\"La Diosa Blanca: Graves en su salsa...\" (Recensión científica sobre GRAVES, R., La Diosa Blanca. Una gramática histórica del mito poético, Madrid, Alianza, 2014. 778 págs.), TEMPVS. Revista de actualización científica sobre el Mundo Clásico en España, nº 37, 2015. Págs. 105-115

July 13, 2017 | Autor: A. Perez Aguayo | Categoría: Religion, Mythology, English Literature, Theology, Literature, Poetry, English Poetry, Literatura, Teologia, Teología, Poesía, Mitologia, Mitología, teología, historia de las religiones, Religiones mistéricas, Robert Graves, MITOLOGÍA COMPARADA, Poesía Mística, Archeologia, Mitologia, Iconografia, Iconologia, Persefone, Demetra, Storia Dellarte, Piazza Armerina, Venere, Enna, Afrodite, Morgantina, Aidone, Acroliti, Akrolithos, Pergusa, Scultura Greca, Cultura Siciliota, Statue Composite, Madonna Delle Vittorie, Mística, Mitologia Nordica, Mitologia Classica, Antropología De Las Religiones, Religiones comparadas, Filosofía e Historia de las religiones, Mitología, Mitologia Céltica, Mitologia Greca, Mitologia griega, Mitología Clásica, Mitología Romana, Mitologia Grega, Mitologia Nórdica, Poetry, English Poetry, Literatura, Teologia, Teología, Poesía, Mitologia, Mitología, teología, historia de las religiones, Religiones mistéricas, Robert Graves, MITOLOGÍA COMPARADA, Poesía Mística, Archeologia, Mitologia, Iconografia, Iconologia, Persefone, Demetra, Storia Dellarte, Piazza Armerina, Venere, Enna, Afrodite, Morgantina, Aidone, Acroliti, Akrolithos, Pergusa, Scultura Greca, Cultura Siciliota, Statue Composite, Madonna Delle Vittorie, Mística, Mitologia Nordica, Mitologia Classica, Antropología De Las Religiones, Religiones comparadas, Filosofía e Historia de las religiones, Mitología, Mitologia Céltica, Mitologia Greca, Mitologia griega, Mitología Clásica, Mitología Romana, Mitologia Grega, Mitologia Nórdica
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LA DIOSA BLANCA: GRAVES EN SU SALSA… Robert GRAVES, La Diosa Blanca. Una gramática histórica del mito poético. Edición de Grevel Lindop. Trad. de William Graves, Madrid, Alianza, 2014. 778 pp. “Hasta los diez años tuve una idea muy clara de Dios: era la imagen venerable de una mujer de rostro impreciso, extremadamente anciana y vestida con una túnica blanca…” Orhan Pamuk, Estambul. Ciudad y recuerdos. La nueva forma de la Diosa DEBEN CONSIDERARSE buenos tiempos para la lírica, o acaso necesarios, cuando Alianza apuesta por reeditar su tratado por antonomasia, La Diosa Blanca. Una gramática histórica del mito poético de Robert von Ranke Graves (Wimbledon, 24 de julio de 1895 – Deià, 7 de diciembre de 1985). Esta discutida publicación, tras haber sido descatalogada y prácticamente inencontrable en castellano durante muchos años, ha vuelto a ver la luz en una “nueva edición, ampliada y corregida” tal y como se anuncia a modo de reclamo desde la cubierta. En esta, además, como primera novedad con respecto a sus predecesoras, también figura -al igual que en las guardas- un vistoso ‘emblema de la Diosa’ que concibió el propio escritor y fue ilustrado por un observante K. Gay siguiendo su estricto dictado. Alianza, 31 años después de su primera tirada de bolsillo, vuelve a poner a la venta La Diosa Blanca en un monumental volumen de tapas duras con 778 páginas. La presente edición -traducida a partir de la cuarta inglesa publicada por Carcanet en 1997- ha sido realizada por el poeta, profesor y crítico literario Grevel Lindop. Debe tenerse en cuenta que esta obra, ante todo, es un ensayo lírico destinado principalmente a los poetas, razón por la cual, el hecho de que su último editor sea uno de ellos no hace sino redundar en beneficio de este libro tan especial. Se diría incluso que es necesario el que sea un colega quien disponga y presente la obra, ya que parece ser que hay que ser un poco poeta para entender a Robert Graves. En la esclarecedora Introducción que corre a su cargo (pp. 9-31), se presentan los antecedentes literarios de los que partió el autor para

