¿La excepción confirma la regla? Lección inaugural del Instituto Teológico Lucense y del Seminario Menor de Lugo. 25 de Septiembre de 2015.

June 28, 2017 | Autor: Alonso Muñoz Pérez | Categoría: Educación, Teologia, Ética, Ensayo, Historia de las ideas, Análisis Político
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Lección inaugural del Instituto Teológico Lucense y del Seminario Menor de Lugo. 25 de Septiembre de 2015.

¿La excepción confirma la regla?

Excmo. y Rvdmo. Sr. Obispo, Sr. Rector del Seminario, autoridades políticas y educativas (Sr. subdelegado del Gobierno, Sra. Directora territorial de enseñanza, Sr. inspector de enseñanza media), estimados compañeros profesores, queridos estudiantes y seminaristas (no son éstas últimas categorías excluyentes),

[Exordio] Vivimos en un mundo normal. Es más, cada vez más normal. Para unos, esto supone un motivo de satisfacción. Para otros, un motivo de desesperación. Los antiguos cafés con tertulias llenas de creatividad, tensión dramática y -digámoslo todo- poca higiene, columna vertebral de la Idea de Europa, a decir de George Steiner1; los añejos productos del campo, imprevisibles en sus sabores y en todo caso sorprendentes al paladar más ignorante; los encuentros personales densos, imprevistos, que cambiaban vidas y caían sobre las personas como rayos sobre las colinas lucenses: todo esto ha pasado a ser un McDonalds franquiciado, un queso de Carrefour y un contacto de Facebook. Amigos: nuestras vidas se han normalizado. Y no sólo en el sentido de que el 95% de lo que ocurre entre dentro de la campana de Gauss, de la -precisamente- distribución normal de la curva. También lo es en el sentido de que hoy, casi todo, está normado. No existe acontecimiento que no sea o un caso particular de una 1

G. Steiner, La Idea de Europa, Madrid, Ed. Siruela, 2004.

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ley, unas normas de convivencia o un protocolo. O bien, si acaso ocurre un imprevisto, ese tal será ocasión de una demanda urgente de un protocolo que evite no que no se repita, sino evitar que se repita sin estar previsto. Un bombardeo puede ser terrible, pero si es el bombardeo de las 12:33, ya es mucho más aceptable. Un estudiante que se pelea con otro puede ser lacerante para el alma de la víctima, pero si es un caso de acoso escolar donde se avisó a la trabajadora social en aplicación del protocolo de la Consejería de Salud Pública, es ya algo mucho menos preocupante. El responsable podrá decir ante sus jefes, ante la prensa y ante sí mismo: “Aplicamos el protocolo”. Y si entra en la estadística no hay inquietud. La estadística y la campana de Gauss son los sedantes de la conciencia moderna.

[Plan del discurso] Y sin embargo, encontramos en nuestro bagaje lingüístico esta expresión, ya casi en desuso precisamente por su oscuridad: “La excepción confirma la regla”. Ya sabemos que el poso de la lengua nos permite acceder a verdades que fueron certezas para nuestros antepasados. Por eso los filósofos abusan de las etimologías como mineros en la veta del oro. Si llegamos al cabo de esta palabra o expresión encontraremos allí quizá una perspectiva que hoy no nos resulte evidente. Así que trataré en primer lugar de tirar de este hilo y buscaré los orígenes de esta frase hecha para luego en un segundo momento tratar de comprender en qué consiste la crisis de la relación entre regla y excepción para finalmente, en tercer lugar, proponer un intento de nueva articulación donde quepa tanto la regla como la excepción a la misma. En primer lugar, pues, la historia de esta frase. Luego, la crisis actual de la norma y la excepción, para finalmente proponer una solución a esta crisis, o si se prefiere, una excepción a la norma de nuestra continua crisis en todos los ámbitos. Un solución por tanto a nuestro exceso de normalización ha de ser forzosamente, una buena excepción. Veamos.

