La entrevista mediática como construcción biográfica

August 15, 2017 | Autor: N. Machin de la N... | Categoría: Comunicacion Social
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Descripción





Ensayo
La entrevista mediática como construcción biográfica

El ser humano ha sentido siempre fascinación por las historias. Contarlas ha sido un ejercicio sistemático para darle forma a la existencia de la especie. Esa puesta en común permite la construcción de conceptos esenciales como identidad y alteridad. Por ello, no es gratuito que la otredad y la mismicidad estén entre los procesos primordiales y primigenios que permiten entender cómo se constituyen las individualidades, las comunidades y las culturas que las cohesionan. Pero no es una simple sumatoria de individuos e intereses.
En todas estas construcciones, subyace un complejo entramado de negociaciones y constataciones que, entre otros aspectos, apelan a los relatos que se fabrican y comparten. "Narramos para darle sentido a muestras vidas, para comprender lo extraño de nuestra condición humana. (…) La narrativa es una dialéctica entre lo que se esperaba y lo que sucedió, entre lo previsto y lo excitante, entre lo canónico y lo posible, entre la memoria y la imaginación. Y nunca es inocente (Bruner, 2003: 3)". La última oración de la cita de Jerome Bruner remarca la intencionalidad subyacente en todas las historias. Ellas, como parte integrante de la construcción de sentido, que resulta inherente a la mente humana, tienen una doble vertiente que no debe olvidarse ni desdeñarse. De un lado, comparten y analizan los eventos que competen a todos los miembros de la especie; mientras, que del otro, sirven como constancia de la historia personal de cada individuo.
Las entrevistas periodísticas deben ser comprendidas y analizadas dentro de ese universo común de las narraciones. Hay personajes que cuentan sus historias y entrevistadores que tienden puentes y asumen voces, propias y ajenas. También, como en cualquier relato, se producen vínculos que, con sus especificidades, no se alejan demasiado de esas hazañas que se contaban, con asombro y entusiasmo, junto al fuego primigenio, en los orígenes de la humanidad. Pero, como todo, la pureza no es más que una quimera y la entrevista, por ende, exhibe toda clase de similitudes, cambios y hasta saludables contagios con otras formas de narración, de acuerdo a la visión de Leonor Arfuch (2002). No es raro, por tanto, constatar como, gracias a estos desplazamientos, los relatos puramente literarios se mixturan con historias que tiene un anclaje en la realidad constatable. Del mismo modo, cuando se cuentan esas autobiografías o biografías, emergen códigos y sitios comunes de la literatura.
Según las ideas planteadas por Jean Baudrillard (1997), en la posmodernidad, ese voyerismo, magnificada en la actualidad por la profusión de medios de comunicación, borra las fronteras entre lo público y lo privado. Las biografías de los sujetos se muestran y se amplifican hasta la saciedad, sin pudor alguno. Estos medios de comunicación necesitan contenidos. Por lo tanto, exhibir qué acontece, tanto en la vida propia como en las de los otros, puede servir de relleno en esos espacios especulares. Pero, esta invasión, descarnada y sin miramientos, anula esa idea del otro como sujeto. La otredad se cosifica y banaliza. El propio filósofo francés lo advierte: "(…) el único viaje es el que se hace en relación con el otro… el otro existe pero está hecho para ser atravesado, se puede vivir en el deseo del otro, como en el exilio, en otra dimensión, en un fondo holográfico; en ese momento el otro es un holograma por el cual uno puede pasar (Baudrillard, 2002)". ¿Contribuyen los periodistas y las entrevistas que realizan a esta calamitosa y posible realidad?
