La ética quijotesca en la era de la ingobernabilidad

August 25, 2017 | Autor: Carlos Rivera-Lugo | Categoría: Teoría crítica del derecho, LITERATURA Y DERECHO
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Descripción

La ética quijotesca en la era de la ingobernabilidad

Carlos M. Rivera Lugo Catedrático Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos Mayagüez, Puerto Rico

Siempre guardé mis más serias sospechas sobre aquella primera impresión que pretendieron crearme mis maestros acerca de la locura abismal que padecía el ingenioso hidalgo llamado Don Quijote de La Mancha. Incluso hubo quien quiso convencerme que el también conocido como Caballero de la Triste Figura era un verdadero dictador empeñado en imponerle a los demás su particular e irracional utopía.

Quienes se empeñaban en tales juicios reduccionistas y

superficiales del Quijote se inscribían dentro de esa visión ideológica del mundo que pretende que todo lo que es y ha sido, debe ser.

Para éstos, perdidos

irremediablemente entre las sombras de sus sentidos, lo ideal, es decir, la idea o lo deseado, a partir de nuestro fuero íntimo, no existe. Es el reino de la nada y el apocamiento existencial. De esta manera, lo que ha sido pretende sojuzgar lo que pudo haber sido y puede aún ser en su calidad de un todavía-no-ser, como diría Ernst Bloch (El principio esperanza, Vol. I, Editorial Trotta, Madrid, 2004, págs. 28-31), que, en trance de ser, sigue estando presente como posibilidad histórica real. Sin embargo, como ya les advertí, me resistí a tales cuentos de camino pues a lo largo de mi vida había logrado progresivamente entender que la realidad siempre es mucho más de lo que se ve a primera vista. Además, de locos y soñadores todos tenemos un poco.

La realidad es mucho más que las versiones encantadas de las mismas pronunciadas por los guardianes del orden prevaleciente.

Cada uno, como

sujeto, construye sus propios entendimientos de la realidad y traza las líneas de fuga que, a partir de éstos, salen en busca de la materialización de sus sueños. Pues, al fin y a la postre, todas nuestras ideas y deseos no son más que sueños de nuestra razón y nuestros sentimientos, es decir, humildes valoraciones subjetivas acerca de nuestras circunstancias, incluido entre éstas nuestro propio ser que siempre se da ahí, como parte ineludible de dichas circunstancias. No existen hechos, sólo valoraciones, diría más tarde Nietzsche (Genealogía de la moral, III, párrafo 24). Y así le dice el Quijote a Sancho en la Sierra Morena (Parte I, Capítulo XXV, p. 474):“¿Que es posible que en cuanto ha que andas conmigo no has echado de ver que todas las cosas de los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos, y que son todas hechas al revés? Y no porque ello sea ansí, sino porque andan entre nosotros siempre una caterva de encantadores que todas nuestras cosas mudan y truecan, y las vuelven según su gusto, y según tienen la gana de favorecernos o destruirnos; y así, eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí el yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa”. Esta constituye la primera propuesta cervantina contenida en el Quijote: El punto de vista de cada uno es el prisma a través del cual fabricamos nuestra realidad. El ser humano no se limita a reflejar pasivamente la realidad, sino que se convierte en su modelador ideal. Es a partir de esta conciencia íntima del entorno, del entrejuego que se da en éste diálogo permanente entre la realidad (representada por Sancho) y nuestros sueños (encarnados en Don Quijote), que logramos transfigurar esa misma realidad y no sucumbir ante sus trampas cognitivas o sus cómodas interpretaciones. Nuestra razón y nuestra naturaleza esencialmente sensible se abrazan para fabricar las más espléndidas visiones ideales, a modo de horizontes que nos sirven para volver una y otra vez al 2

camino, como le escribiera el Che Guevara a sus padres, con la adarga al brazo, sintiendo el costillar de Rocinante bajo nuestros talones. Es así que Don Quijote habla a los carneros acerca del mito de la Edad de Oro, cuando en el mundo no existía la propiedad privada y la naturaleza proporcionaba generosamente a los hombres su sustento: “Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes: a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano y alcanzarle de las robustas encinas, que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia, sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles formaban su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquiera mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que comenzaron a cubrir las casas, sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aún no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre; que ella, sin ser forzada, ofrecía, por todas las partes de su fértil y espacioso seno, lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían…Entonces se decoraban los concetos amorosos del alma 3

