La estructura (estructuralista) está agujereada: acontecimiento, política y reactivación en Badiou, Rancière y Laclau

July 7, 2017 | Autor: Andrés Funes | Categoría: Identity politics, Jacques Rancière, Alain Badiou, Ernesto Laclau
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VI Jornadas Debates Actuales de la Teoría Política Contemporánea, Bs. As., 2015

Eje: Discurso e identidades políticas La estructura (estructuralista) está agujereada: acontecimiento, política y reactivación en Badiou, Rancière y Laclau Andrés Funes (UNR) Introducción A finales de la década de los sesenta y principios de la de los setenta surgió una corriente teórica que orientó su crítica hacia los postulados fundamentales del estructuralismo marxista. Los ataques de ésta se dirigieron con preeminencia hacia la teoría desarrollada por Louis Althusser. Entre la variedad de puntos y entonaciones con la que esos críticos lanzaron sus ataques –muchos de los cuales fueron ex alumnos de Althusser-, un concepto caro a la estructura teórica althusseriana fue su blanco principal: su noción de sujeto. Esta puesta en cuestión se utilizará como punto de partida en este trabajo. Aquí se sustentará a modo de hipótesis que esa puesta en cuestión del sujeto althusseriano como producto determinado de la estructura política o económica, permitió la reemergencia de la capacidad de acción política del sujeto. Al estar la estructura atravesada por una falla intrínseca, la praxis del sujeto –contingente e indeterminadaserá concebida como un acto instituyente que no puede determinarse de las condiciones estructurales u objetivas; ésta acción disloca la estructura, develando el momento específicamente político. A los fines de comprobar esta hipótesis, en este trabajo se analizarán tres teóricos que no solo han participado en las críticas a Althusser, sino más aún han construido sus teorías de los escombros del marxismo estructuralista: Alain Badiou, Jacques Rancière y Ernesto Laclau. Lo que se sopesará en éstos serán un conjunto de pares conceptuales –situación/acontecimiento en Badiou, policía/política en Rancière y sedimentación/reactivación en Laclau- que se acometen como dispositivos teóricos tendientes a reparar no sólo en el agrietamiento de la estructura, sino también –y principalmente- a reconocer el elemento subjetivo –plenamente político, en tanto elemento no racionalizable, predecible o predeterminado-, que genera dislocamientos, rupturas e innovaciones en toda estructura. La relevancia que presenta este análisis está dado por el recupero de la capacidad de agencia de los sujetos políticos, que estos teóricos proponen. Esta recuperación resulta en una apuesta fundamental por la construcción de sujetos políticos en el marco 1

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de la proliferación de voces, demandas y luchas sociales que han acaecido a partir del acta de defunción de los “grandes relatos”. Entender la política como una actividad indeterminada, innovadora y disruptiva permite no sólo repensar tópicos recurrentes como son la democracia, los derechos humanos, etc., sino también posibilita el análisis –y la erección- de movimientos identitarios de nuevo tipo, principales protagonistas de las luchas políticas contemporáneas Reaccionando contra la aprisionante situación del sujeto althusseriano Se dijo más arriba que el objeto principal del ataque de los llamados posmarxistas hacia la teoría althusseriana giró derredor de la demolición de los postulados de la historia como proceso sin sujeto y, correlativo con ésta, el de la noción de sujeto –autónomo y soberano- no es otra cosa que una máscara burguesa que esconde la realidad opresiva del régimen capitalista. Sería útil, a modo simplemente de muestra, examinar las críticas puntuales que Badiou, Rancière y Laclau vertieron sobre el estructuralismo, en general, y sobre el althusserismo, en particular. Esta pequeña muestra, que no tiene la intención de abarcar la totalidad de ellas, serviría para reconocer el lugar desde donde estos teóricos parten en sus formulaciones. En otras palabras, descubrir esos escombros de las paredes derruidas del althusserismo que servirán para construir las suyas propias. En su Compendio de metapolítica [1998], Badiou sintetiza brillantemente su crítica troncal al althusserismo. Allí señaló que en la apuesta teórica desarrollada por Althusser no hay posibilidad de una teoría sobre el sujeto, debido a los tópicos a los que recurre: I) una determinación material de la economía; II) síntesis ficticias mediadas por los aparatos ideológicos estatales –el lugar del “sujeto”-; y III) esporádicas sobredeterminaciones –catástrofes, revoluciones, etc.- “devenir-principal de lo noprincipal” que se erigen como “el lugar de lo político” (2009; 59). Para Badiou de lo que se trata es de trabajar sobre estas sobrederteminaciones acontecimentales, destacando el carácter subjetivo que involucra la puesta en cuestión de la objetividad estructural (de la economía) y la ficción subjetiva de lo supraestructural (la ideología). Reparar, en otras palabras, en el militante que toma partido, que decide e interviene, que apuesta por un devenir no garantizado. De aquí saldrán los postulados teóricos fundamentales del trinomio baudiano acontecimiento, verdad y sujeto.

