La envidia de los ángeles o develando el amor como categoría política (Revista electrónica del IPN; ISSN 2007-1957; Ejemplar 14. Enero - junio de 2016)

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Descripción

ISSN 2007-1957

LA ENVIDIA DE LOS ÁNGELES: DEVELANDO EL AMOR COMO CATEGORÍA POLÍTICA Lutz Alexander Keferstein Caballero Universidad Autónoma de Querétaro [email protected]

Abstract This essay has the goal to state that there is the need to modify the approach that is given to the notion of love. This has been determining in the imaginary construct of the human world. Love, ambiguous word, brings within its conceptual content a subjective desire. The search or refusal to search for the content of the word love performed by any man or woman is directed by the teachings offered by their anthropological context. Thus, some desire it in the midst of a storm of sighs, whilst there are some who run away from it as if it were the fallen angel. These fetishized approaches, for love is adored or despised in a radical manner, are products of mechanisms of conceptual imposition related to ideological, economic and domination interests. The never-ending repetition of messages that invite to understand love as a vulgar subjective psychological and sentimental experience will be offset in this text that promotes the judgment that finds love as a part of the objective political emotional world. Key words: Love, politics, fetishes, community, sentimentality, emotionality

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Para Fernanda Otegui, a quien nadie le escribirá lo que yo le escribo, pues nadie la amará como yo la amo.

Introducción “I’ve heard that pride always comes before a fall there's a rumor goin’ round the town that you don't want me around.” Brian Connolly Love is like Oxygen

término de esa caída libre en la que siempre me acompaña desde las alturas a las que él suavemente me llevó, al estrellarme inevitablemente con todo su peso encima contra el suelo –¡Dios maldiga la manzana de Newton! –, justo ese suelo hecho de la tierra donde murmura el mundo que los pies se ponen, él amortigua su propia caída con mi cuerpo y espíritu… y me fractura. Y es inacabable, sí, inacabable, porque amar ha sido siempre mi decisión. Primera Parte. Ensoñación y mentiras I. Envidia y engaño

Nuevamente, como tradicionalmente, es el amor lo que me lleva a escribir. Ese viejo niño incesante, insolente, indolente, inacabable amor que halla una y mil formas de disfrazarse con tal de clavar sus venenosas flechas en lugares que el manual de Carreño no se atreve a mencionar. Es viejo, pues ha existido, aunque con muy poca evolución, desde antes que existiesen los humanos. Es niño, pues, debido a mi falta de entendimiento de su naturaleza, su carácter en extremo jovial me ha llevado a acciones infantiles en mi afán de ser su amigo, esperando que se quede conmigo. Es incesante, pues cuando creo que se ha ido, he caído irremediablemente en la cuenta de que el muy necio se tomaba un respiro, o, mejor dicho, me dejaba tomar un respiro que más que llenarme de oxígeno, me dejaba vacío por su ausencia aparente. Es insolente, pues ese joven rebelde no respeta mis nacientes, pero cada vez más abundantes canas… prematuras (¿?). Es indolente, pues no comprende que al

“The angels, not half so happy in heaven, Went envying her and meYes!- that was the reason (as all men know, In this kingdom by the sea) That the wind came out of the cloud by night, Chilling and killing my Annabel Lee.” Edgar Allan Poe. Anabel Lee.

Cuenta Giovanni Papini, citando a Pablo de Tarso en su carta a los Efesios, que la traición que Luzbel llevó a cabo contra ese Dios original, no habría provenido de la soberbia como comúnmente se cree, sino de la impaciencia y los celos. El Diablo, ese angelical ser-dominante, se dejó él mismo dominar por la impaciencia cuando vio que el Señor había sometido a todos los seres creados a la potestad del hombre y no a la

