La diversidad lingüística desde una perspectiva semio-cultural. Arbitrariedades y opacidades

May 22, 2017 | Autor: Mirko Lampis | Categoría: Identidad, Semiótica, Diversidad lingüística
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Descripción

Univerzita Konštantína Filozofa v Nitre Filozofická fakulta

EL ÁMBITO DE LAS LENGUAS ROMANCES Y SU IDENTIDAD

Petra Pappová, José Manuel Azcona [et al.]

José Manuel Azcona Tomás Pedro Gomariz Acuña Julen Lezamiz Matteo Re Petra Pappová Zuzana Kormaňáková

Fabiano Gritti Mirko Lampis Paolo di Vico Marta Martínez de Hurtado Mª Antonia Urquía Muñoz Francesca Pallecchi

Nitra 2016

Posudzovatelia: prof. Dr. Sara Nuñez de Prado Clavell, Universidad Rey Juan Carlos, Madrid doc. Martin Štúr, PhD., FF UKF, Nitra

© Petra Pappová, José Manuel Azcona [et al.] 2016 ISBN 978-80-558-1030-0

Capítulo 8 LA DIVERSIDAD LINGÜÍSTICA DESDE UNA PERSPECTIVA SEMIO­‑CULTURAL. ARBITRARIEDADES Y OPACIDADES Mirko Lampis Universidad Constantino el Filósofo. Nitra/Eslovaquia

Lengua y cultura Se puede sostener, simplificando quizás en demasía, que la lingüística científica nace bajo el signo del positivismo y que del positivismo deriva, por consiguiente, sus principales metodologías o  prácticas epistemológicas: la reducción y la abstracción. Por un lado, intenta explicar el sistema de la lengua estudiando los elementos que lo componen, reduciendo así el operar de la totalidad de las manifestaciones lingüísticas al operar de sus componentes atómicos (fonemas, morfemas, sememas, sintagmas, estructuras, etc.); por otro, abstrae del conjunto de los fenómenos observados un sistema de elementos, relaciones y leyes fundamentales y necesarios y con estos recompone un modelo explicativo general. Tanto el estructuralismo, a partir de la obra de Saussure, como el generativismo, a partir de la obra de Chomsky, definen su propio objeto de estudio (y se definen, por tanto, a sí mismos) a través de este tipo de estrategia metateórica: reduciendo los fenómenos lingüísticos a sus componentes y relaciones esenciales, descartando las concretas realizaciones de los hablantes en cuanto accesorias o circunstanciales y estudiando la lengua como un sistema coherente de oposiciones estructuradas y de reglas de generación. Se crea, de este modo, un hiato teórico fuerte entre reglas y realizaciones concretas, entre langue y parole, entre competence y perfor‑ mance, entre sincronía y diacronía, entre sistema y texto. Resulta interesante, además, el hecho de que la misma estrategia reduccionista y abstractiva, mutatis mutandis, siga vigente también en otras escuelas lingüísticas de más reciente fundación. La lingüística cognitiva, 181

por ejemplo, que pretende explicar la lengua a partir de una serie de mecanismos biológicos y cognitivos elementales y casi siempre innatos; o el pragmatismo, que intenta recomponer el sistema lingüístico a  partir de una tipología fundamental de actos elementales de habla. Escribe muy acertadamente Paolo Fabbri: Toda nuestra época ha sido atravesada, de hecho, por la idea constructivista, y radicalmente utópica, de que es posible trocear la complejidad del lenguaje, la complejidad de la significación, la complejidad del mundo en unidades mínimas (sobre el modelo atomista), para luego, a través de combinaciones progresivas de elementos de significado y combinaciones progresivas de rasgos de significantes, producir o reproducir el sentido284. Lo único que distingue las diferentes escuelas lingüísticas es, en este sentido, su peculiar manera de trocear y recomponer lo examinado, y la única validación posible para sus diferentes prácticas de segmentación y esquematización es la que se deriva de su valor operacional, es decir, de la utilidad y consistencia que estas prácticas tienen para quienes operan con ellas. Dicho valor no es nunca intrínseco o absoluto, sino que invariablemente depende del contexto social de producción de sentido en el que operan los diferentes sujetos semióticos (intérpretes, textos, instituciones, etc.) implicados en la fundación, defensa y deriva de esta o aquella teoría lingüística. Dicho esto, resulta cuando menos legítimo imaginar un discurso que se aleje de las coordinadas positivistas, un discurso en el que la lengua ya no se presente sólo como una totalidad bien diferenciada y disponible al análisis atomístico y a la abstracción teórica, sino también como parte de una totalidad integrada más amplia y general: el sistema de la cultura. Con esta fórmula, sistema cultural, designamos un conjunto autoorganizado, aurorreferente y heterogéneo de prácticas y objetos significantes (o textos) transmitidos (ratificados, reiterados, rectificados) de sujeto a  sujeto y de generación en generación gracias a  procesos ontogénicos Fabbri, Paolo, La svolta semiotica, Roma­‑Bari, Laterza, 2001, pág. 18 (la traducción es mía, ML).

