\"La dinámica investigadora del Centro de Estudios Históricos de la JAE\" en La ciencia de la palabra. Cien años de la Revista de Filología Española, editores Pilar García Moutón y Mario Pedrazuela (catálogo de exposición), Madrid, CSIC, 2015, pp. 19-53

Share Embed


Descripción

L eoncio L ópez -O cón

Instituto de Historia, CCHS, CSIC

La dinámica investigadora del Centro de Estudios Históricos de la JAE

Consideraciones preliminares En la Ilíada aparece el término istõ para referirse a un testigo de vista, el cual puede dirimir en un conflicto porque es el que ha visto. Herodoto de Halicarnaso, considerado el fundador del saber histórico, en el prefacio a sus nueve Historias equiparó, por su parte, el sustantivo historia a investigación. Así atendiendo a esta etimología la disciplina histórica se funda sobre la autopsia (de autos, ‘uno mismo’, y opsis, ‘observar’) y se organiza sobre la base de datos que procura. En sus orígenes se hizo por tanto una historia en tiempo presente pues el historiador narraba sucesos que él mismo había visto. La fiabilidad de sus relatos estaba garantizada porque quien narraba los acontecimientos los había visto. Esa consideración de la vista como el operador de credibilidad más fuerte se vio reforzada por la notable influencia de los médicos en algunos de los fundadores del conocimiento histórico, como fue el caso de Tucídides. Pero al cabo de los siglos los historiadores dejaron de hacer fundamentalmente historia contemporánea y empezaron a interesarse por el conocimiento de un pasado más remoto, accesible a través de «indicios» que son los que permiten hacer visible lo invisible. Esta ampliación en el campo de preocupaciones de los historiadores se debió a que la revolución científica que se operó en los siglos xvi y xvii favoreció el desarrollo de la idea de no coincidencia entre conocimiento y percepción. A partir de entonces los historiadores buscaron vías para el conocimiento del pasado a partir de las trazas, huellas e indicios dejados por los acontecimientos pretéritos y que subsisten en el presente bajo forma de documentos y monumentos. Para adquirir ese conocimiento se elaboraron técnicas y métodos que permiten acceder al conocimiento de ese pasado, sea próximo o lejano. De este modo,

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 1

1

18/05/15 12:30

tal y como formuló Ortega y Gasset, la historia «ya no es ver: es pensar lo visto». Este ejercicio reflexivo de comprender el pasado investigándolo acepta actualmente el postulado de los epistemólogos de la segunda mitad del siglo xx que han mostrado que nuestra percepción sensorial está influenciada por las teorías científicas comúnmente aceptadas. Cabe decir por tanto que la teoría precede a la historia, entendiendo por teoría tanto la determinación de un cierto sistema de pensamiento como el valor prestado a un cierto tipo de interpretación. Por tal razón, los historiadores admiten que no se enfrentan a hechos desnudos, sino que los hechos que entran en el acervo de nuestro conocimiento se ven ya inicialmente de una cierta manera. Así pues la observación histórica se hace desde la teoría que es la que decide qué podemos observar. Esta es pues la última etapa de la evolución desde una historia inmediata a una historia crítica del pasado, que ha ampliado el arco temporal de su campo de visión y ha cambiado el marco epistemológico de su campo observacional, admitiendo la existencia de una estrecha interrelación entre el observador y su objeto. Pero ¿qué sentido tiene la práctica de este viejo oficio que centra su atención en el estudio de los lugares donde las sociedades humanas han estado previamente? Es cierto que el historiador tiene sus ojos clavados firmemente en el pasado, pero con sus investigaciones y representaciones sobre las experiencias acumuladas por los seres humanos lo que intenta es «condensar» un gran cuerpo de información en una forma compacta y manejable para que pueda ser usada rápidamente. Interpreta el pasado para comprender el presente y prever el futuro, asumiendo que acumular experiencia no es respaldar su aplicación automática, pues la conciencia histórica nos enseña a apreciar no sólo las semejanzas, sino también las diferencias entre situaciones del ayer y del tiempo presente. El historiador aspira pues a ayudar a ampliar la experiencia de sus conciudadanos para que se incrementen nuestras habilidades, nuestra energía y nuestra sabiduría para afrontar los riesgos que afectan a nuestras sociedades, progresivamente más complejas y tecnificadas.

Una visión panorámica del Centro de Estudios Históricos a través de sus tres sedes madrileñas

Compromiso cívico y profesionalización del oficio del historiador1 se aunaron en la sociedad española de principios del siglo xx cuando   Sobre la construcción de la profesión de historiador en la España del primer siglo del siglo xx véase Peiró, 2013: 24-37. 1

2 

01-lopez-ocon.indd 2

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

se creó por Real Decreto de 18 de marzo de 1910 el Centro de Estudios Históricos, al que ya definí hace tiempo como un lugar, una escuela y un hogar (López-Ocón, 2007). En él se cultivaron con brillantez durante más de un cuarto de siglo diversas ciencias humanas y sociales. También tuvo la capacidad de configurarse como una especie de Escuela Práctica de Altos Estudios donde se crearon estilos de trabajo colectivo, sobre todo en el campo de la filología, y en ciertos ámbitos del conocimiento histórico, particularmente en la historia del arte y en la historia del derecho. Y actuó como una plataforma de acción cultural de unas de las corrientes de pensamiento influyentes de la España contemporánea, como fue la krausista-institucionista, creadora de un patriotismo español abierto a influjos europeístas y cosmopolitas. Ese lugar, esa escuela, ese hogar dependió orgánicamente durante toda su existencia de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, conocida por su acrónimo JAE, y dirigida desde su fundación en 1907 por el tándem formado por su presidente Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) y su secretario José Castillejo (1877-1945). Esta institución ha sido considerada el principal instrumento de fomento de la ciencia y la educación creado por el Estado liberal español contemporáneo. De modo que la vida del Centro de Estudios Históricos estuvo ligada a la de la JAE, activa hasta la derrota de las fuerzas republicanas en el invierno de 1938-1939. En el desenvolvimiento científico del Centro de Estudios Históricos podemos distinguir tres etapas asociadas con las tres sedes en las que desarrolló sus actividades: en los sótanos de la actual Biblioteca Nacional entre 1910 y 1920, en un pequeño palacete con jardín ubicado en la madrileña calle Almagro a lo largo de la década de 1920 y en lo que fue Palacio de Hielo situado en la calle duque de Medinaceli, al lado del Congreso de los Diputados, durante la Segunda República y la Guerra Civil, en la que hubo otro contingente de investigadores que continuaron su labor en Valencia al trasladarse a esa ciudad el Gobierno republicano en el otoño de 1936.

Las dificultades de los años fundacionales En el decreto fundacional del Centro de Estudios Históricos se asignaron cinco tareas a la nueva institución: 1.ª Investigar las fuentes, preparando la publicación de ediciones críticas de documentos inéditos o defectuosamente publicados (como crónicas, obras literarias, cartularios, fueros, etc.), glosarios, monografías, obras filosóficas, históricas, literarias, filológicas, artísticas o arqueológicas. 2.ª Organizar misiones científicas, excavaciones y exploraciones para el estudio de mo-

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 3

3

18/05/15 12:30

En los bajos de la Biblioteca Nacional tuvo el Centro de Estudios Históricos su primera sede (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).

4 

01-lopez-ocon.indd 4

numentos, documentos, dialectos, folklore, instituciones sociales y, en general, cuanto pudiese ser fuente de conocimiento histórico. 3.ª Iniciar en los métodos de investigación a un corto número de alumnos, haciendo que éstos tomasen parte, cuando fuese posible, en las tareas enumeradas, para lo que se organizarían trabajos especiales de laboratorio. 4.ª Comunicarse con los pensionados que, en el extranjero o dentro de España, hiciesen estudios históricos, para prestarles ayuda y recoger al mismo tiempo sus iniciativas, y preparar la labor de quienes deseasen proseguir sus investigaciones a su retorno. 5.ª Formar una biblioteca para los estudios históricos y establecer relaciones y cambio con análogos centros científicos extranjeros. Esas actividades se llevaron a cabo inicialmente en torno a siete líneas de trabajo dirigidas por los siguientes investigadores: Instituciones sociales y políticas de León y Castilla, por Eduardo Hinojosa (1852-1919); Trabajos sobre arte medieval español, por Manuel Gó-

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

mez-Moreno (1870-1970); Orígenes de la lengua española, por Ramón Menéndez Pidal (1869-1968); Metodología de la historia, por Rafael Altamira (1866-1951); Investigaciones de las fuentes para la historia de la filosofía árabe española, por Miguel Asín Palacios (18711944); Investigaciones de las fuentes para el estudio de las instituciones sociales de la España musulmana, por Julián Ribera (1858-1934); y Los problemas del derecho civil en los principales países del siglo xix, por Felipe Clemente de Diego (1866-1945). Como se puede apreciar, estos investigadores nacieron a lo largo de dos décadas: entre 1852 y 1871. El de más edad, Eduardo Hinojosa, nació en el mismo año que Santiago Ramón y Cajal, considerado el líder del «regeneracionismo científico» de la generación de 1898, cuya propuesta de sanar los «males de la patria» mediante el cultivo de la ciencia experimental tuvo un ascendiente notable sobre todos los integrantes de los laboratorios de la JAE, incluyendo entre ellos a los humanistas del Centro de Estudios Históricos. El más joven era el sacerdote aragonés Miguel Asín, discípulo dilecto del arabista Julián Ribera, como se deduce de su correspondencia (Marín et al., 2009). Todos ellos se habían formado en la bonne méthode del positivismo historiográfico que se había ido propagando por los centros de investigación europeos y americanos a lo largo de la segunda mitad del siglo xix. Quienes se empaparon de la atmósfera positivista dieron prioridad al desarrollo de métodos sofisticados de crítica textual, y al análisis riguroso de los vestigios del pasado apoyados en disciplinas auxiliares del conocimiento histórico, como la paleografía, la numismática o la epigrafía, que fueron adquiriendo una complejidad creciente a medida que avanzaba esa centuria, considerada «el siglo de la historia». Esos humanistas positivistas se vieron seducidos por la cultura de la precisión elaborada en el marco de las ciencias físico-naturales y se acostumbraron al trabajo riguroso, paciente, perseverante, propenso a la búsqueda, registro y análisis de fuentes, materia prima de los historiadores, y a la elaboración de conclusiones modestas apoyadas en sólidas y múltiples pruebas documentales usando el método inductivo de razonamiento. Cuando se adscribieron al Centro de Estudios Históricos algunos de los impulsores de las líneas de investigación pioneras que se desplegaron en él ya habían producido diversas obras señeras del positivismo historiográfico español en los últimos años del siglo xix y primera década del siglo xx. Así Eduardo Hinojosa, tras residir dos años en Alemania entre 1878 y 1880, y familiarizarse con las nuevas corrientes metodológicas y científicas que dominaban el panorama de la historia y el derecho europeos, publicó en 1887 Historia del derecho español, el primer manual

