La esencia justiciera del poeta como mediator en algunos versos tempranos de Alfredo Bufano

July 17, 2017 | Autor: Juan Pablo Baez | Categoría: Philosophy
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Descripción

La esencia justiciera del poeta como mediator en algunos versos tempranos de Alfredo Bufano
Juan Pablo Baez

Introducción
El poeta es por esencia un homo mediator, y así habita la tierra. Alfredo Bufano, se constituyó en su cantar poético como un mediator, y se configuró, además, como un verdadero intelectual cristiano del siglo XX. Para poder comprender esto, es necesario aclarar de alguna manera la esencia del poeta y de su arte, respecto de la belleza misma.
Por lo tanto, para comprender cabalmente esta noción de mediador, de intérprete, es necesario develar y poner de manifiesto la esencia de ese cantar poético que vincula al poeta con su mundo, y que configura la comprensión única de su cosmos circundante (Weltanschauung), que hace patente en su verbum, que es donum para su pueblo. Ahora, bien, en cuanto el cantar poético es desocultación ontofánica del pulchrum, se nos hace necesario comprender qué es la belleza. He aquí entonces nuestro camino. A partir de la definición de belleza que nos legó la escolástica, analizaremos la esencia del poeta como mediator a partir de algunos versos tempranos de Alfredo Bufano, y mostraremos de qué manera este escritor comprendió cabalmente su tarea y misión poéticas de cantar la Belleza siempre antigua y tan nueva.
La naturaleza significante de la poesía
El arte se entiende generalmente como la expresión de la belleza, el mostrar, el poner en evidencia la belleza. La belleza, por su parte, ha sido entendida, sobre todo durante la Edad Media, como el esplendor de la forma (splendor formae) por Alberto Magno y como lo que al ser visto agrada (id quod visum placet) por Tomás de Aquino. Un breve análisis de ambas definiciones, nos permitirá arribar a una comprensión más plena de belleza. Seguimos, entonces aquí, las explicaciones que al respecto desarrollara Fray Mario José Petit de Murat. Elegimos este autor, ya que en él se conjugaron las cualidades del artista y el filósofo. A partir de 1948 enseñó Historia del Arte y Filosofía del Arte en la Universidad Nacional de Tucumán, dictando además diversos cursos y conferencias sobre arte. Su orientación filosófica fue siempre de raigambre profundamente tomista, y desarrolló en sus cursos y en su propia experiencia como artista, las nociones fundamentales de la filosofía del arte tomista. Entre sus principales obras referidas al tema se encuentra: Lecciones de estética, editada por el departamento de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán. Este trabajo fue publicado nuevamente con el título La belleza y el arte, edición de 1991 que aquí utilizamos; también ha aparecido en una reciente publicación de 2014, la continuación de aquellas lecciones con el título de Criteriología del arte, editado por ediciones del Archivo de Pascual Viejobueno.
Respecto de splendor formae, explica que la forma aquí considerada es la forma substancial, el principio esencial y activo, que instituye la perfección específica de una cosa. Pero este principio actúa en el mundo junto a otro principio, el cual es diametralmente opuesto: la materia. Ésta recibe su determinación esencial y ontológica de la forma correspondiente que la informa, la recibe como recipiente; por lo cual, la forma se adapta al recipiente que la recibe, es el principio de individuación de la forma, la recibe, como afirma Petit de Murat, de manera extensa. Así es que la materia no podemos percibirla sino signada por una forma.
Las relaciones establecidas entre la materia y la forma son múltiples y complejas. Las riquezas ónticas de la forma influyen en la materia, pero ésta no puede recibir todas estas actualizaciones formales, de una vez y para siempre. Sino que se da lugar al cambio, a distintos seres incluso, que desarrollan todas las actualizaciones de la forma. Así, las virtualidades de la forma se actualizan en la distribución del tiempo y de los accidentes.
Sin embargo, ocurre a veces en la multiplicidad de los seres, que una forma logra expresarse de forma única en su materia, actualizándose al máximo. Al respecto señala, en palabras por demás poéticas, el Padre Petit de Murat:
"En este mar de seres transitorios se dan momentos en que una forma logra actualizarse al máximo en la materia del sujeto que le pertenece. Brilla el ser distinto que ella le otorga. La gracia de su luz se abre como un abismo inefable. Canta con todas las finas comisuras de su diseño. Cada una de sus partes irradia desde dentro y cumple adecuadamente la virtualidad de la forma. Todas ellas –al encontrarse cada una en justa armonía con el principio normativo interno y común- están en mutua amistad y hacen resplandecer la unidad. La luz del ser –este y no otro- corre y fluye hasta en el último detalle convirtiendo dirección y medida en intención expresiva, toda proporción en armonía, todo movimiento en ritmo."

