La epifanía del retrato. El criollismo republicano y su construcción genealógica

July 21, 2017 | Autor: Gloria Cortés Aliaga | Categoría: Siglo XIX, Arte Latinoamericano, Retrato
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Descripción

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UNA SO

ÍNDICE

PRESENTACIÓN pág. 5 INTRODUCCIÓN CURATORIAL pág. 6 JOSÉ GIL DE CASTRO: DEL FIEL SÚBDITO AL CIUDADANO REVOLUCIONARIO Juan Manuel Martínez

pág. 9

LA EPIFANÍA DEL RETRATO El criollismo republicano y su construcción genealógica Gloria Cortés Aliaga pág. 16 DESVESTIR A UN SANTO PARA VESTIR A UN HÉROE: LAS TRADUCCIONES Y PERSISTENCIAS DE LAS IMÁGENES RELIGIOSAS EN TIEMPOS DE CAMBIO Rolando Báez pág. 21 DE LA ADAPTACIÓN A LA ADOPCIÓN: Indumentaria en Chile entre 1770 y 1835. Fanny Espinoza

pág. 26

CAMBIOS Y PERMANENCIAS EN EL ESPACIO PÚBLICO Y PRIVADO Carolina Barra pág. 31 catálogo pág. 35 BIBLIOGRAFÍA pág. 60 4

LA EPIFANÍA DEL RETRATO El criollismo republicano y su construcción genealógica ••• SER CRIOLLO La producción de sentido de las imágenes, los símbolos y las representaciones cobran importancia relativa a medida que se imponen o no los actores que las promueven. Esto es, quien hace circular los signos es quien asigna, finalmente, la rúbrica de una identidad colectiva y que, en el caso particular del criollo lo convierte en el eje indiscutido del dominio socio-económico. Lo anterior se ve reforzado por la facilidad de esta nueva figura de transitar entre diferentes estamentos al interior del mapa social -peninsular y local- sin perder su identidad.30 Ser criollo se constituye, tal vez, en el primer disolvente social del Antiguo Régimen que se establece a partir de la autoconsciencia de clase, de pertenencia a un estamento y la certeza de la habitabilidad de un territorio y su geografía cultural. De ahí que la certeza categórica del deber ser criollo, en un modo kantiano, se instaura sobre la base de la moral y la libertad a cualquier precio, exacerbando el sentido de empoderamiento en razón de su filiación divina -del ser humano-, de autonomía por derecho propio sobre los espacios de representación y disputa y, finalmente, de la instrumentalización de su posición en el entramado social republicano. El fenómeno del criollismo, fortalecido por la presencia de una elite conformada por una herencia peninsular por una parte y una endogamia secular, por otra, permitió que en Sudamérica la hacienda se convirtiera en el principal protagonista del poder político, económico y social.31 Esta convergencia hacia la periferia -lo ruralsolo es posible en una sociedad en el que la modernidad está supeditada a la dislocación constante de los 16

modelos y a la movilidad de las zonas de producción económica y de clase. Esta demarcación de un territorio de poder, impulsado por los colonizadores y a pesar de la Corona, permitió el desarrollo de agentes alternos como los intermediarios de la burocracia virreinal, un liderazgo mestizo al interior de la hacienda y un campesinado indígena en aumento, todos ellos con ambiciones de consolidar un estatus que les permitirá ganar posiciones intermedias. 32 La incongruencia de estatus de estos grupos, donde el control de la tierra no iba a la par con el control político, toma forma consciente en el proceso independentista. Es en este contexto donde la clase criolla de pronto se conforma como el engranaje social más consolidado del sistema, monopolizando no solo el prestigio, sino también el poder de los grupos intermedios a través de la manipulación o lo que Wolf denomina manipulative behavoir.33 La ficción independentista traía consigo, entonces, la ruptura y desestabilización de la organización social, pero cuya tensión se manifestaba ya en el siglo XVIII, aumentando progresivamente los conflictos endémicos entre las castas o clases intermedias a medida que se acerca la ruptura política con la metrópolis, generando la reacción colectiva del movimiento emancipador. De este modo, quien debe resolver el conflicto de poder entre el agente político y el agente económico es el gobierno republicano, ya que los intermediarios del antiguo régimen seguían constituyéndose en una gran fuerza política que controlaban al principal nervio productor: el campesinado indígena y mestizo que sustentaba a la nación.

••• La crisis política del modelo que genera la monarquía peninsular se convierte, así, en una revolución política cuya consecuencia inmediata es el ascenso de una nueva legitimidad, la de los sujetos sociales que hicieron posible la consolidación de la economía republicana. Lo anterior, implica también la negociación de las representaciones, prácticas e imaginarios de los dispositivos políticos y sociales que mantendrán cohesionada a la comunidad y sus transformaciones. El retrato aparece, entonces, como un ejercicio contracultural, una experiencia social que niega el pasado pero se nutre de él en una serie de resignificaciones de modelos impuestos que, finalmente, son apropiados a modo de epifanía, como acto de presencia dialéctica sobre los fenómenos sociales que surgen en este período. EL RETRATO: EPIFANÍA O INICIACIÓN DE UNA CUESTIÓN POLÍTICO-SOCIAL Si bien para los peninsulares, América era una extensión de la territorialidad y la propia identidad, para los americanos el quiebre significó también una ruptura genealógica con la metrópolis. Aunque herederos del mundo hispano, los criollos se instalaron como figuras híbridas carentes de una genealogía común, donde la religión aparece como el único vínculo capaz de concretizar un linaje de carácter moralizante, salvador e iniciático. 34 De este modo, la imagen criolla se sustenta en los mismos referentes impuestos por la Corona a los que se añaden las producciones religiosas locales produciendo un doble desplazamiento de modelos iconográficos, una suerte de rebelión formal que permitía la afirmación de una identidad criolla por una parte, y establecía un proceso maquinal de producción artística, por otra. El carácter iniciático que adquieren los retratos en este período, está dado entonces por diferentes aspectos.

