La economía de la música en Lima Metropolitana. Dinámicas organizacionales, ciclos productivos y el problema de la autenticidad
Descripción
La economía de la música en Lima Metropolitana. Dinámicas organizacionales, ciclos productivos y el problema de la autenticidad1 Raúl Alvarez Espinoza “Todo lo bello y noble, es fruto de la razón y el cálculo.” Charles Baudelaire A fines de la década del ’70, con la aparición de las tecnologías de la información y comunicación y el agotamiento del modelo de producción en serie, el Capitalismo entró en un profundo proceso de reestructuración. El alcance de sus efectos llegó a todas las dimensiones del sistema social, impactando de manera decisiva en el campo de la producción cultural. Ello propició cambios sustanciales en la manera de producir, distribuir y consumir diversas manifestaciones artísticas. En el marco de este proceso, las tecnologías digitales han cumplido un rol fundamental en la reorganización del negocio mundial de la música, facilitando el acceso a los medios de producción para la creación artística y permitiendo la generación de vitrinas de difusión e intercambio de obras y demás contenidos culturales. Todo ello ha constituido un desafío directo a la hegemonía de los grandes conglomerados comerciales que encabezan aún el desarrollo de la industria a escala global. El presente artículo busca brindar un panorama general de las principales transformaciones provocadas por la expansión de las tecnologías digitales en la actividad musical local, entendida esta en su dimensión económica. Para ello, se partirá de la problematización del enfoque de economía de la cultura, tras lo cual se procederá a reconstruir el proceso previamente descrito a la luz de las particularidades del contexto local, finalizando con algunas reflexiones sobre la importancia de estudiar los discursos en torno a la música, buscando así complementar el enfoque más pragmático que ocupa un lugar central en este trabajo. De la música como sociedad Entender la música desde una perspectiva sociológica, implica pensarla como una actividad que encuentra su materialización en el conjunto de relaciones sociales que la hacen aparecer como tal entre músicos y oyentes. Hacer música implica más que el conocimiento de ciertas habilidades técnicas. Es necesario ser parte de una red de relaciones para que esta ocurra (Becker, 1995), y ello sucede tanto en los niveles más pequeños de interacción social, como en aquellos donde la música trasciende la mera función estética, para convertirse en un negocio de alcance global. 1
Estas reflexiones surgen de la investigación que realicé como parte de mis labores en la Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios del Ministerio de Cultura durante el año 2014. Por ello, no quiero dejar de pasar la oportunidad para agradecer a Pierre Emile Vandoorne Romero y Daniela de la Puente Luna, por la confianza depositada en mí y en mi trabajo. Asimismo, agradecer a los 52 músicos, productores, gestores y demás agentes culturales vinculados al fortalecimiento y desarrollo de la actividad musical local, quienes con sus testimonios, me brindaron una valiosa fuente de información que me ha permitido construir un panorama más o menos claro, de la actividad musical en nuestro país, el cual tomo como punto de partida para el desarrollo de este texto.
“Todas estas decisiones están conectadas”, plantea Howard S. Becker. Lo que conocemos como música, no surge por generación espontánea, es producto de un tipo específico de organización social. De lo anterior, se desprende un viraje ontológico importante en la concepción de la música como dominio de escrutinio sociológico. Esta pasa de ser un objeto inmanente en el tiempo, a un proceso susceptible de ser explicado a través de los intercambios sociales que le dan forma. La música no está simplemente ahí en la sociedad, sino es en sí misma una sociedad. 2 ‘Welcome to the machine’ . Producción (cultural), mercancías y relaciones de intercambio En el capitalismo, la producción cultural adquiere la forma de producción mercantil (Manrique, 2007). Esta da lugar a mercancías que se encuentran sujetas a su vez a relaciones de intercambio, al poseer un valor de uso y valor de cambio3. En este modo de producción, la humanidad no se limita a producir para satisfacer sus propias necesidades o para las de aquellos con quienes tienen contacto personal, sino que destinan el producto final de su trabajo en un mercado de alcance nacional e internacional (Giddens, 1997). Asimismo, la asimilación de la lógica industrial significó el desarrollo de una creciente división social del trabajo, provocando ello la