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componer este famoso ensayo, contextualizándolo, para mejor comprensión del que lee, dentro de su prolífica biografía. La Diosa Blanca es un libro es tan personal que resulta (aún más) inextricable si no se conoce el devenir vital de su autor, razón por la cual consideramos un gran acierto el que antes de abordar su lectura la obra haya sido enmarcada dentro de su vasta producción literaria, señalando el punto de inflexión que supuso este hito en su productiva carrera. De igual manera, en estas primeras páginas, Lindop también deja constancia del interesante y muy tortuoso proceso que llevó a cabo para que hoy podamos tener de nuevo el ensayo en nuestras manos, en una versión notablemente mejorada, desde distintos puntos de vista, con respecto a las antecesoras. Después de haber sufrido varios rechazos, la editorial Faber and Faber publicó por primera vez en inglés durante 1948 la polémica Diosa Blanca gracias a la confianza depositada en ella por el Nobel de Literatura T. S. Eliot. Sin embargo, esta primigenia forma no sería la definitiva del texto. Graves, como buen purista torturado, tendía a limar el estilo de sus ensayos ante una nueva redición, aprovechando también la circunstancia para engrosar los volúmenes a la luz de nuevas reflexiones, tanto propias como ajenas, mayormente si éstas últimas concordaban con los planteamientos de sus aventuradas tesis. La fuente que empleó Lindop para la presente edición fue el volumen de la segunda norteamericana de Vintage Books, publicada en Nueva York durante 1958, que el propio Graves tenía en la estantería de su despacho de Ca n’Alluny, el refugio mallorquín de nuestro escritor en Deià donde tuvo la suerte de poder trabajar. En esta versión ya figuraban impresas todas las adendas y correcciones que había realizado hasta la fecha, la mayoría de las cuales ya constaban en la segunda británica de 1952. Sin embargo, por aquel entonces, la obra tampoco presentaba su estructura final. Graves reelaboró el texto una vez más durante la psicodélica primavera de 1960, escribiendo sobre su propio volumen americano con tres lápices de distintos colores y dos tipos de tinta para pluma. El resultado, como podemos imaginar, fue un batiburrillo cromático -su caligrafía de por sí es bastante enmarañada- de complicadísimo desciframiento. Pero había más. Aparte de las supresiones, los cambios –en esencia, más de forma que de fondo– y el nuevo material aportado en los márgenes de cada hoja, cuando el inglés agotaba el espacio con sus escolios fue pegando trozos de papel donde consideraba necesario insertar más información. Para hacer más llevadera su labor a los editores, K. Gay mecanografió como pudo la mayor parte de estas notas marginales, y aun así, Graves volvió a añadir todavía más notas sobre ellas. El pintarrajeado volumen, varios diagramas explicativos y las listas de paralipómenos con las adiciones de última hora se enviaron TEMPVS 37 (2015) 105-117

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a Inglaterra a fin de que se pusieran en negro sobre blanco. El fruto de esta pesadilla editorial, la tercera británica, llegó a las librerías en 1961 en su primera versión de bolsillo. Esta tirada ‘popular’ propició su lectura masiva y enseguida se convirtió en lo que es hoy, un Best & Long Seller. La Diosa Blanca supuso la ‘apoteosis lírica’ de Robert Graves y le encumbró al pedestal donde actualmente figura como uno de los escritores más importantes e influyentes de la literatura inglesa del siglo XX. No obstante, esta edición final de comienzos de los sesenta, adolecente de algunas incorrecciones, era susceptible de mejora. Lindop comenzó de cero su labor trabajando directamente con la fuente original y todos los aditamentos preparados durante 1960. Y aun así, según informa al lector, algunos de los cambios introducidos por Graves -probablemente por su ilegibilidad- no constan en el nuevo volumen publicado recientemente por Alianza. Por otro lado, cuando ha sido necesario, se han corregido errores evidentes que existían en el texto, aunque en otros casos se han mantenido de forma deliberada porque tienen coherencia con los pasajes en los que se insertan, si bien siempre se hace constar que hasta Homero hacía borrones (a menos que estuviese ocultando acertijos o mensajes cifrados…). La nueva traducción al castellano de tan complejo libro ha sido realizada por William Graves, hijo y albacea literario del legado de su padre (vid. págs. 685-686). Este, durante un tiempo, vivió inmerso en el modo en que su progenitor concebía la poesía como una forma de vida y La Diosa Blanca es, al fin y al cabo, una autobiografía soterrada bajo la forma de una especie de Biblia pagana contemporánea en la que Graves ejerce de profeta -y pontifex maximus del numen- aunque él lo negase declarándose aconfesional (pp. 640, 645). Que nadie se lleve a engaño, este libro no es una novela accesible para el gran público, sino un ensayo polisémico donde el lector, dependiendo de su grado de intelectualidad, puede acceder a diferentes niveles de comprensión. Graves, que estaba muy leído, presupone la inteligencia cómplice del receptor, si bien no le revela todo tras el primer contacto, al contrario, le exige reincidir en determinados pasajes para intentar descifrar sus arcanos de cariz ocultista. Se diría un libro hermético, de iniciación mistérica, escrito con un deliberado afán críptico donde se parafrasea in extenso al evangelista: “el que tenga oídos, que oiga”1. Teniendo en cuenta la naturaleza del libro y la inherente complejidad conceptual del texto a traducir, puede afirmarse que en este caso no ‘solo’ se trataba de cambiar el idioma a un libro -sobre el que su propio