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específicos de aprendizaje y enseñanza285. Una definición que, desde la perspectiva de los estudios lingüísticos, podemos integrar con el siguiente corolario: en el sistema de la cultura, y en los procesos de aprendizaje y enseñanza que lo definen en tanto que dominio comunicativo­‑consensual, desempeña un papel fundamental la lengua, es decir, la conducta lingüística en tanto que discurso y conversación mediante sonidos articulados y sus transposiciones gráficas286. Es bien posible que los procesos culturales, en su lejano y complejo origen, no hubiesen podido subsistir sin esa conducta lingüística más flexible, más articulada y más reproducible que es el habla y, de hecho, se ha llegado a ver en la lengua la primera manifestación y la garantía última de toda cultura: la lengua es “lengua natural”287, “sistema modelizante primario”, y la propia naturaleza del ser humano es la de ser “loquens”: lo que no habla, sean los animales del bosque o los “balbuceantes” habitantes del país vecino, no alcanza la condición humana. No puede extrañar, por lo tanto, que la lengua se suela presentar como un importante, si no como el principal, factor de identidad cultural. El latín para la cultura humanista, las lenguas nacionales en el surgimiento de los estados modernos, la defensa de la pureza del idioma perpetrada por los nacionalismos totalitaristas y las reivindicaciones lingüísticas de Véase Lampis, Mirko, Tratado de semiótica sistémica, Sevilla, Alfar, 2013. Merece la pena mencionar las distinción propuesta por Jürgen Habermas (Teoría de la acción comunicativa, I. Racionalidad de la acción y racionalización social, Madrid, Taurus, 1999; 1ª edición: 1981) entre acción comunicativa, dirigida a la definición de un ámbito común de entendimiento (acción que, en el caso los actos constatativos, Habermas define como conversación, término que aquí en cambio empleamos para referirnos a cualquier proceso comunicativo de tipo semiótico), y acción lin‑ güística con fines estratégicos (o teleológica), con la cual un hablante intenta alcanzar un determinado objetivo personal (es decir, el éxito, con, sin o incluso gracias a la falta de entendimiento de sus interlocutores). Sin embargo, hay que reconocer que en condiciones normales (esto es, no analíticas), las acciones lingüísticas de tipo comunicativo y las de tipo teleológico suelen estar abundantemente entremezcladas. Están entremezcladas porque, a nivel del sujeto enunciante, se pueden perseguir de forma simultánea o alternada fines comunicativos y estratégicos y también porque, a nivel de la comunidad de sujetos enunciantes, la comunicación puede estar orientada, globalmente, a la consecución de fines estratégicos. 287 “Lengua natural”, expresión cuasi­‑paradójica si se considera que a menudo se suele oponer la cultura, de la cual la lengua es primer vehículo, a la naturaleza.

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las minorías étnicas y de los movimientos independentistas son sólo unos ejemplos macroscópicos de la fuerte interdependencia que se establece, en los procesos de construcción de identidades colectivas, entre lengua y cultura. Centrémonos, pues, en la noción de identidad. Según Greimas y Courtés288, esta noción es un primitivo semántico y puede por tanto ser definida sólo a partir de la relación de presuposición recíproca que mantiene con la noción opuesta y complementaria de alteridad (las dos nociones son, en otros términos, interdefinibles). La identidad, precisan los dos autores, sirve para designar el rasgo o el conjunto de rasgos que tienen en común dos o  más objetos; está implicada, por ende, en los procesos de reconocimiento y presupone siempre la alteridad, es decir, un mínimo de rasgos que vuelvan a los objetos examinados distintos y diferenciables; las operaciones básicas que permiten establecer la identidad o la alteridad entre dos objetos son, respectivamente, la identificación y la distinción. Ahora bien, si la relación de presuposición recíproca entre identidad y alteridad de la que hablan Greimas y Courtés es esencialmente una relación de tipo lógico­‑formal, en el plano ontológico­‑epistemológico parece más correcto hablar de codeterminación dialéctica: lo idéntico y lo diferente, lo uno y lo otro, no sólo se definen, sino que también existen (y, si son sujetos cognoscentes, se conocen) únicamente en una historia de mutua relación, de mutuo acoplamiento289. En el dominio físico como en el biológico, en el dominio individual como en el cultural, la identidad sólo puede construirse a partir de la alteridad y sólo puede subsistir en el trasfondo de la alteridad. Desde el punto de vista de los estudios culturales, podemos recordar una de las tesis fundamentales de la escuela semiótica de Tartu­‑Moscú: para que los miembros de una colectividad tomen conciencia de su identidad cultural unitaria, para que una cultura pueda conservar la organización que la define como tal, debe elaborar un modelo integrado de sí misma (un meta­‑modelo cultural, un sistema autorreferente de relaciones Greimas, A. J., Courtés, J., Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, Madrid, Gredos, 1982 [1ª edición: 1979], págs. 33, 212. 289 Varela, Francisco, Conocer. Las ciencias cognitivas: tendencias y perspectivas. Carto‑ grafía de las ideas actuales, Barcelona, Gedisa, 1990 [1ª edición: 1988]. 288

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constitutivas). Es necesario, en otros términos, que la cultura se auto­ ‑describa, que traduzca ciertas alteridades mediante un único lenguaje descriptivo, que canonice determinados aspectos de sí misma: que autoalimente, en suma, su coherencia interna. En este proceso, sin embargo, la cultura también necesita que otras alteridades le sirvan como anti­‑modelos: la no­‑cultura (la naturaleza, la “barbarie”), en primer término, y también las otras culturas (modelos culturales foráneos, pero también las periferias culturales, sectores percibidos como no­‑homogéneos). La cultura, en suma, se define a través de lo que no es ella misma, y modeliza, e incluso crea de manera autónoma, sus propios antimodelos290. La importancia de estos últimos –procedan de una cultura ajena o del espacio extra­‑cultural de la naturaleza, de un alter o de un alius, en la terminología de Sonesson291– se evidencia incluso en esos casos en que es el sistema de la cultura lo que se percibe, críticamente, como un modelo negativo o incluso anti­‑cultural y se buscan entonces en los modelos externos los “auténticos” y “positivos” elementos de la cultura292. En la conformación y elección de modelos y antimodelos culturales pertinentes y operativos desempeñan un papel fundamental las interacciones lingüísticas, ya que es a través de estas interacciones que creamos, consensualmente, un universo de significados y valores compartidos. Es la práctica lingüística lo que nos permite acceder a (o nos excluye de) los diferentes dominios comunicativos, conformando y limitando, por tanto, nuestras posibilidades de existencia social.

Lotman, Iuri M., Uspenski, B. A., “Sobre el mecanismo semiótico de la cultu-

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ra” (1971), en Lotman, Iuri M., La semiosfera III. Semiótica de las artes y de la cultura, Madrid, Cátedra, 2000, págs. 168­‑192. Véase también Lotman, Iuri M. et al., “Tesis para el estudio semiótico de las culturas (aplicadas a los textos eslavos)” (1973), Entretextos, revista electrónica semestral de estudios semióticos de la cultura, número 7 (Semiótica de la cultura. Historia. Semiosfera), mayo 2006. http://www.ugr.es/~mcaceres/Entretextos.entre7.tesis.htm. 291 Sonesson, Göran, “La semiosfera y el dominio de la alteridad”, Entretextos, re‑ vista electrónica semestral de estudios semióticos de la cultura, número 6 (Es‑ tudios iberoamericanos sobre la semiosfera), noviembre 2005. http://www.ugr. es/~mcaceres/Entretextos/entre6/sonesson.htm. Lotman, Iuri M. et al., “Tesis para el estudio…”.