Por una parte, la instalación de un primer impulso identitario circunscrito a una motivación colectiva del estamento criollo, que impulsa una experiencia vital respecto del período anterior. La hipérbole o culto a los héroes o libertadores, por ejemplo, se asemeja al culto a los santos cuya aparición en escena es comparativamente análoga al concepto mesiánico que se otorga al hecho de la salvación/liberación del yugo español. La antigua figura del rey, poder otorgado por derecho divino, se convierte en eje no solo de una guerra ideológica, sino también de una rebelión iconográfica en el que por contraste, el patriota utiliza como probanza de su legitimidad. Esta nueva religión republicana aparece vinculada a los sentimientos e ideas respecto de la patria y el patriotismo, en especial frente al rechazo del linaje hispano. La epifanía constitutiva de un movimiento armado y la apología social del criollo, es sin duda incierta, precaria y heterogénea, pero manifiesta y revela su trascendencia en el ejercicio mismo del proceso emancipatorio y en la construcción de una nueva forma de gobernabilidad Suprema. Esta vez, bajo la égida de la virtud cívica. Todo hombre de bien, contento con desempeñar el ministerio que puso la patria a su cargo, no hace crecer su autoridad sino por el nivel de su mérito, señala Juan Egaña en su Discurso sobre el amor de la Patria (1807). El carácter iniciático del retrato criollo emula, también y por primera vez, la transformación del ser y del deber ser del nuevo ciudadano. La pervivencia de esta moral criolla, especialmente cuando esta se confronta con nuevos grupos sociales -como los pardos o mestizos- se revela mediante signos que bien pueden relacionarse con el resguardo sólido de los valores compartidos: alegorías a los vicios, a la unión conyugal o a la moral cristiana, el amor filial, la educación, entre otros, aparecerán continuamente tomando la forma de inscripciones, miniaturas o bien, de elementos iconográficos heredados de la pintura religiosa. 17

••• Esta manipulación de los conceptos moralizantes -cristianos y republicanos- expresan elocuentemente la posición del estamento criollo sobre la situación política y social del período, reafirmando bajo la precisión del territorio y su incorporación en la pintura de retrato -ya expuesto soslayadamente en la pintura de santos- la supremacía de su nuevo estatus. La dominación del espacio y lugar no de las leyes, sino de los hábitos y costumbres que constituyen, finalmente, el verdadero valor del nuevo ciudadano republicano. Podríamos establecer en lo anterior, un tercer aspecto del carácter iniciático del retrato. La búsqueda de un bien común, un legado para la nueva generación, tanto material/territorial como simbólico. En este punto cabe recordar el carácter masónico del proceso independentista y la conformación de logias eminentemente americanas, operando en todo el asunto la transacción iconográfica entre la tradición y las nuevas formas de poder. LA CONTINUIDAD DEL LINAJE La inexistencia genealógica del criollismo concentrará su particular interés en la continuidad del linaje, sustentado en el amor filial. A ello debemos sumar la pérdida de esposos e hijos en las guerras de la independencia, dejando a muchas de estas mujeres viudas y huérfanas. La mujer venerada en su rol de madre y esposa, es sacrificada por amor a la patria y a la libertad, entregando a sus hijos a la guerra. En La Gazeta de Buenos Ayres en 1811, Monteagudo publicará el rol doctrinario de la mujer sobre los hijos, estimulando en ellos el patriotismo, moral e ilustrado, útil para sus conocimientos, y sobre todo patriota, amante sincero de la LIBERTAD, y enemigo irreconciliable de los tiranos. 35 La fama póstuma de estas mujeres, mediante la práctica del retrato, se establece en algunas ocasiones a través de 18

la misma fama póstuma de los vínculos masculinos con los que se relaciona. El género del retrato, en este caso, fortalece el papel doctrinante y educativo de los padres a los hijos. Desde esta perspectiva, las mujeres criollas -identificadas históricamente con la familia y linaje de pertenencia-, dejaron constancia de su posición social y memoria de si mismas en la huella material que ha quedado de sus vidas cotidianas: Desde su más temprana edad ha sido educada para observarse continuamente (…) y así acaba por considerar al observador y al objeto de observación dentro de su mismo ser como dos elementos constitutivos, distintivos de su identidad como mujer. 36 En este sentido, el retrato tensionó las convenciones de la dimensión privada con la vida pública, aludiendo a estatus sociales, virtudes personales o condiciones estamentales, como ser casada o soltera, la domesticidad del hogar o los cometidos a desempeñar un papel en los destinos de la patria. Si bien esa posición les abrió los caminos de la formación, el prestigio social, la libertad y la posibilidad para intervenir en asuntos públicos, no son ajenas a la constitución de imaginarios o como materia pasiva en la representación. Su existencia está determinada directamente por la relación con su clase y el varón que la distingue, ya sea el marido o el padre, el que aparece siempre simbólicamente representado ya sea a través de escudos o heráldicas, inscripciones o signos que convierten la ausencia masculina en presencia. Es decir, mujer en oposición/complemento al varón. Finalmente, la lectura historiográfica de estas cuestiones permite establecer origen, pertenencia, participación en la historia política, económica y social y sus consecuencias en el mundo contemporáneo. El retrato cohesiona las relaciones entre los sujetos históricos situados en el espacio social por un lado, y las estructuras que los han formado como tales, por el otro, tranzando cuestiones identitarias de clase, género y origen.

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