La escritura femenina: entre lo cientifico y lo estético literario

July 5, 2017 | Autor: Pablo Haendel | Categoría: Teoria Literaria
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Descripción

La escritura femenina: Entre lo científico y lo estético literario

La mujer: su posición ficcional y de producción en el ámbito literario

Introducción Durante los últimos treinta años (1983-2013) en Argentina y en el resto de Latinoamérica-en mayor o menor medida-, se ha venido profundizando un fenómeno sociológico en torno a la adquisición de marcos legales sobre los derechos y las obligaciones de la mujer en la sociedad moderna. Esta explosión del “auge” por lo femenino en ningún momento surge como un acontecimiento fortuito sin ninguna ligazón con contratiempos políticoculturales que venían gestándose por lo “bajo” después de una ardua sistematización de censura, extorsión y exterminio para con cualquier manifestación de carácter posmoderno que aunara a minorías oprimidas, tanto de carácter religioso, étnico, sexual o genérico. Al concluir el proceso dictatorial en la mayor parte de América del Sur (Plan Cóndor, Consenso de Washington), los países caracterizados históricamente por un desarrollo y avance de su legislación social, como es el caso más cercano de Argentina y Uruguay, impulsaron con ímpetu y fortaleza un conjunto de artículos, códigos y leyes que funcionase como un sustento legal hacia cualquier forma de discriminación, desdén o rechazo por parte de mayorías dominantes hacia las secularmente perimidas por los diferentes relatos de la historia. Un ejemplo claro de avance jurídico, revolucionario para su época, fue el impulsado por el gobierno uruguayo de José Serrato (1923-1927) en el famoso plebiscito de Cerro Chato (1927), cuyas sufragistas abogaban por el “sufragio igual” oponiéndose claramente al “sufragio universal”.

Sin

embargo, es la ley 10.783 bajo el gobierno de Juan José de Amezaga (1943-1947), quien termina de pulir y plasmar legislativamente lo que veinte años antes se había gestado con un plebiscito multitudinario; dicha ley establece la igualdad de derechos civiles, el derecho a la no discriminación considerándola un delito carcelable teniendo en cuente el tenor del susodicho exabrupto. Además, toda mujer tiene derecho a la libertad total con respecto a la manipulación de sus bienes materiales e incluso en lo referido a libertades individuales, como es el caso del divorcio (tan cuestionado por cúpulas eclesiásticas y militares en todos los tiempos).

"La primera vez que votó una mujer en Sudamérica. El plebiscito de Cerro Chato de 1927".

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Ahora bien, sabemos también que dicho proceso igualitario fue seguido por Argentina, España, EE.UU, Sudáfrica en correlación directa a los nuevos tiempos de cambio que se avecinaron en el último tercio del siglo XX y que se terminaron afirmando en la primera década del siglo XXI. Todas estas victorias, estas pequeñas “batallas” a los estancos inamovibles del poder, han sido y siguen siendo celebradas por una amplia mayoría que ve en el otro, en este caso a la mujer, no como una cabeza disminuida en su relación directa con el hombre (Fisher; 1999: 234), sino como un ser humano ampliamente diferenciado con respecto a sus errores y virtudes, pero ser humano al fin. Pero, ¿qué pasa con la mujer y su relación con la literatura, es decir, con aquellos discursos fingidos, representativos de una sociedad y su época? ¿Ha avanzado el papel de la mujer en el campo literario como sí lo ha hecho en el laboral, civil e incluso genérico? ¿Existe una “escritura femenina”? Y si existe, ¿qué tan peligroso es su influjo para mantenerla solapada al margen de la frontera entre lo aceptado y lo excluido? Todas estas preguntas, dilemas o cuestionamientos son los que se intentarán esclarecer en este trabajo en el cual la misma mujer produce metalenguajes críticos sobre su papel histórico en el mundo de las letras y las ideas;

a veces, poniendo de manifiesto un metalenguaje extremadamente virulento que adopta marcas

