LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL CAMPESINADO: apuntes para una nueva agenda teórica y de investigación

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LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL CAMPESINADO: apuntes para una nueva agenda teórica y de 1 investigación ( ) Por Luis Llambí (

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)

1. Introducción Desde Marx hasta nuestros días, los conceptos de “campesino” y “campesinado” han sido herramientas de trabajo indispensables en la ciencia social. Para los fundadores de la economía política, el campesinado era un fenómeno multifacético que abarcaba a una gran variedad de trabajadores subordinados (siervos, aparceros, arrendatarios, etc.), así como a

pequeños agricultores independientes. El campesinado no era, sin embargo, más heterogéneo que las otras clases de la sociedad capitalista: la clase terrateniente, la burguesía industrial y el proletariado urbano. A fines de la década de los setenta se generalizó un cierto rechazo del concepto al considerarlo una categoría ahistórica, descriptiva y acrítica. Dos publicaciones fueron decisivas en esta 3 “desconceptualización del campesinado” : un artículo de 1977 en el que Ennew, Hirst y Tribe negaron todo estatuto teórico a los conceptos de “campesino” y “campesinado” en la economía política; y otro de 1980 en el que Harriet Friedman sugirió la formulación de conceptos más rigurosos

para el estudio de las (…)nas productivas” y en el que también sostuvo que “la producción campesina, basada (…) está en la inmovilidad de los factores de producción, no tienen ningún estatuto (…)co en la economía política”. (1980:164). Estos articulas dieron origen a un largo debate sobre la categorización más apropiada –en el marco de la economía política– de las diferentes formas de la pequeña producción en el capitalismo (incluyendo a los campesinos), que involucraba no solo la discusión terminológica sino también diferentes planteamientos epistemológicos como la construcción de teoría en la ciencia social y sobre las relaciones entre la teoría e

investigación empírica. El núcleo de la discusión se centró, no obstante, en si el concepto “producción mercantil simple” constituiría el término más apropiado para conceptualizar a todas las formas de producción doméstica –incluyendo las campesinas– o por el contrario, debería ser reservado exclusivamente para los pequeños productores completamente integrados en el mercado. Lamentablemente, el debate también desvió la atención de temas de investigación empírica y de elaboración teórica mucho más relevantes. En particular, el daño que asestó a los estudios del campesinado fue considerable: la agenda de investigación resultó

empobrecida y la discusión teórica se desvió hacia discusiones en gran medida estériles. Como resultado, en los estudios contemporáneos del campesinado han tendido a predominar dos tipos de trabajo: unos, sumamente abstractos, y pretendidamente teóricos; otros, una gran proliferación de estudios de caso, con escaso fundamento teórico y escasas posibilidades de generalización. Es notable, sin embargo, la escasez de trabajos que establezcan hipótesis de trabajo sustentados teóricamente y que estén relacionadas –o al menos conduzcan– a la investigación empírica. En este artículo se propone centrar la atención en otro tipo de problemas: ¿Qué

tienen en común los agricultores de pequeña escala de los países del Tercer mundo, y en particular los de América Latina? Aparte de que todos son productores de una manera u otra, y algunos también habitantes rurales “pobres”, ¿Existen diferencias culturales que pudieran explicar sus múltiples trayectorias históricas? ¿Cuál es el peso que se debe otorgar en la explicación a las ideologías y a la intervención del estado en estos proceso? Más aún, ¿Cuáles son los efectos de los cambios sociales a nivel “macro” en las unidades “campesinas” a nivel “micro”? El artículo consta de dos partes. La primera es un análisis crítico del estatuto teórico de ambos conceptos –producción

mercantil simple y campesinado– en la economía política. Requisito previo para, en la segunda parte, desarrollar un nuevo enfoque, que se inspira en los clásicos de la economía política pero también retoma con una visión crítica algunos planteamientos microeconómicos, a fin de integrar coherentemente la praxis de los agentes sociales con las explicaciones estructurales. En las conclusiones se sintetizan algunos planteamientos que pudieran ser útiles para la construcción de una nueva agenda colectiva de investigaci6n sobre el campesinado. 2. El Campesinado y la Producción Mercantil Simple: una revisión crítica

de la literatura teórica Las nociones de “campesino” – adjetivando diversas formas productivas o tipos particulares de empresa rural– y “producción mercantil simple” (PMS) han estado frecuentemente relacionadas en la evolución histórica de la economía política. En ocasiones, ambos términos experimentaron cursos paralelos aunque interrelacionados, a veces existió un cierto solapamiento entre ellos, pero rara vez estuvieron completamente disociados. En El Capital, Marx utilizó el término “campesino” como una categoría histórica relativa al periodo feudal (que incluía a los siervos de la gleba, a los pequeños propietarios independientes, y a los

labradores asalariados); pero también utilizó el término para denotar lo que consideró un fenómeno pasajero en la transición del feudalismo al capitalismo. En la misma obra, Marx acuñó el término “producción mercantil simple” (PMS) como una herramienta abstracta en su esquemática teorización de los procesos que condujeron al capitalismo, entendido este como producción mercantil generalizada (cf. Marx 1967, 1:550 et passim). En El Capital por lo tanto, ambos conceptos estaban conectados a través de dos reconstrucciones paralelas de la génesis de la sociedad burguesa: una, el esquema abstracto del proceso conducente a la producción generalizada de mercancías;

otra, una descripción analítica de la transición histórica del feudalismo al capitalismo en Europa. Ambas reconstrucciones compartían, sin embargo, varios planteamientos predictivos: por una parte, un pronóstico sobre la ineluctable generalización de la producción mercantil, que tenía a su vez dos corolarios: 1) la progresiva superación de la pequeña producción como consecuencia de las economías de escala resultado de la generalización de la mecanización en los procesos productivos; 2) la desaparición del campesinado como clase y su sustitución por el trabajador asalariado (cf. Marx, ibid.1:474). Por otra parte, también subyacía a

ambos discursos una visión que igualaba la producción e intercambio de “valores de uso” (bienes de consumo) con una supuesta orientación “hacia la subsistencia” por parte de todos los pequeños productores, incluidos los campesinos. Muy sucintamente, este fue el legado principal de Marx a la economía política agraria. Por su parte, Kautsky y Lenin se propusieron aplicar estas ideas a unas condiciones sociales y políticas que en muchos aspectos diferían de las que Marx había analizado. Kautsky, argumentando con Sombart sobre la validez de las prognosis evolucionistas de El Capital en relación con la agricultura, retomó la tesis marxiana

sobre la superioridad técnica de la producción en gran escala como punto de partida para analizar las relaciones entre la industria y la agricultura en el proceso de acumulación de capital. Desde su punto de vista, la industria tendría que transformar necesariamente al campesinado de un productor prácticamente autárquico en un productor y un consumidor mercantil; subordinándolo, primero, a los capitales usureros y comerciales, y subsumiéndolos finalmente en una nueva síntesis entre agricultura e industria (cf. Djurfeld 1981). Lenin, discutiendo con los populistas rusos, enfatizó los pronósticos de Marx en relación con la polarización de clases sociales, argumentando que el destino del

campesinado era el dividirse progresivamente, engrosando las dos clases antagónicas del capitalismo: la burguesía y el proletariado: Con este planteamiento, Lenin disolvía la noción abstracta de “campesinado” (entendido como una entidad homogénea), sustituyéndola por tres categorías (campesinos ricos, medios y pobres), con base en criterios tales corno: superficie cultivada, acumulación de capital, y empleo de trabajadores familiares u obreros asalariados. Ni Kautsky ni Lenin juzgaron necesario desarrollar una teoría de la producción mercantil simple o de la economía campesina para analizar las sociedades en las que les tocó vivir. Por el contrario, no

tuvieron reservas en utilizar términos como “campesino” o “campesinado”, los cuales complementaron con herramientas teóricas más abstractas a fin de dar cuenta de los problemas ideológicos y políticos de su época. Chayanov invirtió completamente el planteamiento marxiano, desarrollando una teoría de la unidad de producción campesina en tanto que opuesta, aunque compatible, con los mecanismos de mercado y de acumulación de capital. No es mi intención aquí criticar en extenso la obra de Chayanov; esto no solo rebasaría los límites impuestos a este trabajo y ha sido suficientemente realizado por otros autores. Baste decir en justicia, que algunos

de los planteamientos de Marx también subyacen en la obra de Chayanov; en particular, la supuesta racionalidad de búsqueda de la subsistencia que ambos atribuyen a los pequeños productores campesinos. Es precisamente esta coincidencia, la que explica la facilidad con que tanto los marxistas–estructuralistas como los historicistas lograron reconciliar a Marx con Chayanov; explica también la adopción acrítica por muchos estudiosos del agro de la visión populista de un campesinado no contaminado por, y genéricamente enfrentado a la penetración mercantil y la comunicación de capital (cf. Roseberry 1986). El proyecto de Ennew, Hirst yTribe (1970)