creación de eslabonamientos productivos con otras actividades económicas, algunas de las cuales no estaban necesariamente vinculadas a la creación artística. De esta forma, ‘la cultura’ desarrolló canales de producción, distribución y consumo propios deviniendo así en un sistema social sui géneris con un gran grupo de actores interviniendo en cada una de sus dinámicas constitutivas. Debido a lo anterior, un enfoque para el estudio de la música que se proponga entenderla a la luz de los procesos sociales actuales, no puede ignorar la influencia ejercida por el sistema de producción en la que esta se desarrolla; sistema que a su vez está compuesto por un entramado de actores más o menos complejo que establecen redes de interdependencia de acuerdo a las actividades y tareas asumidas por los mismos en cada 4 una de su fases de producción, distribución y consumo . 2
Tomo prestado el título de la canción de Pink Floyd, incluida en su álbum ‘Wish you were here’ (1975). Mientras que el valor de uso se hace tangible exclusivamente en el proceso de consumo (Mendívil, 2010), el valor de cambio es aquel que tiene un producto al intercambiarse con otros, lo cual posibilita una relación económica determinada, con lo cual trasciende su utilidad práctica, deviniendo en abstracción del trabajo humano socialmente necesario para su realización, lo cual explica su carácter convertible con otras mercancías. 4 Uno de los objetivos de la perspectiva que aquí utilizo, es poner en evidencia el carácter laboral de la música. En el negocio de la música, lo que se vende no es la música en sí, sino los servicios que hicieron posible su concreción en un tiempo y espacio determinados. Esto queda claro para el caso de los conciertos, por ejemplo, donde intervienen una gran variedad de actores además de los músicos. Lo mismo aplica para el disco, añadiéndosele el hecho de que compramos formatos con información musical, y con ello, el derecho a decidir con mayor libertad los momentos de la escucha (Mendívil, 2010). 3
Lo que sigue, es una invitación a pensar la música en su dimensión económica5 tomando como punto de partida el carácter ‘social’ de la misma, pero sobre todo, es un intento por trascender aproximaciones aisladas y anecdóticas, para tejer una aproximación sistémica; De esta forma, procederé a enfocarme en las relaciones, antes que en las personas; en actividades, antes que en cualidades adscritas. De ahí que la apuesta de este trabajo, sea la de brindar un enfoque estructural de la producción musical, entendiendo por estructura “toda asociación humana con permanencia en el tiempo, analizada desde sus aspectos asociativos, que presenta procedimientos propios y recurrentes (lógica de funcionamiento) sujetos a cambios para incorporar, designar y clasificar (posiciones) a sus miembros y para asignar diferenciadamente sus recursos tangibles y no tangibles" (Plaza, 2014). La crisis de la industria fonográfica y el nuevo modelo de negocio de la música contemporánea Como producto de la reorganización de la base productiva del Capitalismo a fines de la década del ’70, la industria de la música, que en ese entonces tenía como eje central a la música fonograbada, empezó a experimentar una profunda crisis que tuvo como principal motor la expansión de las tecnologías digitales. Estas propiciaron un creciente abaratamiento de los softwares de grabación y reproducción musical, socializando los medios de producción artística que hasta entonces habían estado en manos de las disqueras transnacionales, permitiendo así la aparición de sellos locales que empezaron a trabajar con diversos músicos, al margen de cualquier dependencia creativa o económica externa. El desmantelamiento de las barreras de acceso a diversos contenidos musicales, disparó además los niveles de piratería física (Alfaro: 2010). Ello representó un serio problema para las grandes majors, pues terminó por quebrar el monopolio ejercido por ellas sobre la monetización efectiva de los derechos de reproducción de las obras de los artistas que tenían firmados6. Asimismo, en la línea de los procesos inicialmente mencionados, se da una creciente desmaterialización de la producción artística a dos niveles. El primero tiene que ver con la digitalización de contenidos, y con ello, el aumento de las posibilidades de almacenamiento y reproducción online de los mismos y lo segundo, con la extensión del viraje de una economía de bienes, a otra de servicios. No es gratuito que la realización de Ahora, es importante añadir que a comparación de otros productos humanos, los productos culturales toman como materia prima elementos intangibles tales como la creatividad, los