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suya1, “si [el diablo] hubiese soportado eso no habría sentido dolor y si no hubiese sentido dolor no habría experimentado celos del hombre”2. El resultado del dolor que provocan los celos lo conocemos bien: trajo como consecuencia uno de los conflictos bélicos más espectaculares de toda tradición humana. Seres celestiales combatieron seres celestiales en una batalla de duración por nadie conocida, pues los segundos de Dios son los eones del humano. ¿Pero, qué hay detrás de esta parábola cultural? Si hubiésemos de atender nuevamente a las palabras de Papini, existe una relación tripartita entre amor, celos y dolor3, pues el amor “como comunión perfecta entre el amado y el amante” 4 provoca que “toda pena y desventura del amado entenebrezca y envenene el alma del amante” al tiempo que explícitamente, el dolor proviene de los celos. No se puede perder de vista, sin embargo, que todo conflicto es un arma de doble filo: La derrota del Diablo, para un ser que es omniamoroso, como se asevera que Dios es, la pena que embargó al celoso ángel no pudo sino significar, también para Dios, un dolor sentido. Tras su expulsión del reino de los cielos, quien en algún momento fue el más bello de los arcángeles, segundo ser en el universo judeo-cristiano, enajenado con su propio padecimiento, no estuvo en la capacidad de percibir el dolor de ese quien lo amaba. Luzbel, en pleno proceso de satanización, no encontró otra manera de resarcir su vapuleado orgullo sino pervirtiendo otros seres que también gozarían y padecerían el castigador amor de Dios per secula seculorum. Adán y Eva, la humanidad 1

Cfr. PAPINI, Giovanni, El Diablo, Editorial Latinoamericana, S. A., México, D.F., 1980, p. 44. 2 Idem. 3 “El amor debe ser necesariamente también dolor”. Ídem, p. 65. 4 Ídem.

por antonomasia, tal vez precisamente por su original inocencia, resultaron el vehículo de la venganza del ángel caído y sus seguidores. La infelicidad de la humanidad fue, a criterio del impaciente celoso, la derrota última de quien en un momento lo amó. ¡Sabrás, sabrás, Eva, y le harás saber a tu hombre, lo que es el amor! ¡Sabrán, sabrán, Eva y Adán, que el amo(r), así lo estipuló Dios… es dolor! II. Máscaras y hartazgo “¡Cuidado!: quizás haya alguien que se los lleve como presa suya mediante la filosofía y el vano engaño según la tradición de los hombres, según las cosas elementales del mundo (…).” Pablo de Tarso Carta a los colonenses, 2:8.

Aunque la celestial y necesaria relación que encuentra Papini entre dolor, celos y amor es vox populi (vox Dei, termina la frase curiosamente), Arthur Schopenhauer denuncia este triángulo amoroso en causas puramente naturales y no divinas. Contundentemente, Schopenhauer nos hace saber que “El amor tiene por fundamento un instinto dirigido a la reproducción de la especie”5. El amor es el embozo del sexo, medio a través del cual la Voluntad de Vida, representada por las especies y nunca por los individuos, se realiza. Ésta se materializa literalmente. De donde hay amor, surge carne por medio de la carne. Sin embargo, no se satisface la Voluntad de Vida a través de la selección y posterior generación de cualquier carne. “Nada hay tan extraño como la seriedad profunda e inconsciente con que se observan uno a otro dos jóvenes de diferente 5

SCHOPENHAUER, Arthur, El amor, las mujeres y la muerte, Edaf, editores, 1993, Madrid, p. 57.

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sexo que se ven por vez primera, la mirada inquiridora y penetrante que uno a otros se dirigen, la minuciosa inspección que todas las facciones y todas las partes de sus respectivas personas tienen que afrontar”6. Buscando incansablemente, sin alcanzar, la perfección biológica, psicológica y estética, los sacrificables individuos de todo género buscamos en el Otro las características que neutralicen nuestros defectos genéticos, de temperamento y fenotípicos, antes de considerar/sentir que es digno de ser nuestro cómplice en la pequeña muerte. “Lo que dirige a todos esos bichos es evidentemente una ilusión que pone al servicio de la especie el antifaz de un interés egoísta”7. El deseo de posesión que proviene de esta ilusión amorosa, es la fuente de la desenfrenada angustia que se siente al no poder obtener los encantos de la persona amada. “En los grados supremos de la pasión es tan brillante esta quimera que, si no puede conseguirse, la misma vida pierde todos sus encantos, parece entonces tan sosa y tan insípida, que el disgusto que por ella se siente, supera el espanto de la muerte”8. En el otro extremo, en ese donde se encuentran los amantes sudorosos y olorosos tras la conjunción de la carne, encontramos entre sus cuerpos separados, el vacío del hartazgo. La naturaleza se despoja de su velo sólo unos momentos después de que los amorosos, ya callados por sus propios jadeos, se hubiesen despojado de sus ropas, penetrados y penetrantes, dejándolos con la incómoda sensación de descubrirse engañados y utilizados. Incapaces de reconocer al natural autor intelectual del acto de ilusión, los amantes se señalan mutuamente como los culpables de la decepción egoísta. “El amor