fue el restaurar la tradición marxista al criticar tanto a los teóricos marxista– chayanovianos como a los estudios empiristas de muchos antropólogos. Según ellos, ambos enfoques percibieron su objeto de estudio como externo a una teoría general de la sociedad capitalista. Cuestionaron también el intento marxista– chayanoviano de elaborar una teoría de un “modo de producción” o “economía campesina” diferente al capitalismo, con base en un agente económico supuestamente dotado de una lógica diferente a la del empresario capitalista. Por otra parte, cuestionaron el intento de los antropólogos empiristas de formular tipologías abstractas sobre el campesinado

como un tipo humano genérico o como portadores de valores culturales supuestamente universales. A mi juicio, el planteamiento de Ennew et. al., particularmente su crítica al “campesinismo”, era digno de ser tomado en cuenta; ocasionó, sin embargo, dos efectos nocivos en los estudios rurales y agrarios. El primero fue el borrar las diferencias entre los intentos ahistóricos de desarrollar una teoría general del campesinado o de la economía campesina, en contraste con los análisis históricos (aunque sustentados teóricamente) de los campesinados realmente existentes. El segundo, fue el propiciar en los estudios agrarios el mismo divorcio que los estructuralistas habían ya

ocasionado en otros campos del conocimiento entre las dos líneas de argumentación interrelacionadas por Marx: por una parte, la teoría abstracta (el ámbito de la deducción y de los postulados sobre las condiciones necesarias); y por la otra, los análisis históricos (el ámbito del razonamiento sobre los factores explicativos contingentes o circunstanciales). El artículo de Ennew, Hirst y Tribe representaba, por lo tanto, un reto real a los estudios del campesinado. ¿Constituía la noción de “campesinado” realmente un término ateórico, por lo tanto ajeno a la economía política? Más aún, si fuera cierto que los conceptos de “modo de producción campesino” o “economía campesina” no

podían ser rigurosamente desarrollados, ¿sobre qué fundamentos teóricos podría explicar la economía política las prácticas económicas de los campesinados en las sociedades contemporáneas? A mi juicio, el reto planteado por estos autores no fue cabalmente tomado en cuenta. Los estudiosos del agro perdieron la oportunidad de repensar al campesinado en el marco de la economía política. En vez de esto, simplemente abandonaron el término, no tomando en cuenta la posibilidad de explicar varias formas productivas en las que los campesinados realmente existentes han estado involucrados, actualmente o en el pasado. En consecuencia, buscando un sustento teórico en la obra de Marx, los

agraristas centraron su atención nuevamente en la noción de “producción mercantil simple” (PMS). También existían dudas, sin embargo, en relación con el estatuto teórico de la PMS en la economía política. ¿Constituía sólo una categoría abstracta en el esquema de Marx sobre las leyes de transformación de la producción mercantil? ¿Debía ser sólo considerada como una etapa histórica al igual que los otros modos de producción? O más bien, ¿podría ser considerada como una categoría estructural que define una clase de productores directos? Engels, enfatizando el sesgo evolucionista de Marx, había sugerido que la PMS era una etapa histórica que

precedía al modo de producción capitalista (cf. Cook 1976). Por su parte, Mandel había preferido una segunda interpretación, señalando que la PMS era sólo un estadio transicional (...) entre la economía primitiva y la economía capitalista” (Mandel 1967, también citado por Cook 1976; 398). La mayoría de los académicos neomarxistas, sin embargo, optaron por una tercera vía, transformando la noción abstracta marxiana en un concepto referido a las clases sociales, y aplicándosela a los pequeños productores campesinos; con lo que, de paso relegaron la también marxiana categoría de “campesino” o “campesinado” como sólo válida en los análisis históricos. Según Bernstein (1979), la PMS era

producción mercantil sin trabajo asalariado y sin motivación de lucro; es decir, una forma productiva presente en diferentes contextos históricos y en diferentes actividades económicas. En el periodo contemporáneo, añadió Bernstein, constituía una forma productiva subsumida en los múltiples circuitos del capital. Los productores mercantiles simples en la agricultura (según él, los campesinos “medios”) resistían a los mecanismos de mercado ( la “ley del valor”) a través de la producción doméstica da valores de uso, a pesar que su excedente les era constantemente extraído por costos de producción crecientes y retornos al trabajo cada vez menores (mecanismo que denominó “el acoso de la reproducción

simple”). Pero no todos los autores neomarxistas estaban de acuerdo con identificar a los pequeños productores campesinos de Marx o a los campesinos “medianos” de Lenin con la PMS. En particular, esta era la posición de Harriet Friedmann, quién en 1978 había escrito dos artículos restringiendo el término PMS para analizar las fincas familiares especializadas, por ejemplo los “farmers” trigueros de las planicies norteamericanas. El argumento de Friedmann era que la categoría PMS debía ser reservada exclusivamente para analizar a productores familiares completamente integrados al mercado. Según ella, los campesinos no eran realmente productores mercantiles, ya

que su reproducción involucraba “importantes relaciones comunitarias o de clase que limitaban la penetración de las relaciones mercantiles en el proceso productivo” (Friedmann 1980:162). Los campesinos, insistió, eran a la vez uno de los productos del subdesarrollo como también una de sus causas (ibíd. 1980:175). En resumen, si bien es cierto que el artículo de Ennew et al. (1977) dejó a los estudios del campesinado sin su categoría central, oscureciendo un importante aspecto de la economía política, el artículo de Friedmann dejó a los campesinados realmente existentes sin una explicación teórica. Los campesinos eran, en definitiva,

la gente que no cuadraba en el enfoque: una categoría ajena a la economía política, un fenómeno anómalo en la sociedad capitalista. En sus propias palabras, ellos derivaban de “estructuras agrarias qua no correspondían a ninguno de los modos de producción” (ibid.158). Conclusión que, al menos, exigía el plantearse la siguiente pregunta: si los productores campesinos no cuadran en el esquema, ¿qué es lo que tiene que ser sustituido, sólo el concepto, o el esquema teórico en su totalidad? Tanto Chevalier (1983) como Gibbons– Neocosmos (1985) hicieron dos últimos intentos de retornar a la ortodoxia, al menos a la visión que cada uno de ellos tenía de ella.

Chevalier (1983) cuestionó dos interpretaciones extremadamente simplistas de las relaciones entre la PMS y el capitalismo: por una parte, las que incluían completamente el primer fenómeno en el segundo (“todo es capitalista en el sistema mundial”); por otra parte, las que divorciaban la “lógica” de la PMS de la lógica del capitalismo (“todo lo que no encaja es porque está externamente articulado al sistema”). Para él, ni Friedmann ni Bernstein estaban en lo correcto: la PMS no era una categoría tan simple. Expresaba, a la vez, tanto un fenómeno de subdesarrollo como un producto de las sociedades capitalistas avanzadas; y era tanto una expresión de las relaciones internas del capitalismo como de

su articulación con “relaciones sociales que le eran ajenas” (ibid.1983:156). Al menos dos críticas se pueden hacer a este enfoque. Por una parte, aunque Chevalier intentó restituir el concepto de campesinado a la economía política, en gran medida también aceptó los términos en los cuales Ennew et al. habían situado el debate. En otras palabras, Chevalier no desarrolló una conexión coherente entre la PMS como una categoría abstracta y las formas productivas campesinas como categorías históricas. Por otra parte, su concepción de la PMS como una categoría “concreta”, que incluye una extensa gama de fenómenos empíricos de diversa índole, abarca demasiado, pero explica muy poco.

Aunque Chevalier formuló un marco de análisis, no explicó a través de qué mecanismos se conectan estructuralmente el sistema capitalista y las diferentes formas productivas, como tampoco los papeles desempeñados por cada uno de estos agentes al interior del sistema. Su enfoque, no obstante, proporcionó valiosas pistas para desarrollar un marco explicativo de las relaciones entre el capitalismo como sistema y las formas productivas que lo integran. En oposición tanto a chayanovianos como a marxistas, quienes imputaban a todos los pequeños productores una racionalidad de “subsistencia”, él planteó la existencia de una lógica de “optimización concreta” de la

que estarían dotados todos los productores directos en una economía mercantil. También es valiosa su visión del capitalismo como una estructura polimórfica que abarca múltiples relaciones productivas y variables criterios de asignación económica de los recursos escasos. Gibbons y Neocosmos (1985) hicieron también un llamado a la ortodoxia. A semejanza de Chevalier, ellos estaban preocupados por explicar las relaciones entre la “pequeña producción mercantil” (PPM) –equivalente de la categoría PMS– y el capitalismo. Para ellos, sin embargo, la existencia de la PPM era explicada por una relación “esencial” del capitalismo: la relación capital/trabajo.