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Al igual que en el caso de Badiou, Rancière también erigió su crítica fundamental hacia el concepto de sujeto que el edificio teórico de Althusser tenía in mente. Reaccionando contra los postulados troncales del althusserismo, Rancière esgrimió que el marxismo debía poner la lupa sobre las facultades disruptivas del orden establecido de las masas. Como señaló en La lección de Althusser [1974], la reticencia del teórico marxista a reparar en las capacidades políticas de las masas estaba vinculada al temor a perder su lugar privilegiado de sujeto supuesto-saber –en términos lacanianos- frente a ellas; “[L]a „crítica del sujeto‟ y la teorización del „proceso sin sujeto‟ son trucos que permiten al dogmatismo hablar nuevamente en nombre del proletariado universal, sin preguntarse absolutamente nada sobre quién y desde dónde se habla” (Rancière, 2011; 121 – traducción propia)1. Como se verá más adelante, la apuesta ranceriana partirá de este lugar, orientándose ya no hacia el examen del sujeto, sino a los procesos de subjetivación o, en otros términos, al inacabado proceso de hacer sujetos. A grandes rasgos, puede decirse que la crítica de Laclau a Althusser se centró tanto en el componente economicista –recuérdese que el teórico francés nunca pudo desembarazarse del grillete de la “determinación en última instancia” por la economía-, como también en el hecho de no haber explotado al máximo las implicancias teóricas que la lógica de la sobredeterminación, como también lo notó Badiou. Según Laclau y Mouffe, con la sobredeterminación [surdétermination] Althusser intentó “romper con el esencialismo ortodoxo [a través] de la crítica a todo tipo de fijación, de la afirmación del carácter incompleto, abierto y políticamente negociable de toda identidad” (2010; 142). Desafortunadamente no condujo hasta el final sus consecuencias teóricas y prácticas, que implicaba un desborde de literalidad que encorsetaba las relaciones sociales a una ley última, que determinaba y condicionaba su desenvolvimiento, la Ley de la Historia. La apuesta teórica de Laclau, como se verá más adelante, concibe a la sociedad y a los agentes como entidades desencializadas, precarias e incompletas, entendiendo que el uso contemporáneo del marxismo supone tomar cierta distancia respecto de las categorías clásicas de la teoría marxista –clase social, estructura, etc.-, que habían sido esencializadas y empobrecidas por el dogmatismo del marxismo-leninismo. Por ello en la teoría laclauniana la estructura, la lucha de clases y las clases sociales dejan su paso a la dislocación, el antagonismo y las identidades populares.

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Detrás de la crítica al sujeto de Althusser –como lo muestra brillantemente Etienne Tassin (2012; 40)- se esconde un meta-sujeto, poseedor del saber científico, posición que le corresponde al propio Althusser y lo faculta para interpelar los reales intereses de las masas, detrás de la mistificación de la ideología burguesa.

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El acontecimiento frente al sujeto: partero de su propia subjetividad En la introducción a su libro Política y acontecimiento, Miguel Vatter y Miguel Ruiz Stull argumentan que el interés reciente que ha mostrado la teoría política contemporánea

