LA EMERGENCIA DEL KIRCHNERISMO COMO CLIVAJE POLÍTICO

October 3, 2017 | Autor: Marcelo Souto Simão | Categoría: Political Economy, Political Science, Argentina
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LA EMERGENCIA DEL KIRCHNERISMO COMO CLIVAJE POLÍTICO1 Marcelo Souto Simão

En esta cuestión, intentaré analizar la evolución del kirchnerismo en el sistema político argentino desde el ascenso de Néstor Kirchner a la presidencia, en el año 2003, hasta la actualidad, estableciendo analogías entre este período y los procesos históricos de incorporación al sistema político de los extranjeros, de los migrantes internos, de los jóvenes y de los desocupados como sujetos sociales. Con excepción de los jóvenes, los demás procesos han sido objeto de análisis en las cuestiones precedentes, por lo cual comento, primeramente, el proceso de emergencia de la juventud como sujeto social y su incorporación al sistema político en las décadas de 1960 y 1970. Luego, retomo mi propuesta inicial. Sugiero una interpretación del kirchnerismo como un movimiento político arraigado pero diferenciable del peronismo, cuya viabilidad se vio favorecida por la construcción de una identidad política basada en una oposición tajante con respecto a las dictaduras militares en el uso de la fuerza represiva del Estado, proponiendo así un clivaje alrededor del binomio democrático-autoritario que ha tenido una cuestionable eficacia en términos de identificación y diferenciación político partidaria. En su lugar, sugeriré que la identidad emergente de las dinámicas entre los actores sociales conllevó a la consolidación de un antinomio “kirchnerismo-antikirchnerismo”, capaz de reemplazar temporariamente al peronismo como identidad de referencia. Propongo que no obstante el reemplazo, esta antinomia activa dinámicas sociales similares a las dinámicas históricas del peronismo. Al concluir, indago sobre la sustentabilidad de la identidad kirchnerista y planteo algunas inquietudes con respecto a la evolución del sistema político argentino. Como lo señala Torre2, la emergencia de la juventud como sujeto social se produce en los años posteriores al final de la segunda guerra mundial, particularmente en los países de América del Norte y Europa. Nuevamente, los medios de comunicación masiva contribuyeron para la diseminación de un estilo de vida y pautas de consumo que apuntaron a diferenciar este segmento social de los niños y de los adultos. La cultura juvenil se tradujo en un modo de vestir – zapatillas, vaqueros y remera –, consumos culturales – especialmente el rock’n roll y, más tarde, las canciones de protesta, en el campo de la música, los escritores de la generación beatnik, en la literatura, el existencialismo sartreano, en la filosofía – y comportamientos que consignaban un rechazo del orden social establecido, en campos tan diversos como la 1

Ensayo elaborado en el marco de la disciplina Sociedad Argentina: Transformaciones y Actores, del Doctorado en Ciencia Política de la Universidad Torcuato di Tella, año académico 2013, docente a cargo: Dr. Juan Carlos Torre. Fecha de presentación: 7/4/2014. 2 Torre, J.C. 1994. “A partir del Cordobazo”, en Estudios, no. 4.