Al igual que Marx, estos autores partieron de la existencia de una relación dialéctica entre el concepto general (o abstracto) y la conceptualización del fenómeno concreto (en lo agrario: el campesinado “medio”). La suya era, por lo tanto, una restauración del doble discurso marxiano. A diferencia de Friedmann, estos autores concibieron a la PMS no como un fenómeno contingente sino necesario en el capitalismo. Con lo que buscaban explicar la persistencia de la PMS como una categoría general, así como la tendencia de algunos tipos de pequeños productores a la desaparición o a su transformación en algo diferente. No obstante, al combinar según ellos al

capital y al trabajo asalariado, la PMS era una categoría inestable, razón por la cual sostenían que el destino inevitable de los pequeños productores individuales era el convertirse en obreros asalariados o en capitalistas. Gibbons y Neocosmos, por lo tanto, proporcionaron valiosas ideas para comprender no sólo las relaciones de los campesinos con el capitalismo, sino también las relaciones entre el concepto abstracto de PMS y las categorías concretas de los fenómenos que solemos identificar bajo la noción de campesinado. Para resumir, mi punto de vista es que lo importante no es tanto que un término o categoría haya sido proscrito y sustituido

por otro, sino que la disciplina como un todo resultó empobrecida en ese proceso. Más aún, al abandonar la nación de “campesinado” como una herramienta conceptual en el análisis histórico, la economía política experimentó un retroceso hacia el reduccionismo economicista en su visión de las estructuras y procesos agrarios. En conclusión, el problema original de la relación entre los conceptos de PMS y campesinado fue mal planteado por los enfoques neomarxistas. La categoría PMS, originalmente abstracta en El Capital, fue desvirtuada, en tanto que la elaboración teórica de las categorías históricas concretas del campesinado fue ignorada. El

problema teórico que estos autores intentaron resolver deriva fundamentalmente de una interpretación típico–ideal tanto de los planteamientos de Marx como funcionamiento y evolución de los capitalismos realmente existentes. Esta visión típico–ideal de capitalismo se hace particularmente evidente en las tesis que sostienen la necesaria separación entre el trabajo y el capital en todas las relaciones laborales de las sociedades capitalistas. 3. Campesinados Históricos y Economías Campesinas: bases teóricas para un nuevo enfoque Toda la discusión anterior concluye en que los campesinos son la gente que “no

cuadra” en el enfoque: una categoría dudosa en la economía política, un anacronismo en la evolución del capitalismo. La revisión crítica de la literatura de la sección anterior testimonia las dificultades que están implícitas en el intento de dotar de contenido teórico al campesinado como objeto de investigación en la ciencia social. Nadie duda, de la existencia de los campesinados en muchas sociedades capitalistas contemporáneas, como tampoco del importante papel que ellos han jugado en el pasado –o que incluso actualmente desempeñan– en los movimientos sociales rurales. Muchas confusiones derivan de los diversos significados que los términos

“campesino” y “campesinado” tienen tanto en el lenguaje común como en el académico. Revisemos algunos de estos significados. En primer lugar, el campesinado es un concepto ideológico–referencial ampliamente utilizado en las sociedades contemporáneas. El concepto facilita la articulación de múltiples grupos de interés en las sociedades rurales, al proveerles una identificación común. Sin embargo, como ocurre con todo constructo ideológico, sus referentes empíricos varían de acuerdo con las circunstancias y con el interés de los grupos o personas que estén utilizando el término. En América Latina, por ejemplo, el término “campesino” identifica

frecuentemente a un “habitante rural pobre”, lo que en ocasiones permite la articulación de intereses de los obreros agrícolas, de los pequeños agricultores independientes “pauperizados”, y de los agricultores subordinados a otros agentes (la agroindustria, el capital mercantil o usurario, las empresas estatales, etc.). Bajo esta acepción, el término excluye tanto a los habitantes urbanos como a todos los estratos socialmente acomodados del medio rural. Por el contrario, en otras ocasiones, el término “campesino” es empleado como un equivalente de “habitante rural” u “hombre de campo”, encubriendo así todas las divisiones sociales en el medio rural y marcando la diferencia

sólo con los habitantes urbanos. En segundo lugar, como señalamos anteriormente, la noción de campesinado ha sido ampliamente utilizada en la economía política como la categoría que define a una clase social (o a una fracción de ella), o como una categoría estructural internamente heterogénea e inestable, de la cual tenderán a emerger diferentes categorías sociales rurales opuestas e incluso a veces polarizadas. En tercer lugar, el término “campesino” ha estado asociado a dos intentos diferentes, aunque relacionados, de desarrollar una teoría económica deductiva de la producción agrícola en pequeña escala: por una parte, una teoría “macro” de un “modo

de producción campesino” externo al capitalismo; por otra parte, una teoría “micro” de la empresa campesina, inserta en el capitalismo, pero parcialmente desvinculada de los mecanismos del mercado. Ambos enfoques fueron precisamente los cuestionados por Ennew, Hirst y Tribe como ateóricos y ajenos a la tradición clásica de la economía política. El planteamiento que quisiera enfatizar aquí es que existen muchos habitantes rurales de un gran número de sociedades contemporáneas, particularmente en el llamado Tercer Mundo, que son productores directos y que están insertos en los procesos de diferenciación social de un campesinado histórico. Estos productores

se identifican a sí mismos como campesinos, y son identificados como tales por el resto de la sociedad. En tanto productores directos, estos campesinos son trabajadores en una sociedad capitalista. Sin embargo, por contraste con otras categorías laborales, no forman parte del proletariado desposeído al que se refiere la teoría del modo de producción capitalista. De hecho, estos campesinos poseen algunos medios de producción alienen algunos derechos de acceso a ellos. En tanto propietarios– trabajadores y productores mercantiles, también tienen acceso a los mercados, además de estar en condiciones de producir algunos bienes esenciales para su consumo

doméstico. No obstante, cuando las oportunidades se presentan, ellos también buscan empleo como trabajadores estacionales o temporales a fin de aportar algunos salarios a los ingresos comunes. El problema crucial, desde el punto de vista de la economía política, es que estos campesinos no corresponden a ninguna de las dos categorías polares de la teoría de capitalismo como modo de producción. Ellos no son trabajadores desposeídos, pero tampoco su producción mercantil corresponde a la imagen que hemos heredado de la empresa capitalista como una fábrica. Sin embargo, debido a que estos campesinos son trabajadores que han logrado un cierto acceso a los medios de

producción, en una sociedad basada en disociación entre el trabajo y el capital, constituyen una creación o resultado particular del capitalismo. Lo que está en juego, por lo tanto, no es la existencia o no de prácticas económicas y tipos de empresas “campesinas”, sino los lentes a través de los cuales percibimos estos fenómenos. Su mera existencia sugiere algunas preguntas relevantes para los investigadores sociales: ¿existe algún tipo de unidad en las variadas prácticas económicas de estos productores directos?; ¿hasta qué punto es posible desarrollar una teoría deductiva de estas prácticas?; ¿cómo incorporar a la explicación las actividades que no están directamente relacionadas con

los mercados? Por último, ¿está la economía política en condiciones de proporcionar las herramientas teóricas y las formas de razonamiento para explicar estas prácticas sociales? En otras palabras ¿es posible desarrollar una conexión coherente entre la teoría del capitalismo como modo de producción, los capitalismos realmente existentes, y las unidades de producción y consumo que solemos denominar como “campesinas”? A fin de abordar estos problemas, intentaremos clarificar primero algunos de estos términos. En primer lugar, el término “campesino” no corresponde a ninguna entidad social con cualidades inmanentes (el campesino o la empresa campesina en abstracto), pero sí

pudiera calificar a varios tipos de unidades de producción y consumo en las sociedades capitalistas contemporáneas. Para esto, es necesario identificar primero los vínculos entre las unidades que denominamos “campesinas” y un campesinado particular en tanto que sujeto histórico de un proceso de formación de clases en el medio rural. Tal procedimiento pudiera permitimos dar cuenta de la heterogeneidad de relaciones sociales en las cuales aparecen usualmente insertas las unidades “campesinas” (cf. Harrison 1977). Tan solo para ilustrar este punto, en América Latina durante todo el siglo XX, los productores directos que solemos denominar “campesinos” han incluido no

sólo a los agricultores independientes próximos a los niveles de subsistencia (objeto de estudio privilegiado de los autores chayanovianos), sino también a los trabajadores no remunerados y/o remunerados de varias formas productivas, e incluso a algunos pequeños empresarios en los límites de la acumulación capitalista. En ocasiones, el término abarca a los medianeros o aparceros que trabajan en las fincas de otros productores (también campesinos o no), a algunos agricultores bajo contrato vinculados a los complejos agroindustriales, o a algunos pequeños agricultores sometidos a relaciones de dependencia con el capital usurero o mercantil. Frecuentemente, estos