simple y sencillamente, del mesmo modo y manera que ella los concebía, sin buscar artificioso rodeo de palabras para encarecerlos. No había la fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interese, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La ley del encaje (se refiere a la decisión personal de un juez sin fundamento en la ley) aún no se había asentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había que juzgar ni quien fuese juzgado. Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por dondequiera, solas y señeras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento las menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y propria voluntad…”. (I, Cap. XI). Según Mircea Eliade (Myth and Reality, Harper & Row, New York, 1975, págs. 1-34), el mito narra una historia viva, significativa y verdadera que tomó lugar en el tiempo de los “orígenes”, es decir, antes de la caída del ser humano producto de los valores torcidos de la alienante civilización que advino posteriormente. Nos ofrece un punto de partida, un modelo que sirve de guía para la conducta humana y, por ello, le da significado y valor a la vida; constituye un paradigma para todos los actos humanos significativos. El mito de la edad dorada, sede de todas las concordancias vitales, algo así como el summum bonum aristotélico, nos habla de un mundo que posee una condición originaria y una historia significativa que trascienden su condición e historia actual. El Quijote nos convida a retornar a ese origen y a su moral sensitiva. La utopía quijotesca es en ese sentido real y no una quimera, adquiriendo los actos humanos un nuevo valor sustantivo en la medida en que son una reproducción de ese origen. Retornar al origen constituye, pues, el catalizador de una nueva creación o, si se prefiere, de una re-creación trascendental del ser y de la realidad 4

que potencia el establecimiento de un tiempo y espacio nuevos. En ella está la segunda propuesta cervantina. El espíritu de la antigüedad cala hondo en el Quijote. Éste privilegia la virtud. Nos habla de un sujeto político que se mueve afectivamente alrededor de un espacio público colectivo donde su libertad se realiza a través de la voluntad general y la comunidad política.

Es a partir de éstas que trasciende, como

ciudadano, pues es por medio de su participación en dicha comunidad que recibe una educación moral que lo capacita, racional y sensiblemente, para actuar virtuosamente, en función de un bien común. Se genera así el espíritu cívico necesario para la práctica efectiva de la libertad y la igualdad como valores positivos y realidades materiales, dentro de unas relaciones sociales solidarias, de plena reciprocidad. La comunidad política está definida a partir de un ethos humilde, inspirado en un optimismo antropológico, alejado de las influencias corruptoras de la riqueza desmesurada, los valores monetarios y el intercambio de mercancías. El espacio público nos eleva por encima de la existencia parcial y alienada que nos impone la división social del trabajo y la propiedad privada. Es el espacio del homo civitas o homo politicus donde se da la posibilidad real del autogobierno y la autosustentabilidad. En todo caso, es la virtud y no el interés, la principal motivación humana que logra cimentar una sociedad. A partir de la existencia parcial centrada en el adelanto del interés particular sólo cosechamos la ingobernabilidad y el conflicto permanente. La división social del trabajo y la propiedad privada, como fundamentos históricos de la desigualdad entre los seres humanos, no produce al fin y al cabo la verdadera felicidad. Don Quijote busca redimir una sociedad éticamente corrupta que se ha cimentado en una teoría del valor como valor de cambio impuesto por la patrimonialización de todo valor.

Hasta el amor y la amistad se han

patrimonializado. Por su parte, el Quijote busca potenciar éticamente la sociedad en dirección al retorno de la virtud como medida del valor. Desea reconstruir el 5

mundo en torno a los valores de la solidaridad, la humildad, la compasión, la tolerancia, la mesura, la autosuficiencia, la sabiduría, el honor, la dignidad y el amor, entre otros.

Frente a la perversión de los valores patrimoniales,

contrapone los valores de los antiguos, es decir, una fuerte moral social. Vemos así la presencia en Don Quijote de una ética neoestoica y naturalista propia del Renacimiento (Américo Castro, El pensamiento de Cervantes, Editorial Crítica, Barcelona, 1987, pp. 324-352).

¡Hay que vivir según la

naturaleza!, constituye una tercera propuesta cervantina.