valores, las creencias y los deseos de las gentes, buscando trascender hacia la función estética y auto ‐ representativa, orientándose a explorar y despertar la sensibilidad y el goce personal, así como la capacidad de los seres humanos de construir narrativas comunes en donde verse reflejados. No es posible entender a profundidad las vicisitudes propias del campo cultural, sin tomar en cuenta esta particularidad 6 De ahí que, para minimizar el impacto de este proceso empresas como Sony y Universal, hayan adoptado una serie de estrategias tales como la diversificación de sus unidades productivas, ampliando su alcance a sectores como el cine o los videojuegos; convirtiéndose así en conglomerados multimedia. Por otro lado, aparecen los llamados contratos 360, los cuales son una nueva estrategia impulsada por las transnacionales, para seguir generando ingresos a partir del trabajo de los artistas. Estos contratos les permiten recibir un porcentaje de todas las actividades de los mismos, a cambio de financiar y promover las carreras de estos a través de los medios que se encuentren a su alcance. 5
conciertos, haya desplazado a la música fonograbada, como la unidad de negocio y motor por excelencia de la industria de la música mundial; y el negocio de consumo musical vía streaming venga experimentando un importante crecimiento en los últimos años, tal y como lo indican las estadísticas del Digital MusicReport de la Federación Internacional de la Industria Fonográfica7. A ello, hay que añadir también las cada vez mayores posibilidades brindadas por la sincronización de música con otros productos culturales como la publicidad y el cine para la generación de ingresos económicos para músicos y artistas. En suma, las transformaciones arriba descritas son vitales para entender la profunda reorganización del negocio a nivel mundial, que podrían resumirse en dos puntos: (i) la creciente socialización de los medios de producción artística y (ii) la desmaterialización del carácter mercantil de la música, que la hacen cada vez menos un bien, y más un servicio8. El caso peruano: entre la auto gestión, la precariedad económica y el desafío de la profesionalización Como se señaló en párrafos anteriores, la creciente digitalización de contenidos y el desarrollo de softwares especiales para la producción e intercambio de música, desmanteló las barreras de acceso para la creación y difusión de los trabajos de los artistas, haciendo posible la socialización de los medios de producción y la pérdida de centralidad de una serie de intermediarios, que de acuerdo al modelo clásico de la cadena de valor de la música, eran indispensables para la culminación del proceso productivo de la música en sus dos dimensiones. Ello dio pie al dramático incremento de la piratería física, que de acuerdo a datos de INDECOPI (2011), alcanza actualmente al 98% del mercado. Lo anterior obligó a las grandes majors, a cerrar sus sucursales en nuestro país, quedando solo Universal con una oficina en actividad que no desarrolla, sin embargo, proyectos propios (Alfaro, 2010). De esta forma, músicos y creadores se quedaron de pronto sin el soporte institucional y financiero que en la era analógica, estuvo a cargo de 7
Sin embargo, hay que poner estas cifras en contexto. En el mismo informe, se muestra que por primera vez en la historia, las ventas de música digital (46%) igualó la venta de discos físicos (46%), pero que al mismo tiempo, formatos tenidos por obsoletos desde hace ya varias décadas como el vinilo, vienen registrando un alza continua en los últimos años. Por tanto, si bien se prevé que las ventas por streaming sigan incrementándose, pareciera que el formato digital, lejos de anular al físico, es un medio de enganche y alimentación para explicar su vigencia en la actualidad. 8 Pero lo que en principio pareciera ser la panacea para aquellos músicos y demás agentes dedicados a la actividad musical ‘independiente’, presenta diversos aspectos, que lejos de hacerles la vida más fácil, configuran un panorama harto azaroso en donde mantenerse a flote es cada vez menos sencillo. Por un lado, el efecto amplificador de las tecnologías digitales ha propiciado una saturación de la oferta. Debido a la proliferación de artistas compartiendo las redes sociales, es bastante difícil destacarse a menos que se cuente con una estrategia de marketing adecuada y con el respaldo de especialistas dedicados a implementarla. La revolución digital brinda la posibilidad de exhibir las propuestas más fácilmente, pero el alcance de las mismas es limitado si no existe una estrategia para hacer uso efectivo e inteligente de las mismas.