enunciativas del mismo tenor o registro al cual critica o intenta socavar, o críticas más eclécticas en las que incluso se llega a negar “lo femenino” (Kristeva) como diferenciador de lo masculino en el campo de las letras. Es menester saber que los discursos críticos, tanto desde la Teoría literaria, como desde la misma Literatura asimismo han sido apoyados por escritores, ensayistas e historiadores masculinos que han visto en la escritura femenina una exaltación de lo poético, de una sensibilidad a flor de piel que ha logrado reflejar motivos o temáticas muy particulares, como la violencia de género, la discriminación, el amor por los hijos, la soledad o los matrimonios conniventes en sociedades agrícola-patriarcales, y otros que no siempre han sido puestos a la luz del sol por los poetas masculinos, que han visto en estas problemáticas sólo una cuestión admisible al género femenino; como afirmaba Pura Vicario al narrarle al cronista su dialogo con su hija Ángela Vicario en referencia a su matrimonio con Bayardo San Román en Crónica de una muerte anunciada: “Ángela Vicario se atrevió apenas a insinuar el inconveniente de la falta de amor, pero su madre lo demolió con una sola frase: También el amor se aprende” (Pág,40). Opositores, adláteres, marginistas, todos forman parte activa de los movimientos feministas que con esfuerzo y tesón dieron forma a una idea incubada sobre la legitimidad del otro; el otro puede ser el negro, el indio o el judío (Galeano; 2004) pero en este caso, celebraremos la exclusividad de dedicarnos sólo a la mujer y sus peripecias, porque aunque la justicia es lenta y segura, es justicia porque impone su neutralidad y otorga a cada uno lo que le corresponde según la sabia sentencia del macedonio. Y es justo después de siglos de silenciamiento darle la palabra, la acción y la decisión a la que nos cobijo en su seno y de ella extrajimos la vitalidad y el candor: la mujer, de hoy y de siempre.

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La mujer y la literatura: un recorrido de interpretaciones, posicionamientos y deseos. El papel oficial de la mujer en la Literatura Occidental podría trazar sus inicios a partir de la Tragedia griega, en aquella imponente manifestación artístico-religiosa que fundaría el acervo, el archivo y el inventario metódico de todos los ciclos heroicos mitológicos de la Grecia clásica. Podríamos remitirnos, si deseamos verdaderamente ser más extensos y quisquillosos, hasta los principios de la escritura, representada fielmente por una literatura rupestre, aquella de los antiguos pueblos o tribus que a partir de interesantes mitogramas dejaban asentadas sus historias de vida, sus mitos, leyendas y por qué no sus propios miedos. Allí, la mujer brillaba por su ausencia. La representación de un mundo masculino al poder como símbolo de agresión, fuerza y arrojo a nadie sorprendía, o quizás sí, pero el lenguaje no había alcanzado el desarrollo actual y esa misma limitación impedía la expresión de pensamientos contrarios a esa hegemonía, pero no alcanzaban los pocos sonidos para plasmar un posible desacuerdo en relación a la jerarquización de la tropa (Manuel Arenales: 2008; 111). Por dicho motivo, nuestro análisis con respecto a la mujer y la literatura comenzará con el Clasicismo griego y la Edad Media; épocas disimiles entre sí, pero caracterizadas históricamente por un desprecio exultante y explícito hacia la figura femenina y todas sus posibles manifestaciones o potencialidades. La tragedia griega Es de amplio conocimiento por la mayoría de los estudiosos que el teatro griego era producido, juzgado e incluso interpretado por hombres. Muchas veces se enuncia a boca de jarro que la tragedia ática del siglo VI carecía por completo del elemento femenino, tanto desde su faceta interpretativa, como desde su propia germinalidad artística. Pero, ¿esto es realmente así? Nuevas investigaciones han abierto, dado nueva luz, a resquicios que se mantuvieron ocultos por siglos debido a cierta mala fe que la religión cristiana se ha encargado de diseminar por todo Occidente coadyuvada por eruditos o profesionales de las distintas ciencias (antropología, sociología, filosofía, etc) que han obrado, quizás por error o impericia, o seguramente por intereses en común, cuestión

que declara en principio una desesperante actitud misógina hacia lo artístico. Estas nuevas

posibilidades interpretativas son el producto de años de estudio e investigación por parte de la catedrática Lucía Romero Mariscal, de la Universidad de Almería, quien establece los siguientes ítems destacados en cuanto al papel de la mujer: 