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Aprendemos de los otros, comunicando con los otros, quiénes somos, y cuando ya somos capaces de autodescribirnos, cuando ya nos identificamos con nuestros propios lenguajes, nos oponemos a lo que percibimos y modelizamos como diferente293. Así, por un lado, el aprendizaje lingüístico determina la formación y el mantenimiento de nuestro universo de sentido, recortándonos un ámbito posible de actividad y contribuyendo a la formación de una identidad integrada en ese ámbito; por otro, de nuestra propia actividad lingüística depende la posibilidad de traducir lo ajeno, lo que de momento ha quedado fuera de la frontera de nuestra identidad, y poder así entrar en contacto con él, comunicarnos con él, modificando los equilibrios y las fronteras de la identidad misma. Esto es, tal vez, el resultado más destacable de la actividad de la lengua: el de definir un espacio dinámico, individual y colectivo, de existencia. Escribe Verón: Por “actividad del lenguaje” entiendo este universo extraordinariamente complejo en que nos aparece el lenguaje en su factualidad mezclado con todo tipo de actividades y comportamientos, articulado a  las situaciones de intercambio más diversas, encuadrado en múltiples instituciones, manifestándose tanto en forma oral cuanto escrita, en soportes extremadamente variados; combinado con la gestualidad, las imágenes (fijas o animadas) y con otros numerosos sistemas significantes no lingüísticos, desde la ropa hasta la organización material del espacio. Este universo empírico de la actividad del lenguaje es forzosamente el de una sociedad, y de este modo la actividad del lenguaje nos aparece como uno de los niveles (quizás el más importante) de los intercambios (más o  menos regulados, más o  menos macro o  microscópicos) que allí se desarrollan294. Esta “oposición” incluye por lo común elementos de tipo evaluativo, pero no implica necesariamente ni una actitud de menosprecio ni una actitud hostil o agresiva. En este sentido, el odio y aun la violencia hacia lo diferente pueden ser interpretados como “atajos” (fáciles, pero inestables y con efectos empobrecedores) en el proceso de construcción identitaria. 294 Verón, Eliseo, La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad, 293

Barcelona, Gedisa, 2004 [1ª edición: 1998], pág. 211. 186

Queda claro, con todo, que el empleo de la fórmula “actividad de la lengua” responde a una operación, a la vez cognoscitiva y explicativa, de tipo sustantivador. Describimos, sustantivamos (como sustantivo y como sustancia) al lenguaje y lo convertimos en un sujeto social determinado que presenta ciertas características y que es capaz de ciertas operaciones. Pero la sustantivación, que es un recurso legítimo del discurso científico y cotidiano, encierra un riesgo: el de llegar a concebir el universo de análisis considerado como un agente independiente y activo fuera del análisis. Quizá sea preferible, por tanto, describir la lengua como un específico dominio de actividad humana: el dominio, precisamente, de las relaciones comunicativas en el que operan y se realizan los hablantes, los sujetos lingüísticos. Y reconocer que la lengua sólo es un proceso activo en la medida en que son activos los hablantes que la utilizan para comunicar y significar. No es la actividad del lenguaje, por ende, sino la actividad en el lenguaje (la acción comunicativa, el conversar) lo que determina la identidad y el quehacer lingüístico de los miembros de una sociedad. Porque hemos crecido, porque vivimos, porque participamos y nos desenvolvemos en este o aquel dominio de interacciones lingüísticas hablamos lo que hablamos y nos expresamos como lo hacemos. Así, con nuestro propio quehacer, contribuimos a la permanencia del dominio y a su deriva en el tiempo. No hay que olvidar que el efecto de la cultura sobre el desarrollo ontogénico del individuo es total (y esto incluso si se admiten diferentes órdenes de constricciones físicas y biológicas): desde la construcción de la persona, de un Yo en cuanto constructo semiótico y social, hasta las maneras “subjetivas” en que esta persona piensa, siente y percibe el mundo. Todo ser humano (hecha salvedad de los pocos casos conocidos de niños “salvajes” o “ferales”) se encuentra envuelto desde su nacimiento, deriva y se realiza en un dominio social semióticamente organizado y es aquí, precisamente, donde aprende y actualiza las prácticas significantes (incluidas, naturalmente, las prácticas lingüísticas) que lo definen (lo identifican) como miembro de ese dominio. Así, de manera sistémica, el dominio cultural crea a los sujetos culturales, y estos con su actividad e interacciones (conversaciones) contribuyen a recrear constantemente al propio dominio. Es un proceso continuo y recursivo que sólo empieza a fallar cuando los lenguajes implicados en la autoorganización cultural se alejan tanto, se 187

vuelven tan extraños, que ya no permiten ningún tipo de coordinación comunicativa y de traducción mutua. Escribe, agudamente, Iuri Lotman  : “En el momento en que el trato entre determinados lenguajes se hace realmente imposible, empieza a desintegrarse la persona cultural del nivel dado, y ésta, semióticamente (y a veces también físicamente), simplemente deja de existir”295. La diversidad lingüística Generalmente, con la fórmula de diversidad lingüística se suele designar hoy en día la co­‑existencia, en un mismo territorio o, mejor aún, en una misma unidad político­‑territorial, de diferentes sistemas lingüísticos (diferentes lenguas, idiomas, dialectos, variedades, etc.). Precisamente por ello, la fórmula no escapa a la misma ambigüedad que caracteriza a la propia noción de “sistema” (o a la de “unidad”). De hecho, ningún sistema lingüístico se nos presenta de antemano como perfectamente homogéneo en el espacio (y en el tiempo) y, consiguientemente, a fin de establecer y defender fronteras y jerarquías concretas entre sistemas y subsistemas lingüísticos, hay que llevar a cabo determinadas operaciones descriptivas y clasificatorias. Estas operaciones, lejos de depender únicamente de consideraciones de orden lingüístico, no son ajenas a decisiones y aun imposiciones que se toman y acatan en virtud de las concretas estrategias de identificación cultural y política llevadas a cabo en, por y para las diversas comunidades de hablantes, desde la voluntad de normalizar, mantener y defender cierta especificidad (e identidad) idiomática hasta el más rastrero chovinismo nacionalista. Sería ingenuo, por otra parte, dividir las dificultades y las diatribas que acompañan a  la clasificación y jerarquización de la diversidad lingüística en las que se centran en el aspecto meramente lingüístico (y por ende científico) del problema y las que atañen a cuestiones meramente políticas, separando una vez más el sistema de la lengua (con sus niveles fonético, morfológico, sintáctico, léxico, estilístico, etc.) de sus concretas manifestaciones, implicaciones y restricciones socio­‑culturales. Lotman, Iuri M., “El fenómeno de la cultura” (1978), en Lotman, Iuri M., La