por

la

noción

de

acontecimiento

está

vinculada

al

giro

posfundacionalista2, que puso el acento en “la acción política como un momento de innovación de los poderes fácticos”, buscando “ocasionar un cambio de situación imprevisto” que abriría espacios de libertad impensados (2011; 18). Alain Badiou ciertamente pertenece a este grupo de teóricos posfundacionalista, más aún sí se tiene en cuenta que una de las categorías fundantes de su pensamiento es el acontecimiento, a partir de la cual otros conceptos caros al entramado teórico badiouano –ser, sujeto, verdad(es), situación, etc.- encuentran “su razón de ser”. El derrotero que tomó la empresa teórica baudiana –perceptible en sus tres textos capitales: ¿Se puede pensar la política? [1985], El ser y el acontecimiento [1988] y Lógica de los mundos [2006]-, lo llevó a percatarse acerca del carácter abierto del sistema de relaciones sociales. Éstas no serán más concebidas como un sistema cerrado y autocontenido; la estructura presenta una imposibilidad inherente para cerrarse en sí misma, estando habitada por una fisura, fisura estructural. Badiou observó que “la escisión subjetiva se producirá ahora […] desde dentro hacia afuera [del ámbito estructural] Elías José Palti (2005; 174); será el sujeto el que clamará por ese exceso, lo que hará “acontecer” al acontecimiento. Ahora bien, ¿qué es un acontecimiento [événement] para Badiou? Como se dijo más arriba, para éste la estructura –o mecanismo de cuenta-por-uno a través del cual se concibe una situación [situation] como la única representable- se encuentra fisurada, siendo a partir de ella que el acontecimiento encuentra su posibilidad. Dicho de otro modo, la fisura estructural genera las posibilidades para que el acontecimiento sobrevenga. No obstante, éste solo devendrá a partir de un tipo de intervención3 que “traiga” lo innombrable, lo indecible, a la situación4.

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Por posfundacionalismo –y sus derivados- se entenderá un corriente teórica que postula la “constante interrogación por las figuras metafísicas fundacionales” –totalidad, universalidad, esencia- y hacia la existencia de un fundamento último, poniendo el acento en la contingencia y en el –parcial y siempre fallido- momento de fundar lo político (Oliver Marchart, 2009; 15). 3 Tal y como señaló en ¿Se puede pensar la política?, Badiou definió a la intervención como aquellos “enunciados y hechos supernumerarios a través de los cuales se efectúa la interpretación que se desprende el acontecimiento (1990; 52) 4 En su clásico San Pablo y la fundación del universalismo, el propio Badiou señala está indecibilidad cuando argumenta que el acontecimiento “es como un punto de realidad que pone a la lengua en un punto muerto” (1999; 50)

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Por ello, el acontecimiento –siguiendo a Yannis Stravrakakis (2010; 176)simbolizará una ruptura que tiende a desestabilizar “una articulación discursiva determinada, un orden preexistente” o la situación, en términos badiouanos; un “surgimiento estrictamente incalculable” –como el propio Badiou lo calificó (1999b; xiii)- que inaugura un régimen de verdades a partir de la ruptura con un orden de lo esperable/posible5. ¿Qué lugar le cabe al sujeto dentro de este entramado? Éste no será otra cosa que el militante de una verdad acontecimental, aquel que, siendo convocado y afectado por el acontecimiento, dará un nombre al acontecer novedoso de éste. El sujeto “nombra en el vacío, el universo por-venir que se obtiene porque una verdad indiscernible suplementa la situación” (Ibíd.; 440). En otras palabras, el sujeto será un efecto del aparecer azaroso del acontecimiento y su nominalización ex post, entre el aparecer acontecimental y el porvenir que se abre a partir de esta irrupción de la situación; “un sujeto […] es el intervalo [¿un vacío?] entre un acontecimiento a dilucidar y un acontecimiento dilucidador” (Badiou, 1990; 78). La intempestiva “manifestación” del acontecimiento involucra, como instancia fundamental, un tipo de intervención consistente en designar –nombrar- al sitio del “acontecer” como “lugar de la Verdad” (Palti, 2005; 177). En otras palabras, este acto de nominación simboliza un tipo de intervención –un trabajo militante “por el que la verdad (anteriormente bloqueada en la situación) circula en la figura del acontecimiento”, como sostiene Badiou (1990; 79)- que interrumpe normas y saberes establecidos, trasciende la Ley y hace un agujero en el Saber; “una verdad acontecimental exige que esté [el acontecimiento] fuera de número, fuera de predicado, que se incontolable” (Badiou, 1999; 83), por tanto excéntrico e indedecible. Lo expuesto hasta el momento resulta suficiente para arrojar algunas ideas respecto a las posibilidades políticas que abre la empresa baudioana: ¿Qué implicancias prácticas tiene? Por empezar, la noción de acontecimiento aporta, por un lado, una dimensión política rupturista y, por el otro, contribuye a subrayar la capacidad de agencia de sujeto, ambas dos ausentes del hardcore del estructuralismo. En otras palabras, el acontecimiento como concepto menta ruptura política, innovación, sujeto 5