Leonor Arfuch (2002) matiza la situación que, con cierta crudeza, expone Baudrillard. Para ella, en la entrevista, se mantiene esa necesidad de identificación. Por tal motivo, la profusión de diálogos con personajes de todo tipo, muy comunes en la actualidad, intentan mostrar esos sitios de humanidad, esa grisura de lo cotidiano, que tiende puentes de comunión entre los entrevistados y el público. Entonces, esa búsqueda de datos que constaten la existencia del otro, como parte de lo que cada uno es, estaría en el origen del éxito de este tipo de entrevistas. Cada individuo, desde la narrativa, construye su propia vida, en constante contraste con la vida de los demás. Los relatos que no entran en el terreno de la ficción, los fácticos, sirven también para otorgarle o hallarle un norte a la existencia. Cuando alguien habla, siempre espera una interacción con quien escucha. La otredad, por tanto, tiene un enorme peso en el relato que, cada quien, arma sobre sí mismo.
Por muy alienante que resulte la existencia en las sociedades industrializadas o por muy violentas que devengan las realidades de los países pobres, todos los seres humanos, dada su naturaleza gregaria, necesitan interactuar con otras personas. Es una forma de poner en claro qué sienten, qué piensan, qué hacen o quieren hacer. Pero, en cada uno de estos actos dialógicos, se dejan huellas. Esos pequeños fragmentos construyen la biografía de cada uno de los interlocutores. Incluso, para el filósofo Charles Taylor (2006), sería muy complicada la apropiación del mundo que, en cierta medida, es su comprensión, si no hubiese esa puesta en común. La comunión se hace a través de un lenguaje que le otorga sentido y le brinda cierto poder de discernimiento al hablante sobre el entorno en el cual existe.
Lo dialógico se extiende hacia el otro, pero hay un diálogo también del entrevistado consigo mismo. "La construcción del espacio biográfico permite la corroboración o corrección de ciertas circunstancias significativas, aclarar, ilustrar, desdecir, en definitiva «pasar en limpio» la propia historia (Arfuch, 2002: 136)". Esta idea de Arfuch abre la posibilidad de comprender la historia de los personajes más notables o famosos como un proceso de diálogo inconcluso. Cualquiera que intente acercarse a la biografía de estos seres, que son sometidos al escrutinio público, debe seguir la pista de esa conversación trunca. En cada una de las entrevistas, en cada una de las declaraciones, el personaje podrá rectificar, replantear, ampliar o negar lo previamente dicho. Así, el espacio de la historia del personaje "(…) es siempre plural, compartido (Arfuch, 2002: 137)". Esto le otorga un enorme peso, no a lo que dice el personaje sobre sí mismo, sino a la visión que tiene el resto, producto de la huella que han dejado en el público. Por lo tanto, de acuerdo a Leonor Arfuch, esa es la angustia que subyace en la imposibilidad de los famosos de controlar su historia personal. No resultan ser ellos o ellas, si no la imagen que cada quien posee sobre lo que han dicho o hecho.
Hay que pensar que el entrevistado, generalmente, está en una posición de desventaja. No es él quien tiene la última palabra. Incluso, en aquellos personajes que resultan duchos en el manejo de los medios, cualquier desliz puede exhibir mucho más de lo que están dispuestos a aceptar. "Esto es lo que alimenta la paranoia del entrevistado y, en consecuencia, demanda de un periodista de oficio la habilidad para hipnotizarlo. (Halperín, 1995: 25)". Si se toman en cuenta los postulados de Hans-Georg Gadamer, no hay ninguna mirada desprovista de juicios previos. Antes de observar al personaje en escena, ya se intenta comprenderlo, a pesar de todos los afeites y el juego de las simulaciones. "Lo que se ve ahí o lo que aparece en el microscopio como punto de partida ¿no es siempre ya el resultado de aquella mediación que llamamos comprensión? (Gadamer, 1998: 32)". Existe, por tanto, un consenso en reconocer el carácter teatral de cualquier intercambio de preguntas y respuestas.