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sexualidad, la vida familiar y la acción política. Asimismo estuvo asociado al incremento de los contingentes poblacionales con acceso a la educación universitaria y a la consecuente postergación del momento de ingreso al mercado de trabajo. Gradualmente, este proceso tuvo repercusiones en los países de América Latina. En Argentina, Mariano Plotkin 3 lo observa en la fuerte expansión de la actividad editorial, ya en la segunda mitad de década de 1950, cuya producción era consumida particularmente por los sectores jóvenes que habían accedido a la educación secundaria y universitaria y que estaban formados en proporción creciente por mujeres. La creciente penetración de la televisión, ya a partir de los años 1960, seguiría la misma tendencia. Este autor destaca el desarrollo, en los años posperonistas, de una fuerte expansión de la producción cultural, muy influenciada por las corrientes intelectuales europeas. Observa, en estos primeros años, el predominio de lecturas críticas al peronismo, vinculado a términos como “barbarie” y “plebe”, en contraposición a la sofisticación de una alta cultura. Tal era el caso de la revista Sur. No obstante, Plotkin identifica un giro gradual en producción cultural, vinculado al desarrollo de una mirada política de la cultura. En este contexto, destaca el surgimiento de la “anti-antiperonista” Contorno, donde empieza a observarse una autocrítica de la clase media con respecto a su contribución para la exclusión de los sectores populares. Este giro se hace más notorio en la década de 1960, también gracias a la influencia de intelectuales vinculados a una izquierda revolucionaria, atenta a los desarrollos de la Guerra Fría. Torre y Plotkin comparten el argumento de que este tránsito desde una intelectualidad antiperonista, hacia el fortalecimiento de una intelectualidad revolucionaria de izquierda sensible a las cuestiones que afectaban a los sectores populares respondían a un cambio generacional, mediante el cual una juventud emergente buscaba contraponerse a la generación precedente. A esto se sumaba una desilusión con respecto a las promesas “liberadoras” de Frondizi, el cierre del sistema político con la Revolución Libertadora y la seducción simbólica de un líder que enviaba mensajes desde el exilio. Este movimiento de la juventud de clase media “hacia el pueblo” convergió, en 1969, con el movimiento de combate social llevado a cabo desde los sectores trabajadores, en el Cordobazo. La caída de Perón significara el deterioro de la posición ocupada por los trabajadores en la estructura social argentina. Si por un lado el gobierno peronista distaba de haber fomentado el desarrollo de un movimiento sindical autónomo, luego del golpe de estado y de su proscripción, el peronismo ofreció el ideario sobre el cual se consolidaría un movimiento de trabajadores de corte clasista, en oposición a un sindicalismo afín a los gobiernos militares que sucedieron a Perón. La convergencia de estas masas trabajadoras con las juventudes de izquierda en oposición al gobierno y en defensa del regreso de Perón constituyeron así un movimiento de masas que, tal como destaca Torre, además de ilustrar la eficacia de la identidad peronista para la 3

Plotkin, Mariano Ben. 2012. “La Cultura” en Plotkin, M.B. (coord.), Argentina: la búsqueda d ela democracia (1960-2000). Madrid: Fundación Mapfre/Taurus.

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movilización, señalaba un proceso de alienación de los participantes de este movimiento con respecto a los marcos culturales en los que se habían formado – el antiperonismo, en el caso de los jóvenes, y la subordinación sindical, en el caso de los trabajadores. La esquizofrenia resultante de esta incorporación se haría patente ya durante el gobierno de Perón, por ejemplo cuando el presidente tildó de “imberbes” a los Montoneros y los expulsó de la Plaza de Mayo, en 1974. No obstante este acto simbólico, de estos sectores provinieron los militantes peronistas que participaron en la violencia armada y fueron también estos sectores, conjuntamente con un movimiento de izquierda no vinculado al peronismo, que la dictadura cívico militar intentó desaparecer. Se puede establecer una analogía entre la polarización social y la represión estatal de fines de la segunda mitad de la década de 1970 y los procesos que condujeron a la caída de Perón en 1955. En ambos casos, empero, la ruptura del proceso democrático y la violencia estatal encontraron apoyo en amplios sectores de la clase media que se oponían al peronismo no tanto por lo que era, sino por lo que decía ser. Ejemplo de un partido de masas y policlasista, el peronismo se ha respaldado históricamente en una identidad política que lo vincula a la protección de las clases populares y gran parte de la resistencia que ha suscitado históricamente se contrapone a esta identidad. El carácter clasista de la identidad peronista obscurece el hecho de que durante los gobiernos de Perón han sido los sectores medios los que conocieron el desarrollo más dinámico. Asimismo, pese al énfasis industrial, la economía peronista se ha pautado por la búsqueda de equilibrio entre los sectores económicos dominantes. A continuación argumento que esta brecha entre la identidad política y las decisiones de política pública se observa también, en el kirchnerismo.

