que la idea de filiación divina para expresar el fruto más puro de la solicitud amorosa de Dios, como afirma la perspectiva joánica. En la visión paulina, esto equivale a la entrada en la forma de vida del Hijo de Dios, que incluye la expectativa futura de contemplar su gloria. Así queda eliminado el miedo y se superan el desgarro interior, la falta de identidad del hombre actual y el sentimiento de resignación desesperada ante sí mismo y su mundo; en cambio, se desarrollan una paz y un gozo profundos. La mística adquiere así un nuevo rostro, caracterizado por la proximidad a esta época y por su humanidad. Nos referimos, siguiendo a Eugen Biser, a una "mística exotérica" (lo contrario de esotérica), es decir, dialógica, capaz de salir de sí misma para dialogar con el mundo y unirse a él. Una mística que trabaja y sirve al prójimo, siguiendo el lema de Jesús: "El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir" (Mc 10, 45). Esta mística nos permitirá experimentar a Dios en tiempos de su aparente y relativa ausencia; en tiempos de tantas heridas sangrantes de la humanidad (el cristianismo es, en este sentido, una religión terapéutica-mística). Una mística que pretende conducir a la sociedad hacia una comunión fraterna, y de esa manera responde no sólo a la crisis actual de la Iglesia, sino también a la necesidad y la llamada central de nuestro tiempo: una auténtica renovación espiritual. De ahí que, en último término, quizás no sólo habrá que hablar del cristiano místico –como Rahner cuando presentaba la espiritualidad del futuro en los años 60 del pasado siglo-, sino que incluso, ampliando el horizonte de por sí tan dilatado de este mundo globalizado, tendremos que pensar en el ser humano del futuro como un místico.
Bibliografía utilizada.-
- Luciniano Luis Luis, OCD, Mística de ojos abiertos. Testigos de un Dios cercano, Monte Carmelo, Burgos, 2011 [el capítulo 1, que ya había sido publicado en la revista Monte Carmelo, vol. 119 (2011), nº 1, pp. 161-182].
- Eugen Biser, Pronóstico de la fe. Orientación para la época postsecularizada, Herder, Barcelona, 1994, pp. 232-243 (El vacío espiritual: la ausencia de la mística) y pp. 422-440 (El modelo espiritual: una mística exotérica).
- Gabriel Amengual, La religión en tiempos de nihilismo, PPC, Madrid, 2006, pp. 30-35.
- Pascual Cebollada (ed.), Experiencia y misterio de Dios, San Pablo / Universidad Pontificia Comillas, Madrid, 2009, pp. 97ss (Rahner, mística de la cotidianidad).
- P. Imhof y H. Biallowons, La fe en tiempos de invierno. Diálogos con Karl Rahner en los últimos años de su vida, Desclée de Brouwer, Bilbao, 1989.

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