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 5

5

18/05/15 12:30

científico de historia del derecho español, del que editó solo el primer tomo. En él presentaba una exposición sistemática del derecho de los pueblos primitivos de la Península, sobre todo el de la Hispania romana, y unos capítulos sobre el de la época visigoda, que no llegó a desarrollar, consciente de que faltaban monografías en las que apoyar su estudio. Por esta razón, a partir de entonces trazó un plan de investigación destinado a profundizar en el conocimiento de las fuentes que le permitiesen conocer mejor el funcionamiento de las instituciones jurídicas medievales, resultado de la interrelación entre fenómenos socioeconómicos y el ámbito del derecho. De todas maneras la concepción y método de ese manual de 1887 dejó honda huella en los investigadores posteriores. En la década siguiente Ramón Menéndez Pidal emergió en el panorama científico español. Su publicación de La leyenda de los infantes de Lara en 1896 revelaba su dominio de los avances metodológicos del positivismo historiográfico decimonónico, transmitidos por su maestro, el filólogo, lingüista y romanista francés Gaston Paris (1839-1903). La obra fue saludada con alborozo por el líder de los hispanistas franceses Alfred Morel-Fatio (1850-1924), cuya favorable crítica consolidó indudablemente la autoridad del joven Menéndez Pidal en el campo de la filología, que empezó a configurarse, gracias a su labor, como la disciplina preeminente en el ámbito de las ciencias humanas en el tránsito del siglo xix al xx (Pedrazuela, 2014). En esa crítica de Morel-Fatio se preveía, en efecto, un futuro promisorio para las humanidades, si se abrazaba con fervor la bonne méthode positivista: «Si en España se lee este libro, si se le comprende, puede provocar un verdadero renacimiento de los estudios filológicos e históricos. Los jóvenes, sobre todo, aprenderán en él, que nada, ni aun las dotes más brillantes, puede reemplazar al trabajo metódico, la escrupulosidad en las investigaciones y el prurito constante de la exactitud» (citado por Alonso, 1979: 23). Otro de los fundadores del Centro de Estudios Históricos que se incorporó a él con un bagaje notable, pero con una situación institucional débil, pues no logró la cátedra de Arqueología arábiga de la Universidad Central hasta 1913, fue el historiador del arte y arqueólogo Manuel Gómez Moreno, quien obtuvo una sólida formación positivista en su Granada natal. Desde muy joven mostró una especial predilección por dos áreas de trabajo: el estudio de la interacción cultural entre cristianos y musulmanes en la España medieval, particularmente en el campo de las artes plásticas, suntuarias y decorativas; y el conocimiento arqueológico de la Península Ibérica. Así se comprueba en los modélicos catálogos que hizo de los monumentos de las provincias de Ávila (1900-1901), Salamanca (1901-1902), Zamora en 1903 y León en 1906 en el marco del gran proyecto del Catálogo monumental de

6 

01-lopez-ocon.indd 6

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

España diseñado por su amigo y paisano granadino, el político e historiador liberal de la órbita del institucionismo Juan Facundo Riaño), accesibles actualmente en línea en el portal de la biblioteca Tomás Navarro Tomás del CSIC dedicado al Catálogo monumental de España.2 En sus trabajos de campo por tierras castellanas y leonesas, Gómez Moreno iba siempre acompañado de su cámara fotográfica para «hacer partícipes a todos de la emoción estética y de los valores informativos que la realidad artística provoca» (citado por Gómez Moreno, 1995: 602). Testigo y protagonista principal de ese renacimiento de los estudios filológicos e históricos que se produjo en el gozne de los siglos xix y xx fue el historiador alicantino Rafael Altamira, autor en 1895 de un excelente libro de síntesis, La enseñanza de la historia, que tendría honda influencia posteriormente en el desenvolvimiento de los estudios históricos en el ámbito cultural hispánico por su claridad expositiva, sus profundos conocimientos de la historiografía europea y americana, y su vocación pedagógica. En él explicó que en su práctica de investigación el historiador tenía que conceder importancia tanto a la historia política como a la historia interna de las sociedades, basada en sus manifestaciones literarias, artísticas y filosóficas. Debía estudiar la evolución de las instituciones y considerar «la unidad de vida en el organismo social, así como la recíproca influencia de todas sus partes y elementos» (Altamira, 1895: 149). Sus propuestas para renovar la investigación y la enseñanza de la historia, apostando por un estudio sistemático de la civilización española, las puso en práctica, a lo largo de la década de 1890, en Madrid desde la secretaría de esa gran iniciativa krausista-institucionista que fue el Museo Pedagógico Nacional, y luego en Oviedo al ganar la cátedra de Historia del Derecho de su universidad. Entre las diversas iniciativas que puso en marcha en esos años cabe destacar la Revista Crítica de Historia, Literatura Españolas, Portuguesas y Americanas, que dirigiría entre 1895 y 1898, cuya contribución al afianzamiento de una moderna práctica historiográfica fue continuada a partir de enero de 1900 por dos profesores de la Universidad de Zaragoza, el catedrático de Historia universal Eduardo Ibarra (1866-1944) y el arabista Julián Ribera (1858-1934) mediante otras dos publicaciones seriadas: la Revista de Aragón y su sustituta y continuadora Cultura española, cuyo primer número salió en Madrid en febrero de 1906, un año decisivo en la configuración de la ciencia como moral colectiva dominante en el seno de la sociedad española al obtener Ca2   Este portal, visible en http://biblioteca.cchs.csic.es/digitalizacion_tnt/, es uno de los resultados del convenio de colaboración firmado en 2008 entre el Instituto de Historia del CSIC y el Instituto del Patrimonio Cultural de España para conmemorar el centenario del Centro de Estudios Históricos.

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 7

7

18/05/15 12:30

jal el premio Nobel de Medicina y Fisiología, y gestarse la JAE. Precisamente en torno a Revista de Aragón y Cultura Española se aglutinó el núcleo fundador del Centro de Estudios Históricos (López Sánchez, 2006: 24-27). Por testimonios de los protagonistas, principalmente por la correspondencia de Gómez Moreno a su mujer —editada por David Castillejo (1997-1999)—, sabemos que los meses iniciales del funcionamiento del Centro de Estudios Históricos no fueron fáciles por dificultades presupuestarias, condiciones inapropiadas de los locales en los que ejercían su trabajo sus integrantes, distinto grado de compromiso de sus impulsores... Pero pasado un tiempo corto la institución empezó a dar sus frutos a través de una triple vía: organizando seminarios o talleres de formación de investigadores, promoviendo viajes en búsqueda de materia prima para el quehacer de historiadores y filólogos, y fabricando textos en forma de libros o artículos científicos. Los seminarios históricos habían contribuido de manera decisiva a la consolidación de los fundamentos de la historiografía positivista en la Europa de la segunda mitad del siglo xix. Se iniciaron en la Laisenstrasse de Berlín a partir de 1844, donde estaba el domicilio particular del historiador alemán Ranke (1795-1886), quien invitaba a sus asistentes a seguir ante el estudio de las fuentes un triple mandato: ejercer la crítica externa e interna, buscar la precisión en ese ejercicio siendo penetrantes en su interpretación y hacer suyo el lema que escogió como emblema en 1865: labor ipse voluptas («el trabajo es en sí mismo el placer») (Eskildsen, 2007: 472). Gracias a sus discípulos, como Waitz, ese nuevo instrumento de formación de investigadores se propagó por Europa y Norteamérica en el último tercio del siglo xix. En España tenemos noticias de que Eduardo Ibarra lo puso en práctica en la Universidad de Zaragoza en la década de 1890. Comenzó en el curso de 1891-1892 con reuniones semanales, en las que un número limitado de alumnos dedicaron parte del tiempo a ejercicios paleográficos mediante lectura de documentos de los siglos xiii, xiv y xv y otra parte al estudio del derecho penal en los Fueros de Aragón (Altamira, 1895: 433-434). Pero fueron los fundadores del Centro de Estudios Históricos quienes definitivamente consolidarían ese método de trabajo personalizado, que acentuaba el carácter práctico y experimental de la enseñanza, convirtiendo la clase en un laboratorio. En ella el alumno se ejercitaba por su cuenta en el trabajo de todos los elementos de estudio que le permitían abordar el problema histórico a resolver, fuesen de carácter epigráfico, arqueológico, diplomático o bibliográfico. Ciertamente los seminarios iniciales del Centro de Estudios Históricos contaron con muy pocos alumnos. Pero quienes asistieron a ellos

8 

01-lopez-ocon.indd 8

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

se consideraron unos elegidos y han dejado testimonio de la honda huella y atracción entusiasta que dejaron en ellos las enseñanzas recibidas de Menéndez Pidal, Hinojosa, Gómez-Moreno, Altamira, Ribera, o Asín. Por ejemplo, Claudio Sánchez Albornoz evocaba así el impacto que le produjo en el curso de 1911 a 1912 el magisterio de Hinojosa, quien era desde 1900 catedrático de Historia Antigua y Media de la Universidad Central y secretario perpetuo de la Real Academia de la Historia: Su palabra era lenta, pero precisa; ninguna flor retórica…; su inmenso saber, su rigor científico, su sencillez expositiva, su volcar ante los otros las entrañas de cada problema crítico, sin escamotear la dificultad que encerraran sus escapadas por el campo de la historiografía… le permitía centrar las instituciones castellanas en el marco de su origen y destacar las novedades o las coincidencias de sus procesos evolutivos (citado por Carande, 1989: 129).

Y en otro lugar añadirá: «Por él conocí el abismo que apartaba de la ciencia histórica europea a las producciones historiográficas españolas» (Sánchez Albornoz, 1975: 26). Al evocar el momento en el que conoció a Gómez Moreno, nos ofrece otro testimonio de cómo interactuaban los integrantes de aquella institución que se veían en su momento fundacional como abejas de una colmena: Conocí a Gómez Moreno cuando, hace casi medio siglo, comencé a concurrir al seminario de don Eduardo de Hinojosa en el recién creado «Centro de Estudios Históricos». Trabajaba junto a nosotros con su colmena de discípulos, en otra de las celdas en que, mediante simples tabiques de madera, se había dividido uno de los bajos del edificio de la Biblioteca Nacional. Mi maestro semejaba un patriarca, el arqueólogo vecino tenía la estampa de un moro de Granada; y lo era. Lo era por su origen, por su estampa física y por su temperamento. Mayor aún que su ímpetu apasionado era su saber. Los jóvenes estudiantes que frecuentábamos el Centro sentíamos hacia él una temerosa admiración (citado por Martín, 1986: 93).