Néstor Kirchner asciende a la presidencia, en el año 2003, en un contexto de severa crisis institucional y elevados niveles de conflictividad social. Con el 23% de los votos, su llegada al Poder Ejecutivo Nacional podría casi interpretarse como un accidente en la estrategia electoral de Duhalde, en medio a un Partido Justicialista fragmentado. Pese a la escasa legitimidad conferida por el voto popular, al asumir el puesto de primer mandatario disponía de un haber importante: el abandono de la convertibilidad y la pesificación asimétrica ideada por Duhalde al mismo tiempo en que habían implicado la depreciación abrupta de los salarios reales, daban a su gobierno un amplio margen de maniobra. También en clave de oportunidad puede leerse la caída de la actividad económica a niveles mínimos, en los primeros años del siglo. Al problema de la legitimidad, Kirchner respondió con una apertura hacia amplios sectores del espectro político y social, que integró a su gabinete y otros puestos de decisión. A su vez, estableció instancias de negociación intersectorial, adoptó una política de incremento sostenido de los salarios reales y de subvención a una amplia gama de servicios públicos. Estos tres elementos encontraban antecedentes en el primer gobierno de Perón y acercaban al mandatario a aquella 3

tradición al mismo tiempo en que él consolidaba su propia estructura partidaria, el Frente para la Victoria. El acercamiento con los sindicatos estuvo facilitado por la firma de una serie de decretos de necesidad y urgencia mediante los cuales se transferían recursos cuantiosos a sus obras sociales, también en recuerdo de los años peronistas. Y así como Perón se benefició con la creación de las cajas previsionales, Kirchner incrementó la liquidez del gasto público al reestatizar las AFJP, expandió la cobertura del sistema previsional y extendió a los jubilados la política de salarios reales crecientes. La continuidad de los planes de asistencia social iniciados por Menem, De la Rúa y Duhalde, aún bajo distintas etiquetas (Argentina Trabaja, Manos a la Obra, etc.), permitió sostener el vínculo tanto con las administraciones provinciales y municipales, como con las organizaciones piqueteras, con las cuales la interlocución pasó a ser cada vez más directa. La cooperativa se constituyó como figura organizativa omnipresente en los planes bajados desde los Ministerios de Trabajo y de Desarrollo Social. En el campo educativo, la Ley de Financiamiento Educativo, en 2005, y la creación del Fondo de Incentivo Docente con el que el Estado nacional aseguraría el financiamiento de los aumentos de los salarios docentes, contribuyó a fortalecer la posición del gobierno nacional frente a los sindicatos docentes, incentivando la nacionalización de éstos. En el campo productivo, el discurso kirchnerista se reveló fuertemente industrialista y, en efecto, hasta el año 2005, la depresión previa de este sector facilitó una tasa de reactivación más elevada que el resto de la economía, algo que no se repetiría hasta los días actuales4. En todo caso, la promoción industrial, la creación de empleo y el fortalecimiento del mercado interno se consolidaron como elementos siempre presentes en el universo simbólico kirchnerista. Por cierto, hasta el final del mandato de Néstor Kirchner el sector industrial mantuvo un crecimiento robusto y si bien el nivel de ocupación manufacturera no ultrapasó los niveles máximo de ocupación registrados a mediados de la década de 1990, absorbió mano de obra de manera sostenida. También es cierto que dicho crecimiento estuvo fuertemente concentrado en algunas actividades, particularmente el sector automotriz, y mantuvo su fuerte dependencia de importaciones, pese a un aclamado proceso sustitutivo. Los elevados precios de las exportaciones agrícolas argentinas incentivaron la expansión de los volúmenes de producción y los gravámenes aduaneros permitieron al gobierno sostener un superávit fiscal durante todo el período. Así, la transferencia de recursos hacia los sectores de menores ingresos y asalariados no requirió de una redistribución significativa de la riqueza; la inclusión social pudo lograrse mediante el reparto de las altas tasas de crecimiento. Durante la presidencia de Néstor Kirchner, se pudieron establecer y conservar acuerdos que abarcaban a distintos sectores económicos y sociales, incluyendo a empresarios y sindicatos.