satisfecho conduce más (…) a la desdicha que a la felicidad. (…) El amor no sólo está en contradicción con las relaciones sociales, sino, a menudo, también con la naturaleza íntima del individuo (…) ¡Tanto es lo que le deslumbra esa ilusión que se desvanece en cuanto queda satisfecha la voluntad de la especie y que deja tras de sí para toda la vida una compañía a quien se detesta”9. III. Condena “If for honesty You want apologies I don't sympathize. If for kindness You substitute blindness Please open your eyes. Condemnation. Why? Because my duty Was always to beauty. That was my crime.” David Gaham Condemnation.

El célebre discurso que Aristófanes dio a los más populares pensadores de su ciudad, Atenas en medio de una celebración orgiástica, comparte también la fatídica sentencia de que el amor es el resultado de una sentencia punitiva contra el insolente. En su momento original, los humanos eran seres plenos unidos simbióticamente a su, literalmente, otra mitad. “Todos los humanos tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisionomías, unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación y todo lo demás en

6

Ídem, p. 67. Ídem, p. 70. 8 Ídem, 74. 7

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Ídem, p. 75.

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esta misma proporción.”10. Ya andróginos, hijos de la luna, masculinos, hijos del sol, o femeninos, hijas de la tierra. La plenitud existencial de todo humano lo hacía constituirse como un ser “robusto, vigoroso y de corazón animoso”11. Tan jubilosos eran los humanos, que sus ideas no encontraban obstáculos que quebraran su voluntad. Tan fuertes se encontraban, que se supusieron dignos de desafiar y combatir a los habitantes del Monte Olimpo, quienes, frente al conflicto que les significaba acabar de una vez y por todas con el insolente humano y con ello quedarse sin ser que, sometido, les adorase, se decidieron por apoyar la iniciativa del viejo barbado Zeus: los implacables dioses acabarían con la plenitud humana, escindiéndolos, con un cabello de Zeus, por la justa mitad como se “parten huevos para salarlos”12. Sangrantes y en agonía tras la separación, Apolo, el dios que cura, bajó a sanar las heridas de cada uno de los incompletos, frente al jolgorio de los dioses quienes, no sólo daban una muestra de su divina superioridad a los humanos, sino que al mismo tiempo, con cada operación quirúrgica, aumentaba el número de adoradores, hasta que el último corte significó la exacta duplicación de sus impares. El mensaje que subyace a la olímpica condena no era sólo la derrota última del humano, pues, la cólera de los dioses, ahora lo sabemos, lo sentimos en nuestro adentro y nuestro afuera, es polifacética e implacable. El horror de verse incompletos, los condenó además, y ese es el verdadero castigo, a que cada andrógino, cada hombre, cada mujer se convirtiera en un errabundo ser que en cada uno de sus angustiados pasos es acompañado, 10

PLATÓN, Diálogos, Simposio (Banquete) o de la erótica, Edit. Porrúa, México, 1998, p. 362. 11 Ídem, p. 363. 12 Ídem.