los sellos discográficos, recayendo en ellos, las labores antes asumidas por estos. El músico dejó de ser mero y creador e intérprete, para pasar a ser también gestor de su propio proyecto. Frente a este panorama, la autogestión pasó a ser una postura exigida por el entorno. Evidentemente, este nuevo escenario no afectó de la misma forma, a los diversos circuitos musicales. Como señala Santiago Alfaro (2013), casos como el de la música andina, dan cuenta del desarrollo de modelos de gestión con estas características, incluso antes que los procesos arriba mencionados, terminaran por materializarse en nuestro país. A lo anterior, hay que añadir la escasa apertura de los medios de radiodifusión a nuevas propuestas musicales y la problemática de las Sociedades de Gestión Colectiva de Derechos de Autor, siendo el caso más polémico el que implica a la Asociación Peruana de Autores y Compositores (APDAYC)9. Por otro lado, está la deficiente infraestructura adecuada especialmente para la realización de espectáculos en vivo. A comparación de casos como de Argentina que cuenta con arenas y salas de concierto, las cuales disponen de todo el mobiliario implementado, en nuestro país, si bien existen grandes espacios, como estadios, campos feriales y parques públicos, estos no están acondicionados para facilitar la ejecución de música en vivo, lo cual demanda a los productores de conciertos, que en muchos casos son los artistas mismos, realizar una enorme inversión de dinero para montar las estructuras y el equipo necesario para dicho fin, lo cual reduce las posibilidades de obtener una ganancia significativa producto de la realización del mismo. Finalmente, se elige Lima como el espacio para el desarrollo de las siguientes ideas, debido a concentrar la mayor parte de los servicios públicos y privados relativos a la práctica musical, además de la infraestructura física y tecnológica, y su cercanía a los principales flujos económicos centrales a la dinámica del mundo global. Tal y como señala Manuel Castells, las ciudades son el escenario predilecto para entender las contradicciones y el desarrollo de la sociedad contemporánea. Las formas elementales de la actividad musical local10
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De acuerdo a lo dicho en el debate público, los cuestionamientos a la APDAYC se deben a que esta terminó excediendo las funciones contempladas dentro la figura de asociación sin fines de lucro en la que opera de acuerdo a ley, comprando radios y otros activos, cobrando por temas no registrados e incluso cancelando conciertos arbitrariamente. Todo ello parte del hecho de que el mismo Decreto Legislativo N° 822, no se encuentra reglanentado. Es decir, no existen especificaciones de los alcances y límites de una Sociedad de Gestión Colectiva 10 Tomo prestado el título de Las formas elementales de la vida religiosa . A mi parecer, uno de los trabajos mejor logrados de Émile Durkheim.
En un contexto como el anteriormente descrito, donde la labor de los músicos no cuenta con soportes institucionales sólidos, la actividad artística está supeditada casi íntegramente a los esfuerzos de los agentes comprometidos11. Ello, sumado a las particularidades propias del contexto local, obliga a los músicos a auto – organizarse para concretar sus sendos ciclos productivos (Riveros, 2012) y es en ese sentido que la actividad musical en nuestro país, tanto en los niveles más ‘subterráneos’, como en aquellos en apariencia más cercanos a las lógicas del ‘mainstream’, son independientes, pues realizan sus actividades en autonomía relativa con respecto a los canales de producción, distribución y difusión de las grandes transnacionales12. A continuación, procederé a realizar un breve recuento de las principales dinámicas de organización de la música fonograbada y los conciertos en vivo, identificando las relaciones que se establecen entre ellos y la lógica detrás de las disputas que se establecen en los debates en torno a la ‘autenticidad’ de las prácticas musicales a las que son afines. Auto – organización, multi actividad y (des)centralización de funciones Dadas las circunstancias mencionadas líneas arriba, los actores se auto – organizan para sacar adelante sus proyectos, estableciendo para ello redes de trabajo intra – sectoriales, donde se intercambian bienes y servicios diversos; y que además sirven como entornos donde se cristalizan un conjunto de patrones de interacción, que devienen en acuerdos consensuados implícitamente para producir y reproducir las asociaciones entre ellos a la luz de las posibilidades y restricciones compartidas (Riveros, 2011). Estos acuerdos pueden ir desde la forma de organizar un concierto, hasta cuestiones más específicas y en apariencia más subjetivas, como los principios de composición de un tema musical. Uno de los principales rasgos de los circuitos musicales locales, es la tendencia a la concentración de las actividades propias de cada fase del ciclo productivo, en un número limitado de personas. Debido a la escasez de fuentes de financiamiento publicoprivadas, los artistas optan por la multi – actividad, encargándose de la creación, la producción, la difusión y hasta la comercialización buscando reducir los costos de producción al mínimo. En esa línea se encuentra la figura del sello, cuya figura no pareciera ser tanto la del gran socio inversionista de la era analógica, sino más bien la de una asociación de músicos con estéticas y necesidades comunes, que fungen a su vez de gestores de la organización. Dependiendo de los recursos y el capital social acumulado de los miembros, estas asociaciones pueden desarrollar varias unidades de negocio, como son
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Si bien en la era analógica tampoco era tan sencillo conseguir ser firmado por una de las grandes majors, esta posibilidad se reduce casi al mínimo en la era digital. 12 Lo ‘independiente’ no es tanto un estilo o estética musical particular, sino un conjunto de modos de hacer y producir música con respecto a aquellos agentes que han dominado el negocio desde sus inicios. Bajo esta lógica la independencia no solo alcanza al rock. De hecho, es transversal a todo género musical.