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autor llegó a decir que era “muy difícil, así como muy extraño” (pág. 38) “una locura” que realmente no tenía intención de escribir (p. 26)- sino que se hacía perentorio entender, para hacer comprensible al consumidor, el mensaje subyacente que late en todas las páginas de la obra. Para ello era necesario conocer la mentalidad del autor e interpretar la densa metafísica de estas páginas. A este respecto, en favor del traductor puede afirmarse que, probablemente, no había ninguna persona más autorizada que William Graves para realizar este trabajo, dado que como él mismo afirma, conocía “demasiado bien” a su padre (p. 685)2. La calidad de la traslación, partiendo de cero, se presenta muy mejorada con respecto a las deficiencias que presentaban las dos anteriores realizadas en nuestro idioma; la primitiva de la editorial argentina Losada (1970) y la propia de Alianza (1983), formalizada a partir de la anterior, que apareció primero en dos tomos y finalmente en un solo, como la presente de 2014. Partiendo de la mentada (¿y definitiva?) edición que fijó Lindop en 1997, William Graves invirtió todo un año en llevar a cabo su meticuloso trabajo de traducción, dotándolo además de un aparato crítico al final de cada capítulo. En este, principalmente, se exegetizan algunas cuestiones abstrusas y en varios casos se hacen constar los deslices que han sido subsanados -o aún permanecen- en la presente edición. De hecho, comienza pronto ¡la misma primera nota al prólogo (p. 37, n. 1 en p. 44) consiste en la corrección de un lapsus mentis paternal! Hay que tener en cuenta que La Diosa Blanca es un libro eruditísimo y la mayor parte de la información expuesta por el autor es el fruto de unos vastísimos conocimientos sobre disciplinas misceláneas y saberes mundanos, y la comprensión de algunos pasajes, sin apostilla alguna, se torna -en el mejor de los casos- tremendamente compleja. El oportunísimo compendio crítico proporcionado por su hijo adquiere una vital importancia para adentrarse en el ‘mundo de la Diosa’ y el lenguaje poético que la ensalza. Como lamentablemente Robert Graves no era muy pródigo en citar sus fuentes en notas a pie de página –cosa que él mismo reconoce (pág. 38)–, las ‘pocas’ que aparecen en el texto, siempre antecedidas por un asterisco, fueron revisadas una a una por el traductor a fin de verificar que las referencias realizadas a los libros en los que se apoyan las teorías son las correctas. Por otro lado, William Graves asume con honestidad que él no es un poeta y por ende, quizá, la versión castellana de los versos que aparecen

–––––––––––– 2 Lucía Graves, hija del autor, también ha traducido varias de sus creaciones. Para la peculiar relación del escritor con su descendencia, particularmente con el traductor, cf. W. Graves, Bajo la sombra del olivo (La Mallorca de Robert Graves), Palma de Mallorca, La Foradada, 1997.

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aquí y allá en la obra pudiera no ser la óptima. Ante el consabido ‘traduttore, traditore’, la edición de Alianza incluye para el lector dos apéndices con los poemas en su lengua original, tanto los de Graves (págs. 650-664) como los otros citados a lo largo del libro (pp. 665-683). La última gran virtud de la nueva edición ampliada es su prolijo índice de carácter onomástico-temático (pp. 687-778). William Graves, al que también se debe este quehacer, dedicó otro año a su pormenorizada confección, facilitando significativamente al lector la realización de búsquedas selectivas dentro de este voluminoso escrito, que tiene más de tratado de consulta que de fácil ‘novela’, con su más de kilo y medio de inmanejable peso. Una mitopoiesis gravesiana Como una declaración de intenciones, La Diosa Blanca comienza con esta frase: “Desde que tenía quince años la poesía ha sido mi pasión dominante” (pág. 45). Robert Graves, ante todo, era un poeta y este libro, principalmente, es un ensayo reivindicador sobre su arte. Ocultada por la novelística, la producción lírica del escritor en España es apenas conocida3, aunque en el mundo angloparlante esté considerada como una de las más importantes de la centuria pasada desde su pertenencia a la generación que brotó en el barro de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, serían sus novelas -y en menor medida los ensayos, biografías y traducciones- su medio de subsistencia. La prosa era el pan -como para Miguel Ángel la pintura, aun sabiéndose escultor-, pero Graves era un consumado esteta y en su narrativa casi siempre aparece la poesía como un recurrente leitmotiv, ya sea en temas o en fragmentos de excelso lirismo. Tras resultar herido de gravedad en 1916 durante la batalla del Somme -donde le dieron por muerto y podría decirse que casi resucitó-, pasó varios años haciendo de todo: llegó a montar un colmado gracias a la financiación de su amigo Lawrence de Arabia y, también por su intercesión, fue profesor de literatura inglesa en la Universidad de El Cairo teniendo como alumno a Nasser. En 1929, dijo y escribió Adiós a todo eso 4, abandonando Inglaterra para trasladarse a un retiro mallorquín por recomendación de Gertrude Stein5.