Raúl Cerdeiras en ¿Es el kirchnerismo un acontecimiento? señala como características intrínsecas al devenir del acontecimiento: I) contingencia – el acontecimiento es “inesperado, no reductible directamente a la lógica propia del lugar en donde acaece”; II) ruptura – si bien no llega escrito lo que él es, el acontecimiento quiebra el orden de lo establecido, abriendo “la situación a posibilidades antes insospechadas”; y III) innovación – el acontecimiento involucra la producción de algo nuevo, una invención, “producir en el lugar de que se trate […] una existencia nueva” (2011; 1)

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(de la praxis) fiel a las posibilidades abiertas por éste. Permite, por ejemplo, pensar los devenires por los que atraviesa un sistema político, constantemente asediado por crisis económicas y políticas, pero las cuales no siempre –por no decir muy pocas vecesdieron paso a la necesidad de recomenzar, de erigir el sistema, sí se quiere, sobre postulados diferentes. Ejemplos sobran. Desde las locales manifestaciones contra las reformas neoconservadoras de los años noventa –con su clímax en las jornadas decembrinas de 2001-, hasta las internacionalmente conocidas movilizaciones de 2010-2011 producidas en España y en los Estados Unidos derivadas de la crisis económica de 2008, llámese Indignados y Occuppy Wall Street, o aquellas otras vinculadas a lo que se denominó Primavera Árabe en 2010, por nombrar algunos ejemplos témporo-históricamente cercanos. Manteniéndose en la inmanencia del acontecimiento, estas irrupciones astillaron la situación, abriendo el marco de posibilidades para edificar un sistema político y económico sobre principios diferentes. En esta brecha que abre el acontecimiento el sujeto tiene un lugar prioritario. Como se dijo, nombra lo sucedido y lo “encadena” con el devenir. Interviene y hace parir su subjetividad manteniéndose fiel y militando (por) la verdad del acontecimiento. La política y la emergencia de la subjetivación. Del huevo a la gallina La hipótesis de la que parte Jacques Rancière en su libro El desacuerdo: política y filosofía [1996] señala que existe una diferencia entre dos lógicas inconmensurables, la policía [police] y la política [politique]. La primera de éstas es aquel “orden de los cuerpos que define las divisiones entre los modos del hacer, los modos del ser y los modos del decir” (Jacques Rancière, 1996; 44), asignando a cada uno de los cuerpos su lugar y actividad “natural”. En otras palabras, la policía sería aquella lógica que se encarga de realiza la cuenta de las partes que componen –legítima y naturalmente- un régimen (ciudad, Estado, etc.), además de ocuparse de los procesos conjuntos vinculados a la distribución de poder y a sus modos de legitimación. La segunda de estas lógicas, la policía, será la encargada de quebrar las disposiciones establecidas por el orden policial, atravesando las divisiones establecidas por éste. A partir de ella un principio incompatible con la lógica policial será introducido, desestructurando las cuentas: el de una parte de los sin-parte, que dota de carácter político a la comunidad, en tanto su irrupción introduce, en el seno del orden 6