“campesinos” muestran un alto grado de movilidad social entre uno u otro estamento, e incluso algunos de ellos se involucran en diferentes actividades económicas simultáneamente. En conclusión, al menos en América Latina, la historia no siempre muestra una polarización de agentes sociales tan marcada como la que frecuentemente encontramos en las categorías discretas y dicotómicas de las teorías sociales contemporáneas. A mi juicio, lo que unifica a todos estos fenómenos que hemos denominado “campesinos” no es la existencia de una “campesineidad” inmanente común a todos ellos, sino las múltiples relaciones sociales que vinculan a tales productores directos

con un campesinado como sujeto histórico. Un segundo punto a ser clarificado en el debate es que tal heterogeneidad de relaciones sedales, así como los frecuentes cambios de unas a otras, no se ajustan ni a una teoría de la economía campesina, ni al campesinado tan solo como pequeños productores mercantiles. Sin embargo, en tanto que productores parcial o completamente insertos en los mecanismos de mercado, los campesinados históricos pueden aún brindar cierta base para el tipo de teorización deductiva que ha sido tan importante tradicionalmente en la economía política. Por otra parte, una completa explicación de las prácticas campesinas, no todas ellas “económicas”, escapa al ámbito

de cualquier teoría económica “pura”, como también de cualquier teoría deductiva como tal. .1. El Concepto de Reproducción Social En economía política el concepto de reproducción social se refiere tanto a la incesante renovación de los ciclos productivos como de las relaciones sociales que lo sustentan. Por otra parte, la reproducción social ocurre tanto a los niveles atomísticos como agregativos de los procesos de acumulación de capital. En otras palabras, es un concepto integrador que permite relacionar no sólo las dimensiones socioeconómicas sino también sociopolíticas de la praxis de los agentes

sociales, así como los niveles “micro” y “macro” de los procesos de acumulación de capital. Proponemos por tanto, a partir del análisis de las prácticas y resultados económicos de las unidades “campesinas” (la reproducción social a nivel “micro”), como vía de entrada para integrar posteriormente al análisis los niveles “macro” (regional, nacional, global) de los procesos de acumulación de capital; y por último, poder establecer los vínculos de estos análisis con el estudio de los procesos de formación de clases en que los campesinados realmente existentes se han visto involucrados históricamente. A nivel atomístico, el análisis de la

reproducción social permite también relacionar el consumo productivo (la renovación del proceso productivo) y el consumo personal (la renovación de la fuerza de trabajo). Esto es particularmente útil en el análisis de la reproducción social de las unidades “campesinas”, ya que una característica peculiar de estas es que frecuentemente incluyen una compleja combinación de producción orientada al mercado y producción orientada al consumo doméstico; además de diferentes tipos de servicios o trabajos domésticos y múltiples actividades de generación de ingresos al exterior de la unidad. La unidad de reproducción social, así concebida, puede además incluir diferentes

formas de organización de procesos de trabajos relativamente autónomos (o “empresas”) y diferentes formas de renovación de la fuerza de trabajo (núcleos domésticos o familiares). Por una parte, empíricamente, ellas pueden involucrar procesos de generación de ingreso tan diferentes como los cultivos agrícolas, la pesca, la artesanía, la recolección de insumos productivos o de consumo, y el pequeño comercio y los servicios. Como también frecuentemente incluyen actividades “externas” al núcleo, como la generación de salarios al servicio de otras unidades o empresas. Estas diferentes actividades involucran no sólo a una cierta coordinación y uso común de recursos, sino

también pueden suponer transferencias financieras o “subsidios” de unas actividades por otras (cf. Long y Richardson 1978). Las normas que gobiernan las interacciones entre las diferentes actividades productivas y de consumo al interior de la unidad constituyen también materia para la investigación empírica. Por lo tanto, nuestra unidad de análisis, la unidad “campesina” en tanto que núcleo de reproducción social, no puede ser igualada a ninguna forma particular de organización del trabajo ni a ninguna forma de organización de la vida doméstica o familiar. Empíricamente, las unidades “campesinas” pueden estar relacionadas a uno o más procesos de trabajo relativamente

autónomos (empresas) y a uno o más núcleos domésticos –familias nucleares, familias extendidas, individuos– (cf. Jones 1984). Incluso, espacialmente, estos núcleos domésticos y empresas pueden incluso estar separados por cierta distancia. Lo que los convierte, sin embargo, en una unidad de reproducción social es la existencia de algún grado de consolidación de ingresos en un presupuesto común, un uso común de recursos, y una cierta coordinación de los procesos de toma de decisiones. En la práctica, sin embargo, es posible que parte del ingreso de los miembros de la unidad pueda ser gastado fuera de su control presupuestario, que algunos recursos sean utilizados

individualmente, o que algunas decisiones de interés común puedan escapar al control “social” de la unidad. Identificar las relaciones internas de tales unidades, es decir, las relaciones entre sus miembros (parientes, amigos, o socios), así como las normas para distribuir el producto social entre sus miembros, constituyen materia para las investigaciones empíricas. Como también es objeto de la investigación empírica el análisis de las relaciones internas entre la unidad y el resto de los agentes sociales (por ejemplo, al interior de circuitos de acumulación de capital), y entre los miembros de la unidad y otros agentes sociales. Precisamente, el identificar en la investigación empírica las relaciones

internas y externas de la unidad constituye una de las principales tareas que pueden proveer contenido histórico (es decir, social) al análisis de la reproducción social a nivel 4 “micro”. Vistos ex post (es decir, con posterioridad a cada ciclo económico), los procesos de reproducción social de las unidades “campesinas” dependen de los resultados logrados por cada una de sus actividades económicas. El resultado final es una amplia gama de posibilidades de ingreso neto, medidos en términos físicos como producto excedente, o en valores de mercado como excedentes financieros, o como una combinación de ambos. Vista como un proceso integrado, la

reproducción social no es una ordenación de 5 categorías analíticas discretas , sino un gradiente o continuum, por lo tanto una cuestión de grados. No existen, por tanto, fronteras nítidas o permanentes entre categorías “vecinas” tales como “campesino rico” y “pequeño capitalista”, aunque sus orígenes sociales y evoluciones históricas puedan haber sido divergentes. Como tampoco puede existir, en el otro extremo de la escala, una rígida distinción entre “campesinos pobres” y proletarios. La tarea ahora es desarrollar un esquema que nos permita explicar los múltiples desempeños del campesinado como fenómenos contingentes, es decir, dependientes de varios y cambiantes

factores, algunos de los cuales caen dentro del ámbito de las decisiones y acciones implementadas por la unidad en tanto que agente social y colectivo. Instituciones de diferente tipo, incluyendo las instituciones mercantiles (o mediadas por precios), inciden en las prácticas y resultados de cada una de las actividades de la unidad. Estas condiciones particulares, por lo tanto, deben ser teorizadas específicamente e investigadas empíricamente. Para ser más explícitos la producción de un cultivo mercantil debe ser explicada en relación con las características estructurales y de funcionamiento del mercado al que está dirigido, ya sea este doméstico o internacional. Por el contrario,

la producción de un cultivo destinado exclusivamente al consumo doméstico deberá ser explicada en relación con condiciones no mercantiles de producción y consumo. No obstante, incluso en este último caso pudiera estar involucrado algún costo de oportunidad (o criterio mercantil) en la asignación de recursos por parte de la unidad. Por otra parte, cada actividad puede estar basada en relaciones de producción y de intercambio que le son particulares. En términos contables (monetarios y físicos), los resultados económicos de esta compleja red de relaciones sociales pueden ser visualizados como una matriz. Cada actividad puede producir insumos para las otras, así como compartir algunos recursos

con otras actividades. Por otra parte, debido a que, por definición, suponemos que existe algún grado de consolidación de ingresos y un presupuesto común, el desempeño económico de la unidad será básicamente igual a la suma total de ganancias y pérdidas de cada actividad en un ciclo particular. .2. Las Practicas Económicas: un modelo explicativo ¿Cómo integrar en una explicación coherente los diferentes mecanismos a través de los cuales las unidades “campesinas” logran su reproducción social, tomando en cuenta que este es el resultado de múltiples actividades, cada una de las cuales constituye a su vez el resultado de

condiciones particulares?