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semiosfera II. Semiótica de la cultura, del texto, de la conducta y del espacio, Madrid, Cátedra, 1998, págs. 24­‑41. 188

Cabe recordar al respecto las páginas que Gilles Deleuze y Félix Guattari dedican a  los postulados científicos de la lingüística296. Su aserto fundamental es que “el lenguaje da órdenes a la vida”, es decir, que ordena a la vida, donde “ordenar” es, a la vez, “intervenir”, “coherentizar” e “imponer”; de ahí el valor y la centralidad otorgados a la noción de consigna, entendida no en sentido imperativo, como mandato u ordenanza, sino como relación que necesariamente se da entre el enunciado y el acto que se realiza en la enunciación (anulando, de facto, la distancia “exquisitamente analítica” que Austin estableció entre contenidos locucionarios, actos ilocucionarios y actos perlocucionarios; véase también nota 286; el enunciado sería él mismo un acto orientado y orientante (consignado y consignante), un acto que interviene en una situación, coherentiza un proceso e impone un sentido. La consigna es, en otros términos, el modus del lenguaje como acción en el transcurso de las interacciones que “anclan” los sujetos a su realidad (también social), de modo que el lenguaje mismo “sólo puede definirse por el conjunto de consignas, presupuestos implícitos o actos de palabra, que están en curso en una lengua en un momento determinado”297. Es en virtud de esta concepción esencialmente pragmática de la lengua que los autores refutan los fundamentos implícitos de la lingüística científica de tipo saussureano: 1) el lenguaje no transmite información: es comunicativo, construye un orden agenciado en le realidad que se agencia en él; 2) no existe una máquina abstracta de la lengua (como la langue saussureana o la competence chomskiana): el lenguaje es una actividad de construcción de cuerpos, acciones y pasiones; 3) no hay constantes o universales de la lengua: la variabilidad no es externa al sistema, sino que le es inherente; la lengua es un continuum heterogéneo y cambiante de valores e intensidades; 4) no es cierto que sólo se puede estudiar científicamente la lengua bajo las condiciones de un sistema estándar: lo estandarizado y lo homogéneo

Deleuze, Gilles, Guattari, Félix, Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Valen-

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cia, Pre­‑textos, 2006 [1ª edición: 1980], págs. 81­‑116.

Deleuze, Gilles, Guattari, Félix, Mil mesetas…, pág. 82.

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son puestos por las modalidades de descripción; son las consignas de la lengua, en sus diferentes niveles y formas, a crear e imponer el estándar; Ahora bien, el problema de la diversidad lingüística y de sus estándares es inherente tanto a la dimensión sincrónica de la lengua como a su dimensión diacrónica, puesto que en cada momento, en una comunidad circunscrita de hablantes, co­‑existen diferentes sistemas lingüísticos, es decir, diferentes sistemas de consignas motivados por diferentes instancias socio­‑comunicativas; la evolución (o  deriva) del habla se juega, precisamente, al compás de las relaciones y ritmos de dominancia y resistencia que se establecen entre dichas consignas y dichas instancias. Sin pretensiones de exhaustividad, me gustaría presentar a continuación dos casos de tratamiento de la diversidad lingüística que dejan entrever, diría que de forma ejemplar, las consignas culturales que subyacen a las operaciones descriptivas y jerarquizantes a través de las cuales instituciones tanto lingüísticas como políticas intentan amansar, regularizar y ordenar las co­‑existencias, las modificaciones y aun las persistencias, como diría Foucault298, a  las que anda sujeta el habla en todo momento de su historia. Una cuestión sincrónica. El caso de los estatutos de las comunidades autonómicas del reino de España En lo que se refiere a la diversidad lingüística oficial del estado español, Valeš señala que, atendiendo tanto a  criterios lingüísticos como institucionales, el número de “lenguas” habladas en España puede ser fijado con ciertas pretensiones de legitimidad entre 5 y 10; de momento, las hablas que han alcanzado el estatus de idioma oficial en los diferentes estatutos autonómicos son “sólo” seis: castellano, catalán y aranés, euskera, gallego y valenciano; el asturiano (o bable) y el aragonés gozan de particular consideración en los estatutos de las respectivas comunidades autonómicas, condición a la que también podría llegar el mallorquín (y quizás, cabría añadir, el leonés); el fala, que lingüísticamente puede ser clasificado como lengua, es inexistente desde un punto de vista institucional299. Foucault, Michel, L’archeologia del sapere. Una metodología per la storia della

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cultura, Milano, Rizzoli, 2009 [1ª edición: 1969].