Origen religioso femenino camuflado por acciones y hechos más que por el género del dios: Dionisos no sólo es el dios de las orgías, las bacanales y los cambios estacionarios (acciones), sino que también es el dios del travestismo, de la parte femenina oculta que debe salir a la luz, produciendo una ruptura con los estereotipos convencionales (género). Era el dios de la liberación.



Representación de mujeres por parte de hombres: Frínico, discípulo de Tespis, es el primero en introducir el personaje femenino a través de la máscara y el protagonismo de las mismas. Los hombres en ese afán dionisiaco de liberación imitan a las mujeres, pero la voz de la mujer es conocida al público a través del cuerpo hegemónico. 3



Posibilidad multisignificativa de interpretaciones a partir del protagonismo femenino (Antígona, Electra, etc.): El hecho de un protagonismo cada vez más gradual del personaje femenino hizo posible la apertura de un abanico más amplio de lecturas con respecto a la simbología de la mujer en las tragedias. Medea llegó a leerse como la primera manifestación feminista radical e incluso desde un plano antropológico como la dificultad de la inmigración, la diáspora y las casi nulas posibilidades de entendimiento entre las civilizaciones. Antígona es el claro ejemplo de la libertad individual en contraposición al estado. Alcestis representa la fortaleza matriarcal, aquella que entrega su vida en sacrificio para salvar a su progenie; la lealtad y el valor de Alcestis dejan a su marido en una posición completamente ridícula y miserable



Planteamiento claro y crudo de las condiciones de desigualdad y dolor que sufría la mujer



Primer vestigio de la mujer en el espacio público de poder en contraposición a los espacios cerrados (casa, hogar, jardín, etc.): los idus de marzo, las leneas o las dionisiacas representaban, como se ha expuesto anteriormente, un momento de liberación en el cual las mujeres eran “invitadas” por el dios a salir de sus casas y ocupar un lugar en el escenario del teatro. Eran esos momentos en que la mujer dejaba de ser madre, esclava o amante temporaria.

Sin embargo, más allá de estas lecturas, la tragedia seguía siendo completamente misógina ya que no se conocen producciones femeninas, y en todo caso, tampoco participaban de la política y si bien es cierto que pudieron utilizar el cuerpo del hombre para ser escuchadas por el público, muchas veces lo dicho poseía un valor enunciativo y temático demasiado pobre, sólo entendible para las mujeres; y esta misma valoración de su subjetividad limitaba sus esfuerzo y accionar.

La Edad Media 4

“Al bueno y al mal caballo, la espuela; a la buena y a la mala mujer, un señor y, de vez en cuando, el bastón” Paolo da Certaldo, Libro de las buenas costumbres

Este epígrafe o sentencia ampliamente difundida en la Edad Media puede leerse a grandes rasgos como el manual moral con respecto a la mujer. Sería una redundancia afirmar que bajo el dominio dogmático de la victoriosa Iglesia Católica el cuerpo femenino fue víctima de sacrilegios, experimentos, humillaciones y violencias inauditas. Sin embargo, la literatura trovadoresca del siglo XIII empezaría a gestar en el hombre medieval una idealización-santificación de la mujer que concordaría y se mantendría, con matices diferentes, hasta principios del siglo XX como bastión del ordenamiento social. Algunos postulados sociales sobre la mujer medieval: 

Es un cuerpo impuro, huésped del demonio y otras fuerzas similares: esto se atribuyó al sangrado menstrual que los sacerdotes y clérigos del momento consideraban de mal augurio. Además, el carácter cambiante o el humor dependían del pneuma, una sustancia generada por el cuerpo, potestad solamente femenina.