y

relaciones

sociales

Un esquema explicativo básico que subyace tanto a la economía política “clásica” (incluyendo la inspirada en Marx) como a las diferentes corrientes de la economía “neoclásica” ha sido el modelo estructura/praxis/resultado. Aplicado a la explicación de las prácticas y resultados de las unidades económicas, este ha sido, sin embargo, un campo de análisis privilegiado por la tradición económica neoclásica. Por lo tanto, un empleo critico del modelo en el marco de la economía política, reclama no sólo una clara identificación de los elementos que lo componen y sus relaciones, sino también una cuidadosa

vigilancia epistemológica de los supuestos implícitos. El supuesto de un mecanismo mercantil “mano invisible”, basado en la “libre” competencia entre agentes sociales que persiguen la maximización de sus intereses ha obsesionado a la economía política desde Adam Smith hasta nuestros días. Los mercados realmente existentes no están basados, sin embargo, en los mecanismos autorreguladores que las teorías económicas suponen, como tampoco la conducta racional está pautada sólo por fuerzas impersonales que responden exclusivamente a las señales emitidas por los precios. Diferentes tradiciones culturales, decisiones de política,

y otros mecanismos institucionales, inciden no sólo en los mecanismos de mercado sino también en la praxis de los agentes sociales. Por otra parte, tampoco los agentes racionales tienen la oportunidad de escoger siempre libremente entre diferentes alternativas. La primera parte de este trabajo fue una crítica a las teorías que subyacen el concepto de “producción mercantil simple”, por haberlas considerado insuficientes para explicar la amplia gama de condiciones en que los campesinos reproducen su existencia social. Mi planteamiento fue que estas teorías, al estar centradas fundamentalmente en una única dimensión de las prácticas del campesinado –la

producción mercantil y en un único tipo de explicación los mecanismos de mercado–, reducen excesivamente el ambiente social en el que los campesinados realmente existentes han estado insertos. La mayoría de las unidades “campesinas”, también es cierto, participan en la producción de mercancías, por lo que están sujetas al igual que cualquier otro “empresario” de la sociedad capitalista a los límites y oportunidades impuestos por el mercado. No obstante, las fuerzas del mercado no son ni los únicos ni tampoco los principales determinantes de las actividades y los resultados económicos de estas unidades. Explicaciones basadas en las teorías del mercado en una sociedad capitalista deben

formar parte, por lo tanto, de una explicación integrada de las prácticas y resultados económicos del campesinado. No obstante, este tipo de explicación ha recibido escasa atención, e incluso ha sido juzgada como no pertinente por la mayor parte de los economistas políticos marxistas, a pesar de que en El Capital la producción y la circulación son elementos complementarios de la reproducción social de los capitales individuales. Al centrar nuestro análisis en las interacciones entre las instituciones no mercantiles, los mercados y las prácticas económicas de las unidades “campesinas”, el eje principal de explicación está basado en el modelo arriba señalado: agentes

sociales que toman decisiones a partir de las señales que emiten las instituciones no mercantiles y las mercantiles en tanto que productores, trabajadores y consumidores de una sociedad capitalista. Otro supuesto central al esquema explicativo básico es el referido a la “racionalidad”, a veces explicita o inevitablemente implícita, que guía la praxis –económica o no– de los agentes sociales. En los estudios sobre el campesinado, el debate se ha centrado en postular si los “campesinos” persiguen la maximización de las ganancias al igual que cualquier otro “empresario” capitalista; o por el contrario, están sólo orientados a la reproducción de sus condiciones de subsistencia. Como

indicamos previamente, Marx percibió al campesinado como un fenómeno transitorio en el capitalismo o como un rezago del pasado precapitalista. Siguiendo sus pasos, los economistas políticos se han mostrado más inclinados tradicionalmente a asumir que las unidades “campesinas”, incluso en la sociedad capitalista, están fundamentalmente orientadas a la subsistencia. Supuesto que era también consistente con la visión chayanoviana que interpretaba a los campesinos como constreñidos por un dilema permanente entre la minimización del agotamiento producido por el trabajo y los retornos marginales decrecientes de sus ingresos. Lo que está en discusión no es lo que la

gente tiene en común, sino sus diferencias y el papel que cumplen diferentes factores individuales y sociales en la determinación de sus resultados. Suponer como dados los fines individuales, asumiendo que nuestros postulados constituyen los motivos reales que la gente tiene para actuar, así como la causa de sus logros, no constituye una explicación válida en sí misma. La racionalidad de los agentes sociales, es decir, la forma como los agentes sociales seleccionan entre fines y medios alternativos, es siempre contingente, por lo tanto también un problema a resolver en la investigación empírica y no en la teorización abstracta. .3. El Proceso de Toma de

Decisiones De nuevo nos adentramos aquí a un campo de análisis privilegiado por la microeconomía neoclásica, y menospreciado por la mayoría de los que se reclaman a sí mismos como herederos de la tradición clásica de la economía política. Me refiero al tema de la toma de decisiones, en particular económicas, por los agentes sociales, y al peso explicativo que las decisiones y prácticas de los agentes tienen vis–a–vis las estructuras y condiciones sociales. Mi posición es que, a no ser que consideremos a los agentes sociales como meros soportes pasivos de los lugares que ocupan en la estructura social, los procesos de reproducción sólo

pueden ser explicados cabalmente mediante el análisis simultáneo tanto de las decisiones de los agentes en sus prácticas cotidianas como de los condicionamientos estructurales y coyunturales en que estas ocurren. En primer lugar examinaremos el proceso de toma de decisiones de los agentes – individuos o unidades campesinas– en respuesta a las restricciones y posibilidades que ellos enfrentan en tanto productores y consumidores al escoger entre diferentes actividades económicas. Posteriormente, el análisis se centrará en las decisiones que ellos tienen que tomar a fin de tener acceso a diversas fuentes de recursos productivos. .3.1. Decisiones en Torno a la

Composición de la “canasta” de Productos Como productores, los “campesinos” tienen que tomar decisiones en cada ciclo en relación con la combinación más adecuada de líneas productivas: ¿qué producir?; ¿qué metas de producción fijarse para cada actividad?; y ¿qué recursos asignar a cada actividad? Como consumidores, también tienen que decidir qué será más conveniente: ¿producir un bien, o por el contrario, adquirirlo en el mercado? Ambos tipos de decisiones están íntimamente relacionadas, y forman parte del cálculo económico real de cada unidad económica “campesina”. La economía neoclásica tradicional, al

centrar su análisis en estas preguntas, ha formulado una elaborada teoría de dos unidades decisorias disociadas: “la firma” y “el consumidor”. Con base en los supuestos de la competencia perfecta, un completo conocimiento de las condiciones de producción y mercado por parte de los agentes, y una racionalidad maximizadora de la ganancia, ambos tipos de agentes asignarán los recursos disponibles según las señales emitidas por el mercado. En el caso de una firma monoproductora, la cantidad del bien ofrecido en el mercado se incrementará al producirse un alza de precio. Sin embargo, si la firma tiene que tomar una decisión entre dos o más productos, el agente racional tomará

decisiones con base en una comparación entre los costos y beneficios relativos a cada alternativa. Análogamente, el consumidor racional considerará todos los usos alternativos de su dinero antes de adquirir cualquier bien en el mercado. A pesar de todo su rigor conceptual, elegancia expositiva, y sofisticación matemática este enfoque teórico ha resultado completamente inadecuado para describir, menos aún para predecir, las condiciones reales en que la mayoría de los productores y consumidores toman decisiones en las sociedades capitalistas. Esto es más cierto, si confrontamos la teoría con las condiciones reales en que viven la mayoría de los campesinos, por

ejemplo, en América Latina. En consecuencia, los economistas neoclásicos se han visto forzados a revisar constantemente sus modelos a fin de relajar algunos de los supuestos más limitantes del enfoque ortodoxo. La Incertidumbre sustituyó a un completo conocimiento, la competencia imperfecta a la competencia perfecta, y la optimización de los ingresos a la maximización de las ganancias ¿Qué ocurre cuando los bienes producidos no participan en el mercado como ocurre con la mayor parte de la producción doméstica, o incluso cuando no existen mercado accesibles para un determinado producto? ¿Sería correcto imputar “precios” a bienes que han sido