–––––––––––– 3 Una selección poética del autor en castellano puede leerse en R. Graves, Poemas (Edición y traducción de Antonio Rivero Taravillo), Madrid · Buenos Aires · Valencia, Pre-Textos, 2005. 4 Barcelona, Muchnik, 2000. 5 Una biografía del escritor, dedicada a la primera mitad de su longeva vida, puede leerse en R. P. Graves, Robert Graves. Biografía 1895-1940, Barcelona, Edhasa, 1992.

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En la isla, como un aedo, cantó el espíritu mediterráneo. Vivía en él y en su obra queda patente que lo comprendió a la perfección como casi ningún británico contemporáneo lo ha hecho, a excepción de Lawrence Durrell y Paddy Leigh Fermor. La escritura, en cierto sentido, fue la terapia que le salvó de sus traumas de guerra y conflictos personales. Entre Deià e Inglaterra nació la famosa saga dedicada al emperador Claudio (1934), El Conde Belisario (1938), Rey Jesús (1946), El vellocino de oro (1944)… Pero él era un poeta y en el proceso de redacción de esta última novela mitológica, en plena Segunda Guerra Mundial, pergeñó la idea de escribir un tratado acerca de su oficio lírico y así nació La Diosa Blanca (1948)6. A partir su experiencia personal, Robert Graves, en calidad de teórico literario, redactó este ensayo como una suerte de ‘manual’ de pensamiento para poetas. Mediante asociaciones más o menos recurrentes, en sus páginas se amalgama una variopinta mezcolanza de todo tipo de saberes humanísticos7 con el fin de exponer y desarrollar pormenorizadamente una polémica tesis (pp. 37-44): En origen, la poesía era una forma de expresión sagrada vinculada a las alabanzas cultuales de la Diosa, esa divinidad a la que “todo santo (…) injuria y todo hombre sobrio / regido por el áureo medio del dios Apolo” (pág. 35). Siempre según Graves, aquella no es otra que esa controvertida divinidad prehistórica a la que se adoraba en el Cercano Oriente y en la Europa mediterránea y septentrional, empleando el lenguaje mágico-religioso de la poesía en su estadio primigenio. Sin embargo, a partir del Segundo Milenio a. E., su figura fue siendo reemplazada progresivamente por distintas deidades masculinas y los mitos que la ensalzaban, inspirados por ella misma, se fueron desvirtuando hasta caer en el descrédito jocoso que hoy ostentan (pp. 42, 51). Sin embargo,

–––––––––––– Para algunas cuestiones de su creativa existencia en Deià, cf. R. Graves, & p. Hogarth, Por qué vivo en Mallorca, Palma de Mallorca, La Foradada, 1997 y W. Graves (ed.), Una semana en Mallorca con Robert Graves. Poesía y prosa. Reflejos de su vida en la isla, Deià, Fundació Robert Graves, 2006. 6 Originalmente concebido bajo el título de El corzo en el soto (The Roebuck in the Thiclet), cf. pp. 640-641. Un recuerdo de aquel primer nombre tal vez sea el otro ‘emblema de la Diosa’ que está impreso en las guardas del nuevo volumen de Alianza. En el mismo, como si se tratase de la impronta de un camafeo, figura un cérvido ante un motivo vegetal, tal vez una evocación del “corzo blanco con cascos de bronce del soto de la diosa Ártemis en Cerinea” (p. 90). Para la “coincidencia” “sobrenatural” del anillo-sello de Graves, con el motivo de “un venado real galopando hacia un soto”, cf. p. 642. 7 Alquimia, antropología, arqueología, etimología, filosofía, historia, iconografía, lingüística, magia, mitología, numerología, psicología, teología, etc. TEMPVS 37 (2015) 105-117