La mujer es adúltera por naturaleza: esta suposición “biológica” obligó a las cúpulas eclesiásticas a exigir leyes a favor del vinculo monogámico.



Personificación de la desobediencia adánica: rebeldía, traición, tentación, lujuria.



Sexualidad emparentada con cualquier manifestación demoníaca: realizaban experimentos de disección anatómica sobre genitales y úteros que resultaban verdaderas carnicerías.



La mujer propiedad masculina de carácter consuetudinario y legal: se establece el famoso Prima nocte, derecho por el cual un señor feudal podía acceder a mantener relaciones sexuales con la esposa de su siervo de la gleba, campesino o vasallo estuviese éste o no de acuerdo.

Con respecto al quehacer literario, la mujer desde una óptica de carácter más intimista utilizaba la poesía para reflejar sus propias penurias, criticar a los hombres y exponer de la manera más objetiva posible aquel mundo oscuro que las rodeaba. Hablamos de una poesía femenina entroncada entre los siglos X y XIV. Ahora, algunas representantes literarias de la Edad Media: 

Frau Ava (Austria): composiciones de carácter religioso. No se conocen obras completas, quizás se hayan perdido. Lo que se sabe es que Herrada de Hohenburgo incluyó sus poemas en su enciclopedia ilustrada Hortus deliciarum1.



María de Francia: se especializó en la poesía de carácter intimo, las epístolas y la lírica. Lais y Fabulas son sus obras mas conocidas.



Hildegarda de Bingen: figura enigmática y poderosa. Se abrió paso socavando el poder hegemónico de los hombres sin importar demasiado clase social, raza o religión. Su obra es de carácter místico y se basa

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Dronke, Peter: Las escritoras de la Edad Media, pág. 124-125

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en sueños y visiones alegóricas. Algunas obras: Vita, Scivia, Causae et curae, Liber divinorum operum, entre otras. 

Eloisa: enamorada de Abelardo. Su obra se basa en cartas, epístolas en las que predominan hermosas imágenes visuales, hipérboles, metáforas y espiritualidad religiosa. Fue enviada a un convento cuando se supo su relación con Abelardo.



Christine de Pisan: humanista, poetisa y filosofa italiana. Se la considera no solo la primera escritora profesional de historia europea, sino también la precursora del movimiento feminista occidental a partir de sus polémicas opiniones en la corte de Carlos V de Francia. Algunas de sus obras: La Epístola del Dios de Amores, La visión de Christine (autobiografía), entre otras.

