La estructura socioeconómica tardoantigua. Transformación de las villae y aparición de nuevos modelos de poblamiento rural en la meseta central de Hispania.

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Descripción

LA ESTRUCTURA SOCIOECONÓMICA TARDOANTIGUA

TRANSFORMACIÓN DE LAS VILLAE Y APARICIÓN DE NUEVOS MODELOS DE POBLAMIENTO RURAL EN LA MESETA CENTRAL DE HISPANIA

CARLOS BONETE VIZCAÍNO HISTORIA DE LA ESPAÑA ROMANA Y VISIGODA 1º HISTORIA E HISTORIA DEL ARTE

Índice

1. «Quid est villa».............................................................................................................................. 3 2. La evolución de las villae.............................................................................................................. 4 3. Castra como nueva opción tardoantigua (asentamientos concentrados)....................................... 5 4. Entre la villa y la aldea.................................................................................................................. 7 5. Las aldeas como otro modelo de poblamiento rural en la meseta (asentamientos dispersos y agregados).............................................................................................. 8 6. Áreas marginales........................................................................................................................... 13 7. Un nuevo modelo social................................................................................................................ 13 8. El final del Imperio y de las villae. Conclusión............................................................................ 15

Bibliografía........................................................................................................................................ 17 Anexo fotográfico.............................................................................................................................. 19

«Quid est villa» La villa tardoantigua y el modelo socioeconómico a finales del Imperio pueden ser uno de los temas más llamativos del mundo antiguo. Si bien la desaparición de un modelo arquitectónico de villa y su sustitución por aldeas o hacinamientos en altura puede verse atestiguado desde un punto de vista arqueológico, la información referente a la gestión económica y social de las estructuras deberán tratarse más desde las fuentes literarias. Además, las villas comprenden diversos significados según la realidad en la que nos encontremos. La villa tardoantigua presenta algunas características peculiares, vinculadas a las condiciones políticas y socioeconómicas de la época. En nuestro caso, tienen especial importancia las villas que han recibido una reestructuración arquitectónica significativa en el siglo IV d.C.: transformaciones, abandono de los edificios residenciales en los siglos siguientes, hasta el VI, etc. Las pruebas presentadas por las fuentes literarias, en relación con el tema de las razones históricas y culturales para vivir en una villa en este período, contribuye a la comprensión de las características y transformaciones de las residencias rurales de la antigüedad tardía. La villa, en la tradición literaria, alude a diferentes tipos de edificios que tienen la característica común de estar en zona no urbana, es decir, de ser urbs in rure, ciudad trasladada al campo. El mismo término, de hecho, se utiliza para referirse tanto a instalaciones rústicas y agrícolas (pars rustica y fructuaria) como a emplazamientos residenciales de lujo (pars urbana), y su uso varía con el tiempo dando lugar a una variedad y complejidad de ejemplos. Fruto de esta alternancia de funciones y de la poligamia que implica una evolución tan variable, podremos encontrar cambios en el vocabulario durante el paso del tiempo. Por ello, no se puede dar una definición de la "villa" sin tener en cuenta el contexto específico en el que se utiliza el término en sí.1 La dificultad de definir exactamente esta palabra estaba bien percibida por los autores antiguos, como lo demuestra un diálogo de De re Rustica, de Varrón, donde los interesados se preguntan quid est villa.2 De todas formas dos parecen ser los componentes esenciales de la villa: las funciones de producción como la agricultura y el carácter residencial expresado por la calidad y el lujo de la decoración. El análisis de la obra de Varrón confirma esta variedad de posibles definiciones: en el primero y segundo libro, el término villa designa a una granja3 que fomentaría la autosuficiencia, mientras que en el tercero el término se refiere a una vivienda con lujo y prestigio que cubría la función residencial vinculada al propietario. La villa es, pues, una entidad compleja que combina los usos residenciales y productivos y tiene un valor ideológico específico que la hace un producto original de la civilización romana. La relación 1

Sfameni, C.: Ville residenziali nell’Italia tardoantica, Bari, 2006, pp. 9-15.

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Terencio Varrón, Marco: De Re Rustica, 3, 2. Disponible en http://es.scribd.com/doc/228590119/Marco-TerenzioVarrone-De-Re-Rustica#scribd [consultado el 15.04.2015]. 3

Terencio Varrón, Marco: O.c., 1, 13, 7.