Por lo cual, en toda entrevista, no siempre, el entrevistado, está dispuesto a mostrar quién es en realidad. Por los estudios de radio y televisión, por las páginas de los diarios y revistas, suelen desfilar una serie de personajes hechos o puestos en escena para los medios masivos de comunicación. "El plano del relato plantea a su vez el deslizamiento de la persona al personaje, es decir, a la construcción ficcional que supone toda aparición pública, y por ende, a una lógica narrativa de las acciones (Arfuch, 2002: 145)". En ese carnaval de personajes, lo que se muestra no tiene necesariamente un asidero en la vida, que llaman real, y es parte de la sociedad de la representación de la que hablaba Baudrillard (1997). Lo representado existe por sí mismo sin necesidad de un referente concreto al que remitirse. La realidad mediada, que se amplifica en los medios de comunicación, resulta más creíble y conocida que lo que, en términos positivistas, sería la realidad real.
De acuerdo a David Vidal (2002), es parte medular de la concepción de cualquier entrevista esa tensión entre lo que se muestra y lo que se oculta. Al fin y al cabo, todo diálogo amplificado en los medios es un acto teatral, una puesta en escena. Pero no difiere mucho de lo que cada individuo hace en su interacción social. Cada quien escoge qué exhibir públicamente y qué guardar en la esfera de lo privado. El problema es que, como se indicó antes, la profusión de plataformas de interacción social y los actuales mecanismos de comunicación disuelven la barrera que separa lo público de lo privado. Las máscaras pueden ser más profusas cuando no existe un acuerdo previo de cooperación entre quien pregunta y quien responde. Por ejemplo, en las entrevistas de carácter publicitario, es costumbre que haya cierta propensión a relajarse y mostrar más de ese yo que se debate entre lo que dice y lo que calla. Igual, el entrevistado exhibirá, fundamentalmente, aquello que le interesa mercadear. Este acto de transacción debe tomar en cuenta los deseos del público, en forma tácita o explícita. De tal suerte, en la actualidad, las redes sociales facilitan que la audiencia tome parte activa y formule sus interrogantes sin demasiada interferencia. Se asume que, si el periodista amplifica con total literalidad las preguntas del público, propendería hacia la interacción real, en esa construcción plural de la autobiografía del personaje.
¿Qué tan confiable puede resultar ese compromiso inicial de ayuda del entrevistado? Diferentes teóricos y la experiencia de muchos periodistas indican que, en esencia, los objetivos de ambos no deben ser coincidentes, por definición. El entrevistador quiere averiguar todo aquello que resulte relevante para el bien público y el personaje solamente desea mostrar lo que es conveniente para sus objetivos. Salvo que existan intereses previamente forjados, la coincidencia entre ambos interlocutores deberá reducirse a escasos puntos. Es posible bajar el tono a la desconfianza porque también puede suceder que el entrevistado quiera ser sincero, aunque ello le acarree consecuencias no previstas inicialmente. Pero nunca hay que olvidar que el periodista representa y trabaja para el público, para despojar al entrevistado de tantas máscaras como sea posible, en un clima de respeto y cordialidad.
Quienquiera que se adentre en ese carácter de representación, que condensa en sí la entrevista, debe saber que hay máscaras que recurren a otras, previamente existentes. "Al asumir aspectos de su vida, los entrevistados repiten inadvertidamente, podría decirse, gestos y recorridos ya canonizados por la ficción, que son al mismo tiempo garantía de credibilidad (Arfuch, 2002: 35)". Así, se elaboran ciertos arquetipos, estereotipos y hasta prototipos que tienen muy poco de originales porque van sobre fórmulas ya probadas y estudiadas por los teóricos del mercadeo y los asesores de imagen. Por ello, cada cierto tiempo, en el mundo del espectáculo, emergen chicas malas o grupos de chicos sensuales que, si se analizan en detalle, siguen a pie de juntillas las fórmulas pre-existentes. El producto final de la sumatoria de todos estos micro-relatos es un relato diverso y fragmentado donde emergen muchos rostros, muchas vidas, todos inconexos.