en la búsqueda de su mitad, únicamente por su soledad. Es esta fatal búsqueda de la “unidad primitiva”, precisamente, a lo que se ha dado el nombre de amor. Hasta el día de hoy, nosotros, los descendientes del humano pleno, escindidos de manera natural, llevamos con nosotros la marca de la condena y la condena misma. Si miramos hacia abajo, en nuestros vientres, allí donde se hace tangible la angustia y la soledad, la cicatriz en forma de hueco nos incita a buscar a aquel Otro con quien suponemos pudimos haber estado en algún día más feliz del pasado. Las nociones que respecto del amor promulgaban Papini adjudicándosela a Luzbel, hoy en día ya convertido en Lucifer, Schopenhauer y Aristófanes, todos embriagados de frenesí, son llevados irremediablemente a la desesperanza, la derrota y el aislamiento por sus propias definiciones de amor. Siendo una emoción, pues es un algo que nos pone en actividad, los tres promueven entre la humanidad la idea de que el amor es un sentimiento llanamente corporal o una actividad psicológica autorreferente en los seres. Esta falaz aproximación al amor es promovida y, sin duda creída, por otros tantos seres cuyo espíritu está lleno de vacío de amor. Vacío angustiante que, con tal de llenarlo, quien lo padece no duda un segundo en volver objetos a los seres a su derredor, utilizándolos al tiempo que entendiéndose así mismo como fin único del mundo. Amor egoísta, infantil, autoreferente y por lo tanto círculo vicioso, pues entre más se exalta la propia persona y más se cosifica al otro, menos amor profundo se encuentra en al andar de la vida.

Segunda Parte Desvelo y develación I. Lo humano y la humanidad.

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ISSN 2007-1957 We’ll know for the first time, if we’re evil or divine, we’re the last in line Ronnie James Dio (The last in line)

Desde y debido nuestra heredada condena, he sentido la pesada carga de pertenecer a esa especie tan igual y tan distinta a las demás especies de animales que habitan esta pequeña masa de tierra y agua en la que fuimos colocados por todos los dioses de la humanidad. Ese objeto que deambula en el espacio, girando sí, alrededor de su propio eje, pero también de algo mucho mayor que él… mucho mayor que él. Objeto al que nosotros mismos, seres de comunicación y lenguaje, hemos llamado a través de las épocas Geos, Humus, Erde, Pachamama, Tierra. Lo que llamé la pesada carga de la condena divina no es otra cosa que la responsabilidad que conlleva, formalmente, la consciencia de ser, como todos ustedes, como todos los humanos, sublime y terrible. Dentro de nosotros habitan dioses y bestias que se suceden en la dirección de nuestra propia vida y por ende, por encontrarse nuestra existencia personal en medio de ese estado de conflicto y colaboración al que llamamos sociedad, en la transformación de la existencia de lo y los demás. Esto último, la co-actuación de mí con ustedes en el mundo en la construcción del nosotros, es la fuente, ahora material, de nuestra pesada carga. Resulta entonces que mi conflicto ontológico no es de mi exclusiva. Todos somos dioses y bestias. Ellos se alimentan y fortalecen de las propiedades que nos constituyen humanos: somos racionales, sensibles y emotivos; inteligentes e instintivos; voluptuosos y finos; inmediatos y reflexivos; burdos y estéticos. Somos dioses y bestias en la lucha por la vida que la vida nos representa. Nuestros dioses

son amantes del mundo; nuestras bestias, amantes de sí mismas. Somos, pues, todos nosotros, a veces morales, a veces egoístas. Llenos de curiosidad y angustia, los humanos miramos con frecuencia hacia el pasado y el futuro en busca de un por qué y un para qué de nuestra ambivalencia. Reconstruimos los hechos idos ya, encontrando para el presente causas por todas partes, al tiempo que nos complacemos especulando para encontrar un sentido por venir al sin-sentido que adjudicamos al aquí y el ahora. Así, pues, es que encontramos o inventamos también fines en el mundo. En la mirada de la bestia, la historia es producto del principio operacional de la vida, el de la llamada supervivencia, y lo acepta justificando el derecho de conquista al cual han apelado, en nombre de su propia conservación, pueblos e individuos a lo largo de su vinculación con otros pueblos e individuos. La bestia es aquella parte de nosotros que busca prevalecer a costa de lo que sea. El resultado ha sido atroz. Ya desde tiempos tan antiguos como los del sabio indio Kautilya y su Arthasastra, el Estado de peces, donde el grande se come al chico, era presentado como un evento dado y su aceptación como el primer principio pragmático de todo orden gubernamental, productivo, estético y hasta amatorio. Casi 4 mil años después de la época en que vivió el ministro indio, el fondo del discurso no ha cambiado tanto. El entendimiento del paradigma científico-popular actual respecto del origen de las especies y la evolución de la vida, comúnmente aceptado, es utilizado por el discurso egoísta en aras de racionalizarse en tanto que promueve la creencia de que la conservación de la vida se logra por medio de la imposición de los individuos. El espécimen más bestial, esto es, el individuo más apto, quedaría expiado al actuar egoístamente, pues no hace sino obedecer a la naturaleza. Sin embargo, un discurso así sólo es una