entre ciudad y cosmovisión es muy fuerte, hasta tal punto que la inaguratio de las ceremonias tenía como objeto convertir al territorio de la ciudad en un templo. Además, su disposición axial y su división en parcelas (centuratio) significaba más que una organización funcional o racional: era parte de un orden divino que le iba a proporcionar perpetuidad. Plinio el Viejo ya la menciona al hablar de las Doce Tablas (nusquam villa nominatur)4 como una especie de arquitectura más reciente, atestiguada sólo a finales del periodo republicano y desarrollada en Hispania a partir de la primera mitad de siglo I d.C. con la fundación de las ciuades. La villa irá evolucionando a un sistema de producción particular al que se dedican numerosos estudios específicos. La ideología imperial y aristocrática queda atestiguada en la magnificencia de las villae, que experimentarán la decadencia de la urbe como representación de la aristocracia y creará modelos suburbanos y campestres en la tardoantigüedad, los cuales tendrán una manifestación muy notable en Hispania. La evolución de las villae Las villae aglutinan a la población rural resultante del periodo altoimperial conformando una red variada con una jerarquía interna, desde haciendas amplias y con sedes aristocráticas hasta otras más sencillas, desprovistas de termas y mosaicos. Éstas sufren en el siglo V d.C. un punto de inflexión que provocará el abandono de las élites aristocráticas5 y que, su vez, pondrá fin al desarrollo económico iniciado en la primera mitad del siglo IV d.C.6 A partir de estos momentos de inseguridad, atestiguada por la ocultación de ajuares modestos, un abundante número de villas se convierten en almacenes y se reutilizan (saxa rediuiua). Lo que llevó a su reutilización no fueron tanto los edificios en sí, sino el área agrícola que los rodeaba. A partir de la reconversión de estructuras, evidenciada en la arqueología, se ha podido apartar la visión tan catastrofista (crisis, destrucciones y abandonos) que se tenía del final de las villas, a favor de una interpretación más ligada a los cambios socioeconómicos como motor del cambio (las cenizas y transformaciones arquitectónicas, que apoyaban la teoría de la destrucción generalizada de las villas, en la segunda mitad del siglo III d.C, son posteriores y no pueden relacionarse con las invasiones francas y germanas del III. La evolución de las villas tardoantiguas comienza por una etapa monumentalizante, en torno al siglo III-IV, que provoca cambios arquitectónicos sobre todo en zonas dedicadas a lo público (peristilo, comedor, salas de recepción, termas, con cuidadas decoraciones, esculturas de diferentes

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Plinio, el Viejo: Naturalis Historia, 19, 50. Madrid, Ed. Gredos, 2007. Traducción y notas de Antonio Fontán, Ana María Moure Casa e Ignacio García Arribas. 5

Como se reitera durante toda la investigación, la desaparición de las élites es uno de los fenómenos más llamativos y evidentes. La ausencia de una aristocracia se atestiguada mediante la eterna presencia de una mano campesina en las estructuras. 6

Chavarría, A.: Interpreting the transformation of late roman Villas: the case of Hispania, en N. Christie, Landscapes of Change, Aldershot, 2004, pág. 70.

épocas y mosaicos que han recibido una gran atención) y refleja el poder de los propietarios. Por otra parte, diversos cambios van a tornar el carácter residencial de los establecimientos rurales del Levante y Sur peninsulares, con el fin de albergar nuevas funciones como la productiva. Así, se reutilizan las piscinas de las termas eliminado las pilae y el pavimento superior Por ello aparecen prensas, lagares, hornos y pavimentos de opus signinum. La propiedad de carácter emprendedor descrita por Columella y Varrón, propiciaría la aparición del latifundio, una consecuencia importante de la transformación administrativa del Imperio a partir de Diocleciano.7 Las villas muestran el inicio de su decadencia en torno al siglo V-VI d.C, variando la cronología según cada ejemplo y el contexto al que esté adscrito. Es en esta fecha cuando se llevan acabo las últimas reformas arquitectónicas y ornamentales, como es el caso de los mosaicos de Santisteban del Puerto [fig. 1]. Éstos representan dos temas mitológicos sin relación aparente entre sí (Apolo y Marsias y Aquiles en Esciros) pertenecientes a una villa rural, entre finales del siglo IV y principios del V.8 A partir de entonces las villas monumentales del interior peninsular entran en declive. El último modelo que vemos en las villas es aristocrático (otium) y será abandonado paulatinamente con formas de ocupación residual (squaterización) y técnicas de construcción rudimentarias, siendo restituido por basureros, cabañas de poste, silos etc., lo que indica también un cambio en el tipo de población (status socioeconómico diferente). Es la utilización de estos materiales lo que no nos permite seguir afirmando una continuidad del lujo aristocrático presente en los últimos momentos de la villa, en los que, de hecho, las élites abandonan el medio rural o se han afincado en castella. Además las iglesias relacionadas con algunas villas se construirían posteriormente cuando ya éstas estaban acabadas. En relación a las iglesias, algunos autores como Brogiolo y Chavarría han visto en los propietarios una intención evergética y consideran algunas villas como células misioneras que contribuyen a la propagación del cristianismo. Estas iglesias, y más tarde los monasterios, acapararán las funciones de las villas como centros administrativos y recaudadores de impuestos. Castra como nueva opción tardoantigua (asentamientos concentrados) La transformación de las villae tardorromanas es una forma más de las diferentes maneras del poblamiento rural postromano. Entre ellas, y en este mismo momento de decadencia de la villa, destaca la construcción de los castella y castra, modelos fortificados (bien sea con murallas o pomerium de linde física o ideológica) pertenecientes a una aristocracia según las habitaciones estudiadas, los materiales más consistentes, las plantas complejas, etc. que contrastan con las otras estructuras tratadas, pertenecientes a periodo final de las villas. Estos yacimientos son testimoniados por las fuentes y por la arqueología en gran parte del norte-centro peninsular:

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Vera, D.: Le forme del lavoro rurale: aspetti della trasformazione dell’Europa romana fra tarda Antichità e Alto Medioevo. En LIV Sett. CISAM, Espoleto, 1997, pp. 293-338. 8

Navarrete Orcera, A. Ramón: El mosaico romano de Santisteban del Puerto (Jaén). Revista de Didáctica de Cultura Clásica, Griego y Latín, nº3, 2012, pp. 273-312.