Altamira a su vez, tras el viaje triunfal que realizara al continente americano en 1910, empezó con ímpetu su colaboración en el Centro de Estudios Históricos, dirigiendo, por ejemplo, en el curso 1910-1911 media docena de trabajos de investigación sobre los orígenes de la España contemporánea: «Los afrancesados en Andalucía»; «Zamora en tiempo de la guerra de la Independencia» (que daría lugar al libro publicado por el catedrático del Instituto de Zamora Rafael de Gras); «Fernando VII en Valencia: recibimiento que le hizo la ciudad y preparación de un golpe de Estado (1813)», génesis de un libro de ese gran historiador que fue José Deleito Piñuela; «La idea de tolerancia

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 9

9

18/05/15 12:30

en la legislación y en las costumbres de los primeros años del siglo xix»; «Pedagogos españoles de comienzos del siglo xix», origen de un importante estudio del que sería pedagogo socialista Lorenzo Luzuriaga; y «Las Constituciones políticas de España» (Memoria JAE 19101911: 142-143). De modo que, salvadas las dificultades iniciales, hacia 1915, el futuro del Centro de Estudios Históricos parecía prometedor. Las siete líneas de investigación originarias que se cultivaban en él se habían transformado en otras tantas secciones: de Filología, de Instituciones de la Edad Media, de Arqueología, de Historia, de Filosofía Árabe, de Instituciones Árabes, de Derecho. Estaban dirigidas respectivamente por: Ramón Menéndez Pidal, Eduardo de Hinojosa, Manuel Gómez Moreno, Rafael Altamira, Miguel Asín, Julián Ribera y Felipe Clemente de Diego. Pero a partir de enero de 1913 el organigrama había crecido. Entonces se creó una octava sección: la de Arte, dirigida por Elías Tormo (1869-1957), dedicada inicialmente a trabajos sobre el arte escultórico y pictórico de España en la Baja Edad Media y Renacimiento. Meses después, en el otoño de 1913, se constituyó la sección de Filosofía Contemporánea, dirigida por José Ortega y Gasset (1883-1955). Luego, en abril de 1914, en vísperas del inicio de la Primera Guerra Mundial, se creó la sección de Estudios Semíticos, dirigida por Abraham S. Yahuda, destinada a los estudios de filología semítica e investigación de las fuentes arábigas y hebraicas para la historia, literatura y filosofía rabínico-españolas. A principios de 1915 el Centro tuvo a su primer presidente —que sería vitalicio—, Ramón Menéndez Pidal, elegido por unanimidad en una reunión a la que faltaron Hinojosa, quien se reponía de un derrame cerebral que había tenido meses antes, y Altamira, cuyos motivos para estar ausente en esa importante reunión no están claros.3 La elección por unanimidad de Menéndez Pidal como presidente del Centro 3   El 16 de enero de 1915 Tomás Navarro Tomás informaba sobre los asuntos del Centro a José Castillejo, secretario de la JAE que se encontraba en Ciudad Real, y le decía, entre otras cosas: «Han asistido todos los profesores menos el Sr. Hinojosa y el Sr. Altamira; éste me habló por teléfono poco antes de la reunión para decirme que no podía venir y que hiciese presente en su nombre que durante varios meses de este año no podrá reanudar los trabajos de su sección, pero que piensa continuarlos a partir del mes de noviembre, por lo cual desea que se le reservase lo necesario, en el presupuesto, para este último trimestre». David Castillejo, editor de la correspondencia de su padre, fuente insustituible para el conocimiento de la JAE, yerra cuando intenta aclarar esa ausencia de Altamira al explicar al lector que «Altamira estaba plenamente ocupado con sus tareas de Director General en el Ministerio de Instrucción Pública» (Castillejo, vol. III, 1999: 226). Como es sabido, Altamira, procedente del partido republicano de Salmerón y colaboracionista de los liberales, cesó como director general de Primera Enseñanza del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes el 22 de octubre de 1913. En 1915 el Gobierno lo presidía el conservador Eduardo Dato.

1 0 

01-lopez-ocon.indd 10

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

de Estudios Históricos, ante la ausencia en la mencionada reunión de los dos principales historiadores como eran Hinojosa y Altamira, explica la preponderancia de los filólogos en su seno, ratificada en diversos hechos. El principal órgano de expresión del Centro fue la Revista de Filología Española, creada en el primer trimestre de 1914, dirigida precisamente por el tándem que controlaría también el Centro de Estudios Históricos durante muchos años: Ramón Menéndez Pidal, como director científico, y el fonetista Tomás Navarro Tomás, como gerente de la publicación y también secretario del Centro, y como tal brazo ejecutor de las directrices de don Ramón. Aunque hubo colaboraciones de historiadores en la Revista de Filología Española, como revela el artículo «Merindades y señoríos de Castilla en 1533» publicado en su primer volumen por el archivero Pedro González Magro, especializado en geografía histórica, el dominio de los filólogos en ella fue abrumador, revelador de la preeminencia alcanzada por esa disciplina en el ámbito de las ciencias humanas en la España de principios del siglo xx gracias a la autoridad lograda por Menéndez Pidal. Su liderazgo se asentó como resultado de sus contribuciones científicas, del apoyo de colaboradores cualificados, entre los que sobresalieron Tomás Navarro Tomás y Américo Castro, y de sus conexiones políticas con todas las fuerzas del régimen de la Restauración. Habrá que esperar una década para que el Centro, durante el bienio 1924-1925, se animase a editar nuevas revistas como el Anuario de Historia del Derecho Español y el Archivo Español de Arte y Arqueología, sobre cuyas características y significación volveré más adelante. Dado el predominio adquirido por la sección de Filología en los inicios del Centro de Estudios Históricos, no ha de extrañar que ya para 1915 su sección fuese la más numerosa, con casi una cuarta parte de los colaboradores que tenía el Centro para esa fecha: once de un total de cuarenta y tres. La seguían las secciones de Historia, la más feminizada de todas, pues de sus seis colaboradores tres eran mujeres —Magdalena Santiago de Fuentes (1873-1927), Concepción Alfaya López y Ángela Carnicer Pascual (1893-1980)—, y la de Instituciones Árabes, también con seis colaboradores, entre los que se encontraba el catedrático de Instituto José Sánchez Pérez (1882-1958), experto en los conocimientos matemáticos existentes en el Ándalus medieval y estudioso de la personalidad científica de Alfonso X el Sabio.4 Pero, cuando el Centro estaba en plena productividad y gozando de reconocimiento social, como lo reveló la entrevista que se le hizo a 4   Información sobre su trayectoria científica y sobre los estudios existentes sobre su labor en http://divulgamat2.ehu.es/divulgamat15/index.php?option=com_content&task=view&id =9891&Itemid=33&showall=1 [consultado el 19 de abril de 2015]

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 11

11

18/05/15 12:30

Menéndez Pidal a principios de 1916 en las páginas de esa gran publicación de la «generación de 1914» que fue la revista España,5 sucedió un hecho que marcaría un antes y un después en su trayectoria. Me refiero al abandono de la institución por parte de los arabistas Julián Ribera y Miguel Asín en ese año de 1916. Expresaban así su protesta y desacuerdo con el proceder del secretario de la JAE José Castillejo, quien, tras ser derrotado en una oposición a la cátedra de Sociología General de la Universidad Central por Severino Aznar (1870-1959), acusó a Miguel Asín de haber respaldado a alguien que no tenía la preparación suficiente (López Sánchez, 2006: 72-73). No sabemos si ese mal perder de Castillejo fue producto de una actitud arrogante, impropia de alguien a quien admiradores tan dispares como Ramón Carande, Julio Caro Baroja o Salvador de Madariaga consideraron «un ciudadano lleno de rectitud», o se derivó de las presiones que por aquel entonces sufría la JAE de los sectores conservadores clericales, que no admitían que el institucionismo les disputase el monopolio de las tareas formativas de los jóvenes universitarios españoles.6 De todas maneras el desistimiento a partir de mediados de 1916 de los responsables de dos de las secciones más dinámicas del originario Centro de Estudios Históricos produjo hondas consecuencias en la trayectoria futura de esa institución. No sólo se debilitó su producción científica, pues en los primeros años de funcionamiento del Centro la laboriosidad de los arabistas fue considerable. También se resquebrajó en el campo de las humanidades la creencia que tuvieron los impulsores de la JAE de que era factible que las principales fuerzas políticas de la Restauración aparcasen sus diferencias ideológicas para elaborar un discurso civil en torno a la conveniencia de que el cultivo de la ciencia permitiese la vertebración social del país (Glick, 1994). De hecho, ese retraimiento de Ribera y Asín fue el germen de hostilidades que se expresarían con especial virulencia en los ataques que vertería en 1940 contra el Centro de Estudios Históricos el antiguo colaborador de su sección de Filosofía Árabe Cándido A. González Palencia en el libelo titulado Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza, expresivo de un lamentable ajuste de cuentas de los vencedores sobre los vencidos en nuestra trágica «guerra incivil».7 5   «Entrevistas de España. Hablando con Menéndez Pidal», España. Semanario de la vida nacional, Madrid, 6 de enero de 1916, año II, n.º 50, pp. 11-13. 6   Muy elocuente al respecto fue el discurso del catedrático de la Universidad Central Quintiliano Saldaña sobre «La enseñanza en España» en el Hotel Ritz, organizado por el Centro Maurista, del que informó Felipe Arévalo a José Castillejo el 19 de enero de 1915 (Castillejo, vol. III, 1999: 227). 7   Ahí, por ejemplo, manifestó lo siguiente: «Las revistas, en especial la de Filología, adolecen del defecto de parcialidad sectaria. Acostumbraba a silenciar las publicaciones de personas de derechas. Por ejemplo, no dio cuenta de los originalísimos trabajos de don Julián

1 2 

01-lopez-ocon.indd 12

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

Además, a partir de 1916, paulatinamente, otras secciones dejaron de funcionar. Así sucedió con la de Estudios sobre Filosofía Contemporánea. Ortega y Gasset, tras dar un curso público sobre Sistema de la Psicología, emprendió un viaje a la Argentina en el verano de ese año invitado por la Institución Cultural Española de Buenos Aires, que dirigía el médico Avelino Gutiérrez, y a su regreso se desvinculó del Centro (Memoria JAE, 1916-1917: 125). La que dirigía Abraham S. Yehuda sobre estudios hebreos desapareció en el curso 1917-1918, al parecer por problemas de salud de su director (Memoria JAE, 19161917: 126-128). Asimismo, dejó de funcionar en 1918 la relevante sección que dirigiera Rafael Altamira dedicada a la metodología de la historia e historia moderna y contemporánea de España, al parecer por su incomodidad al no disponer de espacio en la sede del Centro, ubicada para entonces en los sótanos de la Biblioteca Nacional (López Sánchez, 2006: 69). También, tras el fallecimiento de Hinojosa el 19 de mayo de 1919, después de una larga enfermedad, la sección de Instituciones de la Edad Media dejó de aparecer en el organigrama del Centro de Estudios Históricos. Así pues a finales de 1919 la institución quedaba reducida a cuatro secciones, siendo hegemónica la de Filología, cuyo poderío e influencia científica eran crecientes. Su director —Ramón Menéndez Pidal— era también el presidente del Centro, y su brazo derecho, Tomás Navarro Tomás, el secretario. Los filólogos tenían la mayoría absoluta en el interior de la institución. La sección contaba con veintitrés colaboradores. Ese número contrastaba con los de las otras tres secciones: la de Derecho tenía solo tres colaboradores, la de Arte, seis y la de Arqueología, once. La relación entre estas dos últimas secciones se fue haciendo cada vez más estrecha como recordaría José Moreno Villa, uno de los colaboradores iniciales de la sección de Arqueología, en sus memorias escritas en su exilio mexicano: El Centro de Estudios Históricos era un silencioso campo de batalla. En mi sección, la de Arqueología e Historia del Arte, éramos dos jefes y seis soldados. Los jefes, don Manuel Gómez Moreno y don Elías Tormo. Los soldados, Ricardo de Orueta, Leopoldo Torres Balbás, Francisco J. Sánchez Cantón, Jesús Domínguez Bordona, Antonio Floriano y yo (Moreno Villa, 2011: 98). Ribera acerca de los orígenes de la lírica y de la épica castellanas, y de la música, no obstante estar tan íntimamente relacionados con su especialidad. Calló igualmente la aparición del libro de don Miguel Asín Palacios acerca de las relaciones de la Divina Comedia con la literatura islámica, uno de los libros de más resonancia en la literatura comparada de Europa en lo que va de siglo...». En González Palencia, A. (1940), «El Centro de Estudios Históricos», en AA. VV., Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza, San Sebastián, Editorial Española, pp. 194-195.