Todas estas escritoras lucharon contra un contexto social sumamente controlado por la fuerza del dogma, las miserias materiales y el vaciamiento legal, vaciamiento que las convertía en blanco fácil de las tropelías de hombres amparados en los símbolos del pecado, la redención, Lucifer y la virginidad. Podríamos seguir analizando las épocas posteriores en las que el Renacimiento esplendoroso y renovador abría una fisura, una ruptura con respecto a las antiguas manifestaciones medievales de control y estructuración de la conciencia (salvo en España); deleitarnos con el Iluminismo de Pascal, Voltaire, Montesquieu, Rousseau y demás integrantes de la intelectualidad francesa de finales del siglo XVIII que otorgaron a la mujer la posibilidad del estudio, la investigación, pero esta potestad adquirida ganada con años de lucha, resultaba igual de incompleta que en épocas precedentes ya que a la mujer no se le permitía gozar de su sexualidad en aras de un desarrollo intelectual. El hombre quitaba, sacaba, sustituía según fuese política y culturalmente correcto y la medida de todas sus medidas siempre era la mujer. Igual destino sufrieron con el Romanticismo: la idealización de la femineidad de Goethe en Alemania, Byron en Inglaterra y Bécquer en España, responde claramente a seguir el legado de una raíz medieval de índole judeo-cristiana, en que la “santificación” del grupo femenino aseguraba la tranquilidad familiar y social que un país desarrollado necesitaba. Esos pequeños logros desde el siglo X hasta el siglo XX, han permitido a las mujeres coronarse indómitas guerreras de la mano de una Flora Tristán que luchó por sus derechos genéricos, como de los trabajadores explotados, y en pleno siglo XX, desde un cuarto propio y solitario, Virginia Wolff expandió sus raíces para que la mujer del futuro no sea nunca más la del pasado. Ahora bien, quedaría por analizar cuál es el papel de la mujer en el siglo XX con respecto a su posicionamiento literario; una literatura cuyos contratos implícitos de lectura y acuerdos nos obligan a definirla a gran velocidad como un conjunto heterogéneo de textos figurativos, fingidos. Un problema difícil de resolver es determinar hasta qué punto la literatura de la posmodernidad deja el espacio abierto para la identificación del sujeto con su propio objeto o producto. Para comprender esto, es necesario posicionarnos en el concepto de Modernidad y Posmodernidad en relación al sujeto de la Historia. La Modernidad resultó ser aquel inmenso legado cultural que nos legó la Edad Moderna a partir del siglo XV, siglo caracterizado por el veloz desarrollo de las disciplinas científicas como clarificador exponente de sustitución metafísica o dogmática (en apariencia). Su influencia se expandió hasta las primeras décadas del siglo XX (Primera Guerra Mundial). A partir de los resultados apocalípticos que dejó la primera contienda ecuménica de la historia, el hombre abandonó para siempre la 6

Modernidad y la Posmodernidad ocupó su lugar hasta hoy. El sujeto se caracterizaba por alcanzar por primera vez el control total de su destino (sujeto teleológico), pero las incongruencias de la Primera Guerra sumirían a la humanidad en una desconfianza total hacia esta libertad sin límites. La Posmodernidad, adjetivada como la época del desencanto, abandona al sujeto en contraposición al objeto (cultura Kitsch). En el caso de la literatura escrita por mujeres el sujeto aparece “negado” a partir de ciertas formas de invisibilidad enunciativa, como puede ser anular la voz de un narrador identificable. Este emergente de escritura intentaba desestimar la identificación masculina, hegemonizante, dando libertad al lector de poder inferir e interpretar libremente. Se supone que si el lector no identificaba un narrador masculino, entonces la libre interpretación significaba que el narrador escondido indudablemente era femenino. En otros casos, como afirma Showalter, la mujer utiliza un registro irónico que subvierte los esquemas o estereotipos a través del humor y la ironía. En los casos más extremos, como el de Julia Kristeva, ella incluso niega toda posibilidad de existencia a la llamada “escritura femenina”. Entonces, ¿qué otras cuestiones propiamente femeninas pueden ser detectadas en la obra y etiquetadas como escritura femenina? Otras apreciaciones hablaran de temáticas particulares observadas con una óptica especial, más sensibilizada que la recepcionada por un hombre. Sin embargo, Griselda Gambaro afirma: “Mucho valor necesitaremos para explorar y aventurarnos en esos terrenos donde nos atrevamos a mirarnos, porque como mujeres somos aún metáforas convenientes y engañosas de un mundo masculino. ¿Qué pasa con los hombres cuando leen un texto donde la mujer no responde, ya sea a través de sus personajes femeninos o a través de su propia escritura, a esa metaforización engañosa?[…] cuando la literatura escrita por mujeres no responde a esta metaforización engañosa, el lector se vuelve impermeable, desinteresado: la lectora se resiste, entra en conflicto con su propia imagen impuesta. Quien busca su propia voz no puede ser objeto metaforizado ni metáfora “sin metamorfosis”. (pág. 473) Gambaro afirma entonces que si el estilo o la temática no responden a un esquema prefijado de interpretación, la escritura femenina puede fracasar rotundamente porque el lector de manera inconsciente se identifica con atavismos ya instaurados. Este choque repentino si bien podría situar a la escritura femenina en un plano identificable, también puede anularla y desdeñarla para siempre como forma de representación social. A mi entender, el sujeto de enunciación femenino y su producto textual sólo pueden ser reconocibles en la diferenciación estilística y temática en cada nueva escritura y esto sólo es posible porque la mujer adquiere su voz como producto de una habilidad innata para recepcionar la realidad del afuera, el detalle, la minucia y exponerla con versatilidad en cada nueva entrega textual. No es lo mismo leer a Katherine Mansfield o Ruth Rendel que leer a Borges o Cortázar. Las dos primeras exponentes nos sorprenden constantemente con sus vueltas, sus giros, sus escenarios y sus perspectivas de la realidad; este estilo tan particular reside en que la mujer desarrolla una escritura de significados ocultos y ese desentrañamiento, esa sorpresa, posiciona a la escritura femenina como la única capaz de obligar una relectura de toda la literatura occidental-patriarcal. Cuando uno lee a Borges o Cortázar dos, tres o cuatro veces, ya intuye qué tipo de texto o recurso podrá utilizarse como marca estilística y de dominancia. Como dice Marta Traba: “La literatura escrita por mujeres sí se diferencia por un texto o una literatura femenina diferente, y esto es la diferencia de texto a texto, de escritura a escritura” 7