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policiaco, el litigio fundamental de la cuenta de las partes que antes no eran tenidas-encuenta. La política será esa actividad –pura acción6- que “desplaza a un cuerpo del lugar que le estaba asignado o cambia el destino de un lugar; hace ver lo que no tenía razón de ser visto, hace escuchar un discurso allí donde sólo el ruido tenía lugar” (Ibíd., 45). Este desplazamiento muestra la no-necesariedad, la contingencia pura y simple, del orden dispuesto como “natural”, con sus modos de ser, hacer y decir. Según Slavoj Žižek, el concepto de política que menta Rancière involucra una especie de cortocircuito entre lo universal –el cuerpo social in toto- y lo particular –la parte de los sin-parte que propugnaban un reconocimiento de su voz en los asuntos públicos-, que dio origen a un singular universal, “singular que aparece como sustituto del universal, desestabilizando el orden funcional „normal‟ de las relaciones en el cuerpo social” (2001; 202). Este (polémico) universal singular es el que permite la política. La emergencia de la política precisa de un escenario en que dos procesos incompatibles/inconmensurables se encuentren. El primero de éstos se refiere a la distribución de los cuerpos y la asignación de funciones, relacionado con la lógica policial, mientras el segundo de ellos es el de la igualdad de los cuerpos con voz entre sí, y que –como no podría ser de otro modo- deriva en la puesta en cuestión/disrupción del orden policial, con sus lugares y roles establecidos. Es por medio de este encuentro que una cosa adquiere politicidad, la cual nunca está dada de antemano, sino que es una construcción siempre posible aunque precaria/contingente; en otras palabras, todo puede llegar a ser político, sí se dan las condiciones necesarias: el encuentro entre la lógica policial y la igualitaria. Este encuentro no sólo permite la emergencia de la política, sino también –e íntimamente vinculado a ella-, desencadena un proceso de subjetivación, que traducido a lenguaje rancieriano mentaría la producción de una serie de enunciados –posibles gracias a la percepción de igualdad de voz entre los seres con palabra [logos]- que no eran factibles en el campo de experiencias anterior; el ruido –primigenio- da lugar al sonido articulado de las palabras. La subjetivación simboliza la reconfiguración de un espacio de experiencias dado que, arrancando las identificaciones y los lugares

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La política es “litigio por un mundo que no se deja ver” (Marina Garcés, 2004; 4) –y/o no se quiere ver, que irrumpe –más o menos violenta e inesperadamente- en el mundo visible permitido por el orden policial. No puede ser concebida como un estado u orden de cosas, sino más bien la política es la actualización del principio de desestructuración del orden policial y cuenta de la parte incontable.

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establecidos por el orden policial, se abre a la emergencia –que no debe leerse como ex nihilo- de un sujeto, a partir de la cuenta de los incontados. Claramente es perceptible en el argumento desarrollado por Rancière la importancia que tiene la praxis del sujeto en el momento político. El sujeto político, como producto del encuentro entre la lógica policial y la igualitaria, pondrá en cuestión toda la distribución de lugares y los usos de nombres “normales” y “naturales”. Ese mundo de las experiencias dadas, uniendo y desuniendo “las regiones, las identidades, las funciones existentes” (1996; 58) en la configuración establecida por el orden policiaco. Es un generador de escenarios polémicos, un develador de las contradicciones a las que están condenadas la lógica policial y la igualitaria. Produciendo una herida en el corazón del orden policial, los sin-parte entre las partes contadas pugnarán por ser reconocidos como sujetos con palabra, dentro de esa comunidad de la que no tiene lugar. Tómese a modo de ejemplo el proceso de la constitución del pueblo, en tanto significante de la desestructuración de los modos de ser, hacer y decir establecidos por el orden policiaco, no solo develando la existencia de un sujeto político incontado, sino también trayendo a la palestra la desunión constitutiva –o la incomplitud intrínseca- de la comunidad. Es el caso de lo acontecido en Argentina con las tristemente célebres asonadas populares de diciembre de 2001, cuando un sujeto político popular se movilizó frente al gobierno de la Alianza. Con su ecléctica conformación –que abarcó desde profesionales liberales hasta desempleados-, la disputa política contra el orden dispuesto supuso una puesta en cuestión de los lugares asignados, los modos de ejercer y pensar la política. Quizás el más simbólico de los reclamos por los decembristas, que ejemplifica sobremanera esta irreverencia contra el orden “natural” de las cosas, sea el “que se vayan todos”, que puso en cuestión el lugar de la política, lo político y de los políticos. Debajo de la alfombra, los fundamentos (traumáticos) del ordenamiento social Entre los muchos libros y artículos escritos por Ernesto Laclau, en ninguno explicitó y explicó con tanta claridad los pares dicotómicos sedimentación/reactivación como en Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo [1990]. En la primera de las dos partes que compone esta colección de artículos, Laclau se embarcó en el análisis de las características constitutivas de las relaciones sociales, siempre en el marco

de

su

apuesta

teórica

posfundacionalista/antiesencialista.