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 13

13

18/05/15 12:30

Varios de estos investigadores evocados por Moreno Villa realizaron notables libros en esos años fundacionales del Centro, analizando monumentos y obras de arte que expresaban las peculiaridades culturales de las sociedades hispanas, producto de las interacciones y tensiones entre las tres religiones durante la Edad Media y de la originalidad del barroco hispano. Sobre la primera cuestión realizó una importante monografía Manuel Gómez Moreno acerca de Las iglesias mozárabes, publicada por el Centro en dos volúmenes en el año de 1919. El segundo problema lo abordó el malagueño Ricardo de Orueta en su modélico estudio dedicado al escultor barroco Pedro de Mena, publicado por el Centro en 1914, con dedicatoria a su amigo y paisano Alberto Jiménez Fraud, el director de la Residencia de Estudiantes. En los trabajos de campo efectuados en aquella década de 1910 a 1920 por Gómez Moreno y Orueta para analizar los monumentos que tenían que estudiar, fuesen iglesias o esculturas, además de dibujar trozos arquitectónicos y medir ruinas iban acompañados de sus inseparables máquinas fotográficas que les permitieron capturar y registrar las huellas del pasado que querían descifrar, ayudándoles a transformar el «paisaje en historia y la historia en paisaje» (Varela, 1999: 229-257). Así en sus libros hay una perfecta interrelación entre imagen y objeto, característica de muchas de las aportaciones efectuadas por aquellos arqueólogos e historiadores del arte. Esos viajes por la España profunda dejaron honda huella a algunos de aquellos laboriosos excursionistas, como le sucedió a José Moreno Villa, quien en su exilio mexicano evocaría así su rastreo de huellas culturales del pasado en compañía de uno de los «capitanes» del Centro de Estudios Históricos: Poco a poco fui adentrándome y orientándome. Determiné estudiar las miniaturas mozárabes y visigóticas. Hice muchas excursiones con Gómez Moreno. Dibujé capiteles y zapatas, hice fotografías y tomé cantidad de apuntes. Desde entonces, desde 1911, empieza mi contacto con los pueblos de España, tan pobres y tan benditos como el pan. Con Gómez Moreno recorrí La Rioja, Haro, Santo Domingo de la Calzada, Burgos, Covarrubias, Santo Domingo de Silos, León, Alba de Tormes, Toro, San Román de Hornija… ¡Qué sé yo! (Moreno Villa, 2011: 85).

Y en otro texto de su etapa de exiliado, al dar cuenta de los autores y tramoyistas del cultivo de la historia del arte, nos explica cómo su ayuda a Gómez Moreno para preparar «su gran libro sobre las iglesias mozárabes» le suministró material y ambiente para algunos de sus trabajos literarios. Así ese extraordinario monumento que es la iglesia de San Baudilio de Berlanga en tierras sorianas le inspiró el cuento «Eximino, el presbítero», incluido en su libro Evoluciones, pues «aquel contacto con los pueblos, que era un contacto con el tiempo, me tocaba

1 4 

01-lopez-ocon.indd 14

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

Este edificio fue la segunda sede del Centro de Estudios Históricos durante la década de 1920. Archivo de la Residencia de Estudiantes.

muy hondo». De ahí que, ante las reconvenciones de Juan Ramón Jiménez acerca de que, por haberse inmiscuido en trabajos históricos o eruditos, se disciplinaría demasiado y se secaría su imaginación, se defienda subrayando que «todo es útil si se asimila bien» y ofrezca al lector un esquema claro y elocuente de cómo en aquellos años de su adscripción al Centro de Estudios Históricos organizaba su vida para simultanear su tarea de investigador en la historia del arte con sus actividades artísticas como poeta y pintor (Moreno Villa, 2011: 100). Mientras él se organizaba para llevar a cabo diversas actividades heterogéneas, reconocía que los dos líderes de esa institución estaban volcados a tiempo completo en sus tareas científicas: Gómez Moreno era de una gran actividad, y de una gran sobriedad. No fumaba, no bebía, no tomaba el café con los amigos. ¿Los tenía? Tenía mujer e hijos, pero ¿amigos? Los investigadores llegan a no tener tiempo para eso. Es lo que le ocurre también a Menéndez Pidal. Todas las horas de la vida son pocas para lo que tienen que hacer (Moreno Villa, 2011: 99).

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 15

15

18/05/15 12:30

Los altibajos de una labor colectiva en la nueva sede de la calle Almagro n.º 26 Tras una década de instalación «con modestia franciscana» en unas enormes salas situadas en la planta baja de la Biblioteca Nacional y diversos avatares en la busca de una nueva sede que paliase las deficiencias del local en el que estaba instalado, el Centro se trasladó a un pequeño palacete ajardinado ubicado donde se cruzan actualmente las madrileñas calles de Almagro y Zurbano. El nuevo local de dos pisos, sótano y buhardilla no era muy espacioso (López Sánchez, 2006: 62-64). En él convivirían por otra década filólogos con arqueólogos e historiadores en un ambiente sobrio, manteniendo un ritmo de trabajo silencioso y constante en medio de turbulencias políticas. La crisis final del turnismo del régimen de la Restauración desembocó en la proclamación de la dictadura del general Primo de Rivera, cuyo advenimiento al poder en 1923 puso en jaque la JAE y sus instituciones. Cajal tuvo que poner en acción toda su autoridad para salvaguardar la obra de la JAE, y aunque hubo injerencias gubernamentales en su funcionamiento, el grueso de su arquitectura institucional sobrevivió a la nueva situación política. Así podemos constatar que, instalados los integrantes del Centro de Estudios Históricos en «una morada de ascéticas prácticas»,8 mantuvieron su ritmo de trabajo y prosiguieron las líneas de investigación que habían empezado a desarrollar en años anteriores. Los integrantes de las secciones de Arqueología y Arte siguieron concentrados fundamentalmente en el estudio de la época medieval, sin desdeñar el conocimiento de otros tiempos más remotos, en particular los correspondientes a la cultura ibérica. Por ejemplo, durante el bienio 1920-1921, la sección de Arqueología española, dirigida por Manuel Gómez Moreno impulsó las siguientes diez líneas de trabajo: 1.ª Estudios sobre arquitectura megalítica y epigrafía romana, por Cayetano Mergelina; 2.ª Estudios sobre arte ibérico: repertorio general de objetos, por Juan Cabré Aguiló; 3.ª Numismática de los reyes de Taifas, por Antonio Prieto Vives; 4.ª Estudios sobre tejidos musulmanes, por Pedro M. de Artiñano; 5.ª Geometría decorativa, especialmente en el arte musulmán, por Antonio Prieto Vives; 6.ª Trazados arquitectónicos y decorativos musulmanes, por Emilio Antón y Emilio Camps Cazorla; 7.ª Arqueología prerromana por Manuel Gómez Moreno; 8.ª Estudios sobre arquitectura medieval cristiana, por Leopoldo Torres Balbás; 9.ª Platería española,

8   Así caracterizó Giménez Caballero al Centro de Estudios Históricos cuando lo visitó a finales de 1927. Véase su artículo «Nuestras visitas. El Centro de Estudios Históricos», El Sol, 30 de diciembre de 1927.

1 6 

01-lopez-ocon.indd 16

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

por José Ferrandis Torres; 10.ª Indumentaria militar medieval, por Francisco Rocher Jordá. A su vez, en ese mismo período de 1920-1921 la sección dirigida por Elías Tormo «Trabajos sobre arte escultórico y pictórico de España en la baja Edad Media y Renacimiento» también se mantuvo bastante activa, abriéndose al estudio del Barroco. En ella los colaboradores eran pocos y por tanto se dio prioridad al trabajo en equipo, como se aprecia en la siguiente relación de las once líneas de investigación que desarrollaron sus integrantes en ese bienio: 1.ª Anales de los Artistas biografiados por Palomino, y publicación de las fuentes literarias de su texto, por los colaboradores de la sección; 2.ª Artistas sevillanos del siglo xvii: Francisco Herrera, el Viejo, y Francisco Herrera, el Mozo, por Elías Tormo; 3.ª El Arte barroco en Madrid, por Elías Tormo y Manuel Herrera Gés; 4.ª Dibujos de pintores españoles del siglo xvii, por los colaboradores de la sección; 5.ª La vida y las obras de don Juan Carreño de Mirada, por Francisco J. Sánchez Cantón; 6.ª Estudios de Iconografía cristiana española, por Elías Tormo; 7.ª El Renacimiento artístico en tierra de Jaén, por los colaboradores de la sección; 8.ª Estudios sobre grabados españoles, por J. Domínguez Bordona; 9.ª Continuación del corpus general de artistas españoles, por los colaboradores de la sección; 10.ª La orfebrería española, por los colaboradores de la sección y los de la sección de Arqueología; 11.ª Fray Juan Rizi, escritor de arte y pintor de la escuela de Madrid, por Elías Tormo. Figura 4. Portada del primer número de la revista Archivo Español de Arte y Arqueología. Biblioteca Tomás Navarro Tomás (CCHS-CSIC). Fue hacia 1924 cuando las dos secciones decidieron unir sus esfuerzos para poner en pie una empresa colectiva que mostraba la solidez alcanzada por los arqueólogos e historiadores del arte del Centro tras haber hecho notables esfuerzos por ayudar a profesionalizar ambas disciplinas en el campo de las ciencias humanas. Me refiero a la creación de la revista cuatrimestral Archivo Español de Arte y Arqueología, cuyo

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 17

Manuel Gómez Moreno, director de la sección de Arqueología española del Centro de Estudios Históricos (Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC).

17

18/05/15 12:30

primer número se lanzó en enero de 1925. Hasta entonces los integrantes de esas secciones daban cuenta de los resultados de sus investigaciones en publicaciones externas como Arte español, Boletín de la Sociedad Española de Excursiones, Memorial numismático español, Actas y Memorias de la Sociedad Española de Antropología. Prehistoria y Etnografía, entre otras, o en la misma Revista de Filología Española, donde Gómez Moreno publicó en 1922 su relevante trabajo sobre el plomo de La Serreta (Alcoy), que fue decisivo para el desciframiento de la escritura ibérica. A partir de 1925, por una docena de años, y a través de treinta y nueve números, pues el último se publicó en el último cuatrimestre de 1937, los integrantes de las dos secciones arriba mencionadas del Centro de Estudios Históricos dispusieron de un órgano de expresión que utilizaron como medio de validación y comunicación de sus investigaciones. También lo usaron como plataforma de autoafirmación de su conciencia de grupo e instrumento de poder, llamando a sus páginas a sus aliados y excluyendo de ellas a sus rivales profesionales. Con ella estructuraban sus redes nacionales e internacionales, exhibían la dinámica e intereses de sus investigaciones y favorecían su labor de sistematización de los conocimientos de sus respectivos ámbitos disciplinares prestando especial atención a su función bibliográfica (Duclert y Rasmussen, 2002). Hasta mayo de 1932 la revista fue dirigida por los «capitanes» — en denominación de Moreno Villa— Manuel Gómez Moreno y Elías Tormo, quienes recibieron desde el primer número la inestimable colaboración como secretario de redacción de Francisco Javier Sánchez Cantón (1891-1971), vicedirector del Museo del Prado desde 1922. Él sería quien, ya en tiempos republicanos, sucediese a aquellos en la dirección de la revista a partir del número 23 de mayo-agosto de 1932. A lo largo de su trayectoria la revista mantuvo una estructura casi inalterable compuesta por tres secciones. La primera, la de Estudios, correspondía a la publicación de los artículos científicos en la que los autores, tras exponer el estado de la cuestión, presentaban detalladamente los resultados de sus pesquisas apoyados en un sólido aparato documental y ofrecían las conclusiones de sus hallazgos con las que intentaban avanzar en el conocimiento del problema que habían abordado. El primer número lo abrió Manuel Gómez Moreno con el artículo titulado «Sobre el Renacimiento en Castilla», en el que analizaba la obra del arquitecto Lorenzo Vázquez. Y le acompañaron Sánchez Cantón con un estudio sobre el pintor Nicolás Francés, Ricardo de Orueta con un trabajo titulado «Un escultor animalista del siglo xvi», y Juan Cabré con su artículo «Arquitectura hispánica. El sepulcro de Toya», en el que analizaba las características de este singular monumento funerario de la cultura ibérica ubicado en la provincia de Jaén.