la realización de videoclips, la publicidad y marketing, la grabación y venta de sus discos y la producción de conciertos. Es interesante anotar que las relaciones económicas establecidas entre los diferentes circuitos musicales, suelen estar fuertemente influidas por el bagaje cultural de sus miembros. Así, en casos como el de la música popular también llamada ‘tradicional’, el intercambio suele sostenerse a partir de principios de reciprocidad y redistribución; mientras que en los estilos catalogados convencionalmente como ‘contemporáneos, los intercambios suelen ser de índole más corporativa. Estos extremos no deben entenderse, sin embargo, como mutuamente excluyentes. Hay que pensarlos más bien como tipos ideales entre los cuales se teje un continuo de matices variados. Dicho lo anterior, hay que añadir que los intercambios no suelen coincidir en todos los casos con la figura planteada por el marxismo, tan arraigada en las Ciencias Sociales, que piensa toda relación económica como explotación capitalista. La información recogida nos muestra que si bien esto último existe, los diferentes actores despliegan otro tipo de racionalidades que no se basan necesariamente en la extracción del plusvalor. Común en este entorno es el intercambio de servicios de forma recíproca. Para entender esto, hay que partir del hecho de que la fuerza de trabajo es también una mercancía sujeta a relaciones de intercambio. De esta forma, individuos que comparten cierto grado de afinidad por ser parte de una red específica, pueden poner a disposición sus habilidades y recursos esperando lo mismo de sus pares en alguna otra ocasión (por ejemplo, el préstamo de equipos o instrumentos, o el compromiso de presentarse en conciertos, etc.). Como lo ha constatado el antropólogo Camilo Riveros para el caso del ska, juega aquí un papel importante el uso estratégico del capital social acumulado el cual permite a músicos y gestores, hacerse de los medios necesarios para llevar a buen puerto sus objetivos en un contexto que no brinda las condiciones necesarias para una actividad musical sostenible. Dicho esto, vale aclarar que a pesar que no existan indicios de concentración relativa o absoluta de los medios de producción artística, es necesario identificar y analizar otras formas de ejercicio de poder dentro del negocio local de la música, sobre todo, teniendo en cuenta el peso de las empresas cerveceras y los medios de comunicación masiva en el acceso a mayores niveles de exposición y su rol en la configuración de la oferta. Finalmente, estos rasgos organizacionales explican también el alto dinamismo del campo musical, en tanto sus actores al no restringirse a una sola actividad en la cadena de valor, se asocian con otros que comparten intereses similares, para desarrollar proyectos alternativos que terminan dando pie a ciclos productivos simultáneos. Es común encontrar a músicos que dedican su tiempo a más de una agrupación, las cuales no comparten necesariamente el mismo estilo musical, pero sí las características aquí descritas. En suma, más allá de los atributos estéticos y sonoros de cada género, existe un lenguaje organizacional compartido que moldea las relaciones entre los diferentes actores.