parcial o completamente producidos independientemente de los mecanismos del mercado, o que han sido consumidos sin que medie un precio? Más aún, ¿tienen los productores un acceso igual a los mismos mercados? En todos estos casos, la relevancia de los modelos que postulan sólo el papel de los precios en la determinación de la conducta económica sería altamente cuestionable. Incapacitados para resolver los problemas empíricos que estas preguntas plantean, algunos economistas neoclásicos consideraron como “anómalas”, o incluso “irracionales”, las respuestas dadas por los pequeños productores a los supuestos estímulos mercantiles en muchas

condiciones reales, Por el contrario, el enfoque de la economía política que insiste en abordar los fenómenos económicos como entidades sociales (es decir, relacionales), en analizar las interrelaciones entre los factores económicos y los políticos, así como en identificar el papel que desempeñan los factores ideológico culturales en lo económico, tienen mucho más que aportar en la explicación de la reproducción social de las unidades “campesinas”. Es posible que las fuerzas del mercado expliquen gran parte de la reproducción social de estas unidades; no obstante, los mercados no operan en un vacío social y político. La mayoría de los pequeños agricultores independientes están

constreñidos no sólo por fuerzas del mercado determinadas con frecuencia políticamente, sino también directamente por presiones políticas de diversa índole, así como por el peso de sus propias tradiciones culturales. Bajo las condiciones que imperan en muchos países de América Latina, las unidades “campesinas” se ven generalmente forzadas a producir los bienes de consumo de bajo valor mercantil en que no están interesados los grandes empresarios agrícolas y los consorcios agroindustriales. Por otra parte, la mayoría de las unidades “campesinas” no siempre tienen la oportunidad de decidir entre opciones técnicas diferentes. En los países escasamente industrializados, la oferta de

tecnología frecuentemente proviene de consorcios transnacionales que venden insumos y equipos importados, por lo tanto, más adecuados a las condiciones imperantes en los países de origen que a las de los productores en los países “subdesarrollados”. En general, la mayoría de las unidades campesinas independientes producen bajo condiciones de riesgo natural y mercantil. Por lo que sus estrategias de minimización del riesgo generalmente incluyen patrones diversificados de cultivo, a fin de reducir la dependencia de un único mercado. Otras prácticas agronómicas, habituales en este contexto, intentan “garantizar el uso de la fuerza de trabajo a lo largo de todo el año,

la plena utilización de diferentes calidades de tierra… (y) los medios de producir internamente muchos de los insumos que requiere la finca” (Strange 1988:33). Tal como señalaba Chayanov (1966) en relación con los campesinos rusos de principios de siglo, la adopción de técnicas flexibles que permiten su aplicación a diferentes usos también forma parte de una estrategia de minimización de riesgos a través de la diversificación productiva. Forma parte de la misma estrategia la incursión de unidades “campesinas”, originalmente dedicadas a actividades agrícolas, en otras actividades de pequeña escala a fin de diseminar los riesgos entre diferentes actividades y áreas geográficas

(cf. Llambí 1988; Guillet 1981). Bajo condiciones de extremo riesgo para la reproducción social (tanto para la producción como para el consumo), la mayor parte de las unidades “campesinas” independientes tratarán de lograr un cierto grado autosuficiencia alimentaria. En estos casos, la producción de alimentos y otros bienes de consumo básicos servirá como amortiguador, tanto desde el punto de vista de la optimización de los ingresos como de la seguridad colectiva (cf. Colman y Young 1989; Painter 1986; Redclift 1987; Forster 1986). En conclusión, los campesinos sometidos a las peores condiciones naturales y sociales establecen un balance entre los

costos de oportunidad que ofrece la producción de bienes de consumo doméstico, la producción para el mercado y la obtención de salarios. No obstante, cuando las oportunidades se presentan, ellos también están en condiciones de exhibir conductas maximizadoras y altamente especulativas, tal como ha sido evidenciado por los campesinos latinoamericanos que, en décadas recientes, adoptaron los cultivos de marihuana o coca a sabiendas de los grandes riesgos involucrados. Más aún, en ocasiones, las unidades “campesinas” logran traspasar el sutil umbral que los separa de las “pequeñas empresas capitalistas”, lo que les permite aventurarse en procesos sostenidos de

acumulación de capital. .3.2. El Acceso a los Recursos Productivos: mercados e instituciones no mercantiles El acceso a los recursos productivos plantea decisiones particularmente difíciles para las unidades “campesinas”. Frecuentemente la unidad carece de tierra, trabajo y medios de producción en cantidad o calidad suficientes para lograr sus fines. ¿Cómo asignar recursos afines alternativos?; pero incluso más importante, ¿cómo adquirirlos recursos que se necesitan? Se convierten así en problemas que involucran cruciales decisiones por parte de estos agentes sociales. De nuevo el análisis entra en el ámbito

prácticamente indisputado de la economía neoclásica. Los recursos, según ese enfoque, son siempre escasos o limitados, por lo que los agentes continuamente se encuentran enfrentados a la selección de la combinación de medios más apropiados para optimizar sus fines. El mercado constituye el ámbito privilegiado en el que se accede a estos recursos; y por lo tanto, los precios constituyen las únicas señales que orientan a los agentes en sus decisiones. Para la mayor parte de las unidades campesinas, sin embargo, este benigno escenario en el que los agentes escogen libremente entre medios alternativos no se conforma con la realidad. La negociación y

la lucha por los recursos forman parte de los esfuerzos cotidianos de los campesinos por acceder a estos. Frecuentemente, ellos no tienen posibilidades de escoger, sino tienen que experimentar los resultados intencionales o no intencionales de las decisiones tomadas por otros agentes sociales. Por otra parte, los campesinos incurren en una variedad de arreglos institucionales a fin de lograr acceso a los recursos que necesitan, en contradicción con el planteamiento neoclásico de que sólo existen elecciones orientadas por el mercado. a. Acceso a la Fuerza de Trabajo: mercados laborales e instituciones laborales no

mercantiles Cuando se encuentran en necesidad de brazos adicionales, las unidades “campesinas” tienen acceso con frecuencia a diferentes fuentes o reservas de fuerza de trabajo: el trabajo doméstico no remunerado, los intercambios de trabajo recíprocos, los mercados laborales organizados. Los problemas significativos, desde el punto de vista de la investigación empírica son: por una parte, ¿bajo qué circunstancias las unidades campesinas deciden a favor de una particular reserva laboral en lugar de otra?; y por otra parte, ¿bajo qué condiciones los miembros de la unidad acuden al mercado laboral en búsqueda de trabajo asalariado?

Es necesario recordar aquí que, en el enfoque propuesto, la unidad de reproducción social “campesina” no debe ser asimilada a ningún tipo de unidad doméstica. Bajo determinadas circunstancias históricas, las unidades campesinas coinciden con las familias nucleares o con los límites de un núcleo doméstico, pero las unidades basadas en un trabajador–propietario individual o las integradas por diferentes núcleos domésticos también son incluidas en esta unidad de análisis. En un medio económico no plenamente mercantilizado, la aldea o la comunidad constituyen frecuentemente una red local de relaciones sociales que median entre la

unidad y los mercados laborales regionales o nacionales. Como algunos antropólogos económicos han enfatizado, “(la aldea) es frecuentemente un nivel supra–doméstico de reproducción, que incluye tanto relaciones de parentesco como patrones consuetudinarios de intercambio doméstico y lazos de reciprocidad” (Guillet 1981). La participación incompleta de los campesinos en los mercados laborales, también plantea al investigador social el dilema de tener que decir bajo qué condiciones algunos insumos laborales (por ejemplo, el trabajo doméstico no remunerado o los intercambios laborales recíprocos), deberían o no ser considerados un costo en la estimación del cálculo

económico de la unidad, Para la mayoría de los modelos neoclásicos, el costo de oportunidad del producto marginal del trabajo no remunerado es equivalente a la tasa salarial vigente en el mercado. El problema es que, en ocasiones, la tasa del mercado no refleja con exactitud el costo de oportunidad del trabajo doméstico no remunerado; por ejemplo, cuando existe algún impedimento institucional (sociocultural, político, etc.) para que determinadas categorías sociales (p. ej. mujeres, niños u otras) accedan a empleos asalariados (cf. Reinhard 1989). Algunos modelos neoclásicos toman en consideración este hecho al postular la existencia de mercados laborales