Asimismo, acontece que los periodistas también contribuyen a la consagración de antifaces que nunca existieron en la realidad. Es que, en cada entrevista, sobre todo en las que son escritas, hay un acto de mediación lingüística. Lo que se lee en las páginas de los diarios o de las revistas no es la voz del entrevistado. Finalmente, lo que se ha publicado es la imagen del entrevistado que edificó el redactor del material periodístico y al que, incluso, le prestó su voz en los distintos giros estilísticos de su prosa periodística. ¿Cuánto hay de los personajes reales y cuánto hay de Gabriel García Márquez en las entrevistas publicadas por el Nobel colombiano? Estas máscaras, fabricadas desde la prensa, pueden ser convergentes y hasta ayudar al personaje. Ahí no hay problemas. Las dificultades emergen cuando hay divergencia, como aconteció en la entrevista que realizara la periodista italiana Oriana Fallaci al dictador libio Muamar el Gadafi. La premiada entrevistadora mostró una imagen poco favorecedora del líder norafricano. En su construcción del personaje, insinuaba, incluso, cierta tendencia homosexual que desdecía su imagen de extrema masculinidad, acorde a los dictados de la cultura árabe. ¿Hay pecado en ello? Muchos especialistas indican que solo un periodista muy torpe o muy mediocre hace una transcripción exacta de la conversación. En radio y televisión, la costumbre es editar, cuando el material en bruto supera el tiempo disponible para transmitirlo. También hay que hacerlo en la entrevista que se escribe. Se exceptúa cuando, como recurso de estilo, se quiere hacer la representación escrita de la realización fonética del habla o cuando el modo en que se construyó la oralidad refleja ciertos aspectos primordiales de la psicología del personaje.
Hallar las máscaras y emplearlas para un ejercicio profesional del periodismo requiere de un ojo entrenado. Como afirma el viejo proverbio: "el Diablo está en los detalles". Por lo tanto, no se necesita de la confrontación para desvirtuar lo que se quiere presentar como "yo público". Basta estar atento a los signos y realizar una correcta decodificación de los mismos. Tanto en los rasgos físicos como en la conducta de los personajes, hay información disponible. La labor de quien pregunta es semejante a la de un orfebre o un vidriero que hace vitrales. Debe acomodar cada fragmento que aparezca hasta lograr un todo que resulte integrador, colorido, iluminado. Es poco menos que imposible tener ese retrato de cuerpo entero que todos echan de menos. Toca, entonces, recomponer las piezas sueltas que ha mostrado, con intención o no, el entrevistado: una mirada, un gesto, la inflexión de la voz, los objetos que habitan en su entorno.
Tampoco hay que dejar demasiado espacio para una imaginación febril, que espera hallar secretos en cada frase que diga el interlocutor. Resulta que, cada entrevista, en el imaginario de la cultura occidental, suele obtener un matiz de veracidad a partir de los secretos hipotéticos que pudiere revelar. En una buena parte del público, es posible hallar esa confianza en el periodista, más ducho en esas artes, para que encuentre los intereses ocultos, lo que no se dice tras lo que se expresa. Una de las paradojas de la entrevista puede radicar en que el periodista quiere saber algo que el personaje no quiere compartir, pero, en su lugar, el entrevistado quiere decir algo que el entrevistador no considera interesante ni importante. Habitualmente, los personajes acostumbran responder, más o menos lo mismo, a preguntas que, también se repiten hasta la saciedad. El reto podría estar en formular esa interrogante que obligue, a ese ser público, a poner en palabras lo que antes no había, a veces, ni siquiera pensado o a replantear su discurso pre-fabricado.