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explicación con pretensiones de positivismo del hecho de que, tras millones de años de evolución pero tan sólo 5000 de Estado de peces, los humanos hemos logrado llevar nuestros hábitats natural y social al borde del colapso. La bestia, pues, sobrevive lo que dura su vida natural, pero acallando las voces de los dioses no genera supervivencia para quienes vienen detrás y al lado de ella. Contrastando hasta cierto punto, la ingenua mirada de quien desea, sin lograrlo, ser guiado por su dios, regresa a su bestialidad cuando cree ver un esperanzado para qué detrás de cuya apariencia se escucha una voz que advierte que la comodidad es el refugio donde se esconden la apatía y el conformismo una vez que han asesinado la sana ambición y la necesaria productividad proveniente del espíritu emprendedor. Creyendo que el ocio es el origen del vicio, se convence de que hay que emprender por el propio bien. Quien así entiende la vida justifica el estado de cosas en un para qué siempre referido al futuro como si éste fuera algo cierto y su contenido por todos deseado. Habla, sin entender sus palabras profundamente, de un progreso mecánico y tecnificado en el que la producción sin más se convierte en el becerro de oro, ídolo a adorar, tras el discurso de tinte moral de la supervivencia de todos mediante la posibilidad de la satisfacción de necesidades corporales y sicológicas inmediatas, aunque se dejen de lado las sensibles y emocionales. Si en verdad fuera esa la voz de los dioses y el progreso estuviera basado exclusivamente en la producción, no podríamos sino aceptar haber sido defraudados por ellos. Pues, la productividad imparable de condiciones de posibilidad de bienestar que ha traído consigo la modernidad industrial capitalista, no ha ido de la mano del pensamiento moral, del sentimiento comunitario ni de la sensibilidad estética. El progreso como se presenta hoy en

día es pragmática disfrazada de ética, egoísmo disfrazado de deseabilidad universal. Estos anhelos de frágiles racionalizaciones dejan más una sensación de justificación fallida, que de derrota del egoísmo de la bestia. Pero los dioses que somos no claudican e insisten en incomodar. El conflicto que provocan no abandona por ser más explicado que comprendido. ¿Qué hablan entonces las voces de nuestros dioses humanos? Para poder escucharlas con atención y no sólo como un murmullo incómodo, se ha de incrustar en la conciencia que la plenitud existencial no se integra con objetos provenientes del mundo exterior deseables sólo en tanto que medios para satisfacer el ego y las inclinaciones. Las voces de los Dioses nos dicen, nos gritan a nuestros sordos oídos: ¡Responsabilidad! La responsabilidad es integración en la autonomía y la libertad, y no dominación ni abnegación. La integración humana se logra cuando se deja de intentar alcanzarla por medio de la integración del otro a mí, pues esto es una acción siempre dominante, y se le recibe mediante el abrirse a la existencia del Otro que ya no será más un llano objeto externo de la consciencia, sino el motor de nuestro accionar en aras de ser digno de estar, ser y crecer con él. Es en ese terreno fértil donde se siembra la semilla de la identidad comunitaria; esto es, la cultura. El ser comunitario, cultural, opera y con ello transforma el mundo sin que por ello sea su voluntad entregar su personalidad. Por ser toda obra reflejo de su obrero, el ser creativo cultural, no puede evitar mostrar su propia esencia que no es la de un individuo que se entiende separado, sino la de una persona creativa que le agradece y devuelve a su entorno transformándose y transformándole dentro de los límites del respeto que nos inspira la sensibilidad de lo bello. La creatividad, la moral y la estética rompen entonces la relación que, resulta evidente, se