Valeš, Miroslav, “Lenguas de España: similitudes y diferencias del marco legis-

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Ahora bien, puesto que no existe una frontera lingüística neta y estable entre las nociones de “lengua”, “dialecto”, “habla regional”, etc. (siendo, al fin y al cabo, un “idioma nacional” nada más que una variante idiomática local que ha tenido cierto éxito político, que dista de ser homogénea y que se heterogeiniza aún más en el transcurso de su expansión territorial y funcional), y puesto que tampoco existen fronteras netas y estables entre los diferentes dominios idiomáticos, puede parecer que el criterio institucional es el único a garantizar un mapa lingüístico con ciertas pretensiones de exactitud: basta con sustituir las fronteras administrativas a las siempre problemáticas isoglosas lingüísticas. Sin embargo, los criterios institucionales/administrativos resultan, a  la postre, aún más oscilantes que los lingüísticos. Para darse cuenta de ello, es suficiente echar un vistazo a los Estatutos de Autonomía de las diferentes Comunidades Autonómicas del Reino de España300, en los que la disparidad de criterios seguidos en las nomenclaturas oficiales salta a la vista. 1) Estatuto de Autonomía del País Vasco. Artículo 6. 1. El euskera, lengua propia del Pueblo Vasco, tendrá, como el castellano, carácter de lengua oficial en Euskadi, y todos sus habitantes tienen el derecho a conocer y usar ambas lenguas. 2) Estatuto de Autonomía de Navarra. Artículo noveno. Uno. El castellano es la lengua oficial de Navarra. Dos. El vascuence tendrá también carácter de lengua oficial en las zonas vascoparlantes de Navarra. 3) Estatuto de Autonomía de Cataluña. Artículo 6. La lengua propia y las lenguas oficiales. 1. La lengua propia de Cataluña es el catalán. Como tal, el catalán es la lengua de uso normal y preferente de las Administraciones públicas y de

lativo”, Philologia XXI (supplementum II), Bratislava, Univerzita Komenského, 2011, págs. 225­‑231. 300 Se puede consultar el documento “Estatutos de Autonomía. Edición actualizada a 22 de mayo de 2014”, editado por la Agencia Estatal Boletín Oficial del Estado y disponible en la página http://www.boe.es/legislacion/codigos/. 191

los medios de comunicación públicos de Cataluña, y es también la lengua normalmente utilizada como vehicular y de aprendizaje en la enseñanza. 2. El catalán es la lengua oficial de Cataluña. También lo es el castellano, que es la lengua oficial del Estado español. Todas las personas tienen derecho a utilizar las dos lenguas oficiales y los ciudadanos de Cataluña el derecho y el deber de conocerlas. 5. La lengua occitana, denominada aranés en Arán, es la lengua propia de este territorio y es oficial en Cataluña, de acuerdo con lo establecido por el presente Estatuto y las leyes de normalización lingüística. 4.) Estatuto de Autonomía de la Comunidad Valenciana. Artículo sexto. 1. La lengua propia de la Comunitat Valenciana es el valenciano. 2. El idioma valenciano es el oficial en la Comunitat Valenciana, al igual que lo es el castellano, que es el idioma oficial del Estado. Todos tienen derecho a conocerlos y a usarlos y a recibir la enseñanza del, y en, idioma valenciano. 5) Estatuto de Autonomía de las Islas Baleares. Artículo 4. La lengua propia. 1. La lengua catalana, propia de las Illes Balears, tendrá, junto con la castellana, el carácter de idioma oficial. 6) Estatuto de Autonomía de Galicia. Artículo quinto. Uno. La lengua propia de Galicia es el gallego. Dos. Los idiomas gallego y castellano son oficiales en Galicia y todos tienen el derecho de conocerlos y usarlos. 7) Estatuto de Autonomía de Aragón. Artículo 7. Lenguas y modalidades lingüísticas propias. 1. Las lenguas y modalidades lingüísticas propias de Aragón constituyen una de las manifestaciones más destacadas del patrimonio histórico y cultural aragonés y un valor social de respeto, convivencia y entendimiento. Estatuto de Autonomía del Principado de Asturias. Artículo cuarto. 1. El bable gozará de protección. Se promoverá su uso, su difusión en los medios de comunicación y su enseñanza, respetando en todo caso las variantes locales y la voluntariedad en su aprendizaje. 192

8) Estatuto de Autonomía de Catilla y León. Artículo 5. La lengua castellana y el resto del patrimonio lingüístico de la Comunidad. 1. El castellano forma parte del acervo histórico y cultural más valioso de la Comunidad, extendido a todo el territorio nacional y a muchos otros Estados. La Junta de Castilla y León fomentará el uso correcto del castellano en los ámbitos educativo, administrativo y cultural. 2. El leonés será objeto de protección específica por parte de las instituciones por su particular valor dentro del patrimonio lingüístico de la Comunidad. Su protección, uso y promoción serán objeto de regulación. 3. Gozará de respeto y protección la lengua gallega en los lugares en que habitualmente se utilice. Estatuto de Autonomía de Andalucía. Artículo 10. Objetivos básicos de la Comunidad Autónoma. 4.º La defensa, promoción, estudio y prestigio de la modalidad lingüística andaluza en todas sus variedades. Artículo 213. Reconocimiento y uso de la modalidad lingüística andaluza. Los medios audiovisuales públicos promoverán el reconocimiento y uso de la modalidad lingüística andaluza, en sus diferentes hablas. Ahora bien, estos nueve estatutos son los únicos que contienen referencias específicas a la legislación lingüística vigente en la comunidad. En los demás estatutos, en cambio, si alguna referencia hay a cuestiones de orden lingüístico, es sólo al tratar temas relacionados de forma indirecta con el uso de la lengua. En el estatuto de La Rioja, por ejemplo, se recomienda prestar “especial atención a  la lengua castellana por ser originaria de La Rioja y constituir parte esencial de su cultura” (artículo 8, punto 24). Unas cuantas observaciones: 1) Prima, en los estatutos que otorgan relevancia a  la lengua en tanto que factor de identidad cultural y política, la noción de lengua propia. Esto se debe al hecho de que es ese adjetivo “propio”, precisamente, el elemento que, al determinar la lengua como propiedad (a  la vez posesión y rasgo característico unitario) de la comunidad, legitima su estatus de “sistema de comunicación oficial”. Cabe señalar, además, las oscilaciones que caracterizan el uso de los términos “lengua” e “idioma”. En lingüística (en toda ciencia, en realidad), la terminología es a menudo una cuestión 193