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Souto Simão, Marcelo. 2012. La industria argentina en la posconvertibilidad: ¿quimera, panacea u opción (de) política? (Tesis de maestría en Políticas Públicas no publicada), Escuela de Gobierno, Universidad Torcuato Di Tella. Buenos Aires.

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Tan importante como lo descrito hasta aquí fue la política de derechos humanos definida como el enjuiciamiento a los responsables de la represión estatal durante la última dictadura cívico militar. Tanto como la reforma del Consejo de Magistratura, en 2003, ello marcó, empero, una importante diferenciación del kirchnerismo con respecto al menemismo, operando como un divisor de aguas al interior del peronismo. Propongo, además, que ello permitió incorporar a su movimiento político los sectores que Perón echara de la Plaza, en un movimiento de reconciliación simbólica que parecería haber favorecido la adhesión de amplios sectores de la clase media argentina al kirchnerismo, aún aquellos que no se identificaban como peronistas. Sostengo también que la política de derechos humanos abrió el camino hacia los sectores jóvenes, particularmente a partir de la incorporación de los nietos recuperados a la militancia política. Si en los años 1960 el movimiento hacia el peronismo representaba para la juventud de entonces la negación de las identidades de la generación precedente, en los años 2000 la ausencia física de los padres y madres desaparecidos permitió a esta generación de jóvenes acercarse al peronismo en un movimiento de rescate de la memoria. El kirchnerismo, empero, explotó esta posibilidad y la insertó en un proceso más amplio de reconstrucción del relato histórico nacional, que coincidió con el aniversario del Bicentenario. En una analogía con el relato del gaucho de Lugones, en este relato mitológico, la sociedad argentina se reafirmaba al completar el Bicentenario su compromiso con los valores democráticos, buscando la reparación histórica de los errores cometidos por actores carentes de cualquier tipo de legitimidad. Llevado al universo político, este relato implicaba una polarización entre “democráticos” y “autoritarios” y los actores del sistema político – kirchneristas y no kirchneristas – recurrirían a estos dos términos para autoreivindicarse democráticos y denostar a sus opositores como autoritarios. Ello da cuenta de la poca eficacia de la antinomia en la producción de identificaciones capaces de marcar clivajes partidarios, aunque parece dar cuenta de la consolidación de un lenguaje simbólico común a amplios sectores del sistema político, quizás capaz de contrarrestar tendencias de ruptura del juego democrático. De todos modos, a medida en que la etapa de inclusión sin redistribución llegó a sus límites, la antinomia kirchnerista-antikirchnerista parecería a prevalecer como eje de la polarización social y electoral. Ello puede observar ya durante el primer mandato de Fernández de Kirchner. Hacia el año 2007 la economía había recuperado niveles de actividad similares a los del año 1998 y el incremento de los salarios reales permitió acercar la participación de los trabajadores en los ingresos nacionales a umbrales similares al inicio del proceso de desindustrialización. Sin embargo, poco se había transformado el entramado fabril nacional y la sustentabilidad del crecimiento manufacturero se mostró cada vez más dependiente de importaciones, particularmente de energía. A partir de 2009, pese al crecimiento positivo del conjunto de la actividad manufacturera, varios sectores, particularmente los de baja productividad, empezarían a exhibir caídas en la