1 8 

01-lopez-ocon.indd 18

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

La segunda, denominada Varia, permitía presentar avances de investigaciones en curso o documentos a los que se concedía un relevante valor historiográfico. Estuvo sostenida en sus primeros años por los colaboradores más asiduos de la revista que eran los historiadores más próximos a los directores como Diego Angulo Iñiguez (1901-1986), Juan de Mata Carriazo (1899-1989), Jesús Domínguez Bordona (18891963), Leopoldo Torres Balbás (1888-1960), y el ya mencionado secretario de redacción Francisco Javier Sánchez Cantón (1891-1971). Contaron con el apoyo ocasional de otros colaboradores como Manuel González Simancas (1885-1942), Antonio Gallego Burín (1895-1951) y Ángel Vegué y Goldoni, entre otros. La tercera sección, la de Bibliografía, mostraba el afán del equipo de la revista de hacer un seguimiento de las obras más representativas que se escribían en las principales lenguas europeas y peninsulares sobre historia del arte en general, y en particular sobre el arte hispánico. En el primer volumen de la revista aparecen, como colaboradores de esta sección, junto a los nombres ya mencionados los de Elías Tormo, Cayetano Mergelina (1890-1962), Juan Allende Salazar (1882-1938 y el arquitecto Pablo Gutiérrez Moreno (1876-1959). Conscientes de que la revista podía ser un útil instrumento de trabajo para sus lectores, cada tomo anual disponía de unos índices de materias, autores, artistas y personas notables, y localidades remarcando así el afán de sus redactores de organizar un archivo que permitiese un mejor conocimiento de los monumentos más significativos de la cultura española, muchos de ellos en peligro de desaparición, o susceptibles de expolio. De modo que parte de las actividades de los integrantes de esa sección estuvo encaminada a la defensa del patrimonio histórico-artístico del país. En esa labor varios de sus integrantes tuvieron importantes responsabilidades políticas. Ese fue el caso del conservador Elías Tormo, quien fue ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes durante el Go-

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 19

Elías Tormo (con barba en el centro), impulsor de los estudios de Historia del Arte en el Centro de Estudios Históricos. Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.

19

18/05/15 12:30

bierno que presidió el general Dámaso Berenguer entre el 24 de febrero de 1930 y el 18 de febrero de 1931. Tormo nombraría director general de Bellas Artes, que era el organismo encargado de velar por la salvaguardia del patrimonio cultural, a Manuel Gómez Moreno. Meses después, proclamada la República, ese mismo cargo también lo desempeñaría otro integrante del Centro de Estudios Históricos: Ricardo de Orueta, quien llevó a cabo una extraordinaria labor cultural, que sólo recientemente ha empezado a valorarse como destacaré más adelante. Es posible que el Archivo Español de Arte y Arqueología, en el que se dieron a conocer importantes trabajos arqueológicos y sobre el arte medieval fundamentalmente, pero también renacentista —como el trabajo que publicara Manuel Gómez Moreno en el número 17 de mayo-agosto de 1930 sobre «Miguel Ángel en España barroco y neoclásico»—, surgiera por emulación del Anuario de Historia del Derecho Español, otra importante revista impulsada por el Centro de Estudios Históricos. Esta nueva publicación nació en 1924, como consecuencia de la revitalización en el seno de esa institución de la escuela de Hinojosa, y de la irrupción en su seno de la poderosa personalidad de Claudio Sánchez Albornoz. Su quehacer fue fundamental en sus primeros pasos y consolidación, como ya subrayara en su momento Ramón Carande, quien al hacer su semblanza en su galería de amigos dice: No se agradecerá bastante lo que Albornoz puso de su parte en aquella empresa. Sus extraordinarias dotes organizadoras aunaron voluntades, infundieron aliento, ganaron colaboradores, movilizaron a los reacios y despertaron amor por la tarea colectiva que habría de cumplir lo prometido (Carande, 1989: 194).

Sánchez Albornoz, tras ejercer la docencia en las universidades de Barcelona y Valladolid, se instaló en Madrid en 1920 para ocupar la cátedra de su maestro Eduardo de Hinojosa. Al año siguiente, al convocar las Cortes un concurso para conmemorar el doce centenario de la batalla de Covadonga, Menéndez Pidal le instó a que se presentase a él con un estudio sobre las Instituciones sociales y políticas del reino de Asturias, tema elegido por las Reales Academias de la Historia y de la Lengua para ese concurso, con el señuelo de que el premio sería su consagración como historiador. Recién casado, Sánchez Albornoz se mostró renuente en principio a aceptar el encargo, pero finalmente Menéndez Pidal le sedujo y se sumergió entonces a fondo en el conocimiento del objeto de estudio. Como él mismo recordaría años después: «Examiné el pasado de los pueblos que iniciaron la Reconquista. Estudié la geografía del solar del reino de Asturias. Y recorrí sus viejos

2 0 

01-lopez-ocon.indd 20

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

caminos, sus viejas ciudades y sus campos de batalla para explicarme y comprender el curso de su historia política» (Sánchez Albornoz, 1972, VII-IX, citado por Martín, 1986: 74). Obtenido el premio y consagrado como medievalista, Sánchez Albornoz dio nueva vida, a partir de 1924, y con el título de Historia del Derecho Español, a la sección que había creado y dirigido Eduardo de Hinojosa, languideciente desde 1914, y que había desaparecido prácticamente tras su fallecimiento en 1919. En esa renacida sección, Sánchez Albornoz aglutinó a otros discípulos de Hinojosa como el profesor de Historia del Derecho en la Universidad de Barcelona, Galo Sánchez (1892-1969), y el de Historia de España en la Universidad de Salamanca, José Ramos Loscertales (1890-1956), especialistas en análisis críticos de textos jurídicos medievales, y a otros profesores universitarios como Laureano Díez Canseco (1862-1930), profesor de Historia del Derecho en la Universidad de Madrid, José María Ots Capdequí (1893-1975), también profesor de Historia del Derecho en la Universidad de Sevilla y Ramón Carande (1887-1986), profesor de Economía en la Universidad de Sevilla, quien nos dejaría vívidas semblanzas de varios de ellos en su Galería de amigos. Este fue el equipo que promovió la publicación del Anuario de Historia del Derecho Español, dirigida hasta 1930, el año de su fallecimiento, por Díez Canseco. No obstante, la clave de su andadura hasta la Guerra Civil fue Claudio Sánchez Albornoz, primero como secretario de redacción y luego como director al sustituir en esa responsabilidad a Díez Canseco. Con una estructura semejante a las otras revistas iniciales del Centro Estudios Históricos, como la Revista de Filología Española y el Archivo Español de Arte y Arqueología, en el Anuario de Historia del Derecho Español se publicaban artículos científicos, documentos y reseñas bibliográficas. Sus páginas destacaron por dar cabida a artículos relevantes de su equipo de redacción, como el que publicara en su primer volumen Sánchez Albornoz sobre «Las behetrías: la encomendación en Asturias, León y Castilla». Para su elaboración se apoyó en el importante mapa que había elaborado años atrás en el Centro de Estudios Históricos Pedro González Magro sobre las merindades y señoríos de Castilla en 1353. Sánchez Albornoz lo rescató de su archivo, lo completó y lo publicó como una muestra de reelaboración de los materiales que se iban acumulando en ese «lugar del saber histórico» y de la interacción entre sus diversas secciones. Un elemento llamativo de esta publicación, si la comparamos con el Archivo Español de Arte y Arqueología, es que desde su primer volumen convocó a un número muy considerable de autores extranjeros. Así, cuatro de los ocho artículos editados en el primer volumen, el del año

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 21

Portada del primer número de la revista Anuario de Historia del Derecho Español. Biblioteca Tomás Navarro Tomás (CCHS-CSIC).

21

18/05/15 12:30

1924, correspondieron a autores no españoles que publicaron los siguientes textos: los alemanes, Claudio barón de Schwering y Ernst Mayer9 los titulados respectivamente «Notas sobre la historia del derecho español más antiguo» (traducido por Ramón Carande) y «Dopsch y el capitulare de Villis»; el argentino Ricardo Levene, «Fuentes del Derecho indiano»; y el portugués Paulo Merea, «Sobre a palabra ‘Atondo’ (Contribuição filológica-jurídica para a história das instituições feudais na Espanha)». Esa relevante presencia de autores foráneos se mantuvo a lo largo de la revista y dio lugar a la presencia de los más importantes medievalistas europeos en sus páginas, como sucedió por ejemplo con el gran historiador francés Marc Bloch, quien publicó en el volumen de 1926 su artículo sobre «La organización de los dominios reales carolingios y las teorías de Dopsch». Otro elemento en el haber de este Anuario es su preocupación por favorecer el diálogo entre los historiadores y otros científicos sociales, como lo revela la publicación en el volumen de 1926 del texto «Comienzo y objetivo de la sociología», de J. von Below, «experto piloto para los historiadores españoles del derecho y de la economía», en palabras del traductor de ese artículo Ramón Carande (1989: 27), que lo había tenido como profesor en Berlín cuando estuvo en Alemania como pensionado de la JAE entre 1911 y 1913. Esa proyección internacional del Anuario fue in crescendo. A ella contribuyó el esfuerzo de Claudio Sánchez Albornoz por dar a conocer por todas partes los resultados de las investigaciones del Centro de Estudios Históricos, sobre todo a lo largo de un viaje que hizo por varios países de Europa hacia 1927. Y así logró presentar la pujanza de este centro de investigaciones a los primeros lectores de esa gran publicación francesa que fue Annales d’histoire économique et sociale, que tanto impacto tuvo en la historiografía del siglo xx. En efecto, en el número 3 de esa publicación, de 15 de julio de 1929, le publicaron un breve artículo de dos páginas titulado «Le Centre d’études historiques de Madrid». Un año después, el 15 de julio de 1930, uno de los redactores de Annales se hizo eco de la calidad de la revista que empezó a dirigir Claudio Sánchez Albornoz ese año al publicar en los Annales una nota titulada «L’annuaire d’histoire du droit espagnol». La firmaba M.B, quizás Marc Bloch. El prestigio creciente del Anuario y la implicación cada vez mayor de Claudio Sánchez Albornoz en las actividades del Centro, a pesar de   De este relevante historiador del derecho alemán, profesor de la Universidad de Würzburg, la sección de Historia del Derecho Español del Centro de Estudios Históricos de la JAE publicó en 1925 y 1926 los dos volúmenes de su gran obra, Historia de las instituciones sociales y políticas de España y Portugal durante los siglos v a xvi. Galo Sánchez se encargó de la traducción del primer volumen y Ramón Carande del segundo. 9