Conocemos Alto de Yecla (con abundante cerámica hispano-romana perteneciente al siglo V-VII, muy presente en los castros de Quintanilla del Coco y Tejada)9, el castro de Cabeza de Navasangil (ocupado durante los periodos visigodo y bajo medieval con una muralla de refuerzo y amplios muros que acogen a unas 40 viviendas de planta rectangular con dos o más estancias, situadas en ambos lados de la muralla)10 o el Cerro de la Virgen del Castillo en Segovia (hábitat fortificado, situado en una posición privilegiada, cuya cronología debemos adscribirla a la etapa comprendida entre el siglo V-XI d.C.gracias a la “cerámica común tardorromana, imitación de la sigillata)11. Es clara la relación del abandono de las villae a principios del siglo V a.C y la construcción de esta fortaleza de Segovia, tal y como constata la presencia de amortizaciones de diferentes materiales procedentes de las villas. Es el caso de las murallas, construidas de forma rápida, que evidencian materiales reutilizados y problemas de cimentación. Otro exponente de este poblamiento concentrado sería la ciudad de Toledo, el Castro del Pontón de la Oliva (Patones, Madrid) o el Cerro de Cabeza Gorda (Carabaña, Madrid). La función de los castra tardoantiguos en la organización administrativa de la península, será de suma importancia en algunos casos, pues se convierten en centros administrativos, fiscales y religiosos. Es el caso de Toledo, una ciudad pequeña pero bien defendida, que lleva a cabo una notable reactivación de su papel. Podríamos encuadrar esta forma de vida dentro del fenómeno del "encaramamiento", que comporta el traslado de una comunidad a un lugar fácilmente defendible gracias a las barreras naturales. La importancia de estos asentamientos estriba, sobre todo, en lo político. Por último, aunque pudieran reocupar un territorio que ya fue poblado en tiempos prerromanos, ésta no es una causa factible para deshacer lo conseguido en cuanto a la estructura social. La coincidencia espacial de estas sociedades desplazadas, tras el período bajoimperial, no las asimila a otras anteriores, si bien es cierto que estas sociedades postromanas locales pudieran asimilarse un poco al estilo prerromano. Al contrario de lo que se pueda pensar, y pasa lo mismo con las aldeas que vamos a tratar posteriormente, la tipología de hábitat, construida en materiales perecederos, es totalmente nueva y diferente a las existentes en el mundo prerromano y romano. Además se sitúan en diferentes contextos naturales buscando siempre una ventaja (cerámicas, tumbas, etc.).

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González Salas, Saturio: El castro de Tecla, en Santo Domingo de Silos (Burgos). Madrid, Ministerio de Educacion Nacional, CGEA, 1945, pp. 26-28. 10

San Sebastián Aller, F. Javier: Cabeza de Navasangil, Ulaca y Manqueospese. Salamanca, La Facendera, 2009., pág. 4. Disponible en http://lafacendera.com/varios/BUlaca2.pdf [consultado el 23.04.2015]. 11

Fuentes, A.; Urbina, A.: El hábitat amurallado del Cerro de la Virgen del Castillo (Bernardos, Segovia). Nuevas aportaciones arqueológicas a un lugar defendido entre la Tardía Antigüedad y la Conquista Cristiana. IV Encuentro Internacional Hispania en la Antigüedad Tardía, Alcalá de Henares, 1999. Disponible en www.uam.es/personal_pdi/ filoyletras/afuen/trabajos/castilla_leon/Sin%20Autor%20-%20cerro_virgen_castillo_segovia.pdf [consultado el 24.04.2015].

Entre la villa y la aldea Estas dos unidades de poblamiento suponen el problema principal en el paso de la Antigüedad a la Edad Media. Entre los siglos V y VI d.C. se produce el paso de la villa a una amplia red de aldeas que podremos denominar como "medievales", a través de las transformaciones que ponen fin a la villa. En el proceso transformador de las villas tardorromanas siempre encontraremos actividades productivas que se realizan en estancias, ahora con materiales residuales, que en un momento anterior se dedicaron a funciones residenciales, dentro de los círculos aristocráticos; necrópolis que han reconvertido, a su vez, las áreas residenciales o productivas, indicando el final de las villae como modelo de asentamiento predominante; por último, edificios indicadores de la cristianización y de la nueva organización del poblamiento rural, que aúnan los intereses de la aristocracia y de la Iglesia, la segunda de las cuales acapara grandes extensiones de terreno urbano y rural a través de la primera (la aristocracia).12 Dentro de las tres posibles áreas de estudio en la Península13, atendemos a la Meseta Central castellana, lo que correspondería con la Carpetania. El programa de obras públicas llevado a cabo en los últimos años, ha provocado la floración de múltiples estudios sobre emplazamientos comprendidos entre Toledo y Alcalá de Henares, entre los ríos Jarama y Guadarrama. Algunos de ellos aluden a la evolución de grandes villas, paradigmas de las villae tardorromanas, mientras que otros ejemplos se corresponden con las aldeas, las cuales proporcionan múltiples estructuras habitacionales. Trataremos ahora las villas propiamente dichas, para luego entrar en el estudio de las aldeas (en el siguiente apartado), compartiendo, eso sí, localizaciones muy cercanas (Sur de la Meseta Central castellana). En el término municipal de Pinto, resalta el conjunto arqueológico de Tinto Juan de la Cruz, que comprende dos yacimientos, uno agrícola de época alto-imperial y otro de tiempos bajo-imperiales. Tiene especial importancia este último por su abandono (s. IV d.C.) y reocupación (s. V d.C.). Un cuchillo de tipo Simancas ha posibilitado la datación de la reocupación en la pars urbana. Junto a una terraza intermedia del Jarama, destaca la Villa de Valdetorres [fig. 2], famosa por su tamaño y representativa del modelo tardorromano. Tiene una planta octogonal, desarrollada en torno a un patio porticado, también octogonal. Otro caso es la Villa de La Torrecilla14 [fig. 3], que refleja la reutilización de un espacio residencial para desempeñar funciones productivas. Su proximidad al Manzanares y las tierras fértiles nos

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López Quiroga, J.; Benito Díez, L.: Entre la villa y la "aldea". Arqueología del hábitat rural en Hispania (siglos VVI). Museo Arqueológico Regional, nº 11, Alcalá de Henares, 2010, pág. 293. 13 14

López Quiroga, J.; Benito Díez, L.: O.c., pág. 274-281.