Las

cuatro 8

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características que le asocia a relaciones sociales –contingencia e historicidad, primacía del poder y de “lo político”- no sólo arrojan luz sobre las nociones de sedimentación y reactivación, así también sobre el lugar del sujeto (político) en este entramado. En primer lugar, la contingencia de las relaciones sociales está dada por la indecibilidad intrínseca de la propia estructura, a partir de la cual toda configuración política sólo será una más entre otras posibilidades igualmente factibles. Luego, con la historicidad buscó abandonar la pretendida objetividad que envolverían a las identidades sociales –léase, “el sentido (objetivo) de la Historia”-, subrayando, en contrapartida, el carácter histórico y contextual de éstas. En tercer lugar, toda identidad está constantemente amenazada, donde la contingencia intrínseca de ella abre las posibilidades para otro tipo de configuración. Es mediante mecanismo de poder que una identidad se afirma frente a otras posibilidades y logra parcialmente objetivarse, en otras palabras, sobrevivir a la constante amenaza. Y por último, la primacía de lo político sobre lo social. Para Laclau poner la lupa sobre el momento de la institución originaria de lo social significa reparar tanto en el carácter contingente que determina que sea esa y no otra la alternativa “elegida”, como también develar/deconstruir los orígenes violentos que instituyeron esa alternativa frente a otras igualmente posibles. La sedimentación operaría como el borramiento de los orígenes traumático de toda “objetividad” social, soterrando la radical contingencia que le es inherente y cercenando cualquier posibilidad alternativa a ese armado; en otras palabras, “[el sistema] es de este modo y no hay posibilidad de transformarlo”. La reactivación vendría a significar el develamiento del carácter contingente de esa objetividad, a partir de la emergencia de antagonismos de nuevo tipo; excesos traumáticos que no pueden ser “asimilados” por la “objetividad” social, pasibles de conducir hacia la puesta en cuestión de los fundamentos sobre los que ésta se erige. Mientras las formas sedimentadas que adquiere la objetividad en cuanto tal conforman el terreno de lo social, el antagonismo, que visibiliza “el carácter indecible de las alternativas y su resolución a través de relaciones de poder”, configura el campo de lo político (Laclau, 1990; 51). Sí bien la distinción entre ambos campos es constitutiva de las relaciones sociales –toda construcción política se erige sobre un conjunto de prácticas sedimentadas-, el límite acerca de lo que es social y lo que es político en cada sociedad está siempre desplazándose, condicionado por los avatares históricos.

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Como lo muestra Marcelo Altomare (2007; 61) en el pensamiento laclauniano la sociedad, o más precisamente el “orden social”, encarna un proceso incompleto, con conformaciones identitarias contingentes y precarias, encontrándose siempre amenazado por la dislocación, exceso traumático que frustra la fijación definitiva pero que es, a su vez, constitutivamente necesario, que introduce el antagonismo. La dislocación permite la emergencia del sujeto, siendo éste la forma que toma la dislocación estructural, “las formas de subversión de la objetividad por la contingencia” (Laclau, 1990; 77). Sólo en los bordes dislocados de la estructura/orden social que hay sujeto. Sí la política es entendida –junto a Laclau- como la práctica de subversión del orden social, todo sujeto –epítome de la desestructuración de toda objetividad- es político. No sólo esto. El sujeto, al ser una construcción mítica y metafórica7, las formas de identificación que adopte operarán como la representación de una plenitud que no se encuentra allí, índice de dislocación estructural en cuanto tal. Ese sujeto, símbolo de la plenitud ausente, será la encarnación de todo exceso que, sobrecargando el orden social, conduzca a reactivar el carácter político de toda formación social. Aunque para ello tendrá que tornarse hegemónico, es decir, convertirse en el significante de la plenitud de la comunidad ausente, abandonando su contenido particular (Laclau; 1996). En otras palabras, sólo sí “la dicotomía universalidad/particularidad es superada; la universalidad sólo existe si se encarna –y subvierte- una particularidad” (Judith Bluter, et. al, 2004; 61) pero ésta sólo será política si pudo universalizarse. Por último, relacionado con la irrupción de la objetividad social que supone el antagonismo, uno de los más grandes aportes que hizo la teoría laclauniana se centra en la renovación del concepto de populismo, que sacudió los viejos y enmohecidos postulados sobre las que ésta estuvo erigida. En ella, el pueblo adquirió un lugar primordial. Como relación real entre agentes sociales tendiente a la construcción de la unidad del grupo, el surgimiento del pueblo requiere “el pasaje –vía equivalencias– de demandas aisladas, heterogéneas, a una demanda „global‟ que implica la formación de fronteras políticas y la construcción discursiva del poder como fuerza antagónica” (Laclau, 2009; 142). 7