[1. ¿Qué quiere decir que la excepción confirma la regla?] (a) El origen de esta expresión está, como tantas otras cosas, en los romanos. Nosotros podemos tener una gran mezcla de linajes biológicos, de lenguas y de influencias culturales, pero el talento romano ha sido el de dar forma a todo eso. Es lo que el pensador francés, Remi Brague ha llamado, Europa: la vía romana. Ese talento de los romanos para no preocuparse por su identidad -problema éste más propio de sociedades adolescentes- y de tomar de los pueblos conquistados por las armas: (1) la religión (del pueblo judío tomaron el ser cristiano) y (2) la filosofía (del pueblo griego). Los romanos se colocaron como pobres aprendices frente a griegos 2

y judíos y llegaron así, sin quererlo, a ser originales. Llegaron a dar su impronta latina a muchos pueblos, hasta el fin del mundo conocido -Finis Terrae- dejando entre medias el Lugar Santo, el Lucus Augustus (pues eso significaba el título de Augusto, “Santo”). Que la forma de la ciudad viene dada por Roma es especialmente visible en nuestra ciudad de Lugo por sus imponentes murallas cuyos torreones parecen colosales guardianes, custodios de la gran cultura romana en tierras de Galicia. Pues bien, de entre los romanos, un ilustre abogado y político -que en aquellos tiempos, todo era uno-, Marco Tulio Cicerón, hubo de defender a un hispano llamado Lucio Cornelio Balbo que había obtenido -tras grandes servicios a los romanos, entre ellos al gran Julio Césardigo que había obtenido la ciudadanía romana, privilegio excepcional en aquel entonces. Los acusadores señalaban que entre ciudades que habían celebrado pactos, no era posible que los nacionales de una ciudad adquirieran la nacionalidad de la otra ciudad y viceversa. Es decir, que si Roma celebraba un tratado con la tribu germana de los Alamanes, entonces ningún Alamán podía convertirse en Romano o viceversa. Como entre Gades, la actual Cádiz, ciudad natal de Balbo y Roma, existía un tratado de amistad, Balbo había recibido la nacionalidad romana injustamente. Para responder a esta objeción, Cicerón explica que Roma siempre ha sido generosa en el incorporar con la nacionalidad romana a diversos pueblos e individuos. Es más, en caso de no haber sido generosa con esta concesión, jamás habría crecido y llegado a tener la grandeza que ahora tiene. Así los que primero fueron enemigos de Roma, etruscos, samnitas, volscos, griegos, galos, íberos y celtas, más tarde llegaron a ser aliados y finalmente ciudadanos romanos. Por tanto, Cicerón señala que el razonamiento es incorrecto pues la regla general es que sí se pueden admitir a la ciudadanía romana a aquellos que proceden de ciudades con tratados con Roma. El único caso donde no sería posible, ocurriría cuando el tratado entre ambas ciudades estableciera una excepción a esta regla general, prohibiendo por excepción la admisión de nacionales recíprocamente. Cicerón pues concluye -y he aquí el origen de nuestra expresión- diciendo que “existen algunos tratados, como los hechos con los Germanos, Insubrios, Helvecios, Iápidos y otros pueblos bárbaros de la Galia, en los que se estipula por excepción que no sean admitidos por nosotros como ciudadanos romanos. Haciéndose esto por excepción se deduce necesariamente que donde la excepción no exista, la admisión es lícita” 2. Así pues la excepción confirma la regla. O más bien, la ausencia de excepción (que no se prohíbe la admisión de los otros como ciudadanos romanos) confirma la regla general (que es posible a un extranjero de una ciudad amiga el llegar a ser romano).

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Cicerón, Pro Balbo, XIV, trad. Juan Bautista Calvo.