Blasco Bosqued, Mª. C.; Lucas Pellicer, Mª. R.: El yacimiento romano de La Torrecilla: de villa a tugurium, Madrid, 2000.

remontan a la idea ya planteada de que la reconversión de las villae y la reutilización de sus materiales se debe a la proximidad de tierras potencialmente agrícolas. Las excavaciones fueron sacando a la luz hoyos (silos) y muros mal trabados. También se encontraron un horno, una pila y unas bancadas que formaría parte de una cocina, en la que se elaboraba vino. Los procesos para su obtención son descritos por Varrón, Columella o Plinio. Por último, en sus proximidades, se halla la necrópolis de El Jardinillo, que evidencia la presencia visigoda. Al igual que la Villa de La Torrecilla, la villa de El Saucedo estuvo expuesta a una reconversión. Pero en este caso enfocada hacia el culto cristiano, pues en sus últimas fases cronológicas (s.V-VI d.C) encontramos una iglesia con una piscina bautismal construida sobre el apodyterium o frigidarium anterior. Se descubrió, también, un altar y un petral con un crismón. La Villa tardorromana del Prado de los Galápagos [fig. 4], entre San Sebastián de los Reyes y Alcobendas, tiene su cenit cronológico en tres edificios organizados en torno a un patio central que corresponden a la villa tardorromana. Posteriormente se dividen las estancias hasta que se amortizan en el siglo VII d.C. Un ejemplo de villa suburbana lo constituye la Villa de El Val (Alcalá de Henares), ya que dependería de Complutum. Es llamativa su mayor estancia: la "Sala del Auriga", la cual recibe el nombre por su magnífico mosaico [fig. 5] y presenta divisiones en madera que reorganizarían el espacio en un momento posterior. Las dimensiones del mosaico son de 10 por 15 metros. Como ocurre casi siempre, no se conserva íntegramente y sólo algunas teselas se mantienen fijas. Además de las condiciones sufridas tras el abandono de los propietarios y los silos construidos sobre el mismo, una conducción de agua realizada en los años 70 atravesó la habitación longitudinalmente, cortando al mosaico.15 Como no, Carranque, en la provincia de Toledo, reúne las características evolutivas de la villa. Estuvo expuesta a una gran monumentalización y riqueza ornamental en torno al siglo IV d.C., lo que hace pensar que estuvo vinculada a un familiar de Teodosio, Cinegio Materno. Sus mosaicos son ampliamente conocidos y es preferible no detallarlos con el fin de no prolongar en exceso la investigación. Las aldeas como otro modelo de poblamiento rural en la meseta (asentamientos dispersos y agregados) Además de los las villae y los castra, disponemos de suficiente información para reconocer un tipo de residencia, desconocida y fuera de debate hasta hace poco, que ofrece habitación a alrededor de un centenar de personas, las cuales producen recursos y se expresan a través de una identidad 15

Rascón Marqués, S.; Méndez Madariaga, A.; Sánchez Montes, A. Lucía: El mosaico del Auriga de la villa romana de El Val (Alcalá de Henares, Madrid) y las carreras de carros en el entorno complutense. Alcalá de Henares, Espacio, Tiempo y Forma, Serie I, Prehistoria y Arqueología, t. 6, 1993, pág. 309.

original. Buena parte de la antigüedad tardía está constituida fundamentalmente por aldeas. Estas zonas pueden edificarse en áreas ya ocupadas por las villas romanas o, por el contrario, en sitios aún no construidos. Su localización, en el centro peninsular, se halla entre los ríos Jarama y Guadarrama [fig. 6, 7], destacando una densa red de aldeas, que conservará su vigencia en época visigoda como La Indiana, Fuente de la Mora, Gózquez, Pinto, El Pelícano, El Rasillo, etc. Muchas de éstas se han puesto en relieve tras abandonar las ansias por descubrir suntuosas villas. Esto ha permitido una mayor información sobre nuevas formas de poblamiento. Casi todos estos yacimientos corresponden a asentamientos dispersos, construidos sobre antiguas villas romanas y formados por granjas aisladas y explotadas por una sola unidad familiar a la que podían adscribirse algunos trabajadores que formaran parte de esa unidad productiva. Es el caso de Fuente de la Mora (Leganés), donde encontramos dos pequeños núcleos (probablemente la doble residencia puede explicarse a través de un cambio de localización) en torno parcelas fijas de explotación. Las áreas se enmarcan en terreno apto para cultivos de secano, llevado a efecto en las laderas, por encima de las casas (ya que lo residencial se sitúa en fondos bajos de los valles). Según los restos encontrados, abunda una economía basada en el trigo (no muy lejos de la residencia, según los análisis de polen) y la cebada, cosechados junto con su tallo largo para emplear como material constructivo. También es observable la explotación del olivo para obtener aceite [fig. 8], así como una pequeña proporción ganadera (mulas, asnos y équidos, estos últimos relacionados con el acarreo de sal, obtenida del arroyo de Espartinas) y textil a pequeña escala (pesas de telar en forma de rosquilla). Las epidemias son fácilmente reconocibles debido al alto número de enterramientos colectivos que están fuera de toda lógica religiosa. Es el caso de los silos, que actúan como fosas comunes [fig. 9] y acogen a animales, personas y vajillas (riesgo de contaminación) al mismo tiempo. Sin embargo los yacimientos no se llega na abandonar entre estos siglos de hambrunas o epidemias, por lo que su actividad continúa. La Indiana [fig. 10] ofrece datos de múltiples cronologías de las cuales es significativa la tardorromana y altomedieval perteneciente a un suburbio de 9.500 m², lo cual hace pensar que el poblado era amplio, con núcleos dispersos pero cercanos entre sí.16 Los tipos de estructuras corresponden a cabañas, silos (los cuales van modificando su disposición y características durante la ocupación altomedieval), bodegas, enterramientos y pozos de mediados del siglo V d.C, un ámbito vinculado con las formas de ocupación residual y técnicas de construcción rudimentarias que restituyen el modelo último aristocrático de las villae. La Indiana-Barrio del Prado es un yacimiento