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producción y en la ocupación obrera, conllevando una mayor concentración de la actividad fabril5. Los intentos políticos de redistribuir ingresos desde algunos sectores económicos y sociales hacia los segmentos más bajos se vieron frustrados y acarrearon un alto costo político. Así, en el año 2008, Fernández de Kirchner perdió la “batalla con el campo”, lo que, por un lado, implicó el distanciamiento de los sectores agroexportadores y, por otro, puso en evidencia la fragilidad de alianzas interpartidarias, como la existente con un sector disidente del radicalismo. En un sentido similar operaron los cuestionamientos al manejo de recursos por parte de las obras sociales sindicales y el intento de interrumpir estas transferencias, lo que pudo implantarse apenas parcialmente y dio lugar a la consolidación de una línea sindical opositora al gobierno. Particularmente tras la “batalla con el campo” se hizo evidente la reacción de parte de los sectores medios acomodados, que se identificarían como “antiK”, reproduciendo dinámicas similares a la de los años peronistas. Empero, estas reacciones no se producían en respuesta a un deterioro absoluto en las condiciones de vida de estos sectores. Al contrario, tanto como durante los gobiernos peronistas, la economía de consumo en la que se basó el kirchnerismo favoreció, sobre todo, a los sectores medios. El antikirchnerismo derivó, así, más bien de una imagen instalada en estos sectores sociales, fuertemente influenciada por los medios de comunicación masiva, arraigada en la noción de una amenaza a la posición relativa históricamente ocupada por aquellos sectores medios. En respuesta a estas bajas en la coalición kirchnerista, empero, Fernández de Kirchner promovió políticas que tendieron a establecer una relación más directa con los sectores populares y, también, los asalariados. En este repertorio de medidas se incluye la creación por decreto de la asignación universal por hijo, en 2009, y su extensión a las mujeres embarazadas, en 2011. Al mismo tiempo en que estas medidas beneficiaban directamente a las mujeres desocupadas y trabajadoras del sector informal, implicaron el reemplazo parcial pero significativo de políticas previas, que, como se vio, fomentaban el asociacionismo a nivel territorial. Así, la AUH estableció una relación inmediata entre el gobierno y los sectores populares, recortando significativamente el repaso de recursos de muchas organizaciones sociales y gobiernos provinciales y municipales. A estos dos últimos se compensó mediante la creación de otros fondos de inversión para el desarrollo de obras públicas. Interesa destacar la vinculación de la asignación universal por hijo con el universo de derechos de los trabajadores, al cual se incorporan, ahora, las trabajadoras informales y desocupadas. A su vez, la regulación del servicio doméstico y la revisión del marco regulatorio del trabajador rural también apuntaron a disminuir las barreras a la formalización de estas actividades, poniéndolas al amparo de la acción estatal. Estas 5

Souto Simao. 2013. “Anatomía del Crecimiento Industrial en (Dos Etapas de) la Posconvertibilidad: apuntes para una economía política de la reindustrialización argentina”, trabajado presentado en las VIII Jornadas de Estudios Sociales de la Economía “La dimensión social de los procesos y objetos económicos” – Eje temático: Estado y Sociología del Desarrollo, Buenos Aires, 18 a 22 de Noviembre de 2013.