A este esplendor ontológico, llamamos belleza. La belleza, entonces es ontofánica, en cuanto pone de manifiesto y canta el ser que se muestra con su resplandor enceguecedor. Por lo tanto, una cosa es bella, en cuanto brilla su definición. Cabe agregar, que la inteligencia es la que capta la belleza como tal, ya que esta aprehensión se da precisamente en ese acto, medio visión, medio abstracción llamado simple aprehensión. La inteligencia en su acto aprehensivo, capta el esplendor del ser, la luz de la definición, esto produce un gozo inconmensurable. Así, finalmente, conciliamos ambas definiciones y nos acercamos a una comprensión más profunda. La belleza es el esplendor de la forma (splendor formae) y el placer que esta forma proporciona (id quod visum placet).
¿Cuál es la tarea, entonces, del poeta como aquel que manifiesta lo bello?

El poeta como mediator
Como hemos visto, la belleza es ontofánica y el arte manifiesta la belleza ontofánica. La poesía en cuanto arte busca traer al presente diáfano de lo que se muestra, el esplendor formal de las cosas que canta. El poeta, en este sentido, tiene como primera tarea la de ser receptor de este esplendor, estar abierto a la diafanidad del ser que se manifiesta en las cosas bellas que lo rodean, estar preparado para recibir y percibir el claro de lo que se muestra. En un segundo momento debe señalar lo recibido, debe indicarlo y hacerlo ver para los hombres. Y finalmente donarlo transido del sentido de su verbo. Esta donación señala el sentido primigenio del ser de las cosas: Dios. Estos momentos propios de la tarea poética de Bufano, aparecen ya en germen en alguno de sus versos tempranos de su colección de versos El viajero indeciso de 1917.
Con respecto a lo primero, el poeta, como dijimos, está abierto al ser último de las cosas que canta, pero en cuanto es constitutivo de un principio formal que actualiza una materia determinada y se da en un esto concreto. El poeta verdadero siente con todo su compuesto sustancial la conmoción intelectual que le proporciona la experiencia de lo bello. Sus nervios están profundamente ligados y vinculados con la realidad circundante de las cosas y emociones que lo rodean y lo estimulan. Es un ser patético por excelencia. Alfredo Bufano comprendió siempre su tarea de poeta en este sentido, como cantor de la bucólica sencillez de las cosas. Este cantar entendido como un nombrar lo sencillo de la esencia, como cantar la sencillez del campo y del paisaje puro y límpido. Nuestro poeta canta la apertura al ser de su misma misión, y desea en innumerables versos ser pradera, ser canción. Señala entonces lo diáfano del cosmos. En unos de sus poemas de juventud, Balada de humildad y cansancio, escribe:
¡Ser hermano de las estrellas y de las aves,
Beberme el Cielo para ser puro, para ser bueno;
Ser una nota, ser un perfume de los más suaves
Para esfumarme como una frase del Nazareno!
Ser el amigo de las plegarias de la Natura,
Llegar a viejo santificado por ser sencillo;
Luego extinguirme lleno de aromas y de ternura,
Plácidamente como una nota de caramillo.

Encontramos aquí esa ansia de ser todas las cosas, esa apertura al ser de lo que se manifiesta, "Beberme el Cielo para ser puro"; esta apertura precisamente está pensada aquí como un beber de la fuente de la Natura el jugo óntico de las esencias. Este beber, es un ser amigo de las plegarias del Cosmos, de escuchar el clamor tembloroso y constante de lo creado hacia su Creador, "Ser el amigo de las plegarias de la Natura", y cantar esta plegaria en sencillo y cristalino verso. Así describe su poseía el poeta. También, por ejemplo en un poema titulado La antigua fábula, describe Bufano su tarea, comparándola con la de la cigarra que canta. Dice:
Me seducen los astros, me seduce la Gloria,
Me seducen los niños, la flor y la mujer,
Me seducen los cantos con ritmos de victoria
Y todo lo que tiene fulgor de amanecer.