Las posibilidades políticas abiertas por esta intuición laclauniana son de un tamaño tal, que merecerían un examen particular. A modo simplemente indicativo, ya que aquí no es posible un análisis de ese tipo, se explicaran esas dos características. En primer lugar, el carácter mítico del sujeto está dado por la sutura de la dislocación estructural que realiza el sujeto, instituyendo un nuevo espacio representativo que no guarda relación con la disposición objetiva del ordenamiento social “normal”. Y luego la condición metafórica, relacionada con la función del mito, entendiendo que el sujeto se presenta como la superación de la incomplitud intrínseca de la estructura; el lazo termina cerrado la dislocación.

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Las teorizaciones elaboradas por Laclau, desde la incomplitud e imposibilidad de cierre perpetuo del orden social y del sujeto político, hasta la productividad política que adquiere la equivalencia entre demandas democráticas, la reunión de ellas alrededor de símbolos comunes y posibilita la emergencia de un líder a partir de cuya palabra logre articular una identidad popular, permiten, aunque sea sólo uno de las posibilidades, ponderar la transformaciones ocurridas en las identidades populares en Argentina en los albores de la reinstitucionalización política de 2002-2003 posterior a la crisis. Con mayor precisión, pensar la dirección y la forma que tomó la interpelación de Néstor Kirchner hacia los sectores populares. En un trabajo próximo a publicarse 8, se sostiene que esta interpelación de dirigió hacia: I) ciudadanos víctimas del desapego y desazón hacia la política y los políticos, resultante de la crisis socio-política de 2001; II) los desempleados y excluidos sociales, a raíz de las reformas neoconservadoras de los años noventa; y III) los “hermanos latinoamericanos”, en consonancia con los aires de cambio que los gobiernos izquierdistas imprimieron en la región Sudamericana. En definitiva, la propuesta de Laclau posibilita analizar fenómenos de este cariz, brindando las herramientas conceptuales necesarias, reparando primordialmente en la productividad política que tiene el antagonismo en la conformación de alternativas políticas alternativas. Frente a un orden que intenta esconder sus fundamentos bajo la alfombra, la apuesta laclauniana se orienta no solamente a develar esa operación, sino más a un a pensar un orden diferente; operación siempre inacabada y permanente, la política. Conclusión Este trabajo partió de la hipótesis de que el cuestionamiento del sujeto althusseriano como producto determinado de la estructura política o económica, en la que se embarcaron Badiou, Rancière y Laclau, permitió la re-emergencia de la capacidad de acción política del sujeto. Estando la presunta estructura imposibilitada de cierre último, la praxis del sujeto será un acto instituyente, no pudiendo determinarse de las condiciones objetivas de la estructura. En otras palabras, la práctica del sujeto disloca la estructura, develando el momento específicamente político.

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El trabajo lleva por título ¿En el Nombre del Padre? Las rearticulaciones en la identidad del peronismo durante el gobierno de Néstor Kirchner (2003-2007). Allí se analizaron las rearticulaciones ocurridas en la identidad peronista durante el gobierno de Néstor Kirchner. Una de las dimensiones estudiadas es la categoría de pueblo que mentó Kirchner en sus discursos.