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Vigil Escalera, A.: Cabañas de época visigoda: evidencias arqueológicas del sur de Madrid. Tipología, elementos de datación y discusión. AEspA, 73, 2000, pp. 223-252.

que acoge el nombre de La Indiana ya que está muy cercano a éste y, del mismo modo, acoge la presencia islámica, evidenciada en silos y vajillas. Por otro lado, la zona de Gózquez de Arriba (San Martín de la Vega) es conocida por sus 23.900 m² excavados, a los que se añaden 4.400 de la necrópolis [fig. 11]. Las pequeñas necrópolis, presentes en estos asentamientos dispersos, solían tener de dos a seis sepulturas. La tipología de sus estructuras es idéntica a la de La Indiana y alguna de ellas señalan al siglo VI d.C como año de implantación. De hecho, según la datación radiocarbónica de los materiales de relleno, en concreto de huesos, el segundo cuarto de siglo VI protagonizaría la primera fase cronológica. Su sistema parcelario apunta a un tipo de asentamiento agregado que ahora trataremos y que reunía a varias unidades familiares. A una fecha parecida corresponde El Rasillo, que proporcionó contextos de abandono bien identificados mediante una cerámica de importación africana que encajaba perfectamente con la cerámica fina tardorromana. Los conjuntos con cerámica común comenzarían a partir del 450 d.C., como es el caso de Congosto (Rivas-Vaciamadrid). Los yacimientos de La Huelga y El Malecón (límites de Madrid) [fig. 12] presentan cabañas semiexcavadas asociadas a silos y otros hoyos de reducida profundidad. La cerámica nos remite como siempre al siglo IV d.C. Cercanos a estos descubrimientos se encuentra El Guijo y El Bajo del Cercado (entre Madrid y Alcobendas) [fig. 13], cuyas estructuras remiten a los ejemplos generales. En la zona del arroyo de Canto Echado (Leganés), se localiza La Recomba [fig. 14], que acoge diferentes unidades familiares a partir de cinco emplazamientos.17 Algo similar a La Recomba es el yacimiento de Buzanca 2, un poblado grande con una cronología del siglo V-VI d.C, con cubetas, hoyos, hornos ovalados, silos, etc. En El Pelícano se ha podido recrear el funcionamiento de alguna de las cabañas y se reitera el patrón económico seguido en los yacimiento citados y que ya trataremos (insistencia de la explotación de cereal y el olivo). El espacio central se encuentra rehundido con forma rectangular y el Norte está delimitado por una larga zanja en forma de U que albergaría materia vegetal, abierta al Sur en donde se adosa al espacio central.18 En Colmenar Viejo, zona de sierra, destaca Dehesa de Navalvillar [fig. 15]. Las estructuras son perecederas, con tejados de paja o tejas, muros sin argamasa, postes de madera, etc. Los restos óseos evidencian la práctica del pastoreo. En el mismo Colmenar hay otro enclave por el arroyo de 17

Penedo Cobo, E.; Sanguino Vázquez, J.: El yacimiento visigodo de La Recomba. En: La investigación arqueológica de época visigoda en la Comunidad de Madrid, Vol. II: La ciudad y el campo (Zona Arqueológica, 8), Madrid, 2006, pp. 605-615. 18

Vigil Escalera, A.: Nuevas perspectivas sobre la arqueología madrileña de época visigoda. Madrid, Sociedad Cooperativa Madrileña, pp. 172-180.