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[EPÍLOGO] ‘Del absoluto amor’ . Sobre las disputas en torno a la ‘verdad’ de la música Para Émile Durkheim, una aproximación a la sociedad no puede estar completa sin considerar el orden moral que la sostiene. No hay intercambio o acuerdo entre dos o más partes que no esté atravesado por una serie de normas y valores que le den sentido a lo que hacemos. Siendo el mundo de la economía aquel de la razón y el cálculo, los compromisos morales son de vital importancia para garantizar cierta cohesión ahí donde el interés individual podría terminar minando el funcionamiento de las cosas. Extrapolando este razonamiento al caso que nos interesa y teniendo en cuenta lo adverso del contexto donde músicos y demás actores se desenvuelven, cabe preguntarnos por qué es que estos hacen lo que hacen a pesar de todo. Y es ahí donde los discursos en torno a la música cobran una gran centralidad. Como muchos otros, Pierre Bourdieu señaló la importancia de este en la configuración de nuestro sentido de realidad y la reproducción de la sociedad. Cuando hablamos, no solo articulamos arbitrariamente significantes y significados, sino que construimos el mundo en el que estamos insertos. Es por ello que hablar sobre la música es tan importante, porque a través de ello se establece una ligazón con la misma que trasciende la mera apreciación estética. Además de ser un medio para hablar de la sociedad, esta también se ha convertido en una fuente de auto representación y de construcción del yo. La música permite construir vínculos, fortalecerlos, pero por ello mismo, también divide. A través de la música se crean relaciones sociales, al tiempo que se establecen fronteras antes aquellos que no consideramos nuestros pares en cuestión de afinidades éticas y estéticas; y ello también influye por supuesto en el comportamiento económico de la misma. Conversando con varios de los informantes, pude identificar diversos registros argumentativos sobre las formas en cómo debe hacerse música y la posición que cada uno ha de tener frente a su quehacer. En el caso del rap, por ejemplo, aquellos intérpretes más cercanos a los temas con contenido de crítica social, suelen el tipo de temáticas a abordar, influye en la percepción que los demás tengan de uno como un cultor ‘real’ o fiel a las raíces mismas del género, además de establecer los márgenes de interacción con ciertos músicos, productores y audiencias, al tiempo de restringirle el contacto con otros. Algo similar pasa en la música popular costeña respecto a la categoría de ‘tradicional’. Además de servir como un mecanismo discursivo de legitimación (Llórens & Chocano, 2009), opera como un potente marcador de fronteras entre circuitos musicales específicos, sobre todo en un contexto donde la centralidad de las nuevas tecnologías pone en cuestión varios sentidos comunes en estos entornos. Por otro lado, y de manera transversal, se encuentra la concepción de la música como oficio y la música como profesión, estando en el centro del debate la cuestión de si el trabajo del artista debe una fuente de generación de ingresos, o más bien debiera priorizarse el arte por sí mismo.
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Tomo prestado el título del último poemario del peruano Jorge Eduardo Eielson (2005).
Queda claro que lo anteriormente mencionado no es aproximación a profundidad a la problemática planteada inicialmente, pero sí brinda algunas ideas acerca de la importancia de la dimensión moral de la música en el funcionamiento económico de la misma. A ello, hay que añadir que el sociólogo debe procurar no proyectar sus propios juicios estéticos sobre las prácticas musicales en las que pretende indagar, ni preocuparse por tomar partido en la definición de una ‘verdad’, detrás de la música, sino tomar las controversias mismas como objeto de análisis. En ese sentido, una mirada sociológica a este fenómeno deberá tomar como punto de partida la reflexividad y capacidades explicativas de los propios actores (Heinich, 2010), buscando identificar y caracterizar sus escalas de valores, los mecanismos de argumentación, los recursos y las redes que lo posicionan dentro de un entramado social específico, así como sus intereses como parte del mismo. Bibliografía ALVAREZ, Raúl La industria de la música local. Cadenas de valor y modelos de negocio en la era digital (Documento inédito). Lima: Dirección del Audiovisual, la Fonografía y los Nuevos Medios del Ministerio de Cultura del Perú, 2014. ALFARO, Santiago “Negocio en directo: historia y nueva economía de los conciertos de música andina en Lima” en Lima, siglo XX. Cultura, socialización y cambio . Carlos Aguirre & Aldo Panfichi eds. Lima: Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2013 “PERUWOOD: La industria del video digital en el Perú” en Latin American Research Review ,Vol. 48, SpecialIssue. 2013. La industria peruana en tiempos digitales. Lima: Boletín electrónico de la Asociación de Egresados y Graduados de la Pontificia Universidad Católica del Perú, 2010. “Las industrias culturales e identidades étnicas del huayno” en Arguedas y el Perú de hoy . Lima: SUR. 2005. BAUDELAIRE, Charles El pintor de la vida moderna. 1863. BECKER, Howard S. Los mundos del arte: sociología del trabajo artístico. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2008.
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