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Este momento eminentemente político toma distintos nombres en los tres autores analizados. Por un lado, en Badiou se denominará acontecimiento. Este teórico partió observando que la estructura –o situación, en la que prima el mecanismo de cuenta-poruno- se encuentra agujereada por la posibilidad acontecimental. El acontecimiento – azaroso, contingente e indecible/innombrable a priori- simbolizará una ruptura que desestabiliza el orden preexistente, inaugurando un nuevo régimen de verdades a partir de la ruptura con un orden de lo esperable/posible. Es la propia fisura estructural la que genera las posibilidades para que el acontecimiento sobrevenga, invalidando el régimen del cuenta-por-uno y dejando un resto –matemáticamente 1 no es más igual a 1, sino 1=1 + X-. Luego, en Rancière será la política. Esta será la lógica tendiente a quebrar el ordenamiento y las divisiones propuestas por el orden policial, a partir de la introducción de un principio incompatible con este orden, que desestructura la cuenta “normal” y “natural” de los cuerpos y las divisiones entre los modos de hacer, ser y decir establecidos por la policía: la parte del sin-parte, politizando a la comunidad a partir de la introducción de la cuenta de las parte que no eran contadas anteriormente. La política será concebida por Rancière como la actividad que desplaza a un cuerpo del lugar y el rol que le fue asignado primariamente, haciendo escuchar su voz dentro del orden de lo que hasta ese momento no era más que un ruido. Y por último con la Laclau esta se llamará reactivación al fenómeno tendiente a develar el carácter contingente de la objetividad social sedimentada. Es a partir de la emergencia de nuevos antagonismos que la puesta en cuestión de los fundamentos del orden se produce, operando como excesos traumáticos imposibles de ser asimilados por el ordenamiento social. Es el antagonismo, como visibilizador del carácter precario y contingente del orden, el que configura el campo de lo político. En definitiva, se tiene el acontecimiento, la política y la reactivación ¿Dónde y de qué manera colocar al sujeto? Nuevamente las tres alternativas. Para comenzar, en las teorizaciones de Badiou, el acontecimiento necesita como condición sine qua non la intervención de un sujeto que nombre –en el vacío que éste hace en la Ley y en el Saber- lo que fue y lo que vendrá. Por medio de esa intervención –que siempre es ex post- el sujeto nombra al sitio del acontecimiento como el lugar de la Verdad, desbloqueando –por así decirlo- la posibilidad que ésta circule, y no sea ya más la indecibilidad/innombrabilidad de la situación anterior. El sujeto será el encargado de 12

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indagar qué consecuencias se derivan de una verdad en el presente y de su devenir futuro. Luego con Rancière, la ocurrencia de la política permite la emergencia de enunciados que no eran posibles en el estado de cosas anterior, la subjetivación. Ésta simboliza una reconfiguración del campo de experiencias dado que, desestructurando las identificaciones y lugares dispuestos por el ordenamiento policial, habilita la aparición de los incontados por el orden. El sujeto político ranceriano es un generador de escenarios polémicos que, produciendo una herida en el corazón del orden policial, pondrá en cuestión la distribución de lugares y los usos de nombres “normales” y “naturales” por parte de éste. A partir de ello, los sin-parte entre las partes contadas pugnarán por ser reconocidos como sujetos con palabra, dentro de esa comunidad en la que no tenían lugar. Y por último, en Laclau la dislocación intrínseca de la estructura/orden social es la que permite la emergencia del sujeto, entendido como la subversión contingente de la objetividad establecida. Al ser la política esa subversión contingente, el sujeto será político, subversor de la objetividad social. A sí mismo, se convertirá en el símbolo de la imposibilidad de concretar la plenitud del orden social, a partir del cual comenzará a funcionar como la encarnación todo exceso que sobrecargue el tratamiento diferencial de las demandas por el orden social, lo que conducirá a reactivar el carácter antagónico de la formación social en cuestión; siempre y cuando logre convertirse en hegemónico, abandonando su particularidad y asumiendo un contenido universal, el de la plenitud de la comunidad ausente. La sociedad contemporánea asiste a una multiplicación de los antagonismos y de los procesos de identificación, habiendo perdido eficacia la identificación de clase con la que el marxismo pretendió explicar la totalidad social. Los autores analizados, consientes de esas transformaciones, representan una vuelta de tuerca frente a una teoría marxista que se mostraba incapaz de comprender las nuevas luchas políticas de finales del siglo XX. Manteniéndose en la inmanencia de la crisis del aparato conceptual marxista, Badiou, Rancière y Laclau liberaron las posibilidades prácticas del sujeto de lo político, poniendo en tensión la pretendida complitud inherente del todo social, la determinación del sistema económico y la dependencia de la lucha política a la clase: de la hendidura que el acontecimiento, la política o la reactivación en la situación, el ordenamiento policiaco o en lo sedimentado, se produciría la emergencia del sujeto político, militante de una verdad acontecimental, parte de los que anteriormente no13

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eran-partes o la encarnación de la plenitud de la comunidad nunca alcanzada/alcanzable. Con la estructura agujereada, las posibilidades para que la “ocurrencia” de un sujeto estarían allanadas. No obstante, como premisa básica que los tres autores remarcan insistentemente: nothing must be taken for granted. Bibliografía 

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