Tejada. Por la misma zona asoma el Cancho del Confesionario, un emplazamiento con función defensiva o de vigilancia, que aprovechaba el granito de su entorno y corresponde a una cronología visigoda del VI d.C. Aquí se encontraron unas piedras con números romanos, interpretadas por Gómez Moreno como visigodas.19 Las estructuras halladas en las aldeas tratadas y pertenecientes al Sur de Madrid y a la Meseta Sur, son en su mayor parte cabañas [fig. 16] y silos, se representan partiendo de la idea de que están constituidas por una parte aérea, de la que podemos deducir algunos datos, y por otra subterránea, la cual podemos afirmar con más seguridad pero teniendo en cuenta el arrastramiento del terreno por parte de los arados, la escarnecía superficial en las laderas y la gravedad que han motivado la desaparición del registro original. En el caso de las cabañas, en la zona tratada (Meseta Sur de Madrid), vemos estructuras en su mayor parte ovaladas correspondientes al tipo A [fig. 17], aunque se conocen rectangulares como los tres ejemplos tipo B de La Indiana y Gózquez de Arriba, con ángulos vivos o redondeados. No tienen más de un metro de profundidad según los resultados tafonómicos y su techumbre alude a dos vertientes o a la forma cónica. La parte excavada de Pinto y San Martín de la Vega nos proporciona una imagen de asentamiento rural con un modelo de organización enfocado al interior pero disperso. Estos espacios que separan las estructuras arqueológicas evidencian una organización económica ajena, dependiente de la aristocracia de los núcleos urbanos. En su evolución, la ocupación no parece aumentar su tamaño sino que se va aprovechando la disposición original de las estructuras para construir encima. Gózquez representa bien el esquema general de este tipo de aldeas, en las cuales se alternan parcelas, intensamente ocupadas, con espacios sin evidencias arqueológicas que apuntan a la idea de una posible actividad agrícola. De hecho, los análisis paleobotánicos y arqueozoológicos indican que su economía se basaría en la cerealicultura (almacenamiento de cereal en silos), el cultivo de olivares y la cría de équidos. Ello se corresponde con el conjunto de leyes legislativas germánicas (burgundias, francas, alamanes, longobardas, bávaras) que denuncian una economía silvícola y pastoral en la mayor parte del Occidente tardoantiguo. Como material perecedero pero de uso masivo resalta la madera, utilizado en muchas estructuras y considerada de primer orden en leyes como las burgundías. Su importancia queda atestiguada en las leyes relacionadas con los incendios de bosques o con pensiones por pérdida de propiedades, penas muy altas aplicadas por matar o robar instrumentos a un trabajador de la madera. Asimismo, los pozos hidráulicos apoyan la idea de una economía dependiente que, como ya habíamos tratado en párrafos anteriores, dotara a estos asentamientos de autosuficiencia. La presencia en la zona alta de la ladera de un único edificio de planta compleja no asociado a un uso residencial podría corroborar la existencia de una administración independiente y jerárquicamente

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Caballero Zoreda, L.; Megías Pérez, G.: Informe de las excavaciones del poblado medieval del Cancho del Confesionario. Manzanares el Real (Madrid), Julio 1973, Noticiario Arqueológico Hispánico, Arqueología 5, 1977, pp. 325-332.

superior. Sin embargo los datos de las necrópolis aconsejan no pronunciarse al respecto, pues no evidencian diferencias apreciables. Por otro lado, algunos autores20 consideran que el término aldea se podría asociar, sin dificultad, sólo a los asentamientos agregados (Gózquez de Arriba), que difieren en su disposición, planteamiento y composición de los dispersos. En el caso de los agregados, vemos un extenso plano ocupado por distintas realidades domésticas que conviven a partir de espacios delimitados por vallas o zanjas, según la propiedad [fig. 18], y teniendo como zona común la necrópolis, con cerca de 200 sepulturas. Encontramos de 12 a 24 casas que acogerían a un mínimo de 100 personas, quienes estarían integradas en un sistema de solidaridad y aprovechamiento de recursos, gracias a las ventajas que les brinda su reducido número. Se piensa que este modelo de poblamiento agregado es, realmente, el más común tras el colapso del Imperio romano. Las excavaciones no son muy numerosas pero sobresalen algunas en Madrid y comarcas del valle del Duero. Muchas de las viviendas van cambiando su posición, convirtiendo la antigua tierra ocupada en gran potencial orgánico. Además, tampoco se constata aquí la existencia de iglesias como lugar común, lo que nos lleva a la idea de que desconocemos si este mundo de aldeas tendría una sede dominical o jerárquica en la que diferenciáramos bien las élites. Por ello, no podríamos afirmar que las residencias palaciales de Pla de Nadal, Melque o Guarrazar actuaran como un centro integrador de esos medios rurales, aunque en el caso de Melque parece bastante probable. El fin de las aldeas en la Meseta lo encontramos en torno al siglo VIII d.C, aunque su despoblamiento no es rotundo ya que en Fuente de la Mora o La Indiana perviven núcleos muy reducidos de grupos unifamilares que se van desplazando a intervalos cortos de tiempo. Estos descubrimientos en la región de Madrid nos llevan a pensar que, a pesar del cambio económico y social acaecido en las ciudades desde la época imperial, su estatus político no disminuye tanto en estos tiempos y siguen siendo los espacios por antonomasia del poder y de la civilización. Esto se deduce de su especialización, su actividad económica, su organización que, unidos a los avances en la lectura cerámica, nos permite explicar mejor la evolución de estas ideas y los nuevos planteamientos en su organización, su distribución interna y las relaciones que fomentan entre sí, dentro del proceso de transformación del medio rural entre lo tardorromano y lo medieval. Así, surge una nueva sociedad que hereda el paisaje clásico pero que aplica sus necesidades regionales. De hecho, se ha planteado para las sociedades tardorromanas el fenómeno contrario a la romanización, que consistiría en una absorción, por parte de la población romanizada, de nuevas formas de vida traídas por los invasores (en este caso la monarquía goda). Numerosos objetos de la cultura longobarda evidencian esta influencia.

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Vigil Escalera, A.: El modelos de poblamiento rural en la meseta y algunas cuestiones de visibilidad arqueológica. Madrid, Sociedad Cooperativa Madrileña, 2006, pág. 90.