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¿Qué uso se hace aquí de la excepción y de la regla? Pues el de la mutua exclusión. O hay excepción o hay regla general. Cicerón razona, como no hay excepción, entonces vige la regla general. Como no se establece nada en contra en el tratado entre Cádiz y Roma, entonces Balbo puede llegar a ser ciudadano romano. Con este razonamiento, Cicerón ganó el juicio y Balbo pudo seguir siendo ciudadano romano, donde llegó a alcanzar notable riqueza e influencia. Como vemos en este uso, no hay integración entre excepción y regla. Para el romano –al menos aquí y en este sentido- no es pensable que una excepción otorgue validez a una regla general. O hay excepción o hay regla general, pero no ambas al mismo tiempo y en el mismo sentido. Lo cual, así explicado parece razonable. Sin embargo, no acaba aquí la historia de nuestra expresión pues en la Edad Media cristiana la expresión se encontrará pero transformada. Aquí vemos que la actitud cristiana es integradora, no elimina lo anterior sino que lo recoge, lo aprecia en su verdad humana y purificado vuelve a brillar con un esplendor nuevo. (b) Así la expresión jurídica medieval se formulará exceptio probat regulam in casibus non exceptis, es decir, “la excepción confirma la regla en los casos no exceptuados”. El matiz quiere señalar que si existe una excepción, tiene que existir forzosamente una regla para la que se aplica dicha excepción. Es decir que sólo podemos llamar a alguien “excepcionalmente alto” si existen otros muchos individuos más bajos que él. El hecho de que nos sorprendamos de lo alto que es Gasol demuestra la existencia de la prosaica realidad de los que estamos mucho menos cerca del cielo. Al menos por nuestra estatura corporal. Parecería que es el mismo significado que el romano (y en un sentido, es igual: o excepción o regla general) pero la perspectiva es distinta. El medieval ve que de la existencia de un suceso excepcional, que nos sorprende o inquieta, podemos deducir ¡justo lo contrario!: que existe algo normal, regular, una regla general. El cometa nos sorprende porque rompe el ritmo regular del firmamento. Por eso el cometa, prueba la regla general de que las estrellas no se caen sobre nuestras cabezas, como temían los galos de la aldea de Astérix. (c) Pero aún podemos dar un paso más, un paso donde ya la excepción no sea sólo prueba de la existencia de una regla sino más aun, vuelva a poner en vigor, con-firme, la regla general. Así en el muy hipotético caso de que un alumno del Seminario llegue tarde a clase (esto lo digo por pura hipótesis altamente improbable), el permiso que el profesor da para pasar al alumno que llega tarde, prueba precisamente la validez de la regla general: “no se puede llegar tarde a clase”. Al hacer una excepción se salva la regla general. Obsérvese la diferencia si el alumno o, por un lado, ni entra ni solicita el permiso (por miedo al castigo o por respetos humanos) o, por otro lado, entra directamente sin pedir permiso. En ambos casos, no hay excepción pero el valor de la regla no es probado. En el caso de que entre sin pedir permiso 4

simplemente destruye la regla general de facto. En el caso de que no entre y no pida permiso, concibe una regla, una norma impersonal donde no cabe excepción. Y así, la regla no es confirmada sino que permanece como un muro insalvable, impersonal. Una regla inhumana que llevaría a concebir las leyes humanas como las leyes físicas newtonianas. Unas leyes que caen sobre nosotros como la cuchilla sobre el cuello del guillotinado y que por tanto, suscitan en nosotros el deseo de romper, quebrar esa ley inexorable. Ese es el sentido de que hoy prefiramos o ignorar las reglas (pasamos a clase llegando tarde como si nada) o bien resignarnos a estar bajo las mismas (como todo contribuyente frente al Ministerio de Hacienda). Así el permiso y el perdón, el trato desigual (dar más a unos que a otros) o el indulto son hechos problemáticos en nuestra sociedad. Muchos temerosos contribuyentes se alegran secretamente de que la Pantoja esté en la cárcel por no pagar la Seguridad Social. Pensamos, “yo estoy cocido a impuestos, pero al menos, no hay excepciones: mal de muchos...”. Y esto es lo que está en crisis, eso que los medievales podían ver sin problema -toda la Edad Media es un continuo de privilegios, privis legis, privar la aplicación de una ley general- hoy nos parece escandaloso. Particularmente en España, donde como es sabido, uno de nuestros pecados nacionales es la envidia. ¿Porqué está crisis del perdón, de la excepción, el indulto, de la medida de gracia, de la acción no justificada en una regla general?

[2. La crisis de las excepciones y de las reglas] (a) Esta pregunta nos lleva a la segunda parte de nuestro argumento: en qué consiste la crisis de la relación entre regla y excepción. Una pista de esta crisis nos viene dada en nuestra dificultad en admitir las excepciones. Las vemos generalmente como un mal a tolerar siendo el ideal un mundo perfectamente previsible, regular y –como señalábamos al principio- perfectamente normal y normalizado. En este sentido el antropólogo inglés David Graeber ha dedicado un reciente ensayo a este asunto. Se titula La Utopía de las Reglas con un provocador y sugerente subtítulo: Sobre tecnología, estupidez y las secretas alegrías de la burocracia. En este estudio formula lo que él llama la “Ley de hierro” del capitalismo corporativista (Liberalism) que enuncia de este modo: “Toda reforma de mercados, toda iniciativa de las administraciones públicas encaminada a reducir las cargas administrativas y a promover las fuerzas de mercado llevará al final a incrementar el número total de regulaciones, el monto total de trabajo burocrático y el número total de burócratas que las administraciones públicas emplean”3.