peliaguda y, de hecho, la diferencia en el empleo de estos dos términos sigue siendo materia controvertida. No obstante, se puede sostener que el término “idioma”, ateniéndonos a su significado más general, nos remite a  una “lengua” que ya ha alcanzado cierto estatus oficial, representativo de una comunidad frente a las demás comunidades (en este sentido, resulta bastante coherente el estatuto de las Islas Baleares, donde se declara que la “lengua catalana” tiene “carácter de idioma oficial”). Al margen de estas observaciones, la realidad estatutaria nos enseña que el catalán y el euskera (“verdaderas” lenguas para los lingüistas) son las lenguas oficia‑ les de sus respectivas comunidades, junto al castellano (lengua oficial del Estado español), mientras que el gallego (lengua románica perteneciente al grupo galaico­‑portugués) y el valenciano (que los lingüistas suelen definir como una variedad del catalán) son presentados como idiomas oficiales. La posible diferencia entre “lengua” e “idioma”, naturalmente, aquí cuenta muy poco, ya que el elemento central de los sintagmas “lengua oficial” e “idioma oficial” es también en este caso, más que el núcleo sustantivo, el adyacente adjetival: el que indica que la lengua o el idioma en cuestión es el de la administración, el derecho y la enseñanza de una entidad jurídica y territorial definida. 2) Resulta particularmente ilustrativo el caso del catalán: “lengua oficial” en Cataluña, su tratamiento difiere notablemente en las dos comunidades autonómicas donde se hablan, desde un punto de vista lingüístico, dos variedades suyas (dos dialectos): el balear y el valenciano; “idioma oficial” en las Islas Baleares (tal vez para proteger la dignidad y paridad de los diferentes dialectos isleños: mallorquín, menorquín, etc.), el catalán desaparece por completo en el estatuto de la Comunidad de Valencia, en el que es el valenciano s: que alcanza el estatus de “idioma oficial”. 3) No se emplea nunca en los estatutos autonómicos el término “dialecto”. Únicamente en el caso del estatuto de Andalucía se mencionan las “variedades” y las “diferentes hablas” de la “modalidad lingüística andaluza”: el andaluz sería, por lo tanto, más que un dialecto, una modalidad lingüística del español, y modalidad heterogénea, además, ya que cuenta con variedades locales y se diferencia en hablas distintas; asimismo, en el estatuto de Aragón se mencionan las “lenguas y modalidades lingüísticas” propias de esta comunidad, cuyo estatus lingüístico sería por ende, incluso 194

desde el punto de vista institucional, heterogéneo. Cabe preguntarse, de todos modos, si la ausencia de los “dialectos” y el escaso uso de la noción de variedad lingüística en los estatutos de autonomía no se deben, esencialmente, a la voluntad de reforzar y homogeneizar la identidad comunitaria, evitando el empleo de términos que podrían parecer envilecedores (“dialecto”) y limitando asimismo las referencias a la diversidad lingüística interna (en la estela del viejo mito romántico y nacionalista: una lengua, una nación). 4) Brilla, por su ausencia, el habla o variedad canaria. Fonética, morfosintáctica y lexicalmente el canario presenta rasgos específicos que lo alejan de las demás hablas peninsulares (acercándolo, de hecho, a las variedades latinoamericanas). A pesar de ello, en el Estatuto de Autonomía de Canarias no se hace la menor mención a esta diversidad lingüística y a su valor cultural. Asimismo, en el Estatuto de Autonomía de Extremadura no se dedica ninguna atención al fala, lengua minoritaria del grupo galaico­ ‑portugués hablada en algunos municipios del Valle de Jálama (provincia de Cáceres). Ahora bien, el tratamiento que los diferentes estatutos de autonomía reservan a cuestiones de orden lingüístico refleja de forma macroscópica, a mi modo de ver, el problema de las consignas que determinan el estándar lingüístico tomado, y a menudo impuesto, como norma general. No es ciertamente una casualidad que los estatutos que más espacio y más palabras dedican a la legislación lingüística son los de aquellas comunidades donde el bilingüismo (o la diglosia, si se quiere) representa un importante espacio de confrontación (cuando no un “campo de batalla”) en la “cruzada” por la defensa de la propia identidad nacional (y es el de “nación”, no se olvide, un “signo vacío”, así como son “signos vacíos” los símbolos nacionales: banderas, himnos, escudos, etc.; “vacíos” en tanto que se prestan a ser “llenados” con “contenidos” fabricados y orientados ad hoc)301. Las consignas nacionalistas no se limitan a la confrontación entre “cultura autónoma” y “cultura castellana”. El valenciano, por ejemplo, se impone como “idioma oficial” también en oposición a la cultura catalana dominante (como bien se sabe, uno de los mayores misterios del universo es dónde precisamente termina el catalán y empieza el valenciano). Resulta cuando menos curioso, en este sentido, que en el estatuto de La Rioja se mencione el hecho de que la lengua castellana es “originaria” de esta comunidad. La afirmación es lingüísticamente discutible, aunque lo cierto

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Hay que recordar, además, que cada uno de los idiomas (o  lenguas) oficiales remite a una norma lingüística igual de oficial, recogida en, y legitimada por, gramáticas, ortografías, manuales y diccionarios a menudo avalados (y financiados) por las instituciones culturales y políticas competentes. Podemos sin duda reconocer la utilidad de la estandarización y de la formularidad a fines comunicativos­‑prácticos (por ejemplo, en el ámbito de la burocracia, donde sin embargo la formularidad a veces excede los límites del buen sentido lingüístico)302, pero hay mucho trecho entre este reconocimiento y la aceptación acrítica de una norma específica como medio oficial en virtud de una consigna autodescriptiva orientada al reforzamiento de una identidad que dista de ser homogénea. Una cuestión diacrónica. El caso de los dardos de Fernando Lázaro Carreter303 En su libro El dardo en la palabra304, el conocido lingüista y filólogo Fernando Lázaro Carreter reunió 241 dardos, breves artículos publicados en diferentes periódicos entre 1975 y 1996 y dedicados, en su gran mayoría, al tratamiento de problemas o descuidos puntuales (ortográficos, morfológicos, sintácticos, léxicos, fraseológicos y aun estilísticos) en el uso del español. Los dardos están dirigidos a un público de no especialistas, y aquí tal vez residan sus peculiares fuerza y encanto: escritos por un lingüista cuyas contribuciones abarcan los más variados campos de la filología, con un lenguaje competente, expresivo y dúctil y en un estilo irónico y desenes que el primer documento conocido con muestras de romance hispano, las Glosas Emilianenses, se encuentra en el Monasterio de San Millán de la Cogolla (en el mismo documento se hallan las primeras atestaciones del euskera: ¿que también el vascuence sea originario de La Rioja?). 302 Recordemos de paso que los procesos de estandarización pueden tener el efecto de limitar la comunicación en tanto que expresividad y creatividad; limitan, asimismo, la flexibilidad del dominio consensual de cara al futuro y sus contingencias. 303 Una primera versión de este apartado se puede leer en: Štrbáková, Radana, Lampis, Mirko, “Los extranjerismos en los dardos de Fernando Lázaro Carreter: entre norma y uso, homogeneidad y diversidad”, en Valeš, Miroslav, Míča, Slavomír (eds.), Diversidad lingüística del español, Liberec, Universidad Técnica de Liberec, 2013, págs. 69­‑98. 304 Lázaro Carreter, Fernando, El dardo en la palabra, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2003 [1ª edición: 1997].