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algunos retazos de su culto primigenio sobrevivieron en el tiempo, ocultos bajo el lenguaje de la ‘verdadera poesía’, la cual, para el autor, es sólo aquella realizada, consciente o inconscientemente, en su loor por los ‘verdaderos poetas’, es decir, por aquellos que poseen la ‘Verdad’ revelada por la Diosa a través de la inspiración. Para la difícil tarea de probar dicha tesis, el ensayista emplea dos vertientes argumentales, una centrada en la lírica y otra en la Historia. En la primera, Graves desarrolla una exposición teórica en torno a la poesía, analizando en profundidad la gramática de su metalenguaje. Valiéndose de varios mitos poéticos pertenecientes a distintas civilizaciones, lleva a cabo un estudio comparativo examinando sus estructuras internas a fin hallar la idiosincrasia común que subyace en dichos relatos. Según su concepción personal, como ya se ha apuntado, poesía y mitología, en su germen, formaban parte del culto a la Diosa. Ahondando en el significado profundo de los mitos, leyendo entre líneas, despojando los relatos de tergiversaciones y adiciones posteriores, el poeta llega a la esencia misma del arte poético, la Verdad inspirada por la propia divinidad para su solaz (p. 42). Todo ‘verdadero poema’ la ensalza, todo ‘verdadero poeta’ la honra narrando alguna de las partes del Tema por antonomasia. Este, según Graves, es el motivo recurrente que a lo largo de toda la Historia ha evocado el ciclo de la Diosa. El relato del nacimiento, vida, muerte y resurrección del ‘Dios del Año Creciente’, la entidad masculina menor a ella subordinada (p. 54). Un relato inspirado por la propia divinidad que pudo percibir el ser humano desde la prehistoria atendiendo a los ciclos de renovación de su predio, la Naturaleza, y de su símbolo, la Luna. Orgánicas fases crecientes, plenas y menguantes repitiéndose sin fin. La trágica, inevitable y exigida muerte, como sacrificio al numen, previa a la resurrección que inicia un nuevo periodo. El eterno ciclo natural de la fertilidad 8 fue el caldo de cultivo donde afloró el mito y los poemas que narran el Tema metafóricamente (p. 40), ya sea de forma completa o seleccionando alguna de sus partes. El segundo conjunto argumental que complementa al anterior es la demostración ‘histórica’ del culto a la Diosa que el autor encuentra en los ‘verdaderos poemas’. Graves rastrea en la mitología en busca de las

–––––––––––– 8 Graves, como hombre de campo desde su retiro rural en una Deià aún regida por los ciclos agrarios, hace gala de unos vastísimos conocimientos rústicos para desentrañar el significado alegórico de las menciones a la flora y la fauna insertas en los poemas. Para la presente edición de Alianza, su traductor ha tenido la deferencia para con el lector de buscar todos los nombres científicos de cada una las especies vegetales que aparecen en la obra, presentándolas en las notas del aparato crítico formando una tria nomina inglesa, latina y castellana.

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pervivencias ocultas enterradas bajo la hojarasca espuria, desenmarañando progresivamente una madeja de la que extrae el hilo de Ariadna -la Diosa en su fase creciente como Doncella- que le sirve de guía a través de los tiempos remotos. Para él, los comunes arquetipos que halla en el folklore sacro mediterráneo, oriental y del septentrión europeo, no pertenecen a un inconsciente colectivo jungiano, sino que hunden sus raíces en los atávicos ceremoniales del paleolítico. Retomando el legado de las teorías antropológicas de Johann Jakob Bachofen y James George Frazer9, el poeta se retrotrae a una prehistoria organizada en sociedades matriarcales en cuyos pretéritos altares se adoraba a la Diosa empleando la mágica Poesía Lunar para ensalzarla. Ora Luna, ora tríplice, la divinidad adquiere múltiples formas transmutándose. Posee muchos nombres -entre ellos Musa, o los literales Leucotea y Albina- y distintos humores. Es benigna y a la vez terrible. Inspira y causa pavor. Da la vida y produce muerte. Para Graves, la poderosa y telúrica Potnia es como un diamante facetado de mil caras. En las civilizaciones que tutelaba se profesaba un sólido panteísmo femenino. El principio regidor era la mujer, el linaje matrilineal y la única razón de ser del varón era estar subordinado a ella en el rol de hijo, consorte o víctima sacrificial a inmolar tras un periodo variable de existencia para perpetuar el perpetuo ciclo de renovación de la Fertilidad. Pero todo cuento tiene un final y este es desgraciado. Durante la Edad del Bronce, la vida de los habitantes prehelénicos de esta feliz e ideal sociedad agraria -en el Egeo llamados pelasgos y dánaos, en Creta, minoicos- se vio alterada por sucesivas oleadas de invasores indoeuropeos. Estos, conocidos como aqueos, jonios, eolios, minias y dorios, eran diferentes. Organizados en clanes administrados por castas de guerreros, arribaron como pastores trashumantes trayendo el culto a una viril trinidad solar que a la postre sería identificada con los hermanos Zeus, Posidón y Hades. Poco a poco fueron infiltrándose. Por un tiempo convivieron en paz con los nativos hibridándose en lo que hoy conocemos como