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nos ha enseñado necesaria, entre la vida y dominación. Al revelarse arbitrarios los tiempos del egoísmo, Comunidad, bondad y placer sensible se dicen al unísono. Reconocer el rostro de los Otros y su labor en la estructura de quienes somos se opone al egocentrismo, negándole el derecho de uso de nuestras capacidades y facultades humanas. La voz de mis dioses, de nuestros dioses, nos gritan por tanto el imperativo de reconocer al Otro, condición de posibilidad de todo cultura, recibiendo y no exigiendo, aceptando nuestra co-responsabilidad. Si en el discurso de nuestras bestias, las relaciones humanas, fuente de responsabilidad, se entienden siempre enemigas de la creatividad y supervivencia individuales, el discurso ético, el de nuestros dioses, nos revela justo lo opuesto: al acudir al llamado de la responsabilidad se dan los primeros pasos a la instauración de un mundo de libertad y de justicia, esto es de desarrollo y realización de la identidad. La responsabilidad vacía a las bestias de su imperialismo al vaciarlas de su egoísmo. Moral, cohesión social y estética, son los nombres de los dioses que somos.

de poder delegado (gobierno). A esta última situación le llamaré política stricto sensu. Cuando hablo de una relación irreducible entre la política lato sensu y ética, no debe malentenderse esta afirmación, de un modo por demás infantil, en ninguno de los siguientes sentidos: 1) que se esté afirmando que la ética esté dada en cualquier acto político lato sensu 2) que la política stricto sensu esté exenta de ética; debe entenderse, sin embargo, que todo acto ético implica uno político, pero que no todo acto político implica uno ético. Cuando se refieren al mundo de la vida (Lebenswelt), donde los efectos son prácticos, emocionales y sensibles, el orden de la presentación de los términos, aun en las explicaciones abstractas, sí afecta el sentido de la afirmación. Explicado con ayuda de la lógica simbólica se pueden presentar la siguiente figura (fig. 1):

P. L. S. P. S. S.

II. El lugar de la política The long and winding road that leads to your door will never disappear I've seen that road before

Ética

Paul McCartney

Parto ahora de la irreducible relación que tienen los términos fundamentales ética y política cuando de política lato sensu se trata, esto es cuando se tiene en mente cualquier tipo de relación intersubjetiva entre personas sin que se encuentren presentes de manera directa mecanismos reguladores de dicha relación (leyes) que emanen de instituciones

De esto debe entenderse: a) La relación entre ética y política lato sensu es necesaria cuando las causas motora y final son la ética. b) la relación entre ética y política lato sensu es contingente cuando la causas motora y final es lo segundo.

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c) la relación entre la ética y la política stricto sensu es siempre contingente sin importar qué haya sido la causa del acto. Al hacer esta distinción se busca vacunar a la ética frente a posturas, filosóficas o no, que invitan a pensar y concluir: Primero. Que la ética es propiedad exclusiva de los individuos y que su campo de vida es el de la subjetividad. Tiene que ser entendido, sin espacio alguno para la excepción, que tanto la política lato sensu como la ética tienen el mismo campo de existencia y ese es el mundo en el que el humano vive. Son mundos idénticos en el más ontológico y epistemológico de los sentidos pues no hay actos reales cuyos efectos única y exclusivamente sean reflexivos. Pensar lo contrario implica un filtro mental. Segundo. Que ya que los actos políticos lato sensu no pueden ser sino efectuados por miembros del pueblo (en su calidad de personas pertenecientes a una comunidad) o por el pueblo mismo como un conjunto (como una noción que ayuda a la construcción del entendimiento de la vida social), quien es presentado a su vez como representante máximo y origen del contenido que da vida material a la moral a la ética, cualquier acto en nombre de éste es una de las traducciones por antonomasia en el mundo de lo que la ética es. Quien así piense comete, además de filtro mental, las falacias denominadas vox populi, vox dei y ad Lazarum. Entiendo por acciones del pueblo aquellas realizadas cuando sus miembros operan conforme a un principio de identidad comunitaria. V. g. Las marchas en defensa del reconocimiento de los derechos de grupos excluidos del análisis legislativo de los, así llamados, representantes populares. Otros ejemplos son las celebraciones patronales de los pueblos, y hasta los linchamientos. En el primer caso el acto popular opera conforme a