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fadado, reflejan ante todo las preocupaciones y las opiniones del hablante Lázaro Carreter. En cuanto al problema de la neología externa, de los préstamos y de los extranjerismos, la postura de Lázaro Carreter es la de un “conservador moderado”. Esto queda patente sobre todo en aquellos dardos que se ocupan explícitamente del problema de los neologismos de origen foráneo y, asimismo, en el prólogo con el que Lázaro Carreter decidió abrir el volumen recopilatorio305. En este prólogo, nuestro autor declara bien alto que los idiomas cambian, que deben cambiar, ya que un idioma inmóvil “certificaría la parálisis mental y hasta física de quienes lo emplean”306, y que el cambio idiomático se juega al compás de dos tendencias distintas y opuestas, ambas ya debidamente señaladas por Saussure. Por un lado, están las tendencias centrípetas, que tienden a la conservación del sistema idiomático. Lázaro Carreter cita los casos extremos del purismo y del casticismo, tendencias “justamente desdeñadas”, pero cuyos nombres se aprovechan hoy en día “para descalificar sin razón aquellas otras que desean evitar al idioma cambios arbitrarios o disgregadores, con el fin de que pueda seguir sirviendo para el entendimiento del mayor número de personas durante el mayor tiempo posible”307 (para descalificar, en otras palabras, a la propia postura de Lázaro Carreter). Por otro lado, están las tendencias centrífugas, que tienden a la innovación y al particularismo, tendencias cuyos militantes, comenta Lázaro Carreter, “sólo en muy escasa medida se consideran responsables de la estabilidad del sistema heredado”308; sea como fuere, ambas tendencias son imprescindibles, pues “la convergencia conflictiva de los vectores que aglutinan y de lo que dispersan impulsa la evolución de las lenguas”309. Pero entonces, ¿por qué y para quién escribir unos dardos dedicados a  criticar y reprender determinados fenómenos de innovación? Porque, lisa y llanamente, la lengua es patrimonio común y sólo puede funcionar Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, págs. 19­‑27. Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 23. 307 Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 20. 308 Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 20. 309 Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 20. 305 306

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si conserva su dimensión unitaria en el espacio y en el tiempo, es decir, una norma idiomática capaz de imponerse a  las tendencias centrífugas, asimilándolas en parte, y siempre con un ojo dirigido a la tradición. Por ello, Lázaro Carreter dedica la casi totalidad de sus dardos a determinados fenómenos que atañen a la lengua empleada en los medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Es, en otras palabras, el uso público del idioma lo que le preocupa. Introducir un neologismo o contribuir, empleándolo, a su difusión es, y aquí Lázaro Carreter cita a Fray Luis, un “negocio de particular juicio”; son aceptables y aun recomendables, por supuesto, aquellos neologismos que sirven “al fin de mejorar o de ampliar las posibilidades comunicativas y expresivas del idioma”, pero todos los demás deberían ser mirados con cautela, con “prudente desconfianza”310. Aunque, naturalmente, en ningún caso se puede “optar por decisiones tajantes, pues casi nada es tajante y neto en la vida del idioma. Sólo cabe prevenir contra el extranjerismo superfluo”311. En cualquier caso, y así lo afirma Lázaro Carreter, no son “los extranjerismos el problema de más envergadura que debe afrontar quien habla o escribe para el público”312. De hecho, los dardos dedicados a fenómenos concretos de neología externa (extranjerismos léxicos o semánticos) son, si nuestro recuento no yerra, apenas 29, es decir, un 12% del total313. Esto se debe a que la afluencia “irresponsable” de extranjerismos superfluos es sólo uno de los muchos síntomas que nos remiten a la verdadera enfermedad del idioma, que es, según Lázaro Carreter, la inseguridad en su uso, una inseguridad que podemos achacar al descuido y a  la actitud laxista de los propios hablantes, y especialmente de aquellos que trabajan con el idioma (profesores, periodistas, locutores, políticos, etc.)314. Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 23. Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 25. 312 Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 25. 313 29 son, en efecto, los dardos que censuran algún extranjerismo; a estos cabría añadir los (pocos) que apoyan el empleo de un determinado vocablo foráneo, como “Romance”, de 1984, o “Penalties”, de 1986. 314 Problemas que no afectan, en última instancia, a la sola habla española. Lázaro 310 311

Mora nos informa que en 1985 el gobierno de Quebec publicó un libro titulado La crisis de las lenguas, donde diversos especialistas de diferentes naciones (¿estaría Lázaro Carreter?) describen la situación en que se halla el idioma de 198