Otro de los tópicos que aborda Leonor Arfuch (2002) remite a los postulados de Mijaíl Bajtín sobre el hombre como un sujeto lingüístico. El filósofo ruso plantea un sujeto que se construye y está revestido de la otredad del lenguaje. Por lo tanto, en la voz de un entrevistador, emergen las voces que asume por su rol social como periodista, pero también están las otras voces, las que lo han conformado. Aunque se siga propugnando un objetivismo a ultranza desde las escuelas de periodismo y comunicación, no existe tal cosa, excepto, como constructo teórico. Cuando el entrevistador intenta aprehender la realidad, lo hace desde postulados y verdades que, a veces, cree originales. Lo cierto es que son creencias pre-existentes a las que ha dado su carga afectiva, a las que ha izado como banderas personales. "En este sentido, la presencia del entrevistador, más que provocar una disrupción en la autoría, no hará sino encarnar, poner bajo los ojos, esa otredad constitutiva del lenguaje, esa deriva de la identidad (Arfuch, 2002: 140)". Parafraseando al existencialista español José Ortega y Gasset: están el periodista y sus circunstancias.
Previamente, se había indicado que toda autobiografía es una elaboración colectiva, una confluencia de intersubjetividades. Esta suerte de pieza coral, que es la vida, se hace explícita en la entrevista "(…) como un juego especular de posiciones, donde se confrontan los modelos narrativos comunes, se muestra su naturaleza dialógica y estereotípica (Arfuch, 2002: 141)". El diálogo en el cual participan todos y la posibilidad de adquirir modelos de comportamiento vital validan uno de los roles más importante de las entrevistas. No es que se quiera sacar en limpio cómo es correcto vivir a partir de este o aquel personaje. Es harto conocido que la paleta de rostros va desde los héroes hasta los antihéroes. Pero son los procesos de apropiación y de resignificación lo que pueden, finalmente, otorgar sentido a ese constante circuito de caras y vidas, famosas y no tanto. Finalmente, hay un diálogo, un tema para discutir cuando se aborda la vida de alguien, un nexo entre lo que hace el individuo y cómo eso se inserta en el entramado social.
Aunque, en teoría, ese relato que constituye toda entrevista, puede lograrse con cierto dominio de las herramientas periodísticas, en la práctica no es así. Ese intercambio de preguntas y respuestas no es una mera transacción de información. Podría serlo, en el peor de los casos, pero no se lograría una buena entrevista. Incluso, García Márquez llegaba a compararla con un acto amatorio, que será memorable si quienes participan se aman, son cómplices. Lo que indica esta analogía es la necesidad de crear vínculos, que resulta un arte de seducción para llegar a buen puerto.
En otro momento de este texto, se había mencionado la necesidad de cooperación entre quien pregunta y quien responde para lograr mayor eficacia en la entrevista. Esto impide que se despilfarre el tiempo o se haga un cuestionario en el que resulta imposible reconocer un hilo conductor. Ya se conoce que, en toda entrevista, aún sin comenzar, existen zonas de fricción. Una de estas áreas de confrontación surge porque no hay equidad en cuanto a la distribución del poder. "El periodista es dueño de un poder social por delegación (el medio que lo envía, la opinión pública) frente a la cual el poder del entrevistado, por grande que sea, encuentra su barrera (Halperín, 1995: 68)". Junto a esta primera intimidación por el factor poder, existe otra causal que ya se había indicado: quienes concurren a este espacio dialógico tienen intereses y objetivos que no son coincidentes, por principio. Es importante que, aunque se busque la caída de las máscaras del interlocutor, esto no devenga en una conflagración. Las relaciones interpersonales de respeto deben primar sobre el ideal del periodista redentor que debe acorralar a su invitado y despojarle de sus secretos.
Uno de los aspectos que podría facilitar esa creación de nexos que faciliten la entrevista es muy simple: la puntualidad. Un periodista que acuda puntual a la cita, que esté listo para hacer su labor transmite valiosos mensajes como anfitrión. El primero se conecta con el grado de interés real que tiene por la persona a la que va a interrogar. Respeta su tiempo y no quiere que lo malgaste. Eso denota aprecio y ética de trabajo. Claro está, estos vínculos de trabajo, que pueden comenzar al pactar la entrevista o con el arribo puntual, no son estables en el tiempo. Pueden verse amenazados o sucumbir en el transcurso de la entrevista si es que alguien se siente ofendido, amenazado, acorralado. ¿Significa esto que debe primar un tono complaciente? Si se sigue el paradigma aristotélico de la mesura, lo aconsejable será hallar el justo medio: ni agresividad ni obsecuencia.