2 2 

01-lopez-ocon.indd 22

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

las diferencias de criterio que tuvo con los filólogos por la distribución de recursos (Sánchez López, 2006: 115-117), supuso que para el curso 1928-1929 la sección de Historia del Derecho español se transformase en la de Historia de las Instituciones Medievales Españolas, animada por un seminario dirigido por Claudio Sánchez Albornoz. Sus primeros asistentes fueron cuatro mujeres —Concha Muedra, Felipa Niño, María África Ibarra y Consuelo Sanz— y siete varones, entre los que destacarían Luis García de Valdeavellano, quien sustituiría a Claudio Sánchez Albornoz en la secretaría de redacción del Anuario a partir de 1930, y José María Lacarra (Memoria de la JAE, 1929-1930: 176-177). En el curso siguiente, cuando los integrantes del seminario abordaron el estudio de los hidalgos en España en la Edad Media, se agregaron a él otras cuatro mujeres: Pilar Loscertales, Carmen Pescador, Carmen Rúa y María Brey, quien se casaría años después con el notable filólogo Antonio Rodríguez Moñino. A finales de la década de 1920, cuando el Centro de Estudios Históricos efectuó un nuevo traslado a su última sede, ubicada en lo que fue Palacio del Hielo, en la madrileña calle duque de Medinaceli, donde también se instaló la administración de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones, los medievalistas del Centro de Estudios Históricos estaban en plena expansión y con una gran confianza en sus fuerzas debido al prestigio creciente de Claudio Sánchez Albornoz entre sus colegas europeos. Pero la situación era diferente entre los arqueólogos e historiadores del arte que se debilitaron en el ámbito investigador cuando sus líderes, Tormo y Gómez-Moreno, pasaron a ocupar responsabilidades políticas en el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes del Gobierno dirigido por el general Berenguer, como se indicó con anterioridad. Así lo reconocía Gómez Moreno en su etapa de director general de Bellas Artes en una carta que le dirigió a uno de sus discípulos predilectos, Juan de Mata Carriazo, en diciembre de 1930: El Centro [de Estudios Históricos está] muy lánguido, pues con la ida de [Francisco Javier Sánchez] Cantón y [Emilio] Camps que no volverán hasta fin de año, y la de [Manuel] de Terán, que languidece en Calatayud, y perderse la esperanza de que vuelvan Vd. y Mergelina, resulta que todo son bajas. Ahora nos trasladamos al Palacio del Hielo, donde sobra tanto local como faltará dinero y gente para removerlo (Carriazo, 1977: 24, citado por Mederos Martín, 2010: 65).

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 23

23

18/05/15 12:30

Los años de esplendor republicano

Fachada del edificio que fue la última sede del Centro de Estudios Históricos de la JAE en la calle Medinaceli de Madrid. Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.

2 4 

01-lopez-ocon.indd 24

Esas previsiones negativas de Gómez Moreno no se verían cumplidas en el primer lustro de la década de 1930. El traslado al Palacio del Hielo coincidió con el advenimiento de la Segunda República el 14 de abril de 1931. El Centro recibió entonces numerosos y generosos apoyos de los gobiernos republicanos, particularmente en el bienio 1931-1933, etapa que coincidió con la asunción de responsabilidades políticas por destacados investigadores del Centro. Así sucedió con Claudio Sánchez Albornoz, sucesivamente rector de la Universidad Central entre 1932 y 1934 y ministro de Estado en 1933, o con Ricardo de Orueta, director general de Bellas Artes entre abril de 1931 y diciembre de 1933, y entre febrero y septiembre de 1936: los dos investigadores destacados militantes de los partidos liderados por Manuel Azaña, primero Acción Republicana y luego Izquierda Republicana. El presupuesto del Centro, por ejemplo, experimentó en la etapa republicana un salto considerable. En 1912 se había financiado con 50.601 pesetas. Esa cantidad ascendió lentamente: a 89.000 pesetas en 1915 y a 125.000 pesetas en el curso 1930-1931. Pero con la nueva situación política el incremento de su financiación fue espectacular al disponer el Centro en el curso 1933-1934 de más de 375.000 pesetas para afrontar sus gastos, que se incrementaron notablemente. Las secciones ya establecidas asumieron nuevas tareas y responsabilidades. Si los filólogos mantuvieron su preeminencia en la vida del Centro, y crecieron en número de efectivos y en responsabilidades, historiadores del arte y medievalistas se vieron también favorecidos por la nueva situación política. Nada más formarse el Gobierno provisional del nuevo régimen republicano se situó al frente de la Dirección General de Bellas Artes un investigador del Centro de Estudios Históricos y firme defensor del patrimonio histórico-artístico como Ricardo de Orueta. En seguida propuso al ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Marcelino Domingo una serie de decretos y medidas para impedir la destrucción y expolio del «tesoro artístico nacional». Tal y como ha subrayado Miguel Cabañas, la norma más significativa de la labor conservacionista emprendida por el Estado republicano fue el Decreto de 3 de

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

junio de 1931. En él se declararon Monumentos Histórico-Artísticos pertenecientes al Tesoro Artístico Nacional entre 760 y 850 monumentos y conjuntos arquitectónicos y arqueológicos, con lo que se incrementaba notablemente la lista de los 325 monumentos existentes hasta entonces dignos de ser protegidos por el Estado (Cabañas, 2014: 40).

Francisco Javier Sánchez Cantón y Ricardo de Orueta (de perfil), dos historiadores del arte del Centro de Estudios Históricos. Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.

Paralelamente Orueta convenció al ministro Domingo para que mediante decreto de 13 de julio de 1931 se crease en el Centro de Estudios Históricos, del que procedía Orueta como hemos visto,10 el Fichero de Arte Antiguo. Su objetivo era elaborar un inventario de las obras de arte existentes en el territorio español antes de 1850, y de «formar un Fichero especial de las obras de arte de importancia des10   En los últimos años el archivo de la biblioteca Tomás Navarro Tomás ha realizado una magnífica labor ordenando, digitalizando y poniendo en valor el fondo Orueta que se conserva en él, en el que destaca la existencia de centenares de cartas que se pueden consultar a través de este enlace: http://biblioteca.cchs.csic.es/detalle_noticias.php?id_noticias=699. Una descripción de este importante fondo archivístico en Ibáñez González, Sánchez Luque y Villalón Herrera (2011): «Ricardo Orueta y su legado en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC». Comunicación presentada en las Quintas Jornadas de Archivo y Memoria. Extraordinarios y fuera de serie: formación, conservación y gestión de archivos personales, Madrid, 17-18 febrero. Visible en http://www.archivoymemoria.com.

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 25

25

18/05/15 12:30

truidas o exportadas desde 1875 hasta el día», además de otras funciones de apoyo a la labor de la Dirección General de Bellas Artes. Se encomendaba esa labor a las secciones de Arte y Arqueología del Centro de Estudios Históricos por su capacidad de poder hacer una «colaboración regular y constante» con la mencionada dirección general, gracias, tal y como señalaba el decreto, a «su Biblioteca especializada, su colección de varios millares de fotografías, el custodiarse allí los Catálogos monumentales, la competencia de quienes trabajan en dichas Secciones, la continuidad de una labor de veinte años» (Cabañas, 2014: 43). Uno de los resultados de la estrecha colaboración entre los integrantes del Centro de Estudios Históricos y la Dirección General de Bellas Artes en el primer bienio republicano fue la publicación en julio de 1932, por parte de un amplio equipo de diecisiete investigadores, dirigido por Francisco Javier Sánchez Cantón, de la obra Monumentos españoles: catálogo de los declarados nacionales, arquitectónicos e histórico-artísticos, editada en dos volúmenes por el Centro de Estudios Históricos. La obra, que era «un compendio de nuestro tesoro artístico», no sólo fue encomiada por el propio Orueta en una entrevista que se le hizo en el primer número de RTE. Revista Española de Turismo, sino también en las páginas del diario republicano La Voz de 1 de agosto de 1932 por Ángel Vegué y Goldoni (Cabañas, 2014: 49). Este personaje no sólo ejerció de periodista en esa ocasión, sino que era sobre todo profesor de Historia del Arte de la Escuela de Bellas Artes de Toledo y en la Escuela Superior del Magisterio de Madrid, colaborador desde 1928 con varios artículos en la revista Archivo Español de Arte y Arqueología del Centro de Estudios Históricos,11 y propietario de una famosa casa llamada El Ventanillo que visitara Manuel de Falla, y en la que vivieron en sus escapadas de fines de semana varios integrantes del Centro de Estudios Históricos en la década de 1910, como García Solalinde, Alfonso Reyes, José Moreno Villa y Américo Castro.12 La labor de los medievalistas también se vio favorecida por el nuevo régimen republicano gracias a las conexiones políticas de Claudio Sánchez Albornoz. De hecho a la sección de Historia de las Instituciones Medievales Españolas se le encargó la organización de un potente Instituto de Estudios Medievales por Decreto de 14 de enero de 1932 del Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, cuando ocupaba 11   Entre esas colaboraciones en el Archivo Español de Arte y Arqueología cabe señalar las siguientes: «El Cardenal Quiroga, retratado por El Greco», 1928, vol. IV, n.º 11; «Gerardo Starnina en Toledo», 1930, vol. VI, n.º 17; «La dotación de Pedro Fernández de Burgos en la catedral de Toledo y Gerardo Starnina», 1930, vol. VI, n.º 18; «La ‘Biblia Rica’ de San Luis rey de Francia», 1931, vol. VII, n.º 21. 12   Véase al respecto Angelina Serrano de la Cruz (1998): «La ‘orden de Toledo’, Una aventura en el Toledo de los años 20». Añil. Cuaderno de Castilla-La Mancha, n.º 16, pp. 54-56.

2 6 

01-lopez-ocon.indd 26

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

esa cartera el socialista Fernando de los Ríos en un Gobierno presidido por Azaña, a cuyo partido —como ya se ha señalado— pertenecían Sánchez Albornoz y Orueta. La principal tarea del nuevo Instituto que empezó a funcionar en abril de 1932 era preparar la edición de los Monumenta Hispaniae Historica. Para efectuar esa labor se organizaron una serie de viajes de investigación por diversos archivos españoles fotografiando documentos con máquinas Leica que adquirió el Instituto. También instaló un laboratorio fotográfico a cargo del fotógrafo Magallón para organizar con rapidez un archivo fotográfico, del que aún se conservan materiales en el actual archivo de la biblioteca Tomás Navarro Tomás del CSIC. El Instituto, dirigido por Sánchez Albornoz, se organizó en cuatro secciones: la de historia de las instituciones medievales, que se ocupaba de la publicación del Anuario de Historia del Derecho Español; la de Fueros, dirigida por Galo Sánchez, con el que colaboraban José María Lacarra y dos mujeres —Loscertales y Pardo—, que tenía como objetivo preparar un catálogo completo de fueros y cartas-pueblas que formasen la subdivisión de Leges et Consuetudines de los futuros Monumenta Hispaniae Historica; la de Diplomas, dirigida por el mismo Sánchez Albornoz, y en la que colaboraban en sus inicios cuatro mujeres —Brey, Gutiérrez del Arroyo, Casares y Caamaño—, se preocupaba por preparar una edición de los documentos reales astur-leoneses hasta 1037

Investigadoras del Centro de Estudios Históricos en los años republicanos. Archivo del Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC.