–––––––––––– 9 Una parte significativa del interés que tenía nuestro autor por la antropología fue despertado en él gracias a su contacto con el Dr. W. H. R. Rivers, el célebre psiquiatra del Craiglockhart War Hospital de Edimburgo que atendía a los soldados aquejados de neurosis de guerra durante la Primera Mundial. El contacto comenzó cuando Graves acudió al hospital en 1917 para visitar a su amigo Siegfried Sassoon –quien también había servido como oficial en los Royal Welch Fusiliers– quien se hallaba ingresado por su negativa a seguir combatiendo y, por ende, según el tribunal médico, se le consideraba necesitado de tratamiento. Para esta fértil relación, los poemas de guerra y el nacimiento per se del concepto de ‘Diosa Blanca’ durante el conflicto bélico, cf. F. L. Kersnowski, The early Poetry of Robert Graves. The Goddess Beckons, Texas, University of Texas Press, 2002.

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sociedad micénica. Pero después se arrogaron la primacía, impusieron el sistema patriarcal importado y excluyeron a la Diosa. Algunos de sus cofrades se embarcaron y huyeron -Graves los identifica con los caliginosos ‘Pueblos del Mar’-, instalándose y civilizando Oriente, el Norte de África, la Península Ibérica, Irlanda e Inglaterra 10. De ahí que el poeta logre encontrar en el acervo cultural de los pueblos que habitaban estos lugares ciertos remedos de una misma forma de religión primitiva (p. 101). Al final del Bronce todo viró hacia lo Masculino. El aparato retórico del falo relegó a la mujer al insignificante puesto secundario que anteriormente había ocupado el varón. Los mitos que ensalzaban a la Diosa fueron manipulados por los agentes foráneos con el fin de adaptarlos a su mentalidad y justificar el nuevo sistema patriarcal impuesto 11. De esta manera surgió la Poesía Solar preconizando el dechado de virtudes masculinas encarnadas en Apolo. Su lírica, sometida a frías leyes métricas, terminaría adoptando la forma ‘clásica’ que aún tiene en la actualidad. Pero la historia no quedó así. Una nueva palada de tierra cayó sobre la divinidad femenina cuando sobrevino la nueva ‘religión’ de la filosofía y su paso del mito al logos. Ante el generalizado descrédito de la “pendenciera familia olímpica” (p. 623), algunos pensadores, con la apolínea luz de la Razón por bandera y la cruda lógica como método, lapidaron la ‘Vieja Tradición’ -cuyo simbolismo no alcanzaban a comprender-, sumiendo a los mitos en la ridiculizada oscuridad donde aún moran en nuestro presente, ahora regido por la única Verdad de la nueva religión llamada Ciencia (pp. 42, 51). Pero antes de la llegada del hipercriticismo cartesiano, “los nobles romanos comenzaron a estudiar bajo la dirección de los griegos y contrajeron la enfermedad filosófica” (p. 622). Más tarde advinieron los efectos nocivos del judeocristianismo y cualquier forma de divinidad femenina, definitivamente, fue oficialmente proscrita. El monoteísmo, con monopolio sacerdotal exclusivamente masculino, quedó impuesto hasta nuestros días (p. 642).

–––––––––––– 10 Siguiendo la misma línea argumental, en La Diosa Blanca también se analiza pormenorizadamente la tradición poético-mitológica de los celtas a través de las fuentes de Gales, Inglaterra e Irlanda, si bien en esta reseña -por estar destinada a una revista sobre el mundo clásico- nos hemos centrado deliberadamente en los contenidos mediterráneos en detrimento de aquellos otros. 11 Por citar un elocuente ejemplo al respecto de esta teoría, Graves vería oculta en el mito poético del cambio de titularidad en el oráculo délfico la usurpación patriarcal (Apolo) de un espacio de la Diosa (Gea) con el correspondiente sometimiento de su principal sacerdotisa (Pitón, Pitia) a la voluntad del Dios, cf. R. Graves, Los mitos griegos, Madrid, Gredos, 2011, pp. 199 (b, c), 201 (1, 2).

