La evaluacion VF

June 20, 2017 | Autor: Ildefonso Hernandez | Categoría: Transpersonal Psychology
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Descripción

El camino a la trascendencia mediante la evaluación. Ildefonso Hernández Castro Coordinador Académico UNAG En la sociedad mexicana de los últimos dos siglos se ha pasado por modas en el sistema educativo y por consecuencia en los demás sectores de la sociedad, puesto que la educación es el medio de perpetuar las sociedades, resultado de propuestas sexenales y en el mejor de los casos transexenales. De ésta manera han emergido como verdades inamovibles y temporales, propuestas contundentes y solidas tales como fueron: Conductismo, aprender a aprender, Enseñanza y administración por objetivos, Escuelas de calidad, orientación a Competencias y atravesando todas las enunciadas, la evaluación, causa y destino de una buena cantidad de los males de sistema educativo y por ende de la sociedad. En su libro ya clásico Apuntes sobre la evaluación educativa, respecto a la evaluación en el ámbito educativo Antonio Gago, plantea que “El meollo de la evaluación radica en el adjetivo que ha de agregarse al sustantivo ´calidad´. Encontrar el adjetivo más adecuado; es decir, la calificación correcta y verdadera de la calidad de algo es el propósito de la evaluación”. (Gago, 2002: 39) Si como afirmó Chomsky (Iriarte, 1994: 376) “[…] la gramática de una lengua provee un procedimiento para construir las interpretaciones de todas las secuencias de palabras aceptadas en tal lengua, el manejo de dicha gramática supone el poder interpretar y producir tanto oraciones familiares como nuevas oraciones en dicha lengua.” Entonces, nuestra

competencia lingüística es clave para el aprendizaje y más aún al participar en un proceso de evaluación, las personas involucradas requerimos por lo menos de un amplio vocabulario y preferentemente cultura, ya que podríamos atribuir un adjetivo equivocado si nuestra competencia lingüística es limitada, la persona, alumno, empleado que nos solicita la evaluación, se pone en las manos del evaluador, confiando en la competencia del mismo. Gago añade que “[…] la evaluación es sólo una función auxiliar que no tiene fines en sí misma, pues lo importante no es evaluar, sino lo que se hace luego de conocer los resultados de una evaluación”. (2002:52) Es preciso avanzar del levantamiento de datos a la trasformación de información relevante para la toma de decisiones. Tanto en el proceso educativo como en el laboral, familiar incluso en las relaciones sociales, cuando se plantea una evaluación, se establece una relación de poder entre el evaluador y el que es evaluado, es por eso que la implicación ética es inevitable, si la evaluación se limita al ejercicio del control, todos los participantes pierden la oportunidad de participar en otro proceso más potente de acuerdo con Santos Guerra: el aprendizaje (Fronteras, 2014).

Aprender tiene una serie de procesos imbricados, el que se apresta a incursionar en el mismo, arriesga las preconcepciones, los presupuestos y conlleva una confrontación continua de lo establecido, que necesita de una actitud acorde con la evaluación, humildad, para encontrarse con el otro en un contexto humanista de coincidencia temporal para cambiar una realidad existente y orientar la energía y los recursos hacia un escenario inédito que sólo puede construirse desde la concordancia en la necesidad de un cambio y éste parte del reconocimiento de esa realidad y su calidad. La evaluación que conlleva aprendizaje precisa además de una posición que trasciende la búsqueda del error del otro, después de todo, en una relación la responsabilidad siempre es compartida, y pasa a la madurez del encuentro conjunto de las áreas de mejora. Una frase que el autor ha atribuido a Miguel Angel Santos Guerra (Fronteras Educativas, 2014), resume de la mejor manera posible la intención de éste escrito: “el fin último de la evaluación es preservar la autoestima de todos los participantes”. Es fundamental alejar tal afirmación de la autocomplacencia ramplona y acercarla a un proceso de autocrítica constante y honesta, puesto que la autoevaluación es el componente que falta para detonar la cultura de evaluación. Retomando a Antonio Gago, la descripción siguiente de la evaluación añade dos elementos por lo menos que enriquecen la comprensión de la misma, la comparación y las circunstancias: Evaluación es el acto de juzgar, es un proceso que concluye en un juicio de valor. Evaluar va más allá y es más complejo que medir, contar, escrutar y examinar, que son actividades a las cuales implica, abarca e integra en una síntesis valorativa. Evaluar también implica las actividades de comparar y ponderar, pues para juzgar algo o a alguien es necesario considerar previamente las diferentes circunstancias en que ocurre lo que se juzga. Evaluar tiene como sinónimo más cercano a calificar; es decir, atribuir a una persona o una cosa una cierta cualidad, una cierta suma o combinación de atributos con sus respectivos adjetivos. (Gago, 2002: 61) La adjetivización es un proceso que está afectado por la diferancia (Sevilla, 2014: 94), ya que existe la imposibilidad de simbolizar los datos de la realidad, por la distorsión representativa, puesto que una cosa difiere de otra, es decir, se distingue por el sólo hecho de atribuir (generar atributos), surge inexorablemente un simbolo representacional, una brecha que requiere de la voluntad de las partes para identificarlas y trabajar en su reconocimiento explicito. Entonces es posible inferir que la evaluación ingresa en un terreno aparentemente ajeno, y sin embargo tremendamente afín, la trascendencia. La conjunción de atributos, adjetivos y contexto es una ventana que se abre para modificar el estado actual, la interacción de las partes puede hacer que una nueva realidad se vislumbre de inicio y “[…] las decisiones que resulten del proceso de