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medidas podrían leerse como un desarrollo innovador del sistema de asistencia social ideado en los años peronistas y representa una ruptura con respecto a las prácticas clientelares de la antigua Fundación Eva Perón. No obstante, tanto como en 1950, significan un contacto más directo entre el estado y los ciudadanos. Otro punto de contacto entre las políticas kirchneristas y el legado peronista se observa en la política nacional de turismo, aunque bajo el kirchnerismo esto no ha implicado una inversión directa en desarrollo de la oferta turística, sino en el fomento a la demanda, mediante la declaración de feriados nacionales, por ejemplo. Finalmente, la política de créditos hipotecarios subvenciones y, ya durante el segundo mandato, la creación del ProCreAr replican experiencias de la democratización del bienestar, aunque, como antes, sus beneficios se restringen a sectores medios. La medida de ampliación de derechos que quizás más claramente se aleja de la matriz cultural peronista es la aprobación de la ley de matrimonio igualitario, aunque en este caso no se trata de una decisión que pueda atribuirse únicamente a este movimiento político. Estas medidas parecen haber contribuido para el triunfo electoral de Fernández de Kirchner en el año 2011, con el apoyo de 54% de electorado nacional. Pero esta mayoría absoluta ocultaba la disconformidad de amplios sectores medios, particularmente concentrados en los grandes centros urbanos. En varios de ellos, incluyendo la Capital Federal, los votos al Frente para la Victoria fueron minoritarios. Se ha especulado que la victoria estuvo favorecida por cierto sentimiento de empatía de la sociedad hacia la mandataria tras el fallecimiento de Néstor Kirchner. En todo caso, lo cierto es que el día de la muerte de Kirchner, al mismo tiempo en que se producían movilizaciones masivas por el duelo, en los barrios más acomodados de la capital federal la muerte de Kirchner suscitó reacciones de odio muy similares a la de Evita. Al iniciar su segundo mandato, Fernández de Kirchner anunció el inicio de una etapa de “sintonía fina”, a lo que se creía que sucederían cortes en el gasto público, particularmente a los subsidios a los servicios básicos. No obstante, las medidas se restringieron a áreas de muy poca relevancia. La gestión de la restricción externa en un contexto de actividad económica tambaleante se pautó por políticas heterodoxas viabilizadas por una nueva carta orgánica del Banco Central y que incluyeron el mantenimiento de la intervención al INDEC y crecientes restricciones a las importaciones, iniciadas ya en el año 2009. Particularmente impopular entre los sectores medios fueron las restricciones de acceso al mercado libre de cambio, dando lugar al crecimiento de un mercado de cambio ilegal paralelo, muy explotada por los medios de comunicación masiva para denostar al gobierno. La política económica y de gasto público de este período no lograron revertir el proceso inflacionario iniciado ya en 2007. Las restricciones a las importaciones, necesarias frente a la restricción externa, afectaron negativamente la actividad industrial y a partir de 2011 varios

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rubros industriales volverían a exhibir tendencias expulsoras de mano de obra6 . También se observaron límites en la reducción de las tasas de informalidad, que oscilaban permanentemente entre el 35% y el 40%. Y a partir de 2013 se empezaría a observar, primero, la disminución de la población económica activa y, luego, un muy lento aumento de las tasas de desocupación, que al día de hoy se mantiene por debajo del 8%. Durante el período, se hizo más clara la polarización discursiva en los medios de comunicación y en el propio arco político. Desde el gobierno, se pasó a enfatizar mucho más claramente sus componentes “nacional y popular” y se hizo más frecuente el clamor a los “jóvenes”, “soldados del pingüino”, en claro rescate de los símbolos tanto del primer peronismo, como de la experiencia de militancia de los años 1970. La incorporación de la juventud al movimiento político se plasmó también en la reducción de la edad mínima para ejercer el derecho a voto, puesta en vigor en las elecciones legislativas de 2013. En ese mismo proyecto de ley, se proponía el empadronamiento de los residentes extranjeros, lo que parecía remitir a propuestas debatidas cien años antes. No obstante, finalmente estas cuestiones se presentaron al congreso en proyectos distintos y la ampliación del derecho a voto de los extranjeros nunca se debatió. Raros fueron los sectores del sistema político que consideraron que el proyecto de reducción de la edad mínima para votar implicaba una ampliación de los derechos políticos. El debate predominante en los medios de comunicación tendieron a interpretar el proyecto de ley como una maniobra del kirchnerismo para asegurar la continuidad de su proyecto autoritario y no pocos referentes de opinión pública salieron a cuestionar la capacidad de los jóvenes de 16 años para ejercer el voto. Argumentos similares pueden encontrarse en los debates sobre la obligatoriedad del voto femenino, introducida en 1948. Maniobra política o no, el hecho es que el Frente para la Victoria no pudo renovar todas sus bancas, aunque mantuvo la mayoría en ambas cámaras. Y la eficacia del kirchnerismo como la identidad política puede observarse en que, pese a que se trataba de campañas legislativas, el debate público estuvo pautado por la antinomia kirchnerismo-antikirchnerismo. Pero en los días que corren la sustentabilidad de este clivaje parece ser una incógnita. El giro de las políticas públicas kirchneristas al principio de 2014 recuerda el pragmatismo de los gobiernos peronistas. La devaluación y la negociación de incrementos salariales por debajo de la inflación son medidas que afectan particularmente a los sectores asalariados, tanto de las capas medias como populares. Las medidas de control de los precios minoristas y los incentivos financieros a la escolarización de los jóvenes podrían interpretarse como intentos de compensar a los grupos de más bajos ingresos. La protección de los sectores populares aparece también como eje del plan de quita de los subsidios a los servicios públicos. A su vez, la flexibilización del acceso al mercado de cambio podría interpretarse como un guiño a las clases medias. 6

Ídem.