un principio moral (dentro del campo legítimo de y en conformidad con un principio moral). En el segundo conforme a un principio amoral (fuera del campo de la legislación moral, ni a favor ni en contra de ningún principio moral per se). En el tercero conforme a uno inmoral (dentro del campo legítimo de pero en contravención con cualquier principio moral per se). De aceptarse las posturas presentadas y criticadas en los puntos anteriores se corre el peligro de entender la ética subordinada a la subjetividad y a la política lato y stricto sensu, haciéndola un sistema de ideas contextual y por lo tanto contingente en las relaciones humanas. Por el contrario, son precisamente la subjetividad y la política quienes se juzgan subordinados a la ética en cualquier ser humano cuyo entendimiento del mundo opere conforme a principios morales.

III. Guerra y desvinculación The sport is war Total war Whe victory is really survival The final swing is not a thrill It’s how many people I can kill. Tom Araya.

La ética y la política tienen una indefectible relación con el y lo otro. Esta relación, dependiendo de condiciones externas e internas como la conciencia del sujeto y sus intenciones, puede transformarse en un rencuentro o un extrañamiento. En el caso de la política en ambos sentidos, lato y estricto, ese rencuentro o extrañamiento en que

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devenga la relación entre sujetos, se encuentra directamente relacionado con la libertad u opresión del ser de cada uno de ellos. La libertad en la sociedad actual, empresarial, competitiva, de mercado voraz se ha entendido de tal forma auto-referente que los miembros de la comunidad se entienden siendo libres cuando, tras desvincularse de su entorno comunitario, ejercen su poder, esto es su capacidad de transformar la realidad de acuerdo a sus anhelos individuales y auto-referentes aún en contra de la voluntad de quien originalmente fuera o pudiera ser su prójimo. Un pensamiento tal lleva a la negación de la alteridad, neutralizándola, absorbiéndola o aniquilándola de ser necesario. El extrañamiento termina siendo indefectiblemente una especie de imperialismo ontológico”, en donde el actuante se reafirma en el mundo a costa del otrora prójimo ahora ajeno. Así, paradójicamente, en la mente del sujeto desvinculado, egoísta, la libertad y la obediencia se concilian bajo la supremacía de quien habiéndose entendido como una entidad separada en un mundo de ajenos mantiene una relación de llana mediación de lo externo. En su defecto, el único otro modo de relación con el ajeno resulta el antagonismo. Esto implica un proceso de extrañamiento circular en tanto que la pérdida de la conciencia comunitaria lleva al olvido de uno mismo. Por ser originariamente miembro de ella, al negarla primero y someterla después, el sujeto desvinculado se debilita y degrada por medio de la destrucción de sus raíces pues como con todo ser humano, es la comunidad quien da contenido a su identidad. El ajeno, encarnado ahora en todo ser externo, se torna en la mente del sujeto desvinculado en un potencial peligro a la consecución de sus fines. Sólo hay entonces dos salidas posibles: Primero: transformarlo en medio expropiándolo de su

calidad de humano, esto es cosificándolo. Al entender al entorno humano como un conjunto de cosas, el sujeto-desvinculado legitima en su torcida fantasía su utilización. Con ello, concluye, no sólo logra neutralizar la potencial oposición que a los fines del sujeto-desvinculado pudiera tener su entorno social, sino que además, y mejor aún, se le vuelve un insumo, un mero recurso. Segundo: de encontrar resistencia a su cosificación en el prójimo vuelto ajeno, éste se trasforma nuevamente en la fantasía del sujetodesvinculado en enemigo, lo que desemboca en confrontación. Llegado este punto, las salidas a las que se enfrentan los sujetos actuantes son sólo indeseables. La competencia que ejerce el sujeto egoísta con el entorno ha terminado histórica e invariablemente transformándose en guerra en el más estricto de los sentidos. La guerra no lleva a nada, pero tampoco lo hace la abnegación. Si la guerra es la muerte, la abnegación es el suicidio. En el menos crucial de los casos, la renuncia a la defensa es sufrimiento, pues significa la sumisión de la dignidad a la voluntad del egoísta. Finalmente, la propia voluntad es desintegrada por el dolor o el miedo al dolor. Por esto mismo, en una brutal aporía, la guerra refleja, como ninguna otra situación, la negación del sujeto tanto personal como colectivo. Oprimido, el humano se vuelve un extraño a sí mismo en un mundo al que ahora le fuerzan a entender como siendo habitado de suyo por extraños. Como escondido tras un mal embozo cuya máscara evidencia a quien observa fijamente los listones que la sostienen al verdadero rostro, en la opresión el sacrificio del sujeto comunitario se hace en nombre de una pretendida particularidad que disfrazada ha logrado presentarse a los ojos del espectador como lo único. IV. Fraternidad: el amor político y el frente a frente