Áreas marginales Además de las aldeas, de las cuales hemos dado ya algunos datos, encontramos emplazamientos en bosques y zonas húmedas donde se explotan recursos inalcanzables en la mayoría del territorio ocupado. Estos recursos eran minerales, que habían sido importados en época romana ya que era más rentable (tenemos el ejemplo de la pietra ollare, la cual servía para fabricar material de cocina y constituye una prueba de intercambio con otros productos internacionales). Además se obtenían productos muy concretos como las castañas. Según los estudiosos, sería poco probable que estas áreas se hubieran alejado del control de los grandes núcleos urbanos pues, a pesar de si situación independiente geográficamente, las fuentes escritas evidencian un control de estos recursos (desde el hierro a la piedra y desde la cría porcina a la pesca). Por ello estas áreas, aunque marginales, seguirían sujetas al control de las aristocracias y sólo en el caso de prescindir de importancia económica y política, podrían excluirse de una control político, económico y religioso.21 La complejidad del modelo tardorromano o tardoantiguo. El estudio de un modelo multivariado Este epígrafe hace referencia a la variedad de tipologías que nos encontramos. Aunque todas se parezcan de algún u otro modo y compartan un modelo genérico, cada emplazamiento ha de ser analizado en relación a los distintos factores que afectan a cada territorio de forma diferente: las peculiaridades locales, el peso de la continuidad de la propiedad, la aristocracia, las formas estatales, la producción agraria y las estrategias de explotación o el papel de la Iglesia. Uno de los importantes ámbitos a analizar es el económico, con el que trazamos una línea evolutiva en ciudades que entran en crisis y desaparecen y otras que se desarrollan con nuevas funciones políticas o nuevas explotaciones de recursos. A su vez, habría que averiguar su interdependencia y el papel de los castra en relación a los territorios subalternos. El papel del mercado es notable en cuanto a monedas, cerámicas, productos varios (vidrios, huesos, metales). Estos productos entrarían dentro de un flujo de intercambio provenientes de diversos territorios y procedentes también de los territorios dependientes estudiados. Esta condición de dependencia vendría dada por la gestión comercial, controlada por un poder superior. Si bien algunos mercados como la pequeña artesanía y algunos productos agrícolas podrían desencadenarse por iniciativa individual, es claro que a un nivel más alto intervenían tratados. Este aspecto no está

21

Brogiolo, G.P. y Chavarría, A.: El final de las villas y las transformaciones del territorio rural en Occidente (siglos V-VIII). Asturias, Ediciones Trea, 2008, pp. 204-205.

tan claro en la Península pero sí en Italia, donde se halló un tratado entre el rey Liutprando y los habitantes de Comacchio del 715.22 Desde un punto de vista social, existen diferencias marcadas por los análisis arqueozoológicos, que revelan dietas diferentes así como en la estructura de los asentamientos. Ya hemos visto las diferentes formas de vida tras la desintegración de las villae y cómo éstas son bastante diferentes entre sí, llegando a producir quebraderos de cabeza en cuanto a los asentamientos dispersos, agregados, concentrados, castra, castella y la delimitación de la definición de aldea (bastante cercana a la tipología del asentamiento agregado23). Otro elemento es la dependencia de los campesinos respecto al control de las aristocracias. Durante el final del Imperio se gestó la organización de provincias bastante fragmentadas bajo la supervisión de grupos de élite. Los territorios eran explotados indirectamente por campesinos que pagaban una renta al propietario. Habría que tratar hasta qué punto este sistema se mantuvo y, en el caso de que se desintegrara, si los campesinos conservarían una cierta independencia para explotar los territorios tras la crisis del Imperio.24 Los textos nos advierten de la presencia de jerarquías y aristocracias, pertenecientes al ámbito eclesiástico o militar del siglo VI d.C, que controlaban la explotación de las tierras tras la desaparición de las villas, aunque de forma más reducida que en los siglos anteriores (IV y V d.C). Tenemos el caso, ya estudiado, de Gózquez, donde se advierte una organización económica trazada desde núcleos urbanos. Por otro lado, los cambios estructurales en los asentamientos se reparten entre la Antigüedad y la Alta Edad Media. La dificultad cronológica es notable en casos que se solapan en el tiempo y e espacio, provocando problemas conceptuales e históricos. Un nuevo modelo social Con la entrada de los germanos en Hispania se inicia un periodo de coexistencia entre hispanorromanos y germanos. Un elemento diacrítico fundamental entre romanidad y barbarie lo constituirá el cristianismo católico. Hidacio nos propone una lectura apocalíptica de lo acaecido con la llegada bárbara: salidas de hispanorromanos, alrededor del siglo V d.C., como obispos y diáconos huidos a Africa, Baleares, que ejercerían funciones más allá del ámbito eclesiástico. Muchos de los puestos de obispos los ocupaban antiguos senadores, huérfanos del Imperio.25

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Brogiolo, G.P. y Chavarría, A.: O.c., pág. 206.

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Véase, Vigil Escalera, A.: El modelos de poblamiento rural en la meseta y algunas cuestiones de visibilidad arqueológica. Madrid, Sociedad Cooperativa Madrileña, 2006, pág. 90. 24 25

Wickham, C.: L’Italia e l’Alto Medioevo. Archeologia Medievale, núm. 15, 1988, pp. 105-124.

Vilella Masana, Josep: Hispania entre el Imperio Romano y las Monarquías Germánicas. Arqueología, paleontología y etnografía. 1998, pág. 28.