Ahora bien, hemos con esfuerzo establecido que la escritura femenina puede existir e identificarse por su heterogeneidad y su capacidad para producir una ruptura del sistema, pero ¿qué sucede con la escritura de la mujer en los ámbitos académicos cuando el estilo debe circunscribirse mucho más a cuestiones formales y no tanto a la libertad que otorga la escritura artística? Es aquí donde los espacios públicos y privados ejercen la función de gendarmes: custodian fronteras lingüísticas, de acción y pensamiento. Si bien los movimientos feministas comenzaron a empujar con fuerza a partir de 1930, su organización teórica-practica nace en el seno de los espacios públicos académicos, generalmente conquistados, dominados e institucionalizados por el género masculino. La noción de género no sólo responde a un concepto cultural desprovisto de todo matiz sexual, sino que el concepto de género se crea para justificar la hegemonía de uno sobre otro, el poder y la manipulación. Puede entenderse entonces que la crítica feminista ha sido censurada y diezmada desde el centro neurálgico mismo de la producción de saber: las universidades. Un caso relevante son los críticos postestructuralistas franceses (Barthes, Foucault, Althusser, etc) que por ejemplo han tratado siempre como extranjera a Julia Kristeva (francesa de origen rumano). La misma situación de pobreza intelectual referida a las producciones femeninas suele verse en el ámbito educativo argentino; estudios segregados, pocas veces publicados o publicados no en su forma original (censura). Este fenómeno de las mujeres, la educación, la cultura y la crítica presenta algunos aspectos interesantes en cuanto a simbologías androcentristas en relación al papel de la mujer en los claustros del saber: 

Las materias humanísticas son potestad de las mujeres



Las mujeres más capacitadas, con mayores notas y matricula son las que trabajan en el nivel inicial y/o Primaria.



En el nivel Terciario y/o Universitario, tiende a disminuir considerablemente el papel de la mujer. (El nivel de deserción, fracaso es directamente proporcional con la exigencia de los niveles)



La mujer reproduce mitos, textos, leyendas y teorías hegemonizantes.