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¿Pero qué fue de la Diosa? Aunque mentarla era tabú su culto pervivió, ya sea en los aquelarres de orgiásticas sacerdotisas conocidas como brujas, o en el pálido reflejo de María y la saga de su Hijo, que tanto recuerda al ciclo de vida, muerte y resurrección de la Naturaleza. De hecho, la Virgen es su eco más sonoro. En ella existen reminiscencias de las olímpicas y Astarté, Cibeles, Inanna, Ishtar, Isis…todas avatares de un concepto de divinidad que podemos remontar hasta su encarnación en la ‘Venus’ de Willendorf y aún más allá. Pero su mayor pervivencia, según Graves, está en la ‘verdadera poesía’ que ella inspira (¿o acaso Homero no la invoca al comienzo de sus dos poemas?), no en las técnicas pero insulsas versificaciones de los bardos apolíneos, sino en las creaciones que verdaderamente conmueven generando el paroxismo emocional, ese es su marchamo de ‘autenticidad’. El ‘verdadero poeta’ le rinde sumisa servidumbre, a Ella debe su inspiración y todas sus acciones deben estar encaminadas a su culto y alabanza (pág. 54)12. Para su creación precisa que el numen se encarne por un tiempo en una Musa terrenal, dado que “exigía que el hombre rindiese homenaje espiritual y sexual a la mujer” (pp. 40, 643). Y es que La Diosa Blanca también es un libro sobre la naturaleza humana y las relaciones personales en el que, empleando el lenguaje sagrado de la poesía, late in profundis la dicotomía entre lo Femenino y lo Masculino, la Luna y el Sol, la tensión sexual y la guerra entre géneros…al fin y al cabo, la autobiografía del autor escrita como una psicoanalítica válvula de escape a sus fantasmas. Es la historia de Robert Graves y sus mujeres, ora esposas, ora amantes (llamadas Musas), en cuyo receptáculo se encarnó (para él) la Diosa por un tiempo, permitiéndole acceder a sus misterios al doloroso coste de experimentar la destructora crueldad del amor. Tal vez en relación a esto último quepa decir que en 1963 el autor volvió a repensar a su divinidad desde una nueva óptica apenas desarrollada en el libro. Su idea, tomando una deriva tenebrosa, evolucionó hacia la oscuridad de la Luna Vieja, una “Diosa Negra de la muerte” (p. 112), pero esta idea, lamentablemente, se quedó en el tintero. Graves

–––––––––––– 12 Alguna facies de esta divinidad casi siempre está presente en la producción literaria del autor. También en sus novelas podemos encontrarla personificada, ya sea en su rol de kóre en la Nausícaa de La hija de Homero (1955), como peligrosa ninfa sagrada en el prólogo de El vellocino de oro (1944) o encaramada al poder en la Teodora de El conde Belisario (1938), sólo por citar algunos conocidos ejemplos. Pero sin lugar a duda su trasunto más genial aparece en el imperecedero Yo, Claudio (1934) en el fantástico personaje de la dama Livia (se non è vero, è ben trovato), cuyo único motivo existencial y razón de ser todas sus maquinadoras acciones era ser convertida en diosa.

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comenzó a mostrar los primeros síntomas de la decadencia mental, los trágicos balbuceos del Alzheimer. Las hadas del fusilero “Apolo, por ejemplo, parece haber comenzado como un demonio de una hermandad del Ratón en la Europa totémica prearia: poco a poco fue subiendo de categoría divina por la fuerza de las armas, extorsiones y fraudes, hasta que llegó a ser el patrón de la Música, la Poesía y las Artes” (p. 43). De lo último y de cuanto se ha expuesto anteriormente, se evidencia que desde el momento de su aparición, la lectura de La Diosa Blanca generó porfiadas críticas provenientes del mundo académico13. No puede negarse que la deductiva investigación de Graves es tremendamente erudita y sugestiva, pero en excesivos casos sus libres y sofisticadas interpretaciones parecen contar únicamente con el apoyo de la intuición14 (si no de la inspiración de la propia Diosa cuya existencia ‘real’ el poeta parece querer demostrar). Por muy atrayentes que resulten, muchas de sus conjeturas superan con creces el principio de verosimilitud y resultan imposibles de verificar. Parecen cuestión de fe. No obstante somos conscientes de que esto supone la tónica habitual en lo concerniente a lo divino. Tal y como afirma el autor “en términos científicos no se puede probar que exista dios alguno” (p. 642). En determinados pasajes el fárrago llega a tal acmé que las líneas parecen el producto salido del caldero de un selenita druida celta en el que todo se mezcla y tiene cabida. Este es el principal hándicap para el descrédito académico que padecen los ensayos mitológicos del autor15. Pese a que a éste le convenciesen sus teorías (pág. 40), honradamente eran consciente de la incredulidad que

–––––––––––– 13 De hecho en el primer apéndice del libro titulado “Dos cartas a la presa (págs. 646-649)”, figuran un par de apasionadas contestaciones del escritor a las críticas realizadas a su Diosa Blanca al poco de publicarse. La primera de ellas -aparecida en la página 707 de The Spectator el 25 de junio de 1948-, estaba dirigida a Glyn E. Daniel, profesor de Cambridge y autor de la famosa Historia de la arqueología. De los anticuarios a V. Gordon Childe, con quien se despacha a gusto en defensa de su obra. El único fallo que encontramos en la última edición de Alianza es que no se hallan incluido también estas críticas a las que se replica: un texto, fuera de contexto, es sólo un pretexto. 14 En su también famoso ensayo Los mitos griegos (1955) el autor lleva a cabo un similar proceder. Tras la exposición de los datos legados por las fuentes, realiza una exégesis tan seductora como arriesgada. A este respecto, cf. el prólogo de Carlos García Gual en R. Graves (2011: 7-13). 15 Aparte de La Diosa Blanca y Los mitos griegos, Graves escribió, en colaboración con el antropólogo judío Raphael Patai, Los mitos hebreos (1963), el tercer volumen de esta suerte de triada heterodoxa dedicada a las religiones antiguas.