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D. Graeber, The Utopia of Rules, Londres, Melville house, 2015, p. 9.

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(b) Creo que los profesores estaremos de acuerdo al menos en el corolario educativo de esta ley, donde con cada nueva reforma de la enseñanza las cargas burocráticas, los requisitos formales, los controles administrativos, el cumplimiento de requisitos de calidad, las acreditaciones lingüísticas, por materias, la evaluación por competencias, la consideración de la transversalidad, y demás barbarismos nunca se reducen sino que siempre se incrementan. Así, cada vez más desde las administraciones públicas se presiona para que la educación sea más un asunto de oficina, muy parecido a la gestión de una Delegación de Hacienda y cada vez menos un asunto personal donde la relación entre maestro y alumno es lo fundamental y por definición, poco susceptible de ser cuantificada y estandarizada en un formulario estandarizado. Nuestros políticos y gestores educativos de todo signo –y muy especialmente aquellos que presumen de antiamericanismo- no hacen sino imponer por todos los medios un modelo educativo despersonalizador, burocrático, que proviene de los EE.UU. y está diseñado para servir como un mero filtro social de la masa laboral. La cuestión de ofrecer lo más excelente del espíritu humano para que las nuevas generaciones puedan entrar en contacto con aquello que nos hace ser más humanos y mejores, parece que es de poca relevancia en cuanto al grado de “inserción laboral” de los alumnos. A este respecto el preámbulo de la actual Ley de Educación es formalmente marxista, pues señala la causa económica como la medida de todo. Cuando a la hora de ofrecer una verdad a nuestros jóvenes se piensa más en la tasa de paro que en qué significa ser hoy un hombre y cómo podemos alimentar el corazón de nuestros hijos, amigos y alumnos, entonces podemos decir que la era de la normalización ha llegado a nosotros. El pensador francés, Alexis de Tocqueville, en su famoso ensayo, La democracia en América, vio in nuce este nuevo despotismo de la normalización ya en la primera mitad del siglo XIX, hace casi doscientos años y lo describía en este famoso pasaje: “Quiero imaginar bajo qué rasgos nuevos el despotismo podría darse a conocer en el mundo; veo una multitud innumerable de hombres iguales y semejantes, que giran sin cesar sobre sí mismos para procurarse placeres ruines y vulgares, con los que llenan su alma. Retirado cada uno aparte, vive como extraño al destino de todos los demás, y sus hijos Y sus amigos particulares forman para él toda la especie humana: se halla al lado de sus conciudadanos, pero no los ve; los toca y no los siente; no existe sino en sí mismo y para él sólo, y si bien le queda una familia, puede decirse que no tiene patria. Sobre éstos se eleva un poder inmenso y tutelar que se encarga sólo de asegurar sus goces y vigilar su suerte. Absoluto, minucioso, regular, advertido y benigno, se asemejaría al poder paterno, si como él tuviese por objeto preparar a los hombres para la edad viril; pero, al contrario, no trata sino de fijarlos irrevocablemente en la infancia y quiere que los ciudadanos gocen, con tal de que no piensen sino en gozar. Trabaja en su felicidad, mas pretende ser el único agente y el único árbitro de ella; provee a su seguridad y a sus necesidades, facilita sus placeres, conduce sus principales negocios, dirige su 6