La pregunta entonces sería de qué manera encontrar una solución a esta pobreza, desigualdad y aprisionamiento de las potencialidades femeninas. Según mi parecer habría dos soluciones de carácter jerárquico, y obviamente de ruptura, pero que a su vez podría reproducir conductas hegemónicas adversas si no se las maneja con cuidado. En primer lugar las mujeres deberían ocupar (que ya lo hacen) cargos de Inspección, secretariado o ministerial y de esa manera ejercer cierta presión sobre las decisiones que el equipo directivo o de trabajo formula o ejecuta. Dentro de los ámbitos universitarios propiamente dichos se deberían crear pequeñas editoriales de sesgo cooperativista, fundadas, dirigidas y manejadas por una especie de centro administrativo. Estas editoriales podrían editar, difundir e incluso analizar el material de manera independiente, sin el control de la editorial homónima al centro de estudios (Por ejemplo el caso de Eudeba y la UBA). No hablo de editoriales feministas, sino de editoriales administradas por mujeres en las que cualquier género pueda publicar sin caer en las garras de la censura o el cuestionamiento. Es debido a esta cuestión del dominio, la censura y los cuestionamientos de unos sobre otros donde el concepto de género amplia su poder de acción hegemónico, refiriéndonos siempre al género masculino. Esta situación de desequilibrio y constante lucha entre dos bandos supuestamente opuestos no 8

sólo genera las discrepancias consabidas sobre el uso de la palabra y qué alcance o influencia puede generar esa voz en el otro o los otros, sino que también nos obliga a preguntarnos si verdaderamente se puede seguir razonando la literatura tomando en cuenta la cuestión de los sexos admitiendo que la literatura debe ser performativa, una herramienta de cambio y que las interpretaciones que de ella se hagan debieran ser positivas en cuanto a su compromiso con la solidaridad y la lucha de los más débiles. Considero, desde un humilde punto de vista, que si tanto se ha bregado por una literatura “femenina”, no sólo con los movimientos feministas contemporáneos (Escuela angloamericana, Escuela francesa, etc.) sino también con las cientos de escritoras silenciadas con los matices más idóneos al momento histórico (censura, quema de libros, ahorcamientos públicos, hogueras, torturas, etc) sería una deslealtad o un crimen ideológico desterrar o ignorar las cuestiones genéricas. En cierto punto si negáramos lo genérico estaríamos negando lo femenino, no lo masculino, porque mas allá de que los postestructuralistas franceses como Foucault hayan negado la existencia del autor y lo pudiesen sustituir argumentativamente por una escritura comunitaria, de todos, esa escritura plural engloba en sí mismo al género masculino porque en el inconsciente los transmisores, los divulgadores, los skop, juglares o quienes asuman esa tarea colectiva y oral siempre seguirán siendo hombres. Si los hombres han creado las nociones de género para controlar, perimir y someter son hipotetizaciones plausibles de discusión y acuerdo, pero lo que no se puede negar es una escritura genérica, femenina o masculina. Pero ignorar esta cuestión en la literatura es el símil a matar para siempre la obra artística que irremediablemente fue, es y será enunciada por un género en particular.

Conclusión En el desarrollo de este trabajo monográfico se ha analizado el posicionamiento histórico de la mujer y su función dentro de las letras occidentales. La lucha ha sido, es y será completamente ardua. Asimismo la responsabilidad de mantener la tensión que conlleve a la igualdad de derechos no sólo es potestad de las mujeres, sino que todas las minorías desplazadas deben seguir en la misma senda, porque más allá de la resistencia virulenta de algunos sectores, el contexto de posmodernidad-muchas veces efímero y superfluo-, resulta el mejor ambiente para reflotar luchas milenarias que aún hoy en pleno siglo XXI mantienen una deuda con ellos mismos. Pero como nadie-incluido yo-, cree firmemente en el famoso Fin de la Historia, esa esperanza de lo inacabado permitirá a estos sectores recorrer un largo camino, seguramente de zarzas y espinas, pero con un atisbo de luz al final, contra el horizonte y quizás ahí cuando las cosas estén emparejadas dignamente, sean ellos/as mismos/as quienes determinen el cierre del circulo, de la palingenesia histórica sentenciando el mismísimo final.

Pablo Medaglia Profesor de Lengua y Literatura.

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