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Queda abierta la cuestión sobre si estas nuevas políticas darán cuenta de sostener el proceso de inclusión social, económica y simbólica llevada a cabo por el kirchnerismo, que si bien no ha sido suficiente para eliminar la pobreza y la indigencia, ha logrado mantenerla en niveles muy inferiores a los observados durante el régimen de la convertibilidad. El agotamiento del modelo de economía de consumo como estrategia de inclusión, a principios de la década actual, ha favorecido la instalación en el imaginario social de temas muy eficaces para la movilización de los sectores medios: la inflación y la inseguridad. El abrupto cambio de las políticas públicas kirchneristas parece apuntar a la conciliación fáctica con estos sectores, al tiempo en que, a nivel simbólico, insiste en su vínculo identitario con los sectores populares. Por otro lado, el cambio en los mecanismos de implementación de las políticas de asistencia social a estos sectores ha implicado la reasignación de recursos desde las organizaciones o movimiento populares hacia los individuos que participaron en estos movimientos. A partir del argumento del trabajo etnográfico de Quirós, se podría afirmar entonces que la eficacia electoral de la identidad kirchnerista parecería depender de vínculos de identificación subjetiva mucho más complejos que aquellos que se producen entre los actores sociales, haciendo más difusos los posibles escenarios de movilización de las clases populares, donde “peronismo” y “kirchnerismo” podrían no resultar diferenciables. Resta evaluar la eficacia del nuevo ciclo de sus políticas públicas para contener la exclusión social y conservar la identificación de las masas populares con la identidad kirchnerista. Asimismo, la supervivencia del kirchnerismo parece depender de la posibilidad de un kirchnerismo sin Fernández de Kirchner, frente a la imposibilidad de reelección. Gradualmente, la antinomia kirchnerista-antikirchnerista parecería volver a desplazarse por la más tradicional peronismo-antiperonismo, abriendo los mismo interrogantes acerca del contenido del término “peronista”. ¿En qué medida esta identidad ha sido transformada por la experiencia del kirchnerismo? ¿Será capaz de retener la adhesión de los contingentes de los jóvenes de clase media? ¿Implica el recrudecimiento o la mitigación de la polarización producida por el kirchnerismo? ¿Promoverá la identificación con qué sectores de las clases medias? ¿Sostendrá una relación con las clases populares desde la tradición más clásica – clientelar – o dará continuidad al proceso de transformación de las políticas de protección social? ¿Buscará cierto equilibrio entre las elites económicas? A nivel de las identidades políticas, mi argumento buscó destacar el arraigo del kirchnerismo en la tradición peronista pero, a su vez, presentarlo como una identidad diferenciable de ésta. Las identificaciones y rechazo que suscita parecen muy similares a las que históricamente ha generado el peronismo, pero quizás el revisionismo histórico que se ha propuesto resulte más eficaz para evitar procesos de polarización que conduzcan a una ruptura de la democracia. Pero esto es una especulación y seguramente mi deseo. De todos modos, sigue vigente la pregunta sobre si el desarrollo del sistema político argentino permitirá la consolidación de identidades políticas basadas en clivajes distintos de una

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mitológica oposición entre sectores populares vs sectores oligárquicos, incorporando al abanico de representación simbólica identidades más fehacientemente vinculadas a los procesos de inclusión y exclusión, social, económica y cultural, habilitados por las políticas públicas de cada gobierno democrático.

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