Nos dice el vate, que lo seducen los cantos con ritmos de victoria y en definitiva, todo lo que tiene fulgor, es decir esplendor de amanecer, refiriéndose así al brillar y resplandecer de la forma substancial, que anima y da forma a realidades concretas. Lo mismo expresa en Armonía verde-azul:
Ganas me dan, Señor, de correr como un loco
Sobre las esperanzas de estos campos risueños;
Ganas me dan, Señor, al ver ensueño tanto,
De transformarme en aire, en campo, en luz, en cielo.

Es manifiesta aquí esa apertura al ser, que el poeta experimenta con ardor y entusiasmo. Luego, Bufano, en estos versos juveniles, ha expresado de forma rotunda esta clara conciencia suya de estar abierto al ser de las cosas.
Pero el poeta verdadero no se queda en el mero recibir y padecer, sino que luego tiene la obligación vocacional de señalar para los otros la diafanidad ontológica de la experiencia de belleza. Y este señalar es una obligación en razón de justicia. Esta noción de justicia, entendida en su concepción griega (díke) es el hacer valer un derecho, es el indicar el deber ser de una cosa, es un recordar lo desde siempre y para siempre establecido (Thémis). De esta forma, el poeta hace justicia cuando señala la belleza, cuando indica el esplendor de una forma mostrando así el deber ser de esa cosa concreta. Así como el metafísico lo hace respecto del ens, el poeta lo hace respecto del pulchrum.
Este señalar, es profundamente un significar, un simbolizar. La palabra 'símbolo' proviene del griego σύμβολον que quiere decir signo, contraseña. A su vez el término griego σύμβολον es un derivado del verbo συμβάλλειν, que está compuesto de συμ-, que quiere decir juntamente y βάλλειν que es lanzar, arrojar, tirar. De lo cual συμβάλλειν significa lanzar conjuntamente, reunir. Primitivamente el símbolo era un objeto partido en dos, del que dos personas conservaban cada uno una mitad. Estas dos partes unidas servían para reconocer a los portadores su compromiso o deuda. Entonces, tenemos que simbolizar, es juntar lo que por esencia debe estar unido, es restablecer un derecho, hacerlo valer a partir de lo ya establecido. El poeta re-une la creación toda con su Creador, y esto a través de un acto de amor, de entrega, de donación, en definitiva un acto de co-creación. Dios al crear todas las cosas, quiso que todo aquello que no es el hombre, la totalidad de lo que se manifiesta (kósmos), posea una perfección última que busca ponerse de manifiesto, pero por sí no puede realizarlo. Las cosas todas claman al cielo, por un nomen, buscan ser nombradas. En este sentido, el poeta culmina de alguna forma la obra creadora, cuando nombra las cosas, pero las nombra convirtiéndolas en símbolos de su Creador, en signos de Dios, en vestigia Dei, como dijese San Buenaventura. Así, el poeta, cuando nombra las cosas de acuerdo con la esencia propia de esas cosas, le da voz al Cosmos, para que su pueblo escuche las palabras siempre eternas de la Natura, las que en un regio latín, supo traducir el hiponense: "Non sumus deus tuus, quare super nos". No somos tu dios, busca sobre nosotros. Y este nombrar es donar, es un acto de amor, en cuanto les da a las cosas un donum, un regalo, un presente, una actualidad. Este amor se hace carne en el verbum del poeta para su gente. Por lo tanto, aquella primaria apertura humilde terminará por convertirse en un donarse, en un volcar la esencia a través del verbo sobre la creación, estableciendo así un símbolo que habla de Dios. Nos dice Bufano:
Tengo un ansia profunda de trepar las montañas
Más altas, para verme más cercano del cielo,
Para obsequiar con aire más puro a mis entrañas
Y encender con el Sol la antorcha de mi anhelo
Y en las alas del viento llegar a los palacios
Del Infinito, abrir las puertas del Misterio
Azul, y luego andar por todos los espacios
Cantando en alta voz mi roto cautiverio.
¡Subir a lo más alto de todas las alturas,
Llegar a lo más puro de todas las purezas,
Paladear lo más tierno de todas las ternuras,
Y palpar lo más grande de todas las grandezas!
Subir, subir, subir hasta no poder más
(…)