Los dardos, continúa Lázaro Carreter, “nacieron como desahogo ante rasgos que deterioran nuestro sistema de comunicación, precisamente en y por los medios que de él se sirven”315 y están motivados por “la convicción profunda de que cierta pulcritud idiomática es esencial” para el avance de la sociedad316. Llama la atención el uso de este sustantivo, “pulcritud”: limpieza, belleza, buen parecer. Como especifica el autor en otro lugar, a pesar de lo relativo de estas fórmulas, se puede decir que alguien habla y escribe bien si ejerce “algún control sobre su habla y su escritura” 317. Empezando por un conocimiento aceptable de las reglas del juego idiomático, tal y como nos han sido transmitidas y tal y como suelen emplearse. Ahora bien, está claro que sostener que una innovación específica que empieza a aparecer con cierta frecuencia en los medios de comunicación es perjudicial para la pulcritud del idioma y que incluso amenaza con deterio‑ rarlo es una operación que entraña unos cuantos riesgos; Lázaro Carreter parece perfectamente consciente de ello; por un lado, cualquier juicio entraña una buena dosis de opinión, de gusto y aun de sensibilidad personal: “el idioma vive en cada hablante, en mí, por tanto, de un modo que otro u otros pueden objetar razonadamente”; por otro, hay que tener en cuenta la inseguridad de los fenómenos lingüísticos observados en un momento dado, “que pueden desaparecer o asentarse en muy poco tiempo”318. En última instancia, tanto la subjetividad de los “juicios razonados” que los hablantes formulan acerca de su propia lengua como las oscilaciones que experimentan los fenómenos lingüísticos se deben a  que la propia su país; entre los problemas lingüísticos señalados, están desde luego “los que se refieren a la posesión del idioma por sus hablantes, en cuanto instrumento de comunicación; y se denuncia entonces la pobreza expresiva, la pasividad ante los extranjerismos, la ortografía deficiente, la pedantería compatible con la vulgaridad, y otros males así” (Lázaro Mora, Fernando, “La coexistencia del español en España y en América”, Philologia XXI (supplementum II), Bratislava, Univerzita Komenského, 2011, págs. 7­‑17).

Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 26 [cursiva mía, ML]. Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 27 [cursiva mía, ML]. 317 Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 89. 318 Lázaro Carreter, Fernando, El dardo…, pág. 27. Lázaro Carreter reconoce, en efecto, que algunos de los vocablos que él había criticado en sus dardos antes de 1992 acabaron por ser registrados en la edición del DRAE de ese año (¡y tal vez con su voto favorable!). 315 316

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norma, entendida como conjunto integrado de hábitos comunicativos compartidos, se configura como un complejo campo de tensiones “centrípetas” y “centrífugas”, conservadoras e innovadoras, estáticas y dinámicas. De hecho, deberíamos hablar, con más propiedad, de usos idiomáticos es‑ tandarizados, usos que constituyen, más que una norma, un fondo nor‑ malizado (y, a nivel pedagógico y educativo, normativo) contra el que se recortan y destacan los diferentes procesos expresivos. Tales procesos resultan pertinentes, se defienden o se rechazan, por lo tanto, sólo en virtud de determinadas operaciones y estrategias de orden estilístico319, operaciones y estrategias motivadas por diferentes consignas socio­‑culturales y que conducen, en su conjunto, a la definición (implícita o explícita, consciente o inconsciente) de cierto tipo de pulcritud idiomática. Nos parece legítima la polémica que Lázaro Carreter abre y mantiene con los “profesionales de la palabra”, quienes deberían dar y no dan, por decirlo así, ni la talla ni el buen ejemplo, pero hemos de admitir que cualquier purista podría justificar sus censuras con las mismas palabras con las que Lázaro Carreter defiende su “prudente desconfianza”, es decir, por el deseo de “evitar al idioma cambios arbitrarios o disgregadores”. ¿Dónde está, al fin y al cabo, el límite entre una postura “razonablemente abierta a  la innovación” y una “razonablemente aferrada a  lo pretérito?”. Los usos estandarizados, incluidos los cultos, son lo suficientemente variados y flexibles como para suportar diferentes ideales de pulcritud. En lo que se refiere a los extranjerismos (tanto léxicos como semánticos), las dinámicas de penetración, las modalidades y áreas de empleo y el período neológico presentan una amplia y variada casuística. Difícil por tanto prescribir y hacer previsiones a  medio o  largo plazo. Exactamente por ser patrimonio común, proceso colectivo, en la lengua, y en especial modo en el léxico, no se dan culpas o intervenciones, responsabilidades o restauraciones cuyos efectos puedan ser algo más que parciales. Ya han pasado casi veinte años de la primera publicación en volumen de los Si el estilo es una modalidad concreta y pertinente de acción en y sobre el mundo que otorga identidad al sujeto actuante, no nos parece descabellado sostener que la diversidad lingüística, tanto sincrónica como diacrónicamente, es el resultado del aglutinarse, perpetuarse y diferenciarse de un gran número de estilos idiomáticos diferentes.

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dardos, y podemos decir que casi todos los fenómenos de neología externa reprendidos por Lázaro Carreter constituyen actualmente hechos idiomáticos normalizados320. La consigna lingüística que motiva los dardos es la que el propio Lázaro Carreter señala en el prólogo: la de una prudente desconfianza contra aquellas novedades idiomáticas cuya aparición y difusión no responden a exigencias comunicativas y expresivas lingüística y socialmente bien fundamentadas; una consigna sin duda asimilable a las tendencias centrípetas que apuntan a la unidad del idioma, objetivo declarado de Lázaro Carreter, pero también al purismo lingüístico, rótulo del que Lázaro Carreter, en cambio, intenta disociarse. Lo consigue solo parcialmente (lo cual no puede extrañar: al fin y al cabo, todos somos puristas cuando los demás atentan contra nuestra idea y nuestras exigencias de pulcritud idiomática). En el ya citado prólogo a sus dardos, nos recuerda Lázaro Carreter que es tan natural el niño que dice andé como la madre que le corrige: se dice anduve. La lengua, cualquier lengua, para poder funcionar para todos e incluso para poder desarrollar sus potencialidades expresivas, necesita el respeto por su tradición y el control de sus formas. Sin embargo, muchos son los hablantes e incontables los caminos del idioma. La norma es un hábito social y como todos los hábitos sociales está entretejida de tensiones, de posibilidades y de olvidos.

Véase Štrbáková, Radana, Lampis, Mirko, “Los extranjerismos en los dardos…”. Véase también Hrončeková, Petra, Norma y uso del español. El caso de la neología externa en los dardos de Fernando Lázaro Carreter (diplomová práca), Nitra, UKF, 2015.

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