evaluación deben situarse en un contexto ético; las repercusiones psicológicas, familiares, económicas, sociales y de otra índole que en un mayor o menor grado podrían tener dichas decisiones lo justifica” (Fernandez, 2014: 7), y por consecuencia al incursionar en ese terreno, la evaluación está entrando en un espacio que impele una busqueda caracterizada por “la necesidad ir mas allá de lo dicho , de diferir, de contrastar lo conocido con algo diferente, lo cual es condición necesaria para el avance[…]” (Sevilla, 2014: 97). Avanzar, ir más alla, es un espacio de coincidencia que la evaluación comparte con la trascendencia, cambiar la realidad por una utopia de cualquier tipo es impensable si no existe ese dialogo de la diferancia, ese espacio inasible que distingue dos realidades y las une a la vez. Otro punto central para lograr ese cambio es la idea de la diversidad (Berman, 1987: 260) propuesta por Bateson, que identifica la necesidad de retener la flexibilidad en vez de buscar la homogeneidad, un pensamiento homogeneo atraería la entropia a la organización (biológica o social), cuando lo que se busca es la armonia entre los componentes. Esa posible unión se logra (parcialmente por lo menos) a través del lenguaje y su consiguiente simbolización y por una que la reflexión consecuente a la que se invita y que no es una práctica difundida, lo que puede complicar alcanzar lo que se plantea a continuación: Encontrar el adjetivo más adecuado; es decir, la calificación correcta y verdadera de la calidad de algo es el propósito de la evaluación. Bromeando un poco puede decirse que evaluar es el arte de poner adjetivos. En esta línea, basta contar el número de adjetivos que empleamos al final del día para saber cuántas evaluaciones hemos hecho. Si además reflexionamos en las evidencias y elementos que tenemos cada vez que asestamos un adjetivo nos estaremos acercando a la evaluación de la evaluación. (Gago, 2002:39) En síntesis: la calidad y evaluación académica (o de cualquier ámbito) no puede establecerse al margen de la calidad humana de los implicados (Gago, 2002: 24), ésta conlleva el descubrimiento de la pauta que conecta a los actores de la evaluación, la creación de nuevos descriptores (consabidamente distorsionados) que permitiran la constrastación y por ende la creación de una dimensión hasta ahora inexistente.

Berman, M. (1987). El reencantamiento del Mundo. Santiago de Chile: Cuatro Vientos. Fernandez Santos, A. (2014). Evaluando la evaluación de los aprendizajes. El Salvador: Universidad Francisco Gavidia. Fronteras, E. (4 de Abril de 2014). Como educar en tiempos revueltos. Obtenido de Como educar en tiempos revueltos: https://www.youtube.com/watch?v=-aFQFrJEtRc Gago Huguet, A. (2002). Apuntes Acerca De La Evaluación Educativa. México: Secretaría de Educación Pública. Iriarte Esguerra, G. (1994). Lingúistica, Política y Responsabilidad. Thesaurus, LXIX(2), 359-393. Sevilla Godinez, H. T. (2014). Pasión Filosófica, Emoción, Arte e Indagación. México: Plaza y Valdes.

Ildefonso Hernández Castro Lic en Psicología y Maestría en Administración por ITESO Doctorado en Desarrollo Humano, UNAG Ha sido docente en UNAG, ITESO, ITESM Resaltados: Entonces, nuestra competencia lingüística es clave para el aprendizaje y más aún al participar en un proceso de evaluación, las personas involucradas requerimos por lo menos de un amplio vocabulario y preferentemente cultura, ya que podríamos atribuir un adjetivo equivocado si nuestra competencia lingüística es limitada, la persona, alumno, empleado que nos solicita la evaluación, se pone en las manos del evaluador, confiando en la competencia del mismo.

Avanzar, ir más alla, es un espacio de coincidencia que la evaluación comparte con la trascendencia, cambiar la realidad por una utopia de cualquier tipo es impensable si no existe ese dialogo de la diferancia, ese espacio inasible que distingue dos realidades y las une a la vez.

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