El concepto de Etnogénesis se introdujo a lo largo de los años 80 con el trabajo de R. Wenskus, W. Schlesinger o H. Kuhn, y tenía el fin de delimitar la definición sociopolítica de los invasores visigodos. Esta nueva visión, que rompía con la idea de la nobleza de sangre presente a partir de la primera mitad del siglo XIX, pretende mostrar una sociedad claramente jerarquizada a raíz del poder de un rey (dux). Esta sociedad, presente al menos en las migraciones de los siglos IV y V d.C. [fig. 19], estaría coronada por una realeza militar que iba ganando adeptos según las victorias militares y no por nacimiento. Debajo de la realeza se sitúa la soberanía doméstica, un grupo de familias lideradas por el dominus, quien dirigía el ámbito doméstico y el militar, pero con una condición más cercana a la de los esclavos que a la de los libres de las instituciones romanas. Este modelo se aplicaba a numerosas tribus y gentes que luchaban entre sí para afincarse en un lugar. Por otra parte, la heterogeneidad de estos grupos conocidos como Vándalos, Suevos y Alanos, en el caso de la Península, es irreprochable. No podemos etiquetar, en muchos casos, a estos conjuntos pertenecientes a pueblos que, en su lucha por los territorios, adoptaban el nombre de unos y otros según su pasado glorioso. Es por este motivo y por la transfusión de elementos de ajuar y vestimenta por los que no podemos reducir a la individualidad la identidad de estas gentes. Además, diversos grupos de germanos, entre ellos los godos, sirvieron a los intereses de Roma, formando parte de su ejército. Aunque portaran la ropa romana, llevarían elementos típicamente germanos. El mecanismo de Etnogénesis y sus consecuencias hacen que sea ardua tarea el analizar si los ajuares o los materiales encontrados eran portados por germanos que luchaban por Roma o por romanos a los que les sentaban bien algunos adornos germanos. El final del Imperio y de las villae. Conclusión. El final de las villas, como consecuencias de los cambios en la cultura de las élites tardoantiguas se explica a partir de la militarización de la sociedad, el papel de la Iglesia (constituida por obispados y grandes monasterios, pero también por pequeños y medianos centros monásticos familiares, poseedores de extensas posesiones y siervos a su servicio26) que reorganiza sus intereses y la desaparición del papel tan predominante del propietario en pro de una clase campesina, hasta donde hemos podido comprobar, más independiente. Sin embargo, la gran propiedad no desaparece con la villa, sino que seguirá perviviendo una gran propiedad aristocrática y el trabajo servil como explotación de ésta durante la tardoantigüedad y los tiempos altomedievales.27 La inexistencia del Imperio y de su política centralizadora que configuraba vastos territorios articulados con monumentales residencias destinadas a la explotación socio-económica, unido a las estrategias de defensa motivadas por tiempos de inseguridad, conduciría a la militarización de la 26

El documento del rey Silo, por el que dona, en el año 775, propiedades para construir un monasterio, ejemplifican bien este modelo de explotación aristocrática. 27

Gutiérrez González, J. A.: Las villae y la génesis del poblamiento medieval. Las villae tardorromanas en el occidente del Imperio: arquitectura y función. IV Coloquio Internacional de Arqueología en Gijón. Asturias, Ed. Trea, 2008, p. 229-230.

sociedad y al asentamiento de nuevas poblaciones étnicas y culturales con una nueva organización religiosa. Si bien podríamos atribuir a factores externos el proceso que pone fin a las villas, algunos autores como J. Quiroga atribuyen a causas internas, como la propia evolución del mundo romano, el final, la reestructuración o la desestructuración de la villa. Este debate es intenso en nuestros días ya que existe un dualismo en cuanto a ver el problema de las villae desde un punto de vista romano o, por el contrario, desde un punto de vista medieval. De todas formas, es obvio que la presencia de objetos germánicos, inhumaciones aisladas, ajuares funerarios y nuevas formas de construcción como las cabañas, nos indica una cierta explicación etnicista a través de la presencia de poblaciones foráneas.28 El registro arqueológico de la Meseta Central nos da una visión muy heterogénea. Por un lado, en los últimos años se ha podido iniciar una lectura diferente de las villae en la época tardorromana y altomedieval, con numerosos estudios sobre la evolución de villas y sus transformaciones desde el siglo III al V d.C. Por otro lado, el nuevo modelo de "aldea" ya no aplicable a las villae, con diferentes lecturas según su contexto, se impone en emplazamientos que ofrecen una tipología polivalente de asentamientos, con materiales perecederos, destinados a una actividad agrícola desarrollada por familias. Estos yacimientos se van superponiendo en el tiempo y configuran una lectura compleja pero que va arrojar mucha información sobre el final de las residencias aristocráticas a lo largo del siglo V y VI d.C.

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López Quiroga, J.: ¿Dónde vivían los ‘Visigodos’? Poblamiento, hábitat rural y mundo funerario en el Occidente europeo. Balance historiográfico, problemas y perspectivas desde el centro del reino ‘godo’ de Toledo. En: La investigación arqueológica de la época visigoda en la Comunidad de Madrid (Zona Arqueológica 8), Alcalá de Henares, 2006, pág. 317.

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Anexo fotográfico

Fig. 1

Fig. 2

Fig. 3

Fig. 4

Fig. 5

Fig. 6

Fig. 8

Fig. 7

Fig. 9

Fig. 12 Fig. 11

Fig. 10

Fig. 14 Fig. 13

Fig. 15

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Fig. 16

Fig. 18

Fig. 19

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