“segmentados”, en los cuales se asignan al trabajo doméstico no remunerado o a algunas categorías particulares (mujeres, niños, etc.) valores inferiores a la tasa salarial del mercado, debido a sus menores oportunidades de empleo en los mercados de trabajo organizados (Mellor 1963; Nakajima 1970; Sen 1966; Singh et. al. 1966; Raup 1986). Esta posición en realidad, lo que revela es el importante peso que desempeñan las tradiciones culturales y las relaciones de poder asimétricas en los mecanismos, supuestamente “puros” en términos económicos, del mercado laboral. No obstante, incluso cuando los mercados de trabajo están completamente desarrollados, existen muchas opciones

abiertas a las unidades “campesinas” que requieren fuerza de trabajo adicional, El punto crucial aquí es que, tanto el salario como la fuerza de trabajo, son categorías abstractas, por lo que sus condiciones técnicas y relaciones sociales tienen que ser identificadas empíricamente. Como señalan Biswanger y Rosenzweig (1984:23), inclusive en los países avanzados industrialmente, siempre existe una gran variedad de elecciones: el pago a destajo, el pago por arreglos de cosecha, las subcontratación de grupos de trabajadores residentes o migrantes, o inclusive, otra sorprendente variedad de contratos de más largo plazo”. Más aún, la posible escasez de trabajo

no especializado puede no ser el principal o único motivo que subyace a la decisión por parte de la unidad de buscar trabajadores al exterior de sus reservas no remuneradas de fuerza laboral. En ocasiones, lo que escasea es un tipo particular de trabajador especializado; o más bien, un socio que aporte una mayor cantidad de tierra, o un equipo particular, o algún dinero en efectivo con el que se pueda trabajar. En algunos casos, según señala la literatura más reciente en relación con América Latina, la medianería entre socios relativamente iguales es sólo una forma de obtener tales recursos. También, desde el punto de vista del terrateniente (ya sea “grande” o “pequeño”), como algunos recuentes

modelos neoclásicos señalan, los contratos de medianería pueden ser preferidos al trabajo asalariado con la finalidad de distribuir los riesgos entre los propietarios y los arrendatarios. En la producción de algunos rubros, la calificación del trabajo puede ser más importante que la cantidad, lo que puede conducir al terrateniente a establecer un contrato de medianería con un trabajador calificado, a fin de asegurar su acceso a un recurso escaso, más que la contratación de trabajadores asalariados no calificados (cf. Wells 1984). b. Acceso a la Tierra: instituciones de tenencia y mercados de tierras Para las unidades campesinas, el acceso

a la tierra es un prerrequisito para producir tanto bienes de consumo doméstico como mercancías. Históricamente, las unidades campesinas han logrado el acceso a la tierra a través de múltiples vías: la colonización de tierras supuestamente baldías, las reformas agrarias y el asentamiento en tierras públicas, los contratos de arrendamiento y aparcería, la compra y la herencia. Por otra parte, una unidad campesina puede estar en posesión o propiedad de varias parcelas en situaciones de tenencia diferentes. (cf. Whatmore 1986). En una sociedad donde predomina el intercambio mercantil generalizado, todo derecho de acceso a un lote de tierra puede

tener un valor de mercado. Ricardo y Marx hace tiempo establecieron que la magnitud de dicho valor de mercado estaría determinada por la escasez, la calidad, la localización y las inversiones en capital fijo incorporadas a la propiedad. No obstante, como señaló Heath (1969), “cuando la tierra es pobre… su costo de oportunidad puede acercarse a cero”; aunque en estos casos, todavía pudiera tener algún valor para la unidad campesina, más como una forma de garantizar la subsistencia que como base para la producción de mercancías. Los mercados de derechos de tenencia (arrendamientos, aparcerías, etc.) constituyen sustitutos de los mercados de títulos de propiedad sobre las tierras. Un

problema relevante para la agenda de investigación empírica es, por ejemplo, el determinar en qué condiciones los productores que confrontan escasez de tierras optan por celebrar contratos de renta fija en lugar de contratos de aparcería. Para Cheung (1969), “en los contratos de renta fija, los arrendatarios asumen todo el riesgo ya que su ingreso se convierte en el excedente después de haber pagado el canon de arrendamiento. Por el contrario, en los sistemas de aparcería, el riesgo es compartido entre el arrendatario y el propietario de acuerdo con la parte de la cosecha que le toque a cada quien” (citado Binswanger y Rosenzweig 1984:16). Un fenómeno que también se reporta

frecuentemente en la literatura empírica es el de la movilidad ascendente en el mercado de tierras. Bajo determinadas condiciones, para un campesino con escasez de tierra sería factible celebrar primero un contrato de medianería o aparcería, luego contraer un contrato de arrendamiento con canon fijo, y finalmente concluir con la compra de un lote de tierra suficiente para cubrir sus necesidades (cf. Binswanger y Rosenzweig 1984; Pertev 1986; Lehman 1986). c. El Acceso a los Medios de Producción: mercados financieros e instituciones financieras no mercantiles El acceso a los medios de producción

también plantea diversos problemas de toma de decisiones para las unidades campesinas. Bajo las condiciones sumamente restrictivas en las cuales operan la mayor parte de las unidades campesinas, frecuentemente lo primero que hay que decidir es si es más conveniente producir directamente un equipo o insumo o si es necesario adquirirlo en el mercado. No obstante, cuando una unidad produce habitualmente un insumo de capital “fijo” (por ejemplo, una yunta de bueyes) o “variable” (por ejemplo: semilla, fertilizante orgánico, alimento para el ganado, etc.), algún “costo de oportunidad” puede estar implícito en su cálculo económico. En otras palabras, bajo las condiciones en que la

mayor parte de los campesinos viven en el mundo contemporáneo, el producir un insumo o comprarlo implica generalmente algún tipo de cálculo económico. Es decir, el evaluar costos y beneficios tomando en cuenta los precios tanto en los mercados de los productos como de los recursos (o “factores”). Por el contrario, cuando el insumo no puede ser producido directamente por la unidad, ya sea porque involucra conocimientos técnicos que están fuera de su alcance o porque no se dispone localmente de algunos de los equipos o insumos que requerirían para producirlos, el problema se convierte en cómo generar suficiente dinero en efectivo para adquirir el

recurso que se necesita. Sin embargo, cuando surgen estos problemas de liquidez financiera para adquirir un insumo o equipo, la unidad campesina con frecuencia dispone de algunas opciones alternativas en el marco de sus relaciones sociales (la familia, el vecindario, la aldea, etc.) independientemente si existen o no posibilidades de acudir al mercado formal a solicitar un crédito bancario. En la literatura etnográfica las relaciones patrón–cliente con el capital comercial o el crédito, bajo condiciones de usura, frecuentemente toman el lugar desempeñado otros contextos sociales por los mercados de crédito “formales”, que operan bajo las condiciones “normales” del

sistema capitalista. El peligro, para una unidad campesina formalmente independiente, al acudir a estas relaciones de sujeción y clientelismo es que tiendan a convertirse en permanentes, con lo que la unidad campesina no estaría más en condiciones de preservar su independencia. Bajo estas condiciones, como señaló Rosberry (1983:101-107), los capitales mercantiles/usureros pueden llegar a desarrollar “una reivindicación estructural a una porción del producto excedente”, situación que Marx denominó “la subordinación formal del trabajo al capital” como opuesta a la “subsunción real” del trabajador asalariado al capital. Pero donde existen mercados de crédito

“formales”, pueden surgir también otros arreglos institucionales que involucren préstamos monetarios. En muchas comunidades campesinas, la existencia de diversos tipos de sociedades de ayuda mutua tienen como finalidad proporcionar acceso a insumos y equipos, aún sin necesidad de que medie dinero en la operación. Este fenómeno no es, sin embargo, exclusivo de las sociedades del “Tercer Mundo”. En sociedades como Francia que cuentan con mercados financieros altamente desarrollados, Lem (1988:521) señala que “los préstamos de… equipo agrícola (en las sociedades de ayuda mutua), y las formas da cooperación que incluyen la copropiedad de las maquinarias”

constituyen una interesante opción económica por el hecho de no involucrar el pago de intereses bancarios, frente a la alternativa de acudir a un préstamo para la adquisición del equipo. La teoría neoclásica predice que en condiciones mercantiles competitivas, en la adquisición de sus medios de producción, los agente racionales tomarán en consideración tanto la contribución que una unidad extra del insumo pudiera aportar al producto total (“el producto marginal del insumo”) como los precios de los insumos alternativos y del producto final. Existen, sin embargo, varias complicaciones cuando se intenta aplicar esre postulado a la producción agrícola. Dos de ellas se refieren

a lo que se ha dado en llamar la relativa “inflexibilidad de los activos” agrícolas: por una parte, la presencia de insumos durables altamente especializados, y por lo tanto con bajos costos de oportunidad para usos alternativos (por ejemplo, un sistema de riego o una cosechadora de cereales); y por otra, el alto grado de indivisibilidad técnica de algunos equipos (por ejemplo, un tractor) al compararlo con insumos fraccionables, por ejemplo: la aplicación de un fertilizante o un biocida químico (cf. Colman y Young 1989). Pero incluso otros factores, que no suelen ser incluidos en los modelos neoclásicos por ser considerados “exógenos” o “no económicos”, como el nivel educativo o el conocimiento gerencial y técnico son