industria, arregla sus sucesiones, divide sus herencias y se lamenta de no poder evitarles el trabajo de pensar y la pena de vivir. De este modo, hace cada día menos útil y más raro el uso del libre albedrío, encierra la acción de la libertad en un espacio más estrecho, y quita poco a poco a cada ciudadano hasta el uso de sí mismo. La igualdad prepara a los hombres para todas estas cosas, los dispone a sufrirlas y aun frecuentemente a mirarlas como un beneficio. Después de haber tomado así alternativamente entre sus poderosas manos a cada individuo y de haberlo formado a su antojo, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera y cubre su superficie de un enjambre de leyes complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales los espíritus más raros y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso y adelantarse a la muchedumbre: no destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; no destruye, pero impide crear; no tiraniza, pero oprime; mortifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin a cada nación a un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el gobernante”4. (c) Y el caso es que esta presión por normalizarnos lleva, precisamente, a anhelar espacios sin reglas. Si el trabajo es el lugar de la opresión por parte de reglas, directivas y memorándums, el ocio ha de carecer de toda forma. Es más, el ocio consiste simplemente en disfrutar de un espacio vacío sin reglas donde el yo de cada uno corra alocadamente como un toro. Así con las invasión de las normas, hemos perdido el sentido de la fiesta. La fiesta es un evento comunitario, no individualista. Un modo extraordinariamente ordenado y pensado de celebrar y disfrutar. Piénsese en la abrumadora cantidad de reglas y matices que tiene el toreo, “la fiesta más culta” a decir del poeta Federico García Lorca. Considérese la preparación de todo un pueblo para hacer las fiestas de Moros y Cristianos, o los actos teatrales, las procesiones, el baile, un concierto de música. Todo esto son modos de festejar que hoy están en crisis y van siendo sustituidos por un ocio más individualista, de consumo y sin reglas o forma: ir al cine, jugar a un videojuego, darse el gustazo de ir de compras y gastar cuanto más mejor, perder masa cerebral mirando el móvil o la televisión o internet, viajar y ver muchas cosas sin morar o detenerse en lo visitado, el – precisamente- desfase de los modos de beber y actuar violentamente que podemos ver muy claramente en las hordas de turistas anglosajones. Pues en efecto: cuanta más es la presión por la normalización, más violento es el estallido de la excepción. Y por tanto más se enfrentan regla y excepción, sin poder integrarlas. En este sentido volvemos al arcaísmo del derecho romano: O regla o excepción. Y perdemos la sutileza medieval del aprecio por la excepción que sobresale y nos resulta llamativa gracias al contraste que le hace la existencia de una regla. El que es alto lo es porque hay otros que no lo son. El que 4

A. de. Tocqueville, La Democracia en América, Libro II, Cuarta parte, cap. 6. P. 404 y ss. de la edición de Alianza Editorial, Madrid, 2002.

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tiene un don excepcional lo tiene precisamente para los que no tienen ese don. Sin embargo, hoy tenemos problema con el excepcional. Tenemos problema con saber festejar sin que eso signifique “hacer el (o convertirse en un) burro”.

[3. La necesidad de lo extraordinario: la provocación cristiana] (a) Y precisamente es en este contexto, en tercer lugar de nuestra argumentación, donde todos necesitamos una excepción que nos saque de la vida anodina; que nos saque de eso que llamaba el sociólogo alemán, Max Weber, “la jaula de hierro de la racionalidad”, tiene sentido recordar una propuesta particular para afrontar el infierno del “día de la marmota” (“Atrapado en el tiempo”, en la traducción comercial), esa genial e inteligente película protagonizada por Bill Murray donde el protagonista estaba condenado a vivir todos los días el mismo día en un pequeño pueblo estadounidense. Y recuerdo, creo que sin destripar la película a los que no la han visto, que lo que permite romper a Bill Murray el nefasto hechizo de la repetición es el amor. Ésta sería nuestra propuesta, es decir, lo que el cristianismo lleva proponiendo desde hace dos mil años. Sin un amor que me pro-voca, que se dirige hacia mi y me saca de mi normalidad, la vida humana podrá funcionar muy bien, sin paro, con un mercado eficiente, unas normas perfectas y una ausencia total de imprevistos. Pero entonces nos viene la duda de para qué tanta eficiencia y tantas posibilidades técnicas. Frente al hechizo de que con la técnica, el dinero, las subvenciones y los protocolos llegará un momento donde la historia se acabará y llegará el reino de lo perfectamente normal y humano, el cristianismo ha propuesto el riesgo, la fragilidad y, la provocación, del amor. Sin embargo, los primeros que lo hemos olvidado, somos los propios cristianos. Mientras la gente siente la necesidad de apuntarse a Yoga, dedicar un momento al día en silencio (recordamos aquí el librito de Álvaro D’Ors, Biografía del Silencio5) o descargarse una aplicación para el móvil con una meditación guiada, los cristianos estamos demasiado ocupados como para recordar que la Catedral de Lugo o la iglesita de al lado es una excepción de silencio y amor en el tráfago de una ciudad o en el agobio de mi vida. Los estudiantes de este centro tienen la oportunidad durante el día, porque así se les propone, de experimentar una excepción en su día. Pero si ese momento de oración es una actividad más, ya cae simplemente en la regla, en una norma. Todo depende de cómo lo vivamos y la comprensión que hagamos de, si estoy haciendo una actividad más o de si por el contrario, me estoy poniendo en la presencia de una Persona (con mayúscula) que me acompaña y da horizonte a mi día. Ese camino es el que han seguido los Seminaristas mayores, que tratan de 5