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 27

27

18/05/15 12:30

Portada de Índice Literario. Biblioteca Tomás Navarro Tomás (CCHS-CSIC).

2 8 

01-lopez-ocon.indd 28

para el primer volumen de los Diplomata y Chartae de los mencionados Monumenta Hispaniae Historica; y la cuarta y última sección era la dirigida por el bibliotecario del Centro Benito Sánchez Alonso y se dedicaba al estudio de crónicas preparando en el primer bienio de funcionamiento del Instituto de Estudios Medievales la edición crítica de un volumen de fuentes narrativas de la época visigótica. Aunque este Instituto, debido al escaso tiempo en el que pudo desenvolverse y a las diversas ocupaciones políticas de Sánchez Albornoz, ofreció escasos resultados, fue considerado, sin embargo, por observadores europeos del Centro, como el historiador belga Charles Verlinden, como «la section (del Centro de Estudios Históricos) qui s’est le plus renouvellé, dans ces dernières années» (Verlinden, 1935: 12-13). Pero probablemente el hecho más relevante del dinamismo del Centro de Estudios Históricos en los años republicanos fue el surgimiento de nuevas secciones que dispusieron de sus propios órganos de expresión, de tal manera que entre 1932 y 1935 se crearon tres nuevas secciones y otras tantas nuevas publicaciones periódicas. En marzo de 1932 se creó, en efecto, la sección denominada Archivos de Literatura Contemporánea. La formaron inicialmente el catedrático de Universidad y poeta Pedro Salinas, auxiliado por María Galvarriato y José María Quiroga Pla (1902-1955). En seguida ese reducido equipo, al que se incorporarían posteriormente otros colaboradores como Guillermo de Torre, Vicente Llorens o María Josefa Canellada (Pedrazuela, 2010: 105), lanzó la revista Índice Literario, una importante publicación que suponía una apuesta del Centro por aproximarse al conocimiento de la producción cultural contemporánea, pues en ella se informaba de las novedades literarias españolas casi mes a mes, dado que la revista publicaba diez números al año. Desde su primer número (en junio de 1932) al último (el 41), editado en junio de 1936, su estructura fue inalterable. A un artículo sobre una obra o un tema literario de actualidad —por ejemplo en el último número se hizo un estudio de «La poesía de Luis Cernuda»—, le sucedían reseñas de novelas y narraciones, ensayos literarios, obras dramáticas, poesía y literatura histórica. A esas reseñas se añadían pasajes seleccionados de críticas aparecidas en la prensa. Obra de un equipo, ninguna de esas colaboraciones aparecía firmada, lo que constituye un caso excepcional entre las publicaciones del Centro. Índice Literario constituye ciertamente una fuente insustituible para el conocimiento de la producción cultural republicana en el cuatrienio 1932-1936, como se ha destacado recientemente al efectuar un análisis de parte de la correspondencia entre Pedro Salinas y Quiroga Plá (González, Gálvez, Pedrazuela, 2014). Su estudio en profundidad se

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

está iniciando gracias a un convenio de colaboración entre la Fundación Biblioteca Virtual Cervantes, en cuyo sitio web se puede consultar gran parte de la colección de la revista,13 y el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC. La sección de Estudios Clásicos del Centro de Estudios Históricos se creó por una orden ministerial de 28 de febrero de 1933 a iniciativa de los principales responsables de la sección de Filología (Barrios Castro, 2011). Menéndez Pidal firmó, en efecto, la presentación de la revista Emérita, órgano de expresión de esa sección, en la que defendió la conveniencia de revitalizar el estudio del legado grecolatino en la cultura hispana. Américo Castro, por su parte, se desplazó a Ginebra para convencer al profesor italiano Giuliano Bonfante (1904-2005), quien se encontraba allí exiliado por sus posiciones políticas antifascistas, para que se hiciese cargo de la nueva sección. El mismo Bonfante se hizo cargo de la dirección de Emérita en su primera etapa, que duró hasta 1937. Este cuidado boletín de lingüística y filología clásica, de periodicidad semestral, contenía una sección dedicada a trabajos originales de investigación, efectuados por autores españoles y extranjeros; una muy amplia sección de reseñas de revistas de la especialidad y otra sección de reseña de libros. A Bonafante le ayudaron a sostener Emérita, entre otros colaboradores, los más destacados latinistas y helenistas españoles de aquel momento, como José Manuel Pabón (18921978), de la Universidad de Salamanca, el catedrático de Latín del Instituto del Cardenal Cisneros de Madrid Vicente García de Diego (1878-1978), el también catedrático de Latín de instituto Clemente Hernando Balmori (1894-1966), el catedrático universitario de Lengua y Literatura Latinas Pedro Urbano González de la Calle (18791966) y un joven Antonio Tovar (1911-1985), entre otros. Además esta sección, como todas las demás del Centro de Estudios Históricos, tuvo una acusada vertiente educativa. Elaboró bibliografías para orientar a los interesados en los estudios clásicos; preparó una colección de manuales científicos de alta divulgación, como el del profesor de la Universidad de Breslau (actual Wroclaw) Wilhelm Kroll, La sintaxis científica en la enseñanza del latín, que tradujo de la tercera edición alemana A. Pariente, publicado en 1935; dio a conocer en lengua castellana la importante obra del profesor de la Universidad de Viena Paul Kretschmer, Las lenguas y los pueblos indoeuropeos, publicada en 1934 gracias a una traducción de M. Sánchez Barrado y A. Magariños e ilustrada con importantes mapas originales preparados por los integrantes de la sección; y organizó en los locales del Centro cursos regulares para la introducción a la investigación científica. En el del año   Véase el sitio web http://www.cervantesvirtual.com/obra/archivos-de-literatura-contemporanea-indice-literario. 13

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 29

Portada del primer número de la revista Emérita. Boletín de Lingüística y Filología Clásica. Biblioteca Tomás Navarro Tomás (CCHS-CSIC).

29

18/05/15 12:30

1934 asistieron treinta y nueve personas que siguieron cursos de latín leyendo a Tácito, de griego familiarizándose con Platón y de historia de la lengua latina (Memoria JAE, 1935: 232). Y cultivó las relaciones con investigadores extranjeros, en el intenso proceso de internacionalización que tuvo el Centro durante los años republicanos. Por ejemplo, en abril de 1934, el profesor belga Faider de Gante dio tres conferencias sobre temas de lexicografía latina (Memoria JAE, 1935: 231). En septiembre de 1933 se estableció la última sección del Centro de Estudios Históricos: la de Estudios hispanoamericanos, en una coyuntura de intensificación de las relaciones culturales y científicas entre España y la América latina (Bernabeu Albert y Naranjo, 2008: 79-94; López-Ocón, 2013). Bajo la dirección de Américo Castro (1885-1972), quien se encontraba en plena madurez intelectual, los integrantes de esta sección iniciaron las siguientes líneas de investigación: la edición crítica de la Verdadera Historia de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, por Américo Castro, Ramón Iglesia y Antonio Rodríguez Moñino; una bibliografía de las lenguas indígenas de América y estudios sobre las mismas lenguas, por Ángel Rosenblat y Lázaro Sánchez Suárez; un estudio sobre los títulos jurídicos de la soberanía española en América, por Manuel García-Pelayo; trabajos cartográficos sobre el descubrimiento y conquista de América, por Juan Dantín Cereceda y Vicente Loriente; y estudios sobre la conquista española de América, por Silvio Zavala (Memorias JAE, 1935: 248-249). Resultados de esas investigaciones se presentaron en Tierra Firme, accesible en la actualidad gracias a una edición facsímil impulsada por Salvador Bernabéu y Concepción Naranjo. Esta publicación trimestral, cuyo primer número correspondió al primer trimestre de 1935, fue dirigida originariamente por Enrique Díez-Canedo. Se concibió inicialmente como una plataforma de las investigaciones en humanidades y ciencias sociales y un mediador cultural entre Europa y la América hispana como ya señalé hace tiempo. Su aspiración, según la nota editorial del primer número, era ofrecer a un público de habla española un análisis de «los problemas españoles y del mundo hispano, y con ellos las tendencias del pensamiento universal que el hombre moderno necesita conocer para acomodar su vida mental al ritmo del tiempo» y «sustituir la retórica y divagación con que se han tratado los más vitales temas hispánicos por el dato exacto y la comprensión más severa». Se organizó en cuatro secciones: ensayos de autores españoles y extranjeros (en el primer número las firmas correspondieron a Américo Castro, Gonzalo Rodríguez Lafora, John Huizinga, Karl Manheim y Ernst Wagemann); resultados de investigaciones como la llevada a cabo por Ángel Rosenblat sobre el desarrollo de la población indígena de América; documentos y notas bibliográficas. Estas últimas

3 0 

01-lopez-ocon.indd 30

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

fueron realizadas en el primer número por Gustavo Pittaluga, Nicolás Pérez Serrano, Ramón Carande, Antonio Tovar y E.L., iniciales que quizás correspondían a Enrique Lafuente. Después de un año de vida Tierra Firme, se transformó a partir del primer trimestre de 1936 en el órgano de la sección hispanoamericana del Centro de Estudios Histórico, cuyos integrantes habían participado activamente en el desarrollo del importante congreso internacional de Americanistas que tuvo lugar en Sevilla en 1935. En esa sección y en su portavoz, la efímera Tierra Firme, trabajaron juntos como redactores, durante un breve pero intenso y fructífero período de tiempo, investigadores españoles como Ramón Iglesia Parga, Manuel Ballesteros Gaibrois, Antonio Rodríguez Moñino y Juan Dantín Cereceda, y latinoamericanos como el salvadoreño Rodolfo Barón Castro, el mexicano Silvio Zavala —discípulo en aquel entonces de Rafael Altamira y fallecido recientemente— y el argentino, luego nacionalizado venezolano, Ángel Rosenblat.

Colofón La fértil e intensa actividad científica que se llevaba a cabo en los primeros meses de 1936 en los despachos e instalaciones del Centro de Estudios Históricos y de la JAE ubicados en Medinaceli, 4 quedó interrumpida (casos de la Revista de Filología Española, Anuario de Historia del Derecho Español y Emérita) y cortocircuitada en otros —como sucedió con Archivo Español de Arte y Arqueología, Índice Literario y Tierra Firme, que dejaron de publicarse definitivamente entre el segundo semestre de 1936 y finales de 1937— por el inicio del golpe de Estado el 18 de julio de 1936 y el consiguiente asedio de Madrid por las tropas sublevadas contra el Gobierno republicano. Tras el traslado de la plana mayor de la JAE a Valencia a finales de 1936, se intentó continuar la labor del Centro de Estudios Históricos. De hecho hubo energía y recursos para editar los números de las publicaciones que hemos presentado en este panorama, a excepción de Índice Literario, hasta finales de 1937. Es elocuente al respecto el testimonio con el que se cerró la vida de Tierra Firme, en el que María Zambrano hizo un balance de un año de labor cultural de la República española entre julio de 1936 a julio de 1937. Pero a partir de entonces el esfuerzo ímprobo de las decenas de humanistas —historiadores, arqueólogos y filólogos— que han desfilado por estas páginas quedó interrumpido irremisiblemente, de manera que el robusto árbol de las ciencias humanas que los fundadores del Centro de Estudios Históricos de la JAE intentaron arraigar en tierra hispana allá por 1910 quedó truncado en su crecimiento y se tronchó de mane-

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 31

Figura 12. Portada del primer número de la revista Tierra Firme. Biblioteca Tomás Navarro Tomás (CCHS-CSIC).