también importantes en la medida en que afectan la percepción y el interés de un productor en el insumo, así como su habilidad para utilizarlo. El enfoque neoclásico adolece, por lo tanto, de serias limitaciones para explicar las condiciones que inciden en la mayor parte de los sistemas agrícolas contemporáneos. Existe cierta “rigidez de capital” cada vez que se presentan barreras a la movilidad de los capitales, ya sea porque los mercados de crédito o de valores no están suficientemente desarrollados, o porque algunas actividades no son lo suficientemente atractivas como para captar el interés de los empresarios que están en condiciones de lograr maximizar sus

ganancias. Las unidades productivas o “empresas” (pequeñas y grandes) operan en mercados segmentados de capital, en los cuales el crédito es más barato para las grandes empresas que para las pequeñas (cf. de Janvry 1980; Crouch y Silva 1982; Myhre 1989). 3. Conclusiones La concepción “clásica” de la economía política en relación con el desarrollo del capitalismo en la agricultura postulaba que, al igual que en la industria, las estructuras sociales tradicionales desaparecerían frente al auge expansivo de las relaciones mercantiles y las tecnologías capital– intensivas. El resultado final sería el predominio de empresas agrícolas similares

a la empresa industrial manufacturera, con base en relaciones sociales entre tres principales agentes: los terratenientes, los empresarios agrícolas y los obreros. Según este enfoque, en el largo plazo, la agricultura terminaría siendo absorbida por la industria, aunque las condiciones imperantes en cada país podrían hacer más largo o más corto ese proceso. Esta prognosis evolucionista se originó en el análisis de la experiencia histórica de la transición del feudalismo al capitalismo en Europa. Sin embargo, cuando fue aplicada a los países del “Tercer Mundo” se transformó en un esquema supuestamente universal y deductivo sobre los procesos de formación de clases en el medio rural. En

otras palabras, el planteamiento original evolucionó hacia una interpretación típico– ideal, unilineal y teleológica tanto de los procesos experimentados históricamente por las sociedades europeas como de los procesos en curso en el resto del mundo (cf. Djurfeldt 1981; Goodman y Redclift 1982; Kahn 1986; Harris 1987). En el marco de esta ahistórica reinterpretación de las transformaciones agrarias globales, los campesinados realmente existentes se convirtieron en una categoría estructural homogénea, independiente del tiempo y de los contextos sociales, a la cual se atribuyó una inmanente racionalidad de subsistencia para explicar su existencia. El destino del

campesinado, se profetizó, será evolucionar hasta disolverse en las dos clases polares del capitalismo: la burguesía y el proletariado. Los campesinados realmente existentes no constituyen, sin embargo, la homogénea categoría que heredamos de algunos enfoques neomarxistas y chayanovianos. El campesinado representa, para algunas sociedades y en diferentes momentos del proceso de acumulación de capital, un vago término ideológico–referencial que permite una identificación común a varias categorías sociales en el proceso de formación de clases en el medio rural. En ocasiones, existen ideológicos (autorreferenciales

vínculos o de

identificación) y políticos (de articulación de intereses e inserción en un particular proceso de formación de clases sociales en el medio rural), entre varias categorías de unidades sociales del medio rural en las que se conjugan la producción y el consumo con un particular campesinado histórico. En estos casos, propusimos atribuir el adjetivo de “campesinas” a dichas unidades. El enfoque esbozado en este artículo se centra en el análisis de los procesos de reproducción social de las unidades “campesinas” (empresas/núcleos de consumo). A diferencia de otros enfoques que plantean categorías discretas o tipos ideales para analizar las diferencias entre estas unidades, se plantea la existencia de

un continuum o gradiente de reproducción social en el que estarían ubicadas las diferentes unidades de acuerdo con los niveles de desempeño logrados en sus múltiples actividades económicas. Por otra parte, en cada actividad, los resultados económicos son contingentes, es decir, dependen de múltiples y cambiantes factores, algunos de los cuáles escapan a las decisiones y acciones de la unidad en tanto que agente social. En ocasiones, las unidades “campesinas” logran cierta cohesión al enfatizar sus posiciones estructurales equivalentes y la comunidad de intereses, pero en otras circunstancias sus divergencias pueden tender a predominar sobre las coincidencias.

En otras palabras, históricamente, los movimientos sociales del campesinado no han surgido sólo de las posiciones estructurales compartidas por los diferentes estamentos “campesinos”, sino también por la cohesividad social que proporcionaron tanto poderosos incentivos ideológicos con la presencia abrumadora de las tradiciones culturales comunes. La relativa comunidad estructural de estas heterogéneas unidades no es tanto el resultado inevitable de una lógica sistémica, como la consecuencia de las escasas barreras de entrada a las actividades económicas en las cuales ellas predominan. Por consiguiente, las unidades “campesinas” persistirán como tales sólo en la medida en

que las actividades económicas que permiten su reproducción social no sean transformadas por nuevas oleadas del proceso de acumulación de capital. Con esto no queremos afirmar que las estrategias reproductivas del campesinado no tengan ningún poder explicativo. Por el contrario, el enfoque propuesto otorga un debido énfasis a las decisiones y acciones de los agentes en su búsqueda de la reproducción social. Lo que significa es que sus decisiones y luchas no son el resultado de estrategias “libremente” decididas, ya que están generalmente constreñidas por un ambiente social altamente limitante. En este trabajo hemos sugerido una nueva agenda para los estudios del

campesinado, en el marco de una visión crítica y sin barreras ideológicas de la economía política. Repensar las prácticas económicas del campesinado en este marco, involucró primero descartar el concepto de “producción mercantil simple” por considerarlo inadecuado tanto teórica como empíricamente. Goodman y Redclift (1986:30) percibieron un peligro en “conferirle a la PMS el estatuto de concepto teórico”, para ellos un fenómeno contingente. A mi juicio, el peligro era exactamente el opuesto: conferir el estatuto de categoría histórica o empírica ala PMS, un concepto que en El Capital es una categoría abstracta. Por otra parte, las unidades “campesinas” frecuentemente son

unidades de producción mercantil, pero no solo. En este trabajo se optó por una solución alternativa a fin de explicar las prácticas económicas del campesinado. En vez de acudir al habitual recurso de construir tipologías empíricas de las unidades o economías campesinas, el enfoque propuesto intenta captar las variadas condiciones sociales a través de las cuales las unidades campesinas logran persistir temporalmente. Si las unidades campesinas han de ser consideradas seriamente como agentes sociales más que como pasivos ocupantes de categorías estructurales, entonces la economía política del campesinado tiene que estar basada en un

sólido fundamento “micro”. Una vía es otorgar un debido énfasis a las decisiones, prácticas y acciones de los agentes. Por otra parte, también es importante enfatizar el ambiente sumamente restrictivo en el que estos agentes se ven obligados a tomar decisiones. Para concluir, los campesinados realmente existentes pueden parecer una anomalía en un mundo caracterizado por la globalización de mercados, las tecnologías altamente intensivas en conocimiento y las transformaciones geopolíticas en curso. No obstante, si ellos no son incluidos en los análisis teóricos e históricos sobre el polimórfico sistema capitalista existente actualmente, ¿para qué serviría la

economía política?

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Notas [←1] Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el XII Congreso Mundial de Sociología, celebrado en Madrid, España, en julio de 1992.

[←2] Sociólogo, Investigador del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), Venezuela

[←3] La frase de Roseberry (1963).

[←4] Se pudiera anotar algunos vínculos teóricos y empíricos entre las diferentes formas de organización social que hemos incluido en el concepto de unidades “campesinas”, las “fincas familiares capitalizadas” (los “farmers” de la literatura anglosajona), y los múltiples fenómenos que frecuentemente son incluidos en el concepto de “economía informal urbana”. En El Capital, Marx estableció una clara distinción entre las empresas basadas en la separación de la propiedad de los medios de producción y el trabajo (las denominadas empresas “capitalistas”) y las empresas en que “los trabajadores poseen sus instrumentos de trabajo” (que incluirían a las empresas “Campesinas”) (Ibid. 1967, b561).

[←5] En un artículo previo (Llambí 1960) sugerimos un esquema basado en tres categorías discretas: reproducción simple, reproducción ampliada y reproducción incompleta. Este trabajo asume una posición crítica con respecto a dicho planteamiento.

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