El poeta aquí no busca sólo las alturas, sino la más alta de ellas, al igual que la más pura de las purezas, la más tierna de todas las ternuras, para desde allí seguir subiendo hacia la Altura, la Ternura, la Pureza. Bufano, logra signar el verdadero nombre de las cosas que canta. Ese nomen es un numen. El verdadero decir de la totalidad es el Todo. El hombre debe escuchar esta eterna voz de la Natura, so pena de ser infiel a su misión. Queremos, entonces, terminar este apartado, con unos versos, que nuestro vate mendocino tituló Dios; resume para nosotros al poeta eterno que canta la Creación y con estas notas compone melodías para el Creador, sin dejar de recordar que la Naturaleza, no sólo reclama y grita por el Omnipotente, sino que su armonía, su condición cósmica, es un reproche cotidiano y vigente. Tan sólo se necesita la misteriosa fuerza de la silente soledad que nos da escuchar este reproche. Luego de escuchado, no puede ser negado, debe ser transmitido, y sobre todo vivido. El poeta nos indica el deber ser de las cosas y el deber ser del hombre también. Escuchemos finalmente a nuestro Orfeo:
Existes. No es posible negarte un solo instante
A pesar del enorme misterio que te envuelve,
Porque tu Omnipotencia se revela imperante
Como el sol, que en la aurora la oscuridad resuelve.
Yo no puedo negarte. Yo te llevo en mí mismo
Como llevan las flores en su cáliz la esencia
Y aunque es hondo el arcano de tu celeste Abismo
No pongo en tela opaca tu clara Omnisapiencia.
Yo te siento en la estrella, en el lirio, en la rosa,
En el valle, en el monte, en el prado, en el río,
yo te siento en la entraña de la cumbre asombrosa
y en la gota más breve del más breve rocío.
(…)
Existes. No es posible recibir el reproche
Magnífico y solemne de la clara armonía.
¡Demasiado nos hablan los astros en la noche,
Y mucho nos aplasta la magnitud del día!
¡Oh, Dios ¿cómo es posible negarte un solo instante
Si en todas partes vemos refulgurar tu nombre?
Y al ser nosotros obra de tu brazo imperante
Al negarte, Dios mío, se reniega a ser hombre!

Conclusión
Luego de comprender la belleza como el refulgir de lo esencial de las cosas y como el gozo intelectual que esto produce, entendemos que el poeta tiene una sacra misión ontofánica dada por el recibir estas esencias en su misterioso interior y donar, en un prístino acto de amor, el nomen acabando así de alguna manera la obra creadora de Dios. El poeta le da voz al cosmos escuchando antes la eterna y siempre clamorosa plegaria de la totalidad que se manifiesta, que en un grito ahogado por su silente refulgir, llama y procura el reencuentro y religación final con su Progenitor. El poeta se convierte en intérprete y mediador de las cosas al transmutarlas en símbolos parlantes para su pueblo. Esta conversión es fruto del amor, que se hace carne en el verbum del poeta.
Alfredo Bufano, fue cantor y creador de símbolos de sus paisajes y sus vivencias para su pueblo, nosotros. Supo descubrir su misión poética en el canto de los pájaros, en la rosa, en los niños y en el relumbrar del amanecer. Y supo entender que todas estas voces, suspiraban por su Creador. Fue así un nostálgico de estrellas, un hacedor de símbolos incansable y siempre fiel a su vocación de vate. Alfredo Bufano tañó la cítara bucólica de la humilde sencillez, fue poeta del paisaje, sembrador de armonías y poblador de símbolos. Así le pluguiere que en su pétreo y tosco epitafio se grabase:
Por esto, cuando sea eternidad,
Poned mis huesos en el campo en flor,
Y en una piedra tosca esta inscripción grabad:
Poeta, sembrador y poblador.



Juan Pablo Baez es estudiante de tercer año de la carrera Profesorado en filosofía por la Universidad Nacional de Cuyo. [email protected]




TOMÁS DE AQUINO. Suma Teológica. Buenos Aires, Club de lectores, 1988, p. 71 I, Q 5, a4
PETIT DE MURAT, Fray María José. La Belleza y el Arte. San Miguel de Tucumán, Grupo del Tucumán, 1991, p.10
Cfr.: Ibídem
Ibídem, p. 12
Cfr.: Ibídem, p. 20
BUFANO, Alfredo. Poesías completas. Tomo I. Buenos Aires, Ediciones Culturales Argentinas, 1983, p. 137
Ibídem, p. 165
http://etimologias.dechile.net/simbolo visto 26 de mayo de 2015 a las 17:09 hs
SANT'AGOSTINO. Le Confessioni. Milano, BUR, 2008, p. 452.
BUFANO, Alfredo. Op. Cit. p. 140
BUFANO, Alfredo. Op. Cit. p. 136
BUFANO, Alfredo. Op. Cit. p. 339


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