31

18/05/15 12:30

ra inevitable. Así lo vislumbró certeramente Alonso Zamora Vicente en el aciago otoño de 1936. Su elocuente testimonio elaborado años después es el siguiente: Debió de ser, si mi memoria no me engaña (y solamente ante la circunstancia concreta de estas páginas lo intento recordar) en los días iniciales de noviembre de 1936, ya los primeros bombardeos de la artillería blanca cayendo sobre Madrid. Me despido de Navarro [Tomás Navarro Tomás], quien, por el bailoteo circunstancial de los cargos, desempeña en ese instante la dirección de la Biblioteca Nacional. Estamos en la puerta del Centro, en Medinaceli, 4. Le acompaña esta tarde don Ramón Menéndez Pidal. La calle, las seis de la tarde más o menos, está vacía, una luz gris y estremecida rodeándola. La iglesia frontera, cerrada, convertida en algo ocasional, almacén, depósito de algo, cuartel, qué sé yo qué. No hay nada del bullicio ordinario de extranjeros y gentes variopintas en la esquina del hotel Palace, sustituido de sopetón por un angustioso alboroto de ambulancias: se está convirtiendo el lujoso hotel en hospital de sangre… En ese minuto preciso de la tarde novembrina, todos estamos absolutamente igualados por la locura envolvente: un pasmo infinito en la mirada, una inmensa pena en el corazón. Cómo decir entonces «Hasta mañana», si el mañana es una amenazante duda, un penetrante escalofrío. Detrás de la puerta de Medinaceli 4, no podíamos calcularlo bien al decirnos adiós, se quedaba guillotinado un período excepcional y fecundo de nuestra historia científica. Lo que hasta ese día había sido una arrogante afirmación se trocaba en una interrogación difusa. La subsiguiente aventura de los supervivientes no ha tenido otra meta que la de luchar contra la inseguridad y lograr salvar lo que en ciencia es fundamental: la continuidad (Zamora Vicente, 1979 en Pedrazuela, 2010: 75).

Indudablemente el catálogo en el que se inserta este texto y la exposición que lo acompaña son una demostración de la voluntad del CSIC, manifestada desde hace más de una década, por intentar recuperar el esfuerzo llevado a cabo por los pioneros del Centro de Estudios Históricos para impulsar el cultivo de las ciencias humanas en este país, precisamente cuando los humanistas de esa institución empezaron a buscar una nueva sede que sustituyese a su «achacosa» morada de Medinaceli. Este hecho se produjo a lo largo de 2007, cuando se trasladaron a su nueva sede de la calle Albasanz para ocupar gran parte del flamante Centro de Ciencias Humanas y Sociales. Se prosigue así una tarea colectiva iniciada hace tiempo, en la que cabe destacar, entre otras, las contribuciones de Javier Varela (1999), José María López Sánchez (2006), la valiosa información contenida en el Diccionario Akal de historiadores españoles contemporáneos (1840-1980) editado por Ignacio Peiró y Gonzalo Pasamar, las contribuciones existentes sobre las ciencias humanas en la colección Novatores de la editorial Nivola y las colaboraciones de las obras conmemorativas de los cente-

3 2 

01-lopez-ocon.indd 32

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

narios de la JAE y del Centro de Estudios Históricos producidas entre 2007 y 2010 e impulsadas, entre otras instancias, por la Residencia de Estudiantes, el propio CSIC, la Real Academia de la Historia o la institución Fernando el Católico de Zaragoza. Todas ellas nos permiten ir reconstruyendo un complejo rompecabezas que nos hace posible profundizar en el conocimiento de «aquel Centro de Estudios Históricos sin cuya acción intelectual es apenas concebible el esplendor literario contemporáneo de España y nuestra América», en palabras de Juan Marichal (1984: 200).

Bibliografía Alonso, Dámaso (1979): «Pluralidad y unidad temáticas en la obra de Menéndez Pidal», en Corporación de Antiguos Alumnos de la Institución Libre de Enseñanza (ed.), ¡Alça la voz, pregonero! Homenaje a D. Ramón Menéndez Pidal, Madrid, Cátedra-Seminario Menéndez Pidal, pp. 17-42. Altamira, Rafael (1895): La enseñanza de la historia, Madrid, Victoriano Suárez editor. Barrios Castro, María José (2011): «Los orígenes de la revista Emérita y el Centro de Estudios Históricos», en Actas del XII Congreso Español de Estudios Clásicos. Grecia y Roma en el Renacimiento y siglos posteriores. Comunicaciones de Tradición Clásica, vol. III, Madrid, Sociedad de Estudios Clásicos, pp. 351361. Bernabéu Albert, Salvador y Naranjo Orovio, Consuelo (2008): «Historia contra la “Desmemoria” y el olvido: el Americanismo en el Centro de Estudios Históricos y la creación de la revista Tierra Firme (1935-1937)». Estudio introductorio e índices de la edición facsimilar en siete volúmenes de Tierra Firme, Madrid, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales-Consejo Superior de Investigaciones Científicas-Amigos de la Residencia de Estudiantes. Cabañas, Miguel (2014): «Ricardo de Orueta, guardián del arte español. Perfil de un trascendente investigador y gestor político del patrimonio artístico», en AA. VV., En el frente del arte. Ricardo de Orueta 1868-1939, Madrid, Acción Cultural Española [catálogo de exposición], pp. 20-77. Carande, Ramón (1989): Galería de amigos, ed., introd. y notas de Bernardo Víctor Carande, Madrid, Alianza. Carriazo y Arroquia, Juan de Mata (1977): El maestro Gómez-Moreno contado por el mismo. Discurso leído el día 8 de Mayo de 1977, en su recepción pública, por el Excmo. Sr. D. Juan de Mata Carriazo y Arroquia y contestación del Excmo. Sr. D. Emilio García Gómez, Sevilla, Real Academia de la Historia. Castillejo, David (1997-1999): El epistolario de José Castillejo: los intelectuales reformadores de España, 3 vols. (I. Un puente hacia Europa, 1896-1909; II. El espíritu de una época, 1910-1912; III. Fatalidad y porvenir, 1913-1937), Madrid, Castalia.

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 33

33

18/05/15 12:30

Duclert, Vincent y Rasmussen, Anne (2002): «Les revues scientifiques et la dynamique de la recherche», en Jacqueline Pluet-Despatin, Michel Leymarie y Jean-Yves Mollier, (dirs.), La Belle Époque des revues 1880-1914, [Paris], Editions de l’Imec (Intitut Mémoires de l’édition contempo­ raine). Eskildsen, Kasper Rijsberg (2007): «Leopold von Ranke, la passion de la critique et le séminaire d’histoire», en Christian Jacob (dir.), Lieux de savoir. Espaces et communautés, Paris, Albin Michel, pp. 462-482.  Glick, Thomas F (1994): «Ciencia, política y discurso civil en la España de Alfonso XIII», en Guillermo Gortázar (ed.), Nación y Estado en la España liberal, Madrid, Noesis. Gómez-Moreno, María Elena (1995): Manuel Gómez-Moreno Martínez, Madrid, Centro de Estudios Ramón Areces. González García, Juana; Gálvez Ramírez, Pascual y Pedrazuela Fuentes, Mario (2014): «Epistolario Pedro Salinas-José María Quiroga Plá: una amistad en dos tiempos», Laberintos, n.º 16, pp. 349-380. Junta para Ampliación de Estudios (1910-1937): Memorias, Madrid. López Sánchez, José María (2006): Heterodoxos españoles. El Centro de Estudios Históricos, 1910-1936, Madrid, Marcial Pons Historia. López-Ocón, Leoncio (2007): «El cultivo de las ciencias humanas en el Centro de Estudios Históricos de la JAE», Revista Complutense de Educación, vol. 18, n.º 1, pp. 59-76. López-Ocón, Leoncio (2013): «Entrecruzamientos hispano-americanos en la Universidad Central (1931-1936)», en Eduardo González Calleja y Alvaro Ribagorda (eds.), La Universidad Central durante la Segunda República. Las Ciencias Humanas y Sociales y la vida universitaria (1931-1939), Madrid, Dykinson-Universidad Carlos III, pp. 237-267. Marichal, Juan (1984): Teoría e historia del ensayismo hispánico, Madrid, Alianza. Marín, Manuela; Puente, Cristina de la; Rodríguez Mediano, Fernando; Pérez Alcalde, Juan Ignacio (2009): Los epistolarios de Julián Ribera Tarragó y Miguel Asín Palacios. Introducción, catálogo e índices, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Martín, José Luis (1986): Claudio Sánchez Albornoz, Valladolid, Junta de Castilla y León. Mederos Martín, Alfredo (2010): «Una trayectoria rota. Juan de Mata Carriazo, catedrático de Prehistoria e Historia de España Antigua y Media de la Universidad de Sevilla», Spal. Revista de Prehistoria y Arqueología, Universidad de Sevilla, 19, pp. 61-96. Moreno Villa, José (2011): Memoria, ed. de Juan Pérez de Ayala, MéxicoMadrid, El Colegio de México-Residencia de Estudiantes. Pedrazuela Fuentes, Mario (2010): Alonso Zamora Vicente: vida y filología, Alicante, Publicaciones de la Universidad de Alicante. Pedrazuela Fuentes, Mario (2014): «Los estudios literarios y lingüísticos en la Facultad de Filosofía y Letras a lo largo del siglo xix en España», Revista argentina de historiografía lingüiistica, VI, 1, pp. 51-71. Peiró Martín, Ignacio (2013): Historiadores en España. Historia de la Historia y memoria de la profesión, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza.

3 4 

01-lopez-ocon.indd 34

LA DINÁMICA INVESTIGADORA DEL CENTRO DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DE LA JAE

18/05/15 12:30

Sánchez-Albornoz, Claudio (1972): Orígenes de la nación española: estudios críticos sobre la historia del reino de Asturias, vol. I, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos. Sánchez-Albornoz, Claudio (1975): Mi testamento histórico-político, Barcelona, Planeta. Varela, Javier (1999): La novela de España: los intelectuales y el problema español, Madrid, Taurus. Verlinden, Charles (1935): «Le Centro de Estudios históricos de Madrid. Un centre de travail insuffisamment connu», en Revue du Cercle des Alumni de la Fondation Universitaire (Extrait du tome VI, n.º 3, février 1935), Bruxelles, 14 pp. Zamora Vicente, Alonso (1979):  «Tomás Navarro Tomás (1884-1979», en Mario Pedrazuela (ed.), Alonso Zamora Vicente. Recuerdos filológicos y literarios, Cáceres, Universidad de Extremadura-Fundación Biblioteca Alonso Zamora Vicente, 2010, pp. 69-79.

L E O N C I O L Ó P E Z - O C Ó N 

01-lopez-ocon.indd 35

35

18/05/15 12:30

01-lopez-ocon.indd 36

18/05/15 12:30

Lihat lebih banyak...

Comentarios

Copyright © 2017 DATOSPDF Inc.