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podría suscitar su obra (p. 101) y esperaba que “algún día algún erudito separará el trigo de la paja en La Diosa Blanca” (p. 26). Seguimos esperando. Pero tras una lectura pormenorizada del libro puede afirmarse que ni Graves era un mero charlatán –como poeta, después de esta publicación, llegó a ocupar la cátedra de este arte en la prestigiosa Universidad de Oxford desde 1961 a 1966–, ni este libro el resultado herético de un delirio producido por los hongos que el autor consumió en un momento de su vida como una nueva y fértil vía de conocimiento16. Aparte del controvertido estudio mito-poético, en la parte final de La Diosa Blanca, a modo de epítome, también hallamos algunas lúcidas reflexiones en torno a la decadencia ética que caracteriza a la sociedad contemporánea, que a pesar de estar escritas hace décadas aún tienen una asombrosa vigencia: “aunque Occidente es todavía nominalmente cristiano, hemos llegados a ser gobernados en la práctica por el “triundivato” profano de Plutón, el Dios de la Riqueza, Apolo, el Dios de las Ciencias, y Mercurio, el Dios de los Ladrones” (p. 625). Para Graves, dos eran las causas principales de las desgracias que afectaban a su presente. Primero, la subordinación de la mujer. Segundo, el alejamiento del ser humano con respecto a la verdadera religiosidad -sin pompa, boato, ni intermediarios-, aunque reconocía consolado que el relajamiento de las formas en cierto modo nos protegía de mayores desastres ya que “si se emprendiera un verdadero entusiasmo religioso, evidentemente llevaría a una renovación de las guerras religiosas: solo desde que se debilitó la fe en todas las partes los sacerdotes de las religiones rivales han consentido en adoptar una política de buena vecindad” (p. 625). Lúgubremente, en nuestro momento, eso parece estar cambiando… Todo lo concerniente a lo divino se presta a periódicas relecturas al son de los tiempos. El último y un tanto oportunista aggiornamento de la obra que preparó Graves hay que contextualizarlo en los revolucionarios y también míticos años sesenta. El clima New Age y la asequible edición de bolsillo de La Diosa Blanca propiciaron que el morboso libro estuviese en la cabecera de toda una generación que abría su mente a otras perspectivas. El autor, sin desearlo, de pronto fue erigido como un nuevo gurú de lo femenino, al que los hippies escribían con veneración y acudían a visitar en su rústico retiro mallorquín. Más de 50 años después de aquella época, en nuestro país, la Diosa vuelve a estar en el candelero tras su última edición por Alianza. Una

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R. Graves (2011: 15-17).

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RESEÑAS BIBLIOGRÁFICAS

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nueva revisión de lo espiritual debe estar acaeciendo cuando su publicación ha sido precedida, pocos años antes, por la venta de un nuevo compendio selectivo de La rama dorada de Frazer17 o acompañada en el tiempo por el también clásico Diosas y dioses de la Vieja Europa de Marija Gimbutas18. La Diosa Blanca. Una gramática histórica del mito poético es precisamente eso, una, originalísima y personal visión. Acaso canon, no un credo. Y como subjetiva -y en clave simbólica- debe leerse. ‘Simplemente’ es el monumental testamento lírico de un viejo soldado inglés en cuya tumba, bajo su nombre (a diferencia de la de Esquilo), está escrito: Poeta. Coincidimos con las palabras del editor “intelectualmente reflexionamos que Graves puede o no estar en lo cierto; emocionalmente, quedamos convencidos y conmovidos” (pág. 19). Reconocemos que leyendo sus páginas uno se pregunta, quizá en demasiadas ocasiones, –¿Y si…? La cuestión es no perder nunca la perspectiva y saber lo que se está leyendo. Acérquese al libro quien no lleve orejeras -ya que el propio autor recomienda que “deben evitarlo quienes posean una mente distraída, cansada o rígidamente científica” (pág. 38). Ábranlo y, teniendo en cuenta que “¡nadie es más grande en el universo que la Triple Diosa!” (p. 645), prueben a invocarla: Los mitos del poeta Graves, canta, oh Musa… Ángel Carlos PÉREZ AGUAYO Universidad Complutense

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México D. F., Fondo de Cultura Económica, 2011. Madrid, Siruela, 2014. TEMPVS 37 (2015) 105-117

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