En otros casos, se precisa, en este arte de establecer vínculos, intercalar las preguntas directas con aquellas que dan un peso importante a los modelos conversacionales políticamente correctos. Cuando se requiera, hay que evitar los circunloquios innecesarios y plantear claramente la interrogante. Quienes reciben esta clase de cuestionamientos, los responden de buen grado cuando se maneja un tono que no haga sentir incomodidad. Las preguntas directas van a la parte transaccional del relato, la que recaba información nítida. Pero, si este tipo de interrogantes se colocan junto a otras que buscan la interacción real con el interlocutor, sobre la base de una relación personal fluida, entonces es posible preservar el vínculo. La necesidad del periodista de develar un relato impactante no implica que no haya una simpatía o empatía genuina, aunque la meta no sea que el personaje se sume a su círculo de amistades.
Es válido recordar que, en la teoría de las intersubjetividades, el filósofo alemán Alfred Schutz plantea: "Presupongo simplemente, que otros hombres también existen en este mundo mío y, en verdad, no sólo de manera corporal y entre otros objetos, sino más bien como dotados de una conciencia que es esencialmente igual a la mía. Así, desde el comienzo mi mundo cotidiano no es mi mundo privado, sino más bien un mundo intersubjetivo (Schutz y Luckman, 1993: 26)". Este postulado, que podría parecer muy obvio, no es siempre la brújula que marca el derrotero de los espacios informativos. En lugar de ese patrimonio común, se ensalzan las diferencias. De tal suerte, en ocasiones, el entrevistador y el entrevistado provienen de experiencias de vida totalmente dispares. Puede suceder, además, que el periodista no tenga una intención genuina de conocer algo que ignora. A veces, lamentablemente, los espacios informativos tienen invitados o invitadas para validar sus tesis editoriales. Suele suceder que, entonces, quien conduce el diálogo quiere imponer sus puntos de vista y no escucha lo que el interlocutor tiene que decir. Esto puede deteriorar los vínculos y acabar con la eficacia de la entrevista. Quien ha acudido a este espacio y ha accedido a ser escrutado por el público, no se siente tomado en serio, percibe que sus tesis no cuentan y puede hacer que su relato se detenga. Para evitar esto, es recomendable el uso de frases de cortesía o de formas indirectas que generen un ambiente de confort y no una guerra de poderes. Resulta imprescindible ofrecer opciones, de lado y lado.
También, puede suceder que no haya un conocimiento previo entre los que acuden a la entrevista. El principio, en este caso, suele ser muy elemental para el periodista respecto del personaje al que entrevistará: muestre interés y hágale sentir agradable. Según Arfuch (2002: 155), "(…) es ese lazo de proximidad, tejido en una materia común, aquellos que puede compartirse más allá de toda especialidad , esa pasión que habita en el cuerpo y el alma, lo que es capaz de anudar, a su vez, el afecto y la confianza". Entonces, cuando es posible tender puentes y hallar elementos en común, se refuerza el sentido etimológico de lo que significa comunicar: poner en común. Si existe comunicación es muy fácil crear vínculos estables que lleven a la entrevista a buen puerto. No hay agresividad en un proceso comunicacional. Por ejemplo, una repregunta bien formulada produce una retroalimentación positiva para el entrevistado. El periodista que logra hacerlo envía un mensaje claro: estaba escuchando lo que decías y quiero que me clarifiques este aspecto. Incluso, el entrevistado, cuando tiene una repregunta con una formulación correcta, puede llegar a validar la labor periodística. El proceso que justifica esto radica en que, el replanteamiento de la interrogante, le permite organizar un discurso que, ante los ojos del público, tenía falencias. Si existe un interés auténtico en informar, en relatar; esta es una oportunidad y el periodista tiene, desde su perspectiva, mayor autoridad para hacerlo, porque lo está ayudando a comunicarse con la audiencia del medio masivo de comunicación.