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El sabio no tiene corazón propio. Su corazón es el corazón de la gente. Es bueno con los buenos bueno también con los que no lo son Porque la Vida es bondad. Lao Tse Tao te king, libro XLIX

A pesar del terrible cuadro descrito arriba, tristemente tomado de la cotidianidad humana, sólo se ha descrito una de las posibilidades de relación inter-subjetiva en su campo de existencia, la política. Al comienzo de la sección anterior se advirtió que la relación política puede ser un rencuentro. Así, si se han de cortar las ligas del máscara del sujeto desvinculado que disfraza su particularidad de totalidad, o mejor aún, para prevenir el extrañamiento, se ha de incrustar en la conciencia del sujeto que a la libertad no se le debe de concebir como una facultad instrumental sino una que requiere del amor que se experimenta frente a otro sujeto al que se le reconoce como parte constituyente de la vida a la que se pertenece, esto es la fraternidad. Este modo de amor se convierte entonces en el motor del accionar del sujeto que lo experimenta con lo que renuncia o tal vez ni siquiera conciba como deseable el despliegue de su facultad dominadora del otro. Dejando de lado su posesión, el sujeto se abre al prójimo en aras de su recibimiento. La fraternidad sólo se puede alcanzar a través de la crítica llevada a cabo sobre aquel impulso que seduce al egoísmo, reconociéndolo como un fatal malentendido; como una errónea concepción de sí mismo frecuente en el humano que termina imponiendo su modelo de mundo como modelo total. La fraternidad invita al reconocimiento del Yo como causa de alienación del prójimo. Una política fraterna se entiende entonces como aquella que genera las condiciones para

el prójimo pueda realizar su identidad subjetiva personal y comunitaria armónicamente. Esas mismas condiciones que el sujeto egoísta, esto es, Yo, le ha negado. Así, si se ha de ser libre, sólo se lo será transformando el mundo en un lugar donde el prójimo pueda también serlo. El modo de realizar la Fraternidad se encuentra en el dictamen fundamental de todo ser racional cuando su razón le prescribe al comportarse sólo de tal manera que trate a la humanidad, representada en cada persona, como un fin en sí mismo en cada caso y no únicamente como medio13. La fraternidad, esto es el amor referido a toda persona como representante de la humanidad, más allá de ser un sentimiento amoroso, es una categoría política y ética, pues a diferencia de los llanos sentimientos siempre internos y subjetivos, la fraternidad se traduce en acciones sólo realizables en el mundo externo al sujeto, por definición, el campo de la política. La fraternidad se distingue reconoce cuando se ve a un sujeto ir de la mano con el prójimo, sujeto amado, hacia un estado de conciencia en la vida que les haga entender que la dignidad de la vida yace en la co-laboración, en el todos trabajando por todos, en el todos defendiendo la identidad del Otro y su realización. Cuando amamos, somos amables, eso es, dignos de ser amados. Así, contrariamente a lo que su conciencia desvinculada le sugería, la consciencia fraternal nos hace saber que el sujeto más fuerte es aquel que vence sus pasiones volviéndose él mismo emotividad. Emotividad que logra resistir el caudal de violencia, pues la prevé y, operando con paciencia y fortaleza, la previene mano a mano, frente a frente.

13

KANT, Immanuel, Crítica de la Razón Práctica; Ed. Sígueme, Salamanca España; § 7, p. 49.

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ISSN 2007-1957

Bibliografía

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12 Ejemplar 14. Enero-junio de 2016

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