Cada ser tiene su

propio devenir marcado por la naturaleza. Reivindica así la autonomía moral para actuar conforme a ella. Cuando Sancho sostiene que nuestros respectivos destinos están en manos de la caprichosa diosa Fortuna, Don Quijote le riposta que “cada uno es artífice de su propia fortuna”. Es decir, cada uno es el forjador de su devenir. Podemos, a partir de nuestros actos concientes, erguirnos sobre nuestro fatum, o sea, sobre nuestras circunstancias dadas. Ese en última instancia será la gran victoria del Quijote, aún habiendo fracasado en su empeño de transformar el mundo. Aún así es cuestionable dicho fracaso, por cuanto con su rebelión contra la realidad trascendió a la memoria colectiva de las generaciones por venir. Sembró para el eterno retorno de la rebelión humana. En los capítulos donde Don Quijote aconsejó a su escudero antes de que se fuese a gobernar a la ínsula (II, Caps. XLII y XLIII), Cervantes nos presenta una cuarta propuesta: el derecho y la capacidad del pueblo más humilde para decidir sobre su propia vida, tanto individual como colectiva, a partir de la práctica de una cultura cívica virtuosa. No empece ello, ya el Quijote le ha advertido que la vida no trata, en última instancia, de ínsulas sino de encrucijadas y de ellas se sale casi siempre con la cabeza rota (I, Cap. X, pp. 282-285). Y aún “los oficios y grandes cargos no son otra cosa sino un golfo profundo de confusiones”. Dicho ello, Don 6

Quijote le recomienda que ha de temer a Dios, “porque en temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada”. En segundo lugar, le dice, como el oráculo délfico, que ha de “poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse”. Y agrega: “Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana, que quiso igualarse con el buey…”.

En tercer lugar, le recomienda la adopción de “principios

nobles” y el ejercicio de su cargo con “una blanda suavidad” que guiada por la prudencia lo librará de “la murmuración maliciosa”. “Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje –le señala el Quijote- y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Innumerables son aquellos que de baja estirpe nacidos han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria…Mira, Sancho, si tomas por medio a la virtud y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista (es decir, se adquiere) y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale”. Sobre la administración de la justicia, le advierte Don Quijote a Sancho: “Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos./Hallen en ti más compasión las lagrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico./Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre./Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo./Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia./No te ciegue la pasión propia en la causa ajena…”.

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Y concluye el Quijote sus consejos sobre la ética de la gobernabilidad de la siguiente manera: “Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días; tu fama será eterna; tus premios, colmados; tu felicidad, indecible; …vivirás en paz y beneplácito de las gentes…”. Aplicando la ética quijotesca a estos tiempos, podríamos entender que la crisis de lo político que se vive por doquier, no se reduce, pues, a simples disfunciones políticas, económicas o personales. más acá de las premisas éticas que animan nuestro orden civilizatorio presente, sino que trata, en última instancia, de la falta de capacidad de transformación de los fines y, de conformidad con ésta, de las instituciones bajo las cuales nos organizamos. La crisis de lo político tiene, pues, sus raíces en los fines éticos que animan lo político. Ésta sólo sirve para testimoniar la necesidad imperiosa de un mundo nuevo que produzca una real recualificación del devenir humano en dirección a la conquista plena, sustantivamente hablando, de la libertad, la igualdad y la democracia como espacio político radicalmente potenciado a partir de un ciudadano, moralmente sensible, responsable de darse a sí mismo la ley como expresión de una nueva forma, más humilde e incluyente, de la alteridad. La propuesta ética quijotesca se asemeja a la hecha posteriormente por el filósofo disidente de la Ilustración, Jean-Jacques Rousseau. Éste, además de deconstruir la cara negativa del progreso civilizatorio (algo así como ver monstruos donde los demás sólo veían molinos), propuso la construcción de aquella subjetividad éticamente edificante más susceptible de nacer a partir de nuestras matrices humanas originarias. Y como bien advirtió el ginebrino, no se trata de una quimera, sino más bien de las posibilidades inherentes a la realidad histórica misma.

La construcción del Estado ético es para él en última instancia la

construcción del sujeto ético, la formación de corazones virtuosos, y ésta debía potenciarse desde fuera, es decir, a partir de la puesta en marcha de un conjunto de instituciones, prácticas, valores y costumbres que no resultarían automática o 8

inevitablemente de la sociedad existente.

La sociedad no encierra “orden

espontáneo” alguno que indefectiblemente se encarga de producir el delicado equilibrio entre los diversos intereses que compiten en su seno. En fin, el ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha, nos hace sentir en el corazón la necesidad de apalabrar un nuevo discurso filosófico posibilitador de un nuevo universo ético más allá del fracasado sistema de valores de la civilización actual. Nos invita a la construcción de un nuevo saber de la libertad y la gobernabilidad, capaz, a partir de la más consecuente práctica de la virtud, de moralizar y socializar la voluntad humana más allá del destino parcial y unidimensional que, a partir de la ética utilitaria de nuestros tiempos, se le ha pretendido imponer como el único posible. Junio 2005

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