A. D’Ors, Biografía del silencio, Madrid, Ed. Siruela, 2012.

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ejercitarse en la normalidad de lo excepcional cristiano. Pues, se puede decir que la propuesta cristiana consiste simplemente en vivir la misma normalidad que todos los hombres pero dentro de la excepcionalidad de la Persona de Cristo. ¿Qué serían las fiestas de nuestros pueblos sin un Espíritu (con mayúscula) común que las animara? (b) El Dios cristiano es también un Dios “desconocido” –siguiendo al teólogo alemán Thomas Ruster6-, un Dios que rompe nuestros esquemas pequeño-burgueses de un modo –valga la expresión- bastante nietzscheano. En la vida auténticamente cristiana siempre pasan cosas. Siempre hay sitio para los imprevistos salvadores y siempre se tiene una comprensión interior de lo que significa hacer excepciones (perdonar) a los demás porque uno mismo vive permanentemente es la excepción de Dios. Como dice El Principito de Saint-Exupery, “lo esencial es invisible a los ojos”7. Ejercitar los ojos del espíritu es, precisamente, ser capaz de captar las excepciones. El momento de gracia –gratuito- donde la regla general de la justicia queda suspendida y afirmada al mismo tiempo. La educación cristiana no puede limitarse a una perfección didáctica o a una “excelencia” académica (significando en realidad las más de las veces, “acceso a los puestos mejor remunerados de la sociedad”, eso es lo que entendemos hoy en el fondo por “excelencia”). La educación cristiana consiste en ofrecer una compañía, una amistad y una ayuda para ver este mundo de un modo más real, es decir, excepcional. Sólo puede haber excepciones a reglas cuando hay personas. Las normas podrían existir sin personas. Las excepciones no. Allí donde hay una excepción, hay una decisión personal. Necesitamos pues reglas aplicadas por personas libres, pues el propósito de toda regla es ayudar a nuestra libertad. Sólo así podremos superar esta dicotomía planteada por Cicerón entre o excepción o regla, recuperar el sentido medieval de la excepción salvadora (sin destruir la regla, sino ¡confirmándola!) y evitar la ley de hierro del capitalismo de Estado o el despotismo descrito por Tocqueville. (c) Así se enfrentan hoy, simplificando retóricamente, dos cosmovisiones: la de aquellos que ponen su fe en los protocolos, los catálogos de derechos cada vez más numerosos, las obligaciones, los controles, la coacción y en general la normalidad administrativa (evitando la pregunta ética 6

T. Ruster, El Dios falsificado. Una nueva teología desde la ruptura entre entre cristianismo y religión, Salamanca, Ed. Sígueme, 2011. 7 “Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. -Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el principito, a fin de acordarse. -El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante. -El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el principito, a fin de acordarse. -Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa... -Soy responsable de mi rosa... -repitió el principito, a fin de acordarse”. A. de Saint-Exupéry, El Principito, Salamandra, Barcelona, 2008, p. 72-73.

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sobre el valor de lo que hacemos con nuestro ocio y nuestra libertad) y la de aquellos que ponen su esperanza en el imprevisto a-normal, en el deseo de que algo pase en mi vida, en una libertad que responde (responsable) y en que una Persona (con mayúscula) y mas personas concretas –no un sistema- me salve. Para los que todavía concedan cierta importancia al amor, recuerdo que ni puede ser un derecho, ni se puede exigir, ni se puede prever. Y es quizá lo más necesario para la vida verdaderamente humana. Naturalmente la historia nos enseña que la regla general en estos enfrentamientos entre sistemas y personas, entre burocracia e individuos, entre presiones normalizadoras y espontaneidad humana es la victoria del mecanismo, del sistema, de la totalizadora fuerza de la norma abstracta. Pero, bueno, ya sabéis: siempre hay excepciones. Muchas gracias.

Alonso Muñoz Pérez Prof. Extr. Instituto Teológico Lucense, Asoc. UCAVila y CEU-San Pablo https://es.linkedin.com/in/alonsomunoz

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