Del mismo modo, en este arte de crear vínculos, deviene imperioso el respeto al prestigio social del entrevistado. Cuando se incursiona en el ejercicio periodístico hay que saber que toda persona reclama para sí una imagen ante la sociedad, que incluye no ser avasallado por nadie y ser objeto de consideraciones por la prestancia de sus acciones, saberes o por la comunión de sus puntos de vista con un colectivo definido, dentro del entramado social. Solo que, exprofeso, se desee desarmar esa imagen pública del entrevistado, resulta necesario tomarla como eje de la entrevista. Lo que se diga no ha de dañar o perjudicar ese constructo social de la intersubjetividad. Cuando alguien siente que esto está en juego, se retrotrae e imposibilita la concreción de cualquier vínculo.
Si se logra que el arte del vínculo prevalezca sobre el ego del periodista, la entrevista periodística podrá cumplir con su rol. Con el fin de los grandes meta-relatos y de las certezas de la modernidad, aparecerán muchas más entrevistas en este tiempo posmoderno. No es un secreto. No hay una sola verdad ni un único punto de vista. Estas pequeñas historias que circulan en los medios de comunicación refuerzan esa balcanización de los contenidos en una realidad, cada vez, más fragmentada. Cada experiencia vital aparece, para la validación de la conducta individual, en una sucesión infinita de casos que constituyen excepciones de las antiguas reglas. Sin embargo, lo que se muestra como digno de ser contado no es propiedad de quien lo cuenta. Es un patrimonio común, un relato grupal que se construye con lo que se imita o se rechaza. Por lo tanto, no hay una voz que pueda deificarse desde una supuesta unicidad, desde una inexistente originalidad, desde una ausente objetividad. En cada discurso y en cada modo de comprender el mundo, hay un concierto de voces que han sido asimilados, en distintas circunstancias. Por ende, cada ser humano es en tanto lenguaje y el hecho lingüístico solo tiene sentido cuando es puesto en común. Sin vínculos, no hay diálogo. Sin diálogo, el lenguaje, como producto profundamente humano, pierde su razón de ser. Entonces, el otro es imprescindible para edificar, consolidar, replantear y comprender los nexos entre el individuo y su contexto. De tal suerte que, cuando se escucha una entrevista, se han activado los mismos mecanismos de gozo y necesidad que cuando alguien oye el consabido "Había una vez…"






Referencias bibliográficas
Arfuch, L. (2002). El espacio biográfico. Dilemas de la subjetividad contemporánea, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Baudrillard, J. (2002). Contraseñas. Barcelona: Anagrama.
Baudrillard, J. (1997). La transparencia del mal. Barcelona: Anagrama.
Bruner, J. (2003). La fábrica de historias. Derecho, literatura, vida. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Gadamer, H. G., en Carsten Dutt (editor) (1998). En conversación con Hans-Georg Gadamer. Madrid: Tecnos.
Halperín, J. (1995). La entrevista periodística. Intimidades de la conversación pública. Buenos Aires: Paidós.
Schutz, A. y Luckmann, T. (1993): Las estructuras del mundo de la vida. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Taylor, Ch. (2006) Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna. Barcelona: Paidós.
Vidal Castell, D. (2002). "La transformación de la teoría del periodismo: ¿una crisis de paradigma?, Análisis 28, Bellaterra: Servicio de Publicaciones UAB.

Universidad de Las Américas
Maestría en Periodismo
Nuevos géneros periodísticos: claves de la entrevista
Nivaldo Machín de la Noval
04 de marzo de 2014


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